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CATEQUESIS
Ángel Mª Unzueta Zamalloa
SUMARIO: I. La tradición como principio. II. La
tradición en el Nuevo Testamento: 1. Jesús y la
tradición; 2. Los escritos del Nuevo Testamento. III.
Momentos históricos significativos: 1. La época
posapostólica y patrística; 2. La síntesis de Melchor
Cano; 3. El concilio de Trento; 4. La novedad del
Vaticano II. IV. La tradición en la «Dei Verbum»: 1.
Tradición; 2. Tradición y Escritura; 3. Tradición,
Escritura y magisterio. V. La catequesis como acto de
tradición viva: 1. De la doctrina a la praxis del
seguimiento; 2. Del dictado al diálogo; 3. Introducción
a la Iglesia, comunidad narrativa; 4. La constante
tensión entre lo viejo y lo nuevo.
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TRADICIÓN Y CATEQUESIS
NDC
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creativa continuidad con ella, desde una actitud de apertura
al mundo contemporáneo. Pero, ¿cómo integrar en la
tradición cristiana la novedad del Vaticano II? ¿Cómo llevar
a cabo una honda renovación de la vida eclesial en fidelidad
a la tradición? En definitiva, ¿qué es la tradición y hasta qué
punto resulta vinculante? ¿Cómo distinguir entre el espíritu y
la letra de la tradición?
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escatología, entre la fidelidad al origen y el afán de llegar a
la meta de la unión definitiva en Cristo (cf Ef 1,10).
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novedad del acontecimiento pascual sucede «según las
Escrituras». Esta preocupación por mostrar la concordancia
del mensaje cristiano con la tradición del Antiguo
Testamento está permanentemente presente en la
elaboración de los escritos neotestamentarios. En definitiva,
«era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en
su gloria» (Lc 24,26). El relato de los discípulos de Emaús
resulta ejemplar para entender la originalidad del Nuevo
Testamento como consumación y clave de lectura del
Antiguo. Así, continuidad y ruptura constituyen los dos polos
de la comprensión cristiana de la tradición, ya desde los
inicios. Dicho de otro modo, desde una perspectiva eclesial,
la fidelidad a la tradición ha de conjugarse a la vez en
pasado y en futuro. La Escritura, que para las primeras
comunidades cristianas no es más que el Antiguo
Testamento, ha de ser examinada y transmitida a la luz del
acontecimiento pascual. El Nuevo Testamento, por tanto,
surge por una parte como testimonio de la radical novedad
inaugurada en Jesucristo y, por otra, como interpretación
cristológica y eclesial del Antiguo.
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c) La intención de Lucas se hace patente desde el comienzo
de su evangelio: ordenar los acontecimientos en fidelidad a
los primeros testigos (cf 1,1-3). Ya desde el inicio de la vida
pública presenta a Jesús como aquel en quien culmina la
tradición profética (cf 4,16-21). Su evangelio, caracterizado
como mensaje de misericordia, muestra la presencia
definitiva del Dios misericordioso del Antiguo Testamento en
Jesús. Con todo, la aportación más original de Lucas a la
comprensión de la tradición aparece en los Hechos de los
apóstoles. El libro va desvelando el acontecimiento de
Jesús, a la luz del Espíritu, en contacto con las diferentes
culturas, hasta el punto de constituir un punto obligado de
referencia para toda evangelización inculturada.
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e) Pablo es quien, en el Nuevo Testamento, se refiere con
más detalle a la tradición. Basa la propia identidad y la de
los demás apóstoles en el hecho de ser testigos de la
Palabra revelada y garantes de su transmisión auténtica.
Aparece ya, por tanto, la apostolicidad como criterio de
autenticidad de la tradición. Aquí hay que hacer notar que en
la mentalidad paulina no sólo son apóstoles los doce,
entendidos como los primeros testigos de la resurrección,
sino también quienes son enviados por el Señor a difundir la
Palabra y están en plena comunión con el testimonio de los
orígenes. Pablo no ha convivido con Jesús, pero lo que él
anuncia coincide con lo que a su vez ha recibido de los
primeros testigos (cf lCor 11,23-25; 15,1-7), como ya se ha
encargado él mismo de contrastar (cf Gál 2,1-10). Así se
explica que la tradición apostólica pueda exigir la plena
adhesión del creyente (cf Rom 6,17).
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III. Momentos históricos significativos
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apóstoles, que a su vez fue fielmente transmitido por estos y
sus sucesores de modo normativo y vinculante para la
Iglesia. No se trata de una regla o verdad añadida, sino del
contenido mismo de la predicación apostólica. Fue un primer
canon que sirvió de guía al de las Escrituras y más tarde fue
expresándose en los símbolos de la fe.
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aquellas instancias que acreditan la fe cristiana y permiten
descubrir y valorar sus contenidos más fundamentales.
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la interacción de varios elementos, cada uno con identidad
propia y a la vez necesitado de la complementariedad de los
demás.
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aplicación creativa de la verdad salvífica, contenida ya de
modo suficiente en ellos.
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día toda la tradición de la Iglesia, no sólo la de los últimos
siglos, tal como lo expresó Juan XXIII en su discurso de
apertura. El Concilio fue siendo cada vez más consciente de
que «toda renovación de la Iglesia consiste en un aumento
de la fidelidad a su vocación» (UR 6), y que el medio
principal no era sino la permanente renovación (cf LG 4, 7-9,
15; GS 21, 43). Por ello, antes de pasar a los textos que se
refieren explícitamente a la tradición, conviene colocarlos en
el contexto que los posibilitó.
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en el prlmer capítulo de la Dei Verbum, el concepto utilizado
por el Concilio es, en primer lugar, teocéntrico: la revelación
no consiste en la manifestación de algo, sean normas o
verdades de fe, sino en la autocomunicación de Dios mismo
(cf DV 2, 6). Dicha revelación posee naturaleza histórico-
sacramental y escatológica (cf DV 3-4): la palabra de Dios
se transmite a través de testigos y testimonios históricos,
que no la agotan, sino que la refieren a la plenitud final (ello
confiere un carácter hermenéutico-crítico al conocimiento
teológico). Finalmente, el texto conciliar concibe la
revelación como diálogo amistoso entre Dios y el ser
humano, lo cual otorga a este la dignidad de ser no sólo
destinatario, sino también interlocutor.
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En el capítulo segundo de la Dei Verbum se expone la visión
del Vaticano II sobre la tradición y sobre su conexión con la
Escritura y con el magisterio eclesial.
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2. TRADICIÓN Y ESCRITURA (DV 9). Aunque el concilio de
Trento empleó el término fuente referido sólo al evangelio
proclamado por Jesucristo, la recepción de su doctrina se
había plasmado en la tesis que veía en la Escritura y en la
tradición dos fuentes distintas de la revelación. Al Vaticano II
le correspondía resolver, o cuando menos abrir, nuevas vías
al planteamiento de esta delicada cuestión.
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de la fe, su praxis y su anuncio son, en primer lugar,
responsabilidad y tarea de la totalidad del pueblo de Dios.
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la formulación teórica y busca sobre todo su ortodoxia. Pero
si la tradición consiste en la transmisión del misterio de
Cristo que afecta a la totalidad de la persona, la catequesis
no puede entenderse ya como instrucción meramente
doctrinal, sino como iniciación y acompañamiento de los
primeros pasos en el seguimiento de Jesús (cf CT 29). No
se trata de un saber teórico nuevo, sino de buscar una
profunda transformación del modo de ver, pensar y entender
la realidad (cf Rom 12,2). Así lo entendieron y vivieron las
primeras comunidades cristianas.
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adentra en el misterio de Cristo se implica progresivamente
en el encuentro salvífico con un Dios que se le comunica de
modo gratuito y entra en contacto con otras experiencias
creyentes.
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En la acción catequética de la Iglesia se transmiten a la
persona creyente los relatos bíblicos escritos para su
salvación (cf Jn 20,31; DV 11), a fin de que pueda entroncar
en ellos su historia personal de salvación, completamente
singular. Esta es una de las funciones más relevantes de la
Escritura en la catequesis y en la vida de la Iglesia: poner al
individuo en condiciones de narrar su propia historia,
contrastándola con la de otras personas y, en definitiva, con
la del pueblo de Dios del Antiguo y Nuevo Testamento (cf
CT 26-27). De este modo, por la catequesis, renace
constantemente una Iglesia como comunidad que reconoce
una idéntica realidad de salvación en los diferentes
testimonios de sus miembros. La Iglesia se convierte, por
tanto, en comunidad tradente en la misma medida en que es
comunidad narrativa y comunicante. Ella no sólo garantiza la
legitimidad de los testimonios de fe por su concordancia con
la tradición, sino que a la vez hace posible también que la
vida de cada creyente, su pensar y su hacer, se conviertan
en experiencia salvífica.
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comprensión de la tradición eclesial. Antes o después, se
vuelven inmunes ante un discernimiento crítico de la historia
y de la presencia activa del Espíritu en ella.
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