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Saberes científicos, racismo y eurocentrismo. Dispositivos imperiales en el


gobierno de las poblaciones

Martín E. Díaz

1. Consideraciones preliminares

El motivo de esta exploración conceptual consiste en abordar las posibles relaciones que se
desprenden entre el surgimiento de la ciencia moderna, particularmente el desarrollo de las
teorías raciales científicas de comienzos del XIX, y la legitimación de la empresa imperial
europea sostenida en la inferioridad natural del resto de las culturas del planeta.
Dos objetivos medulares se desprenden de este trabajo. En primer término, mostrar de qué
modo la emergencia del racismo cientificista posibilitará establecer una ‘negación de la
simultaneidad ontológica’ que hará posible la observación e intervención científica sobre
las poblaciones a partir del grado de evolución física y moral que se considera se
encuentran las mismas. En segundo término, indagar algunas de las posibles conexiones
que operan entre estas teorías raciales científicas y la justificación de un régimen
biopolítico global de gobierno de las poblaciones que en el caso de América Latina se
materializará a partir de la construcción de ciertas existencias tenidas como indeseables
para la vida en nombre de la ciencia y la razón.
A modo de cierre de este trabajo se propone reflexionar acerca de la necesidad de volver
visibles estas ‘heridas coloniales’ del pasado las cuales actúan en nuestro presente bajo
otras modalidades explotación y colonización de las mayorías populares de ‘Nuestra
América’.

2. Racismo científico y la legitimación de la empresa imperialista

La preocupación por establecer criterios basados en el modelo de la ciencia moderna que


permitan establecer semejanzas y diferencias entre los seres humanos constituirá uno de los
temas centrales en las discusiones de filósofos y hombres de ciencia en el contexto de
emergencia del siglo de las luces europeo. Se trata por cierto del desarrollo de un
acontecimiento histórico que debe ser interpretado a la luz del proceso de dominación
2

territorial, económico, cultural y epistémico iniciado con la conquista ibérica de América el


cual introducirá en escena a mediados del siglo XVIII, en el marco por la disputa del
control geopolítico del atlántico por parte de las potencias imperialistas con Inglaterra,
Holanda y Francia a la cabeza, 1 el arsenal discursivo de los nuevos saberes científicos que
posibilitarán justificar la superioridad biológica y moral del hombre europeo, así como las
razones civilizatorias de su expansión colonial.
Es este el momento de aparición de los trabajos acerca de la taxonomía de las razas
humanas formulada en 1735 por Carlous Linneo, los análisis de Anne R. Jacques Turgot y
el Marqués de Condorcet en torno a la evolución de las sociedades humanas, a los cuales se
suma el estudio de Johann Blumenbach sobre la influencia del clima en la conformación del
carácter moral de las razas humanas. Como ha mostrado el filósofo colombiano Santiago
Castro-Gómez, se trata de un conjunto de discursos gestados en el contexto de la ilustración
los cuales permitirán a las ciencias europeas -fundamentalmente a las ciencias humanas en
ciernes- la construcción de un imaginario acerca del Otro colonial y, a su vez, la
potencialidad de establecer los medios más eficaces para su gobierno (Castro-Gómez,
2008). De esta manera, el dispositivo epistémico de la ciencia moderna hará posible la
cimentación de un conjunto de representaciones acerca de las poblaciones de las colonias
las cuales posibilitarán establecer y legitimar las razones de su conquista, explotación y
disciplinamiento. Modernidad y colonialismo, ciencia moderna y expansión colonial
resultan, leídos desde esta geopolítica del saber-poder, como fenómenos constitutivos y no
como hechos accidentales o derivados del proceso que contribuirá a forjar la idea de la
superioridad natural de Europa respecto al resto de las poblaciones del planeta.
En este sentido, la gestación de la ciencia del hombre europeo con Descartes, Hume, Locke
y Kant a la cabeza resultará constitutiva para Castro-Gómez de una ‘dimensión epistémica
del colonialismo’ (Castro-Gómez, 2008) a partir de la cual se dará inicio a una progresiva
invisibilización de otras formas de producción de conocimiento y a una jerarquización de
las mismas desde la maquinaria imperial puesta en marcha por Europa.

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Seguimos en este punto el planteo efectuado por el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel para el cual
la modernidad posee como punto de partida la expansión hispano lusitana iniciada a partir de 1492; esto es, la
‘primera modernidad’ no reconocida por Europa. Esta lectura geopolítica de la modernidad como fenómeno
global se contrapone a una lectura intraeuropea de la misma -o ‘segunda modernidad’- , donde se piensa el
surgimiento del proyecto moderno como el momento de salida de la inmadurez a través del uso de la razón,
cuyo punto culminante se alcanza con el proyecto de la ilustración del siglo XVIII (Kant – Hegel).
3

Si bien advertimos la relevancia de estas indagaciones para el análisis de las relaciones que
se tejen entre la ilustración como fenómeno global, el nacimiento de las ciencias humanas y
el ‘lado oscuro’ colonial constitutivo de las mismas, nos interesa particularmente situarnos
en el momento de emergencia de algunas de las teorías biológicas y evolucionistas de
comienzos del siglo XIX puesto que consideramos que en éstas es posible detectar una
matriz clave en la legitimación científica de la superioridad biológica de la civilización
europea, al igual que en la generación de los dispositivos de regulación y control de los
procesos vitales de las poblaciones puestos en marcha primeramente en Europa a mediados
del siglo XVIII y luego por fuera de la misma.
Situándonos en este contexto de despliegue de una gran narrativa universal iniciada con la
organización del sistema mundo moderno/colonial (Mignolo, 2005), el hombre europeo
aparecerá representado como la culminación de un proceso unilineal y centro geográfico-
temporal de la historia de la humanidad, mientras que las culturas oprimidas por Europa
serán subsumidas en un metarelato universal que articulará las diferencias culturales en
términos de jerarquías cronológicas. En tal sentido, la preocupación por el presente, la
pregunta por la actualidad del propio tiempo histórico -en términos de la indagación
kantiana acerca del sentido y el alcance de la Aufklärung- emergerá como el patrimonio
exclusivo de aquellos pueblos capaces de alcanzar el más alto grado de abstracción en la
formulación de los conceptos morales e intelectuales en contraste con aquellos pueblos que
no han logrado superar el determinismo físico que les impone rigurosamente la naturaleza
(Chukwudi Eze, 2001). En otras palabras, la actualidad de la modernidad europea se
configurará a partir de la negación de la coexistencia temporal del resto de las culturas
visualizadas como pertenecientes al pasado o al atraso.
Interesa por tanto indagar la posible relación entre la proyección de este universalismo
abstracto, el cual permitirá una observación de la humanidad en su conjunto desde los
parámetros del humanismo europeo, y la generación de lo que podríamos denominar una
‘negación de la simultaneidad ontológica’ que actuará como ‘fundamentación científica’ de
una jerarquización racial de las poblaciones del mundo, así como justificación de la
violencia fáctica y epistémica (Spivak, 2003) hacia aquellos sujetos visualizados por fuera
de la ciencia y la razón.2
2
Algunos de los antecedentes más claros, al interior de la filosofía europea del siglo XVIII, de intentar
establecer una ‘fundamentación científica’ de las diferencias naturales entre las distintas sociedades humanas
4

2.1. La negación de la simultaneidad ontológica

Por ‘negación de la simultaneidad ontológica’ puede entenderse el ‘lado oscuro’ que se


desprende con la expansión colonial europea y el despliegue de las teorías raciales
cientificistas en la legitimación de la empresa imperial desarrollada a partir de lo que
Enrique Dussel ha denominado ‘segunda modernidad’ (Dussel, 2000). Tal como ha
señalado oportunamente Castro-Gómez la pretensión de alcanzar un ‘punto cero del saber’
por parte de la filosofía cartesiana del siglo XVII constituirá la confianza de hacerse de una
plataforma inobservada de conocimiento desde la cual todos los saberes pueden ser
pensados y clasificados desde un sujeto gnoseológico a-histórico y universal. El arribo a
esta ‘hybris del punto cero’ por parte del ego moderno resultará por tanto el punto de
partida para Castro Gómez de una ‘negación de la simultaneidad epistémica’ a partir de la
cual -desde los parámetros de una universalidad excluyente- las distintas culturas serán
visualizadas como contemporáneas espacialmente pero no así temporalmente, ni en sus
formas de producción de conocimiento (Castro-Gómez, 2005).
Esta negación de la temporalidad del Otro, ubica a éste en un espacio primitivo o carente de
civilización naturalizando de esta manera una línea de demarcación entre la
contemporaneidad de una cultura que se presenta con un mayor grado de civilización y
evolución frente al resto de las culturas visualizadas como primitivas y atrasadas. Respecto
al desarrollo de esta ‘negación de la temporalidad’ Johannes Fabian ha mostrado desde el
discurso antropológico -cuyos dispositivos discursivos fueron ideados en el siglo de las
luces europeo-, de qué modo dicho discurso establece una naturalización del tiempo
espacializado del observador lo que permite una distribución espacial de la humanidad, así
como una observación distante y condescendiente hacia el Otro observado (Fabian, 1983).3
En este sentido, para Fabian el uso del tiempo en la antropología posee una dimensión
estrictamente política al constituir una categoría clave que ha sido utilizada como
dispositivo de secuenciación y distanciamiento para delimitar entre un ‘nosotros

aparecen de manera palmaria con el estudio acerca de la ‘naturaleza humana’ efectuado por Hume y la
antropología raciológica desarrollada por Kant en sus estudios antropológicos (Castro-Gómez, 2008).
3
Mi agradecimiento al grupo GESCO de la Universidad Nacional de Buenos Aires por ponerme en contacto
con algunas de las ideas centrales del discurso de Fabian las cuales han resultado sumamente valiosas para el
armado de esta exploración conceptual.
5

observador’ y un ‘Otro observado-conquistado’ emplazado en un tiempo desemejante.


Estos ‘dispositivos de distanciamiento’ que Fabian ubica al interior de los ‘usos del tiempo’
utilizados por el discurso antropológico4 -‘dispositivos de distanciamiento’ que en un
ejercicio extrapolativo podríamos trasladar a la conformación de las ciencias humanas y
sociales europeas- producen una ‘negación de la coetaneidad’5 (denial of coevalness), la
cual coloca al observador en un tiempo diferente de la cultura observada (Ibid). En sintonía
con esta tesitura, Walter Mignolo advierte de qué modo el tiempo emerge al interior de la
trama modernidad/colonialidad en una categoría central en la subalterización de los
imaginarios acerca de los otros y sus conocimientos a partir de las dimensiones sociales y
geopolíticas desplegadas por el sistema mundo moderno/colonial (Mignolo, 2011).
Retomando una línea argumentativa similar a la abierta por Fabian, la propuesta de una
‘negación de la simultaneidad ontológica’ procura representar desde una lectura filosófica
la postulación de un tipo de ‘desmesura ontológica’ proyectada por las teorías raciales
europeas del siglo XIX, a partir de la cual se postula la no-coexistencia en los procesos de
humanización por el que atraviesan las distintas ‘razas humanas’ de acuerdo a la
constitución de su herencia biológica y/o las condiciones del medio en la que éstas habitan.
De tal modo, el cientificismo europeo operará en esta dirección como un tipo de plataforma
global desde donde resultará posible sancionar las posibles corrupciones, degeneramientos
y anormalidades en que se encuentran algunos seres como partes integrantes de una
evolución universal del género humano.

2.2. Raza, racismo y la negación de la humanidad del Otro

La potencialidad por parte de la modernidad europea de establecer una clasificación de la


humanidad en diferentes ‘razas humanas’ vuelve menester indagar el momento de

4
Sobre este punto Fabian distingue tres principales ‘usos del tiempo’ en la antropología los cuales generan,
bajo distintas modalidades, dispositivos de distanciamiento temporal entre el sujeto observador y el otro
observado objetivado. Los tres principales usos son clasificados en: a) tiempo físico, b) tiempo tipológico y c)
tiempo intersubjetivo.
5
Mientras que coetaneidad connota un compartir activo y común del tiempo la idea de una ‘negación de la
coetaneidad’ conlleva para Fabian: “(…) una tendencia persistente y sistemática de colocar al (a los) referente
(s) de la antropología en un tiempo diferente al presente del productor del discurso antropológico” (Fabian,
1983: 23). En este sentido, el concepto de coetaneidad asume en la dirección propuesta por Fabian algunas
disimilitudes con algunos conceptos cercanos tal como las nociones de ‘simultáneo’ y ‘contemporáneo’
(Idem.).
6

emergencia de la categoría de ‘raza’ y su correlato con la empresa imperial europea, así


como los posibles puntos de contacto entre esta idea de raza y la formulación del racismo
científico de comienzos del siglo XIX.
En este sentido, el análisis efectuado por Aníbal Quijano acerca del surgimiento de la ‘idea
de raza’ ha mostrado la intrínseca vinculación entre el desarrollo de esta idea y el
despliegue de un patrón mundial de poder constitutivo de la experiencia colonial europea
de fines del siglo XV y comienzos del XVI iniciada con el control comercial del Atlántico;
patrón global el cual posibilitará la generación de una clasificación social universal de las
poblaciones del mundo y la naturalización de la superioridad étnico-moral del conquistador
en oposición a la inferioridad del conquistado (Quijano, 2007). En esta clave lo relevante
del análisis de Quijano es la puesta en evidencia del modo en que el surgimiento de la idea
de raza lejos de responder a una descripción estrictamente biológica o fenotípica de ciertos
caracteres distintivos de los seres humanos, va a constituir y dar forma a una construcción
mental específica por parte del hombre europeo que permitirá legitimar por parte del mismo
la explotación y control de aquellas existencias reducidas a un estado de vida bestial
(Quijano, 2007). De acuerdo a este argumento propuesto por Quijano es posible inferir que
la efectividad de la idea de raza consistirá en la naturalización de un imaginario basado en
la supuesta desigualdad natural entre la existencia salvaje del indio y la humanidad
alcanzada exclusivamente por el hombre europeo; imaginario acerca de la desigualdad
natural e inferioridad de los seres humanos -en relación a los ideales impuestos por el
occidente cristiano-6 que va a trascender al reconocimiento otorgado tiempo después al
indio como poseedor de un alma humana y racional, mediante la Bula papal Sublimis Deus
decretada en el año 1537 por el Papa Pablo III.
De esta manera, esta construcción eurocéntrica de la idea de raza dará origen para Quijano
a un proceso de dominación social y de control de la subjetividad que actuará en la

6
El primer ‘debate moderno’ tenido en Valladolid en el siglo XVI, acerca de la humanidad o inhumanidad del
indio y la legitimidad de la ‘guerra justa’ contra éste, entre Ginés de Sepúlveda y el abad dominico Bartolomé
de las Casas, se inscribe decididamente en esta discusión teológico-filosófica en torno a la existencia de un
‘alma humana’ en los ‘naturales’ de las indias occidentales. La controversia de Valladolid -leída desde una
lectura geopolítica- permite evidenciar de qué modo el mito de la modernidad, sostenido en la acción salvífica
emprendida por el hombre europeo respecto a la autoculpable barbarie en la que se encuentran los naturales
de las indias, se funda en la legitimidad de la violencia hacia el Otro y en la naturalización de su colonización
y exterminio. Más allá de los ‘desencuentros argumentativos’ entre Sepúlveda y Las Casas en ambos casos la
‘diferencia natural’ entre españoles y los naturales se hace evidente, así como el rol otorgado al occidente
cristiano en su labor civilizadora.
7

invención o diseño de la primera subjetividad negada por la empresa moderno colonial


representada por los ‘naturales’ o ‘indios’ que habitaban las nuevas cartografías territoriales
anexadas al mapamundi imperial del siglo XVI. La vida salvaje del ‘indio’ constituirá
entonces la primera experiencia de negación de la humanidad del Otro a partir del discurso
de la ‘limpieza de sangre’ utilizado en las colonias por los españoles para dictaminar la
inferioridad e impureza de la herencia de sangre del indio y luego de los africanos
sometidos a esclavos y trasplantados a las colonias.
La construcción del ‘indio’ como primera subjetividad negada por la modernidad europea
dará inicio a un proceso de control y estratificación de la humanidad que cimentará un
imaginario capaz de funcionar como criterio de demarcación entre la humanitas del hombre
europeo y el carácter de anthropos otorgado a las existencias no-europeas; convirtiendo así
a las colonias en un espacio de generación de vidas animalizadas emparentadas al puro
estado de naturaleza (Mignolo, 2006).
Sobre este punto, es interesante hacer mención del análisis propuesto por Peter Wade en
Race in Latin America donde problematiza de qué modo la idea de raza constituye un tipo
de construcción histórica que debe ser leída a luz de los significados y valoraciones
otorgadas en una época especifica y, por ende, resulta imposible reducir la misma a una
conceptualización estática o transhistórica (Wade, 2009). Así, el surgimiento de la palabra
‘raza’ posee su aparición histórica para Wade alrededor del siglo XIV en las lenguas
europeas con el propósito de dar cuenta de los vínculos genealógicos que comparten un
conjunto de personas o animales descendientes de un ancestro en común; mientras que a
mediados del siglo XVIII la idea de ‘raza’ servirá como estrategia para categorizar a los
seres humanos en diferentes tipos raciales y como categoría clave para describir la
variación física y de comportamiento de los diferentes tipos humanos, en donde los
europeos eran ubicados en la cúspide (Idem).
De acuerdo a lo expuesto hasta aquí, el discurso racial es posible de ser pensado como un
tipo de construcción discursiva capaz de establecer imaginarios acerca del Otro y prácticas
específicas de gobierno del mismo, las cuales mutan con el tiempo asumiendo distintas
significaciones históricas para referirse a la inferioridad, inhumanidad, peligrosidad o
incapacidad natural que poseen ciertas vidas. En relación a este punto, Nelson Maldonado-
Torres advierte que si bien el significado de ‘raza’ se ha modificado con el paso del tiempo,
8

llegando a adquirir con el racismo biologicista del siglo XIX características propias, tanto la
idea de raza como de racismo científico resultan expresiones cuyo común denominador es
una actitud de sospecha acerca de la posible humanidad del Otro (Maldonado-Torres,
2007). La generación de un ‘escepticismo misantrópico’, caracterizado por una actitud de
desconfianza por parte del ego conquiro moderno respecto a los grados de humanidad y
racionalidad del Otro, parece constituir la acción recurrente que van a ejercer estas
tecnologías de gobierno aplicadas sobre los cuerpos en las colonias. Siguiendo esta lectura
propuesta por Maldonado-Torres, el punto de convergencia entre raza y racismo constituye
la generación y reproducción de una ‘colonialidad del ser’ capaz de establecer una
diferencia sub-ontológica o diferencia ontológica colonial, la cual vuelve posible convertir
a algunos seres humanos en vidas indignas de ser vividas o vidas dispensables (Maldonado-
Torres, 2007).
Ahora bien, si bien consideramos relevantes estas disquisiciones y precisiones conceptuales
acerca de los alcances y posibles puntos de contacto entre la idea de raza y de racismo,
nuestro interés particular radica en indagar el rol que las teorías biológicas de mediados del
siglo XVIII y comienzos del XIX adquirirán en el desarrollo de un proceso de apropiación
de la vida iniciado -tal como ha analizado Michel Foucault en algunos de sus últimos
cursos-7 al interior de los Estados modernos europeos con el objeto de regular y gerenciar
los procesos vitales de las poblaciones (Foucault, 1996); proceso de apropiación y
regulación de la vida el cual resulta menester indagar a la luz del desarrollo del
colonialismo a escala global en el propósito por parte de las potencias hegemónicas
europeas de adueñarse de los recursos naturales y humanos del planeta.
Fundamentalmente nos interesa situarnos en algunas de las formulaciones encuadradas en
lo que suele denominarse en sentido lato ‘racismo científico europeo’, haciendo hincapié en
algunos de los discursos emergentes en Francia e Inglaterra puesto que será allí en donde
comenzarán a gestarse durante la primera mitad del siglo XIX las bases de la ‘ciencia de lo
social’ cuya intención será el agenciar una organización racional y calculada de la vida
social en su conjunto. No es este el lugar, ni la pretensión por cierto, de adentrarnos en una
discusión acerca del status de cientificidad de estas teorías comprendidas dentro del
7
Referimos fundamentalmente a las indagaciones que de manera exploratoria introduce Foucault en el tomo I
de su Historia de la sexualidad, las cuales profundizará en sus cursos del 76’ 78’ y 79’ a partir del análisis del
nacimiento de la biopolítica y la emergencia de la gubernamentalidad como racionalidad de gobierno de las
poblaciones.
9

llamado ‘racismo científico moderno’ o bien examinar el presunto carácter pseudocientífico


del mismo. Lo que nos concierne es indagar más bien los ‘efectos de verdad’ que se
desprenden de tales discursos en relación a la potencialidad de ejercer un tipo de
conocimiento capaz de delimitar la valía de los cuerpos y de apropiarse de los mismos en
pos de defender la civilización occidental de las ‘vidas abyectas’.

3. El alegato científico de la desigualdad de las razas

Uno de los intentos más emblemáticos de procurar fundamentar una jerarquización de la


humanidad desde un soporte estrictamente biológico aparece con el Essai sur le inégalité
des races humaines del conde Arthur de Gobineu el cual constituye uno de los ejemplos
más taxativos -al interior de las teorías raciales del siglo XIX- de pretender legitimar la
superioridad natural de la raza blanca europea (Gobineu, 1967). Para Gobineu la
civilización humana se encuentra en un inevitable proceso de decadencia producto de las
‘mezclas’ o ‘entrecruzamientos’ producidos entre las distintas razas humanas, lo cual
conduce a una perdida irreversible de los caracteres biológicos de los elementos raciales
puros que constituyen la humanidad. En esta clave, este ‘racialismo pesimista’ 8 formulado
por Gobineu se enmarca en la búsqueda de la pureza de sangre perdida producto de los
distintos entrecruzamientos raciales acaecidos a lo largo de la historia. Por ello, desde su
lectura poligenista acerca del origen primigenio de las razas humanas es posible identificar
tres patrones raciales simbolizados en la raza blanca, negra y amarilla.
Los argumentos de Gobineu están dirigidos a probar las profundas desigualdades físicas y
morales entre las distintas razas humanas a las cuales les son atribuidas ciertas
características distintivas. En el caso del ‘negro’ se encuentran presentes facultades
mentales mediocres, un desarrollo exacerbado del gusto y el olfato -lo que explica su
inclinación a comidas y olores repugnantes- y un escaso apego a la vida materializado en su
tendencia de ‘matar por matar’. De acuerdo al propio Gobineu este deseo del negro por el
placer de matar es el reflejo o producto de una naturaleza que “(…) se muestra, ante el
8
Seguimos en este punto la distinción efectuada por Tzvetan Todorov entre los alcances de la idea de racismo
y racialismo. En el caso del ‘racismo’ el mismo remite a un conjunto de acciones desvalorativas o
despreciativas de los ‘otros’ percibidos como diferentes a un ‘nosotros’ incontaminado al que hay que
necesariamente resguardar. La idea de ‘racialismo’ da cuenta por su parte de las formulaciones teóricas
focalizadas en el análisis y legitimación de las supuestas desigualdades raciales entre los seres humanos
(Todorov, 1991).
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sufrimiento, o de una cobardía que apela a la muerte, o de una impasibilidad monstruosa”


(Gobineu, 1967: 133).
En lo que respecta a la raza ‘amarilla’ la misma es visualizada como una especie de escaso
valor físico, con una marcada propensión a la apatía y a los deseos fuertes, amantes de las
cosas prácticas pero no así de las teorías, razón por lo cual “No sueñan, no aman las teorías
e inventan poco” (Idem.). Por último la raza ‘blanca’, la cual constituye el ‘punto de origen’
de la civilización humana, símbolo de una inteligencia reflexiva y de un gran desarrollo de
la energía física, gusto por lo más elevado, profundo ‘amor a la vida’ y un marcado sentido
del honor y de la belleza desconocido por los negros y amarillos. En palabras del propio
Gobineu:

(…) de todos los grupos humanos, los que pertenecen a las naciones europeas y
a su descendencia son los más bellos. (…) los pueblos que no son de raza
blanca no logran alcanzar la belleza (Gobineu, 1967: 99).

Ahora bien, lo interesante de estos argumentos de Gobineu no se limita a la valoración


preferencial otorgada a la raza blanca en tanto sinónimo de belleza, inteligencia y fortaleza
física corrompida por le mélange de sang, sino que además permite visualizar el lugar
privilegiado que le es otorgado al hombre europeo de alcanzar un conocimiento universal
acerca del origen y las causas de la corrupción de todas las agrupaciones humanas, así
como determinar la valía ontológica que poseen las mismas.
Otra de las expresiones emblemáticas, desde el marco de las teorías biológicas europeas, lo
constituye el planteo propuesto por Gustave Le Bon fundamentalmente en su análisis
acerca de Les lois psychologiques de l’évolution des peuples de 1894, en donde es posible
detectar un conjunto de argumentos tendientes a legitimar la desigualdad natural de los
distintos pueblos que conforman el mundo humano desde un ‘racialismo evolucionista’
articulado a un darwinismo social (Taguieff, 2010).
Para Le Bon el concepto de raza contiene un valor central explicativo para el análisis de las
distintas sociedades, dado que cada raza posee una jerarquía específica la cual se vuelve
manifiesta en la evolución que alcanzan los pueblos y en la herencia que se transmite en
cada uno de ellos. De esta manera, en la conformación del carácter de una nación los
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elementos psicológicos propios de cada raza reproducen los caracteres hereditarios no


modificables propios de cada pueblo (Le Bon, 1929).
La evolución psicológica y física de cada raza humana responde por ende para Le Bon a
estos caracteres fundamentales no modificables desde los cuales es posible establecer una
clasificación de las distintas razas humanas en primitivas, inferiores, medias y superiores;
diferenciadas por la inteligencia, el carácter y la energía que poseen las mismas.
En virtud del problema que nos atañe lo interesante de estos argumentos propuestos por Le
Bon consiste en la vinculación que establece entre la capacidad de lucha por la vida
inherente a la evolución de todas las especies y la existencia de distintas razas humanas
diferenciadas por profundos contrastes en lo que hace a la ‘aspirabilidad’ al progreso o a la
decadencia de las mismas.9 En este sentido apelando tanto a la postulación de Herbert
Spencer de la ‘supervivencia del más apto’, así como a los principios antropometristas
ampliamente difundidos en su época, Le Bon considerará que:

Las dimensiones del cráneo están en relación con el grado de la inteligencia. Y


en la medida que se eleva en la escala de la civilización desde las razas
inferiores, los negros, pasando por las razas intermedias, chinos, japoneses,
árabes o semitas hasta la raza superior, el índice encefálico aumenta de manera
espectacular (Le Bon, 1929: 143; es nuestra la traducción).

De esta manera, la creencia en la existencia de distintas razas humanas depositarias de


capacidades físicas y psicológicas disímiles en la lucha por la supervivencia conduce a Le
Bon a afirmar la desigualdad natural entre las razas y la superioridad de los pueblos
constituidos por la raza europea y angloamericana. La aspirabilidad al progreso aparecerá
-tanto en Le Bon como en otros planteos afines- en una estrecha vinculación a la
conformación y herencia de los caracteres raciales (Biagini, 2007). Desde esta lectura la
inferioridad de la ‘raza latina’ encuentra las causas explicativas de su decadencia: “(…) en
la constitución de una raza que no tiene alegría, ni voluntad, ni moralidad. La ausencia de
moralidad, sobre todo, sobrepuja a todo lo peor que conocemos en Europa” (Le Bon, 1929:
154).

9
La idea de aspirabilidad supone la capacidad que puede alcanzar una especie superior de evolucionar
ilimitadamente. En contraposición, la decadencia de una especie se manifiesta en su incapacidad de
evolucionar hacia las formas superioridades, quedando fijadas o detenidas estas especies en algunas de las
etapas del proceso evolutivo.
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4. El colonialismo inglés y la planificación de las poblaciones en las colonias

Sin pretender dar por agotado el análisis anterior nos interesa adentrarnos en algunas de las
formulaciones de las teorías raciales de mediados del siglo XIX en Inglaterra puesto que es
posible identificar en tales discursos tanto una legitimación de la superioridad natural de la
civilización europea, como así también la consolidación de una tecnología de gobierno que
tomará a su cargo la vida y la muerte de las poblaciones tanto dentro como fuera de Europa
en su expansión imperial. Se trata del surgimiento del darwinismo social promovido por
Spencer y el desarrollo de la eugenesia o ‘ciencia del cultivo de la raza’ propuesta en 1883
por Sir Francis Galton; planteos estos que emergen en pleno momento de consolidación del
capitalismo industrial y de hegemonía colonial inglesa.
Es momento de aparición de estos ‘arsenales discursivos’ tendientes a abordar las ‘causas
indeseables’ del proceso de modernización dentro de las grandes urbes europeas -pobreza,
alcoholismo, prostitución, enfermedades contagiosas, etc.-, sumado al aumento poblacional
de aquellos países que -como en el caso de Inglaterra- se encuentran en un fuerte proceso
de industrialización. La aparición del Ensayo sobre principio de las poblaciones de Robert
Malthus en 1798, quien recomendaba un riguroso control demográfico de las tasas de
natalidad y la eliminación de toda acción protectora hacia los pobres y vulnerables dada la
diferencia geométrica entre el crecimiento poblacional y la proporción de los alimentos
existentes (Malthus, 1993), será receptado -junto a las tesis de Jean-Baptiste Lamarck y
Charles Darwin- por Spencer en su formulación acerca del inexpugnable triunfo de los
seres superiores sobre los menos dotados en la lucha por la vida.
La aplicación de Spencer de la teoría evolucionista darwiniana a la explicación del
funcionamiento de las sociedades dará lugar a la postulación de un ‘organicismo social’ en
donde la sociedad será comprendida como una especie de organismo biológico el cual al
crecer y desarrollarse adquiere mayores niveles de complejidad en sus funciones y
estructuras. Lo social emergerá por tanto para Spencer como el resultado de un compuesto
de varios elementos o unidades que conforman un todo puesto al servicio de los beneficios
individuales (Spencer, 1851).
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A partir de esta explicación organicista de lo social el filósofo inglés concebirá que las
sociedades ‘más evolucionadas’ -por caso la sociedad industrial de la cual Spencer se
convertirá en uno de sus mayores apologetas- responden a un modelo social de cooperación
voluntaria en donde se fomenta el libre desenvolvimiento e intercambio entre los individuos
en pos del beneficio mutuo de los mismos (Spencer, 1851). Esta vinculación propuesta por
Spencer entre un organicismo social y el resguardo de las libertades individuales por sobre
todo tipo de intervención externa, lo conducirá a afirmar la existencia de procesos de
autoregulación y depuración que poseen las propias sociedades para proteger a los
individuos superiores y eliminar a los ineptos para la vida. En suma, la idea de una
selección natural de las especies, trasladada a la dinámica evolutiva de las sociedades, será
concebida como una especie de estrategia ‘benefactora’ que el organismo social tiene para
librarse de aquellos ‘elementos indeseables’ que tienden a perecer indefectiblemente en la
lucha por la supervivencia.
En esta dirección, esta dinámica evolutiva que poseen las sociedades permitirá para
Spencer poder clasificar el grado de evolución de las distintas sociedades dado que no todas
alcanzan o atraviesan por los mismos procesos evolutivos producto de las particularidades
de cada raza, los hábitos o costumbres que poseen las mismas o bien los entrecruzamientos
producidos entre las distintas razas al interior de una sociedad dada. De tal modo, la idea de
una selección natural trasladada al funcionamiento de la esfera de lo social será también
extrapolada a un plano geopolítico a partir de la formulación de la ‘competencia entre las
naciones’ en la cual se imponen necesariamente, en dicha contienda global, las mejores
naciones dotadas para sobrevivir.10 De acuerdo al argumento del propio Spencer: “Las
civilizaciones, sociedades e instituciones compiten entre sí para sobrevivir, y sólo resultan
vencedores aquellos que son biológicamente más eficaces” (Spencer, 1851: 168).
Así lo expuesto, el evolucionismo positivista propuesto por Spencer establecerá una clara
adhesión a un darwinismo social caracterizado por el triunfo de los caracteres superiores
por sobre los ‘inadaptados’ que tienden necesariamente a extinguirse, a la doctrina de la
libre competencia entre hombres y naciones como parte del culto a las doctrinas
económicas del liberalismo económico reinante en Inglaterra, así como al ideal de progreso

10
Este postulado acerca de la competencia entre naciones y el triunfo de las mejores dotadas para la
sobrevivencia, es posible de identificar también en el Discurso sobre el espíritu positivo de Auguste Comte,
así como en El origen del Hombre del ‘segundo Darwin’.
14

en tanto proceso en donde prevalecen irreversiblemente los individuos y naciones más


civilizadas.
Será pues en este contexto histórico del proyecto global de la modernidad, apuntalado por
la hegemonía imperial inglesa, en donde surgirá la gestación de una ‘ciencia del cultivo de
la raza’ promulgada por Galton, primo de Darwin, focalizada decididamente en el deseo de
preservar las cualidades hereditarias de las ‘razas superiores’ y de aquellos pueblos
conformados por ‘razas superiores’. El surgimiento de la eugenesia como ciencia al
servicio del ‘mejoramiento de la raza’ irá acompañado de un colosal proceso de
biologización de las poblaciones a partir del cual se procurará legitimar un selectivo control
reproductivo que permita resguardar la pureza hereditaria de los seres superiores y evitar
paralelamente la reproducción de los considerados inferiores (Palma - Palma, 2007). Estas
ideas formuladas por Galton constituirán aseveraciones en cierto modo compartidas por
otros hombres de ciencia del período, fuertemente influenciados por el discurso
evolucionista que primaba en la época y por el rol preponderante otorgado a las llamadas
‘ciencias de la vida’ en la resolución de los problemas sociales derivados del proceso de
industrialización en marcha.
Tal adhesión a los postulados de la eugenesia y del darwinismo social aparecerá de
manifiesto en la obra de Darwin El origen del hombre en donde el primo de Galton adherirá
con entusiasmo a algunos de los postulados eugenésicos respecto a lo perjudicial de la
reproducción de los individuos débiles -debido a la degeneración de la raza que acarrea su
descendencia- y a la necesidad de establecer medidas preventivas en aras de evitar que los
miembros más débiles se propaguen dejando una mayor descendencia que los superiores
(Darwin,1997). De esta manera, el célebre biólogo inglés incorporará en sus reflexiones
acerca del ‘origen del hombre’ la idea de Spencer acerca de la supervivencia del más apto
aplicada no sólo a las relaciones entre los individuos sino también a la lucha entre los
pueblos. Como ha problematizado Susana Murillo, es posible advertir de qué modo en lo
que se denomina un ‘segundo Darwin’ aparecerá -vía recapitulación de la teoría de
Lamarck acerca de las variaciones individuales adquiridas- la necesidad de promover
fuertes controles poblacionales y la afirmación de qué la capacidad reproductora de las
‘razas bárbaras’ es menor a la alcanzada por las ‘razas civilizadas’, como así que la mejora
en las condiciones higiénicas favorecen la reproducción de los bárbaros o salvajes, pero que
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la naturaleza cuenta con sus propios procesos de ‘depuración’ de estas especies humanas
(Murillo, 2012). La búsqueda de un control de la reproducción humana dará lugar entonces
a la generación de una taxonomía de los cuerpos y las naciones a partir de la cual se
procurará legitimar la primacía de ciertas razas, clases y naciones por razones científicas
(Idem).
Sin pretender centrarnos en esta oportunidad en los derroteros de los postulados
eugenésicos y del darwinismo social en su aplicación como política de Estado, nos interesa
señalar -siguiendo en este punto el análisis efectuado por Foucault- de qué modo este
proceso de regulación de los procesos vitales de las poblaciones de la mano del
evolucionismo y la eugenesia configurará una tecnología biopolítica que hará posible
consumar la muerte del Otro o de la ‘mala raza’ como condición de posibilidad del
continuum biológico de las vidas que necesariamente deben vivir (Foucault, 1996). El
surgimiento del racismo decimonónico posibilitará de suyo la naturalización de la muerte
del Otro como garantía de perdurabilidad de aquellas vidas dignas de ser vividas. Así pues,
el racismo tal como fue observado por Foucault constituirá la condición de aceptación del
homicidio, la potencialidad de ‘hacer vivir’ en nombre de una especie a la que hay
necesariamente resguardar y defender (Idem).
Ahora bien, ¿en qué medida la postulación del darwinismo social y el desarrollo de la
eugenesia conllevan una negación de la simultaneidad ontológica? Y, por otro lado, ¿cómo
se vincula esta negación de la simultaneidad con el despliegue colonial del capitalismo
entendido como un régimen global que hará de la vida un objeto de cálculo puesto al
servicio de la reproducción del capital?
Si bien, el darwinismo social y el programa eugenésico jugarán un rol relevante en el
proceso de regulación de la vida desarrollado ad intra de los Estados modernos europeos, a
partir del control de la sexualidad y la aplicación de medidas preventivas hacia las llamadas
‘clases peligrosas’, ambos programas legitimarán a su vez la supremacía blanca europea –
incluyendo en esto también a los EE.UU- respecto a pueblos como los latinoamericanos
tenidos como atrasados y degenerados. En este sentido, el despliegue de estas teorías
raciales aparece amarrada a una división racial de las colonias que permitirá la eliminación
del Otro primitivo, salvaje o degenerado en nombre de un triunfalismo occidental vinculado
al legado etnocéntrico europeo y noratlántico (Biagini, 2007). En esta clave, la aplicación
16

de estos discursos que justificarán la empresa imperial europea posibilitará sancionar al


cuerpo racializado del Otro como sustrato de una vida salvaje o naturalmente inferior en
vías de un inevitable proceso de extinción.
Llegados a este punto nos interesa señalar de qué modo estos saberes de la ciencia gestados
en Europa entre el siglo XVIII y XIX ejercerán una función de doble comando en el control
de la vida planetaria. Por una parte, a partir de la apropiación de la vida poblacional a
manos de tecnologías estatales que procurarán forjar un cuerpo sano de sujetos puestos al
servicio del capital y, por el otro, como dispositivos imperiales de gobierno de las
poblaciones colonizadas al establecer una valía ontológica de las mismas, mediante una
intervención científica del mundo que se desea gobernar.
En virtud de lo expuesto es posible conjeturar que el surgimiento y despliegue de lo que
Foucault ha denominado biopoder lejos de circunscribirse a una tecnología gubernamental
intra europea de regulación y control de los procesos vitales al interior de los Estados
modernos, puede ser pensado como una tecnología imperial de alcances geopolíticos
íntimamente ligado a la colonialidad como su ‘lado oscuro’ colonial.11 El reconocimiento de
la colonialidad como la ‘cara oculta’ de la modernidad es lo que permite identificar la
materialización de la división racial ejercida sobre los cuerpos y los saberes de las
poblaciones de las colonias y, a su vez, el carácter global en que van a inscribirse las
tecnologías biopolíticas analizadas ad intra por Foucault en el contexto de despliegue de la
expansión colonial europea de los siglos XVIII y XIX en sus diversas dimensiones:
territorial, lingüística, cultural, armamentística y financiera.
Esta dimensión imperial del biopoder es lo que permitirá en el proceso de modernización de
América Latina la aniquilación de aquellas vidas consideradas como decididamente
improductivas -por caso el indio, el negro-, el diseño de los sujetos deseables para la vida
social de acuerdo a los parámetros civilizatorios desplegados por la modernidad y, el
control de la vida reproductiva en los emergentes Estados nación en el continente a partir

11
Por razones de espacio no voy a detenerme aquí en el ‘punto ciego’ en que parece incurrir la analítica del
poder propuesta por el filósofo francés. Más allá de la evidente potencialidad heurística del modo en que
Foucault piensa las relaciones de poder (Castro-Gómez, 2007), no resulta menos evidente que la mayor
limitación del planteo de Foucault es el no haber contemplado el carácter global o la dimensión imperial en
que se inscriben las tecnologías de gobierno desplegadas con la expansión colonial. En otras palabras, el
límite de Foucault resulta ser la colonialidad; esto es, el no haber visualizado a la modernidad como un
fenómeno global y no estrictamente intraeuropeo el cual resulta indisociable del ejercicio de una violencia
racial ejercida sobre los cuerpos y conocimientos del Otro colonial.
17

del control de los nacimientos y la esterilización o prohibición de los matrimonios de los


individuos considerados inferiores.12
En otras palabras, esta vincularidad entre biopoder y colonialidad, enlazada como una
tecnología macrofísica de alcance global, es lo que hará posible ‘hacer vivir’ o ‘dejar morir’
en nombre de la razón y la ciencia gestionando en su reverso la muerte de quienes serán
replegados en el continente al universo de la sin-razón y lo primitivo. (Murillo, 2008)

5. A modo de conclusión

A modo de cierre interesa introducir algunas reflexiones que posibiliten retomar al menos
dos ideas tentativas propuestas a lo largo de este trabajo. La primera de ellas radica en la
posible vinculación entre las teorías raciales europeas decimonónicas y la generación de
una jerarquización ontológica de las distintas culturas vistas desde Europa en tanto centro
geográfico-temporal. La segunda idea-problema propuesta consiste en mostrar la posible
relación entre el desarrollo de estas teorías raciales del siglo XIX y el ensanchamiento de
una tecnología gubernamental de alcances imperiales.
En este sentido, frente a una época de adolecimiento del pensamiento crítico producto de la
celebración del inexpugnable triunfo del capitalismo como régimen global de poder, si
alguna relevancia reviste desde nuestro lugar vernáculo en el mundo la labor crítica es el
esfuerzo por volver visibles estas marcas del pasado que actúan y persisten -con sus
recurrencias y discontinuidades- en las capas de nuestra memoria colectiva. Este esfuerzo
por volver visibles en las sombras de nuestro tiempo la anacrónica persistencia de estas
modalidades de negación del Otro, implica en nuestro presente el ejercicio de
12
Resulta bastante frecuente atribuir al nazismo la aplicación de la eugenesia como política de Estado
mediante la promoción de las llamadas ‘esterilizaciones humanitarias’ llevadas a cabo por la maquinaria de
muerte puesta en marcha por el Estado alemán durante el régimen nazi. A contrapelo de esta lectura la
eugenesia se desplegó desde Inglaterra a los EE.UU y desde ahí al resto del continente. En esta dirección, la
promulgación en 1907 de la ‘ley de esterilización del Estado de Indiana’ da cuenta del triste privilegio que
posee los EE.UU de ser el primer país en donde se aplicaron sistemáticamente medidas eugenésicas sobre la
población como política de Estado. Véase al respecto, (García González -Álvarez Peláez, 2005).
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desustancializar las estrategias puestas en práctica para naturalizar las condiciones de vida
de las vastas mayorías populares que habitan nuestro continente.
La apelación a una retórica civilizatoria que ubica a la racionalidad neoliberal a la
vanguardia de los designios a cumplimentar por la humanidad toda, refleja la
reactualización de ciertas estrategias discursivas del pasado las cuales asumen nuevos
modos en la actualidad. De esta manera, bajo el culto del crecimiento económico y la
satisfacción de los deseos humanos saciados por la racionalidad del mercado es posible
visualizar una clasificación de la humanidad signada por el tiempo civilizatorio encarnado
por los denominados países desarrollados en contraste de aquellos países ubicados en vías
de un necesario e inevitable desarrollo. Así pues, pensada desde esta retórica civilizatoria la
pauperización que padecen nuestros pueblos encuentra sus causas explicativas en las
‘incapacidades históricas’ que poseen los mismos para adaptarse a las exigencias y
requerimientos que impone los mandatos del capitalismo global.
Es por ello que uno de los mayores desafíos a emprender por una labor crítica -ideada
desde la particularidad de nuestras ‘heridas coloniales’- es contribuir a desmantelar estas
estrategias que sancionan la ‘incapacidad natural’ de ciertos sujetos y culturas de valerse
por sí mismas o de trazar su propio camino de realización histórica.
En última instancia, la lucha contra estos saberes que nos cercenan y aprisionan no parece
resultar otra cosa que la lucha contra la colonialidad que nos habita.

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