SEPTIMA PALABRA: “PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI
ESPIRITU”
La última palabra que Jesucristo dijo en la cruz antes de morir “Padre
en tus manos encomiendo mi espíritu”, esta es una corta reflexión para realizar en Semana Santa. "Era ya eso de medio día, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente dijo: <Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu>>. Y dicho esto expiró:" (Lc 23, 46) Una primera gran verdad: Jesús es un padre que nos ama, nos escucha, nos espera y por eso le obedecemos. Dios es nuestro Padre. La otra gran verdad, si todos somos hijos del mismo Padre, tenemos que vivir como hermanos, por eso la cruz nos abre el cielo, por eso la cruz nos abraza, por eso en la cruz Jesús nos abraza y nos recuerda que Dios es nuestro Padre. Que hay que caminar hacia el cielo esa es la casa de Dios, por ello somos ciudadanos del cielo. Esta palabra nos está recordando que el horizonte del hombre no son estas circunstancias materiales sino el paraíso, y que somos peregrinos que caminamos hacia ese reino que él nos ha conseguido con su cruz, viviendo cada día el evangelio del amor. Cuando vemos el cadáver de un difunto se entristece nuestro corazón porque ahí ya no hay vida, no está el espíritu y ese cuerpo vuelve a la tierra de donde fue sacado, pero queremos que esa alma viva con Dios para siempre. Hoy día no se quiere hablar de que tenemos un alma, tenemos esas cualidades que Dios ha puesto en esa alma humana, la inteligencia y la capacidad de amar, hoy día no queremos hacer el bien a los demás, sino que vivimos con ese egoísmo que nos asfixia, somos personas con inteligencia para buscar la verdad con un corazón para amar y servir al hermano. La muerte no es el final de una historia, la muerte para el cristiano no es el fracaso, tenemos esa capacidad para encontrar la razón de ser, somos hechura de Dios, tenemos un alma que busca el rostro del creador, por eso ante la muerte de Jesús, hoy tenemos que meditar en nuestra muerte que a veces la vemos tan lejana o pensamos que llegara al otro; Deberíamos estar preparados como enseñaba el Padre San Francisco: Espero a la hermana muerte porque el día que aparezca mi viernes santo no será para la tumba sino para la gloria. El único camino para el cielo es la cruz, cuando luchamos por arrancar el pecado desde el corazón, cuando hacemos vivo el trabajo sacramental de la iglesia, cuando aparece también en mi carne la enfermedad y un día la muerte, ahí estamos proclamando la cruz gloriosa y el triunfo del resucitado. Esta última palabra resume toda la enseñanza de Jesús, por eso en éste viernes santo es una oportunidad maravillosa para reflexionar sobre tu vida, sobre la mía; ¿Si hoy viniese Jesús me reconocería entre las ovejas de su redil?... ¿Yo podría decirle aquí esta mis manos llenas de obras, o todavía tengo el equipaje lleno de cachivaches y de cosas inútiles? Hoy estamos nosotros. Nosotros hacemos memoria viva de aquél justo inocente condenado. Amorosa mente tocamos su cuerpo exangüe y, a pesar de ello, notamos un calor que nos hace presentir que la vida está mucho más cerca de lo que uno podría imaginar. El cuerpo de Cristo, muerto y resucitado sólo es vida, nuestra vida, Y ante este, expresamos nuestra confianza total en el Padre del cielo. Ante esto hacemos el propósito de cambiar de vida, de esforzarnos por la gracia y rechazar el pecado, de tirar adelante nuestros trabajos, y ser testimonios del amor y la gloria de Cristo. Que nuestra vida, como la de Cristo sea coherente por el cumplimiento de la voluntad del Padre. Que la búsqueda de la voluntad de Dios sea nuestra preocupación principal. Tengamos sentido de la pascua y celebrémosla participando en la Vigilia Pascual- Demos gracias a Dios por nuestro bautismo y renovémoslo con todo nuestro corazón. Procuremos morir cada día al pecado y vivir la vida de la gracia. Sintámonos hijos de Dios, que viven a la altura de su vocación. Digámosle, con decisión y a pesar de los desfallecimientos, la palabra que quiere oírnos decir: ¡Padre amadísimo! En el silencio más profundo y con los ojos bien abiertos: Padre entrañable. Por Jesucristo, nuestro Señor. PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU, YA HE CUMPLIDO CON TU ENCARGO, ME DESCANZO EN TUS MANOS Y QUIERO ESPERAR ALLÍ A TODOS AQUELLOS QUE ME HAN ESCUCHADO Y TE HAN ACEPTADO COMO NUESTRO PADRE Y SALVADOR. Padre en tus manos encomiendo mi espíritu, y con él encomiendo a todos aquellos hermanos míos, que han decidido cambiar de vida y se entreguen a tu inmenso amor; Padre Tú eres, nuestro puerto final, y en tus manos de Padre bueno, queremos ser aceptados y llenos de tu inmenso amor. AMEN.