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MARIANITA Y EL CUCULÍ

Esta historia me la contó un hermoso Cuculí, conoces a las palomas cuculíes

¿verdad? “cuculí, cuculí”, van diciendo. Este tenía unas hermosas plumas grises y blancas

y un mechón dorado en su cabeza.

Un día lo encontré comiendo de un abeto en el parque donde mis amigos y yo

jugábamos.

Me acerque despacio, despacito y ¡pum!,

— ¡Te tengo!, le dije.

Lo atrapé, nunca antes había podido atrapar un pájaro, era tan hermoso, ¡me lo llevaría

a casa!, ahí lo pondría en una jaula y le haría una casita.

Estaba ansiosa por enseñárselo a mis amigos, siempre quise atrapar un Cuculí, me

llamarían “Ana, la gran cazadora de pájaros”, pero su mirada tímida y asustadiza me

detuvo. Lo miré fijamente y casi pude entender lo que decía, de hecho, lo entendí, el

Cuculí quería ser libre.

— Esta bien, le dije, te dejaré libre, pero con una condición. Cuéntame una historia,

una linda, y sí me gusta, te dejaré volar en libertad. Ya que, si había algo que me

gustaba más que atrapar pajarillos, eran los cuentos.

Y es que éste, no era un Cuculí cualquiera, era especial porque hablaba.

— Te contaré la historia de cómo aprendí a hablar, me dijo.

Nos sentamos bajo un árbol, lejos de mis amigos y escuché con atención.
— Tengo que decirte que no soy el primero de mi familia que habla, dijo el Cuculí

de mechón dorado. A hablar, nos enseñó mi abuelo, y a él su tátara tátara abuelo.

Una niña nos enseñó a hablar, Marianita y esta historia es sobre ella.

Marianita era conocida en su pueblo por su alegre y bella sonrisa, se le hacían dos

hermosos hoyuelos en sus gordas mejillas cada vez que se reía, era encantadora.

La gente la veía y se preguntaba “¿qué será lo que hace a esta niña tan feliz? Yo te lo voy

a contar.

El Cuculí Amistoso

Marianita vivía un poco lejos de su escuela, bueno, muy lejos, a las afueras de su

pueblo, en un alto cerro, en la punta, ahí vivía ella, su familia y el Cuculí.

Nada más salir de casa para el colegio, el Cuculí amistoso volaba acompañando

contento a Marianita.

— Cuculí, cuculí; iba cantando

Marianita apenas lo veía llegar, corría muy rápido porque le molestaba su canto,

no quería que la alcance. Sin embargo, el hermoso Cuculí era el único que soportaba sus

quejas diarias. Por eso lo llamaba, el Cuculí amistoso.

— ¿Sabes Cuculí?, decía Marianita, hoy mi papá me puso este feo poncho

para que no me de frío; y es calientito, pero ¡es tan feo!, ¿tú qué opinas?

— Cuculí, cuculí; contestaba el pajarito, tratando de decirle que era muy

bonito, pero ella no entendía porque no hablaba el idioma pájaro.


— Lo sé, tampoco te gusta, respondía Marianita, de no ser porque realmente

me calienta, ¡lo tiraría!, decía enojada.

Se ponía roja de furia, todos los días era lo mismo, Marianita siempre tenía algo

para quejarse.

Te preguntarás ¿cómo una niña así podría llegar a ser tan feliz?, ya lo entenderás.

Un gran corazón

El otro día Marianita se quejaba de que corría demasiado viento, después de que la

leche estaba fría, de lo lejos que quedaba su casa o de lo mucho que lloraba su hermanita

bebé.

— Ay Marianita, decía el Cuculí cantando, si te fijaras un poco más en todo lo

hermoso que te rodea, serías menos gruñona y más feliz.

Marianita se quejaba tanto, pero tanto, que, si Cuculí amistoso tuviera orejas, ya las

tendría rojas de tanta palabra negativa que lanzaba Marianita cada mañana que la

acompañaba al colegio y al medio día que volvían juntos a casa.

Un día, al salir de la escuela, como de costumbre, Marianita pasó por el mercado y

vio a una niña pequeña sentada en el suelo, temblaba de frío. Pobrecilla, pensó Marianita

y se acercó.

— ¿Cómo te llamas? Le preguntó

— Yo me llamo Cielo, dijo la niña, como allá arriba, donde vive Dios, dijo contenta

señalando el cielo gris.


— ¿Y tu mamá?, ¿dónde está?, preguntó Marianita

— Justo ahí, vendiendo mantitas de lana que ella misma teje.

Marianita notó que ambas eran muy pobres y sin pensarlo se quitó el poncho abrigador y

se lo regaló a Cielo.

— Toma, le dijo, para el frío.

— ¡Oh!, exclamó Cielo, ¡gracias amiga! dijo contenta

— Me llamó Marianita, replicó ella

— Gracias Marianita, Dios es muy bondadoso. Hace un tiempo le pedí un poncho

para el frío, y hoy tu me lo regalaste, que afortunada soy, dijo la niña ¡además es

muy bonito!

Marianita no entendía como esa pobre niña podía ponerse tan feliz por un poncho viejo

¿Por qué estaba tan agradecida?, se preguntaba Marianita, tendría que averiguarlo.

¡Uy! ¡que frío!

No pasó mucho tiempo y Marianita ya se estaba arrepintiendo de haber regalado su

poncho

— ¡Qué frío hace!, decía. Después de todo ese poncho no estaba tan feo, pensaba

Marianita mientras se congelaba de frío.

Corrió y corrió para llegar pronto a casa. Iba tan rápido que el Cuculí no podía volar

tras ella, estaba muy cansado.

— ¡Cuculí, cuculí!; decía, que en idioma pájaro significa: ¡espérame por favor!
Cerca de casa Marianita volteo como queriendo despedirse del Cuculí, pero no logró

verlo, así que entró donde su mamá.

Mientras tanto el Cuculí amistoso ya estaba descansando en su abeto.

— Me muero de frío mamita, le dijo. Y le contó lo que pasó con el poncho que ahora

añoraba.

— Oh, pobre mi niña, dijo su mamá. Quien, en seguida, la abrigó y la llenó de mimos,

además le sirvió una riquísima leche caliente.

— Um, ñami, que sabrosa está, dijo Marianita feliz.

Ese día y a pesar del frío, Marianita se sintió especialmente contenta. Por primera vez

descubría lo bien que se sentía hacer algo bueno por alguien más.

— ¿Te sientes bien Marianita?, preguntó su mamá mientras le daba de comer a su

hermana y a ella.

— Si mami, respondió Marianita, es sólo, que a pesar de haber regalado mi poncho

y sentir frío, me siento feliz porque esa niña ahora podrá estar calientita.

— Hiciste una buena obra hijita, te felicito.

Desde ese día Marianita cambió, aprendió a ser más feliz, porque comprendió que

dando se reciben cosquillitas en el corazón, que te hacen sonreír y andar por ahí contento.

Amabilidad contagiosa

Como era fin de semana, la mamá de Marianita le propuso hacer pan para que el

lunes, después de clases, le lleve a su nueva amiga y a su mamá. Así lo hicieron, hasta la
pequeña bebé ayudó, se llamaba Ana, como yo, me lo dijo el Cuculí de mechón dorado a

quien atrapé, ¿recuerdas?, él me tiene que contar la historia de cómo aprendió a hablar.

— Bueno, te sigo contando, decía el Cuculí de melena dorada y prosiguió.

Al llegar el lunes, Marianita salió contenta después de clases a entregar el pan a

Cielo, a ella le encantó, su mamá le agradeció mucho. Cada vez que Marianita salía del

colegio visitaba a Cielo con su amigo, el Cuculí amistoso.

— ¿Y ese Cuculí?, preguntó un día Cielo

— Es mi amigo, decía Marianita, se llama Cuculí Amistoso

El Cuculí, como sabiendo que hablaban de él, revoloteaba y cantaba a su

alrededor.

Ese día Cielo entregó un regalo a Marianita, era una manta de lana, de las que su

mamá hace.

— Mira, mi mamá y yo te queremos regalar esto Marianita, una manta de lana

— ¡Gracias Cielo! Exclamó Marianita feliz y la abrazó.

— Es para darte las gracias por ser tan buena conmigo, y también un regalo de

despedida

— ¿Despedida dices?, ¿por qué? Preguntó Marianita

— Mi mamá consiguió trabajo en una fábrica en la ciudad, y nos vamos mañana, yo

quería esperar a verte antes de partir.

Aquel día fue triste, las dos amigas se extrañarían mucho, pero prometieron escribirse

y visitarse.
¿Y ahora?

Marianita regresó a casa muy callada, casi no hablo, el Cuculí siempre

acompañándola, respetaba su silencio.

Al día siguiente Marianita tuvo una idea, después de las tareas y antes de la cena,

saldría a conversar con el Cuculí, ¡le enseñaría a hablar!, después de todo él y Cielo eran

sus amigos más incondicionales. Y con Cielo lejos, realmente necesitaba hablar con

alguien.

Nuestra pequeña Marianita ayudaba a su mamá con los quehaceres del hogar,

levantaba la mesa, hasta le cantaba a su hermanita para que no llore. Así sus papás le

daban permiso de salir al jardín a “conversar” con el Cuculí.

— Mira Cuculí, le decía Marianita, te enseñaré a orar. Y los dos le pediremos

a Dios que puedas hablar y me ayude a enseñarte.

Los dos cerraban sus ojitos y Marianita decía: “Papá Dios, te pedimos para que hagas un

milagro y mi Cuculí amistoso pueda hablar y yo sepa enseñarle. Amén, “¡Gracias!”

Y así empezaron las clases.

Aprendiendo a decir hola

La primera lección era saludar

— Ho – la, le decía Marianita, separando las sílabas, ahora repite tú

— Cuculí, cuculí, repetía él.

— No, di hola, ho – la
— Cuculí, cuculí, seguía diciendo.

Creo que esto es inútil, pensó Marianita.

— ¿Estás bien hija?, preguntó su papá al verla pensativa durante la cena.

— No papá, me preocupa que esta palomita nunca aprenda a hablar.

— Hija, las mejores cosas se logran con paciencia, perseverancia y fe. No te

desanimes, le dijo tiernamente su padre.

Al día siguiente Marianita volvió a estar motivada, ¡no me rendiré!, se decía a sí

misma. Marianita cambió de método, ahora sólo se sentaba junto al Cuculí Amistoso y le

contaba historias, cuentos y fábulas. Poco a poco el Cuculí parecía entender lo que ella

decía, escogía el cuento que le gustaba y ella se lo contaba una y otra vez.

Un día, después de algún tiempo, Marianita salió al patio como de costumbre, el

Cuculí se acercó y dijo:

— “ Hola Marianita”

La pobre niña casi se desmaya de la impresión,

— ¡Papá, mamá, Ana!, vengan rápido, gritó, ¡El Cuculí habla!

— “Hola Marianita”, volvió a decir el Cuculí. Claro, no cómo un humano, sino

más bien como un loro, pero hablaba, ¡un Cuculí que hablaba!, realmente era

un milagro de amor, paciencia y amistad.


Desde aquel día el Cuculí amistoso hablaba un poco más cada vez, Marianita

nunca se cansó, siempre salía a su jardín a enseñarle a hablar, y después simplemente a

conversar.

— Es así como mi familia y yo podemos hablar, decía el Cuculí de melena

dorada, pero si tú me llevas a tu casa para meterme en una jaula, yo nunca

podré enseñarle a más cuculíes a hablar, por eso es importante que me

dejes en libertad, dijo finalmente el Cuculí de mechones dorados.

La despedida

La niña miró al Cuculí de mechones dorados y entendió que eso era realmente un milagro.

— Claro que te dejaré libre hermoso Cuculí, le dijo Ana, la pequeña niña cazadora

del parque - pero promete que me visitarás, yo vivo en aquella casa, dijo,

señalando una casita blanca con techos rojos-.

— Prometido Ana, le dijo él. Y se fue volando con su familia.

Al poco rato sus amigos la encontraron bajo aquel árbol

— Te buscamos por todo lado Ana, le dijeron, ¿pudiste atrapar al Cuculí?

— Ella los miró sin saber que responder. Hice algo mejor que eso, les dijo, lo dejé

en libertad y le salvé la vida. Y les contó a sus amigos la maravillosa historia del

Cuculí de mechón dorado que habla.

Desde ese día, nadie atrapa pajarillos en aquel parque, y siempre, les llevan algo de

comer.

FIN

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