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Casanova (01: El Despertar)

talibos(ernestalibos@hotmail.com)
Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni
exagero, he logrado follarme a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se
trata de un poder mágico o mental...
Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni
exagero, he logrado follarme a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se
trata de un poder mágico o mental...

Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni exagero, he
logrado follarme a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se trata de un poder mágico
o mental, sino como una especie de instinto que me hace capaz de tratar a cualquier mujer justo
como desea, haciendo que se derritan en mis manos. Y lo que es más, sé de donde procede este
maravilloso poder. Directamente de mi abuelo.

Mi abuelo era un hombre fantástico, increíble. Estuvo follando mujeres hasta su muerte, a los 86
años. Y fue así siempre. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi abuelo rodeado de mujeres y
dicen las malas lengua que amasó su fortuna a base de tirarse a las esposas de los terratenientes de
la zona. La verdad es que eso es algo que no me extrañaría lo más mínimo.

Mi abuelo fue el mayor admirador del mundo de la belleza femenina, no había más que ver la casa
donde vivíamos, donde yo crecí, siempre llena de mujeres. Era una enorme finca, rodeada de prados
y pastos destinados a los dos negocios familiares, los cítricos (naranjas y limones) y a la cría de
caballos. Incluso había una pequeña escuela de equitación regentada por mi abuelo mientras que mi
padre se encargaba del negocio de la fruta.

Mi padre había sido una gran decepción para mi abuelo, tengo entendido que incluso estuvieron
varios años sin hablarse, teniendo mi padre que marcharse de casa. Poca gente conoce el motivo
real de la disputa, pero yo, a lo largo de los años, fui dilucidando el porqué: simplemente, mi padre
no era un mujeriego, era tímido con las mujeres y eso molestaba mucho al abuelo, ya que según él,
nuestro don era parte de la herencia familiar y mi padre lo estaba desperdiciando. Además mi padre
era su único hijo varón, pues mi abuelo sólo tenía dos hijos (al menos legítimos), Ernesto, mi padre,
y Laura, mi tía, 2 años menor que él. Así pues, mi padre era el único que podía poseer el don, pero
no lo aprovechaba, y mi tía, que se casó muy joven, había tenido dos hijas, pero ningún varón.

Mi padre nunca entendió la manera de ser de mi abuelo, supongo que influenciado por mi abuela,
que murió siendo mi padre un adolescente, y que por lo visto lo pasaba bastante mal con las
aventuras del viejo.

Pero pasaron los años, mi padre conoció a una hermosa mujer de 17 años, Leonor, y se casó con ella.
Esto hizo que mi abuelo, como por arte de magia, hiciera las paces con mi padre y le invitara a
regresar a la mansión con su bella mujer y le nombrara administrador de la plantación de frutas.

Poco después nacía Marina, mi hermana, lo que también fue un palo para el abuelo, que esperaba
un niño.

Afortunadamente, cuatro años después nací yo, Oscar, y desde mi nacimiento me convertí en el ojito
derecho de mi abuelo, que veía en mí la posibilidad de continuar con su saga. Y vaya si lo consiguió.

Mi historia comienza ya en 1929.


Fue entonces cuando noté que vivía absolutamente rodeado de mujeres, pues los hombres en la
casa éramos minoría. Con el transcurrir de los años me di cuenta de que mi abuelo, a la hora de
contratar gente para la casa, se decidía siempre por mujeres jóvenes y atractivas, que iban
cambiando con los años. Es decir, el abuelo contrataba mujeres hermosas, se las follaba, y cuando
comenzaban a hacerse mayores (o se aburría de ellas), las despedía con una buena paga y contrataba
a otra que estuviera bien buena.

En cambio, el personal masculino era siempre muy escaso y casi no cambiaba. Se limitaba a Nicolás,
que hacía las veces de mayordomo y chófer de mi abuelo (que era el único de la zona que poseía un
coche, traído desde Francia) y Juan que trabajaba tanto de jardinero como de mozo de cuadra,
ayudado por Antonio, su sobrino. Estos tres fueron empleados de mi abuelo durante muchos años y
eran los que trabajaban en la casa en el momento en que arranca mi historia. Naturalmente había
más hombres trabajando en la plantación, pero eran jornaleros del pueblo y no vivían en la
propiedad. Además como el negocio de la fruta lo llevaba mi padre, el abuelo no tenía contacto con
ellos (aunque sí lo tuvo con muchas de las mujeres que trabajaban recogiendo fruta...)

En la casa vivíamos todos, incluyendo los miembros del servicio, que tenían un ala de la casa para
ellos, un lujo impensable para la época, pues cada criado tenía su propia habitación, lo que desde
luego ofrecía interesantes ventajas para mi abuelo.

Como decía antes, la casa estaba repleta de mujeres. El servicio estaba compuesto por 4 criadas,
Tomasa, una muchacha del pueblo, de unos 20 años, bastante tonta, pero con un par de tetas como
un demonio; también estaba Loli, la más guarra de todas, una morena con unos ojazos negros
impresionantes. Tengo entendido que ésta ya sabía donde se metía cuando vino a trabajar a la finca,
pero pensó que allí podría ganar dinero fácilmente. Brigitte, era la doncella francesa de mi tía Laura,
era preciosa, rubia, con los ojos azules y una sonrisa tan dulce e inocente, que tumbaba de espaldas.
Por último estaba María, con un tipo muy atractivo, pero que era bastante seria. Ella actuaba como
ama de llaves, se encargaba de gestionar la casa, ayudando a mi madre y a mi tía en las tareas de
ordenar el servicio, encargar las compras y demás cosas.

De la cocina se encargaba Luisa, era la mayor de todas, de unos 40 años, aunque nunca supe su edad
exacta. Además de estar muy buena, era una excelente cocinera, lo que la convertía en el miembro
más eficaz del servicio junto con María, pues sucedía que las demás criadas no eran demasiado
buenas en su trabajo, pero eso no importaba demasiado. En la cocina ayudaban además Vito y Mar,
dos chicas que hacían de pinches y aprendían el oficio (supongo que para cuando mi abuelo jubilara
a Luisa). Las dos eran muy guapas y simpáticas, me mimaban mucho y siempre que yo pasaba por la
cocina tenían algún dulce preparado para mí.

Además mi abuelo había contratado a Mrs. Dickinson, una institutriz inglesa para que diera clases a
sus nietos. Como he dicho, era inglesa, aunque de madre española. Era muy alta, por lo que imponía
bastante respeto, pero era muy simpática y alegre, menos cuando estábamos en clase, eso sí, porque
allí se transformaba en un monstruo severo e inflexible. Las chicas (mis primas y mi hermana) la
detestaban bastante, pero a mí me caía bien.

Aparte del servicio, estaba por supuesto mi tía Laura. Era morena, muy alta y con los ojos verdes. Se
había casado muy joven, a los 16, y se marchó a Francia con su marido, pero éste murió de pulmonía,
por lo que regresó al hogar familiar junto con sus dos hijas pequeñas, Andrea y Marta. Con los años,
se transformaron en dos chicas preciosas, muy rubias y jamás perdieron del todo su acento francés,
lo que resultaba muy sexy. Al comienzo de mi historia, ellas contaban con 18 y 16 años
respectivamente. Andrea era bastante despabilada, pero Marta era muy tímida y apocada, por lo
que era la mejor amiga de mi hermana Marina, que tenía el mismo carácter. Así pues, Andrea era la
jefa del grupo, y dirigía siempre a las otras dos. En ocasiones me llevaban con ellas, pero como yo
era pequeño, y ellas hacían "cosas de chicas", esto no era muy frecuente.
También estaban mi madre, Leonor. Durante mi infancia siempre la vi un poco melancólica, pero con
el tiempo aquello cambió y pasó a ser una mujer muy alegre y feliz. Eso sí, era un poco autoritaria,
trataba con dureza al servicio (que a su juicio dejaba bastante que desear) y esa actitud se extendía
sobre todos los que la rodeábamos, especialmente sobre mi padre. Mi hermana Marina tenía 16
años, y se había transformado en una auténtica belleza. Era guapa hasta tal punto que incluso en
alguna ocasión sorprendí a mi padre mirándola con deseo, cosa que no le había visto hacer con
ninguna otra mujer. Todos los hombres se volvían para mirarla, lo que la ponía muy nerviosa, dado
su carácter apocado.

Pues bien, ya conocen mi particular "teatro de los sueños", donde crecí, donde viví, donde aprendí a
usar mi don.

Desde que me acuerdo, siempre estuve cerca de mi abuelo. A él le encantaba contarme historias y
aunque yo no solía entenderlas, me gustaban mucho. Siempre me aconsejaba sobre cómo tratar a
las mujeres, aunque yo no sabía por qué. Lo que hacía era prepararme, enseñarme para sacar partido
de mi don. Pero yo era aún muy pequeño y él lo sabía. Lo único que intentaba era grabar en mi
subconsciente el interés por la mujer. Frases como: "Mira qué culo tiene aquella" eran el lenguaje
habitual entre nosotros, aunque delante de los demás se comportaba con exquisita educación y yo
sabía instintivamente que aquello era nuestro secreto, que era importante para él, por lo que yo
tampoco decía cosas como esa mas que cuando estábamos solos. Incluso en más de una ocasión se
permitió cogerle el culo o meter la mano dentro del vestido de alguna de las criadas cuando sabía
que yo podía verle, para despertar mis instintos. Y fue precisamente así como sucedió, espiando a
mi abuelo.

Recuerdo perfectamente aquella mañana de primavera. Era muy temprano cuando desperté, y,
como cada día desde hacía algún tiempo, mi pene estaba durísimo dentro de mi pijama. Yo no sabía
muy bien por qué pasaba eso, pero me gustaba. Cuando se frotaba con la tela del pijama me producía
una sensación muy placentera y eso me encantaba. Estuve así un rato en la cama y aquello no se
bajaba, por lo que decidí levantarme sin más, antes de que alguna criada pasara para despertarme.

Fui a lavarme al baño del pasillo, que era el más cercano. La puerta estaba cerrada, pero se abrió de
repente, y salió mi prima Marta, vestida con un camisón.

Hola Marta, buenos días.

Buenos días, hoy te has levantado temprano ¿eh?, ¿a qué se debe es...

En ese momento se quedó callada. Yo, extrañado, la miré a la cara y vi que se había puesto muy
colorada. Sus ojos estaban fijos en el bulto de mi pijama y allí se quedaron durante unos segundos.
Yo no sabía por qué, pero el simple hecho de verla tan turbada me resultó muy agradable (hoy diría
que excitante). Y en ese momento miré a mi prima como un hombre mira a una mujer. Tenía un
cuerpo magnífico para su edad, que se adivinaba completamente desnudo bajo su blanco camisón,
donde se marcaban dos pequeños bultitos coronando sus pechos. Yo aún no sabía qué eran, aunque
mi abuelo me los había mencionado antes, pero lo cierto es que me gustaron mucho. La miré de
arriba abajo y comprobé complacido que aquello la turbaba todavía más, sobre todo cuando me
quedé mirando la oscura zona que se transparentaba a través de su camisón a la altura de su
entrepierna.

Sin saber por qué, me acerqué a ella y abrazándola le di un beso en la mejilla.

Primita, hoy estás más guapa que nunca - le dije.


Mientras la abrazaba procuré que mi bulto presionara fuertemente contra su muslo y al ser ella algo
más alta que yo, tuvo que agacharse un poco para que la besara, frotando su pierna contra mi pene
muy placenteramente.

Marta, sin decir nada, se dio la vuelta y se fue corriendo hasta su cuarto, donde se metió dando un
portazo.

Allí me quedé yo, sin saber muy bien qué había pasado, habiendo tan sólo seguido mi instinto. La
experiencia me había gustado mucho, pero me sentía bastante insatisfecho.

Entré al baño, donde me lavé y pude comprobar que con la picha en ese estado, no se puede mear.
Como quiera que no me quitaba a mi prima de la cabeza, aquello no se bajaba, por lo que estuve allí
bastante rato. Sucedió que cuando comenzaba a preocuparme por aquello (pensando si no me
quedaría así para siempre), el bulto comenzó a menguar.

Me vestí en mi cuarto, y bajé a la cocina a comer algo. Como aún era temprano, faltaba más de una
hora para tener mi clase con Mrs. Dickinson, por lo que decidí ir afuera a volar mi cometa. Salí por la
puerta de la cocina, que daba a la parte trasera de la casa.

Estuve un rato jugando con ella, pero de pronto, un golpe de viento la enredó en un árbol que había
pegado a la pared. Yo estaba más que harto de subirme allí, así que no lo dudé un segundo y me
encaramé en las ramas. Mientras estaba desliando el cordel, miré por una de las ventanas, la que
daba al despacho - biblioteca de mi abuelo. En ese momento Loli estaba pasando el plumero por los
estantes y yo me quedé espiándola. Estaba subida en una banqueta para llegar a los más altos y no
se dio cuenta de que yo la miraba.

Me gustó esa sensación de prohibido, tampoco es que estuviera haciendo nada malo, pero me
gustaba mirarla sin que me viera. En ese momento mi abuelo entró en la habitación y cerró la puerta.

¡Ah! Señor, es usted, me había asustado - dijo Loli.

No te preocupes Loli, sigue con lo tuyo.

De acuerdo.

Mi abuelo se sentó en su escritorio y se puso a repasar unos papeles. Yo me iba a bajar ya cuando vi
que empezaba a mirarle el culo a Loli mientras limpiaba. Yo sabía que allí iba a pasar algo, no sé
cómo, pero lo sabía, así que me quedé muy quieto, sin mover ni un músculo Mi abuelo se levantó y,
sin hacer ruido, se acercó a Loli por detrás, se agachó un poco y metió sus dos manos por debajo de
su falda.

*Ya estamos otra vez, parece mentira, a su edad ¡estése quieto coño!.

Vamos Loli, si te encanta.

¡Que no! Mire que grito.

Mi abuelo no hacía ni caso y seguía abrazándola desde atrás mientras la magreaba por todos lados.

Qué buena estás zorra, voy a metértela ahora mismo.

Que nos van a pillar, déjeme, ¿no tuvo bastante con lo de anoche? Bien que lo escuché en el cuarto
de la tonta.
Nunca es bastante puta mía, mira como es verdad.

La cogió por la cintura y la bajó del banco, Loli se sostenía contra los estantes, mientras mi abuelo le
agarraba las tetas y apretaba su paquete contra su culo. Comenzó a besarle el cuello desde atrás,
mientras le iba subiendo la falda.

Yo seguía abrazado al árbol, mi pene era una roca que yo apretaba contra el tronco. Nunca me había
sentido igual, la cabeza me zumbaba y no podía pensar en nada. Comencé a frotarme levemente
contra el árbol, y en ese momento se produjo un leve chasquido. Mi abuelo levantó la vista y me vio.
Yo me quedé helado, aterrorizado, pero entonces mi abuelo me sonrió y me guiñó un ojo.

Bueno, si no quieres follar, de acuerdo, pero no me puedes dejar así.

¿Cómo?

Loli estaba muy sofocada y no parecía entender lo que le decían. Mi abuelo cogió una silla y la colocó
frente a la ventana, de perfil, y se sentó en ella.

De rodillas, rápido. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Venga vale, follemos - dijo Loli mientras se subía la falda.

No, ahora quiero que me la chupes.

Pero...

¡Ya, coño!

Loli puso cara de resignación y se arrodilló frente a mi abuelo. Desde mi posición tenía una vista
inmejorable del panorama, así que pude ver perfectamente cómo Loli desabrochaba los botones del
pantalón del viejo y extraía su dura polla. Era bastante grande, desde luego mucho mayor que la mía
y la punta me parecía enorme, muy roja. Loli la agarró con su mano y comenzó a subirla y bajarla
suavemente. Aquello parecía gustar mucho al abuelo, pero quería algo más, pues tras unos segundos
le dijo:

¡Chupa ya, puta!

Loli comenzó a lamer aquel mástil de carne, empezando por la base y subiendo hasta la punta. Allí
se detenía dando lametones y después se metía unos 5 cm en la boca. Mi abuelo disfrutaba como un
loco, tenía los ojos cerrados mientras una de sus manos reposaba sobre la cabeza de la chica y parecía
marcar el ritmo de la chupada.

Súbete la falda y frótate el chocho.

Loli no dudó ni un segundo, se remangó la falda sobre las caderas y una de sus manos desapareció
entre sus piernas. Comenzó a mover la mano cada vez más rápidamente aumentando también el
ritmo de la mamada. Los gemidos de ambos llegaban perfectamente hasta mí, que estaba
completamente hipnotizado. Mi excitación había alcanzado límites insospechados, pero no sabía
cómo aliviarme. Me sentía febril, un extraño calor invadía mi cuerpo. Jamás me había sentido así.

Mientras, en la habitación, la escena seguía su curso, Loli chupaba cada vez más rápido, cada vez más
hondo. Mi abuelo farfullaba incoherencias, hasta que, de pronto, sujetó con firmeza la cabeza de
Loli, introduciendo totalmente su polla en su garganta mientras gritaba:
¡Todo, puta, trágatelo todo!

Loli se puso tensa, apoyó las manos en los muslos de mi abuelo intentando separarse, pero el hombre
era más fuerte, y la mantuvo allí unos segundos. Por fin, la soltó y Loli se incorporó como movida por
un resorte. Al ponerse de pié pude ver fugazmente una mata de pelo negro, pero su falda se
desenrolló y lo tapó todo. Loli daba arcadas mientras de su boca caía un extraño líquido blanquecino.

¡Es usted un hijo de puta! Venga, niña, no te enfades, si en el fondo te gusta.

No vuelva a hacerme algo así, o le pegaré un bocado en la polla que se le terminarán los años de
picos pardos en un segundo.

Sí, y perder tu fuente de ingresos... Vamos, vamos preciosa, sabes que me gustan estas cosas, además
la culpa ha sido tuya, por no dejarme metértela.

Venga ya, si usted sabía que sólo estaba jugando un poco...

Sí, pero hoy no tenía ganas de jugar, sino de descargarme.

¿Y yo qué? Venga, ahora vamos contigo...

El abuelo se acercó hacia Loli y comenzó a subirle la falda. La besó en el cuello y la colocó de espaldas
a la ventana. Dirigió una mirada hacia donde yo estaba mientras esbozaba una sonrisa. Yo, con la
mente obnubilada, no estaba pendiente de nada más, por lo que no vi a mi prima Andrea, que se
acercaba al árbol.

¡Qué haces ahí subido idiota! ¡La Dicky te está buscando para tu clase!

Del susto casi me caigo del árbol. Me aferré fuerte y miré hacia abajo. Con frecuencia pienso que
aquella mañana realmente se despertó algo en mí. Mi don o lo que sea, pero lo cierto es que desde
entonces mi percepción se alteró, me fijaba en cosas en las que nunca antes había reparado, cosas
relativas al sexo y a las mujeres, por supuesto. Así pues, cuando miré a mi prima, mis ojos se fueron
directamente a sus pechos. Desde mi posición podía ver directamente por el escote de su camisa,
pues la llevaba mal abrochada. Una nueva ola de calor recorrió mi cuerpo y mi cabeza parecía volar.

Andrea se dio cuenta de la dirección de mi mirada y se sonrojó un poco, cerrando el cuello de la


camisa con una de sus manos.

Vamos, baja de una vez.

Ya voy, es que se me ha enganchado la cometa.

Sí, sí, vale.

Parecía un poco incómoda, pues se volvió hacia la casa y se dirigió a la puerta trasera. Yo, mientras
bajaba, no paraba de mirar la forma en que su trasero se bamboleaba bajo su falda. Hasta tal punto
me despisté, que me caí de culo al llegar al suelo y se partió el cordel de la cometa, que seguía
enganchado.

Aún estaba aturdido, sabía que tenía que ir a clase, pero sólo podía pensar en lo que debía de estar
pasando en el despacho del abuelo. Quería volver a subir, pero entonces se asomó mi madre:

Vamos, niño, que ya vas tarde.


Pero mamá, es que...

¡Ahora!

Mi madre no admitía réplicas, así que fui hacia la puerta de la cocina, procurando llevar siempre la
cometa por delante para que no se viera la tienda de campaña. Atravesé la cocina como una
exhalación y subí al segundo piso.

El dormitorio de Mrs. Dickinson era bastante grande y tenía una salita anexa que hacía las veces de
aula. Allí había una mesa camilla, con un mantel muy amplio que llegaba hasta el suelo, donde nos
sentábamos para dar clase mientras Mrs. Dickinson daba las lecciones en un pequeño encerado. En
invierno, colocábamos allí un brasero. Dicky (como la llamábamos en secreto) nos daba clases por
turno, primero un par de horas conmigo (que era el más pequeño) y después con las chicas, a las que
además de darles una formación académica, les enseñaba ciertas labores, costura y esas cosas. En
esas clases también participaban mi madre y mi tía, e incluso en alguna ocasión, una o dos de las
doncellas, espacialmente Brigitte.

Buenos días Mrs. Dickinson.

Llegas tarde, Oscar. ¿Adónde vas con esa cometa? Perdone - le dije mientras me sentaba con
cuidado, dejando la cometa en el suelo.

Comencemos.

No recuerdo de qué iba la clase. No recuerdo nada. Mi mente funcionaba cien veces más rápido de
lo normal, sólo podía pensar en lo que estaría pasando en ese cuarto y en lo que había visto. Por mi
mente pasaban imágenes como relámpagos, Loli desnuda, mi prima en camisón, el escote de
Andrea... las tetas de Mrs. Dickinson... ¿las tetas de Mrs. Dickinson? de repente volví a la realidad y
frente a mis ojos estaba el majestuoso pecho de Dicky, me estaba hablando, pero yo no la oía...

Oscar, querido, ¿estás bien?. Estás muy colorado. ¿Tienes fiebre?

Mientras decía esto se inclinó sobre mí, poniendo su mano en mi frente.

Dios mío, sí que tienes fiebre, espera, avisaré a tu madre.

Si no se llega a marchar en ese momento, sin duda me abría abalanzado sobre ella, aferrándome a
aquellas dos ubres como una garrapata. En eso llegó mi madre junto con Dicky. Me preguntaron si
estaba bien y yo acerté a balbucear que estaba cansado, que no había dormido bien. Entre las dos
me llevaron a mi cuarto y mi madre se quedó conmigo.

Vamos, cariño, ponte el pijama y métete en la cama, que ahora te traigo un poco de caldo.

Yo no me movía, si me desnudaba iba a ver mi polla como un leño. Mi madre se impacientaba.

Venga, tendré que hacerlo yo misma.

Se arrodilló ante mí y comenzó a quitarme el pantalón. La situación era delicada, pero yo sólo atinaba
a mirar por los botones desabrochados de su camisa, viendo la delicada curva de un seno cubierto
por un fino sostén de encaje. Desde luego, aquello no contribuía a bajar mi calentura.

En ese momento me bajó el pantalón, mi pene se escapó del calzoncillo y casi se la meto en un ojo a
mi madre. Ella se quedó helada, sin hablar. Yo me quería morir. No sabía qué hacer. Entonces ella,
ante mi sorpresa, estiró mi calzoncillo con una mano mientras con la otra agarraba mi polla y la volvía
a guardar en su sitio. Después y como si nada hubiese pasado, continuó poniéndome el pijama, me
metió en la cama y me dio un beso en la mejilla.

Descansa, cariño, luego vendré a verte.

En ese momento me di cuenta de que un fino rubor teñía sus mejillas, y eso me excitó aún más. Mi
madre se incorporó y se marchó. Yo permanecí en la cama, mirando al techo. El calor desbordaba mi
cuerpo, ¡mujeres, mujeres!, no podía pensar en otra cosa, mi abuelo, Loli, Andrea, era una obsesión.
Casi sin darme cuenta, metí mis manos bajo las sábanas, y me aferré fuertemente el miembro.
Aquella presión me gustaba, así que comencé a darme estrujones, lo que resultaba placentero, pero
un poco doloroso.

No sé cuanto rato estuve así, pero de pronto vi a mi hermana junto a mi cama con un tazón humeante
en las manos.

¿Cómo estás? Mejor, Marina.

Aparentemente no había notado nada extraño.

¿Dónde te dejo esto? Dice mamá que te lo tomes todo.

¿Podrías dármelo tú?

No sé por qué dije eso, ella me miró, sonrió un poco y dijo:

Sigues igual que un bebé ¿eh?

Si ella supiera...

Por favor...

Bueeeno...

Se sentó en el lado derecho de la cama, justo a mi vera. Yo me incorporé un poco y me arropé hasta
el cuello. Así mientras con una mano sujetaba las sábanas, la otra empuñaba mi bálano bien tieso.

Abre la boca, aahh...

Ella abría la boca, como para demostrarme cómo hacerlo y hasta eso me resultaba excitante. Yo la
miraba disimuladamente, sus ojos, su pelo, su cuello, sus pechos y mientras, me iba dando apretones
en la polla. Estaba a mil, mi hermana me tenía cachondísimo. Ella, inocentemente, me daba la sopa
y yo pensando en cómo sería que ella me hiciera lo que la Loli al abuelo. En esas estábamos cuando
me envalentoné. Poco a poco encogí mi pierna derecha, hasta que mi rodilla quedó apoyada en su
culo. No había contacto real, había sábanas, colcha, ropa, pero a mí me daba igual, casi me desmayo.
Cerré los ojos y creo que me mareé. Sea como fuere, debí de poner una cara muy rara, porque mi
hermana, pareció asustarse y se incorporó, inclinándose sobre mí.

¿Estás bien? Sí, sí, es que me he quemado.

Al incorporase, me sobresalté y saqué la mano de mi pijama, dejándola sobre el colchón. Mi hermana


fue a sentarse otra vez y yo, instintivamente, moví la mano de forma que su culo aterrizó justo sobre
ella. Sólo la colcha separaba mi mano de la gloria. Me iba a morir, me agarré la polla tan fuerte con
la izquierda, que me dolió.

Yo esperaba que ella dijese algo, que me gritara, pero no lo hizo. Siguió dándome sopa mientras
hablaba de banalidades. Era raro que mi hermana hablara tanto y fue entonces cuando pensé que
quizás le gustara un poco aquello, o quizás no se hubiese dado cuenta. Lo que hice fue apretarle el
culo con la mano. Ella se puso muy roja, pero siguió con la sopa; ya no hablaba, estaba muy callada,
así que yo comencé a magrearle el culo. Es cierto que había una colcha de por medio, pero fue
increíble. Las manos de un hombre son alucinantes, estaba bastante seguro de cuando tocaba una
parte cubierta por las bragas y cuando era carne libre. Curiosamente, en vez de estallarme la cabeza
por la excitación, se apoderó de mí una extraña calma. "Le está gustando" me dije, "mi hermana
también es una zorra como Loli".

A pesar de todo, no me atrevía a hacer nada más; le decía "chúpamela zorra" como el abuelo, le
cogía una teta, o qué. Afortunadamente mi instinto me dijo que de momento era mejor dejar las
cosas así, por lo que continué sobándola con delicadeza, hasta que se acabó la sopa. Pasé un
momento crítico cuando vi sus pezones marcados en su jersey, estuve a punto de lanzarme sobre
ella, pero me controlé. Ella se levantó, recogió el tazón y se marchó como si nada hubiese pasado.
Sólo el rubor de sus mejillas y los bultitos de su jersey demostraban lo que ella experimentaba (y la
humedad entre sus piernas supongo). Mientras salía le dije:

Marina, ven también a darme la cena - mientras esbozaba una sonrisa pícara. Ella me miró con los
ojos echando chispas y salió dando un portazo.

Allí me quedé, caliente como un horno, pero, curiosamente, algo más calmado, como si supiera que
lo bueno en mi vida estaba por llegar, que aquello sólo era el principio. Traté de dormir un rato, pero
no lo conseguí. No hacía más que dar vueltas en la cama y pensar. Quería levantarme e ir a hablar
con el abuelo, seguro que él me entendería, pero mi madre no lo permitiría de ninguna manera. De
pronto, y como respuesta a mis plegarias, se abrió la puerta y mi abuelo se asomó:

Oscar, ¿estás despierto? Sí, abuelo, pasa por favor.

Espera un segundo.

Volvió a salir y regresó enseguida con una silla del pasillo. La colocó junto a mi cama y se sentó. Me
puso una mano en la frente.

No se te pasa la calentura ¿eh? Je, je - dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

........

Vamos, chico, que te he visto en el árbol. ¿Te gustó el espectáculo? Lo hice en tu honor. Lástima que
te perdiste el final.

Sí.

¿Ves?, así me gusta. ¿Qué te pareció?

En ese momento decidí confesarme, si alguien podía explicarme lo que me pasaba, ése era el abuelo.

Fue increíble, jamás me había sentido así. Últimamente he sentido cosas raras, pero nunca como
hoy.
Ya lo supongo, en serio, ¿no me habías visto otras veces? No, abuelo, de verdad, bueno, escucho tus
historias y eso, pero nunca me pude imaginar algo así.

No son historias hijo, son lecciones, y te aseguro que a partir de ahora las entenderás mucho mejor.

Abuelo, ¿puedo preguntarte algo? Lo que quieras.

¿Qué puedo hacer con esto?

Bajé las sábanas y dejé a la vista el bulto en mi pijama.

Vaya, veo que estás hecho todo un hombre. Gracias.

A ver, enséñamela.

Sin dudar ni un segundo me bajé el pijama.

Está muy bien para tu edad. ¿la usas mucho? ¿Cómo? Que si te la meneas mucho, es normal aliviarse.

No sé de qué hablas.

Chico, no me digas que llevas así desde que me viste esta mañana.

Y desde antes.

¿En serio? Sí, me desperté así, últimamente me pasa mucho, pero se baja sola al rato, pero hoy con
todo lo que ha pasado...

Ya, Loli está muy buena ¿eh? Sí, y las demás también ¿Las demás? Sí.

Me decidí a contárselo todo, desde que me desperté hasta ese momento. Lo único que no le dije fue
lo del culo de Marina, porque no sabía cómo iba a reaccionar, pues una cosa es mirarle las tetas a tu
prima o que se te salga el pito del pantalón y otra magrear a tu propia hermana. Mi abuelo se partía
de risa:

¿Y tu madre qué hizo? Guardármela otra vez.

¡Qué bueno! Casi puedo ver su cara, con lo que le gustan las...

¿Cómo? No nada, nada.

Se me quedó mirando fijamente y me dijo:

No sabes lo orgulloso que estoy de ti.

¿Por qué abuelo? Porque veo que te gustan mucho las mujeres, tanto como a mí. Afortunadamente
no has salido a tu padre.

¿Mi padre? Sí, hijo, tu padre. Mira Oscar, los varones de esta familia tenemos un don, yo lo llamo la
herencia de Casanova.
¿Casanova? Sí, el gran amante. ¿Y qué tiene que ver con nosotros? Nada, pero las mujeres se rinden
a nuestros pies, como lo hacían con él. Es un don del cielo, y ni se te ocurra desperdiciarlo.

¿Desperdiciarlo? Sí, como hace tu padre. Si quisiera podría tirarse a todas las mujeres del país, y sin
embargo no se atreve ni con tu madre.

¿Qué? Bah, olvídalo, eso no es asunto tuyo. Volvamos a lo de antes, así que te gustan mucho las
mujeres ¿eh, bribón? Sí.

¿Has visto alguna desnuda? Sólo hoy, un poco a Loli.

Eso hay que solucionarlo, espera.

Se levantó y salió del cuarto. Mi pene latía de expectación, ¿qué iría a hacer? Unos minutos después
el abuelo regresó.

Escucha bien hijo. Las mujeres son la más sublime obra de Dios, son las que auténticamente dirigen
el mundo, porque tienen el poder de doblegar a los hombres a su voluntad, usarlos y manipularlos.
Por una mujer hermosa, los hombres son capaces de cometer cualquier locura, el patriota traicionará
a su país, el marido fiel olvidará a su esposa, el hijo se enfrentará al padre. No hay nada en el mundo
como las hembras.

Ya veo.

No, aún no lo ves, pero lo verás cuando seas mayor, más maduro. Lo único que quiero que entiendas
es esto, cuidado con las mujeres, ámalas, úsalas, fóllalas, pero sólo en la medida en que ellas te amen,
usen y follen a ti. Jamás las desprecies o subestimes. Si atiendes a esta simple regla, disfrutarás como
ningún otro mortal, porque nosotros sí sabemos cómo tratar a las mujeres, pues nuestro don es justo
eso. Sabemos si a una le gusta dominar u obedecer, ser amada o maltratada, tratada con delicadeza
o con dureza. Parece una tontería, pero así conseguirás ser el más poderoso entre los hombres, pues
las mujeres siempre te querrán.

Creo que lo entiendo abuelo.

Sí, ya sé que eres muy listo. Bueno, tras este pequeño discurso que hace tiempo tenía preparado
(Dios sabe las ganas que tenía de usarlo), vamos a comenzar tu adiestramiento.

¿Adiestramiento? Sí. Verás, a lo largo de tu vida aprenderás muchas cosas sobre las mujeres, más
que cualquier otro hombre, pero eso no quita que yo pueda darte un pequeño empujón.

Se acercó a la puerta y dijo:

Pasa.

Allí estaba Loli. Con el rostro muy colorado y una expresión de azoramiento que yo jamás le había
visto.

¿Está usted seguro? Vamos, pasa, niña. Tranquila, que nadie se va a enterar de esto.

Pero...

Tranquila te digo, además sólo vamos a enseñarle cómo es una mujer. Ya te he dicho que te pagaré
bien.
Sí Loli, por favor - dije mientras me incorporaba en la cama.

¿Eso es por mí? - dijo ella mientras echaba una mirada apreciativa al bulto de mi pijama y sonreía
pícaramente.

Sí, Loli, sólo por ti - le dije mientras los ojos del abuelo brillaban.

Bueno, si es así...

Vamos, desnúdate - dijo el abuelo mientras cerraba el pestillo de la puerta.

Loli suspiró y comenzó a quitarse la ropa, la falda, el refajo, el corpiño, fueron cayendo al suelo en
un confuso montón. Yo no podía quitarle los ojos de encima, cada pedazo de carne que iba
mostrándose a mis ojos era como un pinchazo en mi miembro. Casi sin darme cuenta, me lo saqué
del pantalón y empecé a apretarlo.

Joder con el niño - dijo la zorra - Va a arrancársela.

Para eso estamos aquí, para que aprenda - dijo mi abuelo.

Cariño, no te hagas eso, déjame a mí.

No, espera, vayamos por partes - dijo el abuelo.

En ese momento lo hubiera matado, le eché una mirada llameante mientras él sonreía divertido.

Para aprender hay que sacrificarse, hijo. Y tú termina de desvestirte.

Loli, aún cubierta por la combinación, puso cara de circunstancias, se sentó en la silla y comenzó a
bajarse las medias. Me miró a los ojos, y al darse cuenta de que amenazaban con salirse de las órbitas
decidió divertirse a mi costa. Así pues, comenzó a quitárselas muy despacio, deshaciendo los nudos
de las medias poco a poco, mientras se acariciaba las piernas con las manos. Cruzaba y descruzaba
las piernas con deleite, frotándolas entre sí, impidiéndome ver ese mágico triángulo que mis ojos
pugnaban por ver. Sus manos recorrían sus muslos, subían por sus caderas, sus costados, sus brazos,
su cuello y luego descendían describiendo la curva de sus pechos...

Ya no pude más, sentí como una electricidad por el cuerpo, experimenté una especie de espasmos
en la ingle, jamás me había pasado algo así. Y me corrí. De mi pito surgió un líquido blancuzco,
semitransparente, como si de un surtidor se tratara. Pero no brotaba simplemente, salía disparado.
No sé por qué, pero me la agarré fuertemente y apunté hacia Loli, de forma que varios pegotes de
líquido fueron a caer en su regazo, e incluso uno alcanzó de lleno su cara. Supongo que lo hice como
castigo por haberme torturado.

¿Qué coño haces cabrón? - gritó mientras se incorporaba.

Shiisst. Calla, que te van a oír - siseó mi abuelo.

¡Me importa una mierda! Mira, zorra, o te callas o te despido ahora mismo. Además ha sido culpa
tuya, ya habías visto cómo estaba el chico y has tenido que montar el numerito.

........
De pronto llamaron a la puerta, era mi tía Laura.

¿Qué pasa ahí dentro? Nada Laura, estoy contándole batallitas a Oscar, no te preocupes - dijo mi
abuelo mientras hacía gestos a Loli para que se metiera bajo la cama, cosa que la chica hizo sin dudar.

¿Por qué está esto cerrado? - dijo mi tía mientras giraba el picaporte.

Tranquila, ya te abro.

Mi tía entró en la habitación. Yo me había vuelto a arropar y la miraba con cara de ser el más bueno
del mundo.

Ay, Dios, qué estaréis tramando los dos.

¿Quieres quedarte? No, gracias, papá, que tus cuentos ya me los conozco. Y tú no te creas nada de
lo que te diga ¿eh? No tía.

Así me gusta. ¡Ah!, no hagáis tanto ruido que los demás están durmiendo la siesta.

Vale.

Mi tía se disponía a salir, cuando sus ojos se quedaron fijos en el montón de ropa que había en el
suelo. ¡La muy zorra no había recogido la ropa antes de esconderse! Laura miró fijamente a mi abuelo
y después a mí.

¿Pasa algo cariño? - preguntó mi abuelo.

No, nada.

Y se marchó. Yo estaba nervioso, ¿se habría dado cuenta?. Mi abuelo, en cambio, como si nada, cerró
el pestillo de nuevo.

Vamos Loli, sal. Anda que no eres tonta ni nada.

Lo siento, pero es que el enano este se me ha corrido encima.

Ya y resulta que eso ahora no te gusta.

Bueno, pero es que no me lo esperaba.

¿Y lo de dejar la ropa en el suelo? Perdón.

Pues mi hija se ha dado cuenta, ¿y ahora qué hago? ......

Parecía compungida de verdad, sacó un pañuelo de entre sus ropas y se limpió la cara, me dio hasta
lástima.

Bueno, abuelo, da igual - dije.

Sí, ya sé que tú lo que quieres es que sigamos ¿eh? Sí claro.


Loli me dirigió una mirada de agradecimiento, y sin tener que decirle nada, deslizó los tirantes de su
combinación por los hombros, de forma que ésta cayó al suelo. Me quedé alucinado, bajo la
combinación no llevaba nada. Luego supe que solía hacerlo por petición expresa de mi abuelo, que
quería tenerla siempre accesible.

Era preciosa, delgada, sus caderas eran un poco anchas, pero qué importaba. Su piel era blanca,
delicada, hermosa, impropia de una chica de pueblo. Sus pechos eran grandes, firmes, las areolas
rosadas estaban culminadas por dos pezones gruesos, bien marcados, apetecibles y completamente
excitados. Sus piernas eran largas, exquisitas, las rodillas afeaban un poco el conjunto, pues estaban
un poco marcadas, supongo que de tanto arrodillarse para fregar suelos y chupar cosas, pero sus
muslos eran perfectos. Entre sus piernas destacaba una mata de pelo negrísimo como el azabache,
misterioso, tentador. Durante la mañana había tenido una visión fugaz de esa maravilla y ahora lo
tenía ante mí, hermoso, sublime. ¿Cómo podía mi padre ignorar tanta belleza? Ese pensamiento
penetró por sorpresa en mi mente, y creo que durante un segundo llegué incluso a odiar un poco a
mi padre, así estaba de alucinado. Sin darme cuenta me había puesto de rodillas sobre la cama, por
lo que las sábanas cayeron y mi pene volvió a surgir majestuoso. Ni me había dado cuenta de que
volvía a estar duro. Sólo tenía ojos para Loli.

Ella dirigió su mirada a mi miembro, y con placer noté que se ruborizaba un poco.

Vaya, parece que te gusto ¿eh? Eres preciosa.

Gracias.

Sus manos se deslizaron hasta su nuca, deshaciendo el moño que recogía su cabello. Éste cayó en
bucles lujuriosos sobre su espalda. Tenía un pelo precioso. Dio una vuelta sobre sí misma mientras
decía:

¿En serio te gusto? Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Loli se rió como una niña, se acercó a la cama y puso una rodilla sobre ella, e inclinándose sobre mí,
me dio un ligero beso en los labios.

Gracias, eres maravilloso.

Si yo era maravilloso, ¿qué palabra podría usar entonces para describir lo que sentí al ver cómo sus
pechos colgaban cuando se inclinó? Aquello era demasiado. Mi abuelo nos interrumpió.

Vamos, chico, levanta de ahí, y tú, túmbate en la cama.

Ambos obedecimos sin rechistar. Loli se tumbó sobre las sábanas y curiosamente, se tapó el pecho
con un brazo y el coño con la otra mano, como si de pronto todo aquello le diese vergüenza. ¡Manda
huevos!

Mi abuelo se inclinó y con delicadeza puso los brazos de Loli junto a sus costados mientras le daba
un beso en la frente.

Tranquila mi niña, lo que ha dicho es verdad.

Loli sonreía como una niña. Yo, en cambio, tenía pensamientos muy poco infantiles. Había decidido
dejar mi picha por fuera del pantalón, porque me gustaba mucho ver cómo Loli desviaba de vez en
cuando los ojos hacia ella, me hacía sentir mayor, no sé.
Bueno, Oscar, aquí tienes uno de los más bellos ejemplares de mujer que podrás encontrar. A lo largo
de tu vida verás otras y aunque todas se parecen en lo físico, cada una de ellas es en realidad todo
un mundo que explorar.

Mi abuelo pasó a explicarme los pormenores del cuerpo femenino, usando como modelo la maravilla
que había en mi cama, de la misma forma que Dicky usaba el mapamundi para explicarme geografía,
sólo que esta materia me gustaba (y me gusta) infinitamente más. Me habló de los pechos, los
pezones, los muslos, el monte de Venus (me encantó esa expresión)...

...La mujer está compuesta de infinidad de zonas erógenas, y hay que saber cuales son las que le
gustan más a cada una. Por ejemplo, a Loli le encanta que le besen y acaricien el cuello ¿verdad?
.........

Abuelo, ¿y cómo se sabe eso? Lo sabrás, tranquilo, probando y aprendiendo. La experiencia es un


grado.

Genial.

Pero hay una zona que a todas les encanta.

¿Cuál? El coño, aún no he encontrado una mujer a la que no le guste que le estimulen el chocho.

¿Cómo? Con cualquier cosa, un dedo, una mano, lo que se te ocurra. A veces he usado incluso un
palo o un pepino. Pero lo mejor, lo más satisfactorio, es hacerlo con los labios y con la lengua.

¿Con la boca? Sí, es muy placentero, tanto para la mujer como para el hombre.

¿En serio?

Mi abuelo se acercó a mi oído y me dijo:

Recuerda lo de esta mañana.

......

Siguió hablándome durante una hora al menos, de las mujeres, del sexo, de cómo saber si una mujer
está excitada mirándola a los ojos, o mediante las señales externas, dureza de los pezones, hinchazón
de los labios vaginales, humedad entre las piernas, me explicó lo que era el clítoris. Fue así como me
di cuenta de que Loli estaba terriblemente excitada.

¿Ves?, eso es el clítoris.

Abuelo...

¿Sí? Ya no puedo más.

Pues verás ahora. Ven.

Me llevó hasta los pies de la cama e hizo que Loli se abriera bien de piernas.

Ahora vas a saber a qué sabe un coño.


Me hizo colocarme entre las piernas de Loli. Pude sentir la fragancia que de allí surgía, era el mismo
olor que había en la habitación, pero mucho más fuerte. No hay nada en el mundo como el aroma
de mujer.

Torpemente, acerqué una de mis manos hacia la espesa mata de la chica, fue tocarla y un
estremecedor espasmo recorrió su cuerpo y pareció contagiarse a mi pene. Era increíble, por la
mañana yo era sólo un niño, y por la tarde estaba entre las piernas de una hermosa mujer.

Acerqué mi cara y aspiré profundamente. Tenía el pito tan duro que hasta me dolía. Miré
detenidamente el coño que ante mí se abría, era maravilloso, los labios, sonrosados, se mostraban
entreabiertos, dejando adivinar el oscuro hueco que ocultaban. Los acaricié con la punta de mis
dedos y poco a poco introduje uno entre ellos.

Aahhhh. Dioosss.

¿Te gusta? Lámelo, le gustará mucho más - dijo mi abuelo.

Sin pensármelo más, posé mis labios sobre el coño, estaba muy caliente. Recordé lo que había visto
por la mañana, así que comencé a recorrerlo de arriba abajo con la lengua.

Aahhhhhh - gemía Loli.

Me concentré en seguir las instrucciones del abuelo, le separaba los labios con los dedos y metía mi
lengua en su interior, moviéndola hacia los lados. Chupaba y tragaba los flujos que de allí brotaban.
Subía y lamía el clítoris, dándole delicados mordisquitos, lo que parecía volver loca a Loli.

Oooohhh. Así, así...

En estas estábamos cuando mi abuelo me separó de aquel volcán y me dijo con voz queda:

Así es una mujer excitada.

Miré a Loli, estaba como poseída. Se estrujaba los pechos con las manos, se tironeaba de los pezones,
se acariciaba el cuerpo, la cara, el cuello, se metía un dedo en la boca y lo chupaba. Estaba ardiendo.

Una mujer es este estado hará cualquier cosa que le pidas. Recuérdalo.

Yo asentí con la cabeza y volví a sumergirme en las entrañas de Loli.

Así, cabrón, no pares, no pares máaaaaas...

De pronto el cuerpo de Loli se tensó. Su coño pareció contraerse, se puso aún más caliente.

Me corro, me corrooo...

Yo seguía pegado a ella como una ventosa. Cada vez salía más líquido del aquel glorioso chocho y yo
intentaba chuparlo todo.

Síiiiii.

Loli alzaba la voz cada vez más, así que mi abuelo se sentó junto a ella y la besó. Alcé los ojos, y desde
mi posición, mirando a través de las tetas de Loli, vi cómo la muy zorra mordía los labios de mi abuelo.
Por fin Loli se relajó, pareció apoderarse de ella una extraña laxitud.

¿Ves? Así es como se corre una mujer.

Increíble, abuelo - dije mientras miraba hacia abajo y veía mi polla a punto de estallar.

Tranquilo, Oscar. Déjala reposar unos instantes y enseguida se ocupará de ti.

Eso espero, abuelo. Empieza a dolerme.

Lo sé hijo, lo sé. Verás, te he torturado un poco a posta.

¿Por qué? Para que no olvides esto jamás. Lo increíbles que son las mujeres.

No lo olvidaré.

Estoy seguro - dijo mi abuelo mientras me revolvía el pelo cariñosamente.

Abuelo, ¿las mujeres se quedan siempre así tras correrse? No, hijo. Verás, la situación hoy era muy
erótica y eso incide en la excitación de la persona, eso sí lo sabes ¿verdad? Vaya que sí.

Pues eso, el orgasmo es una experiencia muy intensa y en él inciden muchas cosas, el placer físico,
la excitación, los sentimientos...

Comprendo - dije, aunque en realidad no lo entendía del todo, sólo podía pensar en los latidos que
sentía en la punta del cipote.

Abuelo...

Sí, tranquilo. Loli, hija...

¿Ummmm? Mi nieto necesita que lo alivies.

¿Ummmm? ¡Levanta ya, coño!

Loli se desperezó, estirándose sobre la cama, se puso boca abajo, y se incorporó colocándose a cuatro
patas sobre el colchón. Parecía una gatita satisfecha.

Siéntate aquí nene - me dijo dando palmaditas sobre el colchón - que mami va a mostrarte lo
agradecida que está.

Ni que decir tiene que no tardé ni un segundo en tumbarme allí, con la polla como un leño. La
calentura hacía que mi pene tuviera pequeños espasmos, parecía estar vivo.

Loli miró inquisitivamente a mi abuelo y él dijo:

Con la mano.

Loli se apoderó de mi pene y comenzó a subir y bajar la mano a lo largo del mástil muy lentamente.
Creí que me moría, cerré los ojos y me dediqué a disfrutar; qué sensación tan fantástica, desde
entonces me han hecho muchas pajas, pero sin duda aquella fue una de las mejores. Loli sabía lo que
hacía. Poco a poco incrementaba el ritmo, lo que me ponía a cien, pero mágicamente parecía saber
cuando estaba a punto de correrme, deteniendo entonces su mano, me soltaba la polla,
recorriéndola en toda su longitud con uno de sus dedos, desde la punta a la base de los huevos,
donde daba un ligero apretón que parecía tener la virtud de calmarme. Entonces volvía a
masturbarme, pero más lentamente que antes, era enloquecedor.

Escuché un gemido y abrí los ojos. Vi que Loli tenía los suyos cerrados y que su otra mano se perdía
entre sus muslos.

Acércate más - le dije.

Ella abrió los ojos y me dirigió una mirada de entendimiento. Se acercó a mí y se sentó a mi lado.
Volvió a empuñar mi pene y comenzó de nuevo a masturbarme, pero esta vez fue mi mano la que se
perdió entre sus piernas. Aquello parecía un charco, estaba empapada. Comencé a mover mi mano
allí dentro, a tocar, a palpar, a meter y mientras, ella daba bufidos, gemidos, desde luego aquello le
gustaba. Yo deseaba que se corriera, pero ella parecía querer que yo lo hiciera antes, por lo que
incrementó el ritmo de su mano. No sé por qué, pero no quería correrme antes, por lo que intenté
retrasar mi propio orgasmo, concentrándome en ella, quería "ganar" esa carrera. Y lo logré,
simplemente tuve que buscar su clítoris con mis dedos y apretarlo un poco.

Aaaaahhhhh. Diosssss.

Loli apretó sus piernas, atrapando mi mano y se derrumbó sobre mi pecho, dejando de masturbarme.
Mi polla se quejaba pero yo no podía evitar un sentimiento de triunfo. Loli me miró a los ojos y vi
que los suyos estaban vidriosos, llorosos.

Acaba con la boca por favor, como al abuelo - le dije.

Loli sólo atinó a asentir con la cabeza. Se deslizó lentamente sobre el colchón y su cara quedó a la
altura de mi polla. No la chupó, ni la lamió, se la metió directamente hasta el fondo y su lengua, sus
labios, su boca, su garganta parecieron apretar simultáneamente sobre mi torturado pene. No
aguanté más. Si la corrida de antes había sido bestial, ésta la superó con creces.

Dioss, Diosss, Loli, joder...

No atinaba ni a balbucear, me incorporé como si me hubiesen dado una descarga y sólo acerté a
sujetar la cabeza de Loli con mis manos y apretarla contra mi ingle, aunque ella no parecía tener
ninguna intención de separarse de mí. Yo notaba cómo ella iba tragando lo que de mi polla surgía y
ese mismo efecto de succión acentuaba el placer. Finalmente el orgasmo terminó con unos leves
espasmos que recorrieron mi cuerpo. Me dejé caer hacia atrás, rendido, pero ella permaneció aún
con mi polla en la boca durante un rato, hasta que empezó a decrecer.

Finalmente, fue sacándola de su garganta, pero lentamente, recorriendo con sus labios toda la
longitud de mi miembro que empezaba a perder su dureza, como si quisiera limpiarla por completo.
Se incorporó, quedando sentada y con las manos apoyadas en el colchón. La miré fijamente y es una
imagen que jamás olvidaré, su piel, empapada de sudor, sus ojos, negros como la noche y con un
extraño brillo en el fondo, sus pechos, redondos y perfectos, su vagina, aún entreabierta y brillante
por los flujos, pero lo que me mató, lo que más me excitó, fue esa gota de líquido blanco que
asomaba por la comisura de sus labios y el instante en que su lengua recorrió esos labios
relamiéndose, como si en vez de haberse tragado mi esperma hubiese sido un simple vaso de leche.

Todo esto me excitó, pero de momento mi pene no reaccionaba.

Loli, vístete, ya está bien por hoy - dijo mi abuelo.


Ella me miró a mi abuelo y sin decir palabra se levantó y comenzó a vestirse. Yo no podía apartar los
ojos de ella. Quería más.

¿Qué te ha parecido? - dijo mi abuelo.

Fantástica - le respondí. Loli me dirigió una mirada cómplice.

Bien, bien.

Nadie añadió nada, éramos dos hombres mirando cómo una mujer se vestía. Loli terminó y se sentó
en la cama para ponerse los zapatos. Tras hacerlo se acercó a mí y me besó en la boca. Yo respondí
al beso y noté cómo su lengua se introducía entre mis labios y se enroscaba con la mía. Estuvimos un
segundo así y de pronto acabó.

Loli se fue hacia la puerta, pero antes de salir se volvió hacia mí y me sonrió. Mi abuelo cerró la puerta
tras ella. Allí estaba yo, saboreando a Loli, pero también mi propio sabor, y no me desagradó,
supongo que es verdad que los hombres no nos la chupamos porque no llegamos.

Hay otra cosa que debes saber- dijo mi abuelo.

¿El qué? Como habrás observado Loli seguía cachonda tras vuestro encuentro.

¡Toma, y yo! Sí, pero ¿a que tu pito no está en pié de guerra? No, es verdad.

Verás hijo, los hombres nos excitamos más fácilmente que las mujeres, pero también mermamos
nuestro vigor antes. Es decir los tíos nos ponemos a punto enseguida, pero excitar a una mujer
requiere tiempo y dedicación. Además, tras el orgasmo, el hombre se viene un poco abajo, pero la
mujer sigue dispuesta ¿me sigues? Creo que sí.

Hoy lo has hecho muy bien, preocupándote tanto de su placer como del tuyo. No hay peor amante
que aquel que se dedica a satisfacer sus apetitos dejando a su pareja insatisfecha.

Comprendo.

Bien.

Abuelo.

¿Sí? ¿Por qué has hecho que Loli se fuera? Porque querías follártela.

Sí ¿y qué? Mira Oscar, yo te he ayudado hoy, y siempre estaré ahí para darte consejo de lo que
quieras, pero no es bueno que yo te haga todo el trabajo. Tienes un don, y debes aprender a
desarrollarlo por ti mismo. Además, no quiero que te encoñes demasiado con Loli, a tu edad es
peligroso.

¿Cómo? Supón que te la hubieras tirado, podrías ver en ella a la mujer perfecta, que te da todo lo
que deseas. Loli es muy experta en estos temas y podría llegar a sorberte el seso.

¿Y qué? Pues que tienes todo un mundo que explorar, en esta misma casa hay un montón de
mujeres, debes probar un poco de cada cosa para disfrutar plenamente tu vida, no dedicarte a una
sola. Sería un desperdicio.
Ya.

Pues eso. Sin duda acabarás follándote a Loli, tranquilo, pero hay muchas más.

De acuerdo.

Otra cosa.

Dime.

Aún eres muy joven, te queda mucho por aprender sobre tu don y sobre cómo seducir a una mujer.

Claro.

Pues eso, habrá ocasiones en que estés muy caliente y no tengas una mujer para aliviarte.

Ya, hoy por ejemplo.

Exacto. Pues cuando pase eso o simplemente cuando te apetezca, hazte una paja.

¿Cómo ha hecho Loli? Eso es, puedes hacerlo tú solo. Al final te corres igual; no es tan bueno como
con una mujer, pero alivia.

Entiendo.

Y no hagas caso de las habladurías de viejas que dicen que te quedas ciego y otras gilipolleces. Yo me
la he cascado muchas veces y aquí estoy.

Sí, je, je.

Bueno, te dejo que descanses. Apuesto a que ahora sí serás capaz de dormir. Espera, abriré la
ventana para ventilar esto un poco.

Tras abrir la ventana, se dirigió a la puerta.

Abuelo.

¿Sí? He dejado a Loli muy caliente ¿verdad? Sí hijo, sí. De hecho, esta noche yo me aprovecharé de
ello.

¿Irás a su cuarto? Todas las noches voy a algún cuarto.

Y salió de la habitación.

Abuelo.

Volvió a asomarse.

¿Sí?

Lo miré fijamente y le dije:


Gracias.

Él me guiñó un ojo y salió, cerrando la puerta.

En una cosa sí se equivocó mi abuelo. Fui incapaz de dormir en toda la tarde. Mi cabeza era un
torbellino de imágenes y sensaciones y poco a poco mi pito fue despertando. Estaba bastante
decidido a intentar el sistema que me recomendó el abuelo, pero no pude.

Mi madre entró a verme, y al notar que estaba mejor y que ya no tenía fiebre dejó la puerta abierta
"para que me diera el aire". Además todo el mundo empezó a pasar por el cuarto para interesarse
por mi estado, mi padre, mi tía, mis primas, Dicky... La única que no vino fue Marina.

No fue del todo desagradable, porque mientras las chicas iban desfilando por mi cuarto y me tocaban
la frente, me daban besos, me revolvían el pelo... yo no paraba de sobarme la polla bajo las sábanas.
De todas ellas creo que sólo mi tía sospechó algo, pues me miró con cierto reproche en los ojos, pero
no dijo nada.

Por la noche fue mi padre quien me trajo la cena, con la consiguiente decepción, por lo que le dije
que ya estaba bien, que podía comer solo. Así que me dejó la bandeja y se marchó.

Pasaron un par de horas, el silencio se apoderó de la casa, pero yo seguía despierto. Volvía a tenerla
dura, así que comencé a pajearme. Desde luego no era tan bueno como con Loli, pero no estaba mal.
De pronto se me ocurrió que podía estar mejor. Recordé lo mucho que me había excitado espiar al
abuelo ¿por qué no repetirlo? Sabía exactamente donde debía estar.

Si me pillaban me la cargaba, pues no tenía ninguna razón para ir al ala de los criados, pero ¡qué
coño!.

Me levanté sigilosamente y me calcé las zapatillas. Sentía mi pene bien duro, presionando contra el
pijama. Encendí el candil de mi mesilla y salí del cuarto tapando la luz con la mano, para que no me
vieran.

Me dirigí lentamente hacia la escalera, pero, al pasar por delante del dormitorio de mis padres,
escuché unos ruidos. Me quedé helado, esperando que la puerta se abriera, pero no fue así. Agucé
el oído y logré distinguir unos gemidos. Algo más tranquilo me acerqué a la puerta y me agaché para
mirar por el ojo de la cerradura.

La luz estaba apagada, pero por la ventana abierta entraban los rayos de la luna, lo que me permitía
ver bastante bien lo que pasaba.

Mi madre yacía tumbada sobre la cama, mientras mi padre se la follaba en la postura del misionero
(entonces no sabía su nombre). El culo de mi padre subía y bajaba rápidamente mientras una de sus
manos sobaba los pechos de mi madre. Bueno - me dije - pues aquí mismo.

Apagué el candil de un soplido, me arrodillé en el suelo mirando por la cerradura y me saqué el pito
del pijama. Comencé a pajearme lentamente, disfrutando, pero enseguida vi que no era igual que
por la mañana, no estaba tan excitado. Se oían los bufidos de mi padre, pero mi madre permanecía
extrañamente laxa, no colaboraba, no parecía estar disfrutando demasiado. De vez en cuando mi
padre la besaba y ella respondía, pero no había pasión. Fallaba algo.

De pronto mi padre pegó dos o tres culetazos más fuertes, se puso tenso y se derrumbó sobre mi
madre. Poco después se deslizaba hacia un lado en la cama y se arropaba.
Yo permanecí allí, espiando con la polla en la mano. La luz de la luna me permitía ver bastante bien
a mi madre, con las piernas abiertas, el camisón subido y uno de sus pechos asomando por un lado.
Miraba al techo, como distraída. De pronto se levantó.

Voy al baño - dijo.

Ummmm.

Joder, qué susto. Casi me caigo de culo. Iba a correr hacia mi cuarto, pero afortunadamente vi el
candil en el suelo. Lo recogí y me precipité en mi habitación. Entorné la puerta y me quedé
observando por la rendija.

No había tanta prisa, pues mi madre aún tardó un poco en salir, supongo que estuvo encendiendo la
vela que llevaba en la mano. Yo la espiaba desde mi puerta y me quedé alelado. Estaba preciosa con
el pelo revuelto, además aunque se había bajado el camisón, no lo había colocado bien por arriba,
por lo que uno de sus pechos asomaba libre. Se dirigió con paso cansino hacia el baño del pasillo.

Mientras lo hacía, yo me la machacaba silenciosamente. Ella entró al baño, pero yo no acabé, por lo
que decidí esperar a que saliera. Esperé unos minutos, pero no salía, así que me atreví a asomarme
al baño. Por debajo de la puerta podía ver la luz de la vela de mi madre y si ésta se movía, regresaría
corriendo a mi cuarto.

Como estaba cerca, dejé mi candil apagado en la mesilla y salí. Escuché unos segundos por si había
ruido y me arrodillé frente a la cerradura del baño. Allí estaba mi madre. Había encendido también
un quinqué que había dentro, por lo que había bastante luz. Estaba de pié con las manos apoyadas
en el mueble de la jofaina, mirándose al espejo. Mi posición era un poco escorada, pero no
importaba, pues el reflejo del espejo era perfecto.

Mi madre seguía allí, contemplándose. Su pecho izquierdo continuaba por fuera del camisón. Yo me
bajé los pantalones del pijama y reanudé mi paja, un poco nervioso por si tenía que salir corriendo.

Ella sumergió una de sus manos en el agua de la jofaina, y suavemente la deslizó por su cuello, por
su garganta. Las gotas de agua resbalaban por su piel y volvían a caer en la palangana. "Plic", aquel
sonido pareció retumbar en la casa; yo volvía a estar excitadísimo, mis sentidos estaban agudizados.
Ella siguió mojándose el cuello hasta que en una de las pasadas, su mano bajó hasta su pecho
desnudo y comenzó a acariciarlo. Sus dedos empezaron a recorrer el contorno de su pecho, a
acariciar su pezón, que enseguida se irguió orgulloso.

Lentamente, deslizó con su mano el tirante del camisón que aún llevaba puesto, con lo que éste cayó
al suelo. Se contempló unos instantes en el espejo y continuó sobándose las tetas con una mano.
Pude ver cómo la otra se metía entre sus piernas y comenzaba a moverse. En realidad, y dada mi
posición, sólo podía ver cómo se acariciaba los pechos, pues el espejo no era de cuerpo entero, pero
nuevamente la excitación acudió en mi ayuda.

La mano de mi madre pareció incrementar su ritmo y de pronto estuvo a punto de caerse, como si
las piernas le fallasen. Así que se tumbó en el suelo, separó bien las piernas y siguió masturbándose.

¡Qué visión sublime! Se acariciaba con fruición, se tocaba por todas partes, se retorcía de placer. Yo
podía oír perfectamente sus gemidos, sus suspiros.

Uuff. Ahhhh. Ummm.


Seguí masturbándome y poco a poco fui acomodando mi ritmo al que marcaba mi madre. Quería
correrme con ella.

Súbitamente, la espalda de mi madre se arqueó. Ella encogió las piernas y emitió un pequeño gritito
de placer:

¡AAAHHH!

Alguien podía haberlo oído y salir a ver qué pasaba, pero a mí me importaba una mierda. Aceleré el
ritmo de mi paja y me corrí. Varios lechazos cayeron sobre mis muslos, en el suelo, en la puerta.
Había sido genial.

Sin darme cuenta, me dejé ir un poco hacia delante, por lo que mi cabeza chocó levemente con la
puerta. No hizo mucho ruido, pero bastó para devolverme a la realidad. Me asomé a la cerradura y
vi que mi madre se había sentado en el suelo y se tapaba el pecho con el camisón mientras miraba
hacia la puerta.

¡Me había oído! ¡Joder! Me incorporé como pude y sin subirme los pantalones fui hacia mi cuarto.
Entonces, por el rabillo del ojo vi cómo la puerta del cuarto de mi hermana se cerraba rápidamente.

Vaya con Marina - pensé y me metí en mi cuarto como una exhalación, cerré la puerta y a la cama
volando.

La sangre me latía en los oídos, estaba muy nervioso y decidí hacerme el dormido. Entonces se abrió
la puerta de mi cuarto, una luz penetró en él y se dirigió a la cabecera de mi cama. Era mi madre.

Permaneció allí, de pié unos minutos. Yo, asustado, no me atrevía a mover ni un músculo. De pronto
mi nariz captó un aroma familiar, el olor de hembra caliente. Lentamente, procurando que mi madre
no me viera, abrí los ojos. Frente a mi cara estaba el coño de mamá. Tapado con el camisón claro,
pero por el olor yo sabía que estaba caliente. Y yo también; a pesar del susto, noté cómo mi miembro
se endurecía de nuevo (ah, la juventud).

Ella permaneció allí un poco más, hasta que finalmente me acarició la cabeza y me besó, dirigiéndose
hacia la puerta. Yo la seguí con la mirada mientras salía y gracias a la luz de su vela, pude ver su
silueta desnuda perfectamente recortada a través del camisón.

Un rato después me hice una buena paja recordando esa silueta, y con esa imagen en mente, me
dormí.

A la mañana siguiente desperté renovado, con la mente más clara, relajado. Y por supuesto con la
picha tiesa, maravillosa juventud.

Me desperecé deliciosamente en la cama, mientras rememoraba los excitantes sucesos del día
anterior, hasta que un recuerdo penetró de golpe en mi mente. ¡La corrida!, ¡me había corrido contra
la puerta del baño y no lo había limpiado!

Me levanté como un resorte y corrí hacia el baño. La puerta estaba abierta y no se veían restos de
semen por ninguna parte, ni siquiera en el suelo. Alguien lo había limpiado. Lo cierto es que jamás
me enteré de quién me hizo ese favor.

CONTINUA
Casanova (02: Preparativos Para La Fiesta)
Pasaron varios días en los que no sucedió nada especial. Yo me limitaba a echar miradas
disimuladas a las chicas y a hacerme pajas a escondidas. Necesitaba tiempo para asimilarlo todo
y pensar estrategias. Pero no hacía ningún progreso en lo que a sexo se refiere, por lo que andaba
un poco desilusionado. Todo era bastante monótono, hasta que…

Pasaron varios días en los que no sucedió nada especial. Yo me limitaba a echar miradas disimuladas
a las chicas y a hacerme pajas a escondidas. Necesitaba tiempo para asimilarlo todo y pensar
estrategias.

De todas formas hice un par de intentos de acercamiento con Loli, pero ésta parecía rehuirme,
supongo que siguiendo instrucciones del abuelo.

Los días pasaban veloces y yo no hacía ningún progreso en lo que a sexo se refiere, por lo que andaba
un poco desilusionado. Todo era bastante monótono, hasta que una mañana me encontré a mi
hermana y mis primas charlando con Mrs. Dickinson:

- Por favor señorita, aún tenemos muchas cosas que hacer - dijo Andrea, que parecía llevar la voz
cantante.

- No sé, niñas, serían tres días...

- Sí, lo sé, pero le prometemos que después nos esforzaremos más. Compréndalo, tenemos que
participar en los preparativos de la fiesta y además, me gustaría, digo nos gustaría poder ir a la ciudad
a comprarnos un vestido y un regalo para mi madre.

- No sé, ¿qué dice tu abuelo?

- Al abuelo le parece bien ¿verdad chicas?

- Bueno... - dijo mi hermana mientras Andrea la fulminaba con la mirada.

- ¿Sí?

- Dijo que la decisión era suya, que usted sabría si perder un par de días podría perjudicarnos o no.

- Por favor señorita Dickinson - insistía Andrea.

- ¿Y que opináis vosotras dos?

- Bueno, es verdad que nos gustaría ir a la ciudad y un par de días sin clase nos irán bien ¿verdad
Marta?

- Sí. Además Ramón dijo que nos llevaría a un restaurante nuevo.

- ¿Ramón? ¿Y quién es Ramón? - preguntó Dicky.

- Es el novio de Andrea - dijo Marta con una sonrisilla maliciosa.

- ¡Marta! ¡No digas más tonterías! - exclamó Andrea, enrojeciendo violentamente.


- ¿Novio, eh? - dijo Dicky riendo.

- No le haga caso señorita, se trata del hijo del señor Benítez, que es muy amable y que se ha ofrecido
a hacer de guía por la ciudad.

- Comprendo. ¿Y es guapo?

- Vamos, señorita, no se burle.

- Bueno, está bien. Os concederé esos días de descanso. A mí también me vendrá bien.

- ¡Estupendo! - gritó Andrea.

Los Benítez eran los propietarios de una finca cercana. Los padres eran buena gente y muy amigos
de mi familia. Tenían dos hijos, a los que yo conocía porque eran alumnos de la escuela de equitación
de mi abuelo. Ramón, el mayor, siempre me había parecido un imbécil, pero Blanca era una chica de
16 años, muy dulce y simpática y con una educación exquisita. Con frecuencia mis padres decían que
ojalá nosotros nos pareciéramos a ella, así de encantadora era .

Aunque Ramón siempre me había caído gordo, gracias a él me iba a escapar de las clases.

- Bueno, parece que durante unos días sólo tendré que ocuparme de ti - me dijo Dicky.

El alma se me cayó a los pies. ¿Yo tenía que seguir dando clase mientras las chicas se iban de paseo?
¡De eso nada!

- ¡Pero señorita, yo también quiero ir a la ciudad! - dije lo primero que se me ocurrió.

- ¿Tú? ¿Y para que vas a ir tú?

- ¡No he vuelto a ir desde que era pequeño, y... yo también quiero comprarle algo a tía Laura!

Lo cierto es que yo en ese momento ni siquiera sabía por qué íbamos a comprarle regalos.

- Bueno, no sé. Lo cierto es que si me quedo sin alumnos podría ir a casa de mi tía. Hace tiempo que
no la veo...

- No sé señorita, éste ya perdió clases el otro día con la fiebre - dijo Andrea, la muy...

- Yo por lo menos voy aprobando los exámenes - le respondí desafiante. Si las miradas mataran, en
ese momento hubiera caído fulminado.

- Eso es cierto Andrea, ya no sé si es tan buena idea dejaros los días libres, vas un poco retrasada -
me parece que Dicky ya se había ilusionado con las vacaciones y no iba a permitir que se las
estropearan.

- Sí señorita. Bueno, es verdad será mejor que nos lo tomemos todos como un pequeño respiro.

- De acuerdo, voy a hablar con vuestro abuelo y con vuestros padres - dijo Dicky y se marchó.

Las tres chicas se volvieron hacia mí al unísono.


- Maldito niño cabrón - Andrea tenía un lenguaje exquisito cuando se lo proponía.

- ¿Se puede saber a qué viene esto? - dijo Marta.

- Si os creéis que os vais a escapar de las clases vosotras solas, vais listas.

- Haz lo que te dé la gana, pero a la ciudad no vienes.

La verdad es que yo tampoco quería ir, pero aquello me molestó bastante.

- ¿Y quién me lo va a impedir?

- Se lo diré a papá - intervino mi hermana.

- ¿Y qué le vas a decir? ¿Qué os queréis ir solas a la ciudad con el novio de Andrea? Seguro que le
encanta.

- ¡Maldito seas! - gritó Andrea. - ¡Ven aquí!

Y se lanzó por el pasillo a perseguirme, aunque yo fui mucho más rápido y me perdí escaleras abajo.
Andrea no me siguió yo empecé a pensar que podía ser divertido ir a la excursión por el simple hecho
de fastidiarla un poco.

- Buenos días.

Me volví y allí estaba mi abuelo.

- Ya me ha dicho Mrs. Dickinson que os habéis librado de las clases por unos días ¿eh?

- Abuelo, las chicas no quieren que vaya con ellas a la ciudad.

- ¿Y por qué no?

- Porque las lleva ese imbécil de Ramón y no quieren que vaya.

- ¿eh?. Vaya con Andrea, para pedirme prestado el coche no tiene problemas, pero para cuidar un
rato de su primo... Hablando del rey de Roma...

Miré hacia arriba y vi bajando las escaleras a las tres chicas encabezadas por Andrea, cuyos ojos
echaban chispas. Enfadada estaba incluso más buena.

- Abuelo, no le hagas caso. Nosotras queremos ir de compras y no vamos a ir con el a todos lados.

- ¿Por qué no?

- Podría pasarle algo, no podemos hacernos responsables.

- Para eso está Ramón ¿no? Cuando me pedisteis el coche dijo que él cuidaría de vosotras, ¿qué más
le da uno más?

- Yo... - Andrea estaba vencida, sin argumentos.


- Venga chicas, a Oscar también le hace ilusión ir a la ciudad. Portaos bien con él - dijo mi abuelo
mientras me guiñaba un ojo con disimulo.

El día pasó sin mayores incidentes. Todo el mudo en la casa andaba muy atareado, hasta las chicas y
yo estuvimos ayudando. El motivo del follón era el cumpleaños de mi tía Laura, que cumplía 35 y mi
abuelo había decidido darle una gran fiesta en el jardín. Por lo visto iban incluso a invitar a los vecinos
para la celebración, con lo que iba a ser una gran fiesta.

A media mañana llegaron un par de carros con gente del pueblo y cosas para la fiesta. Mi padre los
había contratado del pueblo para que ayudaran, así que con toda la gente que había por allí, yo logré
escaquearme y no trabajar demasiado. Tan sólo estuve un rato ayudando en la cocina, bromeando
todo el rato con Mar y con Vito, procurando así mantenerme alejado de Andrea por si acaso.

La que sí que se escapó fue Mrs. Dickinson. Como no tenía alumnos a su cargo anunció que se iba un
par de días a visitar a su tía enferma, pero que volvería a tiempo para la fiesta. Nicolás la llevó a la
estación con el coche.

Por fin llegó la mañana siguiente, me levanté muy temprano (y muy trempado) y el día no pudo
empezar mejor.

Fui al baño de atrás, uno que había cerca de la cocina, para darme un buen baño. En esa habitación
teníamos un par de tinajas grandes y una bañera, que se llenaban con agua caliente traída desde la
cocina (por eso estaba cerca).

- Buenos días señora Luisa.

- Buenos días corazón - me respondió ella.

- ¿Podría calentarme agua para bañarme?

- Claro, de hecho ya hay mucho agua caliente porque tus primas también se van a bañar. Andrea ya
está dentro, así que espérate un rato y desayuna.

¿Andrea bañándose? Genial. Desayuné como una exhalación y me levanté de la mesa.

- Señora Luisa, voy a salir a estirar las piernas. Dé un grito cuando el baño esté listo.

- Vale, anda, busca a Juan para que te llene la bañera.

Salí como un rayo en busca de Juan. Por suerte, lo encontré muy rápido y le dije que Luisa lo buscaba.
El hombre se fue hacia la cocina y yo a la parte trasera de la casa. El baño tenía una pequeña ventana
bastante alta y yo sabía que probablemente estaba abierta pues ninguno de nosotros alcanzaba a
cerrarla y había que hacerlo con un gancho.

Efectivamente estaba abierta. Con rapidez, amontoné bajo la ventana varias cajas de las de la fiesta
y me subí encima, procurando no hacer ni un ruido.

Allí estaba Andrea. Estaba de pié dentro de una de las tinajas, completamente de espaldas a mí, lo
que me privaba de buena parte del espectáculo. Ya se había lavado y estaba enjuagando su cuerpo
echándose jarrones de agua por encima. Estaba arrebatadora. Llevaba el pelo recogido, para no
mojárselo, por lo que podía ver su delicioso cuello, su piel era muy blanca, sin mácula, su espalda era
lisa, sedosa, con los omóplatos bien marcados y terminaba en unas caderas simplemente perfectas
culminadas por un trasero con forma de corazón. Sus piernas debían ir a juego pero no las veía, ya
que la tinaja le llegaba a más de medio muslo. El agua se escurría por su cuerpo, formando ríos que
recorrían sus sinuosas curvas y que dejaban a su paso gotitas que aparentaban ser de cristal, dándole
un aspecto casi mágico, parecía una ninfa del bosque.

Yo estaba empalmadísimo, presionaba fuertemente mi paquete contra la pared, pero no podía hacer
más porque mi posición era un tanto precaria y no quería caerme.

Podía ver cómo deslizaba las manos por su cuerpo, eliminando los restos de jabón; veía que se pasaba
las manos por las tetas, pero desde atrás no podía ver cómo. Yo maldecía mi mala suerte, me estaba
perdiendo lo mejor, pero en ese momento ella se inclinó hacia delante para coger otra jarra de agua
del suelo. Al agacharse su culo se me mostró en todo su esplendor, era simplemente perfecto.
Además, al agacharse dejaba entrever su coño, incluso desde mi posición podía notar que era rubio,
como su cabello, sus labios se abrían levemente. ¡Dios yo sólo pensaba en cómo sería hundir mi polla
en ese maravilloso chocho!

- Estás hecho un guarro.

La voz me sobresaltó tanto que me caí de las cajas formando un considerable alboroto.

- ¡Ey! Ten cuidado que te vas a matar.

Dolorido alcé la vista y me encontré con Antonio, el sobrino de Juan, que trabajaba en la finca
ayudando a su tío.

- ¡Eh! ¿Quién anda ahí? - la voz de mi prima se oyó por la ventana.

- Desde luego no es tonto - dijo Antonio.

Yo le miré con cara de pena. Me habían pillado y me la iba a cargar por todo lo alto. La erección
desapareció fulminantemente.

- Venga, no te quedes ahí, vamos a quitar las cajas antes de que alguien salga a ver qué pasa.

Dios, cuánto quise a Antonio en ese instante. Me incorporé de un salto y rápidamente quitamos las
cajas de allí y nos marchamos rodeando la casa.

- Vaya, chico.....

- Yo...

- Tranquilo, hombre. Yo mismo he espiado alguna vez por ese ventanuco. Es que tu prima está muy
buena ¿eh?

- Ya lo creo.

- Pues tranquilo, hombre, que yo no le diré nada a nadie. Además en esta casa con tantas mujeres,
los hombres debemos ayudarnos.

- Gracias Antonio.

En ese momento se oyó la voz de Luisa, que me llamaba para el baño.


- Me voy Antonio.

- Hasta luego, ¡ah! Que te lo pases bien en la ciudad.

Le sonreí y me fui. Luisa me esperaba en la cocina.

- Venga, que tu prima ha salido ya. Oye, ¿no habrás estado trasteando por ahí detrás, verdad?

- No, Luisa, yo estaba con Antonio.

- Ya veo, venga entra al baño, que Marta y Marina van detrás.

- Voy.

- Oye Oscar, si no te importa usa la tinaja que está limpia y deja la bañera para las chicas.

- Pero...

- Venga, que tú eres un hombre, sé un caballero...

- Vale Luisa.

Entré al baño y me desnudé. Entré a la tinaja, cogí el jabón y empecé a frotarme. El baño aún
conservaba el aroma de Andrea por lo que empecé a recordar lo que había visto. Mi picha fue poco
a poco recobrando la forma y yo empecé a masturbarla delicadamente. Entonces se me ocurrió una
idea. Me froté la palma de la mano con jabón hasta hacer espuma y después me pajeé con ella. Era
una sensación diferente, muy agradable, así que cerré los ojos y seguí con la paja mientras imaginaba
que me tiraba a Andrea.

Estaba tan concentrado que resbalé y me caí dándome un buen golpe en el fondo de la tinaja. Una
buena cantidad de agua se desbordó y fue a parar al suelo del baño que quedó empapado.

- Oscar ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?

Luisa estaba al otro lado de la puerta.

- Nada, que me he resbalado.

- Espera que voy a entrar.

Luisa entró en el baño con cara de preocupación.

- Luisa, estoy bien, en serio - dije mientras me agachaba en el interior de la tinaja.

- Madre de Dios, la que has liado - dijo mirando al suelo.

- Lo siento.

- Qué le vamos a hacer. Espera, te traigo más agua.

Salió y regresó al poco con un par de cubos humeantes que añadió a la tinaja.
- ¡Ay! Quema.

- Pues te fastidias. Y date prisa que las niñas esperan.

No sé por qué, pero le dije:

- Es que me he dado en el codo y me duele el brazo.

- ¿A ver? - dijo Luisa mientras me examinaba el brazo - parece que está bien.

- Pero me duele... - dije yo con mi mejor voz de niño mimado.

- ¿Qué quieres? ¿Qué te bañe yo como cuando eras pequeño?

- Bueno...

Entonces Luisa me miró de arriba abajo y sin duda notó que yo mantenía las piernas recogidas,
escondiendo algo. Fue a la puerta y la cerró.

- Joder con el chico, tan grande para unas cosas y está hecho todo un bebé. A ver, arrodíllate.

Cogió el jabón y comenzó a frotarme el cuerpo, la espalda, el pelo, haciendo mucha espuma. Me hizo
poner de pié, de espaldas a ella y me limpió las piernas y el culo.

- Separa un poco las piernas - me dijo.

Su mano se introdujo entre mis muslos y comenzó a frotarlos por la cara interior, Se deslizaba muy
placenteramente y yo notaba cómo la punta de sus dedos me rozaba los huevos. Era genial, estaba
muy excitado. Mi polla pedía a gritos que la aliviaran, pero yo no me atrevía. Así seguimos un rato
cuando me dijo:

- Date la vuelta.

Yo obedecí muy despacio. Con las manos me tapé el pito lo mejor que pude. Sabía que no serviría de
nada, pero pensé que era mejor dar una imagen de vergüenza

Al volverme por completo pude ver que los ojos de Luisa estaban fijos en mi entrepierna, lo que me
calentó aún más.

- Venga, quita las manos de ahí. A ver si te crees que es la primera picha que veo. Además la tuya ya
la he visto un montón de veces.

Como yo no obedecía, me tomó por las muñecas apartando mis manos ella misma, aunque yo no
opuse demasiada resistencia.

- ¡Jesús, María y José!

- Lo siento - dije yo fingiendo estar avergonzado, aunque en realidad llevaba un calentón de aquí te
espero.

- Vaya, vaya, así que el señorito se ha convertido en todo un hombre.


- Vamos, Luisa, no te burles de mí.

- Si no me burlo, ya quisieran muchos tenerla como tú.

Se puso de pié y siguió lavándome. Empezó a frotarme el pelo de forma que sus pechos quedaron a
la altura de mi cara. Los botones superiores de su vestido se habían abierto, por lo que pude echar
una buena ojeada a aquel par de increíbles tetas, embutidas de tal forma en el sujetador, que
amenazaban con reventarlo, así de apretadas estaban.

Luisa acabó con mi pelo y se retiró con lo que se dio cuenta de adonde apuntaban mis ojos.

- Oye, estás hecho un sinvergüenza.

- Lo siento, Luisa.

- ¿No te da nada de mirarle así las tetas a una vieja?

- Tú no estás vieja.

- Anda, que podría ser tu abuela.

- Imposible, ninguna vieja podría tener esas tetas.

Ella se quedó sorprendida. Aquello no cuadraba con la imagen de niño bueno que tenía de mí.

- Vaya bandido estás hecho. ¿Qué sabes tú de tetas, bribón?

- Nada, sólo sé que las tuyas son geniales, parecen ir a escaparse del sostén.

Ella miró hacia abajo, abriéndose un poco el vestido con las manos.

- Es verdad que este sostén me va un poco pequeño...

- Pues eso Luisa, son tan bonitas que no he podido evitar mirarlas. Además como me has estado
lavando y eso...

- Me parece a mí que a ti no te dolía el codo.

- Perdóname, no sé en qué estaba pensando - dije simulando azoramiento, parecía estar a punto de
echarme a llorar.

- Venga, venga, no te pongas así, es sólo que me ha sorprendido un poco. A todos los chicos les pasan
estas cosas...

Se acercó a mí y me abrazó. Mi cara quedó apretada contra su pecho. Aquello era el paraíso.

- Lo que no comprendo es cómo puede gustarte una vieja como yo, con todas las chicas que hay por
aquí.

Si ella supiera que me gustaban todas...

- Luisa, que tú no estás vieja. Tienes las mejores tetas del mundo.
- ¿Estos dos trastos? - dijo mientras volvía a abrirse el cuello del vestido, permitiéndome atisbar de
nuevo su par de ubres.

- Son maravillosas.

- Mi amor... - dijo abrazándome de nuevo.

- Luisa... - dije todavía abrazado a ella.

- Dime corazón.

- ¿Me las enseñas?

- ¿Cómo?

- Es que nunca he visto unas - mentí.

Se apartó de mí y me asió por los brazos mirándome a los ojos.

- De acuerdo cariño.

Llevó sus manos a la espalda y trasteó un poco con el cierre del sostén. Le costó un poco hacerlo por
encima del vestido, pero para mi desencanto, no se lo quitó. Finalmente logró desabrochárselo y lo
extrajo por el cuello de la ropa. Después desabrochó el resto de los botones del pecho del vestido,
se lo abrió con las manos y me las mostró.

¡Qué par de tetas! Sin duda eran las más grandes que había visto hasta ahora, en la finca, quizás sólo
Tomasa podía rivalizar en cuanto a volumen (o eso creía yo). La piel era un poco menos tersa que en
las de Loli, pero no importaba. A pesar de lo grandes que eran, se mantenían firmes, con los pezones
gordos y duros mirando al frente. Estaba embelesado y mi polla apuntaba al techo, desesperada.

- Luisa - le dije mirándola a los ojos - ¿Puedo?

- Claro, mi amor.

Se acercó hasta mí. Yo estiré las manos y me apoderé de aquellas dos maravillas. Comencé a sobarlas
con fruición, un tanto bruscamente.

- Tranquilo, mi amor, no se van a escapar...

Me calmé un poco y comencé a acariciarlas con mayor delicadeza. Mis manos no alcanzaban ni de
lejos a abarcarlas, por lo que las movía por todas partes, las agarraba, las estrujaba, las levantaba...
Comencé también a toquetear sus pezones. Estaban duros como rocas, me miraban desafiantes. Por
mi mente pasó la idea de lamerlos, pero quizás Luisa pensara que eso era demasiado, así que me
contuve.

Seguí acariciándolos con la izquierda y llevé la derecha hacia abajo, hasta empuñar mi verga.
Comencé a pajearme lentamente y me separé unos centímetros de Luisa, para verla mejor. Tenía los
ojos cerrados y se veía perfectamente que estaba disfrutando horrores. Eso me envalentonó así que
fui deslizando mi mano izquierda por todo su cuerpo. Al llegar a la cintura, separé con los dedos el
vestido y las bragas, e introduje la mano en su interior. Luisa abrió los ojos y me miró sorprendida,
parecía querer decir algo, pero mi mano se metió entre sus piernas, entre sus labios vaginales,
nadando en las humedades que allí había y mis dedos encontraron su clítoris, con lo que a Luisa se
le pasaron las ganas de decir nada.

Volvió a cerrar los ojos y me dejó hacer. Yo seguí masturbándonos a los dos, lentamente, disfrutando
el momento. Ella llevó sus manos hasta sus globos y empezó a sobárselos, tironeándose de los
pezones, mientras dejaba escapar pequeños gemidos que me excitaban todavía más. Poco a poco
inició un leve movimiento arriba y abajo de sus caderas, aumentando el frotamiento.

Progresivamente fue incrementando el ritmo de su cintura, hasta que se convirtió en un furioso


vaivén. Los gemidos fueron ganando intensidad:

- Sí, así, así, mi amor, sigue asíiiiiiiii...

Mientras se corría se derrumbó sobre mi hombro. Yo notaba los espasmos de su coño en la mano
mientras no dejaba de pajearme.

En ese momento una voz sonó al otro lado de la puerta:

- ¿Qué estás haciendo? ¿Te queda mucho?

¡Mierda! ¡Mi hermana!

- Un poco todavía Marina, espera en la cocina que ahora te aviso - dije con voz entrecortada.

- Date prisa ¿quieres?

- Sí, hermanita.

Oí pasos que se alejaban y respiré más tranquilo. Miré a Luisa, que parecía preocupada. Era hasta
cómico, los dos, asustados, mirando a la puerta, mientras una de mis manos empuñaba mi polla y la
otra se perdía en sus bragas.

- Hay que acabar rápido - dijo Luisa.

Se apartó de mí y yo pensé que se había acabado, pero no, Luisa no pensaba dejarme en ese estado.
Se arrodilló frente a mí y agarró mi polla, comenzando a pajearla con rapidez.

- Acaba rápido o nos matan.

Así que me dediqué a disfrutar. Desde luego no era tan bueno como antes, pues había que terminar
rápido, pero no estaba nada mal. Como seguía teniendo las tetas fueras, estas se movían como
campanas al ritmo del cascote, lo que era muy erótico.

Siguió masturbándome diestramente, mientras con la derecha me la meneaba, con la izquierda me


sobaba los huevos; desde luego no era la primera paja que hacía, sabía dónde y cuándo apretar y
pronto comencé a notar que me corría.

Ella me apuntó el pene hacia el agua y los disparos fueron todos a parar al interior de la tinaja, menos
un poco que manchó la mano de Luisa.

- Bueno ya estás - dijo mientras se llevaba la mano a los labios y se la limpiaba con la lengua ¡Qué
morbo! - Ummm, está dulce...
¡Joder! Aquello casi me empalma otra vez.

De pronto, Luisa pareció volver a la realidad.

- Vamos espabila, que nos van a pillar.

Cogió un par de jarras de agua y me los echó por la cabeza para enjuagarme.

- Venga, hay que darse prisa que las niñas tienen que entrar y antes tengo que recoger el estropicio
que has hecho.

Luisa cogió una toalla y me secó vigorosamente el cuerpo y desde luego aquello no tuvo nada de
erótico, sin más bien de doloroso. De no ser porque aún llevaba las tetas por fuera del vestido,
parecería que allí no había ocurrido nada. Rápidamente se arregló la ropa, aunque no se puso el
sostén, sino que lo dobló hasta que no se notaba lo que era.

- Venga, vístete, que yo voy a la cocina a por trapos.

Me echó una última mirada y me dijo:

- Cuánto te pareces a tu abuelo.

Abrió la puerta con cuidado y miró a izquierda y derecha, saliendo sigilosamente. Yo me vestí y fui a
la cocina.

- Marina, ya he terminado.

- Sí, ya voy.

No sé si sería su extraño tono de voz o el hecho de que no me regañara por haber tardado, lo cierto
es que noté algo extraño en ella. La miré y vi que tenía las mejillas arreboladas y la frente sudorosa
¿habría estado espiando?

Marina se levantó y salió junto con Luisa, que iba cargada de trapos para limpiar un poco el baño.

Yo salí por la puerta de atrás para tratar de espiar a Marina como había hecho con Andrea. Si me
había estado espiando, debía estar muy excitada, con lo que el espectáculo prometía ser aún mejor.
Por desgracia ya no era tan temprano, y detrás de la casa había ya mucho ajetreo con lo de la fiesta
y eso. Bueno, qué le íbamos a hacer; me resigné y subí a la habitación para ponerme la ropa que me
había preparado mi madre para ir a la ciudad.

Como una hora después llegó Ramón. Penetró en el recibidor como si fuera el rey del castillo.

- ¡Muy buenos días! - gritó.

Yo estaba abajo, con el abuelo, y le oí murmurar:

- Menudo petimetre.

Al poco las chicas bajaron la escalera en procesión, con Andrea al frente, como siempre. Llevaba un
vestido primaveral, de color azul, sin mangas. Un cinturón blanco ceñía su esbelta cintura y llevaba
a juego el sombrero, el bolso, los zapatos y unos guantes de punto. Estaba preciosa. Detrás venía mi
hermana, con un atuendo parecido, sólo que de color amarillo pálido, lo que acentuaba su negra
cabellera. Por último, Marta, un poco más discreta. Llevaba una camiseta blanca de manga corta,
con un jersey echado sobre la espalda y anudado al cuello. Su falda era de color gris, por debajo de
la rodilla. Como las otras dos, llevaba medias de color claro, pero no llevaba sombrero. Parecían tres
diosas bajando desde el cielo. Yo estaba alelado.

- Andrea, estás preciosa - dijo Ramón.

- Menudo caballero - pensé - no les dice nada a las otras.

Al poco aparecieron mis padres y mi tía. Tras los saludos de rigor, se llevaron a Ramón un poco aparte,
dándole los típicos consejos, que tuviera cuidado de nosotros y eso. Vi que Ramón me echaba un par
de miradas de desprecio. Menudo capullo. Estuvieron charlando un poco y yo me quedé con las
chicas.

- Estáis las tres guapísimas - les dije - sin duda seréis la envidia de toda la ciudad.

Me miraron un tanto sorprendidas.

- Vaya, gracias - dijo Andrea.

- Lo digo en serio, chicas. Sois realmente preciosas - vi que Marta incluso se avergonzaba un poco.

- Estás muy amable hoy ¿no crees? - dijo mi hermana - será para que no te dejemos aquí.

- No es eso, estoy diciendo la verdad.

- Bueno, pues gracias - dijo Andrea.

- Y de verdad, estoy muy agradecido de que me llevéis con vosotras, tenía muchas ganas de ver la
ciudad. Os prometo que me portaré bien.

Los demás terminaron de hablar, y todos fuimos hacia la puerta. Yo aproveché que Andrea se
quedaba un poco retrasada y le dije:

- Lo he dicho en serio, y tú eres la más guapa de todas.

- Vale, vale - rió mi prima - cuando quieres eres un cielo.

Salimos fuera, donde Nicolás esperaba con el coche. Era un Bolt, no recuerdo el modelo, uno de los
primeros coches que hubo en España. La capota se abatía completamente, permitiendo así disfrutar
del paseo. De hecho, Nicolás ya la había echado hacia atrás.

- ¿Y cómo vamos a ir? - dijo Ramón - en el coche no cabremos todos. ¿No sería mejor dejarlo aquí?

- Tú te sientas delante con Nicolás - intervino Andrea - y nosotras tres detrás y vamos llevándolo
encima por turnos.

- Sí, así iréis bien - dijo mi abuelo.

- Bueno - aceptó Ramón, aunque se le veía en la cara que eso no era en lo que él estaba pensando.
Antes de subir, mi abuelo me llevó aparte.

- ¿Llevas dinero?

- Mi padre me ha dado algo - le respondí.

- Mira, un caballero debe pagar siempre por las damas, y ese tipejo no es muy de fiar ¿no crees?

- Desde luego - dije enfadado, mientras mi abuelo se reía.

- Bien, pues tendré que confiar en que tú si seas un caballero.

Entonces me dio una bonita cartera hecha a mano. Era mi primera cartera.

- ¡Gracias abuelo! - exclamé y le di un abrazo.

Me saqué el dinero que tenía del bolsillo para guardarlo en la cartera, pero, al abrirla, me encontré
con que ya había mucho dinero dentro.

- ¡Abuelo!

- Eso es para ti. Gástalo como quieras, pero procura invitar a las chicas a algo y lo que sobre, para ti.

- Pero...

- Tranquilo, hijo, que ya les he dado algo a tus primas y a tu hermana, no vas a ser tú menos.

- ¡Gracias! - y lo abracé nuevamente.

Nos despedimos hasta la noche y nos marchamos. Marina iba a la izquierda, Andrea en el centro y
Marta a la derecha. Yo iba sentado en el regazo de Marina, que me sujetaba por la cintura. Estaba
bastante ilusionado, aunque al principio no tenía muchas ganas de ir, ahora me daba cuenta de que
hacía bastante tiempo que no salía de la finca, así que me decidí a disfrutar del viaje.

El coche traqueteaba por los caminos mientras atravesábamos bosques y prados. Yo me recliné hacia
atrás, para añadir el placer de sentir las tetas de mi hermana contra mi espalda al que me
proporcionaba el paseo. Hubiera estado muy bien de no ser por el imbécil de Ramón que viajaba
prácticamente vuelto hacia nosotros para decirle tonterías a mi prima Andrea, que se reía como una
tonta con todas las gilipolleces que aquel capullo soltaba. Pero lo peor fue cuando noté que Marta
lo miraba con ojos de cordero degollado. También se reía de sus tonterías y siempre intentaba atraer
su atención interviniendo en la conversación (cosa rara en ella), pero se la veía nerviosa, por lo que
sus palabras parecían torpes y poco inteligentes.

- ¡Mierda! - pensé - ¿cómo es posible que a las dos les atraiga este imbécil?

Además, Ramón ignoraba de forma casi ofensiva a Marta, teniendo sólo ojos para Andrea, lo que
cohibía cada vez más a mi prima menor, hasta el punto que dejó de intentar conversar y se
ensimismó, dedicándose a mirar el transcurrir del campo por su lado del coche.

Ramón, de vez en cuando pasaba una mano hacia atrás y la apoyaba descuidadamente en la rodilla
de mi prima, que se apresuraba a apartarla. Al poco rato, Andrea pareció hartarse del
comportamiento de Ramón y me usó como escudo:
- Marina, ¿estás ya cansada de cargar con Oscar?

Sin darle tiempo a responder, intentó levantarme y subirme sobre ella. Desde luego yo pesaba
demasiado para que pudiera levantarme, así que colaboré sin rechistar y me senté en el regazo de
mi prima. De esta forma obstaculizaba perfectamente al manos largas, lo que pareció no gustarle
demasiado a tenor de la mirada que me dirigió.

Como no podía continuar con sus tocamientos, pareció perder interés en la conversación, por lo que
se volvió hacia delante y se limitó a hacerle algunas preguntas a Nicolás sobre el manejo del coche.

Poco a poco, las chicas se animaron y empezaron a charlar entre ellas, de lo que iban a hacer, de lo
que se iban a comprar y de otras cosas. Yo me limité a reclinarme sobre Andrea, que las tenía más
gordas que Marina, por lo que era más cómodo y a disfrutar del resto del viaje.

Llegamos a la ciudad a las doce de la mañana, tras unas dos horas de viaje. Despedimos a Nicolás
hasta la tarde y nos dedicamos a pasear. Ramón parecía una mosca, zumbando todo el rato alrededor
de Andrea, mientras nos ignoraba a los demás. Andrea pronto se cansó, por lo que comenzó a charlar
con Marina. Viendo que lo ignoraban, Ramón se enfurruñó y se retrasó.

Marta se dio cuenta y se fue quedando rezagada, para intentar charlar con él, pero el muy imbécil
seguía ignorándola, limitándose a responderle con monosílabos y sin quitarle los ojos de encima a
Andrea, que iba unos metros por delante.

- Mira Ramón ¡qué pendientes tan bonitos! - exclamó Andrea frente a una tienda.

Ramón salió disparado hacia delante, dejando a Marta con la palabra en la boca. ¡Cómo lo odié en
ese momento!

Seguimos caminando en dos grupos, delante Marina y Andrea, con Ramón revoloteando alrededor
de ella y detrás Marta. Yo la miré y noté que tenía los ojos llorosos. Me acerqué a ella.

- Marta, ¿qué te pasa?

- ¡Déjame en paz! - me espetó, aunque yo insistí.

- Venga, dímelo, a lo mejor puedo ayudarte.

- ¡Que me dejes!

Entonces me puse serio. Empleé uno más calmado, más adulto.

- Marta, no entiendo qué es lo que ves en semejante imbécil.

Me miró sorprendida, hasta las lágrimas que antes asomaban parecieron secarse de pronto.

- ¡Pero qué dices!

- Marta, se te nota mucho. Llevas toda la mañana comportándote como una tonta, tú no eres así y
desde luego ese tipo no se lo merece.

- ¡Qué sabrás tú!


- Tengo ojos en la cara. Se ve a la legua que ése sólo busca una cosa con Andrea.

- No digas más tonterías.

- Míralo tú misma.

Ramón iba delante, e intentaba todo el rato que mi prima lo cogiera del brazo, supongo que para
fardar por la calle por llevar a una rubia tan hermosa. En ese momento nos cruzamos con una mujer
muy atractiva. Ramón no dudó ni un momento y se giró para mirarla mientras se alejaba.

- ¡Ramón! - le reprendió Andrea.

- Perdona querida, creo que la conocía.

¡Menudo gilipollas!

- ¿Lo ves?

- .......

- Marta, una mujer tan hermosa como tú puede conseguir al hombre que quiera. Eres mi prima y te
quiero mucho, por eso no puedo soportar que con la de hombres estupendos que hay por ahí, te
enamores de un capullo como ese.

- ¡No estoy enamorada!

- ¿Ah, no? ¿Entonces por qué lloras?

Me miró nos instantes, y por fin se decidió a confiar en mí.

- No sé, lo cierto es que me gusta y quería ver...

- ¿Qué? - pregunté yo.

- Si era capaz de atraer a un hombre como hace Andrea, pero veo que no puedo.

- Ahora eres tú la que dice tonterías.

- ¿Cómo?

- Tú eres capaz de atraer a cualquier hombre.

- Sí, ya lo veo.

- Te lo digo en serio. Mira, sé que soy joven todavía, pero sé distinguir la belleza femenina y desde
luego creo que tú eres la más guapa de las tres.

Marta se sonrojó un poco y me dedicó una deliciosa sonrisa.

- Lo digo muy en serio, Marta, posees una belleza, no sé, etérea. Eres tan delicada, tan dulce, dan
ganas de estar siempre a tu lado para protegerte.
- ¡Caray! Gracias, Oscar - dijo mi prima, con el rostro ya completamente arrebolado - Es lo más bonito
que me han dicho en mi vida.

- Pues es verdad.

- ¿Se puede saber dónde has aprendido esas cosas?

- En ningún sitio en especial, no sé Marta, son cosas que se me ocurren al mirarte. A mí y a cualquier
hombre que se precie de serlo.

- Entonces ¿por qué Ramón no me hace caso?

- ¡Y dale con Ramón! - me enfadé un poco.

Noté que mi prima se retraía un poco, aquello le había molestado, tenía que recuperar el terreno
perdido, pero ¿cómo? Entonces la solución se me ocurrió por sí sola: "Dile la verdad" pensé.

- Marta, ¿puedo serte franco?

- Sí, claro.

- Verás, es que esto puede ofenderte un poco.

- Venga, que no me enfado.

- Vale. Mira, la razón por la que Ramón se fija en Andrea es bien sencilla. El único pensamiento que
ocupa su mente es la idea de follársela.

- ¡Oscar! - exclamó asombrada y con el rostro como un tomate.

- Te lo advertí. Verás, ese tío está loco por tirársela, si te fijas no hace más que tontear y revolotear
a su alrededor, pero no tiene verdadero interés por ella.

- ¡Pues a lo mejor me apetece que me lo haga a mí! - casi gritó Marta.

Los que iban delante se volvieron a ver qué pasaba.

- ¿Te está molestando, Marta? - preguntó mi hermana.

Yo me había quedado muy sorprendido por la repentina confesión de mi prima, así que no atiné a
decir nada.

- No, no te preocupes, sólo estamos charlando - dijo Marta.

- Pues no forméis tanto escándalo - dijo Ramón, tan amable como siempre.

- Haremos el escándalo que nos dé la gana - le espeté.

- ¿Cómo dices?

- Lo que has oído - le respondí en tono desafiante.


Las chicas me miraban asombradas. Ramón echaba fuego por los ojos. Se abalanzó hacia mí, me
cogió del brazo y me llevó aparte.

- Mira, éste es un día muy importante para mí y no voy a dejar que me lo estropees.

- ¿Y por qué es importante si puede saberse?

- No me cabrees, o te voy a poner el culo como un tomate.

- Inténtalo imbécil, veremos lo que opina mi abuelo cuando le diga cómo le sobabas las piernas a
Andrea en el coche.

- ¿Cómo te atreves? - exclamó, pero el brillo de duda en sus ojos me hizo ver que había dado en el
blanco.

- Mira Ramoncete, yo sólo quiero pasar un día agradable, así que déjame en paz y yo te dejaré a ti
¿de acuerdo?

Esperé unos instantes, mientras su cerebro procesaba aquello.

- Yo sólo quiero que no montéis un espectáculo por la calle.

- El espectáculo vas dándolo tú, pareces una mosca que ha olido mierda, siempre revoloteando
detrás de las faldas.

- A que te doy...

- Atrévete.

Nuestras miradas se cruzaron furiosas. Finalmente, apartó la mirada y dijo:

- Haz lo que te dé la gana.

- Por supuesto.

Y regresamos con las chicas, él con cara de perro y yo con una sonrisa triunfante en los labios. Poco
después, Marta y yo volvíamos a ir rezagados.

- En mi vida te había visto así.

- Sí, no sé por qué, pero ese tío me saca de quicio.

- Pero es guapo.

- Lo será, Marta, pero hay más cosas. Ese tío es un cerdo.

- .......

La chica seguía ensimismada.

- Por cierto, antes me dejaste parado.


- ¿Cómo?

- Sí, al decirme que te apetecía acostarte con ese capullo.

- ¡Yo no he dicho eso! - exclamó.

Los de delante volvieron a mirarnos y yo saludé sonriente a Ramón.

- Tranquila, chica, pero sí que lo dijiste.

- .......

- Marta, es normal sentir ciertos impulsos al llegar a nuestra edad. Yo también tengo esos impulsos.

- Ya veo - dijo sonriendo.

- Lo digo muy en serio.

- Bueno, pero si yo siento esos "impulsos", ¿por qué no atraigo a los hombres?

- Claro que atraes a los hombres, a mí el primero ¡eres preciosa!

- Pero...

- Pero nada. Mira, ese tío está encandilado con Andrea y ella le sigue el juego. No sé si porque tiene
en mente lo mismo que él o porque es más tonta de lo que parece.

- No sé...

- Pues eso. Ramón olfatea a su presa y no piensa en nada más hasta que la logre.

- Pero antes se ha quedado mirando a esa chica...

- Sí durante un segundo, porque era nueva. Pero no va a estropear la caza por otra posible presa, va
sobre seguro. Pero si otra presa segura se le presentara...

- No te entiendo.

- ¿Quieres comprobar que lo que te digo es verdad?

- Sí, claro.

- Bien, te demostraré que a ese tío le importa una mierda tu hermana y que sólo va detrás de la falda
que se le pone a tiro.

- ¿Cómo?

- Cuando yo te diga, atácale tú a él.

- ¿Qué?
*- Tienes que hacer algo que inequívocamente le demuestre que le deseas, verás que pronto
traiciona a Andrea.

- ¡Estás loco!

- Tú verás, puedes creer lo que quieras, pero estoy seguro que es verdad.

- Sí, ya. ¿Y qué tendría que hacer?

- No sé. Agárrale el paquete.

- ¡¿QUÉ?! - los de delante ya ni se volvieron.

- Tú hazlo cuando yo te diga y verás.

- Estás majara, no sé por qué te he estado haciendo caso.

- Ya veremos...

Enfadada, se fue hacia delante para reunirse con los otros. Yo me quedé atrás, pensativo. Me la había
jugado mucho con mi prima, si hacía lo que le había dicho no estaba seguro de lo que pasaría. Si
Ramón montaba un escándalo avergonzaría a Marta para toda la vida, pero yo estaba bastante
seguro de haberle juzgado correctamente, no me quedaba sino confiar en la lujuria de Ramón... y en
la belleza de mi prima.

En esas estaba cuando todos penetraron en un gran establecimiento. Era una boutique de ropa
femenina.

Era una gran tienda, tenía incluso dos plantas. Por todas partes se veían clientas que miraban
vestidos, atendidos por señoritas vestidas todas más o menos igual, blusa blanca, falda negra y una
cinta métrica de sastre al cuello.

Las chicas se repartieron rápidamente por la tienda. Ninguna de ellas había estado antes en una tan
grande y estaban muy ilusionadas. Correteaban arriba y abajo, enseñándose trapos las unas a las
otras mientras daban grititos. Yo me desmarqué por ahí, dando vueltas y mirando cosas. Quería ver
si encontraba algún regalo bonito para tía Laura.

De vez en cuando atisbaba a Ramón, le veía echando ojeadas apreciativas a las dependientas y a las
clientas mientras fumaba con aire aburrido. Eso sí, su rostro cambiaba a la más exquisita de las
sonrisas cuando Andrea se acercaba a enseñarle algún traje.

- ¿Qué te parece éste, Ramón? - inquirió Andrea una de las veces.

- Muy bonito, querida - le contestó fumando un cigarrillo.

- Creo que voy a probármelo.

Andrea trotó hasta unos probadores cercanos, pero estaban ocupados, por lo que se dirigió a otros
que estaban escondidos al fondo de la tienda. Ramón se le quedó mirando y pareció tomar una
decisión. Pisó el cigarrillo y siguió a Andrea con disimulo. Y por supuesto, yo le seguí a él.
Me escondí tras una columna y me asomé con cuidado. El probador se cerraba con unas cortinas y
Ramón permanecía frente a ellas echando miradas disimuladas a su alrededor. Cuando pensó que
nadie lo veía, se metió dentro.

- ¿Se puede saber qué haces?

- ¡Chist! Cariño, ven aquí...

- ¡PLAS!

La bofetada resonó fuertemente. Al poco Ramón volvía a salir del probador. Se frotaba una mejilla
con cara de perro apaleado. Yo, detrás de la columna, trataba de contener la risa a duras penas. ¡Bien
por Andrea!

Ramón se fue lentamente a la esquina opuesta de la tienda, lejos de toda la gente (supongo que para
que nadie notara la marca roja en su cara) y volvió a encender un cigarrillo.

Decidí buscar a Marta para contárselo. Di unas cuantas vueltas por allí y la vi. Tenía cara de gran
preocupación. Entre sus manos sostenía una blusa y la retorcía nerviosamente.

- Va a hacerlo - pensé.

Así que me escondí rápidamente para que no me viera y la seguí. No me equivocaba, se dirigía con
paso vacilante al rincón donde se estaba Ramón. A falta de 10 metros se paró, respiró hondo y se
acercó rápidamente hasta él. Por desgracia no me podía acercar más por lo que no pude escucharlos.

Desde mi posición vi cómo intercambiaban unas palabras. De pronto, Marta se abalanzó sobre el
sorprendido Ramón y lo besó. No podía verlo bien, pero me pareció que el beso era correspondido.
Marta se separó de él dejándome atisbar cómo su mano apretaba fuertemente la entrepierna del
asombrado Ramón.

Marte le soltó y echó a correr en dirección opuesta con las mejillas totalmente enrojecidas. Casi me
descubre, pero me dio tiempo a ocultarme. Cuando pasó, eché una mirada a Ramón. Sonreía.

Me marché de allí cuidando que no me vieran y fui en busca de Marta. La encontré cerca de las
escaleras, respirando agitadamente.

- Lo has hecho ¿eh?

- ¿Qué?

- No me engañas, lo veo en tus ojos, has ido a por Ramón.

- ¿Me has visto?

- No - mentí - es sólo que estás colorada como un tomate.

- Venga ya - dijo, mientras se llevaba las manos a la cara.

- Bueno, ¿lo has hecho o no?

- Sí.
- ¿Qué le hiciste?

- Le dije que me gustaba mucho.

- ¿Nada más?

- Y lo besé.

- ¡Vaya con mi prima!

- Y también...

- ¿También qué?

- Nada...

- Sí, ya, y voy yo y me lo creo. ¡Vamos confiesa! - le dije mientras la sacudía por los hombros
bromeando.

- ¡Ayyy, estáte quieto!

- ¡Confiesa!

- Le agarré el paquete con la mano ¿estás satisfecho? - me dijo con su rostro aún más rojo si es que
era posible.

- ¡Vaya! ¡Menuda guarra estás hecha, Marta!

- Oye - dijo enfadada.

- ¿Y qué hizo él?

- Nada - dijo ella triunfante - se quedó muy sorprendido, pero no me hizo nada.

- ¿En serio?

- Sí, estabas equivocado, es un caballero y no se aprovechó. Yo no le gusto, sino sólo Andrea - su tono
era ahora pesaroso.

- Pues si me he equivocado puede que se lo diga a Andrea ¿no crees?

- ¡Dios! ¡Es verdad! ¡No puede ser! ¡Por qué te haría caso!

Era tal el espanto que se reflejaba en su rostro que me arrepentí de lo que había dicho.

- Tranquila Marta, era broma. Mira, si tienes razón y es un caballero, entonces no dirá nada, como
mucho hablará contigo a solas para decirte que no puede corresponderte.

- ¡Qué vergüenza!

- Y si yo tengo razón, sin duda intentará algo antes o después. Lo que no hará nunca es contarlo,
puedes estar segura.
Marta pareció quedarse más tranquila. Seguimos conversando apaciblemente, le pregunté si había
encontrado algo que le gustara y resultó que no, así que me ofrecí a ayudarla a buscar un vestido. Se
pasó una hora probándose ropa (hay mujeres que olvidan sus problemas con facilidad en una
boutique) y yo le daba mi opinión sobre cada vestido que se probaba. Lo pasamos muy bien juntos,
nos reímos mucho y charlamos alegremente. Nunca la había visto tan relajada. Fue genial.

Se me pasó por la cabeza la idea de intentar espiarla en el probador, pero si me pillaba podía echar
al traste todo lo conseguido hasta el momento, así que me porté bien.

Finalmente escogió un vestido, y para mi alegría resultó ser el que yo le había recomendado. Era de
seda, de color verde, con tirantes sobre los hombros y un chal a juego. Estaba preciosa con él.

Nos reunimos con los demás, Andrea y Marina también habían encontrado vestido y además habían
comprado no sé qué para tía Laura. Así que cada una pagó lo que había comprado con el dinero del
abuelo y nos marchamos de la tienda, pues casi era la hora de cerrar.

Fuimos andando hasta el restaurante que conocía Ramón, fue una larga caminata, pero al muy
capullo ni se le ocurrió que las chicas pudieran cansarse. Yo iba charlando alegremente con Marta, y
Andrea con Marina. Yo, controlaba con disimulo a Ramón, que parecía bastante pensativo y noté
que de vez en cuando dirigía miradas apreciativas a Marta.

- Ya está en el bote - pensé.

Por fin llegamos al restaurante. Un camarero nos condujo a una mesa para seis en un rincón junto a
la ventana.

- Marta, siéntate aquí, a mi lado - dijo amablemente Ramón.

Andrea lo fulminó con la mirada, supongo que pensó que era para darle celos. Así que nos dispusimos
así; en el rincón, pegada a la ventana, Marta, Ramón justo a su izquierda y Andrea a la izquierda de
Ramón. Yo me senté frente a Marta y Marina frente a Andrea, quedando la silla de en medio para
los paquetes.

La comida transcurría con cierta calma tensa, Andrea parecía decidida a ignorar a Ramón, por lo que
conversaba con mi hermana, cosa que al muy imbécil no parecía importarle pues se dedicaba a
charlar con Marta en voz baja, lo que mortificaba a Andrea.

Así estuvimos durante un rato; yo simulaba estar concentrado en el plato, pero en realidad no le
quitaba los ojos de encima al tipejo.

De pronto, Ramón se inclinó para decir algo en el oído de Marta, que se puso muy roja, y,
simultáneamente, su mano derecha desapareció bajo la mesa. Marta pegó un respingo y se quedó
tensa. Desvió la mirada y se puso a contemplar la calle. Ramón miraba a las otras chicas con disimulo,
para cerciorarse de que nadie notaba sus maniobras.

Entonces me di cuenta de que la mano izquierda de Marta tampoco estaba a la vista. La moral se me
fue a los pies, ¡no podía ser! ¿le estaba correspondiendo? Yo notaba que había movimiento bajo la
mesa, me estaba enfureciendo por momentos. ¡Maldita sea! ¡Era culpa mía! ¡Ahora ese cabrón
podría tenerlas a las dos! Vi cómo Ramón parecía tirar de Marta ¿qué estaba pasando? ¡Dios!, me
iba a volver loco.

Entonces, de repente, Marta se puso de pié, me di cuenta de que sus ojos estaban brillantes por las
lágrimas, parecía a punto de echarse a llorar.
- Oscar, ¿me cambias el sitio por favor? Aquí estoy un poco agobiada, esto es muy estrecho.

- Claro, Marta. Sin problemas.

El pecho me iba a estallar de júbilo. Ramón tenía una cara de tonto que casi me hace echarme a reír.
¡Lo sabía! ¡Un tipejo así no podía salirse con la suya!

Nos cambiamos y seguimos comiendo. La tensión se palpaba en el ambiente. Las chicas sabían que
algo había pasado, pero no podían imaginar el qué.

Tras la comida, cada uno pagó lo suyo (todo un caballero ¿eh?) y nos marchamos. Ramón propuso ir
a una cafetería cercana y a Marina y Andrea les entusiasmó la sugerencia, por lo que hacia allí nos
fuimos. Vi cómo Ramón intentaba reconciliarse con Andrea, pero a ésta aún le duraba el enfado.
Marta iba muy taciturna y yo caminaba a su lado, en silencio. Marina también lo notó, y se acercó a
nosotros.

- ¿Te pasa algo, Marta? - preguntó.

- No, sólo estoy algo cansada.

- ¿Seguro?

- Sí, de veras.

Entonces Marta dijo algo que yo no me esperaba.

- Marina, yo no tengo ganas de tomar café. ¿Por qué no vais vosotros?

- ¿Cómo?

- Que no me apetece tomar café y además, todavía no he comprado nada para mamá.

- ¿Y te vas a ir sola?

- Me llevo a Oscar, hoy hemos hecho muy buenas migas ¿verdad? - dijo, mientras me miraba
suplicante.

- Sí, y yo tampoco he comprado nada para tía Laura - dije yo.

- No sé, Marta.

- No te preocupes, seguro que lo pasamos muy bien - por el tono se veía que estaba intentando
parecer animada.

- Sí - intervine yo - podemos vernos en el sitio donde quedamos con Nicolás. Era a las nueve ¿no?

Marina nos miró a los dos con extrañeza. Allí se estaba cociendo algo pero ¿qué podía hacer ella?

- Haced lo que queráis. Tened cuidado.


Nos despedimos de los otros dos, pero no nos prestaron demasiada atención, bastante tenían con
sus líos y nos marchamos en dirección opuesta. Caminamos en silencio durante un rato, hasta que
llegamos a un parque. Buscamos un banco y nos sentamos.

- ¿No vas a decir nada? - me espetó.

- ¿Cómo?

- Un "yo tenía razón" o algo así - estaba apunto de echarse a llorar.

La miré a los ojos y le dije:

- Lo siento, Marta.

Ella rompió a llorar. Yo la abracé torpemente y ella no me rechazó, sepultó el rostro en mi cuello y
se deshizo en lágrimas. No podía hacer mucho, intuía que lo mejor era dejar que se desahogara, así
que me limité a acariciarle el cabello en silencio.

La gente que pasaba nos miraba con curiosidad, pero yo les echaba unas miradas que nadie se atrevía
a preguntar qué pasaba.

Así estuvimos unos minutos, hasta que poco a poco fue calmándose. Lentamente deshicimos el
abrazo. Tenía los ojos llorosos, las mejillas hinchadas, pero aún así, me pareció hermosa.

Metí la mano en mi bolsillo y le ofrecí un pañuelo.

- Gracias - me dijo, lo tomó y se sonó la nariz ruidosamente. Tras hacerlo me tendió el pañuelo.

- ¡Ah, que guarra! - exclamé divertido - ¡para qué quiero yo tus mocos!

Marta se echó a reír.

- Es verdad, lo siento.

- Tranquila, era broma - la miré con cariño - ¿estás mejor?

Marta respiró profundamente.

- Sí, me encuentro más aliviada, como si me hubiese quitado un peso de encima - me dijo, mientras
se secaba los ojos con mi pañuelo.

- ¡Dios, qué asco! ¡Y se los refriega por la cara!

Esta vez no se rió, se carcajeó.

- Es verdad, qué asco.

- ¡Y yo que te tenía por una muchacha bien educada! Si te viera Dicky le daba un patatús.

Marta volvía a llorar, pero ahora de risa.


- Señorita Marta, me ha decepcionado usted profundamente - dijo Marta, imitando a Mrs. Dickinson
bastante bien.

Estuvimos diciendo tonterías y riendo durante un rato. Poco a poco nos fuimos calmando.

- Gracias Oscar, lo necesitaba.

- De nada nena, por ti lo que sea.

Ella se me quedó mirando un segundo, se inclinó hacia mí y me dio un leve beso en los labios.

- Gracias de corazón.

- De nada.

Nos quedamos allí sentados, sin decir nada durante un rato. Por fin Marta me dijo:

- Tenías razón, es un cerdo.

- Lo sé.

- Durante la comida empezó a decirme cosas al oído, que yo era muy bonita, que no sabía como no
se había fijado... Yo hasta me las estaba creyendo...

- ¿Y?

- De pronto me puso la mano en el muslo.

- ¡Qué cabrón!

- Yo intenté apartársela con cuidado, porque no quería que Andrea notara nada, pero seguía
insistiendo, deslizaba la mano cada vez más arriba.

- ¡Joder! - la verdad es que aquel pequeño relato me estaba calentando un poco.

- Me apretaba cada vez más, seguro que tengo la mano marcada por todo el muslo.

- Me encantaría verlo - pensé.

- La deslizaba cada vez más arriba y yo...

- ¿Tú qué?

- ¡La verdad es que me gustaba un poco!

- Comprendo.

- Le dejé hacer, pero entonces recordé todo lo que me habías dicho y le cogí la mano para apartársela.

- Bien hecho.

- Pero él me cogió por la muñeca y llevó mi mano hasta su entrepierna


- ¡Maldito cabrón!

- Eso ya fue demasiado, así que me levanté y te cambié el sitio.

- Debiste hacerlo antes.

- Lo sé, pero es que... no sé, no me desagradaba, era...

- Excitante - terminé yo.

- ¡Eso! Lo siento, pensarás que soy una zorra.

Marta bajó la mirada hasta el suelo, parecía apesadumbrada. Yo me acerqué y cogiéndola


dulcemente por la barbilla, hice que sus ojos se encontraran con los míos.

- No digas tonterías. Eres una mujer maravillosa, y me siento muy feliz de que te hayas dado cuenta
de lo imbécil que es Ramón.

Marta sonrió.

- Gracias, pero yo no puedo olvidar que le dejé tocarme.

- Pero Marta, eso es normal.

- ¿Normal?

- Claro, ya hablamos antes de los impulsos que sentimos a nuestra edad. Constantemente pensamos
en el sexo, es algo que no podemos evitar...

Durante un rato, le solté el discurso que días antes me había dado mi abuelo. De vez en cuando me
interrumpía y me preguntaba algo.

- ¿Cómo sabes tanto de estas cosas?

- He leído libros, y también hablando con el abuelo.

- Ah, claro.

- Pues eso Marta, que lo que te pasa es normal y se trata tan sólo de que lo aceptes y lo disfrutes.

- Sí, pero con quién.

- Pues conmigo, por ejemplo - dije sin pensar.

Ella se quedó callada, sorprendida.

- Ya la he cagado - pensé.

Entonces ella sonrió y me dio un cariñoso puñetazo en el hombro.

- Eres un guarro - dijo riendo.


- ¡Desde luego, nena! - reí yo también.

Eran las seis más o menos cuando nos levantamos y fuimos a ver tiendas. Pasamos una tarde genial,
entrando en bazares, tiendas de ropa, yo nunca había visto tantos comercios juntos.

Marta compró para su madre un joyero muy bonito que vimos en una tienda de artesanía. Yo le
compré un camafeo que se abría, para poner en su interior hierbas de olor. Aprovechando un
segundo de distracción, compré también dos navajas suizas, de esas multiusos y una pulsera de plata
que le había gustado mucho a Marta.

Salimos a la calle y nos fuimos a tomar un helado. Charlamos durante un rato, hasta que vimos que
era hora de marcharse.

- ¡Uf, estoy reventada de tanto andar! - dijo mi prima.

- Pues espera un momento.

Me acerqué a un coche de caballos de esos cerrados que había allí cerca, hablé unos segundos con
el conductor y llegué a un acuerdo sobre el precio.

- Vamos Marta, subamos.

- ¡Estás loco!

- Venga princesa, tú te lo mereces todo - le dije mientras le ofrecía mi mano para ayudarla a subir.

Marta sonrió y tomó mi mano, subiendo con gracia.

- ¿Adónde vamos?

- Al punto de reunión, pero como en carruaje tardaremos menos, le he dicho que nos dé un paseo
turístico.

- ¡Estupendo!

Dimos un romántico paseo a través del parque en el que habíamos estado antes. Estaba empezando
a anochecer y los serenos comenzaban a encender las farolas. Nosotros íbamos dentro del carruaje
cerrado, mirando por las ventanillas.

- ¡Es maravilloso!

- Tú lo eres más.

Marta me miró, y se reclinó suavemente contra mi pecho.

- Marta...

- ¿Ummm?

- Tengo algo para ti.

- ¿Cómo?
Saqué la pulsera y se la enseñé. Su cara de asombro mereció la pena.

- ¡Dios mío! ¡Estás loco! ¿Cuánto te ha costado?

- No mucho, como vi que te gustaba y hoy has tenido un día tan duro...

Ella no dijo nada, sólo se me quedó mirando. La verdad es que me dio hasta un poco de vergüenza.
Tomé su mano y le puse la pulsera.

- ¿Te gusta?

- Mucho.

Tras decir esto, se acercó hacia mí y me besó. Su boca era un tanto torpe, se notaba que no tenía
experiencia. Yo tampoco tenía mucha, pero Loli besaba de otra forma. Así que la abracé y la besé
con pasión. Poco a poco mi lengua se introdujo entre sus labios y se encontró con la suya, que me
respondió con deseo.

Estábamos besándonos cuando ella tomó mi mano derecha y lentamente la condujo hasta su pecho,
apretándola contra él. Comencé a acariciarla con ternura, jugando con sus senos por encima de la
ropa. Sus pezones se marcaron rápidamente sobre la camiseta y yo los rocé levemente con la yema
de los dedos.

Ella se echó aún más sobre mí y su pierna izquierda presionó fuertemente contra mi pene, que a esas
alturas estaba como una roca. Lentamente deslizó su mano por mi pecho hasta llegar a mi cintura y
una vez allí comenzó a abrirse paso por el borde del pantalón.

Entonces unos golpes resonaron en el techo.

- Hemos llegado - gritó el cochero.

- ¡Maldita sea tu estampa! - pensé.

Miré a Marta con cara de resignación y vi la misma expresión reflejada en su rostro. Pensé en decirle
al cochero de dar otra vuelta, pero por la ventanilla vimos a los demás que estaban esperando.

- Ponte el jersey - le dije.

- ¿Por qué?

- Porque sino verán tus perfectos pezones marcados contra tu camiseta.

- Tienes razón - rió ella.

En ese momento me di cuenta de lo mucho que había cambiado Marta en un solo día. Si por la
mañana le hubiese dicho algo como eso habría enrojecido hasta la raíz de los cabellos.

Nos bajamos del coche y saludamos a los demás, que nos miraban con cara de asombro.

- ¿Dónde estabais? - inquirió Andrea, se veía que el enfado no se le había pasado.

- Por ahí - dijo Marta.


Y así quedó la cosa. Todos teníamos un aire enfadado. Se veía que aquellos tres no habían pasado
muy buena tarde y yo andaba quemado por haberme quedado a medias. A duras penas lograba tapar
mi erección con las bolsas de la compra.

La única que parecía risueña era Marta, que de tanto en cuanto, me echaba miradas de complicidad.

Por fin apareció Nicolás. Cargamos los paquetes en el maletero (una especie de caja con correas que
había en la trasera) y nos dispusimos a subir. En ese momento un trueno resonó en el cielo.

- Parece que va a llover - dijo Nicolás - será mejor bajar la capota.

- Sí - intervino Marta - además yo tengo frío, voy a coger la manta que hay detrás.

Así lo hicimos, mientras Nicolás, Ramón y yo echábamos la capota, las chicas colocaron la manta en
el asiento de atrás. Tardamos un poco, porque antes había que colocar una especie de pared de tela
que separaba los asientos delanteros de los traseros, quedando comunicados tan sólo por un hueco
en el centro. Cuando íbamos a subir Marta me dijo:

- Oye Oscar, pesas mucho ¿por qué no me llevas tú a mí?

Me quedé anonadado ¡había creado un monstruo!

- Bueno...

- Venga, que pesas más que cualquiera de nosotras.

Andrea ya se había subido, justo detrás de Ramón, supongo que para no verlo mucho, pero Marina
estaba con nosotros y miraba extrañada a Marta.

- ¿Estás segura Marta? - preguntó.

- Claro, a mí no me molesta ¿y a ti Oscar?

- No, no - resultó que al final el tímido era yo.

- Pues venga Marina sube.

Marina subió al coche, metiéndose bajo la manta como Andrea, yo subí a continuación, colocándome
junto a la puerta, justo tras Nicolás. Sujeté en alto la manta para que Marta pudiera taparse. Antes
de que Marta se subiera, Marina se inclinó sobre mí y me dijo:

- No hagas cosas raras ¿eh? Que te conozco.

- ¿Qué cosas hermanita? - le pregunté con descaro.

Ella se ruborizó un poco y me ignoró, arrebujándose bien bajo la manta.

Por fin subió Marta. Yo levanté la manta para que no le estorbara y ella se sentó directamente sobre
mi paquete. Fue demasiado. Marta cerró la puerta, se arropó bien y le gritó a Nicolás que arrancara.
Y partimos.
Aquello era una tortura. Mi pene se puso como una roca en un instante y se incrustó contra las nalgas
de Marta. Yo no me atrevía a hacer nada, pues mi hermana no nos quitaba ojo. Los demás no
importaban, Andrea miraba por la ventanilla y los de delante estaban separados de nosotros, pero
Marina estaba muy pendiente, aunque a Marta eso no le importaba.

Comenzó a apretar su culo contra mi polla, cada vez más fuerte. Yo la cogí de la cintura y trataba de
apartarla, pero ella estaba encima y yo no podía hacer movimientos bruscos. No sé cuanto estuvimos
así. Mis nervios estaban a flor de piel, pero el morbo de la situación me mantenía excitadísimo.

Entonces Marta me dio un ligero codazo:

- Mira - susurró.

Miré a la derecha y vi que tanto Andrea como Marina estaban dormidas.

- Pobrecitas - dije - soportar a ese imbécil durante todo el día debe ser agotador.

- Mejor para nosotros - dijo Marta riendo.

Nada me lo impedía ya, así que me dediqué a disfrutar. Solté la cintura de Marta, y fui deslizando
mis manos por sus muslos hasta llegar al borde de la falda. Lentamente, fui subiéndolas de nuevo,
esta vez por debajo de la ropa, sintiendo el tacto de las medias de mi prima.

- No te pares, sigue.

Como si yo fuera a parar. Recorrí con mis manos sus muslos, acariciando también su cara interna.
Subí las manos hasta alcanzar el borde de las medias, así noté que mi primita no llevaba ligas, sino
liguero.

Ella se echaba hacia atrás, reclinándose contra mi pecho. Volvía el cuello, acercando su rostro al mío,
buscando mis labios con los suyos. Su lengua encontró la mía, la verdad es que aprendía rápido.

Saqué una de mis manos de su falda y la metí bajo su jersey y su camiseta, llevándola hasta sus senos,
donde empecé a acariciarla. El sostén era un obstáculo insalvable, yo trataba de apartarlo, pero era
de esos con vainas metálicas y resultaba incómodo.

- Inclínate - le dije.

Ella obedeció, se echó un poco hacia delante y así tuve acceso a su espalda. Le subí el jersey y la
camiseta hasta la nuca y ella los sujetó con la mano. Con torpeza, solté el broche del sujetador y se
lo saqué por delante, dejándolo sobre la manta. Besé con pasión su espalda, de piel blanca, sedosa,
recorrí su columna con mi lengua, lo que hizo que un estremecimiento sacudiera su cuerpo.

Volvió a echarse hacia atrás y yo la besé en el cuello, en las sienes, tras las orejas. Leves gemidos
escapaban de sus labios. Llevé mis manos hasta sus pechos, completamente libres ahora, los apreté,
los acaricié, los recorrí palmo a palmo. Rocé sus pezones con mis dedos, eran como piedras al rojo.

Seguí tocándole los pechos con una mano y metí la otra nuevamente bajo su falda. Esta vez no me
entretuve mucho y la llevé directamente a su destino. Froté con la palma sobre las bragas, estaban
empapadas. Aferré su coño con la mano, lo que la hizo dar un gritito. Yo, sobresaltado, miré de reojo
a mi derecha y pude ver perfectamente cómo uno de los ojos de mi hermana se cerraba.
¡Marina estaba otra vez espiándome! ¡Me estaba viendo liarme con Marta y no decía nada! Aquello
me excitó todavía más. Pues si quería espectáculo, lo iba a tener. Decidí que Marta necesitaba
todavía más marcha, así que intenté introducir mis dedos por el lateral de sus bragas. El problema
era que se trataba de bragas de esas anchas, que cubrían hasta medio muslo. El acceso era difícil.

- Espera - dijo Marta.

Levantó su trasero de mi entrepierna y se encogió un poco. Al ponerse en pié su trasero quedó frente
a mi cara. Lo besé por encima de la falda.

- Jolín, te he dicho que esperes.

Marta se arremangó la falda, enrollándola hasta su cintura. Entonces metió sus dedos por el borde
de sus bragas y se las bajó. Frente a mi rostro estaba un culo en pompa de los que quitan el hipo. Sin
pensármelo agarré sus nalgas con las manos y las besé.

- Estáte quieto idiota - susurró Marta en equilibrio precario.

Yo, por toda respuesta, le di un leve mordisco en una nalga.

- ¡Ay! - rió Marta - ¡Guarro!

Se dejó caer de nuevo sobre mi polla, que estaba a punto de estallar en su encierro. Marta dejó sus
bragas sobre la manta, junto al sujetador y nos arropó de nuevo.

- Como alguien se despierte y vea tus bragas ahí, nos va a costar explicarlo...

- Tienes razón.

Cogió las bragas y el sostén y las metió bajo la manta, pero se lo pensó mejor y, bajando el cristal de
la ventanilla, los arrojó a la carretera, dejando la ventanilla un poco abierta. Aquello me puso a mil.

- ¡Joder Marta!

- ¿Qué? - me dijo con una sonrisa pícara.

- ¿Ahora irás sin bragas todo el rato!

- Y sin sujetador, querido - dijo mientras volvía a besarme.

Poco a poco reiniciamos las caricias. Seguimos justo por donde lo dejamos, metí una mano bajo su
jersey y la otra bajo su falda, ahora el camino estaba libre de obstáculos.

Cuando introduje mi mano en su coño, arqueó violentamente la espalda.

- ¡Aaahhhh...! - exclamó.

- Shissst, calla - siseé yo.

Suavemente, comencé a masturbarla. Recorría su raja con mis dedos, deslizándolos fácilmente
gracias a lo mojada que estaba, hasta llegar al clítoris, donde me detenía. Se lo acariciaba
delicadamente, con un solo dedo, recorriendo su contorno. Entonces lo pellizcaba levemente con
dos dedos, lo que la estremecía. Para acallar sus gemidos, volvió su cabeza y nos besamos.

Mientras una mano se hundía en sus entrañas, la otra festejaba en sus senos. Los amasaba con
fruición, con pasión. Sus pezones hubieran podido cortar cristal, así de duros estaban.

Mis dedos abandonaron momentáneamente su clítoris, bajaron un poco y se perdieron en su


interior. Le metí la mano entera, menos el pulgar, apretando con fuerza. Mis dedos entraron sin
problemas, pues estaba muy lubricada. Empecé un movimiento de penetración y ella comenzó a
mover las caderas acompasadamente.

Dejó de besarme un instante y me mordió el labio con pasión.

- Más fuerte - dijo - más fuerte.

Yo obedecí con presteza, hundiendo mis dedos en su interior con mayor violencia.

- Ahhhh. Diossss - noté que iba a gritar, así que saqué la mano de sus tetas y le tapé la boca, mientras
mi otra mano continuaba su trabajo. Ella me mordió con fuerza.

Noté cómo el orgasmo devastaba su cuerpo. Olas eléctricas la recorrían, haciendo que sus caderas
se movieran de forma espasmódica. Sentía que la mano que había en su coño estaba empapada, sus
flujos chorreaban y mojaban mi pantalón.

Por fin, se calmó y se recostó contra mi pecho. Su respiración era muy agitada.

- Ha sido... Ufff. Increíble.

- Desde luego, mira me has pringado el pantalón.

Ella se incorporó un poco y miró mi regazo.

- Habrá que remediarlo - dijo con sonrisa pícara.

Intentó desde su postura desabrochar mi pantalón, pero no podía, así que tuve que hacerlo yo.

- Hasta abajo - me dijo.

Así lo hice, me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos. Ella se sujetó la falda y se dejó
caer nuevamente sobre mí, sólo que esta vez el contacto entre mi polla y su trasero era directo.

Comenzó a mover el culo de delante a atrás, jugueteando y aquello me excitaba aún más.

- ¿Te gusta? ¿Eh? ¿Te gusta? - me decía mientras deslizaba el culo sobre mi polla.

De pronto se paró.

- Quiero verla - dijo.

- Es toda tuya.

Intentó girarse, pero resultaba incómodo, así que se levantó de nuevo y me dijo:
- Deslízate un poco hacia abajo.

Yo comprendí lo que quería. Me eché un poco hacia delante, de forma que ella, al sentarse, lo hacía
sobre mi ingle quedando mi picha un poco más abajo. Así lo hicimos, mi polla quedaba justo entre
sus muslos, y totalmente pegada a su raja. Podía sentir el calor y la humedad de sus labios vaginales
junto a mi miembro. Era enloquecedor.

Marta metió la cabeza bajo la manta, mirando su entrepierna.

- ¡Vaya, parece que ahora tengo polla!

Oírla decir tacos era aún más erótico.

- ¡Hola, pajarito...! - dijo mientras rascaba ligeramente la punta de mi capullo con sus uñas.

- Marta, no juegues más, me estás volviendo loco.

- Bueno, pero ¿qué hago?

- Espera.

Rodeé su cintura con mis manos y busqué mi polla. Con cuidado comencé a colocarla entre sus labios
vaginales, no penetrándola, sino en medio, como si fuera un sándwich.

- No, eso no - dijo alarmada - si me follas sé que no me podré contener, me pondré a gritar y se
despertarán.

- Tranquila, no quiero meterla, sólo voy a frotarla.

Tomé una de sus manos y la puse sobre su coño, manteniendo así mi polla entre sus labios.

- Ah, ya entiendo - dijo, y ni corta ni perezosa comenzó a subir y bajar lentamente su cuerpo.

Yo empuñé sus pechos con mis manos, ayudando a su movimiento de sube-baja usándolas como
asidero. ¡Dios, qué placer! Mi polla disfrutaba como nunca, el calor que sentía en ella era excitante,
la humedad que notaba lo era más, sus pechos, duros como rocas también...

Disfrutábamos como locos, Marta cabalgaba cada vez más violentamente, parecía darle igual que se
despertase la gente. De hecho si mi hermana no hubiese estado ya despierta, sin duda lo habría
hecho. Con frecuencia me he preguntado si Andrea no estaría despierta también.

Por fin llegamos ambos al clímax, el semen surgió con violencia de mi polla, salpicando sus muslos.
Gorgoteos sin sentido escapaban de sus labios, mientras yo apretaba los míos para no gritar. Había
sido increíble.

Noté cómo Marta empezaba a limpiarnos a los dos con un trapo. Con él, fue quitando los restos de
semen, primero de mi polla y después de entre sus piernas. Era mi pañuelo, el de los mocos.

- De verdad que eres guarra - le dije.

- Siempre seré tu guarra - me contestó y mientras me daba un largo y profundo beso, guió una de
mis manos hasta su coño, donde apretó con fuerza.
Ya más calmados, nos arreglamos la ropa lo mejor que pudimos. Tiramos el pañuelo por la ventanilla
y la dejamos abierta del todo, para que se fuera el olor a sexo que inundaba el habitáculo. Marta
volvió a reclinarse sobre mí, esta vez no de espaldas, sino de costado, se acurrucó en mi pecho y al
poco rato estaba dormida.

Yo iba pensativo, con el agradable peso de Martita sobre mi regazo. En eso me acordé de Marina.
¡Menuda guarra estaba también hecha! La miré y seguía aparentando estar dormida. Con cuidado
levanté la manta para echar un vistazo. Marina se movió bruscamente y una de sus manos cambió
de postura.

Al mirar debajo de la manta, vi que la falda de su vestido estaba subida hasta la cintura. Sin duda mi
hermanita había tenido bien hundidos los dedos en su coño mientras yo me enrollaba con Marta.

- Marina, ¡eh!, Marina - susurré.

Pero ella seguía haciéndose la dormida. Me quedé pensativo un segundo y me decidí. Deslicé mi
mano derecha bajo su falda, ella ni pestañeó. La llevé lentamente hacia su coño, acariciando su muslo
hasta llegar a sus bragas. Éstas estaban apartadas, echadas hacia un lado, con lo que el acceso estaba
libre. Con delicadeza, hundí dos dedos en su interior, estaba mojadísima y un delicioso gemido
escapó de su garganta:

- Aaahhh.

Sonriendo, saqué los dedos de su coño y los llevé a mi boca, chupándolos lentamente.

- Deliciosa - le dije a Marina al oído, pero ella siguió fingiendo estar dormida.

- Otra vez será - dije en voz alta y me puse a mirar por la ventana.

Pocos minutos después, empezó a llover con fuerza. Andrea y Marina despertaron, pero Marta no,
pues seguía dormida acostada sobre mi pecho, mientras yo acariciaba con cariño su espalda por
debajo de la manta. No conversamos, viajábamos en silencio.

El camino estaba enfangándose, pero, afortunadamente, faltaba poco para llegar a casa, aunque
tuvimos que desviarnos un poco para dejar a Ramón en la suya. Como llovía, no pudo entretenerse
mucho en la despedida, cosa que agradecí. Poco después regresábamos al hogar.

Las chicas usaron la manta a modo de paraguas y corrieron dentro, mientras, Nicolás y yo sacábamos
los paquetes del maletero y nos apresuramos a seguirlas. Al poco de entrar en la casa, la lluvia
amainó, había sido un simple chaparrón primaveral.

Había sido otro día increíble. Todos estábamos muy cansados, por lo que tomamos un poco de sopa
y nos fuimos a dormir.

- Mañana será otro día - pensé.

CONTINUA

Casanova (03: La fiesta)


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En este capítulo, el protagonista pierde por fin la virginidad, lo que le abrirá
un infinito número de posibilidades.
CASANOVA: (3ª parte)

LA FIESTA:

El día siguiente amaneció radiante. El sol brillaba con fuerza en un cielo sin nubes, parecía como
si la lluvia del día anterior hubiese sido un sueño, aunque el delicioso olor a tierra húmeda que
penetraba por la ventana demostraba que no era así.

La mañana transcurrió sin incidentes. Todo el mundo estaba muy ajetreado con los preparativos
de la fiesta, pues además de todo lo que quedaba por hacer, la lluvia había estropeado algunos
adornos que habían puesto el día antes. Afortunadamente, no eran demasiados, pero la gente
trabajaba sin descanso.

Yo me pasé la mañana ayudando en lo que podía, llevando platos, manteles, colgando


guirnaldas... En un par de ocasiones me crucé con Marta, yo le guiñaba un ojo y ella me dedicaba
una sonrisilla pícara, pero no pasó nada más.

Estuve ayudando a Antonio con las sillas, y aproveché para regalarle una de las navajas que había
comprado:

¡Caray, gracias! - dijo admirándola.

No es nada, mira yo tengo otra igual - le dije enseñándole la mía.

¿Y esto a qué se debe?

Bueno, no lo interpretes como un soborno, porque no lo es, pero ayer me ayudaste y esto
es sólo una pequeña muestra de agradecimiento.

No tenías por qué, ya te dije que yo también he echado mis vistazos por esa ventana.

Lo sé, pero quería agradecértelo de alguna forma. Y como dijiste que los hombres
debemos ayudarnos, pensé que te podría venir bien para tu trabajo. Somos amigos ¿no?

¡Pues claro! - dijo palmeándome la espalda.

Estuve toda la mañana trabajando y parte de la tarde. La verdad es que estaba un poco harto y
quería escaparme, así que cuando vi a Nicolás preparando el coche me acerqué y le pregunté que
adonde iba:

Tengo que ir al pueblo a recoger unas cosas y después a la estación a recoger a Mrs.
Dickinson, que regresa de casa de su tía.

¡Ah! ¡Pues me voy contigo!


Corrí dentro de la casa a pedir permiso a mi padre y regresé con Nicolás, que me esperaba sentado
al volante. Había quitado la capota del coche, pues la tarde era muy agradable.

¡Vamos! - exclamé mientras subía.

Haces lo que sea con tal de escaquearte ¿eh? - dijo riendo.

Vamos, Nico, ¡antes de que me pillen! - reí yo también.

El trayecto fue muy agradable. Nicolás no solía ser muy conversador, pero conmigo se llevaba
bien. Hablamos de muchas cosas y yo trataba de averiguar si había notado algo la tarde anterior.

Bonito viaje el de ayer - dije.

Sí, ¿verdad?

Me lo pasé estupendamente.

¡Ya lo supongo! - exclamó en un tono que hizo que enrojeciera, así que cambié de tema.

Ese Ramón es un imbécil.

Yo no me meto en esas cosas.

Vamos Nico, no me digas que no lo has notado.

Me miró durante un segundo.

Un imbécil integral - dijo, y yo estallé en carcajadas.

¿Te dio mucho la tabarra en el viaje de vuelta? - le pregunté.

¡Bah!, no mucho. No parecía tener muchas ganas de conversar; me limité a ignorarle y al


poco se durmió.

Ya veo.

Nico volvió a mirarme y dijo:

Así que me limité a conducir en silencio.

¿A qué viene eso? - pensé.

¡Tu prima es muy escandalosa! - dijo mientras reía con ganas.

Yo me puse coloradísimo, quería que se abriera la tierra y me tragara.

Vamos, vamos, no te enfades. Si no pasa nada.

........

Desde luego, has salido a tu abuelo.


Sí - dije yo con cierto orgullo.

Nicolás me revolvió el pelo y siguió conduciendo. La conversación derivó (para mi alivio) hacia
otros temas. Por fin, llegamos al pueblo. Aparcamos junto a la estación (en realidad era un
apeadero) y fuimos andando a un par de tiendas. Nos entretuvimos bastante y Nicolás parecía un
poco nervioso.

¿Qué te pasa?

Que estamos tardando mucho y el tren de Mrs. Dickinson debe estar al llegar.

Oye, si quieres quédate tú aquí y yo voy a buscarla.

No sé - dijo dubitativo - si te pasa algo me matan.

Oye, que ya no soy un crío.

Él me miró divertido.

No hace falta que lo jures.

.........

Bueno, vale. Mira, vuelve al coche y espérala allí, quedé con Mrs. Dickinson en que ella
vendría.

Vale.

Salí de la tienda y me dirigí al coche. Esperé allí unos minutos, pero me aburría, así que decidí ir a
estirar las piernas. Fui al apeadero, no sé muy bien por qué. El guarda estaba fuera de su casilla
con un farol en la mano, así que el tren debía estar a punto de llegar.

En un banco situado al fondo, en el rincón más oscuro, había una pareja haciéndose arrumacos.
Esto era algo desacostumbrado en la época, que la gente hiciera algunas cosas en público, pero
como allí no había nadie más, supongo que se habían relajado un tanto.

Yo les miraba de vez en cuando, sin mucho interés y vi cómo en una ocasión se besaban.

¡Bien por ellos! - pensé.

Decidí no molestarles, así que me alejé hasta el otro extremo del apeadero para esperar el tren.
Por fin, se oyó el familiar sonido de la locomotora y una columna de humo apareció a lo lejos. El
guarda movía su lámpara de un lado a otro y poco después el tren paraba junto a él.

La pareja se levantó en ese momento y se acercaron al tren. Se dieron un apasionado beso de


despedida y el hombre subió a un vagón. Fue entonces cuando me di cuenta de que la mujer no
era otra sino Mrs. Dickinson.

El tren arrancó después de que bajaran un par de personas cargadas con maletas. Yo me quedé allí
en medio, boquiabierto. Dicky se despidió con la mano del tren que salía y entonces me vio. Puso
una cara de sorpresa indescriptible. Rápidamente vino hacia mí y me zarandeó de un brazo.
¿Se puede saber qué haces tú aquí?

Yo... he venido con Nicolás para recogerla - balbuceé.

¿Y qué has visto?

Entonces me di cuenta de que la tenía en mis manos. ¡Una dama inglesa morreándose por ahí con
un tío!

He visto que no venía en el tren - dije con aplomo - y que se estaba besando con ese
hombre.

El alma se le cayó a los pies. El espanto se reflejó en su cara, seguro que pensó que iban a
despedirla.

Señorita Dickinson.

.......

No se preocupe, yo no le voy a decir nada a nadie, se lo prometo.

Ella me miró fijamente.

¿Cómo?

Que no se lo contaré a nadie. Confíe en mí.

¿De veras?

Sí, de verdad. Mire, yo no sé lo que estaba usted haciendo ni por qué, pero creo que sea
lo que sea no es asunto mío. Usted siempre ha sido buena conmigo y no quiero que eso
cambie.

Me miró dulcemente.

¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?

Se lo prometo.

Sabes que si cuentas algo podrían despedirme.

Sí lo sé, pero no se preocupe.

Gracias - me dijo besándome en la mejilla.

Volvamos al coche. ¡Espere! Yo llevo su maleta.

Regresamos y yo metí su maleta (que pesaba poco pues era sólo para dos días) en el maletero.
Ella se sentó delante y yo detrás.

Aunque yo no le pedí explicaciones, comenzó a largarme una historia, de que si se trataba de su


prometido, que era un hombre muy bueno pero sin dinero, que antes de casarse quería hacer
fortuna, que se habían visto en el pueblo de su tía y él la había acompañado de regreso en un tren
por la mañana... Una sarta de mentiras vaya. Yo, con una mente mucho más adulta de lo que Mrs.
Dickinson sospechaba, deduje la verdad. Aquel tipo era su amante y en cuanto Dicky supo que
iba a tener dos días libres, lo avisó y el tipo vino perdiendo el culo, alquilaron alguna habitación
por allí cerca y se dedicaron a follar como conejos.

¡Vaya con Dickie! - pensé mientras ella hablaba - Supongo que es normal, todos tenemos
nuestras necesidades.

Poco después regresó Nicolás cargado de paquetes. Le ayudé a ponerlos en el maletero y nos
subimos en el coche. Saludó a Mrs. Dickinson educadamente y arrancó.

El viaje de regreso también fue muy rápido. Como quiera que Nicolás no era muy buen
conversador, Dickie charlaba conmigo. Hablamos de la fiesta y de los preparativos.

Tras llegar, Nicolás y yo nos encargamos de los paquetes mientras Mrs. Dickinson saludaba a
todo el mundo.

Poco después me avisaban para cenar. Fui a la cocina y allí estaban Marina y Marta sentadas a la
mesa.

Siéntate aquí - dijo Marta dando palmaditas en la silla que había a su lado.

Yo obedecí sin rechistar, me senté y vi que Marina me miraba con disimulo.

Luisa me puso el plato por delante y se marchó, dejándonos solos y yo empecé a comer. Marta
charlaba con Marina alegremente, sobre los vestidos y la fiesta. Como la cosa no iba conmigo,
seguí comiendo, aunque mientras, mi mente se dedicaba a pensar en cómo aprovecharme del
secreto de Dickie.

Estaba completamente abstraído cuando, de repente, noté una mano sobre mi muslo. No pude
evitar dar un respingo. Era Marta, sin que me diera cuenta, había deslizado su brazo bajo la mesa,
y ahora se dedicaba a acariciar mi pierna cada vez más arriba.

Mientras me metía mano, seguía charlando animadamente con Marina, sin mirarme siquiera.
Marina, en cambio, sí que me miraba. Yo me había puesto bastante rojo, y estoy seguro de que
ella sabía lo que estaba pasando, pero no dijo nada.

La mano de Marta alcanzó mi paquete y empezó a apretarlo con fuerza. Ni que decir tiene que mi
polla se puso enseguida como un leño y mi prima me la agarró con firmeza, pajeándome
suavemente por encima del pantalón. De pronto, me apretó con fuerza.

¡Ay! - exclamé yo pegando un bote.

¿Te pasa algo primito? - dijo con una voz de zorra que yo nunca le había oído antes y sin
parar de sobarme.

No, nada, me ha dado un calambre.

Eso es porque estás muy tenso. Relájate hombre.

Será puta - pensé.


Miré a mi hermana y vi que estaba roja como un tomate. Marta también lo había notado, pero no
parecía importarle. Decidí provocarlas un poco, así que dejé de comer. Puse mis manos sobre la
mesa y retiré mi silla unos centímetros, permitiendo a Marta obtener un mejor acceso.

Marta se quedó momentáneamente sorprendida y dejó de acariciarme. Me miró y yo le sonreí.


Ella también me sonrió y reanudó su masaje, sólo que ahora se notaba perfectamente lo que
estaba haciendo. Marta me miraba a mí y yo miraba fijamente a Marina, completamente roja y
con los ojos clavados en su plato.

Seguimos así unos minutos, pero entonces regresó Luisa.

¿Habéis acabado?

Yo sí, Luisa - dijo Marta alegremente y se levantó, dejándome completamente excitado.

Yo la miraba suplicante, pero ella me sonrió divertida y se marchó, dejándome con una
empalmada de narices.

Marina y yo seguimos comiendo. Yo estaba excitadísimo y la miraba descaradamente mientras


comía. Pude ver que sus pezones se marcaban duros sobre su jersey, aunque ella hacía lo posible
por ocultarlo echándose hacia delante.

Ya he acabado, Luisa - dije poniéndome en pié.

Lentamente rodeé la mesa, caminando con la espalda muy recta para que Marina pudiera ver bien
mi paquete. Llegué junto a ella, que miraba fijamente su plato, evitando mirarme. Me puse a su
lado y le di un tierno beso en la mejilla.

Hasta luego hermanita - dije y me marché.

Busqué como loco a Marta. No me costó mucho encontrarla pues estaba en la calle, junto a la
puerta principal.

¡Serás zorra!

Te ha gustado, ¿eh? - dijo sonriéndome con picardía.

¿Tú que crees? - dije señalándome el paquete.

Ya veo que sí.

Joder, Marta. Cómo has cambiado en dos días.

Para mejor ¿verdad?

Desde luego.

Eres un sol - dijo y tras echar una mirada alrededor para asegurarse de que no había
nadie, me besó.

Yo inmediatamente llevé mis manos a sus pechos.


¡Quieto!, que nos pueden ver.

Que nos vean - dije yo, pues mi cabeza no razonaba demasiado.

Sí hombre, nos ve mi madre o la tuya y nos matan.

El simple hecho de recordar a mi madre enfadada bastó para calmarme.

Bueno, pero esta noche iré a tu cuarto - dije.

De eso nada.

Ya lo veremos. Esta noche te follo.

Ella rió divertida.

Eres un guarro.

Sí, y tú más. Pero esta noche vas a saber lo que es bueno - dije.

Lo siento, pero no va a poder ser.

¿Cómo?

Verás - dijo un poco cohibida - esta noche no puede ser...

¿Por qué?

Cosas de chicas.

Entonces recordé lo que me había contado el abuelo sobre las mujeres.

Estás con la regla - dije.

¡Niño! ¡Qué sabes tú de eso!

Lo bastante como para saber que no vamos a poder follar ¡mierda! - dije en tono
apesadumbrado.

Bueno, ten paciencia, sólo serán un par de días. De todas formas, puedes venir a mi
cuarto y hacemos "cositas".

Ya veremos.

La verdad es que no me entusiasmaba mucho la idea, nunca había visto la regla de una mujer,
pero el saber que sangraban me cortaba un poco el rollo.

¿Qué te parece Marina? - preguntó de sopetón.

Eso iba a decirte ¿cómo se te ocurre hacerlo delante de ella?

Sí, ya, que tú te has cortado mucho.


No es por eso, es que se ha dado cuenta.

No te preocupes. La verdad es que le pasa como a mí, siente deseos, pero no quiere
reconocerlo.

¿Vosotras habláis de eso?

Claro.

¿Le has contado lo de ayer?

No, pero no importa. Mientras lo hacíamos ella simulaba estar dormida, pero en realidad
estaba espiándonos.

¿En serio? - fingí.

Sí. Y no sólo eso, me di cuenta de que se estaba tocando bajo la manta.

¡No me jodas!

Es verdad, te lo juro.

¡Vaya con Marina!

Seguimos charlando un rato, hasta que vino mi tía Laura a decirnos que era hora de acostarse, que
el día siguiente iba a ser muy largo. Al entrar, vi a Marina al pié de las escaleras, nos dirigió una
mirada y subió sin hablarnos.

Fui a mi cuarto, me desnudé y me puse el pijama. Me metí en la cama y esperé un rato. Mi madre
pasó a desearme buenas noches y me dio un beso. Permanecí despierto un buen rato, hasta que
poco a poco el silencio fue apoderándose de todo.

No podía dormir, era lógico pues estaba muy excitado. Decidí hacerme una paja para aliviarme un
poco, pero pronto me di cuenta de que no era tan bueno como con Marta.

¡Qué le vamos a hacer! - pensé - iré a su cuarto.

Silenciosamente salí de mi cuarto y caminé por el pasillo de puntillas. En un lado del mismo
estaban los cuartos de mis padres, de mi tía Laura, dos cuartos vacíos y un baño. En el otro estaba
primero el mío, después uno vacío, el de Andrea, el de Marina y otro vacío más. El último era el
de Marta.

Hacia allí me dirigí sigilosamente, pero al pasar frente al de mi hermana escuché un leve gemido.
Me quedé parado, con el oído atento y poco después volví a escuchar un suspiro. Lentamente, me
asomé por el ojo de su cerradura. Estaba bastante oscuro, por lo que no veía bien, sólo distinguía
que Marina se agitaba sobre las sábanas.

Me quedé mirando, pero no se veía con claridad. De vez en cuando distinguía una pierna que
surgía de entre las sábanas y se encogía voluptuosamente, mientras se oían gemidos de placer. Mi
hermanita se estaba haciendo una paja. Me saqué la polla del pijama, dispuesto a hacer lo mismo,
pero no resultaba divertido, no veía bien. Entonces se me ocurrió. Volví a guardármela en el
pijama y me puse en pié. Abrí la puerta con cuidado y asomé la cabeza. El movimiento en la cama
cesó de golpe.
Marina - susurré - ¿estás despierta?

No hubo respuesta. Entré al cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me acerqué despacio a la cama.
No veía bien, así que abrí las cortinas para que entrara un poco de claridad.

Allí estaba Marina. Yacía destapada, con las sábanas hechas un lío a un lado. Vestía un camisón
largo, pero estaba arremangado hasta medio muslo. El cuello del camisón era de botones, aunque
estaban todos desabrochados, dejando entrever el comienzo de sus senos. Llevaba el pelo suelto,
extendiéndose lujurioso sobre la almohada, enmarcando su delicado rostro. En su frente brillaban
tenues gotitas de sudor y su respiración era agitada.

Marina - volví a susurrar, esta vez junto a su oído.

Sus ojos seguían cerrados. Ella continuaba fingiendo estar dormida. Se iba a enterar.

Con cuidado me senté en el colchón junto a ella. Recorrí su cuerpo con mis ojos, ¡Dios qué
hermosa estaba!. Apoyé mi mano en su rodilla, y lentamente la deslicé por todo su cuerpo. La
pasé por su muslo y la llevé a su coño, todavía tapado por el camisón, donde apreté levemente.
Marina dio un pequeño respingo, pero siguió "dormida". Llevé mi mano sobre su vientre, su
estómago y llegué a sus pechos, que amasé por encima de la ropa.

Ella seguía como si nada, así que decidí continuar. Abrí el escote de su camisón y ante mí
aparecieron sus pechos. Eran un poco menores que los de Marta, pero a mí me parecieron divinos.
Estaban duros como rocas y sus pezones, tiesos, apuntaban al techo con descaro. Me incliné sobre
ellos y los besé. Recorrí con mi lengua sus tetas, sin dejar un centímetro libre. Me detuve en sus
areolas, que lamí con delicadeza. Chupé sus pezones, como si fuese un niño pequeño tratando de
mamar.

Uuuuummm - gimió.

Levanté la cabeza, pero sus ojos seguían cerrados. Estaba decidida a no reconocer lo que estaba
pasando, así que yo me dediqué a disfrutar.

Volví a hundir la cara en sus senos, que seguí chupando con fruición. Llevé mi mano hasta el
borde del camisón y la metí por debajo, acariciando sus muslos, subiendo hasta su coño. Estaba
empapada.

Abandoné mi posición y me coloqué de rodillas a los pies de la cama. Volví a recorrerla con la
mirada. Estaba increíble. Tenía el camisón subido hasta la cintura de forma que sus piernas se
mostraban en todo su esplendor. Sus pechos asomaban por el escote, brillantes por el sudor y por
mi propia saliva. Su cabeza reposaba sobre la almohada, con la frente perlada de sudor. Sus ojos
se mantenían cerrados, pero su boca estaba entreabierta, jadeando levemente. La polla me latió en
el pantalón.

Separé sus piernas y su coño se ofreció a mí, tentador. No me lo pensé dos veces y hundí mi cara
en él. Comencé a recorrer su chocho con la lengua mientras introducía un dedo en su interior. Las
paredes de su vagina aprisionaron mi dedo, ¡era tan estrecho! ¡cómo sería meter la polla allí!.
Seguí metiendo y sacando el dedo mientras con los labios estimulaba su clítoris.

Marina arqueaba la espalda, levantando un poco el culo del colchón, permitiéndome así ir más
adentro. Yo no entendía cómo podía seguir fingiendo que dormía, pero lo cierto es que me daba
igual, sólo quería comerme aquel glorioso coño.
Aaahhhh - exclamó.

Se corrió con fuerza. Mi boca se inundó de líquidos, que bebí con placer, aunque la mayor parte
escurrían por mi barbilla y empapaban las sábanas. Seguí chupando durante unos segundos, hasta
que su cuerpo se relajó.

Bueno, ahora me toca a mí - dije en voz alta.

Abrí sus piernas y me coloqué en medio. De un tirón me bajé el pijama y mi picha brincó
orgullosa. Estaba a punto de intentar clavársela cuando me fijé en que volvía la cara hacia un lado
con expresión pesarosa, como si no quisiera verlo. Me di cuenta de que aún no estaba preparada
para ese paso, así que desistí.

Pero yo no podía quedarme así, por lo que me levanté volví a sentarme a su lado.

Como quieras - susurré - pero no vas a dejarme así.

Comencé a masturbarme con una mano, y con la otra me apoderé de sus tetas. Estuve así un rato y
entonces se me ocurrió una cosa. Cogí su mano y la coloqué sobre mi miembro, de forma que lo
empuñase. Puse mi mano sobre la suya y reanudé la paja sin dejar de sobarle los pechos.

Fue un cascote genial, era como si me lo hiciera ella. Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar.
Poco a poco fui incrementando el ritmo. No estoy seguro, pero en un par de ocasiones me pareció
notar cómo sus dedos apretaban levemente mi excitado pene.

La corrida fue bestial, chorros de leche surgían de entre sus dedos y manchaban la cama. Me
incorporé un poco y apunté hacia su blanco vientre, dejándolo todo pringado. Tras terminar, la
cogí por la muñeca y extendí todo el semen por su barriga usando su propia mano.

Disimula esto si puedes - pensé.

Una vez aliviado, me puse en pié, colocándome bien el pijama. Le eché un último vistazo, la
visión era excitante, estaba allí, desnuda, con el camisón hecho un guiñapo, sudorosa, jadeante,
con el vientre lleno de mi semen. Casi me empalmo de nuevo.

- Que duermas bien hermanita - le dije y la besé tiernamente en los labios.

Salí con cuidado de la habitación. Pensé en ir a la de Marta, pero ya estaba satisfecho por ese día,
así que me fui a mi cuarto.

Mañana será un día muy largo - pensé.

Poco rato después, me dormí.

Había llegado el día de la fiesta. Cansado por mis correrías nocturnas, esa mañana me levanté
tarde. Todo el mundo andaba muy ajetreado, por lo que nadie pareció darse cuenta. Bajé a
desayunar y después tomé un baño, esta vez sin incidentes. Volví a subir y me puse el traje de
fiesta, camisa, pantalón por encima de la rodilla, corbata y chaqueta.

Me dediqué a pasear por la casa, tratando de encontrarme con Marta o con Marina, pero las chicas
estaban todas en la habitación de mis padres, junto con mi madre y tía Laura. Supongo que
estarían arreglándose.
A media mañana, comenzaron a llegar los invitados, y mi abuelo, como buen anfitrión, los recibió
uno a uno en la entrada, conduciéndolos hasta el prado delantero, donde se celebraba la fiesta. Vi
que trataba muy amablemente a todo el mundo, pero su trato era especialmente exquisito con las
señoras (y señoritas) de buen ver. Me pregunté que a cuantas de aquellas mujeres habría catado ya
el abuelo.

Yo me pegué a él como una lapa e iba saludando a los invitados con educación. A la fiesta
acudieron todos nuestros vecinos, los Sánchez, los Salvatierra, los Pérez y por supuesto los
Benítez, incluyendo al imbécil de Ramón y a su preciosa hermana Blanca.

En total debía de haber unos 100 invitados y entre ellos, había un buen puñado de chicos y chicas
de 14 o 15 años.

La gente se distribuyó por el prado, charlando alegremente y bebiendo lo que los criados
contratados les servían.

Poco después, apareció la homenajeada. Mi tía Laura estaba preciosa, con un vestido floreado con
los hombros descubiertos. Mi madre, mi hermana y mis primas la escoltaban y todas estaban tan
hermosas como ella. Las chicas llevaban los vestidos adquiridos en la ciudad y la verdad es que
todas acertaron plenamente en su compra. Estaban absolutamente divinas. Los ojos de todos los
hombres que allí había convergieron en un mismo lugar. De todas ellas, la única que se veía un
tanto incómoda por tanta atención era Marina. Mi abuelo y yo nos acercamos a las damas y les
dijimos lo absolutamente radiantes que estaban todas.

Poco a poco, la fiesta se puso en marcha, alguien encendió el gramófono de mi abuelo y la música
comenzó a sonar. La gente bailaba, bebía y reía, todo el mundo parecía pasarlo bien.

Mis padres y mi abuelo actuaban como anfitriones, moviéndose entre los invitados, asegurándose
de que estuvieran bien atendidos; mi tía, al ser la homenajeada, estaba sentada frente a una mesa,
aguantando estoicamente las felicitaciones de todo el mundo. Mi hermana no se separaba de ella,
supongo que para no tener que ir con Marta.

Porque Marta andaba por allí coqueteando con todos los jóvenes; a su alrededor se había formado
un corro de hombres de entre 17 y 20 años que se dedicaban a satisfacer todos sus caprichos.
Parecía Escarlata O´Hara.

Ese era el papel que en otras ocasiones había realizado Andrea, pero ya no parecía tan interesada
en flirtear con todos los chicos. Por desgracia, había hecho las paces con Ramón y andaba por allí
prendida de su brazo riendo de nuevo sus estupideces.

En algunas ocasiones mis ojos se encontraban con los de Marina, que apartaba rápidamente la
mirada. Sin embargo, no me dijo absolutamente nada acerca de los incidentes de la noche
anterior. Parecía haber decidido seguir ignorándolo, como si nada hubiera ocurrido.

Yo allí no pintaba nada, así que me uní a un grupo de niños y niñas de 13 o 14 años de edad que
jugaban por ahí. Sin duda, yo era el más maduro de todos, pero todavía tenía 12 años, por lo que
una buena partida de pilla-pilla o de pídola me divertía tanto como antes. Así que me libré de la
chaqueta y la corbata y me puse a jugar.

De todas formas, procuré obtener un poco de diversión extra. En el grupo había dos chicas
bastante atractivas y yo procuraba "jugar" con ellas.
Cuando se agachaban para jugar a pídola, yo pasaba descuidadamente por detrás y palpaba con mi
mano sus juveniles traseros. O al jugar a pillarnos procuraba agarrarlas de ciertas protuberancias
que se marcaban claramente en sus vestidos.

En todas las ocasiones, me miraban con enojo, con los rostros muy rojos, e incluso me llamaron
"guarro" en más de una ocasión, sin embargo, ninguna de ellas se marchó y yo notaba que
siempre procuraban andar alrededor mío.

Con estos jueguecitos, el tiempo transcurrió deprisa. Llegó la hora de comer y todos nos sentamos
alrededor de las mesas allí dispuestas. Hubo mucha comida y bebida, e incluso algunos, bastante
borrachos, se animaron a cantar. Fue todo muy divertido y la mañana se pasó volando.

Por la tarde, se preparó café para los mayores y chocolate para los niños. Se extendieron mantas
en el prado y la gente se sentó a descansar, tomándose el café acompañado de pasteles.

Antes de cortar la tarta, llegó la hora de los regalos. Hubo muchos y de todo tipo. Mi tía volvía a
estar sentada ante una mesa, recibiendo los regalos de todo el mundo y volviendo a soportar las
felicitaciones. Mi abuelo fue el primero en darle su regalo; se trataba de un maravilloso collar de
perlas auténticas, que dejó boquiabierto a todo el mundo. Mi abuelo se colocó tras tía Laura y le
puso el collar. Al hacerlo, acercó su boca al oído de mi tía, sin que nadie más que yo, que estaba
cerca, alcanzara a oírlo:

Tu otro regalo te lo daré luego - le dijo y mi tía enrojeció violentamente.

Yo procuré darle mi regalo de los primeros, pues quería escaparme un poco de aquel follón. He de
decir que el camafeo le encantó a mi tía, que me dio un fuerte abrazo y me estampó un sonoro
beso en la mejilla.

Finalmente, mi tía sopló las velas de la gran tarta, que se repartió entre todo el mundo. La gente
estaba ya bastante hecha polvo, todo el mundo estaba sentado por donde le parecía y las charlas y
las risas habían bajado de volumen.

Yo, un poco harto tanto jolgorio, me interné entre los árboles, para comerme la tarta con
tranquilidad. Me alejé bastante, hasta que dejaron de oírse los ruidos de la fiesta. Por fin, llegué a
mi destino, un viejo tocón de eucalipto que había sido cortado muchos años atrás, para que no
estorbara a los naranjos.

Me senté en él a comerme la tarta y fue cuando me di cuenta de que me habían seguido. Era
Noelia, una de las chicas de los jueguecitos de por la mañana. Era bastante bonita, pelirroja y con
la nariz salpicada de graciosas pecas.

Hola - le dije - ¿me buscabas?

No - mintió - sólo paseaba.

Ya veo ¿quieres tarta?

Bueno.

Se sentó junto a mí en el tocón. En su rostro se apreciaba que estaba un tanto cortada. Yo partí un
poco de tarta con el tenedor y se la ofrecí. Ella abrió la boca, pero yo retiré el tenedor.

Si quieres tarta tendrás que darme algo a cambio.


¿El qué?

Dame un beso - le dije.

Se puso muy colorada y me dijo:

No quiero.

Vale, pues no hay tarta - y me metí el trozo en la boca.

Se quedó pensativa unos instantes, mientras yo fingía concentrarme en la tarta.

Bueno, vale - me dijo - pero sólo uno.

Dejé la tarta a un lado y acerqué mi rostro al suyo. Tenía los ojos cerrados y los morritos
fruncidos, esperando el beso. Yo pegué mis labios a los suyos, se veía que era su primer beso,
pues era muy torpe, pero yo quería más. Lentamente, introduje mi lengua en su boca, pero ella se
separó de mí, sorprendida.

¿Qué haces?

Besarte.

No, digo con la lengua.

Tonta, así es como se besan los mayores, es mucho mejor así.

Mentira.

Vale pues no me creas, a mí me da igual. Total, sólo eres una cría.

¡Pero si tú eres menor que yo!

Sí, pero soy más despierto - dije cogiendo el plato de nuevo.

Se quedó callada unos instantes, después dijo:

Bueno, ya te he besado, dame tarta - insistió, como si en realidad fuera tarta lo que
quería.

No quiero, eso no ha sido un beso ni nada.

Eres un mentiroso.

Y tú una cría, no sabes ni besar.

Aquello dio en blanco. Se veía que la nena andaba un poco caliente, pero su estricta educación le
impedía reconocerlo. El dilema moral se reflejaba en su rostro, por fin, el deseo prevaleció.

Bueno, pues enséñame.

Olé - pensé.
Volví a soltar el plato, me sacudí las manos y las coloqué con delicadeza en sus hombros. Ella
volvía a tener los ojos cerrados. Un tenue rubor teñía sus mejillas, lo que era muy excitante. Poco
a poco, mi pene se endureció en el pantalón.

La besé y ella me respondió. Metí la lengua en su boca y esta vez no se asustó. Enrosqué mi
lengua con la suya y ella hizo lo mismo.

¡Vaya! - pensé - aprende rápido.

Seguimos morreándonos y me decidí a dar el siguiente paso. Bajé mis manos de sus hombros,
acariciando sus brazos, su cintura. Volví a subirlos, esta vez por sus costados. Un ligero
estremecimiento recorrió su cuerpo, pero no se apartó. Entonces llegué hasta su pecho y comencé
a desabrochar los botones de su vestido.

No - gimió - no lo hagas.

Puso sus manos sobre mi pecho y me empujó débilmente. Yo seguí abriendo botones mientras
volvía a besarla. Ella respondió al beso, desde luego no quería que yo parase.

Introduje una mano por el escote abierto y acaricié sus pechos juveniles, plenos. El broche del
sujetador estaba delante, por lo que no me costó nada abrirlo.

No, por favor - dijo.

Me cogió por la muñeca y trató de sacar mi mano de su pecho. Yo la dejé hacerlo, pero cuando
estuvo fuera, me solté y fui yo quien la agarró por la muñeca. Con firmeza, llevé su mano hacia
abajo, hacia mi entrepierna. Ella oponía un poco de resistencia, pero seguía besándome.

Por fin, su mano quedó apoyada sobre mi paquete y puedo jurar que en ese momento me apretó la
polla por encima del pantalón. Por desgracia, en ese instante pareció despertar, se despegó de mí
bruscamente y se levantó de un salto.

¡Eres un cerdo! - me gritó.

La verdad es que el hecho de verla enfadada, con el rostro rojo y con las tetas por fuera del
vestido me resultó de lo más erótico.

Pero Noelia...

Sin decir más, se dio la vuelta y se marchó corriendo.

¡Mierda! - exclamé.

Pensé en seguirla, pero ya estaba lejos. Además ¿qué podía hacer yo? Si no quería, qué le íbamos
a hacer. Enfadado, lancé el plato de tarta contra un árbol, lo que me tranquilizó bastante.

Otra vez será - pensé.

Me había quedado bastante excitado y estaba pensado en cómo aliviarme cuando una voz
femenina surgió a mi espalda.

Vaya, vaya con el señoguito...


Me volví rápidamente y me encontré con Brigitte, la doncella francesa de mi tía Laura.

¡Me has estado espiando! - exclamé.

¿Yo? No es vegdad. Sólo paseaba y te he visto con tu amiguita.

Sí seguro,

En seguio. No sabía que ya andaguas detrás de las chicas - dijo, echando una mirada
apreciativa al bulto de mi pantalón - veo que vas muy adelantado para tu edad.

Pues ya ves - dije y le devolví la mirada.

Estaba muy guapa con el uniforme de doncella. Brigitte era la criada particular de mi tía Laura.
Cuando ésta regresó de Francia la trajo con ella. Como era tan guapa, estoy seguro de que mi
abuelo no puso ninguna pega a la hora de contratarla. Mi madre siempre se quejaba de ella,
diciendo que no era buena en su trabajo, pero a quién le importaba con lo buena que estaba.

Era rubia, con los ojos de un extraño color azul verdoso. Su rostro era de líneas suaves, muy
atractivo y poseía una exquisita expresión infantil que la hacía parecer mucho más joven de lo que
era, aunque ya rondaba los 25, nadie le echaba más de 18. En ese momento llevaba su rubia
cabellera recogida en un moño. Vestía el traje negro de doncella, con un delantal blanco encima,
pero se había quitado la cofia.

Lentamente fue acercándose a mí y se sentó a mi lado.

Tu amiguita ha salido dispaguada ¿eh?

Sí, ya lo has visto.

Es que vas muy guápido - su acento francés era muy sensual.

No he podido evitarlo.

Apuesto a que no - rió.

¿Sabes que estás muy guapa con ese uniforme? - ataqué.

Ella me miró sorprendida y se echó a reír.

¡Vaya con el niño! ¿Se te ha escapado una y ya vas a pog la siguiente?

Decidí ser descarado.

Sí. Es que estás muy buena y como Noelia me ha dejado en este estado... - le dije
señalándome el bulto.

¡Niño! ¡Peguo qué te has creído!

Vamos, Brigitte, no te enfades, que estás más fea.

A que te doy una togta.


¿Por qué? Sólo te he dicho que eres muy guapa.

Y te me has insinuado.

¿Y qué?

Que sólo egues un crío.

Pues este bulto no dice eso...

Ella cambió de táctica.

Ya. Tú mucho hablag, pego segugo que se te pone delante una mujeg de verdad y te
cagas en los pantalones.

Tú eres una mujer de verdad, la más bonita que hay en toda la casa y no estoy nada
asustado.

Esa respuesta la dejó momentáneamente parada.

¿De vegdad crees que soy bonita?

No digas tonterías. Tú lo sabes perfectamente ¿o no has visto cómo te miraban todos en


la fiesta?

Bueno...

Pues eso, que estás muy buena Brigitte. Apuesto a que te lo han dicho mil veces.

Alguna vez...

Estoy seguro de que una chica tan guapa como tú habrá estado con muchos hombres
¿verdad?

Bueno, sí... Espegua un momento - dijo al darse cuenta de que acababa de confesar
haberse follado a un montón de hombres - ¡Me estás liando!

Vamos, Brigitte, si yo no te juzgo. Sólo digo que habrás besado a muchos hombres.
Dicen que las francesas besáis muy bien.

¡Venga ya!

Nos quedamos los dos callados. Podía notar cómo iba cayendo en mis redes.

Brigitte - dije fingiendo estar un poco avergonzado.

Dime.

¿Por qué no me enseñas a besar?

¡Estás loco!
Por favor, estoy seguro de que Noelia se ha ido porque no le gustó mi beso. No sé, de
pronto me metió la lengua en la boca y yo no sabía qué hacer - mentí.

Ya veo - se rió - Esa niña también va muy despabilada.

Por favor...

Egues un liante.

Brigitte... - la miré con ojos suplicantes.

Dudó unos segundos antes de decir:

Acégcate bribonzuelo.

Yo no tardé ni un segundo en pegarme a ella.

Migua, pon tus manos así.

Colocó una de mis manos en su espalda, rodeando su cintura y la otra en su nuca.

Así, bien. Ahogua inclina la cagua así.

Con delicadeza, inclinó mi cara un poco. Vi que cerraba los ojos y acercaba sus labios a los míos.
Fue un beso alucinante, desde luego se notaba que tenía práctica. Su lengua se prendió muy
rápido de la mía. Yo trataba de parecer torpe al principio, pero aquello me excitaba tanto que
enseguida me dediqué a devolverle el beso con pasión. Nuestras lenguas recorrían la boca del
otro, entrelazándose. El beso más experto que hasta ese momento me habían dado.

Yo, disimuladamente, llevé mi mano desde su cintura hasta su trasero. Como era más alta que yo,
estaba un poco echada hacia delante, por lo que pude agarrar bien su culo.

Oye - protestó - eso no es lo que habíamos dicho...

Vamos Brigitte - dije jadeante - enséñame.

Y volví a besarla. A ella pareció dejar de importarle lo que hacía mi mano y continuamos
besándonos, cada vez más apasionadamente.

Por fin, nos separamos, y nos quedamos mirándonos, sudorosos, jadeantes.

Me paguece a mí que tú sabes más cosas de las que dices.

Si me dejas te hago una demostración.

Ella se rió y me dijo:

De acuegdo.

La verdad es que no me lo esperaba, pero la sorpresa me paralizó sólo un segundo.

Túmbate - le dije palmeando el tocón.


Ella así lo hizo. Su espalda quedó apoyada sobre el tronco, pero sus piernas asomaban, llegando
hasta el suelo.

Así está bien.

Me coloqué a sus pies, de rodillas. El suelo me hacía daño, pero no me importó. Fui subiendo su
falda hasta sus caderas, donde ella la sostuvo recogida.

¿Qué vas a haceg?

Ya lo verás.

Brigitte llevaba medias negras y liguero, cosa que siempre me ha parecido muy sexy. Sus bragas
eran también negras, de encaje, supongo que traídas de Francia. Las cogí por la cintura, y fui
deslizándolas por sus muslos. Ella levantó un poco sus caderas para facilitar mi maniobra.

No las tigues, que son muy caguas.

Yo obedecí, y tras quitárselas las dejé a su lado, en el tocón.

Entonces eché un vistazo a su coño. Era el más bello ejemplar de chocho que había visto hasta
entonces. Su pelo era rubio y estaba muy bien recortadito, con un delicioso triángulo de pelo
sobre su raja, que aparecía limpia de vello, con los labios dilatados y brillantes. Saqué la cara de
entre sus piernas y le dije:

Joder Brigitte. ¡Esto es una auténtica maravilla! ¿Cómo consigues tenerlo así?

Ella se incorporó apoyándose en los codos y me dijo con aire de profesora:

Es que me lo afeito, a los hombres les gusta mucho así.

¡Ya lo creo! Es el mejor que he visto nunca. Podrías enseñar a las chicas a hacerlo.

¿A las chicas? Ya veo, por eso egues tan expegto. Eges un guaggo, ¿lo sabías?

Sí, lo sé. Pero mejor para ti ¿no?

Eso pareció convencerla, así que volvió a tumbarse. Yo volví a arrodillarme entre sus piernas.
Con delicadeza, acaricié la cara interna de sus muslos con mis manos. Llevé una de ellas hasta su
vulva y metí un dedo entre sus labios.

Aaaahhh - gimió.

¿Cómo dices? - pregunté yo, divertido.

No te pagues, cabrón.

¡Vaya con la francesita! - pensé.

Mientras con dos dedos estimulaba su chocho, apliqué mi boca sobre el mismo. Fui pasando la
lengua por su raja, en lamidas cortas y rápidas. Su coño cada vez se lubricaba más, así que le metí
un dedo dentro. Me di cuenta de que cabían más sin problemas, así que le hundí otro par.
Mientras la masturbaba con tres dedos, llevé mi boca un poco más arriba, hasta su clítoris. Fue
rozarlo con la lengua y un espasmo azotó el cuerpo de Brigitte. Apretó los muslos, atrapando mi
cabeza, mientras con las manos me la apretaba contra su coño. Comenzó a moverse de lado a lado
mientras gritaba:

Sigue, sigue, cabrón. No pagues. Más fuegte, más fuegte. - y otras cosas en francés que
no entendí.

Al empezar a moverse, me retorció el cuello.

¡Joder con la francesa! - pensé - me va a matar.

Intenté separarme de ella, pero me tenía bien agarrado. Azoté su muslo con la palma de mi mano
con fuerza, le dejé los dedos marcados, pero eso pareció gustarle más. Un poco asustado, le
pellizqué el culo con saña, logrando que separara las piernas y me soltara.

¡Ay! ¡Qué coño haces pequeño bastagdo! - gritó incorporándose.

¡Qué coño haces tú! - le repliqué - me ibas a partir el cuello.

Tienes gazón, lo siento. Es que lo hacías tan bien que se me fue la cabeza. Pegdóname.

Yo la miraba con expresión enfadada, frotándome mi dolorido cuello.

Vamos, vamos, cagiño. No te enfades. Sigue con lo que estabas haciendo, que yo luego
sabré guecompensagte.

Sin decir nada volví a sumergirme entre sus muslos. Ella volvió a tumbarse.

Te vas a enterar - pensé.

Con violencia, volví a clavar mis tres dedos en su interior, lo que hizo que su cuerpo se
convulsionara.

¡Aaaahhh! Así cabrón, asíiii. ¡Más fuegte! ¡MÁS FUEGTE!

Chupé con fuerza su clítoris, mientras la masturbaba cada vez más rápido. Su cuerpo se retorcía
como una serpiente mientras no paraba de gritar en francés.

Noté que estaba a punto de correrse, y decidí darle una pequeña lección. Puse mis dientes sobre su
clítoris y lo mordí.

¡DIOSSS! ¡DIOOSSS! ¡QUÉ ME HACES! ¡NOOOOOO!

Volvió a apretar las piernas, pero esta vez yo me lo esperaba, así que no me hizo daño.

Sus jugos resbalaban por mi cara. Yo seguí incrementando el ritmo de la masturbación mientras
se corría. Mi boca lamía dulcemente su clítoris, como disculpándose por haberlo tratado tan mal
segundos antes.

Poco a poco fue relajándose. Sus piernas se abrieron, liberando mi cabeza, que seguía incrustada
en su coño, disfrutando de los últimos espasmos de placer que recorrían su vagina. Se quedó laxa,
tumbada sobre el tocón.
Yo me puse en pié y la miré, allí echada sobre el árbol, con la falda subida hasta la cintura, su
coño chorreante latiendo. Sus bragas se habían caído al suelo, supongo que las tiró al retorcerse.
Se había desgarrado el delantal, rompiendo los tirantes. También se había arrancado varios
botones del vestido, y sus pechos asomaban sudorosos, con los pezones mirando al cielo. Fue
entonces cuando noté que no llevaba sostén. Tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.
Sus brazos reposaban, inertes, a su lado.

Mi pene latía dolorosamente en su encierro, necesitaba atención. Me desabroché los botones del
pantalón y lo liberé, irguiéndose con descaro.

Rodeé el tocón hasta quedar junto al rostro de Brigitte. La llamé suavemente por su nombre:

¿Uuummm? - respondió melosamente.

Por favor...

Abrió los ojos y se encontró con mi pene justo delante.

Tranquilo, ya voy.

Me agarró la picha con la mano, fue como si electricidad recorriera mi cuerpo. Se sentó en el
tocón sin soltármela en ningún momento y me guió hasta sentarme en el tronco, usando mi polla
como timón.

Ahoga te devolvegué el favor - dijo dándome un cálido beso.

Yo estaba sentado justo al borde, mis pies colgaban sin tocar el suelo. Ella comenzó a arrodillarse
frente a mí, pero yo la detuve. Brigitte me miró con extrañeza.

Tus medias - le dije - se van a romper.

Me quité la camisa y la puse en el suelo. Ella me miró con ternura y me acarició la mejilla con
una mano.

Egues muy dulce...

Sus manos se deslizaron por mi cara, mi pecho, mi vientre y bajaron por mis muslos, bajando mis
pantalones y mis calzoncillos por completo, mientras se arrodillaba sobre mi camisa. Al llegar a
mis tobillos, sus manos volvieron a subir, acariciando la cara interna de mis muslos y alcanzando
su destino.

Yo eché el cuerpo hacia atrás y apoyando las manos en el tocón me dediqué a contemplar las
maniobras de Brigitte.

Sus manos comenzaron a sobar mi miembro, mientras una de ellas recorría toda su longitud, la
otra me acariciaba el escroto. Me apretaba los huevos dulcemente, mientras su otra mano se
entretenía con mi prepucio, subiéndolo y bajándolo muy despacio, ocultando y descubriendo mi
enrojecido glande. Yo ya no podía más.

Brigitte, por favor - gemí.

Ella me miró, con una ligera sonrisa en los labios. Sin decir nada, posó su lengua en la base de mi
polla y fue recorriéndola hasta la punta, lenta y enloquecedoramente. Abrió la boca, y la punta de
mi picha desapareció en su interior. Ella apretó los labios alrededor de mi glande. De pronto, me
dio un ligero mordisco en la punta, yo me sobresalté, más por la sorpresa que porque me hubiera
dolido:

¡Coño! - exclamé.

Mi pequeña venganza, mon amour...

Volvió a recorrerla de arriba abajo con la lengua pero esta vez sí se introdujo un buen trozo en la
boca. Su cabeza comenzó a subir y bajar. Yo cerré los ojos, echando la cabeza hacia atrás, para
sentirla mejor. Era como si al cegar mi vista, mis otros sentidos se agudizaran.

Ella continuó con la mamada, se notaba que era una experta. Sus labios, su lengua, su garganta,
todo parecía apretar y acariciar mi miembro. Noté que no sentía sus dientes por ningún lado,
como si no tuviera. De pronto, y para confirmar que no era así, se la sacó de la boca y se dedicó a
darme delicados mordisquitos por todo el tronco. Desde luego sabía cómo chuparla.

Volvió a metérsela en la boca, incrementando el ritmo del sube y baja, de vez en cuando, se la
metía hasta el fondo de su garganta, deteniéndose en esa posición durante unos segundos. Juraría
que hasta notaba su campanilla estimulando mi polla.

La verdad es que no sé cómo duré tanto. Noté que me aproximaba al clímax y abrí los ojos. Vi
que uno de los bucles de su rubio cabello había escapado de su moño y caía sobre su frente,
rebelde, lujurioso, agitándose al ritmo que marcaba su cabeza. Esa visión es una de las cosas más
eróticas que he visto en mi vida y ya no aguanté más.

Brigitte...

El aviso llegó un poco tarde, así que me corrí en su boca. Brigitte pareció por un momento
retirarse, pero se lo pensó mejor y mantuvo mi polla dentro, tragándose toda mi leche. Fue una
corrida bestial, yo me agarraba a su cabeza para no caerme.

Mi picha vomitó hasta la última gota, que ella tragó vorazmente. Tras acabar, la sacó y acabó de
limpiármela con la lengua.

Oscag - me dijo dándole los últimos lametones.

¿Uumm?

Te dagué un consejo. No te coggas sin avisag. A muchas chicas no les gusta.

Lo siento - balbuceé.

No, si a mí no me impogta - dijo, apartándose distraídamente el pelo de la cara.

Dios, qué sexy estaba. Poco a poco, mi pene volvía a la vida. Ella sonrió encantada.

Vaya, paguece que quiegues más guegga ¿eh? - dijo acariciándome el capullo con un
dedo.

Uff - exclamé yo, poniéndome en pié con violencia.


La tomé por los hombros y la empujé hacia el tronco. Mi picha volvía a ser una dura vara entre
mis piernas.

Tranquilo - rió ella - no me voy a escapag.

Se sentó en el tocón y yo, inmediatamente, me situé entre sus piernas. Ella me acarició la polla
con las manos y mientras se iba echando hacia atrás, me atraía hacia ella tirando de mi picha.

¡Oscar! ¿Dónde estás?

La voz de mi madre resonó peligrosamente cerca.

¡Jodeg!, ¡tu madre!. ¡Miegda! Si nos pilla nos mata.

Brigitte se incorporó rápidamente y comenzó a arreglar su vestido. Como quiera que aquello no
tenía arreglo, se lo compuso como pudo.

¡Vamos, Oscag! ¡Tu madre viene hacia aquí! - dijo zarandeándome del brazo.

Yo estaba de pié, muy quieto, con el miembro en ristre y totalmente desmoralizado. No podía ser,
cada vez que estaba a punto de meterla en caliente, sucedía algo que me lo fastidiaba.

¡Vamos, tonto! ¡Otro día seguimos! - insistió.

Yo comencé a vestirme cansinamente y le dije:

Vete tú, será mejor que no te vea.

¿Segugo?

Claro, ya me inventaré algo.

Brigitte me besó en la mejilla y se marchó corriendo en dirección opuesta de donde parecía venir
la voz de mi madre, que cada vez sonaba más cercana. Al poco desaparecía de mi vista.

Me subí los pantalones y me senté en el tocón. Sacudí la camisa y me la abroché. Entonces


distinguí una figura semioculta entre los árboles. Me puse en pié e intenté acercarme, pero la
silueta se dio la vuelta y huyó rápidamente. De todas formas, reconocí el vestido sin lugar a
dudas. Era Noelia.

¡Joder con las chicas! - pensé - Son todas peores que yo.

La voz de mi madre ya sonaba muy cerca, por lo que decidí contestar:

¡Oscar!

¡Aquí!

Iba a dirigirme hacia donde venía la voz, pero entonces vi las bragas de Brigitte tiradas en el
suelo. Las recogí y me las guardé en el bolsillo. Tras hacerlo, corrí hacia mi madre, llamándola.

¿Se puede saber dónde estabas? - me dijo enfadada.


Perdona mamá. Me fui a dar un paseo y me senté en el viejo eucalipto. No sé cómo, pero
me quedé dormido.

Ay Dios, que me vas a matar a disgustos. Anda tira para allá - me dijo empujándome en
un hombro.

Yo procuré caminar siempre por delante de ella, para que no notara el bulto que había en mi
bragueta. Regresamos a la fiesta. Como empezaba a anochecer, mucha gente se había marchado
ya. Sólo quedaban las familias con más confianza con la mía. Los hombres charlaban sentados a
una mesa fumando, y las mujeres se sentaban en otra, incluyendo a Marina y mis primas.

La gente contratada en el pueblo se afanaba recogiéndolo todo, y el personal de la casa también,


dirigidos por María. Tardé un buen rato en encontrar a Brigitte. Iba perfectamente arreglada, con
un delantal nuevo, por lo que supuse que habría ido a su cuarto.

Me pregunto si llevará bragas - pensé.

Muchos de los niños se habían ido ya, pero aún quedaban siete u ocho jugando por allí. Entre
ellos estaba Noelia. Me acerqué a ellos con una sonrisa socarrona en los labios, mirando
directamente a Noelia, que apartó la mirada avergonzada.

¿Por qué no jugamos al escondite? - propuse.

No nos dejarán, se está haciendo de noche - dijo un chico.

Podríamos jugar en la casa.

¿En serio? - preguntó otro animado.

Esperad, que voy a preguntar.

Fui a pedir permiso a mi madre, que no puso demasiadas pegas. Volví con la noticia, pero me
encontré con la gran decepción de que los padres de Noelia se iban ya, así que mi plan se fue al
traste. Perdí el interés por el juego, pero como la idea había sido mía, no podía echarme atrás. Así
que decidí que lo mejor era dedicarme a pasarlo bien.

Sorteamos y se la quedó un chico que yo no conocía mucho, Alberto creo que se llamaba. Se puso
a contar en la puerta de entrada y todos nos repartimos por la casa. Yo fui rápidamente hacia la
parte de atrás, cerca de la cocina, pues allí había un armario empotrado de ropa blanca. Estaba
siempre abierto, pero yo sabía que las puertas se podían encajar, haciendo que pareciera cerrado.
Lo abrí y me metí dentro. Me senté en los estantes bajos que había al fondo y encajé las puertas.
La oscuridad no me envolvió por completo, pues por entre las puertas penetraba un hilo de luz.

Permanecí allí un rato, en silencio, oliendo el alcanfor que habían colocado entre los manteles. De
vez en cuando, pegaba mi ojo a la rendija entre las puertas, viendo el pasillo desierto.

Me recliné un poco y me puse a pensar en mis cosas. Ese día había estado a punto de perder la
virginidad, pero me habían vuelto a fastidiar. En esas estaba, cuando las puertas se abrieron de
repente, se trataba de Victoria, una de las ayudantes de la cocina.

¡Joder, qué susto! - exclamó al verme, dando un respingo.

¡Vaya, Vito, no sabía que tuvieras ese lenguaje!


¿Se puede saber qué haces ahí?

Jugando al escondite.

Anda sal de ahí, que como manches los manteles te vas a enterar.

En ese momento oí pasos al final del pasillo. Pensé que sería Alberto buscándome. Cogía a Vito
por la muñeca y de un brusco tirón la metí dentro conmigo.

¿Qué coño haces? - dijo ella.

Shissst - siseé yo, cerrando de nuevo las puertas.

Niño, déjame que tengo trabajo.

Por favor Vito, calla, que me van a encontrar. Espera hasta que se vaya.

Pero sí solo tiene que abrir el armario.

No va a poder. Mira, he encajado las puertas, parecen cerradas.

Jesús, lo que tiene una que soportar.

Entonces se oyeron voces en el pasillo.

...quieto, por favor.

Vamos cariño, que llevo todo el día en ayunas.

Venga, que tengo trabajo...

Eres una estrecha.

Que nos van a ver...

Reconocí perfectamente las voces de mi abuelo y de María, el ama de llaves. Quería asomarme a
mirar por la rendija, pero no pude, pues Vito fue más rápida. Se dio la vuelta y pegó su ojo a la
rendija, quedando de espaldas a mí.

Es tu abuelo - susurró.

Ya lo he notado.

Su trasero estaba frente a mí, tentador. Estaba considerando la posibilidad de agarrarlo cuando
Vito dijo:

Tu abuelo es único, mira cómo le mete mano a María, con lo estirada que es.

Pero si no veo - protesté yo.

Mejor, que eres muy pequeño para estas cosas.


Desde fuera se oían murmullos ininteligibles. Mi abuelo debía estar pasándoselo bien. El morbo
del momento había provocado que mi pene recobrara su esplendor. Ya no podía más.

Vito, tu culo me la pone dura.

Ella se volvió y aunque por la oscuridad no veía bien su cara, sí que noté que sus ojos brillaban.

¡Pero qué dices! ¡Menudo guarro estás hecho!

Venga Vito, que tú estás espiando.

Sí, pero yo soy mayor. ¡Qué sabrás tú de cosas duras!

Siéntate aquí y te lo enseño - le dije.

Puse mis manos en su cintura y la obligué a sentarse sobre mi regazo. Procuré apretar bien mi
erección contra ella.

¡Coño, niño! - siseó levantándose - ¡Mira que eres guarro!

Yo seguí con mi ataque.

Vamos Vito, siéntate aquí, por favor.

¡Que no me da la gana, coño! ¡Que sólo eres un crío!

Decidí simular estar enfadado.

Pues vale, entonces quita de ahí, que quiero salir.

¿Dónde vas? ¡Estás loco!

Voy fuera - respondí.

Si sales ahora nos pillarán a los dos.

Lo sé.

Eres un cabrón ¿lo sabías?

Me limité a palmear en mi regazo. Por fin, Vito se resignó y dejó caer todo su peso sobre mi
polla.

Ay, Dios. Líbrame de los criajos salidos - suspiró.

Ya había logrado dar el primer paso. Me quedé allí, con las manos en su cintura, apretando mi
paquete contra su culo mientras ella volvía a espiar por la rendija.

Así seguimos por un rato, yo notaba cómo ella se iba calentando al espiar. Una de sus manos se
posó inconscientemente en su cuello, y de ahí bajó a su pecho, apretándolo.

Ahora es el momento - pensé.


Deslicé mis manos de su cintura, bajando por sus muslos hasta el borde inferior de su falda.
Acaricié sus rodillas y traté de meterme bajo el vestido, pero ella apartó mis manos.

Quieto - susurró.

Pero yo noté en su tono que no le molestaba tanto como decía. Apreté aún más mi polla contra su
culo y volví a intentarlo. Volvió a apartarme las manos, pero esta vez no dijo nada y siguió
mirando.

Desde fuera seguían llegándome murmullos, pero yo ya no prestaba atención, sólo estaba
concentrado en mi objetivo. Subí una de mis manos y la posé sobre su pecho, apretándolo con
fuerza. Esta vez no dijo nada.

Ya es mía - pensé.

Hábilmente, desabroché los botones de su vestido con una sola mano, deslizando mientras la otra
bajo su falda. Paseé mi mano por su pierna, sintiendo el tacto sedoso de sus medias, hasta llegar a
sus bragas. Comencé a acariciar simultáneamente sus tetas y su coño, arrancándole ligeros
gemidos de placer. Ya no se resistía en absoluto, me dejaba hacer, pero tampoco colaboraba. Sus
manos seguían apoyadas en el marco de la puerta y su ojo pegado a la rendija.

¡Papá! - se escuchó fuera.

¡Coño! ¡Tu tía! - me susurró Vito.

Se oyeron pasos apresurados alejándose por el pasillo. Me imagino que se trataba de María.

¿Se puede saber qué haces? - la voz de tía Laura sonaba enfadada.

Creo que lo sabes perfectamente.

Pero aún hay invitados. ¿Quieres que te cojan o qué?

Creo que la mayoría de mis invitados conocen mis gustos - replicó mi abuelo - de hecho,
varias de las señoras los han disfrutado ya.

Mi tía no contestó.

¿Has venido a por tu regalo? - dijo mi abuelo.

¡Estáte quieto!

Noté cómo el cuerpo de Vito se tensaba.

Tranquila, esta noche te lo daré.

Se oyeron los pasos de mi abuelo alejándose. De pronto, las puertas del armario se hundieron un
poco y la luz se apagó. Mi tía se había reclinado sobre la puerta.

Vito se echó hacia atrás, apoyándose en mí. Estábamos asustados, pues si a mi tía se le ocurría
abrir la puerta, nos pillaría con una de mis manos en las tetas de Vito y la otra en su coño.
Afortunadamente, tía Laura pronto se marchó. Ambos exhalamos un profundo suspiro de alivio.
Casi nos cogen - dijo Vito.

Sí, pero así es más excitante.

¡Estás loco! - me dijo levantándose - eres un maldito salido.

Venga Vito, si te gusta - dije yo, pensando que quería irse.

¡Pues claro que me gusta! - dijo para mi sorpresa - anda desabróchame el sujetador.

Yo me quedé paralizado. Ella se subió la falda hasta la cintura y se quitó las bragas.

Venga ¿a qué esperas?

Por fin reaccioné, trasteé un poco con el broche por encima de su vestido y logré abrirlo. Cada
vez lo hacía mejor.

Venga, bájate los pantalones.

Esta vez no tardé nada en obedecer. Mis pantalones y mis calzones quedaron en mis tobillos en un
plis plas. Ella se dio la vuelta y en la oscuridad palpó hasta agarrar mi polla.

Ummm. No está nada mal para tu edad - dijo tironeando de ella.

Aaahhh.

Te gusta ¿eh?

.........

Pues verás ahora.

Pegó su cuerpo al mío, separó bien las piernas y lentamente fue bajando sus caderas. Con una de
sus manos, guiaba mi polla mientras con la otra separaba los labios de su coño. Se empaló por
completo en mi picha. Estaba tan mojada que entró de un tirón, sin ninguna resistencia. Yo notaba
cómo las paredes de su vagina se amoldaban por completo a mi miembro. Casi sentí el suspiro de
alivio que debió de exhalar mi torturado miembro. Seguro que pensó: "Por fin, después de tanto
tiempo, estoy en casa".

En los últimos días había tenido muchas experiencias, muchas sensaciones, pero ninguna igual a
sentir un buen coño apretando con fuerza mi polla. Sin duda alguna, el lugar natural de una verga
es estar bien enterrada en un jugoso chocho.

Vito comenzó entonces a cabalgarme. Subía y bajaba. Yo llevé mis manos a su culo y apreté con
fuerza. Ella se abrazó completamente a mi cuello, apretando sus tetas contra mi pecho. De vez en
cuando, se separaba un poco y hundía su lengua en mi boca.

Era fantástico, había merecido la pena esperar. El ritmo se incrementaba cada vez más, nuestros
gemidos sonaban cada vez más altos. Si alguien pasaba por el pasillo nos oiría sin duda, pero ¡qué
coño importaba! ¡Estaba follando! ¡Ya no era virgen!

Seguimos, febriles, con lo nuestro. Vito apoyaba uno de sus pies en los estantes y el otro en el
suelo, para ofrecerse más abierta a mí, para que llegara más hondo. Estábamos tan enloquecidos
que en uno de los embites, el pié de Vito resbaló, yo no pude aguantar su peso y si no es porque
ella se agarró a las paredes del armario, hubiéramos aterrizado los dos en el pasillo.

Esta postura es muy incómoda - dijo ella poniéndose en pié.

Mi polla, al salir de aquel coño, se quejó.

¿Y qué hacemos? - pregunté lastimeramente.

Tranquilo - me dijo.

A pesar de la oscuridad, noté perfectamente que sonreía.

Vito simplemente se dio la vuelta, quedando de espaldas a mí. Apoyó las manos en la jamba de la
puerta y se ofreció a mí. Yo me agarré la polla de la base, manteniéndola vertical. Puse mi otra
mano en su cadera, guiándola mientras bajaba su cuerpo.

¡Ay! ¡Guarro! Por ahí no - dijo riendo.

Lo siento Vito, noté que entraba y...

Eso otro día.

Separó una de sus manos de la puerta y la metió por entre sus piernas agarrándome la verga. Yo
puse mis dos manos en sus caderas y esta vez fue ella la que fue apuntando mi miembro mientras
se dejaba caer sobre mí.

Uuufff - resoplé.

Se la había vuelto a meter hasta el fondo.

Así estaremos mejor - dijo.

Con las manos apoyadas en la puerta y los dos pies en el suelo, la postura gozaba de mayor
equilibrio. Además, tenía la ventaja de que mis manos quedaban libres, así que me apropié de sus
tetas.

Vito comenzó a cabalgar de nuevo. La sensación era indescriptible. Yo, con los ojos cerrados, me
dedicaba a sentirla profundamente. Mis manos, inconscientemente, amasaban sus pechos,
tironeaban de sus pezones.

Diosss, ¡qué bueno! - gemía Vito.

Uuufff - respondía yo.

Desprendí una de mis manos de sus pechos y la llevé hasta su coño. Comencé a frotárselo
vigorosamente. Podía sentir con mi mano cómo mi polla surgía y volvía a hundirse en sus
entrañas una y otra vez. Esto le gustó mucho a Vito.

¡Así, así, rómpeme el coño! - gritaba.


En realidad era ella la que hacía todo el trabajo, así que apreté más fuerte sobre su chocho. Ella se
echaba hacia atrás y girando la cabeza, me besaba, entrelazando su lengua con la mía

Sé que ella se corrió por lo menos dos veces durante aquel polvo. Lo notaba por cómo apretaba su
coño, por el incremento de la humedad, por los gorgoteos que salían de sus labios, todo aquello
contribuía a excitarme más, por lo que aumentaba la fuerza de mis caricias sobre su clítoris.
Rápidamente fui aproximándome al clímax.

Vito, me corro... farfullé.

Espera - casi gritó.

Se puso en pié sacándose mi verga a punto de estallar del coño. Yo no aguanté más, mi polla
entró en erupción. Como acababa de sacarla, su coño aún estaba junto a la punta de mi cipote, por
lo que los lechazos fueron a parar contra él, mezclando mis jugos con los suyos. Me incorporé un
poco, dirigiendo los últimos disparos contra su culo y su espalda. Por fin, acabé y volví a dejarme
caer sobre los estantes.

Ella, agotada, volvió a sentarse en mi regazo, y yo me incliné, quedando acostado contra su


espalda. Los dos resoplábamos cansados.

Avisa antes, joder - me dijo respirando entrecortadamente - quieres dejarme preñada o


qué.

Perdona, no pensé...

Ya, tranquilo, no pasa nada.

Vito, ha sido maravilloso. ¿Podemos repetirlo?

¿Ahora? - dijo sorprendida - ¿no te cansas nunca?

Si no puede ser ahora, cuando sea.

Claro, hombre - rió - cuando quieras, pero ahora debo volver, seguro que se preguntan
dónde estoy.

Bueno - dije algo decepcionado.

Ella notó el tono de mi voz.

En serio, ahora no puede ser. Tengo que volver al trabajo. Me escaqueé un rato cuando te
vi entrar, pero ya va siendo demasiado.

¿Cómo?

Ella rió encantada.

¡Ay mi Oscar! Yo sabía que estabas aquí dentro.

¿En serio?
Sí. Y quería averiguar si eras tan bueno como Brigitte me ha dicho.

Yo estaba anonadado.

No puedo creerlo.

Pues claro tontín. Brigitte me ha estado contando vuestra aventurilla en el bosque y como
me ha dicho que te habías quedado a medias me he dicho ¡Qué coño! ¡Vamos a catar al
chaval!

Yo seguía alucinado.

Por cierto, dice Brigitte que le devuelvas las bragas.

Lo haré.

Bueno, ¿y qué te ha parecido?

Ha sido increíble.

Soy buena ¿eh?

La mejor.

¡Vaya! ¿Y has probado a muchas?

............

Desde luego, has salido a tu abuelo - dijo besándome.

Oye, Vito.

Dime.

¿Qué hacía mi abuelo ahí fuera?

¿Tú que crees? Meterle mano a María.

Lo suponía.

Tu abuelo es increíble, a su edad. Aunque, la verdad, me ha sorprendido que se lo monte


con María, con lo estirada que parece.

Cada mujer es un mundo - filosofé.

¡Caray! ¡Qué profundo!

Se puso en pié y comenzó a vestirse. Yo empecé a hacer lo mismo.

Vito...

¿Sí?
¿Te has acostado con mi abuelo?

Me miró en la oscuridad. Nuevamente noté que sus ojos brillaban.

Muchas veces - respondió - ¿cómo crees qué aprendí estas cosas?

Comprendo. Oye...

¿Ummm?

¿Qué tal he estado?

Me puso las manos en los hombros y me besó tiernamente.

Ha sido el mejor polvo de mi vida - dijo.

Tras esto, empujó las puertas del armario, desencajándolas. Echó un vistazo a los lados y se
marchó. Yo me arreglé lo mejor que pude. Recogí los manteles que se habían caído al suelo y
coloqué los demás. El armario desprendía un fuerte olor a sudor, a sexo, así que fui a la cocina,
cogí unas cuantas bolas de alcanfor y las metí en el armario, cerrándolo después.

Me dirigí a la calle y allí me encontré a mi familia despidiéndose de los últimos invitados.

¿Dónde te has metido? - me preguntó Marta.

Por ahí, jugando al escondite - respondí.

Por fin se fueron todos. La gente contratada casi había acabado de recogerlo todo. Mi abuelo les
dijo que ya estaba bien por ese día, que se fueran a sus casas, que el resto ya lo iríamos
recogiendo nosotros. Les pagó generosamente, por lo que le dieron efusivamente las gracias y se
marcharon.

Todos volvimos a entrar en la casa, comentando lo sucedido durante el día. Las mujeres hablaban
alborozadas de los regalos, especialmente del collar de perlas. Al entrar, noté que mi abuelo
miraba fijamente a mi tía Laura y que ella apartaba la mirada, como avergonzada.

Esto me recordó las palabras de mi abuelo sobre el "regalo". Tenía una idea bastante clara acerca
del asunto, pero no podía estar totalmente seguro. Quizás otro día lo hubiera dejado estar, pero
aquel había sido el día de mi desvirgación y yo me sentía más seguro, más adulto.

Así que rondé a mi abuelo durante un rato, esperando a que se quedara solo. Por fin, se dirigió a
su despacho, a fumarse un puro. Yo fui tras él. Lo alcancé justo en la puerta de la habitación.

Abuelo - le llamé.

¿Sí?

¿Puedo hablar contigo un segundo?

Claro, pasa.

Entramos en el despacho. Las luces estaban encendidas, supongo que habría mandado antes a
alguien para que lo hiciera. Él se sentó a su mesa, un enorme escritorio de nogal situado al fondo
de la sala. Abrió una caja y sacó un puro, que encendió usando una vela. Yo, cerré la puerta y
acerqué una silla.

Dime, ¿qué quieres? - me dijo.

Abuelo, me dijiste que podía hablar contigo de cualquier cosa ¿verdad? Que no iba a
haber secretos entre nosotros.

Él se enderezó en su sillón, parecía interesado.

Claro, Oscar. ¿Qué te pasa?

Yo decidí ir directamente al grano.

Hoy te he escuchado hablar con tía Laura de un segundo "regalo".

Su cara se puso muy seria.

¿Cómo?

Abuelo, no disimules, te he oído perfectamente en dos ocasiones.

Comprendo. ¿Y qué?

Le miré directamente a los ojos.

Lo que quiero saber es si vas a acostarte con ella.

Me miró durante unos segundos. Yo no aparté la mirada. Entonces me dijo muy seriamente:

Así es.

Ya veo.

Nos quedamos callados unos instantes. Por fin, fue él quien rompió el silencio.

¿Te escandaliza mucho?

No - respondí.

Tu tía es una mujer muy hermosa.

Lo sé.

Volvimos a callar.

¿Desde cuando lo hacéis? - le interrogué.

La primera vez fue cuando tenía 15 años.

Mi abuelo tragó saliva antes de continuar.


Mira Oscar, no tengo por qué mentirte, así que te pido que me creas en esto. Yo no hice
nada para intentar seducirla, fue ella la que me sedujo a mí.

Comprendo.

Es cierto. Cuando ella tenía esa edad me espiaba a escondidas, sin que yo lo supiera. A
los 15 se tienen muchos deseos, muchos impulsos y ella decidió abandonarse a ellos, y
tengo que decir que yo no me resistí.

......

Así pues, Laura estaba siempre en una cruel disyuntiva, por un lado estaba la estricta
educación que tu abuela le había dado, una chica no podía ni soñar con el sexo, todo era
represión de los instintos, de la naturaleza. Por otro lado estaba el deseo y yo fui su
válvula de escape.

Quieres decir que se sentía culpable.

Exacto. En esa época lo pasaba mal, sólo parecía relajada cuando estaba conmigo. Yo
pensé que podría liberarla, pero no lo logré del todo. Se sentía mal. Por eso se casó con
Jean-Paul, para mantener una apariencia de honorabilidad.

¿Quieres decir que no le quería?

Sí le quería. Jean-Paul era una gran persona, pero no puedo asegurar que estuviera
enamorada de él, pero ella sabía que casándose con él podría alejarse de mí, de las
tentaciones.

Entiendo - asentí.

Por desgracia, su marido murió en Francia, dejándola con dos hijas.

Pero tenía dinero ¿no?

Sí, pero Francia no era su hogar, sin Jean-Paul nada la ataba allí, así que regresó.

¿Y reanudasteis vuestra relación?

Varios años después. De hecho, fue el año pasado. Y nuevamente, te juro que fue ella la
que dio el primer paso.

Y todavía seguís.

No exactamente, verás sólo nos acostamos cuando ella quiere. Cuando lleva tiempo sin
sexo, comienza a echarlo de menos, su cuerpo lo necesita, como el de cualquier mujer.
En esos momentos, cuando el deseo supera a sus prejuicios, acude a mí, pero yo nunca
voy detrás de ella.

Pero hoy sí lo has hecho.

Sí. Verás, desde hace algún tiempo he decidido acabar con esta situación. Laura no puede
seguir así, reprimida, sintiéndose culpable por algo que es lo más natural del mundo.
Abuelo, que una mujer se acueste con su padre no es muy normal.

No me refiero al incesto, me refiero a atender las necesidades sexuales de su cuerpo. Por


eso he decidido adoptar una posición activa, para obligarla a que reconozca que siente
esos deseos, para que vea que no son malos, para desinhibirla. De hecho, si después no
quiere volver a acostarse conmigo, pues perfecto, que se busque un hombre por ahí que la
satisfaga. En serio, yo sólo quiero verla feliz y ahora mismo no lo es.

Es decir, una especie de tratamiento de "shock". Obligarla a que reconozca lo que siente
para librarla de sus miedos.

Exacto.

Pues la verdad, creo que es un buen plan. Seguro que funciona.

Espero que sí.

Si la madre se parece un poco a la hija, sin duda funcionará.

Mi abuelo me miró sorprendido. Entonces se echó a reír.

¡Ya comprendo! ¡Ya decía yo que últimamente Martita había cambiado mucho! ¡Menudo
cabroncete estás hecho!

Je, je...

¿Te has acostado ya con ella?

No, pero falta un pelo. En cuanto tengamos una ocasión.

¡Pues esta noche hijo! Todo el mundo está cansado de la fiesta, dormirán profundamente.

Yo le miré muy serio.

Esta noche no, abuelo. Todavía está con la regla.

¡Ufff! ¡Vaya putada!

Además, esta noche quiero hacer otra cosa - dije mirándole a los ojos.

¿Cómo? - inquirió él.

Yo también quiero hacerle un regalo a tía Laura.

El rostro de mi abuelo se ensombreció levemente.

Abuelo. Si se acuesta con dos hombres en vez de con uno, sus inhibiciones desaparecerán
más rápido ¿no crees?

No sé, Oscar.

Venga, abuelo, por favor.


Pero ella nunca aceptará hacerlo con los dos.

Tú mismo me dijiste que una mujer excitada hace cualquier cosa. Además, tenemos
nuestro don. Con él sabremos si lo desea o no.

Esa respuesta dio de lleno en la diana.

Recuerda que te dije que yo no te ayudaría a conseguir mujeres...

Lo sé abuelo. Pero yo ya no soy virgen, he catado a varias hembras - exageré un poco -


ya no existe el riesgo que me comentaste.

Aún dudó unos segundos, pero finalmente cedió.

Está bien, espérame luego en tu cuarto. Cuando todos duerman, yo iré a buscarte.

¿Y cómo lo haremos para convencer a tía Laura?

Ya se me ocurrirá algo. Ahora vete.

Yo salí disparado hacia mi cuarto. Me lavé bien y me puse el pijama. Antes de acostarme, me
acordé de las bragas de Brigitte, así que las saqué del bolsillo del pantalón. Las llevé a mi nariz e
inspiré, sintiendo el olor a hembra fuertemente impregnado en la prenda íntima. Aquello
contribuyó a aumentar mi excitación, que ya era muy elevada por las perspectivas que esa noche
se me presentaban. Escondí las bragas en lo más profundo de mi baúl, porque sabía que allí no
tocaría nadie, pues era sólo para mis cosas y yo poseía la única llave.

De pronto, afuera resonó un trueno y la lluvia comenzó a golpear mi ventana. Me metí en la cama,
a esperar que mi madre viniera a darme las buenas noches, cosa que hizo pronto, pues estaba
cansada y quería acostarse ya. Al principio, agradecí el hecho de que viniera temprano, pero a la
larga fue peor, pues el tiempo de espera de mi abuelo se alargó mucho. Allí estaba yo, arropado
hasta el cuello, mirando hacia el techo mientras esperaba, escuchando la lluvia y con una erección
tremenda, casi dolorosa.

Por fin, como a las dos de la mañana, mi puerta se abrió sigilosamente.

Oscar - susurró mi abuelo - ¿estás despierto?

Me incorporé de un salto en la cama, me calcé las zapatillas y salí tras mi abuelo.

Ve a mi cuarto y espérame allí - susurró.

Entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta del dormitorio de mi tía Laura. La abrió
lentamente y entró, cerrando tras de sí.

Yo, en lugar de obedecer, arrimé con presteza mi ojo a la cerradura de la puerta. Por desgracia, mi
tía debía tener las cortinas completamente cerradas, por lo que no se veía nada, así que pegué el
oído a la puerta, para intentar captar lo que pasaba en el interior.

Buenas noches - oí que decía mi abuelo.

¿Qué haces aquí? - respondió mi tía.


Ya lo sabes.

¡Márchate, por favor!

Como quieras - dijo mi abuelo para mi sorpresa.

Noté que su mano agarraba el picaporte.

Si cambias de idea, te espero en mi cuarto y te haré gozar como nunca antes.

Mi tía no respondió.

Lleva las perlas, por favor - concluyó mi abuelo.

Como no tenía ganas de dar explicaciones, me levanté rápidamente y me fui hacia las escaleras,
antes de que me viera mi abuelo. Su cuarto estaba en la planta baja, alejado de todos los demás
(por razones obvias).

Corrí procurando no hacer ruido y entré en su dormitorio, sentándome en la cama a esperarle.


Poco después, mi abuelo entraba en la habitación.

Ya está hecho - me dijo.

¿Crees que vendrá? - le pregunté.

Estoy seguro.

Entonces, comenzó a desabrocharse la chaquetilla del pijama.

¿Te importa ver a un hombre desnudo?

Me da igual - respondí - sólo me atraen las mujeres.

Me alegro - rió.

Él tras desnudarse, se metió en la cama y se sentó con la espalda pegada al respaldo, arropándose
hasta la cintura.

He salido a ti - le dije de pronto.

Lo sé - respondió mirándome con afecto - Chico, si supieras el susto que me diste hoy.

¿Cuándo?

En la charla de antes, en mi despacho. Cuando te pusiste tan serio y empezaste a hablar


de secretos y mujeres pensé que me ibas a decir algo como que te lo habías pensado bien
y que preferías a los hombres.

¡ABUELO!

Él se rió con ganas.


Tranquilo, no te enfades, es que estoy tan orgulloso de ti, que siempre temo que algo lo
estropee.

Sí, abuelo, ¿pero maricón yo?

No emplees esa palabra, que es muy fea - me dijo muy seriamente.

Bueno, yo no tengo nada en contra de los afeminados, pero... - en esos tiempos, no


existían términos como gay u homosexual.

Bien que haces. Son personas como cualquier otra, sólo que sus gustos son diferentes.
¡Detesto la estupidez actual, con esa doble moral y tantas mentiras!

Como vemos, en materias de sexo mi abuelo iba 100 años adelantado a su época.

Sí, abuelo, yo opino lo mismo. Además cuantos más haya, ¡más mujeres para nosotros! -
dije riendo.

¡La verdad es que no lo había pensado nunca! - rió él.

Pasó un rato y tía Laura no aparecía.

Abuelo, ¿seguro que va a venir?

Seguro. Con las mujeres nunca me equivoco.

Convencido por estas palabras, comencé a quitarme el pijama también.

No, Oscar, no te desnudes - me dijo.

¿Cómo?

He estado pensando. Si al entrar te ve aquí, se marchará seguro.

Entonces ¿qué hago?

Te esconderás en el armario. Ya te avisaré yo.

Abrí el armario que estaba tras de mí, frente a la cama. Era un gran armario de roble y en su
interior había una cajonera. El abuelo había apilado un par de mantas sobre ella para que pudiera
sentarme.

Desde ahí dentro podrás verlo todo y cuando tu tía esté a punto, yo te avisaré.

Mi tía seguía sin venir y yo me estaba poniendo nervioso.

¿No tarda mucho? - pregunté.

Tranquilo, ya vendrá...
Como para corroborar sus palabras, en ese momento sonaron dos leves golpes en la puerta. Mi
abuelo me hizo gestos para que me escondiera. Yo me metí rápidamente en el armario y cerré la
puerta, dejando una abertura para poder ver.

Adelante - dijo mi abuelo una vez se aseguró de que yo estaba listo.

Me asomé con cuidado por el hueco y vi cómo se abría lentamente la puerta de la habitación. Mi
tía Laura entró en la habitación. Vestía una bata de seda de color claro, anudada en la cintura por
una tira del mismo material. Al entrar, su muslo desnudo se mostró por entre los pliegues de la
bata, revelando que no llevaba camisón. Llevaba el pelo recogido.

Bienvenida - dijo mi abuelo.

Pasaron unos segundos en los que mi tía permaneció delante de la puerta, sin hablar. Por fin dijo:

Apaga la luz, por favor.

No, esta noche quiero verte bien - replicó mi abuelo para mi alivio.

Ella dudó un instante, pero finalmente penetró totalmente en el cuarto, cerrando la puerta tras de
sí. Se acercó hasta el borde de la cama y se quedó allí, de pié. Mi abuelo la miró de arriba abajo,
y, bruscamente, dio un tirón de las sábanas que cayeron revueltas al suelo. Mi abuelo estaba
completamente desnudo sobre la cama, con su miembro totalmente erecto.

Desnúdate - dijo.

Mi tía soltó el cinturón de su bata, y la dejó resbalar por sus hombros, cayendo al suelo. Ella se
tapó los senos y el coño con las manos. Yo desde mi posición, la veía de espaldas. La recorrí con
la mirada, deleitándome con sus larguísimas y espectaculares piernas, que terminaban en un
excitante trasero, muy parecido al de su hija Andrea. Su espalda era también muy atractiva, con la
piel muy blanca. Pude ver una extraña mancha sobre su hombro, pero no alcanzaba a ver lo que
era.

Suéltate el pelo - continuó mi abuelo.

Ella separó sus manos de su cuerpo lentamente y las llevó a su nuca, deshaciéndose el moño. Su
cabellera se deslizó por su espalda, era negrísima como la noche. El pelo no era excesivamente
largo, sólo le llegaba a los omóplatos más o menos. Mi abuelo la contempló apreciativamente por
unos segundos.

Bellísima - dijo - Date la vuelta.

Mi tía se volvió, quedando de frente a mí, con lo que pude admirar el resto de su cuerpo. Era una
visión sublime. Sus piernas eran muy largas, con unos muslos torneados, perfectos. Para mi
sorpresa, pude comprobar que mi tía también se afeitaba el pubis, aunque no tanto como Brigitte,
supongo que fue una costumbre que adquirió en Francia. Sus senos eran grandes, redondeados,
turgentes, con los pezones bien marcados apuntando al frente. Pude comprobar, excitado, que en
su cuello estaba el collar de perlas que mi abuelo le había regalado. Si me quedaba alguna duda de
si mi tía deseaba en verdad estar allí, el collar la disipó. Su rostro estaba tan bello como siempre,
un leve rubor teñía sus mejillas y sus ojos despedían un extraño fulgor. Sin ninguna duda, estaba
muy excitada. Lentamente, volvió a darse la vuelta.

Ven aquí - le dijo mi abuelo palmeando sobre la cama.


Ella se tumbó en la cama, junto a mi abuelo, mirándole a la cara. Él volvió a recorrerla con los
ojos de los pies a la cabeza, deslizando una mano sobre su cuerpo. Un estremecimiento recorrió a
mi tía Laura, que apartó la mirada avergonzada. Mi abuelo la tomó por la barbilla y giró su cabeza
con delicadeza, acercando los labios a los suyos:

No tienes de qué avergonzarte - le dijo y la besó con pasión.

Yo estaba en el armario sin perderme detalle. Estaba muy excitado así que me la saqué del pijama
y empecé a pajearme suavemente. Entonces recordé que no estaba allí para espiar, sino para
participar, así que me aguanté las ganas y volvía a guardármela.

Mientras tanto, mi abuelo seguía besando a mi tía. Ella comenzó a responder, rodeando con sus
brazos el cuello del viejo. Él se apartó de sus labios y comenzó a besarla por todas partes. Besó su
frente, sus ojos, su nariz, las mejillas, fue bajando por el cuello, el pecho, los senos.

Mi tía no paraba de abrazarle y poco a poco empezaron a llegar hasta mí tenues gemidos que
salían de su garganta, confundiéndose con el ruido de la lluvia que golpeaba en la ventana.

Mi abuelo siguió descendiendo, hasta situarse entre sus muslos. Ella trató de cerrarlos de repente,
pero mi abuelo los sujetó con las manos y lo impidió. Volvió a separar bien sus piernas y hundió
la cara en aquel precioso coño, que a esas alturas debía estar completamente encharcado.

Desde el armario, no podía ver las maniobras de mi abuelo, aunque me lo imaginaba bastante
bien. El cuerpo del viejo me tapaba parte del espectáculo, por lo que sólo veía a mi tía de cintura
para arriba. Se notaba que estaba disfrutando de aquello, se acariciaba los senos con una de sus
manos, estrujándolos con fuerza; la otra mano estaba enganchada en el collar y lo estiraba hacia
arriba, hasta su boca, metiéndolo entre sus labios, lamiendo las perlas. Tenía los ojos cerrados, la
cara muy roja por la excitación. Su cuerpo se movía acompasadamente con los movimientos que
mi abuelo hacía. Noté que ella abría sus piernas cada vez más, para que mi abuelo llegara más
adentro.

Yo estaba que me subía por las paredes, los gemidos y suspiros de mi tía ya no eran bajos, sino
que resonaban por todo el cuarto. También escuchaba el sonido de la lengua de mi abuelo al dar
lametones. Hubiera dado cualquier cosa por intercambiar los papeles.

Mi tía estaba muy próxima al orgasmo, cuando, de repente, mi abuelo paró de comerle el coño y
se incorporó. Mi tía lo miró con ojos suplicantes.

¿Qué pasa? - jadeó.

Vamos a probar un juego nuevo - dijo mi abuelo.

¿Cómo?

Date la vuelta.

Ella obedeció dubitativa, colocándose boca abajo. Mi abuelo se levantó de la cama y se dirigió a
su mesilla, mientras mi tía lo seguía con la mirada. Pude ver el miembro de mi abuelo, durísimo,
se veía que estaba tan excitado como yo. Mi abuelo abrió el cajón de la mesilla y sacó un pañuelo
negro. Yo enseguida comprendí sus intenciones.

Se sentó en la cama y comenzó a vendarle los ojos a mi tía. Mi momento estaba a punto de llegar.
¿Qué haces? - preguntó ella agarrando el pañuelo.

Shissst. Déjame hacer - respondió él apartando sus manos.

Colocó el pañuelo sobre sus ojos y lo anudó en su nuca. Tras hacerlo, deslizó una mano por toda
la espalda de mi tía, se entretuvo en su trasero y se hundió entre sus piernas.

Aahhh - gimió tía Laura.

Ponte a cuatro patas - dijo mi abuelo.

Ella obedeció y se colocó en esa postura; mientras, mi abuelo, no dejaba de estimularla con la
mano. Entonces, me hizo un gesto con su mano libre. Yo, lentamente, salí del armario mientras
mi abuelo se inclinaba sobre el oído de mi tía y le susurraba algo, supongo que para tapar el ruido
que yo pudiese hacer.

Mi abuelo siguió diciéndole cosas al oído sin parar de masturbarla mientras yo me despojaba del
pijama, cosa que no tardé en hacer ni un segundo. Mi miembro latía con desesperación, supongo
que notaba que cerca había un coño chorreante. Mi tía, allí a cuatro patas, ofrecía un espectáculo
maravilloso. Su pelo caía hacia delante, impidiéndome ver su rostro. Sus pechos colgaban, plenos,
como fruta madura, con los pezones enhiestos, apetitosos.

Mi abuelo la besó en la espalda, cerca de la mancha que yo había visto antes. Era una mancha de
nacimiento, parecida a una manzana. No sé por qué, pero aquel pequeño defecto la hacía más
deseable, como si fuera más humana, menos celestial. Tras besarla, se puso de pié y me indicó
con un gesto que ocupara su lugar.

Yo obedecí como un rayo. Me coloqué tras tía Laura y agarré sus nalgas con las manos,
separándolas para poder ver así su coño. Supongo que ella notó algo diferente en el tacto de mis
manos, porque echó su cabeza hacia atrás, como queriendo ver, pero la venda se lo impedía.
Entonces hundí mi lengua en su raja, arrancándole un gritito de placer, con lo que fuera lo que
fuese que hubiera notado dejó de importarle.

Hundió su rostro contra la almohada, para ahogar sus propios gemidos, levantando así un poco
más el culo, ofreciéndose mejor a mí. Yo chupaba, lamía, tragaba todo lo que allí había,
manteniendo sus piernas bien abiertas con mis manos.

Ella movía el trasero adelante y atrás, como follándose con mi lengua. Lamí todo lo que encontré
a mi paso, subí por su raja hacia atrás, chupando su trasero, pasando mi lengua por su ano. Yo
nunca había hecho eso antes, pero nadie tuvo que explicármelo, sabía que le iba a gustar.

Ella aceleró el ritmo de sus caderas, el clímax se aproximaba.

Entonces mi abuelo se aproximó a la cabecera de la cama y le quitó la venda. Mi tía aún tardó
unos segundos en comprender que allí había dos personas con ella y no sólo una. Cuando la
verdad penetró en su cerebro, miró hacia atrás rápidamente y descubrió horrorizada, que era su
sobrinito el que con tanto arte le comía el coño.

¡Dios mío! - exclamó.

Shisss. Tranquila - le dijo mi abuelo, sentándose en la cabecera de la cama.

Pero cómo habéis podido... ¡Aaahhh!


Yo acababa de hundir un dedo profundamente en su coño. Ella siguió protestando, pero en ningún
momento trató de apartarse. Mi abuelo se acercó a su cara, enarbolando su polla.

Chupa - dijo simplemente.

Mi tía nos miró con desesperación, primero a él, luego a mí. Yo había dejado de comerle el
chocho, dejándola al borde del orgasmo y mi cabeza asomaba por encima de su culo mirando su
rostro, sudoroso y jadeante.

Tita, por favor - gemí.

Esto no, no puede ser - dijo dubitativa.

Yo pasé lentamente mi mano por su raja, sintiendo el calor, la humedad. Ella se estremeció de
placer.

Por favor - insistí - no te resistas.

Ella suspiró profundamente. Cerró los ojos durante un segundo. Cuando volvió a abrirlos pude
notar que brillaban.

Fóllame, Oscar - dijo sonriendo con felicidad.

Claro, tita. Te quiero - le dije.

Y yo a ti.

Entonces miró a mi abuelo y le dijo:

Gracias papá.

De nada, mi niña - dijo él besándola dulcemente.

Tía Laura bajó la cabeza hasta la entrepierna del abuelo. Sin pensárselo dos veces, asió la polla
del viejo y se la metió en la boca. Mi abuelo apoyó las manos en su cabeza, acompañando el ritmo
de la mamada.

Yo no aguanté más. Traté de penetrarle el coño desde atrás, pero me faltaba experiencia, por lo
que mi polla resbalaba por su vulva. Entonces noté que la mano de tía Laura aparecía entre sus
piernas y me agarraba el pene, guiándome. Acercó mi polla hasta la entrada de su gruta y
entonces, lentamente, la penetré.

Ughfgfhf.

Sonidos ininteligibles salían de su garganta, completamente llena con la polla de mi abuelo. Fue
tan sólo penetrarla y mi tía se corrió. Noté el incremento de la humedad en su coño, fue
alucinante. Al correrse, su cuerpo se tensó y desde luego mi abuelo lo notó.

¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios! - repetía el viejo mientras apretaba la cabeza de su hija
contra su regazo.
Creí que mi abuelo también se había corrido, pero no era así. De todas formas, no era asunto mío.
Poco a poco, comencé a bombear en aquel glorioso coño. El placer fue sencillamente
indescriptible, aquella mujer estaba creada para amar.

Su vagina apretaba con fuerza sobre mi miembro, que la horadaba sin compasión. Mi vientre
palmeaba contra su trasero, produciendo un aplauso de lo más erótico, que se mezclaba con los
chupetones, gemidos y suspiros que llenaban el cuarto. Mi tía movía también las caderas,
aumentando el rozamiento, el placer, mientras sus labios subían y bajaban sobre la verga de mi
abuelo.

De pronto, su cuerpo se tensó otra vez, estaba teniendo un segundo orgasmo muy cercano al
primero. Aquello me excitó todavía más, por lo que aceleré el ritmo, cosa que mi tía agradeció a
juzgar por la subida del volumen de sus gemidos.

Estuvimos así cerca de dos minutos, cuando tía Laura, increíblemente, se corrió por tercera vez,
sólo que esta vez mi abuelo la acompañó. Eyaculó dentro de su boca. Mi tía, sorprendida, la
extrajo de su garganta, empuñándola con la mano. Espesos pegotes de semen salían de su boca,
cayendo sobre la cama, mientras la polla de mi abuelo expulsaba los últimos disparos, que iban a
impactar contra ella, alcanzándola en la cara, en el cuello, en el pelo.

Yo aún aguanté unos instantes más y cuando noté que iba a entrar en erupción, se la saqué de
dentro y me corrí sobre su culo, sus muslos y su espalda. Tía Laura se derrumbó de bruces sobre
la cama y yo junto a ella. Estábamos los tres exhaustos, agotados, pero yo no quería que aquello
acabara. Y no fue así.

Minutos después, mi tía se incorporó en la cama, poniéndose de rodillas.

Sois maravillosos - nos dijo.

Tú mucho más - respondí yo mientras mi abuelo asentía.

El hecho de verla allí, sobre la cama, desnuda, empapada de sudor y de semen hizo que mi
miembro comenzara a reaccionar. Mi tía se dio cuenta y se inclinó sobre mí, comenzando a darme
lametones en el pene. Éste poco a poco fue recuperando fuerzas y enseguida mi tía estaba
haciéndome una decidida mamada. Yo miré a mi abuelo y vi que su polla era diestramente
masajeada por la mano derecha de tía Laura, con lo que poco a poco iba recuperando también su
vigor.

Cuando las dos estuvieron listas, mi tía cesó en sus actividades, volviendo a incorporarse en la
cama. Mi polla protestó por aquello, pero mi tía no pensaba dejarnos así.

Papá, túmbate - dijo echándose hacia mi lado.

Mi abuelo se tumbó boca arriba en el centro del colchón. Mi tía pasó una pierna sobre él,
quedando a horcajadas sobre su regazo. Se inclinó hacia delante y lo besó con pasión.

Métemela - dijo después.

Mi abuelo, con destreza, colocó la punta de su cipote en la entrada de la lujuriosa cueva, y su


dueña se dejó caer de golpe, empalándose por completo.

¡AAAHHHH! - la exclamación de ambos fue simultánea.


Mi tía comenzó a mover las caderas lentamente, delante y atrás, hacia los lados. Mi abuelo la
dejaba hacer, acariciando sus pechos. Yo, caliente, llevé una mano hasta mi miembro y empecé a
pajearlo despacio, pues pensaba que me tocaba esperar.

Shisssst. Quieto - susurró mi tía apartando mi mano con las suyas - Deja que te la
ensalive bien.

Tirando de mi miembro, hizo que me arrodillara junto a ella, de forma que mi polla quedó junto a
su rostro. Entonces, se lo introdujo en la boca, reanudando la mamada. Yo apoyé las manos en su
cabeza, dedicándome a disfrutar.

El ritmo de sus caderas era muy lento, era como si no estuviera realmente follando, sino sólo
estimulando. Lo mismo podía decirse de la mamada que me hacía, usaba sólo sus labios y
enseguida noté mucha humedad sobre mi polla. Entonces, la sacó de su boca y me susurró:

Ve detrás.

Yo, instintivamente, supe lo que ella deseaba. Volví a colocarme en su culo y separé sus nalgas.
Podía ver la polla de mi abuelo penetrándola lentamente, pero mi objetivo era otro. Busqué su ano
y comencé a rozarlo con la lengua, humedeciéndolo bien. Poco a poco, introduje un dedo en su
interior, metiéndolo y sacándolo. Poco después penetré su ano con un segundo dedo y al
momento, con un tercero. Seguí estimulándola lentamente, tratando de separar mis dedos un poco,
para dilatarla. Ella gemía seductoramente:

Sí, asíiiii - siseaba.

Decidí que ya estaba lista. Como quiera que su saliva se había secado un poco sobre mi polla,
llevé mi mano libre a su coño, empapándola bien y después me la pasé sobre el tronco,
lubricándolo.

Por fin, me arrodillé tras ella. Al sacar los dedos, su ano quedó algo dilatado, así que apunté bien
mi glande y empujé. Ella gritó, no sé si de placer o de dolor. Sólo la punta de mi cipote había
penetrado, pero yo me paré, pues no sabía si le había hecho daño.

¿Te duele? - pregunté.

¡SÍ! ¡Pero no te pares! - me increpó ella.

De acuerdo, si eso era lo que quería... Agarré bien sus caderas con mis manos, y fui empujando
lentamente. Mi polla iba desapareciendo poco a poco en su culo, estaba apretadísimo, era muy
diferente a un coño. Se notaba que esa vía no era tan habitual, por lo estrecha que era.

Vi que ella se abrazaba con fuerza a mi abuelo, con los ojos muy cerrados, los dientes apretados
en un rictus de dolor. Sus manos estaban entrelazadas con las de mi abuelo, agarrándolas tan
fuertemente que sus nudillos se veían blancos. Pensé en detenerme, pero como ella no decía nada,
decidí que lo mejor era terminar cuanto antes, así que de un empellón se la enterré hasta el fondo.

¡UAHHHH! ¡DIOSSSSS! ¡ME ROMPES! ¡NOOOO!

Yo, asustado, empecé a sacarla, pero ella no me dejó.

¡No, no la saques, por favor! - exclamó llevando sus brazos hacia atrás y sujetando mi
culo.
¿Seguro?, pero si te duele.

¡Sí! Pero es taaaan bueeeno - dijo derrumbándose sobre el pecho de mi abuelo.

Así que volví a enterrársela de golpe.

¡UAAAHHH! ¡SÍIIIII! ¡SÍIIIIIIIII!

Noté claramente que experimentaba un nuevo orgasmo. Sus flujos brotaban de su coño,
empapando los muslos de mi abuelo y las sábanas.

Tras correrse, se quedó muy quieta, echada sobre mi abuelo. Yo no me atrevía ni a moverme, para
no hacerle daño. La verdad es que yo estaba en la gloria, su culo apretaba fuertemente sobre mi
miembro, podía incluso sentir la verga de mi abuelo presionando contra la mía, como si sólo las
separase una fina pared.

Por fin, mi tía pareció reaccionar y comenzó un suave vaivén con las caderas. Yo, animado,
comencé a penetrarla despacito, con delicadeza. Entonces, me di cuenta de que había sangrado un
poco por el ano. Asustado, se lo dije:

No te preocupes mi amor - dijo suspirando - es normal cuando te desvirgan.

¡Era la primera vez que la sodomizaban! ¡Yo era el primero! Aquello me llenó de inexplicable
orgullo, así que empecé a embestir con más fuerza. Mi tía se lo pasaba cada vez mejor, parecía
que el dolor había quedado ya muy atrás.

¡Así! ¡Así! Muy bien mi niño. ¡Vamos papá!

El ritmo se incrementaba cada vez más. Creí que me iba a volver loco de placer. Yo gemía, mi
abuelo gruñía y mi tía prácticamente berreaba.

¡DIOS! ¡DIOS! - repetía.

De pronto mi abuelo gritó:

¡Quita! ¡Quita! ¡No puedo más! - tratando de apartarnos.

¡No te pares papá! ¡No pares! - gritó ella.

¡LAURAAA! - chillaba mi abuelo mientras se corría en el interior de su hija.

El orgasmo del abuelo pareció precipitar el de mi tía, que chillaba enloquecida.

¡Me corro! ¡Me corro! ¡ME CORRO!

Al hacerlo, su cuerpo se estremeció, su ano se contrajo, apretando de tal forma mi verga que no
pude aguantar más. Eyaculé con violencia en su interior, sentía mi propio semen resbalando sobre
mi polla.

Aquellos orgasmos en cadena no dejaron agotados. Nos quedamos así, quietos, unos sobre otros,
con los miembros bien enterrados en los orificios de tía Laura mientras iban perdiendo volumen.
Finalmente, me dejé caer a un lado, sacando mi cansado pene de su interior. De su ano brotó mi
esperma, ahora que ya nada se lo impedía. Sobre las sábanas quedó una mancha de semen, sangre
y una sustancia oscura en la que prefiero no pensar.

Mi tía también descabalgó a su padre, quedando tumbada entre los dos. Se incorporó lentamente y
nos besó en los labios, primero a uno y después al otro.

Os quiero - dijo, mientras sus pechos subían y bajaban por su respiración entrecortada.
Estaba simplemente hermosa.

Y yo a ti - dijimos nosotros al unísono, llevando cada uno una mano a aquellos lujuriosos
senos, acariciándolos con ternura.

Por fin, se tumbó entre nosotros, pasando sus brazos bajo nuestros cuellos, abrazándonos a
ambos. Yo me puse de lado, pasando una pierna por encima de la suya, de forma que mi miembro
reposara contra su muslo. Mi cabeza descansó sobre su pecho.

Buenas noches tía Laura.

A partir de ahora llámame sólo Laura - dijo ella besándome en el pelo.

De acuerdo. ¡Laura! - dije con dulzura.

Mi abuelo no dijo nada...

No sé cómo lo hicieron, pero lo cierto es que a la mañana siguiente amanecí en mi propia cama,
completamente desnudo bajo las sábanas.

Continuará.

TALIBOS

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ernestalibos@hotmail.com

Casanova (04: La Tormenta)


talibos(ernestalibos@hotmail.com)
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Una noche tormentosa es aprovechada por nuestro héroe para enredar a su
voluptuosa y ardiente institutriz...
CASANOVA: (4ª parte)

LA TORMENTA:
Los siguientes días fueron tranquilos. Poco a poco, la vida iba retomando su pulso en la casa tras
el ajetreo de la fiesta. El servicio estuvo un par de días bastante atareado, recogiendo los restos de
la celebración y limpiándolo todo.

En esos días, ir a la parte trasera de la casa era sumergirse en un mar de tendederos llenos de
manteles, servilletas, sábanas... Apenas se podía caminar. Además, los días amanecían nublados,
aunque no llovía, por lo que la ropa tardaba en secar. Nadie paraba ni un segundo, en especial las
criadas, por lo que no tuve oportunidad de reanudar mis aventuras con ellas.

De todas formas, yo también andaba liado. Dickie se empeñó en que había que recuperar el
tiempo perdido con las clases, así que todos los días me daba una hora extra, con lo que las
mañanas las tenía ocupadas por completo. Por las tardes, hacía lo mismo con las chicas, así que
durante un par de días apenas me crucé con Marta, sólo en las comidas, y no tuvimos oportunidad
de quedarnos a solas.

La que sí que cambió profundamente fue mi tía Laura. Yo la veía trajinando por la casa, ayudando
en la limpieza, canturreando. Parecía otra. Noté que frecuentemente se encerraba con mi abuelo
en el despacho, pero me consta que no hicieron nada raro, pues siempre que me acerqué a ver,
estaban simplemente charlando. De hecho, años después mi abuelo me comentó que la noche del
cumpleaños de Laura fue la última vez que se acostaron juntos, y yo le creo. Habíamos logrado
transformar a tía Laura en otra persona, más feliz, más vital, disfrutando de la vida. Siempre he
estado orgulloso de mi granito de arena en ese tema. Pero, volvamos a mi historia.

Llevaba yo pues, dos días sin ningún tipo de escarceo. El primer día no me importó, ya que la
jornada interior había sido increíble y me encontraba bastante satisfecho, pero a partir del
segundo, mi instinto volvió a despertar, pero no había forma de aliviarlo.

La noche del segundo día yo andaba ya bastante mal. Ya había probado los manjares de la vida y
quería más. Mi mente se había dedicado a rememorar los intensos sucesos de los últimos tiempos,
lo que me había provocado un grado de excitación bastante notable. Estaba en mi cama, con el
pene durísimo, acariciándomelo cansinamente. De hecho, lo que hacía era sopesar la posibilidad
de ir al cuarto de Marta o al de Marina, o incluso al de tía Laura, pero el azar me lo impidió.

Resultó que esa noche se puso enferma mi prima Andrea, nada grave, un cólico o no sé qué, pero
se pasó la noche vomitando. Por esto tanto mi tía como mi madre se turnaron vigilándola,
impidiendo así que yo saliera de mi cuarto, pues siempre una de las dos estaba despierta.

Bastante enfadado, tuve que conformarme con hacerme una paja, aunque para mí, el placer
solitario siempre ha sido un pobre sustituto del sexo, pero qué podía yo hacer si no.

Pasé una noche bastante mala, a mi insatisfacción sexual, se unían los continuos ruidos en el
pasillo, y como tengo el sueño muy ligero, apenas si pegué ojo. Por esto, a la mañana siguiente no
me desperté temprano como solía.

Era por la mañana. Yo estaba bastante cansado y abrí lentamente los ojos. Me sorprendí bastante
al encontrar junto a mi cama a mi hermana Marina. Al despertarme, me encontré con ella
inclinada sobre mí, pero se incorporó bruscamente con el rostro bastante rojo.

Ya era hora de que te despertaras - me dijo.

Buenos días - dije yo bostezando - ¿Qué haces aquí?


Me ha mandado mamá a levantarte. Ha dicho que bajes rápido a desayunar, que Mrs.
Dickinson te espera.

Yo me desperecé lentamente. La verdad era que no tenía muchas ganas de levantarme, quería
remolonear un poco, así que cogí las mantas y me arropé hasta el cuello.

Un ratito máaas... - dije.

Vamos, niño, levanta - dijo Marina agarrando las mantas.

Yo, al notar que me desarropaban, di un brusco tirón de las sábanas, lo que pilló a Marina por
sorpresa, por lo que cayó hacia delante. No se cayó realmente, sólo perdió un poco el equilibrio, y
apoyó una mano en mi pecho para no caerse. Fue todo muy inocente, no había pasado nada malo,
pero noté cómo su rostro volvía a enrojecer.

Se incorporó con presteza, arreglándose el vestido, aunque éste no se le había arrugado en


absoluto. Sin mirarme a los ojos me dijo:

Pareces tonto. Casi me tiras.

Lo siento, es sólo que no tengo ganas de levantarme.

Al mirarla y verla allí, ligeramente ruborizada sin saber por qué, nerviosa, esquiva, me di cuenta
de lo realmente hermosa que era. Me quedé mirándola fijamente al rostro durante unos segundos,
hasta que se sintió incómoda.

Se puede saber qué miras - me dijo.

A ti - contesté yo.

Yo esperaba que esa respuesta la hiciera enrojecer aún más, pero logró controlarse, parecía tener
ganas de jugar.

¿Ah, sí? ¿Y por qué me miras?

Porque estás muy buena.

Eres un cerdo - me espetó.

¿Por qué?, sólo digo que eres muy guapa.

Si quería jugar, por mí que no fuera. Decidí continuar con mis tácticas de provocación, pero esta
vez no podría fingir estar dormida. Las sábanas me cubrían hasta el pecho, así que las subí un
poco más, hasta el cuello. Deslicé mis manos bajo ellas y liberé mi pene del pijama, que como
todas las mañanas se encontraba bien enhiesto. Comencé a pajearme bajo las mantas, procurando
que se notara perfectamente lo que hacía. Marina me miró anonadada, por un segundo pareció ir a
salir disparada de la habitación, pero la excitación pudo más, así que decidió seguir fingiendo que
nada pasaba, era su forma de enfrentarse a los deseos que sentía.

¿Te vas a levantar o no? - dijo con voz entrecortada.

De acuerdo.
Bruscamente, me incorporé sobre el colchón, con lo que las mantas cayeron en mi regazo. Mi
mano apareció entonces empuñando firmemente mi polla ante los asombrados ojos de mi
hermana, que se quedó mirando unos segundos. Aquello fue demasiado para ella, se dio la vuelta
y salió como una exhalación del cuarto, dando un portazo.

Yo me quedé allí, con la polla en la mano y con cara de tonto. Por un momento me preocupó la
posibilidad de que Marina fuera con el cuento a mi madre, pero sin saber por qué, supe que no lo
iba a hacer.

Decidí levantarme, antes de que vinieran de nuevo en mi busca, me aseé y me vestí, bajando
después a desayunar. Las clases matutinas fueron especialmente tediosas, no podía concentrarme
en los estudios y la mañana se me fue echándole disimuladas miradas a Dickie, que estaba tan
buena como siempre.

Por fin, llegó la hora de comer y toda la familia se reunió a la mesa, en el salón grande. La comida
transcurrió sin incidentes, pero noté que los adultos estaban conversando sobre una cena.

Perdona, mamá - dije - ¿de qué habláis?

No es nada, cariño. Esta noche vamos a ir a cenar a casa de los Benítez. Esta mañana ha
llegado un mensaje invitándonos - me contestó ella.

Ah, vale.

¡Qué rollo! Ir a cenar a casa del capullo de Ramón no me apetecía en absoluto. Entonces se me
ocurrió, si conseguía que Marta y yo nos quedáramos... Tras almorzar, me decidí a abordar a mi
madre:

Mamá.

¿Sí?

¿Te importa si no voy esta noche a la cena?

¿Por qué no?

No me apetece nada, además, tengo que estudiar.

Ya - dijo ella riendo - eso no me lo creo.

Me di cuenta de que pisaba terreno pantanoso, lo de los estudios no iba a colar. Puse cara seria y
dije:

Mira, la verdad es que no soporto al imbécil de Ramón.

¡Niño! - dijo mi madre horrorizada.

Lo siento mamá, pero es la verdad. Es muy pedante y me cae fatal. No tengo ganas de
pasar la noche aguantándolo.

Mi madre me miró divertida.


Vaya, me sorprendes. No sabía que a tu edad ya tuvieras enemigos.

Venga, no te burles. Además, reconoce que Ramón tampoco te cae demasiado bien.

Mi madre se puso seria.

No digas esas cosas.

De acuerdo, perdona. Pero, ¿puedo quedarme, por favor? - dije con mi mejor sonrisa de
niño bueno.

Bueeeno - dijo riendo - Le diré a Mrs. Dickinson que te eche un ojo.

¡Gracias! - exclamé abrazándola impulsivamente.

Eres un bribonzuelo - me dijo ella alejándose.

La primera parte del plan estaba echa, sólo faltaba la segunda: Marta. Para mi sorpresa, ella me
dijo que quería ir a la cena.

¿Cómo? - dije decepcionado cuando por fin la encontré y le comuniqué mi plan.

Que voy a ir a la cena - me repitió.

Pero, ¿por qué?

Porque quiero aclarar las cosas con Ramón. Tengo que hablar con él.

Parecía muy seria, así que decidí no insistir. Apesadumbrado, la dejé sola, pues sus clases estaban
a punto de empezar. Salí a la calle, a dar un paseo, dándole vueltas a lo que podía hacer por la
noche. Pensé en Vito, pero por la noche no iba a estar, pues mi abuelo les había dado la noche
libre a las cocineras y a las criadas. Entonces me di cuenta, ¡esa noche se iba todo el mundo!

¡Vaya rollo! - pensé - me voy a quedar solo.

¿Solo? De eso nada. Aún me quedaba Mrs. Dickinson. Desde que la sorprendí en el pueblo había
estado muy amable conmigo, quizás lograra algo por ese lado. Dediqué el resto de la tarde a vagar
por ahí, dándole vueltas a la cabeza. A eso de las siete, mi familia estaba lista para irse:

Pórtate bien - me dijo mi madre - si no lo haces Mrs. Dickinson me lo dirá y te vas a


enterar.

Tranquila - contesté dándole un beso.

Las cinco mujeres (mi madre, mi tía y las chicas) se apretujaron como pudieron en el coche
conducido por Nicolás. Tanto mi padre como mi abuelo iban a caballo.

Por fin se marcharon. Mrs. Dickinson se fue a su cuarto, no sin advertirme que me portara bien.
Yo no tenía nada que hacer hasta la hora de la cena, por lo que pensé en ir a charlar con Antonio,
pero cuando me disponía a hacerlo empezó a llover con fuerza. No me quedaba más remedio que
meterme en la casa.
Tras pensarlo un rato, decidí ir a la biblioteca del abuelo a por un libro. Era algo que hacía muy a
menudo, pues leer siempre me ha gustado mucho. Entonces, mis favoritos eran los libros de
aventuras, en especial los de Emilio Salgari. Fui a mi cuarto a recoger el ejemplar de "La Isla del
Tesoro" de Stevenson, que acababa de terminar para cambiarlo por otro.

Devolví el libro a su lugar y me puse a mirar por los estantes. Estuve bastante rato repasando
volúmenes, escuchando el agua golpetear contra las ventanas. Dickie pasó a ver lo que estaba
haciendo, pero como me estaba portando bien, se marchó enseguida. Estaba enfrascado en mis
cosas cuando oí voces en la escalera. Me acerqué a la puerta y escuché a Dickie conversando con
Nicolás, que al parecer ya había vuelto.

Me ha costado bastante volver por el camino - decía Nicolás.

Entonces, ¿qué van a hacer?

Probablemente se queden allí a pasar la noche.

Yo salí del despacho - biblioteca de mi abuelo y les interrumpí.

¿Hola Nicolás - dije - ¿Qué es lo que pasa?

Hola Oscar. No pasa nada, es que tu abuelo me ha dicho que si sigue lloviendo así, no
van a poder volver. Desde luego el coche no va a poder pasar por esos caminos, sobre
todo por el tramo de los Benítez que está muy mal.

Entonces...

Si no escampa, no podré ir a por ellos, así que me dijeron que en ese caso se quedarían a
dormir en casa de los Benítez.

Comprendo.

Me dijo tu madre que te vayas a la cama temprano, que no aproveches que ella no está
para hacer de las tuyas.

Y adónde voy a ir con la que está cayendo - dije un poco enfadado.

A mí no me mires - dijo él encogiéndose de hombros - Yo sólo soy el mensajero. Y ahora


si me disculpan, tomaré un bocado y me iré a mi cuarto. Si para de llover intentaré coger
el coche.

Nicolás bajó la escalera y fue hacia la cocina.

Bueno, pues estamos los dos solos - me dijo Dickie.

Sí - contesté yo un poco azorado.

¿Tienes hambre?

Todavía no. Además, aún no he encontrado un libro que me guste.


Vale. Pues voy a mi cuarto, que estoy acabando un libro muy interesante. Cuando tengas
hambre, avísame.

De acuerdo.

En ese momento un formidable trueno restalló en el exterior. Ambos dimos un respingo de


sorpresa.

Uf, vaya susto - dijo ella.

Sí.

Mrs. Dickinson se marchó. Su dormitorio estaba en el segundo piso como los de la familia,
aunque un poco apartado, mientras que los del resto del servicio estaban abajo, en el lado de la
cocina. El de mi abuelo en cambio, estaba en el otro ala, totalmente alejado de los demás.

Volví a la biblioteca a mirar libros. Pero no encontraba nada interesante. Pero claro, yo era aún
muy bajo para revisar los estantes superiores, así que decidí echarles un vistazo. Cogí la pequeña
escalera que tenía mi abuelo para esas cosas y me subí (si mi madre me hubiera visto sin duda se
habría enfadado). Comencé a repasar los libros de arriba, pero nada me gustaba. Eran libros
demasiado adultos para mí, política, filosofía... Escogí uno al azar y lo abrí.

El título del libro era "Estructura socioeconómica" o algo así, eché un rápido vistazo al texto y leí
más o menos esto: "...acariciando sus pechos con fuerza, amasándolos salvajemente. Dora lloraba
desconsolada mientras el malvado rufián se apoderaba de su..." Casi me caigo de la escalera.

Rápidamente, bajé de la escalera y me senté en el sillón del abuelo para mirar el libro. Resultó ser
una novela erótica, hoy diríamos que pornográfica, metida en unas cubiertas falsas. Dejé el libro y
volví a subirme en la escalera. Pude comprobar así que todos los demás libros del estante eran del
mismo estilo.

¡Joder con el abuelo! - pensé.

Volví a bajar y continué con la lectura. Era un relato bastante excitante sobre un tipo que violaba
mujeres en la ciudad. Decidí llevármelo a mi cuarto para leerlo después.

Tras esconder bien el libro, fui a avisar a Dickie, pues ya tenía hambre. Me dirigí a su habitación,
comprobando que ella ya se había encargado de encender las lámparas del pasillo. Golpeé
suavemente en su puerta.

Pasa - me dijo a través de la puerta.

Yo abrí con cuidado y entré. Estaba sentada en un butacón con un libro sobre las rodillas.

¿Ya tienes hambre? - preguntó.

Sí.

Espera un minuto, me falta sólo una página.

Yo me quedé allí de pié, esperando. Ella terminó enseguida.


¡Magnífico! - dijo cerrando el libro con un suspiro de satisfacción.

¿Le ha gustado?

Sí, mucho.

¿Cómo se titula?

Rimas y Leyendas, de Bécquer.

¡Ah, sí! Es verdad que es muy bueno. Pero me gustan más las leyendas, la poesía no la
entiendo bien.

¿Lo has leído? - me dijo sorprendida.

Claro.

Eso está muy bien.

Dickie se levantó y dejó el libro sobre una mesa.

Luego iré a por otro. Vamos - me dijo.

Fuimos juntos a la cocina. Yo me senté a la mesa, mirándola, mientras ella trasteaba con los
platos que había dejado preparados Luisa antes de marcharse. Siempre me ha gustado observar a
una mujer trabajando en la cocina.

Nos pusimos a cenar, charlando alegremente sobre muchas cosas, los estudios, su país, libros...
Así me enteré de que su nombre de pila era Helen, cosa que yo no sabía aunque ella me daba
clases desde hacía tiempo. Además, me insistió en que la tuteara.

...Pues sí, me ha gustado bastante vuestro Bécquer - me decía - Ahora después buscaré
algo más de él.

Sí, seguro que el abuelo tiene más obras suyas.

Luego iré a cambiar el libro por otro. ¿Y tú qué has cogido?

¿Yo? Eh... - me quedé un instante en blanco - ...pues... una novela de Julio Verne.

¡Ah!, los chicos siempre pensando en aventuras.

Y en otras cosas - dije yo enigmáticamente.

Dickie se quedó mirándome perpleja durante un segundo, pero no le dio mayor importancia.
Agitando la cabeza me dijo:

Vamos a lavar los platos.

Vale.
Recogimos la mesa mientras yo le daba vueltas en la cabeza a una interesante idea. Así que
Dickie iba a coger un libro... Ya veríamos.

Mientras fregábamos, le pregunté por su prometido.

¡Oh! - dijo un tanto sorprendida - Hace tiempo que no le veo.

Desde el día de la estación, supongo.

¿Y tú cómo lo sabes? - dijo interrogadora.

Porque desde entonces no has vuelto a ir a ningún sitio.

Ah, claro.

Dickie me miró un tanto seria y me preguntó.

Oscar, no le habrás contado a nadie lo de la estación ¿verdad?

A nadie - contesté - Ya te dije que no lo haría.

Mi respuesta, firme y segura (además de cierta) la convenció, con lo que se disiparon sus temores,
así que seguimos hablando. Charlamos un poco sobre él, pero yo notaba que me estaba mintiendo.
Sus respuestas sonaban, no sé, improvisadas. Incluso en un par de ocasiones se contradijo. Yo
fingía no darme cuenta de nada y que me estaba creyendo todo lo que ella me decía, pero aquello
no hacía sino confirmar mi idea de que aquel tipo no era su prometido, sino sólo su amante. Eso
significaba que Dickie llevaba una buena temporada sin su dosis de rabo. Esa noche iba a ser la
mía, los dos allí solitos...

En ese momento la noche se iluminó, y un tremendo trueno restalló fuera.

Uf - dijo Dickie estremeciéndose - Odio estas tormentas. ¿A ti no te dan miedo?

En ese momento, mi mente elaboró un plan. Ya sabía lo que debía hacer.

No, no, a mí no me da miedo. Soy un hombre - le respondí, pero fingiendo estar un poco
nervioso. Ella tragó el anzuelo.

Sí, sí, ya veo que nada te asusta - dijo riendo.

Terminamos de recogerlo todo y nos dispusimos a subir a nuestros cuartos. Dickie fue al suyo y
yo salí disparado para el mío. Saqué "Estructura socioeconómica" de su escondite y regresé con él
a la biblioteca. Con la escalera, volví a dejarlo en su sitio, pero asomando del estante, de forma
que llamara la atención. Rápidamente, cogí una novela de Verne (las de aventuras estaban todas a
mi alcance) y salí del cuarto.

Me escondí por allí cerca, vigilando la puerta de la biblioteca. Al poco apareció Dickie, con
"Rimas y Leyendas" bajo el brazo y entró. Yo aguardé allí un rato y noté que ella se demoraba
bastante, demasiado para dejar el libro y coger otro de Bécquer, puesto que estos estaban todos
juntos. Así que mi plan debía estar dando resultado.

Por fin, Dickie reapareció. Parecía nerviosa y apretaba un par de libros contra su pecho. Se
marchó con pasos rápidos en dirección a su cuarto, lo que yo aproveché para echar un vistazo
rápido a la biblioteca. Efectivamente, "Estructura socioeconómica" ya no estaba en su sitio. Mi
plan estaba saliendo perfecto.

Me largué de allí con presteza y fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me metí en la cama. Justo a
tiempo. Acababa de arroparme y coger la novela cuando golpearon en la puerta.

¿Puedo pasar? - dijo la voz de Dickie.

Sí, claro - contesté.

La puerta se abrió y entró Dickie. Iba en bata y bajo ésta se adivinaba su camisón. Llevaba un
candelabro en una mano.

Pasaba para desearte buenas noches - dijo.

Buenas noches - contesté yo.

Un nuevo trueno retumbó con fuerza. Yo di un respingo y me arropé más arriba, fingiendo temor.
Dickie se reía.

Ya veo que no te da miedo la tormenta.

No es eso, es que tengo frío - dije bajando un poco las sábanas mientras ponía cara de
niño enfurruñado.

Vale, vale - dijo sonriendo - Buenas noches, entonces. No leas hasta muy tarde.

De acuerdo. Buenas noches.

Salió cerrando la puerta tras de si. Yo sabía que a continuación iría a su cuarto a estudiar
socioeconomía, pero primero tenía que revisar la casa, cerrando ventanas y apagando luces, por lo
que decidí darle una hora antes de poner en marcha la segunda parte de mi plan. Para
entretenerme, inicié la lectura de la novela de Verne, "Viaje al centro de la Tierra". Por fortuna, la
tormenta arreciaba cada vez más, lo que favorecía enormemente mis intenciones. Tras leer unos
cuantos capítulos, decidí que Dickie debía de estar ya a punto, así que me levanté y cogí la vela.
Tras pensarlo unos segundos decidí llevarme también mi almohada, pues me daba un aire, no sé,
desamparado.

Así pues, alumbrándome con la vela y arrastrando una almohada me dirigí al cuarto de mi tutora.
Al llegar a su puerta, respiré hondo y golpeé con los nudillos.

¿Quién es? - me respondió su voz con tono sorprendido.

Soy yo, Mrs. Dickinson - respondí en tono temeroso.

Pasa.

Yo abrí la puerta lentamente, tratando de ofrecer una imagen bien patética. Dickie estaba en su
cama, con la espalda apoyada en la almohada y con un libro en su regazo. Las sábanas la tapaban
hasta la cintura, con lo que sus enormes pechos se ofrecían a mi vista embutidos tan sólo en su
camisón, al que amenazaban con reventar. Y ¡premio!, incluso desde la puerta podía distinguir
cómo sus pezones se marcaban duros contra la tela, lo que me reveló sin lugar a dudas la
naturaleza del libro que estaba leyendo.
¿Qué quieres? - me dijo un tanto seca.

Yo... disculpe. Es que yo... Bueno... Estaba allí solo y... la tormenta y eso... - balbuceé.

Dickie se rió suavemente.

Ya comprendo, no tienes miedo de la tormenta pero... digamos que has venido a ver si yo
me encontraba bien - bromeó.

Yo decidí seguirle el juego.

Sí, eso - dije ilusionado.

Ella me miró divertida durante un segundo.

Vamos, vamos, Oscar. Déjalo ya, es normal que te dé susto una tormenta tan fuerte, y
además, allí solo, con todas las habitaciones vacías.

Bueno, yo... - dije simulando azoramiento.

¿Quieres dormir conmigo?

¡SÍ! ¡Lo había logrado! Tenía ganas de gritar.

Bueno, si no le importa - dije abrazando la almohada.

Anda, vente - dijo Dickie palmeando la cama.

Yo salí como un cohete, dejando mi almohada en el suelo. Abrí las sábanas y me metí debajo,
arropándome hasta el cuello. La cama era grande y cómoda, pero yo procuré acostarme cerca de
ella.

Tú duérmete - me dijo - que yo voy a leer un rato.

Vale.

Abrió el cajón de su mesita de noche y cambió el libro que sostenía por otro. Sin duda, no le
pareció adecuado leer una novela erótica conmigo al lado, así que lo cambió por el otro que había
cogido. Se incorporó un poco, quedando reclinada sobra la almohada y sosteniendo el libro en su
regazo. Enseguida se enfrascó en la lectura. Yo, tumbado a su lado, sólo tenía que esperar mi
oportunidad, y ésta no tardó en presentarse. Un enorme trueno resonó, y yo dando un respingo,
me abracé fuertemente a Dickie.

¡Ey! - exclamó sorprendida.

Lo siento señorita - dije sin soltarla - ¿le importa si la abrazo?

Ella dudó unos segundos, pero decidió que no había nada malo.

Bueno, pero duérmete ya.

Quedé pegado a su cuerpo como una lapa, con mi brazo izquierdo abrazado a su cintura. Ella, por
comodidad, rodeó mi cuello con su brazo, de forma que mi cara quedó recostada contra su pecho.
Coloqué mi pelvis apoyada contra su muslo. Estaba en la gloria, sus tetas eran mejor que
cualquier almohada.

Ahora debía controlarme un poco, no podía atacar directamente, pues en ese caso ella me
rechazaría. Debía dejar que se relajara un tanto y que siguiera con su lectura, para ir poco a poco y
que sus defensas bajaran. Esto es muy fácil de decir, pero hacerlo fue un infierno. El calor de su
cuerpo rodeaba el mío, calentándome, excitándome. Su simple respiración me enervaba, pues su
pecho subía y bajaba acompasadamente y con él, mi cabeza que reposaba apoyada. Sus piernas se
movían de tanto en cuanto, frotando su muslo contra mi entrepierna, que yo luchaba por mantener
relajada. Pero lo peor era cuando abría los ojos, pues se encontraban directamente frente a su teta
derecha. Así pude apreciar su enorme tamaño. Me di cuenta de que eran mayores incluso que las
de Luisa; sin duda Dickie era la reina en cuanto a volumen mamario de toda la casa. Su camisón
no tenía botones en el cuello, sino un trenzado de cordones, estilo corpiño. Por esto, y al estar tan
tenso el camisón debido a la cantidad de carne que albergaba, se ofrecía a mi mirada un generoso
escote, que me permitía contemplar una buena porción de pecho desnudo, lo que resultaba de lo
más erótico.

Naturalmente, mi lucha era en vano. Aunque resistí heroicamente durante un rato, finalmente las
hormonas pudieron más, y mi polla fue endureciéndose poco a poco, apretándose fuertemente
contra el muslo de Dickie. Por supuesto, ella lo notó, pero no dijo, nada y siguió leyendo su libro.

Esto me envalentonó, por lo que disimuladamente, fui apretando cada vez más mi erección contra
su pierna. Mis ojos buscaron su rostro y pude comprobar como un tenue rubor teñía sus mejillas.
De vez en cuando desviaba su mirada hacia mí, pero claro no sabía cómo llamarme la atención
por lo que estaba sucediendo, pues para ella yo no era sino un simple niño asustadizo, y ¿cómo
decirme que apartara la polla de su pierna?

Decidí seguir así por un rato, esperando a ver qué hacía ella. La situación era de lo más erótica,
yo, allí con el pito como una roca arrimado a su muslamen y ella como si nada. ¿Como si nada?
No. La situación estaba comenzando sin duda a excitarla. Mi cabeza reposaba contra su pecho, y
podía notar perfectamente cómo se había incrementado el ritmo de su corazón. Además, sus
pezones seguían rígidos, duros, marcados contra su camisón.

Dickie seguía leyendo, aunque me di cuenta de que llevaba más de cinco minutos sin pasar de
página, ¡qué lectora más lenta!

Ya era hora de dar el siguiente paso, me separé levemente de su cuerpo serrano y me incorporé
apoyándome en un codo. Ella ni siquiera me miró, siguió "enfrascada" en su libro.

Helen - la llamé suavemente.

¿Ummm? - respondió sin apartar los ojos de su lectura.

¿Vamos a seguir mucho rato así?

¿Cómo dices? - me dijo mirándome con sorpresa.

Que si vamos a seguir haciendo mucho rato el tonto - insistí con el tono más adulto que
fui capaz de articular.

No... no te comprendo - balbuceó.


Yo me incorporé por completo, arrodillándome sobre el colchón, de forma que mi paquete
quedara bien a su vista.

Venga, no disimules, me refiero a esto - dije señalándome el miembro con un dedo.

Ella se enfadó y me dio una bofetada. El libro cayó de su regazo al suelo con un ruido sordo.

¡Serás sinvergüenza! ¡Esto se lo voy a contar a tu madre en cuanto venga!

Yo no me acobardé.

¿Y también le dirás que estabas leyendo libros de socioeconomía?

Se quedó petrificada, con los ojos muy abiertos.

Sí, sé perfectamente lo que estabas haciendo, aunque sea joven, no soy estúpido.

No sé de qué me hablas - insistió.

Te hablo del libro que hay en tu mesita. ¿Es por eso que te has enfadado, porque te he
interrumpido cuando estabas a punto de hacerte una paja?

Sus ojos despidieron chispas mientras trataba de abofetearme de nuevo, pero esta vez yo fui más
rápido y detuve su golpe asiéndola con fuerza de la muñeca. Sujeté su mano con fuerza contra mi
pecho y le hablé dulcemente.

Vamos Helen, no te enfades, no pretendía ofenderte.

Pues no lo estás haciendo muy bien - dijo secamente, pero sin intentar liberar su mano.

Compréndeme Helen, eres una mujer muy hermosa, me gustas desde siempre y esta
noche, al estar aquí, contigo, los dos solos, no he podido resistirme. Entiéndelo, a mi
edad se tienen muchos impulsos, y una mujer tan bella como tú siempre es objeto de
deseo.

Mis palabras parecían ir ablandándola poco a poco. Noté que le gustaba que la halagaran.

Además, yo nunca me habría atrevido a decirte nada si no hubiera pensado que tú


también lo deseabas.

Volvió a cabrearse muchísimo.

¡¿Cóoooomo?! ¡Se puede saber de qué demonios está hablando!

Yo la miré fijamente unos segundos, esperando a que se calmase.

Me refiero a esto - dije mientras rozaba suavemente su pezón con mi mano libre. Estaba
como una roca.

Umm.
Un leve gemido escapó de los labios de Dickie, pero enseguida recobró la compostura. De un
brusco tirón, liberó su mano y se levantó de la cama, quedando en pié junto a ésta.

Márchate a tu cuarto Oscar. Mañana hablaré con tus padres de tu comportamiento - dijo
con tono serio.

He debido dar muy cerca del blanco para que te enfades así ¿verdad? - contesté yo sin
moverme ni un milímetro.

Por favor, vete - dijo señalando a la puerta.

No, no me voy.

¡¿Se puede saber qué quieres de mí?! - gritó desesperada.

La miré muy seriamente y le dije con aplomo:

Hacerte el amor como nunca antes te lo han hecho.

Se quedó absolutamente alucinada, de pié junto al colchón, con un brazo estirado apuntando a la
salida, sin saber qué decir.

Helen, te deseo - susurré mientras me deslizaba hasta el borde del colchón. Arrodillado
junto al filo, la abracé por la cintura, recostando mi cabeza en su pecho. Ella no atinó ni a
apartarse.

¡Dios mío! - susurró.

Te aseguro que soy mucho mejor amante que ese tipejo del pueblo del que tanto hablas.

Dickie despertó y se separó de mí, quedando apoyada de espaldas contra el armario que había
junto a la cama.

Pero ¿qué dices?

Te lo repito una vez más, no soy estúpido. Sé perfectamente que ese hombre de la
estación no es tu prometido, sino sólo tu amante.

No sabes lo que dices.

Sí que lo sé. Tu historia no tiene ni pies ni cabeza, no me has engañado ni por un


segundo.

Te equivocas - contestó.

Sí, mucho me equivoco. Helen, el cuento que me soltaste no se sostiene por ningún lado,
me contaste lo primero que se te ocurrió, pensando que bastaría para engañar a un crío,
pero no ha sido así. Al menos, sé sincera y no continúes mintiendo.

Pude notar cómo se resignaba, sabía que la había pillado.


Helen, ya te dije que yo no te juzgo. Es perfectamente normal que una mujer atienda a
sus deseos y necesidades, y el sexo es uno de ellos.

....................

Lo que no comprendo es por qué te resistes a esos impulsos. Te vas al pueblo y te


acuestas con un gañán imbécil y sin embargo, aquí estamos nosotros, deseándonos el uno
al otro, completamente solos y aún así, no cedes.

Dickie me miró durante unos instantes, seria, resignada. Por fin dijo:

¿Qué es lo que pretendes? ¿Chantajearme? ¿Obligarme a acostarme contigo para que no


cuentes nada?

En absoluto - contesté - Te deseo, ya te lo he dicho, pero quiero que hagas lo que hagas
sea por propia voluntad. Ya te di mi palabra de que tu amante sería un secreto entre
nosotros, y por mi parte, así será para siempre.

Noté que mi respuesta la impresionaba vivamente. Se quedó pensativa durante unos segundos,
empezaba a dudar.

Helen, pruébalo, te juro que no te arrepentirás.

Estás loco - dijo, pero en su voz ya no había rastro de enfado.

Entonces, se me ocurrió una cosa y decidí intentar un disparo al azar.

Además, comprobarás que soy tan buen amante como mi abuelo. Pregunta a quien
quieras.

¿Cómo? - dijo asombrada.

Que puedes preguntar a las mujeres de la casa sobre mí.

Estás mintiendo - dijo con una sonrisa divertida.

A Vito, Brigitte, Luisa, Mar, Tomasa - exageré un tanto, claro.

¡No me lo creo!

Me levanté de la cama y caminé hacia ella. Mi rostro quedaba justo a la altura de sus senos, así
que alcé la cara para poder mirarla a los ojos.

No miento, te lo prometo. Por favor, no te resistas más - susurré.

Mientras decía esto, deslicé mi mano hasta su entrepierna, donde apreté por encima del camisón.
Ella cerró los ojos y exhaló un tenue gemido, dejándose hacer.

Te deseo - susurré.

Estáte quieto - respondió ella, pero sin ninguna convicción.


Lentamente, me fui arrodillando frente a ella, sin dejar de acariciarle el coño por encima del
camisón. Ella se reclinaba contra la puerta del armario, con los ojos cerrados, disfrutando, vencida
ya por completo su resistencia. Metí mis manos bajo el borde de su camisón, y fui deslizándolas
por sus piernas, levantando el faldón del mismo hasta que su coño apareció ante mis ojos,
tentador.

Tenía bastante vello, se ve que no se depilaba como mi tía, de color rubio, un poco más oscuro
que el de su cabello. Los labios vaginales se veían hinchados, se notaba la humedad, estaba muy
excitada. Introduje dos dedos entre ellos, separándolos, para poder ver mejor.

Uhgghh - gorgoteó Dickie.

Lentamente, pegué mi boca a su raja y comencé a lamerla de arriba abajo, muy despacio,
saboreándola. Con una mano mantenía su coño bien abierto, mientras que llevaba la otra hacia
atrás, para estimular también su ano con los dedos. Al soltar el borde del camisón, éste cayó,
tapando mi cabeza, aunque no me importó en absoluto. Yo ya no necesitaba ver para recorrer
hasta el último rincón del coño de una mujer.

Dickie, inconscientemente, separó las piernas, ofreciéndose a mí por completo, sus manos se
apoyaron en mi cabeza, por encima del camisón, apretándola con fuerza sobre su chocho, desde
luego se notaba que le encantaba lo que le estaba haciendo, ya se había olvidado de tontas excusas
y de prejuicios. Era una hembra disfrutando plenamente.

Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la comida, chupaba su raja con fruición, penetrándola
con la lengua, después subía hasta su clítoris, que estaba enhiesto, y lo succionaba suavemente
con los labios, arrancándole a Dickie gemidos de placer. Ella separaba cada vez más las piernas,
hasta que llegó un punto en que éstas ya no la sostuvieron. Su espalda se deslizó sobre la puerta
del armario, cayendo lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Afortunadamente, yo me di
cuenta a tiempo y salí rápidamente de debajo de su camisón, porque sino me hubiera caído
encima.

Me puse en pié y la miré. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el armario, las
piernas muy abiertas y las manos reposando, laxas, a sus costados. Tenía los ojos cerrados y
respiraba entrecortadamente. Abrió los ojos y me miró fijamente. Cogió el borde de su camisón
con las manos y se lo subió hasta la cintura, mostrándome su coño chorreante.

Sigue - me dijo mientras sostenía el borde del camisón.

Yo, en vez de meterme otra vez entre sus piernas, me bajé el pantalón del pijama, liberando mi
pene completamente erecto.

Ahora te toca a ti - contesté.

Ella aún no se había corrido y estaba deseando hacerlo, así que insistió.

Por favor - gimió lastimeramente.

Chúpamela - respondí yo inflexible.

Nuestras miradas se encontraron, ella me miró incluso con odio, supongo que no soportaba el
hecho de ser manipulada así por un crío, pero los latidos que debía sentir en el coño no la dejaban
razonar.
Eres un cabrón - me dijo mientras se arrodillaba frente a mí.

Y tú una puta - respondí impasible.

Ella estaría todo lo enfadada que fuera, pero lo cierto es que no tardó ni un segundo en agarrarme
la polla. La pajeó levemente con su mano y a continuación apoyó su lengua justo en la base, y la
deslizó por todo el tronco hasta llegar a la punta, que introdujo en su boca sin dudar. Llevó una de
sus manos hasta su coño, con la clara intención de masturbarse mientras me la mamaba, pero yo
no estaba dispuesto a dejarla correrse tan pronto.

Quita esa mano de ahí - le dije - te correrás cuando yo quiera.

Ella me miró con los ojos llameantes, durante un segundo pensé que me iba a mandar a la mierda
y me iba a quedar a medias por gilipollas, pero, lo cierto es que yo nunca me equivoco con las
mujeres, así que ella, tras dudar un instante, apartó la mano de su coño y se concentró nuevamente
en mí.

Inició entonces una mamada bastante experta y muy diferente de lo que me habían hecho hasta
entonces, era todo movimiento. Puso sus labios, su lengua, su garganta, toda su boca ciñendo mi
pene, e inició un rápido vaivén con la cabeza de atrás a adelante. Deslizó una mano hasta mi culo
y, colocando la palma sobre mis nalgas, me empujaba adelante y atrás, incrementando cada vez
más la velocidad; no parecía una mamada, era como si me la estuviera follando por la boca. Ella
no paraba para darme lametones, mordisquitos, ni nada, no la sacaba de su boca para pajearla, no
la recorría con la lengua, era sólo aquel movimiento enloquecedor, furioso y veloz. Enseguida
noté que me corría, notaba los huevos a punto de estallar, y en ese preciso instante, Helen se retiró
de mi polla y dándome un fuerte estrujón en los huevos cortó de raíz el incipiente orgasmo.

Esta vez fueron mis rodillas las que no se sostuvieron, y caí hacia atrás sobre la cama. Helen se
puso en pié mirándome desafiante.

¿Qué te ha parecido niñato de mierda?

¿Qué? - jadeé yo.

¿Qué te creías? ¿Que podías jugar conmigo? Como verás, conozco algunos trucos con los
que tú ni siquiera has soñado, señor experto.

Vamos, Helen - yo no razonaba demasiado, sólo me preocupaba el sordo lamento de mis


cojones repletos de leche.

Espero que hayas aprendido la lección, conmigo no se juega.

Los dos nos quedamos allí, resoplando, excitados hasta más allá de la imaginación, pero ninguno
daba su brazo a torcer y le pedía al otro que lo aliviase. De pronto, tomé conciencia de la
situación, yo allí tumbado con la polla en ristre y ella de pié junto a la cama, con los brazos en
jarras y mirándome con ojos llameantes. No sé por qué, pero entonces empecé a reír de forma
incontrolada.

¿Se puede saber qué te pasa? - preguntó Dickie perpleja.

Ja, ja, ja.

¿Te has vuelto loco?


No, no - dije entre risas - Pero, ¿tú nos has visto?

¿Cómo? - preguntó Dickie comenzando a reír también.

Somos gilipollas - concluí yo.

Es verdad.

Dickie se sentó en la cama a mi lado y los dos seguimos riendo durante unos instantes. Poco a
poco fuimos calmándonos.

Lo siento - le dije - He perdido un poco la cabeza.

Sí que lo has hecho - asintió.

Parecemos tontos, los dos deseando echar un polvo pero fastidiándonos el uno al otro.

Tienes razón.

Yo la miré fijamente y dije:

Vaya, por fin lo admites.

Bueno... - dijo ella dubitativa - he de reconocer que lo estaba disfrutando. Eres muy
bueno.

Ya te lo dije.

Oscar.

¿Sí?

¿Desde cuándo sabes lo mío con tu abuelo?

Dudé unos instantes, pero finalmente opté por decirle la verdad.

Lo cierto es que no lo sabía, sólo pensé que un hombre como él y una mujer como tú bajo
el mismo techo...

¿Cómo? - dijo sorprendida.

Que no sabía nada, pero pensé que eso serviría para convencerte. Si tienes dos amantes,
¿qué más te da tener uno más?

Dickie estaba alucinada.

Me parece increíble que sólo tengas doce años - dijo.

Sí, ¿verdad? Ando bastante despabilado.

¡Desde luego! - exclamó ella.


Bueno... - dije yo mirándome el pene - ¿seguimos por donde íbamos?

No sé... - respondió ella con tono juguetón.

Venga, porfaaa... - seguí yo con el juego - Mira, primero tú y luego yo ¿vale?

¿Y por qué no los dos a la vez?

¿Cómo?

Vaya, Oscar, parece que no sabes tanto como te crees.

Ella se levantó de la cama y se sacó el camisón por arriba, quedando totalmente desnuda ante mí.
Estaba buenísima, su cuerpo era magnífico, piernas torneadas, cintura estrecha, caderas anchas y
un par de tetas que simplemente cortaban la respiración, coronadas por unos pezones bien
enhiestos. Por ponerle algún pero, diré que estaba levemente, muy levemente rellenita, quizás le
sobraban uno o dos kilos, pero a mí me pareció simplemente perfecta.

¿Qué miras? - dijo.

¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! ¡Pues a ti, que estás buenísima!

¿Verdad que sí? - dijo sonriente - Anda, túmbate en el centro del colchón.

Yo obedecí con presteza. Entonces ella se subió a la cama de rodillas y se acercó hacia mí. Pasó
una de sus piernas por encima de mi cara, dejando su coño frente a mi boca y su culo delante de
mis ojos, de esa forma, inclinándose hacia delante, tendría completo acceso a mi entrepierna.
Hoy, después de haberla practicado mil veces, sé que a esa postura se le llama 69, pero aquella
fue mi primera vez.

¿Qué tengo que hacer? - pregunté indeciso.

¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! - bromeó ella.

Tras esto, se inclinó vorazmente sobre mi polla y la engulló de un tirón. Un estremecimiento de


placer se extendió por todo mi ser; mis genitales, minutos antes salvajemente torturados,
agradecían ahora este dulce tratamiento. Sin pensármelo más, hundí mi rostro entre sus piernas.

Ughtht - farfulló ella alrededor de mi pene.

Lo mismo digo - pensé yo.

A partir de ahí simplemente nos abandonamos al placer. Dickie esta vez sí me dio una mamada en
toda regla, desde luego, no era novata en esas lides. La lamía, la chupaba, la pajeaba, la acariciaba
incluso contra su rostro, a esta inglesa le gustaba más una polla que una taza de té. Sus manos
acariciaban dulcemente mis huevos, como disculpándose por el incidente anterior. Yo, mientras,
me dedicaba a recorrer hasta el último milímetro de su chocho. Enseguida noté que el clítoris era
su punto débil, así que le dediqué toda la atención de mi lengua mientras le metía un par de dedos
todo lo adentro que pude.

Helen no tardó mucho en correrse. Como antes se había quedado al borde del orgasmo, no me
costó mucho llevarla al clímax, pues su cuerpo lo estaba deseando. Noté cómo su coño latía
alrededor de mis dedos, completamente empapados de sus humedades.
¡Oh my god! ¡You´re pretty good! ¡Fuck me! ¡Fuck me with your tongueee!

En el momento del orgasmo, se sacó mi polla de la boca y comenzó a gritar en su idioma natal.
Yo no hablaba demasiado inglés, pero, en general, comprendí el sentido de sus palabras.

Ella apretó las piernas, atrapando mi cabeza en medio, pero sólo durante un segundo. Después,
volvió a relajar el cuerpo y reanudó su trabajito en mi polla diciendo:

Sigue, sigue con lo tuyo.

Y enseguida engulló mi polla nuevamente. Desde luego no entraba en mis planes el parar, así que
reanudé la comida de coño, esta vez más despacio, saboreando el momento.

Como mi polla había sido maltratada minutos antes, a Helen le costó un buen rato llevarme de
nuevo al orgasmo, tiempo que yo aproveché para hacer que se corriera una segunda vez.

¡Diosssss! ¡No puedo creeerlooo! ¡No pares! - gritaba, en español esta vez.

Cuando alcanzó el orgasmo, yo hundí con fuerza dos dedos en su interior, apretando y
explorando, lo que sin duda le encantaba. Al correrse, volvió a interrumpir la mamada, pero esta
vez, me pajeó la polla con furia durante el clímax, lo que me aproximó a mí un poco más a mi
propio orgasmo.

Así pues, poco después de que ella reanudara la mamada, empecé a notar que mis huevos iban a
entrar en erupción. Me excité terriblemente, por lo que incrementé mucho el ritmo de mis
lametones y chupetones. Ella lo notó (y disfrutó) y, entonces, justo cuando iba a correrme, Helen
hizo algo increíble: Me metió un dedo en el culo en el momento en que me corría.

¡Coño! ¿Qué haceeesss? - grité desesperado.

Fue el orgasmo más brutal que había tenido hasta entonces. A través de los años, otras mujeres
han practicado esa técnica conmigo, y la verdad es que nunca me ha atraído demasiado, pero en
esa ocasión, no sé si por ser la primera vez, la verdad es que fue absolutamente alucinante. Mi
polla no expulsaba semen, lo disparaba como una manguera desbocada. Helen mantenía un dedo
hundido en mi ano y con su otra mano sujetaba mi polla, que disparaba leche a diestro y siniestro.
Espesos pegotes impactaban por todos lados, en su rostro, en sus pechos, en la cama, en el suelo.
Yo, con los ojos cerrados y dada mi posición, naturalmente no lo veía, pero pude constatarlo poco
después.

No sé cuanto duró aquella corrida, nunca lo sabré con certeza, pero a mí me pareció eterna. Por
fin, mi polla expulsó las últimas gotas, perdida totalmente la erección. Helen, cansinamente,
descabalgó mi cara y se sentó en el borde de la cama, a mi lado, Se agachó y cogió su camisón,
con el que se limpió la cara y el cuerpo de los restos de mi orgasmo. Después, se volvió hacia mí
y con una mano me apartó el pelo sudoroso de la frente. Desvió sus ojos hacia abajo y con una
sonrisa divertida llevó una mano hasta mi pene, que acarició dulcemente.

Vaya, parece que el jovencito ha perdido todo su vigor ¿eh? - dijo con sonrisa maliciosa.

Dame unos minutos y verás - dije yo acariciando uno de sus pechos con mi mano -
¡Joder, qué tetas tienes!.

Ella, sonriente, se inclinó sobre mí, de forma que sus pechos quedaron al alcance de mis labios.
Yo, sin dudar, comencé a lamerlos y acariciarlos con las manos. Eran simplemente magníficos.
Así estuvimos un rato, yo estimulándola, excitando sus pechos, lo que le arrancaba gemidos de
placer y ella haciendo lo propio con su mano sobre mi miembro, que poco a poco iba recobrando
su máxima expresión.

Cuando mi polla estuvo bien dura, Helen se separó de mí. Yo me eché a un lado en la cama,
dejándola que se tumbara. Me quedé unos instantes contemplándola, ¡Dios, qué hermosa estaba!
Sin duda, leyó la admiración en mis ojos, lo que la turbó levemente. Asió con delicadeza mi
muñeca y me atrajo hacia sí.

Ven - susurró.

Yo me dejé arrastrar. Me coloqué despacio entre sus piernas y poco a poco recosté mi cuerpo
sobre el suyo. Entonces la besé. Fue un beso tierno, dulce, suave, con deseo pero sin prisa,
profundo pero con amor. En ese momento puedo jurar que amé a Helen y creo que ella a mí
también. Segundos después nuestras bocas se separaron, fue como un sueño.

Sin decir nada, me incorporé un poco, agarré mi polla y la apunté bien a la entrada de su gruta.
Estaba muy dilatada y mojada, por lo que entró sin ningún problema.

Ahhhh- un dulce gemido escapó de sus labios.

Lentamente, comencé a empujar, dentro, fuera, dentro, fuera... Ambos gemíamos de placer, estaba
siendo un polvo muy suave, como si toda la lujuria de antes hubiese sido olvidada. No estábamos
follando, hacíamos el amor. Pero aquello no duró. Poco a poco el placer fue nublando nuestros
sentidos, y la lujuria fue ganándole la partida al amor. Fui incrementando el ritmo de las
embestidas, nuestros gemidos subían de volumen, hasta transformarse en gritos, las caricias se
convirtieron en auténticos estrujones, se convirtió en sexo salvaje.

¡Vamos cabrón! ¡Más fuerte! ¡No te pares! - chillaba ella.

¡Te voy a romper el coño! - aullaba yo.

¡Sí, eso! ¡Rómpeme el coño!

Me dolían incluso los brazos por el ritmo tan feroz que estaba imprimiendo. Creo que en este rato
ella se corrió una o dos veces, pues empezó a gritar más fuerte, aunque no puedo asegurarlo, pues
mi cabeza estaba completamente ida, no razonaba.

Me incorporé entonces, quedando de rodillas y, sin sacársela, levanté sus piernas apoyándolas en
mis hombros, es decir, ahora se la metía por detrás, aunque ella seguía tumbada boca arriba. En
esta postura, mis embestidas eran aún más violentas, pues podía echar el cuerpo hacia delante,
doblándose ella como una pinza. Sus muslos estaban apoyados contra sus propios senos, mientras
yo la embestía sin piedad.

¿Te gusta? ¿Te gusta esto, puta?

¡SÍ! ¡Cabrón! ¡Sigue!

Un polvo absolutamente salvaje. Ella se corrió otra vez, farfullando como poseída. Yo decidí
cambiar de postura nuevamente, ya que los segundos que invertíamos en ello hacían que me
calmara un poco, para poder alargar así mi propio orgasmo, pues desde luego yo no quería que
aquello acabara. Así pues, se la saqué del coño, y dándole una fuerte palmada en el culo le grité:

¡Boca abajo, puta!


Ella no tardó ni un segundo en girarse. Tomándola por la cintura, hice que levantara un poco el
culo, poniendo una almohada bajo su ingle. De esta forma, su culo quedaba en pompa y su coño
se me ofrecía tentador. Sin demorarme un segundo más, volví a hundírsela en el chocho hasta las
bolas, reanudando mi furioso vaivén.

¡Toma, zorra, toda para ti!

¡Sí, así, asíiiiii! - aullaba ella.

Noté que mi orgasmo se aproximaba. Rápidamente, se la saqué del coño, y colocándola entre sus
nalgas (como una salchicha entre dos rebanadas de pan) comencé a frotarla vigorosamente, con lo
que por fin mis huevos entraron en erupción. Fue una corrida muy buena, pero no tan salvaje
como la anterior. Mi polla disparaba pegotes de semen que iban a aterrizar sobre su culo, su
espalda e incluso sobre su pelo.

Tras la corrida, me recosté sobre su espalda, recuperando el resuello. Los dos respirábamos
agitadamente, sudorosos. Me dejé caer lentamente a su lado, quedando sentado junto a su trasero.
Ella siguió a cuatro patas, sobre la almohada, con el rostro hundido contra el colchón, tratando de
recuperar el aliento. Yo comencé a acariciarle el culo, mientras un insidioso pensamiento
penetraba en mi calenturiento cerebro.

Helen - dije.

¿Ummm?

¿Te la han metido en el culo alguna vez? - pregunté mientras le separaba las nalgas,
echando un vistazo a su ojete.

Ella giró la cabeza con los ojos chispeantes.

Pero, ¿aún quieres más? - dijo sorprendida.

Ahora no - respondí - pero dentro de cinco minutos...

Eres un guarro - me dijo con sonrisa pícara.

Me lo dicen mucho.

Me arrodillé tras ella y separándole las nalgas comencé a humedecer su ano con la lengua. Le
metí primero un dedo y poco después otro, sin parar de estimularla. Mi pene (ah, gloriosa
juventud) que tras el polvo anterior no había perdido por completo la erección, no tardó en
reponerse. Cuando juzgué que Helen estaba lista, unté mi polla con sus flujos, y apoyé la punta en
su ano.

Ten cuidado - susurró.

Tranquila.

Poco a poco fui penetrándola por el culo. Era una vía muy estrecha, pero se notaba que no era la
primera vez que se usaba. Mi polla fue penetrándola lentamente, hasta que mis huevos quedaron
apoyados contra sus nalgas. Era bastante diferente a cuando se lo hice a mi tía Laura, pues se
notaba que a Helen no le dolía demasiado, sino que solamente lo disfrutaba.
¿Te duele? - le pregunté algo sorprendido.

En absoluto - respondió ella - pero no seas tan bestia como antes.

Descuida.

Con delicadeza, inicié el movimiento de mete-saca. Se veía que a Helen le encantaba que la
encularan, a juzgar por los gemidos y grititos que escapaban de su garganta. Ella apretó
fuertemente su rostro contra el colchón, mientras que sus manos estrujaban las sábanas hasta tal
punto que noté que sus nudillos se ponían blancos de la fuerza que hacía.

Su ano era muy estrecho, ceñía mi polla con fuerza. Aunque le había prometido no hacerlo, la
excitación fue nublando mi mente, por lo que empecé a bombearla cada vez más rápido.

Uf, uf - resoplaba yo.

Sí, así - gemía Helen.

El ritmo poco a poco fue haciéndose vertiginoso. Sin querer, fuimos abandonándonos de nuevo al
placer, sin pensar, se trataba solamente de follar.

¡Sí, así, cabrón, dame más fuerte! - gritaba Helen.

¿Te gusta zorra? ¡Pues toma!

Al tiempo que empujaba, comencé a azotarle el culo con la palma de la mano. Puedo jurar que
contra más fuerte daba, más altos eran sus aullidos de placer, lo que inexplicablemente, me volvía
loco de excitación.

¡Toma, puta, toma! - gritaba mientras le daba tan fuerte con la mano que le dejaba
marcas rojas en la nalga.

¡¡Más cabrón!! ¡Dame más! ¡Pareces maricón!

Contra más me gritaba, más fuerte bombeaba yo y más duros eran mis azotes. Aquella mujer era
una máquina de follar. A juzgar por sus gritos, se corrió dos o tres veces más, instantes que
aprovechaba para insultarme y gritarme en todos los idiomas que conocía, incluso me llamó cosas
en español que yo jamás había oído.

Aquello era demasiado para mí, mi corrida no se hizo esperar. Se la saqué del culo, y
agarrándomela por la base, procuré que toda la leche aterrizara sobre ella. Tras correrme, caí casi
inconsciente a su lado. En mi vida había estado tan cansado. Ella levantó un poco el cuerpo, y
acercándose a mí, me dio un tibio beso en los labios.

Tenías razón, eres increíble - me dijo.

Tú también - respondí.

Sacamos la almohada de debajo suya y nos abrazamos, quedando pronto profundamente


dormidos. Horas después, Helen me despertó, indicándome que era mejor que mis padres no me
pillaran allí por la mañana. Me levanté tambaleante y recogí mi pijama y mi almohada.
Te acompañaría a tu cuarto - me dijo - pero dudo que mis piernas me sostuvieran ahora.

Yo, sonriendo, la besé en los labios. Salí del cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me dirigí con
paso cansino hacia mi cuarto mientras pensaba:

- Bendita tormenta.

Continuará.

TALIBOS

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Casanova (05: La historia de Dickie)


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De cómo averigué un poco del excitante pasado de mi fogosa institutriz.
CASANOVA: (5ª parte)

LA HISTORIA DE DICKIE:

Desperté tarde por la mañana y, a pesar de la intensa noche anterior, me levanté bastante
descansado, así que me vestí con presteza, para comprobar si mi familia había regresado de casa
de los Benítez. Resultó que no era así, de hecho Nicolás y Juan estaban limpiando uno de los
carros que había en el establo (el de la escuela de equitación) para poder ir en su busca, pues los
caminos estaban demasiado embarrados para el automóvil.

Tenía un hambre feroz, así que fui a la cocina donde Mar me sirvió un buen desayuno. Allí me
encontré con María, que junto con Luisa estaban haciendo una lista de alimentos para comprar en
el pueblo. Las empleadas habían regresado todas por la mañana temprano, tras haber disfrutado
de la tarde anterior libre y ahora se afanaban en poner de nuevo la casa en marcha, antes de que
regresara mi familia.

A la que no vi por ningún lado fue a Dickie, así que, tras desayunar, me dirigí a su dormitorio.
Llamé un par de veces a la puerta, pero nadie contestó, por lo que, tras pensarlo unos segundos,
abrí la puerta muy despacio, asomándome al interior.

La habitación estaba en penumbras, aunque con la luz que entraba por la puerta pude distinguir la
figura de mi institutriz acostada en su cama, que era un auténtico revoltijo de sábanas. Además,
pude percibir sin problemas el fuerte olor que desprendía el cuarto, a sudor, a sexo, ya que había
estado toda la noche cerrado.

Tras comprobar que nadie me veía, entré, cerrando la puerta tras de mí. Fui hacia la ventana,
descorrí las cortinas y la abrí. Para que corriera más el aire, abrí también la puerta que daba a la
habitación anexa, la que hacía las veces de aula y también la ventana que allí había. Tras
ventilarlo todo, fui a despertar a Helen.

Me senté en el colchón, junto a ella, que continuaba dormida boca abajo, con el rostro hundido en
la almohada y tapado por su rubio cabello. Estaba muy excitante, con las sábanas enrolladas de
forma que se entreveían partes de su piel. Seguía completamente desnuda, de hecho su camisón
estaba en el suelo, a mis pies, hecho un guiñapo. Lo cogí y comprobé que estaba sucio y
apelmazado, debido a todo el semen que le cayó encima la noche anterior.

Sonriendo, aparté con delicadeza el cabello de su rostro y susurré su nombre al oído.

Helen.

No hubo respuesta.

Helen - repetí zarandeándola levemente por un hombro.

¿Uuummm? - musitó ella.

Despierta, preciosa.

Ella levantó la cabeza y abrió sus ojazos azules con expresión soñolienta. Al verme allí, sonrió y
se sentó en la cama, desperezándose como una gatita satisfecha. Al hacerlo, las sábanas se
deslizaron hasta su regazo, dejando al descubierto sus grandes senos.

Buenos días, Oscar - me dijo sonriente.

Buenos días, profesora. - respondí, lo que le arrancó una gran sonrisa.

Sí, menuda profesora he resultado ser. Si se enteran probablemente me queman por bruja.

Me has enseñado muchas cosas.

Y tú a mí - dijo acariciándome el rostro.

Entonces, tomó súbitamente conciencia de la situación, y la alarma apareció en sus ojos.

¡Dios mío! ¿Qué hora es? - exclamó.

Deben ser las once más o menos.

¡Madre santísima! ¿Han vuelto ya tus padres?

Tranquila, aún tardarán en volver, de hecho, Nicolás todavía no ha ido a por ellos.

¡Uf! Menos mal - dijo algo más tranquila - No sé que podría contarles para explicar esto.

Helen se reclinó hacia atrás, apoyando la espalda en la cabecera de la cama.

¿Cómo estás? - pregunté.

En mi vida he estado más cansada - respondió sonriente - ¿y tú?


¿Yo? En plena forma - dije llevando una de mis manos sobre sus senos y comenzando a
acariciarlos.

Lo cierto era que el simple hecho de estar charlando allí con ella, y que se comportara conmigo de
forma tan desinhibida, mostrándose desnuda ante mí sin vergüenza alguna, había comenzado a
excitarme.

¡Ah, no! ¡Eso sí que no! - exclamó Dickie apartando mi mano - Estoy completamente
escocida, me duele todo, así que ni en sueños amiguito...

Vamos Helen - dije en tono zalamero - Mi familia aún tardará un buen rato...

De eso nada.

Por favor... Mira cómo estoy - dije señalando mi incipiente erección.

Helen se levantó de la cama, quedando totalmente desnuda ante mí.

Estás loco, ¿no fue suficiente lo da anoche? Te lo digo en serio, ahora no estoy en
condiciones de hacer nada, sólo me apetece darme un buen baño y descansar.

El verla allí, regañándome con aire de profesora y en pelota picada contribuyó notablemente a
aumentar mi excitación.

Por favoooor... - insistía yo - ¿Qué te cuesta?

Entonces Helen se puso seria. Se sentó junto a mí y me cogió con firmeza por los hombros,
haciendo que nuestras miradas se encontraran.

Mira, Oscar, escúchame bien. Lo de anoche fue maravilloso, de verdad, fue


absolutamente increíble. Sin duda fue una de las mejores sesiones de sexo que he tenido
en mi vida, y tranquilo, sin duda se repetirá.

Estupendo - dije yo.

Eres un amante genial, pero aún te queda mucho por aprender sobre las mujeres, un no es
un no y nada más. Te le estoy diciendo en serio, ahora mismo no me apetece en absoluto,
y para el sexo, deben desearlo ambas partes ¿comprendes?

Sí - asentí de mala gana.

Pues eso, no es que no me apetezca, Oscar, es que es físicamente imposible, me duele


todo, porque lo de anoche fue muy intenso y no podría disfrutar, ¿es eso lo que quieres?
¿aliviarte sin tenerme en cuenta?

Vale, vale, tienes razón.

Además - dijo riendo - Si tanto lo necesitas puedes acudir a cualquiera de esas otras
mujeres que mencionaste anoche ¿no?

Pues quizás lo haga - respondí.


Helen volvió a ponerse en pié.

Será mejor que suspendamos la clase de hoy, a tus padres podemos decirles que la hemos
dado, no creo que nadie les diga nada - dijo Helen.

No hay problema, y si preguntan les decimos que no te encontrabas bien.

¡La verdad es que no mentiríamos!

Pues mejor.

Oye, Oscar.

¿Sí?

Helen se colocó de espaldas a mí, y girando el torso intentó mirarse el culo.

¿Tengo el trasero muy marcado? Anoche me diste unos azotes que...

Mis ojos, se fueron hacia sus nalgas, y sí, tenía una zona claramente enrojecida ¡Oh Dios!

Perdona Helen - la interrumpí - Será mejor que no te ayude con esto, no sé si podría
resistirme.

Ja, ja - rió ella.

Yo me levanté de la cama y fui hacia la puerta.

Oscar.

¿Sí?

Mira - dijo Helen haciendo un gesto hacia el cuarto - Yo me encargaré de este desastre,
las sábanas y demás, ¿podrías decirle a Luisa que me caliente agua para el baño? Para
dentro de una hora más o menos.

Claro.

Gracias.

Me acerqué a ella y le di un tierno beso en los labios.

De nada.

Y salí. Corrí a la cocina a darle el recado a Luisa y después, como no tenía nada que hacer, decidí
subir un rato a mi cuarto, a buscar mi cometa para ver si le cambiaba el cordel.

Así lo hice, y al entrar, me encontré con Tomasa que estaba haciendo mi cama. La contemplé
unos instantes desde la puerta mientras se afanaba en arreglar mi dormitorio. Era una chica de
pueblo, bastante joven, de unos 20. Tenía el pelo castaño, recogido en una cola de caballo, ojos
marrones y un rostro bastante atractivo, con una eterna expresión de despiste. De cuerpo estaba
bastante bien, con un par de tetas bastante respetable. La chica era un poco "lentita", por eso
bastante gente la llamaba tonta, aunque yo nunca lo hice. Lo cierto es que era muy inocentona y
no demasiado inteligente, por lo que no era muy buena en su trabajo, sin embargo, mi abuelo
estaba muy satisfecho con ella, así que no quería ni oír hablar de despedirla.

Con el calentón que llevaba encima, me decidí a atacar, así que me acerqué despacito a ella por
detrás. Tomasa notó mi presencia y se volvió hacia mí. Al darse cuenta de que era yo, esbozó una
sonrisa.

Buenos días señorito - dijo.

¡No te muevas Tomasa! - exclamé sobresaltándola.

Dios mío, señorito, qué susto me ha dado - dijo sorprendida.

¡He dicho que no te muevas!

¿Qué es lo que pasa? - preguntó con tono preocupado.

Tienes un bicho enorme en el vestido - mentí.

La expresión de su rostro cambió fulminantemente, pasó de una dulce sonrisa al más absoluto
terror, casi me arrepentí por la mentira. La chica empezó a dar saltitos, mientras se sacudía el
vestido para que el bicho cayera al suelo. Como quiera que ningún bicho caía, empezó a pedirme
ayuda.

¡Quítemelo! ¡Quítemelo!

Tranquila - dije sosegado - No te muevas que ya lo cojo.

Mis palabras hicieron que se quedara muy quieta. Yo la rodeé y me acerqué a su retaguardia.
Como ella había quedado de espaldas a la cama, yo me senté justo en el borde, de forma que su
culo quedaba justo frente a mi rostro. Un culo magnífico por cierto.

Puse mis manos en sus caderas, e hice que se moviera hacia delante un poco, empujándola, como
revisando la parte trasera de su vestido. Enseguida llevé una de mis manos a su trasero,
recorriéndolo en toda su extensión, palpándolo con placer, mientras seguía fingiendo buscar al
insecto.

No lo veo Tomasa - dije sin parar de magrearla.

¿No? - gimió ella.

No, ¿seguro que no ha caído al suelo?

Creo que no - dijo dubitativa.

No sé... Quizás se ha metido bajo el vestido.

Esta posibilidad hizo que Tomasa pegara un bote, pero yo la sujeté por las caderas, impidiendo
que se separara.

Shiisst, quieta - siseé.


Pero y si...

Tranquila. Yo lo encontraré. No te muevas.

Ella no contestó, se limitó a asentir vigorosamente con la cabeza, así que, con su consentimiento,
agarré el borde de su vestido y fui subiéndolo lentamente. Ante mí fueron apareciendo sus
estupendas piernas, de muslos carnosos, prietos. Llevé la falda hasta su cintura y allí la recogí.

Sujétate el vestido - le dije - Y échate un poco hacia delante que no veo.

Ella obedeció con nerviosismo. Se sujetó el vestido enrollado a la cintura y dobló la cintura un
poco hacia delante, de forma que su trasero se ofrecía a mí, tentador. Yo no podía creerme que
hubiera sido tan fácil lograr que se subiera la falda pero, ¡mejor para mí!

Unas bragas bastante grandes cubrían su trasero, que yo empecé a palpar con presteza. Era
bastante firme y duro, la chavala tenía un culo estupendo desde luego. Como quiera que ella no se
quejaba, poco a poco fui haciendo mis caricias más atrevidas. Pasé de deslizar la palma sobre sus
nalgas a agarrarlas decididamente. Estuve así unos segundos, poniéndome cada vez más caliente,
cuando ella preguntó.

¿Lo ves?

No aún no - contesté - Quizás se ha metido en las bragas. ¿Te las bajo?

Por fin, un poco de cordura penetró en su mente, pero no demasiada.

No, eso, no - respondió para mi descontento.

Bueno, pues sólo te las apartaré un poco.

Sin darle tiempo a contestar, estiré las bragas hacia arriba, de forma que se introdujeron en la raja
de su culo y ante mí aparecieron sus magníficas nalgas totalmente desnudas.

Estiré tan fuerte, que las bragas no sólo se metieron entre sus nalgas, sino que también se clavaron
entre sus labios vaginales.

Aahhh - gimió ella.

Shiisssh, tranquila que debe de andar por aquí.

Sí, sí - susurró.

Se notaba que estaba acostumbrada a este tipo de asaltos por parte de mi abuelo, pues se había
dejado arrastrar a esta situación con una facilidad pasmosa. Yo agaché la cabeza para echar un
vistazo entre sus muslos desde atrás. Podía contemplar los labios de su chocho asomando por los
lados de las bragas, que se perdían en su interior.

No veo bien, espera... - le dije.

Lo que hice fue introducir una mano entre sus muslos y posarla directamente sobre su coño. Ella
dio un ligero respingo, pero no dijo nada, así que comencé a pasar suavemente la palma de mi
mano por su entrepierna. Enseguida noté cómo ella separaba levemente las piernas, así que, sin
dudar, metí un dedo en su hendidura y comencé a moverlo de adelante a atrás, encontrándome
con sus bragas allí hundidas.

La humedad en esa zona era considerable, Tomasa se estaba poniendo cachonda. Tenues
murmullos y gemidos escapaban de su garganta, desde luego se había olvidado por completo del
insecto. Mi polla amenazaba con reventar en su encierro, pero cuando me disponía a liberarla y
usarla como instrumento para buscar el bicho, oímos pasos en el pasillo.

Tomasa reaccionó como un rayo, se separó de mí y se bajó la falda del vestido, mientras se lo
acomodaba correctamente. Yo me quedé sentado en el colchón, algo enfadado, con la mano
derecha empapada por los flujos de la hembra.

Sin duda que paramos justo a tiempo, pues en ese instante María entró en el cuarto.

¿Cómo? ¿Todavía no has acabado de hacer la cama? - exclamó enfadada.

Es que... - dijo Tomasa, balbuceante.

Será posible, desde luego no sé cómo no te despiden, si de mí dependiera...

Tomasa parecía apesadumbrada. Tenía el rostro muy rojo, no sé si por la bronca o por los sucesos
de antes. Sea como fuere, la culpa de aquello era mía, así que me decidí a intervenir.

Perdona, María, pero ha sido por mi culpa - la interrumpí.

¿Cómo? - dijo ella.

Verás, he venido a por unas cosas y me he puesto a charlar con Tomasa, nos hemos
entretenido y por eso no ha acabado.

Eso no es excusa - dijo María - Podía hablar mientras hacía la cama ¿no?

Bueno - improvisé - Es que yo quería el cordel para la cometa, y lo tengo escondido


debajo del colchón, así que ha tenido que deshacer la cama de nuevo. Ella no quería, pero
la he convencido.

¿Para qué lo metes ahí?

Porque... - no sabía qué decir - ¡Ah, porque lo robo del establo!

¿Cómo? - dijo sorprendida.

Verás, en la escuela usan un tipo de cuerda de bramante para los obstáculos y viene muy
bien para la cometa, pues es muy resistente. Entonces, para que no se enteren de que lo
cojo, lo escondo ahí.

La historia no se sostenía por ningún lado, lo del cordel era verdad, pero lo cierto es que Juan me
lo daba, pero no se me ocurrió otra cosa. María desde luego no me creyó en absoluto, pero ¿qué
podía hacer? ¿Acusar al hijo de sus jefes de mentiroso?
Bueno, Tomasa, vamos a hacer la cama entre las dos, a ver si acabamos de una vez.
Después tenemos que ir a fregar los suelos del piso de abajo, así que será mejor que
aligeremos.

¡Mierda! Como María no se iba se me fastidió el plan. Me levanté de la cama descuidadamente,


sin acordarme de la empalmada que llevaba.

Bueno, hasta luego - dije - Ya no os molesto más.

Hasta luego - dijo María.

Entonces me miró y pude ver perfectamente cómo sus ojos se clavaban en mi paquete. ¡Mierda!
Se quedó allí, con los ojos fijos en mi entrepierna durante unos segundos. Yo me puse muy
colorado, pero afortunadamente no dijo nada. Me di la vuelta rápidamente para ir hacia la puerta y
al hacerlo vi cómo Tomasa sonreía divertida. Me guiñó un ojo con picardía y se puso a ayudar a
María. Yo salí de allí con un calentón de narices, pensando tan sólo en las bragas de Tomasa, que
seguían bien hundidas en su raja.

La cabeza me daba vueltas, necesitaba aliviarme enseguida. Como un zombi, bajé las escaleras
apoyándome en el pasamanos y me dirigí nuevamente a la cocina y ¡premio! Allí estaba Vito, a
solas, buscando algo en un armario. Sigilosamente me acerqué por detrás, y cuando estaba casi
pegado a ella, rodeé su cintura con mis brazos y apreté fuertemente mi paquete contra su
desprevenido trasero.

Buenos días Vito - dije con alegría.

¡La madre que te parió! - exclamó ella - ¡Qué susto me has dado!

A mí me daba igual lo que me dijera, estaba sólo concentrado en estrujar bien mi erección contra
su culo.

¡Joder, niño! ¡Cómo vas tan de mañana! - dijo ella.

Sí ¿verdad? Vito, ¿por qué no haces algo para remediarlo? - contesté sin soltarla.

Ella se soltó, separando mis brazos con sus manos.

¿Pero estás tonto o qué? Ahora tengo que trabajar.

Por favorrr... - gemí.

De eso nada, monada. Te apañas tú solito.

Venga Vito, me dijiste que otro día lo repetiríamos - insistí.

Sí, lo dije, pero no dije que haría que me despidieran para hacerlo.

Vitoooo... - suplicaba yo.

¡Anda niño, vete por ahí y te haces una paja! ¡A ver si te crees que soy tu esclava! -
exclamó ella enfadada.
Enfurruñado, desistí en mi empeño. Estaba visto que así no iba a lograr nada.

¿Qué tienes que hacer? Si te ayudo terminarás antes.

Mil cosas, pero si quieres ayudar, puedes empezar por limpiar las lentejas que hay en la
mesa y pelar todas esas habichuelas - dijo riendo.

Miré a la mesa y vi un barreño lleno de habichuelas y un saco de lentejas.

¿Todo eso? - pregunté.

Pues claro, en esta casa somos muchos para comer ¿qué te creías? Anda, lárgate por ahí.

Bueno... Vale... - dije vencido.

Me dirigía hacia la puerta cuando Vito me dijo riendo:

Je, je, ¿a que jode quedarse a medias? Mira, ¡ya has aprendido otra cosa nueva!

¡La muy puta! ¡Encima se reía! ¡Eso sí que no! Decidí en ese instante darle una pequeña lección.
Aprovechando que Vito se volvió para continuar con sus tareas, yo, sin hacer ruido, me acerqué a
la mesa de la cocina, donde estaban las lentejas. Era una mesa enorme, que ocupaba todo el centro
de la habitación y que como se usaba tanto para comer como para cocinar. Tenía encima un gran
mantel que la cubría por completo, llegando sus faldones hasta el suelo. Sigilosamente, levanté el
mantel y me metí bajo la mesa, sentándome en el piso. Ahora sólo tenía que esperar a que Vito se
sentara en una silla para liarse con las lentejas.

Esperé sin hacer ni un ruido durante unos minutos. Podía oír a Vito tarareando una canción y
trasteando por la cocina. Poco después noté que Mar entraba en la cocina también y se ponía a
hablar con Vito. Hablaban en voz baja, así que no las escuchaba, pero me daba igual. Yo era el
león esperando a su presa.

Por fin, Vito retiró una de las sillas y se sentó a la mesa. Sus piernas aparecieron por debajo del
mantel y enseguida escuché el sonido de las lentejas al ser desparramadas sobre la mesa, para
poder ir limpiándolas de piedras.

Aguardé un par de minutos más, para que el ataque fuera todavía más a traición. La verdad es que
me costó bastante hacerlo, porque mi excitación era extrema. Me arrodillé bajo la mesa, con
cuidado de no dar con la cabeza arriba y me acerqué muy despacito hacia ella. La falda le llegaba
hasta las rodillas, aunque yo apenas veía nada, ya que la luz sólo entraba allí por el sitio en que
ella levantaba el mantel, pues éste llegaba hasta el suelo por todos lados.

Estaba justo frente a ella, me disponía a atacar, cuando escuché la voz de María en la cocina,
diciendo algo sobre la comida e, indiscutiblemente, fue la voz de Luisa la que contestó. ¡Mierda!
¡Estaban todas allí!

Entonces, para las dos más o menos ¿no? - dijo María.

Sí, seguro - contestó Luisa - Yo me encargo de esto y que ella limpie las lentejas.

Vale, pues voy a ver qué está haciendo Tomasa, que en cuanto la dejas sola...

Sí, váyase tranquila, que aquí nos apañamos.


Escuché unos pasos que se alejaban. Con cuidado, me separé de Vito y me incliné hasta quedar
pegado a suelo. Levanté un poco el mantel y eché un vistazo. Pude ver a Luisa, afanándose
delante de los fogones, picando algo dentro de una cacerola. Por lo visto no se iba a ir. Me quedé
pensativo unos segundos y me di cuenta de que su presencia podía venirme incluso bien, pues sin
duda Vito no querría montar un escándalo con Luisa presente y se dejaría hacer.

Con extremo sigilo volví a situarme frente a ella, respiré hondo y ataqué. Posé mis manos sobre
sus rodillas y ella dio un bote en su asiento.

Shissss - susurré desde debajo del mantel - No hagas ruido, no querrás que Luisa se
entere ¿verdad?

Podía notar cómo los músculos de la chica estaban en tensión, las piernas bien cerradas. Sin
embargo no dijo nada. Yo sonreí en la oscuridad. Ya era mía.

¿Te pasa algo? - la voz de Luisa me sobresaltó ligeramente.

Vito no contestó, pero desde mi posición noté cómo agitaba la cabeza vigorosamente.

Bueno, pues sigue con eso - dijo Luisa.

Bueno, bueno, la chica no abría las piernas, pero me dejaba hacer. La situación no podía ser más
morbosa. Intenté separar sus rodillas con las manos, pero ella no me dejaba, apretándolas con
fuerza. Eso no me importó en absoluto, así que lo que hice fue levantar el borde de su falda y
meter las manos por debajo. Me apropié con presteza de sus muslos, que comencé a amasar con
pasión con mis manos enterradas bajo su vestido. El masaje fue haciendo efecto poco a poco,
pues noté cómo la tensión de sus muslos se relajaba, así que, lentamente, fui logrando separar sus
piernas por completo.

Una vez que sus cachas estuvieron bien abiertas, llevé mis manos hacia arriba, hasta su
entrepierna. Con delicadeza, fui palpando su coño por encima de las bragas, lo que la hizo proferir
un tenue gemido que, afortunadamente, sólo oí yo. Noté que su gruta estaba literalmente
inundada, aquella zorra se mojaba con rapidez, así que no esperé más.

Llevé mis manos hasta el borde de sus bragas y traté de bajárselas, pero no pude, pues ella estaba
sentada. Iba a susurrarle que levantara el trasero, pero no hizo falta, pues ella lo hizo sin
necesidad de instrucciones. Con un hábil gesto, le bajé las bragas de un tirón, hasta los tobillos.
Ella se sentó nuevamente, pero esta vez lo hizo al borde de la silla, echando la espalda hacia atrás,
para así ofrecerme mejor su coño.

Yo así uno de sus tobillos y lo alcé ligeramente, para poder quitarle por completo las bragas,
repitiendo después el proceso con el otro. No sé por qué, pero la verdad es que me excitaba
mucho la idea de que fuera por ahí sin ropa interior.

Una vez hecho esto, me apliqué de nuevo a mi tarea. Recogí con las manos el vestido hasta su
cintura, pero en cuanto lo solté, volvió a desenrollarse, así que, ni corto ni perezoso, metí la
cabeza directamente bajo su falda. En cuanto lo hice, un poderoso olor a hembra mojada penetró
en mis fosas nasales. Lo he dicho ya antes, pero eso es el mejor afrodisíaco del mundo. Estaba
cachondo perdido.

Sin demorarme más, abrí bien su coño con mis dedos y posé mis labios en su vulva, comenzando
a acariciarla con la lengua velozmente. Mi boca recorría su raja vorazmente, con pasión, no me
detenía ni un segundo en un punto, sino que la movía por todos lados, enfebrecido. Quería
comerme aquel coño por completo, enterito, todo para mí. La idea inicial de dejarla a medias se
había borrado por completo de mi mente, sólo quería que se corriera, que disfrutara y sin duda lo
estaba consiguiendo.

No sé cómo lo lograba, pero lo cierto es que la chica conseguía que sus gemidos sonaran
apagados, por lo que Luisa no se enteraba de nada, o quizás sí, no lo sé, pero el solo hecho de
saber que podían pillarnos, hacía más excitante la situación.

Mientras mantenía los labios de su chocho bien separados con una de mis manos, hundí un par de
dedos de la otra en su interior, lo que le arrancó un suspiro bastante más fuerte que los anteriores.

Niña, ¿seguro que estás bien? - preguntó Luisa.

Su voz hizo que me quedara paralizado, la boca en su coño y los dedos enterrados en ella.

Sí, sí, tranquila, es que se me ha enganchado una uña.

¡Dios mío! ¡Esa era la voz de Mar, no la de Vito! ¡Me había equivocado de tía!
Inconscientemente, intenté separarme de aquel coño, había metido la pata hasta el fondo, pero
entonces Mar metió una mano bajo la mesa y la posó en mi nuca, apretando con fuerza mi cara
contra su entrepierna.

Pues venga, date prisa, termina con eso que yo voy a la despensa.

Sí, señora Luisa - dijo Mar.

Yo estaba allí, quieto, metido bajo el vestido, con el rostro pegado a un coño, sin saber qué hacer.
Escuché los pasos de Luisa que se alejaban. Entonces noté que Mar levantaba un poco el mantel y
susurraba:

Ahora no te vayas a parar cabronazo.

Mientras decía esto volvió a apretar mi cara contra ella. Genial, pues si era eso lo que quería...

Saqué un poco mis dedos de su interior y volví a hundirlos con fuerza, lo que le arrancó un nuevo
gemido. El susto había sido importante, así que decidí hacer que se corriera rápidamente.

Comencé a masturbarla con rapidez con mis dedos, los metía y sacaba de su coño, moviéndolos a
la vez hacia los lados, aumentando la fricción. Al mismo tiempo absorbí su clítoris con mi boca,
estimulándolo con mis labios, mi lengua e incluso mis dientes.

En menos de un minuto Mar alcanzó el clímax. Sus músculos se tensaron, su coño se inundó, de
su garganta escapaban suspiros y gemidos. Mientras se corría, volvió a estrujar mi rostro contra
si, parecía querer meterse mi cabeza entera por el chocho. Una corrida en toda regla, sí señor.

Por fin, su cuerpo se relajó y quitó su mano de mi nuca. Podía escuchar su respiración
entrecortada, mezclándose con mis propios jadeos. Lentamente, salí de debajo de su vestido y me
dejé caer en el suelo, sentado. El borde del mantel se levantó y apareció el rostro de Mar,
asomándose bajo la mesa.

Eres un cabronazo ¿lo sabías? - me dijo.

Lo siento, Mar, me equivoqué de persona - contesté azorado.


Estás loco, si Luisa nos pilla me habrían despedido.

No lo creo.

¿Cómo?

Con ella también he hecho algunas cosas.

Lo dicho, un cabronazo - dijo Mar riendo - Anda, sal de ahí antes de que te pillen.

Yo obedecí con presteza. Me arrastré fuera de la mesa y me puse en pié junto a Mar, que se
incorporó en la silla.

Ay, Dios mío. ¿Qué vamos a hacer contigo? Ya me habían hablado Vito y Brigitte de ti y
veo que no exageraban...

Podrías empezar por aquí - dije señalándome el paquete.

Serás sinvergüenza - exclamó Mar sorprendida.

¿Sinvergüenza? ¿Acabo de comerte el coño y me llamas sinvergüenza? Eso es como


llamar húmeda al agua.

Eso es verdad - dijo divertida

En serio, Mar, no pensarás dejarme así...

Pues claro que sí - dijo para mi desencanto

La moral se me fue a los pies, no podía creerlo. Desesperado, me dejé caer en una silla.

¡Maldita sea! - exclamé enfadado - ¡Me van a reventar los huevos!

Mar se reía abiertamente, lo que estaba empezando a molestarme.

Oye - le dije enfadado - Encima no te rías.

Venga, Oscar, que es broma, después de la corrida que me has proporcionado ¿cómo te
voy a dejar así?

¡Albricias! ¡Gloria a Dios en las alturas!

¿En serio? ¡Gracias! - casi grité - ¡Venga vamos!

Me puse en pié de un salto y tironeé de ella agarrándola de una muñeca, pero ella no se levantó.

No tan deprisa amiguito - dijo - Antes tendré que decirle algo a Luisa ¿no crees?

Bueno, vale ¿qué hago?

Ummmm. Espérame en el pasillo, frente al baño de atrás.


Vale, pero date prisa - dije señalándome el paquete a punto de reventar.

Vete ya, guarro - rió Mar.

Salí como una exhalación por la puerta de atrás y me dirigí al baño donde estaban las bañeras.
Esperé nervioso frente a la puerta durante al menos cinco minutos, aunque a mí me parecieron
horas. Por fin, Mar apareció al fondo del pasillo, procedente de la cocina.

Shisst - siseó - Hay que darse prisa, no tenemos mucho tiempo.

¡Estupendo! - exclamé yo, abalanzándome sobre ella.

Mis manos se apropiaron rápidamente de su magnífico cuerpo, recorriéndolo y acariciándolo por


todas partes. Mar se agachó un poco y comenzamos a besarnos con pasión, entrelazando nuestras
lenguas. Con las manos le desabroché los botones del vestido y enseguida las metí dentro,
apoderándome de sus pechos. Con habilidad, abrí el cierre de su sostén y se lo quité con
violencia, pues estaba deseando contemplar sus tetas. Abrí bien su vestido, dejándole las
domingas al aire y hundí mi rostro entre ellas. Eran unas tetas notables, de buen tamaño, aunque
no tan enormes como las de Dickie o Tomasa desde luego. Los pezones estaban erectos, duros
como rocas, y no pasó ni un segundo antes de que mis labios empezaran a chuparlos. Deslicé una
mano hacia abajo, subiéndole poco a poco el vestido y en cuanto pude, la metí por debajo del
borde, buscando su coño totalmente desnudo, pues sus bragas seguían bajo la mesa de la cocina.

Entonces Mar me detuvo, se separó de mí agarrando mis inquietas manos y manteniéndolas


alejadas de ella.

No, aquí, no, si pasa alguien... - dijo jadeante.

¿Dónde? - pregunté desesperado.

En el baño...

Sin pensármelo ni un segundo, abrí la puerta del baño y me precipité dentro, arrastrando a Mar
tras de mí. Cerré con violencia la puerta y volví a abalanzarme sobre ella, apretándola contra la
misma puerta, frotando mi cuerpo contra el suyo. Poco a poco fuimos deslizándonos hacia el
suelo, donde quedamos tumbados, mi cuerpo sobre el de ella.

Yo ya no podía más, así que me puse de pié y empecé a quitarme los pantalones. Mar permanecía
tumbada en el suelo, manteniendo el torso ligeramente incorporado pues se apoyaba sobre los
codos, observando mis maniobras con un extraño brillo en la mirada. Yo la contemplaba a ella,
con la falda enrollada en la cintura, con las tetas por fuera del vestido, con los pezones enhiestos,
caliente.

Me bajé los pantalones y los calzoncillos a la vez, librándome de ellos de una patada. Me di
cuenta de que Mar estaba tumbada directamente sobre el suelo, así que busqué con los ojos una
toalla para que se tumbara. Recorrí con los ojos el baño y me quedé paralizado.

Vaya, parece que no mentías cuando decías que te ibas a buscar otra.

Estas palabras provenían de Mrs. Dickinson, que reposaba en el interior de la bañera llena hasta
arriba de agua y espuma. Con la excitación del momento, ni Mar ni yo la habíamos visto al entrar.
Mar se sobresaltó terriblemente, se incorporó de un salto y comenzó a abrocharse el vestido. Sin
duda pensaba que la iban como mínimo a despedir.
Mar - dijo Dickie - Tranquila chica.

Yo... Lo siento... No... - balbuceó Mar.

Oscar, tranquilízala hombre.

Yo me acerqué a Mar y la agarré suavemente por las muñecas.

Mar, no pasa nada.

¿Cómo que no pasa nada? Cuando se enteren tus padres me van a matar - dijo ella,
asustada.

¿Y quién se lo va a contar? - la interrumpió Dickie.

Esas palabras hicieron que Mar se detuviera, se volvió hacia Dickie. Estaba tan sexy con el rostro
azorado y las tetas asomando...

¿Cómo dice? - preguntó a la institutriz.

Que yo no voy a decir nada.

¿Por qué? - Mar insistía en no creerla.

Porque anoche, aquí el mozo, me aplicó el mismo tratamiento que a ti - respondió Dickie
con una gran sonrisa.

Mar me miró asombrada; yo me limité a encogerme de hombros.

Pero tú... - me dijo alucinada.

Yo... - dije sin saber muy bien qué decir.

Oscar - nos interrumpió Dickie - Eres un auténtico portento.

¿Qué? - inquirí confuso.

Mírate - dijo Dickie señalándome - A pesar del susto no se te ha bajado.

Yo me miré la polla y vi que tenía razón. Mi miembro seguía totalmente erecto, con el capullo
asomando con un tono rojo espléndido.

Es verdad - reí.

Y bueno, niña, no irás a dejar al pobrecito así ¿verdad?

¿Cómo? - dijo Mar aún estupefacta.

Que será mejor que terminéis lo que habéis empezado, o si no este pobre chico va a
explotar.

¿Qué?
Yo entendí el jueguecito de Dickie enseguida. Me acerqué a Mar por detrás y pegué mi rabo a su
culo, mientras llevaba mis manos hacia delante, sobre sus pechos.

Yo, no... - Mar no atinaba ni a responder.

Como yo necesitaba descargarme ya, decidí no darle la menor oportunidad. Mientras con una
mano acariciaba sus pechos, dedicándome especialmente a los pezones, que estrujaba y pellizcaba
con delicadeza, llevé la otra hasta su entrepierna, donde apreté con fuerza por encima del vestido.
Al hacerlo, un estremecimiento recorrió a Mar, de forma que, inconscientemente, inclinó un poco
el torso hacia delante, con lo que su culo se apretó todavía más contra mi erección.

La chica seguía muy cachonda, por lo que no opuso mayor resistencia, así que seguí
estimulándola dulcemente. Dirigí la mirada hacia Dickie y vi que ella no nos quitaba ojo de
encima. Sus manos se perdían bajo la espuma, pero yo tenía una idea bastante aproximada de
dónde debían estar.

Helen, por favor - le dije.

¿Sí?

Una toalla...

Ella me entendió sin más palabras. Se puso en pié en la bañera, por lo que su esplendoroso cuerpo
se mostró ante mí chorreando agua y cubierto de espuma por todas partes. Ver sus impresionantes
tetas surgir majestuosas de entre las aguas contribuyó a incrementar notablemente mi calentura, si
es que eso era posible. Cogió una toalla que tenía a mano e, inclinándose un poco, la extendió en
el suelo frente a nosotros. Tras hacerlo, volvió a sumergirse en el mar de espuma.

Yo, sin parar de acariciarla, empujé levemente a Mar, conduciéndola hacia la toalla extendida.
Ella no se resistió en absoluto, y al llegar junto a la toalla, prácticamente se dejó caer de rodillas
sobre ella. Al separarse de mí, mi polla bamboleó con aire descarado. Olía a coño y lo quería ya.

Mar se tumbó boca arriba en la toalla, deslizándose lánguidamente. Yo me situé a sus pies y, con
delicadeza, le subí el vestido hasta la cintura. Ella separó las piernas, mostrándome su coño,
húmedo y excitado, deseoso. Sin demorarme más, me coloqué entre sus muslos, me agarré la
polla por la base y la apunté bien a la entrada de su gruta. Lentamente, la penetré.

Uffff - gimió Mar.

Empecé a bombear en su coño. Era suave y resbaladizo, aquella chica se mojaba muchísimo, era
como deslizarse en aceite. Poco a poco fui incrementando el ritmo de mis embestidas y ella el
volumen de sus gemidos.

Me incliné hacia delante y mis labios se posaron sobre los suyos. Nos besamos con pasión,
nuestras lenguas bailaban entrelazadas al compás del ritmo que marcaban nuestras caderas. Su
boca se despegó de la mía, sus manos se posaron en mi nuca, se deslizaron por mi espalda hasta
mis nalgas, donde me estrecharon contra sí, clavándome las uñas en el culo, para que yo llegara
todavía más adentro, más fuerte.

El ritmo se hacía vertiginoso, pero yo no quería acabar tan pronto, así que poco a poco fui
tratando de serenarme. No sé si fue por el cambio de ritmo, pero lo cierto es que cuando me
detuve, Mar alcanzó el orgasmo.
Sí, así, mi niñoooo... - gritaba.

Yo la besé para acallar su voz y ella aprovechó para morderme el labio inferior, pero no me
importó. Separó su boca de la mía y enterró el rostro en mi cuello, susurrándome al oído:

No pares, no pares, no pares...

Mar levantó las piernas y las cruzó a mi espalda, permitiéndome enterrársela lo más profundo
posible. Seguí, empujando, embistiendo, disfrutando, después de tantas penurias a lo largo de la
mañana, ahora tanto placer.

Apoyé las manos en el suelo y levanté el tronco, para que mi polla penetrara hasta el fondo,
bombeando. Abrí los ojos y miré hacia la bañera. Allí Dickie nos contemplaba con el brillo de la
lujuria en los ojos. Una de sus manos se estrujaba los pechos mientras la otra se perdía bajo el
agua. Aquello era demasiado para mí, me corría.

Mar, Mar - jadeé - Quita, me corro...

¡Sigue, sigue, no pares! - berreó.

¡Déjame!

Yo tiraba, tratando de sacársela, pero ella cruzó las piernas con más fuerza, apretándome aún más
contra su cuerpo, impidiéndome sacarle la polla. No aguanté más y alcancé el orgasmo.

Me corrí directamente en su interior, llenándole el coño de leche. En ese instante me importaba


una mierda dejarla preñada, correrse allí dentro era lo mejor del mundo. Mientras eyaculaba, no
paré de dar culetazos, de forma que conseguí que Mar alcanzara el clímax por segunda vez,
aunque no fue tan intenso como el anterior. En cambio, mi corrida duró casi un minuto, fue
increíble.

Finalmente me derrumbé sobre ella, exhausto y por fin sus piernas se descruzaron liberándome.
Me eché hacia un lado, quedando tumbado a su lado mientras los dos respirábamos agitadamente.
Miré a Helen y ella me dedicó un pícaro guiño que me hizo comprender que también ella se había
corrido.

Increíble - le dije a Mar mientras deslizaba una mano por su cuerpo.

Ella se incorporó y me dio un tenue beso en los labios.

Lo mismo digo.

Tras recuperar el aliento durante unos segundos, se puso de pié y comenzó a abrocharse el
vestido.

¿Ya te vas? - pregunté algo decepcionado.

¿Todavía quieres más? - dijo ella divertida.

¡Claro!

¡Joder con el niño! - exclamó mirando a Dickie - ¡Es incansable!


Sí - se limitó a contestar mi institutriz.

Una mirada de comprensión se cruzó entre las dos mujeres. Yo las miraba, sintiéndome
extrañamente excluido de ese momento.

Me voy - dijo Mar - Le dije a Luisa que iba al servicio. Pensará que me he muerto.

Vale - asentí yo.

Además - dijo sonriente - Todavía no sé que voy a hacer para recuperar las bragas.

Je, je - reí.

Mar abrió la puerta, pero yo la llamé otra vez.

¿Sí? - dijo ella.

El sostén debe andar por el pasillo - dije sonriendo.

¡Oh! - rió ella a su vez - Me había olvidado.

Mar salió del baño, cerrando la puerta tras de si. Yo aún tenía ganas de guerra, estaba bastante
seguro de que en unos minutos volvería a estar en forma, pero no sabía si Helen querría o seguiría
en el mismo plan de por la mañana. Me senté en el suelo y me asomé a la bañera, apoyando los
codos en el borde. Miré a Helen sonriente, pero ella, al ver mi expresión, me dijo:

¡Ah, no, amiguito! ¡Quítatelo de la cabeza!

Vale, vale - respondí.

Me puse en pié y me desperecé, estirando los músculos, mientras Helen me miraba divertida.

Oye, Helen.

¿Sí?

¿Puedo bañarme contigo?

¿Cómo?

Mira, estoy todo sudado y ya podría aprovechar...

De eso nada, que te conozco.

Te prometo que no intentaré nada, sólo bañarnos juntos, venga.

Helen dudó todavía unos instantes.

Mira, yo también estoy cansado. Es sólo bañarnos, será divertido - insistí - Además, mis
padres tardarán todavía en llegar.

No sé.
Mira, si te preocupa que alguien vaya a decir algo, las demás chicas también tienen sus
secretillos conmigo, así que...

Eres un demonio - dijo Helen riendo - Venga, vamos.

Helen se incorporó, quedando sentada en un lado de la bañera, dejándome sitio. Yo me despojé


rápidamente de la ropa que me quedaba, los zapatos y la camisa, y me metí dentro rápidamente.
El agua estaba tibia. Agarrándome de los bordes de la bañera, fui sentándome lentamente,
quedando frente a Dickie. Al estar más incorporada, sus tetas no quedaban bajo el agua, por lo
que podía verlas completamente, cubiertas de espuma.

Ey, ey, ¿adónde miras? - me dijo.

Lo siento - dije yo - Es que son increíbles, pero tú tranquila, que no haré nada raro.

Nos quedamos mirándonos unos segundos, sin decir nada. El silencio podría haber resultado
incómodo, los dos allí desnudos, pero no lo era, pues habíamos llegado a un profundo nivel de
entendimiento, no había ningún tipo de vergüenza entre nosotros, éramos dos personas
disfrutando los placeres de la vida.

Te has estado tocando ¿verdad? - le dije de sopetón.

¿Cómo? - inquirió ella, algo sorprendida.

Sí, mientras follaba con Mar, te has hecho una paja.

¿Tú que crees? - dijo ella deslizando las manos por el borde de la bañera y echándose
hacia atrás.

Te has puesto caliente ¿eh?

Helen se puso seria y me dijo:

Creí que habíamos quedado en que no ibas a hacer nada.

Y no voy a hacer nada, tranquila, pero podemos charlar y eso ¿no? Reconoce que es
excitante.

Aquello pareció convencerla de que yo no iba a intentar nada sin su permiso, así que se relajó un
tanto y dijo:

Sí que me he puesto caliente, sí.

Un inexplicable orgullo se apoderó de mí.

¡Estupendo! - exclamé - Y te has tocado ¿verdad?

Claro.

Seguimos mirándonos unos segundos, sonrientes.

Helen, ¿qué te parece si yo te lavo a ti y tú a mí?


Oscaarrr - dijo en tono de reproche.

¿Qué? Oye, creo que ahora somos amantes, no nos vamos a asustar por algo así. Y ya te
he dicho que no voy a hacer nada sin tu permiso.

No sé yo si fiarme de ti - dijo con tono desconfiado.

Te lo prometo.

Bueeno - consintió por fin.

¡Bien! Date la vuelta y ponte de espaldas.

Dickie se puso en pié en la bañera. Su espectacular figura surgió de entre la espuma como una
sirena del mar. Se dio la vuelta, dejando su trasero frente a mis ojos y después fue sentándose
lentamente. Yo separé las piernas para que ella se sentara en medio. No se pegó por completo a
mí, sino que dejó cierta separación para que pudiera frotarle la espalda. Se recogió el pelo con las
manos y se lo echó por encima de un hombro, para que yo tuviera completo acceso a su espalda.
Encogió las piernas y se inclinó hacia delante, abrazándose a ellas, reposando una mejilla sobre
las rodillas. Yo cogí una esponja y un jabón y comencé a frotarla cuidadosamente. Como tenía la
cara hacia un lado, vi que tenía los ojos cerrados, disfrutando del masaje que yo le hacía.

Oscar - me dijo.

¿Sí?

¿Qué tal ha sido?

¿Cómo?

Hacerlo con Mar, ¿cómo ha sido?

Ha sido increíble - respondí sin pensar.

Comprendo - dijo ella y yo creí detectar un ligero tono de decepción en su voz.

¿Sabes qué es lo que me excitó más de la situación? - pregunté.

¿El qué?

Saber que tú estabas al lado masturbándote.

¿Cómo? - dijo sorprendida.

Sí, en serio, aunque me la follaba a ella, no hacía más que pensar en que aquello te estaba
excitando a ti.

Helen no dijo nada, pero yo sabía que mi respuesta le había gustado. Seguimos así durante unos
minutos.

Ahora los brazos - dije.


¿Ummmm? - dijo ella.

Los brazos...

Helen se incorporó y se echó para atrás, apoyando su espalda contra mi pecho. Yo llevé mis
manos hacia delante y comencé a limpiar sus brazos delicadamente.

Helen, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

Claro - respondió.

Bueno, verás, es que me gustaría saber cosas sobre ti - dije titubeante.

Tú lo que quieres saber son cosas sobre mis relaciones sexuales ¿eh?

Me había calado por completo.

Bueno... - dije algo avergonzado - Pensé que sería excitante...

Pregunta - me interrumpió - Pero recuerda tu promesa. Ahora mismo estamos muy a


gusto aquí, así que no lo estropees.

Bueno, pero Helen...

¿Sí?

Si me empalmo, espero que no lo tomes como un intento de hacer algo, es que tu culo
está pegado contra mi polla y no voy a poder evitarlo - dije pícaramente.

¡Eres un guarro! - dijo ella riendo - Tranquilo, mientras no intentes nada no me enfadaré.

Bien.

Pues venga - me dijo.

¿Qué? - respondí yo, despistado.

Vamos, pregunta.

¡Oh! Claro.

Aún tardé unos segundos, pero por fin me armé de valor, tragué saliva y le pregunté de sopetón:

¿Cuánto haces que te acuestas con mi abuelo?

Bueno, bueno, allá vamos. Veamosss... Llevo aquí unos dos años, puesss... A los dos
meses de estar aquí fue la primera vez creo.

¿Y cómo fue?

Genial, tu abuelo es tan buen amante como tú - dijo sin dudar.


No me refería a eso, sino ¿cómo te sedujo?

¡Ah! Pues si te soy sincera... Es todo muy confuso.

¿Confuso? ¿No te acuerdas? - dije sorprendido.

Pues no muy bien, es parecido a lo que sucedió anoche. No me malinterpretes, no me


arrepiento de nada, pero ayer por la tarde yo no podría ni haber soñado con hacérmelo
contigo y ya ves lo que pasó. Pues eso, confuso.

Comprendo.

Recuerdo que me invitó a cenar, los dos solos en el salón. Me estuvo hablando, bebimos,
fuimos a su cuarto, puso música en la gramola... ¡Y al rato estaba cabalgando como una
loca sobre su polla! - exclamó riendo.

¿Y lo hacéis muy a menudo?

Pues sí, no sé, un par de veces al mes o así. Él no me obliga, no creas, unas veces se
acerca él, otras lo hago yo, pero eso sí, siempre muy discreto, conmigo no es como con
las criadas - me explicó.

¿Cómo?

Hombre, ya sabrás que tu abuelo se beneficia a todas las criadas de la casa, ¡todo el
mundo lo sabe!

Sí, es verdad.

Por eso cada cual tiene su dormitorio. Eso no pasa en ninguna otra casa, te lo aseguro. Tu
abuelo lo tiene todo muy bien dispuesto.

Dime ¿y tú cómo consentiste?

Verás, tu abuelo entiende muy bien a las mujeres, nos conoce perfectamente y a mí me
caló enseguida. Me gusta mucho el sexo, pero es difícil practicarlo sin que la gente se
entere y piensen que eres sólo una puta. En esta casa he encontrado la oportunidad de dar
rienda suelta a mis instintos de una forma muy discreta y ganando más dinero que en
cualquier otro sitio.

Ya - asentí.

¡Oye! Ahora que lo pienso, ¡sí que soy una puta! - dijo riendo.

No digas eso.

No, si a mí no me importa. Esta vida es genial, gano dinero, trabajo en lo que me gusta,
enseñando a unos alumnos estupendos y encima todo el sexo que pueda desear, ¡incluso
más del que puedo desear! - dijo mientras me salpicaba agua al rostro.

¡Ey! - exclamé yo riendo - ¡Quieta!


Helen, volvió a echarse para atrás, reclinándose en mi pecho.

¿No preguntas nada más? - me dijo.

¿Cómo qué?

Pueeess... No sé. Cuándo fue mi primera vez, o con cuantos me he acostado, ese tipo de
cosas suelen gustaros a los hombres, lo sé.

Me encantó que me llamara hombre, ya no me consideraba un crío.

Vale - dije yo - Veamos. ¿Cuándo hiciste tu primera paja?

¿A un hombre o a una mujer?

¿Cómo? - dije muy sorprendido.

¡Ja, ja! ¡Eso no te lo esperabas!

¡A una mujer! - dije súbitamente interesado.

Vaya, vaya con Oscar.

Vamos, cuenta.

¿Me lo parece a mí o esto se está despertando?

Mientras decía esto volvió a incorporarse y llevó su mano hacia atrás, entre mi pecho y su
espalda, agarrando mi polla, que efectivamente estaba empezando a despertar.

Helen - gemí - Yo no voy a intentar nada, pero si empiezas así...

Tienes razón, perdona - dijo soltándome.

Volvió a recostarse en mí y siguió con su historia.

Verás, yo de joven fui a un internado para señoritas, al sur de Birmingham.

¿En serio?

Sí. Era un colegio de monjas, bastante estricto.

¿No había ningún hombre?

Había tres o cuatro curas. De hecho a uno de ellos le hice mi primera paja.

Mi pene latía desesperado.

Pues bien - continuó - Dormíamos cuatro chicas en la misma habitación, en dos literas y
bueno...

Bueno ¿qué? - pregunté nervioso.


Cuando alcanzamos la pubertad, algo mayores que tú, pues... nuestros instintos
comenzaron a despertar.

Ya - atiné a decir.

Yo dormía en la parte de arriba de una de las literas y cierta noche escuché gemidos
provenientes de la de abajo, me asomé y vi a mi compañera, pues eso, haciéndose un
dedillo.

¿Cómo se llamaba? - pregunté.

Mary Dickinson.

¿Se apellidaba como tú? - pregunté extrañado.

Sí. Para adjudicarnos las habitaciones las monjas usaban el orden alfabético, así que las
dos Dickinson del colegio caímos juntas.

Sigue.

Me bajé de la cama y me senté a su lado. Ella no se dio cuenta de nada hasta que levanté
las mantas para ver lo que estaba haciendo.

¿Y?

Tenía el camisón subido hasta el cuello y con las manos se acariciaba el chocho.

¡Guau! ¿Y qué hiciste?

Me quité el camisón y me metí bajo las mantas con ella.

¿No le dijiste nada?

No, no hacía falta. Simplemente nos besamos durante un rato, muy torpemente, ahora me
río al recordarlo, pero para nosotras era lo más excitante del mundo.

¡Toma, claro! - exclamé.

Pues eso, después de un rato ella me cogió de la muñeca y llevó mi mano hasta su coño.
Fue guiándome hasta que le metí un dedo dentro.

Joder, cómo me estoy poniendo - pensé.

Estuve metiéndolo y sacándolo un rato y ella me decía "¡en la pepitilla, Helen, en la


pepitilla!"

¿Pepitilla? - pregunté.

Ella llamaba así al clítoris.

¡Ah!
Así que mientras con una mano la penetraba, con la otra le estimulaba el clítoris.

¿Y no se lo chupaste?

No esa noche no - dijo Helen.

¿Esa noche?

Hubo otras muchas noches, y aprendimos mucho.

¿Te lo hizo ella a ti después? - pregunté.

Claro. Si no hubiera explotado.

¿Y qué tal?

Fue genial, yo ya me había hecho mis pajas, pero no se puede comparar el tocarse con el
que te toquen.

Es cierto - asentí.

Frótame por otro lado - me dijo.

¿Cómo? - respondí absolutamente despistado.

La esponja, que me vas a desollar los brazos.

Tenía razón, mientras me contaba aquello no había parado de restregarle los brazos. Cogí la
esponja y la deslicé hasta su estómago. Comencé a frotarla por delante, pechos incluidos, el jabón
en una mano y la esponja en la otra.

Ummm - suspiró Dickie - ¡Qué bueno!

Tú sigue contando, que yo seguiré limpiando.

Pero si ya he terminado.

Cuéntame lo del cura.

Vaaalee - dijo remolona - Había varios curas en el colegio, uno de ellos era el director y
otro el subdirector. El dire era un cabronazo, pero el otro, el padre Nicholas, era un vejete
muy simpático, aunque un viejo verde de cuidado.

¿En serio?

Sí, nos daba clases de religión, y a las chicas nos gustaba mucho ponerlo cachondo.

¿Cómo?

Pueees, de muchas formas. Nos sentábamos en el primer pupitre y nos subíamos la falda,
o tirábamos un lápiz al suelo y nos inclinábamos para recogerlo delante de él, cosas así.
¡Qué zorras!

Sí, ¿verdad? - asintió Dickie.

¿Y a ese le hiciste una paja?

Sí. Verás, lo mejor era calentarle cuando nos confesábamos. Le contábamos con todo
lujo de detalles las cosas que hacíamos por la noche en los cuartos y él se ponía
cachondísimo.

¿En serio?

Sí, incluso en muchas ocasiones le escuchabas masturbarse dentro del confesionario,


mientras escuchaba tus pecados.

¡Qué cabrón!

Sí, pero era divertido.

¿Y qué pasó?

Pues cierta vez me pilló especialmente caliente, así que le conté una historia bien jugosa
y cuando estaba bien enfrascado en plena tarea, salí sigilosamente del confesionario y
abrí la puerta de su lado.

¡Y lo pillaste con la polla en la mano!

Exacto. Se puso blanco del susto, la erección se le bajó de golpe.

¿Y tú que hiciste?

Me metí dentro con él y cerré la puerta. Él sólo balbuceaba, aterrado, y yo le dije que lo
había escuchado hacer ruidos muy raros y que había entrado para ver qué le pasaba.

¿Y qué dijo él?

Parecía estar a punto de echarse a llorar, me dio pena, así que no prolongué más su
sufrimiento. Me agaché delante de él y se la cogí con la mano. El susto se le pasó de
golpe.

¿Y qué hizo?

Nada, me miraba con cara de alucinado. La polla se le puso dura de inmediato. Yo la


miraba con interés, porque nunca había visto una. Le pregunté que qué tenía que hacer y
él, sin decir nada, puso sus manos sobre la mía y comenzó a subirla arriba y abajo.
Después me soltó y seguí yo solita.

¿Se la chupaste?

No, ni se me ocurrió, pero no lo hubiera hecho, era aún muy joven y eso me hubiera dado
asco. Eso lo aprendí con el padre Stephen, el director.
¡Joder, Helen! - exclamé, mi polla era ya una barra de acero apretada contra su espalda.

Aquella vez no duró ni un minuto. Se corrió como un animal y me puso perdida. Era
hasta divertido verle disculpándose conmigo mientras me limpiaba con un pañuelo.

Has dicho aquella vez, ¿hubo otras?

Pues claro, con él fui perfeccionando mi arte. Además, aprobé religión sin tener que
estudiar ni lo más mínimo.

¿Y sólo le hacías pajas? - pregunté.

Bueno, en alguna ocasión consentí que me tocara un poco las tetas, ya entonces las tenía
más grandes que las demás niñas.

Me lo creo - asentí mientras sopesaba sus pechos con las manos.

Estáte quieto - rió Helen - E incluso una vez me hizo una paja.

¿Sí?

Sí, mientras me tocaba las tetas metió una mano bajo la falda y dentro de las bragas. Yo
estaba muy cachonda. Así que le dejé hacer. Era bastante torpe, se ve que no tenía mucha
práctica, pero el morbo del momento hizo que me corriera como una burra. Lo gracioso
fue que él también se corrió sin tocársela siquiera.

¿La tenía fuera?

No, no. Se corrió dentro de los pantalones, debió ponerse perdido.

Helen, desde luego que eras una puta - le dije.

Bueno, hacía lo que podía por pasármelo bien.

Yo ya había soltado la esponja y el jabón y me dedicaba a acariciar sus enormes senos, prestando
especial atención a sus pezones.

Y ¿cómo fue lo del director?

Pues fue un caso de chantaje.

¿Cómo?

Una noche nos pilló a mí y a Mary en la cama juntas.

¿Entró en el cuarto así sin más?

Sí, ya te he dicho que eran muy severos.

¿Y qué pasó?

Al día siguiente me hizo ir a su despacho y me amenazó con la expulsión.


Y te dijo que o te acostabas con él o te echaba ¿no?

No, no fue así. Resulta que el padre Nicholas había intercedido por mí, así que lo iban a
dejar en 20 azotes.

¿Azotes? - pregunté asombrado.

Sí, pero a Mary la iban a expulsar.

¿Por qué?

Porque era la segunda vez que la pillaban. En otra ocasión la encontraron en un baño con
otra chica.

¡Joder con Mary! ¡Qué guarra! ¿Te traicionaba?

Oye, que no éramos pareja ni nada, yo también me lo hacía con otras chicas.

Comprendo - dije - ¿Y qué pasó?

Me hizo apoyar las manos en su mesa y echar el culo para atrás. Cogió una vara y me dio
cinco azotes con ella.

¡Madre mía!, debió de dolerte un montón ¿verdad?

Ya te digo. Tras los cinco primeros hizo una pausa, pues llamaron a la puerta. Él
entreabrió la puerta y habló con alguien de fuera, pero sin abrir por completo.

¿Por qué? - dije extrañado.

Eso me pregunté yo. Entonces me di cuenta de que el nabo se la había puesto bien duro
dentro del pantalón.

¡Menudo cabronazo!

Sí, pero me di cuenta de que así podría salvar a Mary.

¿Qué hiciste? - pregunté interesadísimo, mientras no paraba de amasar sus tetas.

Cuando volvió me incorporé y le dije que la vara podía romperme el uniforme. Él se


quedó muy sorprendido y me dijo que qué quería hacer, así que me levanté la falda y me
la sujeté en la cintura.

Yo estaba absolutamente a mil, me descontrolé un poco y empecé a estrujar sus pezones con
demasiada fuerza.

Oye - me dijo - Que me haces daño.

Perdona - dije despertando - Sigue, sigue.


El tío se quedó alucinado, pero yo podía ver la lujuria en sus ojos. No me equivoqué,
decidió seguirme el juego. Me dijo que si me daba con la vara sin la falda me iba a hacer
heridas, y que no era esa su intención, así que yo le dije que me diera con la mano.

¿Y te hizo caso?

Vaya que sí. Volví a mi postura, con las manos sobre la mesa, pero la falda se
desenrollaba, así que me la sujeté con una mano. Pero claro, al apoyarme en una sola
mano, me caía cuando él me daba, así que tras darme tres azotes me dijo que mejor sería
hacerlo sobre sus rodillas.

¡El hijo de puta! - exclamé.

Fue a la puerta y echó el cerrojo. Yo sabía que de allí no me escapaba, así que tenía que
intentar ayudar a Mary. El cura se sentó en una silla y se palmeó el regazo. Yo apoyé el
busto en sus piernas y él me subió de nuevo la falda, echándola sobre mi espalda y
comenzó a darme azotes de nuevo.

¿Te dolía? - la interrumpí.

No mucho. Verás, él me golpeaba con la mano abierta y la dejaba sobre mi nalga,


apretando fuertemente a continuación. Cada azote duraba segundos, entre que me
golpeaba y que me magreaba el culo. Yo notaba su polla apretando contra mi vientre, el
tío estaba a punto de estallar.

¿Y qué hiciste?

Metí una mano bajo mi cuerpo y le agarré la polla con fuerza por encima del pantalón.
Me preguntó que qué hacía y yo le respondí que haría todo lo que él quisiera si no
expulsaba a Mary.

¿Y aceptó? - inquirí.

Comenzó a insultarme, me llamaba puta, golfa, hija de Satanás, sin parar de azotarme el
culo. Ahora sí dolía, pues eran golpes rápidos, secos.

¿Y?

Yo no le solté la polla en ningún momento, apretándola cada vez más; debió de darme 30
o 40 azotes, hasta que finalmente se corrió dentro del pantalón.

¡Joder!

Me dijo que me marchara. Yo me fui a mi cuarto, llorosa, con el culo tan dolorido que no
me pude sentar bien en una semana. Mary estaba allí, esperándome.

¿Se lo dijiste? - pregunté.

No, sólo le dije que me habían azotado.

¿Y qué pasó con ella?


Al poco rato la llamaron al despacho del director.

¿La expulsaron?

No, 20 azotes con la vara - dijo Helen.

Comprendo.

Días después, el director volvió a llamarme.

¿Te pegó?

Alguna vez repetimos el numerito de los azotes, pero no en esa ocasión. Tenía otros
planes en mente.

¿Qué hizo?

Me obligó a arrodillarme frente a él, mientras estaba sentado a su mesa y tuve que
mamársela.

¡Cabrón!

¡Bah! No estuvo tan mal, el tío era hasta guapo, no te creas y aunque en aquella primera
ocasión lo pasé mal, después fui cogiéndole el gusto.

Ja, ja. Cuenta.

Me dijo que se la lamiera como si fuera un caramelo, yo lo hice así durante un rato,
agarrándola por la base y dándole lametones. Pero después hizo que me la metiera en la
boca, puso sus manos en la cabeza y comenzó a empujar arriba y abajo.

Yo estaba a punto de reventar.

Mientras me movía la cabeza, no paraba de insultarme, puta era lo más suave que me
decía, parece mentira que fuera un cura.

Madre mía - pensaba yo.

Cuando se corrió, me sujetó la cabeza con fuerza, haciendo que me lo tragara todo.
Después me dejó reposar un rato, me sentó en su regazo, de espaldas a él y empezó a
magrearme por todos lados. Cuando por fin se empalmó de nuevo, me tumbó en la mesa
y me la metió sin muchos miramientos. La verdad es que me dolió bastante.

Menudo cabronazo. ¿Qué ganaba haciéndote daño?

Está claro que al tío le excitaba dominarme, pero no creo que me hiciera daño al follar
aposta. Se ve que, al ser cura, no tenía mucha experiencia, por lo que era bastante torpe.
Después, cuando fuimos repitiendo, aprendimos bastante los dos.

¿Te acostaste con él muchas veces?


Bastantes. A cambio aprobé varias asignaturas sin estudiar, así que algo saqué. Además,
con él aprendí a mamarla como te lo hice anoche.

¿En serio?

Sí, cuando yo no tenía ganas de sexo se la chupaba así, a toda velocidad y acababa
enseguida.

¿Y lo del estrujón en los huevos también? - pregunté riendo.

¡Ah, eso! - rió Dickie - Pues sí, justo el día en que terminé allí mis estudios el padre
Stephen me llamó a su despacho para darme personalmente el "diploma". Cuando estaba
a punto, ¡ñac! Apretón en los huevos. Puedes creerme si te digo que lo tuyo fue suave
comparado con lo que le hice a él.

¡Joder!

Bueno, amiguito, ya está bien de historias - dijo Helen.

Se agarró a los bordes de la bañera y se puso en pié. Se dio la vuelta y su coño, lleno de espuma,
quedó frente a mí. Yo me quería morir.

Venga, ahora hay que lavarte a ti, ponte de pié.

Yo obedecí, pesaroso, pues no esperaba alivio por su parte. Mi pene era una vara hinchada, que
latía dolorosamente.

Vaya, vaya, cómo estamos - dijo riendo.

Se agachó frente a mí, buscando la esponja y el jabón bajo el agua. Al hacerlo, su culo quedó casi
pegado a mi cipote y juro por Dios que estuve a punto de clavársela de un golpe. Por fin, encontró
los utensilios de limpieza y comenzó a asearme el cuerpo. Como era más alta que yo, se arrodilló
frente a mí. Me frotaba con vigor, para limpiarme bien, pero lo que conseguía era que sus tetas
bamboleasen al ritmo del lavado, por lo que el suplicio era todavía mayor.

A ver separa bien las piernas - me decía.

Y yo allí, con las piernas separadas mientras ella me pasaba la esponja entre los muslos,
limpiando mis huevos, mi culo, y entre tanto, mi polla con una erección de campeonato y justo
delante de sus ojos, era cruelmente ignorada, como si no existiera.

Por fin concluyó el aseo. Yo esperaba que me dejara así, empalmado, pero, afortunadamente,
Dickie tenía otros planes.

Anda bribón, siéntate ahí - me dijo.

Yo le obedecí con rapidez, y me senté en un poyete que había junto a la bañera, en el que
colocábamos el jabón y las esponjas. Se arrodilló frente a mí y pensé que iba a chupármela, pero
Helen tenía otra idea en mente. Se enjabonó bien las manos, haciendo bastante espuma. Cuando
lo hubo logrado, comenzó a pajearme, haciendo espuma también sobre mi rabo. Mientras lo
hacía, repetía el proceso en sus tetas con su otra mano, llenándolas bien de espuma.

Helen, ¿qué haces? - indagué.


Ahora verás - me dijo.

Acercó su torso hacia mí y colocó mi polla justo entre sus dos tetas. Por fin comprendí sus
intenciones, y desde luego no podía estar más de acuerdo con sus maniobras. Helen se sujetó las
tetas con las manos, apretándolas entre sí y atrapando mi torturado miembro entre ellas. Parece
mentira lo mucho que eran capaces de estrujar aquellas dos aldabas.

Lentamente, comenzó a subir y bajar sus tetas sobre mi polla. La espuma hacía que resbalasen
suavemente, era una sensación deliciosa, nueva. Poco a poco fue incrementando el ritmo de sus
tetas, arriba, abajo, abajo, arriba, era enloquecedor. Me estaba follando a un par de tetas.

Dickie doblaba el cuello hacia abajo y estiraba la lengua al máximo, de forma que al subir, la
punta de mi polla era lamida deliciosamente. Aquello era increíble, era un coño con tetas y
lengua.

Estoy seguro de que en otras circunstancias habría aguantado mucho más (de hecho, a lo largo de
los años me han hecho cientos de cubanas y así ha sido), pero aquella mañana, en aquel baño, y
tras las historias de Dickie, me habría corrido igual conque me hubiera rozado. Así que no habían
pasado ni dos minutos cuando empecé a correrme de nuevo.

¡Joder, qué bueno! ¡Qué bueno! - gritaba yo.

Los lechazos salieron disparados de mi cipote, impactando en el rostro y pecho de Dickie. De


todas formas, no quedaba demasiado semen en mis pelotas después de las juergas de la noche
anterior y de esa misma mañana, así que no la manché demasiado.

Tras correrme, mi polla no tardó mucho en quedar reducida a su mínima expresión, cansada y
satisfecha. Tras el nuevo orgasmo, quedé absolutamente exhausto, las rodillas no me sostenían.
Me bajé del poyete, deslizándome de nuevo en la bañera. Dickie, de rodillas frente a mí, sumergió
sus manos en el agua, para limpiarse el cuerpo de mi semen. Cuando terminó, nos quedamos
mirándonos el uno al otro, satisfechos.

¿Te ha gustado? - me dijo.

¿Estás de guasa? - contesté - Nunca había hecho algo así, es genial.

Me alegro. La verdad es que me gustaría hacer otras cosas, pero como te dije, me duele
todo.

Gracias - le dije acariciándole una mejilla.

De nada - respondió sonriente.

Vamos a enjuagarnos - dije.

Vale.

Por turnos, fuimos echándonos por encima los cubos de agua que había allí el uno al otro,
quitándonos así los restos de espuma. Tras terminar, cada uno cogió una toalla y se dedicó a secar
el cuerpo del otro. Una vez hubimos terminado, nos vestimos, ella con un albornoz y yo con mi
ropa.
Dickie se asomó con cuidado al pasillo y, tras asegurarse de que no había nadie, me indicó que
saliera. Yo la obedecí presuroso, procurando no hacer ningún ruido. Eso sí, antes de salir me puse
de puntillas y besé su sonrisa.

Como el baño estaba en la parte trasera de la casa, salí por la puerta de atrás, rodeé el edificio y
volví a entrar por la principal. Como un rayo, subí las escaleras y me refugié en mi cuarto, donde
me pasé el resto de la mañana leyendo, escondido para que nadie viera mi pelo mojado.

Un rato después, mi familia regresó en el carro. Yo salí a recibirlos, con el pelo casi seco, claro.
Los saludé uno por uno y así pude notar que todos tenían aspecto de estar bastante cansados, cosa
lógica por otro lado, pero también me llamó la atención el aspecto serio de mis dos primas, lo que
me hizo temer que algún nuevo incidente con Ramón se había producido. Decidí indagar después
del almuerzo.

Continuará.

TALIBOS

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