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Jerome Baschet.

Segunda parte: estructuras fundamentales de la sociedad


medieval.

V: MARCOS TEMPORALES DE LA CRISTIANDAD.


Si el tiempo es la sustancia misma de la historia, conviene convertirlo en uno de los objetos de investigación
histórica para desnaturalizarlo y determinar las normas sociales aprendidas.
La realidad de la edad media es en todos los sentidos opuesta a la nuestra, pues ignora el tiempo unificado,
acelerado y sincopado del mundo moderno. Tenían una concepción del tiempo diferente a la nuestra y se
interesaban en él a su modo.

UNIDAD Y DIVERSIDAD DE LOS TIEMPOS SOCIALES

Mediciones del tiempo vivido.


Le Goff, dice que “las mediciones del tiempo y del espacio son un instrumento de dominación de la mayor
importancia. Quien las controla aumenta su poder sobre la sociedad”. La iglesia ha sido la gran vencedora.
La lenta adopción de la era cristiana indica que occidente se constituye en una unidad, bajo la forma de
cristiandad. Sin embargo, siguieron vigentes por mucho tiempo los sistemas cronológicos inspirados en la
antigüedad pagana. En el año 525, Dionisio el pequeño, un monje oriental instalado en roma, al juzgar el
sistema en vigor tomaba como punto de referencia el reinado de Diocleciano y honraba la memoria de un
tirano, decide calcular los años a partir del nacimiento de Cristo. Es también el canal por el cual se difunde la
era cristiana.
Pero no es sino durante los siglos XI y XII que se generaliza su uso en occidente. La practica de contar los años
aparece, a partir del siglo XI, como una de las muestras mas evidentes de la unidad de la cristiandad, lo que
estableció una diferencia clara con respecto al calendario musulmán, cuyo año de referencia es la hégira
(migración de Mahoma de La Meca a la a Medina).
Si el año de referencia del calendario unifica a la cristiandad desde el siglo XI, persiste una extrema diversidad
en la elección del día que inaugura cada año nuevo. Desprovisto de cualquier valor cristiano, el primero de
enero, adoptado en la antigüedad, cae en desuso a pesar de la persistencia de los ritos y la costumbre.
Coexisten varios “estilos cronológicos diferentes”. Por lo tanto, si los diferentes estilos de calendarización se
refieren a hechos esenciales para la historia de la salvación y manifiestan el carácter cristiano de los marcos
temporales, su rivalidad es muestra de la fragmentación política de la Europa feudal, a tal extremo que
coexisten dos años diferentes en un mismo reino.
La edad media vive con el calendario establecido por Julio César, un año de 365 días. Si el año se divide en
12 meses, de acuerdo con el sistema antiguo, una innovación decisiva es la introducción de la semana,
calcada del modelo bíblico de los siete días de la creación del mundo. La semana reviste una importancia
extrema, constituye la base del sistema litúrgico. La importancia del “día del señor”, que se convertirá en un
elemento determinante para el ritmo de la vida. La edad media experimentara una dualidad entre seis días
de actividades, y el séptimo día de descanso para hombres y Dios.
Aunque no se ignora las 24 horas del día romano, estas no son objeto de uso práctico. Sucede lo contrario
con las ocho horas canónicas. Las campanas de los monasterios y las iglesias anuncian a todos las horas
canónicas, ya que corresponden a los rezos que marcan el ritmo de la jornada de los clérigos. Pero las
campanas también regulan la labor de los campesinos, al igual que las actividades de las poblaciones en las
ciudades.
La alternancia tajante entre el día y la noche es evidente para todos. La noche es un tiempo de miedos reales
y de miedos espirituales. Al ser un objeto de inquietudes, la noche puede ser un momento privilegiado para
encontrarse con dios.

Ciclo litúrgico y dominio clerical del tiempo.


La edad media no conoce un tiempo unificado, un “tiempo universal”. Prevalece una diversidad de tiempos
sociales, marcados y diferenciados unos de otros. El papel principal hay que atribuírselo al tiempo clerical,
que es el de la liturgia y que se impone sus referencias a todos. La estructura del ciclo anual se establece
desde el siglo VII.
El calendario litúrgico se estructura en función de las grandes festividades crísticas (navidad, pascua,
anunciación, semana danta, domingo de resurrección, etcétera). El ciclo crístico se concentra en los meses
de noviembre y mayo, época invernal, mientras que el tiempo de las grandes actividades agrícolas esta mas
despejado de festividades religiosas. El calendario litúrgico es una creación notable de la Iglesia medieval,
que se lleva a cabo sin la menor justificación bíblica. El tiempo litúrgico impone en numerosos aspectos de
su vida: determina ritmos de las labores y del descenso, de la alimentación, y también de la sexualidad.
Aun así, el calendario litúrgico sigue marcado por tensione, debido a sus vínculos con el calendario astrológico
y con los ciclos festivos agrarios.
El éxito de las fiestas cristianas se explica por esas coincidencias con los ritmos naturales y agrícolas. La iglesia
niega tales concordancias. El ciclo litúrgico deja ver una relación ambigua con los ritmos naturales y agrarios.
Toma en cuenta las realidades de la vida campesina, pero pretende trasladarlas a otro plano, mas espiritual.
Es por ello por lo que existe una fricción entre el calendario de la iglesia y el calendario agrario del mundo
rural.
Sobreponer las celebraciones cristianas a los ritos paganos y al ciclo natural resulta un instrumento eficaz de
evangelización e imposición del sistema eclesial.
El tiempo agrícola concierne a la inmensa mayoría de la población medieval. Para los campesinos, los ritmos
de la vida estas ligados a la naturaleza y a los ciclos solares. Se trata de un tiempo cíclico, perturbado por
variaciones climática y meteorológicas, y por lo tanto cargado de singularidades e imprevistos. Cada año se
reproducen los mismos fenómenos esenciales, lo que permite la repetición de las mismas actividades. Este
tiempo es parcialmente compatible con el tiempo litúrgico de la iglesia. El tiempo agrícola será o se intentará
integrarlo al tiempo litúrgico. La iglesia otorga un lugar modesto y sumiso al tiempo de las actividades
agrícolas y laicas, para incluirlas mejor en el tiempo dominante de la sociedad cristiana.
El tiempo señorial es introducido en los marcos del tiempo clerical. Las actividades que marcan el ritmo de
la vida señorial se inscriben en el calendario cristiano. Las fiestas aristocráticas y reales se organizan el día de
la fiesta de pentecostés. Y los días de recaudaciones se santifican mediante la elección de festividades
importantes.

Tiempo de la iglesia y tiempo del mercader.


El tiempo en las ciudades introduce diferencias notables en relación con el tiempo de la iglesia, de los señores
y de la tierra. Las actividades artesanales y comerciales no están sujetas al ritmo de estaciones. Es en la ciudad
que el reloj mecánico público se extenderá por toda europea durante el siglo XIV. A pesar e las
imperfecciones, ya se dispone de un tiempo aritmético formado por unidades iguales, cuya influencia se
acrecienta con la aparición de los relojes privados en la segunda mitad del siglo XIV. El reloj mecánico es un
invento extraordinario, asociado con un nuevo tiempo social: el del trabajo artesanal, que tienen la necesidad
de una indicación precisa y especifica que permite marcar el principio y el final de las actividades cotidianas.
Los inicios del trabajo asalariado hacen necesaria una medida horaria mas o menos precisa. Esta será objeto
de múltiples conflictos. Los relojes urbanos son responsabilidad de las autoridades comunales.
La difusión de los relojes mecánicos cuestiona el monopolio de la medición del tiempo, que hasta entonces
detenta la iglesia. Le Goff ha analizado la aparición de un conflicto entre el tiempo de la iglesia y el tiempo
de los mercaderes: “esos relojes públicos que se alzan por doquiera frente a los campanarios de las iglesias
representan la gran revolución del movimiento comunal en el plano del tiempo”. Pero entre ambos tiempos
se constata cierta coexistencia o al menos una suave transición. El primer reloj mecánico del que se tiene
registro es en el reino de Francia esta en el campanario de la catedral de Sens, y la mitad de los relojes del
siglo XIV se construyeron para las catedrales.
Sin embargo, el desarrollo de los relojes mecánicos marca la aparición de un tiempo unificado, mensurable,
y breve, ligado a las formas de vida urbanas y a la prehistoria de salariado. Este tiempo permanece incierto
en gran medida, y los relojes con frecuencia son defectuosos. También sigue siendo un tiempo mal unificado,
porque aun cuando las horas marchan con mayor o menor regularidad, todavía falta saber cual es su punto
de referencia. Carlos el sabio intento llevar a cabo una unificación, cuando ordeno que todos los relojes del
reino de Francia marcaran la misma hora que la de su palacio. Por último, el reloj mecánico y las experiencias
sociales que se le asocian acentúan el sentir del paso del tiempo. Cuanto mas se va midiendo el tiempo, mas
precioso parece.
El conflicto entre el tiempo de la iglesia y el tiempo de los mercaderes se manifiesta de otro modo. La iglesia
condena las actividades de éstos, es especial los préstamos con intereses, calificados de usura. Según la
iglesia, el prestamista es un perezoso que se enriquece mientras duerme. Y ya que no produce nada, ni
riqueza, ni bien alguno, no hace mas que vender el tiempo. Pero el tiempo sólo le pertenece a dios, de manera
que al vender lo que no es suyo, el usurero comete a la vez un robo, un pecado grave y una ofensa al creador.
Este problema ilustra la hostilidad con la que la iglesia considera las actividades de mercaderes y usureros,
siguiendo a las sagradas escrituras, que oponen a dios y a Mamon (el dinero), dos amos a quienes nadie
puede servir a la vez. Esto lo explica la permanencia de una importante corriente anticapitalista en la iglesia
católica. Tratándose de la usura, la posición de la iglesia medieval consiste en una condena reiterada
invariablemente por los teólogos, los concilios y el derecho canónico. Al identificarse como un robo, la usura
es un pecado grave. Los eclesiásticos señalan que la moneda fue hecha para favorecer el intercambio de
bienes: en ese caso es legítima; en cambio, utilizarla para engendrar dinero es una perversión contra natura.
La condena será brutal. Los teólogos afirman que el préstamo se tolera en ciertos casos.
La iglesia, sin embargo, le ofrece al usurero una salvación: restituir todos los beneficios de la usura. Durante
los últimos siglos de la edad media, la iglesia mantiene la presión para obtener tales restituciones. Pero desde
el siglo XIII, el purgatorio entreabre otra salida para el usurero: a condición de que se confiese y así obtener
la salvación de un periodo de sufrimiento en el fuego purificador.
En resumidas cuentas, la actitud de la iglesia permite ciertas practicas usureras. La combinación de una
tolerancia marginal y de una condena pesada en principio permite ciertas prácticas usureras, sin traicionar
los principios que la condenan.
En resumen, en la edad media prevalece un tiempo cíclico, ligado a la naturaleza y a las actividades agrícolas
que dependen de sus ritmos. Pero el tiempo dominante de la cristiandad es el tiempo litúrgico: el calendario
litúrgico: el calendario litúrgico no solo es una creación de la iglesia medieval, sino también una forma de
asumir un tiempo cíclico que se superpone al tiempo natural y agrícola, pero lo reformula transfiriendo su
control a la iglesia. El tiempo urbano de los relojes mecánicos es un primer cuestionamiento al tiempo de la
iglesia, muy parcial, pues solo concierne al ritmo del día, y la iglesia lo acepta.

ANTIGUEDADES DEL TIEMPO HISTORICO

Historia lineal y “círculo del año”


El tiempo para los clérigos de la edad media es historia, y esta historia tiene un sentido, recuerda Legoff. Y si
Marc Bloch afirma que el cristianismo es una religión de historiadores porque los sucesos fundacionales del
cristianismo, el nacimiento y la crucifixión de Jesús, constituyen hechos consignados y suscitados en un
tiempo histórico. Se puede observar que todos los esfuerzos por calcular el verdadero año del nacimiento de
cristo tienen sentido porque pretenden dar respuesta a las exigencias de un tiempo histórico y de una
cronología precisa y verificable.
Por otra parte, el tiempo cristiano es un tiempo lineal que se despliega desde un inicio, pasando por el
nacimiento de cristo, que modifica el curso de la historia al ofrecer a los hombres la redención. Este tiempo
lineal también tiene una orientación. Creer en el juicio final, que marcara el fin de los tiempos e inmovilizara
el universo y a los seres en la eternidad, es un punto doctrinal indiscutible. La historia de la humanidad se
divide por ende en dos épocas: la del antiguo testamento; y luego por la del nuevo testamento, iniciada con
el sacrificio de cristo. Esta división binaria es fundamental. La oposición de los dos testamentos se declina en
diversas dualidades: confrontación de la Sinagoga y de la Iglesia, de la ley y de la gracia, de adán y cristo.
Por último, san Agustín lega a la edad media una segmentación de la historia en 6 épocas, relacionadas con
los seis días de la creación y con las edades de la vida humana. Las edades del mundo se extienden de Adán
a Noé, de Noé a Abraham, de Abraham a David, de David al cautiverio en Babilonia, del cautiverio al
nacimiento de Cristo y finalmente, de Cristo al fin de los tiempos, culminando así con la inmovilidad de la
eternidad, de la misma manera que el descanso del séptimo día sigue a los seis días de la creación. En esto
se puede ver la visión lineal de la historia, haciendo sentir una progresión de las edades de la vida, que
comprende un inicio y un final.
Las concepciones cristianas introducen una ruptura en relación a las concepciones antiguas. En la
antigüedad prevalece una visión cíclica del tiempo, donde se repite en un eterno retorno. Los antiguos no
percibían el mundo a través de las categorías de cambio, sino como en una realidad estática o como un
movimiento circular. Es contra esta visión cíclica que san Agustín elabora una nueva concepción del tiempo.
Proclama la falsedad del tiempo cíclico, ya que negaría la aparición única de cristo en un momento histórico
preciso y sin repetición posible. Opone este tiempo al tiempo “recto” de Dios. Sin embargo, esto tiene
limitaciones. Al situar la realidad presente en la sexta y ultima época, indica que no puede producirse nada
nueva hasta el Juicio Final.
Un pensamiento cíclico del tiempo es así una forma de englobar diferencias accidentales dentro de una
identidad esencial. Pero esta concepción puede asumir la aparición de ciertas diferencias, dando lugar a una
visión en espiral.
En el cristianismo se combinan dos tiempos de tiempos: el tiempo lineal de la historia que avanza
ineluctablemente hacia un suceso singular.; y el circulis anni de la liturgia que repite las mismas fiestas cada
año. El tiempo litúrgico revive cada año los sucesos fundadores de la vida de cristo y de los santos.
Periódicamente, vuelve a hacer presente un pasado siempre idéntico a sí mismo. El ciclo litúrgico manifiesta
un tiempo repetitivo. El tiempo de la Grecia antigua es inmóvil. El tiempo lineal cristiano no está resguardo
de los sectores del tiempo cíclico, que en parte se imponen a él.
Conviene ir mas a la de las temporalidades cíclicas y lineales. Koselleck propuso que la concepción del tiempo
se estructura por la tensión entre el “campo de experiencia” y el “horizonte de espera”. Las diferentes formas
de articular experiencia y espera trazan 3 configuraciones en el curso de la historia occidental. En la
antigüedad los ritmos cíclicos de la naturaleza y de las labores agrícolas imponen su marca en las
representaciones del tiempo histórico. El tiempo es entonces lo que retorna. Y el horizonte de la espera se
superpone con el campo de la experiencia: el futuro no es más que la repetición del mundo de los
antepasados. La sociedad medieval, presenta una configuración desdoblada. Visión de una historia lineal con
un horizonte de espera inédito. Este horizonte proyecta siempre el mas allá y se asocia con la preocupación
por el destino en el otro mundo, mientras que, en el plano terrenal, el campo de la experiencia domina.
Luego, en el siglo XVIII se da origen a las nociones fundadoras de la modernidad: progreso, revolución.

Pasado idealizado, presente despreciado, futuro anunciado


El pasado, conviene indicar que el tiempo de la memoria oral permite remontarse alrededor de 100 años
atrás. Ese lapso forma el tiempo de los modernos, antes del cual se extiende, fuera del alcance de la memoria,
el tiempo de los antiguos. Es ese ultimo considerado mejor que el presente, que la edad media busca su ideal.
Es el pasado el tiempo de la tradición. En una sociedad apegada a las costumbres, lo que debe ser es lo que
ha sido ya, lo que han vivido los antepasados. Toda realidad presente se legitima en relación con un fundador.
El papa, por ejemplo, basa su poder en la preeminencia de San Pedro y un emperador que se considera
sucesor de la antigua roma. La tradición es una construcción que se elabora en el presente y que con
frecuencia permite justificar realidades nuevas o recientes. Pero lo que caracteriza al sistema de tradición es
el hecho de que no puede aceptarse ninguna practica se está no se percibe como la repetición de una
experiencia antigua. Así, durante la edad media, todo esfuerzo por reformar o transformar la realidad social
debe arecer como un retorno al pasado fundador. La formación del imperio carolingio no es una innovación,
sino una renovación, una restauración del imperio romano. La llamada reforma gregoriana no pretende crear
un nuevo orden, sino restaurar la pureza evangélica de la iglesia primitiva, como lo expresan tantas
referencias arquitectónicas y artísticas. Los movimientos de reforma se presentan siempre como un esfuerzo
por regresar a la pureza perdida de la regla original.
El gusto por los retornos, las renovaciones y los renacimientos se manifiesta como un aspecto característico
de la visión medieval, de tal manera que el renacimiento del siglo XVI tendría que verse como la continuación
de esa percepción. Aquí, la larga edad media debe prolongarse hasta mediados del siglo XIX, momento en
que la modernidad comienza a asumirse plenamente. En cambio, el momento en que la modernidad “pura”
alcanza su punto culminante, rompiendo con el espíritu de los renacimientos. Damos por sentado que el
cambio se piensa como un retorno o un renacimiento, mientras que en la modernidad se piensa como un
progreso o una revolución.
En la misma medida en que la edad media idealiza el pasado, desperdicia el presente. La percepción medieval
de la historia es la de un ocaso o una decadencia. “Los hombres de la antigüedad eran bellos y grandes; ahora
no son mas que niños y enanos”. “Hoy todo se ha vuelto distinto, el amor se ha vuelto frio, el mal ha triunfado.
Los milagros han cesado y la suerte del historiados consiste solo en describir crímenes de todo tipo”. La idea
de que ya no hay tantos milagros es una afirmación recurrente durante la edad media. Este sentimiento de
decadencia y envejecimiento esté ligado a la espera escatológica y la proximidad de los desordenes del fin
de los tiempos. “el tiempo del anticristo se aproxima”. Señalar una novedad es una forma de descalificación.
El futuro pesa de forma aplastante. El nuevo testamento fija el termino de la espera: los desordenes del fin
del mundo, el Juicio Final y luego una eternidad. Este futuro se experimenta como un futuro próximo, incluso
inmediato, aunque sea decidido para el funcionamiento de la institución eclesial que no se fije la fecha. Desde
el punto de vista de la iglesia, puede afirmarse que el mundo avanza hacia su fin y nada puede esperarse del
futuro salvo la realización de una escatológica anunciada. La iglesia medieval condena las practicas
adivinatorias y todas las actividades de adivinos y ancianas que pretenden revelar el futuro. Este se califica
como “secreto de Dios” y sólo la iglesia esta en condiciones de interpretarlo en forma legítima y con la
prudencia necesaria.
Si bien la adivinación tiene por objeto prever los sucesos en el corto plazo está no afecta la concepción mas
amplia del devenir histórico. Según la visión de san Agustín “todo lo que pasa en esta tierra puede repetirse
y en sí carece de importancia, pero esta experiencia demuestra ser única y de extrema importancia en la
perspectiva del mas allá y del Juicio Final”, de tal modo que el futuro se oponía a las historias empíricas. El
futuro terrenal humanidad se perfila como una repetición de la experiencia pasada, mientras que la espera
de un horizonte nuevo se proyecta en la escatología. El futuro exige un control estricto.

Un tiempo semi histórico.


El análisis revela una gran ambivalencia debida a la coexistencia de diversas configuraciones de los tiempos
históricos en la edad media. En primer lugar, el horizonte de espera y el campo de experiencia se traslapan
en lo esencial. Predomina un tiempo que retorna y pretende repetirse, que desprecia el presente y valora el
regrao a un pasado que se considera mejor. Su representación por excelencia es la Rueda de la Fortuna.
Sobre la rueda acciona un hombre asciende hacia la cúspide del poder y apenas a alcanzado su meta, se ve
expulsado de su trono. Así, el que se eleva será bajado y el que esta abajo se elevará. Hacer hincapié en la
inestabilidad y la vanidad de las cosas terrenales, la rueda propone la imagen de un tiempo que conduce de
nuevo a lo mismo. Esta visión circular del tiempo raya en la percepción de un tiempo inmóvil, pues los
ascensos y los descensos de la rueda de la fortuna parecen desdeñables. El tiempo que retorna se transforma
en un tiempo que no pasa.
La diferencia entre ambos tiempos tiende a borrarse, dando lugar finalmente a un sentimiento de
atemporalidad.
El tiempo cristiano lineal e irreversible, dominado por el horizonte de espera, no es mas que un aspecto del
tiempo medieval. Se inscribe en la perspectiva escatológica y tiende a detener la historia humana, a
inmovilizarla a la espera del fin de los tiempos. Se advierten indicios de transformación que se apartan de la
visión dominante del tiempo. En resumen, de la coexistencia de esas diferentes percepciones del tiempo
histórico deriva una dualidad de la concepción del mundo. El tiempo irreversible de la historia mina al tiempo
semi histórico que combina en el plano terrenal un poco de tiempo irreversible y una gran cantidad de tiempo
repetitivo.

LIMITES DE LA HISTORIA Y PELIGROS DE LA ESCATOLOGÍA.

La escritura de la historia
El saber histórico es importante para una cultura fundada en la memoria y que sitúa en el pasado sus
referencias fundamentales.
La crónica universal parece dar cuerpo a la historia cristiana lineal. Sin embargo, esto dista mucho de ser así,
puesto que una cronología unificada, fundada en el nacimiento de Cristo no se impone sino muy tardíamente.
La historiografía medieval la ignora: la mayor parte de las crónicas universales se organiza en función de la
sucesión de los emperadores. Pero, poco a poco, se generaliza el uso de la encarnación. Para alcanzar esta
se necesita un gran esfuerzo que permita establecer genealogías reales, imperiales, y pontificales, lista de
soberanos y de grandes personajes para fechar con precisión. Los historiadores medievales se convierten en
virtuosos de la cronología.
La historiografía medieval enfrenta limitaciones. Las bibliotecas carecen de textos, las obras circulan muy
poco. Las fuentes también son escasas. En consecuencia, los libros de historia son compilaciones de obras
precedentes, complementadas con el testimonio del autor y de los contemporáneos que han podido
interrogar. Se ignora todo sobre la critica de fuentes. Si la historia es un saber que se considera importante,
no constituye un oficio de tiempo completo. Tampoco es una disciplina universitaria y ni siquiera se imparte
como una de las artes liberales. Los fines que se asignan al conocimiento histórico limitan su prestigio.
La historiografía medieval esta separada de nuestra propia concepción de la historia por una dobles ruptura:
la sistematización de las reglas de la critica de documentos históricos y la instauración de un régimen de
historicidad moderno, fundo en la separación entre experiencia y espera, que permite hacer del pasado un
verdadero objeto de estudio.
Inminencia (diferida) del fin de los tiempos
Conviene precisar que el apocalipsis no solo concierne al fin del mundo: lo leen como una recapitulación
simbólica de la historia de la salvación, donde se entremezclan el pasado, el presente y el futuro de la iglesia.
En la edad media, apocalipsis no es sinónimo de escatología. La escatología designa lo relacionado con el fin
del mundo y el juicio final, tal como lo anuncia el nuevo testamento y la tradición. El milenarismo es una
variante de la escatología, en el sentido de que es la espera de un futuro asociado con la ultima fase de la
historia universal; pero anuncia el reino de cristo en la tierra, que establecerá un orden paradisiaco de paz y
justicia para todos los hombres.
Si el apocalipsis es un texto explosivo cuya recuperación y enclavamiento exigieron prolongados esfuerzos a
los teólogos de la Edad Media, es cierto en el caso de estos versículos. Su interpretación literal, parece dar la
razón a las corrientes milenaristas y la iglesia se afano en imponer otras. El millenium es el tiempo presente
en la iglesia, reino terrenal de los justos con Cristo, a pesar de la presencia de los pecadores y los ateos que
la persiguen. No es un periodo de la historia por venir, sino su fase actual, destinada a terminar con el juicio
final.
A partir del siglo XI, otra interpretación identifica la primera resurrección con la de los justos al final de los
tiempos, de manera que al millenium se lo despoja de la temporalidad terrestre y se engloba en el juicio final.
La escatología que oficializa la iglesia se caracteriza por la espera del fin del mundo y de los sucesos
dramáticos que han de precederlo. Además de los cataclismos, es sobre todo el anticristo el que polariza la
espera. La espera escatológica al parecer ni se refuerza ni disminuye, sino parece constante si consideramos
la larga duración de la edad media.
Desde la óptica, la inminencia del fin de los tiempos no invita en absoluto a transformar las realidades
sociales, sino mas bien a hacer penitencia y renunciar a los pecados. La espera del fin del mundo es un factor
de integración social, que refuerza la dominación de la iglesia, mientras no se determine una fecha precisa o
un argumento de demasiado detallado. Pues de ser así, la escatología corre riesgo de convertirse en un factor
de desintegración, despojando a la iglesia de ese control cercano. La apuesta de la iglesia consiste mas bien
en alejar cualquier profecía fechada. Es preciso, que la iglesia conserve el monopolio de la “organización de
ese fin del mundo que no llega, de manera que pueda estabilizarse ante la amenaza de un fin del mundo
posible y con la esperanza de la parusía (retorno de cristo).

La subversión milenarista: el futuro, aquí y ahora.


Pese a todo, el esfuerzo de la iglesia es parcialmente exitoso. Las tendencias milenaristas siguen proliferando.
La esperanza milenarista no siempre adquirió matices contestatarios. Pero en la edad media central, el riesgo
crece. Una de las figuras mas importantes es Joaquín de la Fiore que cree en la inminencia del fin de los
tiempos, pero su mayor aportación consiste en dividir la historia humana en 3 épocas: la pasada, del padre,
la presente, del hijo y la futura, del espíritu, durante la cual los creyentes accederán a la plenitud de la
revelación divina.
Si bien estos escritos tendrán éxito, se van a radicalizar. Tales ideas inspiran a diferentes movimientos. Estos
denuncian a la iglesia institucional y pretendes acabar con ella para establecer otra iglesia, destinada a durar
hasta el fin de los tiempos bajo la conducción directa del Espíritu Santo. En ese momento, todos los esfuerzos
clericales por contener el peligro milenarista se vienen abajo.
El momento culminante del milenarismo se alcanza con la insurrección husita. Este anuncia que dios
aniquilaría a todos los hombres, con excepción a quienes se hubieran refugiado en el monte Tabor.
Al ser una forma de utopía medieval, el milenarismo permite la manifestación de un deseo de transformación
social radical. Puesto que se trata de un mundo en el cual la iglesia y la sociedad constituyen realidades que
se coextienden, no resulta sorprendente que la revuelta contra el orden establecido adquiera una forma
“religiosa”.
El milenarismo vuelve abrir el futuro de la historia humana, añadiendo una tercera edad a los dos
testamentos.
VI: ESTRUCTURACIÓN ESPACIAL DE LA SOCIEDAD FEUDAL

UN UNVERSO LOCALIZADO, FUNDADO EN EL APEGO A LA TIERRA

Red parroquial y congregación de los hombres en torno a los muertos.

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