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m = yo
i = yo ideal
I = imaginario
I = ideal del yo
R = real
A = el Otro, representado en el
S = simbólico inicio por M (la madre)
[O + O (A)]n
• O es el objeto parcial (boca, excremento, pene o cualquier parte corporal del sujeto,
siempre y cuando pueda ser erogenizada y fuente de placer), objeto parcial que, por
ser núcleo de la relación parental y por ser necesario para el significante del Otro,
puede ser reconocido por el Otro como significante del sujeto.
• O (A) es el significante del Otro, introyectado en el nivel de los objetos parciales, lo
que alucinatoriamente anula al Otro y permite un funcionamiento autístico de las
diferentes zonas erógenas.
• [ ]n está ahí para recordar que el yo ideal del psicótico tiene apoyo en todas las
zonas erógenas que, en el transcurso de los diferentes estadios,2 han podido ser el
soporte privilegiado de una demanda que se suma a las precedentes sin jamás
anularlas ni unificarlas.
Ese yo ideal de omnipotencia, tan megalomaníaco como desestructurante para toda
tentativa de unificación corporal, es lo que en la clínica se nos presenta de manera
clara bajo la forma de la psicosis que nos muestra el retorno más absoluto al yo ideal:
la manía. El maniaco, escúchenlo, es aquel que besa mejor, que come más, que
excreta formidablemente, etc.; pero que, de hecho, no tiene cuerpo. Nos habla de su
cuerpo como de un conjunto de órganos que rodean un vacío; lo que clama el maniaco
es que él posee todo porque no desea nada.
La manía, lo había yo dicho aquí mismo, es la negación de la castración; la manía,
diré en este momento, es el rechazo del cuerpo fantasmatizado por la omnipotencia
megalomaniaca del cuerpo despedazado, que es lo que forma el yo ideal del psicótico,
cualquiera que sea la definición nosológica de la psicosis clínica en cuestión.
Si pasamos ahora al Ideal del yo, lo que vemos no es más estructurante. El Ideal del
yo es el sujeto en tanto que significante del Otro, el significante reconocido por el
Otro; en este caso, lo que la madre le ofrece, como único significante por ella
reconocido, es ese "ser su ley en tanto que fuera de la ley".
De su lugar de significante de la madre, él no puede ser más que el mazo de naipes
del que otro dispondrá a su gusto a fin de que la combinación que de esta manera
formen las cartas le haga ganar. Pero el sujeto como carta no podrá ver ni comprender
nada del conjunto que lo constituye; él es el significante del Otro, tal vez un
significante para los otros, pero un significante que no tiene la mínima referencia para
reconocerse y nombrarse.
La palabra de I es lo que Perrier ha llamado "el fonógrafo de la verdad de los otros".
¿Y el yo [moi]? A falta de tener apoyo en su ego especular, fuente para él de una
angustia donde se anula como yo [moi], no puede sino perderse en la palabra de la
enajenación del yo ideal o hacerse el muerto en el nivel del Ideal del yo.
Esta imposibilidad de estar en otra parte que no sea esos dos lugares así definidos,
se nos presenta claramente en la transferencia. Se ha dicho a menudo que una de las
características de la transferencia psicótica consiste en la imposibilidad en que parece
encontrarse el sujeto de conservar una "distancia adecuada" (?) respecto del
terapeuta. Me pregunto si en ese caso el problema de la distancia no es mucho más
del analista que del analizando. El psicótico no tiene problema: o bien nos habla como
yo ideal, y nos volvemos el objeto de su introyección, con lo que se anula toda
distancia puesto que somos en él, o bien nos habla como Ideal del yo, y la distancia
que nos separa es infinita, pues la que nos da es una palabra que no es la suya: él es
el muerto. Tanto en un casi, como en el otro, se comprende que no sea fácil para
nosotros, analistas, respetar una distancia que lleva siempre en sí misma la dimensión
de la muerte; y no obstante, es el precio indispensable si queremos conservar nuestro
lugar de analista y no convertirnos en una especie de imagen parental perfeccionada,
personaje de Epinal,3 tan inútil como hiriente.
De esta manera he terminado con la parte teórica; agregaré brevemente algunos
extractos de sesiones tomados del análisis de un psicótico. Los he escogido no sólo por
su contexto sino también porque pertenecen a las primeras sesiones, antes de que se
pueda pensar en una acción causada por la interpretación. Me parece que conservan
así su carácter de verdad y originalidad y que son los mejores intérpretes de mi
pensamiento.
Se trata de un esquizofrénico con alucinaciones, internado en repetidas ocasiones.
Cuando inicia el tratamiento, está de licencia, y parece contento con aquél, que seguirá
regularmente.
En la cuarta o quinta sesión me cuenta que el domingo anterior salió a tomar fotos.
A propósito de esto, habla de imágenes, de parecidos, y encadena esto con lo que
sigue:
"La imagen del espejo es una imagen borrada. Lo único que se puede dejar en el
espejo es un poco de aliento. Es una imagen a la cual se borronea, una especie de
escritura mal hecha a la que no hay más que borrar. Si me veo en un espejo: eso
podría ser un espejismo; un espejismo, es efímero, es una imagen en la cual el
personaje es sujeto, es el poseedor de los ojos."
Y como le pregunto qué entiende por eso, me responde: "Bueno, hay una imagen en
el espejo; lo que admiro es la obra, la materia que es el espejo, pero la imagen, la
poseen los ojos de los otros."
Y casi en seguida: "Lo que busco es penetrar en la máquina que soy. Soy un
ignorado que vive en lo desconocido absoluto, desconocido por la tierra, por el sol, por
una cosa que ignoro. Lo que existe en mí es la sobrevivencia a la vida." (¡Extraña
definición de la muerte!)
Es en la sesión siguiente que habla de los pintores y la pintura: "En un cuadro hay el
tema de una pintura. Vea un cuadro de Da Vinci, de Corot, un rostro de niño, un
cuerpo de mujer o de hombre, pero todo alrededor hay manchas de color, el negro del
dibujo, lodo lo que rodea al sujeto. Es ahí donde se describe el monstruo, el monstruo
que está en el que lo emplea. En él se ve el negro de la cosa, no es ficción, es una
verdad apocalíptica, prevé los acontecimientos tal como serán en los siglos por venir.
Es un grito de alarma."
No creo que se pueda expresar mejor lo que es, para el psicótico, el ego especular:
un rostro de niño rodeado por el negro de la cosa, el lugar donde se descubre el
monstruo que transforma la imagen en verdad apocalíptica, que seguirá siéndolo ad
aeternum; de ese lugar no puede surgir palabra alguna, sino el "grito de alarma" que
anuncia a la angustia.
Y he aquí cómo se explica él esta ley de la demanda que lo encadena, esta
introyección que lo pierde como sujeto: "Había que pagar sin cesar, dar todo el interior
de mi cuerpo a cambio de un balbuceo, de un guiño de ojos, de la imagen de mi
madre. Se me ha forzado a llevar a cabo un acto de canibalismo; no era esto lo
demandado. Mi corazón pedía comprender, vivir intensamente un personaje, pero se
me daba a comer algo humano."
Presencio, siempre con el mismo asombro, el surgimiento, en el discurso psicótico,
de una especie de verdad última, inaccesible a los otros humanos, quizá por ser
incompatible con el engaño que nos permite vivir.
Verdad que supera la dimensión del simple insight para adquirir el valor de un
mensaje que únicamente podrían descifrar aquellos que nos hablan desde el fondo del
precipicio, y del cual nos contentamos con explorar tímidamente los bordes.
Me parece que, en las pocas frases que he citado, están condensados y
comprendidos de manera ejemplar todos los problemas que plantea la psicosis en
torno a la identificación, a la introyección, a la demanda y el deseo. Sin embargo, para
terminar, y restituyéndonos en nuestro lugar de analistas, es evidente que si estos
breves fragmentos pueden aplicarse en parte a los esquemas teóricos que he tratado
de elaborar, también es cierto que toda tentativa para explicar aunque sea
aproximadamente qué es la psicosis no podría concebirse sino tomando en
consideración todo lo que va a estructurarse en el estadio anal, todo lo que la
irrupción de lo genital y del objeto parcial que lo soporta va a condensar, a catalizar
de los estadios anteriores. En una palabra, todo lo que, a partir del primer llanto, del
primer "grito de alarma", va a transformarse, a remodelarse, para presentársenos
como la palabra marcada, moldeada por el complejo de castración.
Asimismo, he insistido enormemente en el papel de la madre, primera realidad
contra la que se fragmenta el yo [moi] del psicótico. Pero esta realidad no es suficiente
para explicar por sí sola la respuesta psicótica.4
En esta exposición he escogido como punto de llegada el estadio del espejo. Pero en
la historia del sujeto, él no es sino una suerte de relevo de donde van a volver a salir
los hilos más o menos tenues, más o menos enredados, que tejen su destino. El
camino que emprenden, el recorrido que habrá de ser el suyo, los obstáculos capaces
de romperlos: he aquí todo lo que le falta a mi discurso para hacer de él otra cosa más
que observaciones.
1
Comunicación dirigida a la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, enero de 1963.
2
El investimiento privilegiado de tal o cual zona, al igual que el pasaje de un estadio a otro,
se encuentran para mí mucho más ligados a una evolución de la relación de objeto que a una
evolución genética.
3
Se refiere a las imágenes populares creadas por Jean-Charles Pellerin desde la época de la
revolución, reunidas en el museo internacional l’Imagerie Populaire en Epinal, Francia. [E.]
4
También espero haber podido hacer entender que, aun si el padre no ha sido expresamente
nombrado, su acción y su papel han estado constantemente en tela de juicio. Sin embargo,
puesto que se trataba de analizar la relación oral en sus comienzos, sólo podía situarse donde
comienza por aparecer y marcar con su presencia o su ausencia al niño, es decir, en el nivel de
la madre y de la relación inconsciente que vincula a la pareja parental.