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Norman Fairclough (1993): Discurso y cambio social

CAPÍTULO 3

Una teoría social del discurso


En este capítulo presentaremos una estructura para el análisis del discurso. Esta estructura será al
mismo tiempo:
- orientada lingüísticamente,
- conceptualmente social
- políticamente relevante para el discurso y para el lenguaje,
- apropiada para las investigaciones en ciencias sociales, más específicamente para el estudio del
cambio social.
En los dos primeros capítulos se han identificado las investigaciones previas y sus
limitaciones. Este capítulo está guiado por esta discusión, sin basarse directamente en ella.
Comenzaremos por discutir el término discurso y vamos a analizar el discurso en una
estructura tridimensional: como texto, práctica discursiva y práctica social. Estas tres
dimensiones del análisis se discutirán por separado y en la conclusión se planteará el cambio
discursivo en relación con el cambio cultural y social.

Discurso
Usaremos el concepto discurso de un modo más específico que los científicos sociales quienes se
refieren generalmente con este término a la lengua hablada o escrita. Podríamos usar discurso allí
donde tradicionalmente los lingüistas hablan de lenguaje en uso, habla o performance. En la
tradición iniciada por F.Saussure, el habla se presenta difícil de sistematizar ya que es esencialmente
una actividad individual. Los lingüistas de esta tradicción identifican habla y tratan de olvidarla,
porque la implicación de la posición saussureana es que cualquier estudio sistemático del lenguaje debe
ser un estudio del sistema mismo, de la lengua y no de su uso.

En oposición a la tradición saussureana, los sociolingüistas quienes afirman que el uso del lenguaje está
social y no individualmente modelado. Argumentan que la variación en el uso es sistemática y
estudiable. La sistematicidad está dada por su correlación con variables sociales: el lenguaje varía
según el tipo de relación que se establece entre los participantes de la interacción, el tipo de evento
social, los objetivos sociales que la gente busca dentro y fuera de una interacción. Estos planteos
representan un avance con respecto a la tradición saussureana, pero presentan dos limitaciones
importantes: En primer lugar, la explicación de la variación acorde a factores sociales, lo cual sugiere
que los tipos de sujetos sociales, las relaciones sociales y la situación existen más allá del uso del
lenguaje y excluye la posibilidad de que el uso contribuya a la constitución, reproducción o cambio de
dichos sujetos y relaciones sociales. En segundo lugar, la variables sociales correlacionadas con
variables lingüísticas constituyen características superficiales de la situación social del uso del
lenguaje y dejan de lado que las propiedades del lenguaje en uso pueden ser determinadas por la
estructura social en un nivel profundo (relaciones sociales entre clases y otros grupos, formas en que se
articulan las instituciones sociales con la formación social, etc.)
Para definir discurso proponemos considerar el lenguaje en uso como una forma de práctica social,
más que una actividad puramente individual o un reflejo de variables situacionales. Esto tiene varias
implicaciones: ante todo, implica que el discurso es un modo de acción, una forma por la cual la gente
puede actuar sobre el mundo y especialmente sobre otros. Esta concepción del uso del lenguaje ha sido
difundida, aunque con términos individuales, por la filosofía del lenguaje y la pragmática (Levinson,
1983).
En segundo lugar, implica que existe una relación dialéctica entre discurso y estructura social: esta
última es a la vez, una condición para y un efecto de la primera. Analicemos con más detalle esta
implicación: por un lado, el discurso está formado y restringido por la estructura social a todo nivel
(por las clases y otras relaciones sociales, por las relaciones específicas de las instituciones particulares
tales como ley o educación, por sistemas de clasificación, por distintas normas y convenciones de
naturaleza discusriva o no discursiva, etc). Por otro lado, el discurso es socialmente constitutivo. (ver
Foucault y su concepto de formación discursiva de objetos, sujetos y conceptos). El discurso
contribuye a la constitución de todas aquellas dimensiones de la estructura social que directa o
indirectamente lo forman y lo restringen según normas y convenciones, así como relaciones,
identidades e instituciones que descansan detrás de él. El discurso como práctica, no sólo representa al
mundo sino también, lo significa constituyendo y construyendo su significado.

Podemos distinguir tres aspectos de los efectos constitutivos del discurso:


1- Contribuye, ante todo a la construcción de identidades sociales y posiciones subjetivas para los
sujetos sociales y las formas de ser uno mismo. Sería conveniente, sin embargo, volver a la las
observaciones realizadas sobre Foucault en capítulo 2.
2- El discurso ayuda a construir las relaciones sociales entre las personas
3- Contribuye a la construcción de los sistemas de creencia y conocimiento.
Estos tres efectos corresponden respectivamente a las tres funciones del lenguaje y las dimensiones del
significado que coexisten e interactúan en todo discurso, las cuales pueden denominarse como
funciones de identidad, relacional e ideacional. La función de identidad se relaciona con el modo en
que las identidades sociales se establecen en el discurso, la función relacional, al modo en que se
establecen y se negocian las relaciones sociales entre los participantes del discurso, y la función
ideacional, al modo en que los textos significan el mundo y sus procesos, entidades y relaciones. Las
funciones de identidad y la relacional están agrupadas, siguiendo a Halliday (1978), en la que él
denomina función interpersonal. Halliday también distingue una función textual que podríamos
agregar a la lista: esta función se realiza en el modo en que las unidades de información están en
primer o segundo plano, se presentan como dadas o nuevas, se seleccionan como tópicos o temas, y
cómo cada parte del texto se relaciona con las precedentes, con las siguientes partes y con la situación
social “fuera” del texto.

La práctica discursiva es constitutiva tanto en sentido convencional como creativo: contribuye a la


reproducción social (identidad social, relaciones sociales, sistemas de creencia y conocimiento) como
así también a la transformación social. Por ejemplo, las identidades de maestros y alumnos y las
relaciones que se establecen entre ellos que se encuentran en el centro del sistema educativo, dependen
de la consistencia y durabilidad de los patrones de habla dentro y alrededor de esas relaciones para su
reproducción. Sin embargo, también están abiertas a transformaciones que parcialmente pueden
originarse en el discurso: en el aula, en el patio, en la sala de profesores, en los debates educativos, etc.

Es importante que las relaciones entre discurso y estructura social se vean como dialécticas si se quiere
evitar el riesgo de sobredimensionar o la determinación social del discurso o la construcción de lo
social en el discurso. En el primer caso, el discurso resultaría un mero reflejo de una realidad social
más profunda; en el segundo, el discurso se presentaría como origen de lo social. Este último caso es el
más peligroso por el énfasis que le dan los debates contemporáneos a las propiedades constitutivas del
discurso. La constitución discursiva de la sociedad no emana de un libre juego de ideas en la cabeza de
las personas, sino de la práctica social que está fuertemente enraizada en y orientada hacia las
estructuras sociales auténticas y materiales.
La perspectiva dialéctica es también “correctiva” del sobredimensionamiento de la determinación del
discurso por las estructuras, tanto discursivas (códigos, convenciones y normas) como no discursivas.
Desde el punto de vista de la ambigüedad de la palabra “discurso” para referirse tanto a las estructuras
convencionales que subyacen a los eventos discursivos reales, como así también a los eventos mismos,
resulta acertada, aún cuando desde otro punto de vista pueda resultar confusa. El estructuralismo,
(representado por ejemplo por los trabajos de M.Pêcheux descriptos en el capítulo 1), trata la práctica y
el evento discursivo como meras instanciaciones de las estructuras discursivas que están representadas
en sí como unitarias y fijas. Esto presenta a la práctica discursiva en términos de un modelo de
causalidad mecánica ( y por lo tanto pesimista). La perspectiva dialéctica entiende práctica y evento
como contradicción y conflicto, con relaciones variables y complejas, con estructuras que manifiestan
sólo temporariamente una “fijeza” parcial y contradictoria.
La práctica social posee varias orientaciones -económica, política, cultural, ideológica- y el discurso
puede estar implicado en todas ellas sin que ninguna de estas prácticas pueda reducirse a discurso. Por
ejemplo, existen casos en los que el discurso puede tomarse como una forma de la práctica económica:
el discurso figura en proporciones variables como un constituyente de la práctica económica, que es
básicamente de naturaleza no discursiva (construcción de puentes, producción de lavarropas, etc.). Hay,
sin embargo, formas de la práctica económica que son de naturaleza discursiva (valores, mercados,
periodismo especializado, etc.)

Por otra parte, el orden sociolingüístico de una sociedad puede estar, al menos en parte, estructurado
como un mercado donde los textos son producidos, distribuidos y consumidos como mercancías (en la
industria cultural de Bourdieu, 1982).

Pero es el discurso como un modo de práctica política e ideológica, el tema más vinculado con las
preocupaciones de este trabajo. El discurso como una práctica política establece, sostiene y cambia las
relaciones de poder y las entidades colectivas (clases, partidos políticos, comunidades, grupos) entre las
cuales se dan relaciones de poder. El discurso como práctica ideológica constituye, naturaliza, sostiene
y cambia las significaciones del mundo, desde los diversos lugares en las relaciones de poder. Esto
implica que la práctica política y la ideológica no son independientes. La ideología es un conjunto de
significaciones generadas dentro de las relaciones de poder, es una dimensión del ejercicio del poder y
de la lucha por el poder. De este modo, la práctica política es una categoría supraordinada.

Además, el discurso como una práctica política no es sólo un lugar de lucha por el poder sino también
una exposición de esa lucha: la práctica discursiva hace manifiestas las convenciones que naturalizan
las relaciones de poder y las ideologías particulares. Estas convenciones en sí y los modos en que se
articulan entre sí son el foco de la lucha. Más adelante probaremos que el concepto de hegemonía de
Gramsci provee una herramienta fructífera para la conceptualización y la investigación de la dimensión
política/ideológica de la práctica discursiva.

No consideraremos aquí los tipos particulares de discursos como poseedores de valores políticos e
ideológicos inherentes, sino diferenciaremos los tipos de discursos de los diferentes dominios sociales e
institucionales como política e ideológicamente marcados de maneras particulares. Esto implica que
los tipos de discursos pueden estar marcados de distintas maneras o pueden estar re-marcados.

Concebimos las convenciones y las normas discursivas como subyacentes a los eventos discursivos.
Este es un asunto de suma importancia: ya hemos visto que la perspectiva estructuralista se extendió al
dominio de la sociolingüística, identificando una serie de códigos en distribución complementaria de
manera que cada uno posea funciones propias y condiciones y situaciones de apropiación que queden
claramente demarcadas unas de otras (ya hemos criticado este aspecto de la variación sociolingüística
basado en el concepto de “apropiación”). Los acercamientos de este tipo marcan la variación
sistemática dentro de una comunidad de habla de acuerdo con conjuntos de variables sociales,
incluyendo el contexto ( aulas, patios, salas de profesores, reuniones, como ejemplo de los diferentes
contextos escolares) , tipos de actividad y propósito social ( por ejemplo, enseñanza, evaluación, etc)
y finalmente, tipos de hablantes ( el maestro como opuesto al alumno). Desde este enfoque, el código
es lo primordial y una serie de códigos es solamente una serie de partes.

Una posición más productiva para la orientación del cambio discursivo que proponemos es la de la
escuela francesa de análisis del discurso que sugiere que el interdiscurso -la configuración compleja e
interdependiente de formaciones discursivas- tiene primacía sobre las partes y posee propiedades que
no son predecibles desde el análisis de las mismas (ver la discusión sobre Pêcheux del capítulo 1). El
interdiscurso es además la entidad estructural que subyace a todo evento discursivo, más que la
formación individual o el código. También muchos eventos discursivos manifiestan una expresión de
las configuraciones de los elementos del código y de sus limitaciones. Son los casos especiales en los
que un evento discursivo se construye fuera de la instanciación normativa de un código particular
considerado como regla. Un ejemplo puede ser la mezcla de géneros, donde se combinan elementos de
dos o más géneros. Tal es el caso de las entrevistas televisivas que son conversación, entretenimiento y
actuación. Sin embargo, es conveniente optar por el término foucaultiano de orden del discurso, antes
que el de interdiscurso porque sugiere más claramente la clase de configuración contemplada. También
utilizaremos el término elemento (dejando de lado código o formantes) para referirnos más
ampliamente a las partes de un orden discursivo. Seguidamente detallaremos la naturaleza de esos
elementos. En contraste con las explicaciones basadas en las teorías de la apropiación, que asumen
una relación de complementariedad singular y constante entre los elementos, consideramos que las
relaciones pueden ser o llegar a ser contradictorias. Las determinaciones entre los elementos pueden ser
líneas en tensión. Consideremos, por ejemplo, las diversas posiciones subjetivas para un individuo
particular en los diferentes contextos y actividades de una institución, a lo largo de las líneas de
dispersión del sujeto en la formación de modalidades enunciativas (en términos de Foucault). Es
posible que las limitaciones entre contexto y prácticas estén naturalizadas y que las posiciones
subjetivas sean vividas como complementarias. Bajo diferentes circunstancias sociales, las mismas
determinaciones pueden llegar a ser conflictivas y las posiciones subjetivas y las prácticas discursivas
asociadas a ellas pueden experimentarse como contradictorias. Por ejemplo, los alumnos pueden
aceptar que las narraciones de sus experiencias en su propio dialecto social sean apropiadas para las
discusiones en clase pero no para las clases de aprendizaje o en los trabajos escritos. Además las
contradicciones entre lo que está permitido en un lugar y no en otro, pueden ser la base de la lucha por
el cambio de límites entre las discusiones, la enseñanza y la escritura. La aceptabilidad de estas
narraciones, aún en la parte estrictamente limitada a las actividades del aula, puede ser el resultado de
un compromiso de enfrentamientos anteriores para obtenerlas dentro del aula .
Lo que es aplicable a los límites entre las posiciones de los sujetos y las convenciones discursivas
asociadas, es aplicable generalmente a los elementos del orden del discurso. Del mismo modo se aplica
para los límites entre los distintos órdenes del discurso. La escuela y su orden discursivo puede ser
experimentada como una relación complementaria y no coincidente con los dominios adyacentes tales
como la casa o el vecindario o, por otro lado, pueden percibirse contradicciones entre tales dominios,
contradicciones que pueden llegar a ser las bases de las luchas que redefinen los límites y las
relaciones, luchas que extienden las características de las relaciones entre padres e hijos y las
convenciones discursivas a las relaciones maestro-alumno o viceversa, por ejemplo, o para extender las
relaciones y las prácticas entre pares del barrio y la calle a la escuela.

Los resultados de tales luchas son rearticulaciones del orden del discurso, tanto de las relaciones entre
elementos del orden local del discurso (tal como el de la escuela), como de las relaciones entre el orden
local del discurso en un orden social del mismo. Consecuentemente los límites entre elementos
(así como el orden local del discurso) pueden alterarse de modo relativamente fuerte o relativamente
débil (Bernstein, 1981) dependiendo de su articulación común: los elementos pueden ser discretos y
bien definidos o pueden ser difusos o mal definidos.

No podemos asumir que estos elementos sean en sí mismos internamente homogéneos. Una
consecuencia del conflicto que se articula es que los nuevos elementos se constituyen a través de la
reconfiguración de los límites de los elementos anteriores. Un elemento puede ser, por lo tanto,
heterogéneo en su origen y esa heterogeneidad histórica puede no experimentarse como tal. En algunos
casos, las convenciones altamente naturalizadas, pueden comenzar a experimentarse como una
contradicción. Si aplicamos el concepto de marca, podemos decir que los elementos del orden local y
social del discurso son potencialmente experimentables como estructurados contradictoriamente y, de
este modo, al tener una existencia política e ideológicamente marcada, convertirse en el foco de las
luchas para des-marcarlos o re-marcarlos.

Los elementos a los que nos hemos referido pueden ser muy variables. Hay casos en los que parecen
correponderse con el conocimiento convencional de un código restringido o registro (Halliday,
1978), como una unión de variantes en diferentes niveles con patrones fonológicos, gramaticales,
vocabulario, reglas de turno de habla, etc. (Por ejemplo: el discurso de los bingos o casinos o el de los
remates ganaderos). En otros casos, sin embargo, las variables están más restringidas: sistemas
particulares de turnos de habla que incorporan esquemas de clasificación particulares (el discurso de la
misa), escritura pautada de determinados géneros (cartas comerciales, expedientes judiciales), series de
convenciones de cortesía, etc. Un punto de contraste entre los órdenes discursivos es el límite en el que
tales elementos se solidifican dentro de unidades relativamente durables. Esto puede ilustrarse con el
trabajo de Foucault referido a las reglas de formación de los objetos en psicopatología. La investigación
policial, el examen clínico y el encierro terapéutico y punitivo pueden tener componentes discursivos
pero no son per se entidades discursivas. La descripción de Foucault enfatiza la imbricación mutua de
lo discursivo y de lo no discursivo en las condiciones estructurales de la prácticas sociales. En este
sentido, el orden del discurso puede ser observado como la faceta discursiva del orden social cuya
articulación interna y rearticulación tienen la misma naturaleza.

Hasta aquí, el focodel análisis ha sido puesto principalmente sobre lo que hace el discurso como
cualquier otra práctica social. Ahora se hace necesario ampliar este enfoque y orientarlo hacia el
problema de lo que hacen específicamente las prácticas discursivas. Parte de la respuesta está
evidentemente en el lenguaje: las prácticas discursivas se manifiestan en forma lingüísitica, bajo la
forma de lo que vamos a denominar textos (en el sentido más amplio de Halliday), tanto en versiones
orales como escritas.

Todo evento discursivo, entonces, es por un lado, una forma de práctica social y, por otro lado, es un
texto. Sin embargo, no es suficiente con esto. Estas dos dimensiones están mediadas por una tercera
que se focaliza en el discurso como práctica específica. Práctica discursiva no contrasta con práctica
social: la primera es una forma particular de la segunda. En algunos casos una práctica social puede
estar totalmente constituida por una práctica discursiva, mientras que en otros, involucra una mezcla de
prácticas discursivas y no discursivas. El análisis de un discurso particular, como pieza de una
determinada práctica discursiva se focaliza sobre el proceso de producción, de circulación y de
consumo del texto. Todo este proceso es social y se debe hacer referencia al contexto económico,
político e institucional en el cual ese discurso fue generado. La producción y el consumo poseen una
naturaleza parcialmente sociocognitiva, en el sentido de que involucran procesos cognitivos de
producción e interpretación textual, procesos que a su vez se basan en las estructuras y convenciones
sociales internalizadas (por eso, la necesidad del prefijo /socio-/). En la explicación de este proceso
sociocognitivo se deben especificar cuáles de los elementos del orden del discurso (así como otros
recursos sociales) son distintivos y cómo aparecen en la producción y en la interpretación de
significados. El punto central es establecer conexiones que expliquen la relación existente entre los
modos (normativos, innovadores, etc.) en que los textos son reunidos e interpretados, (cómo los textos
son producidos, distribuidos y consumidos en sentido amplio) y la naturaleza de la práctica social en
términos de su relación con las estructuras y conflictos sociales. No se puede reconstruir el proceso de
producción sin tener en cuenta el proceso de interpretación, considerando exclusivamente las
referencias textuales: los textos están respectivamente marcados por estos procesos, y no pueden ser
producidos ni interpretados sin estos recursos sociales.

Esta concepción tridimensional del discurso está representada por el diagrama que figura a
continuación: Cada una de estas dimensiones resulta indispensable para el análisis del discurso:
1- El análisis centrado en el texto mismo, puramente lingüístico,
2- el abordaje macrosociológico de la práctica social en relación con las estructuras sociales y
3- la corriente interpretativa o microsociológica que analiza la práctica social como lo que la gente
produce activamente sobre la base del sentido común.

Aceptamos las afirmaciones de esta última corriente, en el sentido de que debemos tratar de
comprender cómo los miembros de las comunidades sociales producen sus “mundos ordenados y
explicables”. Los sujetos de las prácticas están “modelados incoscientemente” por las estructuras
sociales, las relaciones de poder y la naturaleza de la práctica social en la que se encuentran
involucrados (en dichas prácticas siempre está en juego algo más que la producción de significados).
Así, sus procedimientos y prácticas pueden estar política e ideológicamante marcadas, y pueden estar
sujetos/sujetados a ellas. También sostendremos que las acciones de los sujetos en las prácticas sociales
tienen resultados y efectos sobre las estructuras, relaciones y conflictos sociales de los que son
generalmente incoscientes. Finalmente, postularemos que los procedimientos utilizados son
heterogéneos, contradictorios, y responden a conflictos que sólo a veces tienen una naturaleza
discursiva.

La parte del análisis orientada a los textos, puede ser llamada descripción y las partes que se relacionan
con el análisis de las prácticas discursivas y sociales desde el discurso, pueden llamarse
interpretación.
Práctica Social
Práctica Discursiva
(produccción, distribución y consumo)

Texto

El discurso como texto


No podemos mencionar las características de un texto sin hacer alguna referencia a la producción y/o
interpretación textual. Por este motivo, la división de tópicos analíticos entre análisis textual y análisis
de la práctica discursiva no es tajante. Allí donde las características formales de los textos son más
salientes, ambos tópicos están incluidos; allí donde los procesos productivos e interpretativos son más
relevantes, ambos tópicos son abordados desde el análisis de la práctica discursiva, aún cuando éstos
involucran características formales de los textos. Con esto queremos decir que ambos tópicos serán
incluidos en una estructura analítica amplia.

Es importante reconocer como hipótesis de trabajo que cualquier tipo de característica textual es
potencialmente significante en el análisis del discurso. Esto trae más dificultades. El análisis del
lenguaje es un campo complejo y, a veces, completamente técnico. Si bien, la lingüística puede ser, en
principio, un prerequisito para hacer análisis del discurso, es de hecho, una actividad multidisciplinaria
y es tan importante como los prerrequisitos que ofrece la sociología, la psicología o la ciencia política.

Alguna de las categorías del esquema para el análisis del texto están orientadas a las formas del
lenguaje, mientras que otras parecen orientadas hacia los significados. Esta distinción, sin embargo
resulta engañosa porque en el análisis de los textos siempre nos estamos dirigiendo simultáneamente a
cuestiones de las formas y de los significados. En la terminología actual de la lingüística y la semiótica
se analizan signos que son palabras o partes más largas de texto entendidos como significados
combinados con formas o significados combinados con significantes.

Saussure y otros autores han enfatizado la naturaleza arbitraria del signo, es decir, que no hay
motivaciones ni bases racionales para combinar un significante particular con un significado. A pesar
de ello, las críticas de los analistas del discurso asumen que los signos están socialemente motivados,
que hay razones sociales para combinar determinados significantes con determinados significados.
Puede tratarse de una cuestión de vocabulario: terrorista y combatiente por la libertad donde
contrastan las combinaciones de significado y significante y el contraste entre ellos tiene una
motivación social.
Otra importante distinción en relación con los significados es entre el significado potencial de un texto
y su interpretación. Los textos están compuestos por formas que van más allá de las prácticas
discursivas, condensadas en convenciones, dotadas de un significado potencial. El significado potencial
de una forma es generalmente heterogéneo, un complejo diverso, con significados comunes y, algunas
veces, contradictorios, de tal forma que los textos son muchas veces ambivalentes y abren múltiples
interpretaciones. Los intérpretes generalmente reducen esta ambivalencia potencial optando por un
significado particular o por un pequeño conjunto de significados alternativos. En este sentido, debemos
tener presente esta dependendencia del significado con la interpretación. Así, usaremos significado
tanto como potencial de las formas, como sentido adjudicado en la interpretación.

El análisis del texto puede ser organizado en cuatro niveles: vocabulario, gramática, cohesión y
estructura textual. Estos núcleos pueden pensarse en escala ascendente: el vocabulario se ocupa
especialmente de palabras individuales; la gramática, de la combinación dentro de las cláusulas y
oraciones; la cohesión, de cómo las cláusulas y oraciones se ligan sucesivamente y la estructura
textual se dedica a la propiedades organizacionales del texto a gran escala. Más allá de estos núcleos,
vamos a distinguir otros tres niveles para el análisis de las prácticas discursivas, aunque ciertamente
éstas abarquen las características formales de los textos: la fuerza de las expresiones (de qué clase de
acto de habla se trata), la coherencia de los textos y su intertextualidad. Estos siete niveles configuran
una estructura para analizar textos desde el punto de vista de su producción e interpretación, así como
también desde sus propiedades formales.

La unidad fundamental de la gramática es la cláusula o la oración simple (Por ejemplo, el titular de un


diario: Gorbachov recorta el ejército rojo). Los elementos principales de la cláusulas se llaman grupos
o frases (ejército rojo, por ejemplo). Las cláusulas en general se combinan y forman oraciones
complejas. Aquí sólo vamos a restringirnos a comentar ciertos aspectos de la gramática. Toda cláusula
es multifuncional y es una combinación de significados ideacionales, interpersonales y textuales. Las
personas realizan elecciones sobre el diseño y la estructura de las cláusulas y estas elecciones
determinan cómo significan y construyen identidades y relaciones sociales, conocimientos y creencias.
Podemos ilustrar esto con el ejemplo anterior: en términos del significado ideacional, la cláusula es
transitiva porque representa el proceso de un individuo particular actuando físicamente sobre una
entidad (metafóricamente). Desde una perspectiva ideológica diferente podrían encontrarse otras
maneras de significar el evento: La URSS redujo sus fuerzas armadas o El ejército soviético entregó
cinco divisiones. En términos del significado interpersonal la cláusula es declarativa (como opuesta a
una interrogativa, imperativa, etc) porque contiene la forma verbal en presente que es típicamente
declarativa. En tercer lugar, hay un aspecto textual: Gorbachov es tópico o tema de la cláusula. El
títular es acerca de él y de sus actos. Si la claúsula estuviera en voz pasiva, el ejército rojo hubiera
resultado el tópico (El ejército rojo fue recortado por Gorbachov). Otra posibilidad que ofrece la voz
pasiva es la elisión del agente, ya sea porque es desconocido, poco conocido, juzgado irrelevante o,
quizás, expresamente desligado de su responsabilidad. La Lingüística Crítica hace un abordaje
particularmente interesante en este sentido (Fowler, 1979; Hodge y Kress, 1979) y Halliday (1985) ha
hecho avances importantes sobre la utilidad de la forma gramatical para el análisis del discurso.

El vocabulario puede ser investigado de diversas formas. Es necesario abandonar la idea de que el
vocabulario de una lengua está documentado en “el” diccionario porque en realidad existe una gran
cantidad de vocabularios que corresponden a diferentes dominios, prácticas, instituciones, valores y
perspectivas. Los términos “fraseología”, “lexicalización” y “significación” son más específicos que
“vocabulario” porque implican el proceso de nombrar el mundo (lexicalizar, significar) con sus
diferentes tiempos, lugares y grupos de personas. El análisis puede centrarse en las formas alternativas
de nombrar y su significación política e ideológica. También puede analizarse cómo los dominios de la
experiencia pueden ser re-nombrados como parte de las luchas sociales y políticas (el ejemplo ya visto
de combatiente de la libertad y terrorista por ejemplo). O bien, puede estudiarse cómo ciertos
dominios aparecen nombrados con más frecuencia que otros. Otro punto importante es el significado de
las palabras y particularmente cómo éstos entran en disputa dentro de conflictos más amplios:
consideraremos que la estructura particular de las relaciones entre las palabras y las relaciones entre sus
significados son formas de hegemonía. En tercer lugar, hay que destacar el papel de la metáfora, la
importancia ideológica y política de algunas metáforas y el conflicto entre metáforas alternativas.

Con respecto a la cohesión (Hallaiday y Hasan, 1976; Halliday, 1985), se trata de determinar cómo las
cláusulas están ligadas entre sí dentro de las oraciones y cómo las oraciones están sucesivamente
ligadas para formar unidades mayores (textos). La unidad se logra en varios sentidos: por el uso de un
vocabulario perteneciente a un campo semántico común, por repetición o sinonimia, a través de una
variedad de elementos de referencia y sustitución (pronombres, artículos definidos, demostrativos,
elipsis, etc.), a través de conectores como sin embargo, además, y, pero, etc. También se puede
entender la cohesión en el sentido en que Foucault se refiere a
...varios esquemas retóricos de acuerdo a los cuales diferentes tipos de exposiciones pueden ser
combinadas (descripciones, deducciones, definiciones, etc.) y que sucesivamente van conformando la
arquitectura textual.

Estos esquemas y sus aspectos particulares, tales como la estructura argumentativa de los textos, varían
a través de los distintos tipos de discurso. Es interesante explorar estas variaciones en el sentido de que
evidencian los distintos modos de racionalidad y sus cambios como cambios en las prácticas
discursivas.

La estructura textual también concierne a la arquitectura de los textos y específicamente a los rasgos
que designan el “nivel superior” de los diferentes tipos de textos: qué elementos o episodios se
combinan, de qué modos y en qué secuencia para constituir, por ejemplo, una noticia policial ouna
entrevista laboral. Estas convenciones estructuradas nos pueden dar una visión acerca de los sistemas
de conocimiento y creencias y las hipótesis sobre las relaciones y las identidades sociales que se
construyen dentro de esas convenciones textuales. En el diálogo, por ejemplo, aparecen sistemas de
turnos de habla, convenciones que organizan el cambio de turno y convenciones de apertura y cierre de
entrevistas o conversaciones.

Prácticas discursivas
La práctica discursiva involucra procesos de producción, distribución y consumo de textos. La
naturaleza de estos procesos varía entre los diferentes tipos de discurso de acuerdo con factores
sociales. Los textos son producidos de modos específicos y en contextos sociales específicos. Por
ejemplo, un artículo periodístico es producido a través de rutinas colectivas, por un equipo cuyos
miembros ocupan diferentes lugares en la producción: los que acceden a las fuentes (que
frecuentemente son textos), los que transforman esas fuentes en borradores de las notas, los que
deciden qué lugar tendrá la noticia en el diario y los que la editan (van Dijk, 1988).
Hay otras situaciones en las cuales el concepto de productor textual es más complicado de lo que
parece. Resulta útil deconstruir al productor en una serie de posiciones que pueden estar ocupadas por
una misma o por varias personas. Goffman (1981) sugiere esta distinción: animador es la persona que
graba u obtiene la nota, autor es el responsable de la redacción y director es aquel cuya postura está
representada en el texto. En los artículos periodísticos hay ambigüedad en la relación entre estas
posiciones: el director es, a menudo, una fuente interna, pero algunas notas no muestran esto
claramente y aparentan que el director “es” el diario y textos de autoría colectiva se escriben, a
menudo, como si fueran de autoría individual.

Los textos también son consumidos de modos diferentes según los diferentes contextos sociales. Las
recetas, por ejemplo, no son comúnmente leídas como textos estéticos, ni los artículos académicos,
como textos retóricos, aunque ambas clases de lecturas sean posibles. Tanto el consumo como la
producción pueden ser individuales o colectivas: pensemos en las cartas de amor comparadas con los
archivos administrativos, por ejemplo.

Algunos textos (entrevistas oficiales, grandes poemas) son resgistrados, transcriptos, preservados y
releídos; otros (gacetillas, conversaciones casuales) son transitorios, no se graban, se dejan pasar.
Algunos textos (el discurso político, los manuales escolares) son transformados en otros textos. Las
instituciones tienen rutinas específicas para “procesar” textos: una consulta médica se transforma en un
informe y éste puede usarse en una compilación de estadísticas médicas. Además, los textos tienen
resultados variables tanto de tipo discursivo como extra discursivo. Algunos textos llevan a la guerra y
otros al desarme, a que la gente consiga o pierda trabajo, otros además cambian las actitudes, creencias
o prácticas de la gente.

Algunos textos tienen una distribución simple (una conversación casual pertenece sólo al contexto
inmediato de la situación en la que ocurre) mientras que otros tienen una distribución compleja. Los
textos producidos por líderes políticos o los de negociación militar internacional se distribuyen a través
de un rango de diferentes dominios institucionales y cada uno posee sus propios patrones de consumo y
sus propias rutinas de reproducción y transformación. Los televidentes, por ejemplo, reciben una
versión transformada de los discursos dados por Thatcher o Gorbochov y esas versiones son
consumidas de acuerdo con las rutinas y hábitos particulares de los televidentes. Los productores,
insertos en sofisticadas organizaciones, como el Departamento de Gobierno, por ejemplo, producen
textos en formas que anticipan su distribución, transformación y consumo: tienen múltiples audiencias
incorporadas. Pueden reconocerse no sólo destinatarios sino también audiencia (o auditorio) y
sobreaudiencia (aquellos que no constituyen parte oficial de la audiencia pero se conocen de hecho
como consumidores). Por ejemplo, el Soviet oficial es sobreaudiencia en las comunicaciones entre la
Otan y los gobiernos de Europa. Cada una de estas posiciones puede estar ocupada por muchas
personas.

Como indicamos antes, existen dimensiones sociocognitivas de la producción y la interpretación


textual que se centran en la relación que existe entre los recursos que los participantes del discurso
tienen internalizados (y traen consigo para el procesamiento textual), por un lado y el texto mismo,
como una serie de trazas del proceso de producción o una serie de pistas para el proceso de
interpretación. Generalmente estos procesos se dan en forma automática e inconsciente. Este es un
factor importante para determinar su efectividad ideológica, además de que ciertos aspectos son
recuperados más fácilmente por la conciencia que otros.
El proceso de producción e interpretación está socialmente restringido en un doble sentido: ante todo,
por los recursos que están efectivamente internalizados, como las estructuras sociales, las normas y las
convenciones constituidas por prácticas y luchas sociales pasadas (incluyendo el orden del discurso y
las convenciones para la producción, distribución y consumo de los textos). En segundo lugar, el
proceso está restringido por la naturaleza específica de cada práctica social: existen indicadores que
determinan qué parte de los recursos disponibles utilizar y de qué forma (en forma creativa o
normativa).

Una de las ventajas de la estructura tridimensional propuesta para el análisis del discurso es que intenta
abordar estas restricciones, especialmente las del segundo tipo mencionado ya que brinda conexiones
explicativas entre la naturaleza de los procesos discursivos en sus casos particulares y la naturaleza de
las prácticas sociales de las que forman parte. Dado que el objetivo de este trabajo se focaliza en el
cambio social y discursivo, es éste el aspecto de los procesos discursivos de mayor interés.

Sin embargo, antes debemos referirnos brevemente a los aspectos sociocognitivos de la producción y la
interpretación y vamos a analizar dos de las siete dimensiones ya mencionadas para el análisis: fuerza
y coherencia. La producción o interpretación de un texto es comúnmente representada por un proceso
de muchos niveles, un proceso arriba-abajo/abajo-arriba. Los niveles más bajos analizan una
secuencia de sonidos o marcas de las oraciones. Los nivles más altos se relacionan con la asignación de
significados a las oraciones, a los textos completos y a las partes y episodios de un texto que puede ser
interpretado como coherentemente conectado. Los significados de las unidades más altas están, en
parte, reforzados por los significados de las unidades más bajas. Esta es la interpretación abajo/arriba.
Sin embargo, la interpretación también se caracteriza por las predicciones acerca de los significados de
las unidades del nivel más alto sobre una evidencia limitada. Estos significados predictivos configuran
el modo en que las unidades del nivel más bajo son interpretadas. Este es el proceso arriba/abajo. La
producción y la interpretación son al mismo tiempo, procesos arriba/abajo y abajo/arriba. Además la
interpretación se desarrolla en tiempo real: una interpretación que ya ha sido realizada (de palabras,
oraciones o episodios) podrá excluir otras posibles interpretaciones (de palabras, oraciones o episodios
respectivamente). Estos aspectos del procesamiento del texto ayudan a explicar cómo los intérpretes
reducen la ambivalencia potencial de los textos y muestran parte del efecto del contexto en la reducción
de la ambivalencia en un sentido acotado de contexto (entendido como lo que precede o sigue en un
texto).

Sin embargo, contexto también incluye lo que a veces se llama contexto de situación: los intérpretes
llegan a interpretaciones partiendo de la totalidad de la práctica social de la cual el discurso forma parte
y estas interpretaciones guían las predicciones sobre el significado de los textos, lo cual reduce
nuevamente la ambivalencia excluyendo otros significados posibles. Esto es, en un sentido, el resultado
de una elaboración de las propiedades arriba/abajo.

Una mejor delimitación a los procesos sociocognitivos es que generalmente están dados en téminos
universales, como si el efecto del contexto sobre el significado y la reducción de la ambivalencia fuera
siempre el mismo. El cómo el contexto afecta la interpretación de un texto varía de un tipo de discurso
a otro (Foucault) y marca las diferencias entre los tipos de discurso en lo que respecta a los intereses
sociales ya que éstas señalan creencias implícitas y roles establecidos.

La fuerza de un texto (a menudo, una parte de una oración) es su componente accional, uan parte de su
significado interpersonal, usado socialmente como acto de habla, usado para actuar (dar una orden,
hacer una pregunta, una amenaza, una promesa, etc). la fuerza contrsta con la proposición: el
componente proposicional que es una parte del significado ideacional, es el proceso o la relación que se
predica de las entidades. Entonces, en el caso de Yo prometo pagar al portador en tiempo y forma la
suma de $5 , la fuerza es de “promesa” ya que la proposición puede ser esquemáticamente representada
como X paga Y a Z. Las partes de los textos son típicamente ambivalentes en términos de fuerza y
pueden tener una fuerza potencial extensiva. Por ejemplo, en Podés llevarme la valija? puede tratarse
de una pregunta, un pedido u orden, una sugerencia, una queja, etc. Algunos análisis de los actos de
habla distinguen entre fuerza directa e indirecta. Podemos distinguir en nuestro caso, algunas
interpretaciones con fuerza directa de pregunta, pero también puede tener otras fuerzas inscriptas
indirectamente. Por otra parte, la ambivalencia no surge por la falta de una interpretación común: a
veces puede no estar claro si hacemos una simple pregunta o también, un pedido encubierto.

El contexto -en ambos sentidos- es un factor importante para reducir la ambivalencia de la fuerza. La
posición secuencial en el texto es un poderoso indicador de fuerza. En un interrogatorio, cualquier cosa
que el abogado diga al testigo inmediatamente después de una respuesta de éste, será interpretada como
una pregunta (lo cual no excluye otra interpretación, por ejemplo, la de acusación). Esto ayuda a
explicar cómo es que las formas de las palabras pueden tener fuerzas que parecen altamente
desagradables si uno las considera fuera de contexto. Por supuesto, el contexto de situación, el contexto
social, también reducen la ambivalencia.

Sin embargo, antes que el intérprete pueda extraer cada contexto de situación o el contexto secuencial
para interpretar la fuerza de una emisión, debe haber llegado a una interpretación de qué contexto de
situación se trata. Esto es análogo a la interpretación textual: involucra una relación entre recursos de
producción e interpretación; pero los recursos de la producción en este caso, son una especie de mapa
mental del orden social. Tal mapa es necesariamente sólo una interpretación de las realidades sociales
suceptibles de variadas interpretaciones y política e ideológicamente marcadas. Caracterizar el
concepto de situación en términos de este mapa mental supone dos cuerpos de información relevante
para determinar cómo el contexto afecta la interpretación de un texto: una lectura de la situación que
pone en primer plano ciertos elementos, otros en segundo plano y las relaciones entre ambos y, por otro
lado, una especificación de qué tipos discursivos son dignos de considerarse relevantes.

Así, uno de los efectos sobre la interpretación de la lectura de la situación es poner en primer o segundo
plano aspectos de la identidad social de los participantes, por ejemplo, género, etnia o edad de los
productores textuales, afectan mucho menos la interpretación de un texto de botánica, que una
conversación casual o una entrevista laboral. Entonces, el efecto del contexto de situación en la
interpretación textual (y la producción de un texto) depende de la lectura de la situación. El efecto del
contexto secuencial, por otro lado, depende del tipo de discurso. Por ejemplo, no podemos sostener
que una pregunta va a predisponer el mismo grado de interpretación de la expresión siguiente como una
respuesta, siempre depende del tipo de discurso. En el discurso del aula, las preguntas predicen
fuertemente respuestas; en la conversación familiar, las preguntas quedan frecuentemente sin respuesta
sin necesidad de estar infringiendo algo. Un énfasis parcial en el contexto secuencial como
interpretación determinante sin el reconocimiento del contexto de situación, resulta insatisfactorio para
el análisis convesrsacional. Además, las diferencias entre los tipos de discurso de esta clase son
socialmente importantes: allí donde las preguntas deben ser respondidas, la probabilidad es que la
asimetría de status entre los roles de los sujetos, sean fijas. De este modo, investigar los principios
interpretativos que se usan para determinar significados, brinda un panorama de la carga ideológica y
política de un tipo de discurso determinado.
La coherencia es tratada a menudo, como una propiedad de los textos. Pero es mejor abordarla como
una propiedad de las interpretaciones. Un texto coherente es aquel cuyos constituyentes (episodios,
oraciones) están significativamente relacionados de tal forma que el texto, como un todo, “hace
sentido” aun cuando pueda haber relativamente pocas marcas formales de sus relaciones significativas.
Sin embargo, un texto sólo “hace sentido” para alguien que “hace sentido” de él, alguien que es capaz
de inferir estas relaciones significativas en ausencia de marcas más explícitas. Pero el modo particular
en que una lectura coherente es generada por un texto, depende además de los principios interpretativos
que se extraigan. Los principios interpretativos particulares están asociados “naturalmente” con los
tipos particulares de discurso y tales vínculos son estudiables porque ilustran las funciones ideológicas
de la coherencia en la interpelación de los sujetos. Esto significa que los textos establecen posiciones
para los sujetos “interpretantes” que son capaces de “hacer sentido” de ellos y son capaces de realizar
conexiones e inferencias de acuerdo con los principios interpretativos relevantes, necesarios para
generar lecturas coherentes. Estas conexiones e inferencias pueden basarse en creencias de tipo
ideológico. Por ejemplo, lo que establece la coherencia entre: “Ella dejará su trabajo el próximo
miércoles” y “Ella está embarazada” es la creencia de que las mujeres dejan de trabajar cuando
tienen chicos. En tal sentido, como intérpretes asumimos esta posición y automáticamente hacemos
estas conexiones que están sujetas por y hacia el texto. Esta es una parte importante del trabajo
ideológico del texto y del discurso en tanto interpela a los sujetos. Sin embargo, existe la posibilidad
no sólo de conflictos, a través de diferentes lecturas de un mismo texto, sino también, de resistencia a
las posiciones construidas en los textos.

Pasemos ahora al séptimo nivel, que es quizás el más importante de este trabajo: Intertextualidad
(Bajtin, 1981; Kristeva, 1986a). Es básicamente la propiedad que poseen los textos de estar construidos
con fragmentos de otros textos los cuales pueden estar explícitamente demarcados o entremezclados.
Con tales fragmentos, los textos pueden asimilarse, contradecirlos o repetirlos irónicamente. En
términos de producción, una perspectiva intertextual subraya la historicidad de los textos: siempre son
el resultado de una serie de cadenas de discurso existentes y los textos anteriores son aquellos a los
que se responde. En téminos de distribución, una perspectiva intertextual es útil para la investigación
de las cadenas relativamente estables entre las cuales los textos “se mueven”, pasando por las
transformaciones predecibles y por el modo en que éstas se transladan de un tipo a otro de texto (por
ejemplo, el lenguaje político frecuentemente es transformado en las noticias del periódico). En
términos de consumo, una perspectiva intertextual es útil para señalar qué es lo que “no es” el texto, sin
tomar el texto constituido intertextualmente sino buscando los otros textos que los intérpretes “traen”
de modos variables para realizar el proceso de interpretación.

Resulta apropiado hacer una distinción entre intertextualidad manifiesta allí donde otros textos están
abiertamente presentes dentro de un texto y interdiscursividad o intertextualidad constitutiva. El
concepto de intertextualidad encara históricamente los textos como transformaciones del pasado en el
presente. Esto es así en un sentido relativamente convencional y normativo: los tipos de discurso
tienden a cambiar sentidos particulares usando convenciones y textos en rutinas y naturalizándolos. Sin
embargo, esto también puede realizarse de modo creativo, con nuevas configuraciones de elementos de
los ordenes del discurso y con nuevos modos de intertextualidad manifiesta. Esta es la historicidad
inherente al punto de vista intertextual pero necesita relacionarse con una teoría del cambio social y
político para investigar el cambio discursivo dentro de procesos de cambio más amplios.
El análisis de la práctica discursiva debería involucrar una combinación del microanálisis con el
macroanálisis. El primero, es un tipo de análisis en el que se prioriza la explicación de cómo los
participantes producen e interpretan los textos sobre la base de sus propios recursos, pero esto debe
complementarse con el macroanálisis para concer la naturaleza de esos recursos (incluidos los ordenes
del discurso) que son utilizados para producir e interpretar los textos y para saber si ese uso es creativo
o normativo. Por supuesto, el microanálisis es el mejor lugar para descubir esta información y para
proveer evidencias para el macroanálisis. Por lo tanto, tanto el micro como el macroanálisis se
requieren mutuamente. Esta es la razón por la cual la dimensión de la práctica discursiva en la
estructura tridimensional ya descripta, puede mediar en la relación entre las dimensiones de la práctica
social y textual: es la naturaleza de la práctica social la que determina el macroproceso de la práctica
discursiva y es el microproceso el que da forma al texto.

El discurso como práctica social: ideología y hegemonía

El objetivo de esta sección es referirnos más claramente a los aspectos de la tercera dimensión de la
estructura tridimensional: el discurso como práctica social. Más específicamente veremos el discurso
en relación con ideología y poder y su lugar desde el punto de vista del poder como hegemonía. Para
ello, tomaremos las contribuciones clásicas del siglo XX del marxismo de Althusser y de Gramsci, las
cuales proveen una estructura rica para investigar el discurso como una forma de la práctica social,
aunque con reservas importantes sobre todo para el caso de Althusser.

Ideología
La teoría de la ideología que ha tenido más influencia en los recientes debates sobre discurso e
ideología, es ciertamente la de Althusser (1971). De hecho, Althusser puede considerarse como el
constructor de las bases teóricas del debate, aunque Voloshinov mucho antes había hecho
contribuciones sustantivas.

Las bases teóricas que vamos a considerar aquí se sostienen sobre las tres líneas que siguen:
1- El debate sobre la existencia material de las prácticas institucionales, que abre el camino a la
investigación de las prácticas discursivas como formas materiales de ideología.
2- La concepción de la ideología como interpeladora de sujetos, lleva a la idea de que uno de los más
significativos efectos ideológicos que los lingüistas suelen ignorar en el discurso, es la constitución de
los sujetos.
3- Los Aparatos Ideológicos del Estado (instituciones tales como la educación o los medios) están
ubicados y sostenidos en una lucha de clases y señalan una lucha en y sobre el discurso como un foco
para el análisis ideológico del mismo.

Si bien es cierto que el debate sobre discurso e ideología ha sido fuertemente influenciado por estas
posiciones, también es cierto que en dicho debate no ha faltado el reconocimiento de las limitaciones
propias de la teoría de Althusser.

En particular, el trabajo de Althusser contiene una contradicción sin resolver entre el punto de vista de
la ideología como imposición y reproducción (aglutinante social universal) y el punto de vista de los
AIE, sostenidos y ubicados ideológicamente, en una constante lucha de clases cuyo resultado está
siempre en equilibrio. En efecto, la primera visión predomina y existe una marginalización del punto de
vista de la lucha, la contradicción y la transformación ideológica.

Entendemos ideologías como significaciones/configuraciones de la realidad (mundo físico, relaciones


sociales, identidades sociales) que están construidas en diversas dimensiones de las formas/significados
de las prácticas discursivas y que contribuyen a la producción, reproducción o transformación de las
relaciones de dominación. Esta posición es similar a la de Thompson (1984, 1990) quien sostiene que
son ideológicas aquellas formas simbólicas o usos del lenguaje que sirven en circunstancias específicas
para establecer o sustentar relaciones de dominación.

Las ideologías fijadas en las prácticas discursivas son más efectivas cuando se naturalizan y consiguen
el status de sentido común, pero esta propiedad (estable y establecida) de las ideologías no debería ser
exagerada porque la referencia a la transformación apunta a una lucha ideológica como una de las
dimensiones de la práctica discursiva, una lucha que reforma dichas prácticas discursivas y las
ideologías construidas dentro de ellas en el contexto de reestructuración o transformación de las
relaciones de dominación. Allí donde prácticas discursivas contrastivas se usen en un dominio
particular o institución, es probable que parte de ese contraste sea ideológico.

La ideología fija el lenguaje en diversos sentidos y niveles y no podemos elegir entre diferentes
ubicaciones posibles de la ideología. La pregunta clave parece ser: ¿la ideología es una propiedad de
las estructuras o una propiedad de los eventos ? la respuesta es que es una propiedad de las estructuras
y de los eventos. El problema es encontrar una explicación satisfactoria de la dialéctica de las
estructuras y los eventos.

Hay una serie de investigaciones que ubican la ideología como una propiedad de las estructuras
localizándola en alguna forma de convención subyacente a la práctica del lenguaje (como “código”,
“estructura” o “formación”). Estos trabajos tienen la ventaja de mostrar los eventos restringidos por las
convenciones sociales pero tienen la desventaja de desdibujar los eventos postulando que éstos son
meras instancias de las estructuras, y por lo tanto privilegian la perspectiva de la reproducción
ideológica y tienden a representar las convenciones como más ligadas de lo que en realidad están. Otra
debilidad de este tipo de estudios es que no reconocen la primacía de los órdenes del discurso sobre las
convenciones particulares de cada discurso: hacen falta investigaciones sobre el carácter ideológico del
orden del discurso, no sólo teniendo en cuenta las convenciones individuales sino también la
posibilidad de que existan tipos diversos y contracdictorios de caracteres ideológicos. Una alternativa
para este tipo de trabajos es localizar la ideología en el evento discursivo priorizándola como un
proceso con transformaciones. Pero se debe tener en cuenta que este enfoque puede llevar a la ilusión
del discurso como un proceso de formación libre, salvo que se ponga simultáneamente énfasis en los
órdenes del discurso.

La Lingüística Crítica brinda otra perspectiva de la localización textual de la ideología: las ideologías
residen en los textos. Mientras que es cierto que las formas y los contenidos de los textos permiten
mostrar la huella de los procesos ideológicos y de las estructuras, no es posible leer las ideologías de
los textos. Esto se debe a que los significados se producen a través de las interpretaciones y los textos
están abiertos a diversas interpretaciones que pueden diferir en sus sentidos ideológicos. Además, los
procesos ideológicos presentan los discursos como eventos sociales completos -son procesos entre
personas- y no sólo los textos, que son momentos de tales eventos. Los intentos por descubrir los
procesos ideológicos solamente a través del análisis textual caen en el problema (tan familiar en los
medios sociológicos) de que los consumidores de texto (lectores, críticos) a veces se manifiestan
inmunes a los efectos de las ideologías que supuestamente están en los textos.

Como dijimos anteriormente, resulta más apropiada la postura de que la ideología se localiza en las
estructuras que conforman el producto de eventos pasados y las condiciones de eventos habituales.
Estos eventos, a su vez, reproducen y transforman estas estructuras condicionantes. Dentro de las
normas y convenciones se va construyendo una orientación por acumulación y naturalización, un
proceso continuo de naturalización y desnaturalización de tales orientaciones en los eventos
discursivos.

Una pregunta importante acerca de la ideología es qué partes o niveles de texto y discurso conllevan
carga ideológica. Una opinión común es que los significados son ideológicos, especialmente los
significados de las palabras. El significado de la palabra es importante, pero también son importantes
otros aspectos del significado, como las presuposiciones, las metáforas y la coherencia. Hemos
puntualizado en la sección anterior la importancia de la coherencia en la constitución ideológica de los
sujetos.

Una oposición rígida entre contenido/significado y forma es inapropiada porque los significados de
los textos están estrechamente entrelazados con las formas, y las características formales de los textos
en los distintos niveles pueden estar cargados ideológicamente. Por ejemplo: la representación del
fracaso y del desempleo como análogos a desastres naturales puede involucrar una preferencia por
estructuras oracionales intransitivas y atributivas (más que por transitivas): la moneda se ha
desvalorizado, hay millones sin trabajo, se opone a los inversores compran oro, las empresas han
despedido a millones.

En un nivel distinto, el sistema de turnos de habla en el aula o en las convenciones de cortesía entre
secretarias y jefes, se implican suposiciones ideológicas acerca de las identidades y las relaciones
sociales entre los sujetos involucrados (maestros, alumnos, jefes, secretarias). Aun los aspectos de
estilo de un texto pueden tener carga ideológica.

No debemos pensar que la gente es consciente de las dimensiones ideológicas de sus propias prácticas.
Las ideologías que se construyen en las convenciones pueden estar más o menos naturalizadas y
automatizadas y resulta dificil que las personas puedan comprender que sus prácticas normales tienen
una determinada marca ideológica. Aún cuando la propia práctica pueda ser interpretada como
resistencia y contribución al cambio ideológico, no necesariamente estamos atentos a todos los detalles
de su sentido ideológico.

Estos comentarios acerca de la conciencia crítica pueden relacionarse con las preguntas sobre la
interpelación de los sujetos. En la concepción althusseriana, el caso ideal es aquel en el que el sujeto es
posicionado en la ideología en un sentido que disimula la acción y los efectos posteriores, y le otorga
una autonomía imaginaria. Esto sugiere convenciones discursivas de un alto grado de naturalización.
Pero las personas, en realidad, están sujetas de modos diferentes y contradictorios. Cuando la sujeción
es contradictoria, la naturalización puede ser dificil de sostener -cuando, por ejemplo, una persona que
opera dentro de una única estructura institucional y con una serie de prácticas simples es interpelada
desde varias posiciones y es “tironeada” hacia diferentes direcciones-. La interpelación contradictoria,
probablemente, se manifieste experiencialmente como una confusión o incertidumbre, y dé lugar a una
problematización de las convenciones. Bajo estas condiciones, es más probable que se desarrolle una
conciencia como práctica transformadora.

La concepción althusseriana del sujeto exagera la constitución ideológica de los sujetos y,


correspondientemente, subestima la capacidad de éstos para actuar individual o colectivamente como
agentes, incluyendo el compromiso de criticar y oponerse a las prácticas ideológicas. También es
importante aquí adoptar la posición dialéctica que mencionamos con anterioridad: los sujetos están
ideológicamente posicionados, pero ellos también son capaces de actuar creativamente para construir
sus propias conexiones entre las diversas prácticas e ideologías a las que están expuestos, y de
reestructurar prácticas y estructuras posicionadas. El equilibrio entre el sujeto como un efecto
ideológico, y el sujeto como un agente activo, es una variable que depende de condiciones sociales
tales como la relativa estabilidad de las relaciones de dominación.

¿Todo discurso es ideológico? Hemos visto que las prácticas discursivas están cargadas de ideología en
tanto ellas incorporan significaciones que constribuyen a sostener o reestructurar las relaciones de
poder. Estas pueden, en principio, estar afectadas por prácticas discursivas de cualquier tipo -aun
científicas y teóricas-. Con esto queda excluida la oposición categorial que algunos especialistas han
sugerido (Zima, 1981 y Pecheux, 1982). Pero esto no supone que todo discurso sea irremediablemente
ideológico. Las ideologías surgen en sociedades caracterizadas por relaciones de dominación (clase,
género, grupo cultural, etc.) y en la medida en que los seres humanos sean capaces de superar tales
sociedades serán capaces de trasceder a la ideología. Por este motivo, no aceptaremos la concepción
althusseriana de ideología en general como aglutinante social inseparable de la sociedad misma.
Además, el hecho de que en nuestra sociedad todos los tipos de discurso sean, en principio, suceptibles
de poseer carácter ideológico, no significa que todos los tipos de discurso estén marcados del mismo
modo.

Hegemonía
El concepto de hegemonía -central en los análisis de Gramsci- es coherente con el abordaje del discurso
que hemos planteado porque provee un modo de teorizar el cambio relacionándolo con la evolución de
las relaciones de poder; permite centrarnos en el cambio discursivo y al mismo tiempo, contribuir al
estudio del cambio en un sentido más amplio.

La hegemonía es un punto central en tanto comprende la dominación que atraviesa la economía, la


política, la cultura y la ideología de una sociedad. La hegemonía es el poder que tienen sobre la
sociedad las clases definidas como económicamente dominantes, en alianza con otras fuerzas sociales.
Pero ese poder nunca se logra más que parcial y temporariamente, en forma de equilibrio inestable.

La hegemonía gira alrededor de la constitución de esas alianzas y funciona


-integrando más que dominando a las clases subordinadas- a través de concesiones o de indicaciones
ideológicas para ganar consenso.

La hegemonía es un foco de lucha constante alrededor de puntos de gran inestabilidad entre clases y
bloques, para construir, mantener o fracturar alianzas y relaciones de dominación/subordinación que
toman formas económicas, políticas e ideológicas. La lucha hegemónica tiene lugar en un amplio frente
que incluye las instituciones de la sociedad civil (escuela, familia, sindicato) con desigualdades entre
los diferentes niveles y dominios.
La ideología es entendida dentro de una estructura, por ejemplo, en su materialización implícita e
inconsciente en prácticas (que la contienen en forma de premisas teóricas implícitas). La ideología es
...una concepción del mundo que está manifiesta implícitamente en el arte, en las leyes, en las
actividades económicas y en las manifestaciones de la vida individual y colectiva (Gramsci, 1971).

Mientras que la interpelación de los sujetos es una elaboración althusseriana, en Gramsci aparece una
concepción del sujeto como estructurado por diversas ideologías implícitas en sus prácticas que, en
conjunto, le dan un carácter extrañamente complejo (Gramsci, 1971) y una concepción del sentido
común como una reserva de diversos efectos de las luchas ideológicas pasadas y un constante blanco
para reestructurar las luchas por venir. En el sentido común, la ideología se vuelve naturalizada o
automatizada. Por otra parte, Gramsci entiende el terreno de las ideologías en términos de conflictos
superpuetos, intersectados o en formación (Hall, 1988) y los denomina complejo ideológico. De este
modo se centra en los procesos por los cuales los complejos ideológicos se estructuran y reestructuran,
se articulan y rearticulan.

Así, una concepción de la lucha hegemónica en términos de articulación, desarticulación y


rearticulación de elementos resulta coherente con los que propusimos anteriormente para el discurso:
- optar por el punto de vista dialéctico de las relaciones entre estructuras discursivas y eventos,
- observar las estructuras discursivas como órdenes del discurso entendidos como configuraciones
más o menos inestables de elementos y
- adoptar un abordaje de los textos centrado en su intertextualidad y en los modos en que se articulan
textos anteriores y convenciones.

Un orden del discurso puede verse como la faceta discursiva del equilibrio contradictorio e inestable
que constituye la hegemonía y, por otro lado, la articulación y rearticulación de los órdenes del discurso
constituyen un pilar fundamental de la lucha hegemónica. Es más, la práctica discursiva, la producción,
distribución y consumo (y la interpretación) de los textos constituyen una faceta de la lucha
hegemónica que contribuye en diversos grados a la reproducción o transformación no sólo del orden
del discurso existente sino también de la vida social y de las relaciones de poder.

Tomemos el discurso político de Thatcher como ejemplo: puede interpretarse como una rearticulación
del orden del discurso político existente (el discurso conservador tradicional, el neoliberal y el
populista) en una combinación nueva. También se ha constituido como un discurso sin precedentes del
poder político a cargo de una mujer mandataria. Esta rearticulación discursiva naturaliza un proyecto
hegemónico para la configuración de un fundamento y una agenda política nueva y es en sí misma, una
faceta de un proyecto político más amplio para reestructurar la hegemonía del bloque de la burguesía
en condiciones económicas y políticas nuevas. Además, podemos agregar que esta rearticulación del
orden del discurso es contradictoria: los elementos autoritarios coexisten con los democráticos e
igualitarios (por ejemplo, los pronombres inclusivos nosotros coexisten con el uso autoritario del
ustedes), los elementos patriarcales, con los feministas, etc. La rearticulación de los órdenes del
discurso no sólo se logra en las prácticas discursivas productivas sino también en la interpretación:
entender el sentido de los textos de Thatcher requiere intérpretes capaces de hacer conexiones
coherentes entre la heterogeneidad de sus elementos y parte de su proyecto hegemónico reside en la
constitución de sujetos intérpretes para quienes estas conexiones sean naturales y automáticas.
Sin embargo, parecería que la mayoría de los discursos se producen más allá de la lucha hegemónica en
instituciones particulares, (familia, escuela, etc.) más que en el nivel de la política nacional, sus
protagonistas no parecen estar ligados a clases o fuerzas políticas en sentido directo, pero son maestros,
policías, público, alumnos, hombres o mujeres. La hegemonía provee un modelo y una matriz para
entender estos casos. Un modelo para, la educación, por ejemplo, donde los grupos dominantes
aparecen ejerciendo el poder a través de la construcción de alianzas (más que ejerciendo el dominio
sobre los grupos subordinados), ganando consenso, logrando un equilibrio precario en parte, a través
del discurso y a través de la constitución de órdenes locales del discurso. También provee una matriz
ya que el logro de la hegemonía a nivel social requiere de la integración de las instituciones locales y
semi autónomas y de sus relaciones de poder, de modo que las luchas locales pueden ser interpretadas
como luchas hegemónicas. Esto dirige la atención a las conexiones entre las instituciones y a las
conexiones y movimientos entre los órdenes del discurso de dichas instituciones.

Aunque la hegemonía puede parecer la forma organizacional predominante del poder en la sociedad
contemporánea, no es la única. También hay restos de formas previas salientes en las que la
dominación se logró por imposición instransigente de reglas, normas y convenciones. Esto parece
corresponderse con el modelo del código del discurso. Este modelo aborda el discurso en términos de
la instanciación de códigos que están fuertemente armados y clasificados y poseen una práctica
normativa altamente pautada (Bernstein, 1981). Esta teoría contrasta con la que habíamos propuesto
previamente y que podríamos denominar modelo de articulación del discurso (y se corresponde con
la forma organizacional hegemónica). Los modelos de código están orientados institucionalemente
mientras que los modelos de articulación están más orientados al cambio: por ejemplo, comparando las
formas tradicionales y las más recientes del discurso del aula o del paciente/médico. Por otro lado, los
escritores del postmodernismo sugieren una forma organizacional emergente del poder que es más
difícil de puntualizar pero que representa una desviación mayor de la orientación institucional. Postulan
el descentramiento del poder y un modelo del discurso “mosaico” que caracteriza la práctica discursiva
como una rearticulación de elementos mínimamente restringida. La práctica discursiva que se ajusta a
este modelo -identificado como postmoderno- tiene su ejemplo más claro en la publicidad (Fairclough,
1989a).

Resumiendo, entonces, en la estructura tridimensional para el análisis del discurso que ya describimos,
buscamos trazar una conexión explicativa (para las instancias particulares del discurso) entre la
naturaleza de las prácticas sociales (de las que dichas instancias forman parte) y la naturaleza de su
propia práctica discursiva, incluyendo los aspectos sociocognitivos de su producción e interpretación.
El concepto de hegemonía nos ayuda pues provee una matriz, (es decir, una forma de análisis de la
práctica social a la que el discurso pertenece, en términos de reproducción, reestructuración o cambio
de la hegemonía existente) y un modelo (es decir, una forma de analizar la práctica discursiva como
una forma de lucha hegemónica que reproduce, reestructura o cambia los órdenes del discurso
existentes). Todo esto provee los fundamentos para sostener el carácter político de las prácticas
discursivas y -como la hegemonía posee una dimensión ideológica- una forma de valorar el carácter
ideológico de estas prácticas. La hegemonía, finalmente también es sumamente valiosa en este contexto
ya que nos permite centrarnos en el cambio.

Cambio discursivo
El tema central de este trabajo es el cambio discursivo en relación con el cambio social y cultural en
términos del funcionamiento del discurso en la vida social contemporánea. Este tema podría abordarse
desde una doble perspectiva de acuerdo con la dialéctica entre los órdenes del discurso y la práctica
discursiva o el evento discursivo. Por un lado, es necesario comprender los procesos de cambio de los
eventos discursivos. Por otro lado, se necesita una orientación para saber cómo los procesos de
rearticulación afectan a los órdenes del discurso.

Los orígenes inmediatos y las motivaciones del cambio dentro de los eventos discursivos se situan en la
problematización de las convenciones por parte de los productores/intérpretes. Por ejemplo, la
problematización de las convenciones en la interacción entre mujeres y hombres es una experiencia
difundida en diversas instituciones y dominios. Tales problematizaciones tienen sus bases en
contradicciones: en este caso, entre una posición tradicional y las nuevas relaciones de géneros. En un
plano diferente, el discurso político de Thatcher puede verse como un discurso emergente más allá de
la problematización de las prácticas discursivas de la derecha tradicional y en un contexto en donde las
contradicciones entre las relaciones sociales, las posiciones de los sujetos y las prácticas políticas
comienzan a aparecer. Cuando surgen las problematizaciones, las personas se encuentran frente a lo
que Billig (1988) llama dilemas: las personas a menudo tratan de resolver estos dilemas de maneras
innovadoras y creativas, adoptando las convenciones existentes de diferente modo y contribuyendo al
cambio discursivo. La intertextualidad inherente y, por lo tanto, la historicidad de la producción y la
interpretación textual, configura la creatividad como una opción. El cambio involucra formas de
transgresión: nuevas combinaciones a partir de las combinaciones existentes o el uso de convenciones
en situaciones en las que comúnmente estaban excluidas.

Estas contradicciones, dilemas y aprehensiones subjetivas de los problemas en situaciones concretas se


dan en contradicciones estructurales y en la lucha a nivel institucional y social. Sin embargo, lo que
determina el modo en que estas contradicciones se reflejan en eventos específicos es la relación de
estos eventos con las luchas que están circulando alrededor de estas contradicciones. Los eventos
discursivos tienen efectos acumulativos sobre las contradicciones sociales y las luchas que las
circundan. En suma, los procesos sociocognitivos serán o no innovadores y contribuirán o no al cambio
discursivo dependiendo de la naturaleza de la práctica social.

Veamos ahora la dimensión textual del discurso: el cambio deja trazas en los textos bajo la forma de
co-ocurrencias de elementos contradictorios o inconscientes (mezclas de estilos formales e informales,
vocabularios técnicos y no técnicos, marcas de autoridad y familiaridad, formas sintácticas típicas de la
escritura y de la oralidad, etc.). Una tendencia particular del cambio discursivo “gana popularidad” y se
fija en una nueva convención emergente, que al principio es percibida por los intérpretes como
contradicción estilística. Estos textos llegan a perder su efecto “collage” hasta convertirse en textos “sin
costuras”. Tal proceso de naturalización es esencial para el establecimiento de nuevas hegemonías en la
esfera del discurso. Esto nos lleva al punto del cambio en los órdenes del discurso: tanto productores
como intérpretes combinan de nuevas formas convenciones discursivas, códigos y elementos en
eventos discursivos innovadores. Estos son cambios estructurales producidos por acumulación en los
órdenes del discurso: son desarticuladores de los órdenes existentes y rearticuladores de los nuevos.
Estos cambios estructurales pueden afectar sólo el orden local del discurso de una institución, o
pueden trascenderla y afectar el orden social del discurso. El punto de atención al investigar el cambio
discursivo debería mantenerse en la alternancia entre el evento discursivo y los cambios estructurales,
porque no es posible apreciar la importancia del primero en procesos amplios de cambio social sin
tener en cuenta los cambios estructurales, como tampoco es posible apreciar los cambios estructurales
sin tener en cuenta el evento discursivo. Dentro del estudio del cambio en los órdenes del discurso, nos
referiremos a dos tipos de cambios realcionados que frecuentemente afectan el orden del discurso
societal. El primero es la aparente democratización del discurso que involucra la reducción de marcas
manifiestas de asimetría de poder entre personas de desigual poder institucional (maestros y alumnos,
pacientes y médicos, padres e hijos, etc.) que se evidencia en una gran cantidad de dominios
institucionales. El segundo es lo que hemos llamado personalización sintética, el simulacro de
privacidad, el cara a cara, el habla “al aire” de la audiencia de los medios masivos. Ambas tendencias
pueden ligarse a una extensión del discurso conversacional del dominio privado hacia los dominios
institucionales. Estas tendencias sociales y discursivas se establecen a través de conflictos y sólo con
una limitada estabilidad, con probabilidad de que sus elementos heterogéneos serán experimentados
como contradictorios y llevarán a más conflictos y cambios.

Un aspecto de la predisposición de los órdenes del discurso al conflicto es que los elementos de un
orden del discurso no tengan valores o carácter ideológico fijos. Por ejemplo, consideremos el
asesoramiento psicopedagógico escolar como forma de hablar a los padres acerca de sus problemas en
situaciones cara a cara. Ese asesoramiento tiene sus orígenes en las terapias individuales pero
actualmente circula como una técnica en muchos tipos de instituciones educativas como el efecto de
una restructuración significante del orden del discurso. Sin embargo, este desarrollo es altamente
ambivalente desde el punto de vista ideológico y político. La mayoría de los “asesores” se ven a sí
mismos como generadores de espacios individuales en un mundo que trata a los personas como cifras.
Sus prácticas parecerían contra-hegemónicas y la difusión de éstas en las instituciones escolares
llevarían a un cambio liberador. Sin embargo, el asesoramiento se usa en muchas instituciones para
prácticas de naturaleza abiertamente disciplinaria y resulta una técnica hegemónica que traza sutilmente
aspectos de la vida privada en el dominio del poder. La lucha hegemónica parece ocurrir, en parte, a
través de esta práctica y su expansión y, en parte, sobre ella. De acuerdo con la observación de
Foucault (1981):
Los discursos son elementos tácticos o bloques de operación en el campo de las relaciones de fuerza;
existen diferentes y aun contradictorios discursos dentro de una misma estrategia; pueden, por el
contrario, circular sin cambiar su forma de una estrategia a otra, entre estrategias opuestas.

La exploración de las tendencias del cambio dentro de los órdenes del discurso puede contribuir a los
debates sobre el cambio social. Los procesos de comercialización, la extensión de los modelos de
mercado en nuevas esferas, pueden ser investigados en la reciente irrupción de los órdenes del discurso
publicitario y otros tipos de discurso. La democratización del discurso y la personalización sintética
pueden relacionarse con la democratización de la sociedad y al mismo tiempo,con la comercialización.
Más específicamente, también pueden relacionarse con el aparente cambio en el poder que ha sido
asociado con el consumismo y con las nuevas hegemonías que éste supone.
Podría ser de utilidad incorporar una dimensión discursiva en los debates sobre modernidad y
postmodernidad. Por ejemplo, la democratización, la personalización sintética y la extensión de la
conversación hacia los dominios institucionales, pueden ser vistas como aspectos de una
indiferenciación de los dominios público y privado (Jameson, 1984), o como una fragmentación hasta
hoy estructurada en las prácticas profesionales?

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