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CAUTIVO DE AYABACA: HISTORIA

Según la historia, el año 1751, el sacerdote español García Guerrero quiso dar a su
pueblo una imagen del Señor; para lo cual se decidió utilizar un tronco, del que
había brotado sangre luego que un labrador le diera un hachazo. Era de un árbol de
cedro, encontrado en el cerro Zahumerio de Jililí.

Tres hombres vestidos con impecables ponchos blancos de lana llegaron al pueblo
de Ayabaca. Trotaban sobre tres briosos caballos albinos. Eran artistas talladores. Y
se comprometieron a esculpir la imagen del Señor Cautivo a condición de que el
pueblo guardara absoluta reserva sobre su presencia. Nadie, además, debía
interrumpirlos durante sus labores y los alimentos les serían servidos solamente al
amanecer. Ningún poblador debía verlos trabajar.

Pasó el tiempo y la curiosidad de los ayabaquinos pudo más que su paciencia.


Querían ver los avances de trabajo de los tres misteriosos caballeros. Los
pobladores se acercaron a la casa, llamaron insistentemente y, al no obtener
respuesta, creyeron que se habían burlado de ellos. Entonces forzaron la puerta. En
el interior no había persona alguna y la comida estaba intacta. Pero ante ellos se
alzaba, imponente y majestuosa, la escultura de un Nazareno con las manos
cruzadas. Sólo entonces se dieron cuenta de que los autores eran ángeles vestidos
de chalanes que al concluir la escultura alzaron vuelo y se perdieron. La historia
creció, al igual que la fe y devoción, más aun si consideraban todo ello, una “obra
de ángeles”; como la llamaron.

El año de 1904, el Rvdo. P. Tomás Eliseo Velásquez inauguró el templo, el que fue
refaccionado en 1974. Cuando se reconstruyó la fachada, se agregaron dos
escalinatas para facilitar la veneración de la imagen.

En el día central de la festividad (13 de Octubre) se lleva en procesión por


las calles del pueblo, la bella imagen de un metro ochenta de estatura. Las
calles de dicho recorrido, son previamente alfombradas con flores.

El Cautivo representa el momento en que, tras ser apresado en Getsemaní, Cristo


fue abandonado por sus discípulos (ver Mt 14, 50). Jesús, de pie, maniatado,
refleja en su rostro una profunda desolación. Viste túnica morada con áureos
bordados. Sus poderosas manos están atadas con dorado cíngulo. Sobre su cabeza
esta una corona de espinas de oro, en la que resplandecen tres potencias del
mismo metal.
OCTUBRE: MES MORADO

Cada mes de octubre en Lima se realizan las actividades celebratorias


por el Señor de los Milagros, en que además de comer el turrón clásico
que se expende durante todo el año en la av. Tacna, vemos a muchos
feligreses acompañando a la procesión durante sus cuatro domingos,
pero ¿por qué tenemos estas tradiciones? ¿cómo surgieron?. Son las
respuestas que nos hacen remontar a tiempos atrás.

Justamente en este mes se le rinde culto a Sor Antonia del Espíritu


Santo, quien fue la fundadora del monasterio de las Nazarenas
Carmelitas Descalzas, y fue idea suya del porqué hoy vemos a los
religiosos portar su indumentaria del representativo color morado, ya
que al quedar viuda y tomar la decisión de servir a Cristo, fundó el
beatario de las nazarenas y adoptando sus hábitos de dicho color.

Y la tradición del turrón en este mes se debe a obra de Josefa


Marmanillo, más conocida como “Doña Pepa”, quien hace 300 años fue
una esclava que sufría de parálisis en los brazos, y luego
milagrosamente se sanó, por lo que quiso hacer algo para agradecer tal
bendición, y en un sueño se le reveló la receta de una confitura a la que
se llamó los “Turrones de Doña Pepa”, en honor a esta señora.

Por lo que gracias a aquel milagro el gesto de elaborar tal dulce se pasó
de generación a generación, hasta que se difundió y comercializó en
forma masiva hasta nuestros días. Así que ya sabemos porqué aquellas
personas se visten de morado y porqué comemos el riquísimo turrón en
todos los octubres de cada año.

MES MORADO

¿Por qué octubre es el Mes Morado?

La respuesta es sencilla: porque durante este mes se realiza en Lima -y en otras ciudades del mundo- una de las
manifestaciones católicas más grandes del mundo: la Procesión del Señor de los Milagros. El culto y devoción a esta
imagen de Cristo crucificado que sale en pesadas andas a recorrer nuestra capital cuatro días de octubre (el primer
domingo y los días 18, 19 y 28) se identifica a través del uso del hábito morado. Los días de procesión las miles de
personas que acompañan a la venerada imagen conforman un mar morado de gente, una de las estampas más
representativas del fervor religioso de Lima, que combina elementos fundamentales de la religión católica introducida
a nuestro país por los españoles con otros elementos de procedencia mestiza, criolla y afroperuana, que le dan sus
principales características, conocidas y admiradas en todo el mundo. Durante todo el mes aun es posible ver a una
considerable cantidad de personas, especialmente señoras de avanzada edad, que caminan por las calles utilizando
esta tradicional prenda morada, que se ciñen al cuerpo con gruesos cinturones blancos de hilo. Antaño, incluso los
oficinistas usaban corbatas moradas o los populares detentes, estampitas que iban prendidas a la solapa, para
demostrar su devoción al también llamado Cristo de Pachacamilla. Conozcamos algunos datos de la Procesión del
Señor de los Milagros a través de esta crónica:
Recuerdos de una Procesión
Aferrado a las rejas negras de un local comercial sin abrir, a las 5:30 de la mañana, me recuerdo a mí mismo esperando
“al señor” sin saber exactamente de qué se trataba. Estaba sobre los hombros de mi papá, tenía 5 o 6 años de edad
y lo único que me llamaba la atención era la posibilidad de que, una vez volviera a tener los pies en tierra, disfrutaría
de alguna de las apetecibles golosinas que ofrecían, a gritos, cientos de ambulantes en esa abarrotada cuadra 4 de la
Av. Tacna, en el siempre caótico Centro de Lima.

Todos hablaban del “señor” con la voz engolada y ciertos aires de misterio. La muchedumbre también esperaba y
muchos otros niños como yo estarían, como yo, confundidos y hasta un poco molestos por haber sido levantados tan
temprano esa madrugada de domingo. Muchos hábitos morados a mi alrededor, mucha expectativa. Podría decir
que antes que un concierto de rock o un clásico en el estadio, esta era la primera vez que veía tanta gente aglomerada
en un solo lugar.
De repente todos dirigen su mirada hacia el portón de madera del Santuario y Monasterio de Las Nazarenas, cuya
construcción de estilo rococó data de finales del siglo XVII y que alberga a una orden católica llamada Nazarenas
Carmelitas Descalzas de San Joaquín. La hermosa monumentalidad de su frontis contrastaba -como contrasta todavía-
con la fealdad del cielo limeño -de ese color que algún escritor limeño describiera como “panza de burro”- y, aunque
en esa época aun no había el tráfico que hoy nos aterra ni los claxons que nos ensordecen, ya Lima andaba transitando
hacia el desorden que hoy es su marca registrada.

Las pesadas puertas comenzaron a entreabrirse y desde adentro emergió un espeso humo blanco, que llenó el aire
del característico aroma del sahumerio, que lanzaban un grupo de señoras -las hermanas sahumadoras- vestidas de
morado y con rejillas blancas sobre la cabeza. Cantan. Una marcha tocada con banda retumba en mis oidos. Fuertes
explosiones alrededor. Y campanas. Demasiados estímulos a la vez. No sé si fue susto o emoción pero no podía
despegar los ojos de esas puertas. Ni la más deliciosa golosina me habría hecho bajar. Tenía que ver al “señor”. ¿A
qué hora sale papá?
Lo que vino después podría ser calificado de sobrenatural. Pero no por alguna revelación religiosa sino por todo lo
que puede pasar por la imaginativa mente de un niño de 5 años. Un enorme personaje de gruesos marcos dorados,
se alzaba por sobre la multitud -aquel mar morado– y avanzaba, levitaba, delante de mis ojos. La única razón por la
que no lloré de miedo fue porque mis padres tenían, en su habitación, un enorme cuadro con la misma imagen que
había visto millones de veces cuando corría a despertarlos. Pero quedé muy impresionado por aquella visión
fantasmal, aquellos sonidos y olores, aquel fervor. Caminamos durante horas, cuadras y cuadras, acompañando “al
señor”. Los cánticos eran mayormente femeninos y la imagen que parecía volar se detenía de cuando en cuando y, al
toque de una aguda campana, volvía a elevarse.
Naturalmente, las andas no vuelan ni levitan. Son 32 hombres quienes llevan sobre sus hombros esta imagen que
pesa, con todos los adornos, arreglos florales y aplicaciones que contiene, casi una tonelada (990 kilos) aunque hay
quienes calculan que puede llegar hasta los 1,200 kilos de peso completo. Estos cargadores, organizados en cuadrillas,
conforman la Hermandad del Señor de los Milagros, una cofradía laica que funciona como una institución civil y existe
desde hace aproximadamente 250 años. A la Hermandad pertenecen también las sahumadoras y las cantoras,
además de los encargados de levantar y hacer andar la imagen. Cada cuadrilla es dirigida por un capataz y sus
miembros son ordenados por estatura y peso para garantizar una distribución equitativa de la carga que cada uno
debe soportar en su camino.
Mis abuelos paternos utilizaban el hábito morado, de paño grueso, todo el mes de octubre. Nunca supieron
responderme cada vez que les pregunté el por qué era este el color. Mis pesquisas posteriores, ya en la universidad,
arrojaron el siguiente resultado: contrariamente a lo que se piensa, el hábito morado existió antes de que se
estableciera el culto y la procesión del Señor de los Milagros, pues identificaba a las Madres Nazarenas, devotas del
Jesús Nazareno, que va a cuestas con la cruz. Fue una mujer ecuatoriana, de nombre Antonia Lucía Maldonado, quien
llegó al Perú y fundó una casa para las beatas de Jesús Nazareno (las Nazarenas) que se convirtió en el Instituto
Nazareno, con sede en el Callao. Casi veinte años después de eso, el instituto fue cerrado y demolido y doña Antonia
recibió el encargo de cuidar la imagen de Cristo crucificado que había sido encontrada en uno de los muros de la
iglesia de Pachacamilla (hoy esquina de Av. Tacna con Emancipación, desde donde sale cada año la procesión.
No hay tradición religiosa católica más grande en el Perú y su influjo, aun en estos tiempos de masivo desafecto por
la espiritualidad, se mantiene inalterable como podemos notar cada octubre desde hace casi 3 siglos. Instituciones
deportivas como el Club Atlético Alianza Lima o políticas como los gobiernos de turno suelen buscar que sus
actividades se asocien a este culto popular y hasta cuestionables prácticas como la tauromaquia encuentran su
espacio en la denominada “feria taurina” del Señor de los Milagros. Desde luego, las bajezas humanas han llegado
hasta la misma Hermandad con sonados casos de malversación de fondos, problemas financieros y muchas otras
cosas, más cercanas a lo terrenal que a lo divino. Y por supuesto, no faltan los personajes de la política que pretenden
expiar todas sus culpas y tropelías vistiendo el hábito morado y haciendo un par de cuadras cargando las andas.
Nunca faltará un fotógrafo al lado para registrar la “emotiva” escena.
Sin embargo, el Cristo de Pachacamilla -llamado así porque en tiempos en que se inició el culto ese era el nombre del
sector de Lima en el que se encontró la imagen, pintada en un mural del convento de las Nazarenas- sigue causando
fervor y devoción en muchas familias limeñas y del mundo entero. En el Perú, el Señor de los Milagros también se
pasea por el tradicional distrito de Barranco, durante noviembre. Y en el extranjero, comunidades de peruanos
residentes en diversas ciudades norteamericanas -Washington, Miami, New York- sacan réplicas de las andas durante
este mes. Recientemente, un hermoso altar dedicado al Señor de los Milagros fue colocado en una de las tantas
capillas en el interior de la Catedral de Nuestra Señora de París, Francia, y es una de las más visitadas de este histórico
monumento.

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