El documento describe la transición de los modos de producción esclavista y primitivo germánico al feudalismo en Europa. El modo de producción esclavista, centrado en las ciudades pero apoyado en la agricultura esclava rural, entró en decadencia. Los modos de producción primitivos germánicos también se descompusieron durante la Antigüedad tardía. La recombinación de elementos de estas sociedades produjo la específica síntesis feudal en Europa.
El documento describe la transición de los modos de producción esclavista y primitivo germánico al feudalismo en Europa. El modo de producción esclavista, centrado en las ciudades pero apoyado en la agricultura esclava rural, entró en decadencia. Los modos de producción primitivos germánicos también se descompusieron durante la Antigüedad tardía. La recombinación de elementos de estas sociedades produjo la específica síntesis feudal en Europa.
El documento describe la transición de los modos de producción esclavista y primitivo germánico al feudalismo en Europa. El modo de producción esclavista, centrado en las ciudades pero apoyado en la agricultura esclava rural, entró en decadencia. Los modos de producción primitivos germánicos también se descompusieron durante la Antigüedad tardía. La recombinación de elementos de estas sociedades produjo la específica síntesis feudal en Europa.
PERRY ANDERSON. TRANSICIONES DE LA ANTIGÜEDAD AL FEUDALISMO.
EL MODO DE PRODUCCION ESCLAVISTA: a diferencia del carácter “acumulativo” de la
aparición del capitalismo, la génesis del feudalismo en Europa se derivo de un colapso “catastrófico” y convergente de 2 anteriores y diferentes modos de producción, cuya recombinación de elementos desintegrados libero la especifica síntesis feudal. Los 2 predecesores del modo de producción feudal fueron, el modo de producción esclavista, ya en trance de descomposición, y los dilatados y deformados modos de producción primitivos de los invasores germanos que sobrevivieron en sus propias tierras tras las conquistas bárbaras, estos dos habían sufrido una lenta desintegración y una silenciosa interpretación durante los últimos siglos de la Antigüedad. La Antigüedad greco-romana siempre constituyo un universo centrado en las ciudades. El esplendor y la seguridad de la temprana polis helénica y de la tardía republica romana, que asombraron a tantas épocas posteriores, representaban el cénit de un sistema político y de una cultura urbana que nunca ha sido igualado por ningún otro milenio. Este friso de civilización ciudadana siempre tuvo sobre su posteridad cierto efecto de fachada, porque tras esta cultura y este sistema político urbanos no existía ninguna economía urbana que pudiera medirse con ellos. El mundo clásico fue masiva e invariablemente rural. La agricultura represento el ámbito absolutamente dominante de producción. Las ciudades greco-romanas nunca fueron predominantemente comunidades de manufactureros, sino que en su origen y principio constituyeron agrupaciones urbanas de terratenientes. Sus ingresos provenían de los cereales, el aceite y el vino, los 3 productos básicos del mundo antiguo, cultivados en haciendas y fincas situadas fuera del perímetro físico de la propia ciudad. Las manufacturas eran escasas. La técnica era sencilla, la demanda limitada y el transporte enormemente caro. La condición previa de este rasgo distintivo de la civilización clásica fue su carácter costero. El comercio marítimo era el único medio viable de intercambio mercantil para distancias medias o largas. El agua era el medio insustituible de comunicación y comercio que hacía posible un crecimiento de una concentración y complejidad muy superior al medio rural que lo sostenía. El Mediterráneo proporciono el necesario marco geográfico a la civilización antigua, pero su contenido y novedad histórica radican, sin embargo, en la base social de la relación entre ciudad y campo que se estableció en su interior. El modo de producción esclavista fue la invención decisiva del mundo greco-romano. Es preciso subrayar la originalidad de este modo de producción. La esclavitud ya había existido en formas diferentes, pero siempre había sido una condición jurídicamente impura. La esclavitud nunca fue el tipo predominante de extracción de excedente en estas monarquías prehelénicas, sino un fenómeno residual que existía al margen de la principal mano de obra rural. Las ciudades-estado griegas fueron las primeras en hacer de la esclavitud algo absoluto en su forma y dominante en su extensión. Pero el modo de producción dominante en la Grecia clásica, el que rigió la articulación compleja de cada economía local e imprimió su sello a toda la civilización de la ciudad – estado, fue el de la esclavitud. Esto mismo habría de ocurrir también en Roma. Las grandes épocas clásicas en las que floreció la civilización de la antigüedad fueron aquellas en las que la esclavitud fue masiva y general entre los otros sistemas de trabajo. En la Grecia clásica los esclavos fueron utilizados por primera vez y de forma habitual en la artesanía, la industria y la agricultura en una escala superior a la doméstica. La formación de una sub-población esclava nítidamente delimitada fue lo que elevo la ciudadanía de las ciudades griegas a cimas hasta entonces desconocidas de libertad jurídica consciente. La libertad y la esclavitud helénicas eran indivisibles: cada una de ellas era la condición estructural de la otra. La civilización de la Antigüedad clásica representaba la supremacía anómala de la ciudad sobre el campo en el marco de una económica predominantemente rural: era la antítesis del primer mundo feudal que le sucedió. A falta de una industria municipal, la condición de posibilidad de esta grandeza metropolitana era la existencia de trabajo esclavo en el campo. El trabajo esclavo de la Antigüedad clásica encarnaba 2 atributos contradictorios en cuya unidad radica el secreto de la paradójica precocidad urbana del mundo greco-romano. Por una parte, la esclavitud representaba la más radical degradación rural imaginable del trabajo, esto es, la conversión de los hombres en medios inertes de producción mediante su privación de todos los derechos sociales y su asimilación legal a las bestias de carga. La teoría romana definía al esclavo agrícola como instrumentum vocale, herramienta que habla, y lo situaba un grado por encima del ganado, que constituía un instrumentum semivocale, y 2 grados por encima de los aperos, que eran el instrumentum mutum. Por otra parte, la esclavitud era simultáneamente la mas drástica comercialización urbana concebible del trabajo, es decir, la reducción de toda la persona del trabajador a un objeto estandarizado de compra y venta en los mercados metropolitanos de intercambio de mercancías. El destino de la inmensa meyoria de ls esclavos en la Antigüedad clásica era el trabajo agrícola. La esclavitud era la bisagra económica que unía a la ciudad y el campo, con un desorbitado beneficio para la polis. Mantenía aquella agricultura cautiva que permitía la diferenciación radical de una clase dirigente urbana de sus orígenes rurales y a la vez promovía el comercio entre las ciudades que era el complemento de esta agricultura en el Mediterráneo. La riqueza y el bienestar de la clase urbana propietaria de la Antigüedad clásica se basaron en el amplio excedente producido por la omnipresencia de este sistema de trabajo. Ningún modo de producción está desprovisto de progresos materiales en su fase ascendente, y el modo de producción esclavista registro, en su mejor momento, algunos avances importantes en el equipamiento económico desarrollado en el marco de su nueva división social del trabajo. Entre ellos se puede señalar la expansión de los cultivos vinícolas y oleícolas mas rentables, la introducción de molinos giratorios para el grano y la mejora en la calidad del pan. Se diseñaron nuevas prensas de husillos, se desarrollaron métodos de soplado de vidrio y se perfeccionaron los sistemas de calefacción. Por tanto, no se produjo una simple paralización final de la técnica, pero, el mismo tiempo, nunca se produjo una importante gama de invenciones que empujaran a la economía antigua hacia unas fuerzas de producción cualitativamente nuevas. En una perspectiva comparada, no hay nada mas sorprendente que el global estancamiento tecnológico de la Antigüedad. Será suficiente comparar el historial de sus 8 siglos de existencia con el equivalente periodo de tiempo del modo de producción feudal que le sucedió, para percibir la diferencia entre una economía relativamente estática y otra dinámica. ARISTÓTELES: “el Estado perfecto no admitirá nunca al trabajador manual entre los ciudadanos, porque la mayor parte de ellos son hoy esclavos o extranjeros”. Una vez que el trabajo manual quedaba profundamente asociado a la falta de libertad no existía ningún espacio social libre para la invención. El trabajo esclavo no era menos productivo que el libre e incluso en algunos campos su productividad era superior, pero sentó las bases de ambos, de tal forma que entre ellos nunca se desarrollo una gran divergencia en un espacio económico común que excluía la aplicación de la cultura a la técnica para producir inventos. La vía típica de expansión para cualquier Estado de la Antigüedad siempre fue una vía “lateral” (la conquista geográfica) y no el avance económico. La civilización clásico tuvo un carácter inherentemente colonial. EL MARCO GERMANICO: ¿Cuál era el sistema social de estos invasores? Cuando, en tiempos de César, las legiones romanas tropezaron por vez primera con las tribus germanas, eran agricultores sedentarios con una economía predominantemente pastoril. Entre ellos imperaba un modo de producción primitivo y comunal. La propiedad privada de la tierra era desconocida. Las redistribuciones periódicas impedían grandes diferencias de riqueza entre clanes y familias, aunque los rebaños eran propiedad privada y constituían la riqueza de los principales guerreros de las tribus. En tiempos de paz no había jefaturas que gozaran de autoridad sobre todo un pueblo; los jefes militares de carácter excepcional se elegían en tiempos de guerra. Esta rudimentaria estructura social se modifico muy pronto con la llegada de los romanos. El comercio de artículos de lujo produjo rápidamente una creciente estratificación interna en las tribus germánicas: para comprar artículos romanos, los jefes guerreros de las tribus vendían ganado o asaltaban a otras tribus. Una aristocracia hereditaria, con riquezas acumuladas, formaba un consejo permanente que ejercía el poder estratégico en la tribu, aunque una asamblea general de guerreros libres todavía podía rechazar sus propuestas. Estaban surgiendo, además, linajes dinásticos de carácter casi monárquico de los que salían jefes electivos situados por encima del consejo. Pero, sobre todo, los dirigentes de cada tribu habían reunido a su alrededor a “séquitos” de guerreros para las expediciones de saqueo que transcendían las unidades clánicas de parentesco. Estos sequitos procedían de la nobleza, se mantenían con el producto de las tierras que se les habían asignado y estaban alejados de toda participación en la producción agraria, formaban el núcleo de una permanente división de clases. Las luchas entre guerreros del común y ambiciosos jefes nobiliarios para usurpar el poder dictatorial dentro de las tribus apoyándose en la fuerza de sus séquitos leales estallaron cada vez con más frecuencia. La diplomacia romana atizaba activamente esas disputas internas, por medio de subvenciones y alianzas, con objeto de neutralizar la presión de los bárbaros sobre la frontera. Así pues, por medio del intercambio comercial y de la intervención diplomática, la presión romana acelero la diferenciación social y la desintegración de los modos de producción comunales en los bosques germánicos. Los pueblos que tenían un contacto mas estrecho con el Imperio revelaban las estructuras sociales y económicas más “avanzadas” y la mayor lejanía del modo de vida tradicional de las tribus. A principios del siglo IV, los visigodos que habían ocupado Dacia, mostraron nuevos signos de ese mismo proceso social. Sus técnicas agrícolas eran más avanzadas y ellos mismos eran en su mayoría labradores dedicados al cultivo, con algunas artesanías rurales y un alfabeto rudimentario. La economía visigoda dependía ahora tanto del comercio trans-danubiano con Europa que los romanos podían recurrir con éxito al bloqueo comercial como arma decisiva de guerra contra ellos. La asamblea general de los guerreros había desaparecido por completo. Un consejo confederado de optimates ejercía ahora la autoridad publica central sobre unas aldeas obedientes. Los optimates formaban una clase poseedora, con fincas, séquitos y esclavos, claramente diferenciada del resto de su pueblo. Mientras tanto, y dentro del propio Imperio romano, los ejércitos imperiales utilizaban en sus filas a un número creciente de guerreros germanos. Había intentado rodear las fronteras del Imperio con un glacis exterior de foederati, jefes aliados o clientes que conservaban su independencia fuera de las fronteras romanas, pero que defendían los intereses romanos dentro del mundo bárbaro a cambio de subvenciones financieras, apoyo político y protección militar. A mediados del siglo IV, un porcentaje relativamente alto de generales, oficiales y soldados palatinos de choque eran de origen germánico y estaban cultural y políticamente integrados en el universo social de Roma. Había cierta mezcla del elemento romanos y germánicos dentro del propio aparato del Estado imperial. La larga simbiosis de las formaciones sociales romana y germánica en las regiones fronterizas había colmado gradualmente el abismo que existía entre ambas, aunque todavía subsistiera en muchos aspectos importantes. De la colisión y fusión de ambas en su cataclismo final habría de surgir en último término, el feudalismo. HACIA LA SINTESIS: La síntesis histórica que finalmente tuvo lugar fue, el feudalismo. Que le feudalismo occidental fue el resultado especifico de una fusión de los legados romano y germánico era ya evidente para los pensadores del Renacimiento. La controversia moderna sobre esa cuestión se remonta a Montesquieu, que en la Ilustración afirmo que los orígenes del feudalismo eran germánicos. Desde entonces, el problema de las “proporciones” exactas de la mezcla de elementos romano-germánicos que finalmente genero el feudalismo ha suscitado las pasiones de los sucesivos historiadores nacionalistas. Para Dopsch, que escribía en Austria después de la primera guerra mundial, el colapso del Imperio romano fue la mera culminación de siglos de absorción pacifica por los pueblos germánicos y fue vivido por los habitantes de Occidente como una tranquila liberación. Fue conquistado gradualmente desde dentro por los germanos. Los germanos no fueron enemigos que destrozaron o aniquilaron la cultura romana, sino que la conservaron y desarrollaron. Para Lot, que escribía en Francia en la misma época, el fin de la Antigüedad fue un desastre inimaginable, el holocausto de la civilización: el derecho germánico fue responsable de la “perpetua, desbocada y frenética violencia” y de la “inseguridad en la propiedad” de la época siguiente. Naturalmente, la mezcla exacta de los antiguos elementos romanos o germánicos en el modo de producción feudal puro como tal tiene, en realidad, mucha menos importancia que su respectiva distribución en las diversas formaciones sociales que aparecieron en la Europa medieval. En otras palabras, lo que se necesita no es tanto una simple genealogía como una tipología del feudalismo europeo. Una sola institución, abarco todo el periodo de transición de la Antigüedad a la Edad Media en una esencial continuidad: la Iglesia cristiana. La Iglesia, extraño objeto histórico par excellence, cuya peculiar temporalidad nunca ha coincidido con la de una simple secuencia de un sistema económico o político a otro, nunca ha recibido un tratamiento teórico en el marco del materialismo histórico. Pero son precisos algunos breves comentarios sobre la importancia de su papel en la transición de la Antigüedad al feudalismo. En la Antigüedad tardía, la Iglesia cristiana contribuyo indudablemente al debilitamiento de la capacidad de resistencia del sistema imperial romano. Y lo hizo por su enorme volumen mundano. En el siglo VI, los obispos y el clero de lo que quedaba del Imperio eran mucho más numerosos que los funcionarios y agentes administrativos del Estado, y recibían sueldos considerablemente más altos. Esa misma Iglesia fue también el ámbito movedizo de los primeros síntomas de la liberación de la técnica y la cultura de los limites de un mundo construido sobre la esclavitud. Las extraordinarias realizaciones de la civilización greco-romana fueron propiedad de un pequeño estrato dirigente, divorciado de la producción. El trabajo manual estaba identificado con la servidumbre. Económicamente, el modo de producción esclavista condujo a una parálisis técnica: no existía ningún impulso para introducir mejoras que ahorraran trabajo. Por otra parte, la esclavitud hacía culturalmente posible la elusiva armonía entre el hombre y el universo natural que caracterizo el arte y la filosofía de la mayor parte de la Antigüedad clásica. Con todo, la grandeza del legado intelectual y cultural del Imperio romano no solo se acompaño de un inmovilismo técnico, sino que estuvo limitada al estrato mas reducido de las clases dirigentes de la metrópoli y las provincias. El índice más elocuente de su limitación vertical fue el hecho de que la gran masa de la población no sabía latín. Era el monopolio de una pequeña élite. La ascensión de la Iglesia cristiana supuse por vez primera una subversión y transformación de este modelo, porque el cristianismo rompió la unión entre el hombre y la naturaleza, el espíritu y el mundo de la carne, dando la vuelta potencialmente a las relaciones entre ambas en 2 direcciones opuestas y atormentadas: el ascetismo (practica de un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales para la perfección moral y espiritual) y el activismo. De forma inmediata, la victoria de la Iglesia no hizo nada para cambiar las actitudes tradicionales hacia la tecnología o la esclavitud. Los Padres de la Iglesia, aceptaron unánimemente la esclavitud, limitándose a aconsejar a los esclavos que fueran obedientes con sus amos y a estos que fueran justos con sus esclavos. Después de todo, la verdadera libertad no podía encontrarse en este mundo. Sin embargo, el desarrollo del monaquismo apuntaba en una diferente y posible dirección. El campesinado egipcio poseía una tradición de retirada a ermitas (lugar de oración) solitaria y desierta, como forma de protesta contra la recaudación de impuestos y otros males sociales. A finales del siglo III d.C., Antonio transformó esa tradición en su anacoretismo (tipo de vida que buscaba la limpieza del corazón a través del desprendimiento, para llegar al reino de Dios) ascético y religioso. A principios del siglo IV, Pacomio la desarrolló hacia un cenobitismo (proviene del griego Koinós, común, y Bíos, es decir, vida comunitaria) comunal en las zonas cultivadas a orillas del Nilo, donde se impuso el trabajo agrícola y el estudio tanto como la oración y el ayuno. Finalmente, en la década del 370, Basilio ligo por vez primera el ascetismo, el trabajo manual y la instrucción intelectual en una regla monástica coherente. Trasplantado a Occidente y reformulado por Benito de Nursia durante las sombrias profundidades del siglo VI, los principios monásticos se mostraron desde la tardia Edad Oscura organizativamente eficaces e ideológicamente influyentes, porque en las ordenes monásticas de Occidente, el trabajo intelectual y el manual quedaron provisionalmente unidos al servicio de Dios. Las faenas agrícolas adquirieron la dignidad de la adoración divina y fueron realizadas por monjes instruidos: laborare est orare. Con ello caía indudablemente una de las barreras culturales para el descubrimiento y el progreso tecnológico. Sería un error atribuir este cambio a la Iglesia: el diferente rumbo de los acontecimientos en el este y el oeste debía ser por si solo suficiente para poner de manifiesto que fue el complejo total de relaciones sociales (y no la especifica institución religiosa). Su carrera productiva solo pudo comenzar cuando la desintegración de la esclavitud clásica hubo liberado los elementos de una dinámica diferente, del feudalismo. Al mismo tiempo, la Iglesia fue responsable de otra enorme transformación en los últimos siglos del Imperio. La más sorprendente manifestación de esta transmisión fue, una vez más, el idioma. Hasta el siglo III, los campesinos de la Galia o Hispania habían hablado sus propias lenguas celtas. Sin embargo, con la cristianización del Imperio, los obispos y el clero de las provincias occidentales, al emprender la conversión de las masas de población rural, latinizaron para siempre su lengua en el transcurso de los siglos IV y V. las lenguas romances fueron el resultado final de esta popularización, uno de los esenciales vínculos sociales de continuidad entre la Antigüedad y la Edad Media. Esta realización fundamental de la primera Iglesia indica su verdadero lugar y función en la transición hacia el feudalismo. En determinados aspectos fundamentales, la civilización súper- estructural de la Antigüedad fue superior a la del feudalismo durante un milenio, esto es, hasta la época que habría de llamarse conscientemente a si misma su Renacimiento. La Iglesia fue el puente indispensable entre 2 épocas en una transición “catastrófica” y no “acumulativa” entre 2 modos de producción. Significativamente, la Iglesia fue el mentor oficial del primer intento sistemático para “renovar” el Imperio en Occidente, la monarquía carolingia. Con el Estado carolingio comienza la historia del feudalismo propiamente dicho, porque este enorme esfuerzo ideológico y administrativo para “recrear” el sistema imperial del viejo mundo, contenía y encubría la involuntaria colocación de los cimientos del nuevo. En la era carolingia fue cuando se dieron los pasos decisivos para la formación del feudalismo. Su tema claramente dominante fue la unificación política y militar de Occidente. La victoria de Carlos Martel en Poitiers frente a los árabes en el año 753 detuvo el avance del Islam que acababa de absorber el Estado visigodo en España. Después, en 30 años, Carlomagno anexiono la Italia lombarda, conquisto Sajonia y Frisia e incorporo Cataluña. Así se convirtió en el único soberano del continente cristiano fuera de las fronteras de Bizancio. En el año 800, Carlomagno asumió el titulo de emperador de Occidente. Sus pretensiones imperiales respondían a una verdadera revitalización administrativa y cultural. El sistema monetario se reformo y estandarizo. En estrecha coordinación con la Iglesia, la monarquía carolingia patrocino una renovación de la literatura, la filosofía y la educación. Se enviaron misiones religiosas a las tierras paganas situadas fuera del Imperio. Además, se tejió una red administrativa, muy elaborada y centralizada, sobre todas las tierras que se extienden desde Cataluña a Schleswig y desde Normandía a Estiria. Su unidad básica fue el condado, derivado de la antigua civitatis romana. Los nobles de confianza eran nombrados condes con poderes militares y judiciales para gobernar esas regiones en una clara, revocable por el emperador. No se pagaba un salario, sino que recibían una parte proporcional de las rentas locales de la monarquía y concesiones territoriales en el condado. Los lazos inter-matrimoniales y las emigraciones de las familias terratenientes desde las diversas regiones del Imperio crearon cierta base social para una aristocracia “supra-étnica”, imbuida de ideología imperial. Al mismo tiempo, a este sistema regional de condados se superpuso un grupo central mas reducido de magnates clericales y seculares, procedentes en su mayoría de Lorena y Alsacia y que a menudo estaban mas cerca del séquito personal del propio emperador. De este grupo salían los missi dominici, reserva móvil de agentes imperiales directos, enviados para enfrentarse a los problemas especialmente duros y difíciles de las provincias remotas. Se convirtieron en una institución regular del gobierno de Carlomagno a partir del año 802, progresivamente se reclutaron de entre los obispos y abades, para aislarlos de las presiones locales que pudieran ejercerse sobre sus misiones. Pero las verdaderas y prometedoras innovaciones de la época estaban en otra parte, esto es, en la gradual aparición de las instituciones fundamentales del feudalismo por debajo del aparato del gobierno imperial. La Galia merovingia ya había conocido el juramento de fidelidad personal al monarca reinante y la concesión de tierras reales a los servidores nobles. pero estos 2 hechos nunca se combinaron en un solo e importante sistema. Fue en la época de Carlomagno la que anuncio el comienzo de la síntesis fundamental entre las donaciones de tierra y los vínculos del servicio. Durante el último periodo del siglo VIII, el “vasallaje” (homenaje personal) y el “beneficio” (concesión de tierras) se fundieron lentamente, y en el transcurso del siglo IX el “beneficio” se asimilo progresivamente, a su vez, al “honor” (cargo y jurisdicción públicos). Una clase social de vassi dominici, vasallos directos del emperador que recibían sus beneficios del propio Carlomagno, se desarrollo ahora en el campo, formando una clase terrateniente local entremezclada con las autoridades condales del Imperio. Estos vassi reales fueron quienes constituyeron el núcleo del ejercito carolingio, llamado para prestar sus servicios en las continuas campañas extranjeras de Carlomagno. Pero el sistema se extendió mucho mas allá de la directa lealtad al emperador. El resultado final de esta evolución convergente fue la aparición del “feudo”, como concesión delegada de tierra investida con poderes jurídicos y políticos a cambio del servicio militar. Tuvo que pasar un siglo para que el pleno sistema de feudos se moldeara y echara raíces en Occidente, pero su primer e inconfundible núcleo ya era visible bajo Carlomagno. Mientras tanto, las continuas guerras del reinado tendieron a degradar progresivamente la situación de la mayoría de la población rural. La guerra se convirtió en la lejana prerrogativa de una nobleza montada, mientras que un campesinado sedentario trabajaba en casa para mantener un ritmo permanente de cultivo, desarmado y cargado con la provision de suministros para los ejércitos reales. El resultado fue un deterioro general en la posición de la masa de población agraria y, asi, también fue en este periodo cuando tomo forma la característica unidad feudal de producción, cultivada por un campesinado dependiente. En la practica, el Imperio carolingio fue una zona territorial cerrada. La villa del reinado de Carlomagno ya anticipaba la estructura del señorío de comienzos de la Edad Media, esto es, una gran finca autárquica compuesta por las tierras del señor y una multitud de pequeñas parcelas de los campesinos. La especifica reserva señorial, el mansus indominicatus, podía abarcar quizá hasta un cuarto de toda la extensión, el resto era cultivado normalmente por los servi o mancipia asentados en pequeños “mansos”. Estos siervos constituían la gran masa de la mano de obra rural dependiente y su condición estaba realmente mas cerca de la del futuro “siervo” medieval, cambio que quedo registrado por un desplazamiento semántico en el uso del término servus en el siglo VIII. Los mancipia carolingios eran generalmente familias campesinas adscritas a la tierra y obligadas a entregas en especie y a la prestación de trabajo personal a sus señores. Las grandes fincas carolingias podían contener también campesinos arrendatarios libres (en los manses ingenuiles), obligados a entregas y prestaciones, pero sin una dependencia servil. Lo mas frecuente era que los mancipia fuesen complementados, para el trabajo en las tierras del señor, con trabajadores asalariados y con verdaderos esclavos, que en modo alguno habían desaparecido todavía. El sistema de villae no significa que la propiedad de la tierra se hubiera hecho exclusivamente aristocrática. Entre las grandes extensiones de los dominios señoriales todavía subsistían pequeñas parcelas alodiales, poseídas y cultivadas por campesinos libres (pagenses o mediocres). La unidad interna del Imperio se hundió muy pronto entre las guerras civiles dinásticas y la creciente regionalización de las clases de los magnates que antes lo habían mantenido unido. A esto siguió una precaria división tripartida de Occidente. Los salvajes e inesperados ataques exteriores, realizados por los invasores vikingos, sarracenos y magiares, pulverizaron entonces todo el sistema para-imperial de gobierno condal que todavía quedaba en pie. La estructura política centralizada, que Carlomagno había legado, se derrumbo. En el año 850, prácticamente todos los beneficios eran hereditarios en todas partes, en el 870 ya se habían desvanecido los últimos missi dominici, en la década de 880, los vassi domini habían derivado en potentados locales, en la de 890 los condes se habían convertido realmente en señores regionales hereditarios. En las últimas décadas del siglo IX, a medida que las bandas vikingas y magiares asolaban las tierras de Europa occidental, fue cuando comenzó a utilizarse por vez primera el termino feudum, la verdadera palabra medieval para designar el “feudo”. También fue entonces cuando el campo de Francia especialmente se vio surcado de castillos y fortificaciones privados, erigido por señores rurales sin ninguna autorización imperial, con objeto de resistir los nuevos ataques barbaros y afincar su poderío local. Para la población rural este nuevo paisaje lleno de castillos era tanto una protección como una prisión. El campesinado fue ahora definitivamente arrojado a una condición de servidumbre generalizada.