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Seminario de Doctorado:
Trabajo final
Introducción
1
Los textos médicos que abordaremos en el desarrollo de esta monografía fueron utilizados por
Marcelo Otero (1991) en su trabajo sobre el suicidio en la ciudad de Buenos Aires. Otero utilizó la
producción científica de la época para mostrar que ideas similares a las de Durkheim estaban siendo
gestadas en Buenos Aires, antes de la llegada de El Suicidio a la Argentina. En nuestro estudio
volveremos sobre estos textos, y otros nuevos (como los aparecidos en la revista Criminología
Moderna), para analizar el marco axiológico que estaba implícito en el discurso científico en la ciudad
de Buenos Aires de entresiglos.
Argentina, que tuvo a Emilio R. Coni como primer presidente (Otero, 1991: 45 y 46).
Según González Leandri, el Círculo “podía al mismo tiempo impugnar con
contundencia a los académicos, contentar las expectativas de prestigio y ascenso
colectivo de los estudiantes y doctores jóvenes e incluir por goteo a sus dirigentes
dentro del estrecho marco de los notables de la Facultad de Medicina” (Leandri, 2004:
241). En paralelo, durante las décadas del '80 y el '90 del siglo XIX, la institución, a
través de su militancia positivista y sus vínculos con la elite liberal en el poder, logró
posicionar a algunos de sus miembros, en especial, a José María Ramos Mejía, en
lugares claves para crear y dirigir las más importantes instituciones sanitarias.
Además de este rol de promoción de sus integrantes y defensa de intereses
corporativos, estas organizaciones tenían una actividad académica y de producción
científica. Por ejemplo, el Círculo Médico inició la publicación de su revista, Anales del
Círculo Médico, para la cual formó comisiones encargadas de diferentes temáticas:
higiene, medicina nacional, ciencias naturales, patología y clínica, terapéutica y
farmacología, anatomía y fisiología, y estadística (Vezzetti, 1985: 18).
En los Anales del Círculo Médico, aparecieron las primeras hipótesis que
entendían el suicidio como un mal social (Otero, 1991). Su presidente, Samuel Gaché
(1859-1907), que ya había incursionado en el estudio de las enfermedades mentales en
una obra previa, La locura en Buenos Aires (1879), publicó el primer trabajo científico
en Argentina sobre el tema.2 En “Patogenia del Suicidio en Buenos Aires” (1884), este
médico lo primero que planteó fue que los suicidios eran un fenómeno social y que por
ende, debían ser estudiados en términos sociales. En este trabajo, el aumento de los
suicidios era interpretado como una consecuencia del grado de civilización alcanzado
por la nación. Para el autor, una nación civilizada era “aquella en donde la ciencia, las
artes, las industrias, la política, el comercio en sus numerosos ramos, constituyen los
2
Samuel Gaché nació en Mercedes el 20 de agosto de 1859. Este alumno destacado de la Facultad de
Medicina, integró desde muy joven la Comisión Directiva del Círculo Médico Argentino, la presidió
años más tarde y fue un importante colaborador de sus Anales como periodista científico y como
director de la publicación. Médico del Hospital Rawson, fundó allí un área dedicada a maternidad,
donde formó discípulos. También fue fundador de la Cruz Roja (en la que ocupó el cargo de secretario
durante muchos años), y colaboró en la creación de otras instituciones como la Escuela de
Enfermeros. Fue secretario del Comité de Lazaretos nacionales, e hizo propaganda a favor de la
cremación de cadáveres. Como Secretario de la Asistencia Pública entre 1893 y 1896, bajo la
dirección de Juan B. Señorans, participó en la realización de obras sanitarias. También fue
protagonista en la fundación de la Liga Argentina contra la Tuberculosis (en 1901). En 1906, tras
ganar el concurso, fue nombrado profesor suplente de la cátedra de obstetricia en la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Su tesis doctoral, de 1881, estuvo dedicada a la
situación de la salud mental en la ciudad de Buenos Aires. Dos años antes, siendo todavía estudiante
había publicado La Locura en Buenos Aires (1879), trabajo premiado en el concurso científico del
Círculo Médico Argentino. Además de las obras ya mencionadas, se destacan Sarmiento a la luz de la
fisiología, La Tuberculosis en la Republica Argentina y Los alojamientos obreros en Buenos Aires
(1910). Falleció el 13 de agosto de 1907, a los 48 años. Véase: CUTOLO, Vicente Osvaldo, Nuevo
Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), Buenos Aires, Editorial Elche, 1968. T. III, p. 177.
medios habituales de vida” (Gaché, 1884: 559). En estas sociedades, el suicidio ejercía
una poderosa influencia sobre aquellos que vivían en los espacios urbanos. Los
suicidios, entonces, eran fenómenos individuales y colectivos a la vez, que afectaban a
los grupos sociales bajo la influencia de los nuevos estilos de vida, y también a aquellos
individuos predispuestos por alguna “patología nerviosa”.
Si bien los médicos no dudaban que el suicidio había existido desde siempre,
entendían que sus causas habían sido diferentes a lo largo de la historia en distintos
contextos, especialmente, al comparar una sociedad civilizada y la barbarie. Según
Gaché:
La barbarie mata en el estado primitivo, sin que la luz haya penetrado a los cerebros; la
civilización mata igualmente, y lo hace por medio de los placeres, por su acción enervante, por la
corrupción que domina todas las esferas sociales bajo formas encubiertas por la inteligencia
cultivada (Gaché, 1884: 559).
En el combate con la vida, el hombre no se resigna o se resigna mal en frente de sus ambiciones
contrariadas; entonces su vida flaquea, comete actos réprobos, se desarrolla un instinto perverso,
y por último atenta contra su vida, ya porque desea y no alcanza, ya por haber gozado mucho y
no poder seguir gozando, ya porque siente o presiente que se embota o estingue el sentimiento,
ya en fin, porque se considera como el héroe de Goëthe condenado al eterno suplicio de no poder
amar (Blancas, 1884: 571).
Si bien no era la causa principal del aumento de los suicidios, o la génesis del fenómeno
suicida, éstos podían contagiarse por imitación, al igual que el crimen (Otero, 1991: 72).
Para los médicos, los diarios y la prensa en general podían provocar una sugestión en
algunos de sus lectores, al publicar ciertos contenidos, crónicas periodísticas y literatura
romántica, para complacer al grueso del público que los sostenían. Según las ideas de
Gaché, en su análisis de 1884, la práctica del suicidio estaba cobrando legitimidad por la
naturalidad con que la prensa estaba encarando el fenómeno, al no culpabilizar al
suicida, y plantearla como válida en una situación límite. Otros, como el doctor Blancas
proponían, a través de la propaganda, burlarse y ridiculizar a quienes se quitaban la vida
por sus ambiciones y deseos, y tratar de locos a los que ponían fin a su vida por
cuestiones de honor o por alguna desgracia. De este modo, se lograría impresionar a los
lectores, para disuadirlos de imitar estos comportamientos.
Como señala Otero (1991) podemos encontrar cierta similitud entre este tipo de
discurso y lo que expondrá Emile Durkheim años más tarde. En primer lugar, sobre la
influencia de las pasiones en las sociedades modernas, y la necesidad de frenos para
éstas. Otra idea común que aparece es la necesidad de separar a los locos de los
apasionados, perspectiva que acerca este pensamiento a una mirada social y limita el
médico de policía de los Tribunales, cargo que ocupó durante 28 años. De su labor en esta área se
destaca la participación en el primer caso de envenamiento con arsénico ocurrido en la capital.
Durante las epidemias de cólera y fiebre amarilla de 1867/1868, y 1870/1871, respectivamente,
participó en las medidas para hacer frente en esas críticas situaciones. Actuó como profesor suplente
de Medicina Legal durante varios años, reemplazando con el tiempo a Eduardo Wilde como titular.
Antes de ocupar dicho cargo Blancas ya había sido titular en la cátedra dedicada a enfermedades para
niños de la Facultad de Medicina, tras su creación en 1883. También participó como vocal en el
Consejo Nacional de Higiene, destacándose entre los proyectos presentados la propuesta para la
ubicación para el nuevo cementerio tras las epidemias. Murió muy pobre el 7 de agosto de 1906. Sus
trabajos y publicaciones aparecieron en prestigiosas revistas de la época siendo traducidos a varios
idiomas. Véase: CUTOLO, Vicente Osvaldo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930),
Buenos Aires, Editorial Elche, 1968. T. I, p. 464.
peso de las patologías mentales. Por otra parte, nos parece interesante rescatar de la
interpretación general aquellos valores que los médicos ponían en juego en la
producción de sus discursos. En Blancas y Gaché aparece una crítica a lo que es
identificado como una exaltación excesiva de ciertas pasiones (la pérdida del honor, el
deseo de acumular riquezas o los desengaños amorosos), aumentado por la influencia de
los medios gráficos y la literatura. La pasión desde esta mirada debía ser controlada para
que no nuble el juicio de la razón. Por otra parte, los suicidios producidos por la
degradación que trae el vicio (las bebidas alcohólicas, por ejemplo) también eran
reprobados por estos académicos. En síntesis, las personas que ponían fin a sus vidas
representaban para estos médicos, cuando no se trataba de casos de locura, ejemplos de
vidas no virtuosas. Estos profesionales no tuvieron en cuenta casos donde la decisión de
quitarse la vida pudiera estar fundamentada de forma racional, y no por emociones
desenfrenadas o trastornos de las facultades mentales. Como veremos, otros
profesionales de la salud contemplaron esta posibilidad.
5
José María Ramos Mejía, era miembro de una familia tradicional porteña de tiempos coloniales,
habiendo crecido entre los sectores antirrositas de la elite. Se graduó de médico en la Universidad de
Buenos Aires, siendo su área de especialización las patologías nerviosas. Ramos Mejía en 1873 fundó
el Círculo Médico, en 1882 participó en la creación de la Asistencia Pública de la Ciudad de Buenos
Aires, y entre 1893 y 1898 fue presidente y reorganizó el Departamento Nacional de Higiene.
También fue presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1909 y 1913. En este médico se
combinaban las ideas del higienismo francés con su admiración por el pensamiento evolucionista,
como las ideas de Charles Darwin y Herbert Spencer, así como por los desarrollos de las ciencias
naturales y otras ideas en boga en su época, como la criminología italiana de Césare Lombroso o la
psicología de las multitudes de Gustave Le Bon. Además de obras como La locura en la historia
(1895) y Las multitudes argentinas (1899), Ramos Mejía dió a conocer trabajos en publicaciones
periódicas de la época como en los Anales del Círculo Médico, Anales de Higiene Pública y Medicina
Legal, La Semana Médica, La Biblioteca, Archivos de Psiquiatría y Criminología, Revista de
Filosofía, El Monitor de la Educación Común, entre otras (Álvarez, 1996; Galeano, 2007; Terán,
2010). Las ideas de Ramos Mejía sobre el suicidio fueron retomadas por varias investigaciones en
años posteriores, hasta 1931 (Otero, 1991). Véase también: CUTOLO, Vicente Osvaldo, Nuevo
Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), Buenos Aires, Editorial Elche, 1968. T. VI, p. 49-52.
muertes voluntarias.
De manera similar a Vásquez, planteaba que los cerebros modernos sometidos a
constantes y renovadas presiones en la lucha por la existencia podían volverse
inadaptables al medio social, ya sea por ser débiles desde el nacimiento o conmovidos
por determinados efectos sociales. Dos salidas quedaban para quienes no eran capaces
de adaptarse: el suicidio o la locura, la segunda era menos abrupta, pero, al mismo
tiempo, era más degradante. Había, sin embargo un reducido y selecto grupo, entre los
que se incluían generales, doctores y todos aquellos ejemplos de la virtud nacional que
estaban justificados para hacer uso de su "derecho al suicidio". Del mismo modo, el
hombre que ve venir la locura, el militar que ha perdido sus genitales, eran situaciones
extremas que también podían justificar en cierto sentido, según Ramos Mejía, el
quitarse la vida. Sin embargo, en la mayoría de los casos (los anónimos, los registrados
por la policía o el juzgado) el suicidio erá sin duda un delito y una cobardía, a diferencia
de algunos (los suicidios de los grandes hombres) en los que actuaba como un “dulce y
supremo refugio” (Ramos Mejía, 1896). Estos hechos admirables o dignos de
compasión, contrastaban con hechos como los suicidios de los jóvenes enamorados,
descriptos en Las multitudes argentinas: “El suicidio por amor, bellísimo ejemplo de
regresión social hacia la época werteriana del paquete romántico, ¿dónde lo encontraréis
sino en esa inocente pareja de guaranguitos, en quienes la inervación emotiva
desencajada de su justo equilibrio, ha perdido el gobierno de su pensamiento?”(Ramos
Mejía, 1952: 317-318).
Para Ramos Mejía, la civilización y el progreso implicaban una mayor
complejidad y una aceleración de la vida social. Junto con esto venían un aumento de
los goces, de la actividad intelectual, de las pasiones y de las ambiciones, que traían
como consecuencia una sobreexitación cerebral. Este nuevo contexto de exigencia de
las facultades mentales provocaba patologías. Solo aquellos que pudieran adaptarse a la
nueva situación podrían sobrevivir, saliendo victoriosos en la lucha por la vida y en el
proceso de selección natural. En Ramos Mejía aparecía de forma más evidente la
influencia de Gustave Le Bon y su teoría sobre la psicología de las multitudes. 6 Para el
6
En este punto, las ideas del alienismo francés, introducido en Argentina con posterioridad a su
contexto de origen, fueron combinadas, a fines del siglo XIX, con el pensamiento de la psicología de
las multitudes, cuyo principal representante fue Gustave Le Bon. En su estudio, este especialista en
psicología de las masas, partiendo de la noción de sugestión, reflexionaba sobre la influencia que las
imágenes, las palabras y las fórmulas tenían en la población. Más allá del significado “verdadero” de
ciertos términos, símbolos o elementos iconográficos, para Le Bon lo central era comprender el efecto
que determinadas expresiones tenían al apelar a la representación presente en el inconsciente de la
multitud. En este sentido, para Le Bon, a través de la afirmación y la repetición, ciertas ideas podían
ser introducidas en las masas. Tambien los desórdenes mentales eran contagiosos, las emociones de
los hombres en estado de multitud eran altamente contagiosas para este psicólogo de las masas. En
esta interpretación, las formas racionales de comportamiento aparecían vinculadas con el individuo,
autor de Las multitudes argentinas, la multitud era el producto de la evolución desde la
colonia hasta llegar al final del siglo XIX, donde la novedad era la influencia de la masa
de extranjeros sobre la población ya asentada en el Río de la Plata. El principal defecto
entre la población de inmigrantes estaba en su relación con el dinero. El afán por
enriquecerse era un tipo de pasión que podía alterar las facultades mentales, y por ende
generar distintos tipos de locura. Sin embargo, estos inmigrantes aparecían en la mirada
de Ramos Mejía como seres infantiles, que más allá de sus imperfecciones, podían ser
transformados en ciudadanos virtuosos, por ejemplo, a través de la educación. La
formación basada en los valores de la familia y el trabajo transformaría en ciudadanos
respetables a esta multitud -femenina y apasionada, puro inconsciente- que era vista por
Ramos Mejía como la antinomia de la elite virtuosa, de los grandes hombres, que hacían
uso de la razón.
Si tomamos la cita que aparece al principio de este trabajo, también
perteneciente a Ramos Mejía, nos llama la atención la similitud del pensamiento de este
7
autor con el del mundo antiguo, en especial con la concepción de los estoicos. Para
Ramos Mejía existían situaciones en las que el suicidio podía ser permitido y hasta
recomendado:
El Suicidio podrá ser un simple fenómeno social, como la prostitución, el pauperismo y la
delincuencia; un resultado inevitable y previsto de la selección de la lucha por la existencia, pero
quedan esas excepciones numerosas que dejamos mencionadas, en que es el término preparado
de un proceso intelectual relativamente libre, consciente y reflexivo; un acto voluntario hasta
donde el mecanismo hombre lo puede verificar: el producto lógico de una situación moral dada,
cuyo desarrollo necesario -casi diria mecánico- lleva fatalmente a este fin, refugio de una
conciencia alarmada; pero no meticulosa ni cobarde (Ramos Mejía, 1896: 380).
mientras que lo irracional estaba asociado con lo grupal, con el hombre en estado de multitud (Laclau,
2005).
7
Dentro del pensamiento filosófico antiguo, quienes fueron los más permisivos en cuanto a la
posibilidad de suicidio fueron los estoicos. Desde la perspectiva de los estoicos no era necesario
retener la vida, sino vivir bien. Así, la puerta estaba siempre abierta para dejar de seguir viviendo
cuando el sujeto lo creyera necesario. Sin embargo, esto no avalaba el suicidarse por odio o hastío
hacia la vida, o por miedos. La decisión debía estar fundada en las causas que hacen que el sujeto no
encuentre significado en seguir vivo, una decisión tomada por medio del pensamiento (el logos
universal) en estado de imperturbabilidad, y no de la influencia de las pasiones (dolor, placer, temor).
La muerte podía ser un supremo refugio, un instrumento libertario y de afirmación de la libre
voluntad. Con el suicidio no se perdía ni se dañaba nada en el cosmos, era parte del reciclado de los
seres vivientes (Szlajen, 2012: 89). En este sentido, lo reprobable para el estoicismo no era el suicidio
en sí, sino vivir de forma contraria a la ética estoica, es decir, vivir de forma vergonzosa, cobarde y
deshonrosa, de manera contraria a la naturaleza, sin las facultades de la razón, en detrimento de la
virtud y consumido por el vicio (Szlajen, 2012: 91, 92).
lapidación pública, el suicidio era un supremo refugio (Ramos Mejía, 1896: 381). Hacia
el final del artículo Ramos Mejía tomó como ejemplo de estos casos los suicidios de los
estoicos y los grandes hombres, que no debían ser confundidos con los alienados y
criminales. Como veremos a continuación, estas ideas fueron retomadas por los
discípulos de Ramos Mejía.
10
Víctor Arreguine (1863-1924), educador y periodista uruguayo. Desde 1892 pasó a residir en Buenos
Aires. Allí, tuvo una importante actuación docente además de su actividad como escritor. Entre sus
obras se cuentan: Tiranos de América, El Dictador Francia (1896); Estudios Sociales (1899); En qué
consiste la superioridad de los latinos sobre los anglosajones (1900); Estudios históricos. Tiempos
heroicos y la guerra de la Cisplatina (1905); La guerra. Amor libre (1906); Latorre (1913); Los
Orientales. Tierra salvaje (1924); dos libros de versos publicados en Buenos Aires: Rimas (1892);
Tardes de Estío (1906), y una Antología de poetas uruguayos. Muere en Buenos Aires, el 24 de agosto
de 1924. Sus reflexiones sobre el aumento de los suicidios aparecieron por primera vez en el Primer
Congreso Científico Latino-Americano, en 1898, y más tarde en el primer número de Criminología
Moderna. Según la redacción de esta publicación, Arreguine había recibido las más elogiosas críticas
cuando presentó su trabajo en el Congreso Latino-Americano. Al año siguiente, en su obra Estudios
Sociales (1899) apareció publicado el ensayo sobre el suicidio que, posteriormente, aparecería
también en Archivos... en 1905. La reaparición de este ensayo en varias oportunidades y distintos
ámbitos intelectuales nos da una idea de la buena recepción que tuvo en su época. Véase: CUTOLO,
Vicente Osvaldo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930), Buenos Aires, Editorial
Elche, 1968. T. I, p. 242-243. También el artículo “Víctor Arreguine ante el progreso humano” de
Fernando Pablo Vilardo, disponible en: http://www.cecies.org/articulo.asp?id=102
11
Según Arreguine no había posibilidad de buscar aquel elemento primitivo fisiológico, como proponía
Lombroso, que permitiera explicar la tendencia al suicidio, ya que se trataba de una epidemia moral.
En este sentido, este educador se preguntaba si la postura de la Iglesia, que se había negado a enterrar
los muertos por suicidio, tal vez había sido un remedio contra este mal.
12
Si bien estuvo influenciado por los supuestos del pensamiento y las ideas de su época, Arreguine
criticaba la concepción de la civilización desde una perspectiva meramente utilitarista, tecnológica,
fría y racional. Desde su perspectiva, era necesario sanar las deficiencias de la sociedad moderna, a
través de una moralidad derivada de la vida, que no dejará de lado las pasiones y las emociones, en
especial, las tendencias altruistas del ser humano.
el escritor uruguayo resaltó un aspecto mencionado con mayor o menor énfasis por los
profesionales de la salud ya citados: la sugestión mental y moral. 13 Entre otros
elementos que podían provocar dicha sugestión el autor señalaba “el ejemplo de la
muerte voluntaria divulgado en el teatro, en la prensa, en las novelas” que a veces
presentaban “como solución única a las bancarrotas del orgullo, de la fortuna y del
amor” al suicidio. Sin embargo, como destacaba a continuación, la sugestión sólo era
posible en un terreno psicológico predispuesto por la ausencia de frenos morales de la
época y la falta de homogeneidad en la población de la capital argentina. 14 En este
sentido, otra situación que preocupaba a este escritor era la de los inmigrantes que
arribaban a Buenos Aires:
Los que emigran de su país por no suicidarse, ya traen el germen, la sugestión del suicidio; y si al
llegar aquí no encuentran la realización de sus sueños de ventura, si siguen sintiéndose
desgraciados, impotentes y perseguidos por una para ellos ineludible fatalidad; si contemplan el
cuadro de sus miserias y la fácil opulencia de muchos de sus compatriotas, es natural que
algunos hagan en América lo que hubiesen hecho en Europa: matarse. Y resulta tanto más
13
Otro autor publicado en Criminología, y más tarde en Archivos, el criminólogo Miguel Lancelotti
reflexionó sobre el fenómeno de la imitación y el contagio en los casos de suicidio. Para este autor,
solo era posible la sugestión si había terreno psiquico propicio, haciendo referencia al artículo de
Arreguine, publicado en Estudios Sociales y antes en Criminología Moderna. En palabras de
Lancelotti: “Efectivamente, y esta no es más que una verdad de simple buen sentido,- ningún banqueri
cuyos intereses marchen en armonía con sus deseos; ningún esposo o amante afortunado; ningún
hombre de costumbres morigeradas; ningún individuo que no tenga su cuerpo viciado, extenuado por
las enfermedades y mil otros sufrimientos físicos o morales; ninguno que no tenga la imaginación
exaltada [subrayado en original], por más asiduo lector que sea de crónicas a lo Werther se le ocurrirá
imitar a esos tristes héroes que ven en la propia existencia su mayor enemigo” (Lancelotti, 1900: 579).
Sin un desastre financiero, si no había un abuso de los placeres, como en el caso de exceso de las
bebidas alcohólicas, el juego, en ausencia de emociones como los celos, la colera, la envidia, la
ambición, la ociosidad, la soledad, la nostalgia, el terror, los remordimientos, la desesperación, no
existía un terreno propicio para el suicidio. El marco para generar una mayor predisposición al
suicidio estaba en la vida del mundo civilizado que multiplicaba las necesidades y sobreexitaba el
sistema nervioso, llevándolo al suicidio, la locura o delito, según la personalidad y el temperamento
individual. (Lancelotti, 1900: 579)
Y si bien la alteración de las facultades mentales, la exaltación de la imaginación y las pasiones son
consideradas por Lancelotti como la situación necesaria para el suicidio, deja el mismo espacio que R.
Mejía para los grandes heroes que “algunos alienistas incipientes han pretendido estigmatizar con el
dictado de locos o suicidas”.
14
En otro artículo publicado en Criminología, titulado “Los crímenes románticos”, Ricardo del Campo
(1898), Vicedirector de la revista, relató y analizó el caso de Casimiro Tapia, un joven oriental de 19
años, que el 24 de noviembre de 1898 había degollado a su amante Hortensia Marsi, atentando luego
contra su propia vida, aunque sin resultado. Al parecer, ambos habían decidido suicidarse debido a que
la familia de Hortensia se oponía a su amor. A la hora de explicar las causas de este suceso, Del
Campo destacó que se trataba de un “celoso por literatura”, retomando un concepto del escritor
francés Paul Bourget. El autor justificaba su hipótesis en el hecho de que Tapia era un asiduo lector de
historias románticas, con prefèrencia por aquellos relatos con finales trágicos. Según Del Campo, la
sugestión de este tipo de literatura habría hecho exagerar la realidad y los obstáculos que tenía para
continuar su relación con Hortensia. De todos modos, no alcanza para volver inimputable el hecho en
opinión del autor. En otro artículo, Pio Viazzi (1899), que sería autor de La lucha entre los sexos
(1902), abogado y corresponsal externo de Criminología, trataba de explicar estos dobles suicidios
como el resultado del decaimiento fisiológico que traía la actividad sexual, en especial, aquella que
tendía a la degeneración de los sujetos. Cuando el individuo había cumplido su rol en la reproducción
podían aparecer tendencias de odio, tanto hacia sí mismo como hacia el objeto amado. La actividad
sexual ya sea por exageración o por carecer de energías suficientes, por el agotamiento, o por males
como la epilepsia o ciertas neurosis, podían favorecer estos tipos de actos violentos.
justificada esta tesis, si a una serie de fracasos, a la nostalgia, a los compromisos a que no pueden
dar cumplimiento, al despacho, a la falta de amistades, se agrega a la carencia de homogeneidad
social: vínculos políticos, religiosos, idiomáticos, etc., que siempre facilitan la vida de relación, y
que determinan con mayor energía la ayuda mutua, extendiendo a la vez la esfera de la simpatía
(Arreguine, 1898: 6).
Este trabajo de Arreguine estaba dialogando con el estudio de Fermín Rodríguez sobre
la relación del suicidio con el alcoholismo, restando peso a este factor y otorgando
importancia a la multiculturalidad presente en la ciudad de Buenos Aires tras la llegada
masiva de los inmigrantes.15 Éstos empezaron a ser observados con mayor desconfianza
por parte de las elites porteñas a medida que terminaba el siglo XIX y comenzaba el
XX. Otra diferencia con Rodríguez era el rol otorgado al matrimonio. Para Arreguine, la
unión matrimonial podía no ser un factor proctector, resultando también en fuente de
muchas presiones que podían llevar a los hombres a quitarse la vida, frente a la
imposibilidad de asegurar el bienestar de sus familias. Lo que nos llama la atención es
que si bien Arreguine cuestiona que los casos de suicidio sean resultado de cierto
darwinismo social, como lo entiende Ramos Mejia (maestro de Rodríguez), o propio de
razas inferiores, este escritor nuevamente llama la atención sobre los suicidios de
hombres y mujeres célebres en el mundo antiguo y de estadistas reconocidos del
presente (como el presidente chileno, José Manuel Balmaceda, que en 1891 se quitó la
vida en Buenos Aires, caso que también destacaba Ramos Mejía).
Para finalizar el recorrido por los discursos relacionados con el suicidio en el
Buenos Aires de entresiglos, analizaremos un último trabajo, la tesis de Amílcar
16
Luzuriaga, médico que la defendió en 1909, y fue dirigido por Francisco de Veyga.
15
Sorpresivamente, Arreguine termina su artículo con un análisis de la influencia de los vientos en la
tasa de suicidios. Según sus indagaciones la mayoría de los suicidios ocurrieron bajo la influencia del
viento norte cálido y mortificante (que avivaba los hechos de sangre, al alterar los estados de ánimo,
similar al siroco italiano y al solano español) y el viento sur, para el que Arreguine no encuentra
explicación por ser un viento benigno (Arreguine, 1898: 9).
16
Al igual que José Ingenieros, Francisco de Veyga fue discípulo de José María Ramos Mejía y uno de
los principales representantes de la criminología positivista de entresiglos en Buenos Aires. Además
de su labor académica, tuvo una activa participación como médico militar (realizó sus prácticas para
alcanzar el grado en la Armada), llegando a ser nombrado General. De Veyga culminó sus estudios en
1890, tras defender su tesis sobre la fiebre tifoidea. Tras finalizar sus estudios, decidió cruzar el
Atlántico para perfeccionar y ampliar sus conocimientos en bacteriología. En su paso por Europa, se
vinculó con Charcot y asistió a las clases que éste dictaba en La Salpetrière. También allí recibió
formación en medicina legal y en las ideas de C. Lombroso, uno de los principales referentes de los
estudios criminológicos de la época. Entre los cargos que desempeñó tras volver a la Argentina, en
1892, cabe destacar su labor en la cátedra de Medicina Legal en la Facultad de Medicina, en la que se
desempeñó entre 1899 y 1911 (ya era profesor suplente desde 1894). De su labor como docente de
esta asignatura surgió su obra más destacada titulada "Estudios médico-legales sobre el Código Civil
Argentino". Para poder enseñar en forma práctica la disciplina, se hizo cargo del Servicio Público de
Autopsias de la Capital y, mediante un acuerdo con la policía, impulsó la creación del Servicio de
Observación de Alienados. En este último, De Veyga fue nombrado Director, y a su vez, éste nombró
Jefe de Clínica de la institución a José Ingenieros. Con Ingenieros asistieron como delegados
argentinos al V Congreso Internacional de Psiquiatría, que se realizó en Roma, en 1905. En 1911
renunció a la cátedra de Medicina Legal tras ser nombrado director general del Servicio de Sanidad
del Ejército. A lo largo de su carrera De Veyga dirigió La Semana Médica y escribió para El Mercurio
Luzuriaga condensó varias de las ideas hasta aquí trabajadas, y agregó otros elementos
nuevos.17
¿Cómo entiende la muerte voluntaria Luzuriaga? El suicidio, desde su
perspectiva, era tan antiguo como el mundo; un medio para poner fin a padecimientos
morales o físicos, considerados sin remedio. Al mismo tiempo, el autor destacaba que
constituía uno de los “hechos más graves e irreparables de todas las sociedades” y, por
lo tanto, debía ser combatido por todos los medios disponibles (Luzuriaga, 1909: 29). Si
bien el autor prefería hablar de muerte voluntaria, sin entrar a determinar el estado
psíquico, moral o físico que causaba el acto, por otra parte, señalaba que, por regla
general, los que tratan de quitarse la vida “atraviesan algún momento anormal”. Este
estado de anormalidad, podía ser producto de lesiones anatómicas o de una enfermedad
moral (Luzuriaga, 1909: 40). Este concepto de anormal, más global y amplio que el de
alienado, estaba en línea con el pensamiento de la criminología de entresiglos, que
entendía el crimen y el delito en relación con la peligrosidad de los individuos para el
organismo social, y aunaba en una misma categoría tanto a los que tenían sus facultades
mentales alteradas como a aquellos que carecían de frenos para su pasiones. Partiendo
de esta afirmación más general, Luzuriaga contemplaba que había un pequeño grupo de
casos que comprendía a “quienes han asistido todas las razones para concluir con su
vida", aquellos individuos que, con o sin responsabilidad, habían comprometido su
honor, el de su familia o el de su patria sin vislumbrar otra alternativa para salvarlo que
la muerte. Estos casos eran una minoría para el autor. Además de los dementes (que
actuaban bajo la pérdida de la razón), quienes eran mayoría eran los “nerviosos” y
“apasionados”. El enamorado que no era correspondido; el negociante que había
fracasado, el desempleado que no encontraba trabajo; quien había sido despedido;
tenían alterada su mentalidad a la hora de actuar (Luzuriaga, 1909: 42-43), víctimas del
estado pasional. Como podemos observar, si comparamos las ideas de Luzuriaga con las
de otros autores previos, si bien ganaba peso la interpretación que restaba peso a la
capacidad de agencia en lo casos de suicidio, este autor conservaba, aunque ya en un
lugar muy modesto, la posibilidad de casos de suicidio que no se trataran del desarrollo
anormal del sujeto, dando un rol a la reflexión ética.18
de América, Archivos de Psiquiatría y Criminología y la Revista de Filosofía, entre otras
publicaciones. Murió en la ciudad de Buenos Aires en 1942. Véase: Weissmann, Patricia (1999),
“Francisco de Veyga y los comienzos de la clínica criminológica en la Argentina”.
17
Cabe mencionar que, antes de terminar sus estudios, Luzuriaga había sido alumno de la Escuela de
Aplicación de Sanidad Militar, y también había hecho prácticas, como interno del Hospital Militar,
entre 1903 y 1909, en el período en que De Veyga, además de ser su profesor de Medicina Legal, era
Inspector general de Sanidad del Ejército.
18
La locura o alienación mental era considerada por Luzuriaga como el factor central para entender el
suicidio, en términos individuales (Luzuriaga, 1909: 43). Junto a esta varible, el autor destacaba otras.
En cuanto a la evolución demográfíca observada en las estadísticas, la
conclusión de Luzuriaga era que la población se había duplicado pero los suicidios se
19
habían más que triplicado. El autor destacaba el medio social (moral y económico)
como una de las causas principales de esta situación. La lucha por la vida, las pasiones y
aspiraciones, la corrupción, el alcoholismo, el juego, en el mundo urbano, enfermaban
el alma. De nuevo, el factor identificado como el principal responsable era la vida en el
mundo civilizado, aunque con un matiz diferente. Luzuriaga interpretaba que la
aglomeración de las poblaciones en las ciudades, y los males que venían como
consecuencia (hacinamiento y miseria), también eran responsables de generar esta
“enfermedad moral”. En lugar de realizar sólo una crítica a cierta tendencia al vicio en
las poblaciones urbanas de inmigrantes y trabajadores, el autor tomó en cuenta la
situación de la vivienda y el acceso a los bienes necesarios para la subsistencia por parte
de las clases trabajadoras y pobres en las ciudades. Según Luzuriaga, los suicidios
predominaban entre la “clase humilde”, ya que, además de ser mayores numéricamente
en relación con la clase “elevada” y la mediana, era allí donde estaban “las dificultades
de la vida, las corrupciones, el alcoholismo, etc.” (Luzuriaga, 1909: 64). Por otra parte,
para este médico las fuertes convicciones políticas y las pasiones plasmadas y
transmitidas a través de la literatura, tenían efectos nocivos en la población. 20
Sobre el perfil promedio del suicida no hay muchas diferencias con los autores
anteriores respecto a la cuestión del sexo. Según sus datos, predominaba el suicidio
entre los hombres. Por cada 100 mujeres había 300 hombres que ponían fin a su vida.
Para Luzuriaga, la "obligación de aportar a la sociedad el fruto de su trabajo" ponía a los
hombres en una situación más difícil que la de las mujeres (Luzuriaga, 1909: 54). En
cuanto a las edades, no parece haber diferencias tampoco. Según Luzuriaga, los casos se
daban, en su mayoría, entre los 20 y 40 años. Para el autor, en esos veinte años las
En primer lugar, planteó la importancia de la transmisión hereditaria, que podía mantenerse por varias
generaciones en una misma familia. A este factor se agregaba la posibilidad de la imitación de las
prácticas y su contagio (esto explicaba para el autor que las muertes fueran producto de los mismos
medios y las mismas circunstancias), que contribuían a la aparición de epidemias de suicidios entre la
población de la época. Según Luzuriaga, algunas enfermedades crónicas y agudas, podían llegar a
determinar estados que promovieran el quitarse la vida. Producto de la fiebre podían aparecer diversas
formas de delirio, que eventualmente eran capaces de conducir al suicidio. Por otra parte, pacientes
con enfermedades como el cáncer o las neuralgias, para sustraerse al dolor o un tratamiento fastidioso,
también podían llegar a tomar la decisión de poner fin a sus vidas.
19
Según las cifras de la investigación, de una población de 547.144 habitantes y una cantidad de 71
suicidios y 54 tentativas, en el año 1890, la ciudad de Buenos Aires paso a tener, en el año 1908, con
1.189.180 habitantes, un total de 206 suicidios 187 tentativas.
20
“La misma influencia perniciosa tiene la política, que causa muchas víctimas, especialmente entre los
anarquistas, el amor, cuya pasión constituye un verdadero estado patológico, el teatro, sobre cuyas
fantasías dramáticas ardientes ya hablamos en otro sitio, la prensa y los libros que con un espíritu
egoísta y puramente comercial, avivan las pasiones y originan la muerte de más de un romántico,
etcétera” (Luzuriaga, 1909: 70).
personas tenían proyectos ambiciosos y, al mismo tiempo, estaban más vulnerables
frente a las decepciones que cuando ya habían alcanzado experiencia (aplacando las
ambiciones desmedidas) y una situación mas ventajosa (Luzuriaga, 1909: 60). Donde
había algunas diferencias, si comparamos con estudios anteriores, era respecto al estado
civil y a la nacionalidad de lo suicidas y la interpretación de estos datos. Según
Luzuriaga, el número de suicidas estaba en razón directa con el número de extranjeros
en la capital. Así, como la mayoría de los inmigrantes eran italianos y españoles, la
mayoría de los suicidas eran de esas nacionalidades. Siguiendo dicha tendencia, les
seguían en número franceses, alemanes e ingleses. Es decir, para Luzuriaga no había
una inclinación mayor de los extranjeros hacia el suicidio (Luzuriaga, 1909: 55). Esto
contrasta con interpretaciones como la de Arreguine, que consideraba que la falta de
homogeneidad e integración tendían a promover el aumento de los suicidios, o de
quienes, en línea con el contexto finisecular y del centenario, miraban con desconfianza
a los inmigrantes, a los cuales consideraban más proclives al delito y a la locura, y por
ello eran un peligro para la constitución de la nación. En cuanto al estado civil, si bien el
mayor número estaba entre los solteros, para Luzuriaga había que tener en cuenta que la
población célibe era mayor que la que estaba casada o había enviudado (Luzuriaga,
1909: 55). En este sentido, Luzuriaga relativizaba el poder protector del matrimonio. Si
bien, por un lado, el soltero, por su libertad, estaba expuesto al juego, la bebida (“del
alcoholismo se espera todo”) y una vida licenciosa (producto de las pasiones sin freno),
el casado, por otro, sufría la presión de atender las necesidades de su esposa e hijos
(Luzuariaga, 1909: 57).
Luzuriaga era optimista, y pensaba que podían disminuir el número de casos por
medio de una educación moral que preparara a los hombres para aceptar sus desgracias
y mejorando las condiciones del medio en el ámbito urbano. Desde su perspectiva, era
preferible una educación moral reforzando los hábitos de orden, trabajo, regularidad y,
en especial, los sentimientos al interior de la familia, a intentar un reforzamiento de las
creencias religiosas que podía desembocar en el fanatismo y sus efectos no deseados. 21
21
Como contracara de esta educación moral, Luzuriaga ponía como ejemplo el efecto pernicioso de la
prensa y el teatro: “los cronistas allá y los autores dramáticos acá, en su afan de buscar el efecto e
impresionar bien, desde que para juzgar un escrito o una obra los lectores y espectadores investigan
las emociones que han sufrido, y cuya bondad hace marchar generalmente en razón directa de éstas,
los que escriben, decimos, bordan sus escritos con frases y escenas emocionantes, y hasta fantásticas,
no pensando que hay muchos débiles y predispuestos que guardan esas impresiones y llegado el
momento las ponen en práctica de una manera más o menos rumbosa, constituyendo el contagio por el
suicidio. […] Cuánto bien no haría la prensa si al hacer la crónica de cada caso lo reprobara
enérgicamente, tratando de inculcar en la sociedad la idea del deshonor y la cobardía” (Luzuriaga,
1909: 86). Por otra parte el autor destacaba el potencial transformador que los medios gráficos podían
tener al impulsar una campaña contra el consumo de alcohol o promoviendo el matrimonio.
Por otra parte, La miseria era una de las causas dominantes del suicidio, según
Luzuriaga. Para combatirla, el estado debía intervenir y velar por los intereses de los
gremios, y buscar los medios para mejorarlos asegurando los medios de vida. Así, se
evitarían las revoluciones, que podían tener efectos desastrozos en la economía y la
moral de los pueblos.
En suma, en Luzuriaga encontramos una síntesis de las interpretaciones
anteriores referidas al aumento de la cantidad de suicidios entre la población,
combinado con un nuevo elemento que antes no aparecía en las explicaciones: la
delicada situación socioeconómica de las clases populares en el espacio urbano. A
medida que avanzaba el período, los estudios científicos tuvieron más en cuenta estos
aspectos de la vida en las ciudades, sin por ello dejar de tener presentes las pasiones y
vicios en el ámbito urbano y moderno. Otro aspecto que diferenció a Luzuriaga de sus
predecesores, y otros estudios sobre temas relacionados con la locura y el delito de su
época, fue su postura respecto a la inmigración. Luzuriaga restó importancia a la
nacionalidad como variable explicativa de los casos de suicidio. Esto nos resulta aun
más llamativo en un contexto donde la población inmigrante era observada con mayor
desconfianza que en el pasado por la elite, llegando sus miembros a la conclusión de
que la creación de una conciencia nacional que los integrara era una necesidad urgente.
Por último queremos destacar dos cosas. En primer lugar, que a través del concepto de
anormalidad son integrados en un mismo grupo alienados y apasionados. En segundo
lugar, que a pesar de ser considerados excepcionales y atípicos, se mantiene abierta la
posibilidad de un suicidio decidido a través del ejercicio de la razón fundamentado en la
necesidad de salvar el honor individual, familiar o nacional.
El aumento de los casos de suicidio fue uno de los problemas identificados por
los profesionales que empezaron a estudiar las consecuencias del proceso de
modernización y las transformaciones en la ciudad de Buenos Aires. En nuestro
recorrido por los trabajos producidos por el campo científico de la Buenos Aires de fin
de siglo, encontramos referencias a diferentes corrientes de pensamiento del mundo
occidental, resiginificadas para comprender la realidad de Buenos Aires durante el
proceso de modernización y sus transformaciones. El discurso positivista entre fines del
siglo XIX y principios del XX en Argentina tomó, para su interpretación del suicidio,
una mezcla de diferentes disciplinas y marcos interpretativos del mundo europeo: los de
la medicina higienista, la psiquiatría alienista y la antropología criminal.
Por un lado, la higiene social y sus metáforas de la sociedad como organismo
biológico, abrieron la posibilidad de pensar que, más allá de las facultades mentales
alteradas de los individuos, las características de la organización social, de la
civilización, eran el factor clave para entender la tendencia al aumento de los casos de
suicidio. Esto no implicó el abandono de la mirada de la psiquiatría alienista sobre el
tema, que mantuvo su prestigio entre los intelectuales de fin de siglo. Así, conceptos
como monomanía, neurosis, y otros términos e ideas relacionados con las patologías
mentales, continuaron siendo utilizadas en la explicación de los suicidios. Este discurso
estuvo en diálogo con otro que buscaba relacionar el saber psiquiátrico con la población
en el mundo urbano y rural, la psicología de las multitudes. En este sentido, una de las
hipótesis que estuvo en el centro de las reflexiones fue la imitación de los suicidios en el
mundo urbano. La posible sugestión de los individuos, la imitación de las prácticas
suicidas fue un factor, que si bien no era la principal causa de los suicidios, explicaba el
porqué de la utilización de los mismos medios y circunstancias. Las masas de
inmigrantes, trabajadores y marginados fueron el blanco de estos estudios, que se
combinaron con la mirada de la criminología positivista italiana. De esta escuela el
principal aporte fue la concepción del delicuente como un potencial peligro para el
colectivo, como un anormal del que había que proteger al organismo social. La
anormalidad englobaba en un solo fenómeno a los locos, a aquellos nerviosos y
apasionados, y a los genios y seres humanos destacados en algún aspecto. Sin embargo,
lejos de encontrar ciertos rasgos que pudieran definir al “suicida nato”, los cientificos de
entresiglos continuaron apelando a una explicación social y moral del fenómeno,
entendiendo que la causa principal del aumento de los suicidios estaba en la civilización
urbana de fin de siglo y las condiciones de vida de la población que habitaba las
ciudades. En este sentido, hacia 1909, el factor étnico, a la hora de entender los casos de
suicidio fue desestimado por Luzuriaga, otorgando mayor importancia a la situación
socioeconómica de los trabajadores y marginados en el mundo urbano, que encontraban
dificultades para conseguir los medios para su subsistencia.
Así, si bien no había acuerdos generales en cuanto a las formas de poner en
práctica medidas profilácticas (la educación, la promoción del matrimonio, por ejemplo)
o el peso de algunos factores (como el consumo de alcohol), en general, todos entendían
que en la mayoría de los casos se trataba de personas con sus facultades mentales
alteradas o con un estado nervioso o apasionado anormal, producido por la vida en el
mundo moderno y civilizado, asociado con la ciudad y opuesto a la vida en el campo.
La otra cuestión que parecían compartir estos profesionales, escritores y
científicos, era la necesidad de diferenciar la gran mayoría de los casos (los alienados y
anormales) de aquellos que habían sido llevados a cabo motivados por una evaluación
racional de la situación.
En los trabajos sobre el suicidio encontramos distintos discursos que se
entrecruzan, se suman, discuten, dialogan, y en su lectura nos van aportando elementos
para entender la grilla mental de las elites porteñas, y los matices, a la hora de
reflexionar sobre los casos de suicidio. En medio del devenir de conceptos e ideas de las
disciplinas científicas, en el debate sobre el suicidio aparecía una discución ética, que
iba más allá del problema de la salud mental, tal como lo entenderíamos hoy. Lejos de
sólo indagar las causas del fenómeno o de describir e interpretar sus variables
demográficas, el pensamiento de los médicos de fin de siglo combinaba los argumentos
y conceptos del pensamiento moderno europeo con valores que filiaban de forma
deliberada con la ética del pensamiento antiguo y estoico, en la mayoría de los casos,
haciendo explícita referencia a los episodios de suicidios de personajes históricos
célebres, por ser ejemplos de vidas virtuosas, que estaban enfrentados al vicio del
mundo urbano y popular de fin de siglo y principios del siguiente. Así, el pensamiento
médico y científico finisecular retomó, para su análisis ético de las prácticas suicidas,
valores como la honra. Junto a los casos que pueden ser catalogados como variantes de
alienación mental o locura, aparecían otras situaciones que no parecían encuadrarse
dentro de las categorías del saber médico, psiquiátrico y criminológico. Como vemos en
el trabajo de Ramos Mejía, los de sus discípulos, y escritores como Arreguine, no todo
suicidio era igual en términos ideales. En los estudios del fenómeno aparecía más o
menos explícito un código social. Éste marcaba que para algunas situaciones el suicidio
era un hecho -sino justificable y digno de admiración (un refugio supremo)- al menos
comprensible. El principal valor que aparecía en estos casos era el honor individual,
familiar y patriótico, en especial, del género masculino. La otra condición de un suicidio
virtuoso, al igual que en el mundo antiguo, era la decisión basada en el pensamiento
meditado y racional y no el desenlace trágico de pasiones desmedidas o de desgracias
menores, como el desengaño amoroso, o del ansia desproporcionada de fortuna y bienes
materiales. Como contrapartida, parecía ser más comprensible el suicidio de alguien que
no podía vivir de acuerdo con su rol masculino, o que hubiera sido deshonrado en la
arena política de forma injusta. Solo en estos casos los sujetos estaban habilitados
moralmente a hacer uso de su derecho a la muerte voluntaria. Para los demás, estaban
reservadas las categorías de alienados, locos, apasionados y anormales.
Tesis médicas y artículos en revistas:
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5-10.
- Arreguine, Victor (1899), “El suicidio”. En: Arreguine, Víctor, Estudios Sociales, Buenos
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- Arreguine, Victor (1905), “El suicidio”. En: Archivos de Psiquiatría Criminología y Ciencias
Afines, Buenos Aires. Tomo IV, pp. 695-706.
- Blancas, M. (1884), “Carta al Círculo Médico Argentino”. En: Anales del Circulo Medico
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- Del Campo, Ricardo (1898), “Los crímenes románticos”. En: Criminología Moderna, Tomo I,
pp. 42-43, Buenos Aires.
- Gaché, Samuel (1884), “Patogenia del suicidio en Buenos Aires”. En: Anales del Círculo
Médico Argentino, vol. 7, Buenos Aires.
- Lancelotti, Miguel (1900), “La imitación en el delito y en el suicidio”. En: Criminología
Moderna, , Buenos Aires. Tomo II, pp. 575-580.
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Nacional de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Médicas.
- Ramos Mejía, J. M. (1896), “La tentación del suicidio”. En: Anales del Departamento
Nacional de Higiene, Buenos Aires, Año VII, N- 23.
- Rodríguez, Fermín (1897), Alcoholismo y suicidio. Tesis doctoral. Universidad Nacional de
Buenos Aires, Facultad de Ciencias Médicas. Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni e hijos.
- Rodríguez, Fermín (1903), “Determinantes lógicas del suicidio”. En: Archivos de Psiquiatría y
criminología aplicadas a las ciencias afines. Año II – NºV - Mayo 1903.
- Rodríguez, Fermín (1904), “Estudios sobre el suicidio en Buenos Aires. La influencia de la
edad y del sexo”. En: Archivos de Psiquiatría y Criminología aplicadas a las ciencias afines.
Año III – Enero-Febrero 1904.
- Rodríguez, Fermín (1905), “Influencia del estado civil sobre el suicidio en Buenos Aires”. En:
Archivos de Psiquiatría y Criminología aplicadas a las ciencias afines. Año IV – Julio-Agosto
1905.
- Rodríguez, Fermín (1905), “Influencia del alcoholismo sobre el suicidio en Buenos Aires”. En:
Archivos de Criminologia, Medicina Legal y Psiquiatria, T. IV, 1905.
- Vásquez, José T. (1891), Suicidio y Locura. Facultad de Ciencias Médicas. Universidad
Nacional de Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta Europea.
- Viazzi, Pio (1899), “El amor y el dolor en la criminalidad”. En: Criminología Moderna, ,
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- Vucetich, Juan (1903), “Diez años de suicidio en Buenos Aires”. En: Archivos de psiquiatría,
criminología y ciencias afines, Buenos Aires. Tomo II (1903).
Bibliografía