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Leclwras amenas.— V
E L D A N D I S M O
BARBEY D'AUREVILLY
Eft esta misma eoleeeiôft
SCHOPENHAUER. — La mujer, el .
amoï.y el matrimonio.
E . GÓMEZ CARRILLO.—Sensacio-
nes de Rusia. E L DA
T. ORTS-RAMOS.—Eróticos y s e n -
timentales.
— 8 S 3 R R
B. D ' A U R E V I L L Y . - E l dandismo.
• ES PROPIEDAD
A César Daly
Es m á s difícil agra-
dar á las gentes de san-
gre fría que conquistar
el amor da algu»as al-
miis de fuego.
(Tratado de la Princi-
pa.—Inédito.)
2
EL DANDISMO
Es m á s difícil agra-
dar á las gentes de san-
gre fría que conquistar
el amor da algu»as al-
miis de fuego.
(Tratado de la Princi-
pa.—Inédito.)
2
ñera, puesto que tienen que juzgar 1» de uno mismo, y esa preferencia es
vida veinte veces al día, han repetido • exc usiva. La vanidad mira á todo. Si
la sentencia pronunciada por -los li- ! á veces prefiere ciertas aprobaciones
bros contra ese sentimiento, que, á j su nota característica—y su mérito—
oírlos á ellos, parecería el úlimO del I e s sufrir, cuando le falta una sola; no
todos. dn.irme pensando en esa rosa que se
Cabe deprimir las cosas, como se I cierra. El amor dice al ser amado:
deprime á los hombres. ¿Será verdad | «Tú eres mi universo,» la amistad:
que la vanidad es el último sentimien- j. «Tú me bastas,» y á menudo:«Iü me
to en la jerarquía de los afectos del ¡. consuelas.» Del orgullo no hay que
alma? Y si es el último, si está en su | hablar; es silencioso. Un hombre de
sitio, ¿por que menosprec-arlo?... • brillante ingenio decía: «Es un rey
Pero, ¿es el último siquiera? ¿No ! solitario, ocioso y ciego; lleva en los
estriba el valor de los senntimientos ojos la diadema.» La vanidad tiene un
en su importancia social? Y entonces, universo menos estrecho que el del
¿qué puede haber, en el orden afecti- i amor; lo que basta á U amistad, para
vo, más útil á las sociedades que ese i ella no es suficiente. Es una reina
inquieto anhelo de la aprobación aje- i también como el orgullo; pero una
na, que esa inextinguible sed de los [ reina acompañada, ocupada y de vista
aplausos del público, que en las cosas i penetrante, que lleva puesta la diade-
grandes, se llama amor de la gloria, | ma donde la embellece más.
y, en les pequeñas, vanidad? ¿Acaso
Procedía decir lo que antecede an-
el amor, la amistad, el orgullo? El
j tes de hablar del dandismo, fruto de
amor en sus mil matices y en sus nu-
i de esa vanidad vituperada con ex-
merosas derivaciones, la amistad, el
¡ cesoso, y del gran vanidoso Jorge
propio orgullo, -implican cierta prefe-
Brumruell.
rencia de alguna ó varias personas, ó
II
IV
iS vi
II!
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les expresiones se encargaran de hacer
la indescifrable. No pudiendo justifi-
carse la admiración con hechos que
se han desvanecido totalmente, por ser
efímeros de suyo, la autoridad del
nombre más grande, el homenaje del
genio más fascinador, no servirán si-
É no para aumentar la obscuridad del
enigma. En efecto, lo que menos sub-
siste de toda sociedad, la parte de las
costumbres que no deja restos, el aro- otra ley todavía.—Para ese empeño,
ma demasiado sútil para que se con- los espíritus profundos no tenían b a s -
serve, son las maneras, las intrasmisi- tante delicadeza, y los espíritus de-
bles manaras (1) por 1 as cuales fué licados no tenían bastante profundi-
Brummeil un príncipe de su tiempo. dad.
Semejante al orador, á los grandes Con todo, varios han hecho el ensa-
actores, á todos esos espíritus que h a - yo. En vida misma de Brummeil, dos
blan al cuerpo mediante el cuerpo, plumas célebres, pero cortadas con
como Buffon decía, Brummeil no tie- demasiada finura y mojadas en tinta
ne más que an nombre que brilla con de China demasiado perfumada, tra-
misterioso reflejo en todas las Memo- zaron en un papel azulado, con. can-
rias de su época. Esas Memorias ex« tos de plata, algunos rasgos, fáciles al_
plican mal el puesto que allí ocupa, través de los cuales, se ve á Brummeil.
pero aunque no lo explican, se re, y Como vaporosidad espiritual y como
es cosa que vale la pena de meditarseg perspicacia, las pinturas eran delicio-
En cuanto al estudio detenido del re- sas. Es una la de PélhciM; es otra la
trato que falta por hacer, ningún hom- de Granby. Ambas son también, has-
bre ha afrontado hasta aquí esa peno- ta cierto punto, la de Brummeil, pues- ,
sa lucha, ningún pensador ha procu- to que dogmatizan sobre el dandismo..
rado darse cuenta seria y severamente Pero, ¿tuvieron los autores la inten-
de ese influjo que responde á una ley ción de retratar al dandi, sino en los
6 á la desviación de una ley—que e» hechos de su vida, por lo menos en la
realidad de su sér y con la verosimili-
tud de la novela? El de Pelham, se-
guramente no. El da Gfánby, es más
(1) Las maneras son la fusión d®
los movimientos del espíritu y del fácil creerlo: el retrato de Trebeclc
cuerpo, y los movimientos no se pin- parece hecho en vista del original vi-
tan.—(N. del A) vo: porque no Be inventan aquellos
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matices extraños, reflejos en parte de de Brummell. Cuenta aún admirado-
lá naturaleza, en parte de la sociedad, res como el epigramático Cecil, cu-
y se adivina que la presencia del mo- riosos como Mr. JesSe; enemigos... no
delo ha debido vivificar las pinceladas sn cita ninguno. Pero entre los con-
que los trazan.
temporáneos supervivientes, entre los
Pero, aparte de la novela de Lister pedantes de todas las edades—genteB
(donde sería más fácil encontrar á honradas que tienen en el espiritn IOB
Brummell, que en el Pelham de Bul- dos brazos izquierdos que atribuía Ri~
wer), no hay en Inglaterra ningún l i - varol á todas las inglesas—los hay
bro que presente al dandi tal como que se indignan de buena fe contra el
fué, y que explique con alguna clari- brillo asociado al nombre de Brum-
dad él poder del personaje. Reciente- mell: po ores mentecatos de una mo-
mente, es cierto, un hombre distin- ralidad grave, reoiben como un insulto
guido (1) ha publicado dos volúmenes esa gloria de la frivolidad. Lo único
en que ha reunido, con una paciencia que aún no cuenta el gran dandi, es
dé ángel curioso* todos los hechos co- su historiador, es decir, su juez—juez
nocidos de la vida de Brummel. ¿Por sin entusiasmo y sin odio—y cada dia
qué tantos esfuerzos y tanta solicitud que transcurre es un óbice para que
no han de haber conducido más que nazca. Ya hemos dicho por qué. Si no
á una crónica timorata, sin las revela- aparece, la gloria habrá sidj para
ciones de la historia? La que falta pre- Brummell un espejo más. Vivo, lo re-
cisamente es la explicación histórica flejó en la brillanie limpidez de su
frágil superficie; muerto—al modo de
IOB espejos, cuando ya no está delante
(1) El capitán Jesse. Ha publicado la persona—nada conservará de su
dos abultado? volómenes en 8." sobre
Brummell; y, antes de publicarlos, imagen.
puso á nuestra disposición, con la ma-
yor galantería, los datos que poseía
sobre el famoso dandi —(N. del A.)
»
VIII
nismo, por bien organizados que es- Y he aquí lo que Jorge Bryan Brunt-
tén. Viven en esa torre de la Peste, y mell conseguía como nadie. Ese hom-
semejante habitación ee malsana. P or bre, tan superficialmente juzgado, fué
eso hablan tanto de dignidad. Creerían una verdadera potencia intelectual:
probablemente carecer de ella, si se
entregasen al frenesí de las ingeniosi- como que reinó por su porte y sus
dades. Se hallan constantemente en maneras más aún que por sue pala-
las alturas de la dignidad como en el bras. Su acción era más directa que la
remate de una estaca, lo cual, por que ejerce exclusivamente el lengua-
flexible que uno sea, embaraza un
poco para moverse, y obliga á estar je. La producía merced á la entona-
demasiado tieso.—(N. del A.) ción, la mirada, el ademán, la inten—
de ser delicadas para nosotros. Medí-
ción transparente, el silencio mismo tese esto. Lo que se llama donaire en
(1); y eso puede explicar las pocas pa- los productos del pensamiento, como
labras que ha dejado. Hay que adver- cosa íntimamente relacionada con la
tir, por otra parte, que esas palabras, lengua, con las costumbres, con la vi-
á juzgar por las que registran las M e - da social, con las circunstancias que
morias del tiempo, no tienen sabor más varían de pueblo á pueblo, debe
para nosotros ó lo tienen excesivo, morir, como en extraño ambiente, en
que es otra manera de no tenerlo. el destierro de una traducción. Las
Se nota en ellas la ruda influencia del mismas expresiones que lo designan
genio salobre de ese pueblo que riñe son intraducibies con propiedad en
á puñetazos y se emborracha, y que la profundidad de su sentido. Pruébe-
no estima groseras,'.cesas que dejarían se, sino, á encontrar correlativos al
totí, al humoury al füti, qiie consti-
tuyen la vis inglesa bajo su triple as-
(1) Cultivaba demasiado la conver- pecto original. Mudable, como todo lo
sación para no estar frecuenten! ente individual, el donaire no EO t r a s l a -
silencioso; pero ese silencio no tenia da de una á otra lengua, á la manera
la profundidad del que guardaba el
que ha escrito: «Me miraban para sa- que no se translada la poesía, á pe-
ber ti comprendía sus ideas y sus jui- sar de inspirarse en sentimientos ge-
cios sobre no sé qué. Pero probable- nerosos. Como ciertos vinos que no
mente me tomaban por una medianía pueden viajar, hay que saborearlo en
de salón, y á mí me divertía mucho la
opinión presumible que formaban de BU tierra. Tampoco puede envejecer;
mi persona. He pensado en los revea es de la condición de las rosas más
que gustan de guardar el incógnito.» bellaB, que pasan pronto; y quizá en
Esta solitaria y orgullosa conciencia de eso reside el secreto del placer que
sí mismo debe ser desconocida de los
dandíeB. El silencio de Brummell era proporciona. Dios ha reemplazado á
un medio más de producir efecto, la menudo la duración por la intensidad
coquetería de esos» seres seguros de
agradar,-y que saben por dón^e se en-
ciende el deseo.—(N. del A.)
discreción. Fué pagado por el destino
de la vida, á fin de que no se perdiese en la moneda que más estimaba. La
en nuestros corazones el genere so sociedad le brindó los deleites de que
amor á las cosas perecederas. dispone, y no los había mayores para
No se citarán, pues, las ¿rases de él (1); porque no pensaba, á ejem -
Brummell, ni justificarían su renorc- • pío de Byron, tan pronto rene-
bre, á pesar de que se le dieron, por- gado como relapso del dandismo,
que las circunstancias de donde sur- que el mundo nóvale una sola de la
gían, y que, por decirlo así, las carga- alegrías que nos quita. El mundo no
ban de electricidad, ya no existen. No le había quitado ninguna á aquella
removamos ni contemos, pues, esos vanidad eternamente embriagada.
granos de arena, antiguas chispas que
el tiempo dispersó después de apagar-
las. Gracias á la diversidad de las vo- (1) Los moralistas preguntarás
caciones, hay glorias que no son más arrogantemente: ¿Y fué feliz sin más
que ruidos ep medio de un silencio, y que esa felicidad del mundo que ins-
pira compasión? ¿Y por qué no?... L a
que deben alimentar para siempre las vanidad satisfecha puede bastar á la
divagaciones soñadoras desesperando vida lo mismo que el amor satisfecho.
á la razón. Pero /el hastío!.. /Ay, Dios mío! Esa
es la paja en que se quiebra el acero
Mas ¿cómo no maravillarse de que mejor templado en punto á felicidad.
cayese esa oleada de gloria sobre un Es el fondo de todo, y para todos; con
hombre tan positivo como Brummell, mayor razón para un alma de dandi,
que lo era tres veces, puesto que era para uno de esos hombreB de quienes
pe ha dicho muy ingeniosa, pero tam-
vanidoso, inglés y dandi? A imagen bién muy tristemente: «Reúnen en
de todas las gentes positivas, que no torno suyo todos los atractivos de la
viven lejos de sí propias, y que no tie- vida, pero al modo de una piedra que
nen fe ni voluntad más que para lo atrae el musgo sin dejarse penetrar
por la frescura que lo envuelve.»—
goces materiales, Brummell no deseó (N. del k.)
nunca sino esos goces, y los tnvo á
del hermoso busto, si no hubiese sido
Desde 1799 á 1814 no h u b o e n L o n
realmente más que el favorito del azar.
dres raout (1) ai fiesta donde no se
Se ha dicho que madame de Stael ca-
mirase como un triunfo la presencia
si llegó á afligirse por no haberle agra-
del gran dandi, y su ausencia como
dado. La omnipotente coquetería de
una catástrofe. Los periódicos inscri-
su talento fué constantemente recha-
bían BU nombre á la cabeza de los más
zada por el alma fría y la burla eter-
ilustres invitados. En los bailes de Al-
na del dandi que tenía buenas razones
mack, en los meetings de Ascott, t o -
para reirse del entusiasmo. Corina no
do se doblegaba á su dictadura. Fué
oonmovió á Brummell, como tampoco
jefe del club Watier, de que era
áBonaparte; coincidencia que recuer-
miembro lord Byron, juntamente con
da la frase ya citada de lord Byron.
lordAlvanlay, Mildmay y Pierrepoint.
En fin, éxito más original aún: otra
Era el alma (¿es alma lo que bay qne
mujer, lady Stanhope, la amazona
decir?) del famoso pabellón de Brigh-
árabe que huyó á galope de la civili-
ton, de Carlton-House, de Belvoir.
zación europea y de las rutinas ingle-
Unido más particularmente con She-
sas—ese viejo circo en que la gente
ridan, la duquesa de York, Erskine,
da vueltas sin cesar—para reanimar
lord To-wnshend y aquella apasionada
sus sensaciones en medio de los peli-
y singular duquesa de Devonshire,
gros y de la independencia del de-
poetisa en tres lenguas, y que besaba
sierto; esa mujer, al cabo de iLuchos
á los carniceros de Londres con su*
años de ausencia, no se acordaba, de
labios patricios para ganar votos á
entre todos los seres civilizados que
Mr. Fox, imponíase aun á los mismos
dejaba tras de sí, sino del más civili-
que podían juzgarlo, á los que hubie-
zado quizás, del dandi Jorge Brum-
ran podido encontrar el vacio dentro
mell.
Confesémoslo: cuando se reflexiona
en esas impresiones vivas é imborra-
(•) Reunión. 7
bles, experimentadas por las eminen- degradada. El dandismo (1) ha sido
cias de una época, no hay más r e m e - reemplazado en nuestros días por el;
dio que tratar al que las prodojo, así
fuese un fatuo, con la seriedad que
merece todo lo que triunfa de las ima- (1) Ha habido un D'Orsay. Pero
ginaciones de los hombres. Los poe- D'Orsay, león en el sentido de la fa-
tas, por la sola razón de reflejar su shion, y que no dejaba de tener la be-
lleza de los del Atlas, no era un dan-
tiempo, se han impregnado de Bru- di. La gente se ha engañado á propó-
mmell. Moore lo ha cantado; pero sito de él. Era una naturaleza infinita-
¿quién dice Moore? (i) Brummell fué» mente más compleja, más amplia y
iacaso, una de las musas de Don Juan, más humana que esa singularidad in-
glesa. Se ha dicho mucho, pero hay
nvisible para el poeta. Por lo menos, que insistir en elio sin cesar; la linfa,
ese extraño poema tiene un tono esa especie de agua muerta que no le-
esencialmente dandi desde el princi- vanta espuma más que cuando la fus-
pio hasta la conclusión, é ilustra de tiga la vanidad, es la base fisiológica
del dandi, y D'Orsay tenía la sangre
una manera extraordinaria la idea que roja de Francia Era un hombre ner-
podemos formarnos de las cualidades vioso, sanguíneo, de recios hombros,
y de la índole del espíritu de Brum- de pecho á lo Francisco I y de be'leza
mell. A esas cualidades extinguidas simpática Tenía una mano soberbia y
una manera de alargarla que cautiva-
debió el subir y mantenerse Bobre el ba y arrebataba los corazones. No era.
horizonte, de donde no bajó, sino que el shahe-hand altanero del dandis-
cayó, llevándose consigo una cOBa que mo. D'Orsay agradaba tan natural y
después no ha reaparecido más que apasionadamente á todo el mundo,
que {hasta hombres llevaban su retra-
to! mientras que los dandíes no hacen
llevar á los hombres sino lo que s a -
béis, y agradan d las mujeres in-
(1) Dejando aparte el sentimiento curriendo en su desagrado. (Jamás
irlandés, no era sino un poeta de pas- se olvide, al juzgarlos, este matiz.,!
taflora.—{8. del A.) D'Orsay, en fin, era ún rey lleno de
zadores de perros, y estos tales son
benevolencia, y la benevolencia es un los que gozan de la notoriedad.
sentimiento enteramente desconocido
de los dandies. Verdad es que t e n » ,
como ellos, el arte del aderezo perso-
nal, no brillante, sino profundo; y p e r por las mujeres más fatuas de su
eso. sin duda, lo han mirado loa super- tiempo No se habla de las naturales:
ficialea como el Buceror de Brutcmell: nunca hay más de dos ó tres en un si-
pero el dandismo no es el arte brutal glo; ¿á qué haMar de ellas? Hasta lle-
de ponerse una corbata. Dandies ba gó á inspirar una pasión duradera, y
habido que ni siquiera la han llevado que será siempre historie a. No sucede
nunca. Ejemplo: lord Byrcn, que tenia lo mismo con los dendíes, á quienes
un cuello tan hermoso. A mayor abun- na se ama sino por espasmos. Las
damiento, D'Orsay fué un artista. Con mujeres, que los detestan, no dejan
aquella mano que daba demasiado— "e rendírseles de tedos modos, y para
parque la coquetería reina mucho mas ellos vale por muchas libras esterlinas
por lo que rehusa que por lo que con- esbrechar odios en sus brazos... En
cede—esculpía, y no á la manera que cuanto al duelo delicioso en que ve-
Brummell pintaba sua abanicos para mos á D'Orsay tirando su plato á la
caras postizas y cabezas hueras. Los cabeza de un oficial que hablaba mal
mármoles qne ha dejado D'Orsay tie- de la Virgen, y batiéndose por ella,
nen pensamiento Añádase á este ta- porque era una mujer, y no quería
lento de escultor que estuvo á punto que se faltase al respeto á una mujer
de ser escritor, y que á los veintitrés en BU presencia, ¿hay nada menos dan-
años mereció aquella carta de Byrcn di y más francés?—(N. del A.)
á Alfredo D... incluida en ¿EES famo-
sas Memorias en que la vileza de Moo-
re ha reemplazado los nombres por
asteriscos y las anécdotas curiosas por
puntos... (/Buena perrona el tal Moo-
rel) Aunque fatuo, D'Orsay fué amado
XI
( l j Se habla varias lenguas, pero pensar en algo más que en eso. Luen-
no se conversa familiarmente más go hay clases (clasificación buena Ó
que en una. París mismo no hnbiera mala, no hace al caso), y no se ne-
reemplazado á Londres p»ra Brum- cesita más para poner en prensa el
mell. Esto aparte de que París corre ingenio y hacer que brote su espuma.
hoy parejas con cualqui .r otra ciudad En una sociedad asi ¡T-S menester tan-
en punto al cultivo de la conversación ta delicadeza para ser impertinente, y
amena y chispeante (de la causerie). tanta gracia para que complazcan las
La conversación es aquí casi nula, y cortesías! Ahora bien: las dificultades
Mad. de Stael no estaría ahora muy crean los héroes, y en París es dema-
prendada de su arroyo de la calle siado fácil la vida de salón: todo se
del Bac. En París todos se preocupan reduce á entrar y salir. Los escritores
demasiado del dinero r^ue no tienen, y y los artistaB deberían reanimar las
se creen demasiado iguales para pen- sensaciones de los demás y tener
sar en lo que hablan... Hay tan pocas siempre en su espíritu siquiera las li-
ganas de derroohar el ingenio como maduras de oro de BUS trabajos, que-
cualquier otra cosa. En Londres el in- dan tan deslucidos en sociedad como
terés de hacer una fortuna agita y do- las gentes medianas. Fatigados de
mina á muchos espíritus; pero á cierta pensar durante todo el día, van á
altura existe una sociedad que puede desentumecerse por la noche escu-
bía perdido. Pero la vanidad de nn en todas partes lo habían colmado de
dandi, cuando sufre, es casi orgullo; favores los Duques; pero desde la trai-
enmudece, como la vergüenza. ¿Quién ción de la fortuna, la Duquesa le
le ha tenido en cuenta eso al hombre atestiguó sentimientos que proyectan
frivolo? No sabiendo qué hacer quizás un rayo de seria ternura sobre esa
de facultades inútiles para lo sucesi- brillante y árida vida (1). Brummell
vo, se consagró á una corresponden- no lo olvidó jamás. Más aún: parece
cia con la duquesa de York, á quien que, á no ser por la amistad de la d u -
pintó un abanico de chimenea suma- quesa de York, á quien habia prome-
mente complicado, con figuras inven- tid v no revelar lo que sabía de la vida
tadas por él. En Belvoir, en Oatlands, ímima del Regente había escrito Me-
morias y rehecho así su fortuna; por-
S ó n d e e n c o b a r la pluma de Diderot
para trazarla? (N. del A.)
guarda, marble to retain, tienen loa que electrizan las imaginaciones y
lee comunican todas las audacias (1);
hábitos una icfluencia avasalladora, sucumbe, en fin bajo el influjo que
extraordinaria: la séptima piel de la ejerce en la alta sociedad una reina
serpiente se parece siempre á la pri- joven que posee la afectación del
mera que mudó. Un momento créese amor conyugal, como Isabel poseía la
de la virginidad. ¿Qué mejorea fuentes
desvanecida la huella de lo que ya no de hipocresía y de spleerít El meto-
existe: se escribe en ese palimpsexto, dismo, que había pasado de las cos-
y basta una circunstancia para que lo tumbres á la política, vuelve á pasar,
que se creía borrado reaparezca legi- á la hora presente, de la política á las
costumbres. Un poeta, un bombre de
ble, ¿claro y brillante. Hoy el purita- raza, que debe á su nacimiento el va-
nismo, á que el dandismo hizo uila lor facilísimo de tener una opinión
guerra de Partho con las flechas de independiente, como podría esperar
su ligera ironía—más bien huyendo de su talento una verdadera inspira-
ción, lord John Manners, ¿no acaba
de él que ataoándolo de frente—es de publicar un tomo de poesías en
- puritanismo se levanta y restaña sul honor de la Iglesia establecida de In- "
heridas. Después de Byrón, después glaterra? El ateo Shelley no contaría
de Brummell—dos burlones de tan ya siquiera con la seguridad del des-
tierro. El liberalismo de ideas, que
diversa especie, pero de influjo casi había brillado en ese país del fariseís-
igual—¿quién no hubiese creído en- mo altanero y del convencionalismo
terrada la antigua moral inglesa? Pee» helado y engañador, como un rayo de
bien: no, no lo está. El inevitable, el
inmortal cant ha vencido de nuevo.
La adorable fantasía puede derramar (1) No es completa esa ausencia
de escritores, puesto que existe Th.
en el vacío su sangre de esencia de Carlyle; pero ¡qné lástima que prefie-
rosas. Sucumbe bajo el peso de la ra frecuentemente el éter sedativo del
naturaleza tenaz de ese pueblo afe- espiritualismo alemán á ese cabial ex-
rrado á sus costumbres; sucumbe por citante que gusta á los ingleses y pro-
ducen sensaciones tan francasl —
la ausencia de esos grandes escritores (N. del A.)
la inteligencia de sus más grandes
hombres, no ha lucido más que un
momento fugaz, y la momia del sen-
timiento religioso, el formalismo, si-
gue remando siempre en el fondo de
su sepulcro blanqueado. De aquella
bella sociedad, cuyo ídolo fué Brum-
mell, porq'- • era sn expresión viva en
las cosas del mundo, en las gratas y
amenas relaciones de esa sociedad, no
queda nada, toda ha muerto. Un dandi
como Brummell no volverá á verse-
pero hombres como él puede afirmar-
se que siempre los habrá aún en I n -
glaterra, cualquiera que sea la librea
que el mundo les ponga. Atestiguan
la magniüca variedad de la obra divi-
na: son eternos como el capricho. La
humanidad necesita de esos hombres
y de sus atractivos tanto como de sus
héroes más imponentes y de sus más
austeras grandezas. Deparan á criatu-
ras inteligentes el placer á que esas
criaturas tienen derecho. Son un ele-
mento de la felicidad de las socieda-
des, como lo son otros hombres de sn
moralidad. Naturalezas dobles y múl-
tiples, de un sexo intelectual indeci-
so, en las cuales la gracia brilla más
aun en el seno de la fuerza, y la fuer-
za se descubre todavía en el seno de
la gracia: andróginos de la historia,
no ya de la fábula, cuyo más hermoso
tipo en la m ' s hermosa de las nacio-
nes fué Alciblades.
FIN