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Partiendo por reconocer que este texto pretende ser una suerte de opinión y siendo
consciente que se escribe acerca de una disciplina que tanto práctica como teóricamente me
resulta sumamente ajena, pienso que no es baladí si consideramos que se trata de una
apreciación nebulosa por el hecho de implicar el aspecto estético-personal y la ignorancia
de la música y sus elementos teóricos, además de visualizarla en su más amplia
consideración dada la no especificidad acerca de qué aspecto del universo musical se busca
tomar como objeto de opinión. Con esto último busco advertir y no condenar el sentido de
esta actividad, pues no puede esperarse más que una visión estética (en su sentido coloquial
y no académico) de quien no conoce o practica la disciplina que nos ocupa.
En esta instancia, cabría realizarse una pregunta: ¿cómo proponer una dicotomía en
la apreciación musical, pretender indicar su “correspondencia” con la realidad y buscar
entender la participación del canto y la letra como encargados de aproximar música y
poesía y con esto brindar algún destello crítico a sus contenidos, puede transmitirnos algo
con respecto al valor de la música? Pues diría muy humildemente que el valor de la música
consiste en inundar de nuestro propio orden y belleza aquel sonido metasensorial que es la
música de las esferas o el sonido del mundo. Solo el género humano hace música, solo los
hombres podemos interpretarla y adoptar una posición crítica respecto a los contenidos que
esta nos ofrece. Llegados al final del texto, no quiero dejar de reconocer el vínculo
empírico y tan indeterminado a la hora de experimentar cuestiones como memorias de
relación auditiva con algún recuerdo, cambios emocionales, necesario eslabón
cinematográfico, objeto de apreciación e inclusive un simple ambientador.