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Que no hay España

Editorial Lucina·Lunes, 21 de enero de 2019

¿Tendremos que seguir por siempre debatiéndonos con los fantasmas de la Historia? Hace ya
mucho que ha dejado de haber España, si la hubo alguna vez; que eso… por historia lo
sabemos. España era… Fantasía del Poder, idea del Señor, “una unidad de destino en lo
universal” que decía el otro, es decir, una fabricación abstracta y desde Arriba, usando el
nombre propio ‘España’ para imponer a tierras y gentes una fe, una definición de sí mismas:
“Desde aquí, España; hasta aquí, España: al otro lado de la raya, Francia o Portugal, da igual, en
todo caso, no-España; frontera lineal, definitiva, que tú, número de tropa, verterás tu sangre
por mantener exacta, neta; si no a ver quién somos; a ver qué eres tú, desgraciado, si no eres
español”. Esos eran antaño, cuando la creación del Estado Moderno (España de los Reyes
Católicos, uno de sus primeros ejemplares), los trucos del Estado para sujetar al pueblo,
siempre maldefinido, siempre indómito, a su dominio y a su idea. Trucos ideales, pero no
menos por ello poderosos sobre la realidad: con ellos el Estado fundió de hecho en unidad
muchos pueblos y ciudades, reduciéndolos a capitales y provincias, superando patrias chicas y
campanarios; logró un trazado de fronteras que se mantuvo fijo en el mapa de muchas
generaciones de escolares; inflamó los pechos en Ideales de Imperio y arrasó media América
(pueblos nómadas o Imperios de viejo estilo, daba igual) para que el Globo fuese España; trocó
millones de juventud insegura en tercios y legiones, que no hubiera “un puñado de tierra sin
una tumba española”. Eso era España antaño. Ahora, hace ya mucho, el Estado ha cambiado
de trucos de dominio (ha de cambiar para mantenerse), y ahora es el Desarrollo y la
Competición por el Futuro; y así España ha dejado de ser España para ser un caso de ‘País
Desarrollado’; “tu calle ya no es tu calle”, como la copla canta, “que es una calle cualquiera,
camino de cualquier parte”. Queda el Nombre Propio, vacío (Porque los N. P. ¿no eran para
designar algo único y distinto?; y hace unos 30 años, el Ministerio de Turismo sacó el estribillo
de “España es diferente” en el momento justo en que empezaba definitivamente a dejar de
serlo), pero no por vacío menos potente para el engaño y el dominio: basta con oír a uno que
exclama: “Hemos metido gol” (o “Hemos logrado la fusión fría”, da lo mismo), donde el
“hemos”, como no pueden ser los jugadores (porque no están en puesto de Primera Persona)
ni el que lo dice (porque él no está jugando), tendrán que ser los españoles, ¡qué se le va a
hacer! El Nombre vació sigue costituyendo la Realidad. Bueno, está también la lengua, cuya
unidad, como el Estado, de Roma para acá, sabe (y lo saben, con su afán lingüístico
unificatorio, los idealistas creadores de nuevas Españitas), es la única garantía firme de su
identidad. Pero eso aquí tampoco sirve: porque entonces tendrían que ser España todos los
que hablan español oficial contemporáneo por el mundo; lo cual, por otro lado, no conviene.
Así que en este reino del puro nombre estamos. A los hombres del `98 todavía, dicen, les dolía
España. A nosotros… Estorba, sí, ¡qué coños!, equivoca al pueblo sin nombre (que nunca
muere, que nunca ideal ninguno reduce a Masa de Personas), lo engaña en su guerra contra la
forma actual y verdadera del dominio, esta de la Demotecnocracia y el Desarrollo. Así que
mejor que se sepa que no hay España, que no nos distraigan los fantasmas: porque hay un
Imperio, presente y aplastante, contra el que han de luchar los pueblos de cualquier lengua;
que al fin, todas son la misma.

Agustín García Calvo

Viernes, 18 de enero de 1991


El Sol

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