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Valente se ha referido en distintos lugares a esa actividad (de)constructora

de sentidos que es la lectura: «Leer es entrar en el libro, es decir, en el


territorio de su infinita posibilidad. Entrar en su blanco, en su silencio o en
su vacío. [...] La plenitud del libro es su vacío» (Valente, 2004: 31), una
lectura que encontraría su mayor desafío en la página blanca; en «Proyecto
de epitafio», poema incluido en Fragmentos de un libro futuro,
encontramos desarrollado un motivo que aparece con frecuencia en el
último Valente: el proceso de transformación de la vida en un texto
descompuesto y fragmentado, y ese proceso supone, por una parte, una
aceptación sabia y serena de lo que la muerte y la pérdida implican para
quien quiso ser nadie y disolverse en su escritura y, por otra, una defensa
apasionada de la lectura como lugar en el que mantener encendida la llama
de la vida. Copio íntegro el poema (Valente, 2001: 36):

De ti no quedan más
que estos fragmentos rotos.
Que alguien los recoja con amor te deseo,
los tenga junto a sí y no los deje
totalmente morir en esta noche
de voraces sombras, donde tú ya indefenso
todavía palpitas.

Un experto conocedor de ese camino hacia la nada fue Miguel de Molinos,


«el teórico y el práctico de la quietud, de la aniquilación» (Valente, 2006:
60), a quien J Á. Valente dedicó algunas páginas memorables, entre ellas,
un poema —«Una oscura noticia» (Valente, 1972: 389-390), incluido en El
inocente— en el que se narra el proceso inquisitorial sufrido por el
aragonés ante veintitrés cardenales de la jerarquía eclesiástica romana y
que se cierra con estos versos:

Y tú en medio,
tú solitario bajo las insignes galas
del otoño romano, vestido de amarillo,
taciturno y secreto,
aragonés o español de la extrapatria, ibas,
aniquilada el alma, a la estancia invisible,
al centro enjuto, Michele,
de tu nada. (Valente, 1972: 390)
El crimen
Hoy he amanecido
como siempre, pero
con un cuchillo
en el pecho. Ignoro
quién ha sido,
y también los posibles
móviles del delito.

Estoy aquí
tendido
y pesa vertical
el frío.

La noticia se divulga
con relativo sigilo.

El doctor estuvo brillante, pero


el interrogatorio ha sido
confuso. El hecho
carece de testigos.
(Llamada de portera,
dijo
que el muerto no tenía
antecedentes políticos.
Es una obsesión que la persigue
desde la muerte del marido.)

Por mi parte no tengo


nada que declarar.
Se busca al asesino;
sin embargo,
tal vez no hay asesino,
aunque se enrede así el final de la trama.

Sencillamente yazgo
aquí, con un cuchillo…
Oscila, pendular y
solemne, el frío.
No hay pruebas contra nadie. Nadie
ha consumado mi homicidio.

Oda a la soledad
Ah soledad,
Mi vieja y sola compañera,
Salud.
Escúchame tú ahora
Cuando el amor
Como por negra magia de la mano izquierda
Cayó desde su cielo,
Cada vez más radiante, igual que lluvia
De pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto, y quebrantaron
Al fin todos sus huesos,
Por una diosa adversa y amarilla
Y tú, oh alma,
Considera o medita cuántas veces
Hemos pecado en vano contra nadie
Y una vez más aquí fuimos juzgados,
Una vez más, oh dios, en el banquillo
De la infidelidad y las irreverencias.
Así pues, considera,
Considérate, oh alma,
Para que un día seas perdonada,
Mientras ahora escuchas impasible
O desasida al cabo
De tu mortal miseria
La caída infinita
De la sonata opus
Ciento veintiséis
De Mozart
Que apaga en tan insólita
Suspensión de los tiempos
La sucesiva imagen de tu culpa
Ah soledad,
Mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace, en tus aguas australes
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del aire
tu recinto sellado.

VACÍO
TODO está roto, mutilado, mudo,
caído a ciegas
desde un cielo sombrío.
Nada
me alumbra en esta hora.

El otoño destila delgadas babas pálidas


que amenazan la tenue
cintura de los álamos,
grises los álamos de plata gris al borde
de tanta y tanta noche.

—¿Dónde estás tú?, pregunto, y sólo


ese yo que soy tú podría responderme.

Hay un eco infinito en los vacíos


desvanes tristes de la infancia perdida.
Y no encuentro las huellas de tu paso,
que tal vez fuera el mío.
¿Cuándo?
¿Dónde

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