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Al conocer estos datos, diez de los trece investigadores que firmaban el artículo en The
Lancet se retractaron declarando que habían sido engañados. Finalmente, en 2010 la
propia revista hizo una investigación exhaustiva, encontraron conflictos ocultos de
intereses, fraude y malas prácticas, y decidieron retirar el artículo. Esta es la actuación
más grave y contundente que se puede realizar contra una publicación científica; es decir,
ya no es que el artículo sea discutible, es que es basura para la papelera. Finalmente, el
Consejo Médico General del Reino Unido retiró su licencia a Wakefield, citando
expresamente su desprecio por la salud de los niños en su investigación, y le expulsó de
la profesión.

El veredicto final fue concluyente: el estudio era un fraude. ¿Y Wakefield? Se trasladó a


Estados Unidos y continuó su campaña allí. Fundó una clínica, dijo que iba a fundar una
universidad, hizo una película y fue jaleado por sus numerosos seguidores. Entre estos,
por supuesto, no se cuenta la comunidad científica, que le considera un sinvergüenza, un
estafador, un tipo despreciable que llegó a sacar muestras de sangre a los niños que iban
a los cumpleaños de sus hijos, sin permiso de sus padres ni la aprobación obligatoria de
un comité ético. La ciencia no es perfecta, pero está siempre dispuesta a corregir sus
imperfecciones y debe aportar el máximo rigor y transparencia. Wakefield es lo contrario
a un científico.

Lancet se retractaron declarando que habían sido engañados. Finalmente, en 2010 la


propia revista hizo una investigación exhaustiva, encontraron conflictos ocultos de
intereses, fraude y malas prácticas, y decidieron retirar el artículo. Esta es la actuación
más grave y contundente que se puede realizar contra una publicación científica; es decir,
ya no es que el artículo sea discutible, es que es basura para la papelera. Finalmente, el
Consejo Médico General del Reino Unido retiró su licencia a Wakefield, citando
expresamente su desprecio por la salud de los niños en su investigación, y le expulsó de
la profesión.

El veredicto final fue concluyente: el estudio era un fraude. ¿Y Wakefield? Se trasladó a


Estados Unidos y continuó su campaña allí. Fundó una clínica, dijo que iba a fundar una
universidad, hizo una película y fue jaleado por sus numerosos seguidores. Entre estos,
por supuesto, no se cuenta la comunidad científica, que le considera un sinvergüenza, un
estafador, un tipo despreciable que llegó a sacar muestras de sangre a los niños que iban
a los cumpleaños de sus hijos, sin permiso de sus padres ni la aprobación obligatoria de
un comité ético. La ciencia no es perfecta, pero está siempre dispuesta a corregir sus
imperfecciones y debe aportar el máximo rigor y transparencia. Wakefield es lo contrario
a un científico.

Lancet se retractaron declarando que habían sido engañados. Finalmente, en 2010 la


propia revista hizo una investigación exhaustiva, encontraron conflictos ocultos de
intereses, fraude y malas prácticas, y decidieron retirar el artículo. Esta es la actuación
más grave y contundente que se puede realizar contra una publicación científica; es decir,
ya no es que el artículo sea discutible, es que es basura para la papelera. Finalmente, el
Consejo Médico General del Reino Unido retiró su licencia a Wakefield, citando
expresamente su desprecio por la salud de los niños en su investigación, y le expulsó de
la profesión.
El veredicto final fue concluyente: el estudio era un fraude. ¿Y Wakefield? Se trasladó a
Estados Unidos y continuó su campaña allí. Fundó una clínica, dijo que iba a fundar una
universidad, hizo una película y fue jaleado por sus numerosos seguidores. Entre estos,
por supuesto, no se cuenta la comunidad científica, que le considera un sinvergüenza, un
estafador, un tipo despreciable que llegó a sacar muestras de sangre a los niños que iban
a los cumpleaños de sus hijos, sin permiso de sus padres ni la aprobación obligatoria de
un comité ético. La ciencia no es perfecta, pero está siempre dispuesta a corregir sus
imperfecciones y debe aportar el máximo rigor y transparencia. Wakefield es lo contrario
a un científico.

A día de hoy, y siendo conscientes de lo mucho que queda por descubrir, todo hace pensar
que el origen del autismo tiene una base genética, y estudios con resonancia magnética o
análisis de sangre permiten distinguir a la mayoría de los niños que desarrollarán autismo
antes de que presenten ningún síntoma y antes de que se les ponga la triple vírica. Aun
así, la supuesta relación entre vacunas y autismo resurge cada cierto tiempo, quizá
alimentada por el hecho de que en muchos casos los primeros síntomas suelen hacerse
evidentes precisamente en la edad en la que los niños reciben esta vacuna. Sea como
fuere, este escepticismo hace que sigamos tirando tiempo y dinero en repetir estudios que
siempre ofrecen la misma conclusión: no hay relación entre vacunas y autismo. La revista
Vaccine publicó en 2014 un metaanálisis sobre vacunas y autismo con datos de ¡1,3
millones de personas! ¿La conclusión? No había ninguna relación. Otra revista de gran
prestigio, el Journal of the American Medical Association, encontró que no había
diferencias en la probabilidad de tener autismo entre miles de niños vacunados y no
vacunados. Pero no se preocupe, cada cierto tiempo alguien sacará los datos de Wakefield
o alguna otra patochada y dirá que es que «no hemos mirado la suficiente».

Hay muchas otras mentiras sobre las vacunas. Por ejemplo, que el sistema inmunitario de
un niño puede derrumbarse al tener que afrontar tantos antígenos juntos. Pero la realidad
es que el sistema inmunitario de un bebé responde cada día a miles de sustancias
novedosas y lo hace maravillosamente bien. Se ha calculado que si todas las vacunas de
la infancia se pusieran el mismo día, eso solo ocuparía el 0,01 % de la capacidad del
sistema inmune, una minucia. También se dice que las vacunas contienen mercurio. Es
cierto que hace décadas una sal de mercurio, el timerosal, se usaba como conservante en
las vacunas, pero desde hace tiempo usamos monodosis que no necesitan ese conservante.
El timerosal fue eliminado en 2001, no para proteger a los niños, en los que no se había
visto ningún efecto nocivo, sino para reducir la cantidad de mercurio que llegaba al medio
ambiente.

Vivimos en una época de gran desconfianza en las instituciones, no creemos en las figuras
que años antes eran respetadas como médicos o investigadores, cualquiera se cree con la
capacidad para opinar sobre salud, sobre lo que sea, basado en lo que ha leído en internet
o ha oído en el bar. Si un especialista, como la pediatra Laura Galán, una magnífica
profesional, sale a explicar estas cosas, sufre una cadena de insultos que pone los pelos
de punta. Si dices que las vacunas funcionan, es que eres un esbirro de las multinacionales
farmacéuticas. Si discutes con un partidario de los remedios tradicionales chinos y le dices
que, hasta que Mao llevó la medicina occidental, los chinos vivían veinte años menos, es
que eres muy poco «holista», un estrecho, vamos. Y si te hablan de las bondades de las
hierbas y tú le explicas que muchos de nuestros venenos más mortíferos son vegetales,
como la cicuta o el acónito, es que eres un aguafiestas y no les dejas vivir en el país de
las piruletas. Los científicos creemos que la medicina alternativa que funciona se llama
medicina, y lo otro será alternativo, pero no es seguro ni eficaz, las dos características
exigibles a un medicamento, y, por tanto, no es medicina. Seguro y eficaz, no pedimos
más, y no me diga que tiene que ser al 100 % y todos los días, porque eso no lo cumple
ni el cariño de una madre, que es lo mejor de este mundo.

En estos tiempos hay que dar un paso adelante y hablar con claridad. Las vacunas son, en
mi opinión, uno de los mejores inventos de la historia de la humanidad: son baratas,
seguras y eficaces. Decir que son baratas no quiere decir que producirlas salga gratis.
Pero, en la mayoría de los casos, su bajo precio da a las farmacéuticas un margen de
beneficio mucho menor que el que proporcionan, por ejemplo, las cremas antiarrugas o
los medicamentos que favorecen la erección del pene. Es por eso que corremos el riesgo
de desabastecimiento de algunas vacunas mientras que dispondremos de productos para
disfrutar de buen sexo con una piel tersa.

Decir que las vacunas son seguras no quiere decir que no haya un porcentaje mínimo de
peligro: tomar una aspirina o un cacahuete también conlleva riesgos, pero habitualmente
consideramos que son tan bajos que su uso pautado y controlado por un médico es
asumible y recomendable.

Finalmente, afirmar que son eficaces no quiere decir que solucionen todos los problemas
de la infancia, sino que la protección es mucho mayor en la población vacunada que en
los no vacunados. Las vacunas han salvado y salvan millones de vidas ¡cada año!

Ante las críticas que le llovieron por todas partes, Javier Cárdenas intentó negar que
hubiese relacionado vacunas y autismo y borró sus rastros, pero este mundo actual tiene
copia de seguridad, así que en menos de una hora le colgaron sus grabaciones para que
no mintiera más. Solo queda esperar que no vuelva a cometer un error de este tipo y que
la televisión pública penalice seriamente esta clase de declaraciones que van contra la
salud pública. Por mí, que le manden a su casa o, al menos, que le manden a la escuela y
copie cien veces «no hay relación entre vacunas y autismo».

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