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( Padre rebelde)
La sola estampa de su persona, delgada y firme despejaba caminos. Aquel vestía a la usanza
de los padres católicos por aquellas épocas, de sotana sencilla.
En el anecdotario de la vida de este varón ilustre loretano se cuentan sus muchas actitudes
sin mezquindades. La formación de la patria naciente así lo requería y, entonces, este cura
rebelde no dudaba en actuar cuando era necesario.
Tal es el caso de este breve pero memorable suceso. Se comenta que un amanecer de
setiembre de 1812, mientras se preparaba para su trabajo, lo sorprendió el grito nervioso de
un chaski (mensajero):
Entonces le entregó en sus manos una carta enviada por el General del Ejercito del Norte. En
ella se le comunicaba que traía los soldados hacia ¨el Yugo¨ y que necesitaría de su ayuda y de
la gente de la Villa.
Después de la batalla de Las Piedras, su pariente y amigo, Manuel Belgrano trajo lo que
quedaba de su ejército hacia Loreto para que se pudiera recuperar. Necesitaban ante todo
levantar la moral de la agobiada tropa. Varios hombres estaban heridos. Entonces el curita
decidió cobijarlos, aunque tal vez, ese hecho, le ocasionara problemas.
Los loretanos de entonces fueron convocados por el párroco Uriarte. Primero hizo sonar la
campana de la Iglesia. Una vez reunidos les conto lo que les había pasado a los patriotas. Los
organizó en grupos: los que asistirían a los enfermos, otros para recolectar alimentos entre
los pobladores de la Villa y él para asistir espiritualmente con constantes oraciones.
Durante unas tres semanas fueron óptimos aquellos cuidados a los desmoralizados
soldados, los que después los hicieron sentir muy bien. Con los asados, la música, la danza y
la protección de aquel legendario pueblo unido, que actuó bajo la guía del pastor de la Iglesia
de la Virgen de Loreto logró que la tropa se recuperara. Y así el General con su ejército pudo
retomar viaje y librar nuevos combates.