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El pensamiento débil, el pensamiento oscuro, el

pensamiento desordenado y el pensamiento crítico


Written by Matias Suarez Holze

La finalidad del presente texto pretenderá ser la de analizar cuatro diferentes formas de pensar.
Primero, pasaré a realizar un esbozo de las principales características de estas para contrastarlas
entre sí, luego las llevaré a un análisis un poco más extenso.

1) El pensamiento débil se caracteriza por el desinterés y/o el repudio al rigor, la argumentación


racional, los criterios estrictos de verdad, la evidencia empírica y la falta de búsqueda de la
coherencia tanto interna como externa. Tiene la costumbre de dar afirmaciones a priori, sofística y
dogmáticamente sin ningún tipo de respaldo. En el mejor de los casos subestima la racionalidad;
en el peor la desprecia de forma explícita. La consecuencia de este tipo de pensamiento es el
relativismo gnoseológico, o al menos, algo similar. Este modo de pensar es característico de
algunos romanticismos y posmodernismos filosóficos.
2) El pensamiento oscuro se caracteriza por ser ininteligible. A diferencia del primero, este si
puede interesarse en la argumentación, con el problema de que esta no suele ser entendible,
carece de ideas claras y no suele utilizar definiciones convencionales o expresiones didácticas
que faciliten la compresión, esto último no es lo que buscan. Carece de rigor argumentativo,
difícilmente puede analizarse por su cripticismo, por lo tanto a la falta de firmeza se le suma que
es imposible de comprobar o refutar debido a su vaguedad -lo que es verdaderamente tedioso. Su
aparente profundidad es una fachada para ocultar la falta de auténticas ideas. El pensamiento
oscuro se diferencia del pensamiento débil solo superficialmente, ya que en el fondo tiene
características similares aunque se esmere en ocultarlo. Por lo general el pensamiento oscuro
posee una notable ornamentación de citas, alusiones a autores, analogías rimbombantes, frases
rocambolescas, redacciones rebuscadas, palabras altisonantes y pretenciosas y metáforas que
maquillan la confusión para que aparente una profundidad y una intelectualidad que en verdad, es
ficticia. Esta forma de pensar es característica de algunos romanticismos e idealismos, del
posmodernismo filosófico, el psicoanálisis (y otras pseudociencias), el hegelianismo, algunas
teologías, algunos existencialismos y también de ciertos misticismos esotéricos.
3) El pensamiento desordenado se caracteriza por la confusión pero no siempre por la oscuridad
deliberada. Se diferencia del pensamiento débil en que si suele interesarse por la argumentación,
la coherencia, la claridad y el rigor, pero difícilmente logra alguna de estas. Se diferencia a su vez
del pensamiento oscuro en que no busca siempre el cripticismo, pero puede llegar a él por otros
medios. Este suele caracterizarse por la incoherencia interna y externa fruto de la equivocación y
la falta de claridad y orden de ideas. Estas ideas suelen ser contradictorias aunque de algún modo
intentan acomodarlas. Busca datos y evidencias empíricas que suelen ser sesgadas, erradas o
mal comprendidas. Suele utilizar mal el lenguaje, es principalmente vago/impreciso a pesar de no
siempre querer serlo. Intenta argumentar aunque suele hacerlo falazmente; intenta ser entendible
pero carece de rigor, es sesgado, es ingenuo hasta al punto de poder ser hasta fantasioso, suele
llegar a conclusiones apresuradas y malos razonamientos. No siempre es adrede, a diferencia del
resto, generalmente es más bien un intento fallido del pensamiento racional, aunque de todos
modos muchos charlatanes recurren al pensamiento desordenado a veces a propósito para
confundir, distraer y aparentar. Este pensamiento es muy común, también suelen utilizarlo los
charlatanes en general, y aquí también incluyo –una vez más- a los autores posmodernos. Es de
esperar que el pensamiento desordenado surja donde falta la buena educación y la inteligencia,
por lo que suele ser muchísimo más común e inocente que el resto de los nombrados. Por lo
general, a diferencia del resto, este es el más fácil de combatir, ya que una buena explicación y un
debate respetuoso suele bastar para apalearlo, mientras que el pensamiento débil y oscuro no
suelen ser muy amigos del debate ni del diálogo racional. El pensamiento desordenado, más que
el resto, es el que suele derivar en el pensamiento mágico que tiene la mayoría (sobre éste no
escribiré aquí, aunque es un tema que traté en otros textos). Esta forma de pensar es muy común

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en los chamanes de la pseudociencia y publicistas de la ignorancia, como Jodorowsky, Nassim
Haramein y Deepak Chopra.
4) El pensamiento crítico se caracteriza por el racioempirismo. Este sostiene ideas que
constantemente son expuestas a la crítica propia y ajena. No se aferra a ideas falsas o
insostenibles, se interesa por la verdad –por lo tanto por la realidad-, es antidogmático, lo tanto
falsable, claro, profundo, preciso, riguroso y está estructurado sobre una buena cantidad de ideas
fértiles y datos demostrados certeros. El pensamiento crítico evita al máximo la vaguedad, aunque
no por eso busque la falta de profundidad. Sostiene que la profundidad autentica es la que es
clara, y por lo tanto inteligible, comunicable y falsable (esto quiere decir, que sea capaz de
analizarse y someterse a prueba empírica y racionalmente, a diferencia del pensamiento críptico).
No recurre a falacias lógicas, no se interesa por principios de autoridad, no tolera la contradicción
ni la incoherencia. El pensamiento crítico es característico de la buena filosofía, de la lógica, de la
ciencia, e implica el escepticismo racional (no hay pensador crítico que no sea escéptico racional,
aunque puede haber un escéptico racional que no sea pensador crítico, por ejemplo, uno que
rechace el misticismo, el idealismo, las pseudociencias y las supersticiones pero posea ideologías
inmorales y dogmáticas). El pensamiento crítico se nutre constantemente del conocimiento, cosa
que no pasa con el resto de las formas de pensar nombradas que, sesgadamente, rechazan los
conocimientos que no sustenten sus ideas fijas. Por lo tanto, el pensamiento crítico es el único
que puede hacer progresar intelectualmente a un individuo. El progresismo y el pensamiento
crítico van de la mano, mientras que el conservadurismo y el estancamiento son consecuencias
de las otras formas de pensar nombradas, así como la ignorancia voluntaria y el dogmatismo.

Una vez repasadas estas descripciones, revisemos de cerca cada forma de pensamiento para
lograr un grado parcial de mayor profundidad. Este análisis es muy parcial y aproximado, de
ningún modo se pretende acabado y absoluto, de hecho considero que la precisión absoluta en
estos temas es imposible debido a la complejidad del pensamiento de cada individuo –esto no
quiere decir que no valgan la pena las descripciones y clasificaciones aproximadas. Me parece
importante resaltar, que aunque el pensamiento débil, el oscuro y el desordenado se parezcan, en
realidad son diferentes aunque puedan combinarse. Creo haber dejado en claro que el
pensamiento crítico sí se diferencia del resto. Trataré estas ideas de forma más precisa en los
apartados siguientes.

El pensamiento débil

El pensamiento débil tiene el atractivo de que es fácil, muy fácil. Un pensador débil no tiene
ninguna dificultad intelectual, puede creer, descreer, rechazar, adoptar, negar o afirmar ideas a
voluntad sin ningún tipo de filtro o reflexión esmerada. Es el completo caos intelectual. A este tipo
de gente no le interesa sustentar sus creencias, por lo tanto no les interesan las críticas a estas
creencias, y si cambian estas es porque simplemente se aburren, o prefieren elegir otra idea que
les suene más atractiva sin preocuparse por si sea cierta. La verdad, para estos, no existe o no
importa, lo que importan son las “interpretaciones” (la opinología). La realidad, según afirman
algunos, es más bien solo una cuestión de construcción social; son relativistas.
Del modo en que se describe el pensamiento débil, suena para muchos absurdo que una persona
lo adopte, pero sin embargo está muchísimo más extendido de lo que se pueda creer a simple
vista, y me atrevería a especular que la mayoría de las personas que carecen de pensamiento
ordenado y crítico recurren de forma muy reiterada a este. Es común escuchar diatribas en contra
de la verdad y los que dicen conocerla. Así también es más común el dogmatismo de no
interesarse por cuestionar las creencias propias o de sustentarlas. El mundo del relativismo es
muy sencillo y por eso es tan popular, no requiere esfuerzo; si el chamanismo es igual a la
medicina, da igual estudiar un hechizo de un baile y tres palabras o tomar flores de Bach a
estudiar con esmero el funcionamiento del sistema nervioso humano por varios años hasta
comprenderlo.
Una consecuencia evidente del pensamiento débil es la anticientificidad. El pensamiento oscuro, a
pesar de ser contrario a la ciencia, no suele confrontarla de modo tan directo como pasa con el
pensamiento débil –generalmente el pensamiento oscuro suele parasitar el prestigio de la ciencia
tergiversándola a su gusto. La ciencia, dicen, es una especie de maligna institución en busca del
monopolio de la verdad. Estos suelen interesarse más por autores que se dan el gusto de afirmar
y no demostrar, y suelen dejarse llevar por otras formas de “conocer” que no son amigas del rigor.

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Es por esto que el pensamiento débil es uno de los pilares del movimiento new-age (aunque
muchos pensadores débiles rechacen tales creencias y se sumerjan en el escepticismo radical,
sosteniendo que nada es cierto incluyendo las supersticiones). La creencia importa más que el
conocimiento demostrable, y estas no tienen por qué sostenerse racionalmente; son abierta y
explícitamente irracionalistas. De esto están orgullosos, ya que relacionan la razón al nazismo, la
guerra, el calentamiento global, el capitalismo, el patriarcado o cualquier cosa que les produzca
rechazo. Claro está, que nunca demostrarán el porqué de estas conexiones (excepto cuando
rechazan la razón por ser difícil). De hecho, si intentaran demostrarlas, traicionarían al
irracionalismo, ya que deberían intentar usar la razón. Por esto es que estas ideas que nos
presentan las debemos aceptar sin más, así como como su tesis principal, el relativismo.
Al menos para mí, el hecho de aceptar a priori las tesis irracionalistas no me parece nada
convincente. Los pensadores débiles, mientras sean fieles al pensamiento débil, no nos pueden
dar buenas razones para aceptar sus tesis. Y considero que hay muchísimas razones pare
rechazarlas. Algunos argumentos contra el relativismo ya los mencioné en el texto “Pensadores
críticos ¿defensores del pensamiento único y dueños de la verdad?” (en aquel podrán encontrar
más críticas al pensamiento débil), trataré de no repetirlos todos. Por nombrar uno, el
pensamiento débil es inútil. No puede encontrársele ninguna sola ventaja real. Todo lo bueno que
logró la civilización (como la erradicación de enfermedades terribles) fue debido a interesarse y
esforzarse por conocer la realidad y pensar de modo ordenado, nunca fue por la pusilanimidad del
pensamiento débil. Este siempre es egoísta y no puede aportar absolutamente nada a una
sociedad. Ellos se jactarán que una de las ventajas es la tolerancia. Según afirman, la flexibilidad
de su pensamiento es la única forma de tolerancia autentica. El problema es que, aun cuando el
pensamiento débil sea tolerante con las ideas diferentes (aunque por alguna razón no suelen ser
muy tolerantes con la ciencia y el racionalismo, a los que tachan de “positivismo” como
estigmatizante), esto no es una ventaja. La tolerancia valiosa es la tolerancia inteligente, no la
tolerancia a cualquier idea que pueda ponernos en peligro, como es el caso de las ideas fascistas
o de la pseudomedicina (aunque los pensadores débiles duden del peligro de esta, los datos están
ahí). Tampoco hay porqué ser tolerante con lo que está firmemente demostrado falso, sí con
tolerancia se refiere a aceptar estas ideas como “igual de válidas” (cierto derecho a expresarlas no
se discute). Lo que ellos consideran tolerancia no es más que la aceptación a cualquier tipo de
idea sin importar lo estúpida y regresiva que sea. Esto no sólo es desprecio a la verdad y
desinterés por la cultura, es también cinismo al ignorar el posible costo humano que trae la
circulación incontrolada de la desinformación. Además, las ideas no tienen por qué respetarse, lo
que se respetan son los seres que se lo merecen. El pensamiento crítico, por el contrario, sostiene
que ninguna idea es sagrada y que todas tienen que ser cuestionadas y contrastadas. A través de
la historia es fácil advertir que esto es lo único que trajo progreso a la humanidad, pero los
pensadores débiles dudan del progreso, y por esto suelen hasta a inclinarse por posturas
primitivistas (para ver una crítica al primitivismo, ver Contra las fantasías primitivitas).
Todas las ventajas de la civilización tienen un costo muy grande, para que podamos ir al médico
necesitamos de gente que dedique varios años de su vida al estudio serio del cuerpo humano,
para acceder a una computadora con internet necesitamos técnicos, expertos en física, etc. Todo
este costo parece ser ignorado por muchísimos cómodos habitantes de la sociedad moderna que
se caracterizan por el pensamiento débil. El costo del bienestar de la civilización es la búsqueda
constante de la verdad rigurosa, si no sabemos que las leyes físicas son verdaderas, no
podríamos gozar de aviones, si no sabemos que lo que enseñan los libros de fisiología es
verdadero –y que lo que enseñan los libros de protomedicina de la Edad Media no lo es-, no
tendríamos vidas salvadas por las cirugías -podríamos tener por ejemplo, gente muerta a millones
por la creencia medieval de los humores-. Para los pensadores débiles, todo este costo y sus
beneficios son prescindibles, lo que es una completa irresponsabilidad intelectual y social, y sobre
todo porque estos se aprovechan de tales beneficios. Y sumida en esta ignorancia brutal –y más
brutal por ser voluntaria-, ostentan orgullosamente un tipo infantil de pensamiento que aunque
parezca inofensivo, representa un peligro para la sociedad; sea por su completa incompatibilidad
con cualquier tipo de responsabilidades sociales, o sea por hacer de su estupidez un activismo en
explicita búsqueda de retroceso.
Otro problema, y el más importante y evidente, es que el pensamiento débil se construye
puramente sobre el dogma. Por lo tanto, todo lo que pueda escribirse sobre él nunca convencerá
a un pensador débil, ya que este rechazará cualquier crítica racional sólo por ser racional (por lo
tanto “occidental”… y malévola), de modo que es en vano cualquier refutación que pueda

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hacérseles. Esto parece mostrar que la supuesta flexibilidad absoluta solo puede traer
inflexibilidad; el que considere que dan igual los criterios de verdad y que la razón no importa, no
solo cae en la paradoja de que creen que es verdad que la verdad no existe, sino que caen en un
agujero negro que solo les trae estancamiento. Y si hay una muestra perfecta del estancamiento
y suicidio intelectual, este es el escepticismo radical, así como todo el resto de las posturas
dogmáticas y nihilistas.
El lector podrá aceptar lo dicho anteriormente y creer que esto solo está presente en excéntricos
docentes de filosofía, pero el pensamiento débil es una característica más común de lo que se
desearía, y se hace visible cotidianamente en toda actitud que implique el desprecio a la
búsqueda rigurosa de la verdad y del firme sustento en lo que se cree o considera cierto, bueno o
útil.
Los casos más cotidianos en los que se recurre al pensamiento débil son aquellos en que
decidimos sostener una postura no basándonos en los argumentos y los hechos sino en
cuestiones como el atractivo emocional de una idea o las consecuencias de utilidad puramente
personal que puedan traernos, como ser el consuelo ante el abismo de la muerte. Por ejemplo, las
personas que suelen sostener ideas místicas o religiosas no lo hacen porque realmente
encuentren hechos indudables y argumentos convincentes, sino simplemente porque la idea les
gusta y les trae cierto consuelo o beneficio en ser creída. También, muchos que sostienen ideas
excéntricas como alucinantes conspiraciones o asombrosos contactos extraterrestres o
sobrenaturales, no lo hacen porque sean posturas sostenidas en los hechos, sino en un evidente
atractivo de que estas ideas traen esperanza o excitan emociones interesantes. Se podrá ver con
facilidad, que cuando se entrevista a estos sujetos y se les pide que den razones firmes para
sostener sus posturas, no siempre pueden hacerlo y lo que es más grave, no siempre les interesa.
El hecho de creer es para ellos un bien en sí mismo independiente de la realidad. Esto me parece
equivocado y peligroso, principalmente porque es un acto de deshonestidad para con uno mismo
y los demás y porque también es un acto de problemático egoísmo. Ya que este individuo pone su
voluntad por encima de la realidad externa y los demás. No les importa lo que es, sino lo que
creen. Esto trae consecuencias de diversos tipos, principalmente el autoengaño y el engaño a
terceros, y el engaño tiene consecuencias nefastas además de ser malo en sí mismo. Ya que aun
cuando el engaño no tenga consecuencias inmediatas y concretas, el hecho de autoengañarse es
malo en sí mismo al ser una forma de mentira, y el acostumbrarse a tolerar la mentira hace a la
mentira susceptible de ser un hábito. El vivir sumido en una mentira puede provocar consuelos
pasajeros, pero a la larga no puede traer una perdurable felicidad auténtica, y menos algún tipo de
progreso intelectual. Esta solo se consigue mediante una comunión racional entre la realidad y
uno mismo, que nos permite ser conscientes de nuestros conflictos para poder resolverlos
eficazmente y poder disfrutar del sosiego que nos produce una sociedad pacífica y ordenada
mediante esta misma racionalidad. Un edificio de engaños tarde o temprano se cae, y si no lo
hace, se vuelve un lugar indigno de habitar. Citando a Bertrand Russell, “no sientas envidia de la
felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues solo un necio pensaría que eso es la
felicidad”. Solo el realismo puede ayudarnos a tomar decisiones inteligentes que nos hagan
progresar en nuestra vida personal. El autoengaño es un sedante adictivo que siempre termina
costando demasiado caro.
El pensamiento débil tiene como antecedentes, por un lado el pragmatismo (la teoría pragmática
de la verdad de, por ejemplo, William James y Schiller, muy popular en los siglos XIX-XX), y por
otro, la teoría monista de la verdad. El pragmatismo sostiene un enfoque de la verdad centrado en
lo psicológico caracterizado por un escepticismo radical. Sostiene que como todas las creencias
son más o menos arbitrarias, podemos creer lo que es más conveniente. No le interesa
verdaderamente preocuparse por lo que es cierto, sino por lo que se considera cierto. Pretende
que las creencias que debemos llamar verdad son las que favorecen nuestros propósitos. Es un
claro enfoque subjetivista que luego inspiraría el cáncer posmoderno de que lo que importan no
son los hechos sino las “interpretaciones” (Schiller, con su teoría de “la fabricación de la realidad”,
es un claro antecedente al contructivismo posmoderno de moda en Francia). Desde esta escuela
se relaciona a la democracia con esta forma de pensamiento débil, cuando este vínculo es más
que dudoso. Básicamente porque la democracia debería implicar un acuerdo de objetividad, y el
subjetivismo individualista de esta teoría solo lleva a que las supuestas verdades subjetivas se
terminen imponiendo por conveniencia de quienes las sostienen y tengan el suficiente poder de
convencer al resto. En el nihilismo solo ganan los fuertes. La objetividad nos permite ponernos de
acuerdo con la realidad en una situación de igualdad, mientras que la subjetividad exagerada solo

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lleva al solipsismo egoísta, y este es incompatible con cualquier idea democrática o progresista.
De hecho, es incompatible con todo. Isaac Asimov deja todo esto bien en claro en la siguiente
frase:
“La presión del anti-intelectualismo ha ido constantemente abriéndose paso a través de nuestra
vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que “mi
ignorancia es igual de válida que tu conocimiento” “
Por otro lado, la teoría monista de la verdad se caracteriza por el holismo filosófico exagerado.
Esta sostiene que no existen verdades independientes, sino “la verdad,”, y que no puede decirse
que se sabe nada con certeza porque no se conoce “todo”, es decir, “toda la verdad”. Una
corriente filosófica bastante extravagante que estuvo mucho tiempo de moda y que hace ecos
cuando alguien crítica a otro diciendo que “se cree dueño de la verdad”, como si la verdad fuera
una sola, y no un posible atributo de ciertos enunciados. Se puede resumir esta teoría en la frase
“No sabemos nada al menos que sepamos todo”. De esta forma se puede proceder a refutarla:
¿Es esta frase cierta? Si lo es, ¿Cómo lo sabemos si no sabemos todo? Un buen ejemplo de
autorefutación.
Ninguna de estas dos escuelas en la que se sostiene gran parte del pensamiento débil merece
consideración. La verdad no es un bloque que no pueda dividirse, ni es lo que cada uno considere
conveniente para sí mismo. Para entender la naturaleza de la verdad, primero debemos dividir los
diferentes tipos de verdades. Las más interesantes para este ensayo son de tres tipos, la verdad
fáctica, la verdad lógica y la verdad filosófica. La verdad fáctica es un atributo de adecuación de
proposiciones con los hechos de la realidad. La verdad lógica y/o filosófica depende de su
consistencia, en filosofía tanto de la consistencia con los hechos como con la lógica, y en lógica se
puede decir a grandes rasgos que depende de su consistencia. La naturaleza de verdades
triviales como: “El Quijote muere”, no nos interesan por su obviedad –se entiende que en este
caso no depende de hechos, porque sabemos que Alonso Quijano no existió, aunque sobre esto
los relativistas duden.
Explicar el éxito del pensamiento débil parece sencillo. Lo más plausible es que su popularidad se
deba a que es una excelente forma de consolar a los idiotas e ignorantes, del mismo modo que lo
es la pseudocientífica teoría de las “inteligencias múltiples”. Si uno es bruto, y además demasiado
haragán como para estudiar algún tema de forma seria, la mejor forma de autoconsuelo es pensar
que una opinión estúpida es igual de válida que la opinión informada e inteligente. Se opta por el
facilismo complaciente de creer que todo es relativo es muy asequible y práctico para el inútil,
pero no pasa de ser un falso y nocivo consuelo que hay que abolir si lo que buscamos es terminar
con la mediocridad intelectual.

El pensamiento oscuro

El pensamiento oscuro es siempre pretencioso. Pretende ser profundo cuando sólo es una
muestra de confusión o vanidad. La ininteligibilidad y la vaguedad aparentan ser fruto del
pensamiento meditado y sabio pero no lo son. Podemos advertirlo de este modo: siempre que se
deja hablando a una persona sobre cierto tema complicado del que no tiene mucha idea, es de
esperar que tarde o temprano empiece a balbucear frases confusas e ininteligibles, puesto que la
oscuridad en realidad es más bien un refugio de la ignorancia y la falta de ideas y no el resultado
de un virtuoso pensamiento; este lo es cuanto más claro y preciso fuere. Por ejemplo, alguien que
entiende a la perfección algo complejo como la teoría de la relatividad o la evolución de las
especies, es capaz de explicarlo de un modo que lo pueda entender cualquiera, como lo hacía
Carl Sagan. Casi se podría definir el entender bien algo como el ser capaz de explicárselo a
alguien que no lo entienda de un modo que lo comprenda plenamente. El pensamiento oscuro,
común en el misticismo masón por ejemplo, suele ser todo lo contrario, a saber: no entender
verdaderamente nada y explicarlo de modo que el resto tampoco entienda nada, porque no hay
nada que entender. Esto es muy común en todo el esoterismo, donde abundan textos que en
verdad carecen de cualquier tipo de contenido, pero pretenden que sus lectores queden
anonadados rumiándolos en busca de un sentido deslumbrante del que siempre careció. La
filosofía lamentablemente también está llena de estos artilugios, pero es el deber de los
interesados en ella limpiarla de todo rastro de oscuridad. El pensamiento oscuro se puede resumir
en este consejo: si no tienes nada interesante que decir, di algo en palabras altisonantes que
carezca verdaderamente de contenido pero que sea asombroso, y los idiotas pensarán que eres
un intelectual muy profundo. Aquí un buen ejemplo de la mano de Felix Guattari:

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“La existencia, como proceso de desterritorialización, es una operación intermaquinal específica
que se superpone al fomento de intensidades existenciales singularizadas. Y, repito, no existe
ninguna sintaxis generalizada de esas desterritorializaciones. La existencia no es dialéctica ni
representable. ¡A duras penas es vivible!””
El que diga que entendió esto, miente. Aun cuando Guattari haya tenido algo que decir, cosa que
dudo, decirlo de este modo solo demuestra pedantería, y la pedantería va ligada inexorablemente
al pensamiento oscuro.
El impostor de Lacan nos divierte con este otro ejemplo gracioso:
“Pues si nos remitimos a la obra de Daniel Gottlob Moritz Schreber, fundador de un instituto de
ortopedia en la Universidad de Leipzig, educador (…) iniciador de esos cachitos de verdor
destinados a alimentar en el empleado un idealismo hortelano (…) podemos considerar como
rebasados los límites en que lo nativo y lo natal van a la naturaleza, a lo natural, al naturismo,
incluso a la naturalización, en que lo virtuoso resulta vertiginoso, el legado liga, la salvación
saltación, en que lo puro bordea lo malempeorial, y en que no nos asombra que el niño, a la
manera del grumete de la pesca célebre de Prévert, mande a paseo a la ballena de la impostura,
después de haber traspasado, según la ocurrencia de este trozo inmortal, su trama de padre a
parte.” (Escritos II, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis).
El pensamiento oscuro presume de ser el único capaz de captar la complejidad del mundo. Nada
más falso. El mundo sin duda es complejo, pero esto no justifica el sinsentido. La complejidad del
mundo puede ser explicada y abarcada de excelente forma mediante la claridad y el rigor racional,
como lo demuestra el éxito de la ciencia, la lógica y la filosofía exacta –y en esto no se debe
confundir oscuridad con complejidad, cosas muy diferentes. En cambio, el pensamiento oscuro no
tiene ningún mérito más que el de hacer perder tiempo a estudiantes, o el de poder captar la
atención de ilusos. Este modo de pensar sólo genera una sensación de bienestar, confundible con
la de haber entendido algo, que no es más que placebo intelectual. No es una verdadera
comprensión y lo demuestra su debilidad e inconsistencia. Una idea oscura no soporta la crítica,
de hecho, suele no soportar ni siquiera un análisis sintáctico, algunas no llegan a ser siquiera
proposiciones. Carnap ya resaltaba esto de algunos “metafísicos” como Heidegger, cuyas
oraciones al estilo “la nada nadea” no pueden ser entendidas por ser lingüísticamente carentes de
sentido (La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, Rudolf Carnap).
Generalmente la sensación del creer entender algo mediante el pensamiento oscuro suele ser
parecida al del placer estético de una poesía. El punto está en la gran diferencia que hay entre
cualquier goce estético y el entendimiento. Confundir ambos es terrible. La diferencia que hay
entre un filósofo o un científico y un poeta es demasiado notable como para no darse cuenta
intuitivamente. La función del goce estético es muy diferente al de la comprensión de la realidad,
aunque ciertas veces, por un lado la comprensión autentica de la realidad nos produzca algo
similar, y por el otro, ciertos tipos de arte nos dejen reflexionando. No podemos pretender que
entendemos algo porque nuestras ideas confusas generan algún tipo de goce. La realidad no
responde a nuestros caprichos de gusto. Lo deseable es ser cauto y poder disfrutar el arte oscuro
a la par del pensamiento claro, sin confundir el goce poético con el goce intelectual del
entendimiento. Al menos no al punto de que lo emocional nos desvíe de lo real, cosa que es uno
de los más graves peligros de los que nos debemos cuidar. No niego que la comprensión racional
de la realidad produzca emocionante goce, un goce muy similar al de la poesía tal vez, el punto
está en anteponer, en lo intelectual, la veracidad a la belleza, y que la belleza brote de la
veracidad, no a la inversa.
La relación del pensamiento oscuro con la realidad es compleja. Sin duda puede uno decir algo
cierto de modo oscuro, por lo que no se puede decir que todo lo que brote del pensamiento oscuro
es falso. Sin embargo, lo más probable es que sí sea falso, o aproximadamente falso, debido a
que una proposición que roce la metáfora y tenga una estructura rebuscada tiene muy poco grado
de aproximación a la verdad debido a su ambigüedad. Uno puede decir algo ambiguo que encierre
algún grado de veracidad, pero si lo que nos interesa es la mayor aproximación, la ambigüedad
debe ser suprimida. Y esta debe ser una meta de la filosofía. Para esto lo mejor es minimizar al
máximo las metáforas y los recursos estéticos de escritura, al menos, de un modo que no
obstaculice las ideas que uno intentan transmitir. No veo rasgos de inexactitud en adornar algunas
conclusiones con metáforas u otros recursos estéticos, que sin duda pueden ayudar a comprender
una idea, pero pretender comprender una idea, sobre todo si es compleja, mediante metáforas
puede ser muy engañoso. Ya que las metáforas tienen la capacidad de múltiples interpretaciones,
mientras que el conocimiento preciso de la realidad no, aunque los neorománticos pretendan lo

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contrario. Uno solo puede estar seguro de haber entendido correctamente una metáfora cuando
esta está dentro de una estructura clara y precisa que guie la interpretación. Uno de los abusos
del pensamiento oscuro consiste en no dejar estructuras comprensivas claras, por lo que las
metáforas se pueden interpretar de modo caótico alejándose de las verdaderas ideas que el
emisor quiso transmitir –aunque muchas veces, no quieran transmitir verdaderamente ninguna.
La poesía tiene la característica de querer transmitir emociones más que ideas, y las emociones
responden individualmente de modos diversos no atándose a cuestiones reales a comprender, ni
a ideas profundas que requieran comprensión. Por esto es que un filósofo o pensador, está más
cerca de ser un divulgador científico que un poeta. No por esto debemos pensar que el deber de
un filósofo es rechazar los recursos estéticos. No. Solamente implica tener el debido cuidado de
no desorientar la inteligencia con las tentaciones de la emoción, en donde anidan los sesgos
personales, las malas interpretaciones o las distracciones que en nada ayudan a comprender la
realidad. Y la realidad no tiene“múltiples interpretaciones igualmente válidas” como pretenden los
hermeneutas radicales, y he ahí el fracaso de su gnoseología, que termina por volverse un caos
de opinologos a los que no les importan los hechos, y por lo tanto no les importa la verdad.
El principal resguardo de los pensadores oscuros se basa en hacer pasar sus vicios por virtudes.
Es normal que cuando uno los acuse de pensamiento oscuro, ellos aleguen que “nosotros no los
entendemos por su complejidad”. No es fácil saber cuándo realmente es cierto y cuándo no, ya
que diferenciar la oscuridad de la complejidad con sentido puede ser muy difícil. Es por esto que
los pensadores oscuros suelen salir exitosos luego de este resguardo. Por esto es que se puede
recomendar ciertas exigencias para diferenciarlos: 1) exigirles definiciones precisas de sus
términos. De este modo no se abusarán, como es frecuente, de términos ambiguos como
“dialéctica” o “ser”, y jergas posmodernas o pseudocientíficas vagas que no significan nada. 2)
evidencias empíricas y sustentos lógicos para ver qué tanto se corresponden con la realidad y 3)
ejemplos didácticos para facilitar la comprensión. En el caso de que sus ideas no puedan
transportarse a un lenguaje claro y comprensivo sin dejar dudas que no sean de cuestiones de
mucha profundidad técnica, y que no puedan demostrar exactamente que correspondencia tienen
con la realidad, debemos, al menos, dudar de que verdaderamente se trate de un pensamiento
complejo. Generalmente el pensamiento complejo puede penetrarse hasta cierto punto, que es
donde empieza la profundidad que requiere tecnicismos (generalmente el pensamiento complejo
requiere de tecnicismos, por ejemplo, de matemáticas, aunque autores como Lacan y Kristeva se
han percatado de esto y las utilizan mal para camuflar ideas oscuras sin sentido como si fueran
ideas complejas) y conocimientos específicos. Pero el pensamiento oscuro suele no dejarse
penetrar en absoluto, y cuando lo hace, es fácil advertir a simple vista que se trata de un timo
intelectual. Por ejemplo, una forma de advertirlo en el esoterismo es la apelación a fuerzas o entes
sobrenaturales inaccesibles al análisis empírico, y en el pensamiento posmoderno puede ser el
mal uso de la jerga científica con el fin de aparentar seriedad. Estos timos pretenden ser tomados
en serios con el recurso de recubrir de galimatías ideas tanto falsas como inconsistentes. Estas no
solo sirven para impresionar sino también para esquivar cualquier crítica. La pretensión de
irrefutabilidad es la principal característica del pensamiento oscuro, casi cualquier crítica es
desviada por acusaciones –de no “entender la profundidad”, por ejemplo- o resguardada por ideas
cada vez más oscuras. Estas suelen ser infértiles e incapaces de ayudar a comprender nada, por
lo que pueden tranquilamente desecharse. Y junto a ellas, los autores que tanto abusaron de
dichas estrategias, ya que no son más que oscurantistas pretensiosos e inútiles.
Uno de los recursos para volver un texto oscuro, es el mal uso de los términos o las
redefiniciones. Esto es muy común, vemos una oración que interpretada bajo las definiciones
comunes de una disciplina y una lengua carece de sentido al menos que entendamos que el autor
quiso referir con ciertas palabras otras ideas diferentes a lo que comprendimos. Las definiciones
arbitrarias con o sin aclaración son sólo una muestra de egoísmo intelectual. Si uno quiere
transmitir una idea al resto, no debe intentar confundirlo mediante un lenguaje propio, sino volcarla
en el lenguaje que sus receptores manejan. Si no, no se busca la transmisión sino simplemente
impresionar y confundir. La redefinición de palabras o la interpretación semántica personal de un
término deben ser reducidas al mínimo para evitar el pensamiento oscuro. Si uno entiende por
“Dios” a “la naturaleza”, y escribe un ensayo sobre su relación con la naturaleza utilizando
términos que corresponden al idealismo de la religión, es obvio que como se maneja una
definición de dios como un ser sobrenatural el resto quedará confundido. Casi nunca es necesario
redefinir términos, y cuando lo es, se debe hacer de un modo que la redefinición se justifique y no

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sea un capricho del emisor. Si es necesario, cuando se usan términos polisémicos, aclarar a cual
significado se refiere, pero sin inventarle uno arbitrario que nunca tuvo.
Generalmente se sostiene que lo bueno de los autores oscuros no son las ideas propiamente
dichas sino lo “literario” de sus obras. Esto significa, que no valen por lo que dicen sino por como
lo dicen, les parecen autores estéticamente bonitos de leer. Yo opino lo contrario. No hay nada
más insoportable que la lectura de un pensador oscuro, que hace aburrir, leer con atención
flotante, esforzarse de más inútilmente y desperdiciar tiempo que podría invertirse en leer algo
mejor. Se suele sostener que autores oscuros e insoportables, cuya lectura constituye un acto de
sadomasoquismo, deben ser leídos obligatoriamente apelando a que son “clásicos”, y que se
debe hacer un esfuerzo descomunal para entenderlos, aunque lo que digan carezca de sentido,
ya que esto nos da acceso a cierto certificado de intelectualidad. Creo que esta es una idea que
debe ser rechazada. Lograr cierto éxito en la comunidad intelectual siendo un embaucador
oscurantista no debería convertir a uno en un autor indispensable. También es lamentable que
uno logre el goce estético mediante textos ininteligibles que no aportan ninguna conclusión firme
de nada. Al menos yo no veo nada más atractivo que una idea clara y certera expresada de una
manera amena. Los que se impresionan con el pensamiento oscuro no hacen más que ceder al
engaño voluntario de estos autores que solo buscan la confusión de la que depende su
inmerecido éxito.
Este modo de pensar es muy popular sobre todo en grupos de jóvenes pseudocultos cuyos
criterios para adoptar ideas no se rigen por lo que es cierto –o bueno, o útil-, sino por lo que es
excéntrico. Esta tendencia se basa en adoptar la mayor cantidad de ideas extravagantes, no
importa su sustento, sino la excentricidad por sí misma. Creen que suenan cool los balbuceos
ininteligibles sobre conceptos mal usados, y estos cripticismos hacen sentir algún tipo de
superioridad frente al resto de los pobres tontos incapaces de entender dichas supuestas
genialidades. Y es que creer entender algo que los demás no, da cierto sentimiento de
excepcionalidad. Aquí el problema del pensamiento oscuro es muy claro, que algo sea excéntrico
en sí no da mucha garantía de nada, pero las garantías de veracidad y los motivos para tener en
cuenta estas marañas verbales no importan cuando uno sólo busca hacer pose.

El pensamiento desordenado

El pensamiento desordenado suele surgir donde el sentido común y la intuición remplazan al


conocimiento y a las posturas filosóficas sólidas. Una persona sin criterios estrictos de verdad, sin
ideas ontológicas ni éticas, ni suficiente cultura general es muy susceptible de tener ideas
desordenadas que produzcan contradicciones, confusión y otros errores de pensamiento. En
cierto sentido, nadie se salva del pensamiento desordenado, aunque de todas formas hay que
evitarlo. Nadie se salva porque mantener las ideas coherentes, certeras, firmes y ordenadas es un
trabajo demasiado difícil que requiere excelso esfuerzo y del que, debido a la complejidad del
mundo y del conocimiento, nadie se puede jactar de triunfo. El pensamiento desordenado es una
cuestión de grado, siendo los grados más altos los que llevan a lo que suele llamarse estupidez e
ignorancia. La ciencia, la lógica y la filosofía son los pilares del pensamiento ordenado, aunque
lamentablemente la filosofía está plagada de pensamiento desordenado, por lo que hay que ser
cuidadosos con los filósofos; no todos son amigos de la inteligencia y el conocimiento.
Para evitar el pensamiento desordenado se requieren hábitos intelectuales, principalmente el
estudio y la escritura. Escribir, y sobre todo en busca de coherencia y veracidad, es de enorme
ayuda para ordenar nuestros pensamientos. Sin embargo, escribir con desinterés por el rigor y la
verdad puede aumentar el desorden de pensamiento o dejarlo intacto.
Es común en el pensamiento desordenado el uso reiterado de falacias lógicas. Es por esto que el
estudio de la lógica es un gran paso para apalearlo. El estudio de las falacias lógicas así como de
la disonancia cognitiva y de los sesgos cognitivos es de enorme ayuda. Otra de las mejores
herramientas para evitarlo, son los debates. Exponiendo ideas propias a la crítica racional es muy
efectivo para ordenar nuestro pensamiento, mientras aspiremos al realismo y la honestidad. El
debate es evitado por muchos porque son muchos los que están enamorados de su pensamiento
desordenado. No hay peor enemigo de la confusión y el dogma que un dialogo racional entre
honestos buscadores de la verdad objetiva. Pero ser honestos y objetivos no es fácil, también es
una cuestión de grado que requiere esfuerzo. Sí queremos evitar el esfuerzo, recurramos al
pensamiento débil o al desordenado. No garantiza progreso individual ni social, pero es fácil. Si en

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cambio el progreso es de nuestro interés, debemos seguir la mucho más difícil senda del
pensamiento crítico.

El pensamiento crítico

El pensamiento crítico es difícil. Exige reducir el orgullo al evitar el dogma y aceptar la crítica y las
refutaciones, cosa que pocos están dispuestos a hacer. Exige el interés por la verdad
demostrable, cosas que no a todos les interesa, ya que las creencias son más fáciles de aprender.
Requiere pensar independientemente y rechazar líderes y autoridades como fuentes de verdad,
cosa que es más difícil que gatear detrás de los pasos de un gurú. Exige pensar ordenadamente,
cosa que requiere un esfuerzo que no a muchos les parece atractivo. Pero es lo único que
garantiza confiable comunión con la realidad. El realismo podrá no ser llamativo para los
fetichistas de la subjetividad, pero es el sustento de todo el bienestar del progreso. Si nos
decidimos por el divorcio con la realidad, si no nos interesa comprenderla del mejor modo posible
y cedemos ante las tentaciones del nihilismo solipsista, la confusión o la ignorancia voluntaria y la
opinología ciega, no hay progreso ni bienestar posible. La cultura y la civilización quedan a la
deriva. El pensamiento crítico construye y ordena, el pensamiento débil destruye –y el
pensamiento oscuro confunde.
El pensamiento crítico, el pensamiento racional, pocas chances tiene de competir frente a la
abundancia de fácil irracionalismo. Este, en lo individual, siempre se nos presentará este como
mucho más simpático y más seductor por su accesibilidad y extravagancia, y es de esperar que
así triunfe en lo social. Pero el pensamiento crítico siempre vale la pena, y lo vemos en las
consecuencias de su aplicación, tanto a nivel social como individual. Nuestro crecimiento personal
e intelectual y nuestro progreso social dependen de él. Sin embargo este exige la complicada
humildad de entender que la realidad y lo que decidamos creer no siempre van a ser compatibles.
El egoísmo tiende a hacernos creer que lo que nosotros creamos es lo más importante y que este
dictamina la realidad, como sostienen los creyentes en la ley de atracción, los entusiastas de la fe
o los predicadores del constructivismo ontológico. Nos complica ver que el verdadero
conocimiento es difícil y perfectible, y que para alcanzarlo se requiere esfuerzo y la decisión de
rechazar ideas que nos parecen atractivas si estas demuestran no coincidir con los hechos. El
orgullo del dogma es incompatible con la honestidad del pensamiento crítico. Este también es una
cuestión de grado. No creo en la existencia de una persona con perfecto pensamiento crítico, sin
ningún tipo de sesgos. Sin embargo, el intentar orientarse hacia el ideal de la mayor objetividad
posible debería ser siempre deseable. Nuestra convivencia y nuestra supervivencia, así como
nuestra felicidad en este mundo dependen en gran medida de ello. Sino, siempre podemos ceder
a las seducciones de la idiotez, pero su costo es evidente.
El pensamiento crítico se compone a grandes rasgos de las siguientes posturas: 1) Realismo
crítico: postura que sostiene que la realidad externa existe independientemente de nosotros, que
no es exactamente como la percibimos y que nuestros conocimientos son aproximados y
perfectibles. 2) Objetivismo: en cuanto a la postura de que la subjetividad debe quedar relegada
de modo que no intervenga en nuestra relación de conocimiento con respecto a la realidad
objetiva. Esto también incluye evitar el dogma y estar dispuesto a someter ideas a la crítica
externa, en debates por ejemplo, abandonándolas si es necesario –si carecen de argumentos o
hay pruebas que las refutan. La objetividad implica ser crítico con uno mismo y con el resto. 3)
Cientificismo: en cuanto a la postura que sostiene que todo lo que puede ser conocido de forma
científica, se conoce mejor de forma científica. Esto lleva al escepticismo racional, una postura
(metodológica y gnoseológica) estricta que rechaza los engaños de la superchería y la
pseudociencia. 3.b) Racioempirismo: tanto la razón como la experiencia son importantes para el
conocimiento. Engaños como la creencia por fe no valen la pena. Este también implica el rechazo
a la autoridad (líderes, gurúes, iluminados, instituciones, etc.) como modo de llegar a la verdad,
postura propia de la Ilustración que se resume perfectamente en el lema de la Royal Society
“Nullius in Verba” (“en la palabra de nadie”). 3.c) Economía mental: en cuanto a rechazar
racionalmente, desligándose de cualquier apego, ideas insostenibles, rebuscadas e innecesarias,
e ideas falsas. Esto nos lleva a descartar posturas enmarañadas y sin pruebas que deben ser
precariamente sostenidas mediante múltiples ad hoc, como el idealismo en general por ejemplo –
en oposición al materialismo filosófico-; en particular el teísmo y otras estafas sobrenaturales. 4)
Curiosidad: mantener la curiosidad viva, estudiar temas de interés de modo recurrente, y mejorar
nuestra relación con el conocimiento universal es indispensable para mantener activo un

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pensamiento ordenado. De otro modo el pensamiento crítico se irá esterilizando. 5) Cierto
humanismo ético, en cuanto a la postura de que el bienestar humano es importante y posible, que
es deseable la búsqueda de la igualdad, la fraternidad, la libertad, la vida digna y la paz. De otro
modo el pensamiento queda en muchos casos, desorientado de un fin, y el fin de todo
pensamiento debe ser la búsqueda del bienestar y el progreso.

Pensar críticamente tiene una garantía asegurada: una buena cantidad de enemigos. Donde aún
reina la religión, el ciego fanatismo por ideologías de dudosa ética y veracidad, iracundas
doctrinas irracionales como el nacionalismo y el racismo, pseudociencia a borbotones, y anti-
intelectualidad de moda; el pensador crítico queda aislado y acorralado. Insisto, nadie dijo que
fuera fácil. Para mantener la cultura del progreso que nos intentó dejar la Ilustración, el
pensamiento crítico es indispensable. Recuerdo una vez más que siempre existirá la opción de
dejarnos seducir por lo fácil del relativismo, por el culto a la ignorancia, por los placebos del
cripticismo y/o por el cómodo pero caro abandono de cualquier interés por pensar bien. Los logros
del conocimiento producidos gracias a la cultura del pensamiento crítico son caros, exigen
esfuerzo y dignidad. Pero más caros son los costos de la tontería, y eso la historia siempre nos
dejó en claro. Una y otra vez.

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