Você está na página 1de 2

Antes de escribir las líneas que vienen a continuación, tengo que reconocerme como un fiel

admirador del filósofo, poeta, profesor de literatura y entrevistador Cristián Warnken Lihn,
ya que en mi juventud me inspiró –como de seguro a muchos más- ver por televisión su
mítico programa La belleza del pensar, que luego pasó a tener diversos nombres por
cuestiones nimias de derechos y rencillas televisivas. En mis años alejado de Chile seguí
viendo sus entrevistas, una a una creo que las vi todas, o al menos casi todas que se
retransmitían en el sitio otrocanal.cl. Recuerdo en estos momentos entrevistas emblemáticas
como las que realizó a Varela, Serres, Tellier o a Roberto Bolaño en su vuelta a Chile.

Pero en mi vuelta a Chile allá por el año 2015 me percaté que la figura de Warnken estaba
lejana a lo que yo pensaba era su presencia en el medio local, y es que según sus propias
palabras no quiso “venderse al mercado” y eso a la larga le pasó la cuenta y su mítico
programa televisivo terminó pasando al basurero de las buenas ideas.

Le podemos echar la culpa a los medios, que cada día se preocupan más del beneficio
monetario que al contenido, o podemos decir que Warnken fue el último de los héroes que
batalló contra un sistema desgarrador y calculador que no le importan las buenas
intenciones, ni el contenido cultural ni mucho menos el porvenir de las neuronas de las
próximas generaciones, sino que el bolsillo de un par de tipos y nada más.

Pero también hay otro presunto culpable: el mismo Warnken. Este es el argumento más
difícil de demostrar en este juicio, motivo por el cual lo elijo. El compositor Gustav Mahler
le dijo una vez a su esposa Alma, cuando esta le preguntó por el motivo que defendía con
tanto ahínco a un joven Arnold Schönberg, el músico le respondió: “A menudo no lo
entiendo, no lo puedo entender, pero yo soy viejo, y él es joven -entonces él tiene la razón.”

Warnken en una entrevista afirmó haber apoyado a Jorge Sharp el joven alcalde de
Valparaíso en las elecciones, pero luego no siguió apoyando al Frente amplio y eligió
apoyar a una senadora luchadora, inteligente y con buenas ideas como Goic, pero que
defendía las banderas del partido político más vilipendiado de los últimos tiempos en la
política chilena. Eso si lo llevamos al plano de lo meramente político, pero al ser un
intelectual y no un político ni comentarista de programas coyunturales ni nada de eso, no
podemos criticarle su tendencia cual sea que esta sea, pero sí podemos criticarle algo: no
supo leer los nuevos tiempos.

Cuando Warnken salió de la pantalla argumentó una y mil veces que le querían cambiar el
formato de su programa, que los comerciales, que las nuevas tendencias y un sinfín de
alegatos, lo que se leía entre líneas era que él no estaba dispuesto a seguir la televisión del
siglo XXI y que por esto prefería amarrarse la piedra y sumergirse en las profundas aguas
del anonimato, o a contentarse con su columna del Mercurio o conformarse en impartir sus
conocimientos en charlas organizadas por ricas mineras… en el fondo caminos muy
similares.

Lo que Warnken nunca tomó en cuenta es que para muchos chilenos, entre los cuales me
incluyo, él era una tenue antorcha que brillaba en un mar de mediocridad intelectual, una
pequeña voz que apenas se sentía en una muchedumbre mediocre, futbolera, fiestera,
ignorante. Así se fue hundiendo lentamente como la Esmeralda, el último intelectual
televisivo de esta angosta faja, el último de los que más que figurar en sus entrevistas
quería ensalzar al invitado, el último mateo de lentes que se preocupaba por conocer la obra
del que estaba sentado en su mesa de vidrio con fondo oscuro, el último admirador de
Pivot, el último chileno que entrevistó a Bolaño en su país natal.

Como vivimos en un país con tendencia a lo lastimero, muchos me dirán: -no trates de esa
forma al pobre Cristián-, o -que te ha hecho este tipo para que lo trates así – o también –¿y
tú a quien le has ganado?- (como trató hace algunos días un ex candidato presidencial a un
escritor chileno -y así un innumerable mar de críticas, pero yo que me siento un admirador
de su persona y su legado, y que no soy asiduo a pegar palmetazos en la espalda le diré la
verdad que nadie -quizá- se atreve o se atreverá a decirle: y es que nos has defraudado
Cristián, muchos pusimos en ti nuestra última esperanza y nos dejaste botados, muchos que
soñábamos con algún día ser alguien mínimamente respetado en este país y que tu
productora nos llamara alguna tarde de invierno lluvioso para decirnos –oye Warnken te
quiere entrevistar- o todos los que esperábamos los domingos por la mañana o el sábado
por la madrugada (siempre los peores horarios) tu nuevo programa. Ya no nos queda más
que la esperanza de pasar a sumergirnos en el mar del anonimato, o a terminar siendo
entrevistados en algún sitio cultural transmitido en la web que lo verán con suerte tres
pelagatos, o siendo entrevistados por Franzani, Alfredo Lamadrid o el pollo Valdivia. ¿Por
qué si no quien más nos queda? …¿Diana Bolocco? ¿dr. File? ¿Villegas? ¿Federico
Sánchez?……¿Baradit?…¿Baradit?

Bromas, sarcasmos y anhelos aparte, Cristián Warnken ha dejado un gran vacío en la


pantalla chica, una figura que mostraba semana a semana a grandes intelectuales de
diferentes áreas: científicos, escritores, poetas, dibujantes, actores y todo aquel que estaba
realizando un aporte para nuestra nación, para nuestra cultura. El gran desafío de los
intelectuales chilenos es llenar de alguna forma ese espacio, y sobre todo conectar con las
nuevas generaciones, para encantarlos de alguna forma con la literatura, con la ciencia, con
la poesía. Y no dejar a los jóvenes a la deriva con los únicos ídolos que le van quedando en
una nación alicaída intelectual y emocionalmente: lo futbolistas.

Si por esas fechorías de la vida, esas encrucijadas inexplicables de la web, o simplemente


por fortuna llegaras a leer este artículo simplón y mal redactado, espero no ganarme tu
desprecio, ni mucho menos que te humilles a responderme, lo único que te pediría es que te
sientes unos segundos a meditar sobre estas humildes palabras y de una vez por todas
salgas del baúl, del cómodo sillón de La escondida, de tu oficina en el diario y que por
favor tomes el papel que te corresponde. Sino como algún día escribió Bolaño: ni Dios nos
va a salvar.

Rodrigo Ertti.

Você também pode gostar