Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
tribuna
06/04/14
En 2013, el Diccionario Oxford escogió como palabra del año a selfie, no por méritos
eufónicos o etimológicos, sino porque describe una nueva forma de comportamiento:
el autorretrato digital.
El rostro tiene ahí una función notarial, es el sello que certifica que estuviste en los
100 años de la abuela, la Torre Eiffel o el maratón de Nueva York.
Contreras menciona selfies espectaculares, como las de los astronautas que se han
captado a sí mismos en el espacio exterior, con la Tierra de trasfondo. Otros pueden ser
comprometedores. Cuando Obama alargó el brazo para retratarse con la primera
ministra de Dinamarca, aparentemente desató la ira de su esposa. Esto revela que lo más
significativo de la selfie no es la imagen en sí, sino el hecho de tomarla.
Estamos ante una nueva manera de marcar el territorio.
Si los gatos comienzan el día oliendo las fragantes noticias que otros animales han
dejado en el entorno, el cibernauta lo comienza viendo fotos donde lo decisivo no es la
cara de Chacho, sino la sorpresa de que esté en Paraguay o de que se haya vuelto a
retratar junto a Lupita.
El sentido más desarrollado en el ser humano es la vista. Las selfies comienzan a tener
entre nosotros la misma importancia que las secreciones tienen para los olfativos
castores.
El rostro se vuelve una cita de sí mismo, una rúbrica, una mancha de identidad.
En su ensayo sobre el graffiti, Norman Mailer señaló que esos muralistas se sirven del
spray para decir: “Estuve aquí”. A través de un seudónimo, muchas veces indescifrable,
dejan la huella de una presencia. Su identidad no tiene por qué ser conocida; disuelven
su yo para transformarlo en alias.
Algo parecido ocurre con la selfie. Nadie busca ahí un espejo del alma. En su
avasallante reproducción, las facciones son ajenas a la psicología; representan un eficaz
emblema, el alias de una especie que marca el mundo con su cara.
http://www.clarin.com/edicion-impresa/selfie-forma-escribano-mismo_0_1115288565.html
Opinión
Tribuna
29/03/14
Es un costado inesperado para el boom de lo que, con tono pretencioso, hemos dado en
llamar redes sociales y a las que les adjudicamos poderes bienhechores y casi
milagrosos.
La tecnología que marcha a pasos más veloces que nuestra ética y que algunos de
nuestros principios morales, el boom ya un poco caduco de Internet y los smartphones
con horno autolimpiante y conexiones a Plutón, no han podido acabar con la angustia
existencial. La han hecho pública, eso sí; le han quitado el velo de recato y de pudor
que hacían de esa angustia un hecho íntimo, privado y silencioso y la han metido en el
circo desfachatado y fatuo de la foca con la pelota en la nariz. Patéticos, sí, pero
acompañados.
Eso no es todo.
Los seres queridos del suicida hacen público su dolor, por Twitter, claro, y también
lo despojan de su decoro último, de su muerte mínima y personal, del último vestigio de
su vida. Ese impulso narcisista, que no puede tener más de ciento cuarenta caracteres,
queda tallado en Twitter, a modo de lápida virtual y termina por ser una carcajada del
dolor, una fantochada de la tragedia.
Los allegados a la víctima ventilan por Twitter sus intereses en pugna, o su afán por
menguar las penas, o por figurar; describen los trapos sucios, las zancadillas, sospechas
y diatribas que traman o padecen.
Cierta prensa se nutre de Twitter y nutre a Twitter -el monstruo pide y pide. Así quedan
de lado principios básicos del buen ejercicio del periodismo, salir a la calle por
ejemplo, y de ciertas normas también elementales que apuntan a no hacer del suicidio
una tendencia. El festival de buitres tiene, eso sí, un aura de seriedad y cientificismo
indispensables para salvar las apariencias. “ Seamos respetuosos, pero ¿cuántos nudos
tenía la soga?
Pero no se evita el pasado olvidándolo. Hay que anotar en la contabilidad de las redes
sociales este aporte, levemente siniestro, a la mediocridad, este elogio a la decrepitud,
esta apología del asco. Todo en no más de ciento cuarenta caracteres.
http://www.clarin.com/opinion/Ahora-gente-suicida-Twitter_0_1110489030.html