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TALLER DE FILOSOFÍA ------------ Coordinado por Diego Singer

Rodolfo Kusch
América Profunda – 1962
Exordio

A diferencia de lo que había sucedido en su primera obra (La seducción de la barbarie),


Kusch afirma que en esta obra habría llegado a una definición de lo americano y a las
categorías de su pensar.

Pero no se trata simplemente de una indagación en el pasado americano, sino en su


presente, en la continuidad y en el mestizaje de ese pasado con los inmigrantes
europeos.

El método y el estilo del libro no siguen la usanza de las ciencias sociales, (4) “sino que
quería hacerlo al modo antiguo, sondeando en el hombre mismo sus vivencias
inconfesadas, a fin de encontrar en los rincones oscuros de su alma, la confirmación de
que estamos comprometidos con América en una medida mucho mayor de lo que
creíamos.”

El rechazo del cientificismo está asociado al rechazo del dualismo hedor/pulcritud, que
tiene también su costado academicista.

(4) “Cuidamos excesivamente la pulcritud de nuestro atuendo universitario y nos da


vergüenza llevar a cabo una actividad que requiere forzosamente una verdad interior y
una constante confesión.”

Esto implica que no se trata de un texto teórico-descriptivo, sino de un texto que invita a
una transformación subjetiva y que está comprometido con un saber que sólo puede
estar unido a un vivenciar, de allí el método de investigación seleccionado. La
capacidad para retomar o no ese vivir americano está asociada a la salud o a la
continuación de un trauma sino puede ser reintegrado a nuestro presente.

Kusch adelanta lo que puede flexiblemente comprenderse como una “dialéctica


americana”, lo que implica como mínimo estructurar el pensamiento a partir de la
negación o la contradicción.

(5) “La intuición que bosquejo aquí oscila entre dos polos. Uno es el que llamo el ser, o
ser alguien, y que descubro en la actividad burguesa de la Europa del siglo XVI y, el
otro, el estar, o estar aquí, que considero como una modalidad profunda de la cultura
precolombina y que trato de sonsacar a la crónica del indio Santa Cruz Pachacuti.”

Aquí ya podemos vislumbrar la “dialéctica” entre estas dos raíces profundas que se
manifiestan en todos los ámbitos de lo humano: desde la política hasta la psique.

La fagocitación es quizás el tercer momento de la dialéctica, la resultante de ambos.

(6) “El calificativo hediento, que esgrimo a veces, se refiere a un prejuicio propio de
nuestras minorías y nuestra clase media, que suelen ver lo americano, tomado desde sus
raíces, como lo nauseabundo, aunque diste mucho de ser así.”

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Introducción a América

La descripción de la subida a la iglesia de Santa Ana del Cuzco, permite recorrer la


experiencia de lo que se opone al hombre de ciudad y le causa rechazo, temor, culpa y
confusión a la vez.

(10) “De pronto se ve rezar a un indio ante el puesto de una chola, por ver si consigue
algún mendrugo o un borracho que danza y vocifera su chicha o un niño que aúlla,
poseso, ante nosotros, junto a su muro. Entonces comprendemos que todo eso es
irremediablemente adverso y antagónico y que adentro traemos otra cosa –no sabemos
si peor o mejor- que difícilmente ensamblará con aquélla.”

El indio es descripto por su quietud y por su mirada que segrega al hombre blanco y lo
hace sentir inseguro. (10) “Nos hallamos como sumergidos en otro mundo que es
misterioso e insoportable y que está afuera y nos hace sentir incómodos.”

Es fundamental comprender que la perspectiva del hombre de ciudad percibe eso que lo
acosa y lo amenaza como exterior, porque no lo domina, ni lo comprende, pero tampoco
lo reconoce aún como algo propio. Esa sensación es resultado de un extrañamiento de sí
que encarna en el opuesto hedor-pulcritud. La pulcritud intenta ser un remedio frente a
la amenaza del hedor.

(11) “Porque es cierto que las calles hieden, que hiede el mendigo y la india vieja, que
nos habla sin que entendamos nada, como es cierto, también nuestra extrema pulcritud.
Y no hay otra diferencia, ni tampoco queremos verla, porque la verdad es que tenemos
miedo, el miedo de no saber cómo llamar todo eso que nos acosa y que está afuera y que
nos hacer sentir indefensos y atrapados.”

Esa defensa mediante la pulcritud rápidamente se muestra como una frágil coraza que
intenta separarnos del miedo de ser “poca cosa”, de estar sujetos a los elementos. Por
eso, todo lo que amenaza a la pulcritud es denominado bajo el signo del hedor.

(12) “Y el hedor de América es todo lo que se da más allá de nuestra populosa y


cómoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios, que debemos tomar para ir a
cualquier parte del altiplano y lo es la segunda clase de algún tren y lo son las villas
miserias, pobladas por correntinos, que circundan a Buenos Aires.”

Todo América es concebida desde la visión europeísta de los intelectuales bajo la


acusación de un hedor que es preciso erradicar.

(13) “La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que
no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser
exterminado.” De allí una política de higiene pública, de limpieza como primer intento
de solucionar los problemas de América.

La intención de Kusch, por supuesto, es la de superar esa caparazón protectora del


hombre progresista de la ciudad. Y lo plantea en términos de fe, es tan difícil como
cambiar de dioses.

El hedor tiene también una dimensión política en la que Kusch incluye a Tupac Amarú,
el Chacho Peñaloza (sobre quien escribió una obra de teatro) y Perón. Sin embargo, lo

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que le interesa es el aspecto cultural y subjetivo del hedor, que implica renovar la
experiencia del miedo al desamparo.

(15) “Es un miedo antiguo como la especie, que el mito de la pulcritud remedió con el
progreso y la técnica, pero que repentinamente se aparece en una iglesia de Cuzco.”

Lo que es primero, fundante, originario, es el miedo. El hombre de la ciudad teme y


rechaza volver a sentirse presa de ese miedo previo a la división entre hedor y pulcritud.

[La hipótesis de que es el miedo originario el motor a partir del cual se articula la razón
técnica-dominadora moderna, tiene aristas en común con Dialéctica de la Ilustración de
Adorno y Horkheimer.]

Hay también un miedo a volver a un momento de religiosidad antigua, que implicaba


otra relación con dioses, santos y demonios. Estos dos elementos se resumen en el
miedo a la “ira de dios”.

(16) “Y sentimos desamparo porque nuestra extrema pulcritud carece de signos para
expresar ese miedo. En cierto modo es un problema de psicología profunda, porque se
trata de llevar a la conciencia un estado emocional reprimido, para el cual sólo tenemos
antiguas denominaciones que creemos superadas.”

El hombre moderno no puede hacer aflorar ese miedo, no tiene categorías ni


experiencias que se lo permitan. No cree en la ira de dios, pero allí sigue estando y
aflora como miedo al hedor de América, a quedar abandonado a un azar no controlable.

Esta vivencia que mantiene el miedo a flor de piel, en lugar de ocultarlo, es la que
Kusch quiere reactualizar de alguna manera. Y está asociada a un momento “auténtico”
en el que a partir de esa ira divina-natural, el hombre pueda crear una moral, un camino
interior, una forma de conjurar esa amenaza.

(18) “Ahí brota la gran mística que confiere sentido al hecho de vivir.” Esta actitud
mesiánica está ausente, oculta, reprimida, olvidada en el hombre de ciudad, pero está
presente al interior de América.

De ahí la oposición que se plantea: (18) “Por una parte, los estratos profundos de
América con su raíz mesiánica y su ira divina a flor de piel y, por la otra, los
progresistas y occidentalizados ciudadanos. Ambos son como los dos extremos de una
antigua experiencia del ser humano. Uno está comprometido con el hedor y lleva
encima el miedo al exterminio y el otro, en cambio, es triunfante y pulcro, y apunta
hacia un triunfo ilimitado aunque imposible.”

La fagocitación es el tercer término de esta especie de dialéctica, que implica una


absorción del mundo moderno por lo americano. Porque es el intelectual occidental el
que pretende lo puro y es la sabiduría de América la que sabe que todo tiende al
mestizaje.

Libro I – LA IRA DIVINA

El indio Santa Cruz Pachacuti

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