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RODOLFO A.

RAFFINO

INKA
ARQUEOLOGIA, HISTORIA
Y URBANISMO
DEL ALTIPLANO ANDINO
R o d o lfo A . R a f f in o

INKA
ARQUEOLOGÍA, HISTORIA
Y URBANISMO
DEL ALTIPLANO ANDINO

PARTICIPAN:
Axel E. Nielsen
Ricardo J. Al vis
Jorge R. Palma
Adrián Iñíguez Rodríguez
Marcelo Manassero
Celina M. Madero
Anahí Iácona
Diseño de Tapa:
D a niel V il l a l b a

© Ediciones Corregidor, 1993


Rodríguez Peña 452 (1020) Bs. A s.
I.S.B.N.: 950-05-0745-5
Hecho el depósito de ley
Impreso en la Argentina
Dr. Rodolfo Raffi no Departamento de Arqueología del Museo de La
Plata. Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET).

Dr. Axel E. Nielsen Departament o f Anthropology. University o f


Arizona. Tucson, U.S.A.

Arq. Ricardo Alvis Departamento de Arqueología del Museo de La


Plata. CONICET.

Dr. Jorge Palma Facultad de Filosofía y Letras, Universidad


Nacional de Buenos Aires. Museo Luis Perlotti,
Buenos Aires.

Dr. Adrián M. Iñíguez R


odríguez Centro de Investigaciones Geológicas.
CONICET. Universidad Nacional de La Plata.

Dr. Marcelo Manassero Centro de Investigaciones Geológicas. CONI-


CET. Universidad Nacional de La Plata.

Lic. Celina Madero Instituto de Ciencias Antropológicas. Univer­


sidad Nacional de Buenos Aires. CONICET.

Lic. Anahí Iácona Departamento de Arqueología del Museo de La


Plata. CONICET.
INDICE

Prólogo del director de la obra 13

Capítulo I

El Universo Humahuaca y los Andes del Kollasuyu,


por Rodolfo Raffino y Axel Nielsen.................................. 21

Los ecosistemas andinos. El altiplano de Bolivia y el Noroeste


argentino. La Quebrada de Humahuaca, rasgos geográficos y
ecológicos: la Yunga, la Q'eshwa. La quebrada troncal y sus
tributarias, paisaje, flora, fauna. Situación estratégica en
tiempos del Tawantinsuyu y durante la invasión europea.
Bibliografía.

Capítulo II

Las “ ciudades” Inka en Argentina: arqueología de la Huerta de


Humahuaca,
Parte primera: El sistema de poblamiento prehispánico.
por Rodolfo Raffino y Ricardo Alvis------------------------------ ---- 37

El uso del espacio a intramuros y la estrategia de muestreo


arqueológico. Datos estadísticos del área de instalación.
Clasificación morfofuncional de la arquitectura por unidades
de superficie. Arquitectura y Urbanismo de La Huerta. El Area
Norte. Los basurales y el proceso de formación del sitia Los
edificios Inka. Tumbas o almacenes estatales. El camino Inka a
intramuros. Bibliografía.

Parte segunda: La funebria de La Huerta de Humahuaca.


por Rodolfo Raffino, Victoria García Montes y Alberto Manso.... 77
El registro funerario, ubicación, clasificación, inclusión y
contenido. Muestrco y estratificación estadística. Datos e
hipótesis sobre la conducta funeraria en La Huerta.

Parte tercera: Los artefactos. Rodolfo Raffino y


Jorge Palma.... ... ........................................................................... 93
La alfarería, los artefactos de madera. la textilería. armas,
lapidaría y la metalurgia. Los metales, maderas, piedras
semipreciosas y ecofactos en los adornos corporales.
Utensilios de uso ordinario. Los instrumentos musicales.
Distribución espacial de los artefactos, estilos y di versificación
étnica de la población. Estilo Inka Provincial, Chicha,
Famabalasto, Hispánico Humahuaca y Poma. Los artefactos de
madera y metal com o indicadores de actividad y prestigio
social, "cumbiscamayos y sutee" en los edificios Inka.
Relaciones estadísticas de los estilos cerámicos. Bibliografía

Parte cuarta: Petrografía y difractometría de la cerám ica


Inka del KoIIasuyu. Rodolfo Raffino, Adrián Iñíguez
y M arcelo Manassero ........... .......................................... ........... 131
Una batería de hipótesis a contrastar por exámenes petrográ­
ficos comparados. Técnicas analíticas. Análisis difractomé-
trico, metodología. Análisis cualitativo y semicuantitativo,
resultados. Análisis petrográficos. Bibliografía

Capítulo III

Explotación faunística, tafonom ía y econom ía en Humahuaca


antes y después de los Yupanki, por Celina M adero................ 145
El análisis faunístico de La Huerta y Papachacra de
Humahuaca. Metodología. Unidades de análisis. Composición
de la muestra analítica. Tafonomía. Análisis económico.
Estudio de las partes esqueletarias. Composición del rebano.
Conclusiones. Bibliografía.

Capítulo IV

El dom inio Inka en el Altiplano de Bolivia,


por Rodolfo Raffino............169
El escenario. La documentación histórica. Arqueología Inka en
Potosí, Oruro y Chuquisaca. Tupiza y Talina: los portales del
Norte argentino. Tupiza, el dominio Inka y la entrada de Diego
de Almagro. El Valle de Suipacha tres siglos antes de la
revolución de mayo. De Tupiza al Norte, del Lago Aullagas o
Poopó al Sur. El Salar de Uyuni y Aullagas. La alfarería de los
sitios Inka altiplánicos. Bibliografía.

Capítulo V

Al Este del paraíso, por Rodolfo Raffino................_____................... 213

Desde Humahuaca al Gran Chaco Gualamba. Tres regiones


bajo el dominio Inka. Santa Victoria Oeste, Iruya y Valle-
grande. Guarniciones fronterizas, santuarios de altura, tambos
y caminos. Los primeros datos arqueológicos de un mundo
casi desconocido. Bibliografía.

Capítulo VI

De Titicaca a Omaguaca durante el siglo XVI,


por Anahí Iácona y Rodolfo Raffino...___________ ...... ...... 235

Introducción. El mundo “Omaguaca”, situación y diversidad


étnica. ¿Quipildora, señor de señores? Sobre territorios y
fronteras. La “ provincia” Inka de Omaguaca, definición y
límites. América para los americanos. La frontera oriental de
Omaguaca. El interrogante Churumata, los Ocloyas. Llegan
los colonos. Las etnias de la Quebrada de Humahuaca:
Omaguacas, Chichas potosinos y Atacamas, viejas hipótesis a
contrastar. Omaguacas y Atacamas, nuevas hipótesis. En tomo
a la estructura social de los Omaguacas. El Kollasuyu al Norte
de Humahuaca a mediados del S. XVI. Los Charcas, Carneara,
Chichas, Chuyes, Carangas, Quillacas, Asanaques y Soras. Los
Yupanki y los cambios territoriales. Apéndice: aproximaciones
a la filiación lingüística de la toponimia de Humahuaca.

Capítulo VII

Sobre conquistadores y conquistados, por Rodolfo Raffino.............. 299


Humahuaca a fines del siglo XV. El mundo orientaL El
altiplano a fines del siglo XV. Dominio territorial, movilidad
étnica, frecuencia estilística, arquitectónica y planeamiento
urbano. La conducta del sistema Inka. Los pueblos altiplánicos
bajo su dominio. La Huerta de Humahuaca. Om a Porco de
Aullagas y Chuquiago de Suipacha, nuevas evidencias sobre
las “ciudades Inka” . Bibliografía.
P rólog o del director de la obra

En el verano de 1918 Salvador Debenedetti, por entonces flamante


director del Musco Etnográfico de la ciudad de Buenos Aires, inicia la XIV
Expedición Arqueológica de la Facultad de Filosofía y Letras por tierras de
Humahuaca. Sus propósitos eran realizar excavaciones en varios sitios,
entre los que se contaba “una antigua población, sin nombre conocido” ,
situada a 6 kilómetros al oriente de Huacalera. Para estos trabajos contaba
con numerosos peones y aparentemente con buenos recursos financieros,
aunque parte de los mismos ya habían sido consumidos en excavaciones
practicadas en Campo Morado y Perchel.
Esa antigua población, ignorada hasta entonces en la literatura arqueo­
lógica, se levantaba al naciente de la histórica Huacalera de Juan Lavalle.
Casi a tiro de fusil de donde, en febrero de 1815, Rondeau y Güemes insta­
laron su cuartel general en vísperas de la tercera campaña rioplatense al
Alto Perú. Recibirá su bautismo por simple extensión del nombre de la
quebrada donde se alojaba: La Huerta.
Los escritos de su puño y letra nos muestran un Debenedetti contradic­
torio. Entusiasmado por la fertilidad cultural de Campo Morado y La
Huerta, pero a la vez deprimido ante las contingencias de un clima duro y
de las "alimañas” que lo azotaban: ” ... La vida en el rancho se está
volviendo un poco dura, especialmente durante la noche... Si pudiera uno
volverse miriápodo! Con todo no sucedería lo que con mis penas. Estas,
ay, no tienen término..:, esto escribió don Salvador en su diario de viaje el
atardecer del 28 de enero de 1918.
Ese mismo año publicará un informe preliminar donde puntualiza el
pretendido carácter metódico de sus trabajos. Sin embargo, las cicatrices
dejadas en el suelo de La Huerta hacen inocultable que sus jornaleros
excavaron a "pala limpia” en los ángulos de las habitaciones en busca de
las codiciadas tumbas. Una vez más su circunstancial jefe había ignorado la
técnica estratigráfica que ya 17 años antes Max Uhle inaugurara con
singular éxito en la costa peruana. Bajo estas circunstancias Debenedetti
explora “67 yacimientos" en La Huerta y levanta 692 artefactos y 169
esqueletos humanos. Realiza además un croquis a mano alzada de dos
sectores muy reducidos de las ruinas. A excepción de ese lacónico informe,
los resultados de sus investigaciones nunca serán publicados y esa antigua
población sin nombre queda sumergida en el olvido para la arqueología
científica, no así para los desconocidos de siempre, que profanarán una y
otra vez sus polvorientas entrañas, saqueando sus tumbas y reuní izando sus
piedras en obras modernas.
Entre aquel lejano verano de 1918. y nuestros trabajos iniciados en
1983, se interponen los intentos de Ciro René Lafón, en una tesis doctoral
concebida y editada a mediados de la década de 1950. Absorbido por los
inefables trabajos de restauración del Pucará de Tilcara. Lafón apenas contó
con transitorios permisos de su jefe. Eduardo Casanova. ante lo cual realiza
una tarea que lejos estuvo de “completar las observaciones,, iniciadas por
Debenedetti. Una tenue descripción del sitio, con especial interés por la
funebria, una ortodoxa analítica de los artefactos y conclusiones donde,
entre otros puntos, se insiste en que no hay restos que prueben la influencia
Inka, son las expresiones sobresalientes de su discurso.
Junto a una decena de instalaciones prehispánicas del universo
Humahuaca, La Huerta fue otra de las víctimas de una extraña incompren­
sión. No solamente la falta de una estrategia arqueológica adecuada, sino
también la seducción del falso paradigma de que el Tawantisuyu no
señoreó en sus contomos, arrastró a Debenedetti y a Lafón. Ambos
lepitieron el error cometido por ilustres antecesores, como Pedro Lozano y
Juan B. Ambrosetti. Paradigma caprichosamente persistente, que no cejaría
en capturar a calificados investigadores sucesivos.

* * *

El 31 de mayo de 1543 el entonces Capitán General y Gobernador de


los Reinos de Nueva Castilla y Nuevo Toledo, "... eso que llaman
P ir ú .."„ el licenciado Christobal Vaca de Castro, desde el mismísimo
Cuzco le escribe a S.M. Don Carlos V de España lo siguiente:

"... la causa principal porque reciben los indios daño, muertes y


disminución en el cargarlos es por no estar los Tambos antiguos
del tiempo de Guaynacaba (Wayna Kapac) y sus antepasados
poblados como estaban cuando estos Reynos se ganaron y
redusieron al servicio y obediencia de S.M....”
Los "tiempos de Wayna" añorados por el capitán español corresponden
al último tercio del siglo XV y primer cuarto del XVL Unos 60 años
durante los cuales el llamado Kollasuyu estuvo dominado por los Yupanki
cuzqueños.
Un Kollasuyu que abarcó los actuales territorios de Argentina, mitad
boreal de Chile y las tierras andinas de Bolivia. Allí, entre 1470 y 1535.
Pachakuti. Thupa Inka y el aludido Wayna, los tres monarcas más desta­
cados de ese tiempo, dejaron una impronta arqueológica que hemos
decidido examinar.
Por similares tribulaciones a las de Vaca de Castro transita 23 años
después otro funcionario de la Corona, Juan de Matienzo, magistrado de la
Audiencia de Charcas (actual Sucre, en Chuquisaca) quien, el 2 de enero de
1566 informa:

“ ...n o tengo que dejar de avisar a VE ___que desde esta ciudad a


la de Santiago del Estero hay pueblos de indios chichas y de otras
naciones, y tamberlas del Inga, de que no se ha hecho mención,
todas con agua, yerba y leña, y casas y paredones descubiertos;
porque todas las jornadas del Inga son de tres leguas, y las que más
de cuatro; y en los tambos que no se ha dicho que hay indios, apaci­
guada la tierra, podrían salir los indios comarcanos a servir, como
se hace en Perú y lo hacían ellos mismos en tiempos del Inga,
porquestán sus pueblos cercanos del camino, á dos, y á tres, y á seis
leguas el que más lejos..

Junto a esas expresiones de deseos de ambos funcionarios, empeñados


en agilizar el drenaje de las riquezas de Potosí hacia Sevilla, aparecen
centenares de referencias sobre poblaciones indígenas, topónimos, tambe-
rías reales del Inka y un sinnúmero de posiciones geográficas de valor
incalculable. Verdaderos lazarillos en nuestros trabajos de contrastación o
verificación arqueológica por el altiplano andino.

* * *

Lo que sigue en estas páginas tiene destinos concretos: se inicia con una
presentación geográfica y ecológica del universo andina Prosigue con un
análisis del patrón de poblamiento, artefactos y ecofactos recuperados en La
Huerta de Humahuaca y finaliza con una visión explicativa de las caracterí s -
ticas, grado de intensidad y transfiguraciones culturales que generó el
Horizonte Inka en al altiplano de Bolivia y extremo boreal argentina
La información que manejaremos será fundamentalmente arqueológica
— aunque procuraremos adherir fuentes documentales aportadas por la
lingüística y la etnohistoria— no pocas de ellas fueron obtenidas en el
propio terreno por nuestros antecesores o por nosotros.
El registro arqueológico tomado en La Huerta demandó cinco misiones
en el terreno. La primera tuvo lugar en marzo de 1983 y significó el redes-
cubrimiento de la instalación, un simple muestreo al azar en transecta de
los fragmentos cerámicos de superficie y un reconocimiento de su arquitec­
tura. Estas tácticas permitieron observar que la instalación poseía dos
eventos de ocupación principales. Uno seguramente local o Humahuaca y
otro de factura Inka y limitada al Capacñan o camino real y a un grupo de
edificios ubicados en un sector definido en su parte central. Naturalmente
durante esa fase exploratoria no sabíamos si ambos eventos eran coetáneos
o si la ocupación Humahuaca había sido previa a la entrada de los Yupanki.
El interés que despertó el sitio nos llevó a los depósitos y archivos del
Museo Etnográfico, lugar donde se hallaba parte del registro arqueológico
obtenido por Debenedetti en 1918 y que permanecía inédito. El hallazgo
del diario de viaje de su expedición y de un centenar de artefactos fue
determinante para los pasos siguientes. Así fue que decidimos investigar el
uso del espacio, la naturaleza y las alternativas de la ocupación Inka dentro
de una gran instalación de Humahuaca, un sitio casi olvidado por la arqueo­
logía científica.
Sin embargo, esta decisión estuvo un par de años demorada. Antes
debíamos cumplir con una serie de misiones arqueológicas en el altiplano
de Potosí, Chuquisaca y Oruro. Pactadas para buscar los históricos tambos
del Inga mencionados en las crónicas de Vaca de Castro y Matienzo y
patrocinadas por un Grant de National Geographic Society de Washington.
A estas le seguirán tres viajes más, esta vez con destino al terreno situado al
oriente de Humahuaca: Iruya, Santa Victoria Oeste y Vallegrande.
N o obstante el compromiso, el tema de uno u otro modo era el mismo:
el Tawantinsuyu. Los resultados de esas misiones al terreno son ofrecidos a
lo largo de esta obra.
La segunda campaña hacia las ruinas de La Huerta se produjo en
agosto de 1985. Estuvo dirigida hacia dos objetivos esenciales. El primero
confeccionar la planimetría total de las ruinas, los perfiles y varios planos
detallados de sectores especiales. El arquitecto Ricardo A lvis y A xel
Nielsen fueron los encargados de esas tareas. Mientras tanto, otro grupo
comenzaba la excavación de una estructura monticular que se mostraba
com o un probable depósito de basura. Durante esos trabajos logramos
profundizar 9 capas artificiales fértiles de 0,10m. Paralelamente la instala-
ción se fue revelando como mucho más grande de lo estimado en la fase
exploratoria, ante lo cual decidimos regresar al laboratorio para evaluar los
resultados parciales logrados y planear una estrategia más afinada.
Mientras Al vis procesaba decenas de hojas con planos parciales de las
ruinas — tarea que le llevó a componer una área intramuros ocupada por
más de 250 recintos, pero que apenas significaba la mitad de la extensión
total del sitio— , Jorge Palma, Daniel Olivera, Adriana Callegari y quien
esto escribe se dedicaron a las tipologías de artefactos tomados de los
muéstreos superficiales y por excavación. Estos trabajos fueron coordi­
nados con una muestra de alrededor de 25.000 fragmentos de cerámica
provenientes de sitios Inka reconocidos en el extremo boreal de Argentina
y altiplano Centro-Sur de Bolivia.
A ellos se sumarían, posteriormente, los alumnos de la carrera de
antropología de la Universidad Nacional de La Plata, Victoria García
Montes y Alberto Manso. En vista de que aún faltaba realizar la mitad del
plano y que, sin dudas, en nuestra excavación exploratoria no habíamos
llegado a la base del basural, la decisión fue que los próximos pasos en el
terreno serían:
1 concluir la planimetría del sitio,
2 realizar muéstreos dirigidos sobre el interior y exterior de recintos
seleccionados por sus rasgos arquitectónicos de superficie,
3 fecha por C 14 las capas artificiales N° III, VI y IX del basural antes
de proseguir con su excavación.

Los fechados fueron procesados con antelación a la tercera campaña,


con lo cual teníamos una idea muy precisa del comportamiento temporal
del depósito y de la variación frecuencia! que ofrecían los tipos cerámicos y
demás artefactos obtenidos.
Durante la tercera misión al terreno (mayo de 1986) ampliamos y profun­
dizamos la excavación de P.S.I., concluimos los relevamientos planimétricos
y excavamos los recintos Nº 190,359 y 360. A la par de estos trabajos reali­
zamos pruebas de la profundidad del sedimento cultural, por medio de una
transecta N-S y con pequeños sondeos en el interior y exterior de los recintos,
con el fin de registrar las posibles diferencias de espesor — vestigios de la
ocupación humana— a lo largo del área intramuros.
Durante esa campaña, la más larga de las cinco emprendidas en La
Huerta, tuvimos la fortuna de reubicar 26 de las 67 tumbas excavadas por
Salvador Debenedetti en 1918. Con ello estábamos en magníficas perspec­
tivas de coordinar aquel registro funerario a bajo nivel con la información
recuperada en nuestros propios trabajos.
A esta altura del proceso, la información obtenida era francamente
pródiga, por lo que la prudencia indicaba regresar nuevamente al labora-
torio para examinarla y clasificarla. Una parte del registro recogido deman­
daba análisis específicos, con lo cual convocamos a Mario A. Iñíguez
Rodríguez y Marcelo Manassero para la realización de difracción por
Rayos X y cortes delgados en la cerámica.
Por razones similares, pero en este caso sobre los ecofactos recogidos
en el basural, se unieron esporádicamente al equipo Hugo Yacobaccio y
Celina Madero. Ambas intervenciones resultaron en extremo valiosas y han
generado un par de capítulos especiales de esta obra.
Las dos últimas campañas al terreno de Humahuaca se realizaron en
diciembre de 1989 y mayo de 1990. Fueron programados en ellas los
siguientes trabajos:
1 recoger muestras de sedimentos para futuros análisis polínicos;
2 realizar nuevos muestreos en superficie de artefactos sobre edificios
incluidos en el estrato N° 1 (los de mayores dimensiones) para
contrastar hipótesis a partir de información obtenida en las misiones
anteriores sobre sus alternativas funcionales;
3 profundizar las observaciones sobre la arquitectura de superficie en
los sectores más perturbados o de más baja visibilidad. Este trabajo
se decidió para intentar eliminar los factores de error en la estrategia
observacional desarrollada en las tres primeras campañas.
Especialmente en el reconocimiento de partes arquitectónicas
específicas, com o vanos, jambas, tabiques interiores, techumbres en
tumbas, calzadas secundarias, etc.;
4 muestrear en superficie los sectores Nº 341, 356, 390 y 541/546
para contrastar hipótesis a partir de información obtenida en
anteriores trabajos. Esto nos permitiría discernir sobre un uso
diferencial del espacio intramuros por etnias hacedoras de estilos
cerámicos específicos, con los del grupo Chicha de Potosí, Inka
Provincial y Famabalasto Negro sobre Rojo.

Para estos tiempos uno de los miembros del equipo, Axel Nielsen,
desarrollaba intensas investigaciones en la región oriental de Humahuaca,
las cuales dieron la base documental de su Tesis Doctoral, aprobada con
honores en la Universidad Nacional de Córdoba (1989). A la par prose­
guían los estudios dedicados a rescatar la información histórica sobre
contactos interétnicos, dominio Inka y colonización europea en el altiplano
andino, con el propósito de recomponer los procesos etnohistóricos y antro-
pológicos regionales entre los siglos XV a XVII. Esta tarea estuvo compar­
tida con la Lic . Anahí Iácona y ha demandado un extenso capítulo.

Como siempre, deseamos testimoniar nuestra gratitud a las institu­


ciones y personas que han hecho posible esta obra:
A la NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY de Washington y al
CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y
TÉCNICAS de Argentina, por sus apoyos financieros para las investiga­
ciones en el terreno.
A Alberto Rex González, director del Museo Etnográfico de la
Universidad Nacional de Buenos Aires, por permitimos estudiar las colec­
ciones y libretas de campo de Salvador Debenedetti. A Betty J. Meggers de
la Smithsonian Institution, por sus apoyos materiales y afectivos.
A los laboratorios LATYR e INGEIS del Museo de La Plata y
CONICET, respectivamente, por los procesamientos y análisis de las
muestras radiocarbónicas que se ofrecen.
A los autores que firman este volumen, quienes de una u otra forma
desviaron parte de su tiempo y talento para acompañarme en el proyecto.
A Hugo Yacobaccio, Carlos Aschero, Adriana Callegari y Daniel
Olivera, por su colaboración en los trabajos de muestreo de artefactos en La
Huerta. Especialmente a los dos primeros, quienes por ayudamos abando­
naron transitoriamente la “ causa precerámica” .
A los alumnos de la Carrera de Antropología de la Universidad
Nacional de La Plata, Victoria García Montes, María Marta Toddere y
Alberto Manso, quienes participaron en las últimas fases de composición
de esta obra.
A Rodolfo Merlino y Diana Rolandi, con quienes redescubrí La Huerta
de Humahuaca una mañana de Otoño de 1983.
R.A. R.
Museo de La Plata
Primavera de 1992
E l U niverso Hum ahuaca y
los Andes del Kollasuyu

R odolfo A . R affino - A xel E. N ielsen

Las ruinas de La Huerta se levantan en el riñón de la legendaria


Quebrada de Humahuaca, un singular valle mesotérmico de recorrido
longitudinal enmarcado entre la Puna jujeña y los bosques que rodean el
Valle Grande de la actual San Salvador de Jujuy. Están enclavadas dentro
de un paisaje de singular riqueza geográfica, histórica y antropológica.
Junto a la sección meridional del altiplano de Potosí y el N.O. argentino,
Humahuaca formó parte del antiguo Tucumán de la colonia. Desde
mediados del s. XVI recibió profundas transfiguraciones por obra de la
corriente colonizadora proveniente de Perú y, poco antes de esos tiempos,
formó parte del Kollasuyu de los Inkas del Cusco.
Integrando una sección de los Andes Sudamericanos, esta parte del
antiguo universo Inka ofrece singulares varietés paisajísticas que ameritan
su descripción y clasificación. Con estos propósitos puntualizaremos en
primer término los lugares que ocupa dentro de la clasificación de ecosis­
temas, desarrollada en los últimos años para el análisis de la ecología
cultural del Area Andina Central (Pulgar Vidal, 1948), con las modifica­
ciones resultantes de su aplicación al sector meridional de dicha área
(R.A.Raffino; 1975. R. Merlino y M. Rabey; 1981).
Esta es la antesala de otras relaciones, que describirán las caracterís­
ticas ecológicas de la Quebrada de Humahuaca y las de otros valles
mesotérmicos similares situados en los actuales territorios bolivianos de
Potosí, Chuquisaca, Oruro y Tarija.
1. Los ecosistemas andinos

Una característica sobresaliente de la geografía andina es la extremada


diversidad medioambiental que presenta dentro de áreas relativamente
restringidas. Esta diversidad está determinada fundamentalmente por las
variaciones en la altitud, por lo que se puede hablar de una verdadera
“ geografía vertical’'. Cabe diferenciar en tal estructura, cierto número de
regiones ecológicas o ecosistemas que se desarrollan dentro de determi­
nadas franjas en la escala altitudinal.
Los pueblos indígenas percibieron esta estructura vertical de su terri­
torio, y buscaron adaptarse a ella a través de diversas respuestas culturales
(agricultura pedemontana, pastoreo, complementación, intercambio,
colonias en diferentes pisos, movilidad giratoria) que les permitieron
acceder a los recursos de la mayor cantidad posible de ecosistemas. A pesar
de inevitables variaciones en esas respuestas culturales (tácticas adapta-
tivas), el ideal de complementación vertical com o estrategia de adaptación
de las culturas andinas persiste en parte hasta la actualidad.
La mayor parte de la superficie del universo que nos ocupa está absor­
bida por las llamadas tierras altas de Bolivia y extremo boreal argentino. La
monotonía de este paisaje es fracturada discontinuamente por la presencia
de un puñado de valles fértiles de menor altitud que la Puna y con
pendientes hacia la cuenca del R ío de la Plata. Estos bolsones fértiles
pueden situarse también a la vera oriental del altiplano; los más caracteri­
zados son los de Talina, Tupiza, Suipacha, San Juan Mayo (Oro), Iruya,
Vallegrande, Santa Victoria Oeste, y por supuesto Humahuaca.
Los niveles altitudinales o pisos determinan en esta sección del
Kollasuyu a cinco regiones ecológicas diferentes: JANCA, SUNI, PUNA,
Q'ESHWA Y YUNGAS, términos que recibieron su bautismo por obra de la
lingüística aborigen y que aún persisten en la toponimia andina.
a.- La Janea: Está situada por encima de los 4.600 m., pudiendo
alcanzar alturas próximas a los 6.000 m. Incluye, com o lo indica su nombre
(janca= blanco), las zonas cubiertas de hielo y nieve de las cumbres monta­
ñosas. El clima en este ecosistema es riguroso y extremo. Las precipita­
ciones, en forma de llovizna, nieve o granizada, alcanzan unos 500 mm.
anuales y se producen durante todo el año. En consecuencia, la humedad es
relativamente elevada y constante, formándose en las hondonadas grandes
vegas de altura donde crecen pastos en abundancia.
La estepa herbácea es la formación vegetal que cubre las laderas
(matas bajas de gramíneas), siendo de gran importancia la yareta, arbusto
que proporciona la única leña existente. La disponibilidad de pasturas
durante todo el año permite la subsistencia de camélidos salvajes (vicuña y
guanaco) y domésticos (llama y alpaca), cuya explotación, junto con la
caza, constituyen prácticamente las únicas actividades económicas que
admite este ecosistema. Otras especies comunes son la vizcacha, el zorro y
algunas aves acuáticas.
b.- La Puna: Este ecosistema se ubica entre los 3.800 y los 4.600 m. y
por lo tanto comprende la mayor parte del altiplano sudamericano que nace
en Puno, sobre los 16 grados al S. del Ecuador — al N.O. del Lago
Titicaca— y culmina en la Catamarqueña Villavil, sobre el paralelo 27. En
su prolongación meridional (Puna Argentina) adquiere mayor heteroge­
neidad fisiográfica, lo que genera cierta diversidad ambiental dentro del
mismo ecosistema. Las precipitaciones son más escasas que en la janea
(menos de 150 mm. al año) y se concentran en los meses de verano. Los
arroyos, formados por el agua que se escurre desde la janca, son por lo
común de régimen permanente.
Predomina la estepa arbustiva en las zonas más bajas y la estepa
herbácea en las más elevadas. Aparece una única especie arbórea: la
queñoa. Junto a los arroyos y ojos de agua crecen diversas gramíneas que
favorecen el pastoreo, siendo este ecosistema el eje de la ganadería de
camélidos. A los animales mencionados para la janea, se puede agregar el
“suri", que habita en las planicies de este “piso” y de la Suni.
c.- La Suni: Ocupa las zonas comprendidas entre los 3.200 y los 3.600
m., abarcando las partes más bajas de la Puna, como las cuencas de
sedimentación, depresiones entre cordones montañosos y quebradas que los
atraviesan. También la porción superior de las quebradas que la comunican
con las tierras bajas. Las precipitaciones son escasas y exclusivamente
estivales (diciembre-marzo). Los cursos de agua que descienden por las
quebradas desaparecen de la superficie por infiltración al desembocaren las
planicies arenosas, alimentando en última instancia los salares y lagunas
que ocupan las cuencas de sedimentación.
En las planicies y cuencas salino-lacustres la comunidad biótica se
compone fundamentalmente de gramíneas que sirven de sustento a los
camélidos, además de diversos roedores y aves palmípedas. En las
quebradas, más protegidas, se desarrolla la estepa arbustiva, con algunas
cactáceas, montes de churqui y queñoa entre otras especies. Este ecosis­
tema admite el desarrollo de la agricultura, basada principalmente en los
cultivos de altura: tubérculos (papa, oca. ulluco) y quinoa, a los que se
pueden agregar habas, arvejas y algunas forrajeras (alfalfa y cebada).
d. - La Q ’eshwa: Se ubica entre los 2.000 y 3.200 m. Comprende las
M apa I. Instalaciones Inka o co n com ponentes Inka en e l altiplan o d e B oliv ia y extrem o boreal
de Argentina y C hile (lo s núm eros indican e l que les cu p o en R . R a ffin o 1981; 1986 y 1991)
A — S itios d e B oliv ia : 278 C hagua; 279 C hipih uaico; 2 80 A lam eda T u p iza ; 281 C huquiago;
282 Ram adas; 285 M ochará, Paniri; 286 C haraja; 258 Laguna R am aditas; 287 R ío M árquez; 288
O m a P o rco ; 289 Jarum a; 2 90 S ora ya ; 291 K hapa K h eri; 2 9 2 Q u illa ca s; 2 9 3 S irapata; 294
M oxuna.
B — E xtrem o b orea l d e A rgen tin a : 1 C alah oyo; 3 P ozu elos; 5 Q ueta, E l M oren o; 6 C asabindo
C h ico; 7 R in cón Salinas, Las C uevas IV ; 8 T oroa ra ; 9 C a n grejillos; 10 Puerta C an grejo, La
Fortuna; 410 A lto Zapagua; 414 H ornadita; 415 Co ctaca; 16 Punta C ién aga; 17 R od ero; 18 Las
Z on as (M oroh uasi); 19 Peñas B lancas; 20 Y acoraite; 21 L a H uerta; 22 T iteara. L os A m arillos;
23 C iénaga G rande; 24 A ca y; 28 S ocom pa; 2 9 Pular, L eón ; 31 Juriquez; 35 L lu lla illa co; 117
Aracar, A gua H edionda; 138 C hivilne.
C — F ron tera orien ta l d e H um ahuaca: 425 E l B aritú; 14 A rca yo d e Iruya; 16 C en-o M orado;
419 C hasquillas; I I Papachacra; 421 P ueblito CalH egua; 4 24 C erro B ravo; 15 Zapa!lar d e Iruya;
1 3T iticon te; 418 Puerta Zenta; 420 C erro C hasquillas; 422 C erro A m a rillo; 4 23 E l D urazno.
D — S itio s d e C h ile : 131 C hungara; 132 R osa rio/P eñ a B la n ca ; 134 A lto R am írez; 140
Cam arones, H acienda C am arones, P achica, Quiguatam a II, T am guire, S abaipugro; 145 E l T o jo ;
146 Caserones (T arapacá); 147 P ica , K ona K on a, C erro C olora d o, K atisuna (In a ca liri i); 150
T uri, C erro V erd e; 160 C atarpe, V olcán C olorad o, Zapahuira; 163 P ein e; 139 Saguara, B elén
(Incahullo); l 61 Q u itor, 1 6 2 Zapar; 164 Q uim al; 32 Licancabur, P ircas Paralelas, Estructura "L ",
E l Cráter, Chasquiw asi, E l M eteorito, C hasquiw asi, R efu gios S ubcircu lares, T . P ortezu elo. T .
Neurara, A guada d e Puquios; 156 V olcán M iño.
grandes quebradas que, corriendo longitudinalmente entre cordones monta-
ñosos, comunican el altiplano con las tierras bajas, así como las quebradas
subsidiarías que desembocan en ellas. Dentro de este sector ecológico se
ubican las aludidas bolsones de Talina, Tupiza, San Juan Mayo. Suipacha,
Iruya, Vallcgrande y Humahuaca. Por ser ámbitos más protegidos, poseen
temperaturas medias superiores a los ecosistemas de mayor altura, además
de una menor amplitud térmica. Las precipitaciones son escasas (menos de
200 mm. anuales).
La vegetación predominante es la estepa arbustiva xerófila. con ciertas
especies arbóreas que permiten la recolección de frutos del algarrobo y
chañar. El relieve es escarpado, sobre todo en la porción inferior, con
suelos sujetos a una intensa erosión. Por consiguiente, fuera de los fondos
de valle, la agricultura — actividad económica central de este ecosistema—
requiere construcciones especiales de irrigación y para la protección y
nivelación del terreno. El maíz fue a lo largo de los tiempos la especie
cultivada de mayor importancia económica, a la que se agregan el zapallo,
calabaza, maní, papa, algunas hortalizas y en menor medida, leguminosas
(poroto, pallar). La fauna ofrece algunas aves y roedores aptos para la caza.
e.- La Yunga: Situada por debajo de los 2.000 m. hasta aproximada­
mente los 1.000 m. este ámbito abarca el sistema de las Sierras Subandinas,
así como los valles ubicados en la desembocadura de las quebradas longitu­
dinales que descienden del Altiplano (Valles Grande de Tarija, de Jujuy y
de Lerma o Salta). El clima es cálido-húmedo, con precipitaciones anuales
superiores a los 750 mm.
La vegetación dominante es el bosque subtropical, que ofrece madera
en abundancia y un gran potencial para la recolección (miel, nogal,
algarrobo, mistol, chañar, cebil, etc.) y la caza. Entre los cultivos propios de
este ecosistema se destacan el ají, coca y frutas tropicales. Los numerosos
cursos fluviales brindan buenas posibilidades para la pesca.

2. La Quebrada de Humahuaca:
Rasgos geográficos y ecológicos

El extremo noroccidental del territorio argentino está formado, desde el


punto de vista geomorfológico, por el bloque de la Puna, que constituye la
prolongación meridional del altiplano peruano boliviano. En su borde
oriental y sudoriental, la Puna está limitada por el sistema orográfico de la
Cordillera Oriental. A esta última la forman en conjunto de elevadas
cadenas montañosas que, soldándose en sus extremos septentrionales al
macizo puneño, se desprenden del mismo corriendo en dirección predomi­
nante N.S. Estos cordones montañosos son los de Santa Victoria-Zenta-
Tilcara; Aguilar-Chañi Acay y Cachi. Están separados por profundos valles
mesotérmicos de posición longitudinales o bolsones paralelos (de N.E. a
S.O.: Quebradas de Iruya, la Cueva, Valle Grande. Humahuaca. del Toro y
Valle Calchaquí Norte, que constituyen las vías naturales de comunicación
entre el Altiplano y los valles meridionales y tierras bajas. Hacia el oriente,
este conjunto de sierras y quebradas está limitado por el sistema de las
Sierras Subandinas que lo separa de la gran planicie del Chaco.
La de Humahuaca es la mayor de las quebradas mencionadas. Situada
en el actual territorio político de la provincia de Jujuy. posee unos 150 Km.
de longitud, extendiéndose desde la ciudad de San Salvador de Jujuy
(24º 10' Lat.S.) hasta las proximidades de Iturbe (Negra Muerta: 22º 55’
lat.S.) donde se unen el río del Cóndor con el río de la Cueva para formar el
Río Grande de Jujuy. Este último atraviesa la Quebrada en toda su longitud
aumentando considerablemente su caudal por el aporte de los numerosos
afluentes que descienden por las quebradas laterales. Es tributario del
Bermejo y pertenece por lo tanto a la cuenca del Plata. En su recorrido, el
río ha ido cortando una serie de terrazas en sus propios acarreos y en los
enormes conos de deyección depositados por las quebradas laterales, lo que
brinda al paisaje un aspecto característico.
Delimitan la Quebrada dos grandes cordones montañosos paralelos
pertenecientes a la Cordillera Oriental. Ambos presentan una morfología
semejante en cuanto a la asimetría de sus laderas: mientras que las faldas
del oriente descienden suave y paulatinamente, las que dan al occidente,
que constituyen líneas de falla, caen abruptamente sobre el valle.
Así, la ladera occidental de la Quebrada de Humahuaca es en general
de menor pendiente y más accidentada, albergando quebradas laterales más
largas (Yacoraite, Juella, Guichaira, Purmamarca), en tanto que su ladera
oriental — correspondiente a la falla— presenta una fuerte inclinación, con
cursos de agua rápidos, particularmente agresivos durante el estío y
quebradas subsidiarias más cortas y empinadas (Calete, Capla y La Huerta).
Flanqueando la Quebrada por el O. se encadenan de N. a S. la Sierra de
Aguilar, la de Malpaso y la de Chañi que constituyen la divisoria de aguas
entre la cuenca cerrada de la Puna y la cuenca alta del Bermejo. El filo de
esta serranía oscila entre los 5.000 y 5.200 m., superando los 6.000 m. en
sus picos más elevados (Nevados de Aguilar y de Chañi). Por el E., corren
la serranía de Zenta y Tilcara, con una altura media de 4.000 a 4.500 m.
Las abras que la atraviesan (abras de Zenta, Colorada, Yala, etc.) conducen
a las Yungas de las Sierras Subandinas.
Un rasgo sobresaliente de la Quebrada de Humahuaca es su gran
desnivel. Mientras que San Salvador de Jujuy se encuentra a 1.258 m. su
cabecera septentrional, Iturbe, está a 3.343 m, lo que arroja una caída de
2.085 m. (un desnivel medio de casi 31,7 m. por km.). Esta variación en la
altitud, define la existencia de dos pisos ecológicos bien diferenciados: la
yunga, correspondiente a la porción inferior de la Quebrada, desde San
Salvador hasta el pie del “ volcán” (2.000 msnm. aproximadamente), y la
q'eshwa, desde la localidad de Volcán (2.078 m.) hasta Iturbe.
Además de los efectos propios de la altitud sobre el medio ambiente, hay
un conjunto de factores orográficos y climáticos que concurren a diferenciar
netamente ambos ecosistemas y que serán mencionados más adelante. Vale
la pena una descripción más puntual de estos dos pisos ecológicos tal como
se presentan en el ámbito específico de la Quebrada de Humahuaca.
a) La Yunga:
Se corresponde con la sección inferior de la división que hace el
geógrafo F. Kühn (1923) de la Quebrada y que siguen la mayoría de los
autores. Está representada por el amplio valle de Jujuy. limitado al Oeste
por la Sierra de Chañi que lo separa de la Quebrada del Toro, mientras que
al E. y S, se abre hacia la llanura intermontana que lo comunica con los
ecosistemas yunga de las Sierras Subandinas (Lcdcsma, Valle Grande,
valle del Río San Francisco) y del Valle de Lerma.
La ladera del valle de Jujuy se ensancha hacia el Sur como un gigan­
tesco embudo. Presenta en su seno numerosas colinas y terrazas de varios
pisos que están constituidas por las masas de acarreo acumuladas por los
aluviones fluviales al pie de las montañas. Sus suelos, tapizados por
sedimentos, no dejan aflorar prácticamente la roca madre, favoreciendo en
cambio el desarrollo de una espesa cubierta vegetal.
El Río Grande es de cauce ancho y cubierto de rodados. Su caudal
tiene notables fluctuaciones entre el invierno y el verano, estación en la que
se producen la gran mayoría de las lluvias (95% entre octubre y abril inclu­
sive). La orientación NO-SE que presenta el valle en este sector (en
contraste con el estricto rumbo N-S. de la porción superior), le permite
captar los vientos húmedos predominantes del S. y E. (alisios). Las precipi­
taciones son. entonces, abundantes (800 a 1.000 mm. anuales). En cuanto a
la temperatura, la media anual en la ciudad de Jujuy es de 17,2º C.
Las favorables condiciones de clima y suelo posibilitan el desarrollo de
un bosque subtropical en el fondo del valle y en la porción inferior de las
laderas, que luego es substituido por un monte bajo hasta los 1.700 m. de
altitud. Por encima de esta cota se encuentran praderas de gramíneas y
hierbas altas. Las especies más abundantes actualmente son el ceibo, laurel.
aliso, sauce, eucalipto, algarrobo, mistol, ciprés y álamo entre los árboles, y
la chilca, jume y churqui entre los arbustos. Prosperan una gran variedad de
cultivos: maíz, trigo, porotos, zapallo, maní, vid, duraznos, alfalfa, por
mencionar sólo algunos. El valle proporciona la casi totalidad de las frutas
y legumbres que consume hoy en día la ciudad de Jujuy.

b) La Q ’ eshwa.
Ocupa las secciones media y superior de la Quebrada, lo que significa
la mayor parte del universo Humahuaca, incluyendo la Quebrada de La
Huerta. El valle se toma más estrecho y profundo (sobre todo en la porción
media) al aumentar el desnivel entre el fondo y la cumbre de las serranías
que lo flanquean. En algunos puntos (Perchel, Chico y Chorrillos) aflora­
mientos de rocas paleozoicas, más duras y resistentes a la erosión, provo­
can agudos estrechamientos en el valle. Estos accidentes, entre los que que­
dan pocos metros separando ambas laderas, son denominados “ angostos”.
La asimetría ya mencionada entre las faldas ha motivado que la mayor
parte de las actuales poblaciones se asienten sobre la margen derecha del
Río Grande, entre ellas las de Humahuaca. Iturbe, Udquía. Huacalera.
Maimara, Tumbaya y Volcán. Escapa a esta generalización la pintoresca
Tilcara, asentada sobre la margen oriental.
Los macizos montañosos presentan en su porción superior un relieve
suave y con formas monótonas de penillanuras, características de los
paisajes en su madurez cuando prácticamente han llegado a la nivelación de
su relieve. Por debajo de estas formaciones, las serranías muestran una
estructura orográfica más reciente (Terciaria), aflorando estratos
mesozoicos de vivos colores. En la porción inferior, formas accidentadas,
cortadas en barrancas y rajadas por torrenteras, testimonian una intensa
acción erosiva sobre los sedimentos cuaternarios.
Durante el verano, las lluvias torrenciales arrastran ladera abajo grandes
masas de barro y ripio, que se depositan en las desembocaduras de torrentes
y quebradas formando abanicos y conoides aluviales. Estas formaciones son
conocidas en la zona com o “ volcanes” y constituyen uno de los rasgos típicos
del paisaje. El fenómeno parece haberse producido durante todo el pleisto-
ceno, com o lo demuestran los numerosos conoides que se encuentran en toda
la extensión de la Quebrada y valles laterales, escalonándose a diferentes
niveles sobre los actuales cursos de agua. Algunos de ellos — los geológica­
mente más antiguos— se sitúan a gran altura respecto al nivel actual de las
vaguadas, las que generalmente han cortado profundas barrancas en su masa.
En la parte más alta de la Quebrada, al Norte de Udquía. domina el
relieve de penillanura antes mencionado. Las montañas, de formas más
redondeadas, se elevan menos sobre el nivel del valle' dejando entre ellas
planicies sedimentarias cubiertas de cantos rodados.
El clima de la q ’ eshwa contrasta notablemente con el de la yunga, siendo
lo más notable la brusca caída de las precipitaciones y un aumento en la
amplitud térmica diaria. Este cambio no es solamente resultado de la altura.
Como se dijo anteriormente, las lluvias en la región son provocadas por los
vientos alisios que soplan desde la región tropical (vientos del E. y SE.). El
brusco ascenso del cordón montañoso que flanquea la Quebrada por el Este
en esta sección (Sierras de Tilcara y Zenta) interpone una barrera infranque­
able a las masas húmedas, que se precipitan totalmente sobre su falda oriental,
generando una cubierta de vegetación subtropical y alimentando los
numerosos cursos de agua del sistema de las Sierras Subandinas.
En efecto, la cumbre de la Sierra se eleva de 1.500 m. a la altura de
León (última localidad en la parte más alta de la yunga) a 3.600 m. a la
altura de Tumbaya, una de las primeras poblaciones de la q’eshwa, situada
sólo 23 km. al norte de la anterior. A esto hay que agregar un cambio de
nivel igualmente brusco, en el mismo fondo del valle: León se sitúa a 1.628
m., mientras que Volcán está a 2.078 m, arrojando una diferencia de altitud
de 450 m. en los escasos 15 km. que separan ambas localidades.
Este verdadero “ escalón” está rematado por un gigantesco cono de
deyección (el “ volcán” de donde toma su nombre la localidad) formado por
el acarreo del arroyo del Medio, un tributario occidental del Río Grande.
Presenta un borde frontal de 12 km. y se eleva 500 m. sobre el fondo del
valle, constituyendo así una barrera topográfica y climatérica significativa,
sobre todo si consideramos que a esta altura la Quebrada ya comienza a
encajonarse. Las masas de lluvia que ingresan a la yunga en verano desde
el SE. no superan este accidente y normalmente se precipitan por debajo de
los 2.000 m. Así, las precipitaciones disminuyen de 828 mm. anuales en
León, a 221 mm. en Tumbaya.
C om o consecuencia, domina en la q ’ eshwa un clima desértico de
altura, con lluvias que oscilan entre casi 270 mm. anuales (Iturbe) y poco
más de 100 mm. (Tilcara). Estas se producen exclusivamente en los meses
de verano lo que hace que los cultivos dependan totalmente del riego.
Dominan los vientos del Sur, especialmente en verano, lo que se refleja
en la tendencia de las viviendas tradicionales a orientar sus puertas hacia
cuadrantes opuestos a este rumbo.
Las variaciones diarias de la temperatura son bastante grandes (15ºC .
en enero, 23ºC. en julio), lo que muestra un clima sujeto a intensa radiación
solar. Este rasgo, sumado a la acción de los vientos que soplan desde la
yunga, hace que la temperatura sea bastante más elevada en el interior de la
Quebrada, si se la compara con la temperatura de la atmósfera libre a la
misma altura sobre la llanura. En invierno, por ejemplo, durante la tarde
reina prácticamente la misma temperatura en la mayor piule de la Quebrada
a pesar de las grandes diferencias de altura (Combetto y Da Vera, 1967). La
media anual es de 12,3° en Humahuaca, siendo diciembre el mes más
caluroso (17,2ºC . de media) y julio el más frío ( 8°C.).
La disminución de las precipitaciones en la q 'eshwa provoca un
cambio notable en la navegación, que se toma más xerófila, con abundantes
cactáceas. En las laderas domina la estepa arbustiva, con algunos cardones
aislados. Los principales arbustos son la chilca, tola, añagua, chachacoma y
la rica-rica. El estrato herbáceo, poco desarrollado, está formado fundamen­
talmente por paja amarilla.
En los suelos pedregosos de la parte baja de las laderas, y sobre todo
en ios conos de deyección y terrazas altas, aparecen los cardonales que son
la formación vegetal típica del paisaje quebradeño.
En el fondo del valle se encuentran matorrales de molle, chilca y jume
junto con algunos churqui. En el sector más bajo del ecosistema hay
bosquecillos de arca y algarrobo, y en las zonas anegadas del fondo del
valle crecen juntos, totoras, cortaderas y cojines de gramíneas.
En la parte más alta de la Quebrada (por encima de los 2.900 m.) los
cambios en la vegetación acusan la transición hacia el ecosistema Suni. Los
cardones son más escasos, en las planicies sedimentarias aparecen bosques
y matorrales de churqui, y en las laderas nuevas especies de arbustos
(bromeliáceas) que les confieren un color gris característico.
Tanto en la quebrada troncal, com o en las laterales, los cultivos se concen­
tran en los suelos cuaternarios del fondo de valle — terrazas naturales y
bancos aluviales— lugares donde resulta más fácil la irrigación y no son
necesarios trabajos de nivelación del terreno. En la etapa prehispánica se
aprovecharon además las laderas y conos de deyección pedemontanos, sobre
todo en las quebradas subsidiarías orientales. Así lo testimonian los restos de
canchones, terrazas y andenes de cultivo que en ocasiones (Alfarcito,
Cosmate, Rodero y Coctaca) cubren grandes extensiones, debiendo haber
representado verdaderos centros de producción regional. En la actualidad
esta vieja infraestructura agrícola prácticamente no es utilizada.
Las especies cultivadas más importantes son el maíz, trigo, vid, forra­
jeras (cebada, alfalfa), hortalizas varias (tomates, zanahoria, lechuga,
cebolla), legumbres, frutales (durazno, manzano) y árboles que actúan
com o protección contra el viento (álamo, sauce, aguaribay). También se
cultivan tubérculos propios de los ecosistemas superiores (papa, oca).
Entre los principales animales silvestres que sobreviven se cuentan
especies de roedores (ratón, chinchilla, vizcacha, y cuy), reptiles terrestres
(lagartijas y culebras), carnívoros (puma, zorro y hurón), mamíferos desden­
tados (armadillos) y varias especies de aves, entre las que sobresalen el ya
mencionado “suri", patos, perdices y el cóndor, dominando las alturas andinas.
La ganadería tiene importancia mínima comparada con la agricultura, y
se ocupa exclusivamente de especies europeas: cabras, ovejas, caballos,
muías y unos pocos vacunos. El pastoreo de camélidos, hoy confinado a los
ecosistemas superiores, ocupó un lugar destacado en la subsistencia de los
pueblos indígenas que habitaron la Quebrada. Así lo evidencian los corrales
contiguos a las plantas urbanas de los asentamientos prehispánicos más
importantes (Tilcara, Juella, La Huerta y Volcán) y la superlativa abundancia
de restos óseos de estos animales depositados en las entrañas de sus basurales.
Además de su gran potencialidad económica, la importancia de la
q'eshwa reside en que ha operado en todas las épocas como intermediaria
entre los pisos ecológicos situados a mayor altura (suni. puna, y janea) y las
yungas. Esta función vinculadora es especialmente significativa, tanto para
Humahuaca como para otros valles mesotérmicos de esta asignación como
Talina, Cotagaita, Tupiza, Tarija, San Juan Mayo, Suipacha, en el S. de
Bolivia; e Iruya, Santa Victoria y Valle Grande en el Norte Argentino. Esos
han configurado un doble eje de circulación de información y materia. Un
eje meridiano representado por las quebradas troncales que fueron tradicio­
nales vías de circulación entre el altiplano circuntiticaca o cuzqucño y el
antiguo Tucumán. Esta es la antigua y célebre red caminera, aún existente,
construida y utilizada por los Inka como ruta hacia el sector meridional del
Kollasuyu.
Por estas sendas transitarán luego las expediciones descubridoras del
Tucumán, como las comandadas por Diego de Almagro (1535), Diego de
Rojas (1543), Nuñez del Prado (1551). Talina. Suipacha y Humahuaca
serán particularmente propicias para el tráfico colonial entre Potosí, el Río
de la Plata y España. Por ellas drenarán hacia Sevilla, la plata y el oro de
Porco y Potosí desde los tiempos y mandatos de Felipe II.
Las expediciones libertadoras rioplatenses de Balcarce (1810),
Belgrano (1813) y Rondeau (1814) las usarán obligadamente en sus
misiones desde la recién liberada Buenos Aires hacia el alto Perú. Nueve
invasiones realistas la tendrán como vía obligada, entre 1813 y 1822, con el
objetivo de recuperar los territorios liberados de Tucumán y Río de la Plata.
Este eje meridiano fue en definitiva el ámbito donde se produjo por más
de 4 siglos todo el flujo de información, materia y energía entre los Andes y
el Río de la Plata. Un sistema histórico que recién a principios del siglo XX
fue suplantado en parte por la ferrovía y la ruta Panamericana. Aunque no
pocos segmentos de estas aún atraviesan estos valles mesotérmicos de traza
longitudinal.
Una serie de ejes de circulación, trazados en sentido E-O, están confor­
mados por las quebradas laterales que desembocan en los valles mesotér­
micos troncales. Por entre las quebradas occidentales, con cabecera en la
Puna, circulan tradicionalmente los productos de los ecosistemas superiores,
como la carne, cueros, lana, tejidos, sal, etc. Por las orientales, que conducen
a la región subandina, ingresan los frutos de las yungas, el bosque tropical
lluvioso del Chaco Gualamba, com o el tabaco, ají y hojas de coca, entre otras
especies.
A lo largo de los tiempos la q'eshwa de Humahuaca y los restantes
valles mesotérmicos de esta sección del Kollasuyu han ofrecido jugosos
potenciales ecológicos para el asentamiento y desarrollo de las poblaciones
cualquiera haya sido su estrategia de subsistencia. En este escenario
supieron instalarse los cazadores y recolectores paleoindios varios milenios
atrás y posteriormente las sociedades agrícolas productoras de energía que
precedieron al Tawantinsuyu primero y a la corona después.
Estas particularidades se encuentran potenciadas por una situación estra­
tégica en los trasvasam ientos de energía y cultura entre los ecosistemas del
altiplano circuntiticaca y potosino con los valles templados del N.O.
Argentino; y entre las yungas de las selvas y bosques del naciente amazó­
nico, con los valles transversales y oasis aledaños de la costa del Pacífico
chileno.
En el caso particular de Humahuaca, esta situación de privilegio le facilitó
el acceso a todos los ecosistemas del espectro vertical andino, otorgándole
matices protagónicos a la estructura y conducta de las sociedades aborígenes
que la poblaron.
A sí se explican las características simbióticas y los modelos econó­
micos, mixtos de las culturas que se implantaron, las que a menudo combinan
rasgos altiplánicos con elementos provenientes de las florestas tropicales del
oriente.
No en vano el territorio Humahuaca es uno de los más ricos y densa­
mente poblado de todo el N.O. Argentino, con recursos naturales y humanos
apetecidos a su tumo por el Tawantinsuyu, ya en el filo del tiempo prehispá­
nico y por los españoles a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
Humahuaca es dueño a la vez de una pródiga tradición cultura! local que
impulsó estos imperios a ocuparla y administrarla, produciendo en ella
profundas transfiguraciones culturales según veremos en las próximas
secciones de esta obra.
BIBLIOGRAFÍA

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C apítulo II

Las ciudades Inka en Argentina


Arqueología de La Huerta de Humahuaca

R o d o l f o A . R a f f in o - R ic a r d o J. A l v is

Primera Parte: El sistem a de P oblam iento

El área intram uros d e L a H uerta se levanta a 6 K m . al oriente de


Huacalera de Hum ahuaca. sobre la con flu en cia de las quebradas de Sisilera
y Mudana, b a jo una p o sició n horaria de 65º 17’ Lat. S. y 23º 2 8 ’ al W . de
Greenwich y una altitud d e 2 .7 0 0 m .s.n.m . Un contrafuerte atenazado que
baja del C o. Sisilera fu e el lugar e le g id o para la fundación del poblado. La
pendiente p rom edio d e este esp olón es d e 7 -1 0 % y su altura por sobre el
nivel de base de los ríos M udana y Sisilera oscila en 10 m. en su parte más
baja hasta 50 m . en la m ás alta.
La elección del lugar para la instalación n o deja dudas en cuanto a que
sus fundadores renegaron d e las com odidad es de los fondos de valle com o
los de Sisilera y M udana, o la del p rop io Humahuaca, para optar por alturas
pedemontanas c o m o las de este cerro áspero situado a más de una docena
de m etros p o r e n cim a d e l p u n to m ás ce rca n o c o n agua potable. Esta
elección del m ed io natural para asentar una parte vital del sistema de pobla­
miento, c o m o lo es e l área residencial, ha sid o un rasgo estratégico reite­
rado a partir del P eríod o de D esarrollos R egionales (900 d.C. 1470 d.C.).
A teniéndonos a la fech a inicial del proceso de form ación del basural
P.S.I. de La Huerta (1 1 5 0 ± 8 0 A .P .) ubicam os en e l 800 d.C. al momento
de la tom a d e d ecision es sobre la e le cció n del lugar y fundación de los
primeros e d ificios del sitio.
Para estos tiempos cercanos al siglo X se produjo un foco de creci­
miento de partes arquitectónicas en el sector E2S26, el que mira hacia la
Quebrada Sisilera. Este foco produjo la edificación de los recintos identifi­
cados con los números 50 a 60 del plano.
Al parecer un puñado de gente basó su decisión en capturar el cerro,
más protegido que el fondo del Valle, y que a la vez no distaba a más de
unos minutos de marcha de la fuente de agua permanente más cercana,
aportada por el río Sisilera.
Las pruebas de sedimentos practicadas en una transecta N-S. a lo largo
de área de instalación, comparando entre sí potencias de ocupación eviden­
ciaron mayor calibre (vg. antigüedad) de este sector por sobre los restantes
del área intramuros. Esta circunstancia, unida al hecho de que no fueron
hallados rasgos arquitectónicos Inka o más tardíos, contrastaron favorable­
mente la hipótesis.(l)

2. El uso del espacio intramuros y la estrategia


de muestreo arqueológico

El punto de partida para una recomposición de la conducta urbana


pautada dentro del área intramuros de La Huerta fue la ejecución del plano
integral del sitio y la diferenciación m orfológica de los edificios que la
componían. La estrategia de muestreo arqueológico fue diseñada y perfec­
cionada en las 5 misiones al terreno y en gabinete. Para su construcción y
replanteos hemos volcado nuestras experiencias sobre sistemas de pobla­
miento aborigen y aportes sobre procedimiento arqueológico aplicados por
arqueólogos norteamericanos en instalaciones con registro arquitectónico.

1 L os resultados q u e se ob tien en co n esta p ru eba son re la tiv o s, aunque van adquiriendo


sig n ifica ción a m edida qu e crecen en núm ero. L o m ism o su ced e co n otras pruebas estadís­
tica s, co m o lo s cá lcu los de densidad d e fragm en tos en e l re llen o ( fill sherd d en sity ); los de
densidad de tiestos p or m 2. en lo s e p isod ios d e un basural co m o e l P .S .I. d e La H uerta, o la
d en sida d d e fra gm en tos p o r m 2 en lo s m u éstreos d e s u p e r fic ie . E stos p roced im ien tos
fu eron a p lica d os en L a H uerta co n diferen te su ceso. En e l ca s o d e lo s esp esores d e los
sedim en tos, 5 pruebas realizadas en e l s e cto r E 2S 2 6 arroja ron un p rom ed io d e 3 0 cm .
M ientras qu e en lo s e d ific io s Inka N* 185 y 190 apenas alca n zaron 12 a 15 cm . U no de
e llo s , e l Nº 2 0 2 , ca recía d e sedim entos d e ocu p a ció n . P rácticam en te estábam os pisando el
m ism o n iv e l d e l tiem p o Inka. O tros recin tos e x ca v a d os, lo s Nº 3 5 9 y 3 6 0 . u bicad os en
N 8 E 2 8 , p oseía n 15 cm . d e p rom ed io en su s relle n o s d e o cu p a ció n . C on estas pruebas
estam os transitando p o r lo s m últiples sen d eros q u e intentan e x p lica r e l p ro ce s o d e form a­
ció n d e L a H uerta co m o s itio a rq u eológ ico, sig u ien d o estrategias a n alíticas inéditas en el
N .O . argen tin o, p ero qu e tien en v a lio so s antecedentes en la a rq u eolog ía d el S W . d e los
E stados U nidos d e N orteam érica, segú n v erem os en el p u n to sigu ien te.
El paisaje de La Huerta de Humahuaca. Las ruinas arqueológicas están ocultas entre los cardones.
N os referim os a lo s trabajos en B rok en K y Joint S ite d e l S W . d e A rizona
(N . Hill ; 1966 y 1970. C h . R ed m a n ; 1974. M . S c h iffe r : 19 7 6 y 1989. R.
R a ffin o ; 1987 y 1 9 8 8 ). B á s ica m e n te su e s tr u c t u r a c ió n r e s p o n d ía a los
siguientes ob je tiv o s:
a— ob ten er m uestras artefactuales q u e fueran representativas d e toda
el área intramuros.
b— q u e la estra tifica ción abarca ra t o d o e l e s p e c t r o a rq u itectón ico,
sea en su p erficie o a b a jo n ivel.
c — q u e a partir d e esa d iv e r s ific a c ió n d e l d a t o a rq u ite ctó n ico
pudieran ser aisladas d iferen tes áreas d e a ctiv id a d hum ana.

Para con cretar estos o b je tiv o s la estrategia d e m u e s tre o a rq u e o ló g ico


fue de 3 tipos:

1 — m uestreo de su p erficie d ir ig id o y e s tra tifica d o en el interior de


estru ctu ra s/recin tos. D o n d e la e s t r a t ific a c ió n d e p e n d ió de la
form a, dim ension es y cu a lid a d a rq u itectón ica . Esta estrategia se
a p licó en los recin tos N º 1 /5 3 /5 4 /1 8 5 /4 1 4 /4 1 5 /4 2 2 /4 7 2 /4 7 5 /5 8 2 /
3 4 1 /3 9 0 /5 4 0 /5 4 1 /5 4 2 /5 4 3 /5 4 4 /5 4 5 /5 4 6 y 3 5 6 .
2— m uestreo de su p erficie al azar y e s tra tifica d o s o b re estructuras o
recin tos y en ca lza d a s in tram uros. L a s p a rle s d e la instalación
que re cib ie ro n e s te tra ta m ie n to fu e r o n lo s r e c in to s N°
2 1 7 /2 1 9 /5 7 2 /5 7 3 y u na s e c c ió n d e l c a m i n o In ka u b ic a d o en
E 12N 14 (C alzada N .O .).
3— m uestreo p o r e x ca v a ció n total o p a rc ia l, d ir ig id o s o b r e estruc­
turas ubicadas den tro d el s e cto r Inka y p o r fu era d e é l. Esta se
a p licó a los recin tos N ° 190 y 2 0 2 d e l s e c to r d e e d ific io s Inka, y
los 35 9 y 3 6 0 fuera d e él.

Cada recin to fu e co n sid e ra d o c o m o una u nidad p o te n c ia l d e muestreo,


para lo cu al fueron n um erados correlativa m en te to d o s lo s in clu id o s dentro
del área d e in sta la ción . A s í q u e d a ron c o n t a b iliz a d o s 6 1 4 estru cturas en
superficie qu e pasaron a dividirse en 4 estratos.
La arquitectura subterránea, co m p u e sta p o r 6 9 estru cturas, fu e a su vez
dividida en 2 estratos, según estu vieran in c lu id o s en r e c in to s m ayores, o
p or fuera d e e llo s y alineados. El registro fu n era rio m e r e c ió una clasifica­
ció n especial, mientras que e l restante, supuestam ente d e p ó s ito s o collcas,
por su p o s ició n y características a rq u ite ctó n ica s, fu e ro n ev a lu a d a s en su
potencial volu m en de alm acenaje.
Un sistema d e cuadrantes o coord en a d a s fu e traza d o p o r sob re e l plano
total; de m od o qu e cada estructura, o parte d e e lla , o calza d a ; o cualquier
accidente del terreno, re m o d e la c ió n a rq u ite ctó n ica , basu ral, e tc . tenía su
posición exacta a partir d el p u nto “ 0 " d e las coord en a d a s en relación a lo s 4
puntos cardinales y c o n intervalos d e su p erficie a co ta d o s ca d a 5 m e tro s (2).
Las reco le ccio n e s d e s u p e rficie s o n "m u estras sesgadas” en tanto se
recogieron todos lo s fragm en tos, p e r o d e la parte v isib le a n ivel d e l p iso
actual dentro d e los recin tos. U na rápida co m p a ra ción entre la cantidad d e
fragmentos p or m2 entre lo s m u e streos d e su p e rficie y de e x c a v a c ió n , y
sobre el tamaño de los tiestos d el s e g u n d o c a s o , visiblem ente superior, así
lo proponen.
Seguramente v olv erá a llo v e r y soplará el v ien to sob re las ruinas d e L a
Huerta, c o n l o c u a l e m e rg e rá n a s u p e r fic ie fra g m en to s d e c e rá m ica y
artefactos d en tro d e lo s m is m o s r e c in to s q u e fu eron o b je t o d e nuestras
recolecciones. C on e l tiem p o e s o s fragm en tos se irán rom p ien d o en partes y
meteorizando p o r ob ra d e fe n ó m e n o s naturales o culturales, c o n lo cu al
aportan sus variables en el p r o c e s o d e form a ción del sitio, así c o m o relati­
vidad al espectro estadístico.
C onsiderando lo s tres tip os d e r e c o le c c ió n se a lca n z ó una fra cció n d e
muestreo del orden d e l 5 % d e las 6 1 4 estructuras arquitectónicas d e super­
ficie.

3. L a H u e r ta . Á r e a d e in s t a la c ió n : E s ta d ís tic a

La ficha técn ica sob re las d im ensiones, superficie, densidades relativas


arquitectónicas y dem ográfica s. A s í c o m o la variación y distribución de lo s
e d ificio s q u e form an e l trazad o d e L a Huerta co n ju g a interesantes
relaciones sobre e l u so d el e sp a cio urbano, a saber:

1 — T ip o d e trazado urbano: con cen trado, en dam ero regular en lo s


sectores N y O y dam ero irregular en la sección S.
2 — Sup. total a intramuros: 8 l.2 2 5 m 2
3 — Sup. ocu p ada p o r recintos: 72.725 m2
4 — Sup. intramuros libres: 7 6 25m 2
5 — Sup. d e calzadas (3 5 0 m x 2,5m ): 8 7 5 m2
6 — Sup. kancha S. ( R - l ) : 2 3 0 0 m2
7 — Sup. kancha central (co o rd . 0 ): 2.400 m2

2 Esta equivalencia seguramente deberá adaptarse cuando se efectúen las reducciones de los
planos que acompañan esta obra.
8 __ Sup. edificios Inka (sector O ): 1.000 m2
9 — pendiente media: 7%

10 — FOS 72.725 x 100 = 8 9.5 %


81.225
11 — Arquitectura de superficie: 614 recintos
12 — " a bajo nivel registrada: 69
13 — " funeraria: 64
14 — " " localizada (Debenedetti): 26
15 — " " de almacenaje inferida: 5
16 — Volumen relativo de almacenaje: 60 m 3
17 — E S T R A T IF IC A C IÓ N DE P A R T E S A R Q U IT E C T Ó N IC A S
PO R IN T E R V A L O S DE SU PE R FIC IE (por tamaño y plano
vertical)

A . Arquitectura a nivel:

Estrato 1: sup. > de 150 m2 19 recintos 3%


"2: sup. entre 150-25 m2 276 " 45%
"
" 3: Sup. entre 25-10 m2 239 39%
"
" 4: sup. < de 10 m 2 80 13%
"
totales 614
B. Arquitectura a bajo nivel:
Estrato 5: sup. hasta 2 m 2
(incluida/debajo de pisos
estratos E -2/E-3): 64 recintos 9%

Estrato 6 : sup. hasta 5 m2


(depósitos sin inclusión
en otros mayores): 5 recintos 1%
"
totales 69

18 — Recintos potencialmente
"
techables (E-4): 80 13%
19 — Sup. relativa mínima de recintos
techables: 800 m2
20 — Sup. relativa máxima de recintos
techables (estrato E -4 + 50% de E-3):800 + 2.040 = 2.840 m2
21 — Sup. ocupada por recintos del estrato
E-l (19 construcciones): 9.800 m2
22 — % de sup. intramuros ocupada por E-1:13,5% de 72.725 m2
23 — DEMOGRAFÍA RELATIVA:
a - 1 hab. x 4 m2techable: 2.840 m2: 4 = 710 hab.
24 — DENSIDAD DEMOGRÁFICA RELATIVA:
a - a partir de 3/23-a: 710 hab. = 98,6 hab/ha.
7,2 ha.

4. Clasificación morfofuncional por


intervalos de superficie

Estrato 1. Está integrado por un lote de 19 grandes construcciones a


nivel de superficie y con plantas de formas rectangulares. Se trata de las
estructuras N° 1/29/30/38/22/15/97/98/101/102/153/154/341/356/368/390/
391/375 y 479 del plano. Todas superan los 150 m2 de superficie y repre­
sentan 9800 m2 del área de instalación ocupada por recintos, lo que signi­
fica el 13,5% de ella.
Cuando han sido registrados, los accesos suelen estas indicados por
dos grandes bloques a la manera de jambas que limitan vanos de mayores
medidas que los usuales en los restantes estratos. Por estas partes articula-
doras se comunican con el camino Inka a intramuros de La Huerta (como
los recintos Nº 1/15/22/32/97/102/153/341/462 y 469) o con calzadas
internas secundarias que van a conducir al Inkañam como el Nº 341. El
plano especialmente confeccionado para demostrar esta cuestión es
bastante elocuente, además de ilustrar sobre otros aspectos de la traza
urbana de La Huerta; por ejemplo:

1 — el severo geometrismo ortogonal de las construcciones.


2 — su estratégica distribución dentro del área intramuros.
3 — una articulación planeada y de fácil visualización en el terreno
entre ellas y los componentes urbanos funcionalme te vincu­
lados con la movilidad interna. Con grandes vanos indicados con
jambas. Privilegiando las actividades de transporte comunicación
y depósito/cautiverio.
4 — una comunicación fácil a extramuros, con entradas y salidas de
camino Inka en dirección a Tilcara por el S. y Yacoraile por el N.
Reiterando las funciones que debió cubrir durante su etapa Inka:
movilidad, comunicación y transporte; esta vez con otras instala­
ciones coetáneas.
La atribución funcional de las estructuras que componen este estrato
recala en tres alternativas:
a — corrales o lugares de encierro ocasional de camélidos.
b — sitios usados para carga y descarga de materia transportada a
lomo de camélido.
c — sitios donde se practicaban actividades de matanza de camélidos
para el consumo de su carne.
Los elementos que sostienen estas hipótesis son:
1 — su posición, distribución y articulación explicada en los puntos
anteriores.
2 — la ausencia de artefactos vinculados con actividades de molienda,
com o los grandes m orteros que sugerirían su función como
molinos comunales.
3 — la elevada frecuencia con relación a los restantes tipos, de las
cerámicas ordinarias, con formas de grandes vasijas globulares
de boca restringida, seguramente utilizadas com o contenedores
de la materia que se transportaba.
4 — un sostenido consum o de carnes de cam élidos domésticos
evidenciado en los análisis específicos sobre el basural.
5 — la existencia de elevadas cantidades de horquetas de atalaje como
componentes vinculados con actividades de transporte de cargas
sobre camélidos.
Sea cual fuere la actividad más frecuente de las tres mencionadas una
cosa es incuestionable, las construcciones del estrato E -1 son ambientes de
participación comunitaria o pública, de fá c il entrada y salida, conectados
con el camino del Inka, con el que se integran en un sistema de pobla­
miento.
Estrato 2. Está formado por 276 recintos rectangulares y superficies
entre 25 a 150 m2. Sus pisos de ocupación se sitúan a unos 0,20m. por
debajo del nivel de superficie. Se trata del grupo más numeroso del área
intramuros, que absorbe el 45% del total de las edificaciones. Sus dimen­
siones, con lados mayores a los 5 m. no ofrecen alternativas de que hayan
sido techados, a menos que para tales fines se hayan importado maderas de
las yungas orientales com o el aliso. Esta posibilidad nos parece improbable
en el lapso pre-Inka de La Huerta.
Los recintos de este estrato aparecen frecuentemente conectados con
calzadas internas, formando una especie de ambiente integrador y comuni-
cador entre éstas y el égido del espacio techado, representado este último
por los recintos de los estratos E-3 y E-4. La alternativa de encontrarnos
frente a patios incorporados a unidades domésticas es tangible y será consi­
derada en los puntos siguientes.
Otra vinculación funcional de estos patios es hacia el capítulo
funerario. El 80% de las tumbas realizadas con arquitectura en piedra
formando cámaras subterráneas, se hallan por debajo de los pisos de los
recintos pertenecientes a este estrato.
Estrato 3 . Se integra por un grupo de 239 estructuras construidas
apenas a bajo nivel de superficie, con plantas rectangulares y superficies
medias entre 10 a 25 m2. Hasta estas dim ensiones las posibilidades de
techumbres con maderas de cardón, aliso o algarrobo son probables. Tanto
si éstas se hicieron totalmente sobre el recinto, o com o lo indican observa­
ciones y analogías etnoarqueológicas, se trató de techumbres parciales,
formando una galería interior apoyada en horcones.
Esta alternativa de cerramientos parciales, por techumbres apoyadas en
horcones fue señalada oportunamente por C. Lafón (1969) en la instalación
coetánea de Tilcara. A nivel etnográfico los cerramientos parciales sobre
recintos de similares dimensiones son muy frecuentes en el S. de Potosí. En
La Huerta las estructuras de este tipo aparecen articuladas con las del E-4,
repitiendo una com binación que es reflejo de una ocupación del tipo de
unidad de actividades dom ésticas, la cual recibirá mayores atenciones en
los puntos siguientes.
De ser correcta esta inferencia por analogía, el área potencialmente
techable de La Huerta crecería de 800 m2, cifra estimada por proyección de
los 80 recintos del E -4, hasta aproximadamente 2840 m2. Esto significa el
4% del total del área ocupada por construcciones, conform ando una
relación más razonable que la primera.
La excavación parcial de uno de estos recintos, el N° 360, evidenció
locus de actividades domésticas, restos de ceniza y fragmentos de alfarería
utilitaria. Resta consignar que dentro de este tipo de ambiente se registran
apenas tres casos de tumbas subterráneas con arquitectura en piedra; con lo
cual quedan significados com o ambientes no preferidos para las prácticas
funerarias.
Estrato 4. Aglutina a un grupo de 80 pequeños recintos construidos
apenas a bajo nivel de los tres estratos anteriores ( 0 ,20 m. por debajo).
Poseen invariablemente plantas rectangulares y superficies de hasta 10 m2,
con poco más de 4 m. de lado mayor. Las 80 unidades configuran la super­
ficie relativa mínima de recintos potencialmente techables, lo que significa
apenas 800 m o el 1,1 % del área ocupada por recintos.
Dos de estas unidades, las N® 190 y 359 fueron excavadas. Presentan
vanos de acceso con stru idos sobre uno de ios lad os m ayores: estos se
comunicaban con otros recintos de m ayores dim ensiones, (el 190 con uno
del estrato E -3, el 359 con el estrato E -2). (Fíg. 2.6 y 2.7).
Tres de estos ambientes ofrecieron sedim entos culturales de 10 a 15
cm. de espesor y fog on es a socia d os a huesos de cam élidos y alfarería
fragmentada. La p osición de los fogon es es central en el 190 y sobre la
pared W . en el 359. Un pequeño umbral o escalón separa estos pequeños
recintos de sus vecin os, con los cuales guardan un desnivel de p oco menos
de 0,20 m.
El cuarto Nº 190, ubicado dentro del grupo de edificios con arquitec­
tura Inka, proporcionó la m ayor frecuencia de tiestos de los estilos Chicha e
Inka P rovin cial, 4 1 % y 7 % respectivam ente. A lcan zó asim ism o una
densidad de 8,5 fragm entos p or m 2 en el relleno. En térm inos de M .
Schiffer (1989; 5 6 ), este recinto sería un “ área de desecho primario” , con lo
cual esta presencia indica utilización de alfarería de tradición cuzqueña y
potosina dentro de un área de actividad específicam ente orientada hacia la
cocina de alim entos y probablem ente el albergue nocturno.
L os locus de actividad registrados, sus pequeñas dimensiones y su alta
probabilidad de techum bre deriva la adscripción de estos ambientes com o
cocinas y albergues nocturnos. L os tiestos recogidos son de mayor tamaño
mayores que los del basural P .S .I., lo cual concuerda con la adscripción
acordada, com o áreas de desecho primarias, a la vez que indican activi­
dades de preparación de alim entos y almacenaje en el espacio intramuros
más pequeño de cada unidad dom éstica.
N o obstante la presencia de cerám icas Inka Provincial y Chicha en las
dos unidades excavadas, este tipo de estructura es Pre-Inka en Humahuaca.
Los exámenes realizados por E. C igliano en Juella, con registros radiocar-
bónicos anteriores a 1470 así lo prueban (1967). Su presencia dentro de la
tradición arquitectónica loca l debió perdurar hasta tiempos históricos.
L os recintos del estrato E.4 representan la contraparte de los del E .l.
Son los lugares más exclusivos, los más separados de las áreas de partici­
pación com unitaria. Para acceder a ellos hay que trasponer los pertene­
cientes a los estratos 2 y 3. Estos ambientes, conjuntamente con la mitad de
la superficie de los pertenecientes al estrato E.3, componen el área relativa
máxima potencialm ente techable de La Huerta y permiten una aproxima­
ción relativa de su población media en un momento ideal: 710 hab. o bien
98,6 hab. por hectárea. Estim ación que involucra los datos urbanísticos
aquí exam inados y analogías que parten de observaciones etnoarqueoló­
gicas en com unidades folklóricas de Potosí y Oruro.
E sto sig n ifica una relación de 1 hab. por cada 4 m2. de superficie
techada e incluye tanto la población adulta com o infantil. Una segunda
estimación relativa se desprende de la relación habitantes por área total a
intramuros (1 hab. por 10 m2.) y significaría una población relativa de 812
hab. ocupando los 81.225 m 2 de La Huerta. La primera aproximación
demográfica nos parece más adaptable a esta región y momento que las de
J. Hill (1966) para Broken K Pueblo (4.5 m2. techable por persona) y las de
Berberián-Nielsen (1988) para el formativo de Tafí (4 a 5 m2.).

5. Arquitectura y urbanismo de La Huerta

Los rasgos arquitectónicos y urbanísticos pueden ser extractados en


base a los códigos elaborados para estos fines (R . A . Raffino; 1988. 158;
matriz de datos V ). La instalación fue construida con paredes dobles con
piedras irregulares con rellenos de ripio y barro. Las plantas de los edificios
son ortogonales y sus techumbres fueron hechas en leñosas tipo “ hichu”3 .
Ofrece alternadamente arquitectura a nivel y subterránea. La primera con 4
tamaños diferentes de ambientes con implicancias funcionales y que dieron
lugar a la estratificación para el muestreo arqueológico.
Las construcciones subterráneas son de dos tipos; tumbas incluidas
dentro de los recintos tipo E-2,o bien adosadas a los muros, o bien en el
interior del mismo. Siempre por debajo del nivel del piso de ocupación o
del de los cimientos del recinto que la incluye. El restante tipo de construc­
ción subterránea no se halla incluido dentro de ed ificios mayores, sino
sobre el faldeo de la Quebrada Mudana o alineadas dentro del gran sector
libre de recintos, ubicado en coordenadas "0 " del área intramuros. En base
a analogía de partes con construcciones similares en otras instalaciones
Inka podrían ser adscriptas com o almacenes o collcas.
Los recintos se hallan articulados en grupos de 2 a 3 formando
unidades compuestas y es frecuente que estas asociaciones se produzcan
entre recintos de diferentes dimensiones. Los más pequeños (E-4 rectangu­
lares de hasta 10 m2 de superficie) ofrecieron locus de actividad que
evidencian usos com o cocinas (Nº 190 y 359 de los excavados) con
fogones que incluían lentes de carbón, huesos de cam élidos quemados
junto a grandes ollas globulares, cántaros y pelikes confeccionados en
alfarería de los tipos Humahuaca ordinario y monócromo rojo.

3 Varías referencias arqueológicas y etnográficas regionales dan cuenta de esta forma de


resolución de las techumbres con intervención de leñosas como cardón, aliso y algarrobo;
cañas, paja cortadera y torteado con bario. Entre estas rescatamos a S. Debenedetti (1930);
E. Salas (1945) y E. Casanova (1950).
Fig. 2.5. Fachada de los edificios Inka 185/187 de La Huerta. Construidos con
piedras canteadas y con una banqueta exterior
Un gran empirista del territorio Humahuaca, E.Casanova, señaló esta
recurrente articulación entre recintos con diferentes usos: en Tilcara las
habitaciones dan a patios, casi todos rectangulares com o ellas... Tampoco
faltan viviendas con una serie de patios intercomunicados. Las unidades
más simples tienen un recinto techado o dorm itorio y un patio: las más
complejas tres o cuatro recintos techados y varios patios (Casanova, 1984;
24).
Esta atribución funcional a recintos de diferentes tamaños articulados
por vanos había sido también advertida por el recordado E. Cigliano en
Juella, sitio vecino a La Huerta y que comparte varios rasgos arquitectó-
nicos con el lapso de ocupación pre-Inka de esta última: “ ... Vemos en
Juella recintos donde hemos hallado instrumentos para la molienda y
fogones; mientras que en otras viviendas, donde hay ausencia de aquellos
elementos, hemos encontrado cerámica o enterratorios. Esto nos demuestra
que existía una distribución en la función de las habitaciones que formaban
la unidad de vivienda...” (1967). Los recintos más pequeños de Juella,
coincidentes en sus tamaños con los del estrato E-4 de La Huerta (los Nº 6
y 29 excavados por Cigliano) presentan justam ente fogon es, morteros
pequeños, restos de comida y otros elementos probatorios de su uso com o
cocinas.
El lapso de ocupación pre-Inka ostenta precisamente esa articulación
elemental de un recinto pequeño (usado com o albergue y cocina) con otro
más grande utilizado com o pequeño patio. Esta asociación involucra alter­
nativamente recintos de los estratos E-2, E-3 y E-4 y perdura durante la
ocupación Inka, en la cual se le suman otros tipos de articulación entre
recintos, com o el del sector A , y los grandes “ barrios” ubicados en la
sección N. de la instalación.
El ambiente E-4 aparece conectado por vanos internos y pequeños
pasillos con recintos de los estratos E-2 y E-3, pero nunca con los del E -l.
Esto significa que los ambientes con arquitectura de superficie de mayor y
menor dimensiones del sitio (E -l y E-4) han contenido áreas de actividad
específicas y diferentes y que no se comunican entre sí directamente, sino
por medio de recintos intermedios (E-2 y E-3) y por las propias calzadas
intramuros. Una sola y aparente similitud comparten los ambientes E -l y E-
4: dentro de ellos no fueron construidas partes arquitectónicas destinadas
a prácticasfunerarias.
Podemos concluir que los recintos de los tipos 2 ,3 y 4 conformaron las
unidades domésticas compuestas. El menor (E-4) fue techado y cumplió
alternativamente las funciones de cocina, depósito y albergue nocturno. Los
del E-3 pudieron ser recintos parcial o totalmente techados (de 10 a 25 m2
de superficie, com o e l N º 360 parcialm ente excavado). Mientras que las
construcciones del E -2 (con superficies oscilantes entre 25 a 150 m2) han
sido patios interiores o exteriores a la unidad dom éstica, según la ubicación
que guardan con los dos estratos restantes. Estos ambientes fueron reser­
vados para las prácticas funerarias tanto en cámaras subterráneas com o en
urnas o directas.
Esta discrim inación m orfofuncional se plantea bajo dos sospechas. La
primera que las actividades reservadas a cada tipo de ambiente de los
estratos 3 y 4 n o son excluyentes (p.e. cocina/depósito/albergue nocturno)
comparten usos reservados al E-4 con los recintos parcialmente techados
del E-3. Pero se observa una m arcada tendencia hacia estas diversifica­
ciones. La a rticu la ción de lo s recin tos de La H uerta respondió a una
concepción de planeam iento donde las unidades dom ésticas tuvieron usos
explícitos de acuerdo a su tam año, p osición y relación sobre los planos
verticales. C on los muertos y com o depósitos a nivel subterráneo, con los
vivos y su m ovilidad y com unicación en superficie.
L os datos etn oa rq u eológ icos plantean inform ación sobre algunas
excepciones a estas reglas m orfofuncionales. Las com unidades criollas de
la región de H um ahuaca y V a lle G rande utilizan recintos sim ilares a
nuestros estratos 2 y 3 co m o cocin as al aire libre durante el día o cuando
hace buen tiem po; mientras que otro más pequeño es usado con idénticos
propósitos cuando el tiem po n o es favorable o durante la noche.
La segunda sospecha reside en que las unidades domésticas estarían
com puestas p or partes arquitectónicas con un rango de variación en cuanto
a la cantidad. E l núm ero m ínim o estaría com puesto por un conjunto E -1 E -
2, o E -l.E -3 (p or ejem plo las com binaciones Nº 359-360, o 190-188 entre
los excavados, aunque existen otras com binaciones posibles.
L os am bientes en rolad os en e l estrato 2 fueron patios cerrados,
com unicados con las cocin as y probablem ente sin techar. En ellos se reali­
zaron las inhum aciones humanas, dentro de estructuras ad hoc ubicadas por
d eba jo d el p is o d e ocu p a ción d om éstico. Esta circunstancia im plica la
ausencia de actividades funerarias en el interior de los estratos 1 y 4 de la
clasificación .
Sin em bargo esta regularízación del trazado urbano de La Huerta, con
una recurrente presencia de unidades com puestas integradas por grupos de
2 a 3 recintos articulados no ocupa toda el área intramuros.
Hay tres grandes sectores que rompen este patrón, uno de ellos es el
con jun to d e 12 recin tos que com ponen los ed ificios Inka situados en el
centro del área intram uros (sector A , ed ificios 181 a 192). De ellos nos
ocu p arem os en ren glon es aparte. O tros d os sectores que tam poco
concuerdan con aquellas características son los ubicados en N18 a 25 E /l a
7 (un grupo de 40 recintos, N º 425 a 466, y en N16 a 19 E l 1 a 17 (grupo de
14 recintos, N º 485 a 498). En estos sectores, ubicados a ambos lados del
cam ino Inka, se observa una notable reiteración de construcciones en
damero regularizado, de casi idénticas dimensiones y adosadas unas con
otras; formando series rítmicas en largas líneas. Esos edificios pertenecen a
los estratos 2 y 3 y han ofrecido los mayores índices de alfarería del grupo
C hicha del área intram uros. La perturbación con que se hallan estos
sectores impidió la determinación de algunos vanos de comunicación entre
ellos, aunque sí son visibles los tabiques pétreos que los separan.

6. El área norte de la instalación

Se sitúa al N. de las coordenadas “0” y entre otros edificios contiene


tres componentes que merecen consideración:

1 — Un gran espacio libre de recintos de 2400 m2 situado en NO a 11


W 4 a E5; a espaldas de los edificios Inka y parcialmente cruzado
por el camino real.
2 — U nos conjuntos de recintos construidos en serie, sim ilares y
adosados rítmicamente entre sí. Pertenecen a los estratos 3 y 4 y
parecen form ar verdaderos "barrios” dispuestos a ambos lados
del Capacñan. La posición de dos de estas series es N18 a 25 E l
a7 para el grupo occidental y N16 a 19 E 11 a 17 para el oriental.
3 — L a salida directa del cam ino real hacia el N por una sección
recta, de poco más de 100 m. y rodeada por muros.

El reconocimiento en el terreno del primer componente llevó a suponer


la presencia de una plaza o aukaipata Inka. Con la potencial alternativa de
que dentro de ella pudieran hallarse otras estructuras de poder, como el
usnu, algún torreón o edificio redondo, e incluso un galpón o Kallanka,
repitiendo un clásico patrón imperial varias veces reconocido dentro del
K ollasuyu; y que tiene sobrados antecedentes en los A ndes Centrales
alguna vez controlados por el Cuzco. Sin embargo esta alternativa quedó
descartada ante la ausencia de estos edificios.
Por alguna razón este amplio espacio quedó vacío de arquitectura a
nivel, a pesar de ofrecer excelentes condiciones para la edificación, como
un nivel parejo y casi plano de su superficie. Por su flanco occidental trans­
curre el camino Inka y es advertible la presencia de pequeños muros que
delimitan su derrotero.
Las únicas construcciones registradas en este espacio fueron 5 cámaras
subterráneas de planta circular y techo pétreo en saledizo. Estas construc­
ciones ofrecen rasgos que las adscribirían com o tumbas; se hallan total­
mente saqueadas y no presentan fácil acceso dada su profundidad.
De la observación del plano general no escapa una inmediata relación
con el imponente Huánuco Pampa, investigado durante más de dos décadas
por C. Morris (1974,1980,1981 y 1985). Esto significa que la construcción
de La Huerta pudo responder a un modelo o diseño urbanístico planeado,
un centro administrativo, dividido en cuatro grandes zonas alrededor de una
gran plaza central y con diversificación de actividades en cada sector.
Sin embargo esta regla se confirma sólo en parte, por ejemplo por los
edificios Inka ubicados a la vera meridional de la “ plaza” y por el Camino
Real que la cruza. Aparte de estos dos componentes esta frustrada aukai-
pata carece de estructuras que simbolicen el poder cuzqucño. la existencia
de un real centro administrativo con usnu, acllahuasi (o casa de tejedoras),
kallankas, almacenes o collcas agrupadas y alineadas, o cualquier edificio
que exprese con claridad los síntomas arqueológicos de ese poder. Aunque
repetidas veces nos dio la sensación que todo estaba preparado para que
ello ocurriera. ¿Será que fue la caída del Cuzco de 1532 lo que lo impidió?.

7. Los basurales P.S.I.; P.S.2 y el proceso de


formación del sitio La Huerta

La perspectiva diacrónica, derivada del examen de estos basurales


conduce a explicaciones sobre el proceso de formación de La Huerta y
permite recomponer parte de los principales eventos que sufrió el sitio. El
modelo de flujo con el cual hemos esquematizado la naturaleza del dato
arqueológico arquitectónico, desde el momento de su concepción hasta su
captación como registro, transcurre por fases acotadas por diferentes
sucesos, episodios o eventos culturales diacrónicos.
Estas fases son; elección del lugar para el emplazamiento, construcción
de los primeros edificios luego de la captura de los materiales, uso, remode­
laciones, ampliaciones, destrucciones parciales o totales y abandono del
sitio.
El registro arqueológico contiene en sus entrañas una buena parte de
esos eventos. Su recomposición y transformación en información explica­
tiva dependerá de la capacidad y estrategia puesta en terreno y laboratorio.
Para el caso La Huerta algunos de estos episodios pueden ser captados
y coordinados con los principales eventos registrados en la columna estrati-
gráfica del basural P.S.I. y en menor medida en el P.S.2. Estos rescates
involucran lanío evidencias artefactuales com o ecofácticas. Su coordina­
ción puede ser diagramada en forma esquematica y sobre la base que La
Huerta es una instalación “ multicomponente” . es decir que sostuvo su
ocupación durante tres momentos o períodos culturales: Humahuaca, Inka,
e Hispano-lndígena.
El basural P.S.I. está ubicado dentro del área intramuros de La Huerta,
exactamente en S18W4. Fue un área de descarte o desecho localizada. Un
depósito donde los sucesivos habitantes de La Huerta fueron abandonando
partes de artefactos rotos, vasijas, huesos de fauna consumida, fragmentos
de puntas y esquirlas de obsidiana demasiado pequeñas para ser recicladas
en otros artefactos. También arrojaron restos de subsistencia de origen
vegetal, como nuez, maíz, maní y vainas de algarrobo. Hubo también un
descarte excepcional, constituido por un segmentos de columna vertebral
humana.
En términos de M. Schiffer (1976) estos basurales son “áreas de
descarte secundario’’ que sirvieron de vaciaderos de productos usados en
otros asientos o “sets” de actividad humana. Huelga decir que dentro de las
segundas incluimos los edificios de los estratos 1 a 4 de La Huerta, los
cuales son locus de uso y descarte primario, con las actividades que supues­
tamente se realizaron en su interior y exterior contiguo.
Como consecuencia de esta conducta deposicional, el basural P.S.I.,
junto con otros montículos de similares características, fue adquiriendo
paulatinamente un aspecto monticular, sobreelevado en relación al resto de
la superficie intramuros. En cambio otros depósitos, com o el P.S.2, ubicado
en E17N10 (excavado por C. Madero) no presentan tal imagen; no se trata
de montículos, tienen menos antigüedad dcposicional com o lo asigna el
C14 y están ubicados en un sector con menor concentración de viviendas.
El flujo de descarte dentro del P.S.I. fue creciendo paulatinamente en
co-variación directa con la concentración de edificios en torno a él. Esto
significaría la alternativa de una co-variación directa con el crecimiento de la
población que vivía en sus proximidades. La cual intensificó, en ese lugar,
las actividades de descarte. O bien con una mayor antigüedad de ese basural.
Una u otra alternativa no se excluyen entre sí, teniendo en cuenta su posición
en S18W4, dentro de un área en FOS muy elevado y al fechado radiocarbó-
nico, que asigna una edad de 800 ± 80 d.C. para su evento más antiguo.
Estos procesos de crecimiento de basurales localizados a intramuros y
en sectores de alto FOS se acentuaron por la poca cantidad de desechos
que aparecen en los locus de uso primario, com o la pequeña cocina del
estrato E.4, a la vez que llevan a suponer que los patios del estrato E.3, y
las habitaciones del E.2, pudieron comportarse com o áreas de descarte
provisorio donde se depositaron artefactos rolos todavía dentro del dominio
familiar, com o paso previo a su descarte definitivo en un área de partíci-
pación com unitaria: com o los basurales.
Sobre la base de estos principios es factible construir una matriz esque­
mática junto a planos y perfiles del P.S.I. que componga la secuencia estra-
tigráfica por un lado, y coordine a ésta con los principales episodios del
proceso de formación y transformación urbana de La Huerta, en sus casi
seis siglos de ocupación (Schiffer; 1976. E. Harris; 1979.1. Hodder, 1984.
R. Raffino; 1988).
La fecha de 1150 ± 80 a.p. (800 ± 80 d.C. LATYR.LP-165) obtenida
en la base del depósito está datando el evento I. A ella puede corresponder
la fundación del sitio y la construcción de los primeros edificios, especial­
mente los ubicados en el extremo SE. de la instalación (Nº 50 a 60 del
plano). Entre esa capa más profunda, la XVII de la estratigrafía artificial y
la Nº IX , ubicada 75 cm . por encima y fechada en 580 ± 80 a.p. (1370 ± 80
d.C. INGEIS.AC-Nº 0963) no se observan grandes discontinuidades en el
ritmo de la formación del depósito.
Los artefactos y la fauna hallados en estos niveles van creciendo paula­
tinamente y no sufren bruscas oscilaciones en sus frecuencias medias de
individuos y fragmentos por unidad cuadrada de superficie. Este momento
ha sido identificado com o Componente Humahuaca, unidad B o Pre-Inka,
con camélidos domésticos jóvenes, cannis, chinchillas, cérvidos y vainas de
algarrobo afectados al consumo.
Los estilos cerám icos obtenidos en esta unidad B marcan la presencia
de alfarerías locales, Humahuaca, y la ausencia de intrusiones alóctonas
com o los estilos Inka Provincial, Famabalasto y grupo Chicha. Estas ausen­
cias persisten por lo menos hasta el episodio IV de la serie.
* Este lapso, datado en forma absoluta a partir del 800 d.C. con un sigma
de 80 años marca una ocupación local, Humahuaca pre-Inka. de poca inten­
sidad. Caracterizada por un lento crecimiento del área intramuros y, en
consecuencia, de la población relativa media que la ocupaba y arrojaba sus
desperdicios en el basural.
Los cam bios cuati y cuantitativos en el proceso de acumulación
cultural en el basural comienzan a producirse progresivamente a partir del
evento IV , corresponden a la unidad A o al Componente Humahuaca-Inka
y están evidenciados por una serie de episodios fundamentales, que
comienzan con el IV del diagrama 2.11., a saben

1 — Aparición de la cerámica Inka Provincial.


2 — ” ” " del grupo Chicha.
3 — Multiplicación en el número de individuos de camélidos domés­
ticos descartados.
4 — Cambio en el ritmo de matanza de cam élidos dom ésticos, mayor­
mente orientado ahora sobre individuos adultos.
5 — Desaparición de restos ligados a actividades de caza, com o
cérvidos y chinchillas, y de perros dom ésticos.
6 — Abrupto crecim iento en la frecuencia de depositación de
fragmentos de cerámica por m2. de superficie.
7 — Máxima diversidad en el repertorio estilístico de la alfarería.

No existen dudas en correlacionar estos cam bios en la conducta


deposicional en P .S .l con el arribo de estím ulos Inka. Estos m odifican
sustancialmente el sistema humahuaca receptor. A nivel inferencial. con
estas transformaciones solidarizam os los siguientes efectos percibidos
dentro del área urbana de La Huerta:

1 — Com ienzo de la construcción de los edificios Inka en el sector


central o “ A ” de la instalación (N° 183 a 192) y de la explanada o
patio de acceso a ellos (Nº 582).
2 — Construcción del cam ino Inka a intramuros que recorre la planta
urbana de N. a S., pasando por el sector ocupado por los edificios
Inka.
3 — Construcción de los recintos del estrato 1 (N º
1/15/22/32/341/390/469) que aparecen articulados con el camino
Inka por grandes vanos de acceso.
4 — Levantam iento de grandes jam bas que delimitan tanto los
accesos a estos recin tos, com o a los del propio sector Inka
central.
5 — R em odelación de partes arquitectónicas pre-existentes, com o
consecuencia de la construcción de las otras nuevas ya explici-
tadas en los puntos 1 a 3.

Estos replantam ientos urbanos se perciben, aunque con cierta


dificultad, en algunas superposiciones de partes arquitectónicas. También
en muros que debieron ser quitados o cortados cuando se trazó el camino
Inka en sectores próxim os a los edificios Inka.
A partir de estos tiempos creem os que se generó la edificación de gran
parte de la sección N. del sitio, especialm ente aquellas que se sitúan a
ambos lados del cam ino Inka, desde N 11 a N30. Com o anticipamos éstos
se caracterizan por un damero regularizado, con repeticiones de recintos
“en serie" . Por la imagen que ofrecen y su sentido de alineación es posible
que algunos de ellos hayan sido colcas(p.e. las serie N° 540 al 546 y la
442/450/453/463/464); aunque no podemos afirmarlo porque solamente
efectuamos recolecciones de artefactos en superficie.
Otro sector que puede corresponder al tiempo de la unidad A de este
basural puede ser el ubicado al NE. del sitio, en las proximidades del
basural P.S.2. Allí se comprueba la presencia de estilos también tardíos,
como el Famabalasto negro sobre rojo, que aparece en los muestreos de los
recintos Nº 572/573 y 217. Esta situación cronológica relativa coincide con
la menor potencia del basural P.S.2, que indicaría que este depósito es más
reciente que el P.S.1. Los fechados obtenidos por C. Madero: con registros
de 680 ± 90 a.p. (1270 ± 90 d.C.) y 740 ± 110 a.p. (1210 ± 110 d.C.),
contrastan favorablemente esta inferencia.
Los edificios de este sector próximo al P.S.2 parecen responder a una
concepción planeada. Tienen una traza en damero, con alto grado de
regularización, conformando un “ trazado en serie", con una imagen en
planta muy rítmica. En la superficie de éstos se registró la mayor frecuencia
de la alfarería de estilo Chicha en el sitio.
Ateniéndonos a estos datos deducimos que la planta urbana de La
Huerta sufrió a partir de estas fechas un proceso de gran crecimiento y
diversificación de partes arquitectónicas. Este crecimiento es el reflejo de la
potenciación y diversificación de actividades dentro de ella y por influjo
del Estado Inka.

La cronología Inka

En los niveles más superficiales del P .S.l, entre las capas VII a 0, se
observan cuatro nuevos episodios (eventos VI a IX) con una continuidad en
la tendencia de la acumulación de la unidad A. Al evento VI corresponde la
fecha de 540 ± 90 a.p. (1410 ± 90 d.C. INGEIS. AC.-Ne1069) y al evento
VIII la de 480 ± 100 a.p. (1470 ± 100 d.C. INGEIS. AC.-N90960). El
primer fechado es más antiguo de lo que hasta el momento fijamos como
umbral de la conquista Inka del N.O. argentino. Aunque su sigma positivo
puede llevar esa fecha a 1500 d.C.
Estas dataciones logradas sobre series estratigráficas coordinadas y en
diferentes laboratorios inducen a especular sobre una mayor antigüedad para
el arribo de los estímulos Inka al Noroeste argentino. Aunque en definitiva el
tiempo del dominio Inka en la historia cultural andina es tan corto — apenas
100 años para el epicentro cuzqueño y 60 en el Noroeste argentino y Chile—
que difícilmente unas pocas dataciones de radiocarbono como las que aquí se
ofrecen puedan resolver este enigma cronológico.
No obstante necesario alertar sobre esta problemática. Para el caso de
los basurales de la Huerta, las 5 fechas obtenidas para el componente
Humahuaca-Inka arrojan un promedio de 1328 d.C. Ellas pueden ser
parcialmente corregidas utilizando los sigmas positivos.
La muestra radiocarbónica del evento IV (1370 ± 80} que marcaría
otro momento con presencia Inka posee también mayor antigüedad que las
estimadas regularmente. Esta es corregida en parte con la utilización de su
sigma positivo, con lo cual queda situada en 1450 d.C.

Los eventos recientes

El nivel más superficial del depósito P.S. 1, compuesto por las capas 0
y parte de la I, corresponden al período histórico que llamamos “compo­
nente Hispano-Humahuaca ". Es éste el episodio IX, signado por una
paulatina disminución de las Secuencias de tiestos y ecofactos. Esta alter­
nativa se correlacionaría con los registros de cuentas de collar de vidrio
europeo de las tumbas Nº 88 y 94, así como de cerámica histórica en el
interior de los recintos Nº 217 y 472.
El proceso acumulativo final por actividades de descarte en el basural
se produce en plena etapa Hispano-Indígena. La lenta disminución de
desperdicios podría indicar una paulatina disminución de actividades,
quizás, solidaria con el gradual abandono del sitio. Cabe destacar que los
elementos hispánicos aparecen en La Huerta en cuatro tumbas excavadas
por Debenedetti y relocalizadas por nosotros; las nro. 88, 89, 93 y 94. En
estas unidades funerarias aparecen también artefactos Inka.

Diagrama de la serie estratigráfíca del basural P.S.1

Evento I: marca el inicio de la ocupación de La Huerta, acotado por


la sección más profunda de un lente de carbón. Este nivel
fue fechado en 1150 ± 80 a.p., asociado con 18
fragmentos de alfarería Humahuaca.
Eventos //-///: niveles con restos de carbón y tiestos Humahuaca.
Vainas de algarrobo y una punta de proyectil de
obsidiana fragmentada (base escotada y aletas) en el
extremo inferior de la Capa XII. La frecuencia de tiestos
fragmentados alcanza los 20 por m2.
Evento IV: potente depósito cultural con buzamiento solidario a la
pendiente natural anterior. Crecimiento en las frecuencias
de ecofactos y tiestos. 78 frags. por m2. Indicios de gran
combustión. Aparición de alfarería Chicha e Inka.
El extremo superior de este episodio fue fechado por C14
en 580 ± 80 a.p.
A grandes rasgos este evento puede homologarse a los
fechados obtenidos en el basural P.S.2 de La Huerta; aunque
estos ofrecieron fechas algo más antiguas; 680 ± 90 (Latyr
LP-335) y 740 ± 110 a.p. (LP-389) (C. Madero; 1992 MS).
Evento V: nivel con potente sedimentación cultural. Crece la
frecuencia de fragmentos por m2 a 168 y se registran otra
punta de obsidiana y esquirlas del mismo material.
También un fragmento muy pequeño de marlo de maíz.
Evento VI: Lente de carbón fechado en forma absoluta en 540 ± 90
a.p. La alfarería fragmentada mantiene similares frecuen­
cias por m2 de superficie que el episodio anterior.
Evento VII: depositación de un segmento de 5 piezas de una columna
vertebral humana (sección dorsal). Su posición indica que
fueron arrojados cuando las vértebras aún estaban articu­
ladas. Cáscaras de nuez y de maní. La frecuencia de
tiestos se mantiene en 167.
Evento VIII: depósito orgánico con ángulo de buzamiento invertido en
relación a la pendiente de los demás. Nivel fechado en
forma absoluta en 480 ± 100 a.p.
La frecuencia de tiestos alcanza su punto más elevado:
201 frags. por m2.
Evento IX: nivel con arcillas arenosas y clastos y, por encima, una
depositación de tiestos poco potente, con una frecuencia
de 59 frags., por m2. Nivel correlacionado con el mo­
mento hispano-indígena.

Laborat. Procedencia Mater. Fecha Muestra Fecha Fecha


a.p. d.C. (sig+)

INGEIS L.H.-P.S.l/III carbón 480±100 AC-0960 1470 1570


INGEIS L.H-P.S.1/VI " 540±90 AC-1069 1410 1500
INGEIS L.H-P.S.1/IX " 580±80 AC-0963 1370 1450
LATYR L.H-P.S.l/XVI óseo 1150±80 L.P.165 800 880
LATYR L.H-P.S.2/II carbón 680±90 L.P.335 1270 1360
LATY L.H-P.S.2/II " 740±110 L.P.389 1210 1320

Registros radiocarbónicos de los basurales de La Huerta


Las coordenadas S5 a 10, W 4 a E 14 enmarcan el seclor “ A " de La Huerta,
ocupado por 35 recintos, 11 de ellos subterráneos, y los 24 restantes a nivel
de superficie. Estas edificaciones, aunque plasmadas con diferencias en su
cualidad arquitectónica, son atribuibles al componente Inka.
En realidad se trata de dos grandes cuerpos de edificios, uno ubicado
hacia el poniente, com puesto por 12 recintos de superficie, los Nº 181 a 192
y dentro de los cuales Debenedetti exhumó las tumbas Nº 87, 8 8 , 89 y 91.
El restante grupo, situado al levante del anterior, está form ado por 11
ambientes en superficie y contiene a bajo nivel las tumbas Nº 9 0 , 93 y 94.
A juzgar por la cualidad arquitectónica, posición dentro del área intra­
muros, articulación y contenido cultural, el cuerpo principal fue el situado
al poniente. Su relevancia no pasa desapercibida para cualquier observador,
aun a pesar que sobre él se ensañaron sin piedad legos y científicos, provo­
cando derrumbes y profanaciones de todo tipo.
Este cuerpo occidental tiene 640 m2. de superficie encerrada por muros
y una explanada en su fachada (área 582) de 350 m2. La explanada fue un
terraplén por el cual se producía el único acceso al grupo, cu yo primer
recinto es el 185. Observando desde la parte S. son visibles las intenciones
escenográficas, consum adas m ediante la elevación artificial de todo el
cuerpo, y realzadas por la im ponencia de las jambas que limitan el vano de
acceso.
E l m uro frontal o fachada fue levantado por paramentos dobles de
piedra canteada, imitando la sillería cuzqueña. Posee en algunas secciones
más de 2,50 m. de altura y conserva buenas señales de un relleno de barro y
ripio. Una prolija banqueta exterior hace las veces de refuerzo, otorgándole
al perfil del muro una sección trapezoidal.
L os accesos cuentan con pesadas jam bas de piedra, dos en el vano
principal, y otras dos sobre el pasillo que separa la explanada 582 con el
gran recinto 185. También se conservan vestigios sepultados de un umbral
de piedra, o quizás un dintel originalmente montado sobre las jam bas, y
luego desplom ado y roto.
D e la pequeña kallanka (edificio Nº 185) apenas quedan cicatrices de
su profan ación, el porte de sus basam entos, y quizás vestigios de una
hornacina Inka en su muro boreal. Una fotografía tomada por C. Lafón a
com ien zos de los años 50 nos muestra a esta estructura casi intacta, a
excepción de su techo, por lo cual deducimos que su deterioro se acentuó
entre esas fechas, y nuestro reconocim iento en 1983.
El camino Inka transcurre por el muro lateral O. de este cuerpo,
entrando y saliendo de su égido por dos nuevos pares de jambas de piedra.
Cualquier caminante, advenedizo o autorizado, solitario o acompañado por
animales de carga, que surcara por éste, era observado desde estos edifi­
cios, especialmente desde la fachada y el vestíbulo.
El cuerpo del levante es el más austero, no presenta con claridad
atributos arquitectónicos imperiales, a excepción de la planta de su estruc­
tura. Su grado de perturbación es mayor, en especial en los ambientes que
contenían las tumbas 90,93 y 94. Tiene 450 m2 de superficie, segmentado
en 11 ambientes y su vano de acceso principal; a la sazón el único que
pudimos detectar, se sitúa al O, comunicando con el recinto N° 199, segura­
mente unpatio por sus dimensiones superiores a 120 m2.
Dos aspectos de consideración nos sugieren estos edificios de la
sección oriental:

1 — Tienen una ubicación preferencial a la vera del grupo claramente


Inka. Pero carecen de rasgos arquitectónicos imperiales.
2 — Las tumbas halladas en su interior contienen piezas de prestigio,
como las vinchas de metal, gran parafernalia textil, y collares de
cuentas venecianas.

Por estas circunstancias se deduce que el cuerpo de edificios del


levante fue habitado por alguna autoridad local — quizás mallcos o
caciques— que gozaron de una situación privilegiada dentro del espacio
urbano, al lado del cuerpo de edificios Inka. Los individuos depositados en
la tumba 94, sobrevivieron en tiempos históricos durante los cuales
accedieron al uso de artefactos hispánicos como los collares facturados en
vidrio.
No podemos asegurar quién de ellos, sino todos, fueron artesanos
textiles o “cumbiscamayoc” , pero la evidencia de esta actividad parece ser
contundente.
Si Debenedetti hubiera sido más prolijo, ofreciéndonos dibujos en
perfil y planta del hallazgo, estaríamos en condiciones de probar un caso de
sacrificio tipo “suttee o necropompa” (González, 1979), costumbre exten­
dida en no pocas partes del nuevo mundo, y que consistía en inmolar alter­
nativamente a la esposa, parientes y servidores en la misma tumba del
señor. Las vinchas de metal, clásico símbolo de cacique o mallco, y las
demás características que atesora la T. 94, nos deja en los propios umbrales
de esta interpretación.
9. Tumbas o almacenes estatales

Una presencia casi inexistente es el calificativo del registro de collcas


o almacenes para maíz y papa en el área intramuros de La Huerta. El reper­
torio arquitectónico atribuible a este tipo de actividad de almacenaje estatal
se ha extraído a partir de analogía de partes, con collcas de otras instala­
ciones construidas por el Tawantinsuyu. De modo que se trata de un
mecanismo directo que dependerá de futuras alternativas de comprobación.
Se han localizado solamente 5 estructuras subterráneas de planta
subcircular, cuatro de ellas resueltas con cierres pétreos en falsa bóveda, y
la restante desplomada. Fueron construidas a bajo nivel, con paredes de
piedra y mortero y suman una capacidad relativa de almacenaje no superior
a 60 m3. cifra insignificante frente a la magnitud media de la población que
habitó el sitio.
Dos de estas estructuras se hallan agrupadas en N19W19 sobre el
borde occidental de la instalación, el que mira hacia Mudana. Las tres
restantes lo hacen en el interior de la gran plaza central. Su adjudicación
funcional no es desatinada, sobre todo el ser comparadas con cámaras
halladas por nosotros en otras instalaciones imperiales del Kollasuyu, como
Oma Porco en Potosí, Titiconte y Arcayo en Iruya, Hualfín y Pukará de
Aconquija en Catamarca (R. Raffino y Col. 1981, 1982, 1986). Una de
ellas recuerda en especial a las cámaras reconocidas en Coctaca de
Humahuaca; atesora rasgos de factura Inka, como agujeros de ventilación,
pisos empedrados; así como una orientación recurrente hacia la dirección
de los vientos fríos predominantes.
Otro detalle en favor del diagnóstico funcional lo constituye el hecho
de que son estructuras subterráneas no incluidas, com o las tumbas, dentro
del piso de edificios mayores, a la par que no ofrecieron restos que orien­
taran su interpretación como cámaras funerarias.
Dada la escasa significación en términos de volumen potencialmente
almacenable. La Huerta no fue un enclave en el que el Tawantinsuyu haya
intentado actividades de almacenaje en gran escala, falta la arquitectura
deliberadamente erigida para tales finalidades. Aquella que caracteriza los
grandes centros de almacenaje como Huánuco Pampa, Wakan o Jauja en la
Q’ eshwa peruana (C. Morris; 1981. R. Matos, 1973, T. D’ altroy y col.
1988) o en la sierra de Cochabamba dentro del égido del Kollasuyu (B.
EUefeen; 1978).
Sus rémoras son claramente visibles, por lo que ha podido ser recom­
puesto en su totalidad. Penetra en S6W19 proveniente de Tilcara y Perchel
de Humahuaca; sale de la planta urbana en N32E7 en busca de Campo
Morado, Yacoraite, Coctaca, Homadita y Alto Zapagua. Pocas instala-
ciones con vestigios Inka en el N.O. Argentino, ofrecen huellas tan visibles
del legendario camino Inka. Visto en planta, esta vía semeja a una sucesión
de segmentos rectos y quebrados, limitados por las construcciones de
habitación; comunicándose con vías menores o secundarias con los grandes
corrales del E -l, con los edificios Inka y la plaza.
Ya hemos señalado que su articulación con el cuerpo de edificios Inka,
es directa, así como con los grandes recintos del estrato 1. Está sobreele­
vado con respecto al resto de las construcciones, y por lo menos en dos
sectores S6W18 y N8 W 2, su construcción obligó a la remodelación o
levantamiento de construcciones preexistentes. Presenta un promedio de
dos a ocho metros de ancho, y sólo en su recorrido por la plaza central de
La Huerta se ve privado de muros laterales.
El tramo recto horizontal de 5O m. que media entre su acceso
meridional y el cuerpo de edificios Inka en S8W4, aparece sobreelevado
por el descarte de sedimento y basura, lo que habla de cierta desprolijidad
en su mantenimiento, y como consecuencia de su transcurrir por un sector
de elevado FOS.
En la sección N. del área de instalación N11W3 el camino se bifurca
en dos ramales delimitados por muros. Curiosa alternativa, aunque no tanto
suponiendo que uno de ellos fue la salida y el restante la entrada al sitio. O
bien que estuvieran destinados a la movilidad de diferente clase de biomasa
en cada uno de estos ramales.
Como ha sido señalado, este tramo a intramuros del camino Inka es
parte del gran sistema vial tendido por el Tawantinsuyu a lo largo y a lo
ancho de sus confines. El recibirá mayor atención en posteriores capítulos
de esta obra, pero no sin antes puntuar que su planteamiento y construcción
fue deliberada. Fue concebido para pasar por el corazón de la instalación,
a pesar del mayor costo energético que ello demandarla. Con lo cual, amén
de sus relevantes articulaciones con otros edificios, quedan remarcadas las
intenciones buscadas por estrategas y arquitectos al servicio del estado.
No pocas veces hemos señalado que esta alternativa se reitera en otros
sitios imperiales de prestigio que los Inka erigieron en Kollasuyu como
Tilcara, Hualfín, El Shincal, Chaquiago de Andalgalá, Ranchillos de
Mendoza, Titiconte de Iruya, Nevado de Aconquija, Fuerte Quemado,
Quilmes, y I ngamana de Yocavil, Tastil de Las Cuevas, y Chuquiago de la
potosina Suipacha. Que el camino real transcurra a la vera de sus tamberías
de servicio es algo frecuente o lógico en función de apoyo logístico que
éstas le brindaban. Pero que lo haga atravesando las entrañas de grandes
áreas pobladas como en La Huerta, o por el medio de las plazas Inka o
aukaipatas, como en Hualfín y El Shincal, refleja la importancia que le
deparó el Tawantinsuyu a esos enclaves. (Raffino 1981 y 1988. J. Hyslop
1984).
De acuerdo con nuestros cálculos, siguiendo el camino Inka que corre
por Pozuelos, Calahoyo, Talina, Uyumi, Sevaruyu, Poopó, Titicaca, y Puno
hacia el Cuzco, La Huerta se hallaba separada de la capital Inka por
alrededor de 1670 km. Esta distancia podía ser cubierta en aproximada­
mente 54 días, si se empleaba el sistema de chasquis o estafetas, y por lo
menos en el doble de tiempo si se trataba de recuas o tropas de llamas
cargadas. A pesar de estas distancias, los mecanismos de flujo de energía, e
información del sistema poseían atributos claros de control. El tráfico que
fluía por éste camino era objeto de permanente observación por quienes
residían en el cuerpo de edificios Inka del poniente.
Por estos atributos, además de tantos otros. La Huerta de Humahuaca
accede a una sofisticada nómina de enclaves que tuvieron para el Inka
preferida significación.
BIBLIOGRAFÍA

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La funébria de La Huerta
R odolfo R a f f in o , V ic t o r ia G a r c ía M o n tes y A lberto M an so

Configura un segmento significativo ante la posibilidad de recomponer


una buena parte del registro artefactual y de la arquitectura funeraria que lo
contiene. La colección es una muestra sesgada y dirigida, producto de 67
unidades funerarias, de las cuales se obtuvieron 692 artefactos o partes de
ellos y 169 restos humanos. Parte de estos materiales se hallan depositados
en el Museo Etnográfico de la ciudad de Buenos Aires, otros en el Instituto
Tilcara de Jujuy. Lamentablemente una cifra difícil de determinar carece de
registro de depósito.
De las 67 tumbas con participación arquitectónica hemos logrado
reconocer y ubicar en el plano de la Huerta a 58, de las cuales 26 han sido
recompuestas en laboratorio y serán consideradas en el punto siguiente.
Esta última cifra funcionará com o “ muestra analítica” y recibirá un trata­
miento paralelo, com o contrastador de la “muestra total". Los 26 casos de
la muestra analítica se discriminan com o sigue:

Cant %
1 — Cámaras cilindricas con cierre en falsa bóveda 5 18,5
" 18,5
2— Cuadrangular/rectangulares en falsa bóveda 5
"
3— cilindricas con cierre plano 1 4
"
4— cuadrangulares con cierre plano 2 7
5— " "sin datos del cierre 7 26
"
6— cilindricas 4 15
7 — Adultos directos: 2 casos 2 7

Totales 26
Fig. 2.14. Fachada de los edificios Inka de La Huerta, construidos con paredes dobles de piedra canteada y relleno interior
La "muestra total" resulta de los 67 casos señalados por Debenedetti, más 5
descriptos por C. Lafón (1958) con lo cual se asciende a 72 discriminados
como sigue:
Núm. %
1 — Cámaras cilindricas c/cierre en f/bóveda 16 22
1— ” elípticas ” " " " 1 1
2— ” cuadrang./rectang. c/cierre en f/bóv. 6 8
3— ” cilindricas c/cierre plano 1 1
4— ” Cuadrang. c/cierre plano 2 3
5— ” ” s/datos de cierre 12 17
6— ” cilindricas sin dalos de cierre 9 12
7 — Adultos directos 12 17
8— ” en urnas 1 1
9 — Infantes en urnas 11 15
10 — ” directos 1 1
Totales 72

Los gráficos de barras exponen las relaciones frecuenciales de ambas


muestras, con lo cual se observa una cierta preeminencia de los cerra­
mientos pétreos con bóveda en saledizo o falsa, quienes alcanzan porcen­
tajes relativos de 37 y 31% respectivamente. Como contraparte de los
cierres pétreos planos, formados por lajas sin saledizo, apenas alcanzan
porcentajes de 4 y 11% respectivamente.
Las plantas cilindricas ostentan frecuencias de 37,5% y 36%, siendo
superadas por las respuestas cuadrangulares, quienes alcanzan coeficientes
de 51,5 y 28 con un promedio de 39,5. Los datos sobre los cerramientos signi­
fican una muestra sesgada, en tanto un 35% de las tumbas con arquitectura
no ofrece respuestas precisas sobre la techumbre. Este sesgamiento no es tal
para el caso de las plantas cuya relación estadística cobra segura relevancia.
Por lo demás se observa un 15% de enterratorios de infantes en urnas
en la muestra total, y apenas un caso de adulto en urna. Tenemos reparos en
la calidad de este registro por las características con que fue excavado el
sitio por Debenedetti. A la par que su inclusión en la estadística general
debería hacerse en un item o estrato aparte del de la arquitectura funeraria.

2. Registro funerario: ubicación, clasificación,


inclusión y contenido

L.H.T.-44a: U b ica ción :S 2 9 W 2 3 . Tipo: 5 (cuadrangular sin datos del


cierre). Inclusión: adosada a la pared N. del recinto 27 (estrato tipo
2). Contenido: 1 esqueleto de adulto con una costilla fracturada y
soldada (S. Debenedetti: diario de viaje pág. II). Ajuar: 3 horquetas
de madera. 1 peine de hueso. 1 tortero de madera. 1 cincel bronce
enmargado. 1 collar de cuentas de piedra. Los números que se
consignan al lado de cada pieza corresponden a los de la colección
del Museo Etnográfico.

L.H.T.-44b: Ubicación: S29W22 . Tipo: 5 (cuadrangular sin dato de


cierre). Inclusión: adosada a la pared N. del recinto Nº 27 comparte
medianera con T. 44 (estrato tipo 2). Contenido: 1 esqueleto de adulto
en mal estado de conservación. 1 infante directo. Ajuar: No contenía.

L.H.T.-64: Ubicación S14W5. Tipo: 1 (cilindrica con cierre de falsa


bóveda). Inclusión: en un punto de inflexión de la pared W. del recinto
151 (estrato tipo 2). Contenido: 2 esqueletos de adultos en mal estado
de conservación. Ajuar 1 puco Int. Gris, 1 plato fracturado.

L.H.T.-70: Ubicación: SW16. Tipo: 1 (cuadrangular con cierre de grandes


lajas, presumiblemente en falsa bóveda). El piso estaba empedrado.
Inclusión: en el sector central del recinto Nº 162 (estrato tipo 2).
Contenido: 1 esqueleto de adulto (faltan: omóplato derecho, dos costi­
llas, todos los huesos de manos y pies y la mandíbula inferior). Ajuar
1 bastón de madera. (*) Se halló además una pelvis de mamífero.

L.H.T.-71: Ubicación: S8W15. Tipo: 1 (circular con cierre en falsa


bóveda). Inclusión: ángulo SW. del recinto N9 165 (estrato tipo 2).
Contenido: 3 esqueletos de adulto. Ajuar 1 frag. de ocre rojo.

L.H.T.-72: Ubicación: S5W16. Tipo: 6 (cilindrica sin datos de cierre).


Inclusión: Adosa a la pared oriental del recinto 233. (estrato tipo 2).
Contenido: 3 esqueletos de adulto (Debenedetti extrae 2 de ellos).
Ajuar No contenía.

L.H.T.-73: Ubicación: S3W16 (Fig. 3.1.) Tipo: 2 (cuadrangular-rectan-


gular en falsa bóveda). Inclusión: Adosada a la pared S. del recinto
248. (estrato tipo 2). Contenido: 5 esqueletos de adultos:“ ... un cráneo
mutilado roto occipital y en la sutura lamboidea. Trofeo de guerra..."
(Debenedetti, diario de viaje; pág. XXXI). Ajuar 1 cuchara de madera,
1 corneta de hueso. Sobre la tapa de piedra, se hallaron 2 platos fractu-
Fig. 3.1. Cámara funeraria T.73 de La Huerta
nidos. Uno de ellos, el Nº 25122, es un plato ornitomorfo Inka
Provincial (C.M.H.). 3 pucos subhemisféricos, Tilcara-25014-25019).
1 puco subhemisférico con 1 punto de inflexión. 1 puco troncocónico.
1 puco con asa. 1 jarra simple. 1 olla subglobular Tilcara N/R.

L.H.T.-75b.-75d.: Ubicación: N1W14. Tipo: 75b: 5 (cuadrangular sin


datos de cierre). 75c: 6 (cilindrica sin datos de cierre). Sobre esta
tumba se superpone la pared medianera que repara los recintos N° 285
y 286.75d: 1 (cilindrica con cierre en falsa bóveda). Sobre esta tumba
se superpone también la pared medianera aludida. Inclusión: Por
debajo del muro medianero entre los recintos 285 y 286 (Nº 286 perte­
nece al tipo 2).

L.H.T.-75b: Contenido: 3 esqueletos de adulto. Ajuar: 1 puco subhemisfé­


rico. 1jarra simple.

L.H,T.-75c: Contenido: 2 esqueletos de adulto. Ajuar: 1 peine de madera. 1


tortero. 1 orqueta de atalaje. 1 manopla. 1 vaso H. ordinario. 3 jarras
simples. 1 vaso chato puneflo. 3 platos H. monocromo rojo. 2 pucos
subhemisféricos Tilcara N/R. 1 recipiente de calabaza.

L.H.T.-75d: Contenido: 1 esqueleto de adulto. Ajuar: 1 jarro con asa


lateral. I puco Int. Gris. 2 pucos Tilcara N/R. 2 platos H. ordinarios. 3
jarros. 1 olla H. Roja. 3 platos pequeños. (*) Asociado a este complejo
de 3 tumbas, dentro del recinto que las contiene Debenedetti, halló 4
enterratorios directos de adultos, y un cráneo mutilado con la norma
occipital hacia arriba.

L.H.T.-77: Ubicación: N3W11. Tipo: 5 (cuadrangular, sin datos de cierre).


Inclusión: Adosada al ángulo NW. del recinto 293. (estrato del tipo 2).
Contenido: 2 esqueletos de adulto. 1 adulto en urna, en la cual se
hallaron frags. de metal de plata (Debenedetti, diario de viaje, pág. 35).
Ajuar: 3 Pucos La Poma N/R. 3 jarros con asa lateral. 1 Plato
Humahuaca ordinario. 1 Artefacto de madera (forma cuadrada).

L.H.T.-78: Ubicación: N4W8. Tipo: 6 (elíptica s/datos de cierre).


Inclusión: En el interior del recinto 318 (tipo 2). Contenido: 2 esque­
letos de adulto. Ajuar: 1 horqueta de madera. 1 plato de base plana. 1
jaira de asa lateral.
r ang. s/datos de cierre).
L .H .T .-79: U bicación: N IW 8 . T ip o : 5 (cuad
Inclusión: Interior del recinto 297 (de tipo 2). Contenido: 1 esqueleto
adulto. Ajuar, no contenía.

L.H.T.-82: Ubicación: S21E1. Tipo: 5 (cuadrangular sin datos de cierre).


Inclusión: en el ángulo S.W . del recinto 87 (estrato tipo 3). Contenido:
1 esqueleto de adulto. Ajuar: en la cámara contigua (ver plano)
apareció una ollita de cuerpo globular (diario de viaje; Página 40).

L.H .T.-85: Ubicación: S18E3. Tipo: 2 (cuadrangular-rectangular con cierne


en falsa bóveda). Inclusión: adosada en el ángulo SW . del recinto 118
(estrato tipo 2). Contenido: 9 esqueletos de adultos. A juar 1 campa­
nilla (b ron ce) ? . 1 cin cel (b ron ce?). Varias horquetas de madera.
“ Abundante obsidiana” . 1 calabaza silbato. Media calabaza. 1
“ pasador” de collar de hueso. I puco subhemisférico Tilcara N/R. 1
puco troncocónico. 1 puco con asa. 1 vaso interior gris. 1 jarra simple.

L .H .T .- 8 6 : Ubicación: S16E1. Tipo: 5 (cuadrangular sin datos de cierre).


Inclusión: en el sector central del recinto Nº 111 (estrato tipo 2).
Contenido: 3 esqueletos de adulto. 1 esqueleto de infante. A ju ar 1
esqueleto de Canis familiaris. 1 plato de madera. 1 plato Humahuaca
rojo. “ Una urnita negra” (diario de viaje: pág. 4 3). 1 jarro con asa
lateral. 1 cu ch illo de madera. 2 cucharas de madera. 1 cascabel de
nuez. I pala de madera. 1 puco troncocónico. 1 cincel de bronce con
mango. 2 torteros de cáscara de nuez. Fragmento de caña “ tacuara” . 1
tortero de madera (lámina N° 25586). 1 arco de madera (fragmento)
(Nº 25589).

L .H .T .-87 : U bicación: S8W 1. Tipo: 2 (cuadrangular con cierre en falsa


bóveda). Inclusión: aparentemente en el interior de los edificios Inka.
recinto N º 185 (tipo 1). Próxima a la entrada principal limitada por
jambas; 2m al W . de la Kallanka. Contenido: 4 esqueletos de adultos.
Ajuar: 1 hachuela de bronce. 1 cincel de bronce. 1 disco de bronce
laminar. 1 disco de bronce con asa (placa adom o de suspensión). 2
topos de bronce. Cuentas de malaquita. 1 “ hermosa" punta de flecha de
sílice (diario de viaje; pág. 4 5). Fragmento de un arco de madera.
Fragmento de un plato de madera. 2 “ escudos” de madera. Fragmento
de calabaza. 1 cuchara de madera. Fragmento de una placa de cobre. 1
plato Humahuaca rojo.
L .H .T .- 8 8 : Ubicación: S7E1. Tipo: 2 (cuadrangular, cierre en falsa
bóveda) de excelente técnica constructiva. Inclusión: adosada a la
pared boreal, de la Kallanka Inka (estrato 2), dentro del recinto 186.
Contenido: 2 esqueletos de adultos, uno de ellos con vincha de plata
adherida. Sobre la tapa un párvulo en urna. Ajuar: 1 vincha de plata.
2 keros de madera. 2 “ medios mates” (diario de viaje; pág. 46). 2
cucharas de madera. 2 torteros de madera grabados. 1 peine de
madera. 1 tubo de hueso. 4 “ topos de cobre y plata” (diario de viaje;
pág. 46). 1 arco de madera (N° 25461). 1 punta de flecha de hueso. 2
puntas de flecha de madera. 1 collar de cuentas de vidrio (hispánico
según Debenedetti). 1 punzón de madera. Fragmentos deteriorados de
tejido. 1 yuro Humahuaca rojo (Nº 25058). 1 yuro Humahuaca rojo. 1
puco subhemisférico Tilcara N/R. 2 ollas subglobulares pequeñas. 1
puco subhemisférico Tilcara N/R. 1 puco subhemisférico Hornillos
N/R. 1 puco troncocónico.

L .H .T .-89 : U bicación: S7E3. Tipo: 6 (circular sin datos de cierre).


Inclusión: incluido en el ángulo NE. del recinto 189. (E-2). Contenido:
1 esqueleto de adulto. 1 esqueleto juvenil. Ajuar: 1 anillo de cobre. 1
collar de cuentas largas de vidrio azul.

L .H .T .-90 : Ubicación: S8E11. Tipo: 1 (circular con cierre en falsa


bóveda). Inclusión: incluido en el ángulo SE. del recinto 196 (E-3).
Contenido: 1 esqueleto de adulto. 1 párvulo. Ajuar: un collar de
cuentas de malaquita. “ Perlitas de vidrio” (diario de viaje, pág. 48). 3
“ canutillos de oro” . 6 torteros. 1 media calabaza. “ Fragmentos de
varios útiles de madera imposible de identificar” (diario de viaje: pág.
48).

L .H .T .-91 : Ubicación: S6E3. Tipo: 1 (circular, cierre en bóveda con


saledizo). Inclusión: incluida en el ángulo NO. del recinto 188 (E-2).
Ajuar: 1 artefacto de madera “ laminar” , con dos perforaciones en sus
extremos. Observaciones: excelente técnica constructiva. No parece
tratarse de una tumba, sino de un depósito de artefactos.

L .H .T .-93 : U bicación: S8E13. Tipo: 6 (circular sin datos de cierre).


Inclusión: Próxima al ángulo SE. del recinto 197, pero sin adosarse a
su pared medianera. En la zona más perturbada por los derrumbes y
saqueos (E-2). Contenido: 3 esqueletos de adultos. Ajuar: 1 plato
decorado internamente. 1 collar de cuentas de vidrio. 1 “ instrumento de
Fig. 3.2. Collcas Inka de Titiconte de Iruya resueltas con paredes de piedra y techo con bóveda en saledizo
agricultura en forma de pico" (diario de viaje; pág. 5 1). Varios torteros
de madera. Fragmentos de láminas de plata. 1 punta de hueso.

L H T.-94: Ubicación: S8E14. Tipo: 6 (elíptica sin datos de cierre). Inclusión:


próxima al ángulo SW. del recinto 198, sin adosarse a su pared media-
ñera. Conjuntamente con la tumba 93 ocupa el sector más perturhado
por los saqueos (E-3). Contenido: 3 esqueletos de adultos. A ju ar Los
dos esqueletos que están jumos poseen vinchas de plata adheridas a los
cráneos. El esqueleto femenino poseía un collar de cuentas de vidrio y
un cesto de paja tejido que contenía torteros. 28 torteros de madera. 1
collar de cuentas de vidrio (25561). 2 topos de plata. 2 vasos de madera
(25402). 3 cuchillos circulares de madera. Varios usos com pletos de
madera. 5 pucos Humahuaca rojo (25042/43/44/46/47). 2 platos
Humahuaca rojos con asa lateral (25048/49). 1 plato rojo Humahuaca
(25041). 2 alfileres de oro. 1 puco subhemislérico N/R. (Nº 25054). 1
pelique subglobular estilo Colla Quillaquila (N º 25055). 3 jarros
Humahuaca rojos con asa lateral (Nº 25051/52/53). 1 vaso Humahuaca
N/R (Nº 25050). 1 llama tallada en madera (Nº 25400). 2 vinchas de
plata. 1 arco de madera. 1 punta de madera. 10 "bastoncillos de madera**.
5 cucharas de madera. 5 recipientes de calabaza. Fragmentos de conchas
del Pacífico. 1cincel de bronce. 5 topos de bronce (*). 3 pucos Humahuaca
N/R (Nº 25038/39/40). 1 olla Humahuaca roja (Nº 25037). 2 yuros
Humahuaca rojo (Nº 25035/36). 1 cometa de hueso “ resonador" . Tubos
de madera. 1 topo de hueso. 3 silbatos de madera. Varios trozos de madera
correspondientes a un telar vertical. Varias cañas, una de ellas formaba
la lanza con la punta de madera. (* ) Los instrumentos textiles deposi­
tados en el interior de un cesto junto al collar y los topos." ... Es mi
opinión que se trata de una tumba de gente de categoría. D os, por las
vinchas, han sido personajes. El otro es sin duda una mujer.. ." (diario de
viaje; pág. 52).

L.H.T .-103: Ubicación: N20W10. Tipo: 2 (rectangular con cierre en falsa


bóveda). Inclusión: superpuesta sobre una cámara de planta circular
“ dos brocales concéntricos" (Debenedetti, diario de viaje; Pág. 61).
Dentro del recinto Nº 388 (tipo E-2). Contenido: 2 esqueletos de
adultos. Ajuar 2 jareas simples (Nº 25078/25094). 1 puco subhemisfé-
nco. 2 horquetas de madera.

L .H .T .-107: Ubicación: N16W17. Tipo: 7 (adultos directos). Inclusión:


sobre el filo de la quebrada mudana. Contenido: 2 esqueletos de
adultos. Ajuar. No contenía.
Fig. 3.3. Camélido tallado en madera proveniente de la tumba T.94 de La Huerta
3. D atos e hipótesis sob re la condu cta funeraria
en L a H uerta

Tras estos análisis estamos en condiciones de contrastar los resultados


obtenidos en gabinete 20 años atrás por C. R. Lafón (1967) en tomo a la
funebria de La Huerta. Este autor analiza los datos de S. Debenedetti,
generados en la década de 1910, además de sus investigaciones personales.
Es ostensible que la falta de planos de la instalación, y de una estrategia de
observación sobre el dato arquitectónico, le impiden mejores precisiones.
Sin embargo son atinadas algunas de sus conclusiones, como las que
señalan la alta frecuencia de inhumaciones primarias, la ausencia de crema-
ción, y la invariable posición genufleza, o en “ cuclillas” , de los cadáveres.
Las dos muestras manipuladas sobre la arquitectura funeraria, la total
de 72 casos y la muestra analítica sobre 26 casos relocalizados, mantienen
similares presencias y proporciones entre sí, ante lo cual podemos concluir
en varias propuestas sobre la conducta funeraria, a saben
1 — El 92% de la muestra funeraria se inscribe en los recintos de los
estratos 2 y 3. Esto significa que:
a) El 80% de las inhumaciones con participación arquitectónica,
se efectuaron dentro de los patios sin techo, de 25 a 150 m2.
de superficie y con comunicación con el resto de los
ambientes de las unidades domésticas. El 12% de las tumbas
restantes con participación arquitectónica se hicieron en
ambientes de 10 a 25 m2. de las unidades domésticas, los
cuales pudieron estar total o parcialmente techados.
b) El locus elegido fue, casi excluyentemente el ángulo interior
del recinto. Los muros septentrionales y meridionales, fueron
los preferidos.
c) N o hay tumbas con participación arquitectónica en los
estratos 4 (cocinas com o las Nº 190 y 359), ni en los de tipo
1 (grandes patios).
d) No hay cementerio ni necrópolis ad-hoc dentro de la planta
urbana.
2 — N o existe una arquitectura funeraria diferenciada, Humahuaca o
local y otra presuntamente Inka. Ambos tipos mayoritarios de
cámaras, cuadranglares y circulares con bóveda en saledizo,
aparecen y coexisten dentro de los edificios cuzqueños como en
el resto del área intramuros. Su diagnóstico — al menos en La
Huerta— queda remitido al hecho que tengan o no piezas o
ajuares pertenecientes al componente Humahuaca, ai Huma-
huaca-Inka, e inclusive al Humahuaca Histórico.
3 — 14 de los casos relocalizados de las cámaras funerarias son de
planta cuadrangular (56%), 12 de ellas se construyeron en el
interior de ambientes pertenecientes al estrato 2 y las 8 (32%)
restantes son cámaras cilindricas de las cuales, solamente 2 ,
aparecen en el interior de ambientes del estrato 3.
4 — Las cámaras cilindricas alcanzan una frecuencia media del 37%
sobre la muestra total (72 casos).
5 — Las cámaras de planta cuadrangular alcanzan frecuencias medias
del 40% sobre la muestra total.
6 — Las tumbas de planta elíptica no superan la media del 1%. Las
inhumaciones de adultos en urna son infrecuentes, con un
promedio inferior al 2% . Los adultos inhumados en forma
directa, oscilan en un 12 %, aunque aquí pesa la baja perdurabi­
lidad de este registro.
7 — La participación arquitectónica en la funebria de La Huerta,
alcanza el 85% de la muestra.
8 — Fuera de correlación con las frecuencias anteriores, se registran
solamente 11 casos de inhumaciones de infantes en urna, y una
de infante directo. El segundo dato lo evaluamos com o irrele­
vante ante la alta perturbación conservacional de este registro.
9 — La falsa bóveda atesora una frecuencia media de 33% como
resolución de cierre de tumbas y del 80% en las presuntas
collcas.
10 — Los cierres planos apenas alcanzan el 7% en las muestras funera­
rias, y están ausentes en los almacenes y en las tumbas relocali­
zadas. Se deduce en consecuencia la mínima participación de
esta técnica arquitectónica.
11 — La ausencia de techumbre co-varía en forma inversa con la falsa
bóveda; su frecuencia media es de 35%.
12 — La mejor cualidad arquitectónica de las construcciones funerarias
se observa en los tipos cuadrangular en falsa bóveda, y circular
en falsa bóveda. Aparecen con mayor frecuencia en los sectores
Inka, al N. y al Occidente de aquel.
13 — No se han registrado tumbas con participación arquitectónica en
los sectores del extremo E. y NE. de la planta urbana, que abarca
las zonas de las coordenadas E. 20 a 39 y N. 2 a 31. Esta locali­
zación coincide con la presencia de alfarería Famabalasto regis­
trada en los recintos 217,572 y 573.
14 — Explicada esta conducta funeraria dentro de los patrones arqueo­
lógicos tradicionales podemos concluir en que existe en ella una
mínima intervención de rasgos provenientes de las tierras bajas o
florestas amazónicas (p.e. inhumaciones de adultos e infantes en
urnas), ausencia de rasgos típicamente altiplánicos (Chullpas de
adobe, criptas o cave burials) y mínima presencia de cerra­
mientos de piedra planos. Esto significa que no hay arquitectura
funeraria Chicha Atacameña, o de alguna otra nación altiplánica
(véase Cap. VI) y que solamente un “ probable chiriguano”
adulto fue enterrado en urna en La Huerta.
15 — Finalmente la bóveda en saledizo resuelve los cierres de tumbas
circulares y cuadrangulares con mayor índice de prestigio social,
tanto de los eventos pre-Inka, Inka como colonial. Esta se asume
como un rasgo clásico de la tradición ideológica-funeraria de los
Valles Mesotérmicos tipo Q ’ ehswa, con un lejano origen
Formativo de los Andes Centrales (p.e. Piruru y Mito). Sus
representantes locales en el N.O. argentino aparecen en el
Formativo Tafí del Valle y perdurarán, com o lo refleja La
Huerta, hasta los mismísimos tiempos de Diego de Almagro (R.
Raffino; 1988; 149 y 194).
Los artefactos

R odolfo R a f f in o y Jo r g e P a l m a

La procedencia de los artefactos de La Huerta de Humahuaca es


variada; ya hemos visto en la sección anterior la relocalización de 26 de las
67 tumbas exploradas por Debenedetti en 1918. Con lo cual una regular
porción de las 692 piezas tecnológicas recobran su lugar en los contextos
arqueológicos. 3
El resto de los artefactos aquí examinados provienen de nuestras inves­
tigaciones de campo y se agrupan en tres categorías:

1 — Artefactos fragmentados — cerámica en su mayoría— obtenidos


en los muestreos de superficie sobre 25 recintos/unidades (5
tomados al azar y 20 dirigidos). Este muestreo fue estratificado
sobre los diferentes tipos de arquitectura de superficie.
2 — Excavación controlada en el depósito de basura L.H.P.S.1
3 — Excavación de los recintos L.H. 190; L.H. 359; y L.H. 360.

Esta nómina tecnológica involucra piezas confeccionadas en alfarería,


metales, madera, textiles, cordelería, lapidaria y hueso. Concierne a múlti­
ples aristas del sistema cultural: armas, adornos, musicalidad, alucinógenos,
religiosidad, trabajos domésticos, almacenaje y transporte.

3 El material orgánico de la colección está siendo examinado por los antropólogos físicos de
la Universidad de Río Cuarto y seguramente su exposición será un calificado aporte al
tema.
1. L a alfarería

Ha recibido atención especial por configurar un producto cultural que


ofrece buenas posibilidades explicativas relacionadas con el diagnóstico del
sitio, su cronología relativa, secuencia temporo cultural, y aún alternativas
urbanísticas y antropológicas; como los diferentes usos de los recipientes,
la diversificación funcional de las panes arquitectónicas que los contienen,
las intensidades y actividades en los usos del espacio intramuros de La
Huerta y la posible distribución étnica en base a la localización de los
diferentes estilos cerámicos en sectores del área de instalación.
La población estadística cerámica examinada, comprende un total de
121 piezas que integran las colecciones del Musco Etnográfico “Juan B.
Ambrosetti” , y del Museo Arqueológico “ Eduardo Casanova” de Tilcara.
Además se agregan 4.375 fragmentos recuperados de la excavación estrali-
gráfica de los depósitos de basura, 169 en los recintos y 4.168 fragmentos
recogidos en superficie. A partir de esta muestra, podemos discriminar el
siguiente detalle de estilos cerámicos;

a) Interior Gris Pulido: (Raffino, Alvis, Olivera. Palma, 1986).


Otras denominaciones: Interior Negro Pulido (Madrazzo. 1969).
Juella Negro y Rojo (Cigliano. 1967).
La cocción es oxidante por fuera, y rcductora por dentro. La superficie
es de color rojo o gris en el exterior, mientras la interior es gris muy pulida
o bruñida, de color brillante intenso, que adquiere por el pulido y, en
algunos casos, por una especie de grafitado.
Las formas consisten en pucos subhemisféricos clásicos (forma 1) y de
borde ligeramente restringido (forma 3), en los que aparece asociado al
estilo Poma Negro sobre Rojo. (Fig. 4.2 y 4.3).
Su presencia en La Huerta alcanza al 3,3% de las piezas completas, al
0,6% de las recolecciones de superficie, y al 4.2% en el depósito de basura
(promedios totales).

b) Poma Negro sobre R ojo: (Bennett, Bleiler, y Sommer, 1948).


Otras denominaciones: Poma bicolor (Cigliano, 1973).
La cocción es oxidante, de superficie rojo oscuro o negro pulido
interior y rojizo a naranja en el exterior.
Sobre superficies pulidas, la decoración externa consiste en bandas de
color negro ondulante sobre fondo rojo; puede complementarse de acuerdo
con el tratamiento de la superficie interna, con el estilo Interior Gris Pulido.
Figs. 3.4. y 3.3, Formas de los estilos cerám icos regionales
Las formas consisten en pucos subhemisférícos clásicos. (forma 1) y
de borde ligeramente invertido (forma 3). Esta última es la que coincide
con el estilo Interior Gris Pulido.
Su presencia en el sitio es del 11,6% de las piezas completas, del 2%
de los fragmentos de recolección de superficie, y del 2 % de los recoleo
lados en el basural.

c) Angosto Chico In ciso: (Bennett, Bleiler, y Sommer, 1948).


La cocción en atmósfera reductora, con superficies de color marrón
claro, rojo oscuro o negro.
La superficie tratada por alisado, muestra una decoración consistente
en incisiones de guiones, que forman por lo general triángulos con sus
vértices hacia abajo, con las bases junto al cuello y paralelas a éste.
Las formas consisten en ollas subglobulares, (forma 6 ) y jarras simples
(forma 9). Su presencia alcanza al 3,3% en piezas completas, y al 0,2% en
el basural.

d) H ornillos N egro sobre R o jo : (Bennett, Bleiler, y Sommer, 1948).


La cocción es oxidante con superficies rojizas, alisadas y decoradas en
negro sobre fondo rojo, con motivos com o el reticulado sobre áreas triangu­
lares o rectangulares. Los pucos presentan una división interna bipartita o
cuatripartita, con bandas reticuladas o líneas paralelas.
Las formas son pucos subhemisféricos clásicos (forma 1), pucos
troncocónicos (forma 4), ollas subglobulares (forma 6 ), ollas compuestas
(forma 7), y yuros (forma 8 ).
Su presencia es del 9.9% de las piezas completas, interior al 3% de los
fragmentos de superficie y del 0 ,6 % de los fragmentos del basural.

e) Tilcara N egro sobre R o jo : (Bennett, Bleiler, y Sommer, 1948).


La cocción es oxidante, con superficies rojizas, tratadas por alisado o
pulido; en éste último caso toma una coloración borravino. La decoración
es en negro sobre ro jo con triángulos, paneles reticulados, ganchos,
dameros, y dibujos de “ manos” , grandes áreas ovaladas con reticulados y
grandes espirales.
Las formas son pucos subhemisféricos clásicos (forma 1), pucos
troncocónicos (forma 4), ollas subglobulares (forma 6 ), ollas compuestas
(forma 7), pelike subglobulares (forma 11), pelike compuestos (forma 12),
y cántaros (form a 13). Su presencia representa el 16,5% de las piezas
completas, ofrece una variación sectorial extrema en los muestreos de
superficie ( 1% en L.H.R.-1 hasta 33 y 50% en los recintos L.H.53 y
L.H.54. Su frecuencia media en el basural P .S .l es del 18% con conti­
nuidad en todas las capas.

f ) Humahuaca-Inka: (Lafón, 1956). Otras denominaciones: Inka Provincial


(Raffino. Alvis, Olivera, Palma, 1986).
De cocción oxidante, la superficie varía entre los colores ante, naranja,
rojizo, y rojo oscuro, con tratamiento de alisado a muy pulido o bruñido.
La decoración consiste en banderines o gallardetes en negro sobre ante,
naranja o rojo; a veces se agrega el blanco. Es mayor el empeño en la imita­
ción de las formas inka, que en la decoración de tipo “ humahuaqueña” .
Las formas presentes son: puco subhemisféríco clásico (forma 1), olla
compuesta (forma 7), pelike subglobular (forma II), cántaro (forma 13),
aribaloide (forma 14), y plato pato (forma 15).
La presencia del estilo Inka Provincial en La Huerta es discontinua,
con variaciones de significación dentro del área de intramuros. Co-varía
positivamente con el dato arquitectónico, por cuanto el porcentaje más
elevado, se registra en el ed ificio Inka L.H .190 (7 % ). Entre las piezas
completas oscila en el 10 % , y en el basural aparece recién a partir de la
capa XI, con promedios de 2% por capa.

g ) Grupo Chicha: (Raffino, Alvis, Olivera, Palma, 1986).


Otras denominaciones: Estilos Chicha (Ibarra Grasso, 1967),
Estilos Yavi (Krapovickas, 1970).
La cocción es oxidante, superficie naranja, rojiza o ante, y tratamiento
de superficie por alisado y pulido, a muy pulido. Comprende las siguientes
variedades: Chicha Morado, Chicha Naranja Natural (o Portillo Ante Liso),
Chicha Morado sobre Naranja (o Portillo Morado sobre Ante), Chicha Negro
sobre Morado y Naranja (Yavi Chico Polícrom o) y Portillo Polícromo.
Las formas que encontramos en La Huerta son pucos con punto de
inflexión en el borde (forma 2), puco subhemisférico restringido (forma 3),
pelike subglobular (forma 11), y cántaro (forma 13).
Su presencia alcanza entre las piezas completas un 5,8% . Co-varía
solidariamente con la alfarería Inka Provincial, tanto en los muestreos de
superficie com o en las excavaciones. También en su aparición estratigráfica
en el basural P .S .l, en el que junto al estilo Inka, ocupa las 11 capas
superiores y con promedios de 3,5%.

h) M onocrom o R ojo:
La cocción es en atmósfera oxidante, con superficie rojo oscuro y trata­
miento por alisado. Se presenta en las formas: 1 , 3 , 4 , 6 , 8 ,1 0 ,1 1 , y 15. Su
registro en el sitio alcanza al 2 3 ,1 % d e las piezas enteras, al 3 2 ,2 % de la
recolección de superficie y al 18,6% en el basural.

i) Ordinario:
Este grupo com prende una muestra subdividible en tipos con las formas
1,4,5,6 , 8 ,9 ,1 0 , y 11. Su presencia alcanza al 3 0 ,6 % de las piezas com pletas,
al 442% de los tiestos de su perficie, y al 5 0 % de lo s del basural.

j) Otros estilos
Se registran piezas enteras d e com portam iento intrusivo.Entre ellas un
cántaro atribuible al e s tilo Q u eta n e g r o so b re ante r o jiz o c o n puntos
blancos (form a 13) c o n o c id o c o m o “ P eñ a C o lo ra d a c o n puntos”
(Deambrosis y D e L oren zi; 1975). U n pelike del estilo potosino Uruquilla o
Colla Quillaquila (Ibarra G rasso y Q uerejazu; 1986). Estas piezas, así co m o
fragmentos de tip o L a F ortuna m o r a d o (variante region a l del Grupo
Chicha) hallados en e l basural, revelan contactos co n la Puna de Casabindo,
Rinconada a sí c o m o c o n C h u q u isa ca y P o to s í ya señaladas en aportes
anteriores (R affin o y c o l. 1986).
El estilo Queta tiene su m áxim a popularidad estadística en los sitios
Inka locales R in co n a d a y Q u eta , c o n una d ifu sió n hasta la puna de
Pozuelos, C an grejillos y T oroa ra (L a Q u ia ca ). S e trata de una alfarería
propia del área de C asabin d o-D on cellas, culturalmente ligada a los pueblos
de “ casavindos y c o c h in o c a s ” etnoh istóricam en te referidos y que serán
tratados más adelante.
Esta alfarería aparece en en cla v es Inka del L a g o A ullagas c o m o Oma
Porco, tras una ausencia en e l área C h icha de Talina y Suipacha. Seguramente
esta p resen cia, lu e g o d e una a gu d a d iscon tin u id ad , o b e d e z ca a desplaza­
mientos de mitimaes p o r indu cción Inka.

2. Los artefactos de madera


a ) La a bsorción d e a lu cin óg en os:
Una práctica ritual extendida en e l m undo andino, es la del consum o de
a lu cin ógen os, com ú n m en te den om in ada “ c o m p le jo d e rapé” . En un
com pendioso inform e, Bittman, L e Paige, y N úñez A ten cio (1978), detallan
las piezas que com pon en e l eq u ip o necesario a estos fines: tabletas y tubos
de inhalar; espinas d e cactáceas para limpiar el tubo; mortero de madera
para m oler a lu cin óg en os; cajita de cerám ica, madera o hueso, o bolsita
tejida, para guarda e l p o lv o ; espátula de hueso o madera para depositar el
alucinógeno en la tableta, y b olsa d e lana para tod o e l equipo.
Fig. 4.1. Tableta de madera para alucinógenos procedente de La Huerta y
Los Amarillos
En las tumbas de La Huerta se registran dos tabletas de inhalar de
madera con tallados zoom orfos estilizados (un felino y un camélido), un
tubo de inhalar de madera conteniendo en su interior las espinas destinadas
a su limpieza y seis espátulas de hueso.

b) Los keros y sus síntom as de prestigio:


Merecen un párrafo especial porque son de neto corte Inka y son
señalados c o m o síntoma de prestigio social de sus poseedores. Están
relacionados con las prácticas ceremoniales, libaciones de chicha y los
sacrificios de camélidos domésticos, que en ocasiones aparecen represen­
tados en los propios ejemplares provenientes del Cuzco.
Aparecen, excluyentem ente en el sector Inka de La Huerta, en las
tumbas L.H.T. 94 y L.H.T. 8 8 . Se trata de seis ejemplares correspondientes
a los siguientes tipos de L. Núñez (1963): Tipo I “ sencillos (3). Tipo XV
“Laqueados” (2). y T ip o X V I “ grabados geométricos” (1).
Vinculado con el m ism o tenor, en L.H.T. 94 aparece también una talla
de cam élido d om éstico en madera, que revela un calificado dominio
técnico.

c) A ctividades dom ésticas:


La madera cob ró un rol destacado en diversas actividades rutinarias y
testificadas por peines, cucharas, mangos de cuchillos de bronce o “ tumis” ,
platos, fuentes, punzones y cerca de medio centenar de horquetas de atalaje
exhumadas en varias tumbas.

3. La textilería
Son abundantes las evidencias relacionadas con prácticas textiles y
muy escasas las de piezas hechas, seguramente por las características
conservacionales. La mayoría de ellas proviene del sector Inka de La
Huerta, especialmente de la tumba L.H.T. 94, la que parece haber guardado
los cuerpos de tres “ Cumbicamayos” o artesanos textiles, a la vez indivi­
duos de prestigio. D os de ellos poseían sendas tiaras de plata, mientras que
el tercero, aparentemente una mujer, según Debenedetti, se articulaba direc­
tamente con la parafernalia textil.
El registro de esta tumba es francamente prodigio: 6 torteros de
madera, 18 torteros de calabaza, 10 husos completos de madera, y varios
trozos, también de madera, correspondientes a palos de telar vertical En el
resto del sitio se encuentran torteros (“ muyuna”) de calabaza ( 11), madera
( 8 ), y nuez ( 2 ); y dos husos (“ pushka” ) de madera.
Los implementos de telar hallados consisten en palos de telar y ruquis.
Los primeros ("vinasa”) son instrumentos de madera alisada, con un
extremo romo, el otro aguzado, cuya finalidad es " ... apretar la trama al ser
pasada por la urdimbre y así compactar el tejido...” (Perrot y Pupareli,
1983/85:239).
El único ruqui (“ruk’i"), consiste en un metápodo de camélido con un
extremo aguzado que se usó probablemente para apretar los hilos del tejido.

4 — Las armas

En las tumbas alojadas dentro del sector Inka se hallaron tres arcos de
madera de perfil simple y sección circular; cuatro punzones, dos astiles de
flecha, puntas confeccionadas en madera, y cuatro tensores. Puntas de
proyectil para arco, de limbo triangular y base escotada se exhumaron junto
a esquirlas del mismo material en las capas VIII y XII del basural.

5. La lapidaria

La tecnología líti c a en forma de miniescultura debe su presencia al


componente Humahuaca-Inka. Lo más destacable, son dos llamas talladas o
‘i llas” que constituyen verdaderas obras artesanales y que recuerdan a otras
similares halladas por K. Schuel en 1919 y P. Krapovickas (1959), en los
talleres lapidarios Inka de Tilcara.
Las tallas fueron confeccionadas en caliza una, y en arenisca roja la
otra, ésta última de gran plasticidad, que representa al animal echado.
También aparecen pequeños morteros de piedra pulida, un hacha de
“T” y otra de cuello por pulido; puntas de obsidiana de limbo triangular y
base escotada (cuatro en tumbas, y dos fragmentadas en el basural), así
como otras dos de sílice.
En el interior del recinto Nº 360 apareció un mortero de piedra,
circunstancia que se repite en otros sectores con mejor nivel de visibilidad.
Es posible, dada la localización superficial de los mismos, asumir que las
actividades de molienda se efectuaron preferentemente en el interior de los
recintos de los estratos 2 a 4. Esto significaría una actividad remitida al
ámbito del espacio familiar y no en recintos de grandes dimensiones como
los que caracterizan al estrato (Nº 1, 356, 368, 341 y 390). Conviene
reiterar que en estas grandes kanchas no aparecieron señales visibles en
superficie de implementos destinados a actividades de molienda que permi­
tieran una atribución funcional de esta índole.
Fig- 4.2. Tableta de madera para alucinógenos procedente de La Huerta y
Los Amarillos
6. La metalurgia

Los artefactos de metal se expresan en forma de piezas suntuarias y


adornos destinados al uso personal. Las piezas terminadas evidencian un
proceso de elaboración por martillado y la técnica metalúrgica por fundi­
ción sobre metales com o el oro, la plata, y el cobre, con aleaciones con
estaño y arsénicos, para generar el bronce.
El oro es el metal más fácil para trabajar por martillado, dado que es
muy blando y no necesita ser recocido con posterioridad. En cam bio la
plata es más blanda, pero debe ser recocida, pues es muy quebradiza al
trabajarse en frío. El cobre es algo más duro que el oro y debe también
recocerse, porque es quebradizo; luego del martillado adquiere gran
dureza.
Con el fundido y vaciado aparecen las aleaciones; no obstante la
práctica del martillado no desaparece, dado que es complementaría y aun
supletoria con respecto a la del fundido. El bronce de alto tenor (5 a 10% de
estaño), endurece tres veces más por martillado que por fusión, y el de baja
proporción de estaño (menos del 5% ), tres veces y media. La ventaja del
trabajo por fundido de bronce, es cuando la aleación se efectúa con un
metal de fusión más baja, se licúa a una temperatura que facilita su
moldeado.
Las oscilaciones en el porcentaje de estaño, han sido destacadas en la
Quebrada de Humahuaca (Cigliano, 1967), y en los Valles Calchaquíes
(González, 1979). Estas parecen evidenciar un alto nivel de variabilidad
regional y cronológica a partir del Formativo Superior. Esto quizás pueda
adjudicarse en parte a diversas alternativas que pesaron para obtener las
conocidas temperaturas, tales co m o 1083°C para el fundido del cobre,
1063°C para el oro, o 960°C para la plata, y además con la sola ayuda de
simples sopladores.
Los artefactos de metal se concentran en el sector Inka de La Huerta
(A ), en un síntoma de cóm o pesaban éstos en la posición de prestigio de los
individuos que los guardaban en vida, y se acompañaban de ellos en su
muerte. Las tumbas 8 3 ,8 7 , 8 9 ,9 3 , y 94 atesoran láminas, vinchas y topos
de plata; alfileres y una vincha o tiara de oro; mientras los bronces atesoran
cinceles, topos, hachas en “ T " campanillas, anillos, cuchillos (tumis) y un
disco laminar.
7. M etales, m a d e ra s, p ie d r a s s e m ip re cio s a s y e co fa cto s en
los a d orn os c o r p o r a le s

La producción de estos artefactos fue abundante y requirió la utiliza­


ción de todo tipo de materias primas. Aparecen colgantes con agujero de
suspensión en o ro ( 1), y co b re ( 2 ); vinchas de plata repujada; discos
repujados con agujeros de suspensión de plata ( 1), y de bronce ( 2 ); collares
de cuentas de caliza (3 ) y de malaquita (1). C o m o producto de contacto con
el europeo aparecen collares co n cuentas venecianas (3 ), de malaquita,
canutillos de cobre y cuentas venecianas ( 1) y un anillo de cobre.
Los adornos más frecuentes fueron los topos o alfileres para sostener
los vestidos. Fueron hechos en plata (5), bronce ( 6 ), cobre ( 6 ), cobre y plata
(4), madera (1), y hueso (1). También se registran cascabeles fabricados en
cobre (3), y en nuez con semillas (1).

8. Utensilios de uso ordinario


Son variadísimos p or su materia prima, m orfología y manufactura. Hay
peines de oro (3), madera (4 ), y hueso (1 ); cinceles de plata (1), cobre (2), y
bronce (4, enm angados en m adera); tum is de bron ce (2 ); cucharas de
madera ( 11); recipientes de madera ( 1); calabazas pirograbadas (2 , una con
decoración de triángulos, y otra con cabeza de felino); punzones de madera
(4) y hueso (1); y tarabitas u horquetas de atalaje de madera (34).

9. Los instrumentos musicales


Se destacan tres com etas de hueso compuestas de tres tramos: boquilla,
tubo, y campana (una de ellas p rocede de L.H .T. 9 4). Se ensamblaron entre
sí con la ayuda de sustancias resinosas. Una de ellas presenta decoración
grabada de círcu los, a v eces v a cíos, otras co n punto grabado interior y
bandas de reticulados. H ay tam bién silbatos elaborados de madera (1),
hueso ( 1), y calabaza ( 1).

10. Los artefactos, su distribución espacial,


y la diversifícación étnica de la población
Los exámenes estilísticos y m orfofuncionales sobre la arquitectura y
los artefactos recuperados, desgranan y contrastan hipótesis sobre el uso del
espacio intramuros, la distribución de actividades, la probable diversifica-
ción social, cronológica y com posición étnica de la población urbana de La
Huerta. Sobre el último de los aspectos, los estilos alfareros aportan expli­
caciones de fuste a partir de su distribución dentro del espacio urbano.

A. Estilo lnka P rovin cial

1 — Se trata sin excepción de cerámicas locales que copian formas y,


en m enor m edida, diseñ os decorativos cuzqueños. N o existen
piezas de cerám ica importadas en los ajuares funerarios, tampoco
en muestreos de superficie, del basural ni edificios excavados.
2 — L os porcentajes de tiestos Inka Provincial, son muy bajos en los
edificios muestreados y en el propio cam ino Inka a intramuros de
La Huerta.
3 — Estas frecuencias crecen en los edificios Inka, circunstancia que
contrasta favorablemente el diagnóstico arquitectónico, dado que
p rovien e d e un secto r o cu p a d o p or estructuras de filiación
cuzqueña.
4 — L o s tiestos Inka P rovin cial n o aparecen en las capas más
antiguas del basural P .S .l. L o hacen recién a partir de la capa XI
— evento IV de la matriz estratigráfíca— hasta la superficie. Sus
frecuencias oscilan entre 0,7 a 4 ,7 % por capa. Llama la atención
que la intrusión del estilo se produce en una capa que recibió
d esp erd icio s d e un e p is o d io sig n ificativo — una gran
quem azón— , dada la alta concentración de carbón y ecofactos;
además de una dism inución en la cantidad de tiestos.
5 — La presencia cron ológ ica m en te tardía y porcentualmente más
elevada d e lo s tiestos Inka en el basural P .S .l., y sector “ A ” ,
coin cide con los registros de la excavación del edificio N° 190
situado den tro d el m ism o sector, a un lado de la destruida
Kallanka Inka. Y a hem os explicado que la construcción de este
e d ific io , d e b ió correspon der a un m om ento avanzado, coin ci­
dente co n los fechados 580 ± 80 a.p., dado su escaso sedimento
cultural. A dem ás dentro de él se obtuvo la mayor frecuencia de
tiestos Inka Provincial, de todo el sitio (6,9% ).

B. G rupo C hicha

Este grupo abarca un com p lejo que hem os dividido en 5 variedades. Se


trata d e un e s tilo d e am plia distribución regional p or las provincias
bolivian as d e N o r y Sud C h ichas en el Departamento de Potosí. A llí
aparece con abrumadora frecuencia en las instalaciones Inka de
Chipihuayco, Chuquiago, y Chagua. Estas frecuencias son también
elevadas en algunos tambos imperiales del extremo boreal Argentino, como
Calahoyo Chico, Pozuelos, y Toroara. Luego decrecen a medida que
avanzamos hacia el universo Humahuaca, y por la Quebrada del Toro
salteña. En esas regiones asumen el rol de alfarerías intrusivas o alóctonas,
transportadas o manufacturadas por quienes cumplían funciones de trabajo
por tumos al servicio del estado Inka.

1 — La frecuencia de aparición Chicha en muéstreos de superficie


duplica porcentualmente la registrada para el estilo Inka
Provincial; a excepción del sector ocupado por arquitectura Inka
donde ambos aparecen con frecuencias similares (4 y 4,7%).
2 — Las frecuencias más altas del estilo Chicha Potosino, se observan
en los recintos N° 190, 360, 472, 475, y en la calzada Inka del
sector N. de la instalación con promedio de 8 a 39%
3 — En el basural P.S.l. los tiestos Chicha aparecen a partir de los
mismos niveles donde irrumpe el estilo Inka Provincial, desde
fechas absolutas de 580 ± 80 a.p. Sus frecuencias medias oscilan
entre el 2,1% (capa III) hasta 7,9% (capa I). Este último significa
la frecuencia más elevada de alfarería Inka en el basural y se
ubica en pleno S.XVI.
4 — La distribución y frecuencia de la alfarería Chicha derivan de
tres aspectos relevantes:
a) Se trata de un estilo tardío que irrumpe con la alfarería Inka
Provincial y perdura hasta el abandono del sitio en tiempos
históricos.
b) La frecuencia más elevada se registra en las muestras colec­
tadas en la mitad N. de la instalación, en los sectores de trazado
planeado en damero regular y visiblemente más tardíos.
c) La frecuencia más elevada de alfarería Inka aparece en el
recinto 190 del sector A . Esto explica una coexistencia de
tiestos Chicha e Inka Provincial en los edificios construidos
con técnica arquitectónica cuzqueña, y una mayor frecuencia
de uso de vasijas Chicha en relación a las Inka Provincial.

C. Famabalasto negro sobre rojo

1 — Se trata de un estilo exótico cu yo origen ha sido detectado en


regiones meridionales del N .O. Argentino; co m o los valles de
Fig. 4.4. Pucos de cerámica de La Huerta. 1/6 Hornillos negro/rojo (N° 25032 y
24992 tumbas 76 y 75); 2, Isla; 3/4/5 Tilcara negro/rojo (tumba 73)
Yocavil, Andalgalá, y cuenca del Salado-Dulce, en Santiago del
Estero (Cigliano, 1958). Su presencia es también positiva en la
Quebrada del Toro, y el oasis puneño de Antofagasta de la
Sierra. Pero siempre bajo frecuencias muy bajas.
Su lacónica frecuencia dentro de La Huerta lo confirma com o un
estilo intrusivo. Aparece en tres recintos (N° 572, 573, y 217)
situados al oriente y S. de la instalación. Está ausente en las 26
tumbas localizadas y en el basural P.S. 1.
2 — Sobre este estilo pesan similares explicaciones que para el Poma
Negro sobre R ojo. Esto es, una alfarería tardía que alcanza una
relativa y discontinua difusión por “ islotes” regional izados por el
N.O. Argentino y bajo responsabilidad de los Inka (m ovilidad
por mitas). Bajo esta circunstancia se explica su presencia en dos
barrios muy definidos de La Huerta.

D. Cerámica hispánica

Su presencia es diagnóstica del tercer com ponente cultural de La Huerta,


correspondiente al lapso Hispano-Indígena y merece dos reflexiones:

1 — De la muestra total de artefactos, la alfarería de filiación hispá­


nica aparece sólo en dos recintos, Nº 217 y 472 y se trata de
registros superficiales.
2 — Los materiales hispánicos fueron registrados por S. Debenedetti,
en las tumbas N° 8 9 ,9 0 ,9 3 , y 94 (segmentos de collares confec­
cionados con cuentas de vidrio). Aparecen también en forma de
ecofactos en las capas superiores del basural. Su existencia
dentro de las tumbas del sector “ A ” , ocupado con arquitectura y
tiestos Inka Provincial, sugiere síntomas de prestigio personal,
orientado en vida por quienes fueron sus habitantes, a la vez que
una continuidad de ocupación entre el H orizonte Inka y los
primeros momentos del período Hispánico-Indígena.

E. Estilos Humahuaca

1 — Los estilos locales, Tilcara Negro sobre R ojo, Humahuaca R ojo, y


Humahuaca Ordinario, dominan las frecuencias de todas las
muestras, tanto superficiales com o en las excavaciones contro­
ladas.
2 — Los Tilcara Negro sobre R ojo, Interior Gris, H ornillos Negro
sobre R o jo , Humahuaca R o jo , y Humahuaca Ordinario, aparecen
desde la base del basural, por lo cual son claramente preexis­
tentes a la introm isión Inka.
3 — Las frecuen cias m edias relativas para e l T ilcara N egro sobre
R o jo oscilan sobre e l 20% en el basural P .S .l. desde la base del
m ism o. En los mue streos de superficie entre el 4 % , registrado en
el sector Inka, hasta valores extrem os de 33 y 50% , dentro de los
recintos N° 53 y 54 del sector sudoriental. Estos ed ificios perte­
necen a la original ocu pación de La Huerta, con preponderancia
de cerám icas loca les y pre-Inka.
4 — L os estilos H ornillos N egro sobre R o jo , y A ngosto C hico Inciso,
ostentan p resen cias d iscon tin u as y , cu an do éstas ocurren,
frecuencias m uy bajas en el basural P .S .I., H ornillos sólo un par
de v eces supera e l 5% (capas X III y X IV ). A ngosto C h ico es
inferior al 1% en cin co capas, entre la II y X II. Esta disconti­
nuidad y baja frecu en cia se reitera en los muestreos de super­
ficie , donde nunca superan e l 1%.
5 — M enor aún que la d e lo s anteriores es la frecuencia d el estilo
A lfarcito P olícrom o.
6 — El Humahuaca R o jo aparece con frecuencias que oscilan desde el
14 al 23% en el basural P .S .l. y del 18 al 33% en los muéstreos
de superficie.
7 — La alfarería ordinaria prevalece en el basural P .S .l. con frecuen­
cias que varían entre e l 37 a 63% y entre 30 a 60% en superficie.
8 — L os tiestos pertenecientes a vasijas ordinarias de formas globu­
lares son excluyentes en e l corral 1. Su elevado índice de fractura
en rela ción a lo s restantes tip os puede interpretarse com o
p rod u cto d e actividades d e carga-transporte-descarga de estas
vasijas sobre cam élidos.
9 — U na v isió n estad ística g lob a l sobre la p oblación cerám ica
advierte un n otorio predom inio de las formas de pucos y cántaros
globu lares. La an alogía etn ográfica, extrapolada tanto de
com u n idad es actuales d e H um ahuaca co m o de P otosí, nos
ex p lica sobre lo s u sos de estos recipientes. L os pucos fueron
usados para com er y lo s cántaros para almacenamiento (en las
pequeñas cocin as y habitaciones) y para el transporte.

F. Poma negro sobre rojo

1 — S e registra a partir d e la capa X II d el P .S .I. y siem pre con


Fig. 4.5. Torteros de madera (tumbas 86 y 94; N° 25586/25432) puntas de obsidiana
(P.S.I, capas VIII y XII); 5, topo de bronce (tumba 94, N° 2496); 6, collar
(tumba 93; N° 25560)
frecuencias que oscilan entre 1 a 2% . Este es un estilo tardío
localizado en Tastil de la Quebrada del T oro y N. del Valle
Calchaquí, incluyendo el extremo S. de Bolivia donde aparece
con bajas frecuencias en sitios imperiales y pre-Inka (Raffino y
col. 1986). El Poma tastileño parece alcanzar su mayor difusión
espacial estimulada por el Tawantinsuyu, quizá por movilidad de
mitas.
2 — Estas frecuencias bajas se reiteran en el edificio Nº 190 (2,3 % ) y
persisten en los muestreos de superficie en un 2%. La excepción
a estas m edidas provienen del sector Inka donde alcanza un
porcentaje de 2,6% y acompaña a la mayor frecuencia de tiestos
Inka Provincial de La Huerta. Por ello la sugerencia de una
responsabilidad Inka en la difusión del estilo Poma.

11. Los artefactos de madera y metal como indicadores de


prestigio y actividad
El hallazgo de piezas excepcionales en las tumbas de La Huerta
indican por un lado síntomas de diferenciación social, y por el otro la diver­
sificación de actividades por quienes los poseyeron en vida.

1 — L os artefactos de madera de formas e iconografías adjudicables a


estilos cuzqueños aparecieron en las tumbas del sector Inka. Se
trata de las T-88, T-89, T-90, T-91, T-93, y T-94, (Debenedetti,
diario de viaje, 1918, págs. X LV y ss.).
2 — Sobresalen ejemplares de factura Inka, exóticos en los contextos
artefactuales preexistentes y que aparecen también, con baja
frecuencia, en otros sitios de Humahuaca ocupados por el
Tawantinsuyu, com o Campo Morado, Yacoraite, Peñas Blancas
y Tilcara. Dentro de esta categoría se encuentran cuatro keros,
m oluscos del Océano P acífico, y el ejemplar que reproduce la
imagen de un cam élido que rememora piezas halladas en el taller
lapidario de Tilcara.
3 — En 4 de las 7 tumbas alojadas en los edificios Inka aparecen unos
50 torteros, varios husos, un telar de madera, e instrumentos
vinculados con el tejido (Debenedetti, menciona 24 torteros y 10
husos com pletos en la tumba 94; seis torteros en la tumba 90;
dos torteros, un peine, y un cuchillón en la tumba 88, y “ varios"
torteros más en la tumba 93).
La posición de las tumbas 93 y 94, dentro del grupo de edificios
construidos con técnica cuzqueña, así com o los signos de una
intensa actividad textil, conducen la constatación favorable de la
hipótesis de un locus de actividad de artesanos textiles o "cum bi-
camayos” . En la tumba 94 el instrumental textil se hallaba ubicado
dentro de un cesto de paja y puesto al lado del esqueleto femenino.
4 __ Junto a esta discriminación de oficio, los síntomas de prestigio
quedan expresados por la presencia de dos vinchas de plata
adheridas a los cráneos de sendos individuos adultos masculinos
(las vinchas com o símbolo de cacique o mallco) y junto a ellos
cinco topus de bronce, 2 de plata, collares y alfileres de oro entre
más de un centenar de piezas de ajuar.
5 __ otros artefactos de metal, madera, cerámica, ecofactos en conchas
exhumados para las tumbas del sector “ A ” reiteran la contrasta-
ción favorable de la hipótesis que partió del dato arquitectónico
sobre la posición social de sus ocupantes. Entre ellos los ya mencio­
nados adultos de la tumba 94 sus vinchas de plata en los cráneos; y
el restante adulto— presumiblemente femenino— con su collar de
cuentas de vidrio y el cesto con abundante parafernalia textil. De
esa tumba provienen asimismo 2 keros y la llama tallada en madera
junto con arcos, palos de telar, cucharas y silbatos de madera;
moluscos del Pacífico (“ Mullu”) recipientes de calabazas pirogra-
badas; 10 instrumentos de oro, plata, y bronce, más 28 piezas
completas de cerámica.
La riqueza de la tumba 94 puede solamente parangonarse con su
congénere N° 88, ubicada a un costado de la pequeña kallanka.
Uno de los dos adultos depositados debió ostentar en vida un
rango conspicuo, dada la presencia de una tercer vincha de plata
adherida a su cráneo; además de 2 keros cuzqueños y 4 topos de
plata y bronce, entre otras prendas del ajuar. La arquitectura de
esta tumba además atesora una estupenda ejecución en sus
paramentos y cierre en saledizo.
6 — La contraparte de estos pródigos depósitos funerarios alojados
dentro de los edificios Inka se encuentra en los 71 casos regis­
trados en otros ámbitos de la instalación. En ellos son ostensibles
la simplicidad y escasez de ofrendas. Fuera de los edificios Inka
solamente una tumba podría competir con las mencionadas; la N°
73, situada en el interior del recinto N° 248 y perteneciente al
tipo cuadrangular con bóveda en saledizo. Contenía cinco indivi­
duos adultos acompañados por 26 piezas de ajuar, entre las que
se cuenta un puco ornitomorfo Inka Provincial (N° 25.122).
Especificaciones:

L.H.R-1. Estrato 1, Sup. 2000m 2. 50 m . E .O ,40m .N -S.


L .H.R-185. Estrato 1. Sup. 232m 2,1 5 ,5 m .E -0 ,1 5 m .N -S .
L.H.R-54. Estrato 2. Sup. 45,5m 2, 6.5 m E -O ,7m . N -S.
L.H.R-53. Estrato 2. Sup. 41m 2,7 ,5 m . E -O ,5,5m . N -S.
L.H.R-217. Estrato 2 , Sup. 82m2.
L.H-219. Estrato 2 . Sup. 27,5m 2,5 m . N -S. 5,5m . E-O .
L.H .R-572. Estrato 2 . Sup. 55m2.5 m . E -O , 1 lm . N -S.
L.H .R-573. Estrato 2 . Sup. 30m 2.5 m . E -O , 6m . N -S.
L.H .R-472. Estrato 2. Sup. 75m 2,1 2,5m . E -O , 6m. N -S.
L .H R -475. Estrato 3. Sup. 20m2.5 m . E -O , 4m . N -S.
L.H .R-414. Estrato 2. Sup. 30m2.5 m . E -O , 6m . N -S.
L.H .R-415. Estrato 3. Sup. 25m 2. 5x5.
Calzada N O. segm ento de cam ino Inka en E12-N13 a 17. Sup. 90m2. Area
582. extramuros de fachada principal de ed ificio Inka. Sup. 204m2.
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Capítulo II. Parte Cuarta

Petrografía y difractometría de la cerámica


Inka del Kollasuyu

Ro do lfo A. R a f f in o , A d r iá n M. Iñ íg u e z R o d r íg u e z y M arcelo M an assero

El propósito de estos exámenes fue determinar mediante estudios


mineralógicos y petrográficos específicos, el manejo cultural en la captura
y selección de los materiales plásticos y antiplásticos para la manufactura
de las cerámicas arqueológicas.
Las muestras provienen tanto de La Huerta, com o de una serie de
instalaciones inka reconocidas en cinco regiones distantes entre sí, aunque
ubicadas todas dentro de los llamados Andes Meridionales o etnohistórica-
mente en la antigua provincia de Kollasuyu. Estos sitios Inka están
ubicados en el extrem o N O. del territorio Argentino y en el altiplano
central y austral de Bolivia.
Los interrogantes planteados al inicio del presente estudio fueron:

1 — Si el estilo cerám ico denominado Inka Provincial es importado


de otros ámbitos, o bien se trata de piezas manufacturadas local­
mente copiando un m odelo básico introducido por el Inka del
Cusco.
2 — Si los estilos locales, manufacturados por las culturas " recep-
toras” presentan diferencias petrográficas regionales entre sí, y si
esas diferencias covarí an con el sustrato geológico regional.
3 — Si las pastas Inkas son similares a las pastas de las cerámicas
locales, con las que se hallan respectivamente asociadas en cada
sitio.
4 — Si estas similitudes y diferencias entre la composición petrográ­
fica de las pastas covaría en forma directa o inversa con las
registradas a nivel estilístico (formas y decoración).

De este modo, la problemática a resolver se presenta segmentada en


cuatro grandes variables:
a) Conducta de los estilos cerámicos Inka y regionales.
b) Reflejo de la articulación entre conquistador y conquistado.
c) Articulación entre estilo cerámico y composición de la
materia prima.
d) Tiempo en el cual todas estas variables se pusieron en juego.
Esta última variable es conocida, ya que la totalidad de las
muestras analizadas pertenecen, en términos arqueológicos, al
llamado período de expansión y dominio Inka, con una
posición cronológica entre los 1470 y 1535 años d.C.

El estudio comprende al análisis mineralógico de 56 muestras de


cerámica provenientes de las localidades de Humahuaca e Iruya de
Argentina, y Talina-Poopo de Bolivia en Fig 5.1 y cuadros 4.1 y 4.2. Un
total de 23 muestras de material arcilloso fueron analizadas por difracción
de rayos x y otras 33 muestras de material arenoso fueron estudiadas por
medio de la petrografía óptica.
El análisis composicional de las cerámicas resulta de gran interés, ya
que su variación permite realizar inferencias acerca de los materiales utili­
zados, características estilísticas y sus procedencias relativas de acuerdo a
las zonas donde fueron halladas.

Análisis difractom étrico: metodología


La composición y abundancia relativa de los argilominerales presentes
en las cerámicas fueron determinados por difracción de rayos x, utilizando
un equipo Philips, con radiación Kd de Cu con goniómetro vertical,
constante de tiempo 1 seg y con conteo de 50.000 cuentas/seg.
Los dífractogramas fueron obtenidos sobre muestra total en polvo, lo
que permitió determinar, además de las arcillas, a los otros minerales
asociados. Los argilominerales detectados con sus correspondientes
abundancias relativas se detallan en el cuadro 4.3.

Técnicas analíticas
Un resumen de los procedimientos seguidos para la preparación de
muestras normales se detalla a continuación:
Preparación de las muestras
Se muele la muestra hasta que la totalidad pasa por un tamiz 270,
luego se procede al llenado del porta muestras de aluminio y a su compac-
tación de acuerdo a las técnicas convencionales. Este portamuestras con el
material a analizar es el que se coloca en el equipo para la obtención del
difractograma correspondiente.

Análisis cualitativo
La lectura de los diagramas de difracción de rayos x permite obtener
los valores de los espaciados de familias de planos atómicos de cada
mineral, lo que, a su vez, permite identificarlos, aunque en el caso de los
argilomineralcs, hay valores que se superponen. Este problema se resuelve
con el uso de tratamientos especiales efectuados a las muestras orientadas
antes del análisis difractométrico. que producen el desplazamiento y/o
destrucción de algunos picos de los argilomineralcs, que son distintivos de
cada uno de ellos. Estos tratamientos son la glicolación y la calcinación; en
este caso no fueron aplicados, pues las mismas no presentaron mayores
variaciones ni dificultad en la individualización de las especies minerales
presentes.

Análisis sem icuantitativo


La abundancia relativa de los minerales de las arcillas puede estimarse
a partir de las intensidades de los picos de difracción, ya que las mismas
son directamente proporcionales a la concentración del componente
mineral que las produce, si antes tenemos en cuenta las siguientes conside­
raciones:

1) Si las líneas de difracción sufren ensanchamiento debido al pequeño


tamaño de las partículas o a la mala cristalinidad, la medición de la
intensidad de los picos no servirá para una buena estimación de la
proporción presente.
2) Si el tamaño de grano de la muestra no es suficientemente pequeño
(menor a 5 micrones), se produce un error relativamente grande en
la medición de la intensidad de los picos debido al reducido número
de partículas que contribuyen a la difracción para un ángulo deter­
minado.
3) Un factor adicional a considerar, antes que los datos de intensidad
puedan ser comparados en forma directa, es aquel que no depende
del tamaño de grano como en los casos anteriores, sino que depende
del valor del ángulo 2 8 de difracción en relación a la posición de
los planos (001) según la función scnothila (Johns et al, 1954). A
causa de este factor, los valores de intensidad de la illita-caolinita-
montmorillonita-clorita-cuarzo-feldcspato deben ser multiplicados
por un factor de corección de 4-2-1-2-1.3-2 respectivamente, antes
de proceder a la comparación directa de las intensidades de los
picos para su estimación cuantitativa.

Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, la intensidad de


difracción integrada puede ser medida utilizando dos métodos diferentes;
midiendo el área encerrada por los picos y sobre el fondo estimado, o
tomando el producto de la altura del pico por su ancho medio (Norrísh y
Taylor, 1962). En este estudio se utilizó el primer método con la estimación
de las abundancias de los argilominerales en cuatro categorías: muy escaso
(0-25% ), escaso (25-50% ), abundante (50-75% ), y muy abundante (75-
100%). Este método fue elegido debido a que proporciona resultados
rápidos y ajustados sin la necesidad de curvas de calibración que se utilizan
con muestras estándar.

R esultados
En las muestras de cerámica estudiadas se observa claramente la
presencia de una asociación característica de cuarzo-illita-feldespato, como
minerales más abundantes, común a todas las muestras.
Se destaca, sin embargo, que durante el proceso de cocción y calcinado
de las cerámicas, algunos argilominerales de importancia como por ejemplo
las esmectitas y la caolinita por acción del calor sufren variaciones, así la
caolinita a más de 550 grados destruye su estructura, se amorfisa y las
esmectitas se contraen a 10 A. superponiéndose con el pico de illita, esto
dificulta la determinación composicional inicial del barro utilizado para
dichas cerámicas y hace que nuestros resultados tengan sólo un valor
relativo para determinar la procedencia del material empleado, si se tiene
en cuenta sólo la mineralogía de arcillas.

A nálisis petrográfico
Un grupo de 33 fragmentos del total de 56 fue seleccionado para reali­
zar cortes delgados y obtener información más precisa sobre su procedencia
regional. Estas muestras de cerámica procedentes de las regiones de
Humahuaca, Iruya, Talina y Poopo que fueron analizadas petrográficamen­
te en el curso de este estudio, con un análisis modal de los constituyentes
principales, se asignan y distribuyen de acuerdo a los cuadros 4.4 y 4.5.
En cada corte delgado fueron identificados 200 gramos de los distintos
componentes, y estos totales fueron recalculados en porcentajes para
establecer la composición modal. Los resultados fueron representados en
diagramas triangulares de composición QFL, (cuarzo-feldespato-líticos).
El análisis petrográfico permitió individualizar a los siguientes consti­
tuyentes principales:

Cuarzo: abunda en la mayoría de las muestras, se presenta como


granos redondeados a subredondeados con extinción recta y ondulante y
con sus típicos colores de interferencia. Los granos monocristalinos pueden
hallarse fracturados y poseer algunas inclusiones.
El cuarzo policristalino. con su textura en mosaico/característica,
bordes rectos, extensión recta a ondulante, y formas clongadas se halla
también representado en estas muestras.
El chert detrítico, como fragmentos de cuarzo microcrístalino, se halla
pobremente representado.

Feldespatos: la plagioclasa es escasa en las muestras de Humahuaca e


Iruya pero abunda en las muestras de las regiones de Talina y Poopo, se la
reconoce por sus formas euhedrales, angulares a subangulares, con maclas
de albita y carlsbad-albita. escasa zonación, y poco alteradas.
El feldespato de potasio abunda en la mayoría de las muestras,
especialmente en las provenientes de la localidad de Humahuaca, presen­
tándose en algunos casos alterado a sericita. No se detectó microclino en
ninguna muestra.

Fragmentos líticos: de origen metamórfico, sedimentario y plutónico,


abundan sólo en las muestras provenientes de la localidad de Humahuaca
mientras que en el resto de las muestras se hacen más escasos, son
fragmentos aparentemente reciclados, provenientes de pelitas o rocas de
grado metamórfico bajo como las filitas.

Minerales secundarios: se presentan como cristales pequeños dentro


de una matriz arcillosa, comprenden a micas como la biotita, calcita,
clorita, opacos y argilominerales producto de alteración.

Resultados
Para la comparación de las muestras con la composición promedio de
las arenas se presenta en la Fig 5.2, una de las clasificaciones petrográficas
más utilizadas (Folk, 1968).
En la representación en los diagramas de composición triangulares, las
muestras provenientes de la región de Iruya muestran una procedencia a
partir de arenas arcósicas, las de las regiones de Poopo y Talina se agrupan
en el campo de las arenas arcósicas cuarzosas, mientras que el resto de las
muestras de la localidad de Humahuaca evidencian una clara agrupación en
los campos de litoarenitas, y litoarenitas feldespáticas.

Cerám ica Inka


Si consideramos la composición de las distintas cerámicas procedentes
de las regiones estudiadas que muestran rasgos del estilo incaico, podemos
observar como esas poseen una gran dispersión ocupando una gran super­
ficie en el diagrama temario de composición cuarzo-feldespatos-líticos
(QFL).
Esta gran variación composicional de la fracción arena en las muestras
de cerámica sugiere la utilización de materias primas locales para la
elaboración de las mismas, copiando a los modelos incaicos provenientes
de regiones más alejadas.

Interpretación
En el proceso de elaboración de cerámica, es común mezclar
materiales arenosos con arcillas para obtener una textura apropiada de las
pastas para la elaboración y el horneado de las piezas. En nuestro caso, la
composición de la fracción arena utilizada permite segregar, en forma clara,
a las distintas cerámicas según su área de procedencia ya que esta imprime
una huella característica en la composición modal de los constituyentes
mineralógicos principales.
Este comportamiento mineralógico nos sirve para realizar inferencias
en base a la correlación entre la composición, las regiones de procedencia,
las características estilísticas y los ámbitos geológicos en donde se encuen­
tran los yacimientos arqueológicos estudiados. Así, por ejemplo, las
muestras de las regiones de Iruya, Talina y Poopo presentan una
abundancia significativa de cuarzo y feldespato, que las asocia con áreas de
procedencia graníticas, mientras que las muestras de Humahuaca. con una
composición lítica predominante, están asociadas a procedencias de
carácter volcánico. Ambas procedencias están bien representadas en las
rocas del Cordón Andino por lo que la materia prima para cada región es
autóctona o relativamente local en cada área.
Ante estas circunstancias, podemos deducir una diferenciación regional
en las manufacturas de las cerámicas, las que parecen covariar enforma
solidaria con la ubicación asignada arqueológicamente a cada una de ellas.
Estas diferentes procedencias composicionales de las pastas está bien
representada en las rocas del cordón Andino, por lo que se deduce que:

a) La materia prima de cada sitio arqueológico muestreado es


autóctona de cada región geológica.
b) La afirmación anterior involucra tanto a las cerámicas locales
receptoras, como a la Inka intrusiva, con lo que respondemos a
nuestros interrogantes iniciales 1 y 3, e indirectamente al 4, por
cuanto bajo una misma composición petrográfica a nivel sitio, se
registran diferentes estilos (forma y decoración) coexistiendo así
la petrografía Inka con la de las culturas conquistadas

Por último, la gran dispersión com posicional que presentan las


muestras, descarta totalmente la hipótesis de una única materia prima utili­
zada según cada estilo, ya que las características regionales son el principal
control de dicha composición.

Conclusiones
Con el presente estudio se ha comprobado que:

1) La composición y abundancia relativa de los minerales de las arenas


presentes en las muestras ha sido mucho más determinativa para el
análisis de procedencia que la de los argilominerales, debido a que
algunos de estos últimos se alteran durante la cocción de estas
cerámicas.
2) El principal control en la composición de los constituyentes minera­
lógicos principales en la fracción arena de las cerámicas estudiadas
es el ámbito geológico de las regiones de procedencia, por lo que la
elaboración de las mismas ha sido en base a materias primas
locales.
3) Aun un mismo estilo extendido com o el Inka Provincial, presenta
una variación composicional de sus pastas a nivel regional, lo que
sugiere la copia por parte de las culturas locales de un modelo
importado clásico Inka, en forma de pucos patos y aríbalos, con
decoraciones combinadas Inka-cultura receptora, utilizando
materias primas locales.
4) Las características com posicionales de cada región permiten
realizar inferencias acerca de las probables rocas fuentes utilizadas
para la elaboración de las cerámicas, mejorándose la calidad de este
análisis con un conocimiento previo del ámbito geológico de cada
yacimiento arqueológico. De esta manera, podemos suponer una
procedencia a partir de rocas graníticas alteradas para las cerámicas
Fig. 5.3. El basural P.S.I. de La Huerta en el momento de su excavación
de las legiones de Iruya, Talina y Poopo, y otra a partir de rocas
volcánicas alteradas para la región de Humahuaca.
Así respondemos parcialmente a la pregunta 2 inicial, siendo necesa­
rios mayores estudios geológicos en cada una de las localidades estudiadas
para poder caracterizar la relación: composición de las cerámicas/ composi­
ción geológica áreas de muestreo, en forma más detallada.

Cuadros 4.1 y 4.2: Procedencias de las muestras cerámicas examinadas.

1ra. Serie
REGIÓN SITIO LOCALIZACIÓN

Pozuelos Pozuelos-Zalahoyo superficial


Yavi Yavi chico sup. y estract.
Humahuaca La Huerta sup.
Oda Talina Chipi-Chagua sup.
Oda Suipacha Chuquiago-Mochara sup.
Iruya Titiconte sup.
Aullagas-Poopó Oma Porco-Soaraya sup.

2da. Serie
REGIÓN SITIO LOCALIZACIÓN

Humahuaca La Huerta Superficial y estratigráfica


Humahuaca Coctaca sup.
Iruya Titiconte sup.
Suipacha Chuquiago sup.
Talina Chipihuayco sup.
Aullagas-Poopó Oma Porco sup.
Aullagas-Poopó Khapa Kheri sup.
Aullagas-Poopó Soraya sup.

Cuadro 4.3. Estilos cerámicos examinados.

ESTILO TIPOS

Inka Provincia] RedBuff


Humahuaca N/R tilcar N/R
Inka Pacaje N/R
Yura Potosino N/R
Colia Potosino n/r
Chicha Potosino N/R
Tiwanako Decadente N/R
Cuadro 4.4. Discriminación por estilos de los tiestos examinados por
cortes delgados.

ESTILO CANTIDAD

Inka Provincial 12
Humahuaca N/R 3
Inka Pacaje 1
Y ura N/R 4
Colia N/R 4
Chicha M/N 7
Tiawanaku decadente 2
Famabalasto 1

Cuadro 4.5. Minerales constituyentes de las muestras cerámicas.

MUESTRA ILU TA CUARZO FELDESPATO

Po2 Abundante Muy Ab. Escaso


Mo3 E MA E
RM4 AB MA E
5C E MA E
6PO AB MA E
C7 AB MA E
C8 AB MA E
90 AB MA E
12 AB MA E
13 E MA E
14 E MA E
16 AB MA E
17 E MA E
18 E MA E
20 E AB AB
21 E MA E
22 MA MA AB
23 E MA E
24 E MA E
25 AB MA E
26 -
MA E
27 AB MA E
28 AB MA E
BIBLIOGRAFÍA

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s o cia l p re co lo m b in o , E d . T ea , B s. A s .
Explotación faunística, tafonomía y economía en
Humahuaca antes y después de los Yupanki

C elina M adero

Introducción

Una parte importante del material recuperado en los sitios arqueoló­


gicos, lo constituyen los restos óseos de animales que representan, en la
mayoría de los casos, los desechos de comida de sus habitantes.
M ediante el análisis sistem ático de los contextos óseos, la
Zooarqu eología, una de las subdisciplinas de la Arqueología, aspira a
reconstruir los modos de subsistencia de las sociedades pasadas.
Los indígenas que habitaron el Noroeste en los momentos previos al
dom inio Incaico y durante su transcurso, hasta la llegada de los españoles,
basaron su subsistencia en una econom ía esencialmente agrícolo-ganadera,
con aportes secundarios de los productos de la caza y la recolección de
plantas silvestres.
A l igual que en los Andes Centrales, la ganadería de camélidos consti­
tuyó un aspecto fundamental, del sistema económ ico prehispánico1.

1 Entre los camélidos sudamericanos existen cuatro especies, de las cuales, dos son domés­
ticas: la llama (L.glama) y la alpaca (L.pacos) y dos son silvestres: el guanaco
(L.guanicoe) y la vicuña (V.vicugna). La llama se cría en la actualidad en regiones de Puna
en el Noroeste. Vicuñas y guanacos habitan algunos sectores de las tierras altas en pobla­
ciones reducidas. Con respecto a la alpaca, actualmente no existe su cría en nuestro terri­
torio así como tampoco hay datos sobre su presencia en momentos históricos.
Además de la carne para consumo, los animales de rebaño brindaban
cueros, lana y huesos para la fabricación de instrumentos y adornos. En el
caso de las llamas, su empleo com o animal de carga, desempeñó un impor­
tante papel en el transporte de productos entre regiones.
Este modo de subsistencia generalizado, característico de las socie­
dades productoras prehispánicas, revistió sin embargo perfiles de variabi­
lidad. El análisis de diversas muestras arqueofaunísticas nos revela que, si
bien la ganadería de camélidos constituyó la fuente esencial en el abasteci­
miento de productos animales, ésta revistió características particulares en
relación al tipo de los asentamientos, a la localización de los mismos y a la
disponibilidad de recursos silvestres, entre otros factores.
Explorar y conocer dicha variabilidad en el contexto de los poblados
prehispánicos, constituye un interesante desafío. A través del análisis siste­
mático de los contextos óseos, podemos abordar la discusión de diversos
interrogantes. Podemos intentar averiguar ¿cuál fue el aporte esencial de
los animales silvestres producto de la caza? ¿Qué formas adoptó el manejo
de los rebaños en los poblados?, es decir, ¿cuál fue la función general a la
que pudieron estar destinados? ¿qué prácticas se implementaron en el
procesamiento de los animales y cuáles fueron las formas de consumo?
¿qué diferencias pueden plantearse en el manejo de la fauna a partir de la
presencia Incaica en nuestro territorio?
Estas cuestiones fueron las que guiaron el estudio de los restos faunís-
ticos de La Huerta. Partiendo de la evidencia arqueofaunística, aspiramos
aportar nuevos datos al conocimiento de la economía de las poblaciones
indígenas en Humahuaca, antes y después de la expansión Inca.

El contexto faunístíco: unidades de análisis

Los materiales óseos analizados provienen de la excavación de una


estructura de depositación (basural) cercana a los recintos clasificados
como Incaicos por las características de su técnica constructiva (Sector A ).
El basural es una gran estructura de acumulación con forma de montículo,
en la cual se practicó un sondeo de 2 m. por 2 m. y l,60m . de profundidad.
Las extracciones se realizaron en niveles artificiales de 10 cm ., debido a la
homogeneidad del sedimento, totalizándose 16 niveles.
En la secuencia estratigráfica del basural, los niveles superiores (I a
XI) registran la presencia de tipos cerámicos Incaicos que pueden conside­
rarse com o diagnósticos (cerámica Humahuaca-Inca y Chicha). En los
niveles inferiores (XII a XVI), dichos tipos se encuentran ausentes. Esto
nos llevó a considerar dos unidades de análisis para el tratamiento de la
muestra ósea que, podrían corresponderse con dos momentos de ocupación
diferentes del sitio:

UNIDAD A : NIVELES I a XI (superiores). MOMENTO INCAICO


UNIDAD B: NIVELES XII a XVI (inferiores). MOMENTO PRE­
INCAICO

En los poblados prehispánicos del Noroeste, es frecuente el hallazgo de


huesos en otro tipo de localizaciones, principalmente en el interior de
recintos o en pasajes entre ellos. De todas maneras, al captar los basurales
probablemente los descartes de sectores amplios de los poblados, la infor­
mación que se extrae sirve para plantear un panorama general del aprove­
chamiento de la fauna en el sitio.

Metodología

Los pasos metodológicos empleados en el análisis del material fueron


los siguientes:

1 — La identificación anatómica y taxonómica de los huesos.


2 — El establecimiento de controles tafonómicos sobre los huesos de
camélido.
3 — La cuantificación de la muestra a través del NISP (Número de
especímenes óseos identificados por taxon)2 y del NMI (Número
Mínimo de Individuos) (Klein y Cruz Uribe 1984; Mengoni 1988).
Estos índices se emplean habitualmente para medir la abundancia
de las distintas especies animales en las muestras arqueológicas.
La representación de las diferentes partes del esqueleto se
calculó a través del índice de MAU (Unidades Anatómicas
Mínimas) (Binford 1984), y fueron luego analizadas en relación
a su utilidad, empleando para ello el IUC (Indice de Utilidad de
Carne), elaborado por Mengoni para llama (Mengoni 1991).
4 — La edad de los individuos se determinó a partir del estado de
fusión de los huesos largos, considerando los especímenes No
Fusionados como pertenecientes a animales Juveniles (menores a
3 años), y los Fusionados com o pertenecientes a animales
Adultos (de 3 años en adelante).
5 — Procesamiento osteométríco de huesos de camélidos.
2 Por espécimen óseo entendemos a todo fragmento o hueso completo que corresponde a na
determinado elemento óseo del esqueleto (Mengoni 1988).
Composición de la muestra faunística
Los especímenes óseos identificados a nivel de taxon sumaron 2021.
En las tablas 1 y 2 se detallan las especies diferenciadas y su respectiva
abundancia calculada en base a NISP y NMI, para la muestra completa
(Tabla 1) y por unidad de análisis (Tabla 2). Como puede apreciarse allí,
los camélidos constituyen los restos más abundantes (94%) y sobre ellos
concentramos el análisis principal.
Con respecto a las otras especies animales, los cánidos, cérvidos y
chinchíllidos, están representados en proporciones más reducidas. Lo
interesante es que sus restos aparezcan casi exclusivamente en los niveles
pre-Incaicos del basural (Unidad B) y estén muy poco representados en los
niveles superiores.
Los restos de cánidos (Dusicyon sp. o Canisfamiliaris) corresponden a
3 individuos. Muchos de los huesos presentan marcas de corte lo que lleva
a pensar que pudieron haber sido consumidos y luego descartados en el
basural. Existen datos etnográficos, entre los Huanca de Jauja, Perú, que
mencionan el sacrificio ceremonial de perros y su posterior consumo
(Guaman Poma 1936: 267). Por otra parte, hay datos sobre su presencia
como animal consumido en muestras arqueológicas en sitios pre-Incaicos e
Incaicos del valle del Mantaro (Perú) (Costin y Earle 1989). En los
ejemplares de La Huerta, la abundancia de huellas de corte y su ubicación
indicaría probables actividades de desmembramiento y/o descame del
animal (Figura 2).
Los chinchíllidos, representados por dos individuos, tal vez se corres­
pondan también con un evento de consumo. La vizcacha de la sierra
(Lagidium viscacia), es objeto de caza y se consume actualmente en la zona
de Puna y quebradas altas, siendo su habitat natural los lugares con aflora­
mientos rocosos y grietas. Arqueológicamente, sus restos aparecen con
frecuencia en muestras óseas de cuevas y aleros. Las quebradas más bajas y
abiertas como la de La Huerta, no constituyen su habitat natural, por lo que
posiblemente fue transportada hasta el sitio para ser consumida.
En cuanto a los restos de cérvidos, consisten sólo en unas pocas
falanges y metapodios. No podemos por lo tanto hacer consideraciones
acerca de su consumo: probablemente constituyó sólo una presa ocasional.

Los camélidos. Controles tafonómicos

El material óseo está sujeto a distintos procesos y agentes naturales que


actúan sobre él m odificándolo, desde su depositación original hasta su
recuperación por parte del arqueólogo. Identificar y calibrar el grado de
acción de dichos procesos tafonómicos, permite evaluar la integridad de la
muestra ósea analizada, es decir, qué aspectos del conjunto óseo responden
al comportamiento humano. Esto es esencial para poder discutir los
comportamientos relacionados con la explotación de la fauna que dieron
origen al conjunto óseo.
Sobre los materiales de La Huerta se realizaron tres tipos de controles:

1 — Densidad ósea.
2 — Meteorización.
3 — Acción de roedores y carnívoros.

1) La densidad de los diferentes huesos de un esqueleto es variable.


Arqueológicamente, esto adquiere relevancia ya que. bajo las mismas
condiciones de despositación. los huesos menos densos tienden a desinte­
grarse más rápidamente que los más densos y, por lo tanto, su probabilidad
de supervivencia es menor. Estadísticamente, es posible controlar este
fenómeno verificando la existencia de una covariación entre los valores de
densidad de cada hueso y su correspondiente representación en la muestra
(Lyman 1985). Las correlaciones altas sugieren que hubo destrucción de
huesos de baja densidad, en tanto que las correlaciones bajas o nulas
indican que, en general, el conjunto óseo no estaría afectado por destruc­
ción en base a su densidad.
En La Huerta, correlacionamos cada unidad de análisis por separado
(Unidades A y B ), Dentro de cada una de ellas, discriminamos los huesos
no fusionanados y los fusionados, para controlar si los huesos de animales
jóvenes eran afectados de manera diferente. L os resultados obtenidos
fueron los siguientes:

Unidad A : fusionados r= 0.469 (p<0.05)


no fusionados r= 0.150 (p<0.05)
Unidad B: fusionados r=
0 .149 (p<0.05)
no fusionados r=-0 .08 (p<0.05)

Com o puede observarse, se trata de correlaciones bajas o nulas. Esto


nos permite concluir que las características del conjunto óseo completo no
son una consecuencia de la destrucción de huesos según su densidad.
2) Meteorización ósea es definido por Behrensmeyer (1978) com o el
proceso por el cual los componentes orgánicos e inorgánicos del hueso son
separados unos de otros y destruidos por agentes físicos o químicos. Dicha
autora definió una escala de 6 estadios, que representan fases de deterioro
progresivo y que están relacionados con el tiempo de exposición post
mortem, cuando los huesos aún no se han entenado. Una frecuencia ate de
los estadios más avanzados (4 y 5) en una muestra ósea, podría indicar
destrucción de algunos especímenes. Esto es particularmente relevante en
sitios del Noroeste, donde la elevada radiación de la zona produce rápidas
alteraciones en huesos que estén expuestos y, de no mediar el enterra­
miento. su destrucción en corto tiempo (Olivera y Nasti 1988).
En la muestra de La Huerta, un 28% del total de huesos aparece
afectado por meteorización: entre ellos, el 38% corresponde a los estadios 4
y 5 arriba mencionados (Figura 6.1). Podemos inferir entonces que la
muestra ósea se vio parcialmente afectada por la meteorización. que pudo
haber causado la destrucción de algunos especímenes pero en proporciones
reducidas.
3) Habitualmente, roedores y carnívoros actúan sobre los huesos
descartados provocando alteraciones de diversa índole, principalmente,
desplazamientos en el caso de los roedores o destrucción de porciones de
huesos o de huesos enteros, en el caso de los carnívoros (zorros, pumas o
perros).
La acción de ambos puede evaluarse a partir de las marcas caracterís­
ticas que quedan en los huesos. En La Huerta, el porcentaje de huesos afectados
por marcas de roedores es de sólo el 0.79% y de 5.59% el afectado por acción
de carnívoros. Por lo tanto, no podemos considerarlos com o agentes causantes
de alta destrucción del conjunto óseo.
En síntesis, a partir de los controles efectuados, podemos concluir (p e
la muestra ósea del basural de La Huerta, no fue afectada significativa­
mente por agentes naturales y que las características de su configuración
obedecen al comportamiento humano.

Camélidos domesticados y camélidos silvestres

Como mencionáramos antes, la mayoría de los huesos del basural de


La Huerta pertenecen a restos de camélidos. Podríamos en principio
suponer que se trata en su totalidad de camélidos domesticados (llamas yfo
alpacas), debido a las características tardías del sitio, que permiten pensar
en un manejo exclusivamente ganadero. Sin embargo, resulta interesante
investigar si la caza, testimoniada en los restos de ciervo que hay en la
muestra, también se practicó sobre los camélidos silvestres; vicuñas o
guanacos, y con qué intensidad.
En las cuatro especies de cam élidos, los huesos son morfológicamente
iguales, de allí que su diferenciación resulte dificultosa. Esta puede abordarse
a partirde la Osteom etría que,junto con la morfología de los dientes incisivos,
se emplea actualmente com o vía de investigación en la diferenciación de
formas domesticadas y silvestres en contextos arqueológicos.
La Osteometría se basa en el hecho de que existe una escala o
gradiente en el tamaño de las especies de cam élidos actuales, que en
nuestro Noroeste se correspondería, de m ayor a menor, con : llama-
guanaco-alpaca y vicuña (M engoni y Elkin 1990). Las medidas tomadas
sobre algunos huesos arqueológicos son procesadas estadísticamente y sus
resultados se comparan con los valores obtenidos en muestras actuales de
las diferentes especies de camélidos.
En el caso de La Huerta, los huesos m edidos fueron las Falanges
Proximales y las Falanges Mediales. Para cada una se registró: 1) el largo
total. 2 ) el ancho latero-medial de la epífisis proximal.
Luego se procesaron estadísticamente los valores mediante el análisis
de varianza, que examina si la diferencia entre prom edios de grupos de
medidas es significativa. Los resultados de los especímenes arqueológicos
fueron comparados con los valores de especímenes actuales extraídos de
Kent (1982) y de M iller (1979) para camélidos peruanos, y con muestras
del área de Susques, Jujuy.
En la Tabla 3 se volcaron los resultados finales. Estos podrían interpre­
tarse del siguiente modo: en primer lugar, la proporción mayor de huesos
arqueológicos medidos (89% ), corresponde a los valores más altos de las
muestras actuales, es decir, aquellos adscribibles a llam as. E xiste, sin
embargo, un grupo de especímenes que, al medir el ancho de la epífisis de
falanges proximales, arrojaron com o prom edio 19.65 mm. Este valor no
aparece entre las medidas actuales y debería corresponder a un cam élido de
menor tamaño que la llama pero mayor que la alpaca, es decir, el guanaco
andino. La discusión de su presencia, sin embargo, no puede ir más allá de
su simple mención ya que no poseemos actualmente muestras comparativas
de esta variedad que fue la que habitó zonas montañosas del norte argentino
en el pasado.
En segundo lugar, un número m enor de especím enes óseos (11% )
cubre el rango de valores de los cam élidos más pequeños, vicuñas y
alpacas. Con relación a las alpacas, no poseemos datos concretos sobre su
introducción desde el Perú y /o el altiplano Boliviano y sobre su posible
adaptación al ambiente más desértico de los Andes M eridionales en
tiempos pre hispánicos. Su habitat natural actual en Perú es en zonas de
altura más húmedas, en bofedales (Flores O choa 1977; C alle Escobar
1984). A pesar de ello, su presencia en La Huerta —si bien en número
reducido— no debe ser descartada, teniendo en cuenta que los Incas
manejaban una importante cantidad de rebaños de estos camélidos. Murra
(1978) considera la probabilidad de que el Tawantinsuyu introdujera la cría
de los camélidos en aquellas regiones donde no los había y donde las
condiciones naturales fueran propicias.
En síntesis, podemos considerar que el principal consumo provino en
La Huerta de los animales del rebaño, principalmente de las llamas y, en
menor medida, de las alpacas. En forma esporádica u ocasional tal vez se
realizaran capturas de animales silvestres para consumo, tal es el caso de
las vicuñas y de los ciervos que habitaban los cordones montañosos más
elevados próximos al poblado.

El consumo de los camélidos


Para discutir sobre las prácticas que pudieron regir el consumo de los
camélidos en La Huerta, debemos registrar, en primer lugar, qué partes del
esqueleto completo de los animales están representadas en los huesos del
basural y en qué proporciones. Esto se realiza mediante el cálculo de MAU
(Unidades Anatómicas Mínimas)3.
A partir de su aplicación podemos evaluar qué huesos fueron preferen-
cialmente descartados en el lugar, cuáles lo fueron en menor proporción y,
finalmente, cuáles se encuentran ausentes. Podemos luego analizar el
patrón de partes esqueletari as obtenido, en relación al rendimiento de carne,
que es variable según las zonas del esqueleto (Indice de Utilidad de Carne).
De esta manera, podremos realizar algunas inferencias acerca de los
comportamientos que se refieren básicamente al procesamiento de los
animales y al consumo y descarte de huesos en el sitio.
En la Tabla 4, se presentan los valores de representación de las partes
esqueletarias (MAU) para ambas unidades, así como los valores del IUC.
Gráficamente, los MAU aparecen representados en la Figura 6.2.
Comparando ambas figuras, vemos que las partes esqueletarías siguen
3 El MAU se calcula a partir del Número Mínimo de Elementos (NME). Este se obtiene
sumando todos los fragmentos óseos atribuibles a un solo hueso, sin considerar su latera-
lidad. Los valores obtenidos se dividen luego por la cantidad de veces en que dicha parte
está representada en un animal y se obtiene el valor de MAU. Pero como el objetivo es
medir la relación de abundancia entre las diferentes unidades anatómicas y no sus valores
absolutos, se los estandariza expresando su relación porcentual con respecto al valor de
MAU más alto. Si, por ejemplo, tenemos 4 fragmentos de epífisis proximal de húmero y
cada uno de ellos representa aproximadamente la mitad de la epífisis, el NME para húmero
proximal es de 2. Dividido por la cantidad de veces que está en el esqueleto: 2/2=1 (valor
de MAU).
un perfil semejante en ambas unidades: predominan los huesos del cráneo y
las escápulas; el esqueleto axial está escasamente representado (vértebras y
costillas). Las principales diferencias se observan en los huesos de las
patas, particularmente en los del cuarto trasero donde, en la unidad B hay
un mayor descarte de fémures y tibias proximales que poseen un alto rendi­
miento en carne.
En ambas unidades están representadas todas las paites esqueletadas,
es decir, que los animales fueron aprovechados en forma integral. Este
fenómeno es habitual entre grupos pastoriles actuales que, además de
consumir la carne y la grasa adherida a los huesos, fracturan luego las
piezas para incorporarlas en la preparación de guisos o sopas. Ninguna
parte del animal es desechada en el consumo.
Ahora bien, ¿por qué algunas partes del esqueleto aparecen más repre­
sentadas que otras en el basural de La Huerta? Pensamos que esto se debe
básicamente a un problema espacial. Habíamos mencionado que en
poblados extensos com o es el caso de La Huerta, debieron existir diversas
áreas de descarte, además de la del basural.
Si además tenemos en cuenta que, sobre todo en tiempos Incaicos,
debió funcionar algún sistema de distribución interna de los alimentos,
podemos suponer un fenómeno de dispersión de partes dentro del poblado.
Esto permitiría explicar las bajas frecuencias de algunos huesos en el
basural que, notablemente, son los cortes con mayor contenido de carne en
la llama.Siguiendo el mismo razonamiento, las partes más representadas
corresponderían a un consumo preferencial de las mismas en los recintos
más cercanos al basural.
La presencia de huellas de corte y las fracturas intencionales regis­
tradas en los huesos, avalan la idea de un aprovechamiento integral de los
animales, en ambos momentos de la ocupación.

Función de los rebaños

Los cam élidos domesticados pueden destinarse a la obtención de


productos primarios, carne y cueros y/o secundarios como lana y transporte.
Según sea el caso, varía el promedio de edad de los animales elegidos para el
sacrificio y el consumo. Es de esperar así que, una muestra arqueológica
derivada de un uso preferencial del rebaño para lana o transporte, muestre un
predominio de huesos de animales adultos. Por el contrario, si el énfasis
estuvo puesto en la producción de carne, se puede esperar un predominio de
huesos de animales más jóvenes (Wing 1975; 1988).
En la muestra de La Huerta, el perfil de edad de los camélidos varía en
ambas unidades (Tabla 5). En la Unidad B predominan los huesos no fusio­
nados mientras que en la Unidad A los huesos fusionados. Esto nos lleva a
suponer que en el momento pre-Incaico se seleccionaron preferentemente
animales jóvenes para consumir estando los rebaños destinados principal­
mente a la producción de carne. De todas maneras, sólo podemos plantear
una tendencia a un manejo de este tipo, ya que hay un 35% de especí­
menes de animales adultos.
Por el contrario, a partir de la presencia Incaica en el poblado, el
manejo cambia, privilegiándose la matanza de animales adultos. Tal vez en
este momento, el destino principal de los rebaños fuera su utilización como
animales de carga y/o como productores de lana.

El cambio económico en La Huerta de Humahuaca

Podemos intentar ahora reconstruir cómo fue el manejo de los recursos


faunísticos en La Huerta y qué cambios pueden plantearse a partir del
momento Incaico.
El primer momento de ocupación del poblado —pre-Incaico— está
representado, en el basural, por un descarte óseo más reducido. Como vimos,
predominan en la muestra los camélidos domesticados, principal fuente de
abastecimientoen el consumo de carne. También dijimos que existen eviden­
cias de una actividad cazadora, a partir de los restos de cérvidos y de camélidos
silvestres; así como también aportes menores de otras especies en la dieta:
chinchíllidos y cánidos. Los rebaños de llamas parecen haber sido emple­
ados principalmente en función de su rendimiento para consumo.
Tal vez la evidencia de la existencia, en este momento, de una
actividad cazadora, nos esté indicando que si bien la base económica
principal era la ganadería, los rebaños no serían lo suficientemente grandes
como para basar en ellos exclusivamente el consumo de carne; de tal
manera, éste se complementaría con la incoiporación ocasional de algunas
presas. Esta hipótesis podría sustentarse en el hecho de la escasa fertilidad
de las llamas, que es de sólo un 38% (Güttler 1986); esto implica que para
poder mantener el rebaño realizando matanzas continuas o sistemáticas de
animales adultos, éste debe ser de un número considerable.
La ocupación Incaica de La Huerta marca importantes diferencias con
respecto al momento anterior. En primer lugar, la envergadura de los
descartes óseos es mucho mayor en este momento y la proporción de restos
de camélidos es casi excluyeme con respecto a las otras especies animales.
El énfasis estuvo puesto aquí en el pastoreo de camélidos, priorizándose
su empleo como animales de carga o como productores de lana. No hay
evidencias tan marcadas de actividad de caza com o en el momento anterior;
tan sólo algunos especímenes de camélidos pueden ser referidos a vicuñas.
Siguiendo el razonamiento anterior, el tamaño de los rebaños debe haber
tenido en este momento la suficiente envergadura com o para abastecer a los
pobladores sin necesidad de recurrir a los productos de la caza.
Un panorama similar surge del análisis faunístico del centro adminis­
trativo Incaico de Huánuco Pampa, Perú, donde el pastoreo de camélidos
aparece com o práctica exclusiva (Wing 1988).
Si pensamos que la presencia Incaica en La Huerta se ve traducida en
una ocupación efectiva del poblado — evidenciada en técnicas construc­
tivas características de los recintos cercanos al basural y en los tramos del
camino Incaico— podemos justificar el gran aumento en la estuctura del
descarte óseo com o una mayor intensidad en la ocupación del sitio.
Asim ism o, podem os plantear un cam bio económ ico importante en el
manejo de los rebaños con respecto al momento anterior.
El consum o de carne en el momento Incaico provino principalmente de
animales adultos. La inform ación sobre desgaste dentario en molares y
premolares permite establecer que se trataría de individuos “ maduros" ,
mayores a 10 años. Con respecto a este problema, Miller (op.cit.), anali­
zando la estructura de edad de muestras óseas de camélidos de sitios
Incaicos del C uzco, señala: “ one would expect that in the tightíy organized
Inca State the slaughter and consumption o f llamas and alpacas normally
would be reserved for those animals that had already served out their tours
o f duty in the w ool producing or cargo carying herds. Normally, it would
be a waste o f resources lo slaughter a young animal for just its meat.
Although there is no specific mention o f this matter o f old versus young
meat, the chronicles do refer to the existence o f mature herds composed o f
camelids called “ aporucos" (M iller, op.cit. 226).
Si bien estas consideraciones están hechas sobre datos provenientes del
área nuclear Incaica — el Cuzco— podemos pensar que el manejo de rebaños
pudo haber seguido básicamente las mismas pautas a lo largo de todos los
territorios que abarcó el Imperio Inca. El perfil de edad de los camélidos de
la Unidad A de La Huerta, podría responder a un manejo de este tipo.
La elección del poblado de La Huerta com o base para la instalación de
un centro administrativo por parte del Tawantinsuyu debió responder a
factores estratégicos de localización: la quebrada constituye un ambiente
ecológicamente favorable, tanto para la producción agrícola — con un curso
de agua permanente y terrenos aluviales bajos— com o para la cría de
ganado. Sus pobladores actuales mantienen importantes parcelas de cultivo
con riego por acequias y rebaños de cabras y ovejas. Por otra parte, su
ubicación geográfica la co lo ca en una situación de fácil acceso a las
quebradas y valles al este de Humahuaca, donde funcionaron importantes
centros de producción agrícola prehispánica com o es el caso de Coctaca.
No sería desacertado entonces, pensar a La Huerta Incaica com o un
asentamiento clave en el control de productos que circularon entre la
quebrada de Humahuaca y los sectores orientales, y com o centro econó­
mico importante generador de recursos ganaderos para consum o local y
com o parte del intercambio de productos con otras regiones.

L a explotación faunística Inka en los Valles Orientales:


el poblado de Papachacra

Un panorama diferente en la explotación de los recursos animales,


surge del análisis de los restos faunísticos del poblado de Papachacra,
situado en los Valles Orientales: región en la que el Tawantinsuyu efecti-
vizó su presencia, investigada recientemente por A . Nielsen ( 1 9 8 9 ).
A aproximadamente 10 km. al este de La Huerta, las ruinas del
poblado se asientan sobre las terrazas del río Yala. a una altura de 2.800 m.
sobre el nivel del mar, en la quebrada homónima.
El sitio com prende un sector agrícola con form ado por terrazas y
cuadros de cultivo que cubren una superficie de 8.5 has. El otro sector, el
de viviendas, abarca una superficie de 10.500 m 2 y se com pone de recintos
de planta cuadrangular (172), silos subterráneos y dos áreas interiores
despejadas, una ubicada al Norte y otra al centro del poblado, ocupadas
ambas por montículos de basura. Asim ism o se registra la presencia de dos
recintos de gran tamaño (kanchas).
La muestra ósea analizada proviene del m ontículo central, donde se
practicó un sondeo de 2 m. por 1.50 m. en niveles artificiales de 11 cm.
hasta alcanzarse el sedimento estéril a 1.50 m. de profundidad (Nielsen
1989). A lo largo de toda la secuencia estratigráfica se registra la presencia
de cerámica del Com plejo Inka (Inka Imperial. Chicha e Inka Provincial),
lo cual indica que el montículo se form ó en un lapso posterior a la penetra­
ción Incaica (1470 AD).
Esto lo convierte en un interesante caso de análisis, ya que de su
comparación con la información del componente faunístico del momento
Incaico de La Huerta, pueden extraerse importantes conclusiones sobre las
diferencias que revistió el aprovechamiento de los recursos animales en
ambos asentamientos.
La muestra faunística de Papachacra com prende un total de 2.700
fragmentos óseos, de los cuales 1.266 pudieron ser identificados taxonómi-
camente. En la Tabla correspondiente (6 ) se detallan las especies animales
diferenciadas, así com o su abundancia calculada en base a NISP y NMI. La
categoría Artiodactylo. que incluye tanto a camélidos com o a cérvidos, está
conformada por fragmentos de huesos que, por lo reducido de su tamaño.
no permiten la adscripción a uno u otro taxon con certeza.
Vemos que al igual que en La Huerta los camélidos son las especies
más representadas, pero, y esto es lo interesante, sus proporciones varían
con respecto a los cérvidos. En el caso de La Huerta, los huesos de
cam élidos constituían un 94% del total de huesos identificados y los
ciervos representaban sólo un 0.74% de ese total. En Papachacra. en
cambio, dichas proporciones varían a 39% y 27% respectivamente.
Esta mayor presencia de cérvidos plantea una diferencia importante ya
que se estaría implementando en Papachacra una explotación intensiva de
una especie que en otros sitios contemporáneos aparece escasamente repre­
sentada. Además del caso de La Huerta, en las ocupaciones Tardías — pre­
incaica e Incaica— de la cueva III de Huachichocana (departamento de
Tumbaya. Jujuy). los huesos de camélidos constituyen un 61% del total de la
muestra en tanto que los cérvidos representan sólo un 3.6% (Madero 1990).
La presencia de marcas de corte y rastros de quemado, así com o la
fracturación intencional de los huesos, demuestran que en Papachacra,
camélidos y cérvidos fueron procesados y consumidos com o pane de la
dieta. En ambos casos, todas las partes esqueletarias de los animales están
representadas en diversas proporciones (Tabla 7).
La caza de los ciervos debe haberse practicado en un radio relativamente
cercano al poblado, ya que los animales se encuentran completos en el sitio.
Es difícil pensar en su captura en territorios muy alejados, debido a que su
traslado posterior al sitio hubiera resultado una tarca sumamente dificultosa
si consideramos que la taruca o huemul del Norte — que de él se trata— es
un animal considerablemente corpulento. Tal vez se aprovecharan las estadías
invernales en los puestos de pastoreo de altura próximos al poblado para
realizar partidas de caza. La taruca es un animal de hábitos gregarios: mantiene
grupos mixtos conformados por machos y hembras adultas con sus crías, que
se mantienen relativamente estables a lo largo del ciclo anual (Merk t 1987).
Por otra parte, su abundancia en tiempos prehispánicos debe haber sido mayor
que en la actualidad en que aún se registran poblaciones aisladas en la región.
Esto habría hecho de la taruca un recurso de relativamente fácil obtención
para los habitantes de los Valles Orientales; situación que no parece habers e
registrado en la quebrada de Humahuaca.
En Papachacra, tanto los animales adultos com o los juveniles fueran
objeto de captura, predominando en la muestra los primeros: un 88% de los
huesos muestra un estado de fusión com pleto. Es llamativa, por otra parte,
la escasa representación en el basural de los huesos del cuarto trasero
superior (pelvis y fémur) que en el caso de los cérvidos, constituye la
unidad de mayor rendimiento en carne.
Con respecto a los cam élidos, las m ediciones efectuadas sobre falanges
dan un predominio — 85%— de las formas grandes, es decir, de llamas, en
tanto que un 15% de los especímenes medidos puede adscribirse a vicuñas.
Esto significa que la mayoría de los huesos de cam élido consumidos en
Papachacra, pertenecían a animales de los rebaños. En relación al perfil de
edad de la muestra, predominan los restos de animales adultos, mayores a 3
años ( 6 8 % ). A l igual que en el m om ento Incaico de La Huerta podemos
plantear un manejo de rebaños orientado a la obtención de productos secun­
darios.

Conclusiones
Las características de la arqueofauna de Papachacra nos coloca frente a
un núcleo poblacional que em pleó una estrategia general de aprovecha­
miento de los recursos faunísticos diferente a la registrada en otros
poblados contem poráneos localizados en la zona de la quebrada de
Humahuaca com o La Huerta, donde, al igual que en Papachacra, se
evidencia la influencia del componente Incaico.
Dicha influencia revistió, sin em bargo, características diferentes en
ambos casos. En La Huerta, com o vim os, se traduce en una presencia
efectiva, mientras que en Papachacra se la infiere a partir de algunos tipos
cerámicos característicos.
En ambos sitios, la ganadería de camélidos aparece com o un compo­
nente importante en la economía de los pobladores pero, mientras que en
La Huerta Incaica se trata de una actividad excluyem e, en Papachacra se
complementa con el aporte de los productos de la caza. T odo indicaría que
los habitantes de los Valles Orientales practicaron en forma sistemática la
explotación de recursos silvestres que, com o los cérvidos y tal vez los
guanacos y vicuñas, habrían sido muy abundantes en esta zona.
Un esquema tal de manejo de los recursos animales tal vez haya sido
aprovechado y, a su vez, fomentado por la administración Incaica, quien
optimizó la explotación de los productos característicos de los diferentes
ecosistemas sobre los cuales expandió su presencia. Probablemente, los
asentamientos de los Valles Orientales abastecieran al sistema Incaico de
recursos silvestres que — com o los cérvidos y los camélidos— no fueron
explotados asiduamente en el territorio Humahuaca.
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5.4
Frecuencias de partes esqueletarias de ca m élid os. M A U e IUC en
Unidades A y B.
Capítulo IV

El dominio Inka en el altiplano de Bolivia

R o do lfo A . R a f f in o

I — El escenario

La Cordillera Real o Central de Bolivia es una formidable masa monta­


ñosa de posición longitudinal, con alturas en casos superiores a 5.000 m. A
lo largo de su recorrido, desde la región peruana de Vilcanota y por más de
1.000 km . de su elo b oliv ia n o, esta cadena recibe varios nom bres, de
acuerdo a las regiones por las que transita, a los cordones que la integran, o
a las naciones que la poblaron: C ordillera R eal, Sierra de Asanaque,
Cordillera de los Chichas, de los Frailes y de Lípez.
En sus entrañas ígneas este m acizo encierra quizás las mayores
riquezas metalíferas del planeta, desde la plata y el oro de las legendarias
Potosí y P o ico , hasta los actuales plom o, estaño y wolfran, usados en la
industria m oderna. E l descubrim iento de los dos prim eros por ojos
europeos, a m ediados del sig lo X V I, cam bió el rumbo de la historia del
mundo occiden tal. A llí, en 1545, los capitanes D iego Centeno y Juan
Villarruel fundaron la “ Villa Im perial de C arlos V " y comenzaron la explo­
tación. Sin esos metales de Potosí y P orco, Carlos V y Felipe II difícil­
mente hubieran logrado im poner las hegemonías por todos conocidas. Y
todo hace suponer que antes que ellos el Tawantinsuyu también saboreó las
riquezas de P orco; al m enos así lo sugieren no p ocos datos históricos y
síntomas arqueológicos.
Entre muchas otras im posiciones fácticas, esta Cordillera Real prácti­
camente divide a las tierras altas bolivianas en dos grandes paisajes: los
F ig. 7 .1 . L a ribera m erid ion a l del la g o T iticaca, antiguo territorio de la nación Pacaje.
valles mesotérmicos o Q ’eshwa del naciente y el Altiplano o Puna, hacía el
poniente.
Al occidente de la Cordillera Real, entre ésta y el macizo de los Andes
Occidentales se extiende la peniplanicie altiplánica. Alzada por sobre los
3500 m. de altitud esta enorme masa ocupa una extensión de un par de
miles de kilómetros, desde la ribera N. del Lago Titicaca hasta Villavil, en
Catamarca.
El altiplano ofrece entre sus rasgos más relevantes una serie de cuencas
lacustres muy activas, com o las del Titicaca y el Poopó (antiguamente
llamado Lago Aullagas) y una serie de salares de magnitud, como los de
Coipasa y el interminable Uyuni, en actual suelo boliviano. Sobre estas
cuencas confluyen una decena de ríos endorreicos que nacen sobre los
Andes Occidentales y en la propia Cordillera Real.
No obstante sus condiciones climáticas extremas, el hombre supo
posarse sobre el altiplano puneño por lo menos 10.000 años atrás. Los Inka
en los prolegómenos de Colón hallarían en él organizaciones sociales de
tipo Señorío muy avanzados; en algunos de los cuales, com o el de los
Reinos Collas circuntiticaca, se ha buscado su propio origen.
En el capítulo inicial ya hemos incursionado en los atributos geográ­
ficos y ecológicos de uno y otro paisaje. Ante lo cual pasaremos al tema
que interesa: la estructura y conducta del Tawantinsuyu cuando ejerció su
dominio entre fines del siglo XV y primer tercio del XVI.

II — La documentación histórica

Que el Tawantinsuyu dominó estos paisajes ha sido tema siempre


aceptado, pero amén de la documentación etnohistórica, poco hemos sabido
sobre su presencia arqueológica en Potosí y Porco, y menos aún sobre la
forma en que aquella se consumó. Hacia fines de la década de los ’70 el
tema Inka en el altiplano boliviano de Aullagas era apenas considerado
tangencialmente en un solo trabajo, el del historiador Strube sobre la
vialidad de los Inkas (1963). Aunque vale acotar que este autor investigó en
las crónicas, limitándose a recomponer las redes de caminos trabajando
sobre mapas y cartas geográficas.
De lo que se trata entonces es de hallar las pruebas de los sucesos que
dan cuenta no pocas crónicas indianas del siglo XVI, como las de Vaca de
Castro, Pedro Pizarro, Matienzo, Cieza y Herrera entre varios más. Nada
más apropiado que la arqueología de campo para contrastar la veracidad y
precisión de esos relatos, componiendo una tarea que se asume como un
verdadero desafío ante la lejanía y dureza del paisaje altiplánico.
El primero de los cronistas mencionados, quien en realidad fue
Gobernador y Capitán General en tiempos de Carlos V, es explícito al
señalar la presencia Inka en los alrededores del Lago Aullagas y la Sierra
de Asanaque. Un dominio que produjo la construcción del famoso camino
Inka por la ribera oriental de ese lago y un puñado tambos para su apoyo
logístico. Vaca de Castro se lamenta, com o buen funcionario, presto a
extraer especies para su patrón, del hecho de que esos tambos. “ construidos
en tiempos de Guayna Capac" se hayan despoblado; y enfatiza la
necesidad de su repoblamiento para agilizar el tráfico entre "las minas de
plata de Porco de los Cara c ara y el puerto de A r e q u ip a Varios
". puntos de
este derrotero están signados por topónimos que hemos reconocido en el
terreno, com o Totora. Chuquicota, Colque, Andamarca, Pampa Aullagas y
el propio Porco. La presencia Inka según veremos está presente en algunos
de ellos (Vaca de Castro; 1543 (1909): 429 y 438. Fíg. 1.1).
Otro funcionario de la época, el Lic . Matienzo, Oidor de la Audiencia
de Charcas, ofrece otras importantes evidencias de esas trazas Inkas.
Empeñado en lograr una ruta que agilizara el drenaje de la plata de Potosí
hacia Sevilla, por un Tucumán ya colonizado y el R ío de la Plata, Matienzo
compone una célebre y archicitada carta, escrita en el verano de 1566. En
ella se hallan puntos geográficos y poblaciones, esta vez alojadas más al S.
de las señaladas por Vaca de Castro. De este relato interesa el derrotero
trazado entre el valle potosino de Cotagaita y el bolsón argentino de
Yocavíl (hoy día mal llamado Santa María). Entre ambos polos aparecen
referidos distintos topónimos, coronados por asignaciones étnicas y territo­
riales, com o “pueblos de Chichas” , wtambos reales” , " tambo del Inka
éstas últimas asignaciones están referidas al caso de las tamberias
construidas por los Inka.
Entre otros topónim os, en M atienzo aparecen Calahoyo (“ Tambo
Real” ), Palquiza (Tupiza), Suipacha y Ascande (“pueblos de Indios
Chichas”) y Sococha (“ tierra de Omaguaca” ). El Oidor es explícito con los
de Moreta y Casabindo el Chico, asignándoles com o “ tambos del Inka”,
siendo además el primero también un “pueblo de indios Chichas” . Los
enclaves de Rincón de Las Salinas y El Moreno, también mencionados en
esa carta, aparecen a la vera de las Salinas Grandes en el altiplano de Jujuy.
No obstante estar “ despoblados” en 1566, el registro arqueológico es
probatorio de la existencia de sendos tambos Inka 60 años atrás.
Este legendario documento fue nuestro lazarillo durante las primeras
misiones arqueológicas por suelo potosino. Gracias a él descubrimos las
instalaciones Inka de Calahoyo, ubicado en la mismísima frontera argen­
tino-boliviana (a punto tal que una parte de sus paramentos se levantan a
F ig. 7.2. El lag o A u llaga s (h o y P o o p ó ), territorios Quillacas por donde transcurre el
ca m in o Inka. T orreón Inka de Khapa Kheri (abajo)
cada lado de ella). Dentro del Valle de Talina. también mencionado por
Matienzo com o “pueblo de Chichas", emergieron los tambos de Chagua y
Chipihuaico. Bajo los cim ientos de la histórica Tupiza (Palquiza) se
vislumbra otra tambería hoy sepultada que llamamos La Alameda. En el
Valle de Suipacha, a espaldas del R ío San Juan M ayo u Oro y en una
serranía ubicada a escasos metros donde se libró la histórica batalla de
Suipacha en 1810, hallamos las ruinas del estupendo Chuquiago. Pocos
kilómetros al S. del topónimo Ascande del Oidor Matienzo aparecieron los
sitios Ramadas y Mochará con segmentos de camino aún conservados.
Ya en territorio argentino los relatos de Matienzo fueron progresiva­
mente volcados al registro arqueológico por im posiciones fácticas. Así
aparecieron los tambos de Queta V iejo (probablemente es el Moreta del
Oidor), Casabindo (donde había un “ tambo del Inka" ), R inconadilla
(coincide con el Rincón de Las Salinas) y El Moreno. Todos ellos coinci­
dentes en nombre y posición geográfica. Esta inform ación, en parte ya
publicada por nosotros, se halla condensada en la matriz de datos Nº 6.1.
(R. Raffino y C ol.; 1986 y 1991).
El llamado “Memorial de Charcas” , crónica gestada en 1582 y exami­
nada por Espinosa Soriano en 1969, contiene también valiosas referencias
sobre la férula Inka en el altiplano de B olivia que ameritaban contrastación
arqueológica.
En capítulos siguientes incursionaremos por este documento al tratarla
territorialidad de etnías alojadas encima y a ambos lados de la Cordillera
Real, en Chuquisaca, Oruro y P otosí. C om o las naciones Quillacas,
Charcas, Carneara, Soras, Asanaques, Chuyes y Chichas. Com o lo señala el
propio Cieza de León (1553) estos pueblos fueron conquistados por Tupa
Inka y reorganizados por Huayna Capac a fines del siglo X V (Espinosa S.;
1969:5).
La arqueología de cam po ha probado la veracidad de parte de esta
información, com o la participación de contingentes Chichas en la defensa
de la frontera que los Inka tendieron al oriente de Humahuaca, ante la
amenazante presencia chiriguana. Los sitios defensivos, de observación y
control construidos en Puerta de Zenta, Chasquillas, Pueblito Calilegua y
Cerro Amarillo, así com o soberbios tramos de Jatunñam empedrados y en
comisa, que conectan esta frontera con Humahuaca, son prueba de ese
objetivo. Otros sitios con arquitectura Inka y alfarería del estilo Chicha con
posición oriental a Humahuaca son los de la Quebrada de Iruya (Ocloya).
Entre ellos Titiconte y Arcayo, descubiertos por S. Debenedetti y Márquez
Miranda en la década de los '30 y reconocidos com o de filiación Inka en
recientes trabajos personales (R. R affino y C ol.; 1986).
La participación Chicha en estas maniobras se manifiesta por la
cerámica hallada dentro de las áreas intramuros de los sitios lnka
Chasquillas Tampu y Puerta de Zenta. Repitiendo una constancia ya adver­
tida en La Huerta.
Por lo demás, el Memorial señala dos temas de interés. El primero
sobre los objetivos del dominio territorial del Tawantinsuyu, dado que “ ...
el inka tenía en el asiento de P orco unas minas de plata y lo mesmo las
minas de oro que en el río de Chiutamarca y las minas de cobre que fu e en
Aytacara y las minas de estaño que fu e en Chayanta...” (Espinosa; op, cit:
26).
Estos topónimos aparecen en el ámbito arqueológico examinado. En la
médula de la antigua provincia española de los Charcas, un territorio
heredado a fines del siglo X V I por Hernando Pizarro, quien incentivó las
explotaciones minerales para b eneficio personal y de la Corona. Sin
embargo, no en todos estos puntos hemos logrado reconocer ruinas lnka,
especialmente en los vórtices de las explotaciones, com o en el propio
Porco, donde las continuidad de los trabajos de minería, por más de 400
años, ha convertido esas montañas en páramos irreconocibles, con un alto
grado de perturbación en superficie.
La segunda implicancia que interesa de este Memorial así com o de
otro documento anterior, la “ Prim era Inform ación hecha p or Don Juan
Colque G uarache.. ” , de 1575 (E. Soriano; 1981) es la participación de
señores y contingentes de estas naciones com o soldados y cargadores en las
conquistas de Topa lnka de 1470 y de Almagro-Valdivia a partir de 1535.
Los nombres de señores com o Mallco Colque y su hijo Colque Guarache
de la nación Quillaca-Asanaque; Copatiaraca y Consara de los Charcas y
Moroco de los Caracara, aparecen com o ilustres vasallos en esas expedi­
ciones. El ya apuntado hallazgo de alfarerías de los estilos Chichas y, en
menor frecuencia, Uruquilla y C olla Quillaquila en enclaves lnka de
Humahuaca y altiplano argentino, confirma en parte esas advertencias.
Similares expectativas se desprenden de la aparición de cerámica de
los estilos Tiwanaku decadente, Yura, Colla o Kekerana, o Sillustani en
tambos lnka ubicados al S. del Lago Aullagas-Poopó. Su presencia dentro
de áreas intramuros lnka y a más de 3 o 4 centenares de kilómetros fuera
de sus respectivos territorios, sugiere la existencia de mitimaes Collas y
Yuras al servicio de tambos y factorías lnka.
Similar interpretación se nos ocurre para los estilos Tiwanaku
Decadente y Collas, oriundos del ámbito circuntiticaca, ubicado a más de
300 km. al N. de la Pampa de Aullagas. Mientras que el Yura se vislumbra
com o probable fo c o de su dispersión sobre el otro lado de la Cordillera
F ig . 7 .3 . C ullpas funerarias de ad obe de la Pampa de A ullagas posiblem ente construidas p or ios Soras o Asanaques
Real boliviana, en algunos de los valles mesotérmicos situados al S. de
Cochabamba.

III — Arqueología Inka en Potosí y Oruro

Los trabajos en el terreno se efectuaron entre 1983 y 1987. Fueron


expediciones planeadas de m odo tal que permitieron “ peinar” el terreno en
un sentido general de S. a N ., con punto de partida en el propio límite
argentino-boliviano y con destino al Lago Titicaca. El “ tambo Real de
Calahoyo” ubicado sobre los 22º 0 2 ' Lat. S., descubierto por nosotros en el
otoño de 1983; y el pequeño tambo de Toroara, situado en el suburbio
meridional de la ciudad argentina de La Quiaca, desplazado a 6 minutos al
oriente del mismo paralelo, fueron los puntos de inicio.
A partir de estas dos instalaciones se tendieron dos probables rutas
hipotéticas. La primera u occidental unía las localidades Calahoyo-Talina-
Tupiza-Uyuni-Aullagas-Huari-Challapata-Poopó-Paria. La segunda,
tendida hacia el oriente, lo haría conectando las de Villazón-Suipacha-
Mochará-Cotagaita-Tumusla-Vitichi-Porco y la Villa Real de Potosí.
Las áreas donde se descubrieron asentamientos Inka corresponden a
secciones intermitentes de estas dos rutas de exploración. Están ubicadas
dentro de los actuales Departamentos de Potosí y Oruro y pueden ser
convencionalmente fraccionadas de la siguiente manera:

1 — Valles de Talina-Tupiza: abarca por el S. desde el límite argen-


tino-boliviano (paraje Calahoyo) hasta el río Tupiza.
2 — Valles Suipacha-Mochará: comprende desde la actual estación
ferroviaria de Arenales, al S. del histórico valle de Suipacha,
hasta las localidades de Cotagaita-Tumusla.
3 — Vertiente oriental del L ago Poopó: abarca desde la margen
meridional del R ío M ulatos, próxim o al Salar de Uyuni. y
asciende por el E. de las cuencas Poopó-Uro hasta la histórica
localidad de Paria, al E. de la ciudad de Oruro.

Tupiza y Talina: los portales del norte argentino

Aproximadamente a cin co horas de marcha hacia el N. del Tambo Real


de Calahoyo se abre la quebrada de Talina, un fértil valle muy parecido a
Humahuaca, de 4 0 km. de extensión longitudinal que se erige com o un
oasis en el páramo altiplánico. En su cabecera N. se levanta la histórica
aldea de Palquiza, la cual, junto a Calahoyo y Talina, son mencionadas en
la célebre carta de Juan de Matienzo, com o enclaves por donde transcurría
una ruta hispánica. Una decena de kilómetros más al N.E. se encuentra la
ciudad de Tupiza, actual capital de la Provincia de Sudchichas. En el tramo
medio de Talina se alojan las poblaciones de Chipihuayco, Talina y
Chagua; esta última habitada por grupos “ olleros” , encargados de manufac­
turar la cerámica que se utiliza en gran parte de la Provincia.
Pocos kilómetros antes de Palquiza esta quebrada recibe al Rio San
Juan Mayo o San Juan Oro. que corre por un amplio valle fértil que nace en
territorio argentino. Este río, tras desplazarse hacia el N., adquiere la forma
de una gigantesca “ V” invertida que cruza el S. de Potosí en dirección a
Chuquisaca y Tanja.
La región explorada comprende una franja longitudinal que parte de la
actual frontera entre Bolivia y Argentina, a la altura del paralelo 22º 02'
Lat. S., hasta el Río Tupiza, sobre los 21° 20' Lat. S. Los límites conven­
cionales en sentido meridiano son 65º 50' y 66 º 10' Long. O., respectiva­
mente por el E. y O. Está incluida en parte de las actuales provincias de
Modesto Omiste y Sudchichas, en el Departamento de Potosí. En ella
reconocimos 4 instalaciones con vestigios estructurales Inka y segmentos
de la red vial que originalmente las conectó. Se trata de las de Calahoyo,
Chagua, Chipihuayco y La Alameda de Tupiza.
La quebrada de Talina ha sido singularmente pródiga en cuanto a la
presencia Inka y sus relictos arqueológicos se atesoran en los estableci­
mientos de Chagua y Chipihuayco, amén de algunos fragmentos intermi­
tentes del camino real o Jatumñan.
Estos sitios han merecido tratamientos puntuales en recientes trabajos
editados, ante lo cual nos limitaremos a una síntesis de sus repertorios
arquitectónicos y artefactual (R. Raffino; 1986).
Chagua o Maucallajta se levanta 13 km. al S. de Talina, sobre un estra­
tégico espolón serrano de la margen izquierda del Río Talina, en el punto
de confluencia con el Río Chagua y a 3200 m.s.n.m. A unos 350 m. al S.
del comienzo del espolón, una muralla baja divide el área intramuros en
dos sectores claramente definidos. A partir de esa muralla, comienza la
arquitectura cuzqueña, la cual se diferencia ostensiblemente de las estruc­
turas “locales" o chichas. Aparecen varias Kanchas, sobre Jos que se
destaca una construcción finamente pircada de planta rectangular, cuyos
aparejos pétreos recuerdan la cantería ínkaica.
Adheridos a la pared de estos edificios hay una serie de recintos
subrectangulares cuyas entradas, no claramente detectadas debido al
deterioro de la pared, darían a un patio intramuros de 2,50 m. de altura, que
constituye el resto de la construcción. Dentro del espacio pircado, de 26 por
28 m „ existe una plataforma de 2,5 por 3 m., ubicada en el ángulo S.O. Su
acceso parece haber sido resuelto por dos rampas y en el creemos identi­
ficar al USNU cuzqueño. Sobre la pared S. aparecen hornacinas que
guardan calculadas distancias de separación entre sí. Puede ser que en la
pared opuesta se encontrara otra serie simétrica de hornacinas, aunque aquí
el estado de deterioro del lienzo no ofrece seguridad en el diagnóstico.
Otra hornacina aparece en la pared O. de los recintos. Hacia el ángulo
N.E. del patio intramuros se detectan restos de otras construcciones. La más
claramente distinguible es una planta circular de 1.50 m. de diámetro.
Hacia el S. se observa un gran patio de 2700 m2, limitado por muros
perimetrales a la manera de una plaza. Dentro de él los cimientos de un
gran recinto rectangular cuyas dimensiones — 26 m. por 10 m.— y posición
relativamente sugieren que correspondería a una kallanka. En todos estos
sectores se observa un prolijo manejo de los desniveles del terreno
mediante atenazados y nivelación.
Sobre el muro de la plaza se abre paso el camino inkaico que baja por
la ladera, mediante escalones y paredes pétreas. Luego se bifurca en dos
ramales hacia el S. y el N. En ellos se conservan aún partes de los antiguos
muros de contención que soportaron la vía. Su cota de altura se ubica a
unos 15 m. Este tipo de Jatumñan es comparable con los observados en
Humahuaca y del Toro, en Argentina. La posición en cornisa parece
responder al deseo de evitar el fondo de valle, que durante las crecientes
estivales se toma intransitable.
La cerámica levantada en Chagua pertenece fundamentalmente al
Complejo Chicha en todas sus variantes y formas, acompañada por pucos
omitomorfos y aribaloides del estilo Inka Provincial.
Situado a unos 7 km. al N., Chipihuayco posee mayor envergadura de
su área intramuros que Chagua. Ocupa un espolón aterrazado también de la
margen derecha del río, por espacio de cerca de 10 hectáreas de arquitec­
tura Inka y Chicha. En el se aprecian dos secciones:

1 — Grupo N.O. Compuesto por medio centenar de recintos


agrupados en un trazado en damero. Ocupan las proximidades al
vértice del espolón. Fueron elevados con paramentos de piedra y
entre ellos circulan calzadas sobreelevadas que convergen hacia
una principal, el camino Inka. delimitado por muros y de
recorrido longitudinal dentro del área intramuros con dirección a
Chagua. Es significativa la gran cantidad de instrumental de
molienda de granos diseminado por este sector en superficie.
2 — Grupo S.E . sobre la base del espolón y ascendiendo por el pie de
monte, Chipihuayco atesora la arquitectura Inka por una serie de
Kanchas de gran tamaño y riguroso rectangularismo. La plenitud
del patrón Inka se refleja en las grandes Kanchas con patios
internos y recintos menores, perimetrales a los muros exteriores,
aunque no directamente adosados a ellos. El menor FOS del
sector torna innecesarias las calzadas en un espacio que no
presenta la con d ición de con glom erado de su vecin o septen­
trional. Faltan aquí los instrumentos de molienda para dar paso a
una impresionante concentración de alfarería fragmentada. Una
frecuencia del 15% de esa cerám ica corresponde a tiestos con
formas Inka Provincial y el resto a los estilos Chicha locales.

Como en los edificios del estrato 1 de La Huerta, estas grandes Kanchas


de Chipihuayco, así com o otras muy parecidas de Pozuelos en el altiplano de
Jujuy, parecen ser corrales y am bientes de carga y descarga de tropas de
llamas. Pero en Chipihuayco la densidad de fragmentos de cerámica por m 2
es entre 12 a 20, mientras que en La Huerta apenas de 0,5 a 1. Esto ofrece una
medida de la intensidad de actividad entre uno y otro sitio.
Los Corrales/Kanchas de Chipihuayco fueron locus de actividad donde
recalaron vasijas contenedoras de productos que se cargaron y descargaron
en llamas produciendo estas infinitas fracturas. En un trabajo reciente
(Raffino, R.; 1986) apuntamos que no sería ajeno a este fenómeno la gran
riqueza agrícola de Talina. C hipihuayco y Chagua fueron enclaves que
aglutinaron actividades de explotación y transporte de productos agrícolas
en contenedores de cerámica Chicha hacia otros puntos del territorio Inka.
Los indicios que convergen hacia estas hipótesis no son pocos:

1 — El gran tamaño y cantidad de construcciones en ambos estableci­


mientos, que lo s haría sobrepasar la categoría de tampus y
acceder a la de enclaves para la explotación económica.
2 — La pródiga cantidad de instrumentos de labranza registrados en
Chipihuayco.
3 — La fertilidad y abundancia de agua en la quebrada de Talina,
inusual dentro del ámbito puneño circunvecino.
4 — Los relictos de andenerías y obras de regadío, fundamentalmente
canales, inmediatamente por debajo del espolón de Chipihuayco,
reutilizados en parte por las comunidades criollas.
5 — La proximidad entre C hipihuayco y Chagua y las diferencias
morfo-funcionales y cualitativas, percibidas entre la arquitectura
de uno y otro. En Chagua, énfasis de actividades redistributivas y
ceremoniales, por la presencia de usnu, kallanka. así co m o las
hornacinas simétricas, la técnica del sillar en el patio que
encierra al usnu, y la plaza intramuros enfrentando a la Kallanka.

Estos componentes conllevan a diagnosticar a Chagua com o un centro


de actividades políticas y administrativas. En Chipihuayco en cambio hay
señales de actividad agrícola, procesamiento y transporte en vasijas con
elevado índice de intensidad.

Tupiza, el dominio Inka y la entrada


de Diego de Almagro

El sostenido crecimiento de la moderna ciudad boliviana de Tupiza,


desde fines del siglo X IX , ha sepultado sin retomo los vestigios de otro
tampu Inka, situado bajo una alameda en la zona N. de la ciudad. N o
quedan casi cicatrices de paramentos, aunque la estirpe Inka se comprueba
por tumbas que contuvieron individuos prestigiosos. Circunstancia que se
asoma por la calidad de los ajuares funerarios extraídos de ellas por el Sr.
Juan Mogro, maestro local.
En el verano de 1536 D iego de Almagro recaló en Tupiza con una
tropa de 240 españoles montados y un par de miles de auxiliares indios.
Los acompañaban, altanándole el camino, los jerarcas cuzqueños Paullu
Topa y Vilahoma, amén de algún jefe Guarache de los Quillacas. T odo
indica que Almagro estuvo allí entre 2 semanas hasta 2 meses, donde cargó
sus alforjas con bastimentos. Luego prosiguió su marcha hacia el S., atrave­
sando la quebrada de Talina, Calahoyo y los sitios Inka del altiplano
puneño de Jujuy, com o Pozuelos, Queta, Rincón de Salinas y El Moreno
con destino a los valles de Calchaquí, Yocavil y Hualfín. Pasaría posterior­
mente a Copayapu (Copiapó en Chile) por algún paso cordillerano entre
Catamarca y La Rioja, no sin antes sufrir los rigores del clima y las tempes­
tades del viento blanco.
Dada la presencia de esos calificados guías cuzqueños y la yuxtaposi­
ción de su ruta con el “ Capacñam” , no caben dudas de que en el valle de
Tupiza existía una fuerte presencia Inka, en condominio con los grupos
locales Chichas. Ello le permitió al Adelantado un aprovisionamiento nada
sencillo por tratarse de un contingente tan numeroso. 7
Los ajuares de las tumbas de Tupiza contiene piezas de cerámica Cuzco
7 Varios cronistas señalan este reaprovisionamiento de Almagro, aunque no coinciden en el
tiempo en que estuvo detenido en Tupiza (Góngora y Marm olejo (1575). Fernández de
O viedo (1548), A . de Herrera (1596-1736).
Polícrom o, 2 keros y un vaso Rojo/ante, 2 plalos ornitomorfos, uno plano y
un aribaloide elaborados en cerámica de pasta Chicha entre otras prendas.

El valle de Sui pacha tres siglos antes


de la Revolución de M ayo

.. Las prim eras guasábaras entre Andinoamérica y España


se libraron en lo s valles de Cotagaita y Suipacha en Noviembre de
1810. En ellas intervinieron soldados rioplatenses comandados
p o r B alcarce, Castelti y Arenales. También escuadrones Chichas
que apoyaron esa m isión h acia e l A lto Perú. Suipacha fue la
prim era victoria andinoam erican a, lu ego seguirían Huaqui,
V ilcapujio, Ay ohum a..
.. H abía que fin a n cia r la R evolución de Mayo con la plata
de P o to s í...". " ... En Suipacha hubo inm óviles testigos presen­
ciales de esa batalla. Una ciudadela y un camino construidos 300
años antes de ese tiempo p o r el Tawantinsuyu y que han perdu­
rado con el topónim o de C h u q u ia go...".
R. A . R. Diario de Viaje. National Geographic Society.
Agosto 14 de 1983.

Los Valles de Suipacha, Mochará, Ascande y Tumusla configuran una


sucesión de bolsones longitudinales que se extienden desde el meridional
Nazareno, situado a pocos kilómetros al N. de La Quiaca (21º 30’ Lat.S.),
hasta Escara y su posterior trepada a las alturas de Porco y Potosí, bajo la
posición del paralelo 20º 4 0 ’ Lat. S. En esta extensa faja descubrimos
cuatro instalaciones con rémoras Inka y varios segmentos del camino que
para su articulación fue construido. Responden a los topónimos de Charaja,
Chuquiago, Ramadas o Ascande y Mochará que brevemente describiremos.

Charaja
Es un imponente pukará de trazado defensivo que se levanta a 60 km. al
N. de La Quiaca, sobre un recod o del R ío San Juan M ayo. Su posición
meridiana es 65º 59’ Long. O. y 21º 2 8 ’ Lat. S., a 2900 m.s.n.m. Fue levan­
tado sobre el punto mismo donde el R ío San Juan M ayo se encajona en un
agudo desfiladero. N o sabemos si su existencia obedece a tiempos Inka o fue
edificado antes de los Yupanki, pero su posición estratégica lo involucra a
proteger en camino Inka que transcurre en com isa bajo sus paramentos.
Fig. 7.6. El valle potosino de Suipacha visto desde el Pukara Chara ja, al fondo aparecen los cerros de Ch uquia go
Desde sus alturas, a más de centenar y medio de metros encima del
jatumñan y el río, se divisan las serranías de Chuquiago, donde se halla otro
importante enclave Inka. El camino Inka que protege conecta directamente
el valle de Suipacha con la región de Tarija, al oriente boliviano, aunque
desconocemos hacia qué punto de Tarija se dirige.
El trazado general del Pukará recuerda al de Hornaditas (R. Raffino;
1988; Lám. 4.21), levantado en el extremo N. de Humahuaca para proteger
el camino Inka. Atesora muros defensivos con troneras y peldaños pétreos,
todos erigidos para dificultar, aún más, una ascención por demás fatigosa.
La zona residencial, coronada en la cúspide, tiene traza en damero y es de
bajo FOS, con lo cual queda diagnosticado el sitio com o un reducto de
ocupación transitoria. Posiblemente una guarnición dedicada a controlar el
tráfico entre Suipacha y Tarija, o alguna posible incursión desde el oriente
chiriguano hacia el universo Inka.

Chuquiago de Suipacha

Este Chuquiago de la anécdota histórica resultó ser una de las instala­


ciones Inka de mejor porte de las exploradas en Potosí. Contiene rasgos
arquitectónicos de primer nivel y fue levantado siguiendo un modelo de
instalación en damero planeada. Se ubica sobre los 2900 m. en los cerros
occidentales del Valle de Suipacha, sobre la margen derecha del Río San
Juan Mayo u Oro; a unos 60 m. por encima de donde se libró la batalla (65º
30’ Long. O. y 21º 29’ Lat. S.; 2900 m.s.n.m.).
Enmascarada entre un recodo del Río San Juan y La Sierra de Cordón
Cancha, la instalación se compone de 6 núcleos arquitectónicos distribuidos
sobre un área total de 190.000 m. y comunicados por calzadas internas.
Cuatro de éstas son complejos conjuntos de Rectángulos Perimetrales
Compuestos. El quinto está constituido por dos galpones o kallankas; y el
sexto por un par de recintos que delimitan el ingreso del camino real al
establecimiento. Otros componentes arquitectónicos relevantes son un
complejo sistema de acueductos que penetran a la instalación por sus
flancos O. y S., una represa sobre la que desemboca una de las acequias y,
por último, un conjunto de muros trapezoidales que forman andenes para
atenazar a la colina situada al S. de la represa.
El establecimiento se halla rodeado, en parte, por una muralla semipe-
rimetral que protege el acceso desde el N. y O. Aunque su existencia no
implica que Chuquiago pueda ser rotulado como un Pukará o guarnición
defensiva. El camino real, que cruza el sitio en forma longitudinal de N. a
S., cuento con una bifurcación hacia el N .O., por lo cual se observan tres
ramales que parten en diferentes direcciones.
Ya hemos transitado con anterioridad por descripciones del patrón
urbanístico de Chuquiago (R . A . Raffino y C ol; 1986), ante lo cual sólo
resta confirmar la relevancia de este enclave Inka, directamente articulado
con lavaderos de oro, tal com o lo indica la traducción del topónimo Carena
o polvo fino de oro” ) y con el Jatumñan que une Humahuaca con Potosí y
Porco. Los artefactos Inka Provincial de su superficie confirman la índole
de su ser, en cuanto a la existencia de aríbalos y pucos ornitomorfos
construidos en alfarerías de pastas Chichas, a la par de la propia cerámica
de los Chichas potosinos.

El Ascanti de M atienzo y los enclaves


Ramadas y M ochará

Mochará y Ramadas respectivamente son los enclaves que siguen a


Chuquiago en dirección al N . hacia Porco y Potosí. La primera es una insta­
lación compuesta por varios conjuntos de kanchas asociados con segmentos
del camino real. Fue construido sobre una terraza que forma un recodo en
el río hom ónim o, en el faldeo occidental de la Sierra de Mochará (65º 30'
Long. O . y 21º 18' Lat. S.). Se ubica en la Provincia Sudchichas, 28 km. al
N. de Chuquiago y unido a éste por el Inkañan que corre intermitentemente
por el faldeo O . de la Sierra de Mochará.
V arios segm entos de cam ino fueron observados en los accesos e
interior de Chuquiago, en la Quebrada de Suipacha y sobre los lados E. y
O. del T a m b o M ochará por los que transita luego de trasponer sendas
apachetas de piedras de co lo r blanco. En definitiva, el sitio ocupa una
superficie aproximada de 6 Ha. delimitadas en sus accesos por el N. y el S.
por hitos de piedras blancas agrupadas, por donde transcurre el camino.
Siguiendo por el faldeo occidental de la Sierra, a unos 23 km. al N. de
Mochará se ubica la población de Ramadas y a 500 m. al oriente las ruinas
del siguiente enclave con restos inkaicos (2900 m.s.n.m.; 65º 35' Long. O.
y 21º 0 0 ' Lat. S.).
H oy día se o fre ce co m o un conglom erado de construcciones muy
perturbadas en las que predomina la planta ortogonal. Prevalece la pirca
doble con relleno com o cimiento; por encima de éste se sucederán alternati­
vamente líneas de adobe con otras piedras medianas. Esta técnica explica la
mala conservación de esos lienzos, ya que al desaparecer el adobe, más
perecedero ante el tiempo y los factores mecánicos, se produce el desmoto-
namiento, quedando las acumulaciones de piedras que se observan en los
sitios y que dificultan el seguimiento de los muros. En aquellos donde la
arquitectura Inka coexiste con manifestaciones Chichas, com o en Chagua,
es evidente la diferencia de conservación de los muros entre los lienzos
Inka. de pirca bien trabajada, y los locales, muy deteriorados.
No aparecen con claridad en Ramadas elementos arquitectónicos Inka
como no sea esos atisbos de cam ino y un par de estructuras muy pertur­
badas que semejan pequeñas canchas. En la cerámica se registra profusión
del estilo Chicha, aunque no están ausentes los fragmentos del grupo Inka
Provincial.
El derrotero trazado con clu y e co n los restos Inka, pero n o con
topónimos históricos de sign ificación . Entre ellos los de Ascande,
Cotagaita, Escara, Porco y Potosí. El primero de ellos se halla a 1 km. al O.
de la aldea Cazón sobre el espolón meridional de la quebrada que conduce
a Totoras (2600 m.s.n.m.; 65° 3 8' Long. O . y 20° 5 8' Lat. S.). Ocupa la
parte plana de este espolón unos 30 m. por encim a del fondo de la
quebrada. Este sitio coin cid e con precisión con el mencionado por
Matienzo; aquel “ pueblo de indios chichas” de su informe de 1566. Se
ubica a 20 km. al N. de Ramadas, en la Provincia Nordchichas, a la que se
penetra luego de cruzar el R ío Konchayoi.
Sus características estructurales se corresponden con las de Ramadas
en cuanto a formas arquitectónicas. N o hemos registrado rasgos Inka que
demuestren presencia estructural, pero en superficie aparecen algunos
tiestos del estilo Inka Provincial y fundamentalmente el estilo Chicha.
Un p o c o más al N . de este Ascanti de Matienzo se suceden los
topónim os Cotagaita (h oy día una población muy pequeña). Escara,
Tumusla (con un puente de madera que inspira poca confianza). Vitichi y
luego la inevitable ascensión a Porco y la Villa de Potosí. Será muy difícil
en estas dos últimas confirmar las informaciones de los cronistas Pizarra y
V aca d e Castro en cuanto a su explotación Inka. Más de 400 años de
reexplotación ininterrumpida han perturbado hasta el final alguna supuesta
rémora y cualquier intento al respecto sería casi un sueño fantástico. Aquí
queda arrojado otro guante a los arqueólogos del segundo milenio.

De Tupiza al norte; de Uyuni al sur

" .. . Una mañana de otoñ o de 1985 atravesábamos la


C ord illera d e lo s C hichas con rumbo S.E.-N.O. desde Tupiza
hacia el Salar de Uyuni. Sobre tos 5200 m. de altura. ya a lfila de
las nieves eternas encontram os una recua d e llamas. unas 20.
cargadas de sal y conducidas por una fam ilia de salineros
compuesta por una pareja con un hijo adolescente. Vestían
ponchos y barracones criollos, gruesos gorros de lana y ojotas de
cuero sobre sus pies desnudos. Era patético observar los rostros
curtidos de estos caminantes, expuestos a una temperatura que
calculamos en 10 grados centígrados bajo cero. Al preguntarle
sobre su procedencia y probable destino, el hombre de la familia
me contestó en media lengua Aymara-español que llevaba esa sal
para cambiarla por maíz y ollas en Talina. El viaje le insumía
unos 10 días. Había dejado el camino de los Inka al S. de Uyuni
esquivando la ruta a Chile por los Lipes para optar por el otro
tramo, el más directo hacia Talina, por Tupiza y Palquiza. En dos
oportunidades intentamos seguir los pasos de estos salineros,
armando el itinerario entre Tupiza y Uyuni por la Cordillera de
los Chichas. En los intentos logramos atravesar la serranía pero
quedamos empantanados en las arenas que median entre Uyuni y
las minas de Atocha. Por alguno de esos páramos se debe encon­
trar el tramo de Camino Real que conectó el salar de Uyuni con el
valle de Tupiza que vaticinó León Strube como ruta de Almagro al
Tucumán
R. A. R. Diario de Viaje. 3º Misión. National Geographic Society.
Agosto 19 de 1985.

El lago Poopo-Aullagas y el salar de Uyuni

Como sus pares. El Mulato y El Sevaruyu, el Río Márquez en la Sierra


de Asanaque, junto a las minas de Porco y desciende abruptamente por su
faldeo occidental hasta dar al Lago Poopó. Cualquier caminante o tropero,
antiguo o actual, deberá descender por uno de estos tres helados cauces si
desea dirigirse desde esas alturas potosinas en dirección a Arica, o al
Titicaca y Cuzco o hacia el S. en busca del Salar de Atacama, Humahuaca
o el Valle del Río Loa, por citar seis “ mecas arqueológicas” de tiempos
Yupanki.
Y antes del Lago Poopó está la Pampa de Aullagas del Virrey Vaca de
Castro. Y en medio de ella sobresale un topónimo que, en nuestros
exámenes previos al trabajo de campo nos llamaba la atención. Se trata de
un tal OMAPORCO, situado a la vera meridional del río Sevaruyu. en el
piso del altiplano; es decir “ por debajo” , tal como lo indica su vocablo
“OMA” del Porco de las crónicas indianas.
Estas coincidencias, a la par de la circunstancia de que nos había sido
imposible avanzar de Tupiza al N. ante los arenales de Uyuni y las eleva­
ciones de la Cordillera de los Chichas, impulsaron a tomar la decisión de
entrar por el N., es decir desde Poopó, en busca de las pruebas arqueoló­
gicas que buscábamos. La región a explorar quedó circunscripta entre
Uyuni y el Río Mulatos por el S., en la potosina provincia de Quijarro (19°
Lat. S. y 66 ° 4 5' Long. O.). El límite N. quedó trazado en la histórica
PARIA de Cieza de León. Lugar en donde había construidos “ tambos
reales del Inka” según su relato, y que sin éxito intentaron su búsqueda D.
Pereyra Herrera (1982) y J. Hyslop (1984).
Quedó así delimitada una extensa faja longitudinal al naciente de las
cuencas Poopó-Uro al N. del Salar de Uyuni y al poniente de la Sierra de
Asanaque. Las poblaciones actuales de mayor porte alojadas dentro de esa
franja son Río Mulatos, Sevaruyu, Santuario Aullagas, Santuario Quillacas,
Urmidi de Quillacas. Condo Condo, Bolívar, Santiago de Huari,
Challapata, Huancane, Pazna, Poopó, Machacamarca y Oruro.
Allí fueron reconocidas instalaciones y vestigios de vialidad Inka en
Río Márquez, Jaruma, Oma Porco, Soraya, Urmidi de Quillacas, Khapa
Kheri, Moxuma y Apacheta Sirapata.

Río Márquez-Rto Jaruma

Son los grupos más meridionales de evidencias estructurales Inka de la


región entre Uyuni y Poopó. Río Márquez es un tambo de regular extensión
emplazado sobre la margen derecha del río homónimo, a 150 m. al N. de su
cauce actual y en terrenos apenas elevados a cotas de 10-15 metros. Su
posición coordenada es de 66º 45’ Long. O y 19º 40’ Lat. S. y a una altura
de 3684 m.s.n.m.
Las ruinas ocupan una superficie de 13.650 m2, con una longitud
mayor E .-0. de 210 m. y N.-S. de 65 m. de promedio. Están divididas en 2
sectores, uno occidental de 3200 m 2 e integrado por 10 estructuras de
paredes de piedra. El segundo sector se ubica hacia el oriente del primero,
consta de unos 7200 m2 y contiene evidencias de por lo menos 22 recintos
de similar construcción (transecta A-B).
Entre ambos conjuntos se extiende un área de 3250 m2 donde las
evidencias arquitectónicas están perturbadas, pero que ha formado también
parte de la instalación, a juzgar por la ostensible cantidad de alfarería
fragmentada de su superficie.
Río Márquez fue un tambo integrado por 8 conjuntos de Rectángulos
Perimetrales Compuestos. Cada uno de ellos está integrado por el amplio
recinto central, al que se adosan — sobre sus paredes perimetrales—
recintos de menores dimensiones. Todas las estructuras son ortogonales o
en damero regularizado. Por sus dimensiones y articulación pueden ser
agrupadas en tres estratos:

1 —grandes patios centrales, con superficies mayores de 150 m2 de


los que se conservan 8 (hom ologables al estrato E -l de La
Huerta).
2 — recintos en damero de dimensiones entre 10 a 25 m2 adosados a
los primeros (homologable al estrato E-3 de La Huerta).
3 — recintos de dimensiones reducidas, hasta 10 m 2 que aparecen
adosados tanto a los del tipo 1 (por ejemplo grupos 13 y 14 del
plano) o bien a los del tipo 2 (15 y 16) (estrato E-4 de La
Huerta).

Las analogías de partes arquitectónicas, trazadas entre estos tres tipos de


recintos y congéneres registrados por excavación en otras instalaciones Inka
de los Andes Meridionales permiten inferir funciones tentativas. El tipo 1
correspondería a los patios-corrales; el tipo 2 a habitaciones-albergues y el
tercero podría corresponder a cocinas-albergues. Esta última adscripción es
la más difusa ante la posibilidad que fueran almacenes o Collcas.
La técnica constructiva de Río Márquez mantiene las reglas generales
apuntadas para la arquitectura Inka en los tambos. Paredes de piedra globu­
lares o irregulares con relleno de sedimento y con espesores menores de 1
m. No se observan evidencias de edificios de gran porte, que indique la
presencia de kallankas, tampoco hay construcciones cualitativamente privi­
legiadas. Esto significa la ausencia de trabajos de cantería, de imitaciones
de sillería, muros reforzados con banquetas, vanos trapezoidales y escali­
natas pétreas.
La ausencia de arquitectura militar-defensiva, sumada a su tipo de
emplazamiento, en terrenos bajos, de fácil acceso para el Jatumñan, que lo
atraviesa por su sector oriental, condice con la atribución de R ío Márquez
como tambo o punto de enlace en la red vial.
El Jatumñan ha sido reconocido por dos segmentos intermitentes entre
Río Márquez y el Río Jaruma. El tramo más meridional atraviesa el sitio
por su flanco E. Es una calzada de 2 m. de ancho y unos 300 m. de longitud
que sigue una dirección sostenida N.-S., posicionalmente solidaria con el
meridiano 66º 45’ Long. O. A 6 km. al N. de R ío Márquez reaparecen
segmentos aún visibles. Este segundo tramo se emplaza sobre los contra-
fuertes de la Sierra de Azanaque, a la altura de la localidad de R io Jaruma,
a 3690 m.s.n.m. y sobre el paralelo 19º 36' Lat. S.
río Jaruma ha sido un pequeño enclave Inka y de él sobreviven unos
50 metros de Jatumñan en cornisa, con refuerzo en el talud por la c o nstruc-
ción de un muro lindero. A esta altura hemos observado un gran recinto de
planta rectangular, de 600 m. de superficie. Su técnica de construcción es
similar a la de R ío Márquez.

Oma Porco de la Pam pa de Aullagas

Junto a C huquiago de Suipacha y Chagua de Talina, Oma Porco


integra una ca lificad a trilogía de instalaciones Inka en el altiplano
potosino, tanto por sus cualidades arquitectónicas, co m o por la enverga­
dura edilicia. Se ubica al S. del L ago P o o p ó , de la Pampa de Aullagas y
del R ío Sevaruyu, en la Provincia de Quijarro, Departamento de Potosí.
Su posición coordenada es 19º 3 0 ’ Lat. S. y 6 6 ° 4 9 ’ Long. O. y sobre los
3660 m.s.n.m. Pero la referencia geográfica de mayor significación es que
se halla a día y m ed io de marcha del histórico P orco minero, co n e l cual
se articula semánticamente, siendo “ Orna” = “ cabeza” , o bien “ debajo” .
Oma Porco ha sido una instalación deliberadamente planificada y en la
que se registran relevantes rasgos arquitectónicos difundidos por el
Tawantinsuyu en el ámbito de los Andes Meridionales; entre éstos

1 — presencia articulada del conjunto kallanka-aukaipata-usnu, como


síntoma de funciones tributarias y administrativas.
2 — la tendencia hacia una discriminación sectorial de la cerámica de
su perficie de los estilos Yura potosin o, C olla o Kekerana y
Tiwanaku decadente de Titicaca, Pacajes o Saxamar y
U ru qu illa8. O cu pa un área de 100.000 m2, sobre lasque se
detectan 7 4 estructuras arquitectónicas, de las cuales 69 son
adscribibles al H orizonte Inka. El núcleo principal está
com pu esto p or una plaza intramuros o “ aukaipata” de planta
rectangular, de 2 0 .0 0 0 m 2 y con sus lados mayores orientados en
posición N .-S. Esta versión regional de la aukaipata Inka ha sido
el fo c o a partir del que se ha trazado el planeamiento urbano. En

8 El m uestreo arqueológico fue sim ilar al de La Huerta; dirigido y estratificado en base a l as


form as y dim ensiones de la arquitectura de superficie. La plaza central se tomó como
estrato E .l. En los recintos que la rodeaban encontramos tendencias a la sectorizacion de
los estilos alfareros Yura, C olla, Chicha, etc. En los cocíales y collcas esos mismo s estilos
se hallaban juntos.
su interior se observa una pequeña estructura de planta cuadran­
gu
l a r sobreelevada, con paredes de piedra y relleno interior. No
obstante hallarse muy perturbada por la construcción de dos
corrales históricos, tanto por su imagen com o por su posición
creemos hallamos frente a una versión local del usnu cuzqueño.

Adosados al muro O. de la aukaipata hay 6 grandes edificios en R.P.C.


y, sobre la parte interna de los muros orientales de cada uno de ellos, se
ubica una serie rítmica de recintos rectangulares pequeños con vanos de
comunicación al patio interior. Otros dos conjuntos de R.P.C. aparecen
adosados por la parte exterior del muro meridional de la plaza.
Hacia el naciente de la plaza se hallan 25 recintos agrupados, 19 de
ellos de planta circular, los 6 restantes rectangulares. Los primeros
conservan vestigios de pequeños vanos, los segundos dimensiones
promedio de 6x4 metros de lado. La analogía de partes arquitectónicas,
entablada hacia otros enclaves Inka es directa para deducir su funcionalidad
com o collcas. Las de planta circular poseen 4 m. de diámetro y, calculando
un promedio relativo de 1,60 m. de altura, inferimos un volumen de
almacenaje de 380 m3, mientras que las rectangulares podrían albergar a
unos 230 m3. Junto al sector de los corrales, las collcas de Oma Porco
ofrecieron la mayor diversidad estilística en lo referente a la cerámica
levantada en su superficie.
Adosado al muro N. de la aukaipata se observa el edificio más
relevante de Oma Porco, una estupenda Kallanka en excelente estado de
conservación. Poseemos una breve descripción de este edificio en una
reciente obra de D. E. Ibarra Grasso y R. Querejazu L. (1986:337), los
cuales lo atribuyen com o “ Templo de Huiracocha” . La estructura ocupa un
área de 378 m2, con planta rectangular de 42 m. de lado mayor por 9 m. del
menor. Su fachada mira y se adosa a la aukaipata, con la que se comunica
por 4 estupendos vanos trapezoidales de 2,80 m. de altura, 1 m. de ancho en
su base y 0,50 m. en su parte superior. Estas 4 aberturas están coronadas
por pesados dinteles de piedra.
Los lados menores de la Kallanka son dos imponentes hastiales de 9 m.
de altura. Presentan cada uno 3 ventanas trapezoidales en el sector medio a
superior del tímpano y tres hornacinas, también trapezoidales, en su sección
media inferior.
Las paredes interiores de la Kallanka están rodeadas por un conjunto
de 36 hornacinas trapezoidales de 1 m. de altura, 0,50 m. de ancho en la
base y 0,40 m. en la parte superior. En el lienzo posterior a la fachada se
ubican 17; 13 lo hacen sobre la pared opuesta y las 6 ya aludidas lo hacen
D iv e rs id a d y fre c u e n c ia e s tilís tic a en la c e rá m ic a de O m a P orco.
sobre los hastiales laterales. Cada una de las hornacinas, así com o el
interior de las paredes de los lados mayores, ostentan una banda continua
de revoque de barro batido. Este aditamento ha intentado cubrir una
construcción pétrea originalmente irregular, con francas intenciones
ornamentales.
Este edificio com bina el severo megalitismo Inka con la banda
continua de adobe ubicado en sus paredes frontal y posterior entre las
alturas de 1,80 a 2,20 m. Característica que está ausente en los dos
hastiales, construidos íntegramente en piedra fijada con mortero.
La instalación culmina con una serie de corrales rectangulares
ubicados en su flanco sudoriental y una tenue evidencia de Jatumñan
situado al E. de estos últimos en dirección al Río Sevaruyu.

Soraya
Es el próximo sitio reconocido en la transecta S.-N. Se sitúa dentro de
la quebrada homónima en la Provincia de Avaroa del Departamento de
Oruro, a 11 km. al N. de Oma Porco y 5 km. al naciente de la estación
ferroviaria Sevaruyu. Su posición coordenada es 66º 45’ Long. O. y 19° 20'
Lat. S., con una altitud de 3680 m.s.n.m.
Las ruinas están sobre el faldeo boreal de la Quebrada de Soraya,
enmascaradas por reutilización; parcialmente sepultados debajo de
canchones agrícolas actuales. Aparecen 4 pequeños recintos rectangulares
de 3 por 5 m. de lado. Sobre la margen opuesta de la quebrada aparecen
tumbas del tipo cave burials o criptas en cuevas brutalmente saqueadas.
Tanto aquí com o sobre la superficie del otro sector son reconocibles
fragmentos de alfarería Cuzco Polícromo, Yura e Inka Pacajes, con lo cual
puede completarse el cuadro diagnóstico de Soraya.

Urmiri de Quillakas

Las evidencias de instalación Inka reaparecen a 18 km. al N. de


Soraya, al occidente de la actual población Urmini de Quillakas, Provincia
de Avaroa, Departamento de Oruro, sobre una altitud de 3635 m.s.n.m. y
posicionalmente en los 19º 14' Lat. S. y 66 º 43’ Long. O.
Sobre el faldeo de un pequeño valle situado al O. del poblado aparecen
segmentos de camino en dirección E .-0. Uno de los segmentos reconoci­
bles posee unos 200 m. de longitud y se halla parcialmente encerrado entre
muros; para perderse luego entre los canchones agrícolas que tapizan el pie
de monte por donde transcurre. Su atribución cultural se confirma por el
hallazgo de fragmentos de alfarería Inka Pacajes, Cuzco Polícromo y Yura.

Khapa Kheri

A juzgar por el contexto edilicio de su planta central ha debido ser un


enclave Inka conspicuo, pero sucesivas reutilizaciones agrícolas han ido
desmedrando su traza original, de la cual sobreviven media docena de edifi­
cios. Se sitúa a 5 km. al oriente de la localidad de Condo y a igual distancia
al N. de Urmidi de Quillakas. Su posición coordenada es 19° 12' Lat. S.,
66º 43' Long. O. y su altura de 3635 m.s.n.m.
Las estructuras arquitectónicas que han sobrevivido a los factores
mecánicos y antrópicos ocupan un área de 5500 m2 y pueden ser agrupadas
en 4 tipos:

1 — Dos kanchas rectangulares de 4 0 y 43 m. de lado respectiva­


mente. Están adosadas entre sí por un muro medianero.
2 — Un torreón tipo C de nuestra clasificación (R. A . Raffino;
1982:118). Está construido con singular factura con lienzos de
piedra fijada con argamasa. Posee 8 m. de diámetro y su sección
ha sido parcialmente reutilizada por un corral histórico.
3 — Dos edificios rectangulares. Uno ubicado al N. de la Kancha con
la que parece haber comunicado por su vano de acceso. Posee 8
m. por 4 m. de lado y el vano de com unicación es de forma
trapezoidal con un dintel pétreo. El restante ed ificio posee
también planta rectangular, de 8 m. por 5 m. de lago y está
siendo situado al O. de las Kanchas.
4 — Un centenar de metros al N. del edificio G se emplaza una
Chullpa de planta rectangular construida íntegramente de adobe.
Hasta ese sector son visibles los restos de alfarería fragmentada
en superficie, lo cual hace suponer que la extensión original de la
planta de Khapa Kheri fue muy superior a la que se conserva.

Moxuma - Apacheta Sirapata

Las evidencias estructurales sobre ocupación Inka se diluyen al N. de


Khapa Kheri e Ingenio Vinto. Nuestras exploraciones continuaron por la
margen oriental de los lagos Aullagas (Poopó) y Uro Uro, visitando las
localidades de Santiago de Huari, Challapata, Huancane, Pazña, Poopó y
Machacamarca. Este itinerario siguió una dirección general paralela a la
ferrovía Uyuni-Oruro y a la ruta Nº 602. Por falta de equipo apropiado no
pudo ascenderse por las altas quebradas de los ríos Peñas y Ventaimedia.
en la actual Provincia de Poopó.
La Apacheta Sirapata y los segmentos de Inkañan en Moxuma signi­
fican los siguientes hitos con evidencias arqueológicas. El primero es un
hito caminero emplazado en la divisoria de aguas situada entre los bolsones
de Sora Sora por el S. y Khasa Huasa por el N.
Esta Apacheta es justamente una voluminosa acumulación de piedras
irregulares de p o c o más de 3 m. de altura Se trata de miles de clastos
formando una estructura piramidal de unos 4 m. de base y emplazada en el
punto más alto de los contrafuertes de la Sierra de Chochocomani, a 4060
m.s.n.m. Su posición coordenada es 66 º 59’ Long. O. y 18º 07' L at S., en
el Departamento de Oruro. El emplazamiento de esta Apacheta marca,
además del cam bio de pendiente de la serranía, el límite entre las provin­
cias de Cercado y Dalence.
Existen registros puntuales sobre este tipo de estructuras; V . von
Hagen (1955:67), J. Hyslop (1984:331) y D. M . Pereira Herrera (1982:72)
hallaron estructuras similares en Carabaya (Perú meridional), Nasakhara
(Cochabamba) e Ingañan (Salta). Nosotros atravesamos por similares alter­
nativas en la Sierra de M ochará y en Chuquiago. Se trata de grandes
apachetas de piedras irregulares de color blanco, directamente asociadas al
cam ino Inka. La tradición oral recogida entre campesino de Sirapata y
Khasa Huasi confirmaría su filiación Inka, así com o una pequeña muestra
de fragmentos de alfarería Inka Provincial, Yura y Pacajes observada en la
superficie del abra.
Moxuma es una localidad ubicada sobre los contrafuertes de la Siena
de C hochocom ani, al S. del Balneario de Capachos y del G o lf Club de
Oruro, sobre los 3700 m.s.n.m., con una posición coordenada de 66 º 59’
Long. O . y 17º 52' L.S., dentro de la Provincia Cercado. A llí observamos
tramos intermitentes y perturbados de un camino en el faldeo E. de la
Sierra. Están nivelados y en su superficie fragmentos de alfarería Yura,
Inka y Tiwanaku.
La ocupación agrícola histórica enmascara el trazado. Aunque ajuzgar
por la dirección de sus segmentos podemos asumir que ha unido de S. a N.
Sirapata con Chojña Pampa, Khasa Huasa, Khala Urna y Moxuma, para
bajar a la llanura de Oruro en dirección a Paria-Anokariri. Sin embargo no
podem os afirmar co n contundencia que sea un tramo de auténtico
capacñan.
En Paria-Anokariri los vestigios podrían articularse con el ramal Inka
que conduce hacia Cochabamba, reconocidos por D. Pereira (1982) y J.
Hyslop (1984). Aunque estos autores son contradictorios en el diagnóstico
de Anokariri como tambo Inka (1982, 66 y 1984, 143). Situado a 8 km. de
la actual Paria, Anokariri tiene arquitectura histórica en adobe y carece de
planeamiento urbano Inka tipo kancha. Este Anokariri no es el tambo real
de Paria, antigua capital de los Soras, donde “ había grandes aposentos y
las... cuatro naciones Charcas. Chyus, Chichas y Caracara, solían
juntarse con los Soras para marchar juntas a tributar al Cuzco" (Mem.
Charcas; 1969. Cieza. 1943).
Es entre Khapa Kheri y Río Márquez donde aparecen reconocibles los
vestigios de tambos y capacñan. A llí se registra una sustanciosa porción
del camino que ha unido Cuzco y Titicaca con el Kollasuyu argentino,
mencionado por Cieza (1553, 1943; X), Vaca de Castro (1543) y recons­
truido en los mapas de L. Strube (1963). La endeblez de los registros arque­
ológicos entre Khapa Kheri y Paria-Anokariri hacen pensar que el
Capacñan principal en realidad fue trazado entre Andamarca y Aullagas,
por la otra ribera del Lago Poopó, la del poniente coincidiendo con la
relación de Vaca de Castro. Con lo cual transcurriría por territorio Caranga
y recién desde Khapa Kheri al S. se empalmaría con los tambos descu­
biertos por nosotros. Lamentablemente la región de Andamarca era propia­
mente un pantano por los desbordes del Lago Poopó. por lo que fue
imposible de prospectar en la misión de 1987.
Por Andamarca, Aullagas, Khapa Kheri, Oma Porco, Río Márquez y
Uyuni deben haber transitado las tropas de Topa Inka en 1471. En los
entornos territoriales de los Carangas, Soras y Aullagas de los jefes
Guaraches; vasallos del Zapaj Inka primero y bajo el servicio de las expedi­
ciones de Diego de Almagro después. Todo indica que en esta serie de
tambos Oma Porco fue el centro administrativo, quizás el Tambo Real de
Paria de las crónicas indianas, donde tributaban propios y extraños al
Tawantinsuyu. Donde Chichas, Chuyes, Charcas y Carneara se juntaban
con los dueños de casa los Soras, para ir a tributar al Cuzco.

La alfarería de los sitios Inka altiplánicos

La táctica de muestreo arqueológico practicada en las misiones por el


altiplano boliviano no varió de las usadas en Humahuaca y al oriente de
ésta. Alternativamente se realizaron muéstreos de tipo probabilístico en
transecta en áreas intramuros de Queta, Papachacra, Puerta de Zenta, Khapa
Kheri y Río Márquez. En cambio en Oma Porco y Chipihuayco se practi­
caron muéstreos probabilísticos estratificados similares a los de La Huerta.
En Chasquillas Tampu A. Nielsen realizó una recolección exhaustiva. En
Soraya, Apacheta Sirapata, Moxuma, Khasa Huasa, Urmiri de Quillacas,
Cerro Amarillo y Pueblito Calilegua efectuamos un muestreo dirigido
(judgment sampling).
La población de tiestos colectados probabilísticamente supera el
número de 20.000; a los que deben agregarse 4.000 levantados selectiva­
mente. Estos últimos sin el valor estadístico de los primeros, pero de mucha
utilidad diagnóstica para los sitios.
Se incorporan al repertorio cerámico los estilos Collas con tres
variantes; Negro sobre Rojo, Pacajes y Quillaquila; el Yura y el Tiwanaku
tardío. Ellos ostentan una presencia alternativa en los diferentes enclaves
Inka reconocidos en el altiplano de Aullagas-Poopó, acompañando al estilo
Inka Provincial. Sobre éste último se registran fundamentalmente formas de
aríbalos y platos ornitomorfos de factura regional que no superan nunca el
20 % de cada muestra, siendo casi inexistentes las piezas que por su icono­
grafía. podrían catalogarse como importadas del Cuzco.

Grupo Colla

A — Estilo Colla Negro/Rojo


Aparece con significativa frecuencia en las muestras recogidas en
Khapa Kheri, Oma Porco y Río Márquez. Se halla históricamente identifi­
cado con los reinos Collas Altiplánicos, los Lupaca, Pacajes y Carangas,
conquistados por el Tawantinsuyu durante el reinado de Pachakuti
Yupanki.
Entre el 8,7 y el 25,5% de los fragmentos de estos tres sitios corres­
ponde a esta alfarería, que no es local en Aullagas-Poopó, por lo que
sugiere la presencia de mitimáes cumpliendo servicios o tributo.
La cerámica Colla es de excelente manufactura, cocida en atmósfera
oxidante, con pasta muy compacta de fractura regular. Ambas superficies,
interna y externa, ostentan un pulimento. La decoración ha sido aplicada
con pintura negra sobre un fondo rojo o naranja. La abrumadora mayoría de
los tiestos pertenecen a formas de pucos hemisféricos; acompañados por
grandes cántaros subglobulares (formas 1.3 y 20, R. A. Raffino y Col.;
op.cit.;128).
La decoración es geométrica, con predominio de líneas curvas: cuadri­
culados oblicuos, triángulos, series de puntos, líneas paralelas ondulantes
unidas en los extremos por una perpendicular (“ peines”) y círculos concén­
tricos. En la mayoría de los casos ha sido plasmada en la cara interna de los
pucos.
Con excepción de un sector muy definido de Oma Porco —el estrato
M .9, que corresponde a un R .P.C . de 500 m 2 adosado al muro S. de la
Aukaipata— donde la frecuencia del estilo C olla asciende al 41,6% , en el
resto de los muéstreos alcanza los porcentajes m edios ya apuntados.

B — Estilo Colla Quillaquila o Uruquilla

Discrepa del anterior por su tonalidad en el fondo y la decoración. Los


m otivos han sido pintados en castaño sobre un fondo que varia entre el ante
y el ocre cla ro. A la par dism inuyen las form as de pucos frente a los
cántaros. Prevalecen los m otivos geom étricos: triángulos rellenos y contor­
neados, cruces, líneas paralelas rectas, espirales y pequeños círculos con un
punto en el centro. La presencia de este estilo en Aullagas es continua y su
frecuencia co-varía con el estilo C olla N egro sobre R o jo aunque mante­
niendo valores inferiores (alrededor del 5 % ).
Sobre la d ifu sión de los e stilos C olla N egro sobre R ojo y Colla
Quillaquila o U ruquilla anticipam os que abarcó gran parte del altiplano
andino, desde la ribera del poniente del L ago Titicaca hasta Uyuni, Lipez y
el valle superior del R ío Loa ch ilen o. Su existencia en la antigua “ Atacama
la baja” (Loa Superior) con prelación a los Yupanki confirm a una hipótesis
lanzada hace década y media por L. N úñez, P. Núñez y V . Zlatar (1974).
N o quedan dudas que la "d ifu sión C olla ” había anticipado la conquista
cuzqueña de lo que sería el K ollasuyu (prevendrá de allí la generalización
semántica K ollasuyu?).
La alfarería C olla con figu ra un verdadero horizonte cultural post-
Tiwanaku y pre-Taw antinsuyu. L u ego de Pachakuti será readaptada y
regionalizada en variantes estilísticas, pero sin perder su estructura general,
definida por sus form as de escu d illas y su icon ogra fía . Dentro de este
horizonte se han definido series con diferentes denom inaciones, com o la de
Silustani Bruno sobre Crema (M . T schopik; 1946) y Kekerana (H. Amat;
1960), C olla (Ibarra Grasso y R . Q uerejazu: 1986). Llega sin tapujos a la
región de los Lipez en el extrem o S. potosí no (E. Berberian y J. Arel laño;
1981) y a la mencionada Atacama la Baja (V . Castro y C . Aldunate; 1981)
bajo los seudónim os de Marrón sobre Ante y Hedionda N egro sobre Ante
respectivamente.
En tom o a su distribución espacial parece sintom ático que este estilo
no haya sido recogido en los sitios Inka de Talina y Suipacha, en plena
médula territorial de los Chichas. T am poco aparece en el extrem o boreal de
Argentina, a excepción de algunos p ocos fragm entos levantados en el cajón
del R ío San Juan M ayo de Jujuy.
Es el más difundido del grupo Colla — al que pertenece— y el que ha
recibido m enciones puntuales desde su reconocim iento por S. Ryden
(1947). El estilo Pacajes de R. Schacdcl (1957) o Inca Provincial de C .
Munizaga (1 9 5 7 ). Saxamar de acuerdo con P. Dauelsberg (1969) se
compone de las clásicas llamitas o círculos sobre el interior de los mismos
pucos hem isféricos del C olla. La influencia lnka ha hecho que esta
modalidad se m odifique, achicando el tamaño de los diseños y agregando
cam pos geom étricos — rom bos y pequeños gallardetes en la zona del
borde— pero sin perder los rasgos esenciales del diseño. Su frecuencia de
aparición es muy limitada (0 ,6 a 3% en Om a Porco y Khapa Kheri) e
indudablemente co-varía positivamente con el Colla.

D — E stilo Tiw anaku-M ollo


Aparece con los tradicionales keros decorados con m otivos geomé­
tricos en N egro sobre R ojo y Negro contorneado por Blanco sobre R ojo. La
segunda variante es adscribible al llamado horizonte Tricolor del Sur (L.
Lumbreras y H. Am at; 1968). Algunos de los fragmentos observados
recuerdan también al estilo M ollo (P. Sanginés: 1957).
El grupo Tiwanaku decadente-M ollo aparece en las áreas intramuros
lnka de Aullagas muestreadas probabilísticamente (Oma Porco, Khapa
Kheri y R ío M árquez) ostentando popularidades entre l a 2 % de cada
muestra. Estas crecen progresivamente a medida que avanzamos en pos de
los sitios de Sirapata y Moxuma y la región Paria-Anokariri. Esta circuns­
tancia, a la par que su ausencia en los sitios lnka ubicados más al S.,
contrasta favorablemente el original foco circuntiticaca del estilo.

E — E stilo Y ura
Fue reconocido por Ibarra Grasso y Querejazu (op.cit.:9) a partir de
colecciones provenientes de las cercanías de la actual ciudad de Potosí. Se
trata de una cerámica de pasta compacta, cocida uniformemente en atmós­
fera oxidante, de paredes delgadas. La decoración ha sido aplicada en
Negro sobre pintura naranja de base. Los diseños más frecuentes son líneas
horizontales en zig-zag, triángulos pequeños con espirales salientes de uno
de sus vértices, motivos en “ E” simétricamente enfrentados, cruces y “ S"
rellenando campos vacíos. Prevalecen los vasos troncocónicos y pucos de
borde evertido, en ocasiones con punto de inflexión.
El estilo Yura alcanza singular frecuencia en R ío Márquez (32,3%)* es
decir al S. de la región de Aullagas, en tanto que apenas se halla represen-
lado en Om a Porco y Soraya (4% de promedio) y desaparece en el
Departamento de Oruro (Urmidi de Quillacas. Khapa Kheri). Se deduce
que su centro de dispersión debe hallarse al S. y al oriente de la región
Poopó-Aullagas. Este estilo es aparentemente similar a algunos especí­
menes de la alfarería de Ciaco, en Cochabamba (Céspedes Paz; 1982:28).
En siguientes capítulos de esta obra volveremos sobre este estilo Yura,
sobre el que propondremos que su propiedad puede atribuirse al grupo
étnico de los Caracara, con territorialidad en la región de Porco.
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Desde Humahuaca al Gran Chaco Gualamba


N o exageram os al decir que el mundo oriental a Humahuaca es arqueo­
lógicam ente casi desconocido. Los escasos trabajos publicados pertenecen
a Debenedetti y Casanova (1930 y 1933), M . Miranda (1939), O . Maidana
(19 66 ), G . M adrazo (1966), y F. Distel (1983). Reportes de cam po que
evidencian esfuerzos encom iables pero de valor diagnóstico relativo. Por
estas razones, este dilatado territorio de Q ’ eshwa y Yunga, extendido com o
una gigantesca cuña montañosa entre Humahuaca y el gran C haco
Gualamba, es p oco menos que un “ agujero negro” en datos arqueológicos.
Las Sierras de Santa Victoria, Zenta, de Las Pavas, Calilegua, Orán, y
Aparzo, son los m acizos destacables de la región. Entre ellas y en forma
solidariamente longitudinal se inscriben varios bolsones fértiles, caracteri­
zados en sus tramos superiores por un paisaje de Q ’ eshwa, y de Yunga
subtropical lluviosa en los inferiores. Los más destacados de estos valles
son los de Santa V ictoria Oeste, Nazareno, Iruya, y Vallegrande.
Vista en un plano vertical la región se asoma com o de poca extensión;
menos de 100 Km. en una transecta teórica entre Tilcara y los llanos chaco-
salteños de Orán y Tartagal. Sin embargo para quienes hemos tenido la
oportunidad de recorrerla, necesitamos cuatro largas jom adas a caballo para
atravesarla, especialmente en el N. donde las Sierras de Santa Victoria y
Zenta son ostensiblemente escarpadas, con profundos desfiladeros y agudas
pendientes. Poblados por senderos de herradura que no dejan de serpentear
por sus entrañas, convirtiéndose el viaje a una lenta marcha a paso de
hombre.
Hacia el N. este paisaje subandino se prolonga por el territorio
boliviano de Tarija, Chuquisaca y Cochabamba, al oriente de la Cordillera
Oriental, por escarpadas montañas desde donde se atisbora la gran llanura
amazónica.
Seguramente por esta situación geográfica el mundo oriental a
Humahuaca ha sido ignorado desde los propios tiempos coloniales. Una
rápida relación da cuenta de un tardío poblamiento colonial, a más de dos
siglos y medio de las primeras fundaciones españolas. Acoyte y Mecoya (la
segunda en territorio boliviano) son poblados por el Marquéz Campero en
1786; Santa Victoria Oeste, la actual capital del departamento homónimo
salteño es fundada recién en 1803, e Iruya en 1733. Quizás por estas
circunstancias junto al olvido de los gobiernos a partir de la revolución de
Mayo, una extensa porción de esa región, la del actual Departamento
boliviano de Tarija, se haya desprendido de lo que sería el territorio de las
Provincias unidas del R ío de la Plata en 1826.
Quizás también por estas circunstancias numerosas etnías indígenas
con asiento de estas comarcas, com o los Ocloyas y Churumatas, carezcan
de registros históricos-etnográficos puntuales, incluyendo la propia ubica­
ción territorial, la cual es errática según veremos en los próximos capítulos.
Los datos arqueológicos recogidos que demuestran presencia Inka
efectiva al oriente de Humahuaca se agrupan regionalmente en tres
distritos:

1 — Iruya-Nazareno
2 — Santa Victoria Oeste-El Baritú
3 — Zenta-Papachacra-Vallegrande-Calilegua

En Iruya los rastros Inka aparecen en el estupendo Titicontc, con un


asiento de relevantes atributos arquitectónicos que com bina un sector
residencial con edificios Inka, otro agrícola, y un tercero de almacenaje en
collcas. Sobre la Quebrada de Nazareno o Higueras aparecen dos instala­
ciones utilizadas com o almacenes. Las de Arcayo y Zapallar pobladas por
unas tres decenas de collcas circulares, y entre estas y Titiconte, un
segmento de Capacñan prácticamente colgado sobre las alturas serranas.
Los análisis descriptivos sobre estas instalaciones ya han sido publi­
cados por nosotros (R. Raffino et. al. 1986 y 1988), de modo que nos
iremos del tema aunque no sin antes señalar que estos tres sitios de Iruya
están interconectados con Humahuaca por otro estupendo tramo de
Capacñan que une Tiliconte con Collanzullí y C octaca. Por el Norte la
región de Iruya parece comunicarse con la de Santa Victoria a través de la
Quebrada de Nazareno, donde han sido hallados vestigios cerám icos.
liticos, y metalúrgicos Inka en Rodeo Colorado y Cuesta Azul (M.
Miranda, 1939). Por el S. a una jomada de marcha de Titiconte se levantan
los paramentos del Santuario de Altura Cerro Morado de Colanzullí. dado a
conocer por E. Casanova en la década del 30 y que completa el cuadro de
los remanentes Inka en la escarpada Iruya.
Los trabajos arqueológicos de campo en Santa Victoria recién han
comenzado y seguramente tendrán suma dificultad en su ejecución por
tratarse de la región más marginal a este mundo oriental, la de más difícil
acceso y la más escarpada. Los vestigios Inka, recientemente reconocidos
por nosotros en el invierno de 1990 aparecen en el Cerro Bravo y en el
Parque Nacional El Baritú. En ambos casos se trata de segmentos de
Capacñan de tipo en comisa y parcialmente empedrados, que corren en un
sentido general N-S.
De confirmarse la continuidad de estos segmentos es deducible que
esta vía Inka fue construida para conectar la norteña Tarija con la región
oriental de Humahuaca, específicamente Vallegrande. En esta última
comarca con Axel Nielsen hemos descubierto varios segmentos solidarios
de camino Inka empedrado, tendido sobre los dos grandes ejes de
movilidad señalados en el capítulo inicial de esta obra. El eje E-O desti­
nado a la rápida comunicación entre Humahuaca y la frontera oriental a la
altura de la Sierra de Calilegua. El N-S. toma un sentido en dirección hacia
el Río Pilcomayo y Tarija, solidario al meridiano 65°.
Nuestros trabajos en esas regiones han aportado luz sobre varios
aspectos del dominio Inka al oriente de Humahuaca. El primero parece
confirmar que el límite territorial del Tawantinsuyu al oriente de la
Quebrada está perfectamente demarcado por una serie de sitios, guarni­
ciones de frontera, hitos (apachetas) y pequeños tambos construidos a lo
largo de las Sierras de Calilegua y Zenta.
Estos límites se ubican a la altura del meridiano 65° prácticamente
sobre las últimas estribaciones montañosas andinas. Todo parece indicar
que el fin del paisaje andino fue solidario con el final del territorio conquis­
tado por el Tawantinsuyu. Esta situación se observa con claridad en el
complejo de sitios Inka construido en Cerro Amarillo y Pueblito Calilegua.
Un santuario y una pequeña guarnición, edificadas en el confín meridional
del territorio conquistado al oriente de Humahuaca y desde el cual se puede
divisar toda la majestuosidad de la llanura chaqueña hacia el oriente.
Otro aspecto claro es que las regiones de Iruya, Nazareno, y Santa
Victoria no han agotado aún su andamiaje de establecimientos Inka con
arquitectura de superficie que tarde o temprano serán descubiertos, recono­
cidos y estudiados. Formidable tarea para los arqueólogos del siglo XXL

Región Zenta-Papachacra-Vallegrande-Calilegua

Está ubicada al S. de las dos anteriores y es la que ha merecido la mayor


parte de nuestros esfuerzos en el terreno (R. Raffino, A. Nielsen y R. Alvis;
1990, A. Nielsen; 1989 M.S.). Se extiende desde la Quebrada de Humahuaca.
que limita por el O. (meridiano 65° 20’ long. O), hasta el límite de las provin­
cias de Jujuy y Salta, orogáficamente representado por las Cumbres de las
Serranías de Zenta. El hito septentrional de este territorio es la Serranía de
Aparzo, a la altura de la localidad de Varas (paralelo 23° 05' lat. S.) en tanto
que por el S. hemos establecido un límite convencional en el Valle de El
Durazno y el paralelo que atraviesa la localidad de Maimará (23° 38' lat S.).
Abarca por consiguiente los departamentos jujeños Valle Grande en su
totalidad y parcialmente, los de Tilcara y Humahuaca.
Contiene un paisaje escarpado formado por sucesivos cordones monta­
ñosos con alturas que superan los 5.000 m.s.n.m., separados por quebradas
estrechas y profundas cuyas aguas, colectadas por los ríos Valle Grande-
San Francisco, se incorporan a la cuenca del Bermejo. Globalmente consti­
tuye una faja ecotonal entre los ecosistemas áridos de altura (Puna,
Q’eshwa de la Quebrada de Humahuaca) y la lluviosa planicie del bosque
lluvioso y Yungas chaqueñas. Lejos de adoptar la forma de un suave
gradiente, esta transición se produce a través de una red de fajas climáticas
y vegetacionales definidas por la altitud, dispuestas en estrecha proximidad
y agudo contraste, resultando así una estructura ecológica extremadamente
heterogénea.
Varios segmentos de camino y siete instalaciones arqueológicas
ofrecen indicios atribuibles al sistema Inka. Cuatro de ellas descubiertas en
estas misiones, las tres restantes rediagnosticadas por obra de estos trabajos
puntuales.

Un santuario y guarnición de frontera sobre


la sierra de Calilegua

La ideología Inka está reflejada por el sitio ceremonial de Ceno


Amarillo, levantado en la cima del cerro homónimo de la Sierra de
Calilegua, a 4100 metros y en los 23° 33' lat. S. y 64º 54’ Long. O. La
Fig. 8.2. Collcas Inka de Arcayo de Iruya
imponencia de su paisaje lo adscribe com o uno de los enclaves Inka más
espectaculares del oriente de Humahuaca. Desde el sitio se domina hacia el
occidente la región de los Valles en su totalidad hasta las cumbres de Zema
y Titeara, hacia el S. los llanos de Ledesma, y por el oriente la inmensa
llanura chaqucAa hasta el horizonte.
Cerro Amarillo consta de seis largas plataformas artificiales (1 a 6 d d
plano) dispuestas en la cumbre del Cerro y escalonadas en el borde o “filo" ,
donde su ladera oriental cae bruscamente en un abismo de más de 500 m.
Las plataformas fueron construidas mediante sólidos muios de contención
de 0.90 m. de ancho, contra los que se ha acumulado relleno hasta el límite
de su altura. El terraplén resultante fue recubierto en su totalidad con
grandes lajas. Los muros de contención son dobles y muestran gran calidad
en su confección. Alcanzan hasta 2,50 m. de altura y en dos casos cuentan
con estructuras de refuerzo: banqueta y muros paralelos adosados a modo
de contrafuerte.
En la cumbre, junto a la mayor de las plataformas, hay una apacheta
vertida en un hito moderno usado como ofrendatori o a la Pachamama.
Descendiendo 150 m. hacia el S., en una explanada junto al filo del
cerro hay un conjunto de cuatro recintos. El mayor de ellos (10,5 x 4.5 m.)
tiene muros dobles reforzados de 1,00 m. de ancho y dos aberturas simétri­
camente distribuidas en su pared oriental. No hemos observado material
cultural en superficie, fuera de algunos tiestos sin valor diagnóstico.
El tipo de emplazamiento, las plataformas artificiales y el resto de la
arquitectura superficial conllevan el diagnóstico de Cerro Amarillo com o
un santuario Inka de altura. Este significado se completa atendiendo al
trabajo de la piedra, el uso de refuerzos en los muros y las analogías de
partes arquitectónicas apoyadas en la morfología del yacimiento. Las plata­
formas constituyen a su vez excelentes atalayas, por lo que podrían estar
vinculadas a tareas de observación y vigilancia a cargo de la guarnición
instalada unos 2 Km. ladera abajo.
Esta segunda instalación imperial es Pueblito Calilegua (sitio 421),
levantada sobre una hondonada próxima a la cumbre de la Sierra de
Calilegua, a la altura de Cerro Amarillo, a 23° 33' lat. S. y 64º 54’ long. O.
y a 3.750 m.s.n.m., junto a un arroyo de curso estacional y posee muy
buena visibilidad sobre la ladera occidental de la Serranía. Este es el único
acceso posible, dado que la ladera oriental del ceno cae a pico, constitu­
yendo una verdadera barrera natural. Separado por escasa media hora de
camino de Pueblito Calilegua. en la cúspide del Cerro Amarillo, se
encuentra el santuario antes descripto. y 2 horas hacia el N.O.. el caserío
actual de Alto Calilegua.
La traza de este asentamiento es un clásico ejem plo de los patrones
inkaicos de organización del espacio. Consta de una extensa plaza cerrada
en dos de sus flancos por un muro semiperimetral (A y B del plano) con
dos vanos de acceso, un tercer lado delimitado por una elevación formada
por un afloramiento granítico; y el cuarto por los propios recintos. En este
extremo, el más próxim o al cam ino de acceso, se destaca un torreón
circular (F del plano) semejante a los de Khapa Kheri y Potrero de
Payogasta.
Las construcciones se distribuyen en dos unidades simples adosadas al
muro de la plaza y cuatro grupos formados por varios recintos cada uno.
Tres de estos grupos son R.P.C. (C y D del plano). El cuarto grupo consta
de un cerco perimetral con una habitación en una de sus esquinas y siete
collcas — 3 a 3,5 m. de diámetro— en su interior (E del plano). A excep­
ción de las collcas y el torreón antes mencionado, todos los recintos son de
planta cuadrangular. En la mayoría de los casos se observan las puertas. Se
ha utilizado pirca doble con argamasa para la construcción de los recintos,
que, en el caso del torreón evidencia esmero en su confección. Hay algunos
muros con refuerzo exterior en talud.
Los artefactos en superficie son muy escasos, siendo difícil estable­
cerlo con certeza por la dificultad que representa un pajonal que invade el
sitio. Se recolectó una reducida muestra de tiestos que incluye cerámica
ordinaria y monócroma roja.
El diagnóstico funcional de Pueblito C alilegua se halla en franca
relación con su posición oriental extrema en el propio límite ecológico en
los bosques lluviosos chaqueños. Se construyó en un lugar estratégico, en
los confines del territorio Inka y contó con una provisión de almacenaje
com o para abastecer a un reducido contingente de hombres (alrededor de
85 m3). Tanto estas collcas, com o los conjuntos de R.P.C. y la directa
articulación con el santuario de altura C erro A m arillo y la red vial le
asignan una funcionalidad orientada hacia dos aspectos del sistema Inka: la
ideología religiosa y la prevención de cualquier estím ulo que pudiera
afectar su estabilidad.
En estas circunstancias recalan los m óviles que dieron lugar a la
construcción de este sitio, una guarnición fronteriza destinada a prevenir
cualquier invasión “ chiriguana” desde el C haco. Cabe enfatizar en el
término prevención y no defensa por cuanto Pueblito Calilegua carece de
arquitectura militar defensiva, pero posee una articulación directa con
Humahuaca por medio de un Inkañan de magnífica construcción, el que
aceleraría el flujo de información desde esa periferia a la Quebrada troncal
ante cualquier potencial perturbación territorial.
Un santuario Inka con un tambo de apoyo
en la Sierra Cresta de Gallo

Cerro Chasquillas fue fundado en la cúspide del cerro homónimo a


5.000 m. en la Sierra Cresta de G allo, en la divisoria de aguas entre los
departamentos jujeños de Vallegrande y Tilcara. Uno de los picos más altos
situado en las coordenadas 23º 2 4 ' Lat. S. y 65° 0 8 ' Long. O. La traza del
santuario responde al m odelo clásico de los sitios inkaicos de altura, similar
al Cerro Morado de Iruya, el santuario más próxim o y el único detectado
hasta el momento al oriente de Humahuaca.
Consta de dos recintos circulares (A del plano) — 5 y 9 m. de
diámetro— con sendas puertas orientadas al S. y limitadas por jambas, una
plataforma artificial baja de forma rectangular (B del plano) y una apacheta
de 2 m. de altura (C del plano). El conjunto está parcialmente cercado por
un muro que se desprende de uno de los recintos (D del plano). Las paredes
tienen 1,20 m. de alto y, a juzgar por lo escaso del derrumbe, así deben
haber sido originalm ente. Están con feccion adas con piedras lajas,
abundantes en el lugar, en doble hilera sin mortero. U no de los recintos
ofreció abundante carbón en superficie y m ezclado con el escaso sedimento
acumulado. Este fenóm eno ha sido reiteradamente observado en este tipo
de asentamiento y está vinculado con las prácticas ceremoniales.
El registro artefactual de superficie está limitado a algunos tiestos de
los tipos: Ordinario, Humahuaca rojo, y Humahuaca negro sobre rojo (15,8;
57.9 y 26,3% respectivam ente sobre una muestra exhaustiva de 19
fragmentos recogida sobre toda el área del sitio).
Referencias populares recogidas en Yala dan cuenta del hallazgo en el
lugar de una figurina humana metálica, la cual puede corresponder a una
ofrenda Inka, de la que poseem os varias referencias en la literatura arqueo­
lógica (pe. C o. M ercedario, El Plom o, C o. Galán, Doña Ana, Esmeralda,
Aconcagua y Las Tórtolas) (A . Beorchia Nigris. 1984).
A l p ie d el santuario se levanta el Tam bo C hasquillas (sitio 419)
cubriendo el paso obligado de com unicación entre las quebradas de Yala y
Caspalá. Las ruinas aparecen junto a una vertiente que es la única aguada
en la zona. Constan de 19 recintos cuadrangulares, algunos incluidos en un
R .P.C . (A del plano) y los demás distribuidos regularm ente según un
esquema planificado. La analogía de partes, trazada según las similitudes
que mantienen con La Huerta de Humahuaca, permite inferir tres categorías
o estratos en los recintos:

E.1 — Grandes patios de más de 150 m2 de superficie (A del plano).


E.2 — Recintos medios con superficies de 25 m2 a 150 m2.
E.3 — Recintos con dimensiones menores de 25 m2 (B del plano).
Sobre el primer estrato asumimos usos ya explicitados para los casos
La Huerta, Oma Porco, y Río Márquez, es decir corrales. Sobre el tercero
vale la atribución com o habitaciones-albergues, dadas sus dimensiones y la
existencia de vanos. Los ambientes de estrato 2 fueron probablemente
patios. Aunque estas atribuciones funcionales deberán transitar por excava­
ciones controladas para un diagnóstico más afinado.
Chasquillas Tampu parece corresponder a un estratégico punto de
enlace en el sistema inkaico de movilidad regional. Es frecuente la asocia­
ción entre este tipo de asentamientos y santuarios de altura — se presenta en
aproximadamente el 40% de los casos reconocidos— (Raffi no 1981:138).
Una muestra cerámica recogida en la totalidad del sitio brindó las
frecuencias de 7 atribuibles al estilo lnka Provincial; 20 al Chicha, y 40 al
Humahuaca.

Una guarnición de frontera en la cordillera de Zenta


Puerta de Zenta fue levantada sobre los 3200 m., a mitad de camino
entre los actuales caseríos de Cianzo y Palca de Aparzo, a 23º 10' lat S. y
65º 05' long. O. sobre una terraza cuaternaria a la izquierda del R ío Cianzo
y donde éste se une con el Puerta de Zenta. La terraza pertenece al cordón
de Zenta y se eleva unos 35 m. sobre el nivel del valle. La posición del sitio
es altamente estratégica. Desde él se divisa el valle de Cianzo — paso
obligado entre la porción superior de la Quebrada de Humahuaca y las
Yungas subtropicales— y particularmente el corredor E -0 que conduce, a
través del Abra de Zenta, al valle de San Andrés y a Orán. Esta era tina de
las rutas frecuentadas durante la colonia para ingresar al Chaco Gualamba
desde el occidente y es descripta en la documentación histórica (P. Lozano
— 1733— 1941:235 y ss.).
Puerta de Zenta fue otra guarnición construida sobre el vértice de la
tenaza. Posee traza de forma triangular protegida por una muralla continua
que resguarda los flancos occidental y septentrional, los dos sectores vulne­
rables de la instalación. Aquí la defensa está reforzada por un foso que
divide el sector ocupado por las construcciones del resto de la explanada.
El flanco del naciente ostenta un muro bajo y discontinuo (C y D del
plano), ya que la barranca, que cae casi verticalmente al lecho del R io
Puerta de Zenta, lo toma inaccesible.
En los lados N. y O. la muralla se quiebra a intervalos regulares.
F ig. 8.4. Plantas d e instalaciones Inka del altiplano y oriente d e Humahuaca
formando recintos que se proyectan hacia el exterior, estando abiertos hacia
el interior del sitio. Las dimensiones medias de estas construcciones
semejantes a balcones — 9 en total (la 9 del plano)— son 4x4 m. A veces,
entre ellos se dispusieron contrafuertes bajos o banquetas (2 x 1 x 0,70 m.
de altura) adosadas internamente a la muralla. Estas estructuras revisten
una doble funcionalidad: com o refuerzos y com o pedestales.
La muralla perimetral está construida mediante doble hilera de piedras
de areniscas rojas fijadas con barro y ripio. Tiene un ancho de 0,70 a 0,80 m.
y, si bien se encuentra derrumbada en su mayor parte, hay tramos que alcanzan
1,80 m. de altura. Dentro de ella se hallan dos tipos de construcciones:

— Dos recintos rectangulares (4 x 8 y 4 x 10 m.) de piedra con puerta,


unidos por un muro del mismo material (B del plano);
— Once recintos de planta ortogonal separados entre sí, de dimen­
siones variables, con muros que, construidos originalmente en tapia
se encuentran erosionados por la lluvia (A del plano). No obstante,
se distinguen por la depresión correspondiente a los pisos habitación
nales — un sondeo en el sedimento permitió establecer que se cavó
0,40 a 0,50 m. en el suelo original— y la acumulación de sedimento
fino y ripio, siguiendo el trazado de las paredes. En tres casos los
muros tienen algunas partes del cimiento confeccionado en piedra.

La superficie total intramuros es de 5.687 m2; dentro de ella los


fragmentos de cerámica se concentran en torno a los recintos de tapia,
siendo por contraparte muy escasos en los demás sectores, y casi inexis­
tentes junto a la muralla semiperimetral y por fuera de ella. Junto al foso se
halló el único artefacto Utico recuperado; una punta de flecha sin pedún­
culo, de limbo triangular y base recta confeccionada en basalto. El material
cerámico se obtuvo de dos recolecciones en cuadriculas extraídas por azar
de 3 m. de lado, en el sector ocupado por los recintos de tapia. Se tomó
además una muestra no probabilística en toda el área del asentamiento, a
fin de controlar la existencia de algún otro tipo de cerámica. Las muestras
probabilisticas se componen de los tipos: Ordinario, Humahuaca negro
sobre rojo, Negro bruñido, Grupo Chicha, e Inka Provincial

Usos y funciones en Puerta de Zenta

La información arquitectónica y artefactua! apunta a una causalidad


aloctona en cuanto a la fundación de este enclave. Con escasa participación
de componentes Humahuacas.
Es necesario por otro lado señalar que A. Fernández Distel (1983)
adscribió erróneamente esta instalación a la época hispánica, basándose en
”... que el conjunto arquitectónico responde a modelos europeos de fortifi­
caciones: ... foso, almenado, contrafuerte, aberturas para pasar armas, etc.”
(p. 44). Sin embargo no se observa almenado alguno en el sitio, salvo que
se aplique este término a los “balcones”, como parece sugerirlo la expre­
sión “planta almenada” con que la autora describe a la muralla perimetral.
De ser así, cabe recordar que construcciones similares se encuentran en
guarniciones inkaicas, como por ejemplo en Pambamarca (Ecuador) y el
Pukará de Angastaco (Raffino 1981:218).
A la vez las “aberturas para pasar armas” no son otra cosa que troneras
las cuales junto a los contrafuertes o banquetas son rasgos característicos de
la arquitectura militar Inka, arraigada en el universo andino desde Ecuador
hasta Chile central.
Los artefactos de filiación hispánica o colonial (hierro, cerámica
esmaltada, etc.) están ausentes. Hay en cambio cerámica Inka Provincial y
Chicha —en su totalidad de la variedad rojiza, muy similar a la que predo­
mina en los sitios del S. de Bolivia—.
Estos indicadores permiten sostener la hipótesis de que Puerta de Zenta
fue una guarnición construida y ocupada con cierta permanencia —como lo
indican los recintos de tapia y la cerámica asociada— por grupos étnicos
Chichas, trasplantados por el Tawantinsuyu desde Potosí. Contrastando
estos datos empíricos arqueológicos se acepta la hipótesis de Espinosa
Soriano sobre la presencia de “Chichas Orejones” defendiendo el ámbito
oriental al territorio Humahuaca, para lo cual se construyó una guarnición
ad-hoc, Puerta de Zenta con funciones militares fronterizas.
Cabe agregar que la ubicación de Puerta de Zenta es óptima para la
protección de enclaves como Coctaca, principal centro productor de energía
para el funcionamiento del sistema imperial en la Quebrada de Humahuaca.

Dos instalaciones locales con influencia cuzqueña


El Durazno y Papachacra (sitios 423 y 11) están siendo objeto de una
investigación más profunda por A. E. Nielsen (1989 M.S.) por lo que nos
limitaremos a algunas referencias tangenciales con el propósito de coordi­
narlos con el resto de las instalaciones Inka del oriente de Humahuaca.
El Durazno se levanta sobre una ladera de pendiente pronunciada,
próximo a la cumbre de la serranía de El Alisal, que lo separa de valle de El
Durazno, en los 23º 35' lat. S. y 65º 10' long. O. y 2.900 m.s.n.m. Este
valle es uno de los corredores naturales entre la Quebrada de Humahuaca
F ig. 8.5.: Plantas d e instalaciones Inka d el altiplano y oriente d e Humahuaca
(Tilcara) y el Valle Grande. Una hora y media separa el sitio de la pobla­
ción actual de El Durazno.
Consta de 23 construcciones en un área intramuros cercana a 2400 m2.,
alineadas en niveles que se escalonan en el sentido de la pendiente. Una
sólida muralla envuelve alrededor de la mitad de los recintos, conformando
un espacio intramuros defendido desde todos los ángulos. Desde el exterior
su altura es de 0,90 y 1,2 0 m., en tanto que en el interior alcanza 2.30 m. en
algunos tramos. La porción S. de este muro tiene 1,20 m. de ancho y una
larga banqueta a modo de refuerzo interno sobre la que es posible circular.
En este flanco se encuentra la única abertura de acceso.
Siete de los recintos son de planta circular y el resto cuadrangular. En
todos los casos tienen puertas claramente definidas. Los muros son dobles
con mortero de barro. Las piedras están colocadas y ajustadas entre sí con
esmero y en algunos casos han sido canteadas.
Uno de los recintos circulares posee un nicho de 0.80 m. de profun­
didad a nivel del piso, con una abertura rectangular de 0,70 m. de altura
sostenida por un dintel de piedra.
No se advierten tumbas en el sitio aunque G . Madrazo (1966) reporta
la presencia en los alrededores de 5 cuevas funerarias con entierros en
criptas o cave burials.
El trazado del asentamiento, la morfología de las estructuras y la tecno­
logía empleada en su construcción, son ajenos a la tradición Humahuaca.
Ofrecen, en cambio, semejanza con el registro arquitectónico Inka de
Titiconte, Zapatear y Arcayo.
Una reducida muestra cerámica recolectada incluye fragmentos de tipo
Ordinario y Humahuaca rojo. Se encontró además, un mortero de piedra. En
el trabajo ya citado Madrazo publica los materiales obtenidos en la excava­
ción de dos tumbas y una colección recogida por E. Casanova en 1953.
Desgraciadamente no se aclara el contexto de estos últimos hallazgos, por lo
que no permite discernir si fueron obtenidos en chullpas o en el propio asenta­
miento. Ambas colecciones incluyen ejemplos típicos de ergología puneña
(cuerdas, tejidos, varias horquetas de atalaje, instrumentos de madera) y
piezas de alfarería de los estilos Hornillos negro sobre rojo y Poma negro
sobre rojo. Aparecen también dos platos de asa lateral, forma de origen Inka.
Siguiendo su propia clasificación Madrazo caracteriza este asentamiento
como “poblado agrícola estable" atribuyendo su ocupación a un grupo de
migrantes puneños. Posteriormente J. Pérez (1976) sugiere que podría tratarse
de una “colonia’' puneña destinada a explotar recursos propios de las yungas
dentro de una estrategia adaptativa de control vertical de pisos ecológicos.
Sin embargo no se advierten en el sitio construcciones agrícolas de ninguna
especie. Tampoco hay en los alrededores cursos de agua de donde obtener el
riego. Si bien pudieron cultivar a temporal los terrenos circundantes, lo escar-
pado de la pendiente dificultaría esta tarea. Es posible afirmar que no fue la
captura de espacio para la agricultura lo que determinó la elección de este
sitio. Tam poco se observan corrales, si bien es posible que algunas de las
estructuras pueden haber desempeñado esta función.
En síntesis, ni la m orfología del asentamiento, ni el lugar en que se
dispone, responden a la hipótesis de Pérez, sobre migrantes puneños en
busca de condiciones más favorables para la instalación. D icho grupo
encontraría al pie de la ladera o en las terrazas fluviales del Río El Durazno
(donde se asienta la población actual) emplazamientos más adecuados para
desarrollar tareas productivas, las que a su vez hubieran dejado testimonios
en el registro arqueológico.
Respecto a la hipótesis de J. Pérez, cabe señalar su desconocimiento de
la geografía regional. El Durazno no se halla en un ambiente subtropical tipo
Yunga sino en una Q'eshwa. Esto significa que los recursos silvestres, que
perseguirían las comunidades puneñas al instalar colonias en la región, se
encuentran a varias horas de marcha hacia el naciente. Com o es sabido. la
principal riqueza de la q'eshw a reside en las excelentes posibilidades que
ofrece para la agricultura. Pero no existen evidencias de que haya sido aprove­
chado este recurso. N o se descarta la posibilidad de que tales colonias existan,
pero deberían buscarse en las yungas próximas al Chaco Gualamba.
La elección de un lugar con excelente visibilidad y la asociación con el
corredor que vincula la Quebrada de Humahuaca con el bosque chaquedo a
través de Valle Grande señalan la intención de controlar la circulación a lo
largo de esta ruta.
El Durazno contiene componentes que relacionan la comunidad que la
ocupó con la Puna y otros que la vinculan al Tawantinsuyu. Com o los
platos con asa lateral, la muralla con refuerzo en banqueta y la aludida
semejanza formal arquitectónica con Titiconte y Aicayo. En consecuencia
se plantea com o hipótesis alternativa la contemporaneidad de El Durazno
con los restantes sitios Inka de Humahuaca. Iruya, y Vallegrande-Zenta;
aunque no sabemos el grado de participación que tuvo dentro del sistema
creado por el Tawantinsuyu, a excepción de su posición geográfica-ecoló-
gica, neurálgica para el flujo de información y energía entre Humahuaca y
Vallegrande.
En cuanto a Papachacra, a quien le cupo el número 11 en nuestros
trabajos de 1978 y 1982, puede afirmarse que carece de arquitectura Inka.
Es muy significativa en cambio la presencia de alfarería Inka Provincial y
del Grupo Chicha, colectada por muéstreos de superficie, y excavaciones
Fig. 8.6. Un tramo de Capacñam en escalinata en las proxim idades del Cerro
Amarillo de Calilegua
por trincheras controladas. El análisis de un depósito de basura excavado
por A. Nielsen (op.cit.; 1989) ha sido tratado en el Capítulo III.

Prim eros datos arqueológicos de un mundo


casi desconocido

En suma, los datos arqueológicos demuestran que el Inka pisó con


firmeza el mundo oriental de H u m a h u a ca , Guarniciones con arquitectura
m ilitar-defensiva com o Puerta de Zenta, o preventiva, com o Pueblito
Calilcgua; santuarios en las cumbres que hacen las veces de divisorias de
agua, com o C o. M orado. C o. Chasquillas y C o. Amarillo; tambos de enlace
com o Chasquillas, tendidos de Capacitan empedrados en parte, e incluso
penetración culiural de artefactos en sitios Humahuaca preexistentes, com o
El Durazno y Papachacra son pruebas de esa presencia.
La razón de que estos datos arqueológicos cobren más vigor en
Vallegrande e Iruya que en Santa Victoria Oeste, obedece a la mayor inten­
sidad, en aquellas, de m isiones al terreno. Los sitios parecen articularse con
el Capacñan form ando un doble eje de circulación. Uno transversal E -0
hacia la Quebrada de Humahuaca y otro longitudinal, hacia el N „ en busca
de Tarija y Chuquisaca.
El dom inio Inka sobre el mundo oriental a Humahuaca parece haber
sido de tipo indirecto, ante la ausencia de asentamientos de gran fuste que
hicieran las veces de cabecera política en el propio territorio. Es conocida
esa costum bre Inka de dom in io indirecto en los confines del im perio,
señalada p or las crón icas indianas (O . Silva; 1983). En_cuyo caso el
Tawantinsuyu ha debido buscar en Humahuaca, nos referimos a la propia
Quebrada, la autoridad que hiciera las veces de principal o m allco y la
instalación que se desempeñara com o capital regional. En este sentido hubo
en la Quebrada cuatro instalaciones de trazado concentrado que, por su
envergadura y calidad arquitectónica, pudieron ser el asiento de la jefatura:
Yacoraite, L os A m arillos,Tilcara y La Huerta.
Sobre el posible protagonism o de La Huerta en esta alternativa habla el
registro arqueológico presentado en capítulos anteriores. El prestigio social
alcanzado por los dos personajes que vivieron y fueron enterrados con toda
pom pa, provistos de tiaras de plata y tal vez con una cerem onia tipo
“ suttee” dentro de los ed ificios Inka, pueden estar reflejando esa asigna-
ción. Cualquiera de ellos pudo haber sido el gobernador o tucorico puesto
en La Huerta por las autoridades cuzqueñas.
Finalmente el registro arqueológico refleja la participación de contin-
gentes Chichas en el oriente de Humahuaca, mitimaes que estaban
cumpliendo la mita militar y que como era costumbre en el Tawantinsuyu
llevaba a sus mujeres (J. Bram; 1941. Silva, O.; 1983). Estas seguían
confeccionando su cerámica Chicha con pastas Humahuaca, como ha sido
señalado en el Capítulo II. También se constata la participación de
mitimaes Omaguacas en este mundo oriental; estadísticamente más
numerosos que los Chichas a juzgar por las frecuencias de su cerámica. A
la vez que la ausencia de artefactos y recipientes que indiquen la participa­
ción de grupos chaqueños o selváticos, traídos deliberadamente a esos
confines por los Inka.

Cuadro 6.1
Instalaciones con presencia Inka en el extremo boreal de Argentina y
altiplano de Bolivia.

Nombre Ubicación regional Long. 0 . Lat. S. Altura Toponimo

Prov. Depto.

Calahoyo Límite Arg.-Bol. 65°52' 22°02' 3700 Calahoyo


Chagua Omiste Potosí 65°45’ 21°50' 3200 Maukallajta
"
Chipihuayco " 65°47 21°48‘ 3150
La Alameda Sudchichas " 66°00' 21°23’ 2956 Tupiza
" "
Chuquiago 65°30' 21°29' 2900 Suipacha
Ramadas " Ramadas
Norchichas 65°35' 21°00’ 2900
" " Totora
Ascande 65°38' 20°58' 2600
" Mochará
Mochara Sudchichas 65°30' 21°18‘ 3000
Charaja " " Charaja
65°59' 21°18' 2900
Márquez Guijarro " Huatacalla
66°45' 19°40’ 3684
OmaPorco " " Sevarullo
66°49' 19°30' 3660
Jaruma " " Coroma
66°45' 19°36' 3690
Soraya Avaroa Oruro 66°45' 19°20' 3680 Soraya
Khapa Kheri " " Bolívar
66°43' 19°12' 3635
Ouillacas " Urmindi de
66°43' 19°14' 3635
Quillacas

Apacheta Cercado " 6


º5
9
' 18°07
' 4060 Sírapata
Moxuna " Moxuna
66°59’ 17°52' 3700
Pta. Zenta Jujuy Humahuaca 65°05' 23°10‘ 3200 Zenta
Chasquillas " Vallegrande 65°08’ 23°24' 4800 Chasquillas
Tampu
Co. C hasquillas " " 65°08' 23°24' 5000 Chasquilas

Pueblito 64°54’ 23°33' 3750 Calilegua


C alilegua
" " 64°54' 23°33'
Co. Am arillo 4100 Co. Amarillo
" Tilcara 65°10‘ 23°35‘ 2900 Alisal
El Durazno
" " 65°08' 23°28' 2800 Papachacra
Papachacra
" Humahuaca 65°30’ 23°00' 4220 Alto Zapagua
A lto Zapagua
" Sta. Catalina 66°00’ 22°15' 3600 Yoscaba
Yoscaba
" 65°55' 22°25' 3679 Pozuelos
Pozuelos Rinconada
" " 65°05‘ 22°27
' 3930 Saiviayoc
Saiviayoc
" Cochinoca 65°45’ 22°42' 3700 Pueblo Viejo
Q ueta
Tam billo Jujuy Cochinoca 65°55' 22°54' 3600 Tambillos
Casabindo
" " 65°55' 23°25' 3400 Rínconadillas
Rincón Salinas
" Yavi 65°35’ 22°08' 3450 Toroara
Toroara
" " 65°35‘ 22°24' 3500 Congrejillos
O jo de Agua
" " 65°35 22°28' 3540 Cangrejo
Puerta de
Cangrejo
" Cochinoca 65°35‘ 22°46 3550 Chuschayoc
La Fortuna
" Humahuaca 65°26’ 23°00' 3700 Zapagua
Zapagua
Iruya 65°10' 22°47' 3350 Titiconte
Titiconte Salta
" " 65°05' 22°45‘ 2500 Tarcayoc
Arcayo
" " 65°05‘ 22°44' 2550 Zapallar
Zapallar
" " 65°10' 22°50 5200 Co. Morado
Co. M orado
Humahuaca 65°18' 23°03' 3500 Pucara
Rodero Jujuy
" " 65°18' 23°08' 3400 Coctaca
Coctaca
2950 Pucara
Peñas Blancas " " 65°19‘ 23°13'
" " 65°19* 23°23’ 2750 Yacoraite
Yacoraite
" 65 °17' 23°28' 2700 Sísitera
La Huerta T ilcara
" " 23°36' 2475 Pucará
Tilcara 65917'
" 65°32* 23°44' 2200 Antigal
Ciénaga G de. Tum baya
" 23°28‘ 2200 La Huerta
Puerta La Tilcara 65°18*
Huerta

" 22°57' 3500 Puerta de


Azul Pampa Cochinoca 65°33’
Piedra

2500 Cerro Bravo


Cerro Bravo Salta Sta. Victoria 64°50' 22°15'
22°25' 2500 Baritú
Baritó Salta Sta. Victoria 64°50'
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Capítulo VI

De Titicaca a Omaguaca durante el siglo XVI

L id ia A n a h í Iá c o n a - R o d o l f o A . R a f f in o

"... Podemos nosotros también errar, pero erraremos


menos que aquellos... que nunca han venido a América,
puesto que nosotros... describimos estas tierras, que
hemos recorrido y estudiado en nuestros cotidianos
viajes..."
Carta Anua del Sacerdote Jesuíta Juan Romero,
misionero en Tucumán y Calchaquí a fines
del siglo XVL Roma, 1609.

Lo que interesa en este capítulo es usar el dato etnohistórico para


recomponer la imagen étnica entre “Omaguaca” y Titicaca durante el siglo
XVL Sin embargo, antes de crear en los lectores la idea de que la informa­
ción etnohistórica existente es un testimonio calificado, tanto para esos
fines, como para conocer los sucesos y transformaciones antropológicas e
históricas generadas por los Yupanki primero, y por la Corona luego,
debemos advertir lo siguiente:1

1 — El Norte Argentino y Potosí no se caracterizan por atesorar infor­


mación etnohistórica de primer nivel como lo señala el Jesuíta
Romero en su carta anua. Allí no vivieron, como en Perú, los
Cieza de León, Guaman Poma o Garcilaso.
2 — La vertiente etnohistórica comienza a cobrar vigor recién a partir
de la segunda mitad del siglo XVI. Por lo tanto:
3 — Poco es lo que aporta sobre la situación geopolítica del N.O. en
general y de Humahuaca en particular antes de los Yupanki. En
consecuencia:
4 — Los datos etnohistóricos constituyen una fuente válida para el
tendido de analogías culturales e hipótesis arqueológicamente
contrastables. Pero trastabillan en cuestiones puntuales como
política, diversidad étnica y regional antes del Horizonte Inka,
Mientras que la arqueología nos dice que antes de esos tiempos
existían una veintena de poblaciones organizadas. Entre ellas: La
Huerta.

Hechas estas aclaraciones, nos proponemos aquí lo siguiente:

1 — Analizar los límites de la llamada “Provincia de Omaguaca”,


entendiendo por ésta la división política española que surge del
texto de las primeras encomiendas de indios libradas en su terri­
torio. Esta expresión será comparada con la “Provincia Inca de
Humahuaca”, para discernir en qué medida coinciden sus
lindes, así como el origen y justificación de esta última denomi­
nación.
2 — Desglosar el tema de sus fronteras, haciendo hincapié en las
diferentes hipótesis acerca del origen y función que cumplieron
allí los extranjeros; los llamados “ mitimaes” o “llactarunas"
movilizados por los Yupanki.
3 — Abordar la problemática de la diversidad étnica; puntualizando
acerca de la presencia de grupos atacamas del altiplano puneño
en Humahuaca y sus particulares derivaciones culturales.
4 — Componer un relevamiento de las naciones que habitaron hacia
el N. del universo Omaguaca, como los Chichas, Lipes, Charcas
y Soras, Caracaras, Asanaques, Chuyes, Quillacas de Chuqui-
saca, Potosí y Oruro. De una u otra manera involucrados en el
tema, dado que sobre ellos cayó la férula Inka que obligó a sus
desplazamientos desde el altiplano hacia el N.O. argentino.
5 — Otra manera de probar el trasegar de hombres y cultura es
examinar lo que pudieron haber dejado a nivel lingüístico en el
terreno. A este efecto el capítulo incluye un glosario de voces
indígenas recogidas en el universo Humahuaca. Una muestra
dirigida sobre una población estadística de más de un centenar de
topónimos —con su correspondiente etimología— alojados entre
los meridianos 65º y 66º y 22º 30’ y 24º al S. del Ecuador. La
frecuencia con que aparecen las lenguas Q ’eshwa y Aymara
parece ser contundente al respecto.

El mundo Omaguaca: situación y diversidad étnica


Las iniciales menciones europeas del topónimo Omaguaca, ya como
“ provincia", ya com o territorio, aparecen en el texto de las dos primeras
Encomiendas de tierras que otorgó el marqués Francisco de Pizarro en
1540 a los vecinos Martín Monje y Juan de Villanueva, siendo la de éste
último confirmada recién en 1557 (Salas; 1945. Levillier, 1928; T.III).
La encomienda otorgada a Juan de Villanueva —que dataría de 1539
pero que fue confirmada casi 20 años después— , lo ponía en posesión “ en
la provincia de Taríxa” de “ el cacique quipildora señor de omaguaca con
todos sus pueblos e indios en esta manera (...) y otro pueblo que se llama
quita con el principal parabon y otro que se llama cochinoca con el
principal tauarca..." (Velázquez de Obando. En: Levillier (1928-1931);
T.III: 356).
Los pueblos m encionados en esta encomienda se hallaban bajo el
cacicazgo del "señ or de Omaguaca" , siendo sólo reconocibles los
topónimos supérstites de Cochinoca y Queta.
Respecto del esquema de cacicazgo al que respondería Quipildora, éste
pudo ser el andino — que constaba de dos mitades o moities— según el
análisis de M. Gentile (1989:91 y Nota N° 6), puesto que en el texto se
menciona el pueblo de “ caquichura” con un señor llamado "Doncolla” .
La segunda encomienda en cuestión, librada el 17 de Septiembre de
1540 en favor de Martín Monje, ha sido reiteradamente citada desde que en
1925 fue expuesta por E. Coni. Monje fue compañero de amias de Almagro
en Chile,” conquistador de los Charcas” y a la sazón cuñado de Martín de
Almendras. Con este último participó en la trágica expedición por la "cordi’
llera de emahuar” donde Almendras resultó muerto, pero el "resto del campo
y el bagaje” fueron salvaguardados por Monje (“Carta de Jerónimo González
de Alanís al Licenciado Castro... 21 de Mayo de 1566”. En Levillier; 1926.
“ Nueva C rón ica ...” ; T. II: 279-281). En pago a sus servicios a la Corona
M onje recibió de Pizarro ” ... en la dicha provincia de los Charcas en la
provincia de Omaguaca el Valle que le llaman los españoles Del Moni con
los indios y principales que tuviere.. " 9.
Del total de pueblos nombrados en este documento, los topónimos
reconocibles son Casavindo (Casabindo), Cince (río Cincel) —ambos en la

9 Se han modernizado las citas paleográficas a fin de facilitar su lectura.


Puna— y, con más dificultad Ymara, cuya localización corresponde al
actual Lumara.
De los “ och ocien tos indios que con los señores principales que de
ellos son " rescatam os — com o lo hiciera antes Vergara (1934) y luego
quienes se ocuparon del tema— los nombres de “ Vilca” , señor principal del
pueblo de T ocola y del de Tontola (de quien aún ignoramos si se trataba de
un mism o “ señor” de dos pueblos distintos o si, por el contrario, “ Tocola" y
“ Tontola” corresponden a un m ism o lugar, reiterado en el texto y uno de
ellos corrupto); y el nombre de “ G aite” , principal de Casabindo.
A M onje correspondieron, entre otros, los pueblos de Casabindo en la
Puna, el “ valle del Maní” con lodos sus indios y los mitimaes Churumatasy
Chuys “ que están hacia Omaguaca” , sobre los que volverem os al hablar de
la frontera oriental de la “ provincia de Om aguaca” . A Villanueva, entre
otros 10, le fue depositado el pueblo de los cochinocas. Pero curiosamente,
en 1563, en la Probanza de M éritos y Servicios de Martín Monje consta que
éste poseía para esa ép oca só lo los “ ... indios de repartimiento (d e )...
casavindo y coch in oca .. .” , pueblos éstos que no rentan cosa alguna
p o r estar lejos y de gu erra.. ” (Salas; op .cit.: 29 y 31).
Cabe entonces preguntarse si hubo o no superposición de tierras e indios
en dichas encom iendas. Según Gentile (op.cit.: 91-92), no existió tal, ya que
siguiendo una línea imaginaria que corre por la Puna en dirección NO-SE, el
sector N . habría correspondido a Villanueva y el sector S. a M onje. Ambos
incluirían una parte de la Puna Norte de Jujuy, el linde fronterizo S. boliviano
y la Quebrada de Humahuaca hasta Tum baya. E xplicación razonable, pero
que no desentraña el punto de la posesión de los “ cochinocas” .

Q uipildora, ¿Señor de señores?

En cuanto a las jerarquías político-étnicas a que se hace referencia en


ambos docum entos, la m ayor parte de los pueblos estaban regenteados por
“ señores principales” o “ principales” , tales com o los citados Vilca y Gaite,
en tanto Quipildora es llam ado “ señor de” Omaguaca.
Quizá estemos aquí frente a un distinto “ estilo literario” en la redac­
ción de ambas encom iendas — contem poráneas— o , deliberadamente, se
exprese en la persona de Quipildora una jerarquía política que estaba por
encima de la de los “ principales” V ilca y Gaite.
A caso Quipildora fue, com o después de é l V iltipoco y antes que ambos
Juan Calchaquí, “ Señor de” todo un valle a cuya sola voz todos respon­
dían. M ás adelante verem os có m o , las m ism as fuentes, han sugerido
diferentes interpretaciones al respecto.
El análisis de Madrazo acerca de la situación de la Puna argentina
durante el marquesado de T ojo, permite rastrear durante varías genera-
dones el papel desempeñado por la estirpe Quipildor. Citando papeles del
Archivo Histórico de Jujuy, rescata la presencia a mediados del siglo XVII
de otro Q uipildor — de nombre Juan— , curaca de Casabindos y
Cochinocas, quien se rebela a sus encomenderos, participa de la segunda
rebelión de Calchaquí, muere confusamente y es sucedido por su hijo Pedro
Avichoquar. Este último, “ con todo valor, industria y empeño...” a favor de
los intereses españoles hizo fracasar la rebelión bohorquista y marcó la
ruptura definitiva del tipo de cacicazgo fiel a su tradición étnica, para dar
lugar al com ienzo de Jefaturas que diferirían absolutamente en su rol
ideológico de aquellas legadas por sus ancestros.
Con Juan Quipildor había muerto una estirpe y nacido un modelo de
curacas cuya conducta se inscribía en el marco de una total “ lealtad,
atención y obediencia" a sus encomenderos que era exaltada públicamente.
(Madrazo. G .; 1982:105-107).
Hacia 1675 otro Juan Quipildor aparece en la sucesión de cacicazgo,
designado por el Gobernador José de Garro con el título de “Cacique de
Casabindo". Sobre su persona y bienes carga la obligación de pago de
tributos de sus indios; obligación generalizada y perpetuada que, a más de
un siglo — hacia 1778— , le costó la cárcel a Bartolomé Viltipoco, a la
sazón gobernador de Tilcara, por atraso en el pago de la deuda de sus
indios al encomendero de tumo. Como vemos, el mecanismo que comienza
con Avichoquar se va endureciendo a favor de las autoridades españolas y
en desmedro de los indios, quienes reconocen en la persona de su cacique a
un implacable agente de presión tributaria.

Sobre territorios y fronteras

Dejamos el tema de las jerarquías políticas y nivel de integración


social — indudable motivo de ensayos más exhaustivos— para ingresar al
universo Humahuaca en procura de esclarecer su extensión y sus fronteras,
si las hubo.
La delimitación de su linde septentrional es confusa. Por un lado, en
“ la provincia de Tarija " se deposita el “señor de Omaguaca” (encomienda
de Villanueva) y por otro “en la provincia de los Charcas" se encomienda
“ la provincia de Omaguaca" (posesión de Monje). Asimismo, en este
último documento se mencionan, dentro de esta provincia", “ ... ciertos
indios que se llaman m ochos..." situados “ ... a las espaldas de
C ochabam ba...". Si ya es indiscernible el hecho de encomendar una
provincia dentro de otra — lo cual según Gentile podría corresponder a "...
una división española en la que se incluye una división política indígena”
(Gentile; op.cit.:91)— , de la referencia a los “mochos” nada puede
concluirse, ya que en opinión de la autora esta parcialidad tampoco encaja
dentro de los límites de la provincia de los Charcas.
No parece suceder lo mismo en su límite S., ya que “el valle del Maní”
resulta ser, según lo expresó Salas (1945:30) la Quebrada de Tumbaya.
Respecto de sus fronteras oriental y occidental, tampoco éstas se
mencionan en el texto de las encomiendas. Si interpolamos los datos de
Reginaldo de Lizárraga, como lo han sugerido otros estudios (Gentile;
op.cit.), los “Casabindos y Cochiñocas” habrían constituido su linde por el
poniente. No obstante, al respecto cabe preguntarse” ¿conocemos a ciencia
cierta la territorialidad de los grupos casabindos y cochinocas durante el
período Inka y la posterior conquista española?; ¿ha sido etnohistóricas
mente acotado el espacio ocupado por ellos?.
Mal podemos considerar frontera o lím ite a un territorio que sufre el
peso de la conocida cita de Sotelo Narváez, sujeta a especulaciones muy
distintas. El citado párrafo “... A cábase este valle d e C alch aqu í cerca de la
puna de lo s indios d e C axabindo que están ce rca de lo s C hichas cuya lengua
hablan dem ás d e la n atural suya qu e es la d ia g u ita .. 7 (Sotelo Narváez;
(1582?)En: Berberian; 1987:239), ha sido interpretado como una confiable
referencia acerca del lím ite septentrional del territorio Calchaquí, cuyos
pobladores (los pulares y calchaquíes) habrían conocido y aún hablado
“necesariamente” la lengua de los Casabindo (Gentile; op. cit.: 97); o exacta­
mente al revés, como la afirmación de que los indios de Casabindo eran de
filiación diaguita. Aunque esta última posibilidad es esbozada con dudas, por
cuanto no se ha encontrado otro documento que repita esta información
(Krapovickas; 1978:85 y 1983:12). Tampoco la apoyan los hallazgos arque­
ológicos, los cuales desde tiempos de E. Boman (1908) demuestran que los
Casabindo tuvieron ergología atacameña y no valliserrana.
En síntesis, en términos españoles “el valle del M aní... que es
Tumbaya”, por el S. y “sus confines los Casavindos y Cochiñocas...”, por
el O., con las advertencias antedichas, constituyen las únicas excepciones
en cuanto a datos geográficos que perm itan conocer los límites de la
“provincia de Omaguaca”, extrapolados a una vertiente documental, profu­
samente citada, cuya flaqueza es ostensible.
La ambigüedad de referencias geográfico-espaciales dejadas por los
españoles en el caso que nos ocupa en particular, y en la mayor parte de los
documentos del siglo XVI en general, responde a distintos factores. El
primero, el más probable, —y en este punto disentimos con Coni y Salas
Fig. 9.1. Ubicación de los topónimos indígenas en el tenitorio de Humahuaca
(Salas; op.cit.: 30-31)— al desconocim iento geográfico y étnico de las
regiones a que los europeos hacen referencia. El N.O. colonial es un
ejem plo de ello. “ El Tucumán” , “ C alchaquí", “ Diaguitas” , han sido
definidos en los documentos de la primera época y, en buena parte, de los
del siglo X V II, alternativamente com o "provincia” , "valle”, “ nación”,
“asiento de” o “ tierra de” , entre otras caracterizaciones; en una gran confu­
sión sin solución de continuidad. El segundo factor — que bien pudo ser el
capital— a su fuerte etnocentrismo, que pretendió transvasar, a una realidad
aborigen tan disímil, sus modelos europeos feudales.
La posesión de estos repartimientos fue no sólo efímera en ambos
casos sino que, particularmente en cuanto a M onje, se redujo a los indios de
Casabindo y Cochinoca. Villanueva fue sucedido en la titularidad de la
posesión por su esposa, Petronila de Castro, casada luego con dos Pedro de
Zárate, suegro de Gutierre Velázquez de Ovando. Este último, hacia 1582
había defendido los derechos de Juan Ochoa de Zárate sobre la encomienda
de Humahuaca. Ya en la segunda mitad del siglo X V II. Pablo Bernardez de
Ovando — hijo de Gutierre Velázquez de Ovando— aparece com o deposi­
tario de la encom ienda de C ochinocas y Casabindos, en tiempos del
cacique Juan Quipildor y su sucesor Pedro Avichoquar.

La “ provincia Inca” de Humahuaca:


Su Definición y Límites

“ ...L a dominación de los Incas en la Argentina en el último


siglo prehispano está probada p or innumerables nombres geográ­
fico s que se refieren a ellos...; p or las numerosas noticias sobre la
marcha de los Incas p or la Argentina en su conquista de Chile...
p or la descripción del camino del Inca entre Talina y la falda
oriental de la sierra cerca de Tucumán, p or Juan de Matienzo;
p or nmchos otros vestigios de caminos antiguos, en su apariencia
idénticos a los que se ven en muchas partes del Perú; p or forta­
lezas erigidas en puntos estratégicos, las más veces sobre el
camino antiguo... los restos de vasos in ca ico s... y el número
extraordinario de objetos incaicos esparcidos p or todo el país, en
todos los puntos adonde los Incas, según parece, han llegado..."
Max Uhle; 1910

"... La influencia incaica queda suficientemente probada sin


acudir a nuevas autoridades. Desde la época del señor Ambrosetti
hasta las últimas excavaciones, el caudal de objetos netamente
peruanos o de sugestión peruana, encontrados en el territorio de
las provincias del antiguo Tucumán, no ha hecho sino
confirmar... y afianzar la verdad reconocida por... Uhle.."
R. Levillíer, 1926

..s e me ocurre preguntar a los que aseguran a pie juntillas


la dominación quichua en el occidente argentino: ¿qué se hicieron
los delegados, las guarniciones, los mitimaes y demás yerbas del
imperio incaico que no se mencionan en ninguna crónica?... A
aclarar este punto deben dedicarse los que afirman aquella
dominación, en vez de glosarse incansablemente los unos a los
otros, repitiendo siempre los mismos cuentos de dormir en pie...”
M. A. Vignati; 1931

Deliberadamente elegidas, estas citas ilustran la controversia acadé­


mica que durante muchos años sufrió la arqueología argentina: un abismo
entre quienes supieron distinguir las huellas inconfundibles del Inka y la
irrevocable posición de otros que, como Vignati, la negaron rotundamente.
A la par que Ambrosetti (1897) y Debenedetti (1930), Vignati, con su
natural ironía, incurrió además en tres errores insoslayables. El primero, un
excesivo determinismo ambiental, por el cual condenó a las naciones aborí­
genes a ocupar compartimentos estancos, territorios encapsulados por el
medio ambiente. El segundo, por obra de su desconocimiento arqueológico
de una región en la cual no realizó trabajos de campo, a excepción de una
fugaz incursión por el oasis de Rachaite, publicada siete años más tarde. El
tercero, por su manifiesta intención de negar a Quiroga (1897). Uhle (1910)
y Levillier (1926), quienes varios años antes habían señalado el real
dominio de los Inka en el N. argentino. Curiosamente, casi 50 años
después, esta corriente que niega toda influencia cuzqueña en este territorio
es avalada por Madrazo (1970) y Pellisero (1981).
Paralelamente a estas posiciones extremas surgieron otras: la acepta­
ción parcial de una dominación cuyos vínculos culturales con etnías recep­
toras fueron minimizadas por la duda, encontró en Canals Frau (1953) un
fiel representante. Mientras que Serrano (1947) y Martínez Soler (1966)
oscilaron entre una conquista guerrera o una penetración de carácter comer­
cial. Con no menos ambigüedad y para la zona que específicamente nos
interesa, se llegó a dudar de alguna influencia Inka concreta o, al menos, se
le atribuyó una profundidad temporal que la hizo aparecer coetánea, casi. a
la conquista española (Lafón; 1956). Asimismo, interpretaciones que
pivotearon en tom o a la difusión de una ideología religiosa, ofrecieron otra
versión — aún discutida— de la misma (M adrazo y O tonello; 1966.
Schobinger; 1966).
Durante la década del '7 0 la problemática Inka se revitaliza, uno de
nosotros, en el que sería el primero de una serie de trabajos sobre el tema,
aportó un “ cuadro de situación" del N .O . argentino a partir de 1471,
estableciendo, mediante descubrimientos y relevamientos de instalaciones
Inka, vialidad, santuarios de altura y explotaciones mineras, las caracterís­
ticas y alcances fácticos de esa ocu pación (R a ffin o; 1978). Datos que
fueron volcados en sucesivas versiones más com pletas y abarcativas que
ilustraron las transfiguraciones culturales durante la conquista en el
Kollasuyu (Raffino y C ol.; 1982; 1985; 1986 y 1989).
En 1982 González planteó la necesidad de reconsiderar las investiga­
ciones existentes acerca de este tópico a partir de m odelos realizados en
Mesoamérica y Perú, los cuales tuvieron en cuenta las relaciones existentes
entre los asentamientos humanos y los recursos económ icos de las pobla­
ciones autóctonas con su jerarquía política.
La aplicación de esos m odelos le perm ite con clu ir sobre la posible
existencia de 4 cabeceras principales de cu racazgos o ” capitales” de
provincia en el N.O. argentino. D icho m odelo consistió en la localización y
distribución territorial de los diferentes asentam ientos, ya sean de
influencia inka sobre etnías locales (llamados “ sitios m ixtos” o multicom-
ponentes por Raffino; 1978) o puramente inkas (llam ados “ sitios puros”).
Seguidamente, determina el probable orden jerárqu ico de estos asenta­
mientos y el rol cum plido por el Imperio en ese desarrollo.
En este contexto, el término Distrito designa el “ Tucumán Inca” que
abarcó desde Jujuy a M endoza y “ provincia” las subdivisiones internas del
Distrito M i pertenecientes seguram ente a diferentes cu racazgos, cuya
categoría resulta difícil de especificar en términos quechuas” (op.cit.: 327).
Para la zona que nos ocupa Tilcara fue probablemente la cabecera principal
del curacazgo de Humahuaca (op.cit.:367 y 369). A partir de entonces, lo
que dio en llamarse la “ provincia Inca de Humahuaca” ha contado con el
consenso de no pocos de los investigadores que han vuelto sobre el tema.
Antes de dejar este punto débense agregar a la lista de autores que han
incursionado en la temática Inka regional, los nombres de Ch. Field (1966),
quien ha dejado un diagnóstico sobre la arquitectura agrícola de Coctaca, la
cual atribuye al momento inkaico, y A . Fernández Distel (1979), quien toca
tangencialmente el tema al considerar los “ túm ulos arqu eológicos de
Churque-Aguada de Humahuaca.
Los Límites de la “ Provincia Inca” de Humahuaca

El linde S. no parece ser otro que el de la antigua “provincia española”


de Omaguaca, en Tumbaya (quebrada de Tumbaya-Purmamarca). Con
respecto a su límite occidental, a la afirmación de Canals Frau (op.cit.) de
que éste llegaría hasta el borde oriental de la Puna, agrega González que
“es probable que el dominio político de la provincia inca abarcara parte
del territorio puneño, sobre todo por el que transitaba la ruta imperial que
corría paralela a la quebrada" (González; op.cit.:346). Respecto del límite
N., sugiere la posible intención del Licenciado Matienzo de distinguir entre
“ tierra de Omaguaca" com o dominio geopolítico de la provincia (referido
al tramo entre Suipacha y Sococha) y el término “ indios de omaguaca" que
aludiría a la pertenencia étnica de éstos, restringida a las 6 leguas distantes
entre el “ despoblado de Omaguaca" y Maimará. De ello concluye que los
límites del grupo étnico habrían llegado por el N. al menos hasta Sococha
(González; op.cit.:347).
Para quienes sostienen que Ilurbe se erige com o la frontera septen­
trional del ámbito geográfico-ecológico de la Quebrada de Humahuaca,
contraponemos las observaciones de Casanova (1936), quien sitúa este
confín unos 40 km. más al N ., en la localidad de Casillas o Llulluchayoc,
antesalas directas de la Puna jujeña y sobre la que se desprende la
Quebrada de La Cueva, tributaria septentrional de la de Humahuaca.
Quizás la frontera más difícil de delimitar es la oriental, debido princi­
palmente a las complejas relaciones interétnicas que allí se desarrollaron.
En la opinión de Canals Frau (op.cit.), el límite E. de la cultura de
Humahuaca habría sido impuesto por los “ pueblos del chaco-norte-
occidental".
González considera que la frontera oriental de la “provincia Inca" de
Humahuaca “ abarcaba primero las tierras altas de la puna y pre-puna y
luego los valles progresivamente más bajos del distrito subandino
chaqueñ o ..'' (op.cit.:346). Sostiene además que esté límite comprendería
diferentes pisos ecológicos, compartidos entre las etnías propias de la
quebrada, que tenían en dicho ámbito sus tierras de cultivo, y grupos
mitimaes puestos por los Inka. Estos últimos habrían ocupado además
diferentes regiones de la “ provincia" y pertenecido a diversas etnías entre
las que predominaron las de filiación Chicha.
Otros autores sostienen que el límite oriental habría sido establecido
por las correrías efectuadas por los indios del Chaco sobre la zona de
cultivo de los valles hasta los 2000-3000 m.s.n.m. Así lo asume Gentile al
Fig. 9.2. El camino Inka ascendiendo por escalinadas de piedra en la Sierra de
Calilegua
explicitar que "lo s indios llamados generalmente Chiriguana" habrían
atacado sistemáticamente las posesiones Inka en el borde de la selva debido
a que, al acopiarse los Inka la producción local para ingresarla a su red
redistributiva, el trueque entre el valle y la selva se veía constantemente
interrumpido (Gentile; op.cit.:93 y Nota Nº 8).
En consecuencia puede sintetizarse lo siguiente:

1 — la dificultad para establecer los límites precisos de los flancos


oriental y meridional de Humahuaca.
2 — Un relativo atenuamiento de esas dificultades en sus fronteras
boreal, signada por el “despoblado” que separa Humahuaca de
los Chichas, es decir, el espacio acotado entre la Quebrada de La
Cueva y Sococha; y la del poniente, la cual separaba el territorio
Humahuaca de Rinconada. Cochinoca. Casabindo y Doncellas.

Si fueron Señoríos o Jefaturas en términos de organización social de


Service (1971). los que habitaron Humahuaca debieron tener “ rayas territo­
riales com o sus coetáneos Quilmes, Pacciocas y otras jefaturas de
Calchaquí y Yocavil. Pero si esos Señoríos no estaban lo suficientemente
afianzados, o se hallaban en un proceso de consolidación cuando llegaron
los Yupanki, com o uno de nosotros lo ha propuesto (Raffino; 1989:192), la
movilidad étnica que propició el C uzco obligadamente debió alterar la
estructura política y la situación territorial de más de uno.

A m érica p a r a los a m e ric a n o s

El término “ Provincia” , voz latina acuñada en la Roma de los Césares,


fue usado para definir grandes extensiones territoriales conquistadas por
ese Imperio. Ampliamente difundido por la España de Carlos V y Felipe II,
identificaba en el siglo XVII “ una parte de tierra estendida” ; concepto que
al ser trasladado a América por los cronistas de la conquista pretendió
homologar realidades diferentes. Mundos situados casi en las antípodas no
podían — ni debían— compartir el significado de un término que, allende el
Atlántico, implicaba geografías y hombres cuyas tradiciones culturales eran
esencialmente disímiles. Por lo tanto, insistimos en que su uso para definir
la realidad andina es indebido y, en todo caso, de comprobarse esa
categoría territorial debería suplantarse por el quechuismo “ Huamani”,
Pero ai margen de esta transgresión semántica, tan impropia com o
llamar Valle de Santa María al de Yocavil, o Londres a Quimivil, o San
Carlos a Samalamao de C alchaquí. la denom inación "‘provincia Inca",
entendida com o una subdivisión interna del “ Distrito” del Tucumán, puede
ser cuestionada. Si lo que se denom ina “ provincia inca” equivale a un
“curacazgo” o "cabecera política” con un centro de poder cuya expresión
arquitectónica-urbanística pudo ser un “ centro adm inistrativo” de una
sección territorial.
Vale la pena recordar que Pachakutec Inka (1438-1471) "dividió su
Estado en Huamanis (“ provincias” ) tom ando com o base los señoríos y
reinos que conquistaron” (Espinoza Soriano; 1987:88), y su hijo y sucesor
Topa Inka (1471-1493) d iv id ió el esp a cio im perial en cuatro suyus o
‘"regiones” o “ distritos” , dándole el nombre de Tawantinsuyu (el Estado de
las cuatro regiones), el cual alcan zó su m áxim a extensión durante el
reinado de Huayna Kapac (1493-1525).
De este planteo semántico y conceptual se desprenden los siguientes
interrogantes:

1 — ¿Podemos denominar “ distrito” — cu y o equivalente es “ suyu” en


términos quechuas— al ám bito del N .O . argentino sobre el que
se impuso el Inka?
2 — ¿Es válido llamar “ provincia inca” a una cabecera política o
“curacazgo” ?
3 — S i las provincias inkas o “ Huamanis” estaban constituidas por
Señoríos o reinos, ¿entraña esta d efin ición la certeza de que
Humahuaca fue un Señorío?

Es oportuno aquí señalar la lim itación que G onzález reconoce para el


térm ino “curacazgo” , sobre le que afirma “ ... cuya categoría resulta difícil
especificar en términos quechuas...” (G onzález; op .cit.: 327).
Si aceptam os éste com o sinónim o d e “ p rovin cia in ca” estaremos
trazando analogías entre la com pleja realidad geopolítica del C uzco y la del
N.O. argentino sobre la base de connotaciones semánticas (vg. “ distrito”,
“provincia”); actitud que hemos criticado al atacar el egocen trism o de los
cronistas e historiadores que se ocuparon del tema.

La frontera oriental de Humahuaca

Varios autores se han ocu pado de las rela cion es interétnicas de


Humahuaca y su ámbito oriental. Las pioneras obras de Tom m asini (1933)
y Salas (1945) — cuya tesis doctoral sigue sien do fuente documental
vigente— ; los aportes de Serrano (1947) y Vergara (1934; 1961 y 1968).
Los de G onzález (1 9 8 0 y 1982); los más recientes de Lorandi (1980 y
1984) y E spinoza Soriano (1 9 8 6 ) conform an no pocas discusiones al
respecto. N o obstante, parece existir un acuerdo tácito — basado en las
postulaciones de Salas— acerca de las etnías que ocuparon e l oriente de
Humahuaca. A sí em ergen del com p licad o m osaico las parcialidades de
Ocloyas, Osas, Paypayas, Churumatas, Yalas, Apatamas, Ayamata, Tomata
u Omanatas y Y apan atas, las cuales se ubicarían com o una gigantesca cufia
entre la propia Quebrada de Humahuaca y el Gran Chaco Gualamba. Hacia
el E. aparecen las tribus Mataguayas, Tobas y Chiriguanas.
Es en cuanto a su filia ción cultural, localización , lengua y vincula­
ciones p o lítico-econ óm ica s co n lo s grupos propios de la Quebrada
(Om aguacas, T itc aras, T ilianes y G aypetes), donde las opiniones se
dividen.

Vigencia de un interrogante: los Churumatas

.. L os chichas orejon es, que viven en dichos valles junios


los Churumatas son indios que ocupaban los emperadores ingas
en las m inas y con qu ista de la cord illera , lo s cuales com o
supieron la de los españoles en el Perú y la muerte que habían
dado al Inga Atahuallpa en Cajam arca, y que se habían apode­
rado de C u zco, n o quisieron volver a l Perú, y se quedaron en
tierras de los Churum atas.. " .
P. Lozano; 1733.

En 1931 L evillier sostenía que el emplazamiento de los Churumatas


debía hallarse el E. de los Omaguacas y Apatamas, al O . de los Tobas y
Chiriguanos y al N . de los O cloyas (Levillier; op.cit.T.III:220). Para esos
tiem pos Vergara dudaba si su localización correspondía a la región de
Perico, en el actual Jujuy, o al valle de Z enta (Vergara; 1934:39). En 1943
Canals Frau apunta que " ... la docum entación de los prim eros decenios
posteriores a la fu n d a ción de Salta refiere reiteradam ente a estos
indios...n. Cita un docum ento de pedido de tierras (En: Cornejo y Vergara;
1938:231) de 1586, hecho en Salta, que menciona un río “ que baja hacia
los Churumatas” y que se junta con el de Jujuy a unas dos o tres leguas al
S. del antiguo pucará de esa ciudad.
Según e l A uto d el G obernador M ercado de Peñaloza, en 1595 los
Churumatas se hallaban poblan do a tres leguas de la ciudad de San
Salvador de Jujuy. Y aún en 1612 se hallan Churumatas de encomienda en
ju risdicción de Salta (Cabrera; 191l.T .I:2 2 ). Estos datos le sugieren a
Canals Frau que "es muy probable que estos Churumatasfueran naturales,
originariamente, de la parte limítrofe entre Jujuy y Salta; que represen-
taran un grupo omaguaca...". (Canals Frau; op.cít.:210-211).
Diez años más tarde, insiste sobre el tema ubicando a los Churamatas
en la frontera meridional de Bolivia, “especialmente del lado de Tarija"
como mitimaes Chichas que los Inka enviaron a “la provincia de
Omaguaca" para defender las guarniciones de frontera contra los chiri­
guanos. Dispersados luego más al S., hasta las cercanías de San Salvador
de Jujuy, los Churumatas se habrían asimilado a los Omaguacas (Canals
Frau; 1953:507).
Existen documentos que señalan cierto parentesco entre Chichas y
Churumatas. La carta de Martín Ledesma Valderrama del 20 de Noviembre
de 1644, dice que en los valles que están en la cordillera de los
Chichas hay 3000 indios de los ingas orejones del Cuzco y Churumatas,
que se retiraron a ellos cuando los españoles entraron en el Perú y
prendieron a Inga en Cajamarca; labran plata y tienen minerales; distan
15 leguas del camino real que va del Tucumán a Potosí..." (Pastells;
1915.7.11:93-95).
Promediando 1945 los Churumatas fueron adscríptos a la etnía Chicha
por el perspicaz A. Salas en base a los testimonios del P. Coreado y Fray
Manuel Mingo, así como los otros grupos orientales de la quebrada
(Tomatas, Azamatas, Omanatas y Yapanatas). Aunque, respecto de estos
últimos con la sospecha que “la vinculación de estos nombres...pueden ser
denominaciones de parcialidades distintas dadas por una misma lengua
extraña a todas, quichua, por ejemplo..." (Salas; op.cit.: 70 y Nota 3).
Los Churumatas habrían estado igualmente vinculados con Osas,
Paypayas y Yalas. con quienes habrían compartido no sólo hábitats vecinos
del oriente de Humahuaca sino también, como en el caso de los Yalas, la
lengua (Ibid; 69). Aquí vale la pena detenemos por cuanto Salas introduce
otra variable cultural, la que obliga a recordar las distintas opiniones acerca
de la lengua de estos legendarios Chichas. Según Boman (1908:775). los
Chichas no tuvieron lengua propia, sino que hablaron el quechua. Paul
Rivet (1924), en cambio, expresa que hablaban el aymara desde antes de la
conquista Inka: aseveración que es compartida por A. Serrano (1947:86).
Ibarra Grasso (1967: 359) discrepa con estas opiniones y supone que la
lengua originaria de los Chichas no fue la aymara sino que poseyeron una
propia. El mismo Salas comparte, al menos como duda, esta posibilidad
avalada por la carte del Padre Osorio, transcripta por Lozano, según la cual
"... Otra lengua hablan los Churumatas, y es muy fácil si no fuera un tanto
gutural; porque toda ella es chu-chu..." (Salas; op.cit:63).
En opinión de G. W illey, "in Southern B o liv ia the Lip e and Chicha
m ay h a v e b een A ym ara sp ea k in g lik e th eir n eig h b ou rs to the North"
(Willey; 1972: 199). Thérese Bouysse-Cassagne expresa: “ que la palabra
“A ym ara’' d esign e una cla se a com od a d a y n o solam ente una etnía y una
lengu a n o n os atrevem os a a firm a rlo exp lícita m en te’ , aunque durante la
primera etapa de implantación española " ... e l m ás im portante criterio de
cla sifica ció n d e lo s in d ivid u os es la p erten en cia a la cla se rica o pobre, y
n o un crite rio étn ico — aun qu e s í, éste p u ed e se r eventualmente un indicio
d e p o d e r e co n ó m ico — Par a agregar que durante la época del Virrey
Toledo, .. asistim os a la expansión d e la len gu a aym ara... posiblemente
p o r ser la m ás em pleada p o r e l g ru p o étn ico denom in ado también Aymara,
g ru p o q u e e ra en C h a rca s e l m ás p o d e r o s o n u m érica y económ ica­
m e n te ..." (Bouysse-Cassagne: 1975: 328). En un reciente ensayo sobre los
Churu matas. Espinoza Soriano avala la opinión del Padre Osori o (Espinoza
Soriano; 1986: 249).
Nuestra experiencia, recogida en las misiones arqueológicas por terri­
torio potosino indica que en la m ayoría de las áreas marginales a las
actuales urbanizaciones, com o T upiza. C otagaita o Tum usla. en la
Provincia de Subchichas, se habla el Aymara.
Otro interrogante que queda planteado en el texto de Salas es el de la
vinculación de los C hurum atas con los grupos “chichas orejones”. Las
confusas referencias de Lozano — cuya cita más conocida ha sido capital
para muchos— le hacen cavilar sobre 4 posibles alternativas: 1) "... que los
in d io s lla m a d o s o r e jo n e s sean in d io s in c a ic o s , d e ca sta , com o quiere
L ozan o, estab lecid os com o m itim aes de gu erra en la fro n te ra con los chiri­
gu an os o m o jo s " ; 2) que fueran Chichas o algún otro grupo que hablara
aym ara, según la afirm ación del P. O sorio; 3) que los mitimaes y los
orejones fueran “ una m ism a c o s a " o 4) " ... que lo s churum atas fueran
m itim aes en e l va lle d e T a n ja , traíd os d e otra r e g ió n " . Siendo esta última
asumida como la alternativa más posible (Salas; op.cit.: 66-67).
En cuanto a su ubicación geográfica, sostiene Salas que los
Churumatas habrían habitado el N.E. de la Quebrada de Humahuaca, parte
en territorio argentino y parte en Bolivia. Apoyan su tesis —entre otros
docum entos que no excluyen a Lozano— , los datos de la Probanza de
Méritos de Argañaráz. referidos al episodio de la huida del cacique Laysa
durante la fundación de Jujuy, donde éste refiere que logró alcanzar al jefe
indio “ tras la cord illera d e Jujuy y om agu acas a p arte muy p eligrosa que
era un m onte muy e sp e so .. (Ibid: 62). Este relato se refiere a la región de
Santa Victoria Oeste, entre Baritú y Los Toldos, recientemente prospectada
por nosotros.
Siguiendo con este tema, González concuerda con la afirmación de
Canals Frau (1953) de que las tribus Chichas, entre otras la de los
Churumatas, constituyeron “ mitimaes de los incas o de los mismos
humahuacas" (González; op.cit.: 352), que respondían a la necesidad del
Imperio de defender su frontera de los chiriguanos; aclarando que otros
mitimaes Chichas pudieron haber servido en los tambos de la Puna.
En otros capítulos de esta obra hemos puntualizado sobre la participa­
ción de cerámicas chichas en los mecanismos de movilidad y dominio,
implantados por el Tawantinsuyu a partir de 1471 en Humahuaca, Santa
Victoria Oeste, lruya, Zenta y Vallegrande. Esta evidencia arqueológica
con especificidad étnica hacia los Chichas puede ser extendida a los
erráticos Churumatas si aceptamos la hipótesis de Salas sobre la filiación
Chicha de éstos.
La m ención de Churumatas junto a los Chuis es cita obligada al
examinar el texto de la encomienda de Monje, la cual relaciona González
con la afirmación de Murra (1978) que incluye a estos últimos junto a los
Charcas, Caracara y Chichas. Cuatro naciones guerreras, escogidas dentro
del C ollao, en tiem pos de los Yupanki, para cuidar celosamente las
fronteras de guerra del Estado. Ya hemos tratado este punto al examinar el
“Memorial de Charcas” y volveremos sobre él en las páginas siguientes.

Los Churumatas: similar base documental,


diferentes hipótesis

No concluyen aún las disputas acerca de la localización y filogenia


cultural de los Churumatas. A las afirmaciones de los autores citados se
suman los recientes aportes de A. Lorandi y W. Espinoza Soriano, quienes
basándose casi en las mismas fuentes documentales que usaron sus prede­
cesores introducen hipótesis contrapuestas. Lorandi (1980), al analizar la
frontera oriental del Tawantinsuyu — entre Cochabamba y el Tucumán— y
el mosaico de pueblos que la conformaron, propone com o hipótesis que “ ..
si bien el Tawantinsuyu no ocupó las tierras bajas propiamente dichas,
muchos grupos de este origen, parcialmente transculturados a las pautas
del altiplano y los valles colindantes, jugaron un rol importante en la
defensa de dicha frontera. Muchos de ellos incluso, pudieron ser trasla­
dados com o mitimaes al interior del territorio imperial...” (Lorandi;
op.cit.: 148). C om o resultado de ello, ciertos grupos de tierras bajas
pudieron adquirir privilegios por obra de su introducción al sistema Inka. A
los conocidos casos de mitimaes en el valle de Cochabamba y en el de
Ocloyas, agrega la existencia de " m itim aes J u ríes en Tarija --p e r o propios
d e l Tucum án— q u e h a b ría n s id o "p u e sto s a llí p o r lo s Incas ' (Del Río;
1980; ms. En: Lorandi; op.cit.) y los “Juríes" ocupados en la defensa de la
frontera del Tucum án, de los cuales hace referencia el cronista Oviedo.
Sostiene que de los datos del Padre Corrado (1884) y de Fray Manuel
Mingo (1795) que cita Salas " . . . n o s e d esp ren d e con seguridad el origen
C h icha d e lo s C hurum atas o su co n d ició n d e p a rcia lid a d de los mismos".
Respecto de los Tom atas de los que habla M ingo, puntualiza que su nexo
común con los Churum atas era el de hablar la lengua quichua “ ...y no la
aym ara co m o lo s C h ich a s n o m o v iliza d os p o r lo s in c a s ...” . Por lo cual, la
desestimación que en su m om ento hizo Salas de la afirmación de Lozano
— y también del Padre Techo— sobre el origen de los Churumatas (Salas;
op.cit.: 63), habría sid o un e rro r en opinión de esta autora, ya que las
referencias del Padre Osorio que transcribe el m ism o Lozano "... autorizan
a rev er la p ro b a b le filia c ió n ch a q u eñ a d e lo s C h u ru m atas...” (Lorandi;
op.cit.: 155). Entre otros datos, considera a su favor la división que presenta
el cronista de los M ataguayos — M ataguayos C oronados y Mataguayos
Churumatas— . En relación a la lengua, vestim enta y costumbres andinas
que adjudica Lozano a estos grupos, Lorandi afirm a que estos "... hábitos
andinos p u d ieron s e r co n se cu e n cia d e la s fu n c io n e s p rod u ctiva s y adminis­
trativas regu la d a s p o r e l estad o in c a ic o ... ” , antes que meras coincidencias
(Ibid: 155).
Respecto de los datos de la Relación de Lizárraga y aquellos aportados
por el Pleito entre Ortíz de Zárate y Barba sobre la existencia —en el valle
de Oroncotá— de un pueblo de indios Churum atas donde había, además,
m itim aes Y am paraez y M ojos, supone que de e llo se puede inferir la
política imperial de reunir num erosos contingentes de poblaciones del Uma
inferior y Yungas a lo largo de sus fronteras. P or dicha razón, concluye,
" . . . la co n d ició n d e ch a qu eñ o sem ised en tariza d o n o s ó lo n o im pidió que
fu era n a b so rb id o s en lo s con tin gen tes in c a ic o s , sin o q u e p o r e l contrario
lo s fa v o r e c ió , y a q u e p a r e cía n m á s a p to s p a r a e n fre n ta r un enemigo
natural, y d e l cu a l co n o cía n su estra teg ia .. .” (Ibid: 156).
El aporte de E spinoza Soriano sig n ifica un reg reso a la hipótesis
localista de Levillier y Canals Frau. Basándose en la Probanza de Méritos y
Servicios de A rgañaraz, cita los testim onios de P edro Sánchez Morillo,
Pedro Díaz de H errera, Juan Rodríguez y Juan Chavez, según los cuales
" . . . n i C hurum atas, n i O m agu acas, P o ro m a rca s, O c lo y a s , Yapatamas ni
L u le s ...” poblaron el C haco G ualam ba (Prob. A rgañaraz; 1596. En:
Espinoza Soriano; 1986: 246), el cual se hallaba “ a esp a ld a s d e la cordi-
llera d e Jujuy” . Por otro lado, el hecho de que en 1626 el jesuíta Gaspar de
Osorio haya muerto allí mismo le sugiere que " ... tales etnías quedaban en
la com arca enclavada entre los río s Zenta, Berm ejo y Jujuy, hoy R ío
Grande de Jujuy y en San Francisco. . " .
Con respecto a su u bicación en la cordillera argentino-boliviana,
sugiere que éste no habría sido su ámbito originario sino un fo co agluti­
nante de sucesivas m igraciones. L os docum entos hallados en el Archivo
General de la N ación (Argentina) y en el A rch ivo N acional de B olivia
(Sucre), corroboran que un grupo de Churumalas migró a Yamparaez en los
primeros decenios del siglo X V I; mientras que a mediados de la centuria
siguiente, otro numeroso contingente hizo lo propio hacia Chichas.
Soriano concluye señalando que los Churumatas “ ... constituyeron
una etnía cuyo hábitat nuclear estuvo en una comarca ubicada al Este del
país de los Omaguacas; es decir al Noreste de la ciudad de Jujuy, al Sur de
la ciudad de Tarija y al Sur de la Sierra de Zenta y espolón o macizo de
Zapla, entre los territorios del V alle Grande y Ledesma ( ...) fueron pues
oriundos de la sierra norargentina y no de la cordillera surboliviana...”
(Ibid: 282).
Respecto del apelativo “ chichas orejones", señala que los Churumatas
conformaron una etnía que accedió probablemente al estadio de señorío,
aunque conservó caracteres de tribu. El ya citado Pérez M orillo describe la
existencia de "un cacique llam ado Layssa, que era cacique principal de los
indios churum atas" (15 96 : 5 3 5 ). mientras que Pedro Díaz de Herrera
agrega que el tal Layssa era también capitán general de yapatamas (1596:
550). Com o integrantes del Im perio, debieron guardar el espacio fronterizo
de los ataques chiriguanos y también servir en la explotación de minas de
oro y plata. Pero adem ás, para cum plim entar estas exigencias los Inka
establecieron en territorio Churumata colonias de mitmas Chichas, quienes
fueron com pensados con el status que suponía ser reconocidos com o “ inkas
de privilegio” y lucir en sus orejas las grandes placas distintivas de su alto
rango social.
Los desplazamientos territoriales que habrían sufrido los Churumatas
durante los siglos X V al X V II suman cin co según el autor. Ellos son: a)
com o mitmas Inkas al sector de lo s C asabindos, “ en el valle de
Omaguaca” ; b) com o refugiados de las persecuciones Chiriguanas en el
valle de Orocontá y Copavilque en la provincia de Yamparaes, en Charcas:
c) junto con Chichas orejones hacia el E ., a la zona comprendida entre los
ríos Bermejo y Pilcom ayo en franca huida del asedio español: d) fugados
hacia el E. después del alzamiento Calchaquí de fines del siglo XVI y e) a
mediados del siglo X V II un grupo se traslada a Calcha, corregimiento de
Tarija (Ibid: 282-283).
La hipótesis de filiación cultural de los Churumatas de Salas se ve
contrastada favorablem ente por la arqueología dada la presencia de
cerámica chicha en los enclaves inkaicos. Por el contrario, si el origen de
este grupo fuera local, com o sostiene Espinoza Soriano, no existen hasta
ahora en el registro arqueológico artefactos que lo prueben. Pero sí
podemos señalar que no hay artefactos de las Tierras Bajas chaqueñas que
permitan testear favorablemente la hipótesis de Lorandi.

L os ocloy a s

" . . . D e O m agu aca P u e b lo d e in d ios vein ticin co leguas más


adelante d e Salta y e l p o stig o d e esta gob ern a ción , se entra a los
O clo y a s qu e están o c h o legu a s d e a llí y d e buen cam ino (...) y
dicen qu e n o dista d e e llo s la gra n p ro v in cia d el C haco (veinte)
le g u a s ...”
P. Diego de Torres; 1609

.. N ótese q u e M a tien zo d ice q u e lo s in d ios de Jujuy eran


D iagu itas, lo q u e con firm a rá S otelo N arváez ( ...) T odos los indios
serran os d e Jujuy, eran , a m i ju ic io , D iagu ita s, con excepción de
lo s O cloy a s, “gen te d e l P irú " , es d e cir. C h ich as. ..”
E. Coni; 1925

La localización de su territorio, rasgos arqueológicos y contactos


étnicos con los Humahuacas han sido obsesiones largamente sufridas por
arqueólogos e historiadores. Para los prim eros debemos advertir que en no
pocos casos las soluciones a estos interrogantes deben buscarse más allá de
su pupitre de trabajo: en el terreno, donde las hipótesis encuentran los datos
que permiten ponerlas a prueba y verificarlas.
Ya en los años cuarenta Serrano sugirió que su ubicación debió ser
Iruya (Serrano; 1947). A lternativa que es com partida por Salas y por
nosotros. El autor de “El Antigal de Ciénaga Grande” los consigna en la
Serranía de Zenta, al naciente de Hum ahuaca. A llí identifica los pueblos
Chicsa, Sicaya, Tacalayso y Ocloya (Salas; op.cit.: 56). De sus relaciones
con el Chaco señala que el " ... llam ado valle d e O clo y a , cu yo topónimo no
ha perdu rado era tránsito o b lig a d o p a ra la s tribu s chaqueñas, que ya a
m ediados d e l s ig lo X V II com en za ron a in v a d ir la quebrada de
H um ah u aca..” , constituyendo ésta “... una d e la s p o c a s rutas practicables
p ara lle g a r a l C h a co desd e J u ju y ...” (Ibid: 53). E sta territorialidad se
extendería, según datos etnohistóricos, hasta los valles ubicados más al S.,
como por ejemplo Vallegrande, de acuerdo a las distancias calculadas por
Lozano — 15 leguas desde el valle de Jujuy— y Sotelo Narváez — 10
leguas— ,
Respecto de su filiación cultura, en 1908 Boman sostenía que los
Ocloyas eran indios humahuacas; C oni, en 1925, nos deja una confusa
caracterización — com o se desprende de la cita que encabeza estos
párrafos— , la cual descartamos de plano pero a la que además agrega que
"... dichos indios (ocloyas) ... habrían constituido el extremo Sur de la
gran familia quichua...” (Coni; 1925: 25). Tommasini (1933: 34) basán­
dose en el documento que el 24 de Diciem bre de 1596 mandó levantar en
Jujuy don Juan Ochoa de Zarate afirma que " .. desde tiempo inmemorial,
antes aún de la conquista, lo s O cloyas estaban subordinados a los
Humahuacas..” . El párrafo del citado docum ento en el que se evidencia
que los Humahuacas tenían sus terrenos de labranza en el valle de Ocloyas
".vendría a poner de manifiesto no solamente identidad de raza, lengua y
costumbres entre ellos más también podría hacer creer que los Ocloyas
fuesen una fracción y un desprendim iento del pueblo de Humahuaca”
(Tommasini; op.cit.: 36). Esta tesis es aceptada p or Salas, aunque con
objeciones que lo llevan a afirm ar que la docum entación conocida no
permite asegurar que los Ocloyas fueran realmente Humahuacas (Ibid: 52).
Pero volvamos a Tom m asini, quien partiendo d el supuesto que los
indios de Sococha eran quechuas, sin esp ecifica r en qué basó su juicio,
analiza el itinerario de Matienzo y otra serie de docum entos (que consulta
en el archivo del Padre Cabrera), a partir de los cuales colig e la pertenencia
a grupos peruanos de los indios Humahuacas. A sim ism o con la Probanza
de Argañaraz, establece la relación entre O cloyas y Humahuacas y, apoyán­
dose en Sotelo Narváez concluye que los prim eros también son peruanos y
satélites de los Humahuacas. Tales afirm aciones, aunque reconoce poco
menos que temerarias, se basaron en " . . . treinta años de m isionero entre las
tribus del Chaco, en contacto con los indios de Suipacha y Sococha y en el
Norte de Salta y Jujuy...” (Tommasini; op .cit.: 4 2 -4 3 ).
Esta tesis del origen quechua de Hum ahuacas y O cloyas es desesti­
mada por Salas, quien considera más apropiada la de C on i, que los cree de
origen Chicha; aunque la asimilación de los C hichas “ a la fam ilia quechua”
que éste propone lo descalifica.
En esta cuestión vuelven a ayudamos las investigaciones en el terreno.
Los valles de Iruya, Santa Victoria O ., Nazareno y Vallegrande no encie­
rran grandes instalaciones arqueológicas de esos tiem pos. E sto vale para los
sitios Puebo Viejo, Pukará en Santa V ictoria O ., A n tigu ito, E l Durazno,
Pueblito Calilegua y Papachacra en V allegran de, a sí co m o e l propio
Titiconte. Con excepción del último, estos sitios atesoran áreas de instala-
ción pequeñas, muy inferiores en envergadura edilicia a las de Humahuaca.
A punto tal que juntas podrían caber dentro del área intramuros de Titeara.
Papachacra es hasta ahora la instalación prehispánica de mayor fuste y con
ello apenas supera la cantidad de 81 habitaciones y una población media
relativa de 500 habitantes (A. N ielsen; 1989; MS). Si estos fueron los
enclaves de Sicaya, Tacalayso, Chicsa y los mentados Ocloyas, este escaso
nivel demográfico percibible en las com arcas orientales de Humahuaca
quizás explique que hayan pasado prácticam ente desapercibidos para el
español.
También es oportuno recordar q u e la h egem on ía ca stella n a fu e
ejercida en los fo n d o s d e valle, com o e l G rande de Jujuy y Salta y n o en
aquellas asperezas serran as d e Santa V ictoria , Iruya y V allegrande. Estas
se encuentran entre las regiones m ás altas y escarpadas del N.O. argentino.
Las primeras fundaciones “europeas” dan prueba de esta marginalidad;
fueron las de Acoyte, Santa Victoria e Iruya, y tuvieron lugar recién entre
1786 y 1803.
Entre estas fechas casi republicanas y las de los Yupanki, Quipildor o
Viltipoco, los poco numerosos y marginados Ocloyas, Tacalayso, Chicsa y
Sicayas tuvieron tiempo suficiente para esfumarse del escenario étnico.

Llegan los colon o s

Según Ibarra Grasso, Ocloyas, Osas y Paypayas habrían pertenecido a


la etnía Humahuaca (1971); m ientras que A. González (1982) y A. Lorandi
(1984) aportan explicaciones que van m ás allá de dicha cuestión.
El documento acerca de la “Información levantada por don Juan Ochoa
de Zárate...” de 1596 (Tom m asini; op.cit.) ha sido considerado com o uno
de los más relevantes para el estudio de las relaciones económicas y geopo­
líticas entre los Ocloyas y sus vecinos quebradeños, los Omaguacas. Los
dichos del capitán Diego de Torres y del testigo Pedro Godoy que aseguran
".. que lo s yn d ios d e om a gu a ca tienen en su v a lle d e O cloy a s su s ch a cra s
donde siem bran su m i z c a a ." s í com o la afirm ación — p o r p arte del
segundo— de que los O m aguacas tenían m itim aes en el valle de Ocloyas,
han llevado a González y Lorandi — aunque con sutiles diferencias— , al
planteo conceptual d e la ex isten cia de colonos étnicos o “llactarunas”,
implantados por los Om aguacas en el valle de Ocloyas para el aprovecha­
miento de las tierras en la producción de m aíz. El prim ero propone que en
los valles orientales de la “provincia inca” de Hum ahuaca, la explotación
de diferentes pisos ecológicos constituye la m ás clara explicación de estas
“entradas y salidas de los Om aguacas al valle de los O cloyas. Consídeia
que la tierra d eb ió estar d ividida en diferentes parcelas; las principales
explotadas por grupos locales y , junto a éstas, las “ tierras del Inca” , “ del
Sol” y “ del curaca” , cultivadas por mitimaes Omaguacas dedicados " ... a
explotar tierras p ród igas, presum iblem ente de productos no cultivables en
las tierras altas de la Puna y Q u eb ra d a ...", sumando su presencia a los
mitimaes militares (G on zález; op .cit.: 354).
A l reinterpretar el p leito de O choa de Zárate (15 96 ), Lorandi selec­
ciona el testim onio de D iego A yllon , cu yos dichos le parecen relevantes y
propone para los grupos Om aguacas y O cloyas un m odelo de explotación
inka de “ arch ipiélagos a grícola s y artesanales" , semejante al implantado
en los vales de A bancay y C ochabam ba, pero con la salvedad de que no ha
encontrado aún el docum ento histórico regional que lo pruebe. Según este
m odelo, el " ... nú cleo de p oblación instalado en Om aguaca, en el centro-
norte de la Q uebrada, tenía tierras en el valle de O cloyas” , el cual habría
sido " ... a sien to d e m itim aes (llactarunas” ) desagregados de distintos
grupos étn icos, sugiriendo la existencia de un poblam iento m ultiétnico de
la z o n a ...” (L orandi; op .cit.: 130). La inform ación de A yllon “ ab in icio e
ynm em orial m em oria" le sugiere que habrían existid o mitim aes
Omaguacas en O cloy a desde tiem pos preinkas; aclarando en este contexto
que el “ llactaruna” en e l sig lo X V I equivalía com o su nombre lo indica —
“ gente de pueblo” — , al co lo n o étn ico, " ... se encuentre éste en su núcleo o
en otras tierras d on d e tenía d erech os d e c u ltiv o ...", mientras que el
térm ino “ m itim aes” que aparece en lo s docum entos hace referencia a
gentes relocalizadas p or los Inka (ib id : 134). Propone que " ... Omaguaca
pudo ser la cabecera de un arch ipiélago estatal, dado que a fin es d el siglo
X V subsistía, a l m enos en parte, un cierto con trol p olítico de los curacas
sobre las p ob la cion es d el valle de O cloya..." (Ibid: 139).
R esp ecto d e la naturaleza y origen d e las relaciones entre am bos
grupos, L oran di abanica cin co alternativas: 1) que existieran mitimaes
Om aguacas (“ Llactarunas” ) en O cloya desde tiem pos preinka; 2 ) que los
llactarunas hubieran cum plido mitas (tum os) en establecim ientos inkas en
el va lle d e O c lo y a ; 3 ) que e l va lle estuviera ocu p ad o p or “ in d ios n o
om a gu a ca s, lla m ad os o c lo y a s ", com partien do territorios m ultiétnicos
am bos grupos; 4 ) que aceptando la intervención Inka en el valle de O cloya
y el consecuente reparto de “ suyus” estatales, éstos hayan sido cultivados
p or otros grupos, co m o C hichas, Churumatas, Chuys, Yapanatas, Osas y
otros, o que la principal tarea de estos haya sido explotar los lavaderos de
o ro ; y 5 ) que los indios de Om aguaca hubieran adquirido tierras com o pane
de estos servicios y luego trataran de permanecer en ellas.
Esta última alternativa, que a su ju icio se desprende del Pleito de 15%
la lleva a comparar la problem ática Omaguaca-Ocloya con aquella
planteada por Wachtel (1980) en el valle de Cochabamba (Ibid: 139-140).
Hemos consignado la suma de afirmaciones que ha merecido el tema
desde las épocas de Tommasini. Hasta aquí llegamos con la certeza de que
nada nuevo en materia de docum entación histórica ha aparecido en el
escenario de Humahuaca. Mientras tanto, las hipótesis se suman y se
reiteran los lacónicos inform es de Lozano, Narváez. Ochoa de Zárate,
Monje y Argañaráz. Acentuándose la carga inductiva de algunas explica­
ciones, cuyo manejo de analogías conlleva la extrapolación de modelos
pertenecientes a otras secciones del universo andino, que cuentan con infor­
mación etnohistórica más pródiga.

Las etnias de la Quebrada de Humahuaca

Por la similitud de los contextos arqueológicos que rescató en el


altiplano de Atacama y siguiendo al cronista Lozano Machuca, el sueco
Eric Bornan denominó “ Atacamas” a los grupos Omaguacas, Cochinocas,
Casabindos y Rinconada. No obstante, en un mapa de su autoría señala a la
mayor parte de la provincia de Jujuy com o “ Omaguaca", ubicando dentro
de ella las diferentes parcialidades.
Años después, nuestro conocido Miguel A . Vergara explícita que el O.
de la actual provincia jujeña, la menor parte, fue considerada diaguita, funda­
mentalmente por los seguidores de la tesis de Sotelo Narváez; mientras que
el resto fue habitado por los Omaguacas en el N. y los Jujúies en el S. (Vergara;
1934:31-32). Cita com o tribus Omaguacas las concedidas en encomienda a
Martín Monje por Francisco Pizarro, a mediados del siglo X V I desde Perú.
De todas ellas, las cuatro últimas “ Chalina” (Talina), Demetina, Charomatas
y Chuyes, con sus ochocientos indios, habrían estado cerca de Omaguaca.
Da a conocer también los nombres de los caciques Tontola y Vieca (Vilca?)
así como la referencia acerca de un tal Valle Maní (Ibid: 36). Salas retoma
esas fuentes, las que sumadas a otras y a su talento, le permiten com poner su
excelente tesis doctoral publicada en 1945.
Vale la pena consignar la opinión de Vergara acerca de las tribus que
habitaron la Quebrada de Humahuaca: Uquías y Purmamarcas; Tilcaras;
Tumbayas que habitaban el valle del Mani (A rchivo Trib. de Jujuy;
Protocolo de 1596; f.33); los Tilianes, que habitaban la región llamada
posteriormente El Volcán; los Yalas, muy próximos al valle de Jujuy y los
Azamatas cuya lengua entendían los Churumatas y Yalas (A rch T rib.
Jujuy; Prot. 35; f.l. En: Vergara; op.cit.: 37).
Purmamarcas:
Este nombre, que desde los tiempos anteriores a la conquista designa la
región meridional de la Quebrada de Humahuaca y también el valle de Jujuy,
y que se ha conservado en la toponim ia regional " ... es sin duda de origen
quichua y está compuesto de purum: desierto y m arca: región. P or lo tanto,
(...) aludiría a la calidad de despoblado que, según Oviedo, le pertenecía a
esta com arca...” (Canals Frau; 1943:125). Años antes, Cabrera había recono­
cido distintas acepciones de este topónim o tales com o Purmamarca;
Plurumamarca; Pomamarca; Prumamarca y Poromamarca (Cabrera; 1926).
Ya en 1908 Boman sostenía que Purmamarcas y Puquiles constituían o
bien un mismo pueblo de indios, o bien dos parcialidades de la Quebrada.
Asimismo Lozano, en la página 248 del cuarto Tom o de su conocida obra
los denomina " ... homaguacas y puquiles del valle de Prumamarca...” ,

Tilianes:
Según ya hemos citado, Vergara sostuvo que estos indios eran origina­
rios de la región de El V olcán. Documentos com o el Auto de Mercado de
Peñaloza (1595) sitúan el pueblo de ‘T iliar” o "Tilian” a 5 leguas de Jujuy
y no más de 2 o 3 de la Quebrada de Purmamarca. E llo los ubica com o
habitantes de los con fin es m eridionales del universo Omaguaca, en el
portal S. de la Quebrada.

Tilcaras:
El “ Pleito entre los indios de Tilcara y los de Uquía sobre un potrero
en la parte alta de la quebrada de Juella” que data de los años 1690-1699
aporta interesantes datos sobre la territorialidad de los primeros, ya que " ...
de tiem po Inm em orial a esta parte han tenido y poseído y poseen al
presente p o r tierras propias y p os suyas las que están desde la quebrada de
Yucara hasta el río de Omaguaca y desde a llí el río arriba hasta el asiento
de Tumi de una banda y de otra y otras tierras en la quebrada de
Purmamarca hasta las tierras de Yucaira y Chelisto, y Maymala y Tilcara
y Tumi.. . posesión
", que se ve confirmada por el cacique y otros indios de
la Quebrada de Purmamarca (Salas; op. cit.: 47-48).
Existe una buena posibilidad de que este documento esté marcando los
límites territoriales de la antigua Jefatura indígena, donde Tilcara — nos
referim os a la instalación arqueológica— desempeñó el rol de “ capital" de
dicha jefatura bajo e l mando de V iltipoco y los topónimos Tumi, Yucara,
Chelisto y Purmamarca, las fronteras. Lamentablemente a excepción de la
frontera S. o Purmamarca, n o se ha ubicado en mapas históricos y actuales,
la posición de Tum i, Yucara y Chelisto.
Maimara:
En el Itinerario de Matienzo se puede leer que del despoblado de
Omaguaca - c u y a extensión es de 20 le g u a s --- sé llega, despues de 6
leguas a "Maimera” , pueblo de indios Omaguaca. En la o pinión de Salas
este documento podría sugerir que los Maimará estuviesen integrando el
mismo territorio de los indios Tilcara ". ..y que sólo los separara la vaga
diferencia de un topónimo, que diera un nombre particular a la tribu..."
(Salas; op.cit.: 48).
También en vaga la diferencia territorial entre Tilcara y Maimará,
separados apenas por un par de kilómetros siguiendo el Capacitan que las
une.

Omaguacas, Chichas y Atacamas,


viejas hipótesis para contrastar
".hay otros indios que confinan con los indios de guerra de
Omaguaca y C asavindo... y con estos indios atacamas y cien
españoles se podría conquistar toda la tierra de Omaguaca, que
está cuarenta leguas de atacama, y se tratan y tienen rescate entre
ellos de oro y plata y saben toda la tierra y los Omaguaca es poca
gente y tienen mucho ganado de la tierra y mucho oro y plata..."
Pedro Sande; 8 de Noviembre de 1581.

".la región comprendida entre el valle de Jujuy y la


provincia altoperuana de los Chichas hallábase poblada por
numerosas tribus guerreras, entre las cuales eran especialmente
temibles las de los Humahuacas, C ochinocas, y Casavindos...
dominados y sublevados, reconquistados y vueltos a rebelar..."
R. Jaimes Freyre, 1914.

Al ocuparnos de los antiguos Omaguacas surge inmediatamente la


necesidad de establecer tanto su situación territorial com o las relaciones
interétnicas que mantuvieron con los pueblos que ocuparon su flanco
oriental, tema que hemos ya explorado, com o así aquellos situados al
poniente. Como dijo Lizárraga, “ esos confines llamados los Casavindos y
Cochinocas” de la actual puna de Jujuy (R. Lizárraga; 1605,1916).
Dos corrientes interpretativas han pendulado sobre el tema: tienen sus
orígenes en Boman y Vignati respectivamente y recientes epígonos en
aportes de P. Krapovickas y M . Gentile.
En 1908, basándose en sus trabajos y los de Senegal de La Grange,
Bollaert. Philippi, Diehl y Vaisse, Boman afirmó que el occidente de la
provincia de Jujuy presentaba una total identidad con los vestigios del N.
de Chile, específicam ente el Oasis de San Pedro de Atacama (llamado
Atacama La Alta) y el valle A lto del R ío Loa (Atacama La Baja). Ello lo
llevó a postular una prolongada presencia de la cultura atacameña en el
sector oriental de la Puna, remarcando a su vez, las diferencias entre estos
restos culturales y los de la Quebrada de Humahuaca y el sector N. del
valle Calchaquí. Asim ism o, creyó ver en los relatos históricos de Lozano
Machuca y de Herrera y Tordesillas la confirm ación etnohistórica de sus
presupuestos arqueológicos, estableciendo la conocida sinonimia entre los
términos “ Atacama” y “ Apatama” , sobre la que después volveremos. La
falta de trabajos arqu eológicos le segaron la posibilidad de incluir la
Quebrada de Humahuaca en el ámbito de dichas influencias atacameñas.
Treinta años después, al realizar un com pendioso estudio sobre el
acervo cultural de los atacamas en Chile, Latcham establece que su zona de
origen habría correspondido al actual Salar de Atacama La Alta.
En 1945, com o acápite de su archicitada tesis, Salas reconoce la filia-
ción Chicha de algunas de las tribus que poblaban el N.E. y E. de la
Quebrada de Humahuaca — basándose fundamentalmente en datos histó­
ricos— ; pero respecto del contexto arqueológico propio de la cultura de
Humahuaca, expresa que es en el área " ... atacameña donde se registra el
hallazgo de la casi totalidad de los elementos que constituyen la cultura
Humahuaca’ agregando que .. nos inclinamos a pensar, basándonos... en
las grandes analogías que presentan entre s í Atacama, Puna y
Humahuaca, que la primera ha actuado com o un centro de dispersión y de
profunda influencia cultural sobre tas otras...” (Salas. op.cit.: 261 y 265).
Dicha influencia se remontaría por lo menos a tiempos Tiwanaku. En una
época en que ya la tesis de Vignati hacía sentir su peso dogmático sobre la
arqueología argentina. Salas concluye confiando en que posteriores investi­
gaciones confirm en la p osible afinidad étnica y cultural de los grupos
Atacamas, Puneños y Humahuacas.
Desde un punto de vista arqueológico, Bennett, Bleiler y Sommer (1948)
establecieron en la Puna argentina la existencia del llamado “ Puna Complex” ,
configurado sobre elementos de la cultura material. Posteriormente, en 1953,
Canals Frau admite en la Puna argentina la existencia de grupos de cultura, al
menos, “ básicamente atacameña” , pero al notar la falta de ciertos elementos
considerados característicos de la filiación atacameña, llama a los indios del
altiplano argentino “ Apotamas” o “ Apatamas” .
Promediando la década del ' 60 se observa un regreso a las ideas de
Boman en los trabajos de C iro R . Latón (1965) sobre la "c ultura
Humahuaca” y “cultura Atacameña tipo Doncellas”. En ellos con
sign
ala
aparición de rasgos tardíos de la Quebrada de Humahuaca en sitios de la
Puna y Atacama; y la de los mismos en sentido inverso. También en los de
Jorge Fernández, quien al transcribir en apoyo de sus ideas la cita de Pedro
Sande. que incluim os arriba, afirma .. L os indígenas atácamenos de
Chile tenían trato frecuente o continuo con los Omaguacas al promediareI
siglo XVI y conocían perfectamente sus tierra s...". Señalando que esle
tráfico lo probaban las características arqueológicas de la Quebrada de
Humahuaca y que implicaba también " ... su pasaje continuo por la puna
jujeña... desde sus cuarteles en los oasis de San Pedro y Toconao (...) de
modo que sus pobladores o bien pertenecieron o fueron afines a ese grupo,
o bien tuvieron que aceptar todo e l peso del influjo atacameño que sobre
ellos actuó durante tanto tiem po..." (Fernández, J; 1978:22-23).
Vignati afirmó en 1931, basándose en Soleto Narváez, Herrera y
Matienzo, que el sector oriental de la Puna fue habitado por grupos de filia­
ción Chicha, excluyendo de manera terminante a los atacameños del terri­
torio argentino. Sobre la región del R ío San Juan M ayo señalaba que: ...
por su pobreza y por su aislamiento, tenía que ser influida necesariamente
por la cultura de pueblos vecinos y especialmente... los Humahuacas... .
N o obstante, sus registros arqueológicos le llevaron a creer que ' ... los
pueblos allí ubicados pertenecían a la nación C h icha...", agregando que
las etnías del San Juan Mayo " ... vivieron estacionarios recibiendo la
influencia de las culturas que les eran vecinas pero sin identificarse ni
fundirse en ellas.. (Vignati, M.; 1931:155).
Los supuestos de Vignati pueden resumirse en cuatro puntos básicos:

1 — los habitantes del San Juan Mayo pertenecían a la nación Chicha;


2 — la expansión de los pueblos Chichas alcanzaba en el N.O. argen­
tino hasta Casabindo;
3 — los Chichas limitaban al S. con los Calchaquíes;
4 — ios Atacameños no han existido en territorio argentino.

Estamos en condiciones de contrastar las tres primeras hipótesis de


Vignati. Dos de las cuales, la segunda y la tercera, deben ser rechazadas.
N o negamos que haya habido difusiones culturales Chichas pre-Inka. Sin
embargo, la presencia Chicha en Ja puna de Argentina no obedece a un
estímulo expansivo propio, con captura de territorio sino al Tawantinsuyu.
Su alfarería aparece dentro de áreas intramuros de tambos Inka, con arqui-
tectura cuzqueña. De modo que, seguramente, responde a otro caso d e
mitimaes — Chichas— que prestaron servicio en la Puna jujeña durante el
dominio Inka.
Otro rechazo involucra la tercera hipótesis sobre la vecindad entre
Chichas y Calchaquíes. La presencia del señorío Tastil, ocupando una terri­
torialidad en Quebrada del T oro y Las Cuevas, entre la Puna de Salinas
Grandes y el V alle Calchaquí, cierra la posibilidad de suponer posiciones
limítrofes entre lo s C hichas p otosin os y lo s C alchaquíes d el valle
homónimo. Los tastileños tuvieron rasgos culturales propios: los arquitec­
tónicos se separan claramente de los Chicha (R affino; 1988) y su alfarería
más popular fue la del estilo Pom a N egro/R ojo y Poma Borravino/Naranja.
Aún cuando en su superficie se observan tiestos que pueden ser atribuidos a
los Chichas, éstos deben ser referidos a la tardía presencia Inka, dado que el
Jatumñan transcurre por el suburbio N .O . de la instalación (E. Cigliano y
Otros; 1973. J. H yslop; 1984).
La primera hipótesis de Vignati está relacionada con la dispersión de
los Chichas por e l valle del San Juan M ayo. Su alfarería aparece reiterada­
mente en los sitios Inka (R affin o y C o l; 1986 y 1991), desde el S. del Lago
Poopó-Aullagas hasta La Huerta, dentro de las áreas intramuros de 24 de
ellos. La m ayor frecuencia de tiestos Chicha se registra desde Ascande y
Ramadas hasta C alahoyo, Y oscaba, Pozuelos, Titiconte y otros sitios del
oriente de Humahuaca. E sto significa un ámbito extendido desde la actual
provincia boliviana de Sudchichas (Departamento de Potosí), el extremo
boreal de Jujuy, Iruya y Santa V ictoria O este en Salta. Las mayores
frecuencias d e esta alfarería se observan en las quebradas de Talina y
Suipacha (Chuquiago, Ramadas, Chipihuayco, Chagua y Calahoyo). Estos
hallazgos contrastan favorablem ente la hipótesis.
Sobre el hábitat Chicha — tal com o para el caso de su lengua— hay
también discrepancias. Esta nación fue para Vignati una cuña étnica, exten­
dida desde B olivia hasta Casabindo, en Argentina, donde se habrían contac­
tado con etnías diaguitas; o desplazada hacia el oriente, involucrando los
territorios de Tarija y el extrem o N . de Salta (Serrano; 1940). En su expan­
sión hacia e l E ., esta cuña correspondería a Churumatas y Tomatas así
com o a los Chichas orejones, parcialidades que habrían poblado la cordi­
llera oriental, llamada Sierra de Santa Victoria del lado argentino.
A quella lejana sinonim ia planteada por Boman, quien creyó ver en el
término “ apatama” la referencia a indios “ atacama” , fue rechazada p or C oni
y V ignati, quienes n o aceptaron su asimilación, argumentando que en los
docum entos históricos aparecen reiteradamente citados en forma indepen­
diente.
Salas también entró en confusión, creyendo ver otra sinonimi a entre
los vocablos "apatama" y "patama":; al ser el último de ellos originario de
los Lipes, con sideró que los apatamas bien pudieron ser Aymaras” "
com o to d o s lo s lipes, y que estaban instalados en ese mismo partido.."
(Salas; op .cit.: 72).
R ecientem ente K rapovickas ha sugerido la posibilidad de que los
apatamas hayan sido grupos Chichas que participaron. junto a Casabindosy
C ochinocas entre o tros, en las sublevaciones del cacique Juan Calchaquía
fines del sig lo X V I (K rapovickas; 1984; 13).
A rqueológicam ente la cosa parece más clara. La cerámica muestreada
por nosotros en los enclaves del extrem o boreal de Argentina pertenece al
estilo Queta, que guarda algunas similitudes formales con el estilo Chicha,
pero a la vez se identifica por una decoración muy particular de aquélla.
L os indios de Rinconada, Casabindo, Queta y probablemente Doncellas
hacían esa alfarería guardando un estilo propio, identificable del Chicha
potosino, del atacameño chileno y aun del Yaví.
Existe una regionalización de esos estilos. lo que conduce a la idea de
una independencia territorial y p olítica entre Casabindos, Chichas y
Atacamas. L os Yupanki en su entrada de 1471 horizontalizaronesarg
io-
nalización al usar obreros Chichas, Casabindos y Atacamas en el tendido d
e
sus tambos y generando la mezcla de estilos que se registra en su sistema.

Omaguacas y Atacamas.
Nuevas hipótesis para contrastar
Los recientes trabajos de M . Gentile y P. Krapovickas evidencian en
qué medida distintos marcos teóricos han condicionado las estrategias de
observación y la interpretación de similares documentos históricos. Como
por ejemplo la mentada encomienda de indios depositada en Martín Monje.
A partir de su análisis, M . G entile rastrea la raigam bre del cacique
Quipildora.
Este apellido, según Nardi, es de origen Kunsa, siendo el Salar dé
Atacama y el valle del Loa los ám bitos de esta lengua (Nardi, J. En;
Gentile; 1986; 171). Este cacique pudo haber tenido su asiento en
Humahuaca o en Tilcara y presumiblemente habría contado con aval inka
para acceder a él, por lo cual se explicaría la denom inación dada a la
“provincia” . Aparece a continuación el nombre de V iltipoco com o “señor
de Omaguaca y su provincia”. Gutierre Velázquez de Obando al referirse
al cacique rebelado, lo llama “ don D iego V iltipoco indio natural de
Ata cama" (Gentile; o p .cit; 98). Según Vaissé y O tros (1986) y N ardi
( 1986). “ Vilte” , “ Vilti” , significa en Kunsa “ halcón” , “ águila” , “ aguilucho”
y “ Diego” es nombre que reemplaza al de la huaca (Ibid; Nota 10). Años
más tarde, en 1631, vuelve a aparecer el nombre de Francisco Viltipoco.
cacique principal, de 40 años, residente en el poblado de San Francisco de
Tilcara e hijo de Francisco V iltipoco. Este último tal vez contemporáneo de
Diego, capturado por Argañaráz en Purmamarca en 1595.
Esta influencia atacameña puesta de manifiesto a través de una casi
centenaria tradición de nombres Kunsas en la región, le permite a Gentile
postular que ” ... la filia ció n de los habitantes preincas de la puna y
quebrada, y la situación de Quipildora y sus sucesores indican que fueron
atacamos. Incluso es lícito plantear aquí el Kunsa com o “ lengua general”
de todas las variedades culturales tardías prehispánicas, desde el Loa
hasta la Quebrada de Humahuaca inclusive” (Ibid:99). Aclarando que no
habría existido un “ con trol vertical” o irradiación, sino un cúm ulo de
relaciones sociales que por m edio de alianzas aseguraba la independencia
local, pero con el beneficio de un “ com ercio” regional. Conclusión que se
apoya en el supuesto que los caciques Q uipildora, V ilca y Gaite, a
comienzos de la conquista española, habrían ostentado una misma jerarquía
política y “ com partido” e l territorio que mediaba entre el P acífico y
Humahuaca, aunque conservando particularidades propias. Siendo sus
posibles asientos C alahoyo o Rinconada (V ilca) y Cochinoca o Casabindo
(Gaite) (Ibid: 99).
De acuerdo a nuestras investigaciones, Calahoyo queda excluido de
esta lista por tratarse de un tam bo inka, a diferencia del Pukará de
Rinconada cuyos rasgos arquitectónicos sí permiten adscribirlo com o una
instalación local, con identidad propia y ocupando desde tiempos preinkas
hasta históricos (R affin o; 1989: 158).
Según la interpretación de P. Krapovickas (1984:12), la encomienda de
Villanueva (1539-1557) presenta el pueblo de Cochinoca — aunque sujeto
al principal Tavarca— com o dependiente del cacique Quipildora de
Humahuaca. E llo a su entender sugeriría que ” ... los cochinocas fueron tal
vez una colon ia Omaguaca enclavada en la P u n a ...". Pero al no hallar otra
m ención semejante en los docum entos consultados prefiere la hipótesis de
que “ ... (lo s) casavindos y cochinocas (eran) partes emparentadas de una
unidad m a yor..." que denominará, en base a sus hallazgos arqueológicos,
“ Cultura de C asabindo” , diferenciada de la de Atacama — aunque con
sim ilitudes— y cuyas ” ... m ayores afinidades ( ...) se evidencian con
relación a la cultura contemporánea desarrollada en ¡a vecina quebrada
de H um ahuaca.. (Ibid: 21).
Krapovickas refuta la hipótesis de Boman según la cual Casabindos y
Cochinocas eran dos parcialidades aiacamefias chilenas. Instaladas en la
Puna de Jujuy. Para é1 la Cultura de Casabindo sólo muestra similitudes
muy generales con la Atacameña, a la vez que comparte rasgos con las
restantes de ámbitos vecinos. Cree razonable afirmar que "... casavindosy
co c hinocas constituyeron una etnía autónom a frente a las demás (...) no
fu e ron una p arcialid ad atacam eña y. .. mantuvieron estrechos lazos con los
om aguacas.. (Ib id : 2 1 ). Tesis que avalan los documentos históricos al
registrar los nombres de estas entidades como una “tríada inseparable".
Asimismo, sostiene que las menciones sobre presencia atacameña-chilena
en el N.O. argentino se deben a traslados posteriores a la conquista.
Para nosotros existen respuestas parciales a estos interrogantes:

1 -— Si el kunza fue lengua general debió haber dejado su impronta en


la toponimia regional con elevado porcentaje de topónimos,
circunstancia que no ocurre.
2 — La cultura Casabindo, si bien comparte algunos rasgos generales
con la Atacameña, no puede identificarse con aquélla. Su
alfarería no es el estilo Dupont o el Hedionda de Toconce y
Caspana en el Alto Loa (Aldunate, C. y V. Castro; 1981) 10
Tampoco es el San Pedro Rojo del Oasis de Atacama (Nuñez, L,
1965). Su arquitectura ritual funeraria se ejecutó en criptas en
Cuevas y no en las Chullpas atacameñas. A diferencia de la
chilena, Casabindo no recibió estímulos Tiwanaku directos;
rasgos puntuales que, del mismo modo como acontece con la
cultura material de los Chichas potosinos, poseen independencia
desde los tiempos de los “D esarrollos R e g io n a le s Nada
" más
oportuno que recordar este término como expresión de regionali-
zación cultural anterior a los Yupanki.

Las afinidades más notorias de Casabindo deben buscarse con


Humahuaca. La proximidad de los territorios atribuidos a estas entidades
explican en parte sus contactos, puesto que " .. e l gran bolsón puneño que
constituye el centro de la cuenca M iraflores-Guayatayoc-Salinas Grandes
-s e d e de la Cultura de Casabindo—. está separado de la Quebrada de
Hu m ahuaca p or una sola cadena m ontañosa...”, siendo su comunicación

10 A q u ien es a gra d ecem os su h osp ita lid a d en u n rec ien te v ia je p o r A ta ca m a " L a B aja ",
recorrien d o lo s sitios d e C u p o, T u ri, T o c o n c e , C h iu -Chiuu, L a s a n a y C a s p a n a . A s i c o m o a
Lautaro N uñez y L la gostera M a rtín ez, nu estros an fitrion es en Q u ito r, C a ta rp e y e l M u se o
d e San P edro d e A tacam a,
"... indirecta y fa cilita d a p o r innum erables quebradas secundarías trans­
versales..." (Krapovickas; op.cit.21). Compartimos la idea, pero discre­
pamos en cuanto a una tardía difusión histórica desde Atacama a Casabindo
—y viceversa—. Los contactos registrados desde los tiempos Formativos
(500 a.C.) entre San Pedro I, Cerro El Dique, Las Cuevas, Campo Colorado
y varios enclaves más. Las difusiones de alfarerías Isla a San Pedro II, Yaví
y Tilcara Negro sobre Rojo en San Pedro III; o la presencia de cerámica
rojo atacameña en Tastil, son algunos ejemplos que explican contactos
interétnicos desde tiempos anteriores a los Yupanki y son reflejo de una
dinámica que no necesitó del estímulo español para actuar.

En torno a la estructura social de los Omaguacas


" ... el dicho capitán don Francisco de Argañaraz prendió al
mayor tirano capitán que había en la dicha Cordillera que era el
más temido y respetado de los yndios de toda la provincia y el más
belicoso y astuto en la guerra y en los asaltos y robos y muertes
que sucedieron llamado Viltipoco y éste era el genera de los
dichos yndios de la provincia así en el valle de Calchaquí como de
Omaguaca y Churumata y Apanatas y Omanatas y Chiriguanaes y
finalmente de todos los yndios de aquella provincia era el
superior...”.
Probanza de Méritos y Servicios
de Don Francisco de Argañaraz.
24 de Diciembre de 1596.

Mucho se ha escrito sobre este singular Viltipoco, quien a fines del


siglo XVI detentaba su poder desde los confines orientales de la Puna
hasta, al menos. Purmamarca de Humahuaca. Un personaje con el carisma
necesario como para aglutinar 10.000 guerreros, de diferentes naciones, con
vínculos interétnicos conflictivos, pero que enfrentados al español hicieron
de la defensa de sus territorios una causa común de supervivencia.
La pregunta es: ¿Quién fue realmente Viltipoco? ¿Un hombre que
accede al poder víctima de las circunstancias?; ¿el heredero de un mandato
otorgado por el Tawantinsuyu?; ¿un héroe mesiánico en la reivindicación
indígena?; ¿la respuesta xenofóbica a la invasión blanca?.
En un plano referido a la situación política y social precolombina de
los Andes meridionales en realidad interesan otros interrogantes. Como por
ejemplo si la convocatoria de tribus, desde el Pacífico hasta el Chaco, bajo
el mando de Viltipoco fue un hecho puntual de resistencia ante el español.
O si estas situaciones de confederación entre jefaturas se remontaban a
épocas anteriores a la conquista ínka del N.O. argentino.
La hipótesis de Gentile se inclina por la última de estas alternativas.
Pero aunque la respuesta le parece clara, reconoce que ella contiene a su
vez otro interrogante. Si la interacción Puna-Quebrada existió desde antes
del tiempo de los Inkas, ello no explica " ... si los de la Quebrada llegaron
a establecerse en la Puna de la mano de los cuzqueños, o si ésa fue la
situaciónpre-inca tam bién..." (Gentile; op.cit.: 96).
Lorandi sostiene que si bien la tradición española extendió el nombre
de “Omaguacas” a todos los habitantes de la región, el estudio documental
—como ya lo había demostrado Salas en 1945— revela que muchas parcia­
lidades se reconocían a sí misma con gentilicios propios. Ello constituye
.. un hecho significativo y revelador de un cierto grado de atomización
étnica, paralelo al de atom ización p o lític a ..." (Lorandi; 1984; 126).
Consecuentemente, no habría existido en tal diversidad de tribus una
“conciencia étnica común” que los uniera frente al enemigo blanco, por lo
que el poder de convocatoria de Viltipoco sólo habría sido "... un poder
aglutinante en momentos de crisis socia l... ” (Ibid).
La prueba documental de la existencia de diversos cacicazgos atomi­
zados se halla en las declaraciones de los testigos de la “Información levan­
tada por Don Juan Ochoa de Zarate” (1596). Ellos identifican al cacique
Viltipoco en Purmamarca, a Tolay en Omaguaca y luego a Limpita (por
prisión de aquél) y al cacique Layssa de los Churumatas. Por lo tanto éstos
habrían sido jefes de comunidades ”... y no p od ía n ... ejercer autoridad
sobre indios sujetos a otro señor.. (Ibid; 128).
Al definir la “provincia Inca” de Humahuaca, González, ubica "... la
capital del curacazgo Humahuaca (Om aguaca) en e l "P u cará ’ de
Titeara..." (González; 1982: 369). Respecto de la organización política de
la Quebrada afirma que pudo constituir un Señorío, definido geográfi­
camente desde mucho antes de la penetración inca a su territorio ", por lo
que ello "... habría facilitado la organización política de los habitantes de
la Quebrada durante el Período Im perial..." (Ibid: 345). Sobre la trascen­
dencia de Viltipoco y sus sucesores, como la del propio Juan Calchaquí,
concluye que debió existir "... una tradición Inca de p o d e r ..." que fue
heredada por ellos. (Ibid: 358).
Uno de los participantes de esta obra. A. Nielsen, sostiene que la
contrastacíón arqueológica de un posible nivel de Señorío alcanzado por la
etnía Omaguaca y por aquellos pueblos orientales que formaron parte de
ella, es sumamente difícil "... p or tratarse de una categoría dem asiado
general de referencia ...” (Nielsen; 1989; MS). Prefiere postular la
existencia de 3 instancias de liderazgo, donde cada com unidad habría
respondido a un cacique, cuyo gentilicio pudo haberse extendido a lodo el
grupo. En un nivel de mayor complejidad pudieron reunirse varias comuni­
dades que responderían a un Jefe regional; m ientras que sólo en casos
excepcionales pudieron reunirse éstas en tom o a un único líder, excepto los
Churumatas, que habrían constituido un Señorío.
La preferencia Inka de conquistar solam ente aquellos territorios
ocupados por Señoríos (E spinoza Soriano; 1987: 477) parece dar una
respuesta alternativa sobre la organización social. A su vez, el sistema de
poblamiento prehispánico de H um ahuaca aporta pruebas de peso.
Ateniéndonos a algunos datos puntuales sobre el uso del espacio y bajo la
norma de que el almacenaje y el control de la producción ameritan la forma
de organización social de Señorío, recordaremos a propósito dos hipótesis
de uno de nosotros (Raffino; 1989: 191).

1 — No existen evidencias probables de redistribución con previo


acopio en alm acenes com unales en el N.O. argentino preinka.
Hasta los Yupanki éstas evidencias se registran en el ámbito
unifamiliar, dentro de las propias residencias; mientras que son
ostensibles las actividades de producción agrícola y de molienda
en sitios comunitarios ad hoc.

Esta alternativa implica que existía una organización de nivel compa­


rable al de Señorío de acuerdo a E. Service. Pero su poder de afianzamiento
y control era débil, con lo cual estaríamos en presencia de una forma social
que estaba recién transponiendo los umbrales de ese estadio en momentos
de la invasión Inka.

2 — Con la penetración Inka aparecen los almacenes comunales, no


solamente en Humahuaca sino también en otros ámbitos del N.O.
argentino y Potosí, como por ejemplo Titiconte en Iruya, Coctaca
en Humahuaca, Oma Porco en Aullaga, El Shincal y Hualfín en
el valle homónimo. Esto significa la intromisión de mecanismos
de tributo, alm acenaje y redistribución controlados por una
organización de tipo estatal.

En otras palabras, por obra de estímulos tecno-económicos y sociales,


con epicentro en Cuzco, los hombres de Humahuaca pudieron haber
escalado ese peldaño hasta los niveles sociales de Jefatura y trascendido
luego de 1532 hasta los tiempos de Viltipoco gobernando la mitad austral
d e la q u e b ra d a y T elu y la secció n boreal. Ese era el nivel sociopolitico
alcanzado por otras naciones h o m o lo g a b a s a los Omaguaca y vecinos por
el N .. com o los C harcas. Q uillacas. Soras, Cara c aras y Chichas, de los que
poseem os m ejor docum entación etnohístórica probatoria.
C om o corolario de esta p ro b lem ática vale reiterar una vez más que el
térm ino Señorío, el viejo chiefdow n de J. Sfeward o Jefatura o Cacicazgo,
expresa una categoría de organización social con diversos matices particu­
lares dentro de un ordenam iento general. Explica conceptualmente un nivel
de organización política superior al de una tribu segmentaria simple, como
lo fueron los grupos del C haco G ualam ba por esos tiempos, e inferior al
Estado de los Inka. E sta circunstancia, que el propio E. Service —y quienes
lo seguim os— se encargó oportunam ente de rem arcar, conviene que no sea
Olvidada.
Tilca r a , Los A m arillos, Y acorarte y La Huerta son, en este sentido, las
instalaciones con p osibles ro les de cabeceras políticas de Jefaturas, que
accedieron a este rango por influjo del Taw antinsuyu, o quizás antes.

El Kollasuyu al norte de Humahuaca


a mediados del siglo XVI
En vísperas de la Entrada de Diego de Almagro (1535) y durante tos
tiempos de Huayna Kapac (1493-1525), el altiplano situado ai S. del L ago
Titicaca hasta H um ahuaca, estuvo ocupado p o r naciones con rango de
Jefatura o Señorío que tuvieron territorios propios y cabeceras políticas.
Así como un nivel de afianzamiento generalizado a partir de una estructura
de poder donde el mallku o cacique ocupaba el peldaño más elevado.
Es difícil evaluar con precisión sus territorios históricos y mucho más
aún sus fronteras, debido a qué los Inka prim ero y la C orona después,
produjeron transfiguraciones territoriales al desplazar pueblos enteros de
Una región a otra. El panorama etnográfico que se tiene de estos pueblos a
part ir del s. XVII suele no ser fiel reflejo de su situación pie-existen le. Sin
embargo estas dificultades no son extremas. A medida que ascendemos en
el mapa desde Humahuaca a Potosí y Titicaca los documentos etnohistó-
ricos comienzan a ser m ás medulosos. A sí aparecen fuentes como
“Repartimiento de Tierras por el Inca Huayna Capac" redactado en 1566
(Byrne de Caballero; 1977 ) o “Memorial de los Caciques de las Provincias
dé los Charcas”, con fecha de 1600 pero redactado en 1582 (Espinoza
Soriano ; 1969); “Primera Información hecha por Don Juan Colque
G uarache..", fechado en 1575 y “Segunda Información hecha por Don
Juan Colque G uarache...” , del período 1576-1577 (Espinoza Soria no;
1981). De ellos nos serviremos para contrastar arqueológicamente datos
que involucran a las naciones Charcas, Caracara, Chichas, Chuyes, Soras.
Carangas y Quillacas-Asanaques, cuya presencia se advierte en la
confluencia de los estilos cerámicos presentes en las instalaciones inka
registradas en el altiplano meridional. Tanto en Om a Porco a la vera del
Lago Poopó-Aullagas como en Río Márquez al N. del Salar de Uyuni, o en
la potosina provincia de Sudchichas, cuyos registros se detallan en otro
capítulo de esta obra.

Los Charcas
“Charca” se sitúa al S.E. del Lago Titicaca —más propiamente al E.
del Lago Poopó (sensu Rowe; 1946)— y al naciente de la Cordillera Real
de la actual Bolivia. Su geografía debe ser imaginada como propia de los
Valles Mesotérmicos tipo Q ’eshua, tratado en el Capítulo inicial de esta
obra. Los Charca constituyeron el primer Señorío del Kollao que bajo el
gobierno del Jatuncuraca Copatiaraca se rindió a Topa Inka Yupanki.
Recibió de los españoles, posteriorm ente, el apelativo de “Nación” o
“Provincia de los Charcas” . Constaba de aproximadamente unos 10.000
tributarios y guerreros que hablaban la lengua Aymara o Jácara. Según la
crónica de Capoche (1585), los Charcas poseyeron en Chayanta, al oriente
del Lago Poopó y sobre la cordillera Real, ricas minas de oro según el
Memorial de Charcas y también minas de estaño que fueron explotadas por
el Imperio para la producción de bronce.
Los principales repartimientos, según consta en el Primer Memorial
(53 C apítulos), fueron Sacaca, Chayanta y el repartimiento de
Cochabamba.
En cuanto a su jurisdicción territorial, Sacaca fue la capital de Charcas
hasta 1571, año en que Chayanta es reconocida como tal. Otras localidades
fueron Tiquipaya, Tomata, Moxcari, Cochabamba y Santiago del Paso.

Caracara
Su capital fue M acha y su territorio perteneció a lo que los pueblos de
habla aymara denominaron Urcosuyo, por poblar las partes altas de cerros y
mesetas. Fueron llamados así también por su condición “varonil y esfor­
zada” y mantuvieron con los Umasuyos —pobladores de zonas bajas, a orillas
de lagos y ríos— permanentes relaciones. Junto a los Charcas, Chichas^
Chuyes (Chuys), Soras, Carangas y Quillaca-Asanaque, los Caracara consti-
tuyeron tos 7 reinos o naciones altiplánicas m e rid io n a lesmás im porta
n
tes
conquistadas por los Y upanki. (Espinoza Soriano; op. cit.). Su participación
dentro de1 sistema inka ico se advierte etnohis to ricamente en lacon
a
te-
cion que poseían ios distintos grupos entre sí y con el Cuzco.
En Macha, cabecera política de los Caracara según El Memorial, éstos
y Chichas se congregaban y desde allí se dirigían juntos al tambo de Paria.
En este último confluían asimismo Jos guerreros Charcas y Chuyes,prove-
nientes de Sacaca —capital Charca—, y desde allí los cuatro contingentes
se dirigían al Cuzco —o hacia donde la voluntad del Inka los destinara—.
Su territorio abarcó Chaqui, Visicia. Cayza, Tacobamba. Coto y
Caquina, Picachuri, Cara c ara, Macha, Moromoro y Yura en Potosí. Existe
una posibilidad de que el estilo alfarero Yura, hallado en los sitios Inka de
Oma Porco, sea de origen Caracara. En cuyo caso quedaría arqueológica­
mente comprobado que ios Caracara tributaron al Inka en los tambos
situados entre esta región y el Lago Poopó. justamente en el centro
administrativo Oma Porco de la Pampa de Aullagas.
A esta nación pertenecieron los afamados cerros de minas de Potosí y
Porco, explotados por más de 500 años y desde los mismos tiempos de lo s
Yupanki. Su plata fue llevada al Coricancha cuzqueño primero (Cieza de
León; 1553) y a Sevilla después (F. Braudel; 1976). Los territorios
Caracara, por los cuales transitamos durante nuestras prospecciones arque-
ológicas, presentan un alto grado de perturbación topográfica debido a as
incesantes explotaciones mineras llevadas a cabo en ellos.

Chichas

Ya hemos incursionado sobre ellos en varios puntos de esta obra advir-


tiendo sobre su contundente presencia tanto en el repertorio cerámico como
en los datos históricos de Humahuaca. Respecto de su localización geográ­
fica, Espinoza Soriano (op.cit.: 6 ) los ubica entre Carangas, Lipes y
Chiriguanos, al S. de Potosí.
En base a nuestros trabajos de campo, coordinados con la toponimia
regional nos permitimos discrepar en parte con este autor. Los Chichas
ocuparon las actuales provincias bolivianas Nordchichas y Sudchichas,
entre las que se cuentan los valles de Cotagaita, Suipacha, Tupiza y Talina.
Este último, de gran riqueza agrícola prehispánica, fue el epicentro de su
territorio. Allí los Yupanki construyeron los tambos de Chagua v
Chipihuayco por donde transcurría el Jatunñam. Mientras que en Suipacha
levantaron el magnífico Chuquiago y el Pukaráde Charaja.
Sus vecinos más conspicuos fueron los Quillaca-Asanaque por el N.O.
de los que se separaban por la Cordillera de los Chichas. Uruquillas y Los
Caracara por el N. y los Lipez por el poniente. No creem os que los
Chiriguanos sean sus vecinos por cuanto entre el territorio Chicha y los
Bosques Orientales se sitúa el valle m esotérm ico de Tarija, no precisa­
mente ocupado por pobladores de las Tierras Bajas como los Chiriguanos
sino posiblemente por los Churumatas.
E1famoso topónimo Ascanti de M atienzo, donde la ruta se divide en dos
en dirección a Humahuaca y Tucumán, se sitúa en territorio Chicha, apenas
un puñado de kilómetros al S. de Cotagaita y al N. del tambo Inka Mochará.
Respecto de su límite meridional, éste correría brevemente al S. de Calahoyo,
Sococha y Yavi, portales del despoblado del N. de Humahuaca.
Su lengua fue el Aymara, hablada todavía con mucha frecuencia. En
cuanto a la dispersión geográfica de este grupo étnico, ella abarcó Tolima o
Talina, Tupiza, La G ran C hocaya, Santiago de Cotagaita, Chalca,
Esmoraca, Vitichi y Suipacha (Espinoza Soriano; op.cit: 6 ).
En los alrededores del río San Juan Mayo u Oro existieron minas de
oro explotadas p o r los Inka. Según los testim onios de Cieza de León,
Chichas y Charcas habrían explotado minas de plata por orden de Huayna
Kapac con destino al C oricancha en Cuzco. Pero los curacas de estas
naciones dejaron constancia en El Memorial de 1582 que su único servicio
para el Inka fue el militar, en guarniciones de frontera (Ibid).
No obstante estas discrepancias, la información de Cieza parece corro -
borarse con el hallazgo del formidable Chuquiago Inka y sus lavaderos de
oro, a la vera del San J. Mayo. Es notoria la dispersión regional de los
recipientes de alfarería Chicha rojo y naranja, solidaria a los tambos Inka,
desde el S. de Pam pa de Aullagas, Uyuni hasta la Puna de Casabindo y la
frontera oriental de Hum ahuaca. También es solidaria con ellas su
costumbre funeraria de enterrar en criptas en cuevas y aler o s (cave burials).

Chuyes
" . . . P re g u n ta d o ... d e que yn d ios estaban p o b la d o s estos
valles (d e C ochabam ba), dixeron que de undios chuys y cotas de
lo s q u e están a g o ra en P o c o n a ..." " .. . dixeron que les mandó
(Topa Inka) que dejasen este valle y se pasasen a las fronteras de
¡o s yn d ios chiriguanos y ansí se fueron a p ocon a y a p o co p o co m.
“ Repartimiento de Tiraras de Huayna Capa c".
1566. (B yrne d e Caballero; 1977).
S egú n e l testim on io antes cita d o cua
ndoTopaInkaconquistoelvalle

de C ochabam ba, habría encontrado las poblaciones autóctonas de C huyes


(C h uys), C o ta s y Sipc Sipe. Los dos prímeros, por sus condiciones
valerosas habrían sido transvasados a guarniciones de frontera Chiriguana
en M izque y Pocona (W achtel; 1980-81: 298). Ello se ve corroborado enel
M em orial de Charcas donde los caciques reconocen que Charcas, Chuyes,
Chichas y Caracara habrían constituido el cuerpo de principales guerreros
d e l Inka.
El tam bo de Sacaca — posible capital del territorio Charca—, era el
punto de reunión donde se congregaban los Chuyes para dirigirse, junto a
los dem ás guerreros del Im perio hacia el tambo de Paria, nudo del tráfico
im perial y depósito de las cosechas recogidas en el valle de Cochabamba.
T am bo donde T opa Inka Yupanki había mandado construir edificios
grandes (Cieza de León; 1553: 229-230).
Vale la pena recordar que Jos Chuyes junto a los Churumatas fueron
encomendados a M artín M onje en 1540 en calidad de ... mitimaes... que
están h a cia O m a g u a ca ...". T odo parece indicar que el dato histórico
sugiere que la posición tan austral de los Chuyes, hacia mediados del siglo
XVI, obedeció a un desplazam iento inducido por los Inka algunas décadas
antes. O tal vez, respondió a un intento de extender la primigenia frontera
chiriguana hasta los umbrales de Omaguaca, para defender su territorio de
los temibles enemigos. Sin embargo, la prueba arqueológica en una muestra
de más de 25000 fragm entos y dos centenares de piezas cerámicas,
completas provenientes del universo Omaguaca, no han permitido aislar el
posible estilo cerámico Chuy.
Chuyes, Charcas, Chichas y Caracara confeccionaban gran parte de sus
ropas, plumerías, armas de guerra. Eran abastecidos por cuenta del Imperio
en víveres —provenientes en su mayor parte de las chacras del valle de
Cochabamba y depositados en las pirhuas de Paria— , armas varias, ojotas y
mujeres. Estas cuatro etnías fueron distinguidas, desde los tiempos de Topa
Inka Yupanki con el rango de guardias especiales del palacio del Cuzco y
recompensados con el título de “hijos prim ogénitos y mayorazgo del
Imperio” en reconocimiento a sus campañas de conquista militar en el
extremo boreal del Tawantinsuyu (Espinoza Soriano: 9).
Todos estos privilegios desaparecieron bruscamente durante la coloni­
zación española. Charcas y Caracara, entre otros, debieron proveer mitayos
a Potosí y mano de obra para la de Oropesa de Cochabamba.
Berenguela y los asientos coloniales de Porco v Oruro. M ientras que
Chuyes y Chichas, si bien fueron excluidos del servicio de mita minera en
Potosí, debieron prestar servicios en La Plata,
Tarija, Tom ina y frontera
Chiriguana (Ibid; 1981: 225). L a época toledana constituyó, para los otrora
“hijos primogénitos” del Cuzco, la p érd id a d e su p re stig io y territorios.

Carangas, Quillaca-Asanaque y Soras


El Memorial de Charcas no abunda en datos respecto de los Carangas,
a excepción de la referencia que " ... L os C a ra n g a s... son de tierras punas
y frías y son gen te d e g a n a d o y r ic o s y a llien d e d e esto p oseen m uchas
tierras y ch a cra s ca lie n te s y e sta n cia s d e b u e n o s tem p les en m uchas
partes...”, dato que involucra tam bién a los Quillacas (Ibid: 1969:24). El
“Repartimiento de T ie rra s... (1566)” es m ás rico en referencias. Este
documento consigna que durante su paso por los valles cochabam binos
rumbo al S., Huayna Kapac, acompañado de sus dos capitanes — Livimayta
y Guacamayta— , se apropió del territorio com prendido entre los ríos
Condorcillo (actualm ente R ocha) y V ilaom a, desde Puntiti (Sacaba) y
Tapacarí. Esta zona se hallaba despoblada pese a la fertilidad de sus tierras.
Al establecer en C ochabam ba el sistem a de m itim aes agrícolas,
Huayna Kapac reubica aproxim adam ente unos 14.000 hombres pertene­
cientes a diversas etn ías, entre lo s cuales resultaron privilegiados los
Carangas, a quienes no sólo habría entregado las m ejores tierras sino
también terrenos de preferencia para el sustento personal de sus mallkos o
principales (Byrne de Caballero; op.cit.). Esta aseveración se ve refutada
por posteriores estudios del mism o documento.
Las tierras en cuestión corresponden a la sección occidental del Valle
de Cochabamba y las cinco chacras que se enumeran son las de Yllaurco.
Colchacollo, A nacorarire, C oachaca y Viloma, existiendo una sexta
llamada Poto Poto, situada al E. de Yllaurco. Estas tierras se hallaban entre
Quillacollo y Sipe Sipe, es decir, en dirección N.E.-S.O. (Wachtel: op.cit.:
316).
Byrne afirm a que los Quillaca, Asanaques, Uruquillas y Aullagas de
los mallkos Guarache pertenecían a la etnía Caranga. Si así fue los sitios
Inka, O m a Porco y Khapa Kheri fueron construidos en el territorio de esa
nación. Sin embargo para Soriano (1981) Aullagas y Uruquillas formaban
parte del reino Quillaca-Asanaque. De las chacras ya mencionadas, la de
C olchacollo d ió s e la e l d h o in ga (Huayna Kapac) a l ca ciq u e d e lo s
a u lla ga s que se llam a gu a ra ch e; d e quien suceden lo s gu arach is d e lo s
yn d ios q u yllacas que a gora h a y .." (Repartimiento...; 1596; 6 ). Espinoza
confirma que Guarache fue uno de los mallkos beneficiados por el reparti­
miento del Inka en recompensa por haberse desprendido de centenares de
súbditos Quillaca-Asanaque, que pasaron a servir al “zapainca” en calid
de yanayacos o servideros perpetuos, tal como se desprende del testimonio
de Saavedra de Ulloa citado más arriba.
L o s Q uillaca-Asanaque y los Aullagas-Uruquillahabríansidotrasla-
dados com o mitimaes a Cochabamba desde sus enclaves de urcosuyo, en
las actuales provincias bolivianas deA b
a
roy
C
e(E
sp
in
zS
;
1981: 198). Por lo cual, de la primitiva lista consignada como de origen
Caranga por Byrne de Caballero, queda claro que los C arangas propiamente
dichos,querecibierontierrasenCochabam
ba,fueronlosCarangasdeAndam
arcayOrinoco(U
rinoca).CarangasdeSanagaoSam
ancha,CarangasdeChuquicotayCarangasdeTotora(W
achtel;op.cit.:304-305).

Siendo"... Chacapa, cacique que era entonces de los carangas de chuqui-

cota..." y " ...V ilc a , m a llk o d e T o to r a .." .


El itinerario recom
1543,
C
pustlgbnadV co nstruir p o r Wauna Kapaj,
cñm
siguendolpaC
tra n sc u rre ju s ta m e n te por estos parajes de los C aran g as de Chuquicota,

A ndam arca y T o to ra , a n te s d e pasar por K


hpaK
heri,
Soraya, O m a P orco y R ío M árquez. U n detalle interesante observam os en
nuestros trabajos de campo en la Pampa deA ulagsen1987.A
lípreval-
cían los apellidos Guarache entre la población local,loquehabladeuna
permanencia del antropónimo en su ancestral territorio.
Según consta en El Memorial " .. la s dichas cuatro naciones (Charcas,
Chuys, Chichas y Cara c ara) se solían ju n ta rse en el pueblo y tambo de
P aria, que es de L os S oras, h a cia e l cam in o d el Cuzco..." (Espinoza
Soriano; 1969: 25). Además de lo que hemos mencionado acerdst
estratégico tambo, él habría constituido el nudo vial donde sebifurcaba el
Jatunñam en dos secciones. Una de ellas hacia el E., rumbo a Chayanta -
territorio Charca— y la otra hacia el O., con dirección a Challacolloy
Andamarca —jurisdicción Caranga— , penetrando hasta el pueblod
Aullagas (Ibid; 1981:202).
También la ribera meridional del Lago Aullagas fue pisada algúnavez
por la nación Sora, la cual poseía una veta minera en Porco. En los mapas
históricos, su antigua capital. Paria, se ubica en esa región y no en la actual
Oruro. En este caso la legendaria Paria no seria otra que Om a Porco yla
reunión de esas naciones puede contrastarse con el registro artefactual
arqueológico.
Las muestras probabilisticas colecta d a s en O m a P o r c o in d ic a n ten den ­
cias a agrupamientos d e estilos en diferentes sectores d e l ta m b o . L o s tiestos

Uru q u i l l a .
Y a s e h a id e n tific a d o te r r ito r a lm e n te la c e r a m ic a Y u r a c o m o
originaria de la Sierra deAsagaque, al SO. del Lago Aullagas.Tambiénla
Pacaje, proveniente del S. del Titicaca, obviamente de esa última comarca
provienen los fragmentos Tiwanaku; la alfarería Chicha tiene su remíteme
en la nación homónima, en las actuales provincias de Nord y Sudchichas
linderas con Argentina, Los fragmentos Uruquilla provendrían de la zona
de Caiza (Ibarra Grasso y Querejazu; 1986). Aunque la distribución de este
último estilo es muy errática, ya que se lo encuentra desde el Alto Loa en
Chile, en Aullagas y aún en Hum ahuaca, donde aparece un ejemplar en La
Huerta. Por simple descarte puede atribuirse a la etnía Sora los fragmentos
de pucos y cántaros negro/rojo del grupo Colla no Pacaje. Pero los dos
últimos casos, los Uruquillas y Sora, son pura especulación ante la ausencia
de tipologías precisas en el altiplano meridional de Bolivia.
Las correspondencias entre información etnohistórica y arqueológicas
son riesgosas pero posibles. Por ejem plo, los datos de que estas naciones
tributaban entre 6000 a 1 0 .0 0 0 m itayos para el trabajo en las minas, la
ganadería o la guerra; y que cada una de ellas se identificaba con una vesti­
menta en p articular (M em . C harcas), son de relevancia y ameritan su
contrastación. S i ca d a p u e b lo v is tió d iferen te con segu ridad también
fa b ricó su p r o p ia ce r á m ic a , hipótesis contrastada favorablemente en el
Cap. II, aunque usando pastas locales, como sucede en las muestras exami­
nadas.
Si los Soras poseían una veta de plata en Porco bien pudieron ser los
habitantes del tam bo O m a Porco. En otras palabras “Oma” fue la cabeza o
capital desde donde los Soras explotaron la plata de Porco. Existe informa­
ción geográfica, en m apas de los siglos XVI y XVII que apoya esta suposi­
ción. En ellos la Paria histórica se sitúa justamente donde hallamos Oma
Porco, al S. del L ago Aullagas. pegada al río Sevaruyu, y no en la actual
posición al E. d e Oruro.
Sin em bargo la cosa no es tan sencilla como aparenta porque la veta de
los Soras estaría ubicada dentro del territorio Carneara (E. Soriano. 1969,
8 ), lo que significa que los primeros vivían abajo o “debajo de" las alturas
del Porco C aracara, en la ribera del Lago Aullagas. Pero en Oma Porco no
hem os hallado arquitectura Sora a excepción de las chullpas funerarias de
adobe. E sa instalación es un clásico centro Inka con su conjunción
K allanka-A ukaipata-U sñu-collcas-kanchas y Capacñan. No existe en él
arquitectura residencial que permita hablar de un asiento o cabecera política
de la nación Sora.
Los Yupanki y los cambios territoriales

No caben dudas que ios Inka primero y Ja Corona después son los
auténticos responsables de estos cambios territoriales de pueblos enteros.
En el Repartimiento de Tierras de 1566 se observan las formas en qué
modificaron el panorama geopolítico del altiplano, acordando tierras a
pueblos situadas fuera de sus territorios originales. Aparece así una
documentación explícita lamentablemente ausente en Humahuaca. Entre
otra información se señala que: "... ju n to e p egad o a dha colchacollo
yendo hazia sipesipe un pedazo que tiene cinco suyos los cuales repartió
guayna capa y los dhos sus capitanes p o r caciques para su sustento de los
dhos caciques. E l q u al p ed a zo de tierra se llam a anacoraire...” . El
primero de éstos lo recibió el cacique Guarache; el segundo y el tercero
quedaron en posesión de dos malljos Carangas. .. E l quarto dio (el Inka)
a hachacata, cacique principal que fu e de tapacarí. E l quinto que dio el
dho guaina capa a con d o, caciqu e p rin cip a l que entonces era de
tapacarí...n (Repartimiento...; 1566: 6 ) lo cual indicaría, prima facie, un
cacicazgo compartido o la presencia de un cacique y su “segunda persona
entre los Soras.
Asimismo, de la chacra de Colchacollo recibieron parcelas los Soras en
el siguiente orden: "... E l noveno a yndios soras de sipesipe. E l dezeno a
los dhos de sipesipe. E l onzeno a yndios casayas de paria. E l dozeno a
yndios soras del dho repartimiento de paria. E l trezeno a la parcialid
llamada ch io del repartim iento soras de Tapacarí. E l catorzeno a la
parcialidad de m alconaca, yndios soras d e tapacarí. E l quinzeno a la
parcialidad de machocavano de caracollo, yndios soras.. .” (Ibid: 4). Por lo
tanto, la lista de grupos —subgrupos— comprendidos en la etnía Sora
propiamente dicha, según el documento, incluiría a los Soras de Pana,
Soras de Sipe Sipe, Soras de Tapacarí, Soras de Caracollo (Wachtel;
op.cit : 304-305).
No obstante el hecho de que el Jatunñam pasaba por sus territorios, la
pretendida preeminencia de los Carangas no habría sido exclusiva frente al
Inka. Tanto los mallkos Soras, como el propio Colque Guarache de
Quillacas, habrían compartido privilegios con Chacapa y Vilca, mallkos
Carangas de Chuquicota y Totora, respectivamente, al recibir cada uno
tierras de cultivo personal en el Valle de Cochabamba, a cambio de la
fuerza de trabajo de sus súbditos.
Mientras tanto, el destino de los Chichas potosinos ya estaba acordado.
Serían guerreros del Inka en la frontera caliente del Chaco G u a la m b a:
mitimaes en el lejan o universo H um ahuaca. O cuparían b arrios para ellos
construidos en lo s se cto re s n orteñ os d e La H uerta, gu a rn icion es de
frontera com o Puerta d e Zenta o tam bos com o C erro C hasquillas.
Ya en el siglo XVI, una carta de la Audiencia de Charcas, rubricada
por Matienzo, informa el 30 de Octubre de 1564 que " ... se confederó don
juan ca lch aq u í ca ciq u e d e lo s d ia g u ita s co n o tra s p rov in cia s contar-
canas... que son lo s om a g u a la s ca sa v in d o s y apatam as y o tro s y les
persuadió que se a lea sen . .. y una p a rcia lid a d de los chichas anda tanvien
alterada con e l l o s ..'’ (Levillier; 1918-1922; T.I: 134-135). Esta adver­
tencia del Licenciado se materializa dos años después, cuando otra Carta de
la Audiencia de Charcas al rey Felipe II informa que, en 1566, "... confede­
rándose con lo s ch irigu an aes y con lo s om aguacas y casavindos y con una
parcialidad d e lo s C h ich a s lo s m ejores yndios para m inas... todos juntos
binieron a hazer saltos quinze legu as de p o to sí en tanto grado que ya los
yndios d e p o r c o n o osa v a n y r a h azer ca rb ón d e m ied o... y tenían
ordenado d e d a r una n och e en p o to s í y en p o rco a d o si vinieran... este
daño fu era yrrep arable a su m agestad. . . y a todo el reino porque bien sabe
vuestra se ñ o ría q u e to d o e l p erú sin p o to s í y p o r c o no vale más que
tucum án...” (Levillier; o p .c it.T JI: 443-447).
Terminamos el tem a con datos tomados en el terreno. Esas naciones
del altiplano boliviano, los Carangas, Soras, Quillacas y Asanaques
comparten rasgos lingüísticos e ideológicos de significación: la lengua
Aymara y el uso de la ch u llpa fu n eraria , construida en adobe y de planta
cuadrangular. Su técnica constructiva se diferencia de las del Lago Titicaca,
más sofisticadas, y de las del alto Loa chileno y Lipez, más rústicas.
Curiosam ente los Chichas potosinos, también Aymara-parlantes, no las
usaron, lo cual habla de una diferenciación ideológica de fuste entre éstos y
sus vecinos del N. y del poniente. Estas chullpas tampoco aparecen en el
N.O. argentino, como muchos otros rasgos Tiwanaku registrados en el Loa
y San Pedro de Atacama, pero ausentes aquí.
APÉNDICE

Aproximaciones a la filiación lingüística


de la toponimia de Humahuaca

Si la toponimia regional es la consecuencia semántica de una presencia


cultural, su investigación sistemática constituye una variable de peso que
puede apoyar el dato arqueológico. Aportando, a través del esclarecimiento
de los vocablos que perviven —ya sea por obra de la difusión cultural o por
un proceso de conquista y dominación territorial—, la significación que en
cada lengua particular han tenido los diferentes paisajes donde esa
presencia se estableció.
Conviene advertir que este análisis ha sido realizado teniendo en
cuenta que aquellos topónimos localizados, presentan un margen de corrup­
ción propio de quienes realizaron sus transcripciones. Asimismo tales
denominaciones toponímicas responden a diferentes momentos históricos,
tanto prehispánicos como coloniales.
Siguiendo estos lineamientos, los procedimientos de este apéndice
comprenden cuatro pasos:

1 — Aislar una muestra probabilística de topónimos indígenas del


territorio Humahuaca a partir de documentación y mapas histó­
ricos y actuales. Integrada por 106 vocablos, esta muestra analí­
tica significa la población toponímica de un universo convencio­
nalmente delimitado entre los meridianos 65° a 65° 45’ Long. O.
y los paralelos 22° 35’ a 23° 55’ Lat. S. En términos geográficos
circunscribe el territorio inscripto entre las serranías de Zenta y
Aguilar, al E. y O., respectivamente; las cabeceras puneílas
septentrionales de la Quebrada de Humahuaca, por el N., y la
localidad de Volcán, por el S.
1 — Volcar la muestra en las cartas actuales con el auxilio de las
imágenes satelitarias tipo land-sat que permiten observar las
características especiales del paisaje y verificar su localización
en el terreno.
3 — Determinar la filiación lingüística del topónimo, con referencia
al Keshua y Aymara; extrayendo de la muestra analítica los
vocablos hispánicos y los de significado desconocido c o mo
estratos independientes. Esto convierte al total de 106 topónimos
en una muestra sesgada.
4 — Una vez ejecutados estos pasos, trazar un panorama estadistic o
sobre la popularidad del Keshua y Aymara en relación a la
muestra que sobrevivió a las dos extracciones mencionadas en el
punto 3. A este objetivo se agregó el de puntualizar cuántos de
estos topónimos son compartidos por ambas lenguas. Las obras
consultadas fueron las de L. Bertonio, J. Lira, P. Mossi y R.
Nardi.

Cuadro 7.1

Lengua/s Cantidad %

Keshua 62 58
Aymara 6 6
Keshua/Aymara 33 31
Inclasificados

Etimologías

A N A T A Y O C : (Q ) A nta: metal o cobre boca o cosa entera. (M ossi)


(M ossi). Y oc: sufijo de posesión. Kassa: Hielo. (M ossi)
B IS C A R A /V IS C A R A : (Q ): W ís'k a< : C A T A R I: (Q ): Khata: espeso, denso,
a c c ió n d e cerrar y derivados de helado. (Lira)
W és’ k a: cierre; im pedir e l paso, C O C T A C A : (Q ): C co to; montón.
aprisionar; encarcelar. (Lira) (M ossi)
H u isccan a: cerradura. (M ossi) C cotoscca: amontonado. (M ossi)
C A R A H U A S1: (Q ) C cara: cuero; pelle­ CO IRU RO : (Q ): Kurúru: devanadera;
jo ; costra. (M ossi) instrumento para encarpetar hila.
K cara: cosa rasa, calva. M ossi) Devanar. (Lira); Okkhorúrtr, cruci­
H uasi: casa. (M ossi) fera semejante al berro.
C ASA Y O C : (Q ): K cassa: mella o abra. (A y ): Coruru: om bligo. (Bertonm)
X cassan r. m ellar, desportillar la C coru : chullque: duro. (Bextomo)
C oyrari: cora n : m oho o m ohoso. (A y ): Chani: precio, valor
(Bertonio) (Bertonio)
C O R A Y A /C O R A Y T A : (Q ) K kóray: CH AU PI: (Q ): Cháupi: medio, mitad
acción de escardar. Arrancar malas parte en que se divide igualmente
hierbas al sembrado. (Lira) una cosa. Centro. (Lira)
K koráyay: H erbecer. Empezar a Cháupin: una mitad. Centro medio
nacer hierba. Cubrirse de maleza. de una cosa. La parte en que se
divide igualmente o exactamente
(Lira)
C cora: la mala yerba o zizaña que un todo. (Lira)
Chaupi: mitad, o el medio de cosas
nace en lo sembrado.
o lugares o tiempo u obras. (Mossi)
C cora y oc chacra: la chacra que
C H IL C A YO C /C H ILC A Y O: (Q):
tiene poca yerba. (M ossi)
C hhillca: yerba o mata que es cura­
(A y ): K orahua: honda para tirar.
tiva. Y oc: sufijo que denota pose­
(Bertonio)
sión. (M ossi)
C ora: yerba del cam po inútil.
(A y ): C chillca: una mata espinosa.
(Bertonio)
(Bertonio)
Corayapu atti\ ahogar la mala
C H O L C A N : (Q ): Chókkay: acción de
yerba al sembrado que va saliendo.
estrellarse cuerpos entre sí; caída
(Bertonio)
brusca; empujar. (Lira)
CORUNCO: Uruncu/Urunccuy: abispa
C hoccani: tirar con algo o arrojarlo
o abejón. (Mossi)
a otro. (M ossi)
CO SM ATA : (A y ): C com atha: llevar
Choccay cam ayoc: gran apedrea-
bajo el sobaco. (Bertonio)
dor o lanzador. (M ossi)
CU CHIYACO: (Q ): C cuch i: Puerco.
CH U C A LE SN A : (Q ): Chunca: diez,
Yacu: Agua, aguada. (Mossi)
CH ACH ACOM AYO: (Q ): C h'ách a: decenio. (M ossi)
Chúka: costura o arruga; pliegue.
hambruna; apremio por falta de ali­
mento. (Lira) frunce. (Lira)
Ch'úku: prenda muy ceñida
Mayu: río.
CHALALA: (Q ): Chltalla: hoja de maíz cuerpo. (Lira)
seca. (Mossi) (A y): Chuca: carnero que tieneel
rostro de distintos colores.(B
i)
erton
Chhallana: isopo o cosa con que se
rocía o asperja. (Mossi)
C H U J C H U J L O M A /C H U K C H U K L O -
(Ay): Cchalla: arena. (Bertonio)
Cchalla: caña de maíz después de M A: (Q ): Chucchu: frío de cale -
desgranado. Se da a las bestias. tura; fiebre. (M ossi)
(Bertonio) Chúchukk: úsase por Chtihchuy:
CHALGUAM AYO: (Q ): Challhua. temblar o sacudirse por fiebre.
pescado. Mayu: río. (Mossi). (Lira)
(Ay): Chautlai pescado de río. Chúchuy: resecamiento; endurecer
(Bertonio) por la rigidez; ponerse tieso. (Lira)
CHAÍfl: (Q): Chani: el valor O precio. CHÜLIN: (Q ): Chulli: romadizo; caer
(Mossi) enfermo de. (Mossi)
Ch ú lli: catarro, rom adizo, resfrío. fle c h a o saeta o vara para tirar a
(Lira) m ano. (M o ssi)
CHULLUMAYO: (Q ): C h h u lla : una C h o cca n i: tirar c o n algo o arrojarlo
cosa sin com pañera entre c o s a s a otro. (M o ssi)
pareadas; desigual; que n o corres­ (A y ): H u ach i: garrocha. (B erton io)
ponde. (M ossi) H U A IR A H U A S I: (Q ): H uayra: viento o
Chúllu/Chúlluy: rem ojo; acción de aire. H uasi: casa. (M ossi)
remojar alguna cosa. (A y ): H uayra: el viento que corre
Derretimiento. (Lira) de ordinario. (Bertonio)
Mayu. río. (Lira) H uayra: instrumento de barro con
CHULLUN: (Q ): C h u llu n : derretirse m uchos agujeros para fundir metal.
nieve o helado. (M o ssi) H U A J N A : (Q ): H uayna: m o z o ; jo v e n
Ch’ ullu: gorro indígena c o n oreje­ m ancebo. (M ossi)
ras. (Lira). (A y ): H uayna: m o z o , m ancebo.
Chul lu: rem ojo, a cción d e rem ojar (Bertonio)
una cosa. (Lira) H uaym a: antaño; H uaym a-
C húlluy: e fe c to d e rem oja rse una H uaym a: L o s años pasados.
cosa. D erretim ien to, d is o lu ció n . (Bertonio)
(Lira) H U A JR A : (Q ): Wákkhra: cuerno, asta,
Chullúnku: H ie lo q u e c u e lg a y cornamenta. (Lira)
gotea. Frío extrem o, pasado p o r el H U A N C A : (Q ): H uancar, tambor para
frío. (Lira) tocar en las ceremonias. (M ossi)
C hulliínkuy: h ie lo d e carám ban o. Wánkha: agujero; horadado. (Lira)
Congelarse y formarse carámbano. (A y ): H uanca: piedra muy grande.
(Lira) (Bertonio)
C H U R C A N /C H U R C A L : (Q ): C harqui: H U A N C A Y O C : (Q ): W áncay: cantar
planta c o m o e sp in illo ; arom o o música religiosa. Añorar. (Lira)
tusca blanca, de flor amarilla y de Wánkha: agujero; horadado. (Lira)
olor agradable. (Según: Villafuerte, W ank’ áyay: ponerse riscoso un
C .; 1979; pp. 4 1 ). lugar o peñasco. (Lira)
C H U S C H A Y O C /C H U C C H A Y O C : H U A N T A : (Q ): H uantar: especie de
(Q ): C h á h ch a : c a b e llo , cabellera, yerba para sogas. (M ossi)
crin, cerdas animales. (Lira) H U A N U C O : (Q ): Huanu: estiércol.
C h u cch a : c a b e llo s ; cabellera. (M ossi) H uanacu: carnero silves­
(M ossi) tre. (M ossi)
H U A C A L E R A : (Q ): H u accan i: llorar. (A y ): H uanu: Hama: estiércol.
(M ossi)11 (B ertonio) H uanaco: cam ero sil­
H u accay: llanto. (M ossi) vestre. (Bertonio)
(A y ): H u acali: pedido ritual de llu­ H U A S A M A Y O : (Q ): H uasa: espalda;
via (Huaccalitha). (Bertonio) lom o; parte trasera de algo. Lado
HUACHICHOCANA: (Q ): H uachh i:1 contrario de una colina o montaña
11 LER A: vocablo o topónim o de origen diaguita según R . Naidi (1986) aunque noa
n
oicem
su significado.
de donde uno está. (Lira)
M AIM ARA : (Q): May. ¿cuál? (Mossi)
Huasa: espalda; ancas de la bestia.
M aym an: ¿dónde? ¿adónde?
(M ossi) (M ossi)
Mayu: río. (Mossi/Lira) (A y): M ara: Año. (Bertonio)
HUICHAIR A: (Q ): H uic hay: arriba. M A N C A Y O C : (Q ); Mánka: olla de
(M ossi) arcilla o metal para guisar. (Lira)
W íchay: subida. A c ció n de subir. M ánkhay: dilatar o abrir mucho
(Lira) una perforación, hacerla mis gran­
H uichayuray: cam ino de grandes de. (Lira)
cuestas arriba y abajo. (M ossi) M anca: olla. Yoc: añadido al fui de
Huichayrini: subir. (M ossi) los nombres que admiten posesión
IRUYA: (A y ): Hiruña: cuchara o palo significa “ el señor de” o "dueño
para menear o revolver. (Bertonio. de” o el que lo tiene. (Mossi)
Hiluña: palillo para meter papas o (A y ): Mancca : abajo. (Bertonio)
maíz al sembrar. (Bertonio) M O LLE PU N C O : (Q ): Mullupuncu: la
Iru: hichu espinoso. angostura de Potosí, llamada así
K ANCH A/CANCH A: (Q ): C ancha: el sign ifica “ Puerta colorada” . Por
patio o corral. (M ossi) corrupción se dice Hoy:
LIPAN: (Q ); Lip a : (? ) ripa. Por ejem ­ “ M o llepongo". (M ossi)
plo: waman ripa: planta que crece Puncc o : agujero o ventana dejada
en las sierras. (Lira) en el techo. (M ossi)
LUERA/LERA: (A y ): Lura: un costal Puncu: es la puerta o portada.
lleno de algo. (Bertonio) (A y ): P o n co : quillca: puerta o
L L A C L L A M P A /Y A C Y A M P A : (Q ): entrada. La puerta por la que se
Llampa: azada o azadón. (M ossi) entra a alguna parte. (Bertonio)
Llakllana: la azuela. (M ossi) M U D A N A : (Q ): M uchhana: adorar;
Yampa: blando; terreno de labrar. adoratorio (Huaka muchani).
(Mossi) (M ossi)
(A y): Llam po: blando, suave. M U YU N A: (Q ): Muyu: círculo o redon­
(Bertonio) dez; cosa redonda. (M ossi)
LLULLUCHAYOC: (Q ): Llulluchha: M uyuni: andar a la redonda.
ovas de los charcos. (Mossi) (M ossi)
Llutlúch’ a : alga comestible de la M uyun: contorno; línea que deter­
familia de las Nostocáceas. mina la extensión circular de algo.
Ajomale, alga de agua dulce de un (Lira)
verde insistente. (Lira) (A y ): M uyo: tabla o piedra redonda
Yokk: sufijo que denota posesión. y llana. (Bertonio)
(Lira) O C U M A S O /U C U M A SO : (Q ): Ukhu:
MAIHUASI: (Q): M ay: ¿cuál? (mayc - interior; lugar interno; la parte de
can). (Mossi) adentro de alguna casa o lugar.
Huasi: casa. (Mossi) Hondura. (Lira)
(A y): Mayhuasitha: Quichusitha: Ukcu: el cuerpo del animal o per­
estar afligido o triste. (Bertonio) sona. (M ossi)
Ikkun : interior, parte de adentro de P A L C A : ( Q ): P a lk ca la ho rquet a o

algo. (Lira) fam a o c o sa partida o d iv id id a


O'kkho: ciénaga; lugar Heno de (Mossi)
cieno y filtraciones de agua. (Lira) ( A y ) ; P a ll c a . la e n c r u c ijada del
OMAGUACA: (Q ): H um a: c a b e /a . ca m in o o la rama del árbol
(Mossi) (B erton io)
Uma: cabeza o cum bre de m onte. P A L T A L O M A : (Q ): P a llca nación de
(Mossi) (Oma es barbarismo). indios del C u zco que tenían la cara
Huaka: íd o lo ; a d o ra to rio ; “ d íc e s e aplastada o la frente chala, k) cual
también d e tod a s a q u e lla s c o s a s lograban desde niños apretándose
que en h erm osura se a v e n ta ja n a la cabeza entre dos tablas. (M ossi)
las de su esp ecie ( . . . ) á la gran c o r ­ (A y ): P a lla : lo que se añade sobre
dillera... á lo s c e r r o s a lto s , á lo s la carga. (B ertonio)
dos muy grandes, á las io n e s m u y P A N T IP A M P A : (Q ): P am pa: plaza,
elevadas...” (M o s s i) suelo llano, cam po. (M ossi)
Huaccay: llorar12. (A y ): P anti , una flor c o m o manza­
(Ay); Huma: pronom bre personal; nillas blancas, colora d as o m ora­
tú. (Bertonio) das. (Bertonio)
Uma: agua. (Bertonio) Pamp a : cam po; afueras del pueblo;
Umahuatha: b eb er lo s q u e parten a llano. (Bertonio)
otro n eg ocio . (B e rto n io ) P A P A C H A C R A : (Q ): Chacra de cultivo
Umakhatha: b eb er lo s q u e v ien en o de papas. (M ossi)
vuelven de le jo s. (B e r to n io ) P IN C H A Y O C /P IN T A Y O C : (Q ):
P A IH U A Y C O : ( Q ) : P a y : é l o e lla . P in ch a: albañal; arcaduz; acequia;
(M ossi) compuerta. (Lira)
H uaycco: quebrada de m onte; hon­ Yokk: denota posesión. (Lira)
dura entre cerros y cualquier canal P in ch a : A rcadu z o encañada de
o cosa ahondada d e avenidas. agua. (M ossi)
(M ossi) P in ta: anzuelo; arpón; caña c o a
(A y); P ay: desierto donde no nace anzuelo. (Lira).
ni siquiera agua. (Bertonio) Pintoc : caña brava. (M ossi)
H uaycu: una c o c id a d e a lg o o el (A y ): P in ch a : acequia para q ue
tiem po que se tarda en c o ce r . corra el agua. (Bertonio)
(Bertonio) P IS C A Y O /P IS C A Y O C : (Q ): Piskka:
P A L B A H U A S I: (Q ); H u a sii: casa. número ordinal 5. (Lira)
(Bertonio. P isca: P ix ca : número 5. (M ossi)
P á lw a : obra in con clu sa. Trabajo (A y ): P hisca: nombre numeral 5.
manual sin acabar. (Lira) (Bertonio)
W ássi: casa. (Lira) P O C O Y A /PO C O IA : (Q ):

12 Según M ossi esta acepción correspondería a "el lloro de agua" o " vertiente" d e agua
.
Asegura haber visto esta naciente en la cabecera de la Quebrada de Humahuaca (en G.
T ommasini; 1933,38)
ahondarse; profundizarse en cuen­
REARAHUAYRA: (Q); viento ardien­
ca. (Lira) te. (Mossi. Lira)
P"'oskkoya: acidífero; que produce RUNQUI/RONQUE; (Q)¡ ^
ácidos. (Lira) ta de chamiza espinosa. (Mossi)
P occon o P occoyan: madurarse ia Ruqqui: el huso para hilar. (Mossi)
fruta. RONTUYOC: (Q): que tiene o contiene
PO M A YO C/PU M AY O C : (Q ): Pum a: huevos. (Lira)
león. Yoc: dueño de; el que tiene; RUMI: (Q): piedra. (Mossi Lira)
poseedor. (Mossi) SALAYOC: (Q): Sallca: páramo, pana.
(Ay): Puma: león. (Bertonio) (Mossi). Yoc: sufijo de posesión.
PORCO: (Ay): Ponco : puerta o entrada. SIC A Y A : SICCATHA: (Ay): hicho
(Bertonio) (techo) de las casas. (Bertonio).
SIQUIZA/SIQUINA: (Q): instrumento
POTOSI: Phohktochi? (A y. Bertonio)
para extraer o arrancar; piedra para
(Hisp.)
afilar. (Lira)13
PURM AM ARCA/PUM AM ARCA/PU
(A y): Siqui: Hurón. (Bertonio)
RU M AM ARCA: (A y ): Puma:
SISAPUCA: (Q ): vecinos, cercanos.
león. (Bertonio) M arca: pueblo,
(Lira)
región. (Bertonio)
SISILERA: (Q): hormiga. (Mossi)
QUERAGUA: (Q ): Kherara: escudo. SUNCHOHUAYCO: (Q ): mata de flor
(Lira) amarilla de la quebrada. (Mossi
QUIRUSILLAS: (Q ): Quiru: diente.
Lira)
(M ossi) Keru: vaso de madera. TACOPAMPA: (Q. Ay.): tierra colorada,
(Lira) algarrobo. Pam pa: campo (Mossi
Sillar, artefacto de barro muy coci­ Bertonio)
do. Fragmento de piedra o losa; TASTASI: (Q ): Tantani: juntar, reunir.
cascajo o piedra fina. (Lira) (Mossi, Lira). Tasta,: chato. (Lira)
QUISQUIRE sitio angosto, estrecho o TILCARA: T icath a?: hacer adobes,
reducido. (Mossi, Lira. Q.) adobera. (Bertonio
Kiskis: general Inka contemporá­ TIRAXI: TIRANI: (Q ): arrancar, des­
neo de Atahualpa. (Lira) cuajar (Holguín. Lira, Nardi)
Kiskiqui: estar apretado. (Bertonio. TIUYACO: (Q): agua tirante. (Mossi)
Ay.) (Ay): Ttiu: arenal de tierra de gran
QUETACARA: (Q ): K 'iti: rincón, extensión. (Bertonio)
comarca. K 'ita, salvaje, cimarrón. TUMBALLA: (Q ): cosa falsa, fingida.
(Lira) (M ossi Lira)
Quilti provincia, sitio o comarca. TUMI: (Q ) (A y ): cuchillo de cobre.
(Mossi) (M ossi Bertonio)
Kára: pelado, desnudo, sin cultivo. UQUIA/UTQUIA: (Q ): agujero, lugar
(Lira) interno, hondura. (Lira)
Khara:: barro de los corrales, VICHAYA/HUICHAY: ( Q ) subir, arri-
estiércol. (Lira) ba. (Mossi)
VICUÑAYOC: (Q): lugar de las vicu ­ apreciado com o com bustible. (Lara)
ñas. Y U C A R A : (Q . A y .): c o s a blanca.
VISCACHAYOC: (Q ): lugar de las v is­ (M o ssi) Escudilla o p u co de com er.
cachas. (Bertonio)
YACORAITE: (Q): Y aco: agua, aguada. Z A P A G U A : (Q ): solo, aislado. (M ossi.
(Mossi)14 Lira)
YALA/YANA?: (Q): criado, esclavo. Z E N T A : (Q ): lo que está entre dos que­
YAQUISP A M PA /Q H A Q U IP A M P A : bradas. abra. (M ossi)
(Q): pampa árida. (M ossi) Z U C H O : (Q ): mata de flo r amarilla,
YARETA: (Q ): vegetal puñado m uy forraje de ganado. (M ossi. Lira)

14 El significado de la terminación “gaite” o “rafee” o “chaite” es á -------- ido


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Capítulo VII

Sobre conquistadores y conquistados

R o d o l f o R a f f in o

Creo que junto a mis colegas hemos compuesto dos obras para un
mismo protagonista. La primera referida al altiplano meridional boliviano.
La segunda sobre Humahuaca y sus vecindades. El protagonista, una vez
más, es el Tawantinsuyu con todas sus facetas, la mayor parte arqueoló­
gicas, aunque con el fenóm eno inductivo que constituyen las crónicas
indianas, com o generadoras de hipótesis a contratar por la arqueología.
Los Yupanki invadieron Humahuaca durante el reinado de Topa Inka,
a comienzos de la década de 1470. Previamente una expedición comandada
por otros dos hijos de Pachakute, Paucar Usnu y Topa Amaru, habían
conquistado para el Cuzco las naciones del altiplano que media entre el
Lago Titicaca y el N.O. argentino. Así fue com o Collas Pacajes, Carangas,
Asanaques, Soras, Charcas, Quillacas, Caracaras, Uruquillas y Chichas
fueron anexados y, algunos de ellos utilizados en la segunda penetración,
esta vez con destino al Tucumán y Chile.
El dato arqueológico desbrozado en los capítulos anteriores cobra cada
vez mayor contundencia sobre tres aspectos básicos de aquellos sucesos:

1 — La penetración y conquista no fue compulsiva.


2 - Se realizó a través de una ruta — luego transformada por tecno­
logía en Capacñam— que transcurrió, desde el Lago Titicaca al
S. por territorio Pacaje, luego Caranga en dirección al Lago
Aullagas-Poopó. Posteriormente traspuso la Pampa de Aullagas,
Oma P oico, Khapa Khan, Soraya y R. Márquez, los territorios
de Quillacas y Asanaques en dirección al Salar de Uyuni. Dejó a
un lado las montañas de Porco, propiedad de Soras, Yuras y
Carnearas y debió cruzar la Cordillera de los Chichas esquivando
también los Lipez, los que dejó a su vera del poniente. Desde allí
hacia el S. el camino aparece arqueológicamente diáfano, trans­
curriendo por Tupiza. Suipacha. Talina, Calahoyo. Pozuelos y
Queta. Por esos parajes se bifurcaba hacia Humahuaca por Alto
Zapagua y Homaditas. mientras que otro ramal iba directo hacia
el S. por la Quebrada del Toro y Calchaquí. en pos del riñón del
antiguo Tucumán y Chile.
3 — Algunas naciones paulatinamente asimiladas del altiplano
pasaron a prestar servicios al C u zco y fueron sucesivamente
enroladas com o obreros, cargadores, soldados, etc. Su incorpora­
ción a la movilidad del sistema explica el desplazamiento
horizontal de sus artefactos, especialm ente su cerámica.
Dispersión que cobra un rápido sentido general N .-S., pero
siempre sujeto a la imposición del conquistador, a la vera de sus
tambos o de sus caminos. N o existen evidencias de movilidad de
esta naturaleza antes de los Yupanki por lo que debe descartarse
un desplazamiento organizado — vg. invasión— de esas culturas
hacia el N.O. argentino antes de 1470.

I — La Quebrada de Humahuaca a fines del siglo XV

La información arqueológica con que contábamos una década atrás (R.


Raffino, 1978) daba cuenta de siete instalaciones arqueológicas presumi­
blemente Inka arraigadas en la Quebrada de Humahuaca: R odero,
Yacoraite, Cálete, La Huerta, Papachacra, Tilcara y Ciénaga Grande. El
avance de las investigaciones ha permitido agregar una enorme informa­
ción. Como resulta de los cuadros compuestos en esta obra, la lista de
nuevos asientos imperiales, incluida la puna boreal de Argentina y el
mundo oriental a Humahuaca asciende a 33 (Cuadro 6.1).
Dentro de la Quebrada troncal, además de La Huerta, los Inka dejaron
improntas arquitectónicas que remodelaron partes de la instalación humana
local, trazaron el Capacñam o construyeron plazas, collcas, kallankas, hitos
y plataformas ceremoniales. En definitiva edificios de mejor porte que los
locales. Otros vestigios incluyen artefactos o recipientes alojados en habita­
ciones, basurales y depósitos funerarios, e inclusive arquitectura destinada
a estas últimas actividades.
Fig. 10.1. a 5. Imágenes de los caminos Inka (Capacñam) en los Andes Meridionales
A l cierre de esta obra y con especial referencia a la Quebrada troncal
se confirman los siguientes datos arqueológicos puntuales:

1 — Siete de sus instalaciones arqueológicas, respectivamente de N. a


S ., A lto Zapagua, C octaca. Peñas Blancas o Pucará de
Humahuaca (J. Palma; 1990, M S), Yacoraite, La Huerta, Puerta
de La Huerta y Titeara poseen componentes arquitéctónicos
cuzqueños. Esto significa que de la lista publicada en 1978 se
aclara la situación del Pucará de Calete y Ciénaga Grande, faltos
de registros p or esos tiem pos; de los cuales, hoy sabemos,
carecen de presencia arquitectónica imperial, aunque fueron
contemporáneos a ese horizonte. El área intramuros residencial
del Pucará de Rodero se aproxima a esta última circunstancia,
pero sus sistemas de andenes contiguos atesora tecnología Inka.
2 — Con excepción de A lto Zapagua y Puerta de La Huerta, dos
clásicas tamberías construidas por C uzco para el apoyo del
Capacñam y su tráfico, el resto de las instalaciones mencio­
nadas son de carácter m ixto o multicomponente. Es decir sitios
preexistentes a 1470, que recibieron estímulos Inka que
afectaron parte de su sistema original, entre ellos el de pobla­
miento y artefactual; indicios arqueológicos de retroalimenta-
ciones más profundas de los componentes social e ideológico de
la cultura.
3 — La mayoría de estos sitios trascendió hasta tiempos históricos de
Viltipoco y sus compañeros. A sí lo sugieren los restos de sus
basurales, tumbas y locus habitacionales (p.e. La Huerta y
Tilcara).
4 — Arquitectónicamente las instalaciones Coctaca y La Huerta
fueron las que recibieron mayores transfiguraciones tecnológicas
por impulso del Cuzco. Tilcara fue remodelada para permitir el
trazado del Capacñan, quizás el sector “ La Iglesia” de
Debenedetti y una construcción asociada al primero (R. Raffino;
1988,175).
5 — El desaparecido Yacoraite y su vecino inmediato. Los Amarillos
merecen un acápite especial. El sector bajo del primero se ha
perdido, cerrando la alternativa de comprobar lo que se intuye de
la lectura del croquis de planta levantado por Krapovickas
(1969). En éste se advierte el clásico planeamiento Inka para los
centros administrativos, con su aukaipata, kallanka y collcas
alineadas. Yacoraite Bajo bien pudo ser el centro tributario Inka
de la mitad boreal de Humahuaca, a partir del cual se administró
el espacio oriental.
5 U bicado casi en continuidad topográfica con Yacoraite, Los
Amarillos es la instalación de mayor tamaño de toda Humahuaca
(A . Nielsen, M S). En este sentido debe asignársela al mismo
rango jerárquico que Tilcara y La Huerta. Aunque coetáneo al
Horizonte Inka, Los Amarillos carece de arquitectura imperial y
su articulación al sistema del Capacñan se efectúa a través de
Yacoraite Bajo.
7 — Y por encima de ambos el legendario Pukará de Yacoraite, quien
parece responder a una génesis pre-Inka; sobreviviente en
tiempos de los Yupankis y en plena actividad en los de Viltipoco
y Teluy. C om o tantos otros, este Pukará debió quedar heroica-
mente “ fuera de servicio” recién a mediados del s. XVII, con el
derrumbe final del mundo aborigen.

El Capacñan conecta todos estos enclaves, desde Tumbaya y Maimará


hasta las alturas de Inca Cueva. Corre por el faldeo oriental, cortando poco
menos que a dentelladas la arquitectura del sector naciente de Tilcara.
Similares avatares urbanos sufrieron La Huerta y Yacoraite, en un síntoma
que la hegemonía del Tawantinsuyu no respetó las partes urbanas de las
sociedades pre-existentes. Asciende luego desde Tilcara hacia Potosí,
Aullagas, Titicana y C uzco, pasando por Perchel, Puerta La Huerta, La
Huerta, Cam po M orado, Yacoraite, C o. Chisca, Coctaca (sector
occidental), Homaditas, Zapagua y las alturas de Incacueva para enderezar
rumbo al N.
Hacia el poniente de este ramal se halla otro que estimamos fue el
principal Capacñan del N OA., el que penetra por Calahoyo (el Tambo Real
de Matienzo), bajando por Pozuelos, Queta, Casabindo el Chico, Salinas
Grandes, El Moreno, Punta Ciénaga, siguiendo por la Quebrada del Toro
hacia Calchaquí. Tiene un acceso directo hacia las Quebradas de Talina,
Suipacha y Tupiza, constituyéndose en el camino más apoyado y abaste­
cido por tamberías.
Existe una firme impresión, apoyada por presencias arquitectónicas
españolas en Chuquiago de Suipacha, que esa fue la ruta utilizada por Diego
de Almagro en su invasión al Tucumán y Chile. Así com o las que usarían los
ejércitos rioplatenses en sus incursiones al Alto Perú luego de 1810.
Dejam os Humahuaca confirmando la hipótesis de un dominio del
Tawantinsuyu entre 1470 y 1535 de acuerdo a la cronología de J. Rowe
(1946). Seguramente por sus características arqueológicas y expectativas
demográficas esta Quebrada, junto al valle de Cochabamba. fueron las dos
mecas prehistóricas al Sur del Lago Titicaca, verdaderos paraísos en lo
concerniente a la potencialidad del registro arqueológico.

II — El mundo Oriental

Con puntual referencia hacia el panorama étnico oriental del universo


Humahuaca durante los siglos X V y XVI podemos concluir que:

1 — La información es coincidente en que los Churumatas habrían


vivido al N.E. de Humahuaca, al naciente de la Sierra de Santa
Victoria o Cordillera Oriental. Algunas de las localidades con
topónim os actuales donde tuvieron sus asientos son Mecoya,
Orkho y Pucarita, en el confín meridional del actual
Departamento de Tarija en Bolivia. Del lado argentino hemos
registrado vestigios arqueológicos en Pukará, Pueblo V iejo y
Parque de Bari t ú.
Fabricaron una cerám ica de fondo naranja similar a la de los
Chichas potosinos y los Yaví. Su hábitat se extendió sobre una
región harto escarpada, con profundos desfiladeros y agudos pie
de montes. En estos últimos tuvieron chacras agrícolas e instala­
ciones construidas con piedra y mortero que ameritan por sus
atributos, trabajos arqueológicos puntuales.
N o sabemos si ocupaban estos territorios antes o si fueron traídos
allí por los Yupanki. Al respecto nos apoyamos en la informa­
ción histórica. De lo que no quedan dudas es que estuvieron allí
entre 1471 y 1535, por la asociación in situ de cerámicas locales
con la Inka Provincial. Los tiestos históricos levantados en
Pukará, Pueblo Viejo y el propio Santa Victoria O. nos indican
que aún permanecían en el lugar en esos tiempos.
Tanto las guarniciones fronterizas que ocuparon, en el caso de la
imposición Inka, com o sus propios poblados, levantados sobre
agudos pie de montes, son instalaciones de trazado concentrado,
con damero irregular pero de tamaño edificio pequeño. N o más
de 30 a 40 recintos aproximadamente por sitio. Con una pobla­
ción relativa media que difícilmente sobrepasara el par de cente­
nares de personas. Esta circunstancia, así com o la tardía coloni­
zación de la región, a fines del siglo XVIII, explica el por qué de
su olvid o o falta de registro en los momentos tempranos de la
etapa histórica.
2- Los Ocloyas tuvieron su hábitat ai naciente de la sierra de Zenta
entre las Quebradas de Iruya y San Pedro, compartiendo actuales
territorios de Salta y Jujuy. Sus posibilidades ecológicas no
discreparon de las que debieron enfrentar los Churumatas;
ocupando agudos pie de montes y aburas serranas en un sistema
de poblamiento que supo capturar las montanas, lanío para la
residencia com o para la agricultura. Los análisis comparados de
los depósitos de basura (La Huerta-Papachacra) nos indican la
coparticipación de b iomasa proveniente de los bosques
chaqueños orientales, com partiendo los recursos energéticos
típicos de Humahuaca.
Su sistema de poblamiento se basó en la arquitectura en piedra;
formando pequeños poblados concentrados, ocupados por un par
de centenares de habitantes. El enclave más conspicuo al
respecto puede hom ologarse con Papachacra, provisto de un
trazado en damero irregular de crecimiento espontáneo, con una
ecuación demográfico-habitacional de 81 viviendas; una super­
ficie techable de alrededor de 1.832 m2 y una población media
relativa de 400 a 480 habitantes (A . Nielsen: 1989: 112). Vale la
comparación demográfica con las cifras que hemos manejado en
La Huerta, para com poner un panorama de las posibilidades
adaptativas en esos ámbitos orientales a Humahuaca.
Com o sucede con los Churumatas, n o sabemos si los Ocloyas
existían allí antes de los Yupanki. En uno u otro caso el dilema
será resuelto por la arqueología. N o obstante, es claro que la
penetración cuzqueña tuvo mucho que ver en la fundación de
instalaciones en territorio O cloya, co m o Titicon te, A rcay o y
Zapallar en Iruya. Al E. de Vallegrande a C erro A m arillo y
Pueblito Calilegua en la Sierra homónima; Puerta de Zenta en
Cianzo; Tambo y Cerro Chasquillas entre Caspalá y Yala.
Estos sitios son “ multicomponentes” con una presencia comp ar-
tida Humahuaca-Inka-Chicha en sus artefactos. Pero arquitectó-
nicamente su imagen fue planeada y ejecutada p o r peruanos.
Algunos de ellos perdurarían por tiempos históricos, co m o
Titiconte y Arcayo, coincidiendo con las tardías fundaciones
euroamericanas en la región de Iruya y Santa V ictoria O .
Comparten, con clara articulación, los estilos Humahuaca R o jo y
Negro sobre Rojo, con el grupo Chicha y el Inka Provincial.
3 — El dominio cuzqueño al naciente de Humahuaca está probado
por el implante de sus sistemas de poblam iento en form a de
guarniciones, santuarios de altura, lamberías y el soberbio
camino real empedrado y con escalinatas.
4 - Sin em bargo, la ausencia de p oblacion es de gran fuste que
hicieran las veces de cabecera política, así com o la de depósitos
funerarios o artefactos de relevancia nos lleva a proponer que el
Tawantinsuyu e je r ció un d om in io indirecto sobre la región
oriental. Utilizando co m o “ capital” alguna de las instalaciones
inkaizadas de la Quebrada troncal, inclinándonos por La Huerta,
Tilcara o Yacoraite.
5 — El capacñam fue una vez más la columna vertebral del dominio,
el eje por donde se canalizaban los flujos de materia, energía e
inform ación. La articulación y m ovilid ad provocada por los
segmentos de caminos tienen dos trayectos principales:
a) Uno general de N. a S., proveniente de Charaja en Suipacha
y Tarija en Bolivia, siguiendo aproximadamente el meridiano
6 5 ° L .O . Pasa p or el Cerro Bravo de Santa Victoria O. y el
Abra de Baritú. Sigue luego p o r Titiconte de Iruya y más
hacia el S. por Santa Ana, Tablón, Cerro Amarillo. Pueblito
Calilegua y varios puntos más del Vallegrande de Jujuy.
Por esa franja, que tuvo por límite la sierra de Calilegua, los
Inka tendieron su frontera oriental para controlar las entradas
chiriguanas.
b ) La situación transversal al paisaje d e varios segm entos de
cam ino Inka indican la necesidad de una rápida conexión
entre la frontera oriental y la quebrada troncal. A s í surgen
alternativas de interconexión entre Vallegrande y Sierra de
Calilegua con Coctaca, Yacoraite, La Huerta y Tilcara, testi­
moniadas por el hallazgo de varios segmentos de cam ino.
6 — Del mismo m odo que lo que parece suceder en la Quebrada
troncal, especialmente en L a Huerta, lo s Y upanki utilizaron
contingentes Chichas potosinos para abastecer de población los
sitios orientales. Gente que debió cumplir co n su mita militar y
que aparentemente llevó sus mujeres. A tal punto que la alfarería
de su pertenencia guarda las características exteriores de su lugar
originario, pero fue elaborada con pastas locales.
7 - La presencia de alfarería Humahuaca confirma también la parti­
cipación de mitimaes oriundos de la Quebrada en tareas de
apoyo en los tambos del oriente. Esta participación parece ser
mayor que la Chicha a juzgar p or la frecuencia d e tiestos
Humahuacas.
8 — Aun bajo los efectos de un dom inio de tipo indirecto, el oriente
de Humahuaca recibió estímulos que produjeron efectos de retro-
alimentación positiva en los sistemas locales. En otras palabras,
los Inka ejercieron ca m b ios en lo s contextos del sistema de
poblam iento y artefactos arqueológicos, reflejos de otros que
afectaron el dom inio de lo social y político.

III — El A ltiplano a fines del siglo X V

Tanto el repertorio cerám ico c o m o el estructural recogido conducen a


varias generalizaciones em píricas de fuste para entender la conducta del
Tawantinsuyu y de las naciones por él dominadas en el altiplano boliviano
sobre fines del siglo X V .

A — D om inio territorial

1 — L os Inka mandaron a construir 12 instalaciones entre la ribera


meridional del L a go P oop ó, y el extremo boreal del actual terri­
torio argentino: S oraya, R ío M árquez, Jaruma, O m a P orco y
Khapa Kheri en la región del Antiguo Lago Aullagas; Calahoyo,
C hagua, C h ip ih u a y co, C huquiago, La Alameda de Tuiza,
Charaja y M ochara en la Potosina Provincia de Sudchichas.
A la par existen en ellas evidencias de Capacñam que articuló
estos enclaves entre sí y con otros no descubiertos aún, pero que
sin duda, tarde o temprano deberán sumarse al sistema.
Fundamentalmente en las regiones del Salar Uyuni, entre R ío
M árquez y T u piza, el borde oriental del L ago Aullagas y las
zonas de las minas de Porco. Las dos primeras son propiamente
“ térra inco gnita” y la tercera lamentablemente por un ámbito de
perturbación extrema debido a reexplotaciones económicas.
2 — Estas instalaciones atesoran arquitectura y planeamiento Inka y,
tres d e ellas, O m a P orco de Aullagas, Chuquiago de Suipacha y
C hagua de Talina, com ponentes que reflejan actividades de
tributo y administrativas de relevancia.
3 — Solamente una de estas instalaciones, el Pukará de Charaja, es
una guarnición defensiva y parece haber sid o procreado para
proteger el cam ino Inka que conduce por el R ío San Juan O ro
desde Suipacha hacia Tanja. Fuera de este sitio, un pukará de
frontera, n o se advierten síntomas de ciudadelas previsoras de
con flictos internos al territorio conquistado.
4 __ Del mismo modo, el camino Inka y los propios tambos transcu­
rren por zonas de fácil acceso y carecen de elementos artificiales
de protección.
5 — Los síntomas arqueológicos anteriores tienen validez para los
territorios ocupados por las naciones Carangas, Soras, Yuras,
Caracaras, Uruquillas, Quillacas, Asañaques y Chichas. Por lo
tanto se deducen evidencias de un dominio pacífico del
Tawantinsuyu sobre las jefaturas más importantes que ocuparon
el altiplano meridional de Bolivia.

B — Movilidad étnica

6 — Los estilos alfareros Chicha, Yura, Tiwanaku-Mollo y Collas


(N/rojo-Pacajes-Kererana) comienzan a aparecer estadística­
mente a medida que el enclave Inka muestreado se aproxima al
área original de cada uno de ellos. Fuera de esos ámbitos la
presencia tiende a ser discontinua e intrusiva. Sin embargo, se
advierte una gran dispersión regional de la cerámica Colla, que
llega desde la ribera S. de Titicaca hasta el R ío Loa Superior
(Chile) y Lipez.
7 — Compitiendo con la dispersión macroregional de los Collas, la
cerámica Chicha aparece en áreas intramuros de sitios Inka
locales desde el S. del Lago Aullagas hasta La Huerta y los sitios
del oriente de Humahuaca.
8 — La integración de esas naciones al sistema Inka se advierte, por
otro lado, por la presencia de artefactos (cerámicos) dentro de las
áreas intramuros de sitios enclavados en otros territorios. El caso
Chicha es el más conspicuo al respecto, con una dispersión extra­
territorial por el extremo boreal del NO de Argentina, Humahuaca
y la frontera oriental de ésta. Sin duda esta nación acompañó a los
Yupanki en sus avances hacia el antiguo Tucumán.

C — Diversidad estilística, frecuencia arquitectónica y


planeamiento urbano

9 — La mayor diversidad estilística de la cerámica se advierte en el


área intramuros de Oma Porco. Khapa Kheri y Río Márquez.
Esta mayor diversidad co-varía positivamente con:
a) La ubicación de los tres enclaves Inka en la Pampa Aullagas,
sobre la ribera oriental del Lago Poopó.
b) La mayor frecuencia en Oma Porco de rasgos arquitectónicos
imperiales y planeamiento urbano que imita la imagen
cuzqueña con combinación de “kallanka-Aukaipata-Usnu".
c) Frecuencias estadísticas medias de cerámica Inka Provincial.
Por lo tanto se deduce que:

Por la conjunción que estas variables (diversidad estilística en el


repertorio cerámico, presencia arquitectónica relevante y plane­
amiento urbano), Oma Porco desempeñó un rol de suma impor­
tancia en la conducta y estructura del sistema Inka.
10 — La diversidad estilística mínima de la cerámica aparece en:
a) pequeños tambos levantados a la vera del Capacñam
(Toroara, Pta. Cangrejo, Ramadas), como en:
b) instalaciones de cualidad y envergadura arquitectónica
(Chuquiago, Chipihuayco). Por estas razones se propone:
11 — Con excepción de O m a Porco. no se detecta co-variación
positiva o directa (es decir grupos de rasgos-variables arqueoló­
gicos que crezcan o disminuyan a la par) entre la diversidad
estilística del repertorio cerámico, la frecuencia de rasgos arqui­
tectónicos relevantes y el planeamiento urbano Inka. Como
contraparte se propone:
12 — El dominio regional impuesto por Cuzco co-varía en directo con
la c a n tid a d de rasgos a rq u ite c tó n ic o s d e p r e s tig io (A u k a ip a ta -
Usnu-Kallanka-Hornacinas).

D — Conducta del sistema Inka: frecuencia


y diversidad de actividades

13 — La mayor cantidad de tiestos por m2 de superficie, se registra en


los corrales de Chipihuayco y en las collcas y corrales de Oma
Porco.
14 — La menor densidad de tiestos por m2 de superficie fue medida
dentro de la aukaipata de Oma Porco.
Estos registros estadísticos indican las tendencias sobre los usos
y funciones sobrellevados en los diferentes ambientes, así como
la intensidad de frecuencias de actividades dentro de ellos. Los
corrales para cargar/descargar recuas de llamas y las collcas,
alcanzan los mayores índices y explican el interés Inka por las
actividades de transporte (corrales) y acopio de energía (collcas)
en su sistema.
15 — La cerámica Inka Provincial, no supera estadísticamente el 18%
de las muestras recogidas por sitios. Aparte de los mencionados
Oma Porco y Chuquiago. estas frecuencias sólo son alcanzadas
por Ramadas, Chagua y Chipihuayco de Talina. En el resto de
los sitios son inferiores al 10%.
16 — Reiterando síntomas ya observados en La Huerta de Humahuaca,
en Oma Porco se detectan tendencias a regularidades en la distri­
bución de los estilos cerámicos por sectores del establecimiento.
A sí el R.P.C. M9 proporcionó 8% , 42% y 14% de frecuencia de
los estilos Yura, Colla y Uruquilla, respectivamente; el R.P.C.
M3, 18% de cerámica Chicha y 21% de Colla. El R.P.C. M2 un
índice de 23% de alfarería Chicha. Todas estas cifras pueden ser
evaluadas com o altas teniendo en cuenta la media de cada
muestra. El plano correspondiente nos puede dar una idea precisa
sobre los tipos de recintos, sus posiciones y las proporciones de
cada muestreo.
17 — Los recintos públicos de Oma Porco, com o las collcas de M5 y
los corrales de M4, M6 y M7 ofrecen una alta diversidad estilís­
tica en la cerámica.
18 — La mayor diversidad estilística de la cerámica fue medida en la
entrada del camino Inka en los corrales (muestra M l0). Esta
diversidad co-varía positivamente con el alto índice de fractura
de las piezas cerámicas, solamente comparable con la registrada
en los conales M7 y M8.

Los pueblos altiplánicos bajo el dominio Inka

Las tendencias en el índice de fractura y depositación de la cerámica en


el punto precedente son interpretadas com o que cada una de las naciones o
jefaturas — identificadas con esos estilos— Chichas, C ollas, Yuras,
Caracaras, Soras y Uruquillas confluían en Om a Porco de la Pampa de
Aullagas. Allí descargaban sus bastimentos en los c o rrales, con la conse­
cuente rotura de las piezas por el tipo de actividad realizada. Luego
ocupaban sectores o “ barrios” definidos del establecimiento ubicados a la
vera de la aukaipata. Allí dejarían sus artefactos y alfarerías en desuso en
habitaciones u otras áreas de descarte primario.
Tomando el área intramuros com o el espacio urbanizado planeado
donde se plasmó parte de la conducta del sistema Inka esto se traduce com o
un flu jo de energía con una entrada y salida (in put/out put) p o r el
Jatunñam y los corrales (M6, M7 y M10). Esteflu jo confluía en las collcas
(M5 y M8). Luego hada los diferentes “barrios" donde paulatinamente
decrecía. La aukaipata y el usnu de Oma Porco prácticamente carecen de
indicios de actividades por fractura y diversidad estilística; mientras que el
grado de perturbación de la Kallanka (usado históricamente como corral de
camélidos) no permite, sin excavación, un tipo de evaluación al respecto.
De acuerdo a la posición geográfica del topónimo Yura, muy próximo
a las minas de Porco, a la par de la información histórica, que atribuye el
dominio de esta región a la nación Caracara, existe una buena probabilidad
de que el estilo Yura corresponda a esta jefatura y que sus mitimaes hayan
tenido en Oma Porco un sector definido para sus habitaciones.
Cualquiera sea la interpretación del vocable “ Oma” , “ cabeza de” o
bien “ debajo” de Porco minero, e independientemente que sea la histórica
Paria de los Soras de las crónicas indianas, nuestra conclusión es que:

O m a Porco fue un centro de administración y tributo


construido por los Inka en la Pampa de Aullagas. Allí tributaron
sus energías y servicios diferentes pueblos altiplánicos, ocupando
sectores ad hoc. Estas gentes provenían del S. del Titicaca (Collas
Pacajes) de Potosí S. (Chichas) y de las cordilleras de los Frailes o
Asanaque del naciente (Yuras, Caracaras y Uruquillas). Algunos
contingentes Collas todavía manufacturaban cerámica Tiwanaku,
mínima en su expresión estadística, decadente en su ejecución
estilística, pero presente dentro del sistema. A esta propuesta
arqueológica se le suma la documentación histórica, que involucra
a los Carangas y otras parcialidades Quillacas de la región, de las
cuales no es posible identificar su cerámica.

IV — La Huerta de Humahuaca, Oma Porco de Aullagas


y Chuquiago de Suipacha:
Nuevas evidencias sobre las “ ciudades” Inka

A principios de los setenta C. Morris sostuvo que los centros de


gobierno y administración Inka fueron construidos en lugares donde
frecuentemente no residían poblaciones locales. Esta generalización
empírica se ha venido confirmando paulatinamente en varios lugares
dominados por el Tawantinsuyu. Así lo sugieren las instalaciones de
Huánuco Pampa y Hatum Xauxa en la Sierra Peruana (Morris; 1972. Earle
y otros; 1988). La cochabambina Inkallajta parece repetir esta adscripción
en el extremo boreal del Kollasuyu (Nordenskiold; 1915). Salvando las
distancias pertinentes en tamaño de las áreas intramuros, por ser más
pequeñas, hemos señalado un rol similar para los sitios El Shincal, Hualfín,
Watungasta. Tamberí a del Inca (La Rioja) y quizá Potrero de Payogasta en
Salta (Raffino. 1981, 1983 y 1988).
Por mérito de los trabajos en el altiplano boliviano, a esta calificada
nómina se deben agregar los establecimientos de Oma Porco de Aullagas y
Chuquiago de Suipacha. Ambos ofrecen com o denominador común el
haber sido planeados y construidos en lugares apartados de poblaciones
locales preexistentes.
Una segunda hipótesis, complementaría de aquella de Morris, se ha
generado como resultado de nuestros trabajos en el Kollasuyu (Raffino;
1988, 204): "Los Inka no construyeron ciudades o centros urbanos de
envergadura, sino que se apropiaron de las protociudades existentes".
Bajo esta norma se explica las intrusiones arquitectónicas imperiales en
enclaves urbanizados de singular tamaño, com o Tilcara de Humahuaca,
Quilines de Yocavil. La Paya de Calchaquí, Turi del Loa chileno y, ahora.
La Huerta de Humahuaca.
Para los primeros, los centros administrativos, los patrones de planea­
mientos urbano que se adscriben con el modelo cuzqueño se repiten con
insistencia, como lo señalan Gasparini y Margoulies (1977). Así emergen la
plaza central, usnus, kallankas, collcas agrupadas, y quizás acllahuasis.
Perceptibles por registros arquitectónicos puntuales. No copian textual-
mente al Cuzco, sino que lo “imitan" en una relación analógica que se
adaptó a la situación particular de cada caso.
De acuerdo con el cronista Ayala, Thopa Inka Yupanki ordenó la
construcción de otros cinco Cuzcos en diferentes suyos de su dominio. La
idea general es que algunos de ellos pudieron ser Tomebamba. Huánuco
Pampa, Quito. Hatum Colla, Charcas y un sexto en Cañete. Esa política
fundacional, de acuerdo con la cronología tradicional, correspondería a los
años 1471 a 1493. Cabría entonces preguntarse si la misma fue proseguida
por sus sucesores, Wayna Capac (1493-1525) y Wascar (1525-1532), es
decir por espacio de alrededor de 37 años, o quizás un poco más, hasta la
caída definitiva del Imperio en 1537.
Avanzando en esta especulación nos preguntamos ¿cuántas nuevas
imitaciones cuzqueñas pudieron fundarse? ;¿cuántas de ellas se constru­
yeron en los Andes meridionales? y. finalmente, ¿será alguno de los
enclaves mencionados en este punto el reflejo arquitectónico de esa política
fundacional?
Para los segundos, las protociudades capturadas por Cuzco, quedan
reservadas las evidencias de intentos de remodelación de partes arquitectó­
nicas preexistentes, destinadas a relocalizar formas y funciones urbanas, a
la vez que crear estructuras de poder. Edificios de usos esencialmen te
residenciales para autoridades locales, que cumplían roles logísticosd e
control de tráfico de bienes y servicios. Probablemente sean losta n
mentados gobernadores o “ tucoricos” al servicio del Estado, como los que
mencionan las crónicas indianas (Murra; 1980).
Esta última es la explicación que nos demandan en especial los edifi­
cios y las tumbas del sector Inka de La Huerta; elevados unos, sumergidas
otras, a la vera del interminable Capacñam.
BIBLIOGRAFÍA

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o f South Amer. Indians; II. Washington.
Esta edición se terminó de
imprimir en Artes Gráficas Delsur,
Stgo. del Estero 1961, Avellaneda,
en octubre de 1993.
El fascinante mundo de los Inka, de sus conquistas, dominios y
legados culturales en los Andes Sudamericanos de Argentina, B o liv ia y
Chile, se h a lla expuesto en este libro que C o rre g id o r se com place en
ofrecer al público de habla hispánica.
La obra compuesta por Rodolfo Raffino y su equipo está dividida en dos
secciones. La primera nos sumerge en el tema de la a rq u ite ctu ra , el
urbanism o, las tecnologías y artes menores hallados en una de las
"c iu d a d e s " Inka del N o rte argentino: La Huerta de Humahuaca. Por la
minuciosidad y precisión analítica que los autores ponen en juego, esta parte configura
una experiencia inédita en la investigación científica del género.

La segunda sección comienza en el Capítulo IV y se ajusta puntualmente a


l título de este lib ro . naturaleza, la estructura y la conducta del
Tawantinsuyu en su expansión meridional. H istoria
A rq u e o lo g ía se amalgaman para ofrecer una visión integrativa de la
problemática regional durante los siglos XV y XVI de la era cristiana. En esta
parte sorprenderá al lector el protagonismo compartido entre tres grandes
actores del relato: Los Inka, las naciones conquistadas por ellos y la corona
española. Queda con ello montado un verdadero mosaico de cultura y razas,
o como Raffino expresa, "una crónica de las hegemonías entre
conquistadores y conquis­tados", pocas veces relatadas en la forma
compendiosa como la que aquí se observa.
R o d o lfo R a ffin o . El director de esta obra atesora una pródiga trayec­ toria
en la investigación arqueológica de los Andes Sudamericanos. Es doble ganador del
Premio Nacional de Arqueología Argentina
(1 9 7 7 y 1988) de la Academ ia N acional de Ciencias; Investigador Principal
del CONICET; Jefe del Departamento de Arqueología del Museo de La Plata y
Profesor Titular de Arqueología en las universidades nacionales de La Plata y
3uenos Aires. Ha publicado más de 7 0 obras de su especialidad y desde 1 9 84
sus investigaciones en el universo andino están patrocinadas p o r N a tio n a l
G eographic Society de Washington (EE.UU.). Asisten a Raffino un calificado gru p o
de científicos que enriquecen este libro, imprimiéndole el carácter
interdisciplinario con que se asume la arqueología contemporánea.

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