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Familia trabajo y sociedad

Curso de Antropología Filosófica

Por: José Ignacio Moreno | Fuente: www.interrogantes.net

1. Hombre y mujer

Existe una dimensión física, psíquica y espiritual en los distintos


sexos.

La mujer suele tener una mayor capacidad de escuchar; en este


sentido tiene una condición más propia de criatura que el hombre.
Por otra parte el hombre es más activo, menos contemplativo que la
mujer. La mujer llega con más facilidad a captar la totalidad de la
persona del hombre. Al hombre le cuesta más por quedar más
condicionado por el aspecto físico de la mujer.

La distinción hombre-mujer no es algo gradual sino complementario:


es decir, ambos son personas humanas pero con distinciones
profundas como antes hemos dicho. Las posturas materialistas -al
pretender eliminar el espíritu- reducen la distinción hombre-mujer a
elementos bioquímicos y afectivos.

Por otra parte, la conciencia propia no es la que fundamenta la


feminidad o masculinidad sino el propio ser de cada persona.

El atractivo físico, psicológico y afectivo se ordenan al atractivo


personal. La persona es el ser que elige sus propios fines y -por
tanto- el ser que puede ser querido por sí mismo: no por el beneficio
que me dé. Querer a una persona no es fundamentalmente quererla
para mí sino querer lo mejor para ella. Los reduccionismos
materialistas impiden llegar a esta conclusión porque tan sólo llegan
a lo material, psicológico y afectivo, pero no a lo personal.

2. El matrimonio

El atractivo entre hombre y mujer alcanza su pleno sentido en la


comunión de personas: el tú del otro pasa a formar parte del propio
yo. Así es como los aspectos físicos, psicológicos y afectivos alcanzan
su plenitud. Porque si no se finalizan estos aspectos por el aspecto
personal todo se pervierte.

La ordenación del amor entre hombre y mujer requiere de


condiciones estables sin las que sería injusto llegar a una unión plena
(corporal y espiritual) del hombre y la mujer. Esta condición estable
es el matrimonio.

El fin natural de la unión entre hombre y mujer es doble: el bien de


los cónyuges y la procreación y educación de los hijos, que necesitan
para su desarrollo y educación de una situación familiar estable sin la
que se verían seriamente dañados en su formación personal.

La unión entre el hombre y la mujer tiene una serie de consecuencias


sociales. Las familias se benefician de una sociedad de derecho al
tiempo que asumen responsabilidades y cargas entre sus propios
miembros. Las llamadas parejas de hecho suponen una afrenta a la
justicia si pretenden beneficiarse de una sociedad de derecho,
equiparándose a las familias, sin asumir sus cargas.

La indisolubilidad matrimonial se deriva de la naturaleza y


consecuencias de la propia unión: el ya citado bien de los cónyuges y
la procreación y educación de los hijos. Son muy distintas las
relaciones que surgen de una unión a prueba -o de conveniencia- que
las de una unión de compromiso para toda la vida. El verdadero amor
surge de saber que el otro se ha jugado la vida por mí.

El matrimonio debe estar ordenado a la vida. Las prácticas


anticonceptivas son inmorales por ser antinaturales. La propia
naturaleza de la mujer tiene un control de natalidad natural. Existen
medios que son legítimos para conocer estos ciclos porque permiten
el uso del matrimonio sin ir contra la vida. Respecto al aborto
hablaremos en otro lugar.

La poligamia supone un atentado a la dignidad de la mujer que no es


esencialmente inferior al hombre sino igual.

Las posibles diferencias y conflictos familiares tienen que servir -por


vía de superación- para un mayor conocimiento personal y del
cónyuge, reforzándose así la unidad familiar. De todas maneras es
posible que haya algunas situaciones tan insostenibles que justifiquen
la separación. Pero es muy distinta la separación del divorcio; como
podría constatar algún hijo afectado.

Existen ocasiones en las que no se contrae matrimonio, por ejemplo:


el vínculo anterior o la impotencia.

3. El amor entre el hombre y la mujer y su relación con la


existencia de Dios

Dedicaremos un capítulo expresamente -el octavo- a analizar las


posibilidades de la razón humana para llegar al conocimiento de la
existencia de Dios. Ahora vamos a partir de una frase de C.S.Lewis
que afirma que "cuando a los amores humanos los convertimos en
dioses los transformamos en demonios". Es decir: una persona
humana no es un absoluto: no se debe querer a una persona como si
fuera Dios porque sería algo monstruoso. Sin embargo tendemos a
querer -o a odiar- ilimitadamente a las personas; especialmente a las
que nos son más cercanas.

La solución tampoco puede estar en querer con cálculo pues esto


repugna a la esencia misma del amor (esto no significa que no exista
un orden en nuestros amores). Sólo si queremos a las personas en
tanto que nos ordenan a un Dios personal el amor humano se sitúa
en su justa perspectiva.

4. Personas solteras

La persona, por ser racional, no está finalizada por su especie. Por


tanto: el matrimonio es una exigencia para el género humano pero
no para todas las personas. Por fines nobles humanos, nunca por
egoísmo, es justificable el estado de soltero. Por fines sobrenaturales
es algo admirable porque, sin entrar a fondo en cuestiones propias de
otras disciplinas, la entrega del hombre o la mujer exclusivamente a
Dios repercute siempre -más tarde o más temprano- en estrechar los
lazos de la familia de la humanidad y de las familias concretas.

Una sociedad en la que pocas personas se deciden a un servicio


exclusivo a Dios y a los hombres acaba siendo poco familiar y poco
humana.

5. La imagen de la mujer en la sociedad

La valoración de la dignidad e igualdad de la mujer ha tenido una


serie de reconocimientos sociales que han sido fuente de progreso
moral. Sin embargo, en otros aspectos, proliferan feminismos que no
sólo son antimachismos sino que además pervierten de raíz la
espiritualidad, psicología y corporeidad de la mujer. La separación
entre sexualidad y maternidad es el punto neurálgico de estos
errores.

La separación de la idea de mujer de la idea de madre es la ruptura


de algo que se da unido por naturaleza. Por otra parte la obsesión de
algunos capitalistas -también de socialistas-, especialmente cercanos
al mundo de la comunicación, de convertir a la mujer en un objeto de
consumo tiene como consecuencia una prostitución social al convertir
a la persona femenina en un objeto: esto es la esencia de lo
inhumano.

6. El sentido del pudor

Junto a grandes servicios que prestan los medios de comunicación


uno de los errores que socavan la sociedad es la reiterada frecuencia
en presentar motivos sexuales -con una burda intención comercial-
escudándose en una pretendida naturalidad.

Las relaciones sexuales deben ser personales e íntimas. En el


momento en que se convierten en un espectáculo público se
despersonalizan y despersonalizan y son, por tanto, antihumanas y
antifamiliares.

El pudor es algo natural en el hombre como consecuencia de cierto


desorden en su naturaleza que esta asignatura sólo puede constatar.
El pudor es la tendencia innata que cubre algo bueno de por si pero
que podría ser deseado fuera de orden y de lugar.

7. Trabajo

La persona humana es capaz de cierta creatividad al obrar con su


inteligencia y voluntad en el mundo. Pero los logros de tal creatividad
son algunos superiores a otros. Entre todos ellos el superior son las
propias personas: lo que más se puede amar, en el orden de las
realidades finitas, es a los propios hijos. Por esto la creatividad
laboral ha de estar en función de la creatividad familiar.

8. Sociedad

La sociedad es una relación de personas. La persona necesita del


núcleo de sus relaciones familiares no solo para vivir en sociedad,
sino incluso para ser propiamente persona. Por tanto la sociedad ha
de estar en función de la familia.

9. Medios de comunicación

La comunicación debe ser un servicio a las personas y por tanto a las


familias. Por tanto todo contenido informativo que contenga
antivalores que dañen los fines propios de la familia, como por
ejemplo la educación de los hijos, supone un ataque a la dignidad de
la persona humana.

Dentro de una sociedad pluralista es un error eludir la existencia de


una ética de la comunicación que está por formular con precisión
concienzudamente. Sin respeto a la dignidad humana la comunicación
se convierte en confusión.

Actividades:

a) Analizar el texto "La familia como institución en el mundo


moderno" ("El amor o la fuerza del sino", Selección de textos de
Chesterton, por Álvaro da Silva. Rialp; pp. 58-69. Se adjunta).
¿Qué dice sobre la eficacia?

¿Qué trajo el cristianismo a la familia?

¿Qué importancia tiene que la familia en qué nacemos nos venga


dada, no la elijamos?

¿Qué afirma sobre las grandes ciudades?

¿Qué afirma sobre la calle donde vivimos?

¿Cómo considera a la humanidad?

¿Cómo define el fastidio?

¿En qué términos se expresa respecto al odio a la humanidad?

¿Qué significa que el individuo con el que me encuentro casualmente


"es un símbolo porque es un accidente"?

¿Qué significa la frase "porque está ahí...una razón más alarmante


para una razón mucho más seria".

¿Qué significa la expresión "La vida es algo que viene de dentro"?

¿Qué significa que la familia no es conciliadora. B Explica el ejemplo


de la chimenea .

Comenta estas otras ideas:

- "La aventura nos elige a nosotros".

- "La aventura suprema es nacer".

- "La familia es un cuento de hadas".

- "El amor es la cosa más profunda de la vida; es más profundo que


la propia realidad".

- "La vida es siempre una novela".

- "La relación entre el razonar y el final de una novela".

- "La relación entre Tomás de Aquino y las malas novelas".

- "Los ricos: no pueden tener aventuras porque fabrican la vida a su


medida".
- "El asombro ante la vida".

- ¿Por qué la mayor aventura es nacer?

- ¿Por qué son importantes los contornos, los límites?

- ¿Por qué es un milagro que el sol esté en su sitio?

La familia como institución en el mundo moderno

La familia puede muy bien ser considerada, así habría que pensarlo al
menos, como una institución humana fundamental. Todos admitirán
que ha sido la célula principal y la unidad central de casi todas las
sociedades que han existido hasta ahora con la excepción, la verdad
sea dicha, de algunas sociedades como aquella de Lacedemón, que
optó por la «eficiencia» y que, en consecuencia, pereció sin dejar ni
rastro. El cristianismo, por enorme que fuera la revolución que
supuso, no alteró esta cosa sagrada, tan antigua y salvaje; no hizo
nada más que darle la vuelta. No negó la trinidad de padre, madre y
niño. Sencillamente la leyó al revés, haciéndola niño, madre y padre.
Y ésta ya no se llama familia, sino Sagrada Familia, pues muchas
cosas se hacen santas sólo con darles la vuelta. Pero algunos sabios
de nuestra propia decadencia han lanzado un serio ataque a la
familia. La han atacado, y me parece que de manera equivocada; y
sus defensores la han defendido, y lo han hecho de manera
equivocada. La defensa más común de la familia es que, en medio de
las tensiones y cambios de la vida, resulta un sitio pacífico, cómodo y
unido. Pero es posible otra defensa de la familia, y a mí me parece
evidente; consiste en decir que la familia no es ni pacífica ni cómoda
ni unida.

Hoy día no está muy de moda cantar las ventajas de la comunidad


pequeña. Se nos dice que debemos lanzarnos a por grandes imperios
y a por grandes ideas. Hay una ventaja, sin embargo, en el Estado,
en la ciudad o en el pueblo pequeño que sólo los que quieren ser
ciegos pasarán por alto. El ser humano que vive en una comunidad
pequeña vive en un mundo mucho más grande. Sabe mucho más de
las variedades feroces y las divergencias inflexibles de los hombres.
La razón es obvia. En una comunidad grande podemos elegir
nuestros compañeros. En una comunidad pequeña nuestros
compañeros nos vienen dados. Así, en todas las sociedades grandes y
altamente civilizadas se forman grupos sobre lo que se llama simpatía
y que silencian el mundo real de modo más cortante que las puertas
de un monasterio. Lo cierto es que no hay nada pequeño o limitado
en el clan o en la tribu; lo que es de verdad pequeño y limitado es la
pandilla o el corrillo. Los que forman un clan viven juntos porque
todos se visten con el mismo tartán o porque todos descienden de la
misma vaca sagrada; pero en sus almas, por una suerte divina de las
cosas, siempre habrá más colores que en cualquier tartán. Los que
forman una pandilla o un grupo viven juntos porque tienen el mismo
tipo de alma, y su estrechez es una estrechez de coherencia y
satisfacción espiritual, como la que hay en el infierno. Una sociedad
grande existe para formar grupillos. Una sociedad grande es una
sociedad para la promoción de la estrechez. Es una maquinaria para
proteger al individuo solitario y sensible de toda experiencia de los
amargos y fortalecedores compromisos humanos. En el sentido más
literal de las palabras, es una sociedad para la prevención del
conocimiento cristiano.

Podemos ver este cambio, por ejemplo, en la transformación


moderna de lo que se llama el club. Cuando Londres era más
pequeño, y sus barrios más reducidos y familiares, el club era lo que
es todavía en los pueblos, lo opuesto de lo que es ahora en las
grandes ciudades. Se consideraba entonces como un lugar en donde
una persona podía ser sociable. Ahora el club se considera como el
lugar en donde puede uno ser insociable. Cuanto más grande y
elaborada es nuestra civilización tanto más deja de ser el club un
lugar donde se puede tener un argumento ruidoso, y se convierte en
un lugar en donde alguien puede comer a solas, por su cuenta, sin
que nadie le moleste. El objetivo es que se sienta cómodo, y hacer a
un hombre cómodo es hacerle todo lo opuesto a sociable. La
sociabilidad, como todas las cosas buenas, está llena de
incomodidades, peligros y renuncias. El club tiende a producir la más
degradante de todas las combinaciones -el anacoreta de lujo, el
hombre que combina la indulgencia voluptuosa de Lúculo con la
soledad insana de Simeón el Estilita.

Si mañana por la mañana una enorme nevada no nos dejara salir de


la calle en que vivimos, entraríamos de repente en un mundo mucho
más grande y mucho más insólito que cualquier otro que hayamos
imaginado. Pero todo el esfuerzo de la persona típica es huir de la
calle en la que vive. Primero inventa la higiene moderna, y se va a
Margate. Luego inventa la cultura moderna, y se va a Florencia.
Después inventa el imperialismo moderno, y se va a Tombuctú. Se
marcha a los bordes fantásticos de la tierra. Pretende cazar tigres.
Casi llega a montar en camello. Y al hacer todo esto está todavía
esencialmente huyendo de la calle en la que nació; y siempre tiene a
mano una explicación de esta fuga suya. Dice que huye de su calle
porque es aburrida. Miente. La verdad es que huye de su calle porque
es demasiado excitante. Es excitante porque es exigente; es exigente
porque está llena de vida. Puede visitar Venecia tranquilo porque
para él los venecianos no son nada más que venecianos; los
habitantes de su propia calle son hombres y mujeres. Puede quedarse
mirando a un chino porque para él los chinos son algo pasivo que hay
que mirar; si se le ocurre mirar a la vieja señora en el jardín de al
lado, la anciana se pone en movimiento. Está forzado a huir, para
decirlo en breve, de la compañía demasiado estimulante de sus
iguales -de seres humanos libres, perversos, personales,
deliberadamente diferentes de él. La calle en Brixton resplandece
demasiado y resulta abrumadora. Tiene que apaciguarse y calmarse
entre los tigres y los buitres, los camellos y los cocodrilos. Estas
criaturas, sin duda alguna, son muy diferentes de él; pero no ponen
su figura o color o costumbres en decisiva competición intelectual con
los rasgos suyos propios. No pretenden destruir sus principios y
reafirmar los suyos. Los monstruos extraños de su calle en el barrio
pretenden exactamente eso. El camello no contorsiona su anatomía
hasta formar una espléndida mofa porque el señor Robinson no tenga
una joroba; pero el culto caballero del número 5 sí que exhibe una
mofa cuando advierte que el señor Robinson no tiene rodapié en su
casa. El buitre no va a estallar de risa si no ve volar a un hombre;
pero el comandante que vive en el número 9 se reirá a carcajadas de
que tal hombre no fume. La queja que comúnmente tenemos que
hacer de nuestros vecinos es que se meten en lo que no les
concierne. No queremos decir realmente que no se metan en lo que
no les concierne. Si nuestros vecinos no se metieran en lo que no les
concierne, les pedirían de repente su renta y rápidamente dejarían de
ser nuestros vecinos. Lo que realmente queremos decir cuando
exigimos que no se metan en lo que no les concierne es algo mucho
más profundo. No nos desagradan por tener tan poca fuerza y
energía que no puedan interesarse en sus cosas. Nos desagradan por
tener fuerza y energía suficientes para interesarse además en las
nuestras. Lo que nos aterra de nuestros vecinos no es la estrechez de
su horizonte, sino su espléndida tendencia a ensancharlo. Y todas las
aversiones a la humanidad ordinaria tienen este carácter general. No
son aversiones a su endebles (como alguno pretende), sino a su
energía. Los misántropos creen que desprecian a la humanidad por su
debilidad, pero lo cierto es que la odian por su fuerza.

Por supuesto, esta retirada de la brutal vivacidad y variedad de la


gente ordinaria es algo perfectamente perdonable y excusable en
tanto en cuanto no pretenda convertirse en una actitud de
superioridad. Pero cuando se califica a si misma de aristocracia o
esteticismo o de una superioridad sobre la burguesía, no hay más
remedio en justicia que señalar su debilidad intrínseca. El fastidio es
el más perdonable de todos los vicios, pero es la más imperdonable
de todas las virtudes Nietzsche, que es el representante más
destacado de esta pretenciosa demanda del ser fastidioso, tiene en
algún lugar de su obra una descripción -muy poderosa desde el punto
de vista literario- del disgusto y desdén que le consumen al volver su
mirada sobre gente ordinaria con sus rostros ordinarios, sus voces
ordinarias, sus mentes ordinarias. Como decía, esta actitud es casi
hermosa si podemos clasificarla como patética. La aristocracia de
Nietzsche reúne todo el carácter sagrado que pertenece al débil.
Cuando nos hace sentir que no puede soportar los rostros
innumerables, las voces incesantes, esa omnipresencia abrumadora
que pertenece a la muchedumbre, tiene la simpatía o aprobación de
cualquiera que haya estado alguna vez enfermo en un barco o
cansado en un autobús lleno de gente. Todos hemos odiado a la
humanidad cuando hemos sido poco humanos. Todo ser humano ha
tenido alguna vez a la humanidad en sus ojos como una niebla
sofocante, o en sus narices como un olor sofocante. Pero cuando
Nietzsche tiene la increíble falta de humor y de imaginación de
pedirnos que creamos que su aristocracia es una aristocracia de
músculos fuertes o una aristocracia de voluntades fuertes, se hace
necesario mostrar la verdad de las cosas. Y la verdad es que es una
aristocracia de nervios endebles.

Nos hacemos nuestros amigos; nos hacemos nuestros enemigos;


pero Dios hace a nuestro vecino de al lado. De ahí que se nos
acerque revestido de todos los terrores despreocupados de la
naturaleza; nuestro vecino es tan extraño como las estrellas, tan
atolondrado e indiferente como la lluvia. Es el Hombre, la más terrible
de todas las bestias. Por eso las religiones antiguas y el viejo
lenguaje bíblico mostraban una sabiduría tan penetrante cuando
hablaban no de los deberes con la humanidad, sino de deberes con el
prójimo. El deber hacia la humanidad puede tomar a menudo la
forma de alguna elección que es personal y aun agradable. Ese deber
puede ser un interés nuestro; puede ser incluso un capricho o una
disipación. Podemos trabajar en el barrio más pobre porque estamos
especialmente preparados para trabajar en ese barrio, o porque así
nos lo parece; podemos luchar por la causa de la paz internacional
porque nos gusta mucho luchar. El martirio más monstruoso, la
experiencia más repulsiva, pueden ser resultado de elección o de
cierto gusto. Puede que estemos hechos de tal forma que nos
encanten los lunáticos o que nos interesen especialmente los
leprosos. Puede que amemos a los negros porque son negros o a los
socialistas alemanes porque son unos pedantes. Pero hemos de amar
a nuestro vecino porque está ahí una razón mucho más alarmante
para una obra mucho más sería-. El vecino es la muestra de
humanidad que de hecho se nos da. Y precisamente porque puede
ser una persona cualquiera, nuestro vecino es todo el mundo. Es un
símbolo porque es un accidente.

No hay duda de que los hombres huyen de ambientes pequeños a


tierras que son mortíferas de verdad. Pero esto es natural porque no
están huyendo de la muerte, están huyendo de la vida. Y este
principio se aplica a cada uno de los anillos del sistema social de la
humanidad. Es perfectamente razonable que los hombres busquen
alguna variedad particular del tipo humano siempre que busquen esa
variedad del tipo humano y no la mera variedad humana. Es
perfectamente lógico que un diplomático británico busque la
compañía de generales japoneses si lo que quiere son generales
japoneses. Pero si lo que quiere es gente diferente de si mismo, haría
mucho mejor en quedarse en su casa y discutir de religión con la
sirvienta. Es muy razonable que el genio del pueblo vaya a conquistar
Londres silo que quiere es conquistar Londres. Pero silo que quiere es
conquistar algo fundamental y simbólicamente hostil y además muy
fuerte, haría mucho mejor en quedarse donde está y tener una pelea
con el párroco de la iglesia. El hombre en la calle de barrio se
comporta correctamente si va a Ramsgate por ver Ramsgate -algo
bien difícil de imaginar-. Pero si, como él lo expresa, va a Ramsgate
«para cambiar», entonces hay que decirle que experimentaría un
cambio mucho más romántico y hasta melodramático si saltara por
encima del muro al jardín de su vecino. Las consecuencias serian
tonificantes en un sentido que va mucho más allá de las posibilidades
higiénicas en Ramsgate.

Ahora bien, de la misma manera que este principio vale para el


imperio, para la nación dentro del imperio, para la ciudad dentro de
la nación y para la calle dentro de la ciudad, vale también para la
casa dentro de la calle. La institución de la familia debe ser ensalzada
precisamente por las mismas razones que la institución de la nación o
la institución de la ciudad son en este respecto ensalzadas. Es bueno
para un hombre vivir en una familia por la misma razón que es bueno
para un hombre ser asediado dentro de una ciudad. Es bueno para un
hombre vivir en una familia en el mismo sentido en que es algo
hermoso y delicioso para un hombre ser bloqueado por una nevada
en una calle. Todas estas cosas le fuerzan a darse cuenta de que la
vida no es algo que viene de fuera, sino algo que viene de dentro.
Sobre todo, todas ellas insisten sobre el hecho de que la vida, si es
de verdad una vida estimulante y fascinante, es una cosa que por su
misma naturaleza existe a pesar de nosotros. Los escritores
modernos que han sugerido, de manera más o menos abierta, que la
familia es una institución mala, se han limitado generalmente a
sugerir, con mucha amargura o patetismo, que tal vez la familia no
es siempre algo muy conciliador. Pero, qué duda cabe, la familia es
una institución buena precisamente porque no es conciliadora. Es
algo bueno y saludable precisamente porque contiene tantas
divergencias y variedades. Es, como dice la gente sentimental, un
pequeño reino y, como muchos otros reinos pequeños, se encuentra
generalmente en un estado que se parece más a la anarquía. Es
precisamente el hecho de que nuestro hermano Jorge no está
interesado en nuestras dificultades religiosas, sino que está
interesado en el «Restaurante Trocadero», lo que da a la familia
algunas de las cualidades tonificantes de la república. Es
precisamente el hecho de que nuestro tío Fernando no aprueba las
ambiciones teatrales de nuestra hermana Sara lo que hace que la
familia sea como la humanidad. Los hombres y las mujeres que, por
razones buenas o malas, se rebelan contra la familia, están, por
razones buenas o malas, sencillamente rebelándose contra la
humanidad. La tía Isabel es irracional, como la humanidad. Papá es
excitable, como la humanidad. Nuestro hermano más pequeño es
malicioso, como la humanidad. El abuelo es estúpido, como el
mundo; y es viejo, como el mundo.

No hay duda de que aquellos que desean, correcta o incorrectamente,


escapar de todo esto desean entrar en un mundo más estrecho. La
grandeza y la variedad de la familia les deja desmayados y
aterrorizados. Sara desea encontrar un mundo que consista por
entero en teatros; Jorge desea pensar que el «Trocadero» es un
cosmos. No digo ni por un momento que la huida a esta vida más
limitada no sea lo correcto para el individuo, como tampoco lo digo
de la huida a un monasterio. Pero sí que es malo y artificioso todo lo
que tienda a hacer a estas personas sucumbir a la extraña ilusión de
que están entrando en un mundo que es más grande y más variado
que el suyo propio. La mejor manera en que un ser humano podría
examinar su disposición para encontrarse con la variedad común de
la humanidad seria dejarse caer por la chimenea de cualquier casa
elegida a voleo y llevarse tan bien como sea posible con la gente que
está dentro. Y eso es esencialmente lo que cada uno de nosotros hizo
el día en que nació.

En esto consiste verdaderamente la aventura romántica, especial y


sublime, de la familia. Es romántica porque es «a cara o cruz»,
porque es todo lo que sus enemigos dicen de ella, porque es
arbitraria, porque está ahí. En la medida en que un grupo de
personas haya sido elegido racionalmente, habrá cierta atmósfera
especial o sectaria. Cuando se eligen de manera irracional, entonces
uno se encuentra con hombres y mujeres sin más. El elemento de
aventura empieza a existir; porque una aventura es algo que, por
naturaleza, viene hacia nosotros. Es algo que nos escoge a nosotros,
no algo que nosotros escogemos. El hecho de enamorarse ha sido a
menudo considerado como la aventura suprema, el incidente
romántico por excelencia. En la medida en que hay en ello algo que
está fuera de nosotros, algo así como una especie de fatalismo
alegre, esto es muy cierto. No hay duda de que el amor nos atrapa,
nos transfigura y nos tortura. Rompe de verdad nuestros corazones
con una belleza insoportable, como la belleza insoportable de la
música. Sin embargo, en la medida en la que por supuesto tenemos
algo que ver con el asunto, en la medida en la que de alguna forma
estamos preparados para enamorarnos y en algún sentido para
arrojarnos al amor, en la medida en que hasta cierto punto elegimos
y hasta cierto punto juzgamos, en este sentido el hecho de
enamorarse no es verdaderamente romántico, no es de verdad la
gran aventura. En este sentido la aventura suprema no es
enamorarse. La aventura suprema es nacer. Ahí nos encontramos de
repente en una trampa espléndida y estremecedora. Ahí vemos de
verdad algo que jamás habíamos soñado antes. Nuestro padre y
nuestra madre están al acecho, esperándonos, y saltan sobre
nosotros como si fueran bandoleros detrás de un matorral. Nuestro
tío es una sorpresa. Nuestra tía es como un relámpago en un cielo
azul. Al entrar en la familia por el nacimiento entramos de verdad en
un mundo incalculable, en un mundo que tiene sus leyes propias y
extrañas, en un mundo que podría muy bien continuar su curso sin
nosotros, en un mundo que nos hemos fabricado nosotros. En otras
palabras, cuando entramos en la familia entramos en un cuento de
hadas.

Este colorido, como el de un relato fantástico, debería pegarse a la


familia y a nuestras relaciones con ella durante toda la vida. El amor
es la cosa más profunda de la vida; más profundo que la misma
realidad. Porque aun si la realidad se probara engañosa, a pesar de
todo no se podría probar que es insignificante o sin importancia. Si
los hechos fueran falsos, serían todavía muy extraños. Y este carácter
extraño de la vida, este elemento inesperado y hasta perverso de las
cosas tal como acontecen, permanece incurablemente interesante.
Las circunstancias que podemos regular pueden hacerse mansas o
pesimistas; pero las «circunstancias sobre las que no tenemos
control» permanecen como teñidas de algo divino para aquellos que,
como el señor Micawber (Wilkins Micawber es el personaje en la
novela de Charles Dickens,David Copperfield, asombrosamente
anclado en su esperanza de que las cosas cambien y mejore su
fortuna en la vida., pueden invocarlas y renovar su fuerza. La gente
se pregunta por qué es la novela la forma más popular de literatura,
por qué se leen más novelas que libros científicos o de metafísica. La
razón es muy sencilla: es que la novela es más verdadera que esos
otros libros. La vida puede a veces aparecer legítimamente como un
libro científico. La vida puede a veces aparecer, y con mucha más
legitimidad, como un libro de metafísica. Pero la vida es siempre una
novela. Nuestra existencia puede dejar de ser una canción, puede
dejar de ser incluso un hermoso lamento. Puede que nuestra
existencia no sea una justicia inteligible, ni siquiera una equivocación
reconocible. Pero nuestra existencia es, a pesar de todo eso, una
historia. En el fiero alfabeto de toda puesta de sol está escrito
«continuará en el próximo». Si tenemos suficiente inteligencia,
podemos terminar una deducción filosófica y exacta, y estar seguros
de que la estamos acabando correctamente. Con poder cerebral
adecuado podríamos llevar a cabo cualquier descubrimiento científico
y estar seguros de que lo acabábamos correctamente. Pero ni
siquiera con la más gigantesca inteligencia podríamos terminar el
relato más sencillo o el más tonto y quedarnos seguros de que lo
hemos terminado correctamente. Ocurre así porque un relato lleva
por detrás no sólo la inteligencia, que es parcialmente mecánica, sino
la voluntad, que en su esencia es algo divino. El escritor de una
narración puede enviar a su héroe al calabozo en el penúltimo
capítulo si así lo desea. Puede hacerlo por el mismo capricho divino
por el que el mismo autor puede ir al calabozo y después al infierno si
así lo escoge. Y la misma civilización, aquella civilización caballeresca
europea que reafirmó la libertad en el siglo trece, produjo lo que
llamamos «ficción» en el dieciocho. Cuando Tomás de Aquino afirmó
la libertad espiritual del ser humano, creó todas las malas novelas
que se encuentran en las bibliotecas circulantes.

Pero para que la vida sea para nosotros una historia o una historia de
amor, es necesario que una gran parte de ella sea decidida sin
nuestro permiso. Si queremos que nuestra vida sea un sistema, eso
puede ser un fastidio; pero si queremos que sea un drama, es algo
esencial. Puede ocurrir a menudo, sin duda alguna, que un drama sea
escrito por alguien que no es muy de nuestro agrado. Pero nos
gustaría todavía menos que el autor se presentara delante del telón
cada hora más o menos y descargara sobre nosotros toda la
preocupación de inventarnos por nuestra cuenta el acto siguiente. El
ser humano tiene control sobre muchas cosas en su vida; tiene
control sobre un número suficiente de cosas para ser el héroe de una
novela. Pero si tuviera control sobre todas las cosas, habría tanto
héroe que no habría novela. Y la razón por la que las vidas de los
ricos son en el fondo tan sosas y aburridas es sencillamente porque
pueden escoger los acontecimientos. Se aburren porque son
omnipotentes. No pueden tener aventuras porque las fabrican a su
medida. Lo que mantiene a la vida como una aventura romántica y
llena de ardorosas posibilidades es la existencia de estas grandes
limitaciones que nos fuerzan a todos a hacer frente a cosas que no
nos gustan o que no esperamos. En vano hablan los altivos modernos
de estar en ambientes incómodos. Estar metido en una aventura es
estar metido en ambientes incómodos. Haber nacido en esta tierra es
haber nacido en un ambiente incómodo, y por lo tanto, haber nacido
en una aventura. De todas estas grandes limitaciones y estructuras
que modelan y crean la poesía y la variedad de la vida, la familia es
la más definitiva y la más importante. De ahí que sea mal entendida
por los modernos que se imaginan que la aventura podría existir en el
grado más perfecto, en un estado completo de lo que ellos llaman
libertad. Se creen que si un hombre hace un gesto sería algo
sorprendente y asombroso que el sol se cayera del cielo. Pero lo que
es sorprendente y asombroso -la aventura romántica de la misma
existencia del sol- es que no se cae del cielo. Buscan estas gentes
bajo toda forma y figura un mundo donde no haya limitaciones; es
decir, un mundo donde no haya contornos; esto es, un mundo donde
no hay figuras. No hay nada más despreciable y ruin que esa
infinidad. Dicen que desean ser tan fuertes como el universo, pero lo
que realmente desean es que el universo entero sea tan débil como
ellos mismos.
b) Destacar las ideas más importantes del texto "Control de la
natalidad o reforma social" (Selección de textos de Chesterton. Op.
cit; pp.266-275).

Reforma social o control de la natalidad

La historia real del mundo está llena de casos extraños, de ideas que
han dado una voltereta y se han contradicho a si mismas de forma
completa. El ejemplo más reciente es la noción extraordinaria de que
lo que se llama «control de la natalidad» es una reforma social que
avanza junto a otras reformas sociales favorecidas por gente
progresista.

Es algo así como decir que cortar la cabeza del rey Carlos fue una de
las modas más elegantes en peinado de caballeros. Es como decir
que la decapitación es un avance en la tecnología de los dentistas.
Puede que sea correcto o incorrecto cortar la cabeza del rey; puede
que sea correcto o incorrecto cortarse la cabeza cuando uno tiene un
dolor de muelas. Pero cualquier persona debería ser capaz de ver
que, si en un momento dado simplificamos las cosas por
degollamiento, entonces ya no nos hace falta peinado; que no habrá
necesidad de practicar odontología sobre los muertos o filantropía con
los que no han nacido o con los que no han sido concebidos. Por
tanto, no es una provisión para nuestros descendientes decir que la
destrucción de nuestros descendientes hará innecesario proveerles
con algo. Puede que sea sólo destrucción en el sentido de negación; y
puede que a pocos de nuestros descendientes se les permita
sobrevivir. Pero es evidente que la negación es puro pesimismo,
opuesta ella misma a la idea más optimista de que algo puede
hacerse a favor de toda la familia humana. Para quienes somos
capaces de pensar, tampoco es una sorpresa descubrir que eso es
exactamente lo que ocurrió en realidad.

La historia empezó con Godwin, el amigo de Shelley, y el fundador de


tantas esperanzas sociales que se llaman revolucionarias. Cualquier
cosa que pensemos de su teoría, ciertamente llenó la más generosa
juventud de su tiempo con aquella sed de justicia social y de igualdad
que es la inspiración del socialismo y otros ideales. Lo que resulta
aún más agradable es que llenó a los viejos ricos de su tiempo con un
terror apremiante y duradero; y unas tres cuartas partes del parloteo
de los Tories y de los Whigs de aquel tiempo consiste en sofismas y
excusas inventadas para remendar un compromiso corrupto de la
oligarquía contra el llamamiento a la fraternidad y a la más básica
humanidad hecho por hombres como Godwin y Shelley.

Malthus: Una respuesta a Godwin

Los viejos oligarcas estaban dispuestos a usar cualquier herramienta


contra los nuevos demócratas; y un día tuvieron la suerte funesta de
apoderarse de una herramienta llamada Malthus3. Es claro y
manifiesto que Malthus escribió una respuesta a Godwin. Su libro
entero, tan lúgubre, no era nada más que una respuesta a Godwin. Si
Godwin intentaba mostrar que era posible que la humanidad fuera
más feliz y más humana, Malthus intentaba mostrar que no había
ninguna posibilidad de que la humanidad fuera más feliz y más
humana. El argumento que utilizó era éste: si se ayuda al hombre
que se muere de hambre para ser más o menos libre o
medianamente prospero, se casará, tendrá un número determinado
de hijos y no habrá alimento para todos. La conclusión, por supuesto,
dejar que se muriese de hambre. Reafirmó la cuestión sobre el
aumento de hijos con una curiosa fórmula matemática sobre la
progresión geométrica que cualquier ser humano puede ver
claramente que es inaplicable a seres vivientes. Nada que proceda de
la voluntad humana puede proceder por progresión geométrica, la
población ciertamente no procede de ningún modo de esa manera.

Pero lo que importa aquí es que Malthus quería que su argumento


fuera un argumento contra la reforma social. Nunca pensó en
utilizarlo de ninguna otra manera, excepto como un argumento
contra toda reforma social. Ninguna otra persona pensó en aquellos
días más racionales y lógicos en usarlo de alguna otra manera, sino
como argumento contra toda reforma social. El mismo Malthus lo usó
como un argumento en contra de la antigua costumbre de la caridad
humana. Advirtió a la gente contra cualquier arranque de
generosidad al dar limosna. Su teoría se echaba siempre como un
jarro de agua fría sobre cualquier propuesta de dar propiedad al
hombre pobre o un estado mejor en la vida. Tal es la noble historia
del nacimiento del control de la natalidad.

La única diferencia es ésta: que los capitalistas de antaño era más


sinceros y más científicos, mientras que los modernos capitalistas son
más hipócritas y más nebulosos. El rico de 1850 lo usaba en teoría
para la opresión de los pobres. El rico de 1927 sólo lo usará en la
práctica para la opresión de los pobres. Al ser incapaz de teoría, pues
es verdaderamente incapaz de pensamiento, sólo puede negociar en
dos cosas: lo que llama práctico y lo que yo llamo sentimentalismo.
Al no ser tan hombre como Malthus, no puede soportar ser un
pesimista y se hace un sentimental. Mezcla su idea vieja, sencilla y
brutal (hay que prohibir que los pobres tengan hijos) con un montón
de ideales sociales abandonados y enfermizos y con promesas que
son totalmente incompatibles con ella. Pero, a fin de cuentas, es un
hombre práctico, y cuando llega al terreno práctico será tan brutal
como sus antepasados. Y el resultado práctico de todo el asunto es
demasiado evidente. Si puede prevenir a sus sirvientes de tener
familias, no tendrá necesidad de soportar esas familias. ¿Por qué
diablos tendría que hacerlo?
Una sencilla prueba

Si alguien duda de que éste es el motivo más sencillo, que lo pruebe


por las sencillísimas declaraciones hechas por varios «controladores
de la natalidad», como el deán de San Pablo. Nunca dicen que
sufrimos debido a una provisión demasiado generosa de banqueros o
que los financieros cosmopolitas no deben tener familias numerosas.
No dicen que la elegante muchedumbre en Ascot necesite ser
disminuida, o que es deseable diezmar la gente que cena en el hotel
Ritz o en el Saboya. Aunque, bien sabe Dios que si ha habido alguna
vez algo humano que se parezca a una jungla subhumana, con flores
tropicales y hierbas muy venenosas, es la rica multitud que se reúne
en un hotel moderno americanizado.

Pero los «controladores de la natalidad» no tienen el más mínimo


deseo de controlar esa jungla. Es demasiado peligroso tocarla. Tiene
tigres. Nunca hablan de un peligro procedente de las clases
acomodadas, ni de la parte más respetable de las clases acomodadas.
El lúgubre deán no se pone lúgubre porque haya muchos duques; y
tampoco, naturalmente, porque haya demasiados deanes. No está
enfadado en primer lugar con un político por tener una población
entera de parientes pobres, aunque haya que encontrar lugares y
salarios públicos para todos los parientes. La economía política
significa que todo el mundo debe ser económico, excepto los
políticos.

Al controlador de la natalidad no le importan todas estas cosas por la


sencilla razón de que no es ésta la gente que desea controlar. Lo que
desea controlar es el populacho, y así lo reconoce en la práctica.
Siempre insiste en que un obrero no tiene derecho a tener tantos
hijos, o que una barriada pobre es peligrosa porque produce tantos y
tantos niños. La pregunta que le aterra es «¿Por qué el obrero no
tiene un salario mejor? ¿Por qué la familia del barrio pobre no tiene
una casa mejor?» Su manera de evitarías no es sugerir una casa más
grande, sino una familia más pequeña. El arrendatario o el patrón
dicen a su manera tan tierna y generosa: «La verdad es que no
puedes esperar que yo me quede sin mis dineros. Pero voy a hacer
un sacrificio. Me quedaré sin tus hijos».

Otras fuerzas en contra de la reforma

Mientras el ataque malthusiano contra las esperanzas democráticas


poco a poco se endureció y reforzó toda la resistencia reaccionaria a
la reforma en este país, otras fuerzas habían hecho su entrada en el
campo de batalla. Voy a anotar de paso que Malthus y su sofistería
contra toda reforma social no fueron un hecho aislado. Era tan sólo
una muestra de toda una clase de excusas científicas inventadas por
los ricos como razones para negar justicia a los pobres,
especialmente cuando la vieja y supersticiosa fascinación con reyes y
nobles había desaparecido en el siglo XIX. Una de esas fuerzas era
hablar sobre las «leyes de hierro» de la economía política, y
pretender que alguien había demostrado en algún lugar, con figuras y
todo, que la injusticia es incurable. Otra era la masa de estupidez
brutal sobre el darwinismo y la lucha por la vida en la que el diablo
debe llevarse al último. De hecho era una lucha por la riqueza, en la
que el diablo generalmente se lleva al primero. Todas estas fuerzas
tenían el carácter de ser un intento de torcer la nueva herramienta de
la ciencia para hacer de ella un arma a favor de la vieja tiranía del
dinero.

Pero estas fuerzas, aunque poderosas en una plutocracia industrial


enferma, no eran las únicas fuerzas en el siglo XIX. Hacia el final de
ese siglo, sobre todo en el continente, estaba en marcha otro
movimiento, particularmente entre socialistas cristianos y aquellos
llamados demócratas católicos, y algunos otros. No hay sitio para
describirlo aquí; su interés radica en ser el reverso exacto del
argumento utilizado por el malthusiano y el defensor del control de la
natalidad. Este movimiento no se quedaba satisfecho con la prueba
de lo que se llama salario vital, e insistía especialmente en lo que se
llama salario familiar. En otras palabras, defendía que un salario no
es justo ni adecuado a no ser que cubra al obrero, no solamente
considerado como individuo, sino como padre de una familia normal y
razonablemente numerosa. Este tipo de movimiento es el verdadero
enemigo del control de la natalidad, y probablemente ambos crecerán
hasta que vengan a enfrentarse en una colisión tremenda y
controvertida. Me divierte reflexionar en esa batalla que se avecina, y
recordar que cuanto más control de la natalidad practiquen mis
adversarios tantos menos serán ese día para luchar contra nosotros.

El conflicto

Lo que no puedo conseguir es que mis adversarios en este asunto


vean, en la extraña confusión mental que cubre la cuestión, el hecho
perfectamente sencillo de que estas dos demandas -sean lo que
sean- son contrarias. En el mismo inicio de toda la discusión se
encuentra el hecho elemental de que limitar el tamaño de las familias
es una razón para disminuir los salarios y no una razón para
aumentarlos. A uno puede gustarle la limitación por otras razones,
como también puede disgustarle por otras razones. Puede uno
arrastrar la discusión a cuestiones totalmente diferentes, por
ejemplo, sobre si las mujeres en un hogar normal son esclavas.
Puede uno hacer un compromiso en consideración del patrono o por
cualquier otra razón, e ir a su encuentro aceptando la mitad del
sueldo o cortando la familia por la mitad. Pero las demandas son en
principio opuestas. Es toda la verdad en esa teoría sobre la lucha de
clases de la que los periódicos dicen tantas tonterías. La exigencia
total de la gente pobre sería tener lo que ellos consideran una familia
de tamaño completo. Si uno corta esta para adecuaría al salario, hace
una concesión para acomodarla a las condiciones del capitalista.
Dentro de un momento mencionaré la aplicación práctica; hablo
ahora de la contradicción lógica más primaria. Si los dos métodos
pueden llevarse a cabo, pueden llevarse a cabo de modo que se
contradigan y se excluyan uno a otro. Uno no necesita del otro; uno
de ellos puede suprimir o destruir al otro. Si se puede hacer el salario
más grande, no hay necesidad de hacer la familia más pequeña. Si se
puede hacer la familia más pequeña, no hay necesidad de hacer el
salario más grande. Cualquiera puede juzgar cuál de los dos preferirá
probablemente el capitalista que lleva la batuta. Pero si se decide por
uno, no hay necesidad del otro.

Por supuesto, hay mucho más que decir sobre esto. He tratado
solamente de un aspecto del control de la natalidad, de su origen
desagradable en extremo. Dije que era puramente capitalista y
reaccionario; me atrevo a decir que he probado que era enteramente
capitalista y reaccionario. Pero hay muchos otros aspectos de este
mal. Es algo sucio a la luz de los instintos; es innatural en relación
con los afectos; es parte de un intento general de manejar al pueblo
ordinario en rutinas de medicina y curanderos y de una ciencia que
apesta; está mezclada con una idea embrollada de que las mujeres
son libres cuando sirven a sus patronos, pero esclavas cuando
ayudan a sus maridos; ignora la existencia misma de hogares
auténticos donde la prudencia viene de la libertad y del mutuo
acuerdo. Tiene todos esos aspectos, y sería extraordinariamente
interesante discutir algunos de ellos. Pero para no ocupar demasiado
espacio no tomaré para mi texto otras palabras que las del título.

Un embuste

La misma expresión birth-control, «control de la natalidad» es un


puro embuste. Es uno de esos eufemismos vocingleros usados en los
titulares de la prensa. Lo mismo sucede con las expresiones,
«reforma de tarifas» y «trabajo libre». Se desea que no signifiquen
nada para que puedan significar cualquier cosa, y sobre todo algo
completamente diferente de lo que dicen. Todo el mundo cree en el
control de la natalidad, y casi todo el mundo ha ejercido algún control
sobre las condiciones del nacimiento. La gente no se casa como
sonámbulos ni tienen hijos mientras duermen. Pero en todas las
épocas y pueblos el control normal y real de la natalidad se llama
control de uno mismo. Si alguien dice que es imposible que funcione,
yo digo que funciona. En muchas clases sociales, en muchos países
donde estas panaceas de curandero son desconocidas, poblaciones de
hombres y de mujeres libres han permanecido dentro de límites
razonables gracias a sanas tradiciones de frugalidad y
responsabilidad. En la medida en la que hay un mal de exceso local,
viene con todos los otros males de la asquerosidad y desesperación
de nuestro industrialismo decadente. Pero lo que los periódicos
capitalistas llaman control de la natalidad no tiene nada que ver con
el control. Más bien es la idea de que la gente debería estar por
completo y absolutamente sin control alguno, siempre que pueda
esquivar todo lo que en esa función es positivo y creativo, inteligente
y digno de un ser libre. Es un nombre que se da a una serie de
distintos expedientes (el último ha sido siempre descrito como algo
espantosamente peligroso) por los que es posible robar el placer que
pertenece a un proceso natural mientras que se frustra de manera
violenta e innatural el proceso mismo.

El paralelo más cercano y más respetable sería el del epicúreo


romano que tomaba vomitivos a intervalos todo el día, de modo que
pudiera tragar cinco o seis suntuosas comidas a diario. Ahora bien, el
sentido común de cualquier persona, libre de ciencia de periódico y
de palabras complicadas, le dirá sin más que una operación como
ésta de los epicúreos es probable que con el paso del tiempo resulte
mala para su digestión y casi con seguridad sea mala para su
carácter. Los seres humanos por sí mismos tienen suficiente sentido
para saber cuándo un hábito sabe obviamente a perversión y a
peligro. Y si fuera la moda en ambientes elegantes llamar a ese
expediente romano con el nombre de «control de la dieta» y hablar
de él en modales pomposos como sencillamente «la mejora de la vida
y el servicio de la vida» (como si no significara otra cosa que el
dominio del hombre sobre sus comidas), deberíamos tomarnos la
libertad de llamarlo por su nombre y decir que todo eso es jerigonza
y que no tiene nada que ver con la realidad en cuestión.

La equivocación

El hecho, me parece, es que yo me rebelo contra las condiciones del


capitalismo industrial y los defensores del control de la natalidad se
rebelan contra las condiciones de vida humana. Lo que sus
portavoces pretendan significar diciendo que yo hago «guerra contra
las madres» debe quedar como tema de especulación. Si lo que
quieren decir es que hago a las madres

el mal imperdonable de pensar que desean seguir siendo madres, aun


en una sociedad de mayor justicia económica y d( igualdad cívica,
entonces me parece que están perfectamente en lo cierto. Dudo que
las madres puedan escapar de la maternidad al socialismo. Pero los
defensores del control de la natalidad dan la impresión de que
quieren que algunas de ellas escapen de la maternidad al capitalismo.
Parece que expresan simpatía con aquellas que prefieren «el derecho
de ganar un sueldo fuera de casa» (o en otras palabras) el derecho
de ser asalariada y trabajar bajo las órdenes de un extraño por ser
un hombre más rico. Nunca podré entender por medio de qué
contorsiones de pensamiento retorcido vino a ser esto considerado
una condición más libre que la compañía del hombre que la misma
mujer aceptó libremente. El único sentido que puedo entrever es que
el trabajo proletario -aunque obviamente más servil y subordinado
que el de los padres en el hogar- es mucho más seguro y más
irresponsable, porque no es el de los padres. Puedo creer con
facilidad que hay algunos que prefieren trabajar en una fábrica a
trabajar en una familia porque siempre hay quien prefiere la
esclavitud a la libertad, y quien prefiere ser gobernado a gobernar a
otra persona. Pero pienso que su lucha con la maternidad no es como
la mía, una lucha con las condiciones inhumanas, sino sencillamente
una lucha con la vida. Dado un intento de escapar de la naturaleza de
las cosas, bien puedo creer que pudiera llevar al final a algo así como
a «la escuela para nuestros hijos dirigida por otras madres y mujeres
bien entrenadas».No voy a añadir nada a esta horrible imagen más
allá de especular apaciblemente sobre el mundo en que las mujeres
no puedan cuidar de sus propios niños, pero puedan cuidar de los de
los demás. Me parece que indica un abismo entre disposiciones
naturales e innaturales sobre el que habría que echar un puente
antes de acercarnos a lo que se supone sea el tema de la discusión.

c) Elabora una selección de las ideas que consideres más importantes


del artículo "Críticas de Chesterton a ciertos sistemas democráticos".
José Ignacio Moreno Iturralde.

Criticas de Chesterton a ciertos sistemas sociales

1. Críticas a la plutocracia.

a) Plutocracia y familia:

Chesterton es un humanista que admira y defiende la dignidad de


cada persona concreta; aunque su buen humor le haga referirse
alguna vez a la raza humana "a la que pertenecen muchos de mis
lectores ". Realmente algunas situaciones sociales son poco humanas,
especialmente aquellas que oprimen la familia. Es cuando Gilbert K.
se revela y denuncia con vehemencia situaciones, como la que sigue,
no especialmente degradantes pero sí institucionalmente hipócritas.
Al relatar la orden por las que las niñas inglesas de colegios pobres
debían cortarse el cabello por razones de higiene, cosa que no ocurre
en los colegios de las ricas, concluye: "Con el pelo rojo de una
chicuela de barrio prenderé fuego a toda la civilización moderna.
Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener pelo limpio.
Porque debe tener pelo limpio, no debe tener hogar sucio. Porque no
debe tener hogar sucio debe tener una madre libre y tranquila.
Porque debe tener una madre libre, no debe tener un propietario
usurero. Porque no debe tener un propietario usurero, debe haber
una redistribución de la propiedad. Porque debe haber una
redistribución de la propiedad, debe haber una revolución"1.
Rodeando esa serie de afirmaciones encontramos más a fondo la
personalidad del escritor:

"Cualquier otra cosa podrá ser mala, pero el orgullo de una buena
madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras
diamantinas que son la piedra de toque de cada edad y de cada raza.
Si las otras cosas están contra ella, las otras cosas deben caer. Si los
propietarios y las leyes y las ciencias están contra ella, los
propietarios y las leyes y las ciencias deben caer...La chicuela de pelo
rojo (que acabo de ver correteando frente a mi casa) no debe ser
tonsurada ni derrengada ni alterada. Su pelo no debe ser rapado
como el de un convicto...No; todos los reinos de la tierra deben ser
desmenuzados y mutilados para adecuarse a ella. Los vientos del
mundo serán templados para esa oveja trasquilada. Todas las
coronas que no puedan caber en su cabeza serán rotas. Todos los
ropajes y los edificios que no armonicen con su gloria serán
derribados. Su madre podrá atarle el cabello porque eso es autoridad
natural, pero el príncipe de este mundo no podrá cortarlo. Ella es la
imagen sagrada y humana. A su alrededor el mecanismo social caerá
en pedazos y se esfumará, los pilares de la sociedad serán sacudidos
y se desplomarán los siglos, pero ni un solo cabello de su cabeza será
dañado"2.

La familia es el núcleo de la democracia en Chesterton como veremos


más adelante. Las denuncias contra las medidas antifamiliares son
una constante en muchas de sus obras. Acusa a "los nobles de la
nueva era" de dejar sólo al pobre delante del plutócrata contratador.
Se silenciaron los arrendamientos usuales de las haciendas
medievales y los jornales reguladores de los gremios medievales. "La
finalidad del nuevo procedimiento consistía en aislar al menesteroso
individual en sus relaciones con el rico individual, proponiéndole
entonces comprar y vender con él cuanto realmente y por necesidad
lo que se vendía y compraba era su propia persona"3. Para Gilbert K.
la posición de muchos trabajadores fue la de auténticos esclavos
aunque no les llamaran así; y afirma:" el experimento moderno de
mero contrato ha fracasado"4.

El virus plutócrata pretende arruinar la célula familiar:" El capital


acepta y cree en el colectivismo para sí y el individualismo para sus
enemigos"5. "La plutocracia siente recelos de todo mérito
individual"6. Los lazos de la fraternidad familiar son un escollo para la
ambición explotadora. No permitirán que el pobre vaya en auxilio del
pobre." Un profundo y exacto instinto les ha señalado el hogar
doméstico como el obstáculo de mayor monta opuesto a su inhumano
progreso...Valiéndonos de una metáfora militar diremos que la familia
es el único frente con el que se puede repeler la carga del
capitalismo"7. Chesterton considera al capitalismo y a su criatura, la
sociedad de consumo-"peripuesta por fuera y vacia por dentro"-,
como el enemigo número uno de la familia.

En las controversias demográficas Gilbert K. ve una nítida relación


entre malthusianismo y capitalismo:"Si se puede hacer el salario más
grande, no hay necesidad de hacer la familia más pequeña. Si se
puede hacer la familia más pequeña, no hay necesidad de hacer el
salario más grande. Cualquiera puede juzgar cúal de las dos preferirá
probablemente el capitalista que lleva la batuta"8.

En el ámbito institucional contrapone la oligarquía y la familia:"...no


creo en la oligarquía, por eso no enmendaría la Cámara de los Lores
más de lo que lo haría con un tornillo. Por otra parte, creo en la
familia, por tanto enmendaría la familia como enmendaría una silla"9.

b) Plutocracia y sistema político:

El partido liberal inglés de comienzos de siglo se vio comprado, según


nuestro autor, por millonarios cuáqueros. El sistema de partido pasó
a estar dominado por los capitalistas. Se había hablado del fracaso de
la democracia. Gilbert. K. admite este fracaso en su translación
práctica en algunas situaciones históricas, pero no por su concepción.
"Ese creciente número de intelectuales que se complacen en decir
que la democracia ha sido un fracaso, no se dan cuenta de la
calamidad mucho más desastrosa que es el que la plutocracia haya
sido un éxito. Quiero decir que ha realizado el único éxito que le era
posible; pues que la plutocracia no tiene filosofía, moral, ni siquiera
sentido; sólo puede ser un éxito material, que viene a ser un éxit

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