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La crisis de la democracia

En la medida en la que el proceso no asegure que sean los mejores los que nos
gobiernen, la democracia como proceso eleccionario vale muy poco.

— Juan Carlos Méndez

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La degradación de la democracia es la demagogia, así lo planteó en su inmensa


sabiduría hace más de dos mil trescientos años Aristóteles, refiriéndose a la
estrategia utilizada por algunos para conseguir el poder político, apelando a
prejuicios, emociones y las esperanzas de las personas, mediante el uso de la
retórica, la desinformación y la propaganda política. Hoy podemos constatar que el
pensamiento de Aristóteles es brutalmente cierto y aunque los demagogos no son
más Cleón o Hipérbolo, muchos de los personajes que nos gobiernan o aspiran a
hacerlo entran en esa categoría.

Hace unos días se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en Costa Rica y
para sorpresa y preocupación de muchos ticos, el resultado aunque no definitivo,
benefició a dos candidatos advenedizos, uno de ellos aprovechando un golpe
mediático y con un discurso contrario al matrimonio gay logró colocarse en el
último momento a la cabeza de la competencia. Este hecho solo viene a confirmar
la fragilidad de los procesos de elección y el peligro que se corre en la mayoría de
las democracias, inclusive aquellas que han sido muy estables como el caso de la
costarricense. Para el balotaje se escucha decir que se votará al “menos peor”,
cosa que en Guatemala hemos venido repitiendo casi sin excepción en las últimas
tres elecciones.

¿Es la democracia la solución, o es más bien un problema o una imposibilidad? La


degradación de la democracia es un problema de gobernantes y gobernados y en
la medida en la que el proceso no asegure que sean los mejores los que nos
gobiernen, la democracia como proceso eleccionario vale muy poco. El ciudadano
democrático, un ser libre y moral, está totalmente condicionado por factores de
poder y de libertad le queda poca; por el otro lado los partidos políticos tienen el
monopolio de la representación ciudadana sin ninguna legitimidad, por el contrario
se han convertido más bien en organizaciones delictivas que se representan a sí
mismas buscando el expolio descarado del Estado.
Las elecciones generales en nuestro país serán el próximo año y durante el
segundo semestre del presente deberán empezar a perfilarse los partidos y
candidatos aspirantes. La democracia, como en la antigua Grecia, no se sostiene
sin la participación activa y responsable de los ciudadanos. Las próximas
elecciones son un gran reto pero también una gran oportunidad, siempre que
juguemos el papel que nos corresponde, con responsabilidad; rechacemos la
demagogia, exijamos que cada partido presente desde el inicio sus planes de
trabajo, al equipo de personas que pretenden que gobierne, valoremos aquellos
que se impongan un código de ética vinculante y que estén a favor de la
transparencia pública y que todos los partidos se comprometan a una agenda
legislativa mínima que incluya los cambios estructurales que necesita el país para
salir adelante.

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