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LO S JUEGOS
Y LOS HOMBRES
La máscara y el vértigo
COLtCCION
fWUlAR
T liiilo oaiginal.
Lei Jeux ft lei //·/»nmo. Lc nunqiM- n Ir vmixe
■£ 1^57, Édition» C a llin u rd , Parii
ISBN 96Κ·Ιβ4Μ81·5
Im p * * * , cn M / v ic o
IN TRO D U CCIÓ N
8
propio, la palabra Juego, designa, no sólo .la ac
tividad especifica que nom bra, sino tam bién la
totalidad de las figuras, de los sím bolos o de los
instrum entos necesarios a esa actividad o .a liu n -
cionam iento de un conjunto com plejo. Asf, se
habla de un juego de naipes: conjunto de car
tas; de un juego de ajedrez: co n ju n to de piezas
indispensables para ju g a r a ese juego. Conjun
tos com pletos y enum erables: un elem ento de
m ás o de m enos y el juego es im posible o fal
so, a m enos que el retiro o el aum ento de uno
o de varios elem entos se anuncie de antem ano y
responda a una intención precisa: así ocurre con
el joker en la b araja o con la v en taja de una
pieza en el ajedrez p ara establecer u n equilibrio
en tre dos jugadores de fuerza desigual. De la
m ism a m anera, se h ab lará de un juego de ó r
gano: conjunto de tubos y de teclas, o de un
juego de velas: conjunto com pleto de las dife
rentes velas de un navio. Esa idea de totalidad
cerrada, com pleta en un principio e inm utable,
concebida para funcionar sin o tra intervención
exterior que la energía que lo mueve, ciertam en
te constituye una innovación preciosa en un
m undo esencialm ente en movimiento, cuyos ele
m entos son prácticam ente infinitos y, p o r o tra
parte, se transform an sin cesar. La p alab ra jeu
[juego] designa adem ás el estilo, la m anera de un
intérprete, m úsico o com ediante, es decir las ca
racterísticas originales que distinguen de los
dem ás su m anera de tocar un instrum ento o de
in terp reta r un papel. Vinculado p o r el texto o
p o r la p artitu ra, no p o r ello es menos libre (den
tro de ciertos lím ites) de m anifestar su perso
9
nalidad m ediante inim itables m atices o varia
ciones.
La palabra juego com bina entonces las ideas
de lím ites, de libertad y de invención^ En un
registro vecino, expresa una mezcla notable en
que se leen conjuntam ente las ideas com plem en
tarias de suerte y de habilidad, de recursos re
cibidos del azar o de la fortuna y de la inteli
gencia más o menos rápida que los pone en
acción y tra ta de obtener de ellos el m ayor p ro
vecho. Una expresión com o a voir beau jeu [ser
fácil algo a alguien] corresponde al p rim er senti
do. y otras com o jouer serré [ju g a r con cautela]
y jouer au plus fin [dárselas de listo ] rem iten
al segundo; o tras más, com o m ostrar su juego
o, a la inversa, ocultar su juego se refieren
inextricablem ente a am bos: ventajas al princi
pio y despliegue hábil de una estrategia m aestra.
La idea de riesgo viene, al punto, a com plicar
elem entas de suyo enredados: la evaluación de
los recursos disponibles, el cálculo-de las even
tualidades previsibles se acom pañan rápidam en
te de o tra especulación, ung, especie de apuesta
que supone una com paración en tre el riesgo
aceptado y el resultado esperado. De allí las lo
cuciones com o poner cti juego, jugar en grattde,
jugarse el resto, la carrera, la vida, o incluso la
com probación de que ¿ ¡Ju eg a no vale la cande·
la ^ c s decir, que el m ayor provecho que puede
sacarse de la p artid a es inferior al co sto de la
luz que lo alum bra.
Una vez m ás, el juego aparece com o una idea
singularm ente com pleja que asocia un estado de
hecho, un elem ento favorable o m iserable, en
que cl azar es rey y que cl ju g ad o r hereda para
bien o para m a1, sin p oder haccr nada al res
pecto, una ap titu d para sacar el m ejo r partido
de esos recursos desiguales, que un cálculo sagaz
hace fructificar y que la negligencia dilapida y,
en fin, una elección en tre la prudencia y la auda
cia que aporta una últim a coordenada: la me
dida en que el jugad o r está dispuesto a apostar
p o r aquello que se le escapa más que p o r aque
llo que domina.
Todo juego es un sistem a d e reglas. É stas de
finen lo que es o no es juego, es decir lo perm i
tido y lo prohibido. A la ve/., esas convenciones
son a rb itrarias, im perativas e inapelables. No
pueden violarse con ningún pretexto, so pena
de que el juego acabe al p unto y se estropee por_£
este hecho. Pues nada m antiene la regla salvo*”
el deseo de ju g a r, es decir, la voluntad de respe
tarla. Es preciso jugar al j u e z o o no ju g a r en
absoluto. Ahora bien, “ju g ar al ju eg o '4 sc dice
para actividades alejadas del juego e incluso
fundam entalm ente fuera de ¿I, en las diversas ac
ciones o los diversos intercam bios a los áta le s se
tra ta de hacer extensivas algunas convenciones
im plícitas sem ejantes a las de los juegos. T an
to m ás conveniente es som eterse a ellas cuanto
que ninguna sanción oficial castiga al com pa
ñero desleal. Dejando sim plem ente de ju g a r al
j juego, éste ha vuelto a a b rir el estado natural
y ha perm itido nuevam ente toda jucacctón, toda
treta o respuesta prohibida, que las convencio
nes precisam ente tenían p o r objeto suprim ir, de
com ún acuerdo. E sta vez, lo que llam am os ju e
go aparece como un conjunto de restricciones
II
voluntarias y aceptadas de buen grado, que ins
tauran un orden estable, a veces una legislación
tácita en un universo sin ley.
CLa p alab ra ju ego ev o ca^n fin una idea de am
plitud, de facilidad de movim iento, una libertad
útil, pero ño excesiva; cuando se habla del jue
go ¿ c un engranaje o cuando se dice que un
navio juega sobre su ancla. Esa am plitud hace
posible una indispensable m ovilidad. E l juego
que subsiste entre los diversos elem entos per
m ite el funcionam iento de un mecanismo. Por
o tra parte, ese juego no debe s e r exagerado,
pues la m áquina parecería desbocada. Así. esc
. espacio cuidadosam ente calculado im pide que
se atasque o se desajuste. Juego significa enton*
ces libertad, que debe m antenerse en el seno del
rigor m ism o para que éste adquiera o conser
ve su eficacia. Por lo dem ás, el m ecanism o en
tero se puede considerar como una especie de
juego en o tro sentido de la palabra que un dic
cionario precisa de la m anera siguiente: "Ac
ción regular y com binada de las diversas p artes
de una m áq u in a/' En efecto, una m áquina es un
puzzle de piezas concebidas para ad ap tarse unas
a otras y funcionar concertadam ente. Pero, en
el in terio r de ese juego, enteram ente exacto, in
terviene un juego de o tra especie, que le da vida.
E l prim ero es ensam ble estricto y perfecta relo
jería, el segundo es elasticidad y margen de
movimiento.
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,en un sistem a coherente y equilibrado, tanto
de derechos y d e deberes com o de privilegios y de
responsabilidades. El juego inspira o confirm a
ese equilibrio. C ontinuam ente procura la Ima
gen de un m edio p u ro y autónom o, en que, res
petada voluntariam ente p o r todos, la regla no
favorece ni lesiona a nadie. C onstituye una isla
de claridad y d e perfección, cierto que siem pre
infinitesim al y precaria, y siem pre revocable,
que se b o rra p o r sí mism a. Pero esa duración
fugitiva y esa rara extensión, que dejan fuera
de sí las cosas im portantes, tienen al menos
valor d e modelo.
Los Juegos de com petencia desem bocan en los
deportes; los juegos de im itación y de ilusión
prefiguran los actos del espectáculo. Los juegos
de azar y de com binación han dado origen à
num erosos desarrollos de las m atem áticas, des
de el cálculo de probabilidades h asta la topo
logía. E s claro: el panoram a de la fecundidad
cultural de los juegos no deja de ser im presio
nante. Su contribución en el nivel del individuo
no es m enor. Los psicólogos les reconocen un
papel capital en la historia de la afirm ación de
sf en el niño y en la form ación de su carácter.
Los juegos de fuerza, de habilidad, de cálculo,
son ejercicio y entrenam iento. H acen el cuerpo
más vigoroso, más flexible y más resistente, la
vista más penetrante, el tacto m ás sutil, el espí
ritu más m elódico o m ás ingenioso. Cada juego
refuerza y agudiza determ inada capacidad física
o intelectual. Por el cam ino del placer o de la
obstinación, hace fácil lo que en un principio
fue difícil o agotador.
C ontra Io que se afirm a con frecuencia, el ju e
go no es aprendizaje de trahajo. Sólo en a p a
riencia anticipa las actividades del adulto. El
chico que juega al caballo o a la locom otora no
se p rep ara en absoluto p ara ser jin ete o mecá
nico, ni para ser cocinera la chiquilla que en
platos supuestos p rep ara alim entos ficticios con
dim entados con especias ilusorias. El juego no
prepara para ningún oficio definido; de una m a
nera general introduce en la vida, acrecentando
toda capacidad de salvar obstáculos o de hacer
frente a las dificultades. Es absurdo y no sirve
en absoluto p ara salir adelante en la realidad
lanzar lo m ás lejos posible un m artillo o un
disco m etálico, o bien a tra p a r y lanzar interm i
nablem ente una pelota con una raqueta. Pero es
ventajoso tener m úsculos fuertes y reflejos rá
pidos.
El juego ciertam ente supone la voluntad de
p.anar utilizando al máxim o esos recursos y pro
hibiéndose las jugadas no perm itidas. Pero exige
aún m ás: es preciso su p erar en cortesía al ad
versario, tenerle confianza p o r principio y com
batirlo sin anim osidad. Además es necesario
aceptar de antem ano el posible fracaso, la mala
suerte o la fatalidad, co nsentir en la derro ta
sin cólera ni desesperación. Quien se enoja o
se queja se desacredita. En efecto, allí donde
toda nueva partid a aparece com o un principio
absoluto, nada está perdido y, antes que recri
m inar o desalentarse, el ju g ad o r tiene la posibi
lidad do red o b lar su esfuerzo.
El juego invita y acostum bra a escuchar esa
lección del dom inio de sí y a hacer extensiva
18
su práctica al conjunto de las relaciones y de
las vicisitudes hum anas en que la com petencia
ya no es desinteresada ni está circunscrito la
fatalidad. Aun siendo evidente y estan d o toda
vía p o r garantizar, esa frialdad en el m om ento
de los resultados de la acción no es poca vir
tud. Sin duda, tal dom inio es m ás fácil en el
juego, donde en cierto m odo es de rigor y don
d e parecería que el am o r propio se h ubiera com
prom etido de antem ano a cum plir con las obli
gaciones. No obstante, el juego moviliza las
diversas ventajas que cada cual puede haber
recibido del destino, su m ejo r afán, la suerte Im
placable c im prescriptible, la audacia de arries
g a r y la prudencia de calcular, la capacidad de
conjugar esas diferentes clases de juego, que a
su vez es juego y juego superior, de m ayor com
plejidad en el sentido de que es el arte de aso
ciar útilm ente fuerzas difícilm ente conciliables.
En cierto sentido, nada com o el juego exige
tanta atención, tanta inteligencia y resistencia
nerviosa. E stá dem ostrado que el juego pone al
ser en un estado p o r decirlo así d e incandescen
cia, que lo deja sin energía ni resorte, una vez
rebasada la cima, consum ada la hazaña, una
vez alcanzado el extrem o com o de m ilagro en
la proeza o la resistencia. En lo cual tam bién
es m eritorio el desapego. Como lo es aceptar
perderlo todo sonriendo, al ech ar los dados o al
voltear un naipe.
Por o tra parte, es preciso considerar los ju e
gos de vértigo y el voluptuoso estrem ecim iento
que se apodera del ju g ad o r al cantarse el fatál
rien-nc-va-plus. anuncio éste que pone fin a la
19
discreción de su libre a rb itrio y hace inapelable
un veredicto que sólo de él dependía evitar de
ja n d o de jug ar. Tal vez de m anera paradójica,
algunas personas atribuyen un valor de form a
ción m oral a ese desasosiego profundo aceptado
deliberadam ente. E xperim entar placer con el pá
nico. exponerse a él p o r voluntad propia para
tra ta r de no sucum bir an te él. tener a la vista
la imagen de la perdida, saberla inevitable y no
p rep arar o tra salida que la posibilidad de afec
ta r indiferencia es, como dice P latón hablando
de o tra apuesta, un herm oso riesgo que rale la
pena correr.
Ignacio d e Loyola profesaba que era necesa
rio a ctu ar contando sólo consigo m ism o, como
si Dios no existiera, pero recordando constan
tem ente que todo dependía de Su voluntad. El
juego no es una escuela menos ruda. Ordena
al jugado r no descuidar nada para el triunfo y al
m ism o tiem po g u ard ar distancias respecto a
él. Lo que ya se ha ganado puede perderse e in
cluso se encuentra destinado a ser perdido. La
m anera de vencer e-s m ás im portante que la pro
pia victoria y. en cualquier caso, más im por
tante que lu que está en juego. A ceptar el fracaso
com o sim ple contratiem po, aceptar la victoria
sin em briaguez ni vanidad, con ese desapego,
con esa últim a reserva respecto de la propia ac
ción, es la ley del juego. C onsiderar la realidad
como un juego, ganar más terreno con esos bo
llos modales; que hacen retroceder la tacañería,
la codicia y el odio, es llevar a cabo o b ra de
civilización,
Este alegato en favor del espíritu d e juego
20
trae a la m ente una palinodia que señala b re
vemente sus debilidades y sus peligros. El juego
constituye una actividad de lujo y presupone
tiem po para el ocio. Quien tiene ham bre no
juega. E n segundo lugar, com o no se está obli
gado a él y como sólo se m antiene m ediante
el placer de jugar, el juego queda a m erced del
aburrim iento, de la saciedad o de un sim ple cam
bio de hum or. Por o tra parte, el juego está con
denado a no fu ndar ni a pro d u cir nada, pues en
su propia esencia está an u lar sus resultados, a
diferencia del trab ajo y la ciencia que capitalizan
los suyos y. en m ayor o m enor m edida, transfor
m an el m undo. Además, a expensas del conteni
do, el juego desarrolla un respeto supersticioso
a la form a, respeto que puede volverse m aniaco
si sim plem ente se mezcla con el gusto p o r la eti
queta, p o r el pundonor o p o r la casuística, por
los refinam ientos de la burocracia o de los pro
cedim ientos. Finalm ente, el juego escoge sus di
ficultades, las aísla de su contexto y, p o r decirlo
así, las irrealiza. Que sean o no resueltas no
tiene m ás consecuencia que cierta satisfacción
o cierta decepción igualm ente ideales. De habi
tuarse a ella, esa benignidad engaña respecto a
la rudeza de las pruebas verdaderas. Acostum
b ra considerar sólo elem entos exam inados y
resueltos, en tre los cuales la elección es nece
sariam ente abstracta. En pocas palabras, el ju e
go descansa sin duda en el placer de vencer el
obstáculo, p ero un obstáculo arb itrario , casi fic
ticio, hecho a la m edida del ju g ad o r y. aceptado
por él. En cambio, la realidad no tiene esas de
licadezas.
21
En este últim o p unto reside la debilidad p rin
cipal del juego. Pero esa debilidad obedece en
últim a instancia a su p ropia naturaleza y, sin
ella, el juego estaría igualm ente desprovisto de Secundum Secundatum
su fecundidad.
PRIMERA PARTE
I
I. D E FIN IC IÓ N D E L JU EG O
27
com o si todos los juegos respondieran a las mis
m as necesidades y m anifestaran indiferentem en
te la mism a actitu d psicológica. (¡Su obra no es
un estudio de los juegos, sino una investigación
sobre la fecundidad del espíritu de juego en el
terren o d e la cu ltu ra> y m ás precisam ente del
esp íritu que preside cierta esp ed e de juegos:
los juegos de com petencia reglam entada. El exa
men de las fórm ulas iniciales de que se vale
Huizinga para circunscribir el cam po de sus
análisis ayuda a com prender extrañas lagunas
de un estudio p o r lo dem ás notable en todos
aspectos. Huizinga define el juego asi:
Resumiendo. podemos decir, por tanto, que el
juego, en su aspecto formal, es una acción libre
ejecutada "como si*' y sentido como situada fue
ra de la vida corriente. peiO que, a pesar de
todo, puede absorber por completo al jugador,
sin que haya en ella ningún interés material ni
se oblonga en ella provocho alguno/que se eje
cuta dentro de un determinado ticnipo y de un
determinado espacio, que se desarrolla en un or
den sometido a reglas y que origina asociaciones
que propenden a rodearse de misterio o a disfra
zarse para destacarse del mundo habitual.1
1 Homo ludenx, trad, del FCE, México. \W . pp. 31-32.
En la página 53 se encuentra otra definición, menos
rica pero también menos limitativa:
~B1 juego es una acción u ocupación libre, que se
desarrolla dentro de unos límites temporales y espa
cial^ determinados, según reglas absolutamente obli-
galonjA, aunque libremente aceptadas, acción que tiene
su fin rn sí misma y va acompañada de un sentimien
to de tensión y alegría y de la conciencia de 'ser de
otro modo* que cu la vida comente."
28
E sta definición, en que sin em bargo todas las
palabras tienen gran valor y están llenas de sen
tido, es a la vez dem asiado am plia y dem asiado
lim itada. Es m eritorio y fecundo h ab er captado
la afinidad que existe en tre el juego y el secreto
o el m isterio, a pesar de lo cual esa connivencia
no podría intervenir en una definición del jue
go, el cual casi siem pre resulta espectacular si
no es que ostentoso. Sin duda el secreto, el
m isterio y, en fin. el disfraz, se p restan a una
actividad de juego, aunque al p unto es conve
niente agregar que esa actividad necesariam ente
se ejerce en detrim ento de todo secreto. La ac
tividad de juego lo expone, lo publica y. en cier
to modo, lo gama. En pocas palabras, tiende a
desviarlo de su naturaleza m ism a. En cambio,
cuando el secreto, la m áscara y el traje desem
peñan una función sacram ental, se puede e sta r
seguro de que no hay un juego, sino una insti
tución.
Todo lo que es m isterio o sim ulacro p o r na
turaleza está próxim o al juego: y au n es ne
cesario que se im ponga la parte de la ficción
y de la diversión, es decir, que el m isterio no sea
reverenciado y que el sim ulacro no sea ni prin
cipio ni signo de m etam orfosis y de posesión.
33
^ ó l o se juega si se quiere, cuando se quiere y
cl tiem po que se quiere. En esc sentido, el juego
es una actividad libre. Es adem ás una actividad
incierta. La duda sobre el resultado debe prolon
garse h asta el fiift Cuando, en una partid a de nai
pes, el resultado ya no es dudoso, se deja de
ju g a r y lodos m uestran su juego. En la lotería,
en la ruleta, se apuesta a un núm ero que puede
salir o no. En una prueba deportiva, las fuerzas
de los cam peones deben estar equilibradas, a
fin de que cada cual pueda defender su suerte
hasta el fin. Todo ju eg o de habilidad implica
p o r definición y para el ju g ad o r el riesgo de
fallar la jugada, una am enaza de fracaso sin la
cual el juego dejaría de divertir. A decir verdad,
ya no divierte a quien, dem asiado entrenado o
dem asiado hábil, gana sin esfucr/.o c infalible
mente.
Un desarrollo conocido de antem ano, sin po
sibilidad de e rro r ni de sorpresa, que conduzca
claram ente a un resultado ineluctable, es incom-
• patiblc con la naturaleza del juego. Se necesita
una renovación constante c im previsible de la
situación, tal com o la que se produce a cada
ataque o a cada respuesta en esgrim a o en fú t
bol, en cada cam bio de pelota en el tenis o
incluso, en el ajedrez, en cada ocasión que uno
de los adversarios mueve una pieza. El juego
consiste en la necesidad de encontrar, d e inven
ta r inm ediatam ente una respuesta que es libre
dentro de los lim ites de las realas. E sa libertad
del jugador, ese margen concedido a su acción
es esencial para el ju eg o y explica en p arte el
placer que suscita, igualm ente es la que da ra-
34
ió n de em pleos tan sorprendentes y significati
vos» de la palabra "juego" como los que se apre
cian en las expresiones juego escénico de un
artista o juego de un engranaje, p ara designar
en un caso el estilo personal de un intérprete
y en el o tro la falta de aju ste de un mecanismo.
35
dad fundam ental del com portam iento adoptado
.separa de la vida corriente y ocupa el lugar de
la legislación a rb itra ria que define otros ju e
gos. La equivalencia es tan precisa que el sabo
teador de juegos, que denunciaba lo absurdo de
las reglas, se constituye ahora en aquel que rom
pe el encantam iento, en aquel que se niega b ru
talm ente a acceder a la ilusión propuesta, en
aquel que recuerda al m uchacho que no es un
verdadero detective, un verdadero p irata, un ver
dadero caballo, un verdadero subm arino, o, a la
chiquilla, que no arru lla a un niño verdadero o
que no sirve una verdadera com ida a verdaderas
dam as en su vajilla en m iniatura.
37
suspenden las leyes ordinarias c instauran mo
m entáneam ente una nueva legislación, que es la
única que cuenta;
6* Ficticia: acom pañada dc una conciencia es
pecífica de realidad secundaria o de franca irrea
lidad en com paración con la vida corriente.
Esas diversas cualidades son puram ente for
males. No prejuzgan so b re el contenido de los
juegos. Sin em bargo, el hecho de que las dos
últim as —la regla y la ficción— hayan parecido
casi exclusivas la una con respecto a la o tra de
m uestra que la naturaleza intim a de los elemen
tos que am bas tra ta n de definir im plica y tal
vez exige que estos sean a su vez ob jeto de una
repartición que, esta vez, se esforzará p o r tener
en cuenta, no características que los oponen en
su conjunto al resto de la realidad, sino las que
los distribuyen en grupos dc una originalidad
decididam ente Irréductible.
38
II. CLASIFICACIÓN DE LOS JUEGOS
39
y el diábolo son diversiones al aire libre; pero
cl niño que juega pasivam ente p o r el placer dc
verse arrastrad o p o r la rotación del tiovivo no
lo hace con el m ism o espíritu que quien realiza
su inejor esfuerzo p ara a tra p a r correctam ente su
diábolo. P o r o tra p arle, m uchos juegos se jue
gan sin in stru m en to s ni accesorios. A lo cual se
agrega que un m ism o accesorio puede tener fun·
clones diversas según el juego considerado. Por
lo general, los canicas son el instrum ento en un
juego de habilidad, p ero uno de los jugadores
puede tra ta r dc adivinar si el núm ero que su
adversario tiene en la m ano cerrada es p a r o
im par: y entonces las canicas son instrum ento
en un juego de azar.
S in em bargo, quiero detenerm e en esta últi
m a expresión. Por una vez. hace alusión al ca
rá c te r fundam ental de una especie bien deter
m inada dc juegos. Sea al hacer una apuesta o
en la lotería, sea en la ruleta o el bacará, es
claro que el ju g ad o r adopta la m ism a actitud.
No hace nada, sólo espera la decisión dc la suerte.
En cam bio el boxeador, el corredor, el jugador
d e ajedrez o de rayucla ponen lodo en prác
tica parn ganar. Poco im porta que esos juegos
sean ora atléticos, ora intelectuales. I-a actitud
del jugador es la mism a: el esfuerzo p o r vencer
a un rival colocado en las mismas condiciones
que él. Así. al parecer está justificado oponer
los juegos dc azar y los juegos de com petencia.
Sobre todo, resu lta ten tad o r ver si es posible
d escubrir o tras actitudes no menos fundam en
tales. que posiblem ente o frecerían los títulos dc
una clasificación razonada de los juegos.
40
Luego del examen de las diferentes posibilida
des, propongo con ese fin una división en cu atro
secciones principales según que, en los juegos
considerados, predom ine el papel de la com pe
tencia. del azar, del sim ulacro o del vértigo. Las
llamo respectivam ente Agon, Alea, M im icry e
llinx. Las cuatro pertenecen claram ente al te
rreno de los juegos: se jue^a a) fútbol, a las
canicas o al ajedrez (agón), se juega a la ruleta
o a la lotería (alea), se juega al p irata como se
interpreta [francés: on joue] a Nerón o a H am
let (m im icry) y, m ediante un movim iento rápido
de rotación o de caída, se juega a provocar en
sf m ism o un estado orgánico de confusión y de
desconcierto (ilinx) . Sin em bargo, esas desig
naciones aún no cubren enteram ente el universo
del juego. Lo distribuyen en cuadrantes, cada
uno de los cuales se rige p o r un principio origi
nal. Delimitan sectores que reúnen juegos de la
m ism a especie. Pero, d entro de esos sectores, los
distintos juegos se escalonan en el m ism o o r
den. de acuerdo con una progresión com para
ble. Así. al m ism o tiem po se les puede situ ar
entre dos polos opuestos. Casi p o r com pleto, en
ano de los extrem os reina un principio común
de diversión, de turbulencia, de libre im provi
sación y de despreocupada plenitud, m ediante
la cual se m anifiesta cierta fantasía desbocada
que podem os designar m ediante el nom bre de
paidia. En el extrem o opuesto, esa exuberancia
traviesa y espontánea casi es absorbida o, en
lodo caso, disciplinada por una tendencia com
plem entaria. opuesta p o r algunos conceptos, pero
no por todos, de su naturaleza anárquica y ca
41
prichosa: una necesidad creciente de plegarla a
convencionalismos arb itrario s, im perativos y mo
lestos a propósito, de contrariarla cada vez más
usando an te ella (retas indefinidam ente cada vez
m ás estorbosas, con el fin de hacerle más difícil
llegar al resultado deseado É ste sigue siendo
perfectam ente inútil, aunque exija una suma
cada vez m ayor de esfuerzos, de paciencia, de
habilidad o de ingenio. A este segundo com po
nente lo llam o ¡udus*
a) Categorías fundamentales
43
ma, etc.). ya se disputen en tre un núm ero in
determ inado de concursantes (carreras de toda
especie, com petencias de tiro, de golf, de a tle
tismo, etc.). Λ la m ism a clase pertenecen ade
m ás los juegos en que los adversarios disponen
al principio de elem entos exactam ente del m is
m o valor y en el m ism o núm ero. E! juego de
dam as, el ajedrez, el billar, son ejem plos per
fectos. La búsqueda de la igualdad de o p o rtu
nidades a) principiar constituye de m anera tan
m anifiesta el principio esencial de la rivalidad
que se la restablece p o r medio de una ventaja
en tre dos jugadores de fuerzas diferentes, es de
cir, que d en tro de la igualdad de oportunidades
establecida en un principio, se p rep ara una des
igualdad secundaria, proporcional a la fuerza
relativa supuesta en los participantes. E s signi
ficativo que ese uso exista tan to p ara el agón de
cará cter m uscular (1os encuentros deportivos)
Como para el agon de tipo más cerebral (las p a r
tidas de ajedrez, p o r ejem plo, en las que se da
a) jugador más débil la ventaja de un peón,
de un caballo o de una to rre).
Por cuidadosam ente que se tra te de conser
varla. una igualdad absoluta no parece sin em
bargo de! todo alcanzable. En ocasiones, como
en las dam as o el ajedrez, el hecho de ju g ar
prim ero da cierta ventaja, pues esa prioridad
perm ite al ju g ad o r favorecido ocupar posicio
nes clave o im poner su estrategia« P o r el con
trario . en los juegos de nuja, quien ofrece al
últim o aprovecha las indicaciones que le dan
los anuncios de sus adversarios. Asimismo, en
el croquet, salir en últim o térm ino m ultiplica
4-1
los recursos del jugador. En los encuentros de
portivos. la exposición, el hecho de tener el sol
d e frente o a la espalda; el viento que ayuda o
que estorba a uno de los dos cam pos; en las
carreras disputadas sobre una pista cerrada, el
hecho de encontrarse en el in terio r o en el exte
rio r de la curva, constituyen, dado el caso, o tras
tantas ventajas o inconvenientes cuya influencia
no necesariam ente es ínfima. Esos inevitables
desequilibrios se anulan o se m oderan m ediante
el sorteo de la situación inicial, y luego m edian
te una estricta alternancia de la situación privi
legiada.
Para cada com petidor, el resorte del juego es
el deseo de ver reconocida su excelencia en un te
rreno determ inado. La práctica del agon supone
p o r ello una atención sostenida, un entrenam ien
to apropiado, esfuerzos asiduos y la voluntad
de vencer. Im plica disciplina y perseverancia.
Deja al com petidor solo con sus recursos, lo in
vita a sacar de ellos el m ejo r p artid o posible, lo
obliga en fin a usarlos Icalmcntc y d entro de
los lím ites determ inados que, siendo iguales para
todos, conducen sin em bargo a hacer indiscuti
ble la superioridad del vencedor. El agutí se pre
senta como la form a p u ra del m érito personal
y sirve p ara m anifestarlo.
Fuera, o en los lím ites del juego, se encuentra
el espíritu del agon en otros fenóm enos cultu
rales que obedecen al m ism o código: el duelo, el
torneo, ciertos aspectos constantes y sorpren
dentes de la llamada guerra cortés.
En principio, puesto que no conciben lím ites ni
reglas y buscan sólo en una lucha im placable
una victoria brutal, parecería que los anim ales
tuvieran que desconocer el otfow. Es claro que
no podrían invocarse ni las carreras de caba
llos ni las peleas de gallos: unas y o tras son
luchas en que los hom bres hacen enfrentarse a
anim ales adiestrados, de acuerdo con norm as
que sólo ellos han fijado. No obstante, conside
rando ciertos hechos, los anim ales al parecer
tienen ya el gusto de oponerse en encuentros en
que. si bien está ausente la regla, com o es de
esperar, al menos hay un lím ite im plícitam ente
convenido y respetado espontáneam ente. Así ocu
rre sobre todo con los gatos pequeños, los ca
chorros dc perro, las focas jóvenes y los oseznos,
que gustan dc d erribarse guardándose bien de
herirse.
Más convincente aún es la costum bre d e los
bóvidos que. con la cabeza pacha, testuz contra
testuz, tratan de hacerse recu lar el uno al otro.
Los caballos practican el m ism o tipo de duelo
am istoso y adem ás conocen otro: p ara m edir
sus fuerzas, se yerguen sobre las patas traseras
y se dejan caer uno sobre otro con un vigoroso
im pulso oblicuo y con todo su peso, a fin dc
hacer perder el equilibrio al adversario. Asimis-
nio. los observadores han señalado numerosos
fuegos de persecución, que tienen lugar m edian
te desafío o invitación. El anim al alcanzado no
tiene nada que tem er de su vencedor. El caso
más elocuente es sin duda el dc los pequeños
pavos reales silvestres llam ados “com batientes”.
Escogen un cam po de batalla, "un lugar un tanto
46
elevado", dice Karl Groos,' "siem pre húm edo y
cubierto de pasto raso, de un diám etro de me
tro y m edio a dos m etros". Allí se reúnen coti
dianam ente algunos machos. El que llega prim e
ro espera a un adversario y empieza la lucha. Los
cam peones tiem blan c inclinan la cabeza en rei
teradas ocasiones. Sus plum as se erizan. Se lan
zan uno contra otro , con el pico al fíente, y
golpean. Nunca hay persecución ni lucha fuera
del espacio delim itado para el torneo. P o r ello,
en cuanto a los ejem plos anteriores, m e parece
legítimo pronunciar aquí la palabra agem: hasta
ese grado es claro que la finalidad de los en
cuentros no es para los antagonistas infligir un
daño grave a su rival, sino d em o strar su propia
superioridad. Los hom bres sólo agregan los re
finam ientos y la precisión de la regla.
50
m ales nu podrían im aginar una fuerza abstracta
c insensible, a cuyo veredicto se som etieran de
antem ano por juego y sin reacción. E sp erar pa
siva y deliberadam ente la decisión de una fata
lidad. arriesgar en ella un bien para m ultipli
carlo en proporción a las probabilidades de
perderlo es una actitud que exige una posibilidad
de previsión, de representación y de especula
ción de la que sólo es capwz una reflexión obje
tiva y calculadora Tal vez en la m edida en que
el niño aún está próxim o al anim al. los juegos
de azar no tienen p ara él la im portancia que
cobran para el adulto. Para ¿1. ju g a r es actuar.
P or o tra parte, privado de independencia econó
mica y sin dinero que le pertenezca, no encuen
tra en los juegos de azar aquello que constituye
su atractivo principal. É stos no logran hacerle
estrem ecerse. C ierto es que las canicas son para
él una m oneda. Sin em bargo, para ganarlas cuen
ta m ás con su habilidad que con la suerte.
54
I
56
m anera m ás explícita. Los cam peones, triunfa'
dores del agon, son las estrellas de los encuen
tro s deportivos. En cam bio, las estrellas son las
vencedoras de una com petencia difusa donde se
juega el favor del público. Unos y o tro s reciben
correspondencia abundante, conceden entrevis
tas a una prensa ávida y fin n an autógrafos.
A dccir verdad, la carrera ciclista, el encuentro
de boxeo o de lucha, el p artido de fútbol, de
tenis o de polo, constituyen en sí espectáculos
con trajes, inauguración solem ne, liturgia a p r o
iada y desarrollo regjam entado. En una pala-
e ra. son dram as cuyas diferentes peripecias h a
cen al público contener el aliento y llegan a un
desenlace que exalta a unos y decepciona a otras.
La naturaleza de esos espectáculos sigue siendo
la del agon, pero aparecen con las características
exteriores de una representación. Los asistentes
no se contentan con alen tar con la voz y los ade
m anes el esfuerzo de los atletas de su prefe
rencia sino tam bién, en el hipódrom o, el de los
caballos de su elección. Un contagio físico los lle
va a csbo7ar la actitud de los hom bres o de
los anim ales, p ara ayudarlos, a la m anera en
que se sabe que un ju g ad o r de bolos inclina
el cuerpo de m anera im perceptible en la direc
ción que quisiera ver to m ar a la pesada bola
al térm ino de su recorrido. En esas condicio
nes. adem ás del espectáculo, entre el público se
suscita una com petencia con m im icry, que dupli
ca el verdadero agon del cam po o de la pista.
Con excepción de una sola, la m im icry pre
senta todas las características del juego: liber
tad, convención, suspensión de la realidad, es
57
pació y licm po delim itados. Ko obstante, la
continua sum isión a reglas im perativas y preci
sas no se deja apreciar en ella. Ya lo hem os vis
to: ocupan su lugar la disim ulación d c la realidad
y la sim ulación de una segunda realidad. La m i
m icry es invención incesante. La regla del juego
es única: para el actor, consiste en fascinar al
espectador, evitando que un e rro r conduzca a
este a rech azar la ilusión; para el espectador,
consiste en prestarse a la ilusión sin recusar
desde un principio la escenografía, la m áscara,
el artificio al que se le invita a d a r crédito, du
rante un tiem po determ inado, como a una reali
dad más real que la realidad.
58
de vértigo. Los derviches buscan cl éxtasis gi
rando sobre sí mism os, de acuerdo con un m o
vim iento que aceleran toques de tam bor cada
vez m ás precipitados. El pánico y la hipnosis de
la conciencia se alcanzan m ediante el paroxismo
de una rotación frenética contagiosa y com par
tida.0 En México, los voladores —huastecos υ
totoriacas— se izan basta lo alto de un poste
de veinte a treinta m etros de altu ra. Falsas alas
suspendidas de sus m uñecas los disfrazan de
águilas. Se atan de la cin tu ra al extrem o de una
cuerda. Luego, ésta pasa en tre los dedos de sus
pies, de m anera que puedan efectu ar el descenso
en tero cabeza ab ajo y con los brazos abiertos.
Antes de llegar al suelo, dan varias vueltas com
pletas, trece según Torquem ada. describiendo
una espiral que va ensanchándose. La cerem o
nia. que incluye varios vuelos y empieza al
m ediodía, se in terp reta con gusto com o una dan
za del sol poniente, al que acom pañan aves,
m uertos divinizados. La frecuencia de los acci
dentes ha llevado a las autoridades mexicanas
a prohibir esc peligroso ejercicio."
Por lo demás, casi no resulta necesario invo
c a r esos ejem plos m ros y prestigiosos. G irando
62
cl que sc siente p o r ejem plo sobre esquíes, en
m otocicleta o en un au to convertible. Para dar
a ese tipo dc sensaciones la intensidad y la bru
talidad capaces de a tu rd ir los organism os adul
tos, ha habido que inventar m áquinas potentes.
P or tanto, no es sorprendente que con frecuencia
se haya tenido que llegar a la era industrial para
ver al vértigo constituirse en verdadera catego
ría de juego. Desde entonces se ofrece a una
ávida m ultitud por m edio dc mil ap arato s im
placables instalados en las ferias y en los par
ques dc atracciones.
Evidentem ente, esos ap arato s rebasarían su
fin si sólo se tra ta ra de p ertu rb a r los órganos
del oído intento, de los que depende el senti
do del equilibrio. Pero el cuerpo entero es some
tido a tratos que todos tem erían, si no vieran
a los dem ás atropellarse para sufrirlos. A decir
verdad, vale la pena observar la salida dc esas
m áquinas de vértigo. Devuelven a las personas
dem acradas, tam baleantes y ni borde dc la náu
sea. Acaban de d a r alaridos de terro r, han tenido
la respiración entreco rtad a y sentido la horrible
im presión de que d entro de sí m ism as hasta sus
órganos tenían miedo y se encogían para esca
p a r dc un terrible asalto. Sin em bargo, en su
m ayoría c incluso antes de tranquilizarse, se
precipitan ya a la taquilla p ara co m p rar el de
recho de experim entar una vez m ás el mismo
suplicio, del que esperan un goce.
F uer/a es decir goce, pues vacilam os en lla
m a r distracción a sem ejante arreb ato , que se
acerca más al espasm o que a la diversión. Por
o tra parte, es im portante observar que la vio*
63
lcncia de la im presión sentida es tal q u e los
propietarios de los ap aratos, en casos extrem os,
hacen esfuerzos p o r seducir a tos ingenuos me
diante el carácter g ratu ito de la atracció n . Fa
lazm ente anuncian que "todavía esta vez" no
cuesta nada, cuando en realidad así o cu rre sis
tem áticam ente. En cam bio, se hace p ag ar a los
espectadores su privilegio de co n sid erar tran
quilam ente desde lo alto de una galería las an
gustias de las víctim as voluntarias o sorprendi
das, expuestas a fu er/as temibles o a extraños
caprichos.
Sería tem erario sacar conclusiones dem asiado
precisas respecto de esa curiosa y cruel distri
bución de papeles. É sta no es característica de
una sola clase de juegos: se encuentra en el bo
xeo. en la lucha libre y en las peleas de gla
diadores. Aquí, lo esencial reside en la búsqueda
de ese desconcierto específico, de ese pánico
m om entáneo definido p o r el térm ino del vérti
go y de las indudables características de juego
que van asociadas a él: libertad de acep tar o de
rechazar la prueba, lím ites estrictos e invaria
bles. separación del resto de la realidad. Que la
prueba dé adem ás m ateria de espectáculo no
disminuye sino que refuerza su naturaleza de
juego.
b) D e la t u r b u l e n c ia a l a η η ;ιλ
64
form an en instrum en to de cultura fecundo y de*
cisivo. Pero sigue siendo cierto que en el origen
del juego reside una libertad prim ordial, una
necesidad de relajam iento, y en general de dis
tracción y fantasía. Esa libertad es su m otor
Indispensable y perm anece en el origen de sus
form as m ás com plejas ν más estrictam ente or
ganizadas. S u capacidad prim aria de im provi
sación y de alegría, a la que yo llamo paidia, se
conjuga con el gusto p o r la dificultad g ratu ita,
3 la que propongo llam ar ludus, p ara llegar a
los diferentes juegos a los que sin exagerar se
puede a trib u ir una virtud civilizadora. En efec
to, esos juegos ejem plifican los valores m orales
e intelectuales de una cultura. Además, contri
buyen a precisarlos y a desarrollarlos.
H e escogido la p alab ra paidia p o r ten er como
raíz el nom bre del niño y en segundo lu g ar por
la preocupación de no desconcertar inútilm en
te al lector recurriendo a un térm ino tom ado
de tina lengua de las antípodas. Pero el sáns
crito kredati y el chino watt parecen a la vez
más ricos y m ás reveladores, p o r la variedad y
la naturaleza de sus significados anexos. Cierto
es que también presentan los inconvenientes de
una riqueza dem asiado grande, en tre otros, cier
to peligro de confusión. Kredati designa el juego
de los adultos, de los niflos y de los anim ales. Se
aplica de m anera m ás exclusiva al brinco, es de
cir. a los movimientos bruscos y caprichosos
provocados p o r una superabundancia de alegría
o de vitalidad. Se em plea tam bién para las rela
ciones eróticas ilícitas, para el vaivén dc las olas
y p ara cualquier o tra cosa que ondule de acuer-
65
do con cl viento. La palabra wan es todavía más
explícita, lauto por lo que nom bra com o por
lo que descarta, es decir. los juegos de habili
dad. dc com petencia, de sim ulacro y de azar. En
cam bio, m anifiesta num erosos desarrollos dc
sentido en los cuales tendré ocasión dc insistir.
A la luz de esas com paraciones y dc esas ex
clusivas sem ánticas, ¿cuáles pueden ser la exten
sión y la significación del térm ino p a id ia i Por
mi parte, lo definiré corno el vocablo que incluye
las m anifestaciones espontáneas del instinto de
Juego: el g alo enredado en una pelota de lana,
el perro que se sacude, el lactante que ríe a su
sonaja, representan los prim eros ejem plos iden-
tifícables de esa clase de acLividad. interviene
en toda exuberancia dichosa que m anifiesta una
agitación inm ediata y desordenada, una recrea
ción espontánea y relajada, naturalm ente exce
siva, cuyo carácter im provisado y descom puesto
sigue siendo la esencia, si no es que la única
razón de ser. De la voltereta al garabato, de la
pelotera a la batahola, no faltan ejem plos per
fectam ente claros de sem ejantes p ruritos de mo
vim ientos. de colores o dc ruidos.
Esa necesidad elemental dc agitación y de es
truendo aparece antes que nada com o un im pul
so dc tocarlo todo, dc asir, de probar, de olfatear
y luego de olvidarse de lodo objeto accesible.
Fácilm ente se constituye en gusto de d e stru ir o
de rom per. Explica el placer de c o rta r interm i
nablem ente papel con tijeras, dc hacer trizas
una tela, de hacer que se derrum be un m onta
je . de atrav esar una lila, de llevar el desorden
a un juego o a la ocupación de los dem ás, etc.
66
Pronto viene el deseo de engañar o de desafiar,
sacando la lengua, haciendo muecas, fingiendo
tocar o tira r el objeto prohibido. Para el niño,
se tra ta de afirm arse, de sentirse causa. de obli
g a r a los dem ás a prestarle atención. De ese
modo» K. Groos inform a del caso de un sim io al
que le gustaba tira r de la cola a un perro que
vivía con él, cada vez que éste sim ulaba dorm ir.
La alegría prim itiva de d estru ir y de tira r fue
observada en un m ono capuchino p o r la herm a
na d e C. J. Rom anes, con una precisión de de
talles de lo m ás significativa*
E l niño no se lim ita a eso. T.e gusta ju g a r con
su propio dolor, p o r ejem plo, irritán d o se con la
lengua una muela enferm a. Tam bién le gusta
que lo asusten. Asi. busco ora un dolor físico,
pero lim itado, y dirigido, cuya causa es el, ora
una angustia psíquica, pero solicitada p o r él, que
hace cesar a su antojo. Tanto aquí com o allá
son reconocibles los aspectos fundam entales del
juego: actividad voluntaria, convenida, separa
da y gobernada.
Pronto nace el gusto de inventar reglas y de
plegarse a ellas con obstinación, cueste lo que
cueste: el niño hace entonces consigo m ism o o
con sus com pañeros todo tipo de apuestas que
son, com o ya hem os visto, las form as elem enta
les del agón: cam ina a la pata coja, hacia atrás,
cerrando los ojos, o juega a quién m irará el
sol. soportará un dolor o perm anecerá en una
posición molesta el m ayor tiem po posible.
74
Por lo demás, el Itidus no es la única m etam or
fosis concebible de la paidia. Una civilización
com o la de la China clásica inventó p ara ella
un destino diferente. Hecha toda de sabiduría
y de circunspección, la cu ltu ra china se orienta
m enos liacia la innovación como idea precon
cebida. La necesidad de progreso y el espíritu
em prendedor le parecen fácilm ente una especie
de comezón sin fertilidad decisiva. En esas con
diciones. orienta naturalm ente la turbulencia, el
exceso de energía de la paidia en una dirección
m ás acorde con sus valores suprem os. Y éste
es el m om ento de volver sobre el term ino xyán.
Según algunos, designaría etim ológicam ente la
acción de acariciar de m anera indefinida un
trozo de jade para pulirlo, para sen tir su sua
vidad o p ara acom pañar un ensueño. Tal vez
a causa de ese origen, saca a la luz o lro destino
de la paidia. La reserva de agitación libre que
la define en un principio, al p arecer deriva en
esc caso, no hacia la proeza, el cálculo y di
ficultad vencida, sino hacia la calm a. Ja pacien
cia y el sueño vano. En efecto, el carácter wan
designa en esencia toda clase de ocupaciones
sem im aquinales que dejan al espíritu distraído
y vagabundo, ciertos juegos com plejos que lo
em parentan con el luduS y, al m ism o tiem po,
la m editación despreocupada y la contem plación
perezosa.
El tum ulto y el estruendo se designan me
diante la expresión jeou-ηαυ. literalm ente " a r
diente-desorden". Compuesto con esc m isuio tér
m ino nao, el carácter w au evoca toda conducta
exuberante y alegre. Pero debe com binarse con
75
El ejem plo de la palabra wan dem uestra ya que
cl destino de las culturas se lee tam bién en ios
juegos. D ar preferencia al agon, al alea, a la
m im icry o al ilinx contribuye a decidir el por
venir de una civilización. Asimismo, desviar la
reserva de energía que representa la paidia ha
cia la invención o hacia el ensueño m anifiesta
una elección, sin duda im plícita, pero funda
m ental y de alcance indiscutible.
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III. LA VOCACIÓN SOCIAL DE
LOS JUEGOS
Te asesto un golpe
Te m ato
Te corto la cabeza
Te corlo un brazo
Y luego el otro
Te corto una pierna
Luego la o irá
82
Los pedazos a los perros
Los perros com en. . .
85
ciedadcs dc apuestas; para la m im icry, las artes
del espectáculo, desde la ópera hasta las m ario
netas y el guiñol y, de una m anera m ás equivo
ca, orientada ya hacia el vertipp, el carnaval y
el baile de disfraces; finalm ente, para el ilinx, la
feria am bulante y las ocasiones anuales cíclicas,
de francachela y de júbilo populares.
Todo un capítulo del estudio de los juegos
debe exam inar esas m anifestaciones m ediante las
cuales los juegos encajan directam ente en las cos
tum bres cotidianas. Esas m anifestaciones con
tribuyen en efecto a d a r a las diferentes culturas
algunos dc sus usos y dc sus instituciones más
fácilm ente identificadles.
86
Ψ
IV. LA CO RRU PC IÓ N DR LOS JUEGOS
90
m ejor porvenir. Las rivalidades perfectas y pre
cisas en las que acaba de m edir su valor en
las condiciones m ás artificiales que existan dan
paso a com petencias tem ibles p o r otros concep
tos. en cuanto abandona el estadio, el velódromo
o el cuadrilátero. H ipócritas, incesantes c im
placables, estas im pregnan toda su vida. Como
el com ediante fuera dc escena, se encuentra en
tonces devuelto al destino com ún, fuera del es
pacio cerrado y del tiem po privilegiado en que
reinan las leyes estrictas, g ratu itas e indiscuti
bles del juego.
97
i
llegan a producirse, incluso en m áquinas conce
bidas y construidas para b rin d ar seguridad per
fecta a quienes las alquilan, m áquinas que tam
bién son som etidas a minuciosas revisiones
periódicas. El vértigo físico, estado extrem o que
priva al paciente de todo m edio de defensa, es
tan difícil de obtener com o peligroso de sentir.
P or eso la búsqueda del extravio de la concien
cia o de la desorientación de la percepción para
esparcirse en la vida cotidiana debe a d o p ta r for
m as muy distintas de aquellas que se le ven
ad o p tar en los ap arato s giratorios, de velocidad,
de caída y de propulsión inventados para provo
car el vértigo en el universo cerrado y protegido
del juego.
Costosas, com plejas y estorbosas, esas insta
laciones no existen sino en los parques de di
versiones de las capitales o sólo se m ontan pe
riódicam ente en ocasión de las ferias. P o r su
atm ósfera, pertenecen ya id universo del juego.
Además, la naturaleza de los sacudim ientos que
procuran corresponde p unto p o r p unto a la
definición de este: son breves, interm itentes,
calculadas y discontinuas com o p artidas o en
cuentros sucesivos. Por últim o, perm anecen in
dependientes del m undo real. Su acción se limita
a su propia duración. Cesa en cuanto la m áqui
na se detiene y no dejan en el aficionado más
huella que cierto atu rdim iento fugaz, antes de
restituirlo a su equilibrio acostum brado.
Para aclim atar el vértigo a la vida cotidiana,
es necesario p asar de los prontos efectos de la
lísica a los poderes sospechosos y confusos de
la química. Entonces se pide a las drogas o al
98
*
99
m ica sanguínea, lame con avidez los exudados
odorantes form ados dc éteres grasos que segre
gan las glándulas abdom inales dc un pequeño co
leóptero llam ado lochem usa strum osa. I.as hor
m igas introducen en sus nidos las larvas d c éste
y las alim entan con tan to cuidado que descui
dan las suyas. Pronto las larvas de la lochem u-
sa devoran a las crías dc las horm igas. Mal aten
didas, las reinas de estas ya no engendran sino
seudóginos estériles. El horm iguero decae y des
aparece. I-a form ica fusca que, en libertad, m ata
a la lochem usa, la deja vivir cuando es esclava
de la form ica sanguínea. P o r esc m ism o gusto de
una grasa perfum ada, m antiene con ella al áte
m eles e m arginatus que tam bién la a rra s tra a
su pérdida. No obstante, destruye a este p ará
sito cuando es esclava de la fórm ica rufa, que
no lo tolera. No se tra ta entonces dc ninguna
influencia irresistible, sino de una especie dc
vicio que puede desaparecer en determ inadas
circunstancias: en particular, la servidum bre
ta n to lo suscita com o perm ite resistir a él. Los
am os im ponen sus costum bres a sus prisioneros.*
Esos casos dc intoxicación voluntaria no son
aislados. O tra especie de horm iga, la iridom yr-
m ex sanguineus de Queensland, busca las orugas
de una pequeña f a lena gris p ara beber el líquido
em briagador que em iten. Presiona con sus m an
díbulas la carne jugosa de esas larvas para ha
cerle so lta r el líquido que contiene. Cuando ha
agotado una oruga, pasa a o tra. La desgracia
* Henri Piéron, "Les instincts nuisibles n l'espèce
devant les théories irnnformi-suts". Sciemia, t. IX . 1911,
pp. 199*203.
100
es que las orugas de In falcna devoran los hue
vee! Ilos de la iridom yrm ex. En ocasiones, cl in
secto que produce cl exudado odorante "conoce”
su poder c incita a la hormiga al vicio. La oruga
del lycaena arion, estudiado p o r Chapm an y p o r
Frohaw k, está provista de una bolsa de miel.
Cuando encuentra una obrera de la cspccic w*yr-
m ica laevinodis, levanta los segm entos anteriores
de su cuerpo, invitando a la hormiga a tran s
portarla a su nido. Pues bien, el lycaena se ali
m enta de las larvas de la m yrmica. E sta ú ltim a
no se interesa p o r la oruga d urante los periodos
en que no produce miel. Finalm ente, un hemíp-
tero d e Java, el ptilocerus oettraecus, descrito
p o r K írkaldy y Jacobson, llera en medio de su
cara ventral una glándula con un líquido tóxico
que ofrece a las horm igas, a las cuales les gusta
mucho. De inm ediato acuden a lam erlo. El liqui
do las paraliza y entonces son presa fácil del pti-
lóccro.4
Los com portam ientos ab erran tes de las hor
m igas tal vez no dem uestren, com o se ha dicho,
la existencia de instintos nocivos a la especie.
Antes bien, prueban que la atracción irresistible
por un producto paralizante logra neutralizar
ios instintos m ás fuertes, en p articu lar el instin
to de conservación que impele al individuo a ve
lar p o r su propia seguridad y le ordena proteger
y alim en tar a su descendencia. Podría decirse
que las horm igas lo "olvidan1' lodo p o r la dio-
ga. Adoptan las conductas m ás funestas, ellas
• W . Morlon-Wcclcr. L e s S a c i é t e s d ' h i s c c t c s , trad, frnn
cesa, 1926. pi>. 312-317. En el *·Expediente- (p. 311) cito
el proceder enroe tcris !ico del pcátócero.
101
m ism as se entregan al enem igo o le abandonan
sus huevecillos y sus larvas.
De m anera extrañam ente análoga, el em bota
m iento, la ebriedad y la intoxicación provoca
dos p o r el alcohol llevan al hom bre p o r un ca
m ino en que se destruye a sí m ism o de una
m anera solapada e irrem ediable. Al final, p ri
vado de la libertad de q u erer o tra cosa que su
veneno, se ve presa de una perturbación orgá
nica continua, singularm ente más peligrosa que
el vértigo físico, pues éste al m enos no com
prom ete sino m om entáneam ente en él la capa
cidad de resistir la fascinación del vacío.
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V. POR UNA SOCIOLOGÍA A PA RTIR
DE LOS JUEGOS
107
go que crea y que m antiene. En ciertos aspectos,
las reglas del derecho, las <Ie la prosodia, del
contrapunto y de la perspectiva, las de la puesta
en escena y de la liturgia, las de la táctica mi
litar, las de la controversia filosófica son otras
ta n ta s reglas de juegos. Constituyen convencio
nes que es preciso resp etar. Sus redes sutiles
fundan nada menos que la civilización.
"¿H abrá salido todo del juego?", nos pregun
tam os al c e rra r Homo ludens.
Las dos tesis se contradicen casi absoluta
mente. No creo que nunca se las haya confron
tado todavía, sea para decidir en tre ellas, sea
para articu larlas una a o tra. Fuerza es aceptar
que parecen lejos de concordar fácilmente. En un
caso, los juegos se presentan de m anera siste
m ática com o degradaciones de aquellas activi
dades de los adultos que, habiendo perdido su
seriedad, caen al nivel de distracciones anodi
nas. En el otro, el espíritu de juego está en el
origen de las convenciones fecundas que perm i
ten el desarrollo de las culturas. Estim ula el
ingenio, el refinam iento y la invención. Al mismo
tiem po, enseña la lealtad respecto del adversa
rio y da un ejem plo de com petencias en que la
rivalidad no sobrevive al encuentro. P o r el ca
m ino del juego, el hom bre está en posibilidad
de d e rro ta r la m onotonía, el determ inism o. la
ceguera y la brutalidad de la naturaleza. Apren
de a co n stru ir un orden, a concebir una eco
nomía, a establecer una equidad.
111
terra, subsiste una fecha fija para ju g a r trom po
y es legítimo apoderarse de aquel que es bailado
fuera de tem porada. Sabem os que an tañ o al
deas, parroquias y ciudades poseían trom pos
gigantescos, que las cofradías hacen g ira r ritual-
m ente en ocasión de ciertas fiestas. P o r lo cual,
una vez m As, el juego infantil parece surgido
de una prehistoria cargada de significación.
Por su parte, las rondas y las pantom im as
parecen prolongar o reproducir liturgias olvi
dadas. Por ejem plo, en Francia, La T our prends
garde, (La to rre en g u ard ia). Le Pont du Nord,
(El puente del norte) o Les Chevaliers du Guet,
(Los caballeros al acecho). Lo m ism o, en la
G ran B retaña, Jefiny Jones u O ld Rogers.
No se ha necesitado más p ara en co n trar en
el guión de esas diversiones rem iniscencias del
m atrim onio por rapto, de diversos tabúes, de
ritos funerarios y de m últiples costum bres olvi·
dadas.
Λ fin de cuentas, difícilm ente hay juego que
no haya parecido a los historiadores especializa
dos com o el últim o estadio de la decadencia p ro
gresiva de una actividad solem ne y decisiva que
com prom etía la prosperidad o el destino de los
individuos o de las com unidades. Sin em bargo
me pregunto si esa doctrina, que consiste en
considerar cada juego com o m etam orfosis ú lti
m a y hum illada de tina actividad seria no es
errónea en lo fundam ental y. para acab ar pron
to, una p u ra y simple ilusión de óptica, que no
resuelve de ninguna m anera el problem a.
E s muy cierto que cl arco, la honda y la cerba
tana subsisten como juguetes, habiendo sido
sustituidos p u r arm as m ás poderosas. Pero los
niños tam bién juegan con pistolas dc agua o de
fulm inantes, con rifles de aire com prim ido, cuan
do ni la pistola ni el fusil han dejado dc usarse
entre los adultos. Tam bién juegan con tanques,
con subm arinos y con aviones en m iniatura, que
dejan caer sim ulacros d e bom bas atóm icas. Ño
hay ningún arm a nueva que al punió no sea
producida com o juguete. En cam bio, no es del
todo seguro que los niños prehistóricos no ju
garan ya con arcos, con hondas y con cerbatanas
im provisados, en el m om ento en que sus p a
dres los utilizaban “en serio” o “de veritas'*,
como reza de una m anera sum am ente revelado*
ra en el lenguaje infantil. Es dudoso que se haya
esperado la invención del autom óvil p ara Jugar
a la diligencia. El juego del m onopoli reproduce
el funcionam iento del capitalism o: pero no es
su sucesor.
La observación rio es menos válida para lo sa
grado que p ara lo profano. Las kachinas son
sem idivinidades, objeto principal de la piedad
de los indios pueblos de Nuevo México: lo cual
no im pide que los mism os adultos que las vene
ran y las en cam an en el transcurso de danzas
enm ascaradas fabriquen m uñecas a sem ejanza
suya p ara diversión dc sus hijos. Del mismo
modo, en los países católicos, los niños juegan
com únm ente a la misa, a la confirm ación, al m a
trim onio y al entierro. Sus padres los dejan ha
cer, al menos m ientras la im itación sea respe
tuosa. En el Africa negra, los niños fabrican de
113
m anera análoga m áscaras y rombos, pero por
o tra parle se les castiga p o r las m ism as razones
si la im ilación rebasa los lím ites y cobra un ca
rácter dem asiado paródico o sacrilego.
En una palabra, los niños im itan corriente
m ente instrum entos, sím bolos y rituales de la
vida religiosa, com portam ientos y adem anes de
la vida m ilitar. Les gusta com portarse como
adultos, fingir p o r un m om ento que son adul
tos. Asi. por poco im presionante o solem ne que
sea, y sobre todo m el oficiante viste p ara rea
lizarla algún tra je especial, toda cerem onia nor
m alm ente sirve de base a un juego que la re
produce en falso. De allf el éxito de las arm as
juguete y de las panoplias que. gracias a algu
nos accesorios característicos y a los elementos
de un disfraz rudim entario, perm iten al niño
transform arse en oficial, en agente de policía,
en jockey, en aviador, en m arino, en vaquero, en
cobrador de autobús, o en cualquier o tro perso
naje notable que le haya llam ado la atención. Y
lo m ism o ocurre con la muñeca que, en todas
las latitudes, perm ite a la chiquilla im itar a su
m adre, ser una madre.
\ Tos vemos llevados a sospechar que no hay
ninguna degradación de una actividad seria en
la diversión infantil sino, antes bien, presencia
sim ultánea de dos registros distintos. El niño
indio se divertía ya con el colum pio en el m o
m ento en q u e el oficiante mecía piadosam ente
a K am a o a K rishna en el colum pio litúrgico
suntuosam ente adornado de pedrerías y de guir
naldas. Los niños de hoy juegan a los soldados
sin que los ejércitos havan desaparecido. ¿Cómo
114
im aginar que algún día desaparecerá el Juego
de la muñeca?
115
Asi, los juegos dc niños pur una p arle (y cómo
algo muy natural) consisten en im itar a los adul
tos, de la m ism a m anera que su educación tiene
como finalidad la dc prep ararlo s p a ra sor a su
vez adultos encargados de responsabilidades
efectivas, no im aginarias ni tales que baste der
cir “ya no juego" para abolirías. Pues bien, no
debe olvidarse que p o r su parle los adulios
no dejan dc ju g a r a juegos com plejos, variados
y en ocasiones peligrosos, pero que no p o r ello
dejan de s e r juegos, pues se les siente como
tales. Aunque la fortuna y la vida pueden com
prom eterse en ellos tanto com o en las activi
dades llam adas serias o más que en ellas, todos
las distinguen al punió d e éstas, aun cuando
parezcan al jugador m ucho menos im portantes
para él que el juego que lo apasiona. En efec
to, el juego perm anece separado, cerrado y en
principio sin repercusión im portante en la soli
de/. y en la continuidad dc la vida colectiva e
institucional.
Los num erosos au to res que se han em peñado
en ver en los juegos, y sobre todo en los juegos
infantiles, degradaciones placenteras e insignifi
cantes de actividades antiguam ente llenas de sen
tido y consideradas decisivas, no han apreciado
lo suficiente que el juego y la vida co rrien te son,
de m anera constante y dondequiera, cam pos an
tagónicos y sim ultáneos. Sin em bargo, tal e rro r
dc perspectiva no está exento de valiosas ense
ñanzas. Demuestra con seguridad que la historia
vertical de los juegos, q u iero decir su transfor
mación en el transcurso del tiem po —el destino
dií una liturgia que acaba en ronda, de un ins-
t r t J m c n t o mágico o de un objeto de culto que
se constituye en juguete— se halla lejos de in
form ar sobre la naiuraleasa del juego al grado
que han im aginado los eruditos que descubrie
ron esas pacientes ν arriesgadas filiaciones. En
cam bio, com o de caram bola, éstas establecen
que el juego es consustancial a la cultura, cuyas
m anifestaciones m ás sorprendentes ν m ás com
plejas aparecen ligadas estrecham ente a estru c
turas de juegos, si no es que como estru ctu ras
de juegos tom adas en serio, erigidas en in stitu
ciones y en legislaciones, constituidas en estru c
turas im periosas, aprem iantes e irrem plaçables,
prom ovidas, en una palabra, a reglas del juego
social y a norm as de un juego que es m ás que
un juego.
121
con o tras form as. Lo cual constituye mi preocu
pación primordio!.
Λ1 m ism o tiem po, he debido com probar que,
en el m om ento en que el adulto se entrega a él,
ese supuesto solaz no es menos absorbente que
su actividad profesional. Con frecuencia le inte
resa más. Λ veces exige de él m ayor gasto de
energía, de destreza, de inteligencia o de aten
ción. Esa libertad, esa intensidad y el hecho de
que la conducta se vea exalfada por ellas y se
desarrolle en un m undo separado c ideal, al
abrigo de loda consecuencia fatal, explican, se
gún creo, la fertilidad cultural de los juegos y
perm iten com prender cómo la elección de que
dan testim onio revela p o r su parte el rostro, el
estilo y Jos valores de cada sociedad.
Asi, convencido de que necesariam ente existen
entre los juegos, las costum bres y las in stitu
ciones estrechas relaciones de com pensación o
de connivencia, no m e parece p o r encim a de
toda conjetura razonable averiguar si el destino
m ism o de las culturas, su posibilidad de éxito,
su peligro de estancam iento no se encuentran
inscritos tam bién en la preferencia que conceden
a una u o tra de las categorías elem entales entre
las cuales crei poder rep artir los juegos y que
no tienen por igual la m ism a fecundidad. En
otras, palabras, no sólo em prendo una sociología
de los juegos. Tengo la idea de establecer las
bases de u n a sociología a p a n ir de los juegos.
—
SEGUNDA PARTE
VI. LA TEORÍA AMPLIADA DE
LOS JUEGOS
Competencia-suerte (agon-alea) ;
Competencia-simulacro (agon-mimicry) ;
Competencia-vértigo (agort-iUnx) ;
Suerte-sim ulacro (alea-mimicry) ;
Suerte-vértigo (alea-ilinx) ;
Sim ulacro-vértigo (m im icry-ilinx) .
2. Co n ju n c io n e s c o n t i n g e n t e s
3. Co n ju n c io n e s fu n d a m ó n ta l es
131
im aginable, la epilepsia provocada de esc modo
parece im ponerse p o r tan am plio margen en
autoridad, en valor y en intensidad al mundo
real como el mundo real .se impone o las acti
vidades form ales y jurídicas, protegidas de an
tem ano. que constituyen los juegos som etidos
a las reglas com plem entarias del αρ,οη y del alea
y que están, p o r su parle, enteram ente orienta
dos. La alianza del sim ulacro y del vértigo es
tan fuerte y tan irrem ediable que pertenece na·
turalm cnte a la esfera de lo sagrado y tal vez
constituya uno de los resortes principales de la
mezcla de h o rro r y de fascinación que lo de
term ina.
La virtud de ese sortilegio me parece inven
cible, al grado de que no me asom bra que el
hom bre haya necesitado milenios para librarse
del espejism o. Algo se gana alcanzando lo que
com únm ente se llam a civilización. Considero al
advenim iento de ésta com o la consecuencia de
una apuesta m ás o menos análoga en todas par
tes, pero que no p o r ello dejó de hacerse en
condiciones siem pre distintas. En esta segunda
p arte tra ta ré de co n jetu rar las grandes lincas
de esa revolución decisiva. Al final, y p o r un
cam ino im previsto, tra ta ré de determ inar cómo
se p ro d u jo el divorcio, la fisura que condenó
en secreto la co n ju ra del vértigo y del simula
cro. que casi todo hacía im aginar de una per
m anencia inquebrantable.
133
de dados, que no hará o tra cosa que arro jarlo s
y leer el resultado. La regla es que se abstenga
de actuar, con el fin de no falsear o fo rzar la
decisión de la suerte.
Cierto, son dos m aneras claram ente sim étri
cas de aseg u rar un equilibrio perfecto, una equi
dad absoluta entre los com petidores. Pero una
es lucha de. la voluntad contra los obstáculos
exteriores y la o tra es la renuncia de la voluntad
ante una señal supuesta. Asf, la em ulación es ejer
cicio perpetuo y entrenam iento eficaz para las
facultades y las virtudes hum anas, m ientras que
el fatalism o es pereza fundam ental. La prim era
actitud ordena d esarro llar toda superioridad per
sonal; la o tra , aguardar inmóvil y m udo una
consagración o una condena enteram ente exter
na. En esas condiciones, no es sorprendente que
el saber y la técnica asistan y recom pensen al
agon, m ientras que la magia y la superstición,
eJ estudio de las prodigios y de las coincidencias
acom pañen infaliblem ente a las ineertidum bres
del alca.1
En el universo caótico del sim ulacro y del vér
tigo. se puede com probar una polaridad idénti·
135
Así. dentro de las dos grandes coaliciones, sólo
una categoría de juegos es verdaderam ente crea
dora: la m im icry, en la conjura de la m áscara
y del vértigo; el agón, en aquella de la rivalidad
reglam entada y d e la suerte. Las dem ás pronto
son devastadoras. M anifiestan una solicitud des
m esurada, inhum ana y sin remedio, una especie
de atracción horrible y funesta, cuya seducción
se debe neutralizar. En las sociedades donde
reinan el sim ulacro ν la hipnosis, a veces se
encuentra la solución en el m om ento en que el
espectáculo se im pone al trance, es dccir, cuando
ln m áscara de hechicero se constituye en m ás
cara de teatro. En las sociedades basadas en
la com binación del m érito y de la suerte, tam bién
existe un esfuerzo incesante, desigualm ente feliz
y rápido, p o r au m en tar la participación de la
justicia en detrim ento del azar. A esc esfuerzo
se le llam a progreso.
Ahora es tiem po de exam inar el juego de la
doble relación (por una p a rte el sim ulacro y el
vertido y, p o r la o tra, la su erte y el m érito ), a
lo largo de las presuntas peripecias de ln aven·
tura hum ana, tal como la m uestran cu la actua
lidad la etnografía y la historia.
136
VIL EL SIM ULACRO Y EL VÉRTIGO
137
se extendieron en focha rem ota y en una u otra
form a por el m undo entero. Son prueba de la
identidad de la naturaleza hum ana. Si en oca
siones se pudo localizar su origen, se ha tenido
que desistir de lim itar su expansión. Cada cual
seduce p o r doquier: nos vemos obligados a con
venir en una singular universalidad de los prin
cipios, de las reglas, de los artefactos y de las
proezas.
a) I n t e r d e p e n d e n c ia db lo s ju eg o s
Y DE L A S C U L T U R A S
139
ciasr las debilidades y las f u e r a s dc una socie
dad dada en algún m om ento de su evolución.
Para una inteligencia infinita, para el dem onio
que im aginó Maxwell, el destino dc E sparta tal
vez era legible en el rig o r m ilitar de los juegos
dc la palestra, el de Atenas en las aponías de
los sofistas, la calda dc Roma en los com bates
de los gladiadores y la decadencia dc Bizanclo
en las disputas del hipódrom o. Los juegos crean
hábitos, provocan reflejos. Hacen esp erar cierto
tipo de reacciones y p o r consiguiente invitan a
considerar las reacciones opuestas com o b ru ta
les o hipócritas, como provocadoras o como
desleales. El contraste dc los juegos preferidos
en tre pueblos vecinos ciertam ente no ofrecc la
m anera m ás segura d e determ inar los orígenes
dc una desavenencia psicológica, pero puede, a
posteriori, d a r una explicación contundente al
respecto.
141
Con la música. la caligrafía y la p in tu ra, los
chinos ponen el juego de peones y el juego de
ajedrez a la altu ra de las cu atro prácticas en que
debe ejercitarse un letrado. Consideran que esos
juegos tam bién habitúan ul espíritu a aficionar*
se a las m últiples respuestas, com binaciones y
sorpresas que nacen a cada instante de situa
ciones siem pre nuevas. La agresividad se ve m en
guada, en tanto que el alm a aprende la sereni
dad. la arm onía y la alegría de contem plar las
posibilidades. Sin duda alguna, hay en ello un
rasgo de civilización.
Sin em bargo, es claro que diagnósticos de esa
especie resultan infinitam ente delicados. Con
viene retocar severam ente, a p artir d e o tro s ele
m entos, aquellos que parecen m ás evidentes. Por
lo dem ás, la mayoría de las vcccs la m ultitud
y la variedad de los juegos favorecidos en una
mism a cultu ra los privan de antem ano de toda
significación. En fin. suele suceder que el jue
go ofrezca una com pensación sin alcance, una
salida agradable y ficticia a las tendencias de
lictuosas que la ley o la opinión reprueban y
condenan. En co n traste con las m arionetas de
hilos, naturalm ente m ágicas y graciosas, los tí
teres de m ano p o r lo general encarnan (como
ya H irn lo había observado ) 1 personajes pesa
dos y cínicos, proclives a lo grotesco y a la in
m oralidad, si no es que al sacrilegio. Así ocurre
con la historia tradicional de Punch y de Judy.
Punch asesina n su m ujer y a su hijo, niega li
mosna a un mendigo al que da una paliza, co
* X* W lri!, jeux à'enfants. in icl. fr a n c e s a . P arfe.
1926. pp. 165 174.
nicle toda suerte dc crím enes, m ata a la m uerte
y al diablo y. para term inar, cuelga en su propia
horca al verdugo que viene a castigarlo. Con toda
seguridad, seria erróneo distinguir en esa carga
sistem ática una imagen del ideal del público b ri
tánico. que aplaude tantas siniestras hazañas. No
las aprueba en absoluto, pero su alegría bullan
guera e inofensiva lo relaja: aclam ar al muñeco
escandaloso y triunfante lo venga a poco costo
de mil presiones y prohibiciones que la moral
le im pone en la realidad.
Expresión o derivativo dc los valores colecti
vos. los juegos necesariam ente aparecen vincu
lados al estilo y a la vocación de las diferentes
culturas. La relación es lejana o estrecha, la
vinculación precisa o difusa, pero Inevitable.
Desde ese m om ento, parece ab ierto el cam ino
para concebir una em presa m ás am plia y al pa
recer más tem eraria, aunque tal vez menos alea
toria que la sim ple búsqueda de correlaciones
episódicas. Es posible presum ir que los p rin
cipios que rigen los juegos ν perm iten clasifi
carlos deben hacer sen tir su influencia fuera del
cam po por definición separado, reglam entado y
ficticio que se asigna a éstos y gracias al cual
siguen siendo juegos.
El gusto p o r la com petencia, la búsqueda de
la suerte, el placer del sim ulacro y la atracción
del vértigo ciertam ente aparecen com o resortes
principales dc los juegos, pero su acción penetra
infaliblem ente en la vida entera d e las socie
dades. Así como los juegos son universales, au n
que nu dondequiera se juega a los mismos jue
gos en las m ism as proporciones, pues aqui se
143
juega m ás béisbol y allá m ás ajedrez, es con
veniente preguntarse si los principios de los ju e
gos (agon, alea, m im icry e Uinx) tom ados afue
ra de esos mism os juegos, no están distribuidos
tam bién de m anera bastante desigual entre las
diversas sociedades, para que las acusadas di
ferencias en la proporción de causas tan gene
rales no traígan consigo contrastes im portantes
en la vida colectiva, si no es que institucional,
de los pueblos.
No pretendo en absoluto in sin u ar que la vida
colectiva de los pueblos y sus diversas institu
ciones sean tipos de juegos regidos tam bién por
el agon, el a¡eaf la m im icry y el itínx, En cam bio,
sostengo que el terreno del juego no constituye
al fin y al cabo sino una su erte de islote red u
cido, dedicado artificialm ente a com petencias
calculados, a riesgos lim itados, a fintas sin con
secuencias y a pánicos anodinos. Poro tam bién
sospecho que los principios de los juegos, resor
tes tenaces y difundidas de la actividad hum a
na, tan tenaces y tan difundidos que parecen
constantes y universales, deben m arcar en lo
profundo los tipos de sociedad. Incluso sospe
cho que pueden servir p ara clasificarlos a su vez,
p o r poco que las norm as sociales lleguen a fa
vorecer de m anera casi exclusiva a uno de ellos
en detrim ento de los dem ás. ¿E s preciso agre
garlo? No se tra ta de descubrir que en toda so
ciedad existen am biciosos, fatalistas, sim ulado
res y frenéticos, y que cada sociedad les ofrece
oportunidades desiguales de éxito o de satisfac
ción; adem ás ya se sabe. Se trata de determ inar
la im portancia que dan las diversas sociedades
144
a la com petencia, al azar, a la mímica o al
trance.
145
tre esos dos tipus d c vida colectiva existe un
antagonism o dc o tro orden, esta vez fundam en
tal. que tal vez dé origen a todos los demás, que
los resum e, que los n u tre y los explica.
Por mi p arte, describiré esc antagonism o de
la m anera siguiente: las sociedades prim itivas.
que yo llam aré m ás bien sociedades dc conju·
sión%sean australianas, sean am ericanas o afri
canas, son sociedades donde reinan tam bién la
m áscara y la posesión, es decir la m im icry y
el ilinx; por el co n trario , los incas, los asirios,
los chinos o los rom anos presentan sociedades
ordenadas, con oficinas, con carreras, con códi
gos y escalas, con privilegios lim itados y Jerar
quizados. donde el agon y el atea, es decir, en
este caso, el m érito y el nacim iento, aparecen
com o elem entos prim ordiales y por dem ás com
plem entarios del juego social. Por oposición a
las anteriores, son sociedades de contabilidad.
1.0$ cosas ocurren com o si, en las prim eras, el
sim ulacro y el vértigo o. si se prefiere, la p an
tom im a y el éxtasis aseguraran la intensidad y,
como secuela, la cohesión dc la vida colectiva,
m ientras que, en aquellas del segundo tipo, el
contrato social consiste en un com prom iso, en
una cuenta im plícita en tre la herencia, es de
c ir una especie de a¿ar, y la capacidad, que su
pone com paración y com petencia.
147
ha aprendido tan sólo después d e la iniciación.
Sabe que es inofensivo, fam iliar y enteram ente
hum ano sólo desde que lo tiene en las manos
y a su vez se vale de él para atem orizar. Es la
victoria del fingimiento: la simulación desem
boca en una posesión que, p o r su parle, no es
sim ulada. T ras el delirio y el frenesí que pro
voca, el acto r surge de nuevo a la conciencia
en un estado de cansancio y de agotam iento
que no le deja sino un recuerdo confuso y des
lum brado de lo que ocurrió en él, sin él.
149
la fiesta Ja época en que triunfan de Heno, no
p o r ello están ausentes de la vida ordinaria. Con
frecuencia, las instituciones políticas o religio
sas descansan en el prestigio engendrado por
una fantasm agoría tan pertu rb ad ora. Los ini
ciados sufren severas privaciones, soportan peno
sos sufrim ientos, se ofrecen para pruebas muy
crueles a fin de obtener el sueño, la alucina
ción, el espasm o en que tendrán la revelación
de su espíritu tutelar. De él reciben una unción
indeleble. Están seguros de poder co n tar en lo
fu tu ro con una protección que consideran y que
es considerada a su alrededor com o infalible,
p o r sobrenatural y porque trae consigo una p a
rálisis incurable para el sacrilego.
En los detalles, las creencias sin duda varían
al infinito. Se com prueba que son innum erables
c inimaginables. Sin em bargo, casi todas pre
sentan en diversos grados la mism a com plicidad
sorprendente del sim ulacro y del vértigo, con la
conducción del uno p o r el o tro . Que no quepa
la m enor duda, un resorte idéntico actú a bajo la
diversidad de los m itos y de los rituales, de las
leyendas y de las liturgias. Por poco que se
les vea con detenim iento, una connivencia mo
nótona asom a incansablem ente.
7 Un ejem plo sorprendente lo constituyen los
hechos reunidos bajo el nom bre de cham anis
mo. Sabido es que con él se designa un fenóme
no com plejo, pero bien articulado y fácilmente
id e n tifiab le, cuyas m anifestaciones m ás signi
ficativas fueron encontradas en Siberia y, de m a
nera más general, en el círculo polar ártico.
También se les encuentra a lo largo de las costas
ISO
del Pacífico, sobre todo en el noroeste norte
am ericano, entre los araucanos ν en Indonesia.1
Sean cuales fueren las diferencias locales, siem-
i pre consiste en una crisis violenta, en una pér
dida provisional de la conciencia en el transcur
so de la cual el cham án es receptáculo de uno
o varios espíritus. Entonces realiza en el o tro
m undo un viaje mágico que cuenta y m im a. Se
gún los casos, el éxtasis se obtiene m ediante
narcóticos, gracias a un hongo alucinante (el
agárico),’ p o r acción del canto y de la agitación
convulsiva, por medio del tam bor, del baño de
vapor, del humo del incienso o del cáñam o, c
incluso p o r hipnosis, m irando fijam ente las lla
mas de la chim enea hasta el aturdim iento.
Por lo dem ás, la m ayoría de las veces se esco
ge al cham án a causa de sus disposiciones psi
copáticas. Designado sea por herencia, sea por
153
(Μ
154
cl mal del cuerpo del pacicntc. El cham án se
acerca y, en estado de trance, aplica sus labios
al lugar que los espíritus señalaron com o asiento
de la infección. A poco, extrae ésta, sacando de
pronto un guijarro, un gusano, un insecto, una
plum a, un pedazo de hilo blanco o negro que
m uestra a su alrededor, que m aldice, que arroja
a puntapiés o que entienra en algún agujero.
Suele suceder que los asistentes se den perfecta
cuenta de que, antes de la cu ra, el cham án tiene
la precaución de disim ular en su boca el objeto
que exhibe a continuación, fingiendo que lo saca
del organism o del enferm o. Pero lo aceptan, d i
ciendo que esos objetos sólo sirven para captar,
para fijar el veneno. Es posible, si no probable,
que el hechicero com parta esa creencia.
155
■
del hecho un etnógrafo tan calificado com o Franz
Boas.* En el m ism o orden de ideas, Bogoras ha
grabado en su fonógrafo las "voces separadas"
de los cham anes chukches que de p ro n to se ca
llan, en tan to que se dejan o ír voces inhum a
nas. que parecen salir de todos los rincones de
la tienda o su rg ir de las en trañ as de la tierra, o
bien proceder de muy lejos. ΛΙ m ism o tiempo
se producen diversos fenóm enos de levitación.
así como lluvia de piedras o de pedazos de
lcña.T
Esas m anifestaciones de ventriloquia y d e ilu-
sionism o no son raros en un cam po en que al
mismo tiem po se m anifiesta una m arcada ten
dencia a la m etapsiquia y al faquírísm o: resis
tencia al fuego (brasas ardientes conservadas en
la boca, hierros al rojo vivo tom ados con las
m anos) ; ascenso con los pies descalzos p o r una
escalera de cuchillas; cuchilladas productoras
de heridas que no sangran o que se cierran al
156
p u n t o . C o n s u m a F re c u e n c ia , 110 e s ta r n o s le jo s
d e la s im p le p r c s tid ig ita c ió n *
¡Q u é i m p o r t a ! L o e s e n c ia l n o e s m e d ir la s
p r o p o r c io n e s , s in d u d a m u y v a r ia b le s , d e l f in
g im ie n to p r e m e d it a d o y d e l a c c e s o r e a l, s in o
c o m p r o b a r la e s t r e c h a y c o m o in e v ita b le c o n n i
v e n c ia d e l v é r tig o y d e la m ím ic a , d e l é x ta s is y
d e l s im u la c r o . P o r lo demás, e s a c o n n iv e n c ia n o
e s e n a b s o l u t o e x c lu s iv a d e l c h a m a n is m o . S e la
157
r
158
casi todos los aspectos muy próxim o al vudú, si
no por la mitología, ni menos p o r la práctica. El
espíritu M alam al H adgi es un sabio peregrina.
El poseído en el que habita finge ser viejo y
tem bloroso. Mueve los dedos com o si siguiera
con la m ano derecha las cuentas dc un rosario.
Lee un libro im aginario que sostiene con la mano
izquierda. E stá encorvado, achacoso y con los.
Vestido dc blanco asiste a las bodas. Poseído
por M akada. el actor está desnudo, apenas cu
bierto p o r una piel dc mono, uutado dc toda
inm undicia, con la que parece gozarse. Salía a
la p ata coja y sim ula el acoplam iento. Para li
b rarlo del dom inio del dios, se le m ete en la boca
una cebolla o un tom ate. Nana Ayes ha Karama
es causa del mal de o jo y dc la viruela. Quien
la representa lleva ropa blanca y ro ja. Tiene dos
pañuelos anudados ju n to s en la cabeza. Aplau
de, corre de un lado a o tro , se sienta en el sue
lo, se rasca, se tom a la cabeza entre las manos,
llora si no 1c dan azúcar, baila una especie dc
ronda, estornuda 10 y desaparece.
En Africa, com o en las Antillas, el público
ayuda al sujeto, lo alienta, le pasa accesorios
tradicionales dc la divinidad que personifica,
m ientras que el a c to r hace su papel según el co
nocim iento que tiene del carácter y de la vida
d e su personaje, según los recuerdos que con
serva de las sesiones a las que ha asistido. Su
delirio casi no le perm ite la fantasía e inicia
tiva: se conduce com o se espera que se conduz
ca, com o sabe que debe hacerlo. Analizando, en
11 E s el procedim iento ritu al p a ra ahu y en tar a l espí
ritu poseedor.
159
cuanto al vudú, cl progreso y la naturaleza del
acceso, Alfred Métr&ux ha dem ostrado clara
mente que, desde un principio, hay la voluntad
consciente de sufrirlo por parte del sujeto, una
técnica apropiada p ara suscitarlo y una estili·
zación litúrgica en su desarrollo. El papel de la
sugestión, e incluso de la sim ulación, no está en
duda; pero la m ayoría de las veces éstas ap a
recen com o surgidas a su vez de la impaciencia
del fu tu ro poseído y como un m edio de su parte
para ap resu rar la llegada de la posesión. Ellas
aum entan la ap titu d p ara su frirla y la atraen.
La pérdida de conciencia, la exaltación y el a tu r
dim iento que traen consigo favorecen el trance
verdadero, es decir la irrupción del dios. La
sem ejanza con la m im icry infantil es tan m ani
fiesta que el au to r no vacila en concluir: 'O b
servando ciertos procedim ientos, se está tenta
do a com pararlos con un niño que p o r ejem plo
imagina ser un indio o un anim al y ayuda al
vuelo de su fantasía p o r medio de una prenda
de ropa o de algún o bjeto." 11 La diferencia está
en que aquí la m im icry no es un juego: desem
boca en el vértigo, form a parte del universo
religioso, y cumple una función social.
160
fre alguna transform ación decisiva. En todo
caso, favorece el desbordam iento de los instin
tos. la invasión de fuerzas tem idas e invencibles.
Sin duda, el p o rtad o r no se engaña en un p rin
cipio, pero rápidam ente cede a la em briaguez
que lo transporta. Con la conciencia fascinada,
se abandona p o r com pleto al desasosiego que
suscita en él su propia mímica. "E l individuo
ya no se reconoce", escribe Georges B uraud, "un
grito m onstruoso sale de su garganta, es el grito
del anim al o del dios, el clam or sobrehum ano,
la em anación pura d e la fuerza de com bate, de la
pasión genésica, de los poderes mágicos sin lí
m ite de los que se cree y de los que está im
buido en ese in s ta n te /'** E inm ediatam ente evo
ca la espera ardiente de los enm ascarados en
el breve crepúsculo africano, el hipnótico sonido
del tam-tam , luego el furioso tropel d e los fan
tasm as, sus gigantescos pasos, cuando, subidos
en zancos, acuden p o r encima de la h ierb a alta,
con un ru m o r espantoso de ruidos insólitos: sil
bidos, estertores y zum bidos do (os rombos.
No sólo hay un vértigo nacido de una p artid ·
pución ciega, desenfrenada y sin objeto, de ener
gías cósmicas, una epifanía fulgurante de divi
nidades bestiales que al punto regresan a sus
tinieblas. Tam bién hay la sim ple em briaguez de
difundir el te rro r y la angustia. Sobre todo, esas
apariciones del más allá actúan como un prim er
mecanismo de gobierno: la m áscara es in stitu
cional. Se ha señalado, p o r ejem plo en tre los
dogones, una verdadera cultura de la m áscara,
161
C i: ¡ 4 L Æ
que im pregna la generalidad de la vida pública
del grupo. Por o tra parte, en las sociedades hu
m anas de iniciación y dc m áscaras es donde
conviene buscar, a ese nivel elem ental dc la exis
tencia colectiva, los principios aún fluidos del
poder político. La m áscara es el instrum ento
de las cofradías secretas. Sirve para in sp irar
te rro r a los profanos, al mismo tiem po que para
disim ular la identidad dc los fieles.
La iniciación, los rito*; de paso de la pubertad
con frecuencia consisten en revelar a los novi
cios la naturaleza puram ente hum ana de las
M áscaras. Desde esc p unto dc vista, la inicia
ción es una enseñanza atea, agnóstica y negati
va. Descubre una superchería y hace cómplice
de ella. H asta entonces, los adolescentes estaban
aterrorizados por las apariciones de las m ás
caras. Una de éstas los persigue a latigazos. Ex
citados p o r el iniciador, lo detienen, lo some
ten, lo desarm an, le desgarran la ropa, le quitan
la m áscara: en él reconocen a un anciano de la
tribu. En lo sucesivo, pertenecen al o tro cam
po.11 Infunden miedo. Untados de blanco y en
m ascarados a su vez, encam an los espíritus de
los m uertos, asustan a los no iniciados, violentan
y atracan a quienes atra p an o consideran cul
pables. Con frecuencia, perm anecen constituidos
en herm andades scm isecretas o pasan p o r una
segunda iniciación que los afilia a ellas. Como
la prim era, ésta va acom pañada de m alos tra-
162
10$, de pruebas dolorosas. a veces de una cata
lepsie real o fingida, dt* un sim ulacro d e m uerte
o dt· resurrección. Tam bién como la prim era,
¿sta enseña que los supuestos espíritus no son
sino hom bres disfrazados y que sus voces ca
vernosas salen de rom bos particularm ente pode
rosos. Fu fin, com o la prim era, esa segunda
iniciación da el privilegio de im poner toda clase
de novatadas a la m ultitud profana. Toda socie
dad secreta posee su fetiche distintivo ν su más
cara protectora. Cada m iem bro de una cofradía
inferior cree que la m áscara guardian«* de la so
ciedad su p erio r es un ser sobrenatural, m ien
tras que conoce dem asiado bien la naturaleza del
que protege la suya.1* E n tre ios bctchuanas, una
banda de ese tipo se llam a m opato o m isterio,
por el nom bre de la choza de iniciación. Agrupa
a una juventud turbulenta, liberada de las creen
cias vulgares y de los tem ores com únm ente
com partidos: los actos conm inatorios y b ru ta
les de los afiliados intentan reforzar el te rro r
supersticioso de sus víctim as. De esa m anera, la
alianza vertiginosa del sim ulacro y del trance
en ocasiones se orienta hacia mu», mezcla per
fectam ente consciente de encaño y de intim ida
ción. En ese m om ento em ana de ello un tipo
p articular de poder poli!ico.11
u Cf. Hans Himmelbeber, Bmussc, (.¿opoldville. 1939,
núm. 3. pp. 17-31.
14Cf. T.. FrobcnJus, Die Geheínbünde n. Mosken Afri
kas (Abhandl. d. k. Leop. Carol. Akad. d. N aturforscher,
t- 74), Halle, 1898: H. W ebster. Primitive Secret So·
detics, Nueva York. Wfft: H. S c h w a rte AUercUtssan und
M&tncrbibtde, Berlin. 1902. Desde luego es cunvcníerUe
distinguir en principiu la iniciación trib al de los jóve-
163
Cierto es que esas asociaciones conocen des
tinos diversos. Suele suceder que se especialicen
en la celebración de un rito mágico, en una
danza o un m isterio, pero tam bién se Ies ve
encargadas de la represión de los adúlteros, de
los robos, de la magia negra y de los envenena
m ientos. En S ierra Leona se conoce una sociedad
de guerreros,14 com puesta de secciones locales,
que pronuncia los fallos y los hace ejecutar. Or
ganiza expediciones de venganza co n tra las ciu
dades rebeldes. Interviene para m antener la paz
c im pedir las venganzas. E ntre los bam baras, el
kom o, "q u e lo sabe todo y lo castiga todo", es
pecie de prefiguración africana del Ku-klux-klan,
haoc rein a r un te rro r incesante. H erm andades
de enm ascarados m antienen as( la disciplina so
cial, de su erte que se puede a firm ar sin exage
ración que el vértigo y el sim ulacro, o cuando
menos sus derivados inm ediatos, la mímica ate
rradora y el te rro r supersticioso, aparecen de
164
nuevo, no como elem entos adventicios de la cul
tu ra prim itiva, sino en verdad com o resortes
fundam entales que pueden .servir m ejor para
explicar su mecanismo. ¿Cómo com prender sin
eso que la m áscara y el pánico estén, como se
h a visto, constantem ente presentes y presentes
ju n to s, aparcados inextricablem ente y ocupando
un lugar central en las fiestas, en los p^roxiv
m os de esas sociedades, en sus prácticas mágico-
religiosas o en las form as aún indecisas dc su
aparato político, cuando no desem peñan una
función capital en esos tres cam pos a la vez?
165
VTÏT. LA CO M PETEN CIA Y EL AZAR
167
versión total del sentido del esfuerzo. En lo su
cesivo, la finalidad no es forzar el pánico de la
conciencia para ser presa com placiente de toda
descarga nerviosa; p o r el contrario, es un ejer
cicio m etódico, una escuela del dom inio de si.
En cl Tibet y en China, las experiencias de
los cham anes han dejado num erosas huellas.
Los lam as rigen la atm ósfera, se elevan al cié*
lo, ejecutan danzas mágicas, vestidos de "siete
adornos de hueso"· usan un lenguaje ininteligible,
Heno de onom atopeyas. Taoístas y alquim istas
vuelan p o r los aires, com o Uu-An ν Li Chao
Kun. O tros alcanzan las puertas del cielo, des
vian los com etas o suben por el arco iris. Pero
esa tem ible herencia 110 puede im pedir el des
arrollo de la reflexión crítica. W ang Ch ung de
nuncia el carácter falaz de las palabras que
em iten los m uertos p o r boca de aquellos seres
vivos que hacen e n tra r en trance o p o r la de
los hechiceros que los evocan “pellizcando sus
cuerdas negras'*. Ya en la antigüedad, el Kwoh
Yu cuenta que el rey Chao (515-488 a. de c.)
interroga a sus m inistros en los siguientes tér
m inos; "Las escrituras de la dinastía Tchcu
afin n an que Chung-IJ fue enviado com o men
sajero a las regiones inaccesibles del Cielo y de
la Tierra. ¿Cómo fue posible cosa igual? ¿Tie
nen los hom bres posibilidades de subir al Cic
lo?” Entonces el m inistro le inform a sobre el
significado espiritual del fenómeno. El justo,
aquel que sabe concentrarse, alcanza un modo
superior d e conocimiento. Tiene acceso a las
altas esferas y desciende a las esferas inferiores
168
p a r a distinguir en ellas "la conducta p o r obser
var y las cosas por cum plir". Como funcionario,
d ícc el texto, se encarga entonces de velar por
e l orden de precedencia de los dioses, por las
víctimas, p o r los accesorios, p o r los trajes li
túrgicos que son convenientes de acuerdo con
la s estaciones.1
El cham án, el hom bre de posesión, de vérti
go y de éxtasis transform ado en funcionario, en
m andarín, en m aestro de cerem onias, apepado
al protocolo y a la correcta distribución de ho
nores y de privilegios: ¡qué ejem plo casi exce
sivo y caricaturesco d e la revolución cumplida!
a ) T ran sició n
1 T e x to s en M ir c c a ß lin d c , C i c h a m a n i s m o y l a s t é c -
nicas a r c a i c a s d c J é x t a s i s , p p . 327-347 y 367-374. d o n d e se
u t iliz a n e n s e n t i d o o p u e s t o p a r a a s e g u r a r e l v a l o r d e
la e e x p e r ie n c ia s c h a m a n ís tic a s .
c im pone cl co n trato , exacto, ponderado, mi
nucioso, conservador, g aran te severo y mecá
nico de la norm a, del derecho, d e la regulari
dad. cuya acción está vinculada a las form as
necesariam ente leales y convencionales del agon,
sea en la liza» en singular com bate con arm as
iguales, sea en el pretorio, m ediante la aplica
ción im parcial de la ley; por la o tra, el Frené
tico, tam bién dios soberano, pero inspirado y
terrible, im previsible y paralizante, extático, po
deroso hechicero, m aestro en prestigios y en m e
tam orfosis. con frecuencia p atrón y responsable
de un grupo d e m áscaras desencadenadas.
Entro esos dos aspectos del poder, lo admi-
m inistrativo y lo fulgurante, la com petencia al
parecer se ha prolongado, sin p asar siem pre por
las m ism as vicisitudes. Por ejem plo, en el mun
do germánico, el dios del vértigo conserva largo
tiem po la preferencia. Odín, cuyo nom bre, para
Adán de Brem en, es equivalente dc "fu ro r", por
lo esencial de su mitología perm anece com o un
perfecto cham án. Tiene un caballo de ocho pa
tas, considerado h asta Siberia precisam ente como
m ontura de cham án. Se transform a en toda cla
se de anim ales, se tran sp o rta al p unto a cual
quier lugar, es inform ado p o r dos cuervos so
brenaturales. Huqui y Munin. Pemxanecc nueve
días y nueve noches suspendido de un árbol
p ara obtener de él un lenguaje secreto y apre
m iante: las runas. Funda la necrom ancia. in
terroga a la cabeza mom ificada dc Mimir. Aún
más. practica (y p o r lo dem ás se le reprocha)
la setdhr. que es sesión cham ánica pura, con
170
--------------------------------------------
# α
das turbulentas dc enm ascaradas aterradores,
m itad dioses, m itad bestias en los que, como
en los centauros, hace m ucho tiem po se ha
reconocido el equivalente d c las sociedades
iniciáticas africanas. Los efebos espartanos se
entregan a la licantropía, igual que los hombres-
panteras y que los hom bres-tigres del Africa
ecuatorial.·
D urante la criptia. hagan o no cacería de ilo
tas. es seguro que llevan una vida de aislam ien
to y d e em boscadas. No deben s e r vistos ni
sorprendidos. No se tra ía en ninguna medida
de una especie de preparación m ilitar: esc en
trenam iento no concuerda en absoluto con el
modo dc com batir de los hoplitas. ΡΛ hom bre
joven vive como lobo y ataca como lobo: soli
ta rio y d c im proviso, con un salto d c fiera
salvaje. Roba y m ata im punem ente, m ientras
sus victim as no logren atraparlo. T.a prueba im
plica los peligros y las ventajas de una inicia
ción El neófito conquista el poder y el dere
cho de com portarse com o lobo; es engullido por
un lobo y renace com o lobo; co rre el riesgo de
ser destrozado por los lobos y se prepara
para destro zar a los hom bres.
En el m onte Liceo, en la Arcadia en que Zeus
es el palrón de una herm andad dc licántropos,
173
te la dem ocracia y el despotism o. La m inoría
de los conquistadores, que ya adoptó p ara sf
leyes de o tro orden, sigue valiéndose de las
viejas recetas por lo que toca a la m ultitud so
m etida.
175
sino, p o r cl contrario, exige la existencia de
cam inos m últiples, diversos e incom patibles, co
rrespondientes a cada cultura y a cada situación
particular, aunque propone para ellas un re
sorte com ún: el sistem a de la iniciación y de la
m áscara sólo funciona si hay coincidencia pre
cisa y constante en tre la revelación del secreto
de la m áscara y el secreto de usarla a su vez
para lograr el trance divinizante y para aterro
rizar a los novicios. Así, tam bién el conocimien
to y el em pleo están vinculados estrecham ente.
Sólo quien conoce la verdadera naturaleza de
la m áscara y de! enm ascarado puede ad o p tar la
apariencia form idable. Sobre todo, no se puede
su frir la influencia o cuando menos no sufrirla
en el m ism o registro ν con la m ism a emoción
de pánico secreto cuando se sabe que se tra ta de
un simple disfraz. Ahora bien, en la práctica
no es posible ignorarlo o. en todo caso, no se
puede ignorarlo d u ran te m ucho tiempo. De allí
una fisura perm anente en el sistem a, al que
debe defenderse co n tra la curiosidad de los pro
fanos m ediante toda una serie de prohibiciones
y de castigos, esta vez de lo más reales. En re-
sum en: m ediante la m uerte, única eficaz contra
un secreto sorprendido. De lo cual se sigue que,
pese a la prueba íntim a que ofrecen el éxtasis
y la posesión, el m ecanism o sigue siendo frágil.
Es preciso protegerlo en todo m om ento contra
los descubrim ientos fortuitos, co ntra las pre
guntas indiscretas y co n tra las hipótesis o las
explicaciones sacrilegas. Y es inevitable que,
poco a poco, la fabricación y el uso de la más
176
cara no queden ya protegidas p o r prohibiciones
capitales, sin que p o r ello pierdan su carácter
sagrado. Entonces, m ediante transform aciones
insensibles, se convierten en ornam entos litúr
gicos, en accesorios dc cerem onia, de danza o
dc teatro.
El últim o intento de dom inación política m e
diante la m áscara tal vez sea el de Hakim al-
M oqanná, el Profeta con Velo del Korusán
quien, en el siglo v m , d u ran te varios años, de
160 a 163 dc la H égira, m antuvo a raya a los
ejércitos del Califa. Se cubría el ro stro con un
velo dc color verde o. según algunos, se había
m andado hacer una m áscara de oro que nunca
se quitaba. Pretendía ser Dios y afirm uba que se
cubría el rostro porque nincún m ortal podría
verlo sin quedar ciego. Pero, precisam ente, sus
pretensiones fueron discutidas acerbam ente por
sus adversarios. Los cronistas —cierto es, his
toriadores todos ellos de los Califas— escriben
que actuaba así por ser calvo, tu erto y dc una
fealdad repugnante. Sus discípulos lo conm ina
ron a dem ostrar que decía la verdad y exigieron
ver su rostro. Él se lo m ostró. Algunos fueron
quem ados en efecto, y los dem ás quedaron con
vencidos. Pues bien, la historia oficial explica
el m ilagro y descubre (o inventa) la estratage
ma. E ste es el relato del episodio, tal como se
encuentra en una de las fuentes m ás anticuas,
la Descripción topográfica e histórica dc Ruca
ra, p o r Abú-Bak Mohamed ibn D ía' far Narsh-
akhi, term inada en 332: '
•R e p ro d u z c o la creducción literal q»»c Achena ha
177
Cincuenta mil soldados de Moqannâ se reunie
ron o la puerta del castillo, se prosternaron y pi
dieron verlo. Pero no obtuvieron respuesta algu
na. Insistieron e imploraron, diciendo que no se
moverían de allí mientras no vieran el rostro de
su Dios. Moqannâ tenia un criado llamado Had
jeb. Y 1c dijo: "Ve a docir a mis criaturas: Moisés
me pidió dejarle ver mi rostro; pero no acepté
presentarme a <51, pues no habría soportado ver
me, y si alguien me ve, morirá en el acto /’ Pero
los soldados siguieron implorando. Entonces Mo
qannâ les dijo: “Venid tal día y os mostraré ini
rostro."
Así, a las mujeres que estaban allí (eran cien
y en su mayoría hijas de campesinos de Soghd.
de Kesh y de Nakshab. que conservaba con él en
el castillo, donde no había a su lado sino cien
mujeres y el criado personal llamado Hadjeb)
Ies ordenó tomar cada cual un espejo y subir al
tccho del castillo. [Les enseñó] a sostener el es
pejo a modo de quedar unas frente a otras con
los espejos unos frente a otros, todo lo cual en
el momento en que los rayos del sol queman [con
mayor intensidad]. .. Pues bien, los hombres se
habían reunido. Cuando el sol se reflejó en los
espejos, por efecto de aquella reflexión, todos
los alrededores del lugar quedaron bañados de
luz. Y Moqannâ dijo a su criado: "Di a mis cria·
turas: éste es vuestro Dios que se presenta ante
vosotros. ¡Miradle! (Miradle!" Viendo el lugar ba-
17l>
eran rcpresem ablcs medíanle triángulos, cua
drados y rectángulos. Sin duda se parecían a
los grupos dc puntos de los dados y del dom inó
m ás que a los signos sin o tro significado que
el de sí mismos, com o sori las cifras. Además,
constituían secuencias regidas por las relacioucs
de los tres acordes musicales básicos. En fin,
estaban dolados dc virtudes distintas, corres
pondientes al m atrim onio (el 3 ), a la justicia
(el 4), a la ocasión (el 7) o a algún o tro con
cepto o apoyo que les atributa la tradición o
la arb itraried ad . Sin embargo, d e esa num era
ción en parte cualitativa, pero que llama la
atención hacia las sorprendentes propiedades de
ciertas progresiones privilegiadas, muy pronto
surgió la serie abstracta, que excluyó la a ritn io
sofía y obliga al cálculo puro y puede servir así
de herram ienta a la ciencia.5
Aun siendo incompatibles con los espasmos
y los paroxism os del éxtasis y del disfraz, el
núm ero y la m edida, el espíritu de precisión
que éstos difunden perm iren en cam bio el auge
del agon y del alca com o reglas del juego social.
En el m ism o m om ento en que Grecia se aleja
de las sociedades de m áscaras, sustituye el fre
nesí de las antiguas fiestas por la serenidad dc
las procesiones, fija en Delfos un protocolo in
cluso para el delirio profético, tam bién da valor
de institución a la com petencia reglam entada e
incluso al sorteo. En o tras palabras, m ediante
la fundación dc los grandes juegos (olímpicos,
' Π. RrxjhtVr. Histoire tic la Philosophic, I. I. lase 1,
5’ cd.. P arí*. \ 94&. pp. 52-54.
Í80
ístmicos, píticos y nem eanos) y con frecuencia
m ediante la m anera en que se cscogcn los m a
gistrados de las ciudades, cl agon y, com binado
con el, el alca, tom an en la vida pública el lugar
privilegiado que en las sociedades de desorden
ocupa la pareja mimiery-ilinx.
Los juegos de estadio inventan y ofrecen com o
ejem plo una rivalidad lim itada, reglam entada
y especializada. Despojada de todo sentim iento
de odio y de rencor personales, esa nueva espe
cie de em ulación inaugura una escuela de leal
tad y de generosidad. Al mismo tiem po, difunde
el hábito y el respeto del arb itraje. Su papel
civilizador se ha señalado repetidas vcccs. A
decir verdad. los juegos solem nes aparecen en
casi todas las grandes civilizaciones. Los juegos
de pelota de los aztecas constituyen fiestas ri
tuales. a las cuales asisten el soberano y su
corte. En China, los concursos de tiro al arco
habilitan y preparan a los nobles, aunque me
nos p o r los resultados que por la m anera co
rrecta de d isp arar la flecha o de reconfortar al
adversarlo sin suerte. En el Occidente cristiano,
los torneos cum plen la mism a función: enseñan
que el ideal no es la victoria co n tra quienquie
ra que sea por el medio que sea. sino la proeza
ganada en igualdad de oportunidades co n tra un
concursante a quien se estim a y se ayuda de
ser necesario, valiéndose sólo de medios perm i
tidos p o r haberse fijado de antem ano, en un
Jugar y en un tiem po determ inados.
F.1 desarrollo de la vida adm inistrativa no
favorece menos la difusión del Cada vez
181
más. el reclutam iento dc Funcionarios se efec
túa m ediante concursos y exámenes. Se trata
dc re u n ir a los m ás aptos y a los m ás com pe
tentes, con el fin de introducirlos en alguna
jerarq u ía o m andarinato. cursus honorum o chin,
en que la prom oción queda som etida a ciertas
norm as fijas y es regulada, en lo posible, me
diante jurisdicciones autónom as. De esta m ane
ra, la burocracia es facto r dc una especie dc
com petencia que pone al agón en el principio
de toda carrera adm inistrativa, m ilitar, universi
taria o judicial.
Lo hace p enetrar en las instituciones, tím ida
mente en un principio y sólo para funciones
m enores. Las dem ás perm anecen m ucho tiempo
dependientes de la arb itraried ad del principe o
de los privilegios del nacim iento o de la fo rtu
na. Sin duda, suele suceder que. en teoría, la
entrada quede reglam entada p o r concurso. Pero,
gracias a la naturaleza de las pruebas o a la
com posición de los ju rad o s, los grados más al
tos del ejército , los puestos im portantes dc la
diplom acia o dc la adm inistración con frecuen
cia siguen siendo m onopolio d e una casta mal
definida, pero cuyo espíritu d c cuerpo se con
serva celoso com o su solidaridad se mantiene
atenta. Sin em bargo, los progresos de la dem o
cracia son precisam ente los dc la competencia
ju sta , dc la igualdad de derechos, luego de la
igualación relativa dc las condiciones, que per
m ite concretar en hechos, dc m anera sustancial,
una igualdad jurídica que en ocasiones sigue
siendo más ab strac ta que eficaz.
Por lo demás, en la Grecia antigua los pr imeros
teóricos de la dem ocracia resolvieron la difi
cultad, al parecer de un modo raro , aunque de
m anera que se a n to ja impecable, cuando hace
mos el esfuerzo de representarnos el problem a
en su novedad. En efecto, los griegos considera
ban el sorteo de los m agistrados com o procedi
m iento igualitario absoluto. Tenían a las elec
ciones por una especie de subterfugio o de mal
m enor, de inspiración aristocrática.
Aristóteles sobre todo razona de esa manera.
P or lo dem ás, sus tesis están conform es a la
práctica com únm ente adm itida. F.n Atenas, casi
todos los m agistrados se sortean, con excepción
de los generates y de los funcionarios de ha
cienda. es decir, de los técnicos. Los miembros
del Consejo se sortean, luego d e un examen p ro
batorio. entre los candidatos presentados por
los demos. En cam bio, se eligen los delegados
a la Liga b eo d a. La razón es clara. Se prefie
ren las elecciones desde el m om ento en que la
extensión de territorio interesado o la m ultitud
de los participantes hacen necesario un régimen
representativo. Expresado p o r el haba blanca,
el veredicto de la suerte no deja de considerarse
como sistem a igualitario por excelencia. En él
se ve al m ism o tiem po una precaución, dado
el caso difícilm ente sustituible, contra las in tri
gas y contra las m aniobras de los oligarcas o
de las "conjuraciones". Asi, al principio la de
m ocracia vacila de m anera sum am ente instruc
tiva entre el dgmt ν el atoi: dos form as opuestas
de la justicia.
183
Esa com petencia inesperada revela la relación
profunda que existe entre am bos principios.
D em uestra que ofrecen soluciones inversas pero
com plem entarias a un problem a único: el de
la igualdad de todos en un principio, sea an te la
suerte, si renuncian a hacer el m enor uso de sus
capacidades naturales y si consienten en una ac
titud rigurosam ente pasiva; sea ante las condi
ciones de la com petencia, si p o r el co n trario se
les pide movilizar sus recursos de m anera ex
trem a, p ara d a r una prueba inobjetable de su
excelencia.
b ) E l MÑUTO Y LA SUKRTB
185
ción ni concebible ninguna com petencia. Cada
cual nace y es lo que la su erte ha prescrito.7
El agon —deseo de triunfo— norm alm ente sirve
de contrap eso a ese exceso de fatalism o.
Desde cierlo p unto de vist3. la diversidad in
finita de los regím enes políticos obedece a la
preferencia que conceden a uno u o tro de los
dos órdenes de superioridad que actúan en sen
tido inverso, t e s hace elegir en tre la herencia,
que es lotería, y el m érito, que es com petencia.
Algunos se esfuerzan p o r p erp etu ar h asta donde
sea posible las desigualdades de partid a por
m edio de un sistem a de castas o de clases cerra·
das. de em pleos reservados, de cargos heredi
tarios. En cam bio, o tro s se em peñan en acelerar
la circulación de las élites, es decir, en reducir el
alcance del alea original para au m en tar propor-
cionalm cntc la im portancia concedida a un modo
de rivalidad codificado de m anera cad a vez más
estricta.
Ni uno ni o tro de esos regím enes extrem os
podría ser abî>olulo: p o r ap lastan tes que sean
los privilegios vinculados al nom bre, a la ri
queza o a alguna o tra ventaja de nacim iento,
siem pre su b siste una oportunidad aunque sea
infinitesim al paru la audacia, la am bición y el
valor. Inversam ente, en las sociedades más igua
litarias, en que la herencia m ism a no se adm i
tiría en ninguna form a, es difícil im aginar que
el azar del nacim iento tenga tan poco efecto
que la posición del p ad re no influya en la ca-
190
Además, m uchos se dan cuenta de que no
pueden esp erar g ran cosa dc su propio mérito.
Ven claram ente que o tro s tienen más que ellos,
que son m is hábiles, m ás vigorosos, m ás inte
ligentes , más trab a jad o res o m ás am biciosos, que
tienen m ejor salud o m e jo r m em oria, que gus
tan m ás o que convencen m ejor. Así, conscientes
dc su inferioridad, no ponen sus esperanzas en
una com paración exacta, im parcial y com o ci
frada. Tam bién se vuelven hacia la su erte y
buscan un principio de discrim inación que Ies
sea más clem ente. D esesperando dc ganar en
los torneos del agon, se dirigen a las loterías,
a cualquier so rteo en que el menos dotado, en
que el imbécil y el lisiado, en que el torpe y el
perezoso, ante la m aravillosa ceguera d e una
nueva especie d e justicia, al fin son iguales a
los hom bres dc recursos y dc perspicacia.
En esas condiciones, el alea aparece dc nue
vo como la com pensación necesaria, como el
com plem ento n atu ral del agon. Una clasifica
ción única y definitiva cerraría todo porvenir
a quienes condena. Es necesaria una pruelva de
repuesto. El recurso a la su erte ayuda a sopor
ta r la injusticia de la com petencia falseada o
dem asiado ruda. Al m ism o tiem po, d eja una es
peranza a los desheredados a quienes un con
curso franco m antendría en m alos puestos, que
son necesariam ente los m ás num erosos. Por eso,
a m edida que el alea del nacim iento pierde su
antigua suprem acía y que la com petencia regla
m entada pierde su influencia, vemos desarro
llarse y proliferar ju n to a ella mil m ecanismos
secundarios destinados a o to rg ar de pronto a
191
un ra ro vencedor estupefacto y encantado una
prom oción fuera de serie.
A esa finalidad responden antes que nada los
juegos de azar, pero tam bién num erosas prue
bas, juegos de azar disfrazados, cuyo carácter
com ún consiste en presentarse com o com peten
cias, aunque en ellas desem peñe un papel esen
cial el elem ento de ap u esta, de riesgo y de suerte
simple u com puesta. Esas pruebas, esas lote
rías perm iten al ju g ad o r feliz una fortuna más
m odesta en la que no cree, pero cuya perspec
tiva basta para deslum brar. Cualquiera puede
s e r el elegido. Esa posibilidad, casi ilusoria, no
alienta menos a los hum ildes a so p o rtar m ejor la
m ediocridad de una condición de la que p rácti
cam ente no tienen ningún o tro medio de escapar
jam ás. Se necesitaría una stierte extraordinaria:
urt milagro. Ahora bien, ln función del alca con
siste en proponer ese m ilagro perm anente. A
esto se debe la prosperidad continua de los
juegos de azar. El propio Estado tiene algo que
ver. Creando, pese a las protestas de los mo
ralistas. loterías oficiales, busca beneficiarse
generosam ente con una fuente de ingresos que,
por excepción, le son concedidos con entusias
mo. Si renuncia a ese expediente y si deja a la
iniciativa privada el beneficio de su explota
ción, al menos grava con fuertes im puestos las
diversas operaciones que presentan el carácter
de una apuesta a la suerte.
Ju g ar es renunciar al trabajo, a la paciencia,
al ahorro, p o r el golpe de su erte que en un
secundo procura lo que una vida agotadora de
tra b a jo y de privaciones no concede, si no in
192
tervicne la suerte y si no se recu rre a la es
peculación que, precisam ente, en p arte depende
de la suerte. Para a tra e r m ejor, los premios,
o al menos los m ayores, deben ser conside
rables.
Por el contrario, los billetes deben co star lo
menos posible, adem ás de ser conveniente que se
puedan dividir con facilidad, a fin de ponerlos
al alcance de la m u ltitud de aficionados impa
cientes. De lo cual se sigue que los grandes ga
nadores son raros. Pero no im porta: la suma
que recom pensa al m ás favorecido sólo es por
ello m ás prestigiosa.
Para tom ar el p rim er ejem plo a la mano,
que sin duda no es el más convincente, en el
Sw eepstakes del Gran Prem io de París, el mon
to del prem io m ayor es de cien m illones de
francos, es decir, consiste en una sum a que sim
plemente deben considerar fabulosa la enorm e
m ayoría de com pradores de billetes, que difícil
m ente ganan algunas decenas de m iles de [a n
tiguos] francos al mes. En efecto, si se calcula
en cuatrocientos mil francos el salario anual del
obrero medio, esa sum a representa aproxim a
dam ente el valor de doscientos cincuenta años
de trabajo. Vendido en dieciocho mil quinientos
francos, un poco m ás del salario m ensual, el
billete está p o r dem ás fuera del alcance de la
m ayoría de los asalariados. Éstos se contentan
entonces con adqu irir "décim os" que, p o r dos
nril francos, les hacen relucir la perspectiva de
un prem io de diez millones, equivalente in stantá
neo y total de un cu arto de siglo de trabajo. El
atractivo de esa súbita opulencia inevitablem ente
193
es em briagante, pues en realidad significa un
cam bio radical de condición, prácticam ente in
concebible p o r los cam inos norm ales: un puro
favor del destino.1
La magia creada resu lta eficaz: según las úl
tim as estadísticas publicadas, los franceses gas
taron en 1955 ciento quince mil millones tan
sólo en los juegos de azar adm inistrados p o r el
Estado. De ese total, los ingresos b ru to s de la
Lotería Nacional ascienden a cu aren ta y seis
mil millones, o sean m il francos p o r cada fran
cés. El mismo año, se distribuyeron alrededor
de veinticinco mil millones en prem ios. Los pre
mios principales, cuya im portancia relativa res
pecto del total de prim as no deja dc crecer, con
toda evidencia están calculados para su scitar la
esperanza de un enriquecim iento que la clien
tela m anifiestam ente es alentada a rep resen tar
se como valor de ejem plo.
Como prueba de ello sólo tom o la publicidad
oficiosa m ás o menos im puesta a los beneficia
rios dc esas fortunas sú b itas aunque, si así lo
desean, se les puede m antener en el anonim ato.
Pero la costum bre quiere que los periódicos in
form en en detalle a la opinión sobre su vida co
tidiana y sobre sus proyectos. Se diría que se
tra ta de invitar a la m u ltitud de lectores a pro
b a r suerte una vez más.
M L
Cierto es que esas m etrópolis especializadas
atraen sobre todo a una clientela de paso que
llega a disiparse unos días en un am biente ex
citante de placer y de facilidad, pero que p ro n to
regresa a un modo de existencia más laborioso
y m ás austero. Toda proporción guardada, las
ciudades que procuran a la pasión p o r el juego
un refugio y un paraíso sem ejan inm ensas casas
de tolerancia o fum aderos de opio desm esura
dos. Son ob jeto de una tolerancia regulada y
redituable. Un pueblo nóm ada de curiosos, de
ociosos o de maniacos las atraviesa sin estable
cerse en ellas. Siete millones de tu rista s dejan
cada arto en Las Vegas sesenta m illones de dó
lares que representan alred ed o r del 40% del
presupuesto de Nevada. El tiem po que pasan
en aquel lugar los num erosos visitantes no deja
de ser com o un paréntesis en el tran scu rso o rd i
nario de sus vidas. El estilo de la civilización
no resulta afectado en proporción verdaderam en
te considerable.
La existencia de grandes ciudades cuya razón
de ser y cuyo recurso casi exclusivo son los
juegos de azar m anifiesta sin duda la fuerza del
instinto que se expresa en la búsqueda de la
suerte. S in em bargo, no es en esas ciudades
anorm ales donde esc instinto se m uestra más
temible. En las dem ás, las quinielas u rbanas per
miten a todos ju g a r a las carreras sin siquiera
asistir al hipódrom o. Algunos sociólogos han
señalado la proclividad de los obreros de fábri
ca a co n stitu ir especies de clubes donde apues
ta n sum as relativam ente im portantes, si jio es
que desproporcionadas a su salario, al resultado
196
dc los encuentros dc fútbol; 9 en lo que, una
vez más, se m anifiesta un rasgo d e civilización.1*
Las loterías dc Estado, los casinos, los hipó
drom os y las quinielas de todo tipo se encuen
tran dentro dc los lím ites del alca puro, cuyas
leyes de justicia m atem ática observan estricta
mente.
En efecto, deducidos los gastos generales y
la retención efectuada p o r la adm inistración,
p o r desm esurada que parezca, la ganancia se
m antiene rigurosam ente proporcional a la apues
ta y a lo que arriesga cada uno de los jugadores.
Una innovación más sorprendente del m undo m o
derno consiste en lo que yo con gusto llam aría
loterías disfrazadas: aquellas que no exigen n in
guna apuesta y que optan p o r la apariencia de
*Cf. Georges Friedmann, Où va le travail humain,
París, 1956. pp. 147-151. Ea Estado» Unido», se opuesta
sobre todo a los numbers, es decir, a los “tres últimos
dígitos del total dc títulos negociados cada día en Wall
Street". De ahí los rackets o las fortunas considerables,
aboque consideradas dc origen dudoso, ihid., p. 149,
fcúnj. 1; U travail en miettes, París, 1956, pp. 183-185.
10La influencia dc los juegos dc azar daña en extremo
cuando la gran mayoría dc una población trabaja poco
y juega mucho, y sobre todo cuando juega todos los
dws. Pero, para que ese caso se produzca, es preciso
una coincidencia bastante excepcional dc clima y régi
men social. Entonces se modifica la economía general
yaparccCn formas particulares dc cultura, vinculadas,
como ya era de esperar, al desainólo concomitante dc
en ,υ «*1 describo algunos ejemplos
n el complemento titulado: "La importancia de los
" p Í S lm * azar”. Véanse también las cifras dadas en c!
.xpedlente" (p. 304), sobre cantidades gastadas en
en japäj^nns tragatnonedas en los Estados Unidos y
197
recom pensar c! talento, la erudición gratuita, el
ingenio o algún o tro m erecim iento, que por su
naturaleza escapa de la apreciación objetiva o a
la sanción legal. Algunos grandes prem ios litera·
n o s verdaderam ente ofrecen a un escritor la for
tuna y la gloria, al menos p o r unos años, lisos
prem ios han suscitado miles m ás que no ofrecen
gran cosa pero que se turnan y en cierto modo
com ercializan el prestigio de los más im portan
tes. Luego de enfrentarse victoriosam ente a ri
vales cada vez más tem ibles, una m uchacha es
declarada al fin Miss Universo: se hace estrella
de cinc o casa con un millonario, innum erables
e im previsibles Reinas. Damas de H onor. Mu·
sas. Sirenas, etc., se eligen a ejem plo suyo y. en
el m ejor de los casos, disfrutan d u ran te una
tem porada de una notoriedad em briagante pero
discutida, d e una vida brillante pero sin base,
en alguno de los palacios de una playa de moda.
Todo grupo quiere tener la suya. No hay lími
tes. H asta los radiólogos han hecho tina M iss
Esqueleto de la señorita (Lois Conway, de die
ciocho años) que con rayos X reveló poseer la
m ás linda estru ctu ra ósea.
203
nico que viste cl tra je de luces y se convierte
en torero de m ucha cla.sc.
Sin duda no existe com binación m ás inex
tricable entre el agon y el alca. Un m érito al
que cada quien crcc p oder asp irar se combina
con la suerte inaudita del prem io m ayor para
asegurar, al parecer a cualquiera, un éxito tan
cxccpcional que parece milagroso. Entonces in
terviene la m im icry. Cada quien participa por
m edio de o tra persona en un triunfo desm esu
rado que en apariencia puede locarle pero a
propósito del cual nadie ignora en el fondo que
sólo surge un elegido en tre millones. De suerte
que cada cual se siente al m ism o tiem po au to
rizado a la ilusión y exento de los esfuerzos
que tendría que desplegar, si en verdad quisiera
p ro b a r suerre y tra ta r de ser ese elegido.
Esa identificación superficial y vaga pero per
m anente, tenaz y universal, constituye una de
las reservas d e com pensación esenciales de la
sociedad dem ocrática. La m ayoría no tiene sino
esa ilusión para engañarse, para distraerse de
una existencia descolorida, m onótona y agota
dora
Esa delegación, tal vez debería yo decir esa
” Sobre las modalidades, el atcuncc y la intensidad
de ln identificación, véa!* un excelente capítulo de
Edgar Morin en Les Stars, París, 1957, pp. 69-145, y
principalmente Jas respuestas a los cuestionarios espe
cializados y a las encuesta* realizadas en la Gran Bn>
tafía y Estados Unidos sobre el fetichismo de que son
ob|cto las estrellas. El fenómeno do delegación tiene dos
posibilidades: la idolatría por un· estrella del otro
sexo; la identificación con una evtrelia del mismo sexo
y de la misma edad. Esta ultima forma es la mis íre*
enajenación, va tnn lejos que com únm ente re
su lta en actos individuales dram áticos o en
una suerte d e histeria contagiosa que de pronto
se apodera d e toda u n a juventud. P o r lo de
m ás, la prensa, el cine, la radio y la televisión
favorecen la fascinación. El cartel y el semana
rio ilustrado hacen presente por todas p artes el
rostro, inevitable y seductor, del cam peón o de
la estrella. Hay una osm osis continua entre esas
divinidades d e estación y la m ultitud de sus
adm iradores. Se m antiene a éstos al corriente
de sus gustos, d e sus m anías, de sus supersti
ciones y de los detalles m ás insignificantes de
su vida. Los im itan, copian sil peinado, adoptan
sus m odales, su m anera de vestir y de maqui
llarse, s\x régimen alim enticio. Viven por ellos
y en ellos, a tal grado que algunos no se con
suelan de su m uerte y se niegan a sobrevivir-
Ies. Pues esas devociones apasionadas no exclu
yen ni el frenesí colectivo ni las epidem ias de
suicidios.**
Es evidente que no dan la clave de esos fa
natism os la proeza del atleta ni el a rte del In
térprete, sino antes bien una especie de necesi
dad general de identificación con el cam peón o
con la estrella. Una costum bre de ese tipo se cons
tituye rápidam ente en una segunda naturaleza.
206
de percibir un turbio éxito de la am bición y de
là intriga, del im pudor o de la publicidad.
Los reyes están exentos de esa sospecha, pero,
lejos de contradecir la desigualdad social, su
condición procura por el co n trario el ejem plo
m ás patente. Pues bien, no menos que por es
trellas. se ve a la prensa y al público apasio
narse por la persona d e los m onarcas, por el
cerem onial de las cortes, por los am ores de las
princesas y la abdicación de los soberanos.
La m ajestad hereditaria, la legitim idad garan
tizada por generaciones de p o d er absoluto pro
curan la imagen de una grandeza sim étrica que
tom a del pasado y de la historia un prestigio
inás estable que el que confiere un éxito repen
tino y pasajero. Se gusta rep etir que, para go
zar de esa superioridad decisiva, los m onarcas
Sólo se tom an la m olestia de nacer. Se considera
que su m érito es nulo. Se adm ite que cargan
con cl peso de privilegios excepcionales, con los
que ellos nada tienen que ver y ni siquiera tu
vieron que desear o escoger: fue un veredicto
puro de un alta absoluto.
La identificación es entonces m ucho menor.
Por definición, los reyes pertenecen a un m un
do prohibido en el que sólo el nacim iento per
mite en trar. No representan la m ovilidad de la
sociedad ni las oportunidades que ésta ofrece
sino todo lo contrario, su peso y su coherencia,
con los límires y los obstáculos que am bos
oponen a la ve?, al m érito y a la justicia. La legi
tim idad de los principes aparece com o encar
nación suprem a casi escandalosa de la ley natu
ral. Esa ley corona (al pie de la le tra), destina
207
ul trono a un ser que nada salvo la suerte dis
tingue de la m ultitud de aquellos sobre los que,
en v irtu d d e un fallo ciego de la fortuna, se ve
llam ado a reinar.
Desde ese momento, la imaginación popular
siente la necesidad de acercar en lo posible a la
condición com ún a aquel de quien una distancia
infranqueable lo separa. Se quiere q u e sea senci
llo, sensible y sobre todo abrum ado p o r la pom
pa y los honores a los que está condenado. Para
tener menos celos, se le compadece. Se d a por
sentado que le están prohibidas las alegrías más
sim ples y se repite con insistencia que no cono
ce la libertad de am ar, que se debe a la co
rona, a la etiqueta y a sus obligaciones de
Estado. Una extraña mezcla de envidia y de com
pasión rodea así a la dignidad suprem a y atrae
a l paso de los reyes y de las reinas a un pueblo
que, aclam ándolos, tra ta de convencerse de que
no están hechos de o tro modo que él y de que el
cetro da menos felicidad y poder que hastío y
tristeza, fatiga y servidumbre.
A reyes y reinas se les pinta ávidos de afecto,
de sinceridad, de soledad, de fantasía y sobre
todo de libertad. MNi siquiera soy libre de com
p ra r un periódico", habría dicho la reina de
Inglaterra en ocasión d e su visita a Paris, en
1957. F.n efecto, es exactamente el tipo d e decla
raciones que la opinión pública atribuye a los
soberanos y tiene necesidad de creer correspon
dientes a una realidad esencial.
La prensa trata com o estrellas a las reinas y
a las princesas, pero como estrellas prisioneras
de un pape! único, aplasrante c inm utable que
208
ellas sólo aspiran a abandonar. Como estrellas
involuntarias cogidas en la tram p a de su per
sonaje.
Aun siendo igualitaria, una sociedad difícil
mente da esperanzas a los hum ildes de salir de
su existencia decepcionante. Casi a lodos los con
dena a perm anecer de p o r vida d en tro del m ar
co estrecho que los vio nacer. Para engañar una
am bición que la escuela les enseña que tienen
derecho de tener y que la vida pronto les de
m uestra como quim érica, los arru lla con imá
genes radiantes: m ientras que el cam peón y la
estrella les hacen b rillar el ascenso deslum bran
te perm itido al m ás desheredado, el protocolo
despótico de las cortes les recuerda que la vida
de los m onarcas no es feliz sino en fa medida
en que conserva algo en com ún con la p ro
pia. de suerte que no es de tanto provecho ha
ber recibido de la su erte la investidura más
desm esurada.
Esas creencias son extrañam ente contradicto
rias. Mas, p o r falaces que sean, m anifiestan una
especie de engaño indispensable: proclam an
una confianza en los dones de la su erte cuando
favorecen a los hum ildes, y niegan las ventajas
que ofrecen, cuando garantizan desde la cuna un
destino soberbio a los hijos de los poderosos.
209
el nuevo juego social está definido p o r el dé
bale entre el nacim iento y el m érito , entre la
victoria lograda por el m ejor y el golpe de suer
te que exalta a los m á s afortunados. Sin em
bargo, m ientras que la sociedad se apoya en la
igualdad de todos y la proclam a, sólo un redu
cidísim o núm ero nace para los p rim eros luga
res o los alcanza, p ues es obvio q u e no todos
podrían ocuparlos sin alguna inconcebible al
ternancia. De ah í el su bterfugio de la delegación.
Un m im etism o larvario y benigno ofrece una
inofensiva com pensación a una m u ltitu d resigna
da. sin esperanza ni firm e propósito de alcanzar
el universo de lujo y de gloria q u e deslum bra.
La m im icry es difusa y bastarda. Privada de la
m áscara, ya no Termina en la posesión ni en
la hipnosis, sino en el m ás vano d e los sueños.
Éste nace en el entorpecim iento d e la sala os
cura o en el estadio soleado, cuando todas las
m iradas se fijan en los m ovim ientos de un lum i
noso héroe. R epercute sin fin en la publicidad
en la prensa y en la radio. Identifica d e lejos
a m iles de presas paralizadas con sus ídolos fa
voritos. Les hace vivir, en la im aginación. la
vida suntuosa y plena cuyo m arco y cuyos dra
m as se les describen día tras día. Aunque la
m áscara ya no se lleve sino en contadas oca
siones y casi esté fuera de uso. la m im icry, infi
nitam ente distribuida, sirve de apoyo o de con
trapeso a las norm as nuevas que rigen a la
sociedad.
ΛΙ m ism o tiempo, el vértigo, au n inás despo
seído. sólo ejerce su perm anente y poderosa
atracción m ediante la corrupción que le corres*
210
ponde, es dccir m ediante la em briaguez que
procuran el alcohol o las drogas. Como la más
cara y com o el disfraz, ¿1 m ism o ya no es sino
juego propiam ente dicho, en o tras palabras, una
actividad reglam entada, circunscrita y separada
de la vida real. Sin duda, esos papeles episó
dicos se hallan lejos d e ag o tar la virulencia dc
las form as al fin sum isas del sim ulacro y del
trance. P or eso resurgen bajo form as hipócritas
y pervertidas en el corazón de un m undo que
las m antiene al margen y norm alm ente no les
concede casi ningún derecho.
211
En cl extrem o opuesto, la com petencia regla
m entada y el veredicto del azar, que im plican
sin excepción cálculos precisos, especulaciones
destinadas a rep artir equitativam ente los ries
gos y los prem ios, constituyen los principios
com plem entarios de o tro tipo de sociedad. Ellos
crean el derecho, es decir un código fijo, ab s
tracto y coherente, con lo cual m odifican tan
profundam ente las norm as de la vida en com ún
que el adagio rom ano Ubi societas, ibi jus, al
tiem po que presupone una correlación absoluta
entre la sociedad y el derecho, parece ad m itir
que la sociedad m ism a empieza con esa revolu
ción. En esc universo no son desconocidos ni
el éxtasis ni la pantom im a, pero se encuentran
p o r decirlo así desclasados. En tiem pos norm a
les, incluso aparecen allí sólo destituidos, des
afectados. si 110 es que dom esticados, como lo
dem uestran diversos fenómenos abundantes pero
a pesar de todo subalternos e inofensivos. Sin
em bargo, su virtud de arrastre sigue siendo lo
bastante grande para p recipitar en todo mom en
to a una m u ltitud en algún m onstruoso frenesí.
La historia nos da suficientes ejem plos singula
res y terribles, desde las Cruzadas de niños de
la Edad Media hasta el vértigo orquestado d e los
Congresos de N urem berg en el Tercer Reich, pa
sando p o r num erosas epidem ias de saltarines
y de bailarines, de convulsionarios y de flage
lados. p o r los an ab ap tistas de M unster en el si
glo XVI. p o r el movim iento conocido con el nom
bre de Ghost-Dance Religión entre los sioux de
fines del siglo x ix r aún mal adaptados al nuevo
estilo de vida, por "el d esp ertar" del País de
212
Gales en 1904-1905. y por tantos o tro s contagios
inm ediatos, irresistibles, en ocasiones devastado
res y contradictorios con las norm as fundam en
tales de las civilizaciones que los soportan.™ Un
ejem plo reciente, característico aunque d e me
n o r am plitud, lo ofrecen las m anifestaciones de
violencia a las que se entregaron los adolescen
tes dc Estocolmo hacia el Año Nuevo de 1957.
incom prensible explosión de una locura de des
trucción m uda y tenaz.’·
Aquellos excesos, que tam bién son accesos, no
podrían en lo sucesivo co n stitu ir la regla, ni ap a
recer com o tiem po y signo de favor, com o la
explosión esperada y reverenciada. La posesión
y la mímica ya no llevan sino a un extravío in
com prensible y pasajero que da horror, como
la guerra, a la que precisam ente me tocó pre
sentar com o equivalente de la francachela p ri
mitiva. Al loco ya no so le considera interprete
perdido dc un dios que lo habita. No se ima
gina que profetice y tenga la facultad dc curar.
l>c com ún acuerdo, la au to rid ad es cosa de calm a
y de ra/.ón, no dc frenesí. Fue preciso absorber
también la dem encia y la fiesta: todo barullo
Ptrstigioso, nacido del delirio d e un espíritu
° de la efervescencia dc una m ultitud. La ciudad
213
pudo naccr y crecer a ese costo, los hom bres
p asar del ilusorio dominio mágico del universo,
repentino, to tal y vano, a la lenta pero efectiva
dom esticación técnica de las energías naturales.
El problem a se halla lejos de e sta r resuelto.
Se sigue desconociendo la serie feliz de opcio
nes decisivas que perm itieron a algunas raras
culturas franquear la puerta m ás estrecha, ga
n a r la apuesta más im probable, la que in tro d u
ce en la historia, que a la vez autoriza una
am bición indefinida y gracias a la cual la auto
ridad del pasado deja de ser pura parálisis para
transform arse en poder de innovación y condi
ción indispensable de progreso: patrim onio en
vez de obsesión.
El grupo que puede cum plir esc reto escapa
del tiem po sin m em oria ni porvenir, donde sólo
esperaba el retorno cíclico y pasm oso de las
M áscaras Creadoras, que él m ism o im itaba a in
tervalos fijos en una total y despavorida re
nuncia de conciencia. Se com prom ete en una em
presa audaz y fecunda p o r o tro s conceptos,
em presa lineal, que no vuelve periódicam ente
al m ism o um bral, que prueba ν que explora, que
no tiene fin y que es la aventura m ism a de la
civilización.
Cierto que seria irrazonable concluir que, para
poder in ten tar la prueba, haya bastado alguna
vez re c lw a r la influencia de la pareja mimicry-
iiinx, pora sustituirla por un universo cuyo go
bierno habrían com partido el m érito y la suerte,
el apon y el alca. Eso es p u ra especulación. Pero
difícilm ente veo cómo se puede negar que tal
ru p tu ra acom pañe a la revolución decisiva y
214
que deba e n tra r en su descripción correcta,
aun cuando esa repulsa sólo produzca en un
principio cfcctos im perceptibles que tal vez pa
recerán dem asiado evidentes, y se considerará
superfluo señalarlos.
215
IX. RESURGIMIENTOS EN EL
MUNDO MODERNO
La m ásca ra y el u n if o r m e
217
juegos equívocos de la sensualidad y el m isterio
de las conjuraciones co n tra el poder. Es sím bo
lo de intriga, am orosa o política.’ Inquieta y
produce un liyero estrem ecim iento. Al mismo
tiem po, asegurando el anonim ato, abriga y li
bera. En el baile, no son sólo dos desconocidos
los que se abordan y bailan. Son dos seres que
enarbolan el signo del m isterio y que ya están
vinculados p o r una prom esa tácita de secreto.
La m áscara los libera ostensiblem ente de las
presiones que la sociedad hace p esar sobre ellos.
En un m undo en que las relaciones sexuales son
objeto de m últiples prohibiciones, es sorpren
dente que la m áscara —[antifaz, lo b o ], con
nom bre de anim al ra p to r e instintivo— * figure
tradicionalm cnte el m edio y casi la decisión os-
tentosa de hacer caso omiso de ellas.
Toda la aventura se lleva en un plano de ju e
go, es dccir, conform e a convenciones preesta
blecidas, en una atm ósfera y d entro de lím ites
de tiem po que la separan de la vida corriente
y que en principio la hacen sin consecuencia
p ara ella.
P or sus orígenes, el carnaval es una explosión
d e licencia que. aún m ás que el baile de más
caras, exige el disfraz y se basa en la libertad
que implica. Enorm es, cóm icas y exageradam en
te coloreadas, las m áscaras de cartón son en
el plano popular el equivalente del antifaz en el
plano m undano. Ahora no se tra ta de aventuras
galantes, de intrigas tejidas y resueltas a lo lar-
» C f. ' ‘E s p e d ie n te " (p . 322).
* l-ottp: la p a la b r a d e s ig n a a l a n ti la * v a l m is m o tie m
p o e l lo b o . [T.?
go de una .sapiente esgrim a verbal en que las
parejas sucesivam ente atacan y esquivan. Son
brom as groseras, atropcllam ientos, risas provo
cadoras. actitudes descuidadas, m ím icas bufo
nas, incitación perm anente a la algarabía, a la
,
francachela, al exceso d e palabras, d e m id o y
de movimiento. Las m áscaras tom an un breve
desquite contra el decoro y la m oderación que
deben observar el resto del año. Se acercan fin
giendo infundir miedo. Siguiendo el juego, el
transeúnte sim ula sen tir miedo o, p o r el con
trario , sim ula que no tiene miedo. Si se enoja,
queda descalificado: se niega a jug ar, no com
prende que las convenciones sociales han sido
sustituidas de m om ento p o r otras« destinadas
precisam ente a b u rlarse de las prim eras. En un
tiem po y en un espacio definidos, el carnaval da
una salida a la desm esura, a la violencia, al
cinism o y a la avidez del instinto. Pero al mis
m o tiem po los aguijonea hacia la agitación des
interesada. vacía y alegre, los invita a un juego
de bufón, p ara retom ar la expresión exacta de
G. B uraud, quien sin em bargo no piensa en el
juego. Y no se equivoca. Esa decadencia últim a
de la m im icry sagrada es o tra cosa que un ju e
go. P or lo dem ás, presenta la m ayoría de sus
características. Más cerca de la paidia que del lu
dus, sim plem ente perm anece p o r en tero del lado
de la im provisación anárquica, del desorden y de
la gesticulación, del p uro gasto de energía
Lo que sin duda es dem asiado aún. El orden
y la m esura p ro n to se im ponen a la efervescen
cia m ism a v todo term in a en cortejos, en ba-
soncursos d e disfraces. Por
219
o tra parte, las autoridades distinguen tan bien
en la m áscara la viva fuente de! desenfreno que
se contentan con p ro h ib ir su uso, allí donde el
frenesí general solía, com o en Río de Janeiro,
to m ar d u ran te diez días consecutivos proporcio
nes incom patibles con el simple funcionam ien
to dc los servicios públicos.
La fdu a a m b u la n te
221
agitación continua y agotadora que em briaga,
en que cada quien interpela a alguien o tra ta
de llam ar la atención hacia sí, un trajín que
incita al abandono, a la fam iliaridad, a la jac
tancia, a la desfachatez bonachona. Todo lo cual
confiere a la anim ación general un clim a sin
gular. Además, en el caso de Jas ferias, su ca
rácter cíclico agrega a la ru p tu ra en el espacio
cierto come en el tiem po, que opone un m om en
to de paroxism o al desarrollo m onótono de la
existencia cotidiana.
Ya hem os visto que la feria y el parque de
atracciones aparecen com o el terreno propio
de los aparatos de vértigo, de los artefactos de
rotación, de oscilación, de suspensión, de caída,
construidos para provocar un pánico visceral.
Aunque allí todas las categorías del juego entran
en com petencia y acum ulan sus seducciones. El
tiro al blanco con fusil o con arco representan
los juegos de com petencia y de destreza en su
form a m ás clásica. Las b arracas de luchadores
invitan a todos a m edir su vigor con el de cam
peones consagrados, ventrudos y jactanciosos.
Más allá, el aficionado lanza por una pendiente
arteram ente elevada en un extrem o una carre
tilla cargada de lastres cad a vez m ás num erosos
y pesados.
Loterías p o r dondequiera: ruedas que giran y
se detienen para indicar la decisión de la suerte.
Hacen a lte rn a r con la tensión del agón la espe
ra ansiosa de un veredicto favorable d e la for
tuna. Fakires, videntes, astrólogos, m uestran sin
em bargo el ascendiente de las estrellas y el ro s
tro del porvenir. Em plean los m étodos inéditos
222
que garantiza la ciencia m ás rccicntc: la "ra-
diestesia nuclear", el "psicoanálisis existencia!".
He aquí satisfecho el gusto por el oleo y por su
alm a condenada: la superstición.
La m im icry no falta a la tif a : cóm icos y pa
yasos. bailarinas y bufones desfilan y recorren
el estrado p ara pescar al publico. M uestran el
atractivo del sim ulacro, la fuerza del disfraz,
cuyo m onopolio por cierto ellos tienen: esta
vez, la m ultitud no tiene licencia para disfra
zarse.
223
fuerza centrifuga. M ientras que el piso se hunde
y baja algunos m etros, dicha fuerza aplica a la
pared de un gigantesco cilindro unos cuerpos
sin apoyo, inm ovilizados en cualquier postura,
igualm ente estupefactos. Allí perm anecen, "p e
gados com o m oscas”, según lo expresa la publi
cidad del establecim iento.
Esos asaltos orgánicos so n sustituidos p o r di
versos sortilegios anexos, propios p ara despistar,
para extraviar, para su scitar la confusión, la
angustia, la náusea, cierto te rro r m om entáneo
que pronto term ina en risa, a la m anera en que
poco antes, al sa lir del artefacto infernal, el
desasosiego físico se transform aba de pronto en
inefable alivio. Es el papel de los laberintos
de espejos; de las exhibiciones de m onstruos y de
seres híbridos: gigantes y enanos, sirenas, niños-
monos, m ujeres-pulpos, hom bres con m anchas
oscuras en la piel com o los leopardos. H orror
suplem entario: se invita a tocar. Enfrente, se
proponen las seducciones no menos am biguas
de los trenes fantasm as y de los castillos em bru
jados, donde abundan los corredores oscuros,
las apariciones, los esqueletos, los roces con
telas de araña, con alas de m urciélago, las tram
pas, las corrientes de aire, los alaridos inhum a
nos y tantos otros recursos no menos pueriles,
arsenal ingenuo de sustos de pacotilla, apenas
buenos para exacerbar una nerviosidad com pla
ciente. para d a r lugar a una horripilación bas
tante pasajera.
Juegos de espejos, fenóm enos y espectros con
curren ni m isino resultado: la presencia de un
m undo ficticio en co n traste buscado con la vida
224
corriente, en la que reina la fijación de las es
pecies y de la que están suprim idos los dem o
nios. Los reflejos desconcertantes que m ulti
plican y dispersan la imagen del cuerpo, la fauna
com puesta, los seres m ixtos de la fábula y las
contrahechuras de pesadilla, los injertos de una
cirugía m aldita y el h o rro r blando de toques
em brionarios, el m undo de las larvas y de los
vam piros, el de los autóm atas y el de los m ar
cianos (pues no hay nada extraño o inquietante
que aquí no encuentre em pleo), com pletan m e
diante una perturbación de o tra especie el sa
cudim iento enteram ente físico con que las m á
quinas de vértigo destruyen por un instante la
estabilidad de la percepción.
¿H abrá necesidad de recordarlo? Todo sigue
siendo juego, es decir perm anece libre, sepa
rado, lim itado y convenido. Antes que nada el
vértigo, y tam bién la em briaguez, el te rro r y
el m isterio. A vcccs, las sensaciones son terri
blem ente brutales, pero tan to la duración como
la intensidad del atu rdim iento se han m edido
de antem ano. Por lo dem ás, nadie ignora que
la fantasm agoría fingida está destinada a diver
tir m ás que a engañar verdaderam ente. Todo
está arreglado hasta en el m ás pequeño detalle
y conform e a una tradición de las m ás conser
vadoras.
Tncluso las golosinas que proponen los tende
rete«; de los confiteros tienen algo de inm utable
en su naturaleza y en su presentación: turrón,
azúcar de manzana o pastelillos de especias en
estuche de papel glaseado con m edallones ilus
trad o s y larcas franjas brillantes, cerdos de pan
225
dc especias adornados allí m ism o con cl nom
bre del com prador.
El placer es dc excitación y de ilusión, de
desasosiego aceptado, dc caídas evitadas, de cho
ques am ortiguados, de colisiones inofensivas.
La imagen perfecta de la diversión en la feria la
dan así los autos que chocan, en los cuales,
al sim ulacro dc sostener un volante (hay que
ver las cara s serias y casi solemnes dc algunos
conductores) se agrega un placer elem ental, que
se deriva de la paidia, dc la pelotera, del pla
cer de perseguir a los o tro s vehículos, dc pegar
les dc lado, dc taparles el paso, dc provocar
interm inablem ente seudoaccidentcs sin daños ni
víctimas, de h acer exactam ente y h asta el can
sancio lo que en la realidad está totalm ente
prohibido p o r los reglamentos.
Además, para aquellos que están en edad, tan
to en el irriso rio autódrom o com o en todo el
recinto de la feria, en todo artefacto de pánico,
en toda barraca dc espanto, donde el efecto de
la rotación y el estrem ecim iento del miedo ha
cen a los cuerpos acercarse, se cierne de m anera
difusa c insidiosa o tra angustia, o tra delicia
que, esta vez, proviene dc la búsqueda del com
pañero sexual. Aquí salim os del juego propia
mente dicho. Cuando menos, la feria se acercó
al baile dc disfraces y al carnaval, presentando
la m ism a atm ósfera para la aventura deseada.
Sin em bargo, una sola diferencia, aunque h arto
significativa: el vértigo en ella sustituye a la
máscara.
226
E l. CIRCO
El. T R A P E C IO
23!
nc .sed. Fingiendo e s ta r convencido dc ser invi
sible, M uyapona se esconde d etrás de todo obje
to minúsculo. Tiene una boca oval, dos chichones
en vez de orejas, o tro chichón en la frente y
dos cuernos. Posuki ríe continuam ente: tiene
una boca vertical y varios chichones en la cara.
En cam bio, Naba*hi es triste, su boca y sus ojos
form an un balcón, tiene una enorm e verruga
en el cráneo. La pandilla so presen ta asi com o
un grupo de payasos ident if ¡cables.
Como magos y profetas, quienes los encar
nan, y a los que disim ulan m áscaras horribles
y deform es, son som etidos a rigurosos ayunas y
a num erosas penitencias. Así, se considera que
quienes aceptan ser Koyemshis se consagran al
bien común. Son tem idos d urante el tiem po que
llevan m áscara. Quien les niega un don o un
servicio se expone a grandes desgracias. Al té r
m ino de la fiesta Shalako, la m ás im portante
d e todas, la aldea en tera les hace num erosos
regalos, víveres, ropa y billetes d e banco que
luego ellos exponen con toda solem nidad. Du
rante las cerem onias, se b urlan de los dem ás
dioses, organizan juegos dc adivinanzas, juegan
brom as groseras, hacen mil bufonadas y lanzan
pullas a los asistentes, reprochando a uno su
avaricia, com entando los infortunios conyugales
de un segundo, ridiculizando a un tercero que
se precia dc vivir a la m anera de los blancos.
Esc com portam iento es estrictam ente litúrgico.
233
alguien los em papa y el público ríe a carcaja
d as al verlos asi escurriendo de agua y asus
tados ante el diluvio im previsto. En el solsticio
de verano, las m ujeres zuñís a rro ja n agua a los
Koyernshis, luego de h ab er visitado éstos todos
las casas de la aldea, y los navajos explican los
andrajos de Tonenili diciendo que son m ás que
suficientes para vestir a alguien que se hará
bañar.*
Con filiación o sin ella, la mitología y el circo
coinciden p ara a rro ja r luz sobre un aspecto par
ticular de la m im icry, cuya función social se
halla fuera de discusión: la sátira. Cierto, la
sátira com parte ese aspecto con la caricatura,
con el epigram a y la canción, con los bufones
que acom pañaban lanzando pullas a los vence
dores y a los monarcas. Sin duda es conveniente
ver en ese conjunto de instituciones tan diver
sas y tan difundidas, que sin em bargo inspira
idéntico propósito, la expresión de una mism a
necesidad de equilibrio. Uri exceso de m ajestad
exige una co n trap arte grotesca. Pues la reveren
cia o la piedad populares, los hom enajes a los
grandes, los honores rendidos al poder suprem o,
am enazan peligrosam ente con m arear a quien
asum e el cargo o reviste la m áscara de un Dios.
Los fieles no consienten ni en e sta r entera
m ente fascinados, ni consideran exento de pe
ligro el frenesí que puede apoderarse del ídolo
deslum brado con su p ropia grandeza. En ese
9 Para la descripción de los ritos navajos y zuñís me
ajusté a la descripción de Jean Cnzcnavc, Les Dieux
Í£ ? £ ? r ù 1957, pp. 73-75. 119. 16S-173.
234
nuevo papel, la m im icry no es ningún tram p o
lín del vértigo, sino una precaución en contra
suya. Si el salto decisivo es difícil, si la angosta
puerta que da entrad a a la civilización y a la
historia (a un progreso, a un porvenir) coinci
de, como fundam entos de la vida colectiva, con
la sustitución de los prestigios dc la m im icry y
del Uinx p o r las norm as del alea y del agon,
desde luego es conveniente investigar con el fa
vor de qué fortuna m isteriosa y sum am ente im
probable algunas sociedades lograron rom per el
círculo infernal que cerraba a su alrededor
la alianza del sim ulacro y del vértigo.
» Con toda seguridad, m ás de un cam ino pone
a los hom bres al abrigo de la tem ible fascina
ción. Ya hem os visto, en Laccdemonia, al hechi
cero constituirse en legislador y en pedagogo,
a la banda enm ascarada dc los hombres-lobos
evolucionar a policía política y, un buen día, al
frenesí convertirse en institución. Aquí, lo que
se ve despuntar es o tra posibilidad, m ás fecun
da, m ás propicia al desarrollo d e la gracia, dc
la libertad y de la invención, orientada en todo
caso hacia el equilibrio, el desapego y la ironía,
pero no hacia la búsqueda dc un dom inio im
placable y. a su vez, quizás vertiginoso. AI tér
m ino dc la evolución, no es im posible que nos
dem os cuenta de que en ciertos casos, que ve
rosím ilm ente fueron casos privilegiados, la p ri
m era fisura destinada luego dc mil vicisitudes
a d estru ir la alianza todopoderosa del sim ula
cro y del vértigo no fue o tra que esa extraña
innovación, casi im perceptible, absurda en apa
riencia y sin duda sacrilega: la introducción en
235
■ K
la banda de m áscaras divinas de personajes de
igual je ra rq u ía y de la m ism a au toridad, encar
gados de paro d iar sus m ím icas em brujadoras,
de atem p erar m ediante la risa lo que, sin ese
antídoto, desem bocaba fatalm ente en el trance
y la hipnosis.
COMPLEMENTOS
I. LA IMPORTANCIA DE LOS JUEGOS
DE AZAR
239
desarrollar la pereza, cl fatalism o y la supers
tición. Se adm ite que el estudio de sus leyes ha
contribuido al desarrollo del cálculo de p roba
bilidades, a la topología, a la teoría de los Jue
gos estratégicos. Poro no p o r ello se crcc que
sean capaces de ofrecer el modelo de una repre
sentación del m undo o de ordenar, así sea a
to n tas y a locas, u n a especie de sab er enciclo
pédico em brionario. Sin em bargo, en la m edida
en que niegan el libre a rb itrio y la responsabi
lidad, el fatalism o y el determ inism o estricto se
representan el universo entero com o una gigan
tesca lotería generalizada, obligatoria e incesan
te. en que cada prem io —inevitable— no aporta
sino la posibilidad, quiero decir la necesidad, de
p articip ar én el sorteo siguiente y así sucesiva
mente, al infinito.1 Además, en poblaciones rela
tivam ente ociosas, en que el trab ajo se halla
lejos en cualquier caso de ubsorber la energía
disponible y donde no rige a la totalidad de la
existencia cotidiana, es frecuente que los juegos
de azar adquieran una im portancia cultural ines
perada, que tam bién influye en el arte, en la
ética, en la econom ía e incluso en el saber.
Me pregunto incluso si ese fenómeno no es
característico de las sociedades interm edias que
ya no están gobernadas p o r Jas fuerzas com bi
nadas de la m áscara y de la posesión o, si se
prefiere, de la pantom im a y del éxtasis, y que
M is l o q u e r e s a lt o c o n e v i d e n c i a d e Ja parábola de
J orge L u is B u r g e s U l u l a d a “ L a L o t e r i e d e B a b y t o n c " .
en Fictions, 1951,
tr a d , fr a n c e s a , P a r ís , pp. 82-9.1. “ L a
lo te r ía en n n b ilo n ia ". Picxxoncs <1944), C ír c u lo d e L e e
to re s , B a r r e lo n a ,1975, 7-292.
pp. 2 S
aún no han alcanzado una vida colectiva basada
en instituciones en que la com petencia regla
m entada y la com petición organizada desempe
ñen un papel fundam ental. En particu lar, suele
suceder que algunas poblaciones se vean a rra n
cadas d c pronto del im perio del sim ulacro o del
trance m ediante el co n tacto o m ediante el dom i
nio dc pueblos que, m ucho tiem po antes y gra
cias a una evolución lenta y difícil, se han li
brado dc la hipoteca infernal. Las poblaciones
que éstos someten a sus leyes inéditas no están
preparadas en absoluto para ad o p tarlas. El sal
to es brusco. En ese caso, no el aRon sino el
alea es el que im pone su estilo a la sociedad
que se transform a. Som eterse a la decisión de
la suerte atra e la indolencia y la impaciencia
dc esos seres, cuyos valores fundam entales ya
no tienen derecho d c ciudadanía. Aún más, por
medio de la superstición, y de las m agias que
aseguran la suerte y el favor de las potencias,
esa norm a indiscutible y sim ple los vincula a
sus tradiciones y los restituye a su m undo o ri
ginal.
2
41
ticipa. En vez de plegarse a la disciplina de una
labor m onótona y engorrosa, se entrega al jue
go. É ste acaba p o r o rd en ar las creencias y el
saber, los hábitos y las am biciones de esos seres
perezosos pero apasionados, que ya no tienen
la obligación d e gobernarse y a los que sin em
bargo les es sum am ente difícil integrarse a esa
sociedad de o tro tipo, al margen de la cual se
les deja vegetar como a eternos niños.
242
vida cotidiana: un niño enseña a hab lar a un
loro, una m ujer a tra p a a un ave p ara la cena,
un hom bre es atacado p o r un pitó n , o tro carga
su fusil, tres m ujeres trab ajan la tierra, etc. Es
culpidos en o tro s dados, algunos ideogram as
figuran diversas plantas, los órganos genitales
de la m ujer, el cielo nocturno con la luna y las
estrellas. Los anim ales — m am íferos, aves, rep
tiles, peces e insectos— se reproducen abun
dantem ente. Una últim a serie dc relieves hace
alusión a objetos codiciados p o r el jugador:
hachas, rifles, espejos, tam bores, relojes o m ás
caras para la danza.
24.1
jefes se jugaban sus encom iendas, las riñ as eran
frecuentes e incluso estallaban g u erras de cla
nes luego de p artid as disputadas con dem asiado
ardor.*
Se tra ta de un juego rudim entario, sin com
binación ni saldo. Em pero, fácilm ente se aprecia
hasta que grado sus repercusiones son im por
tantes en ja cu ltu ra y la vida colectiva don
de está en boga. Toda proporción guardada, la
riqueza sim bólica y enciclopédica de los em ble
m as es com parable con la de los capiteles ro
manos. Cuando menos, cum ple con una función
análoga. Además, nació de la necesidad de es
culpir de m anera d istin ta una cara d e cada
dado, a rte del relieve éste que se puede conside
ra r com o principal expresión d e las tribus de
la com arca en el terreno de la plástica. Tam
poco carece de im portancia el que se asocie a
los dados una virtud mágica, que los vincula
estrecham ente a las creencias y a Jas preocupa
ciones de su s poseedores. Sobre todo, es conve
niente insistir en los daños provocados p o r la
pasión del juego, que en ocasiones parecen ha
b e r cobrado proporciones de desastre.
Esas características no son episódicas en ab
soluto; se les encuentra en el caso de juegos
* S í r n o n c Delnroztère y G ertru d e Luc. MU n c fo rm e peu
con nue de l'E x p re ssio n a rtistiq u e alrica lnc: l’A h b ia ",
Ë ittdcs cam eroioiaiies. núm.s. 49-50, sep.-dic. de I95S,
pp. 3-52. A sim ism o , c il ¿a regió n x'o nra i de S u d á n , donde
la s ca u n s, c n n c h illa v sirve n a la vez de: d a d o s y de
m oneda, cada juga d or lira rú a tío de ellas y si caen
d rl m ism o lado ga n a 2 S M . S e juegan la rnrtuna. las
tierras y las esposas. C f . A. Prost, "J e u x cl Jouets”,
Le M onde noir, η ιία ιν S ·9 d e Présence africaine, p. 245.
244
de a za r considerablem ente m ás com plejos que,
en sociedades mixtos, ejercen un atractivo an á
logo y traen consigo consecuencias igualm ente
temibles.
247
solución, apoyándose en citas. En Cuba, lo que
se necesita p ara la interpretación co rrecta dc
las charadas es el conocim iento general dc las
creencias d e los negros. La banca anuncia: "Un
pájaro pica y se va." Nada m ás transparente:
los m uertos vuelan; el alm a dc un m uerto es
com parable a un ave porque puede introducirse
donde quiere en form a de lechuza; existen al
m as en pena, ham brientas y rencorosas. "Pica
y se va": es decir, causa la m uerte inesperada
dc un ser vivo que no lo sospechaba. Entonces,
es conveniente ju g a r al 8, a la m uerte.
El "perro que m uerde todo" es la lengua que
ataca y calum nia; la "luz que alum bra to d o " es
el 1!, el gallo que can ta al sa lir el sol; el "rey
que todo lo puede", el 2, la m ariposa que tam
bién es el dinero; el "payaso que se pinta en
secreto", el 8, que es el m uerto al que se cubre
con una m ortaja blanca. E sta vez, la explicación
sólo es válida para los profanos. En realidad,
se tra ta del iniciado (ñam pe o ñañigo m uerto);
d u ran te una cerem onia secreta, el sacerdote le
traza en cfccto signos rituales con una tiza blan
ca sobre el ro stro , las m anos, el pecho, los bra
zos y las piernas.·
Tam bién una com pleja clave de los sueños
ayuda a presen tir el núm ero ganador. Sus com
binaciones son Infinitas. Los d atos de la expe
riencia se distribuyen en tre los núm eros fatídi
cos. Estos llegan hasta el 100, gracias a un libro
que se deposita en la banca dc la Charada y se
puede co n su ltar p o r teléfono. Ese repertorio dc
248
correspondencias ortodoxas da lugar a un len
guaje sim bólico considerado "m uy útil de cono
cer para p en etrar en los m isterios de la vida".
En todo caso. la imagen con frecuencia term ina
sustituyendo al núm ero. En casa del tío de su
m ujer, Alejo C arpentier ve a un m uchacho negro
hacer una sum a: 2 + 9 + 4 + 8 + 3 + 5 = 31.
El m uchacho no anuncia los núm eros sino que
dicc: "M ariposa, más elefante, m ás gato, más
m uerte, m ás m arino, m ás m onja igual a vena
do." Asimismo, para significar que 12 en tre 2
igual a 6, dice: “ P uta por m ariposa igual a to r
tuga." Los signos y las concordancias del juego
se proyectan a la generalidad del saber.
La Charada china se halla sum am ente difun
dida, aunque prohibida p o r el artícu lo 355 del
Código Penal de Cuba. Desde 1879 se han ele
vado num erosas protestas contra sus daños. Los
obreros sobre todo arriesgan el poco dinero que
poseen y, como dice un au to r, pierden en ella
h asta el alim ento de los suyos. P o r necesidad
no juegan mucho, pero lo hacen sin cesar, pues
se "cuelga al anim al" cuatro o seis veces al
día. Se Irata de un juego en que el fraude es
relativam ente fácil: com o la banca conoce la
lista de apuestas, p o r poco hábil que sea. nada
le im pide cam biar, en el m om ento de descu
brirlo. el sím bolo en que las apuestas se acum u
laron peligrosam ente p o r o tro , m ás o menos
desdeñado.’
En todo caso, honrados o no. se considera
que los banqueros rápidam ente hacen fortuna.
249
En cl siglo pasado, se dice que ganaban hasta
cuarenta m il pesos diarios; uno de ellas volvió
a su país con un capital de doscientos rail pesos
de oro. En la actualidad, se calcula que exís·
ten en l a H abana cinco grandes organizaciones
de Charada y m ás de doce pequeñas. En ellas se
juegan más de doscientos mil dólares diarios.*
En la vecina isla de Puerto Rico, el Planning
Board h a calculado que, en 1957, las sum as in
vertidas en los diferentes juegos ascendieron a
cien millones de dólares anuales, o sea la mitad
del presupuesto de la isla, setenta y cinco de
ellos en los juegos legales (la lotería del Estado,
las peleas de gallos, las carreras de caballos, la
ruleta, etc.). El Inform e declara explícitam en
te: "Cuando el juego alcanza tales proporciones,
indudablem ente constituye un serio problem a
s o c ia l.. . A rruina el ah o rro privado, paraliza los
negocios y alienta a la población a poner su
confianza en las ganancias aleatorias más que
en el tra b a jo productivo.*' Con base en esas
conclusiones, el gobernador Luis Muñoz M arín
decidió reforzar la legislación sobre los juegos,
con el fin de reducirlos en los diez años siguien
tes a proporciones menos desastrosas para la
econom ía nacio n al/
250
enorm e organización, apuestas cotidianas que
absorben una parte im portante del poco dinero
de que disponen los estrato s inferiores de la po
blación. Además, el juego brasileño tiene la
ventaja de poner perfectam ente a luz las rela
ciones del alca y dc la superstición. Por o tra
parte, tiene consecuencias tan im portantes en el
orden económico que creo deber reto m ar aquí
la descripción que ya he hecho en o tra ocasión
y con o tro propósito.
"E n su form a actual, ese juego se rem onta a
los alrededores de 1880. Su origen se atribuye
a la costum bre del barón de D rum m ond de ex
hibir cada sem ana a la en trad a del parque zoo
lógico la imagen dc algún anim al, El publico
estaba invitado a adivinar cuál se escogería en
cada ocasión. Así nació un sistem a de apuestas
que sobrevivió a su causa y asoció perdurable
m ente a la serie de núm eros las figuras de los
anim ales exhibidas. El juego p ro n to fue absor
bido en las apuestos a los núm eros ganadores
de la lotería federal, análoga a la quiniela dc
los países vecinos. Los cien prim eros núm eros
se repartieron en grupos dc cu atro y se atrib u
yeron a veinticinco anim ales, ordenados más o
menos alfabéticam ente, desde el águila (núm e
ros 01 a 04) hasta la vuca (núm eros 97 a 00).
Desde entonces, el juego ya no sufrió modifica
ciones apreciables.
Las com binaciones son infinitas: se juega a
la unidad, a la decena, a la centena o al millar,
es decir, a la últim a, a las dos, tres o cu atro úl
tim as cifras del núm ero que gana esc día a la
lotería. (Desde que la lotería federal no es dia-
251
sueña con una vaca voladora debe ju g a r al
ría, sino sem anal, los otros días se hace una fal Aguila y no a la Vaca; quien sueña con un gato
sa lotería, enteram ente teórica, sin billetes ni que cae del techo debe ju g a r a la Mariposa
prem ios, que sólo sirve p a ra clasificar a los ju (pues un gato de verdad no so cae de ningún
gadores del Bicho.) Además, se puede ju g a r si techo); quien sueña con un bastón jugará a la
m ultáneam ente a o tro s anim ales, es decir, a va Cobra (que se yergue com o un b astó n ); quien
rios grupos de cu atro núm eros, y ju g a r cada en sueños ve a un perro rabioso jugará al León
com binación invertida, es decir, apostando no (que es bravo com o aq u él), etc. En ocasiones,
sólo al propio núm ero sino a cualquier otro la relación sigue siendo oscura: quien sueña
com puesto p o r las m ism as cifras. Por ejem plo, con un m uerto juega al Elefante. Llega a suce
jugar al 327 invertido significa que tam bién se der que la relación esté tom ada del folclor sa
gana con 372, 273. 237, 723 y 732. Es de im a tírico: quien ha sonado con un portugués debe
ginar sin dificultad que el cálculo de las ganan ju g ar al asno. Los más escrupulosas no se conten
cias, que siem pre son rigurosam ente proporcio tan con una correspondencia m ecánica: con
nales a los riesgos, no es cosa fácil. De ese sultan adivinos o pitonisas quienes, aplicando
modo, el conocim iento profundo de las leyes de sus dones y su sab er al caso particular que se
la aritm ética se ha difundido en tre el pueblo: les presenta, saben sacar de él oráculos infa
alguien que apenas sabe leer y escribir resuelve libles.
con una seguridad y una rapidez desconcertan Es frecuente desentenderse d e los anim ales:
tes problem as que exigirían ya a un m atem ático el sueño da directam ente el núm ero deseado. Si
poco entrenado en esa clase de operaciones una un hom bre sueña con uno de sus amigos, ju e
atención sostenida. ga a su núm ero telefónico; si presencia un acci
P or lo dem ás, el J oro do Bicho no sólo fa dente de trán sito , juega al núm ero del vehículo
vorece la práctica de la aritm ética habitual. accidentado, al del agente de policía que inter-
Favorece aún m ás la superstición. En efecto, • vino o a alguna com binación de am bos. La rim a
está vinculado a un sistem a de onirom ancia que y el ritm o no son menos im portantes que los
posee su código, sus clásicos y sus interpretes signos del azar. Según una anécdota significa
calificados. Los sueños inform an al jugador so tiva. un sacerdote al d a r la absolución a un
bre el anim al que debe escoger. Sin em bargo, nioríbundo pronuncia las palabras rituales: "Je
no siem pre es indicado ju g a r al anim al con que sús, Afana y Jo sé." El m oribundo se yergue y
se ha soñado. Es p ru d en te hojear antes algón R elam a: "Aguila. Avestruz y Caim án'1, animales
m anual adecuado, alguna clave de los sueños es estos del bicho cuya secuencia en portugués
pecializada, por lo general titulada Interftretti- \A{¡u¡a, Avestruz, Jacaré) im ita vagam ente a la
cño dos souhos para o J oro do Bicho. En él se ° tra . Sin dificultad se podrían m ultiplicar los
aprenden las correspondencias acreditadas: quien
253
252
ejem plos al infinito. En general, se emplea todo
tipo de adivinación. Una sirvienta vuelca un
vaso y el agua se extiende p o r el suelo: ella in
terp reta la form a del charco con la semejanza
de uno de los anim ales del juego. La habilidad
para descubrir las relaciones útiles se considera
un don preciado. Más dc un brasileño cita entre
sus amigos el caso en que un criado, quien se
habfa hecho indispensable p ara sus p atrones p o r
su habilidad p ara las com binaciones del bicho
o gracias a su ciencia de los presagios, term inó
p o r hacer su voluntad en la casa.1·
Teóricam ente, el juego de los anim ales está
prohibido en todos los estados d e Brasil. En
realidad, en ellos se le tolera en m ayor o m e
nor m edida, según el hum or o el in terés del
gobernador del E stado y, en el in terio r dc un
mismo Estado, según el capricho o la política
de los dirigentes locales y principalm ente del
jefe dc policía. Sea com o fuere, perseguido con
m ano blanda o protegido con disim ulo, el juego
conserva el sabor del fru to prohibido y su o r
ganización se m antiene en la clandestinidad, in
cluso cuando esa discreción no se justifica en
absoluto a causa de la actitud d e las autorida
des com petentes. Es m ás. la conciencia popular,
que no deja de preocuparse p o r él, parece sin
em bargo considerarlo un pecado, pecado venial
254
sin duda, y un vicio perdonable, análogo por
ejem plo al del tabaco; pero en fin, al tiempo
que se dedica a él, sigue considerándolo oscu
ram ente com o una actividad reprensible. Los
políticos, que con frecuencia lo organizan, de él
se valen o se benefician, no dejan de vitupe
rarlo en sus discursos. El ejército, que es fácil
m ente m oralizador y en el cual sigue viva la
influencia de Augusto Comte y del positivism o,
ve al bicho con malos ojos. D urante las ma-
cum bas, sesiones de posesión p o r p arte de los
espíritus, muy apreciadas p o r la población ne
gra, y en las círculos espiritistas no menos d i
fundidos y poderosos, se expulsa a los que piden
a los convulsionarios o en las sesiones pronós
ticos p ara ci bicho. De uno a o tro polo del univer
so espiritual brasileño, la condena es general.
La situación constantem ente precaria del ju e
go de los anim ales, la reprobación difusa de
que sigue siendo ob jeto p o r parte de quienes se
apasionan p o r él. y sobre todo el hecho de que
no pueda reconocerse oficialm ente, desembocan
en una consecuencia que rara vez d eja de so r
prender a su propia clientela: la escrupulosa
honradez de los corredores de apuestas. Se ase
gura que nunca uno de ellos defraudó un solo
céntim o a sus clientes. Con excepción de los ju
gadores ricos que dan sus órdenes p o r telefono,
todos, en alguna esquina, deslizan en la m ano
del cobrador un papel plegado que contiene el
»ttonto, a veces considerable, de la apuesta, la
Indicación de la com binación que se desea ju
gar y un nom bre falso escogido para la ocasión.
El cobrador pasa el papel a un com padre y
255
Γ
256
no de los juegos, el atea, en com petencia con el
agon, y con frecuencia en com binaciones con
él, determ ina enorm es m anifestaciones, equilibra
la "V uelta de Francia” con la Lotería Nacional,
construye casinos com o el deporte construye
estadios, suscita asociaciones y clubes, franc
m asonerías de iniciados y de devotos, sostiene
una prensa especializada y provoca inversiones
no m enos im portantes.
Más aún. se revela una extraña sim etría: mien
tras que el deporte es ob jeto frecuente de su b
venciones gubernam entales, los juegos de azar
contribuyen a alim entar la caja del Estado, en
la m edida en que éste los domina. A veces, in
cluso le procuran sus principales recursos. Aun
que reprobada, hum illada y condenada, la suer
te conserva así todo derecho tie ciudadanía en
las sociedades m ás racionales y adm inistrativas,
en aquellas que se hallan lo más alejadas de los
prestigios com binados del sim ulacro y del vér
tigo. La razón es fácil de descubrir.
E l vértigo y el sim ulacro son rebeldes, en ab
soluto y por naturaleza, a toda especie de códi
go, de m edida y de organización. En cam bio, el
alca, com o el agon, exige el cálculo y la regla.
Pero su solidaridad esencial no im pide en lo
más mínim o su com petencia. Los principios que
representan son dem asiado opuestos para no ser
proclives a excluirse el uno al otro. El trab ajo
es con toda evidencia incom patible con la es
pera pasiva de la suerte, corno el favor injusto
de la fortuna con las reivindicaciones legítimas
del esfucr/o v del m érito. F1 abandono del si
m ulacro v deí vértigo, de ln m áscara y del éxta
259
sis nunca ha significado o tra cosa que la salida
de un universo encantatorio y la en trad a en el
m undo racional de la justicia distributi%ra. Deja
problem as p o r resolver.
En esas condiciones, el agon y el alea repre
sentan sin duda los principios contradictorios y
com plem entarios del nuevo tipo de sociedad.
Sin em bargo, aún falta m ucho para que desem
peñen una función paralela, reconocida com o
indispensable y excelente tanto en uno como en
o tro caso. E l agón, el principio de la com peten
cia ju sta y de la em ulación fecunda, es el único
considerado com o valor. En conjunto, el edificio
social se apoya en él. El progreso consiste en
desarrollarlo y en m ejo rar las condiciones, es
decir, en el fondo, en elim inar cada vez más al
alea. En efecto, el alca aparece com o la resis
tencia opuesta p o r la naturaleza a la perfecta
equidad de las instituciones hum anas deseables.
Aún m ás: la su erte no sólo es la form a res
plandeciente de la injusticia, del favor gratuito
e inm erecido, sino' tam bién la burla del trabajo,
de la tarea paciente y tenaz, del ahorro, d e las
privaciones aceptadas con vistas al porvenir;
en una palabra, de todas las virtudes necesa
rias en un m undo d estinado al acrecentam iento
de los bienes. De tal su erte que el esfuerzo del
legislador se orienta n atu ralm en te a restringir
su cam po y su influencia. De los diversos p rin
cipios del juego, la com petencia reglam entada
es el único que se puede trasp o n er tal cual en
el terreno d e la acción y m ostrarse eficaz en el.
si no es que insustituible. Los dem ás son tem i
bles: se les lim ita o en el m ejor de los casos
260
se les tolera si se m antienen d en tro de los If·
m ites perm itidos; se les tiene por pasiones fu
nestas, por vicios o p o r enajenaciones, cuando
dejan de som eterse al aislam iento y a las reglas
que los neutralizan.
Desde ese punto de vista, el alea no es nin
guna excepción. M ientras sólo represente la
pasividad de las condiciones naturales, es abso
lutam ente necesario adm itirlo, aunque sea a
regañadientes. Nadie ignora que el nacim iento
es una lotería, poro sobre todo p ara lam entar
las escandalosas consecuencias. Salvo casos su
m am ente raros, com o el sorteo de los m agistra
dos en la Grecia antigua o, en nuestros días,
el de los jueces de lo penal, no p odría ser cosa
de atrib u ir al azar la m enor función institucio
nal. En asuntos serios, parece inadm isible so
m eterse a su decisión. La opinión unánim e ad
m ite como evidencia, que no so p o rta siquiera
la discusión, que el trabajo, çl m érito, la com
petencia y no el capricho del juego de dados
son los fundam entos tan to de la justicia necesa
ria corno del feliz desarrollo de la vida colectiva.
En consecuencia, el tra b a jo suele considerarse
como única fuente honorable de ingresos. La
herencia, surgida a su vez del aleo fundam en
tal del nacim iento, es discutida, a vcccs abo
lida y la m ayoría de las veces som etida a im
portantes retenciones, cuyo p roducto aprove
cha la sociedad entera. En cuanto al dinero ga
nado en el juego o en la lotería, en principio no
debe co n stitu ir sino un com plem ento o un lujo,
que se agrega al salario o a los honorarios re
cibidos regularm ente p o r el ju g ad o r como retri-
261
burión a su actividad profesional. O btener entera
o principalm ente la subsistencia de la suerte,
del azar, es considerado casi por lodo el m un
do com o sospechoso e inm oral, si no es que
com o deshonroso y, en todo caso, com o asocial.
263
trecientos a cincuenta mil rublos distribuidos
en cien mil series de cincuenta obligaciones cada
una. E n tre esas series, cuarenta y dos se sor
teaban y ludas las obligaciones que las com
ponían ganaban un prem io m ínim o de cuatro
cientos rublos. Luego se procedía al sorteo de
los prem ios m ás im portantes, veinticuatro de los
cuales eran de diez mil rublos, cinco de veinti
cinco mil y dos de cincuenta mil,** que equiva
lían respectivam ente al cam bio oficial, p o r lo
dem ás sobrevaluado, a prem ios d e uno. de dos
y medio y d e cinco m illones de francos.
264
Ilación, no contara con la com pensación, p o r lo
dem ás infinitam ente im probable, dc una sonrisa
gratuita de las potencias fantásticas de la sucr-
te, inaccesibles, ciegas c im placables, pero que,
p o r fortuna, desconocen la justicia.
265
II. I)K LA PEDAGOGIA A LAS
M ATEMATICAS
1 . A n á l i s i s p s i c o p e d a o ó g io o s
269
universo que se tiene a sí m ism o p o r fin y que a) del ap arato sensorial (experim entación del
sólo existe m ientras y en la m edida en que se tacto, de la tem peratura, del gusto, del olfato,
le acepta voluntariam ente. Sólo quef com o Groos del oído, de los colores, de las form as, de los
estudia en p rim er térm ino los aním ales (aun movimientos, etc.); b) del ap arato m otor ((an
que pensando ya en el h o m b re), cuando después teo. destrucción y análisis, construcción y sín
pasó varios años estudiando los juegos hum a tesis, juegos de paciencia, lanzam iento simple,
nos (Die Spiele der M enschen, Jena, 1889). se lanzam iento para golpear o em pujar, im pulso
vio llevado a in sistir en sus aspectos in stin ti para hacer rodar, g ira r o resbalar, lan zar hacia
vos y espontáneos y a descuidar las com bina un blanco, a tra p a r objetos en m ovim iento);
ciones puram ente intelectuales de las que con c) dc la inteligencia, del sentim iento y dc la vo
sisten en muchos casos. luntad (juegos de reconocim iento, de la m em o
Más todavía, tam bién él concibió los juegos ria. dc la im aginación, de la atención, de la
del anima) joven com o una especie de alegre razón, de la sorpresa, del miedo, etc.). Luego
entrenam iento para su vida adulta. Por una ex pasa a las tendencias que él llam a de segundo
trao rd in aria paradoja. Groos pasó de allí a vel grado, las que se derivan del instinto de lucha,
en el juego la razón de ser de la juventud: "Los del instinto sexual o del instinto de Imitación.
anim ales no juegan porque sean jóvenes, sino Esc variado rep erto rio m uestra m aravillosa
que son jóvenes porque deben j u g a r / '1 En con m ente cóm o todas las sensaciones o las em o
secuencia, tra ró de d em o strar cómo la actividad ciones que el hom bre puede tener, cóm o todos
del juego asegura a los anim ales jóvenes una los adem anes que puede hacer, cóm o todas las
m ayor destreza para perseguir a sus presas o operaciones m entales que es capaz dc efectuar,
para escapar dc sus enemigos, así como los acos dan origen a juegos, pero no arro ja ninguna
tu m b ra a luchar entre sí en previsión del m o luz sobre éstos, no inform a ni sobre su natura·
m ento en que la rivalidad p o r la posesión de la leza ni sobre su estru ctu ra. Groos no se preocu
hem bra los opondrá en verdad. Dc lo cual ob pa p o r agruparlos segón sus afinidades propias
tuvo una ingeniosa clasificación de los juegos, y no parece darse cuenta de que en su mayoría
bastante ad ap tad a a su objeto, pero que por participan en varios sentidos o en varias fun
desgracia tuvo com o prim era consecuencia des ciones a la vez. En el fondo, se contenta con
viar hacia una distribución paralela el estudio rep artirlo s según el índice de los tratados dc
de los juegos hum anos que em prendió en se psicología acreditados en su época o, antes bien,
guida. Distingue entonces la actividad del juego: se lim ita a m o strar cóm o los sentidos ν las fa
cultades del hom bre im plican tam bién un modo
* pin Spiele. der Tiere, trad, francesa, te s Jeux des de acción desinteresado, sin unidad inmediata
Animaux. Paris. 1902. pp. V y 62-69. y que, p o r ese hecho, pertenece al terreno del
juego y sirve únicam ente para p rep arar al in
dividuo en su s larcas futuras. De nuevo, ios Chateau sólo tra ta n de los juegos infantiles,4 y
juegos de azar se ven elim inados, sin que el aún h ab ría que p recisar que de los juegos de
au to r sospeche siquiera que los deja a un lado. ciertos niños del oeste de Europa en la prim era
Por una p arte, no los ha encontrado entre los mitad del siglo xx y sobre todo de los juegos
anim ales y, p o r la o tra, no existe tarca seria que esos niños juegan en la escuela d u ran te el
para la cual preparen. recreo. Se com prende entonces que una especie
de fatalidad sigue haciendo a un lado a los ju e
Tras la lectura de las obras de K arl Groos, se gos de a ra r, que desde luego no son alentados
podría seguir ignorando, o poco faltaría para por los educadores. Sin em bargo, incluso si se
ello, que un juego con frecuencia im plica, tal dejan al m argen los dados, la perinola, el dom i
vez necesariam ente, reglas e incluso reglas de nó y la baraja, que Jean Château descarta como
una naturaleza muy p a rtic u la r arb itrarias, im juegos de adultos, en que los niños sólo se ve
periosas y válidas en un tiem po y d entro de un rían arrastrad o s a ju g a r p o r su fam ilia, quedan
espacio determ inados de antem ano. Recordamos
que el m érito de J. Huizinga consiste en haber 4 También los juegos complejos de los adultos han
insistido en esta últim a característica y en ha llamado la atención de los psicólogo*. En particular,
existen numerosos estudios sobre la psicología de los
b c r dem ostrado su excepcional fertilidad para campixmex de ajedrez. En cuanto al fútbol, es conve
el desarrollo d e la cultura. Antes de él, en d o s niente citar los análisis de G. T. W. Patrick (1903),
conferencias dictadas en 1930 en e! Instituto M. G. Hartgenbusch (1926), R. W. Pickford (1940) y
Jean-.íacques Rousseau de Ginebra, Jean Piapct •V1. Merleau-Ponty (en La Structure du Comportement,
había insistido m ucho en la oposición de los 1942). Las conclusiones se discuten en el estudio de
F. J. J. Buytendijk, Le Football, París. 1952. Como aque
juegos de ficción y de los juegos con reglas llos dedicados a la psicología de los jugadores de aje
para el niño. Por o tra parte, se recuerda la im drez (que explican por ejemplo que éstos perciben en
portancia que con toda razón atribuye Piapet el alfil y la torre no figuras determinadas; sino una
al respeto de la regla del juego p o r p arte efe! futría oblicua u una fuerza rectilínea), los trabajos an
teriores Informan sobre el comportamiento de un Ju
niño para la form ación m oral de éste. gador tal como lo determina el Juego, pero no sobre
Pues bien, una vez más ni Piaget ni Huizinga la naturaleza del propio juego. Desde ese punto de vista,
dan ninguna cabida a los juegos de azar, que es considerablemente más instructivo el sustancial ar
tam bién son excluidos de las adm irables inves ticulo de Rcnel Denney y David Ríesman, Football :n
tigaciones de Jean Château.’ Cierto, Piagct y America (traducido en Profils, núm. 13, otoño de 1955,
Pp. 5-32). F.se trabajo demuestra sobre todo cómo de
1 lx R M et i'Imaginaire dans le Jeu de VEnfant» una falta adaptada a nuevas necesidades o a un nuevo
Paris. 2e odklôn, 1955; Jx Jeu de J'Enfant, Introduction medio puede surgir (c incluso necesariamente termina
a la P/utano^e. nueva edición niimonlndn, Paris, 1955. Por surgir) una nueva regla y por consiguiente un
nuevo Juego.
272
los juegos de canicas, que no siem pre son jue guna. Pasando por alto deliberadam ente los ju e
gos d e habilidad. gos de a /a r, resuelve por om isión un im portante
En efecto, las canicas tienen como particula problem a, a sab er si el niño es o no sensible a
ridad ser a la vez instrum ento y objeto de la atracción d e la suerte o si juega poco a los
apuesta. Los jugadores las ganan o las pierden. juegos de azar en la escuela sim ple y sencilla
Asi. rápidam ente se constituyen en verdadera m ente porque en realidad esos juegos no se to
m oneda. Se cam bian p o r golosinas, por cortaplu· leran en ella. Por mi p arte, la respuesta no
mas. por re so rreras/ por silbatos, p o r artículos deja lugar a dudas: el niño muy pronto es sen
escolares, por una ayuda en las tareas, por al sible a la suerte.1 Queda p o r d eterm in a r a p a r
gún favor dispensado, p o r Coda clase de p resta tir de que edad y cóm o se adapta al veredicto
ciones tarifadas. Las canicas incluso tienen un de la fortuna, inicuo en sí, con el vivísimo y
valor diferente según sean de acero, de b arro , de- quisquilloso sentim iento de justicia que no es
piedra o de vidrio. Ahora bien, suele suceder o tro sino el suyo.
que los niños las apuesten en d istin to s juegos La aspiración d e Jean Château es a la vez
de pares o nones, de! tipo de la morra que, genética y pedagógica: antes que nada se in te
a escala infantil, dan ocasión a verdaderos des resa p o r las épocas de surgim iento y de desarro
plazam ientos de fo rtu n a. El au to r cita cuando llo de cada tipo de juego. Al m ism o tiem po in
menos un o d e esos juegos," lo que no le im pide tenta d eterm in ar la aportación pasiva de las
elim inar casi com pletam ente el azar, es dccir diferentes clases de juegos. T rata de d em ostrar
el riesgo, el alea, Ja apuesta, com o resorte del en qué m edida contribuyen a form ar la perso
juego en el niño, a fin de insistir m ejor en el nalidad del fu tu ro adulto. Desde esc punto de
cará cter esencialm ente activo del placer que vista, no le es difícil dem ostrar, contra Karl
éste siente al jugar. Groos, que el juego es una prueba más que un
Ese prejuicio no tendría consecuencias negati ejercicio. El niño no se entrena para una tarea
vas si Jean Château no hubiera intentado, al definida. Gracias al juego adquiere una m ayor
final de su obra, una clasificación de los ju e capacidad para salv ar obstáculos o hacer fren-
gos que de esc modo adolece de una grave la r No citaré sino un ejemplo: el éxito de las Injerías
tiragomas están ausentes de los trabajos de en miniatura que. en los alredcdoies de las escuelas, se
Château, quien tal vez los confiscaba en vez de obser ve a las confiterías proponer a los alumnos a la salida
var la psicología de su funcionamiento. Ιλ% niños c* de clases. Por un preciu invariable, lo* niíSos ¿acan ol
tudíados por Château también desconocen el criquet y azar un billete donde figura el númem de la golosina
la cometa, que exigen espurio y accesorios, y son niños ganada. Inútil decir que el comerciante relrasn todo
que no se disfrazan. Uno vez más, es que sólo fueron lo posible et momento en que mc/clo a los demás el
observados dentro de los Incale* escolares. billete correspondiente al dulce incitante que constituye
•£ e Jr.u de l'enfant, pp. 18-22. el premio mayor.
274 275
te a las dificultades. Así, nada cu la vida re
cuerda cl juego dc prendas, p ero es provechoso
poseer reflejos a la vez rápidos y controlados.
Dc m anera general, el juego aparece como
educación, sin ningún fin determ inado de ante
m ano. del cuerpo, del carácter o d c la inteli
gencia. Desde esc p unto de vista, cu an to m ás se
aleja el juego de la realidad m ayor es su valor
educativo. Pues no enseña recetas, sino desarro
lla aptitudes.
Ahora bien, los juegos de puro azar no des
arrollan en el jugador, quien perm anece en esen
cia pasivo, ninguna ap titu d física o intelectual.
Y fácilm ente se temen sus consecuencias para
la m oral, pues ap artan del trab ajo y del esfuer
zo, haciendo b rillar la esperanza dc una ganan
cia súbita y considerable. Ésa es —si se quie
re— una razón p ara suprim irlos de las escuelas
(pero no para una clasificación).
276
jugar, pues entonces no sabe, ni ad ap tarse a
una nueva situación, ni fija r su atención, ni so
m eterse a una disciplina. Las observaciones de
A. B ra u n e r0 son dc lo m ás convincente al res
pecto. El juego no es en absoluto un refugio
p ara deficientes o anorm ales. No los repele me
nos que el trab ajo . Esos niños o esos adoles
centes desam parados se m uestran incapaces de
dedicarse con cierta continuidad o aplicación
ta n to a una actividad de juego com o a un ap ren
dizaje real. Para ellos, el juego se reduce a una
simple prolongación ocasiona) del movimiento,
a un p u ro im pulso sin co n tro l n i m edida ni
inteligencia (a em p u jar la canica o el balón con
los que o tro s juegan, a estorbar, a p ertu rb ar, a
em pujar, etc.). El m om ento en que el educador
logra inculcarles el respeto a la regla o, me
jo r aún, el gusto de inventar, es el de su cu
ración.
No hay duda de que el gusto p o r respetar
voluntariam ente una regla convenida es esen
cial aquí. A decir verdad, luego de Jean Piaget,
Château reconoce a tal p unto la im portancia
dc esc elem ento que, en una prim era aproxim a
ción, distribuye los juegos en reglam entados y
no reglam entados. En esta segunda clase, con
densa la investigación de Groos sin agregarle
nada inédito. En cuanto a los juegos reglam en
tados, Château resulta ser guia m ucho m ás ins
tructivo.
277
La distinción que hacc en tre juegos figura
tivos (im itación c ilusión), juegos objetivos
(construcción y trabajo) y juegos abstractos (de
regla a rb itraria, dc proeza y sobre todo de com
petencia) corresponde sin duda a la realidad.
Tam bién pueda adm itirse con Château que los
juegos figurativos desem bocan en el arte, que
los juegos objetivos anticipan el trab ajo y que los
juegos de com petencia prefiguran el deporte.
Château com pleta su clasificación con una
categoría que reúne los juegos dc com petencia
en que se necesita cierta cooperación, las dan
zas y las cerem onias fingidas en que deben coor
dinarse los movimientos dc los participantes.
Ese grupo no parece homogéneo y contradice
precisam ente el principio establecido con an te
rioridad, que opone los juegos de ilusión a Jos
juegos reglam entados. Ju g ar a la lavandera, a
la tendera o al soldado, es siem pre una im pro
visación. Im aginar que se es una enferm a, uno
panadera, un aviador o un vaquero, implica
una invención continua. Jugar a las b arras o al
pillapilla. p o r no hab lar del futbo!. de las dam as
0 del ajedrez, supone en cam bio el respeto a las
reglas precisas que perm iten determ inar al ven
cedor. A grupar en un mismo rubro juegos de
representación y juegos de com petencia, por
que unos y orros exigen cierta cooperación en
tre los jugadores de un mismo cam po, en el
fondo sólo tiene com o causa la preocupación
de! autor p o r distinguir niveles lúdicros y es
pecies de grupos de edad: en efecto, se tra ta ya
de una com plicación de los juegos dc simple ri
validad, basados en la com petencia; ya de unfl
278
*i i * · ‘ tr i ( m í
com plicación sim étrica de los juegos figurativos,
basados en el sim ulacro.
Ambos’ tipos de com plicaciones tienen como
consecuencia la intervención del esp íritu de equi
po, que obliga a los jugadores a cooperar, a
com binar sus m ovim ientos y a desem peñar una
función en una m aniobra de conjunto. Su p ro
funda sem ejanza no es menos m anifiestam ente
vertical. J. Château va cada vez de lo sencillo
a lo com plejo, porque antes que nada tra ta de
establecer estratificaciones que concuerdcn con
la edad de los niños. Pero é stas sólo com pli
can, al m ism o tiem po, estru ctu ras que perm a
necen independientes.
Los juegos figurativos y los juegos de com
petencia corresponden de m anera b astan te exac
ta a aquellos que yo he agrupado respectiva
mente b ajo los térm inos m im icry y agon, en mi
clasificación. Ya he dicho por qué en el cuadro
de Jean Château no se m encionaban los ju e
gos de azar. Pero en él cuando menos se pueden
descubrir rastro s de juegos de vértigo b ajo el
nom bre de juegos de im pulso, con los ejem plos
siguientes: precipitarse p o r una pendiente, gri
ta r a voz en cuello, g irar como trom po, co rrer
(hasta q u ed ar sin a l i e n t o ) C i e r t o es que. en
2 . An á l i s i s m a t h m At ic o s
281
tem áticos tam poco inform an sobre la psicología
del jugador, pues deben exam inar todas las res
puestas posibles a una situación dada.
El cálculo sirve ora para d eterm in ar el m ar
gen de seguridad de la banca, o ra p ara indicar
al ju g ad o r la m ejo r m an era de ju g a r o para
precisar a éste los riesgos que co rre en cada
caso. Se recordará que un problem a de ese tipo
había dado origen al cálculo de probabilidades.
El caballero de Márá había calculado que, en el
juego de dados, para una serie de veinticuatro
jugadas, no habiendo sino veintiuna com bina
ciones posibles, el doble seis tenía m ás posi
bilidades de salir que de no salir. Ahora bien, la
experiencia le dem ostraba lo contrario. E nton
ces se dirigió a Pascal. De allí la larga corres
pondencia d e éste con Ferm at, quien ab riría
un nuevo cam ino u las m atem áticas y perm itió
adem ás d em o strar a Mérc que, en efecto, cien
tíficam ente había ventajas en ap o star co n tra la
aparición del doble seis en una serie de veinti
cu atro jugadas.
Paralelam ente a sus trab ajo s sobre los juegos
de azar, los m atem áticos hace ya largo tiem po
em prendieron investigaciones de un tipo muy
distinto. A bordaron los cálculos de enum eración,
en que el azar no interviene en absoluto, pero
que pueden ser objeto de una teoría com pleta
ν generalizable. Sobre todo, se tra ta d e los m úl
tiples rom pecabezas conocidos con el nom bre
de recreaciones m atem áticas. En más de una
ocasión, su estudio ha puesto a los sabios en ca
m ino a descubrim ientos im portantes. Por ejem
plo, uno d e ellos es el problem a (no resuelto)
2S2
de los cuatro colores, el dc los puentes de Koc-
nigsberg, el de las tres casas y las tres fuentes
(insoluble sobre un plano, pero soluble en una
superficie cerrada com o la de un circulo) y el
del paseo de las quince señoritas. Algunos ju e
gos tradicionales, com o los palillos y el rom pe
cabezas de anillos se basan adem ás en dificul
tades y com binaciones de la mism a especie, cuya
teoría se deriva de la topología, según fue cons
tituida p o r Janircw ski a fines del siglo XIX. Re
cientem ente, com binando el cálculo y la topo
logía, algunos m atem áticos han fundado una
nueva ciencia, cuyas aplicaciones parveen d c lo
m ás variadas: la teoría de los juegos estraté
gicos.”
E sta vez, s t trata dc juegos en que los ju
gadores son adversarios llam ados a defenderse.
es decir que, en cada situación sucesiva, deben
h accr una elección razonada y tom ar decisiones
apropiadas. Ese tipo dc juegos es adecuado para
serv ir de modelo a los problem as que se plan
tean con frecuencia en los cam pos económico,
comercial, político o m ilitar. De allí ha nacido
la am bición dc p ro cu rar una solución necesaria
y científica, más allá dc toda controversia, a di
ficultades concretas pero cuantificables al me
n os de m anera aproxim ativa. Se empegó por las
situaciones m ás sencillas: c a ta o cruz, juego de
papel piedra-tijcras (el papel derro ta a la pie
d ra envolviéndola, la piedra d erro ta a las tije
ras rom piéndolas y las tijeras derro tan al papel
J. Von Neumann y O. Morgenstern, Theory υ/ Ga-
mes and Economic Behavior, Princclun. IW4; Claude
Bergt. Théorie de\ Jeua alternatifs. Pan's, 195?
283
cortándolo), póquer sim plificado al extrem o, due
los de aviones, etc. En el cálculo se hicieron
e n tra r elem entos como la astucia y el b luff. Se
llamaba astucia Ma la perspicacia de un juga
d o r para prever el com portam iento de sus ad
versarios" y b lu ff a Ja respuesta a esa astucia, es
decir, "ya al a rte de disim ular a (un) adver
sario (nuestras) inform aciones, ya al de enga
ñarlo respecto de (nuestras) intenciones, ya, en
fin, al de hacerlo su b estim ar (nuestra) habi
lidad".11
Sin em bargo, subsiste una duda sobre el alcan
ce práctico c incluso, fuera de las m atem áticas
puras, sobre lo bien fundado de sem ejantes es
peculaciones. É stas se apoyan en dos postula
dos indispensables p ara la deducción rigurosa
que. p o r hipótesis, nunca coinciden en el univer
so continuo e infinito de la realidad: el p ri
m ero, la posibilidad de una inform ación total,
quiero decir, que agote los elem entos útiles; el
segundo, la com petencia de adversarios cuyas
iniciativas se tom an siem pre con conocim iento
de causa y que supuestam ente escogen la m ejor
solución. Ahora bien, en realidad, por una parte
los elem entos útiles no se pueden enum erar a
priori y, p o r la o tra, no podría elim inarse en el
adversario el papel del error, del capricho, de
I3 inspiración boba, de cualquier decisión a r
b itraria e inexplicable, d e una superstición des
cabellada c incluso de la voluntad deliberada
de perder, que no hay m otivo absoluto para
excluir del absurdo universo hum ano. MatemA
11 C laude B erge.
284
ticam ente, esas anom alías no engendran ningu
na nueva dificultad: rem iten a un caso anterior,
ya,resuelto. Pero, en e! aspecto hum ano y para
el jugador concreto no ocurre lo mismo, pues
todo el interés del juego reside precisam ente en
esa coincidencia inextricable de posibles.
Teóricam ente, en un duelo con pistola en que
los dos adversarios m archan u n o al encuentro
del otro, si se conocen el alcance y la precisión
de las arm as, la distancia, la visibilidad, la h a
bilidad relativa de los tiradores, su sangre fría,
su nerviosism o y siem pre que esos diferentes
elem entos se supongan cuantificables, se podrá
calcular en que m om ento es preferible que cada
un o de ellos apriete el gatillo. Y aún así se trata
de una especulación aleatoria, en que los ele
m entos se extralim itan p o r convención. Pero,
en la práctica, es claro que el cálculo resulta
imposible, pues exige el análisis com pleto de
una situación inagotable. Uno de los adversarios
puede ser miope o padecer astigm atism o. Pue
de ser distraído o neurasténico, puede picarle
una avispa, hacerle trastab illar una raíz. En fin,
puede tener deseos de m orir. El análisis nunca
tra ta sino de una especie de esqueleto de p ro
blem a; el razonam iento es falso en cuanto éste
recobra su com plejidad original.
En algunas grandes tiendas norteam ericanos,
en época de baratas, se venden artículos sacri
ficados el prim er día con una rebaja del 20%
sobre precio m arcado; el segundo día. del 30% y
el tercer dio del 50%. Cuanto m ás espera el
cliente, m ás ventajosa es la com pra. Pero su
Posibilidad de elección dism inuye al m ism o tiem-
po y el artículo dc su agrado puede írsele. En
principio, si se logran lim itar los elem entos que
entran en juego, se puede calcular qué día es
m ejor co m p rar tal o cual articulo, según se le
considere m ás o menos deseado. Sin em barga,
es posible que cad a cliente haga sus com pras de
acuerdo con su carácter: sin esperar, si quiere
antes que nada aseg u rar el objeto deseado; ni
últim o m om ento si tra ta dc g astar lo menos
posible.
Allí reside y persiste el irreductible elemento
dc juego que las m atem áticas no captan, pues
nunca son m ás que álgebra sobre el juego. Cuan
do por im posibilidad se constituyen en álgebra
del juego, el juego al p unto se ve estropeado.
Pues no se juega para g an ar con seguridad. El
placer del juego es inseparable del riesgo dc
perder. Cada vez que la reflexión com binatorio
(en que consiste la ciencia de los juegos) logra
la teoría de una situación, el interés p o r ju g ar
desaparece con la incertidum brc del resultado.
Se conoce el desenlace de todas las variantes.
Ningún jugador ignora adonde conducen las
consecuencias de cada una d e las jugadas conce
bibles ni las consecuencias de sus consecuencias.
E n la b araja, la partid a term ina cuando ya no
hay incertidum brc sobre las cartas por ganar o
p o r perder, y cada jugador m uestra sil juego. En
ajedrez, el ju g ad o r consciente abandona la p a r
tida en cuanto se da cuenta de que la situación
o la relación de fuerzas lo condena a una derro
ta ineluctable. En los juegos que les apasionan,
los negros dc Africa calculan el desarrollo dc
m anera tan exacta com o Neum ann y Morgen-
2β6
stern p ara estructu ras que sin duda exigen un
aparato m atem ático singularm ente m ás comple
jo, pero que ellos no abordan de o tro modo.
En Sudán, e-s muy popular el juego del bolo-
tudtí, sem ejante al molino. Se juega con doce
palitos y doce guijarro s, que cada ju g ad o r pone
sucesivam ente en trein ta casillas dispuestas en
cinco filas de seis. Cada vez que uno de los ju
gadores logra colocar tres de sus peones en linea
recta, le "com e" uno al adversario. Los cam
peones conocen jugadas que les pertenecen y que,
form ando parte de la herencia fam iliar, se tran s
miten de padres a hijos. La disposición inicial
de los peones tiene gran im portancia. Las com
binaciones posibles no son infinitas. Así. un ju
gador experim entado con frecuencia detiene la
partida reconociéndose virtualm ente derrotado
m ucho antes de que su derro ta sea evidente
para el profano.12 Sabe que su adversario debe
derro tarlo y el modo en que procederá para
lograrlo. Nadie siente un gran placer aprove
chándose d e la inexperiencia de un jugador me
diocre. Por el contrarío , se a rd e en deseos de
enseñarle la m aniobra invencible, si la desconoce.
Pues el juego es an tes que nada dem ostración
de superioridad y el placer nace de m edir
fuerzas.
Las teorías m atem áticas que buscan determ i
n a r con seguridad, en todas las situaciones po
sibles. la pieza que es conveniente m over o la
carta que es ventajoso destapar, lejos de favo-
287
recer cl espíritu de juego lo estropean, abolien
do su rozón de ser. El lobo, que se juega en el
tablero ordinario de sesenta y cu atro casillas
con un peón negro y cu atro peones blancos,
es un juego simple cuyas com binaciones posi
bles se pueden enum erar fácilmente. Su teoría es
sencilla. Las ovejas (los cu atro peones blan
cos) necesariam ente deben ganar. ¿Qué placer
puede seguir experim entando al ju g a r al toho el
ju g ad o r que conoce esa teoría? D estructivos
desde el m om ento en que son perfectos, esos
análisis tam bién existen para otros juegos, por
ejem plo, p ara los palillos y el juego de anillos,
que m encionaba yo antes.
No es verosímil, pero sí posible y tal vez sea
teóricam ente obligatorio, que exista una p arti
d a de ajedrez absoluta, es decir, tal que, de la
prim era a la últim a jugada, ninguna respuesta
resulte eficaz, p o r verse siem pre la m ejo r de
ellas neutralizada d e m anera autom ática. No
queda fuera de las hipótesis razonables que, ago
tando todas las bifurcaciones concebibles, una
m áquina electrónica determ ine esa partid a ideal.
Entonces no se ju g ará más al ajedrez. Por sí
solo, el hecho de m over prim ero traerá consigo
el triunfo o quizás la p erdida 11 de la partida.
El análisis m atem ático de los juegos aparece
así como una parte de las m atem áticas, que
con los juegos tiene tan sólo una relación cir
cunstancial. Existiría incluso si los juegos no
existieran. Puede y debe desarrollarse fuera de
**Por lo general «.· admite, aunque no se demuestre,
que la ventaja de la salida constituye una ventaja
re a l.
288
ellos, inventando a placer situaciones y reglas
cada vez m ás com plejas. Pero no podría tener
la m enor repercusión en lo naturaleza misma
del juego. En efecto, o bien el análisis desem
boca en una certidum bre y el juego pierde su
interés, o bien determ ina un coeficiente de p ro
babilidad y tan sólo conduce a p ro cu rar una
apreciación m ás racional de un riesgo que el ju
gador asum e o no asum e, de acuerdo con su
naturaleza pruden te o tem eraria.
293
acompaña de una espede de i ranee. En reposo,
el animal semeja dos hojas deshiladas y secas. Cuan
do se te perturba, se aforra a su soporte, despliega
sus antenas, hincha el tórax, mete la cabeza y exa
gera la combadura de su abdomen, mientras que
todo su cuerpo vibra y se estremecí:. Pasado el
acceso, el animal lentamente vuelve a la inmovili-
lidad. Algunas experiencias de Standfuss han de
mostrado Ja eficacia de ese comportamiento; se
asustan el paro, el petirrojo y eJ ruiseñor común,
aunque no así el ruiseñor gris.' En efecto, con las
alas desplegadas, la mariposa semeja la cabeza de
una enorme ave de presa. El ejemplo más claro
en ese p.éncro es el de la mariposa Caligo de las
selvas brasileñas, que Vignon describe de esta ma
ncra: 'Hay una mancha brillante rodeada de un
círculo palpebral, luego filos circulares e imbri
cadas de plumitas radiales de aspecto adamasca
do, que imitan a la perfección el plumaje de una
lechuza, mientras que el cuerpo de la mariposa co
rresponde al pico do la misma ave. La semejanza
es tan sorprendente que los indígenas del Brasil la
295
dicalmentc imposible atribuirla a una proyección
exclusivamente humana de las semejanzas.
•Ύ no faltan ejemplos: las calapas semejan gui
jarros redondos; los chlamys, semillas; los moenas,
grava; los palemones, fucos; el pez Phylopteryx del
Mar de los Sargazos no es sino 'un alga despedazada
en forma de tirillas de cuero flotantes1,1 como el An-
fetmaríus y el Purophryné* El pulpo contra«: sus
tentáculos, incurva la espalda, acomoda su color
y de esa manera parece un guijarro. Las alas in
feriores blancas y verdes de la Piéride-Aurora simu
lan a las ombclíferas: las gibas, las nudosidades
y las estrías de la lichnée mariée la hnccn idéntica
a la corteza de los álamos sobre los cuales vive. Es
imposible distinguir de los liqúenes al ¡Jthintis ni·
grocrisiinus de Madagascar y a los flatoides.r Sa
bido es hasta que grado llega el mimetismo de los
mániidos. cuyas patas simulan pétalos o se curvan
como corolas y parecen flores, que imitan median
te un ligero balanceo maquinal la acción del viento
sobre ellas.· La Cilix compresa semeja un excre
mento de ave y. con sus excrecencias foliáceas
verde oliva claro, el Cerodeylus lacerai us de Bor
neo, a un palo cubierto de musgo. Este último per
tenece a la familia de los fásmidos que, en general,
esc cuelgan de arbustos de lo selva y tienen la rara
costumbre de dejar pender sus patas irrcgular-
mentc, lo cual hacc aún más fácil el error*.® A la
299
logrado volcar con grandes esfuerzos, sin lastimarse
nunca.” "
301
cohetes Interplaneterios, en una palabra dc una
solicitación pueril que sin duda ni siquiera invita
a una identificación incluso fugaz, pero que cuan
do menos procura una atmósfera de sueño sufi
ciente para aparcar al jugador dc la monotonía
cotidiana. En fin, aunque el ambiente dc los cafés
sea lo menos propicio. posible al vértigo, y la dis
tracción paralizada aparezca sin duda como una dc
las menos difíciles que .se puedan imaginar, hay sin
embargo cierta hipnosis proveniente de la obliga
ción dc m irar fija y continuamente unas luces in
termitentes, y de In obsesión dc em pujar como
por arte dc magia entre los obstáculos, como con
el peso de una mirada cargada dc deseo, una pe
queña esfera brillante.
Por lo demás, suele suceder que el vértigo ocupe
por amplio margen el prim er lugar en cl placet
buscado. Pienso en el espantoso ¿xcto del pochcn-
co japonés. Aquí, nackt de contactos eléctricos ni de
obstáculos, sino canicas dc acero enviadas con fuer
za y estruendo por una espiral que está ante el
jugador. Para aum entar el ruido y el movimiento,
éste casi siempre lanza varios balines a la vez. Los
aparatos se alinean en filas interminables, sin nin
gún Intervalo entre si, dc suerte que los jugadores
están codo con codo y que sus cabezas paralelas
forman a su vez largas filas. El estrépito es en
sordecedor y el brillo dc las canicas verdadera
mente hipnótico. En este caso, lo que se obtiene es
claramente el vértigo y sólo el vértigo, pero un
vértigo inferior y vano, que no es urgente dominar,
en un juego que por lo demás no consiste abso
lutamente en dominar. Trátese dc una fascinación
dc ruidos y dc reflejos, que aumenta con sus pro
pios efectos y domestica, por decirlo así, el vértigo
y lo reduce a la contemplación fija y alelada del
trayecto dc una canica detrás de un vidrio. Supon-
302
go que poco faltaba para empobrecer, para hacer
mecánicos y endebles, y para reducir a la dimen
sión de una caja .sin espesor los juegos de vértigo,
en principio los más peligrosos de todos, que exi
gen espacio, maquinaria compleja y gran desgaste
de energía. Aparte de la forma corrompida que los
aparatos de feria están destinados a procurar, éstos
incluso exigen, en plena embriaguez aumentada a
placer como velocidad de trompo al que se fustiga,
una lucidez expuesta e imperturbable, un excepcio
nal dominio de los nervios y de los músculos, una
victoria continua contra el pánico de los sentidos
y de las visceras.
Así, por el lado que se le-s mire, incluso en sus
aspectos más aberrantes y. desde cierto punto de
vista, paroxfsticos, las máquinas tragamonedas cons
tituyen una especie de grado limitado del juego.
Los recursos personales del jugador no intervienen,
tfste tampoco espera de la suerte Ja ruina o la
fortuna: paga cada partida de acuerdo con una tarifa
uniforme. Necesita mucha complacencia para imagi
narse introducido en los mundos novelescos evoca
das por la decoración de la máquina: la enajenación
es poca, y hasta resulta inoperante. P.n fin. del vér
tigo no queda sino la dificultad de detenerse, de
romper con una actividad maquinal que no tiene
en su favor más que su monotonía o mejor dicho
la parálisis de la voluntad que trae consigo. ·
Los demás pasatiempos no necesariamente pa
recen tan pobres. Incluso hacen un llamado abierto
a cierta calidad del cuerpo, de la inteligencia o del
alma. El balero exige destreza; el solitario o los
palillos, previsión; los crucigramas y las recreacio
nes matemáticas, reflexión y saber; el entrenamien
to deportivo, obstinación y resistencia. Por doquiera
una tensión, un esfuerzo, la prueba de una ha
bilidad. lo contrario, en fin, del casi automatismo
303
con que parcccn satisfacerse los usuarios de los
aparatos tnigamonedas. Pues bien, los aparatos Ira·
ggmoned&s ciertamente son una característica de
determinado estilo de vida en picúa realización. Se
les encuentra dondequiera en los lugares públicos.
. sin duda porque la presencia de los espectadores
que comentan y esperan su tum o ofrece un útil
complemento de excitación a una actividad en sí
misma bastante triste. En los cafés, la multiplica
ción de esas máquinas sustituye casi por completo
a los juegos que en ellos florecían hace cincuenta
años y atraían a una clientela asidua: la baraja,
el chaquete, el billar.
He mencionado al Japón: se ha calculado que el
12% del ingreso nacional, en los años de mayor
éxito, se gastaban en fichas deslizadas por las ra
nuras de los pachcncos. En Estados Unidos, la
boga de las máquinas traeamonedas cobra propor
ciones insospechadas. Provoca verdaderas obsesio
nes. En ocasión de una encuesta realizada por una
comisión del Senado norteamericano en marzo de
1957, el 25 del mismo mes. la prensa informó lo
siguiente:
309
Capítulo IV
LA CORRUPCIÓN DE LOS JUEGOS
310
En ese terreno, me parece que llega al colmo el
horóscopo regular del semanario Intim ité (du fo
yer). Como los demás, da consejos a los nacidos
en onda docena para la semana en curso. Ahora
bien, como ese periódico eslá destinado al campo
y el correo o el vendedor ambulante pueden llegar
con demora, ni el horóscopo ni el número llevan
fecha.
311
Jacobson, eso queda "probado por el hecho de
que. cuando un gran número de hormiga* ha
lamido cierto tiempo la secreción del tricoma,
éstas se apartan un poco del ptilócero. Pero muy
pronto son atacadas por la parálisis, incluso
cuando no fueron locadas en absoluto pur la
trompa del ptilóccro. De esc modo se destruye
un número mucho mayor de hormigas del que
se utiliza para la alimentación de los ptilóceros
y fuerza es maravillarse de la fecundidad de las
hormigas, que permite al ptilóccro cobrar tan pe
sado tríbulo a la población de una comunidad''.
C apítulo VII
EL SIMULACRO Y EL VERTIGO
313
niños .se han reunido, cl sacerdote sale con un
hacha con la cual da varios golpes en tierra pan»
llamar a las máscaras. Se acuesta a los niños y
sc lesetibre la cabeza. Una máscara llega corrien
do, salta alrededor de los niños, los asusta con
los sonidos que obtiene de la especie de silbato
llamado "mascarUa". Después de lo cual, c! viejo
dice a los niños que se levanten y atrapen a la
máscara que huye. lx>s niños Ja persiguen y aca
ban por capturarla, lil viejo les pregunta: ¿saben
qué criatura se cubre así de hojas? Para res pon*
derles, se descubre el rostro del personaje en
mascarado a quien los niños reconocen al punto.
Pero al mismo tiempo se Ies advierte que revelar
el secreto a aquellos que lo desconocen equi
valdría a atraer la muerte sobre sí mismos. Pre
cisamente» se ha cavado una fosa. Es la que se
abriría ante ellos si faltaran a su promesa, y pro
bablemente sea también aquella en que entierran
la personalidad infantil que van a dejar. De modo
simbólico, cada niño debe depositar en el hoyo
varias hojas arrancadas de las ropas del perso
naje enmascarado. Cuando se ha cerrado Ja fosa,
éste la sella golpeándola con la mano. En los ritos
de salida del lugar de iniciación y de regreso a
la aldea, con los que concluye la ceremonia des
pués del sacrificio, el baño ritual se reduce a1
mínimo: cada niño hunde la mano al pasar en
un recipiente con agua. Al día siguiente, los mu
chachos llevan a los nuevos iniciadas al monte
y les enseñan a tejer y a ponerse el traje.
fisa es la costumbre. Cuando se luí mostrado
el secreto a una persona, ésta se pasca, está en
['¡cía: otra persona que lo ignota, no estd en \rida.
315
f
negro que cubría una piel humana. Cada miem
bro de la hermandad había cuidado de llevar
sus venenos y sus drogas mágicas (Korti entre
los bamba ras). T.os prim eras siete días se dedi
caban a sacrificios, banquetes y palabrería. Es
probable que las reuniones que se celebraban en
aquel momento tuvieron como objeto principal
llegar a un acuerdo respecto de las personas que
se haría desaparecer. ΛΙ cabo de siete días, em
pezaba la parte importante del misterio. So ce
lebraba al pie de un árbol sagrado, que se supo
nía ser ln "Madre del Kumang'* y cuya madera
efectivamente servía para la fabricación de las
máscaras del Kumang. Al pie del árbol se había
hccho una fosa, al fondo de la cual se agazapaba
la máscara, cuya manifestación era también la del
dios de la sociedad y llevaba un atavío de plu
mas. El día señalado, cuando los miembros de
la hermandad se habían sentado en círculo, con el
rostro vuelto hacia el interior, el enmascarado
empezaba a surgir al declinar la tarde. El hechi
cero de la concurrencia subrayaba aquella apa
rición mediante un canto que retomaba el enmas
carado. y al que daban respuesta los miembros
de la hermandad. El enmascarado se ponía a
bailar; pequenUo en un principio, iba creciendo
poco a poco. Luego de abandonar la fosa, bai
laba alrededor del círculo de hermanos quienes,
de espaldas, acompañaban con palmadas la danza
del ser demoniaco; el que se volvía se condenaba
a muerte. Por lo demás, en cuanto el enmasca
rado. cuyo tamaño no dejaba de crecer, em pezáis
la danza que se prolongaba por la noche, la muer
te comenzaba a cobrar víctimas entre la pobla
ción. I-a dan/a continuaba tres días seguidos, en
el transcurso de los cuales la máscai-a respondía
en forma oracular a las preguntas que se le ha
316
cían; aquellas respuestas eran válidas durante los
siete años que debían transcurirr hasta la cere
monia siguiente; al cabo de aquel triduum, el en
mascarado so pronunciaba también sobre la suer
te del presidente de la hermandad y anunciaba
si debía asistir o no a la festividad siguiente; en
caso negativo, debía m orir más o menos pronto
en el transcurso del nuevo septenato e inmedia
tamente se tomaban provisiones para su sustitu
ción. De todos modas, numerosas víctimas pere
cían, fuera entre la ma^a de la población, fuera
en el círculo de los ancianos, durante aquellos
días.
(Según K. Frobcnius, Atlantis, Volksmärchen und
Volksdichtungen Afrikas, t. VII, Dämonen des Sü
den. 1924, pp. Ä9 ss.).
C apítulo V III
LA COMPETENCIA Y EI. AZAR
318
que no tenga su club James Dean donde los fieles
comulgan en su recuerdo y veneran sus reliquias."
Se calculan en tres millones ochocientos mil los
miembros dc esas asociaciones. Tras la muerte del
héroe, "su ropa cortada en pedacitos fue vendida
a razón dc un dólar por centímetro cuadrado". El
auto en que se mató accidentalmente a ciento se
senta kilómetros por hora "fue restaurado y pascado
de ciudad en ciudad. Por veinticinco centavos se
permitía entrar n contemplarlo. Por cincuenta, uno
podía sentarse unos segundos al volante. Terminada
la gira, el auto fue cortado cocí soplete y vendido
en subasta."
319
autos, rompiendo aparadores y. finalmente, tratan·
do de levantar barricadas con rejas y montantes
arrancados de In plaza del mercado más próximo.
Otros grupos de jóvenes vándalos derribaban las
viejas lápidas que rodean la iglesia vecina y arro
jaban de lo alto del puente que atraviesa Kungsga-
tan bolsas de papel llenas de gasolina en llamas.
Todas las fuerzas de policía disponibles acudieron
a toda prisa al lugar. Pero su irrisorio número
—apenas un centenar de hombres— hacía difícil su
tarea. Sólo después de varias cargas a sable limpio
y luchas cuerpo a cuerpo de diez contra uno pu
dieron 10$ policías quedar dueftos del terreno. Casi
linchados, varios de ellos hubieron de ser llevados
al hospital. Unos cuarenta manifestantes quedaron
detenidos. Su edad variaba entre quince y dieci
nueve aftos. ‘Es la manifestación más grave que se
haya desarrollado en la capital', declaró el pre
fecto de policía de Eitocolmo.
'Έ$ ο5 hechos han suscitado en la prensa y en
los medios responsables del país una oleada de
indignación y de inquietud que se halla lejos de cal
marse. Los pedagogos, los educadores, la Iglesia y
las innumerables organizaciones sociales que en
Suecia enmarcan estrechamente a la comunidad se
Interrogan con ansia sobre las causas de esa extra-
rta explosión. Por lo demás, el hecho en sí no es
nuevo. Todos los sábados por la noche se producen
las mismas escenas de trifulca en el centro de
Hstocolmo y de las principales ciudades de pro
vincia. Sin embargo, es la primera ocasión que esos
incidentes alcanzan tan grandes proporciones.
"Presentan un carácter de angustia casi ‘kafkia-
no\ Pues esos movimientos no son ni concertados
ni premeditados; la manifestación no tiene lugar ni
'en pro' de algo ni 'contra* alguien. De manera
320
inexplicable, decenas, centenares y, cl lunes, miles
de muchachos están alii. No sc conocen entre sí,
nada tienen en común, aparte de su edad, no obe
decen ni a una consigna ni a un jefe. Son, en toda
la acepción trágica de la expresión, ‘rebeldes sin
causa'.
"Para el extranjero, que bajo otros ciclos ha vis
to niños dejarse matar por algo, esta trifulca y.ra·
mita parece tan Increíble como incomprensible.
Si se tratara incluso de una alegre broma de mal
gusto para 'asustar un poco a los burgueses*, se
estaría tranquilo. Pero las expresiones de esos ado
lescentes son Impasibles y malignas. No .mí divier
ten. De pronto hacen explosión en una locura des
tructiva y muda. Pues lo más impresionante de su
turba tal vez sea su silencio. En su excelente y bre
ve obra sobre Suecia, François-Régis Bastide ya ha
escrito:
321
los 'salvajes en motocicleta' de los Estados Unidos,
sin olvidar a los ‘teddv boy»' londinenses.
"¿A qué grupo social pertenecen -antes que nada
los jóvenes rebeldes? Vestidos como sus colegas
norteamericanos con chaquetas de cuero sobre las
cuales destacan calaveras e inscripciones cabalís
ticas. en su mayoría son, como aquéllos, hijos de
obreros o empleados comunes. Como aprendices o
dependientes de almacén, « su edad ganan sala
rios que habrían hecho softar a las generaciones
precedentes. Esc bienestar relativo y, en Suecia. la
certeza de un porvenir asegurado, disipa en ellos
la angustia del mañana y al mismo tiempo deja
vacante la combatividad antaño necesaria para
'abrirse pa.vo en la vida*. En cambio, bajo otros cie
los. el cxccso de dificultades por 'subir', en un
mundo en que el trabajo cotidiano está devaluado
en beneficio de los actores de cine y de los gangs
ters, provoca la desesperación. En ambos casos, la
combatividad sin un campo de acción válida de
pronto hace explosión en un desencadenamiento cie
go y desprovisto de s e n tid o ../’ Uva Freden. (Le
Monde, 5 de enero de 1957.)
Capítulo IX
RESURGIMIENTOS EN EL
MUNDO MODERNO
323
En el siglo χνπ ι, Venecia es en parte una civili
zación de la máscara. Sirve para toda dase de pro
pósitos y su empleo está reglamentado. Λ continua
ción, según Giovanni Comisso, el de la bautta (Les
agentes secrets de Venise ait XVIII* siècle [Los
agentes secretas de Venecia en el siglo x v m ], docu
mentos escogidos y publicados por Giovanni Co-
raisso, París, 1944, p. 37, nota 1):
324
Entre los diferentes tipos de disfraces asados
durante el carnaval, estaban: los gnaghc, hora«
bres vestidos o no dc mujeres, que imitaban el
timbre agudo dc ciertas voces femeninas; los tati,
que supuestamente representaban a niños gran
des y estúpidos; los berrwrdoni, camuflados como
mendigos afligidos por deformidades o padeci
mientos; los pitocchi, vestidos dc andrajos. Fue
Giacoino Casanova quien durante un carnaval en
Milán tuvo Ja idea dc uno mascarada original de
piíocchL Sus compañeros y el se pusieron ropa
jes hermosos y caros que cortaron con tijera en
diferentes sitios, reparando las roturas con ayuda
de pedazos dc telas también preciosas y dc co
lores distintos. Mémoires, tomo V, capitulo XI.
(Comisco, op. cil., p. 133, nota 1.).
325
necesidad ésta a la que ccdcn determinados días
ciertos
jQué instintos, qué apetitos, qué esperanzas,
que codicias, qué enfermedades del alma bajo el
cartón coloreado burdamente de las falsas barbi
llas y de las falsas narices, bajo la pelambre de
las falsas barbas, el raso brilJante de los anti
faces o la tela blanca de fas capuchas! ¿A qué
embriaguez de haschisch o de morfina, a qué
olvido de sí mismos, a qué aventura equívoca y
mala se precipitan los días de bailes de máscaras
esos lamentables y grotescos desfiles de dominós
y de penitentes?
Esos enmascarados son bulliciosos, desbordan
tes de movimientos y ademanes, y sin embargo
su alegría es triste: son más espectros que seres
vivos. Como los fantasmas, caminan en su mayo
ría envueltos en telas de largos pliegues y, como
los fantasmas, no se ve su rostro. ¿Por qué no
habría de haber vampiros bajo esas largas mu-
cetas, que enmarcan caras rígidas de terciopelo y
de seda? ¿Por qué no el vacío y la nada bajo
esas amplias blusas de Pierrot puestas como su
darios sobre ángulos agudos de tibias y de hú
meros? ¿No está ya fuera de la naturaleza y fue
ra de la ley esa humanidad que se oculta para
mezclarse a la multitud? Evidentemente es ma
ligna puesto que quiere ocultar su identidad, mal
intencionada y culpable puesto que intenta en
gañar a la hipótesis y al instinto; sardónica y
macabra, llena con sus tropeles, sus bromas y
sus gritos el estupor vacilante de las calles, hace
estremecerse deliciosamente a las mujeres, caer
en convulsiones a los ni nos y soñar feamente a
Ion hombres, inquietos de repente ante el sexo
ambiguo de los disfraces.
La máscara es el rostro turbado y perturbador
de! desconocido, es la sonrisa de la mentira, cs
cl alma misma de la perversidad que sabe co
rromper aterrorizando; es el lujo condimentado
con el miedo, con el angustioso y delicioso azar
de ese desafío lanzado o la curiosidad de los
sentidos: "¿Es fea? ¿Es guapo? ¿Es joven? ¿Es
vieja?" Es la galantería sazonada con lo macabro
y, quien sabe, realzada con una pizca de lo in
noble y del gusto por la sangre, pues, ¿dónde
acabará la aventura? En un apartamiento amue
blado o en el palacio de una gran semimundana,
tal vez en la prefectura, pues los ladrones tam
bién se esconden para dar sus golpes y, con sus
rostros solicitantes y terribles, los enmascarados
son tanto de sitios peligrosos como de cemen
terio: hay en ellos algo del ladrón de capa, de la
mujer de la vida alegre y del aparecido.
(Histoires de. Masques, pp. 3-6.)
327
ÍNDICE
introducción 7
P rim e ra P a rto
S ik íl n im P arte
329
VII. El simulacro y el vértigo . . . . 137
a) Interdependencia de los juegos y
de las c u l t u r a s ............................... 138
1>) La m áscara y el trance . . . . 146
Co m plem entos
330
E x p e d ie n t e
331
E ste libro se term inó de im prim ir
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talleres d e E ditorial Andróm e
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ti Hnfaí « p e c í* \ · u tr ci / ^ A / íi t y / W / I > u d e «
^ hkn> uM orri κι lian'
d<· is* c» .r.n r ^ r r \ o * i i V o 5 p e d u d o e e n <^t*
•te -<dud r.r apart*· · !ι>*·<τ:·* -n ¿Oí» Jiteyoi y
/o - rom 6fr-. R o ; v Caln(..i Ir* r»ca una «Jai*·
i λ •¿ocio»'* *· λ jwinii de loe 5
j*iv«80· F.» f .to , los f^ßitCr dlscjpi ran t e £
UutinicA puf.» ,n, p o r l t i¿&9· eojw\-!*V«vini el
p W * r y « .‘nvrncKui. y |¿\r e t n, «cata;.·. Μ ') I* 1;
«na . ■- i" &%**jriçchntir ΛΙ ;>roportU>.-a y;* ^
•nourJo cxrrroiftóo ó- ah reali -d* p^rmKvn el ^
.-.pcv!' «‘r^íí. r J< u r ¿.Icio o .; una acrividad j?·
*P' f*c*. li.v; d. Im virtud·» para 3
ttfrc tar pruebas ^ iic r to - i» a d a uno iU* »τ»'*>ς.
m L r. .la ··* (kftsrv ¿o tfe una Γ*λ^ιμΗ Ä o jn ’« , n*y‘ *
1 2*jo*. it< λ»’ r ... ; rn· twncta. -i tin* i a n o y de χ
*ril jo. ΐΛϋ ,Oci *^k·. Cfiftcln.id-- ^ ,<u«*oos d c J
b lir-i^ o o y ~i» en *vaii'l *f o I.
. .u*! Jad y p ^m an ecrn
«ST«n e c ia s . · -τα los ;ικ·ε?·* 1. o ro p ^ e n d a y ¿
• .·?..i)«ii1an .( *<a;jJevin.*¿j;Cú dc la cWV¿*i*.ión. ¿J
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C O A C C IO N POPULAR
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