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Dra. Mercedes Olivera B.
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.
Centro de Derechos de la Mujer de Chiapas..
Mtro. Luis Sánchez Trujillo
Doctorante del Posgrado CESMECA-UNICACH
Comenzar esta disertación hablando de las bondades de la visión de género hubiera sido
el camino fácil para la elaboración de esta ponencia, ello no albergaría mayores
dificultades, y sin duda podría hablar de las bondades y ventajas que dicha visión tiene,
así como de la importancia de incorporar los estudios de género a las múltiples
disciplinas que configuran el campo de la psicología. Sin embargo, ese, como he dicho,
sería el camino fácil.
De antemano pido una disculpa, pues intentar dar un esbozo de la manera en que
la psicología ha enriquecido los estudios sociales pudiera resultar vago, incompleto e
incluso ofensivo, debido a las limitaciones no sólo de tiempo, sino de profundidad en
conocimientos de una disciplina tan basta y en continuo crecimiento, pero me parecería
arrogante intentar adoctrinar llanamente a quienes pertenecen a una ciencia en cuyo
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Texto de la ponencia magistral leída en la LXXXII Asamblea Ordinaria del Consejo Nacional para la Enseñanza e
Investigación en Psicología AC. el 29/10/10 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
seno se han gestado aportes tan significativos y fecundos, que sin duda continuarán
abonando hacia una mejor comprensión de nuestro mundo.
Pese a sus aportes, los de Freud sólo son el inicio de una larga lista de hombres y
mujeres que han retomado la labor de enriquecer nuestra visión. Dentro y fuera del
campo de la psicología esta primigenia semilla ha extendido sus raíces, para dar frutos
por doquier.
Es posible afirmar que esta centralidad del sexo y del género en las categorías del
psicoanálisis, unida con la tenacidad, centralidad emocional, y poder fluido de nuestro
sentido de identidad con género, hace al psicoanálisis particularmente fundamental
como un recurso para la teorización en los estudios de género.
Ha mostrado que los “sí mismos” de hombres y mujeres tienden a ser construidos
en forma diferente: el de las mujeres más en relación con la negociación de límites
flexibles en la separación y conexión con la alteridad; y el de los hombres más
distanciado de ésta, basado en límites firmes y en negociaciones defensivas de las
conexiones entre este “sí mismo” y los otros.
Es así que es posible encontrar un feminismo de corte psicoanalítico, que tiene una
historia compleja y a veces subterránea, una prehistoria que el trabajo reciente sobre las
mujeres pioneras en psicoanálisis, nos está ayudando a desenterrar, y cuyos orígenes
teóricos y políticos es posible localizar en Karen Horney, una analista de la segunda
generación cuyos primeros ensayos sobre feminidad desafiaron forzosamente a Freud.
Para Klein las reacciones intensas y los miedos infantiles hacia sus madres, su
pecho, sus interiores, y sus poderes, delinea la vida emocional subsiguiente, llevando a
la construcción del sí mismo y el otro, y a las preocupaciones morales hacia los otros
(culposas o reparativas). La contribución Kleiniana, dentro de las teorías de género, es
aún menos explícita que los debates de los 20s y 30s sobre feminidad, pero introduce,
tanto en sus contenidos y en el debate generado por éstos, una crudeza pasional e
incluso dolorosa al discurso psicoanalítico sobre el género, y más específicamente,
acerca de las madres.
La teoría kleiniana en sí misma, y cómo ésta ha sido traducida por los teóricos de
las relaciones objetales, ofrece una lectura de la psique no tan directamente apegada al
género cultural como en la teoría Freudiana. Pero pone más atención a las emociones y
conflictos que en el cómo las relaciones enraizadas en el género son evocadas en el
niño, y en el niño dentro del adulto.
La teoría de relaciones objetales desarrolla su descripción de la sociabilidad
primaria describiendo la construcción relacional de la subjetividad, tanto en desarrollo
como en la vida diaria. Debido a sus bases clínicas, no necesita apelar a Eros como una
fuerza para la unidad vagamente definida, extra – individual, insustancial. Extendiendo
la Teoría Estructural y del Narcisismo de Freud, con la descripción de Melanie Klein de
los objetos internos, esta caracteriza el Yo relacional como representaciones de
relaciones experimentadas afectivamente cargadas de sentidos de auto-relación. El
ambiente personal y la calidad del cuidado experimentado en el desarrollo individual, y
no las pulsiones innatas preformadas, proveen el contexto y material desde el cual el
individuo forma y delinea su psique. Entonces, imágenes de experiencias tempranas con
los cuidadores primarios y relaciones tempranas llegan a ser parte del núcleo de la
identidad, aún si estas representaciones pueden estar más o menos integradas. Si una
persona se va a desarrollar, el sí mismo debe incluir lo que originalmente fueron
aspectos del otro y la relación con el otro.
En primer lugar encontramos las teorías derivadas de las propuestas lacanianas, de entre
ellas destaca Juliet Mitchell, quien probablemente fue la primera teórica de la segunda
ola que realizó una relectura del psicoanálisis como teoría de la construcción social del
género en el seno de la institución de la familia patriarcal. Mitchell se centra en el modo
en el que el poder simbólico de la llamada Ley del padre de Lacan, organiza la posición
de enunciación de los sujetos humanos en el marco del lenguaje.
Junto con Gayle Rubin recurren a un freudismo lacaniano para argumentar que la
ley del padre patriarcal -y la heterosexualidad obligatoria que ésta implica, forman parte
de la construcción social del género y de la sexualidad que han llegado a ser casi
universales, pero que se podrían modificar, puesto que pese a todo, se trata de
construcciones históricas. En dicha ley, Lacan problematiza la feminidad como aquello
que no se puede expresar de manera consciente, debido a que las identificaciones y
deseos maternos han quedado relegados al inconsciente, lo que lleva a Lucy Irigaray,
Julia Kristeva y Hélène Cixous a rechazar este aspecto de su teoría. Argumentan que el
misterio en el que Lacan envuelve a la feminidad, como algo inexpresable en el
lenguaje, representa el temor masculino a las mujeres por cuanto simboliza la temida
castración y la pérdida del poder simbólico del falo.
Es así como surge la escuela europea del pensamiento de la diferencia sexual en la
teoría de género, que marcó un quiebre en relación a nuestro enfoque de la igualdad, y
abrió un proceso de enriquecimiento en la teoría de género.
A los aportes de las psicólogas francesas, se unen los nombres de las italianas
Luisa Muraro y Alessandra Bocchetti, estas pensadoras se apartan del pensamiento
lacaniano por cuanto afirman que existe un imaginario femenino de la formación del
sujeto y éste se puede incorporar al lenguaje, a la consciencia y, por lo tanto, al orden
simbólico. Kristeva también postula que existe un nivel de protolenguaje subyacente al
lenguaje simbólico, que ella llama semiótico, al que se puede acceder a través de la
poesía, los sueños y el arte para volver a conectar con ese imaginario reprimido. Por su
parte Muraro y Bocchetti argumentan que necesitamos crear un nuevo imaginario social
femenino mediante prácticas sociales transformadoras entre mujeres que creen nuevas
genealogías de la relación madre-hija. Esto nos permitirá hacer realidad <<el orden
simbólico de la madre>>, reprimido en la sociedad patriarcal, y redefinir nuestras
relaciones con otras mujeres a través de procesos por los que una se encomienda a
ciertas mujeres y que permiten crear relaciones de autoridad y amistades positivas entre
mujeres que reemplacen a las relaciones competitivas y de envidia en las que hace
hincapié el orden simbólico patriarcal dominante. Es decir, el orden simbólico y
material construido sobre parámetros masculinos que ha organizado al mundo por
siglos.
Como podemos observar en esta somera exposición, son múltiples las posturas y
críticas desarrolladas por los estudios de género y feministas a partir de la psicología.
Sin embargo, en este punto quisiera hacer notar algo que seguramente muchos y muchas
se estarán cuestionando: ¿acaso todos los aportes de la psicología a los estudios de
género se inscriben bajo la égida del psicoanálisis?
Es evidente que a lo largo de esta exposición, los nombres hasta ahora retomados
provienen del área psicoanalítica. De igual forma, muchos de los estudios desarrollados
fuera del campo de la psicología han retomado teorías y propuestas provenientes del
psicoanálisis, ello obliga a preguntarnos ¿porqué ha sido así?
Supera por mucho la tarea y alcances de esta breve disertación el intentar realizar
un recuento pormenorizado del cómo cada una de dichas posturas y autores analizan y
explican las diferencias genéricas de la humanidad, sin embargo en sus discursos es
posible encontrar una tendencia común a reconocer la existencia de una dualidad
compuesta de polaridades masculina y femenina, que conforma desde su esencia el sí
mismo.
La crítica que es posible realizar a esta postura es que de esta forma, se tiende a
naturalizar y reificar las categorías del ser hombre y ser mujer, que al verse como el
resultado de una supuesta esencia, orientan el trabajo terapéutico hacia el
reconocimiento y revaloración de la polaridad negada, dejando de un lado el hecho de
que dichas categorías son creaciones histórico-sociales, que al no ser vistas como tales,
dejan sin cuestionar el sistema de desigualdades genéricas construidas en torno al sexo.
En otro extremo encontramos los modelos que componen las escuela de los
planteamientos cognitivo-conductuales, como su nombre deja ver, bajo ese rubro se
adscriben las modernas perspectivas derivadas del análisis experimental de la conducta
de corte positivista, sin lugar a dudas, esta herencia ha representado una limitante para
la inclusión de una visión de género, pues en gran medida los aportes giran en torno a la
idea de adaptación funcional, es decir, se niega la existencia de los componentes
intrasubjetivos, por lo que toda noción de inconsciente queda descartada en aras de una
deseada objetividad científica, de la que emergerá una verdadera ingeniería de la
conducta, que permita el surgimiento de una sociedad en la que el “Walden dos” de
Skinner bien pudiera ser la utopía soñada.
Si bien los aportes de Reich no se inscriben dentro de las teorías de género, sus
implicaciones son de gran ayuda para esclarecer el papel del cuerpo y la sexualidad
dentro del sistema de desigualdades de género y clase; sin embargo, tales aportes no son
recuperados por las actuales propuestas psicocorporales, que se enfocan en una
dimensión individual.
Como este breve y muy esquemático recorrido lo muestra, fuera del psicoanálisis,
los estudios de género poco han sido retomados e incorporados al campo de la
psicología, lo que me lleva preguntar el por qué de esta incapacidad o negativa.
Pese a todos los logros y aportes de la psicología, me parece que aún no existe un
elemento que pueda conectar efectivamente el estudio de los procesos psíquicos con los
estudios sociales, pues tal como lo muestra el esquema mientras los estudios de género
han incorporado elementos tanto de la psicología, en especial del psicoanálisis, como de
ciencias como la antropología, la historia, la sociología, la economía y la filosofía, la
psicología contemporánea parece haber permanecido en cierta forma aislada, pues no ha
habido un efecto de retorno de los saberes, de reincorporación que le permita
reapropiarse de los avances y enriquecerse.
A tales dudas habrá que sumar una pregunta fundamental ¿hasta qué punto las
relaciones e imaginarios patriarcales impregnan la propia psicología como libre de
cuerpo, sexo y género en sí misma, pero también respecto a la docencia, la investigación
o la práctica profesional con la idea de un desarrollo de progreso, lineal y evolutivo, que
se moviliza, también, respecto a otros aspectos?
¿Podría ser el género este punto de reconexión entre la psicología y el resto de las
ciencias sociales?
Por principio habrá que definir a qué me refiero cuando hablo de género. Por
género entiendo la construcción social de las desigualdades basadas en las diferencias
sexuales, construcción que se da en las esferas de lo íntimo, lo privado y lo social.
Estas desigualdades atraviesan todo el espectro de relaciones sociales, lo mismo que el
núcleo de las identidades y nos otorgan posiciones donde la subordinación y la
dominación se refuncionalizan y profundizan, por lo que comprender el aspecto
psicológico de la interiorización de tales procesos y su simbolización social se torna
fundamental, para desarrollar estrategias de intervención, tanto desde el ámbito de la
psicología, como desde la práctica del género.
En primer lugar se muestra un nivel interior, el núcleo subjetivo, que podría ser descrito
como el centro esencial, la base sobre la que se estructuran las normas e imposiciones
provenientes del mundo social, pero que pese a ello nunca es constreñido del todo,
conservando siempre un potencial estructurante, es decir, una capacidad de ruptura cuyo
ejercicio no sólo dependerá de las circunstancias psíquicas internas, sino de las
condiciones histórico sociales de existencia.
De las diversas dimensiones que he incluido no diré más, excepto que cada una
podría representar el centro de los estudios de las diversas áreas y posturas estudiadas
por el campo de la psicología, más el cómo cada una podría aportar elementos de
esclarecimiento e incorporar los estudios de género así como teorías provenientes de
otras ciencias sociales es su labor a realizar.
Desde luego este esquema, como todo esquema, es sin duda incompleto, rígido e
incapaz de dar cuenta de las complejidades que le componen, pese a todo es un intento,
una interrogante abierta para quienes consideren que el género es la trama en torno a la
cual se estructuran y reproducen las desigualdades que constriñen y limitan las
identidades de hombres y mujeres.
Bibliografía: