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Martín E. Díaz
1. Consideraciones preliminares
El motivo de esta exploración conceptual consiste en abordar las posibles relaciones que se
desprenden entre el surgimiento de la ciencia moderna, particularmente el desarrollo de las
teorías raciales científicas de comienzos del XIX, y la legitimación de la empresa imperial
europea sostenida en la inferioridad natural del resto de las culturas del planeta.
Dos objetivos medulares se desprenden de este trabajo. En primer término, mostrar de qué
modo la emergencia del racismo cientificista posibilitará establecer una ‘negación de la
simultaneidad ontológica’ que hará posible la observación e intervención científica sobre
las poblaciones a partir del grado de evolución física y moral que se considera se
encuentran las mismas. En segundo término, indagar algunas de las posibles conexiones
que operan entre estas teorías raciales científicas y la justificación de un régimen
biopolítico global de gobierno de las poblaciones que en el caso de América Latina se
materializará a partir de la construcción de ciertas existencias tenidas como indeseables
para la vida en nombre de la ciencia y la razón.
A modo de cierre de este trabajo se propone reflexionar acerca de la necesidad de volver
visibles estas ‘heridas coloniales’ del pasado las cuales actúan en nuestro presente bajo
otras modalidades explotación y colonización de las mayorías populares de ‘Nuestra
América’.
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Seguimos en este punto el planteo efectuado por el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel para el cual
la modernidad posee como punto de partida la expansión hispano lusitana iniciada a partir de 1492; esto es, la
‘primera modernidad’ no reconocida por Europa. Esta lectura geopolítica de la modernidad como fenómeno
global se contrapone a una lectura intraeuropea de la misma -o ‘segunda modernidad’- , donde se piensa el
surgimiento del proyecto moderno como el momento de salida de la inmadurez a través del uso de la razón,
cuyo punto culminante se alcanza con el proyecto de la ilustración del siglo XVIII (Kant – Hegel).
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Si bien advertimos la relevancia de estas indagaciones para el análisis de las relaciones que
se tejen entre la ilustración como fenómeno global, el nacimiento de las ciencias humanas y
el ‘lado oscuro’ colonial constitutivo de las mismas, nos interesa particularmente situarnos
en el momento de emergencia de algunas de las teorías biológicas y evolucionistas de
comienzos del siglo XIX puesto que consideramos que en éstas es posible detectar una
matriz clave en la legitimación científica de la superioridad biológica de la civilización
europea, al igual que en la generación de los dispositivos de regulación y control de los
procesos vitales de las poblaciones puestos en marcha primeramente en Europa a mediados
del siglo XVIII y luego por fuera de la misma.
Situándonos en este contexto de despliegue de una gran narrativa universal iniciada con la
organización del sistema mundo moderno/colonial (Mignolo, 2005), el hombre europeo
aparecerá representado como la culminación de un proceso unilineal y centro geográfico-
temporal de la historia de la humanidad, mientras que las culturas oprimidas por Europa
serán subsumidas en un metarelato universal que articulará las diferencias culturales en
términos de jerarquías cronológicas. En tal sentido, la preocupación por el presente, la
pregunta por la actualidad del propio tiempo histórico -en términos de la indagación
kantiana acerca del sentido y el alcance de la Aufklärung- emergerá como el patrimonio
exclusivo de aquellos pueblos capaces de alcanzar el más alto grado de abstracción en la
formulación de los conceptos morales e intelectuales en contraste con aquellos pueblos que
no han logrado superar el determinismo físico que les impone rigurosamente la naturaleza
(Chukwudi Eze, 2001). En otras palabras, la actualidad de la modernidad europea se
configurará a partir de la negación de la coexistencia temporal del resto de las culturas
visualizadas como pertenecientes al pasado o al atraso.
Interesa por tanto indagar la posible relación entre la proyección de este universalismo
abstracto, el cual permitirá una observación de la humanidad en su conjunto desde los
parámetros del humanismo europeo, y la generación de lo que podríamos denominar una
‘negación de la simultaneidad ontológica’ que actuará como ‘fundamentación científica’ de
una jerarquización racial de las poblaciones del mundo, así como justificación de la
violencia fáctica y epistémica (Spivak, 2003) hacia aquellos sujetos visualizados por fuera
de la ciencia y la razón.2
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Algunos de los antecedentes más claros, al interior de la filosofía europea del siglo XVIII, de intentar
establecer una ‘fundamentación científica’ de las diferencias naturales entre las distintas sociedades humanas
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aparecen de manera palmaria con el estudio acerca de la ‘naturaleza humana’ efectuado por Hume y la
antropología raciológica desarrollada por Kant en sus estudios antropológicos (Castro-Gómez, 2008).
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Mi agradecimiento al grupo GESCO de la Universidad Nacional de Buenos Aires por ponerme en contacto
con algunas de las ideas centrales del discurso de Fabian las cuales han resultado sumamente valiosas para el
armado de esta exploración conceptual.
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Sobre este punto Fabian distingue tres principales ‘usos del tiempo’ en la antropología los cuales generan,
bajo distintas modalidades, dispositivos de distanciamiento temporal entre el sujeto observador y el otro
observado objetivado. Los tres principales usos son clasificados en: a) tiempo físico, b) tiempo tipológico y c)
tiempo intersubjetivo.
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Mientras que coetaneidad connota un compartir activo y común del tiempo la idea de una ‘negación de la
coetaneidad’ conlleva para Fabian: “(…) una tendencia persistente y sistemática de colocar al (a los) referente
(s) de la antropología en un tiempo diferente al presente del productor del discurso antropológico” (Fabian,
1983: 23). En este sentido, el concepto de coetaneidad asume en la dirección propuesta por Fabian algunas
disimilitudes con algunos conceptos cercanos tal como las nociones de ‘simultáneo’ y ‘contemporáneo’
(Idem.).
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El primer ‘debate moderno’ tenido en Valladolid en el siglo XVI, acerca de la humanidad o inhumanidad del
indio y la legitimidad de la ‘guerra justa’ contra éste, entre Ginés de Sepúlveda y el abad dominico Bartolomé
de las Casas, se inscribe decididamente en esta discusión teológico-filosófica en torno a la existencia de un
‘alma humana’ en los ‘naturales’ de las indias occidentales. La controversia de Valladolid -leída desde una
lectura geopolítica- permite evidenciar de qué modo el mito de la modernidad, sostenido en la acción salvífica
emprendida por el hombre europeo respecto a la autoculpable barbarie en la que se encuentran los naturales
de las indias, se funda en la legitimidad de la violencia hacia el Otro y en la naturalización de su colonización
y exterminio. Más allá de los ‘desencuentros argumentativos’ entre Sepúlveda y Las Casas en ambos casos la
‘diferencia natural’ entre españoles y los naturales se hace evidente, así como el rol otorgado al occidente
cristiano en su labor civilizadora.
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llegando a adquirir con el racismo biologicista del siglo XIX características propias, tanto la
idea de raza como de racismo científico resultan expresiones cuyo común denominador es
una actitud de sospecha acerca de la posible humanidad del Otro (Maldonado-Torres,
2007). La generación de un ‘escepticismo misantrópico’, caracterizado por una actitud de
desconfianza por parte del ego conquiro moderno respecto a los grados de humanidad y
racionalidad del Otro, parece constituir la acción recurrente que van a ejercer estas
tecnologías de gobierno aplicadas sobre los cuerpos en las colonias. Siguiendo esta lectura
propuesta por Maldonado-Torres, el punto de convergencia entre raza y racismo constituye
la generación y reproducción de una ‘colonialidad del ser’ capaz de establecer una
diferencia sub-ontológica o diferencia ontológica colonial, la cual vuelve posible convertir
a algunos seres humanos en vidas indignas de ser vividas o vidas dispensables (Maldonado-
Torres, 2007).
Ahora bien, si bien consideramos relevantes estas disquisiciones y precisiones conceptuales
acerca de los alcances y posibles puntos de contacto entre la idea de raza y de racismo,
nuestro interés particular radica en indagar el rol que las teorías biológicas de mediados del
siglo XVIII y comienzos del XIX adquirirán en el desarrollo de un proceso de apropiación
de la vida iniciado -tal como ha analizado Michel Foucault en algunos de sus últimos
cursos-7 al interior de los Estados modernos europeos con el objeto de regular y gerenciar
los procesos vitales de las poblaciones (Foucault, 1996); proceso de apropiación y
regulación de la vida el cual resulta menester indagar a la luz del desarrollo del
colonialismo a escala global en el propósito por parte de las potencias hegemónicas
europeas de adueñarse de los recursos naturales y humanos del planeta.
Fundamentalmente nos interesa situarnos en algunas de las formulaciones encuadradas en
lo que suele denominarse en sentido lato ‘racismo científico europeo’, haciendo hincapié en
algunos de los discursos emergentes en Francia e Inglaterra puesto que será allí en donde
comenzarán a gestarse durante la primera mitad del siglo XIX las bases de la ‘ciencia de lo
social’ cuya intención será el agenciar una organización racional y calculada de la vida
social en su conjunto. No es este el lugar, ni la pretensión por cierto, de adentrarnos en una
discusión acerca del status de cientificidad de estas teorías comprendidas dentro del
7
Referimos fundamentalmente a las indagaciones que de manera exploratoria introduce Foucault en el tomo I
de su Historia de la sexualidad, las cuales profundizará en sus cursos del 76’ 78’ y 79’ a partir del análisis del
nacimiento de la biopolítica y la emergencia de la gubernamentalidad como racionalidad de gobierno de las
poblaciones.
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(…) de todos los grupos humanos, los que pertenecen a las naciones europeas y
a su descendencia son los más bellos. (…) los pueblos que no son de raza
blanca no logran alcanzar la belleza (Gobineu, 1967: 99).
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La idea de aspirabilidad supone la capacidad que puede alcanzar una especie superior de evolucionar
ilimitadamente. En contraposición, la decadencia de una especie se manifiesta en su incapacidad de
evolucionar hacia las formas superioridades, quedando fijadas o detenidas estas especies en algunas de las
etapas del proceso evolutivo.
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Sin pretender dar por agotado el análisis anterior nos interesa adentrarnos en algunas de las
formulaciones de las teorías raciales de mediados del siglo XIX en Inglaterra puesto que es
posible identificar en tales discursos tanto una legitimación de la superioridad natural de la
civilización europea, como así también la consolidación de una tecnología de gobierno que
tomará a su cargo la vida y la muerte de las poblaciones tanto dentro como fuera de Europa
en su expansión imperial. Se trata del surgimiento del darwinismo social promovido por
Spencer y el desarrollo de la eugenesia o ‘ciencia del cultivo de la raza’ propuesta en 1883
por Sir Francis Galton; planteos estos que emergen en pleno momento de consolidación del
capitalismo industrial y de hegemonía colonial inglesa.
Es momento de aparición de estos ‘arsenales discursivos’ tendientes a abordar las ‘causas
indeseables’ del proceso de modernización dentro de las grandes urbes europeas -pobreza,
alcoholismo, prostitución, enfermedades contagiosas, etc.-, sumado al aumento poblacional
de aquellos países que -como en el caso de Inglaterra- se encuentran en un fuerte proceso
de industrialización. La aparición del Ensayo sobre principio de las poblaciones de Robert
Malthus en 1798, quien recomendaba un riguroso control demográfico de las tasas de
natalidad y la eliminación de toda acción protectora hacia los pobres y vulnerables dada la
diferencia geométrica entre el crecimiento poblacional y la proporción de los alimentos
existentes (Malthus, 1993), será receptado -junto a las tesis de Jean-Baptiste Lamarck y
Charles Darwin- por Spencer en su formulación acerca del inexpugnable triunfo de los
seres superiores sobre los menos dotados en la lucha por la vida.
La aplicación de Spencer de la teoría evolucionista darwiniana a la explicación del
funcionamiento de las sociedades dará lugar a la postulación de un ‘organicismo social’ en
donde la sociedad será comprendida como una especie de organismo biológico el cual al
crecer y desarrollarse adquiere mayores niveles de complejidad en sus funciones y
estructuras. Lo social emergerá por tanto para Spencer como el resultado de un compuesto
de varios elementos o unidades que conforman un todo puesto al servicio de los beneficios
individuales (Spencer, 1851).
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A partir de esta explicación organicista de lo social el filósofo inglés concebirá que las
sociedades ‘más evolucionadas’ -por caso la sociedad industrial de la cual Spencer se
convertirá en uno de sus mayores apologetas- responden a un modelo social de cooperación
voluntaria en donde se fomenta el libre desenvolvimiento e intercambio entre los individuos
en pos del beneficio mutuo de los mismos (Spencer, 1851). Esta vinculación propuesta por
Spencer entre un organicismo social y el resguardo de las libertades individuales por sobre
todo tipo de intervención externa, lo conducirá a afirmar la existencia de procesos de
autoregulación y depuración que poseen las propias sociedades para proteger a los
individuos superiores y eliminar a los ineptos para la vida. En suma, la idea de una
selección natural de las especies, trasladada a la dinámica evolutiva de las sociedades, será
concebida como una especie de estrategia ‘benefactora’ que el organismo social tiene para
librarse de aquellos ‘elementos indeseables’ que tienden a perecer indefectiblemente en la
lucha por la supervivencia.
En esta dirección, esta dinámica evolutiva que poseen las sociedades permitirá para
Spencer poder clasificar el grado de evolución de las distintas sociedades dado que no todas
alcanzan o atraviesan por los mismos procesos evolutivos producto de las particularidades
de cada raza, los hábitos o costumbres que poseen las mismas o bien los entrecruzamientos
producidos entre las distintas razas al interior de una sociedad dada. De tal modo, la idea de
una selección natural trasladada al funcionamiento de la esfera de lo social será también
extrapolada a un plano geopolítico a partir de la formulación de la ‘competencia entre las
naciones’ en la cual se imponen necesariamente, en dicha contienda global, las mejores
naciones dotadas para sobrevivir.10 De acuerdo al argumento del propio Spencer: “Las
civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí para sobrevivir, y sólo resultan
vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces” (Spencer, 1851: 168).
Así lo expuesto, el evolucionismo positivista propuesto por Spencer establecerá una clara
adhesión a un darwinismo social caracterizado por el triunfo de los caracteres superiores
por sobre los ‘inadaptados’ que tienden necesariamente a extinguirse, a la doctrina de la
libre competencia entre hombres y naciones como parte del culto a las doctrinas
económicas del liberalismo económico reinante en Inglaterra, así como al ideal de progreso
10
Este postulado acerca de la competencia entre naciones y el triunfo de las mejores dotadas para la
sobrevivencia, es posible de identificar también en el Discurso sobre el espíritu positivo de Auguste Comte,
así como en El origen del Hombre del ‘segundo Darwin’.
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la naturaleza cuenta con sus propios procesos de ‘depuración’ de estas especies humanas
(Murillo, 2012). La búsqueda de un control de la reproducción humana dará lugar entonces
a la generación de una taxonomía de los cuerpos y las naciones a partir de la cual se
procurará legitimar la primacía de ciertas razas, clases y naciones por razones científicas
(Idem).
Sin pretender centrarnos en esta oportunidad en los derroteros de los postulados
eugenésicos y del darwinismo social en su aplicación como política de Estado, nos interesa
señalar -siguiendo en este punto el análisis efectuado por Foucault- de qué modo este
proceso de regulación de los procesos vitales de las poblaciones de la mano del
evolucionismo y la eugenesia configurará una tecnología biopolítica que hará posible
consumar la muerte del Otro o de la ‘mala raza’ como condición de posibilidad del
continuum biológico de las vidas que necesariamente deben vivir (Foucault, 1996). El
surgimiento del racismo decimonónico posibilitará de suyo la naturalización de la muerte
del Otro como garantía de perdurabilidad de aquellas vidas dignas de ser vividas. Así pues,
el racismo tal como fue observado por Foucault constituirá la condición de aceptación del
homicidio, la potencialidad de ‘hacer vivir’ en nombre de una especie a la que hay
necesariamente resguardar y defender (Idem).
Ahora bien, ¿en qué medida la postulación del darwinismo social y el desarrollo de la
eugenesia conllevan una negación de la simultaneidad ontológica? Y, por otro lado, ¿cómo
se vincula esta negación de la simultaneidad con el despliegue colonial del capitalismo
entendido como un régimen global que hará de la vida un objeto de cálculo puesto al
servicio de la reproducción del capital?
Si bien, el darwinismo social y el programa eugenésico jugarán un rol relevante en el
proceso de regulación de la vida desarrollado ad intra de los Estados modernos europeos, a
partir del control de la sexualidad y la aplicación de medidas preventivas hacia las llamadas
‘clases peligrosas’, ambos programas legitimarán a su vez la supremacía blanca europea –
incluyendo en esto también a los EE.UU- respecto a pueblos como los latinoamericanos
tenidos como atrasados y degenerados. En este sentido, el despliegue de estas teorías
raciales aparece amarrada a una división racial de las colonias que permitirá la eliminación
del Otro primitivo, salvaje o degenerado en nombre de un triunfalismo occidental vinculado
al legado etnocéntrico europeo y noratlántico (Biagini, 2007). En esta clave, la aplicación
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Por razones de espacio no voy a detenerme aquí en el ‘punto ciego’ en que parece incurrir la analítica del
poder propuesta por el filósofo francés. Más allá de la evidente potencialidad heurística del modo en que
Foucault piensa las relaciones de poder (Castro-Gómez, 2007), no resulta menos evidente que la mayor
limitación del planteo de Foucault es el no haber contemplado el carácter global o la dimensión imperial en
que se inscriben las tecnologías de gobierno desplegadas con la expansión colonial. En otras palabras, el
límite de Foucault resulta ser la colonialidad; esto es, el no haber visualizado a la modernidad como un
fenómeno global y no estrictamente intraeuropeo el cual resulta indisociable del ejercicio de una violencia
racial ejercida sobre los cuerpos y conocimientos del Otro colonial.
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5. A modo de conclusión
A modo de cierre interesa introducir algunas reflexiones que posibiliten retomar al menos
dos ideas tentativas propuestas a lo largo de este trabajo. La primera de ellas radica en la
posible vinculación entre las teorías raciales europeas decimonónicas y la generación de
una jerarquización ontológica de las distintas culturas vistas desde Europa en tanto centro
geográfico-temporal. La segunda idea-problema propuesta consiste en mostrar la posible
relación entre el desarrollo de estas teorías raciales del siglo XIX y el ensanchamiento de
una tecnología gubernamental de alcances imperiales.
En este sentido, frente a una época de adolecimiento del pensamiento crítico producto de la
celebración del inexpugnable triunfo del capitalismo como régimen global de poder, si
alguna relevancia reviste desde nuestro lugar vernáculo en el mundo la labor crítica es el
esfuerzo por volver visibles estas marcas del pasado que actúan y persisten -con sus
recurrencias y discontinuidades- en las capas de nuestra memoria colectiva. Este esfuerzo
por volver visibles en las sombras de nuestro tiempo la anacrónica persistencia de estas
modalidades de negación del Otro, implica en nuestro presente el ejercicio de
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Resulta bastante frecuente atribuir al nazismo la aplicación de la eugenesia como política de Estado
mediante la promoción de las llamadas ‘esterilizaciones humanitarias’ llevadas a cabo por la maquinaria de
muerte puesta en marcha por el Estado alemán durante el régimen nazi. A contrapelo de esta lectura la
eugenesia se desplegó desde Inglaterra a los EE.UU y desde ahí al resto del continente. En esta dirección, la
promulgación en 1907 de la ‘ley de esterilización del Estado de Indiana’ da cuenta del triste privilegio que
posee los EE.UU de ser el primer país en donde se aplicaron sistemáticamente medidas eugenésicas sobre la
población como política de Estado. Véase al respecto, (García González -Álvarez Peláez, 2005).
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desustancializar las estrategias puestas en práctica para naturalizar las condiciones de vida
de las vastas mayorías populares que habitan nuestro continente.
La apelación a una retórica civilizatoria que ubica a la racionalidad neoliberal a la
vanguardia de los designios a cumplimentar por la humanidad toda, refleja la
reactualización de ciertas estrategias discursivas del pasado las cuales asumen nuevos
modos en la actualidad. De esta manera, bajo el culto del crecimiento económico y la
satisfacción de los deseos humanos saciados por la racionalidad del mercado es posible
visualizar una clasificación de la humanidad signada por el tiempo civilizatorio encarnado
por los denominados países desarrollados en contraste de aquellos países ubicados en vías
de un necesario e inevitable desarrollo. Así pues, pensada desde esta retórica civilizatoria la
pauperización que padecen nuestros pueblos encuentra sus causas explicativas en las
‘incapacidades históricas’ que poseen los mismos para adaptarse a las exigencias y
requerimientos que impone los mandatos del capitalismo global.
Es por ello que uno de los mayores desafíos a emprender por una labor crítica -ideada
desde la particularidad de nuestras ‘heridas coloniales’- es contribuir a desmantelar estas
estrategias que sancionan la ‘incapacidad natural’ de ciertos sujetos y culturas de valerse
por sí mismas o de trazar su propio camino de realización histórica.
En última instancia, la lucha contra estos saberes que nos cercenan y aprisionan no parece
resultar otra cosa que la lucha contra la colonialidad que nos habita.
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