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Si los hombres menstruaran

Gloria Steinem
1978

Una minoría blanca del mundo se ha pasado los siglos intentando hacernos creer que la piel blanca
hace a la gente superior, a pesar de que lo único que hace en realidad es que la mayoría de quienes
la tienen note más el efecto de los rayos ultravioletas y de las arrugas. Los seres humanos hombres
han construido incluso culturas enteras en torno a la idea de que la envidia del pene le es “natural” a
las mujeres, a pesar de que podría decirse que tener un órgano tan mal protegido hace vulnerables a
los hombres, y que la envidia al vientre, por el hecho de que éste permite engendrar vida, tendría
que ser, como poco, igualmente lógica.

Resumiendo, se piensa que las características de quienes tienen el poder, sean cuales fueren, son
mejores que las características de quienes no tienen el poder; y esto no tiene nada que ver con la
lógica.

¿Qué ocurriría, por ejemplo, si de pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener la
menstruación y las mujeres no?

La respuesta está clara: la menstruación sería un acontecimiento de hombres totalmente envidiable


y del que se podría presumir:

Los hombres hablarían del tiempo de duración y de la cantidad de su período.

Los muchachos celebrarían el inicio del periodo -ansiada prueba de su masculinidad- con rituales
religiosos y fiestas sólo para hombres.

El Congreso subvencionaría el Instituto Nacional de la Dismenorrea para combatir las molestias del
mes.

Compresas y tampones recibirían subvenciones federales por lo que serían gratuitas. (Lo que no
implicaría, sin duda, que algunos hombres prefirieran pagar por marcas comerciales de prestigio,
como los tampones John Wayne, las compresas a prueba de combas Muhammad Alí, los
suspensorios menstruales Joe Namath, “Para tus días de soltero”, y las compresas con alas de
Robert “Baretta”.)

Los militares, los políticos de derechas, y los fundamentalistas de la religión citarían la


menstruación (“men”, en inglés, significa “hombres”, + “struación” como prueba de que sólo los
hombres pueden servir en el ejército (“debes poder dar tu sangre para tomar la sangre de otros”,
ostentar cargos políticos (“¿tienen las mujeres la capacidad de ser agresivas cuando no tienen este
ciclo constante que viene regido por el planeta Marte?”, ser sacerdotes o ministros (“¿cómo podría
una mujer dar su sangre por nuestros pecados?” o rabinos (“sin la pérdida mensual de lo impuro, las
mujeres no están limpias”).

Los hombres radicales, los políticos de izquierda, los místicos, por su lado, insistirían en que las
mujeres son iguales sólo que diferentes, y en que cualquier mujer podría unirse a ellos siempre y
cuando estuviera dispuesta a autoinfligirse una herida importante al mes (“DEBES dar tu sangre por
la revolución”, a reconocer la importancia prioritaria de los temas menstruales, o a subordinar su yo
a todos los hombres en su Círculo de Ilustración. El hombre de a pie presumiría siempre (“Yo tengo
que ponerme TRES compresas”o al contestar un elogio de un compañero (“Qué bien te veo, chico”
chocaría las cinco y diría: “Claro, tío, ¡estoy con el trapito!”. Los programas de la televisión
tratarían el tema continuamente. (“Happy Days”: Richie y Potsie intentan convencer a Fonzie de
que sigue siendo “El Fonz” aunque lleve dos meses seguidos sin el periodo.) También los
periódicos. (MIEDO A TIBURONES AMENAZA A HOMBRES CON PERIODO. JUEZ ADMITE
ESTRÉS MENSUAL COMO ATENUANTE EN VIOLACIÓN.) Y el cine. (Newman y Redford en
¡”Hermanos de sangre”!)

Los hombres convencerían a las mujeres de que hacer el amor es más placentero “justamente en
estos diítas”. Se diría: las lesbianas temen la sangre y por tanto la vida misma, aunque eso será
porque nunca se han topado con un verdadero hombre menstruante.

Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos más morales y lógicos. ¿Cómo va una mujer
a dominar las disciplinas que requieren un sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas o la
medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato para la medición de los ciclos de la luna y los
planetas, y por ende, para la medición de cualquier cosa?

En los enrarecidos campos de la filosofía y la religión, ¿podrían las mujeres hacer algo para
compensar el no poder percibir el ritmo del universo, o su falta de contacto mensual con la muerte y
la resurección simbólicas?

Los liberales de todos los campos intentarían ser amables: el hecho de que “estas personas” no
tengan el don de la medición de la vida, o de la conexión con el universo -explicarían- es suficiente
en sí mismo como castigo.

¿Y cómo se entrenaría a reaccionar a las mujeres? Las mujeres tradicionales -se puede imaginar-
estarían todas de acuerdo con todos los argumentos, aceptándolos con tenaz y sonriente
masoquismo. (“La ERA [Ley de Igualdad de Derechos, 1923, que no fue implantada al final]
obligará a las amas de casa a hacerse una herida cada mes”: Phyllis Schlafly [una especie de Nancy
Reagan]. “La sangre de tu marido es tan sagrada como la de Jesús; ¡y además, muy sexy!”: Marabel
Morgan.) Las reformistas y las Queen Bees intentarían imitar a los hombres, pretendiendo tener el
ciclo mensual. Todas las feministas explicarían una y otra vez que los hombres también necesitan
ser liberados de la falsa idea de la agresividad marciana, al igual que las mujeres necesitan escapar
al esclavismo de la envidia a la menstruación. Las feministas radicales añadirían que la opresión de
lo no-menstrual es el patrón por el que se rigen todos los tipos de opresión (“La población vampira
fue la primera que luchó por la libertad!”, Las feministas culturales desarrollarían una imaginería
sin sangre para el arte y la literatura. Las feministas socialistas insistirían en que es el capitalismo el
que permite que los hombres monopolicen la sangre menstrual…

De hecho, si los hombres tuvieran el periodo, las justificaciones del poder podrían ser
interminables…

Bueno, pero eso sólo si les dejáramos.

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