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e •

' I :
Leclwras amenas.— V

E L D A N D I S M O
BARBEY D'AUREVILLY
Eft esta misma eoleeeiôft

SCHOPENHAUER. — La mujer, el .
amoï.y el matrimonio.

E . GÓMEZ CARRILLO.—Sensacio-

nes de Rusia. E L DA
T. ORTS-RAMOS.—Eróticos y s e n -
timentales.

ABATE BRANTÔME.—Acicates del R;; v c :<U3i4-'

amor. VERSIÓN ESPAÑOLA

— 8 S 3 R R
B. D ' A U R E V I L L Y . - E l dandismo.

E . Y J . GONCOURT. —El amor en el


siglo xvin.
x
0'50 ptas. volumen COLECCIÓN DE LIBROS MODERNOS
E L D A N D I S M O

• ES PROPIEDAD

A César Daly

Director d« la Revista de Arquitectura.


inoìb /. : Querido Daly: Hace diez y siete
años que eBCribí á usted lo siguiente:
«Mientra» anda usted viajando y los
amigos que le recuerdan no saben
BIBLIOTECA U W ' ^ dond eencontrarle, yo preparo algo
"&1F0NS0 REYE^
que no me atrevo á llamar libro y qu©
F W P 0 S O C O V A R « » . « le espera á usted en el umbral de su
caja. Es la estatuilla de un hombte
que no merece mayor monumento:
curiosidad histórica y de costumbres

Tmp. editoria: £7 Tibidabo— Balmes, «8


que puede usted colocar sobre la es- jeres y los artistas, y comprende BU
tantería del despacho. imperio á fuer de pensador, admitirá
Brummell no pertenece á la historia gustoso el presente estudio dedicado
política de Inglaterra. Aproximóse á á un bombre á quien hizo célebre su
ella .por sus amistades, pero no logró elegancia. Es usted persona tal, que
penetrar. Tiene señalado puesto en yo podría, sin inconveniente alguno,
otra historia más ebvada, más gene- dedicarle también el ettudio consa-
ral y má_ difícil de escribir—la de ."as grado à un ; hombre inmortal por su
costumbres inglesas.—Porque la his- inteligeucia.»
toria política social,no comprende to- Acepte üsted, pues, tan leve testi-
das las tendencias y todas son dignas' monio de amistad, en memoria de
de. estudio. Brummell expresó una de días más felices en que Foliamos ver-
estas tendencias, y á 110 haberla ex- nos con frecuencia.
pr .sado, su acción no se explicaría.
De usted afectísimo,
Escribirla, profundizarla, y mostrar
que semejante influencia iba más allá J . A. BARBER D'AUREVILLY.»
de la superficie, podría dar asunto á
un libro que Beyle (Stendhal) omitió
He aquí amigo mío que esta de-
emprender y que tsntana á Montes-
dicatoria, con sus diez y siete -afios de
quieu.
fecha, sirve íntegra para hoy, y será
No soy, pói mi desgracia, ni Mon- la primera vez que diez y siete años
tesquieu ni Bey le, ni águila ni lince, y no introduzcan modificación en una
no obstante, he probado á discernir cosa.
lo que muchos no se dignarían expli- Permanezca, pues, invariable como
car. Le ofrezco á usted, amigo Daly, a amistad que expresó y que perma
lo que he v.sto. Usted que tiene el nece también en nosotros sin nubes y
sentido de la gracia, igual que las mu - sin vacíos. No siempre he sido tan di-
cboso; sólo usted es la columna que se
mantiene erguida entre mis ruinas
jdiez y siete años! Ya sabe usted que
el empalagoso de Tácito, siempre in-
sufrible porque nunca miente, tiene
un modo especial de llamar á esto
argo plazo, que quizá fuera mejor no
tomar en boca, si en medio de la tris-
teza de haber vivido no me cupiese la
satisfacción de poder afirmar que soy Prefacio úe la segunda edición
para usted el mismo de siempre. Ya
que en ests libro todo es fatuidad,
quiero jactarme de la persistencia úe
mis sentimientos. ' Apenas me atrevo á llamar segunda
edición á la de ahora Fué la tirada muy
J. A . BARBEY D ' AUREVILLY. corta y regalé los ejemplares en con-
fianza, á anos cuantos amigos; tal vez
por este sistema de publicidad íntima
y misteriosa logró mejor fortuna. Igno-
ro si otra publicidad mayor Je será
igualmente favorable. El ruido, cosa
ligera, se parece á la miyer y nos
persigue cuando le huímos. En el dia-
bólico mundo social, tal vez la mejor
manera de conseguir éxito será orga-
nizar un sistema de indiscreciones.
Pero cuando el autor publicó esta
futesa, no era tan profundo. Entonces
se le daba un comino de los asuntos y los ture. Séame licito decirlo, porqu»
de la fama literaria. Tenia que cuidar me he vuelto modesto: conseguí mis
de otroo adornos y otras galat. que no treinta lectores para mis treinta ejem-
eran del estilo, y se ocupaba más en plares. No fup el combate, sino la sim-
otrae cosas que en conseguir lectores. patía de los treinta.
Y el caso es que ahora le parecen Si el libro de que se trata, versase
us lenas los cuidados de entonces; sobre algún grande hombre ó alguna
porque así es la vida. Toda ella se gran cosa, es indudable que naufraga-
contiene en el trueque incesante de ría en medio de ese silencio indife-
un cuidado contra una burla. rente que deben, y pagan siempre, los
El autor de El dandisrho y Jorge pequeños á los grandes; pero trataba
Brummell no era un dandi (quien de un hombre frivolo y que pasaba
lea este libro comprenderá el porqué) por tipo acabado de la friyolidad ele-
pero atravesaba ese período de la ju- gante en una sociedad muy exigente.
ventud en que dijo Byron con melan- Y .es el caso que todo el mundo,.en el
cólica ironía: «Cuando yo era un chico mundo, se tiene ppr elegante ó quie-
guapo, con el pelo rizado..», y en re serlo. Los mismos que han renun-
aquellos tiempos la gloria pesaba para ciado á la elegancia, quieren enten-
mí menos que un rizo. Escribí, pues, der de ella por lo menos, y así fué
sin pretensiones literarias (tranquilí- leído mi libro. Algunos majaderos,
cese usted, tenía otras más empecata- que no quiero nombrar, sé preciaron
das aún) y este librito fué destinado á de haberlo comprendido. Yo le afir-
mi recreo y al de las treinta personas mo á mi editor que lo compraron.
6 amigos descoPOcidos que nadie está ¡Fatuidad universal! ¡La fatuidad que
seguro de tener ni puede jactarse de fué base del primer éxito de esta me-
conocer en París. Pero como á mí no nudencia, le conseguirá el segundo;
me faltaba presunción, creí tenerlos y Yo siento impulsos de escribir en la
primer página la impertinencia si-
precisan de que ellos carecen para
guiente: «De un fatuo, por un fatuo,
ser BrummellEl autor dé El dan-
para los fatuos;» porque los fatuos en
dismo ha intentado hacer el catálogo
todo se miran, y esto es un espejo. de esas ccs&s, naderías omnipotentes
¡Cuántos vendrán á contemplarse con que se maneja á las mujeres y
en él atusándose el bigote, unOs para también á los hombres; pero al ha-
reqonocerse y otros para hacerse... cerlo no ignoraba que no escribía una
Brúñameles! obra de consejo, y que los Maquiave-
No lo conseguirán. No hay modo de Os de la elegancia son más necios
hacerse Brummell, somos 6 no lo so- aún que los de la política, y cuenta
mos. Fútil soberano de una fútil so- que éstos no lo son poco. Ssbía, final-
ciedad, Brummell tiene su derecho mente, que trazaba una paginilla de
divino y su razón de ser como los de- historia, un fragmento arqueológico
más reyes. Y ya que últimamente le digno de colocarse, á título de curio-
han hacho creer al bobalicón del pue- sidad, sobre el rico tocador de los
blo que es soberano, parece natural fatuos venideros. Silo tienen; porque
que el populacho de los salones tenga el progreso, que con su economía po-
sus ilusiones de dominio como la plebe lítica y »u división territorial camina
callejera. á convertir la raza humana en una
Este libreo aspira á curarles de la casta de piojosos, no acabará con los
ilusión. En él verán que Brummell era fatuos, pero les quitará los tocadores
una individualidad de las más singu- ricos por de&igualitarios y escanda-
lares, qne nO sólo se había tomado el losos.
trabajo de nacer, sino que necesitó, En suma, ahí va el libro tal cual se
para desarrollarse, el ambiente de una., escribió. Nada he modificado, nada
sociedad muy complicada y aristocrá- he borrado. Sólo he puesto aquí y
tica. En él verán cuántas cosas se allí una ó dos notas. El autor de El
dandismo, que suele reírse de la cia; Pascal el del coche de »ais caba-
gravedad de nu#»tra época, as inca- llos, podrí», antes de retirarse á Port-
paz de considerar este librito, ligero Royal, escribir la historia del dan-
tal vez en su forma (ojalá), como una dismo. Y Raneé, otro tigre de auste
travesura juvenil de la cual debe ex- ridad, antes de sepultarse en la» espe-
cusarse. Todo lo contrario. Si le apu- suras de su trapa, quisá nos traduciría
ran, capaz sería de sostener ante la al capitán Jerse (1) en vez de Ana-
gente grave de profesión que este creonte; porque Raneé fué un dandi
libro es tan serio como cualquier sacerdote, cosa más rara que un dan-
obra histórica. En efecto, ¿qué d e - di matemático. ¡Ved la influencia
muestra el juguétillo? El ser del hom- del dandismol Dom. Gervasio, un
bre y su vanidad, el refinamiento de grave religioso que escribió la biogra-
una sociedad y él poder de sutiles in- fía de Raneé, nos ha legado Una des-
fluencias incomprensibles para la ra- cripción encantadora de su precioso
zón. que es una boba de marca mayor, guardarropa, cual si quisiese propor-
doblemente atractivas por lo difíciles cionarnos el mérito de una tentación
de comprender y desentrañar. ¿Dónde Tencida, con las ganas terribles que
hay cosfi más grava, aun colocándo- nos infun 4e de lucir aquellos trajes.
nos en el alto punto de vista de aque- Esto no significa que el presente
llos que más han abandonado al autor dé El dandismo se compare
mundo, y desdeñado más el tacío de en modo alguno, á Pascal ni á Raneé.
sus pompas y vanidades? Preguntad- El susodicho autor no ha si.lo ni será
la». Para ello» cualquier vanidad es nu*ca jansenista, y trapense no lo es
igual i otra, llámese como se llame y todavía.
finja lo que finja. Si el dandismo J . A . BARBEY D' A.UREVÍLLY.
existiese en su época, Pasoal que fué
un dandi como se puede »er en Fran- (1) Penúltimo historiador de
Brummell.
EL DANDISMO

Es m á s difícil agra-
dar á las gentes de san-
gre fría que conquistar
el amor da algu»as al-
miis de fuego.
(Tratado de la Princi-
pa.—Inédito.)

Los sentimientos tienen su destino,


y hay uno para el cual todo el mundo
es despiadado: la vanidad Contra ella
vienen clamando en sus libros los mo-
ralistas, incluso los que mejor han de-
mostrado el amplio puesto que ocupa
en nuestras almas. Los hombres de
mundo, moralistas también á su roa-

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EL DANDISMO

Es m á s difícil agra-
dar á las gentes de san-
gre fría que conquistar
el amor da algu»as al-
miis de fuego.
(Tratado de la Princi-
pa.—Inédito.)

Los sentimientos tienen su destino,


y hay uno para el cual todo el mundo
es despiadado: la vanidad Contra ella
vienen clamando en sus libros los mo-
ralistas, incluso los que mejor han de-
mostrado el amplio puesto que ocupa
en nuestras almas. Los hombres de
mundo, moralistas también á su roa-

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ñera, puesto que tienen que juzgar 1» de uno mismo, y esa preferencia es
vida veinte veces al día, han repetido • exc usiva. La vanidad mira á todo. Si
la sentencia pronunciada por -los li- ! á veces prefiere ciertas aprobaciones
bros contra ese sentimiento, que, á j su nota característica—y su mérito—
oírlos á ellos, parecería el úlimO del I e s sufrir, cuando le falta una sola; no
todos. dn.irme pensando en esa rosa que se
Cabe deprimir las cosas, como se I cierra. El amor dice al ser amado:
deprime á los hombres. ¿Será verdad | «Tú eres mi universo,» la amistad:
que la vanidad es el último sentimien- j. «Tú me bastas,» y á menudo:«Iü me
to en la jerarquía de los afectos del ¡. consuelas.» Del orgullo no hay que
alma? Y si es el último, si está en su | hablar; es silencioso. Un hombre de
sitio, ¿por que menosprec-arlo?... • brillante ingenio decía: «Es un rey
Pero, ¿es el último siquiera? ¿No ! solitario, ocioso y ciego; lleva en los
estriba el valor de los senntimientos ojos la diadema.» La vanidad tiene un
en su importancia social? Y entonces, universo menos estrecho que el del
¿qué puede haber, en el orden afecti- i amor; lo que basta á U amistad, para
vo, más útil á las sociedades que ese i ella no es suficiente. Es una reina
inquieto anhelo de la aprobación aje- i también como el orgullo; pero una
na, que esa inextinguible sed de los [ reina acompañada, ocupada y de vista
aplausos del público, que en las cosas i penetrante, que lleva puesta la diade-
grandes, se llama amor de la gloria, | ma donde la embellece más.
y, en les pequeñas, vanidad? ¿Acaso
Procedía decir lo que antecede an-
el amor, la amistad, el orgullo? El
j tes de hablar del dandismo, fruto de
amor en sus mil matices y en sus nu-
i de esa vanidad vituperada con ex-
merosas derivaciones, la amistad, el
¡ cesoso, y del gran vanidoso Jorge
propio orgullo, -implican cierta prefe-
Brumruell.
rencia de alguna ó varias personas, ó
II

Cuando la vanidad está satisfecha


y lo demuestra, se convierto en fa
tuidad. Es el nombre impertinente
que han inventado los hipócritas de la
modestia—es decir, todo el mundo—
por miedo á los sentimientos verda-
deros. Así, sería un error creer, como
se cree acaso, que la fatuidad no es
más que vanidad desmostrsda en
nuestras relaciones con las mujeres.
No; hay fatuos de todas clases: los
hay de nacimiento, de fortuna, de am-
bición, d6 ciencia. Tufiere es uno;
Turcaret, otro. Sólo que, como las
mujeres ocupan tanto puesto en Fran- ese otro don, de ese otio poder—el
cia, se ha dado el nombre de fatuidad . poder de ser qui«n somos—que cons-
singularmente á la vanidad de los que tituye la personalidad, la esencia de
les agradan y se creen irresistibles. un pueblo. Pues bien: lo que produce
Pero esa fatuidad, común á todos los el llamado dandismo es la fuerza de la
pueblos donde representa algo la mu- originalidad inglesa impresa en la va-
jer, no ha de confundirse con la que, nidad humana—esa vanidad arrai-
bajo el nombre de dandismo, pugna gada hasta en el corazón de los
hace algún tiempo por aclimatarse en marmitones- y contra la cual el me-
París. La una es forma de la vanidad nosprecio de Pascal no era más que
humana, universa'; la otra una vani- una ciega insolencia. No hiy medio de
dad particular, particularísima, de la compartir tal cosa con 1:8 ingleses; es
vanidad ingles». Por eso no es fran- íntima, como su gen.o mismo. El re-
cesa la palabra dandismo: porque en medio nunca será la semejanza. Pusde
la lengua de Voltaire tiene su nombre copiarse un porte ó una actitud, como
todo lo que es universal, humano; pero la forma de un frac; pero la comedia
lo que no lo es, sólo figura en sn seno es fatigosa: es cruel y espantoso llevar
á título de importación. una careta aun para las gentes jiadu-
ras, que serían, en caso necesario, los
El término será tari extraño siem-
Fiscos del dandismo; con mucha más
pre como lo que significa. Inútil es
razón para nuestros amables jóvenes.
que queramos reflejar todo» los colo-
El tedio que estos últimos respiran é
res; el camaleón no paede refl?iar el
inspiran no les da más que un falso
blanco, y el blanco en los pueblos es
tinte de dandismo. Pueden poner cara
la fuerza misma de su originalidad. Así
de disgusto, si les place, y calzar guan»
poseyésemos en mayor escala todavía
te blanco hasta el codo, pero el país
el poder de asimilación que nos'iistin-
de Richelieu no producirá un Bruni-
gu^-, ertft don de Dios no triunfaría de
rceli.
III

Eso¿ dos fatuos célebres pueden pa-


recerse por lo que toca á la vanidad
universal, humana; pero los separa la
fisiología entera da una raza y el ge-
nio entero de una sociedad. Pertene-
cía el uno á esta raza neurosanguínea
de Francia, que llega hasta los últimos
límites en la impetuosidad de sus
transportes; descendía el otro de esos
hombres del Norte, linfáticos y páli-
•i ) dos, fríos como el mar, de que son
hijos, pero irascibles, como él, y afi-
cionados á calentar su sangre helada
con la llamada de los alcoholes (high-
spirit.) Aunque de opuesto tempera- so, como con un estoque de cristal
mento, los dos tenían una gran dosis envenenado. En eso Chamfort, por
de vanidad y la tomaron naturalmente ateo que fuese, sufrió el yugo de la
por móvil de sus acciones. Por este idea cristiana, y, como vanidoso que
lado, «mbos desafian igualmente las era también, nc .supo perdonar el
censuras de los moi alista» que conde- sentimiento, que á él le hacia su-
nan la vanidad, en vez de clasificarla frir la ventura que á otros depa-
y de absolverla. Después de todo, ¿hay raba.
motivo para asombrarse de e»ta con- Porque Richelieu disfrutó, como
denación, tratándose de un sentimien- Brummeil - - y aun más que Brum-
to oprimido desde hace mil ochocien- mell- -de todos los linajes de gloria y
tos año» bajo la idea cristiana del de placer que crea la opinión. Ambos,
menosprecio del mundo, que aun reina obedeciendo á los instintos de su va-
al presente en loa espíritus menos nidad (aprendamos á pronunciar sin
cristianos? Y, por otra parte, ¿no co- horror esta palabra), como se obedece
bijan casi todas las gente» de taleato, á los instintos de la ambición, del
allá en el fondo de su sér, alguna amor, etc., lograron pleno éxito; pero
preocupación ante la cual se postran ahí acaba la analogía. No sólo diferían
humildes para hacer penitencia por el por su temperamento individual, sino
talento qu© poseen? Así »e explica que también reflejaban los contrastes
todo le malo que no dejarán de decir de las sociedades á que pertenecieron
de Brummell los hombres que creen La de Richelieu había roto todos sus
3erios, porque no saben sonreír. Asi frenos, arrebatada por su sed insacia-
se explican, más aún que por espíritu ble de goces; la de Brummell tascaba
de partido, las crueldades de Cham- los suyos aburrida. La del piimero era
fort contra Richelieu. Lo atacó con su disoluta; la del segundo hipócrita. En
espíritu inciíivo, brillante y ponzoño- esa doble disposición radica ante todo
la diferencia que existe entre la fatui-
dad de Richelieu y el dandismo de
Brummell.

IV

Porque Brummell, en efecto, no fué


más que un dandi. Richelieu, antes
m I de ser un fatuo del género, que su
nombre representa, era un gran señor
en medio de una aristocracia expiran-
}e. Era general en un país militar. Era
bello en una época en que los sentidos
rebelados compartían arrogantemente
el imperio con el pensamiento, y en
que las costumbres del tiempo no pro-
hibían lo que agradaba. Haciendo caso
omiso de lo que llegó á ser Richelieu
se concibe todavía á Richelieu. Tenía
de su parte todas las fuerzas de la
vida. Pero suprimid el dandi: ¿qué las cualidades que lo distinguieron, se
queda de Brumell? No podía ser nada elevó á la categoría de una cosa: fué el
más, pero tampoco nada menos, que dandismo personificado.
el mayor dandi de su tiempo y de t o -
dos los tiempos. Lo fué de una mane-
ra cabal, fiel, y casi podría decirse que
ingenua, si no pareciera una osadía.
En la masa confusa que llamamos cor-
tesmente una sociedad, casi siempre
sucede ó que el destino es superior á
las facultades ó que las facultades son
superiores al destino. En' él, en Brum-
mell—cosa rara—hubo acuerdo entre
la naturaleza y el destino, entre el ge-
nio y la suerte. Más espiritual ó más
apasionado era Sheridan; más gran
poeta (porque Brummell lo fué) era
lord Byron; más gran señor era lord
Yormouth 6 Byron mismo, todos los
cuales, y tantos otros de esa époea,
famosos en todos los géneros de glo-
ria, fueron dandíes, pero algo más.
Brumell no tuvo ese algo, que, en los
unos, era pasión ó genio, en los otros
un alto nacimiento, una inmensa for-
tuna. Ganó con esa indigencia, por-
que, reducido á la exclusiva fuerza de
El dandismo es tan difícil de des-
cribir como definir. Los espíritus,
que no ven las cosas sino por el lado
más pequeño, Be figuran qne era so-
bre todo el arte de presentarse, una
dictadura audaz y afortunada en pun-
to al vestir y á la elegancia exterior.
También seguramente es eso; pero es
; mucho más (1). El dandismo constitu-

(1) Todo el mundo se engaña so-


bre el particular, |incluso los ingleses!
¿No se ha creído obligado últimamen-
3
ye toda ana manera de ser, reflejada rial y visible. Es una manera de ser
naturalmente en la apariencia mate- compuesta en absoluto de matices,

te Tomás Carlyle, el autor del Sartor


resartus. á hablar del dandismo y de fraques antes de ponérselos, hasta re-
los dandíes en un libro que titula Fi- ducirlos á una especie de encaje—una
losofíadel traje (Philosophy of nube—/Querían ir envueltos en su
clothesf? Pero Carlyle se ha limitado nube aquellos dioses! La operación
á dibujar un grabado de modas Con era delicadísima y muy larga, y, para
el lápiz ébrio de Hogarth, y ha dicho: realizarla, se usaba un trozo de vidrio
«jHe ahí el dandismo!», cuando no es afilado. He ahí lo que se llama nn ver-
su caricatura siquiera, porque la cari- dadero hecho de dandismo. El traje
catura lo exajera todo sin suprimir no entra aquí para nada, ni apena«
nada: es la exajeración extrema de la existe ya.
realidad, y la realidad del dandismo Otro hecho: Brummell llevaba guan-
es humana, social y espiritual.. No es tes que se amoldaban á la mano como
un vestido que anda solo; al revés, lo si hubiesen sido de muselina mojada.
que cr.ea el dandismo es cierta manera Pero el dandismo no consistía en la
de llevarlo. Se puede ser dandi con un perfección de esos guantes que se-
traje de mala muerte. Lo fué, á no guían el contorno de las uñas como la
dudar, lord Spencer con un frac que carne misma, sino en que hubiesen
no tenía ya más que un faldón. Ver- sido hechos por cuatro artistas espe-
dad es que lo cortó, convirtiendo la ciales: uno paramal dedo pulgar y tres
prenda en lo que después ha llevado para el resto (*).
su nombre. Hasta ha habido un mo-
mento—¿se creerá?—en que los dan- (*) Tengo tal dereo de ser claro y
díes han tenido el capricho de las de que se me entienda que no temo
prendas rapadas. Era precisamente incurrir en una ridiculez: pondré nota
en tiempo de Brummell. Habían lle- á una nota. El príncipe de Kounitz,
gado á los límites de la impertinen- que, sin ser inglés (verdad es que era
cia, y dieron en esa singularidad, que austríaco), se acerca mucho á los dan-
era tan dandi (no encuentro otro díes por su tranquilidad, su indiferen-
término más adecuado), de raspar los cia, su frivolidad majestuosa y su
de llega á ser tan rara la comedia, y
donde las conveniencias á duras penas
como siempre ocurre en las socieda- triunfan del hastío. No hay ningún a
des muy viejas y muy civilizadas, don- parte donde el antagonismo entre las
conveniencias y el aburrimiento que
engendran fe haga sentir más violen-
Tomás Carlyle, que ha escrito otro
libro titulado Los heroes, y que no» tamente que en el fondo de las cos-
ha dado el Héroe Poeta, el Héroe tumbres de la Gran Bretaña, en la BO -
Rey, el Héroe Hombre de letras, el ciedad de la Biblia y el derecho; y
Héroe Sacerdote, el Héroe Profeta y quizás de ese combate sin cuartel,
aun el Héroe Dios, hubiera podido
dkrnos »-1 Héroe de la elegancia ocio - perdurable, como el duelo de la
sa—el Héroe Dandi;—pero lo ha olvi-
dado. Con todo, lo que dice en el Sar-
tor resartus, de los dandies en ge- franceses que han juzgado á Brum-
neral, á quienes cuelga el mote de mell, en Revistas de una ridicula gra-
Secta (Dandiacal Sect), prueba de vedad, lo mismo que hubieran podido
sobra que el Juan Pablo inglés, con hacerlo los z »pateros ó los sastres á
su mirada embrollada de alemán, no quienes él no se dignase dar trabajo.
hubiese visto nada de esos matices ¡Dantans de tres al cuarto que han
precisos y fríos que fueron Brumell. grabado su busto con el cortaplumas
Habría hablado de él tan profunda- en la pasta de un jabón de Windsor
mente como esos histcriadorzueloa que despreciaría cualquiera para el
baño.—(N. del A.)
feroz egoísmo (decía arrogantemente:
«/ Yo no tengo un amigol» y ni la era cuando, para dar á sus cabellos el
muerte ni la agonía de María Teresa matiz preciso, atravesaba una fi!a de
le hicieron adelantar la hora de le- salones, cuyo tamaño y número habí»
vantarse, ni abreviar un minuto el calculado, á ñu de que los ayudas de
tiempo que dedicaba á su indescripti- cámara, provistos de sus correspon-
ble arreglo personal); el príncipe de dientes borlas, le fuesen echando pol -
Kaunitz no era un dandi cuando se vos, no mas que mientras pasaba.
ponía un corsé de raso como la anda-
luza de Alfredo de Mnsset, pero lo
Muerte y del Pecado en Milton, di- Asi. una de las consecuencias del
mana la originalidad profunda de esa dandismo, uno de sus principales ca-
sociedad puritana, que produce en el racteres—ó, por mejor decir, BU ca-
domjnio de la ficción á Clarisa Harlo- rácte>- más general—es producir lo
we, J en el de la realidad á lord By- impievisto, lo que no puede esperar
ron (1). El día en que se decida la en liuena lógica el espíritu acostum-
victoria, probablemente la manera de brado al yugo de las reglas. También
ser llamada dandismo se modificará lo produce la excentricidad—otro fru-
mucho, si aun existe, toda vez que to del suelo inglés—pero de distinto
procede de ese estado de lucha sin modo, de un modo desenfrenado, sal-
fin entre las conveniencias y el fasti- vaje, ciego, como revolución indivi-
dio (2). dual contra el orden establecido, y á
veces contra la Nituraleza—revolu-
ción rayana en la locura.—El dandis-
(1) En punto á escritores produce mo, al contrario, se burla de la regla,
también mujeres como mise Edge- y, sin embargo, la sigue respetando.
worth, miss Aikiu, etc.
(Véanse las Memorias de esta últi- Padece bajo su imperio, y se venga de
ma sobre I'abel: estilo y opiniones de ella en medio de su sumisión; reivin-
una pedante y una gazmoña sobre dica sus propios fueros, cuando se sus-
una gazmoña y una pedante.—(Nota trae á su influencia; alternativamente
del A.) -
(2) Ocioso es insistir sobre el has-
tío que corroe el corazón de la socie-
dad inglesa, y que le da una triste su- jÚnUse en la sociedad inglesa, la mas
perioridad, en lo que toca á corrup- rica del mundo, el tedio romano, hijo
ciones y suicidios, sobre las sociedades de la saciedad, y que multiplicaría el
á quienes ese mal devora. El tedio número de loe Tiberios en Caprea, si
moderno es hijo del análisis; pero á el promedio de las sociedades se com-
este tedio, que á todos nos domina, pusiese de almas más viriles —(Nota
4*1 A.)
la domina y se ve dominado: ¡doble y dora familiaridad que todo lo toca y
mudable carácterl Para tal juego, la no profana nada. Vivió de igual á igual
persona necesita tener á su servicio con todas las potencias, con todas las
eminencias de su época, elevándose á
todas las flexibilidades que constitu- BU nivel gracias á su desenvoltura.
yen la gracia, al modo que los mati- Donde habrían naufragado los más
ces del prisma reunidos forman el hábiles, él se salvaba. Su audacia era
ópalo. acierto. Podía tosar el hacha impune-
mente. Se ha dicho, no obstante, que
He ahí lo que Brummell tenía. Po- ese hacha, cuyo filo desafió tantaB ve-
seía la gracia como el cielo la da y ces, acabó por cortarlo; que interesó
como á menudo la falsean las presio- en su pérdida la vanidad de en dan-
di, como él, de un dandi real, de Su
nes sociales; pero, en fin, la poseía, Majestad Jorge IV, pero tan grande
viniendo á responder de esa suerte á había sido su imperio, que lo habría
la sed dé capricho de las sociedades recuperado á quererlo.
hastiadas y plegadas demasiado dura-
mente bajo los estrechos rigores de
las conveniencias. Era una prueba vi-
viente de esta verdad que hay que
repetir de continuo á los hombres for-
malistas: que si se cortan las alas á la
fantasía, vuelven á crecer dobles de
largas (1). Poseía esa rara y encanta-

(1) Véase en los periódicos ame


ricanos el entusiasmo inspirado por
miss Essler á los descendientes de los
Puritaaos de la vieja Inglaterra: ¡las
piernas de una bailarina trastornando
Cabezas Redondas/—(N. del A.)
1 te

iS vi
II!

Toda su vida fué una influencia, es


decir, una cosa que difíci mente pue-
de contarse. Se siente mientras dura
y, cuando ya no existe, se pueden se-
ñalar sus resultados; pero, si esos re-
ijilí] sultados son de la misma naturaleza
que la influencia que los creó y dejan
de subsistir, se haoe imposible la his -
toria. Cabe encontrar á Herculaao de •
ií ' L í bajo da las cenizas; pero bastan algu -
| | nos años para sepultar las costumbres
-»'fi i de una sociedad, mejor que todo el
polvo de los volcanes. Las Memorias,
Ü; historia de esas costumbres, no son
por su parte más que aproximaciones
(1). No reaparecerá, pues, á nuestros
ojo», clara y circunstanciada, como cansada de su hipocresía. Era un caeo
sería preciso, ya que no viva, la socie- de omnipotencia individual, que debía
dad inglesa del tiempo de Brummell, seducir á su genio Caprichoso más que
ni se podrá seguir, por consiguiente, cualquiera otra manifestación de om-
en su accidentado curso y en toda su nipotencia.
extensión, la acción del dandi sobre
flus contemporáneo». El dicho de By-
ron de que deseaba ser Brummell me-
jor que Napoleón, parecerá siempre
una afectación ridicula ó una ironía.
El sentido verdadero de semejante
frase se ha perdido.
Pero, an vez de insultar al autor de
Childe-Harold, procuremos compren-
derlo, cuando expresaba su audaz
preferencia. Como poeta, como hom-
bre de fantasía, podía apreciar y ad-
miraba el imperio de Brummell «obre
la fantasía de una sociedad hipócrita y

(1) Y aun no siempre ¿Qué son,


por ejemplo, las Memorias de W r a -
xah? Y, sin embargo, ¿qué hombre
hubo nunca en mejor situación para
•observar que ése?—(N. del A )
VII

A pesar de todo, con expresiones


til semejantes á las de Byron, se escribi-
rá la historia de Brummell, y, como
por una burla singular del destino, ta-

1
les expresiones se encargaran de hacer
la indescifrable. No pudiendo justifi-
carse la admiración con hechos que
se han desvanecido totalmente, por ser
efímeros de suyo, la autoridad del
nombre más grande, el homenaje del
genio más fascinador, no servirán si-
É no para aumentar la obscuridad del
enigma. En efecto, lo que menos sub-
siste de toda sociedad, la parte de las
costumbres que no deja restos, el aro- otra ley todavía.—Para ese empeño,
ma demasiado sútil para que se con- los espíritus profundos no tenían b a s -
serve, son las maneras, las intrasmisi- tante delicadeza, y los espíritus de-
bles manaras (1) por 1 as cuales fué licados no tenían bastante profundi-
Brummeil un príncipe de su tiempo. dad.
Semejante al orador, á los grandes Con todo, varios han hecho el ensa-
actores, á todos esos espíritus que h a - yo. En vida misma de Brummeil, dos
blan al cuerpo mediante el cuerpo, plumas célebres, pero cortadas con
como Buffon decía, Brummeil no tie- demasiada finura y mojadas en tinta
ne más que an nombre que brilla con de China demasiado perfumada, tra-
misterioso reflejo en todas las Memo- zaron en un papel azulado, con. can-
rias de su época. Esas Memorias ex« tos de plata, algunos rasgos, fáciles al_
plican mal el puesto que allí ocupa, través de los cuales, se ve á Brummeil.
pero aunque no lo explican, se re, y Como vaporosidad espiritual y como
es cosa que vale la pena de meditarseg perspicacia, las pinturas eran delicio-
En cuanto al estudio detenido del re- sas. Es una la de PélhciM; es otra la
trato que falta por hacer, ningún hom- de Granby. Ambas son también, has-
bre ha afrontado hasta aquí esa peno- ta cierto punto, la de Brummeil, pues- ,
sa lucha, ningún pensador ha procu- to que dogmatizan sobre el dandismo..
rado darse cuenta seria y severamente Pero, ¿tuvieron los autores la inten-
de ese influjo que responde á una ley ción de retratar al dandi, sino en los
6 á la desviación de una ley—que e» hechos de su vida, por lo menos en la
realidad de su sér y con la verosimili-
tud de la novela? El de Pelham, se-
guramente no. El da Gfánby, es más
(1) Las maneras son la fusión d®
los movimientos del espíritu y del fácil creerlo: el retrato de Trebeclc
cuerpo, y los movimientos no se pin- parece hecho en vista del original vi-
tan.—(N. del A) vo: porque no Be inventan aquellos
4
matices extraños, reflejos en parte de de Brummell. Cuenta aún admirado-
lá naturaleza, en parte de la sociedad, res como el epigramático Cecil, cu-
y se adivina que la presencia del mo- riosos como Mr. JesSe; enemigos... no
delo ha debido vivificar las pinceladas sn cita ninguno. Pero entre los con-
que los trazan.
temporáneos supervivientes, entre los
Pero, aparte de la novela de Lister pedantes de todas las edades—genteB
(donde sería más fácil encontrar á honradas que tienen en el espiritn IOB
Brummell, que en el Pelham de Bul- dos brazos izquierdos que atribuía Ri~
wer), no hay en Inglaterra ningún l i - varol á todas las inglesas—los hay
bro que presente al dandi tal como que se indignan de buena fe contra el
fué, y que explique con alguna clari- brillo asociado al nombre de Brum-
dad él poder del personaje. Reciente- mell: po ores mentecatos de una mo-
mente, es cierto, un hombre distin- ralidad grave, reoiben como un insulto
guido (1) ha publicado dos volúmenes esa gloria de la frivolidad. Lo único
en que ha reunido, con una paciencia que aún no cuenta el gran dandi, es
dé ángel curioso* todos los hechos co- su historiador, es decir, su juez—juez
nocidos de la vida de Brummel. ¿Por sin entusiasmo y sin odio—y cada dia
qué tantos esfuerzos y tanta solicitud que transcurre es un óbice para que
no han de haber conducido más que nazca. Ya hemos dicho por qué. Si no
á una crónica timorata, sin las revela- aparece, la gloria habrá sidj para
ciones de la historia? La que falta pre- Brummell un espejo más. Vivo, lo re-
cisamente es la explicación histórica flejó en la brillanie limpidez de su
frágil superficie; muerto—al modo de
IOB espejos, cuando ya no está delante
(1) El capitán Jesse. Ha publicado la persona—nada conservará de su
dos abultado? volómenes en 8." sobre
Brummell; y, antes de publicarlos, imagen.
puso á nuestra disposición, con la ma-
yor galantería, los datos que poseía
sobre el famoso dandi —(N. del A.)
»
VIII

Como el dandismo no es invención


de un hombre, sino consecuencia de
cierto eBtado social que existía antes
de Brummell, quizá convendría levan-
tar acta de su aparición en la historia
de las costumbres inglesas y precisar
su origen. Todo induce á pensar que
ese origen es francés. La gracia entró
en Inglaterra, al tiempo de la restau-
ración de Carlos II, del brazo con la
corrupción, que se decía entonces su
hermana. Y lo ha hecho creer á ve-
ces. Presentóse atacando con las a r -
mas del ridículo la gravedad terrible é
imperturbable de los puritanos da
Cromwell. Las costumbres, siempre
hondas en Inglaterra—cualquiera que
sea su tendencia, buena ó mala—exa-
geraban la severidad. Para respirar, bien á los que, sin dejar de ser ingle-
fuerza era sustraerse á su imperio, ses, se sintieron invadidos por la co-
desabrochándose aquel apretado cin- rriente extranjera, y abrieron el rei-
turón; y lo s cortesanos de Carlos II, nado de los bellos, como sir Jorge
que habían bebido en las copas de Hevett; como Wilson, muerto en due-
Champaña de Francia un loto que lo por Law, según se dice; como.Fiel-
hacía olvidar los sombríos y religiosos ding, cuya belleza atrajo las escépti-
hábitos de la patria, trazaron la tan- cas miradas del indiferente Carlos
gente por donde cabía escaparse. Mu- II, y que después de casarse con la
chos se precipitaron por ella. «Los famosa duquesa de Cleveland, renovó
mismos discípulos aventajaron bien las escenas de Lauzun con la gran
pronto á sus antiguos maestros, y, Mademoiselle. Como se ve, el nom-
como ha dicho un escritor con gra- bre mismo que llevaron acusa la in-
ciosa exactitud (1), tenían tan buenos fluencia fraucesa. Otro tanto pasa-
deseos de ser corrompidos, que los ba con su gracia", no era bastante
Rochester y los Shaflesbury saltaron indígena, no ¿e hallaba bastante fun-
un siglo por encima de las costum- dida con esa originalidad del pueblo
bres francesas del tiempo, y llagaron en cuyo seno nació Shakespeare, con
hasta la Regencia.» No hablamos de esa fuerza íntima que más tarde debía
Buckigham, ni de Hamilton, ni del penetrarla. No hay que fiarse en apa-
mismo Carlos II, ni de todos aquellos riencias; los bellos no son los dan-
en quien los recuerdos del destierro di es; los preceden. Verdad es que ya
fueron más poderosos que las impre- se agita el dandismo bajo esa superfi-
siones de la vuelta. Nos referimos más cie, pero no aparece aún; ha de sur-
gir del fondo de la sociedad inglesa.
Fielding muere en 1712. Tras él, el
(1) M. Amadeo Renée, en sú intro- coronel Edgeworth, alabado por Steel
ducción á las Cartas de lord Chester- (otro bello en su juventud), continúa
fielld, París, 1842.
la cadena de oro de los bellos, que se rough, con su belleza de mujer or-
cierra en Nash, para volver á abrirse gullosa, es. más concupiscente que
en Brummell, pero entonces con la vanidoso. Sólo Bolinbroke es un com-
adición del dandismo. pleto y verdadero dandi de los últimos
Porque, si el dandismo nació antes, tiempos. Campea en su conducta el
la época en que adquirió su desarrollo atrevimiento de los dandíes, su ma-
y su forma es el intérvalo que media gestuosa impertinencia, su preocupa-
entre Fielding y Nash En cuanto á su ción del efecto exterior y su vanidad
nombre (cuya raiz es quizá también siempre prevenida. Recuérdese que
francesa), no lo alcanzó hasta tarde. tuvo envidia de Harley, asesinado por
EQ Johnston no figura. Pero lo qué Cuiscard, y que, para consolarse, de-
significa existía, y existía, como es cía que el asesino tomó sin duda á un
natural, en las personalidades más ministro por otro. Pero ¿qué más? —
altas. En éfecto: como el valor de jcosa estupenda! - ¿no se le vió romper
los hombres dependen siempre de fa- con la hipocresía de los salones dé
cultades que poseen, y el dandismo Londres, pregonando su amor por nna
representa las que no tenian cabida naranjera, que solía colocarse bajo las
en las costumbres, todo hombre su- galerías del Parlamento, y que proba-
perior debió teñirse, y se tiñómás ó blemente no era guapa? (1) En fin, él
menos, de dandismo. Sirvan de ejem- fué el que inventó la divisa misma del
plo Malborough, Chesterfield. Boling- dandismo, el Nil mirari de esos
b r o k e — Bolingbroke sobre todo, hombres--dioses de tejas abajo—que
porque Chesterfield que nos ofrece en quieren provocar siempre la sorpresa
sus cartas el tratado del Gentleman, conservando su impasibilidad (2). A
como Maquiavelo el del Príncipe,
mas que inventando la regla, descrié
hiendo la "costumbre se apega mucho' (1) London and Westminster
aún ? la opinión reinante — y Malbo- Heoiew.
(2) El dandismo introduce la cal-
nadie cuadraba, por supuesto, el dan- (4); y, merceda la burla, que es un
dismo como á Bolingbroke. ¿No venía ácido, y a la gracia, que es un funden-
á ser el libre pensamiento en achaque te, consiguen hacer pasar esa regla
de maneras y conveniencias sociales, mudable, que no es, en fin de cuentas
como lo es la filosofía en materia de más que la audacia de su propia per-
moral y de religión? A ejemplo de los sonalidad. Es un resultado curioso y
filósofos que ponian sobre la ley un que está en la naturaleza de las cosas.
deber supremo, los dandíes, por BU Por más firmes qne se mantengan las
propia autoridad, anteponen una regla sociedades, y por mucho que se cie-
á la que rige los círculos más aristo- rren las aristocracias á todo lo que no
cráticos, más aferrados a la tradición es la opinión corriente, un día se le-
vanta el capricho y da al traste con
esos artificios que parecían inaltera-
bles, pero¡que estaban minados por el
ma antigua en el seno de las agita- hastio. De esa suerte, en un pueblo de
ciones modernas; pero la calma de los
antiguos procedía de la harmonía de
Sus facultades y de la plenitud de una (11 Y no hay para eso como los
vida libremente desenvuelta, en tanto de Inglaterra. En Rusia, cuando la
que la calma del dandismo es la acti- princesa de Asehekoff no llevaba rojo,
tud de un espirita, harto de revolver daba una prueba de dandismo, y qui-
ideas, y demasiado displicente para zá excesiva, porque era un acto de la
animarse, para entrar en calor. Si un más escandalosa independencia. En
dandi fuese elocuente lo sería á séme- Rusia, rojo quiere decir bello, y en el
janza de Perícles, con los brazos cru- siglo XVIII los mendigos callejeros
zados debajo del manto. Véase la ac, que no lo usasen no se hubieran atre-
titud arrebatadora, impertinente y vido á pedir.
modernísima, del Pirro de Girodet Acerca de esa mujer véaseRulhiére,
escuchando las impresiones de Her- escritor que posee dandismo en la
mión. Eso haría comprender lo que pluma, y pone el dedo en la llaga. Si
quiero decir mejor que cuanto estoy la historia no fuese más que una anéc-
escribiendo. —(N. del A.) dota, ¡como la escribiría/—(N. del A.)
un rígido porta y de un acentuado uti-
litarismo, la frivolidad, por una
parte, y por otra, la imaginación recla-
mando sus fueros frente á una ley mo-
ral demasiada estrecha para ser verda-
dera, produjeron un arte de las ma-
ñeras y de las actitudes, cuya acabada
expresión fué Brummell, y expresión
que no volverá á igualarse nunca. Se
verá porqué. IX

Jorge Bryan Brummell, nacido en


Westminster, era hijo de \V. Brum-
mell, esquire, secretario particular de
aquel lord North, dandi también á
ciertas horas que se dormía en el ban-
co ministerial, de puro desdén,
ante los más virulentos ataques de los
oradores de la oposición. North hizo
la fortuna de W . Brutomell. hombre
de orden, capaz y activo. Los libelis-
tas, que claman contra la corrupción
esperando que los corrompan, llamad
ron á lord North el dios de los gajes
(the god óf emoluments). Pero la
verdad es que, al pagar á Brammelf,
un rígido porta y de un acentuado uti-
litarismo, la frivolidad, por una
parte, y por otra, la imaginación recla-
mando sus fueros frente á una ley mo-
ral demasiada estrecha para ser verda-
dera, produjeron un arte de las ma-
ñeras y de las actitudes, cuya acabada
expresión fué Brummell, y expresión
que no volverá á igualarse nunca. Se
verá porqué. IX

Jorge Bryan Brummell, nacido en


Westminster, era hijo de \V. Brum-
mell, esquire, secretario particular de
aquel lord North, dandi también á
ciertas horas que se dormía en el ban-
co ministerial, de puro desdén,
ante los más virulentos ataques de los
oradores de la oposición. North hizo
la fortuna de W . Brummell. hombre
de orden, capaz y activo. Los libelis-
tas, que claman contra la corrupción
esperando que los corrompan, llamad
ron á lord North el dios de los gajes
(the god óf emoluments). Pero la
verdad es que, al pagar á Brummell,
ne hacía m ; s que recompensar ser- tades que más tarde hioieron de él,
vicios. Después de la caída del minis- para usar la palabra empleada por los
terio de su bienhechor, M- Brummel ingleses, uno de los primeros conver-
pasó á ser skeriff superior del sacionistas de Inglaterra. Cuando
Berkshire. Habitó cerca de Doming- murió su padre, tenia diez y seis años
tón-Ca8tle, lugar célebre por haber (1794). En 1790 lo habian enviado á
sido residencia de Chaucer, y allí vi- EtÓD, donde ya se distinguió, fuera
v¡9 desplegando esa hospitalidad opu- del círculo de los estudios, por las
lenta que sólo los ingleses en el mun- cualidades que más adelante llegaron
do saben sent.r y p.eden practicar. ¿ caracterizarle tan eminentemente.
Había conservado grandes relaciones! El cuidado de su persona y la fría lan-
y entre otras celebridades contempo- guidez de sus maneras le valieron, por
ráneas, recibía mucho á Fox y á She- parte de los condiscípulos, un nombre
ridan. Una de las primeras impresio- muy en boga á la sazón, á falta del de
nes del futuro dandi fué, pues, sentir dandi, que aun no estaba de moda:
en su alma el soplo de esos grandes entonces los déspotas de la elegancia
espíritus llenos de encantos. Fueron se llamaban Buck$,6 Macariones, y
como las hadas encargadas de trans- á él le llamaron Buck Brummell.
mitirle sus dones; pero no le transmi- Según el testimonio de sus contem-
tieron sino la mitad de los que poseían poráneos, nadie ejerció mayor influjo
las más efímeras de sus facultades. In- que él sobre sus compañeros de Eton,
dudablemente, viendo y oyendo á esos excepto acaso Jorge Canning; pero el
espíritus, gloria del pensamiento hu- influjo de Canning era consecuencia
mano que eran artistas en la conversa- del fuego de su cabeza y de su cora-
ción como en el discurso político, y zón, mientras que el de Brummell
cuyas bromas y amenidades valían emanaba de facultades menos hirvien-
tanto como su e'ocuencia, el joven tes y embriagadoras. Así justificaba
Brummell debió desenvolver las facul- la frase de Maquiavelo: « El mundo
5
64 EL DANDISMO D' AL'BEVILLY 65
pertenece á los espíritus frios.» De aquella juventud que trató de eterni-
Etbn fué á Oxford, donde alcanzó lá zar. El príncipe de Gales tenía por
clase de éxitos á que estaba destinado. entonces treinta y dos años. Dotado
Agradó por las prendas más exteriores de la belleza linfática y fría de la casa
del espíritu, toda vez que su superio- de Hannover, pero procurando ani-
ridad no resaltaba en las investigacio- marla con el adorno, procurando vivi-
nes laboriosas del pensamientosino ficarla con el rayo de fuego del dia-
én las investigaciones de la vida. Al; mante; escrofuloso de alma como de
salir de Oxford, tres meses después' cuerpo, pero no habiendo perdido la
de la muerte de su padre, entró Como gracia, esa última virtud de los corte-
alférez en el 10.° de húsares mandado sanos, el que fué Jorge IV reconoció
por el príncipe de Gales. 3 en Brummell una porción de sí mis-
Se ha procurado explicar con em- mo, la parte que había conservado sa-
peño el afecto vivísimo que inspiró na y luminosa: he ahí el secreto del
Brummell repentinamente á eBe prín- favor que le mostró. Fué en sustancia
cipe, y se han contado á éste propósi- como una conquista de mujer. ¿No
to anécdotas que no merecen los h o - hay amistades originadas por atracti-
nores de la mención. ¿Qué necesidad vos físicos, por la gracia exterior, co-
tenemos de esas comidillás de coma- mo hay amores que nacen del alma,
dres,- habiendo una explicación per-! del encanto inmaterial y secreto?...
fectámeñte plausible? Porque, en efec- Tal fué la amistad del príncipe de
to, siendo quien era, Brummell no p o - Gales por el joven alférez de húsares:
día menos de atraer la atención y las un sentimiento que era todavía sensa-
simpatías del hombre que, según es ción, el único acaso que podía germi-
fama, estaba más orgulloso y satisfe- nar en el fondo de aquel alma obesa
cho de la distinoión de sus maneraa agobiada por el cuerpo.
que de la eíeVación de su gerarquia
Así el inconstante favor que fueron.
Sabido es,' por otra parte, el brillo de
deshojando sucesivamente lord Barry-
more, G. Hanger y tantos otros, reca-
yó de lleno en Brummell con toda la un simple esquire (1), del secretario
impremeditación del capricho y con particular cuyo abuelo había sido co-
merciante, desempeñar las funciones
todo el furor de la manía. Verificóse
de Caballero de honor del heredero
su presentación en la famosa terraza
presunto, al verificarse su matrimonio
de Windsor en presencia de la aristo-
con Carolina Brunswick. Tanta dis-
cracia más exigente. Allí desplegó to-
tinción fué parte para que inmediata-
do lo que más debia estimar el prín- mente se agrupara en torno suyo, en
cipe de Gales entre las cosas de este términos de la familiaridad más lison-
mundo: una gran juventud, realzada jera, la aristocracia de lo salones:
por el aplomo que sólo podía ¿aperar- rd R . E. Somerset, lord Petersham.
se en un hombre conocedor de la vida (2), Carlos Ker, Carlos y Roberto
y capaz de dominarla; una mezcla de Manners. Hasta aquí no hay nada de
impertinencia y de respeto de lo más asombroso: no era más que un hom-
fino y atrevido; el arte de presentarse v
bre afortunado, ijue, como dicen los
y la oportunidad de la réplica inge - ingleses, había nacido con una cucha-
niosa. Claro es que en la conquista ra de plata en la boca. Tenía en su
repentina de tal éxito había 'algo roso abono ese algo incomprensible que
que extravagancia por ambas par- llamamos nuestra estrella, y que d e -
tea.
La palabra extravagancia la e m -
plean loa moralistas desorientados (1) Esquire ó escudero es un tra-
como los médicos la palabra ner- tamiento inglés que equivale al Señor
Don castellano.
vios. (2) Para miopes era un modelo de
A partir de ese instante, Brummell dandismo, pero, para los que no se
subió á gran altura en la opinión. Con pagan de apariencias, distaba tanto
de ser un dandi como uua mujer bien
preferencia á los nombres más ilustres puesta de una mnjer elegante. —
de Inglaterra se le vio á él, al hijo de (N. del A.)
ron con sus coralinos labios los him-
nos de sus admirad oness. Fueron las
cide de la vida sin justicia ni razón;
trompetas de su fama; pero se queda-
pero lo que más sorprende, es que cla-
ron reducidas á trompetas, porque
vara la rueda de la fortuna. Niño mi-
aquí entra la originalidad de Brum-
mado de la suerte, llegó á serlo tam-
mell, aquí es donde difiere esencial-
bién de la sociedad. Byron habla en
mente de Richelieu (1) y de casi todos
cierto sitio de un retrato de Napoleón
loshombres organizados para seducir.
con el manto imperial y añade: « P a -
No era lo que se llama un libertino.
recía haber nacido allí.» Otro tanto
Richelieu imitó demasiado á esos con-
puede decirse de Brummell y del c é -
quistadores tártaros que'se prepara-
lebre frac que inventó. Empezó su
ban un lecho con mujeres intercala-
reinado sin encogimiento, sin vacila-
das. Brummell no tuvo semejantes
ción, con una confianza que revela una
trofeoo de victoria. No se mezclaba á
conciencia. Todo concurrió á su ex-
su vanidad una sangre hirviente. Las
traño poder, y nadie se le opuso. Allí
sirenas, hijas del mar, de voz irresis-
donde las relaciones Valen más que ti
tible, estaban cubiertas de escamas
mérito, y donde los hombres, para po-
impenetrables, tanto más encantado-
der siquiera existir deben agarrarse
ras ¡ayl cuando más peligrosas eran.
los unos á los otros como crustáceos,
Brummell contaba como admirado- Y no salió perdiendo su vanidad; al
res, más aún que como rivales, á los contrario: así no se hallaba nunca en
duques de York y de Cambridge, á colisión con pasiones opuestas que la
los condes de Westmoreland y de neutralizasen; reinaba sola, era más
Chatham (el hermano de William fuerte (2). Amar, aun en el sentido
Pitt), al duque Rutland, á lord Dela-
mere, es decir, á todo lo más elevado (1) Véase el amor en el siglo XVIII.
en el orden político y social. Las mu- (2) L a afectación produce la se-
jeres, que, como los sacerdotes, eBtán quedad. Ahora bien: un dandi, aunque
siempre de parte de la fuerza, entona- tenga demasiado buen tono para no
menos elevado de desear, es siempre sin buena fe, y no traspasando el lí-
•depender, es ser esclavo del propio m i t e de la galantería, que á la verdad
deseo. Los brazos que os estrechen no han puesto ellas por delante para
con más ternura no dejarán de ser •que se respete. Así era, no obstante,
una cadena, y cuando se es Richelieu cómo obraba Brummell, sin ningún
—ó aun Don Juan mismo—al separar cálculo y sin el menor esfuerzo. Para
esos brazos tan tiernos, nunca s e r o m - quien conozca á las mujeres, eso r e -
p j más que un anillo de la cadena que doblaba BU poder; hería el orgullo
os sujetaba. He a h i l a esclavitud de novelesco de esas altaneras ladíes, h a -
que se libró Brummell. Sus triunfos ciéndoles soñar con el orgullo corrom-
-tuvieron la insolencia del desinterés pido.
Jamás participó del vértigo de las ca-
Ese rey de la moda no tuvo, pues,
bezas que trastornaba. En un pafs
amante reconocida. Más hábil dandi
como Inglaterra, donde el orgullo y la
que el principe de Gales, no se consa -
cobardía reunidos engendran no poca
gró á ninguna Fitz-Herbert. Fué un
gazmoñería por pudor, era curioso ver
sultán sin pañuelo. Ninguna ilusión de
á un hombre, y á un hombre tan jo-
corazón, ninguna sublevación de los
vén, que resumía todas las seducciones
sentidos vino á debilitar ó suspender
convencionales y naturales, castigan-
los designios que formulaba; por lo
do á las mujeres por sus pretensiones
mismo, fueron soberanos. Elogio ó
censura, una palabra de Jorge Bryan
ser sencillo, siempre es algo afectado. Brummell lo- era todo entonces: ese
Es la afectación refinadísima del t a - dandi era el autócrata de la opinión.
lento superlativamente artificial de Suponiendo que en Italia fuese posible
mademoiselle Mara. El que es apasio-
tal hombre, tal influencia., ¿qué m u j e r ,
nado es demasiado sincero para ser
dandi. Alfieri no hubiera podido serlo verdaderamente prendada de otro,
nunca, y Byron no lo era más que pensaría en él? Pero en Inglaterra 1 a
ciertoB días.—(N. del A.) mujer más- locamente enamorada, a
ponerse una flor ó probarse un ador- Con ese brillo de su vida, con esa
no, pensaba en el juicio de Brummell soberanía sobre la opinión, con esa
mucho más que en dar gusto á su gran juventud que acrecienta la glo-
amante. Una duquesa (y ya se sabe ría, y con esa presencia encantadora
toda la altivez que un título permite y cruel que maldicen y adoran las mu-
en los salones de Londres) decía á su eres, ¿cómo dudar si inspiraría encon-
hija en pleno baile, á riesgo de ser oí- t r a d a s pasiones, amores profundos,
da, que se mirase mucho en sus acti- odios inextinguibles?, pero nada de
tudes, ademanes y respuestas, si por eso ha transpirado (1). El cant (2)
acaso se dignaba hablarla Mr. Brum- ahogó el grito de las almas, si hubo
mell—porque en esta primera fase de almas que se hubiesen atrevido á gri-
su vida el gran dandi se confundía aún tar. En Inglaterra las conveniencias,
entre la multitud de los que bailaban
en esas reuniones, donde las manos (1) Se ha hablado de lady J...y,
más bellas permanecían desocupadas suponiéndose que Bi ummell sopló esa
esperando la suya.—Más tarde, em- dama al Regente, como se dice con
una ligereza digna de la cosa. Pero
briagado con la posición excepcional lady J...y fué siempre amiga suya,
adquirida, renunció al baile, como co- y amores que acaben en amistades
sa demasiado vulgar para él. Se que- son más quiméricos que mujer her-
daba á la entrada algunos minutos tan mosa rematando monstruosamente en
cola de pez. Recordemos el soberano
sólo, lo recorría con una mirada, lo hachazo dado por mano de poeta á
juzgaba con una palabra, y desapare- las ilusiones de los corazones genero-
cía, aplicando de esa suerte el famoso sos y mortales: «Mientras un hombre
principio del dandismo: «Permaneced y una mujer son «mantés, no son
amigos; cuando dejan de ser aman-
en los salones todo el tiempo que tar- tes, no son amigos; cuando dejan de
déis en producir efecto; una vez pro- ser amantes, no se puede decir que
ducido, marchaos.» Conocía su irre- quedan muy amigos.—(N. del A.)
sistible prestigio. Para él, el efecto no
era ya una cuestión de tiempo.
(2) La gazmoñería.
•que castran los corazones, dificultan
un poco la existencia de señoritas de
Lespinase, si acertaran á nacer; y en r
cuanto á una Carolina Lamb, no la tu-
vo Brummell porque las mujeres son
más sensibles á la traición que á la
indiferencia. Sólo una, que nosotros
sepamos, se arriesgó á pronunciar fra-
ses de esas que ocultan la pasión y la x
descubren, y es la cortesana Enrique-
ta WiLon. Cosa natural: ambicionaba,
no el corazón de Brummell, sino su
gloria. Las cualidades á que el dandi Aunque Alcibiades haya sido el más
debía su poder eran de laB que hubie- hermoso de los buenos Generales* Jor-
sen hecho la fortuna de la cortesana. ge Bryan Brummell no tenía espíritu
Esto aparte de que las mujeres—sin militar. No estuvo mucho tiempo en
ser Enriquetas de Wilson—¡se las en- el 10.° de húsares. Quizá ingresó en él
tienden tan á maravilla en todo lo que con un objeto más serio de lo que ha
sea hacer reservas en favor de su sexo! solido creerse—para acercarse al prín-
Tienen el genio de las matemáticas, cipe de Gales y anudar las relaciones
como los hombres, y todos los g e - que hicieron de 1 inmediatamente un
nios; y no perdonan á Sheridan, á p e - hombre de viso.—Se ha dicho con
sar del suyo, la impertinencia de ha- harta ligereza que el uniforme
ber hecho esculpir su mano como la debió ejercer una fascinación irresis-
más bella de Inglaterra. tible sobre Brummell. Era explicar el
dandi con sensaciones de subteniente.
Un dandi que todo lo marca con su
sello, que no existe sin cierta origim
•que castran los corazones, dificultan
un poco la existencia de señoritas de
Lespinase, si acertaran á nacer; y en r
cuanto á una Carolina Lamb, no la tu-
vo Brummell porque las mujeres son
más sensibles á la traición que á la
indiferencia. Sólo una, que nosotros
sepamos, se arriesgó á pronunciar fra-
ses de esas que ocultan la pasión y la x
descubren, y es la cortesana Enrique-
ta WiLon. Cosa natural: ambicionaba,
no el corazón de Brummell, sino su
gloria. Las cualidades á que el dandi Aunque Alcibiades haya sido el más
debía su poder eran de las que hubie- hermoso de los buenos Generales* Jor-
sen hecho la fortuna de la cortesana. ge Bryan Brummell no tenía espíritu
Esto aparte de que las mujeres—sin militar. No estuvo mucho tiempo en
ser Enriquetas de Wilson—¡se las en- el 10.° de húsires. Quizá ingresó en él
tienden tan á maravilla en todo lo que con un objeto más serio de lo que ha
sea hacer reservas en favor de su sexol solido creerse—para acercarse al prín-
Tienen el genio de las matemáticas, cipe de Gales y anudar las relaciones
como los hombres, y todos los g e - que hicieron de 1 inmediatamente un
nios; y no perdonan á Sheridan, á p e - hombre de viso.—Se ha dicho con
sar del suyo, la impertinencia de ha- harta ligereza que el uniforme
ber hecho esculpir su mano como la debió ejercer una fascinación irresis-
más bella de Inglaterra. tible sobre Brummell. Era explicar el
dandi con sensaciones de subteniente.
Un dandi que todo lo marca con su
sello, que no existe sin cierta órigim
nalidad exquisita (lord Byron) (1),
ha de odiar por fuerza el uniforme. Lo hemos dicho más arriba, pero
Bien es verdad que, aun tratándose no nos cansaremos de repetirlo: lo que
de cosas más serias que esta cuestión crea al dandi es la independencia. De
del traje, la índole de las facultades de otro modo, habría una legislación del
Brummell lo condena á ser mal juz- dandismo, y no la hay (1). Todo dan-
gado, una vez muerta su influencia. di es osado, pero un osado con tacto,
Mientras vivió, la sufrían los más re- que se detiene á tiempo, y que entre
oalcitrantes; pero ahora, y con los pre- la originalidad y la excentricidad en-
juicios corrientes, es una psicología cuentra siempre el famoso punto de
dificilísima el análisis de tal personali- intersección de Pascal. He abi por qué
dad. Las mujeres no le perdonarán no pudo doblegarse Brummell á las
nunca haber tenido gracia, como exigencias del Código de la milicia,
ellas, ni los hombree el no tenerla, co- que es un uniforme también. Bajo es-
mo él. te punto de vista, fué un oficial detes-
table. Mr. Jesse, ese admirable cronis-
ta que no quiere hacer gracia de n a -
(1) Sólo un inglés puede emplear
esa expresión. En Francia no tiene da, refiere varias anécdotas sobre la
altares la originalidad; se le niega el indisciplina de su héroe. Rompe las
agua y el fuego; se la odia corno una
distinción nobiliaria. Subleva á las
gentes mediocres, que siempre tienen (i) Si la hubiese, se podría ser
preparada, como los que son de otro, dandi ajustándose á la ley. Seria dan-
manera que ellas, una de esas mor- di el que quisiera; todo se reduciifa a
deduras d s encías que no desgarran, Beguir una prescripción. Por desgra-
pero ensucian. Ser como todo el cia, para los pollastros, no es así. Hay,
mundo es para los hombres.el princi- Bin duda, en materia de dandismo, al-
pio equivalente á ese otro de las Bo- gunos principios y algunas tradicio-
d a s de Fígaro que se inculca en las nes; pero sobre todo eso se levanta el
cabezas de los jóvenes: es menester capricho, y el capricho no es licito
que te hagas considerar.—(Nota sino á aquellos á quienes cuadra y que
del A.) Baben consagrarlo prácticamente.—
(N. del A.)
filas en las maniobras y falta á lar ó r - hecho palidecer.—Su fortuna material
denes de BU coronel; pero el coronel aunque bastante considerable, no es-
está subyugado por su hechizo, y no taba al nivel de su posición. Muchos
hay miedo de que se encolerice. B r u - hijos de lores y de nababs ostentaban
mell asciende á capitán en tres años. un lujo que hubiese eclipsado al suyo,
De repente recibe su regimiento la si lo que no piensa pudiese eclipsar á
orden de ir de guarnición á Manches- lo que piensa. El hijo de Brummell
ter, y eso basta para que el capitán era más inteligente que brillante, era
más joven del m i s magnífico regi- una nueva prueba de la superioridad
miento del' ejército abandone el ser- de ese espíritu que dejaba el escarlata
vicio. Dijo al príncipe de Gales que no para los salvajes, y que más tarde in-
quería alejarse de él—explicación más ventó este gran axioma: «Para ir bien
lisonjera que hablar de Londres, que puesto no hay que llamar la atención.»
era lo que ¡realmente le atraía.—Allí Bryan Brummell tuvo caballos de ma-
había nacido su gloria; era autóctono no, un excelente cocinero y un home
de los salones donde la riqueza, el como el de una mujer poética. Daba
ocio y el último grado Je civilización comidas deliciosas en que los convi-
producen esas afectaciones encanta- dados eran tan selectos como los vi-
doras que han reemplazado á la natu- nos. Le gustaba beber hasta. embria-
ralidad. |Caer en Manchester, ciudad garse, como á los hombres de su país,
manufacturera, la perla del dandismo, y, Bobre todo, de su época (1). Linfá-
era cosa tan monstruosa como ver á
un Rivarol en Hamburgo!
Salvó el porvenir de su renombre: (1) Todos bebían, desde los más
se quedó en Londres. Tomó habita- ocupados basta los más ociosos, desde
ción en Chesterfield-Street, número 4, loe lazzaroni de salón, los dandies,
hasta los ministros de Estado. Beber
frente á Jorge Selwyn~uno de esos como Pitt y Dunncis ha pasado á ser
astros de la moda á los cuales había un proverbio. Cuando bebía Pitt,,
rebajar aún más al hombre, han re-
bajado la época en que vivió, tildán-
tico y nervioso, devorado por el tedio
dola de loca. |Empeño y trabajo in-
de esa existencia ocios a é inglesa, de
útill. Ya pueden asestar tajos y man-
que no se libra más que á medias el
dobles sobre ese tiempo glorioso para
dandismo, buscaba las emociones de
la Gran Bretaña, como se golpeaba
la nueva vida que se encuentra en el
é'n Florencia la bola da oro donde
fondo de los brebajes, vida que palpi-
estaba contenida el agua que sé que-
ta más enérgicamente, que vibra y
ría comprimir; como aquí el elemento
deslumhra. Pero aun entonces, con
rebelde atravesó las paredes anteB que
un pie en el vertiginoso abismo de la
ceder, allí no se conseguirá que la
embriaguez, permanecía dueño de sus
sociedad inglesa de 1794 á 1816 des-
bromas y de su elegancia, como She—
cienda hasta quedar reducida á una
ridan, de quien se habla siempre, por-
mera sociedad decadente. Hay siglos
que sin cesar se le ve en la sumidad de
que resisten á cuanto se diga de ellos
todas las superioridades.
para denigrarlos. La gran época de
Por eso subyugaba. Los predicado- los Pitt, de los Fox, de los Windham,
res metodistas íé Inglaterra es el pala dé los Byron, de los Walter Scott
de ellos), todos IOB miopes que se han ¿habría de empequeñecerse de repen-
atrevido á lanzar apreciaciones sobre te, sólo porque estuvo llena dsl nom-
Brummell, lo han pintado con false- bre de Brummell? Pues, si tal preten-
dad notoria como una especie de figu- sión es absurda, eso significa que
rín sin cabeza y sin entrañas, y para Brummell poseía algo digno de atraer
y de cautivar las miradas de una gran
época, miradas que no Be cautivan,
aquella gran alma, llena de amor de como los pajarillos con el espejuelo,
Inglaterra, pero no saciada por él, por el simple señuelo de graciosos ó
bebía sedienta de variedad. LOB hom- espléndidos trajes. Brumell, aunque
fuertes tratan á menudo de aturdirse;
pero ¡ay! la Naturaleza no siempre se
presta á ue deseos.—(N. del A..) 6
apasionado de ellos, concedía, sin em-
bargo, mucha menoB importancia de los hombres que más lo detdeñan des-
la que se ha creído á ese arte del ade- de las majestuosas alturas de sus es-
rezo personal practicado por el gran píritus inmortales. Pero poco á poeo
Chatham (1). Sus sastres Davidson y se desprendió, según dice Lister, de
Meyer, á quienes se ha querido con- esa preocupación de joven, hasta
vertir, con toda la sandez de la inso- allí donde era conforme con la obser-
lencia, en padres de su fama, no ocu- vación y la experiencia. Siguió vis-
paron en su vida el puesto que se les tiendo de una manera intachable, pero
atribuye. No hay sino escuchar á Lis- gastó prendas de colores apagador,
ter, que pinta con fidelidad: «Repug- simplificó su corte y las llevó sin pen-
nábale pensar que sus sastres entrasen sar en ellas (I). Por tal camino llegó
por nada en su renombre, y no con- á esa perfección en que el arte se da
fiaba más que en el atractivo exquisito la mano con la naturaleza. Eso sí, sus
de la fina y noble desenvoltura que medio? de producir efecto eran del
poseía en grado superlativo.» Claro más noble linaje, y es lo que ha solido
es que al principio, con sus tendencias olvidarse demasiado, al considerarlo
a la exterioridad, y en el momento en como un ser puramente físico, cuando
que el .democrático Carlos Fox intro- antes bien era intelectual hasta en su
ducía el tacón rojo en los salones de género de belleza, porque . brillaba
Inglaterra, Brummell debió preocu- mucho más por la fisonomía que por
parse de la forma bajo todos sns as- la corrección de las facciones. Tenía
pectos. No ignoraba que eltraje tiene
un influjo latente, pero positivo, sobre

(1) .¡Cómo si fuesen imponderables/


Un dandi putde gastar, si quiere, diez
(1) El único hombie histórico que horas en su arreglo, pero, una v c z ter-
ha si'.i o grande sin ser sencillo.—(N. minado, 10 olvida. Los que han de
del A.) advertir que va bien puesto son los
demás.—(N. del A.).
el pelo casi rojo como Alfieri, y una
era el bello J o r g e Bryan Brummell.
caída del caballo en una carga había
Nosotros, que escribimos estas pági-
alterado el corte griego de su perfil.
nas, le vimos en s= vejez, y descubri-
El carácter de la cabeza poseía mas
mos lo que había sido en sus años mé
belleza que la cara, y su continente—
brillantes; porque la expresión no está
la fisonomía del cuerpo—sobrepujaba
á merced de las arrugas, y un hombre,
á la misma perfección de sus formas.
notable ante todo por la fisonomía,
Escuchemos á Lister: «No era guapo
es mucho menos mortal que cualquie-
ni feo; pero había en toda su persona
ra otro.
una expresión de finura y de ironía
concentrada, y una penetración in-
creible en sus ojos.» A veces esos Añadamos que lo que esa fisonomía
ojos sagaces sabían helarse de indife- prometía lo cumplía con creces el es-
rencia sin menosprecio, como cuadra píritu. No en balde se agitaba el rayo
á un dandi consumado, á un hombre divino alrededor de su envoltura. ¿Y
que tesora dentro de sí algo superior seria justo negarle inteligencia, por-
al mundo visible. Su magnifica voz que su inteligencia, de una especie
hacia que la lengua inglesa pareciese infinitamente rara.se consagrase poco
tan bella al oído como lo es á los ojos á las cosas que dominan la de otros
y al pensamiento. «No afectaba ser hombres? Era un gran artista á su
corto de vista—sigue diciendo Lister; modo, sólo que su arte no era espe-
—pero cuando las personas que había cial; no lo practicaba en momentos
delante de él no tenían la importancia dados. Ese arte era su vida misma, el
que hubiese deseado su vanidad, sabía fulgurar eterno de facultades que no
encontrar esa mirada tranquila, pero reposan en el hombre, creado para
errante, que pasa por una persona sin vivir con sus semejantes. Agradaba
reconocerla, que no se fija ni se deja con su persona, como otros con sus
atraer, que nada ocupa ni desvía.» Tal obras. Su valía estaba en el campo de
acción. ¡Cosa difícil! Sacaba de su tOr-
peza (1) á una sociedad terriblemente
extragada, culta, presa de todas laB fa- jor quizá al hombre. Los más refrac-
tigas de las civilizaciones viejas, y eso tarios para apreciar la gracia insi-
sin sacrificar un ápice de su dignidad nuante, estiman la fuerza que impo-
personal. Se respetaba hasta sus ca- ne, y cuando se sepa, que no se sabe
prichos. Ni Etherege, ni Cibber, ni lo suficiente, la íuerza satírica que
Congréve, ni Vanburgh, podían in- poseía Brummell, parecerá menos fa-
troducir tal personaje en sns come- buloso é inexplicable el imperio que
dias, porque nunca le alcanzaban los ejerció sobre su época. La ironía eB
dardos del ridículo. Si no los hubiese un genio que dispensa de todos los
esquivado á fuerza de tacto y desafia- demás: comunica al hombre un as-
do á fuerza de aplomo, se hubiese pecto de esfinge que preocupa como
precavido contra ellos á fuerza de un misterio é inquieta como un peli-
ingenio, escudo que tenía un dardo gro (1). Ahora bien: Brummell lo po-
en su centro y convertía la defensa en seía y sabía emplearlo de modo que
agresión. Ahora se comprenderá me- helaba todos los amores propios, aun
halagándolos, y redoblaba el interés
de una conversación superior provo-
(1) Sin salir de la suya. Hay, efec- cando el miedo da las vanidades, el
tivamente, en la amabilidad algo de- cual, si no da ingenio, estimula el de
masiado activo y directo para que un los que lo tienen, y hace circular más
dandi sea perfectamente amable. Un
dandi no tiene nunca preocupación
ni ansiedad por nada. Si hay, pues,
quien se lia aventurado á decir 4"e (2) «Es usted un palacio en un la-
Brummell fué amable ciertas noches, berinto», escribía una mujer, impa-
es porque la coquetería de los hom- cientada á consecuencia de mirar sin
bres de valer puede ser mediana y ver y de buscar sin descubrir. No
parecer irresistible. Son como las mu- sabia ella que expresaba un principio
jeres bonitas, á t,uienes se lo agrade- de dandismo. Palacio no lo es cierta-
cemos todo (los hombres, por supues- mente el que quiere, pero siempre
t o ) . - ^ . DEL A.) puede ser uno laberinto •-¡/N. del A:J
deprisa la sangre de los que 110 lo Derramaba en dosis perfectamente
tienen. El genio de la ironía es el que iguales, la simpatía y el terror, y con
hizo de él el mayor burlón que hubo ellas componía el filtro mágico de su
jamás en Inglaterra. «No había—dice influencia. Su indolencia le vedaba el
el autor de Brariby-- exhibidor de entusiasmo, porque entusiasmarse es
auimales más hábil en poner de ma- apasionarse, apasionarse es rendirse á
nifiesto la destreza de un mono que él alguna cosa, y rendirse á alguna cosa
en descubrir et lado ridículo, más ó es mostrarse inferior; pero, en cuanto
m e n o s profundamente oculto, de todo
á sangre fría, no tenia rival. Era
hombre; no tenía igual su telento tan mordaz en la converpación como
para trastear á la víctima y obligarla Hazütt en sus escritos. Sus palabras
á ella misma á exponer sus ridiculeces crucificaban (1); sólo que su imperti-
bajo el mejor aspecto posible. Gusto nencia, revistiendo demasiadas pro-
un poco feroz, si se quiere; pero el porciones para condensarse y ence-
dandismo es fruto de una sociedad rrarse dentro de los límites del epi-
que se aburre, y el aburrimiento no grama, trascendía de las frases, que
Cría buena sangre.
He ahí lo que importa no perder
de vista cuando se juzga á Brummell. (1) No las lanzaba, sino que las
dejaba caer. El gracejo de los dan-
Ante todo era un dandi, y no se trata díes, jamás es retozón ni chispeante.
más que de su poder. ¡Singular tira- No tiene esos movimientos de azogue
nía que no sublevaba! Como todos los y de llama del de un Casanova, por
dandi es, se gozaba más en asombrar ejemplo, ó de un Beaumarchais, pues
si por acaso se le ocurriesen las mis-
que en agradar: preferencia muy hu- mas palabras, las pronunciaría de otro
mana, pero que lleva lejos á los hom- modo. Aunque los dandies repreaen-
bres, porque el más bello de los asom- ten el capricho en una sociedad me-
bros esel espanto. ¿Dón dedetencrse en tódica y simétrica, no dejan de respi-
rar el afrentoso contagio del purita-
esa pendiente? Sólo Brummell lo sabia.
la expresaban, á los actos, á los ade- dad de los de nás, tan bórtil frecuen-
manes y al sonido de su voz; era, en temente; es asimismo el velo más
suma, un arte vivo que Brummell elegante para ocultar las propias fla-
practicaba con la superioridad indis- quezas. ¿Qué otra cosa necesitan los
cutible que exige, entre personas dis- que la tienen? ¿No ha hecho ella por
tinguidas, para ser tolerado, por lo la reputación del talento del príncipe
mismo que está á dos pasos de la gro - de Talleyrand más que ese mismo ta-
sería como lo sublime de lo ridículo, lento? Hija de la Ligereza y del Aplo-
y, no bien sube de color, se degrada y mo—cualidades qne paree on excluirse
desvanece. Genio semi-velado siem- —es también hermana de la Gracia, á
pre, la impertinencia no ha menester, a cual debe ir unida. Las dos se em-
para exteriorizarse, del auxilio de bellecen por su mútuo contraste: por-
palabras; sin hacer gran hincapié, que la Gracia, siu la Impertinencia,
tiene una fuerza de penetración harto ¿no se parecería á una rubia demá
superior al más brillante epigrama. siado sosa? y la Impertiuencia, sin la
Gracia, ¿no sería una morena demá.
Cuando existe, es el arma que m e -
siado provocativa? Para que ambas
jor puede imponer respeto á la vani-
ganen, conviene entremezclarlas.

nismo, por bien organizados que es- Y he aquí lo que Jorge Bryan Brunt-
tén. Viven en esa torre de la Peste, y mell conseguía como nadie. Ese hom-
semejante habitación ee malsana. P or bre, tan superficialmente juzgado, fué
eso hablan tanto de dignidad. Creerían una verdadera potencia intelectual:
probablemente carecer de ella, si se
entregasen al frenesí de las ingeniosi- como que reinó por su porte y sus
dades. Se hallan constantemente en maneras más aún que por sue pala-
las alturas de la dignidad como en el bras. Su acción era más directa que la
remate de una estaca, lo cual, por que ejerce exclusivamente el lengua-
flexible que uno sea, embaraza un
poco para moverse, y obliga á estar je. La producía merced á la entona-
demasiado tieso.—(N. del A.) ción, la mirada, el ademán, la inten—
de ser delicadas para nosotros. Medí-
ción transparente, el silencio mismo tese esto. Lo que se llama donaire en
(1); y eso puede explicar las pocas pa- los productos del pensamiento, como
labras que ha dejado. Hay que adver- cosa íntimamente relacionada con la
tir, por otra parte, que esas palabras, lengua, con las costumbres, con la vi-
á juzgar por las que registran las M e - da social, con las circunstancias que
morias del tiempo, no tienen sabor más varían de pueblo á pueblo, debe
para nosotros ó lo tienen excesivo, morir, como en extraño ambiente, en
que es otra manera de no tenerlo. el destierro de una traducción. Las
Se nota en ellas la ruda influencia del mismas expresiones que lo designan
genio salobre de ese pueblo que riñe son intraducibies con propiedad en
á puñetazos y se emborracha, y que la profundidad de su sentido. Pruébe-
no estima groseras,'.cesas que dejarían se, sino, á encontrar correlativos al
totí, al humoury al füti, qiie consti-
tuyen la vis inglesa bajo su triple as-
(1) Cultivaba demasiado la conver- pecto original. Mudable, como todo lo
sación para no estar frecuenten! ente individual, el donaire no EO t r a s l a -
silencioso; pero ese silencio no tenia da de una á otra lengua, á la manera
la profundidad del que guardaba el
que ha escrito: «Me miraban para sa- que no se translada la poesía, á pe-
ber ti comprendía sus ideas y sus jui- sar de inspirarse en sentimientos ge-
cios sobre no sé qué. Pero probable- nerosos. Como ciertos vinos que no
mente me tomaban por una medianía pueden viajar, hay que saborearlo en
de salón, y á mí me divertía mucho la
opinión presumible que formaban de BU tierra. Tampoco puede envejecer;
mi persona. He pensado en los revea es de la condición de las rosas más
que gustan de guardar el incógnito.» bellaB, que pasan pronto; y quizá en
Esta solitaria y orgullosa conciencia de eso reside el secreto del placer que
sí mismo debe ser desconocida de los
dandíeB. El silencio de Brummell era proporciona. Dios ha reemplazado á
un medio más de producir efecto, la menudo la duración por la intensidad
coquetería de esos» seres seguros de
agradar,-y que saben por dón^e se en-
ciende el deseo.—(N. del A.)
discreción. Fué pagado por el destino
de la vida, á fin de que no se perdiese en la moneda que más estimaba. La
en nuestros corazones el genere so sociedad le brindó los deleites de que
amor á las cosas perecederas. dispone, y no los había mayores para
No se citarán, pues, las ¿rases de él (1); porque no pensaba, á ejem -
Brummell, ni justificarían su renorc- • pío de Byron, tan pronto rene-
bre, á pesar de que se le dieron, por- gado como relapso del dandismo,
que las circunstancias de donde sur- que el mundo nóvale una sola de la
gían, y que, por decirlo así, las carga- alegrías que nos quita. El mundo no
ban de electricidad, ya no existen. No le había quitado ninguna á aquella
removamos ni contemos, pues, esos vanidad eternamente embriagada.
granos de arena, antiguas chispas que
el tiempo dispersó después de apagar-
las. Gracias á la diversidad de las vo- (1) Los moralistas preguntarás
caciones, hay glorias que no son más arrogantemente: ¿Y fué feliz sin más
que ruidos ep medio de un silencio, y que esa felicidad del mundo que ins-
pira compasión? ¿Y por qué no?... L a
que deben alimentar para siempre las vanidad satisfecha puede bastar á la
divagaciones soñadoras desesperando vida lo mismo que el amor satisfecho.
á la razón. Pero /el hastío!.. /Ay, Dios mío! Esa
es la paja en que se quiebra el acero
Mas ¿cómo no maravillarse de que mejor templado en punto á felicidad.
cayese esa oleada de gloria sobre un Es el fondo de todo, y para todos; con
hombre tan positivo como Brummell, mayor razón para un alma de dandi,
que lo era tres veces, puesto que era para uno de esos hombreB de quienes
pe ha dicho muy ingeniosa, pero tam-
vanidoso, inglés y dandi? A imagen bién muy tristemente: «Reúnen en
de todas las gentes positivas, que no torno suyo todos los atractivos de la
viven lejos de sí propias, y que no tie- vida, pero al modo de una piedra que
nen fe ni voluntad más que para lo atrae el musgo sin dejarse penetrar
por la frescura que lo envuelve.»—
goces materiales, Brummell no deseó (N. del k.)
nunca sino esos goces, y los tnvo á
del hermoso busto, si no hubiese sido
Desde 1799 á 1814 no h u b o e n L o n
realmente más que el favorito del azar.
dres raout (1) ai fiesta donde no se
Se ha dicho que madame de Stael ca-
mirase como un triunfo la presencia
si llegó á afligirse por no haberle agra-
del gran dandi, y su ausencia como
dado. La omnipotente coquetería de
una catástrofe. Los periódicos inscri-
su talento fué constantemente recha-
bían BU nombre á la cabeza de los más
zada por el alma fría y la burla eter-
ilustres invitados. En los bailes de Al-
na del dandi que tenía buenas razones
mack, en los meetings de Ascott, t o -
para reirse del entusiasmo. Corina no
do se doblegaba á su dictadura. Fué
oonmovió á Brummell, como tampoco
jefe del club Watier, de que era
áBonaparte; coincidencia que recuer-
miembro lord Byron, juntamente con
da la frase ya citada de lord Byron.
lordAlvanlay, Mildmay y Pierrepoint.
En fin, éxito más original aún: otra
Era el alma (¿es alma lo que bay qne
mujer, lady Stanhope, la amazona
decir?) del famoso pabellón de Brigh-
árabe que huyó á galope de la civili-
ton, de Carlton-House, de Belvoir.
zación europea y de las rutinas ingle-
Unido más particularmente con She-
sas—ese viejo circo en que la gente
ridan, la duquesa de York, Erskine,
da vueltas sin cesar—para reanimar
lord To-wnshend y aquella apasionada
sus sensaciones en medio de los peli-
y singular duquesa de Devonshire,
gros y de la independencia del de-
poetisa en tres lenguas, y que besaba
sierto; esa mujer, al cabo de iLuchos
á los carniceros de Londres con su*
años de ausencia, no se acordaba, de
labios patricios para ganar votos á
entre todos los seres civilizados que
Mr. Fox, imponíase aun á los mismos
dejaba tras de sí, sino del más civili-
que podían juzgarlo, á los que hubie-
zado quizás, del dandi Jorge Brum-
ran podido encontrar el vacio dentro
mell.
Confesémoslo: cuando se reflexiona
en esas impresiones vivas é imborra-
(•) Reunión. 7
bles, experimentadas por las eminen- degradada. El dandismo (1) ha sido
cias de una época, no hay más r e m e - reemplazado en nuestros días por el;
dio que tratar al que las prodojo, así
fuese un fatuo, con la seriedad que
merece todo lo que triunfa de las ima- (1) Ha habido un D'Orsay. Pero
ginaciones de los hombres. Los poe- D'Orsay, león en el sentido de la fa-
tas, por la sola razón de reflejar su shion, y que no dejaba de tener la be-
lleza de los del Atlas, no era un dan-
tiempo, se han impregnado de Bru- di. La gente se ha engañado á propó-
mmell. Moore lo ha cantado; pero sito de él. Era una naturaleza infinita-
¿quién dice Moore? (i) Brummell fué» mente más compleja, más amplia y
iacaso, una de las musas de Don Juan, más humana que esa singularidad in-
glesa. Se ha dicho mucho, pero hay
nvisible para el poeta. Por lo menos, que insistir en elio sin cesar; la linfa,
ese extraño poema tiene un tono esa especie de agua muerta que no le-
esencialmente dandi desde el princi- vanta espuma más que cuando la fus-
pio hasta la conclusión, é ilustra de tiga la vanidad, es la base fisiológica
del dandi, y D'Orsay tenía la sangre
una manera extraordinaria la idea que roja de Francia Era un hombre ner-
podemos formarnos de las cualidades vioso, sanguíneo, de recios hombros,
y de la índole del espíritu de Brum- de pecho á lo Francisco I y de be'leza
mell. A esas cualidades extinguidas simpática Tenía una mano soberbia y
una manera de alargarla que cautiva-
debió el subir y mantenerse Bobre el ba y arrebataba los corazones. No era.
horizonte, de donde no bajó, sino que el shahe-hand altanero del dandis-
cayó, llevándose consigo una cOBa que mo. D'Orsay agradaba tan natural y
después no ha reaparecido más que apasionadamente á todo el mundo,
que {hasta hombres llevaban su retra-
to! mientras que los dandíes no hacen
llevar á los hombres sino lo que s a -
béis, y agradan d las mujeres in-
(1) Dejando aparte el sentimiento curriendo en su desagrado. (Jamás
irlandés, no era sino un poeta de pas- se olvide, al juzgarlos, este matiz.,!
taflora.—{8. del A.) D'Orsay, en fin, era ún rey lleno de
zadores de perros, y estos tales son
benevolencia, y la benevolencia es un los que gozan de la notoriedad.
sentimiento enteramente desconocido
de los dandies. Verdad es que t e n » ,
como ellos, el arte del aderezo perso-
nal, no brillante, sino profundo; y p e r por las mujeres más fatuas de su
eso. sin duda, lo han mirado loa super- tiempo No se habla de las naturales:
ficialea como el Buceror de Brutcmell: nunca hay más de dos ó tres en un si-
pero el dandismo no es el arte brutal glo; ¿á qué haMar de ellas? Hasta lle-
de ponerse una corbata. Dandies ba gó á inspirar una pasión duradera, y
habido que ni siquiera la han llevado que será siempre historie a. No sucede
nunca. Ejemplo: lord Byrcn, que tenia lo mismo con los dendíes, á quienes
un cuello tan hermoso. A mayor abun- na se ama sino por espasmos. Las
damiento, D'Orsay fué un artista. Con mujeres, que los detestan, no dejan
aquella mano que daba demasiado— "e rendírseles de tedos modos, y para
parque la coquetería reina mucho mas ellos vale por muchas libras esterlinas
por lo que rehusa que por lo que con- esbrechar odios en sus brazos... En
cede—esculpía, y no á la manera que cuanto al duelo delicioso en que ve-
Brummell pintaba sua abanicos para mos á D'Orsay tirando su plato á la
caras postizas y cabezas hueras. Los cabeza de un oficial que hablaba mal
mármoles qne ha dejado D'Orsay tie- de la Virgen, y batiéndose por ella,
nen pensamiento Añádase á este ta- porque era una mujer, y no quería
lento de escultor que estuvo á punto que se faltase al respeto á una mujer
de ser escritor, y que á los veintitrés en BU presencia, ¿hay nada menos dan-
años mereció aquella carta de Byrcn di y más francés?—(N. del A.)
á Alfredo D... incluida en ¿EES famo-
sas Memorias en que la vileza de Moo-
re ha reemplazado los nombres por
asteriscos y las anécdotas curiosas por
puntos... (/Buena perrona el tal Moo-
rel) Aunque fatuo, D'Orsay fué amado
XI

Al escribir esta historia de impre-


siones más bien que de hechos, pron-
to se llega á la desaparición del me-
teoro, al fin de esa novela increíble,
aunque nada fabulosa, de que fué h e -
roína la sociedad de Londres, y héroe
Brummell. Pero, en la realidad, ese
fin se hizo esperar mucho, A falta de
hechos, que son la medida histórica
del tiempo, tómense fechas, y se apre-
ciará la profundidad de ese influjo por
su duración. De 1793 á 1816 van vein-
tidós años. Ahora: en el mundo moral
como en el físico, io que es'ligero íá-.
«¡luiente se disipa. Un éxito continuo cipe que le consagró su amistad, y
de tantos años prueba, pues, clara- que, por decirlo así, había sido el úni-
mente, que la existencia de Brummell co cortesano de sus relaciones. El
respondía á una necesidad de la n a - Príncipe adquirió obesidad—pólipo
turaleza humana bajo el imperio del que atenaza la belleza, y la mata es-
convencionalismo social. Asi, cuando trujándola suavemente—y Brummell,
más tarde tuvo que abandonar á In- con su implacable ironía y con ese in-
glaterra, no desapareció el interés que f ernal orgullo que el éxito inspira á
supo concentrar en su persona. El los corazones, llegó á burlarse á veces
entusiasmo no se apartaba de él. En de los esfuerzos de coqueta impotente
1812 y en 1813 era más poderoso que para reparar las injurias del tiempo
nunca, á pesar de los descalabros que que comprometían al príncipe de Ga-
por culpa del juego sufrió su fortuna les. Habiendo en Carlton-House un
material, ba=e de un elegancia. Era portero de una corpulencia monstruo-
muy jugador, en efecto; y no hay para sa á quien se apodaba Bíg-Ben (Ben-
qué dilucidar si estaba en su organis- jaminón), Brummell trasladó al señor
mo ó en las tendencias de la sociedad t el apodo del criado. A mistress Fitz-
en que vivía, esa audacia que afronta Herbert la llamaba también B e n i n a .
lo desconocido y esa sed de aventu- Befas tan audaces no podían menos
ras que engendra los jugadores y los de herir en lo hondo á aquellas almas
piratas; lo seguro es que la sociedad vanidosas; y entre las mujerep jue ro-
inglesa se siente más ávida aún de deaban al Príncipe hereder , no fué
emociones que de guineas, y que no se su amante la única en ofenderse por
domina una sociedad sino compene- las familiaridades de la ironía de
tiándose de sus pasiones. Otra razón Brummell. Tal fué, para decirlo de
había, á lo que parece, para que Brum- pasada, la causa real de la desgracia
mell declinara aparte de las pérdidas en en que cayó de repente el gran dan-
el juego, y fué su ruptura con el Prín- di. La historia de la campanilla, que
se dió como explicación en un prin- gham fí). Y si aun hubiera soportado
cipio, es apócrifa, á lo que parece (1). que el favorito hiriese impunemente á
Mr. Jessa la rechaza, apoyándose, no las favoritas, el Príncipe no podía su-
8Ólo en la negativa de Brummell, sino frir sin resentirse que se le atacase á
en la vulgar insolencia (the vulgar él en su persona física, su verdadero
irrtpudence) que revela, y tiene ra- yo. El «¿Quién es ese gordinflón?» di-
zón; porque insolencia, muy á menudo cho públicamente por Brummell en
la tenía el dandi, pero vulgaridad Hyde-Park, señalando á su Alteza
nunca. Sobre que, además, un hecho Real, y multitud de frases semejantes,
aislado, por significativo que sea, no lo explican todo mucho mejor que un
''guala en gravedad, para motivar la olvido de las conveniencias, máxime
caída, á los cien mil saetazos envene- estando disculpado por Una apuesta.
nados que Brummell disparaba con la
mayor naturalidad contra las afecta-
ciones del Regente. Lo que toleró el
marido de Carolina de Brunswick, no (1) La influencia y las chanzas
mismas de Brummell entraron por
podía soportarlo el amante de mis- mucho en el alejamiento del príncipe
tress Fítz-Herbert, de lady Conyn- de Gales respecto de Carolina de
Brunswick. Sabido es que aquella fa-
mosa noche de bodas, pasada por el
Príncipe sobre una alfombra al lado
(1) He aquí la historia. Supónese del fuego, mientras la joven esposa lo
que una noche, estando cenando, y esperaba entre' las blandas plumas del
para ganar la más irrespetuosa de las lecho nupcial, fué precedida de una
apuestas, Brummell dió esta orden al cena con los dandies. Esos hombres
principe de Gales: «¡Jorge, llame us- positivos no se entusiasmaban con el
ted!» señalándole la campanilla. Se sentimentalismo vaporoso, algo mate-
añade que el Príncipe obedeció, y rializado después, que Carolina traía
que, indicando á Brummell, dijo al entonces de Alemania; ¡y luego, Ca-
criado que se presentaba: «Lleven á rolina rra la mujer legítima en el país
la cama á ese borracho.—(N. del A.J de la felicidad conyugal oficial, y de
Arquiloco Moore, que no siempre es-
cribía en papel azul celeste, y cuyo
odio irlandés sabía acertará veces con
Pero hacia eBta época (18;3) ni ei la frase taás mortífera, ponía én boca
alejamiento rencoroso del Príncipe ni del principe de Gales estos versos di-
los reveses sufridos en el juego, habían rigidos al duque de York y citados en
quebrantado todavía la posición de todas partes: «Nunca he tenido resen-
Brummell. La mano que sirvió á su timientos ni deseo de hacer daño á
elevación no lo dejó caer al retirarse, nadie, salvo, ahora que lo pienso, al
y la opinión de los salones le quedó bello Brummell, que el año pasado
fiel. No fué eso todo. El Regente vió me amenazó colérico con hundirme en
con amargura á un dandi medio arrui- la nada, y hacer ocupar mi puesto en
nado luchar arrogantemente en in- la fashion al viejo rey Jorge.» Esos
fluencia contra él, al hombre más ele- versos ofensivos ¿no daban la razón al
vado de la Gran Bretaña. Anacreonte- rey de los dandíes cuando; á propósito
del dandi regio, decía al coronel Mac-
Mahon: «Yo.que he hecho de él lo
las escanciadoras de tel Ahora bien: que es, bien puede deshacerlo? ¿Y no
el dandismo, que busca lo imprevisto demostraban palmariamente la inde-
y detesta la pedantería de las virtudes pendencia y la soberanía del po<_er
domésticas, debe preferir todas las
desgracias acarreadas por una amante
á la imperturbable felicidad pública de
lord y lady Grey, por ejempló, tan
ensalzada por madame de Stael. Los amó á D.., que amó á C..., que amó á,
dandíes, que se codean en Inglaterra T..., acaricia una quimera como aqué-
con esas dichas legales, no tienen ni lla, se halla más lejos d<s la verdad del
pueden tener las opiniones de mada- corazón y de la imaginación que los
me de Staël, que no pedía verlas mu- dandíes, y rebaja á madame de Staël,
cho en los salones de París. La poesía reduciéndola á simple hija de mada,
nace de la distancia, y bien es que la me Necker.—(N. del é , }
imaginación tenga siempre una qui-
mera que acariciar; pero cuando la
mujer que se retrata en Gorina, que
que ejercía en la opinión ese Warvick De todos los Clubs de lngleterra
de la elegancia? Una prueba más p a - ese Club "Watier era presisamente en
tente aún de ese poderío dieron en el que más dominaba el furor del jue-
1813 los jefes del Club watier, que go. Había allí escándalos inauditos.
preparando una fiesta solemne, deli- Ebrios de Porto aderezado con jengi-
beraron en serio si invitarían ai prín- bre, esos estragados, consumidos de
cipe de Gales, estando enemistado con spleen iban todas las noches á enga-
Brummell. Fué preciso que Brummell ñar su mortal aburrimiento y 6 enar-
que sabía ser impertinente hasta en decer su sangre normanda—sangre
la generosidad, insistiera mucho en que no hierve más que cuando se sa-
qne se invitase al Principe. El se ale- quea—exponiendo á un golpe de da-
graba, sin duda, de ver en au campo dos las más espléndidas fortunas.
(puesto que era del Club) al anfitrión Brummell, como se ha visto, era el
que no veía en Carlton-House, y se astro de ese famoso Club. No lo hu-
bañaba en aguí de rosas, preparando biera sido P no engolfarse en lo más
eBe encuentro de los dos en presencia recio del juego y de las apuestas que
de toda la juventud dorada de Ingla- en él se cruzaban. En puridad de ver-
terra; pero el Principe, inferior á sí
mismo en esta entrevista, y olvidando
sus pretensiones de cumplido caballe- hacía creerlo invulnerable. Pero
ro, no se acordó siquiera de ios debe- los dandies ahogan tn sn pecho el
res que impone la hospitalidad á los bello suspiro de laxitud de la Cleopa-
que la reciben, y Brummell qne espe- tra de Shakespeare: «|Ahl ¡Si tú su-
raba oponer -dandismo á dandismo', pieses qué trabajo es llevar tan cerca
del corazón, como yo la llevo, esta in-
respondió á los esguinces de su Alteza diferencia!» Esos estoicos de los salo-
con esa elegante frialdad en que se nes embeben en su máscara la sangre
escudaba como en una armadura, y que les corre, y siguen enmascarados»
qne lo hacia invulnerable (1) Para los dandies. como para l«s muje-
res, parecer es ser. (N. DEL A.)
(1) Quizá seria mejor decir: que
dad, no era ni más ni menos jugado r
que todos loa que se agitaban an ese
añadido que arrastrando su dignidad
delicioso pandemónium, donde se
en la caida, pero sobre esto nada pre-
pedían sumas locas con una perfecta
ciso consta. Lo que acaso habría
indiferencia, que era en tales casos
podido autorizar algunos rumores es
para el dandi lo que la gracia para
que estaba dotado de las cualidades
los gladiadores que caian en el circo.
peligrosas que, haciendo aparecer
Muchos participaron, en todos concep-
blanco lo negro, subliman hasta las
tos, de la suerte común exactamente
mismas bajezas (1), y que él abusó á
o mismo que él; pero muchos hubo
veceB de esas cualidades; Asi, por
que pudieron afrontarla más tiempo.
ejemplo, se recordaba haberle visto
Aunque hábil á fuerza do saugJe fpia
aceptar, en BUS últimos apuros, una
y de costumbre, no podia nada contra
cantidad bastante considerable de un
el albur que debía hacerle pagar la
individuo que quería figutar entre.los
felicidad de su vida con la pobreza
dandíes, acogiéndose a l hombre á
de sus últimos días. Los extranjeros
quien reconocían por soberano. Des-
que llegaron á Londres en 1814, los
pués, reclamando el dinero en medio
oficiales rusos y prusianos de los ejér-
de un circulo numeroso, Brummell res-
citos de Alejandro y de Blücher re-
pondió tranquilamente al importuno
doblaron la conflagración del juego
entre los ingleses. Fué el momento
terrible del desastre para Brummell.
Su gloria y su posición tenían un pun (1) Esas cualidades han arrastrado
siempre á los que las tuvieron. Re-
to aleatorio por donde una y otra cuérdese, por ejemplo, á Enrique IV,
debían eclipsarse. Como todos ios ju- al duque de Grleans (el Regente), á
gadores, se encarnizó contra la suerte Mirabeau, etc., etc. Enrique IV las te-
y fué vencido. Recurrió á los usureros, nía en pequeño grado, es verdad, pe-
ro el Regente las tenía en gran escala
y se hundió en los préstamos—se ha y Mirabeau en escala enorme. Mira-
beau desplegaba tanto orgullo en re-
mover el cieno como alegría y gracia
8
acreedor que ya *le había pagado. po que le quedaba de estar en el cam-
«¡Pagadol ¿cuándo?» preguntó sor- po de batalla, en el teatre de los éxi-
prendido el prestamista; y Brummell, tos más admirables que jamás ha te-
de la manera inolvidable que sabía, nido hombre de mundo, y resolvióse á
contestó: «Pues estando en la ventana no exhibir en él su humillación des-
de White, cuando pasó V., y le üije: pués de la gloria. Hizo lo que esas cr-
Jemmy, i/tómo está V.h> Tal res- guHosas coquetas que prefieren aban-
puesta extremaba la gracia hasta el donar al que aman todavía, antes que
cinismo, y no hacen falta muchas de verse abandonadas por quien no las
ese jaez para prevenir desfavorable- ama ya. El 16 de mayo de 1816, des-
mente contra el que las pronuncia á pués de comer un plato de capón en-
todo el que las oye. viado por Watier, °e bebió una bote-
r a de Burdeos (%)—Byron se bebió
A parte de esto, acababa de sonar
dos, cuando respondió al artículo de la
para Brummell la hera en que ya no
Revista de Edimburgo con su sátira
se es justo con nadie, la hora de la
de los Bordos ingleses y de los crí-
desgracia. Su ruina estaba consumada;
ticos escoceses—y en seguida, á la
él lo sabía. Con su impasibilidad de
manera que aventura una jugada el
dancí calculó, reloj en mano, el tiem-
que se ve perdido, aun contando de
antemano con el fracaso, escribió ne-
gligentemente esta carta, ya cono-
el duque de Orlaans en afrontar sus
manchas. ¿No se ha visto á éste espi- cida: "
ritualizar puntapiés en..? ¿y de qué
pie?... de la pezuña de Dubois. En es-
to pecaron, más que Brummell, esos (1) Sistema fisiológico inglés. El
profanadores de facultades adorables, valor moral marcha al par con la fuer-
porque no tenían, como él, en frente za física. Los ingleses son malos sol-
de sí, uua sociedad puritana: cosa que dados si están mal alimentados. La
explica todos los excesos y justifica gloria de Wellington, es haber sido
muchos errores —N. del A.) Biempre un excelente abastecedor —
fS '
R>' AUREV1LLY 111
pues, sano y salvo el honor de dandi á
«Mi querido Scrope: mándeme dos-
dandi. Brummell se vistió estoicamen-
cientas libras. El Banco está cerrado,
te, y aquella misma noche se prssentó
y tengo todos m¡3 fondos en el 3 por
en la Opera. Allí fué lo que el fénix
100. Le devolveré ese dinero mañana
en la hoguera, y con más belleza aún,
por la mañana.
porque comprendía que no renacería
»Suyo affmo.,
de sus cenizas. ¿Quién hubiera dicho
»Jorge Brummell.-» al verlo, que era hombre al agua? El
coche que tomó después de la ópera
Scrope Davies le contestó inmedia- fué una silla da posta. El 17 estaba en
tamente con esta otra carta, espar- Douvres, y el 18 había abandonado á
tana en punto á laconismo y amis- Inglaterra. Algunos días después de
tad: esa partida se vendía by auctíon (1)
por orden del sheriff de Middlasex,
«Mi querido Jorge: Es un gran con- el elegante mobiliario del dandi (man
tratiempo. pero tengo en el 3 por 100 of fashion), «que había partido para
todos mia fondos. el Continente», según decia el libro
»Suyo affmq. de venta. Los compradores fueron las
Scrope.» personas más de moda de Londres y
lo más distinguido de la aristocracia
Brummell era demasiado dandi p a - inglesa. Entre ellos figuraban el du-
ra sentirse de esta respuesta. No era que de York, los lores Yarmouth y
hombre para moralizar sobre la mate- Besborough, lady Warburton, sir
ria, dice con mucha oportunidad Mr. H. Smyh, sir H. Peyton, sir W . Bur-
Jeese. Por afición de jugador a las goyne, los coroneles Sheddony Cot:
decisiones del azar, echó un papel al
agua, y el agua se lo llevó. La res-
puesta de Scrope tenía una sequedad
cruel; pero no era vulgar. Quedaba' (1) Pública subasta.
ton, el general Phipps, etcétera, etcé- «n la huida algnnos restos de su pasa-
tera Todos querían, y pagaron como b a magnificencia, y esos restos de una
pagan los ingleses un capricho, aque- fortuna inglesa eran casi una fortuna
llas preciosas reliquias de un lujo re- en Francia, tín casa de nn librero de
finado, aquellos objetos consagrados la ciudad alquiló una habitación y la
por el gusto de un hombre, aquellas alhajó con un gusto suntuoso, que ra-
bagatelas tocadas y usadas por Brum- cordaba su gabinete de Chesterfield-
mell. Lo que más caro pagó esa so- Street ó sus salones de Chapel-Street,
ciedad opulenta, en' que lo superfino en Park-Lane. Sus amigos—si es licito
había pasado á ser lo necesario, fué escribir una palabra tan sincera, por-
precisamente lo que menos valor tenía que los amigos de un dandi son hasta
en sí, las fruslerías (the knich knachs) cierto punto los chichisveoB de la
a m i s t a d — p r o v e y e r o n á los gastos de
que no son nada sino por la mano que
las ha escogido y por el capricho que su vida, que durante mucho tiempo
las ha engendrado. Brummell pasaba conservó cierto brillo. El duque y la
por tener una de las numerosas colec- duquesa da York, con quienes había
ciones de tabaqueras que ha habido intimado más desde su ruptura con el
en Inglaterra. Se abrió una en que se príncipe de Gales, Mr. Chamberlay-
eía, escrito de su puño: «Yo destinaba ne y otros muchos, acudieron enton-
ésta caja al Príneipe Regente, si se ces y después nobilisimamente en ayu-
hubiese portado mejor conmigo.» La da del Bello desgraciado, demostran-
naturalidad de semejante frase hace do así, con más elocuencia que nunca,
subir de punto su impertinencia. Sólo la poderosa impresión que produjo en
las fatuidades de bajo vuelo carecen todos los que le conocieron. Fué pen-
de sencillez. sionado por los hombres á quienes
cautivó, como un escritor ó un orador
Llegado á Calais, «acilo de los deu- político lo son aveces por los partidos
dores ingleses», Brummell trató de cuyas opinionos representan- No era
engañar el destierro. Se había llevado
Ilneva ni degradante «n las costum- ron de Brummell desterrado tanto co-
bres inglebas, esa liberalidad. ¿No re" mo cuando estaba presente, dictando
cibió Chatham üna suma considerable sus decretos á esa sociedad que se so-
de la vieja duquesa de Marlborougb mete al que la ama, pero que aplasta
por un discurso de oposición? Y Bur- al que la abandona. La atención pú-
ke mismo, que no tenía la grandeza blica traspasaba la niebla, franqueaba
de Lhatham, y que hacía bombasí ( l ) el mar, y llegaba hasta esa ciudad ex-
en materia de virtud como da elo- traña de la otra orilla donde el dandi
cuencia, ¿no aceptó del Minis.ro,mar- Be había refugiado. La fashion . hizo
qués de Rockingham, una propiedad más de una peregrinación á Calais.
que le valió el ser elegible para el Allí se vió á los duques de Welling-
Parlamento? Lo que era nuevo era el tón, de Rutland, de Ríchmond, de
motivo de esa liberalidad; lo que era Beaufort, de Bedford; á IOB lores Sef-
nuevo es que algunas personas recom- ton, Jersey, "Willoughby Eresby, Cra-
pensasen un placer sentido como se ven Ward y Stuart de Rothsay. Tan
recompensa un servicio prestado; en soberbio como en Londres, Brummell
lo cual no iban descaminadas, porque conservó todos los hábitos de su vida
¿puede hacerse mayor servicio á las exterior. Lord Westmoreland, pasan-
sociedades aburridas, que proporcio- do un día por Calais, le envió á decir
narles algún placer? que tendría mucho gusto en darle de
Pero todavía hubo algo más asom- comer y qUe la comida sería á las tres
broso que ese ejemplo de una gratitud de la tarde. El Bello respondió que
siempre rara. El ascendiente del dan- no comía nunca á esa hora, y desairó
di no había muerto á manos de la au- á su excelencia. Vivía, por lo demás,
sencia; sobrevivía á su partida. Los con la monótona rutina con que viven
salones de la Gran Bretaña se ooupa- en el continente loa ingleses ociosos, y
en medio de una soledad tan sólo in-
terrumpida por las visitas de sus com-
<1) Bomóast es hinchazón.
patriotas. Aun ouando no afectase damiento, no ha de excederse allí en
altanería de aristócrata ó de misántro- fiexibidad y en agrado el que quiera
po, su cortesía respiraba tal solemni- parecer distinguido. Con todo, á pe -
dad, que no atraía mucho á los hom- sar de su reserva un poco orgullo-
bres á quienes el azar lo acercaba: sa (1), resistía menos á las insinua-
seguía siendo un extraño por la len- ciones, cuando se le hacían con el ali-
gua (1), y lo era más aún por los h á - ciente de una buena comida. Su afi-
bitos de su pasado. Un dandi es más ción á la mesa, delicada como un gus-
insular que un inglés, porque la alta to, y exigente como una pasión, fué
sociedad de Londres es como una isla siempre uno de los aspectos más des-
dentro de otra isla; y, á mayor abun- arrollados de sn sibaritismo. Gracias
á esa sensualidad, bastante común en
los hombres espirituales, era menos
(1) Se conoce la broma dé Scrope intratable su vanidad; pero todo lo obs-
Davies á que Byron dispensó el honor curecía su incomparable aplomo.
de un eco en uno de sus poemas: «Co- «¿Quién es ese que le saluda á V., Sef-
mo Napoleón en Rusia, Brummell, al
aprender el francés, fué vencido por tón?» preguntaba á lord Seftón en un
los elementos.» Es un poco fuerte; paseo público, y era el honrado pro-
pero, en fin es una broma. No dejó de
«ér incorrecto é inglés en nuestra len-
gua, como todas esas bocas acostum-
bradas á mascullar el guijarro sajón y
á hablar á orillas de los mares; pero (1) Los dandíes no rompen nunca
su manera de decir, corregida por Ja completamente con el puritanismo
selección ya que no por la propiedad original. Su gracia, por grande que
de las palabras, y sus maneras de sea no tiene la soltura de la de Ri-
gentleman intachable, daban á lo chelieu; no llega nunca hasta el olvido
que decía una distinción extraña y ex- de toda reservi. «En Londres—dice
tranjera. una originalidad seria, aun- el príacipe de Ligne—cuando uno es
que rara, que no dejaba de favore- persona afable y corriente, pasa por
cerle. extranjero.—FN. DEL K).
vineiano en cuya casa comia él, Brum- para inflamarse, se hallaba huérfano de
mell, el día mismo que lo saludaba. recursos. /Terrible angustia que ha
Vivió en Calais varios años, y pro- sentido madame de Staell El pensa-
bablemente ocultó muchos dolores miento de que su nombre llegaba á
bajo la capa de esa vanidad siempre Londres, de que los más encopetados
prevenida. No dejó de sufrirlos tam* personajes de esa sociedad que ya no
biénsu inteligencia, viendo que le era frecuentaba iban de cuando en cuando
imponible conversar á él, hombre de á llevarle algún recuerdo mezclado de
conversación ante todo (1). Su espíri- una curiosidad imperecedera, no bas-
tu necesitado de la chispa del ajenjo taba para indemnizarle de lo que h a -

( l j Se habla varias lenguas, pero pensar en algo más que en eso. Luen-
no se conversa familiarmente más go hay clases (clasificación buena Ó
que en una. París mismo no hnbiera mala, no hace al caso), y no se ne-
reemplazado á Londres p»ra Brum- cesita más para poner en prensa el
mell. Esto aparte de que París corre ingenio y hacer que brote su espuma.
hoy parejas con cualqui .r otra ciudad En una sociedad asi ¡T-S menester tan-
en punto al cultivo de la conversación ta delicadeza para ser impertinente, y
amena y chispeante (de la causerie). tanta gracia para que complazcan las
La conversación es aquí casi nula, y cortesías! Ahora bien: las dificultades
Mad. de Stael no estaría ahora muy crean los héroes, y en París es dema-
prendada de su arroyo de la calle siado fácil la vida de salón: todo se
del Bac. En París todos se preocupan reduce á entrar y salir. Los escritores
demasiado del dinero r^ue no tienen, y y los artistaB deberían reanimar las
se creen demasiado iguales para pen- sensaciones de los demás y tener
sar en lo que hablan... Hay tan pocas siempre en su espíritu siquiera las li-
ganas de derroohar el ingenio como maduras de oro de BUS trabajos, que-
cualquier otra cosa. En Londres el in- dan tan deslucidos en sociedad como
terés de hacer una fortuna agita y do- las gentes medianas. Fatigados de
mina á muchos espíritus; pero á cierta pensar durante todo el día, van á
altura existe una sociedad que puede desentumecerse por la noche escu-
bía perdido. Pero la vanidad de nn en todas partes lo habían colmado de
dandi, cuando sufre, es casi orgullo; favores los Duques; pero desde la trai-
enmudece, como la vergüenza. ¿Quién ción de la fortuna, la Duquesa le
le ha tenido en cuenta eso al hombre atestiguó sentimientos que proyectan
frivolo? No sabiendo qué hacer quizás un rayo de seria ternura sobre esa
de facultades inútiles para lo sucesi- brillante y árida vida (1). Brummell
vo, se consagró á una corresponden- no lo olvidó jamás. Más aún: parece
cia con la duquesa de York, á quien que, á no ser por la amistad de la d u -
pintó un abanico de chimenea suma- quesa de York, á quien habia prome-
mente complicado, con figuras inven- tid v no revelar lo que sabía de la vida
tadas por él. En Belvoir, en Oatlands, ímima del Regente había escrito Me-
morias y rehecho así su fortuna; por-

chando música que los absorbe como


faquires, ó á tomar té como chinos. • (1) Son sentimientos singulares.
No conozco más que una excepc¡4n... No existe amistad entre las mujeres
Brummell vinO á París, pero no (¿porqué la verdad no es siempre ori-
permanoció. ¿Qué podia hacer aquí? ginal?), y un dandi es mujer en cier-
No gastaba ya el lujo que lo hubiera tos respectos. Cuando deja de serlo,
transformado de nuevo en un ser fas- es peor que una mujer para las muje-
cinador, así hubiera sido tan tonto y res; es uno de esos monstruos que lle-
tan feo como el principe T... No le van la cabeza encima del corazón.
quedaba más que las maneras cuya Hasta como amigo es detestable. Hay
significawión se pierde de día eu día. en el dandismo una frialdad, una so-
El pasado de ese hombre hubiese sido briedad, un espíritu burlón, y una mo-
totalmente incomprensible: ¡tríate im- vilidad, aunque contenida, que deben
presión para él triste espectáculo para prevenir inmensamente é esas máqui-
Itis demás/ Uno parecido ha dado la nas dramáticas de lágrimss para qu e-
sefiora Guiocioll, y sin embargo, era nes los enternecimientos son más aún
mujer, y cuando se trata de una mujer que la ternura. En la primera juven-
hay siempre sexo y nervios en nues- tud, menos leB previene, por ejemplo,
tras opiniones.—N. DEL A.) el odioso puritanismo. Los jóvenes
cosas para una reconciliación; pero
que Io9 editores de Londres le ofre-
Btummell no cedió sino muy á remol-
cieron Bumas inmensas por precio de
que á esas combinaciones oficiosas.
BUS indiscreciones. Ese silencio tan
Como la vanidad no •nos deja
delicado bien se lo hiciese guardar la
nunca, ni aún en el potro, se negó
Duquesa ó lo guardase de suyo, no
á pedir audiencia al Príncipe, que no
traspasó grandemente la espesa capa
era 6 sus ojos más que un dandi muy
de egoismo de Jorge IV. Verdad es
inferior á él. Puesto al paso de Jorge,
qué, cuando pasó pOr Calais, para ir á
permaneció dolorosamente cohibido.
visitar sn reino de Holanda (1821) de-
El antiguo convidado de Carlton-Hou-
jó, con el abandono de un alma indi-
se le vió sin la emoción que se expe -
ferente, que su séquito arreglase las
rimenta al volver á ver á un compa-
ñero de la juventud—ese sentimiento
sonriente del pasado, poesía para uso
muy graves agradan ¿ las jovenzuelas. de los más vulgares.—Otra vez, como
Subyugadas por una actitud y no po- le ofreciesen una tabaquera que él re-
cas veces por un encogimiento que se cordaba haber pertenecido 6 la famo-
domina para no ser notado, creen ver
profundidad cuando miran ai vacío. sa colección de Brummell, pidió que
Delante de un dandi, delante de la se lo presentaran, y señaló la hora de
ligereza del espíritu, piensa en esa la recepción para el día siguiente.
otra ligereza de que hablan las ma- ¿Qué habría pasado si lo hubiese vis-
dres delante de BUS hijas haciendo r e -
pulgos. Sin embargo, á pesar de eso to? ¿Habría Vuelto á reinar en Lon-
—y acaso por efO, porque no domi- dres el Rey de Calais, como se llama-
nan á quien las domina—pueden muy ba á Brummell? Pero al día siguiente,
bien enamorarte de un dandi; y, en habiendo recibido Jofge IV despachos
general, ¿de quién no-cabe enamorar-
se en esta vida? Pero aquí no se trata que le obligaban á adelantar BU ealida
Bino de amistad, es decir, de una elec-, se olvidó completamente de Brum-
ción más aún que de una simpatía.— mell. La poca diligencia del dandi fué
(N. del A.)
9
igual por lo menos á la indiferencia
"del Príncipe. Esa indolente repulsa de que un alma más débil hubiese encon-
toda aproxime cion al rey de Inglaterra trado no pocos motivos de recrimina-
no dejaba de ser una falta colocándola ciones en los acontecimientos que si-
en el punto de vista de la política de guieron. A muy poco se agotaron sus
la vida; pero, si no la hubiera cometi- recursos de Inglaterra; vinieron las
do, Brummell hubiesejsido menos Bra- deudas; vino la miseria. Brummell iba
mell(i;. á empezar á bajar esa escalera del
• Jorge IV no volvió á hablar des- destierro en medio de la pobreza, de
pués del dandi encontrado en Calais; que habla Dante, y á cuyo pie debfa
cayó nuevamente en la letargía de los hallar la prisión, la limosna y un hos-
recuerdos. Brummell no se quejó; pital de locos para morir. La mano
guardó ese firme y¡ discreto silencio qnelo detuvo otra vez en los prime-
que es el buen gusto del orgullo; y eso ros peldaños de esa horrible escalera
fué una mano real, la mano de Gui-
llermo IV, cuyo Gobierno creó una
(1^ Involuntariamente piensa uno plaza do Cónsul en Caen, y se la dió.
en los versos divinos del Sardana- Ese puesto eocasamente retribuido en
palo: un principio, acabó por serlo menos
If. á consecuencia de la incapacidad (1)
thou feel'st an inward shrinking
from this leap threugh flame into the desdeño?a de Brummell para desem-
future, say, it: I shall not love thee peñarlo (2), y hasta se lo quitaron
less; nay, perhaps more for, yiel-
ding to thy nature...
«Si sientes un estremecimiento in-
terior al pensar precipitarte en el por- (1) Más exacto sería decir: la im-
venir al través de estas llamas, di lo; no posibilidad desdeñosa.
te he de amar menos por eso, no;
qnizd te ame más por haber cedi-
do d tu naturaleza.y>—fN. del A.) (2) El necesitaba hombres que se-
ducir, y le daban negocios que arre-
dolores; nosotros les callaremos. ¿A
qué contarles? De lo que aquí se trata
máe tarde. LOB Gobiernos, que debe- es del dandi, de su influencia, de su
rían clasificar á los hombres, ¿creen vida pública, de su papel social. Lo
haber hecho mucho por ellos, cuando demás ¿qué importa? El que re muere
los colocan en situaciones reñidas con de hambre Sale de la atmósfera de
su vocación? El,tiempo que pasó Brum- afectaciones de toda sociedad para
mell eu Caen fué una de las faBes mas entrar en la vida humana: deja de ser
largas de su vida. La nobleza de esa dandi (1). Doblemos, pues, la hoja;
ciudad, acogiéndolo calurosamente y
rodeándolo de consideraciones, de-
mostró que los antepasados de los in- (1) ¿Dejó él también de serlo algu-
gleses eran normandos. Eso pudo tem- na vez?... Cierto día, un veneciano,
plar, pero no evitar las angustias que que Be contentaba entonces con ser el
Canova de ia música, y que ha llegado
amargaron sus últimos días. Mr. Jesse á ser su Hustavo Planche—M. P. Scu-
ha consignado esas humillaciones, eBGS do, actualmente de la Revista de
Ambos Mundos—daba, en Caen uno
de esos conciertos en que, como bu-
fón y como músico, disipaba sus facul •
glar. Si el capricho, si la suerte loca tades en pasmar á los mbéciles, si los
de la mitad de su vida nO lo hubiesen imbéciles eran nerviosos. Quiso tener
hecho refractario á todo lo que fuesen en su velada al dandi desterrado, que
funciones y deberes públicos, quiza se era aún una potencia rué Guillebert.
hubiesen encontrado en él facultades Habiéndolo encontrado en casa de un
de diplomático que poder utilizar. De- amigo, lo invitó, y sacando del bolsi-
cimos quizá; no afirmamos. Lord llo su paquete de billetes ¡cosa de
Palmerstonha demostrado sobrada- trescientos' lo abrió como un manojo
mente lo que puede ser el dandismo de cartas, para ofrecerle algunos,
en política, cuando se trata de el fiólo. cuando Brummell, con un movimiento
Enrique de Marsay es una ficción bien soberano y con la naturaliddd de un
tentadora; pero un destino creado por dandi que tiene el mundo por suyo, se
un poeta. No es decir que sea imponi-
ble; pero es el menos posible de todos
los héroes de novela.—(N. del A.)
pero no sin hacer áBrummell la justi-
cia de reconocer que fué dandi hasta harmonizándose con ella, no sirvieron
donde puede serlo un hombre en me- de nada para su gloria, ni de mucho
dio de la pobreza y del hambre. La para sa fecilidad. Así, era poeta; tenía
facultad que en él descollaba perma- el grado de fantasía indispensable pa-
neció erguida mucho tiempo sobre ra un hombre cuya vocación es agra-
las ruinas de su vida. Las restantes dar; pero las poesías .jue ha dejado,
que no valían sino para sostenerla, aunque notables para un dandi, no

la elegancia de Su jnventud, vistiendo


apoderó de todos. «Jamás los pagó— el frac azul Whig con botonea dora-
dice M. Scu lo—pero hizo aquella ju- dos, chaleco de piqué y pantalón ne-
gada de una manera admirable, y yo gro, ajustado como el calzón del siglo
tuve una idea más acerca de Inglaterra VXI, estaba en pie en el centro, y es-
á expensas de mi bolsillo.» peraba.-. /Esperaba la Inglaterra
A poco tiempo de esto fué cuando muerta! De repente, y como si se h u -
se volvió loco, y como el dandismo, biese decidido, anunciaba á toda voz
más poderoso que su razón, había pe- al príncipe de Gales, luego á lady Con-
netrado lodo el hombre, su locura se nyngham, después á lord Yarmouth
tiñó de dandismo. Tuvo la manía fu- y, en fin, á todos los altos personajes
riosa de la elegancia. No se quitaba de Inglaterra cuya ley viva había sido;
ya el sombrero en la calle, cuando lo y creyendo venia presentarse á medi-
saludaban, por temor de desarreglarse da que los llamaba, y cambiando de
la peluca, sino que devolvía el saludo voz, iba á recibirlos á la puerta, abier-
con la mano, como Carlos X. Vivía en ta de par en par, de aquel salón vacío,
el hotel de Inglaterra. Ciertos días, por la cual ¡ay! no debía pasar nadie
con no pequeño asombro del personal aquella noche, ni las siguientes; é iba
del hotel, mandaba que le preparasen saludando á esas quimeras de su pen-
su habitación como para una fiesta. samiento, y ofrecía el brazo á las mu-
Arañas, candelabros, bujías, floras á jeres que entre todos esos fantasmas
granel, nada faltaba; y él, al fulgor de acaba de evocar, y que á bu?n seguro
todas aquellas luces, ostentando toda no hubiesen querido abandonar sus
tumbas ni por un instante para acudir
vocación misma, todo lo que no es el
ilustrarían á un escritor (1). No tene-
dedo de Dios sobre la inteligencia de-
mos, pues, que ocuparnos de ellas. En
be dejarse á un lado.
este estudio de un hombre tan espe-
cial á su modo, todo lo que no es la
trate de Brummell, cita en su libro
versos del célebre dandi. Los había
á ese raout de dandi caído. Esa esce- escrito Brummell en un álbum bellísi-
na se prolongaba mucho tiempo... mo donde habían escrito los suyos
Cuando todo estaba lleno de fantas- Sheridan, Byron y el mismo Ersfcine.
mas, cuando había llegado toda esa
gente del otro mundo, acertaba á lie No son versos de álbum, lineas traza-
gar también la razón, y el desgracia- das rápidamente, sino composiciones
do se apercibía de sus ilusiones y su bastante extensas, y en que circula
demencia, ¡y entonces caía en uno de cierto soplo de inspiración.—(Nota
aquellos sillones solitarios, donde le del A). •
sorprendían bañado en lágrimas-
Pero tn el BonSauvenr esas lo-
curas fueron menos conmovedoras. El
mal empeoró y adquirié un carácter
de degradación que parecía un des-
quite de la elegancia de su vida. Im-
posible contar cada... ¡Afrentosa iro-
nía del terrible genio de la burla,
oculto en el fondo de todas las cosas,
que acaba por reivindicar su parte en
la vida ligera de los que más se han
burlado! El pabellón del Bow-Satí-
veur hizo pagar á Brummell el pabe-
llón de Brighton. Entre esos dos pa-
bellones está su vid%..—(N. del A.)

(1) Mr. Jesse, á quien habrá que


mencionar en adelante siempre que se
to, la sociedad ingless, para que sea
exacta y profunda esta frase, dicha á
propósito de un dandi como BruJi-
mell: Desagradaba demasiado ge-
XII neralmeMe para no ser buscadoi
(1). ¿No se ve aquí la comezón que
experimentan á veces las mujeres
enérgicas y libertinas de que las pe-
Se sabe ahora qué vocación fué esa
guen? ¿ Por ventura, la gracia senci-
y cómo la cumplió. Había nacido para
lla, candorosa, espontánea, sería esti-
reinar por facultades muy positivas,
mulante bastante poderoso para re-
aunque Montesquieu, en una hora de
mover esa sociedad exhausta de sen-
despecho, las haya llamado el yo no
saciones y agarrotada por preocupa-
sé qué, en vez de definir lo que son.
ciones de todas clases? Si uno se con-
Por ellas dominó su época. Homo di-
servase tal cual es en semejante me-
ría el príncipe de Ligne, «fué Rey
dio, ¿qué sería? Un sér apenas notado
por la gracia de la gracia», pero con
por algunaB almas escogidas que se
la condición, que pesa sobre cuan-
hubiesen conservado á su vez sanas y
tos anhelan influencia, de aceptar los
grandes (2): público jayl muy insegu-
prejuicios y aún, hasta cierto punto,
los vicios de su tiempo. .Confesión (1) Bulwer en Pelham.—[N. del A,^
triste de hacer para los castos amigos
de la verdad en todas las cosas: si su (2) Como esa misa Cornell, por
gracia hubiese sido más sincera, no ejemplo, la actriz que Stendhal ha
hubiese sido tan poderosa, no hubiese alabado tanto Pero para descubrir la
sencilla grandeza de aquel alma, rara
seducido y cautivado á una sociedad como un diamante negro en Londres,
sin naturalidad. ¿A qué grado de ci- se necesitaba un Stendhal, es decir, un
vilización refinada y de secreta co- hombre positivo espiritualmente hasta
rrupción no ha debido llegar, en efee- el maquiavelismo, pero que amaba la
naturalidad como ciertos Emperado-
res romanos lo imposible.—(N. del A.)
ro. Pero somos vanidosos, queremos
la aprobación de los demás: movi-
añejas costumbres, que parece una
miento encantador del corazón huma-
fatal esclavitud, la aristocrática y
no, calumniado en demasía. He ahi
protestante Inglaterra se ha modifi-
quizá toda la explicación de las afec-
cado mucho desde hace veinte años
taciones del dandismo. No sería, pues,
el dandismo apenas es ya más que la
éste en definitiva, sino la gracia fal-
seándose para hacerse sentir mejor en tradición de un día. ¿Quién lo habría
una Bociedad falsa (1), es decir, si bien creído, ó,mejor, quién no hubiera po-
se mira, no sería más que al natural dido preverlo? Esa modificación se ha
harto violentado ciertamente, pero producido siguiendo una pendiente
imperecedero. invariable. Inglaterra, victima de su
vida histórica, después de haber dado
Se ha dicho al comienzo de este es- un paso hacia el porvenir, vuelve a
crito: el día en que se transforme la descansar en su pasado. Por mucho
sociedad que produjo el dandismo, el que se engolfe en el mar del tiempo
dandismo habrá dejado de existir; y jamás rompe del t o d o - como el Cor-
como ya, á pesar de ese apego á sus sario de su más gran p o e t a - l a cade-
na que la Sujeta á la orilla. Para ella,
que todo lo conserva, que todo lo
(1) Y que carece del instinto de
bife bellas artfts. Los nombres de La-
•wrence, de Romney y de Reyüolds
no sirven sino para nacer resaltar más
esa indigencia. El 'pueblo romano no
era artista, porque tuviese flautistas.
En Inglaterra no existe el arte más o b r a " maestras han muerto con ella
que literariamente. Miguel Angel es £ vitalicia que no ha durado mas
Shakespeare. Como en ese original 1,3 palpitaciones de la vida y la
país todo es singular, el mejor escul- ardiente emoción de algunos días. Es
tor fué mujer, lady Hamiltón, digna o t r a página que está por escribir; pero

S ó n d e e n c o b a r la pluma de Diderot
para trazarla? (N. del A.)
guarda, marble to retain, tienen loa que electrizan las imaginaciones y
lee comunican todas las audacias (1);
hábitos una icfluencia avasalladora, sucumbe, en fin bajo el influjo que
extraordinaria: la séptima piel de la ejerce en la alta sociedad una reina
serpiente se parece siempre á la pri- joven que posee la afectación del
mera que mudó. Un momento créese amor conyugal, como Isabel poseía la
de la virginidad. ¿Qué mejorea fuentes
desvanecida la huella de lo que ya no de hipocresía y de spleerít El meto-
existe: se escribe en ese palimpsexto, dismo, que había pasado de las cos-
y basta una circunstancia para que lo tumbres á la política, vuelve á pasar,
que se creía borrado reaparezca legi- á la hora presente, de la política á las
costumbres. Un poeta, un bombre de
ble, ¿claro y brillante. Hoy el purita- raza, que debe á su nacimiento el va-
nismo, á que el dandismo hizo uila lor facilísimo de tener una opinión
guerra de Partho con las flechas de independiente, como podría esperar
su ligera ironía—más bien huyendo de su talento una verdadera inspira-
ción, lord John Manners, ¿no acaba
de él que ataoándolo de frente—es de publicar un tomo de poesías en
- puritanismo se levanta y restaña sul honor de la Iglesia establecida de In- "
heridas. Después de Byrón, después glaterra? El ateo Shelley no contaría
de Brummell—dos burlones de tan ya siquiera con la seguridad del des-
tierro. El liberalismo de ideas, que
diversa especie, pero de influjo casi había brillado en ese país del fariseís-
igual—¿quién no hubiese creído en- mo altanero y del convencionalismo
terrada la antigua moral inglesa? Pee» helado y engañador, como un rayo de
bien: no, no lo está. El inevitable, el
inmortal cant ha vencido de nuevo.
La adorable fantasía puede derramar (1) No es completa esa ausencia
de escritores, puesto que existe Th.
en el vacío su sangre de esencia de Carlyle; pero ¡qné lástima que prefie-
rosas. Sucumbe bajo el peso de la ra frecuentemente el éter sedativo del
naturaleza tenaz de ese pueblo afe- espiritualismo alemán á ese cabial ex-
rrado á sus costumbres; sucumbe por citante que gusta á los ingleses y pro-
ducen sensaciones tan francasl —
la ausencia de esos grandes escritores (N. del A.)
la inteligencia de sus más grandes
hombres, no ha lucido más que un
momento fugaz, y la momia del sen-
timiento religioso, el formalismo, si-
gue remando siempre en el fondo de
su sepulcro blanqueado. De aquella
bella sociedad, cuyo ídolo fué Brum-
mell, porq'- • era sn expresión viva en
las cosas del mundo, en las gratas y
amenas relaciones de esa sociedad, no
queda nada, toda ha muerto. Un dandi
como Brummell no volverá á verse-
pero hombres como él puede afirmar-
se que siempre los habrá aún en I n -
glaterra, cualquiera que sea la librea
que el mundo les ponga. Atestiguan
la magniüca variedad de la obra divi-
na: son eternos como el capricho. La
humanidad necesita de esos hombres
y de sus atractivos tanto como de sus
héroes más imponentes y de sus más
austeras grandezas. Deparan á criatu-
ras inteligentes el placer á que esas
criaturas tienen derecho. Son un ele-
mento de la felicidad de las socieda-
des, como lo son otros hombres de sn
moralidad. Naturalezas dobles y múl-
tiples, de un sexo intelectual indeci-
so, en las cuales la gracia brilla más
aun en el seno de la fuerza, y la fuer-
za se descubre todavía en el seno de
la gracia: andróginos de la historia,
no ya de la fábula, cuyo más hermoso
tipo en la m ' s hermosa de las nacio-
nes fué Alciblades.

FIN

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