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Edición impresa

tribuna

La selfie, la forma de ser escribano de sí mismo


Por Juan Villoro ESCRITOR MExICANO

06/04/14

En 2013, el Diccionario Oxford escogió como palabra del año a selfie, no por méritos
eufónicos o etimológicos, sino porque describe una nueva forma de comportamiento:
el autorretrato digital.

Encontré esta información en un sugerente ensayo de Sergio Octavio Contreras, “El yo


como espectáculo”, publicado en el revista Etcétera. Siguiendo a Guy Debord,
Contreras analiza el exhibicionismo de nuestra época: en temporada de vacaciones,
5.4 millones de ingleses suben fotografías a la red para probar que están de vacaciones,
y la popularidad en Facebook depende en buena medida de que los amigos prestigien
tus fotos con la operación like .

El yo se expresa con voracidad en la galaxia de fotos que circulan en la mediósfera.

Lo interesante es que no se trata de un narcisismo de viejo cuño ni de una celebración


de la personalidad. A diferencia de los autorretratos de Rembrandt, Bacon o Lucien
Freud, que no rehúyen las heridas del tiempo, o de las alambicadas poses de Mae West o
Liberace, las selfies atrapan el rostro como un dato “natural” y ponen énfasis en el
paisaje o el momento que acreditan.

El rostro tiene ahí una función notarial, es el sello que certifica que estuviste en los
100 años de la abuela, la Torre Eiffel o el maratón de Nueva York.

La única habilidad necesaria para autofotografiarse es estirar el brazo. La falta de


perspectiva otorga excesivo realce a la nariz y nos concede mejillas de Pepe Grillo, pero
esto no importa porque no se trata de un género artístico sino testimonial.

Hay personajes históricos de los que sólo conocemos un grabado o un par de


fotografías. No dudamos del rostro que tuvieron.

El efecto de los millones de autorretratos digitales es distinto. El nieto que dentro de


unas décadas recibirá de herencia las selfies de su abuelo, ¿tendrá tiempo o siquiera
interés de revisarlas?

Contreras menciona selfies espectaculares, como las de los astronautas que se han
captado a sí mismos en el espacio exterior, con la Tierra de trasfondo. Otros pueden ser
comprometedores. Cuando Obama alargó el brazo para retratarse con la primera
ministra de Dinamarca, aparentemente desató la ira de su esposa. Esto revela que lo más
significativo de la selfie no es la imagen en sí, sino el hecho de tomarla.
Estamos ante una nueva manera de marcar el territorio.

Si los gatos comienzan el día oliendo las fragantes noticias que otros animales han
dejado en el entorno, el cibernauta lo comienza viendo fotos donde lo decisivo no es la
cara de Chacho, sino la sorpresa de que esté en Paraguay o de que se haya vuelto a
retratar junto a Lupita.

El sentido más desarrollado en el ser humano es la vista. Las selfies comienzan a tener
entre nosotros la misma importancia que las secreciones tienen para los olfativos
castores.

El espectáculo del yo, como atinadamente lo llama Contreras, difunde la apariencia de


una persona y diluye lo que lleva dentro.

El rostro se vuelve una cita de sí mismo, una rúbrica, una mancha de identidad.

En su ensayo sobre el graffiti, Norman Mailer señaló que esos muralistas se sirven del
spray para decir: “Estuve aquí”. A través de un seudónimo, muchas veces indescifrable,
dejan la huella de una presencia. Su identidad no tiene por qué ser conocida; disuelven
su yo para transformarlo en alias.

Algo parecido ocurre con la selfie. Nadie busca ahí un espejo del alma. En su
avasallante reproducción, las facciones son ajenas a la psicología; representan un eficaz
emblema, el alias de una especie que marca el mundo con su cara.

Copyright Juan Villoro, 2014.

http://www.clarin.com/edicion-impresa/selfie-forma-escribano-mismo_0_1115288565.html

Opinión

Tribuna

Ahora la gente se suicida por Twitter


Por Alberto Amato Periodista

29/03/14

Es un costado inesperado para el boom de lo que, con tono pretencioso, hemos dado en
llamar redes sociales y a las que les adjudicamos poderes bienhechores y casi
milagrosos.

La tecnología que marcha a pasos más veloces que nuestra ética y que algunos de
nuestros principios morales, el boom ya un poco caduco de Internet y los smartphones
con horno autolimpiante y conexiones a Plutón, no han podido acabar con la angustia
existencial. La han hecho pública, eso sí; le han quitado el velo de recato y de pudor
que hacían de esa angustia un hecho íntimo, privado y silencioso y la han metido en el
circo desfachatado y fatuo de la foca con la pelota en la nariz. Patéticos, sí, pero
acompañados.

Eso no es todo.

Los seres queridos del suicida hacen público su dolor, por Twitter, claro, y también
lo despojan de su decoro último, de su muerte mínima y personal, del último vestigio de
su vida. Ese impulso narcisista, que no puede tener más de ciento cuarenta caracteres,
queda tallado en Twitter, a modo de lápida virtual y termina por ser una carcajada del
dolor, una fantochada de la tragedia.

Los allegados a la víctima ventilan por Twitter sus intereses en pugna, o su afán por
menguar las penas, o por figurar; describen los trapos sucios, las zancadillas, sospechas
y diatribas que traman o padecen.

Todo se ventila en el gran carnaval tecnológico en el que la privacidad, para que


exista, debe hacerse pública. El dolor que no se expresa en Twitter, no es dolor. No se
trata de buscar a un confidente, sino de saber cuántos son los seguidores. En la cantidad
está el alma.

Cierta prensa se nutre de Twitter y nutre a Twitter -el monstruo pide y pide. Así quedan
de lado principios básicos del buen ejercicio del periodismo, salir a la calle por
ejemplo, y de ciertas normas también elementales que apuntan a no hacer del suicidio
una tendencia. El festival de buitres tiene, eso sí, un aura de seriedad y cientificismo
indispensables para salvar las apariencias. “ Seamos respetuosos, pero ¿cuántos nudos
tenía la soga?

” Patéticos, sí, pero con lustre.

El drama humano de la muerte dejó ya la esfera existencial y trepó veloz al mundo de


las bambalinas y el neón. La realidad está mucho más cerca de la ficción porque así se
digiere mejor y entra veloz en el turbión de los recuerdos. Telón. Ya fue.

Pero no se evita el pasado olvidándolo. Hay que anotar en la contabilidad de las redes
sociales este aporte, levemente siniestro, a la mediocridad, este elogio a la decrepitud,
esta apología del asco. Todo en no más de ciento cuarenta caracteres.

http://www.clarin.com/opinion/Ahora-gente-suicida-Twitter_0_1110489030.html

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