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P. J. Ginés
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El siglo XXI ha empezado con una moda literaria: los libros groseros de ateos
arrogantes. Cuanto más groseros son y más tonterías históricas acumulan,
más libros venden. En estos libros, la religión -especialmente la cristiana- es
culpable del SIDA, la pobreza, la estupidez, el nazismo, el terrorismo
mundial, el fracaso de tu matrimonio y que tus tostadas salgan siempre
quemadas.
Michel Onfray en Francia con su Tratado de Ateología, Sam Harris con Carta
a una nación cristiana, el biólogo Richard Dawkins con El Espejismo de Dios
(The God Delusion), Steven Weinberg, Daniel Dennett… En España se ha
apuntado al mini-boom del género Fernando Savater con un libro rutinario,
poco pensado y menos trabajado, con el que sacarse un dinerito extra
atizándole a la fe.
Grandes mentes
'Los ateos fanáticos', escribió en una carta, 'son como esclavos que aún
sienten el peso de las cadenas que arrojaron tras un duro esfuerzo. Son
criaturas que en su pleito contra la religión tradicional como opio de las
masas, no pueden escuchar la música de las esferas".
Otra de las cosas que distinguen a Einstein de los ateos modernos y groseros
es que reconoce los logros históricos de la Iglesia, especialmente los que
vivió en carne propia. Así, el 23 de diciembre de 1940 declaraba en la revista
TIME sobre la facilidad con que Alemania adoptó la cultura nazi:
A los 6 años, sus padres metieron al niño en una gran escuela católica. Era el
único judío entre los 70 alumnos de su clase. Como todos ellos, hizo la
asignatura de religión católica y según Walter Isaacson la disfrutó.
Uno no puede evitar pensar que los Onfray, Harris, Dawkins y Weinberg que
hoy se presentan como pensadores maduros y adultos están en la fase
radical que Einstein atravesó a sus 12 años.
Hay que dejar claro que los libros de Aaron Berstein no fueron culpables de
esta falta de fe: sus libros de divulgación no veían incompatibilidad entre
ciencia y fe. "la inclinación religiosa yace en la tenue conciencia que mora en
los hombres de que toda la naturaleza, incluidos los humanos, no es un
juego accidental sino un resultado de la ley de que hay una causa
fundamental a toda la existencia."
En 1929, en una cena en Berlín, teniendo casi 50 años, Einstein ya
empezaba a establecerse en su postura deísta y se negó a comparar la
religión con la superstición astrológica. "No puede ser, ¿no será usted
religioso?", le preguntaron. Y él respondió:
Einstein pronto vio que sus opiniones sobre estos y otros temas interesaban
a muchos, así que en 1930 publicó un credo, "En qué creo", apoyando a un
grupo de derechos humanos. En él defendía la noción de misterio.
El Einstein determinista
Einstein aceptaba un Dios detrás de las leyes inmutables del cosmos. Lo que
no aceptaba es un Dios con poder o voluntad de cambiar estas leyes. Para
él, las leyes físicas estaban predeterminadas… y las acciones de los hombres
también.
Eso no quiere decir que por razones prácticas no debamos encerrar a los
asesinos, aunque filosóficamente creamos que, en realidad, no son
responsables, que estaban "obligados" a asesinar.
"Sé que filosóficamente un asesino no es responsable de su crimen, pero
prefiero no tomar el té con él", declaró.
Vivir "como si fuésemos libres y éticos" (aunque no lo seamos) era la
propuesta de Einstein para una sociedad más civilizada. Una especie de vivir
una ficción… que funcione. Apoyó que EEUU desarrollara la bomba atómica
para frenar el nazismo, pero luego luchó por el control de la energía nuclear.
Ayudó a refugiados judíos, habló en defensa de la justicia racial, plantó cara
al McCarthismo, intentó trabajar en defensa de la paz.