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Domingo I de Adviento

Ciclo C
2 de diciembre de 2018

“Cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”. Cuando Dios habla,
orienta. El futuro está sellado con una palabra que promete, y en la que Él mismo se
compromete. “Se acercan los días”, nos dice. Porque el tiempo de Dios siempre se nos
acerca, aunque no siempre lo descubramos. Si el pasado es presencia suya, nos otorga raíz, y
es ella la que nos mantiene vivos; si el hoy es manifestación suya, adquiere plena
consistencia, como el tronco firme de nuestro árbol; si el futuro es promesa suya, su llegada
está garantizada, como el fruto de la cosecha que ya se intuía en la noble siembra. La
estabilidad en medio de los flujos de los tiempos radica en la palabra de Dios. En ella se
asienta toda justicia. Y es a la vez la estrella del norte que nos asegura el rumbo.

El Adviento es el tiempo litúrgico de su presencia latente. Como oración, la imploramos:


¡Ven, Señor! Como revelación, la atendemos: Verán venir al Hijo del hombre. Como misión,
nos involucra en un nuevo estilo de vida: vivamos como conviene, conforme al anuncio del
Señor Jesús. Porque la buena noticia, evangelio, es también instrucción, sabiduría para
caminar en la justicia. Lo ha afirmado el apóstol: Ya conocen, en efecto, las instrucciones
que les hemos dado de parte del Señor Jesús. Y lo ha cantado el salmo: Descúbrenos, Señor,
tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. La presencia que invocamos es también
luz para nuestros pasos. La senda recta se vuelve clara para los humildes y se descubre a los
pobres. Las pretensiones humanas de autosuficiencia nublan la visión. Por eso es primordial
ser purificados. Aprender a caminar de manera adecuada requiere los dos primeros pasos:
escuchar el anuncio y suplicar la venida. ¡Muéstrate, Señor, para que no perdamos el rumbo!
Necesitamos tu voz para no ser engañados, tu figura para no quedar desdibujados, tu mirada
para no morir desesperados. Por eso también lo augura san Pablo: que el Señor los llene, que
su presencia los haga plenos. Y esa plenitud, nos lo aclara, esa sensatez para el camino y esa
solidez para los pasos consiste en el amor: que los haga rebosar de un amor mutuo y hacia
todos los demás, como el que yo les tengo a ustedes. Sin amor, no hay esperanza. Sin amor,
el futuro carece de atractivo. Si mantenemos el rumbo y si andamos con entusiasmo, es
porque amamos. Amar es la pista primordial para el camino.

Ese amor que agrada al Padre y que da consistencia al tiempo que pasa es lo que inflama la
vida de santidad. Es lo que conserva los corazones irreprochables. Lo que adelanta el juicio
del Hijo del hombre como una bendición. Mientras los vicios, la embriaguez y las
preocupaciones de la vida embotan la mente e impiden estar adecuadamente preparados para
el juicio del amor, la oración y la vigilancia atemperan la existencia conforme a la voluntad
de Dios, y nos ponen en sintonía con su justicia. El que ama en Cristo vence la angustia y el
miedo por el estruendo de las olas del mar y el bamboleo de las estrellas. El que ama en
Cristo levanta la cabeza, esperando su liberación. El que ama en Cristo no desea otra cosa
sino su presencia, y se empeña en encontrarla. La Iglesia, que ama en Cristo, vibra en el
tiempo litúrgico del Adviento con esta única súplica, en la que se sabe redimida: ¡Ven, Señor
Jesús!

Dios, que promete y se compromete, que nos orienta y nos involucra, es siempre el
protagonista inconfundible del tiempo santo. Es Él nuestra justicia. Es Él a quien esperamos.
Es Él quien nos libera. Es Él quien establece el juicio. La vigilancia y la oración que se
estimulan en el ritmo eclesial tienen como finalidad que lo descubramos, que lo honremos,
que lo obedezcamos. La seguridad de nuestros pasos, de nuestra comparecencia ante Él, se
desdobla del amor que Él nos muestra y en el que nos enseña a caminar. Sin Él, se resquebraja
el suelo, aun en las fatigas menos extenuantes. Sin Él, los signos funestos son, en efecto,
aterradoras sombras que espantan y pasman. Con Él, no hay vereda que se cierre ni barranco
que turbe. Con la guía de Dios, el Adviento nos ejercita en el camino seguro hacia el destino
que su amor ha dispuesto para nuestra salvación. Hay en él, en efecto, un juicio. Pero no nos
engaña: es el juicio misericordioso de su amor, que estimula hoy para nosotros el amor sano,
el amor verdadero, el amor santo, el amor justo, su propio amor en nosotros.

Introduzcámonos al tiempo nuevo con la confianza puesta en Dios, y con la voluntad firme
de ser fieles a su amor. Respondamos a la presencia que nos ofrece en el misterio con nuestra
propia disponibilidad a caminar guiados por él, conforme a sus instrucciones y creativos en
su justicia. Extendamos su amor como un fuego purificador que nos permitirá reconocerlo y
acogerlo cuando en su propio nacimiento la justicia brote de la tierra. El Hijo del hombre,
que juzgará todo paso, llega. Levantemos la cabeza. ¡Ven, Señor Jesús!

Lecturas

Del libro del profeta Jeremías (33,14-16)

“Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y
a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, yo haré nacer del tronco de David un
vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Entonces Judá estará a salvo.
Jerusalén estará segura y la llamarán ‘el Señor es nuestra justicia’”.

Salmo Responsorial (Sal 24)

R/. Descúbrenos, Señor, tus caminos.

Descúbrenos, Señor, tus caminos,


guíanos con la verdad de tu doctrina.
Tú eres nuestro Dios y salvador
y tenemos en ti nuestra esperanza. R/.

Porque el Señor es recto y bondadoso,


indica a los pecadores el sendero,
guía por la senda recta a los humildes
y descubre a los pobres sus caminos. R/.
Con quien guarda su alianza y sus mandatos,
el Señor es leal y bondadoso.
El Señor se descubre a quien lo teme
y le enseña el sentido de su alianza. R/.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses (3,12–4,2)

Hermanos: Que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos los
demás, como el que yo les tengo a ustedes, para que él conserve sus corazones irreprochables
en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en
compañía de todos sus santos. Por lo demás, hermanos, les rogamos y los exhortamos en el
nombre del Señor Jesús a que vivan como conviene, para agradar a Dios, según aprendieron
de nosotros, a fin de que sigan ustedes progresando. Ya conocen, en efecto, las instrucciones
que les hemos dado de parte del Señor Jesús.

R/. Aleluya, aleluya. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. R/.

Del santo Evangelio según san Lucas (21,25-28.34-36)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna
y en las estrellas. En la tierra, las naciones se. Entonces verán venir al Hijo del hombre en
una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan
atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para
que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y
aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos
los habitantes de la tierra. Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan
escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.

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