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Stan Ehrlich

El matrimonio puede
sobrevivir
la pena de prisión
El matrimonio puede sobrevivir la pena de prisión

En este artículo, el próximo en una serie basado en cartas


escritas a hombres y mujeres encarcelados, el autor respalda y
alienta la intención de los interlocutores para mantenerse fieles a
sus cónyuges. Stan, un judío sobreviviente del Holocausto,
mantuvo correspondencia con docenas de personas durante sus
últimos años y a menudo respondió por parte de Plough a cartas
de agradecimiento por sus libros.

Estoy muy contento de que ambos coincidimos en constatar


que su primerísima obligación es con su familia. No tenga la menor
duda: su unión con su esposa es la primera comunidad en la cual
vive usted. Es una comunidad establecida por Dios desde el
principio, y ambos sabemos que es un sacramento. Vivir en
comunidad exige sacrificios propios y servir al prójimo, igualito en
el matrimonio como en la comunidad más grande. Ambas están el
servicio de Dios, ambas están para demostrar al mundo que Dios
quiere que vivamos en amor, ambas exigen arrepentimiento
propio por las faltas de amor cometidas con el otro o los otros
miembros de la comunidad, ambas tienen la obligación de servir la
causa de Dios sometiéndose a su voluntad. Es decir que antes de
cometernos a las demandas de la comunidad, debemos habernos
cometido a las demandas de la unión del matrimonio, si buscamos
comunidad como pareja casada. Sé que comprenderá esto.

Me duele la separación que usted sufre de su familia. ¿Es


larga su sentencia? ¿Entiendo bien que sus hijos le escriben? A la
edad que tienen, aún en prisión, usted puede serles un padre,
alentándolos en la fe si ellos sienten que usted también tiene esta
misma fe. Si ellos perciben que usted anhela amar al prójimo y
respetar a Dios, están en una edad en que comprenden fácilmente
que pueden hacer lo mismo. ¡Y cuente con la ayuda de Dios!

Recién hoy llega a mis manos (por segunda vez, es verdad)


su larga carta del 29 de diciembre, a la cual otro hermano contestó
brevemente, informándole de que le estaba enviando dos libros,
En busca de paz y Dios, sexo y matrimonio. Espero que hayan
llegado a sus manos.

Aunque geográficamente separados, tiene un valor y un


efecto espiritual que ustedes mantengan su unión matrimonial.

Pero su larga carta quedó sin contestar. Le pido disculpas,


porque estaba entre mis correspondencias por contestar, y me
quedé muy atrasado, cuando debería haber dado preferencia a la
suya. Desde luego me quedé muy impresionado por todos los
engaños de que fue víctima y de los que se le quisieron agregar.
No me extraña demasiado. Vivimos en un mundo en el cual ganar
dinero significa todo, y es el único criterio con el cual proceden
hasta los abogados cuya profesión es defender al prójimo contra
posibles injusticias.

Ni puedo yo darle ninguna ayuda en este pleito. Pero quiero


alentarlo en su intención de seguir leyendo, y de buscar aliento en
la fe. Si entendí bien, su esposa está apoyándolo a usted. Si es
así, consideren ambos que su fidelidad matrimonial en este
momento y hasta cuando esté usted libre otra vez, no es sólo un
servicio rendido uno a otro, que esto ya es un gran don, sino que
es un servicio rendido a Dios, que da un valor especial a vuestras
dos vidas, y es un testimonio de fe y de esperanza para los demás.
Yo también soy hombre casado, y estoy hablando de mi
experiencia propia.

Si no me explico bien, dígamelo, y trataremos de entender


juntos.

Nuestro Ministerio Carcelario me informa que hemos


mandado a su esposa una copia de Setenta veces siete.

Nos causa mucha satisfacción que este libre le haya causado


tanta satisfacción a usted, y que lo recomendó a su esposa.
Quedé impresionado por decir usted que no guarda rencor,
aunque su condena sea injusta. Pues es así, le ruego a Dios que lo
mantenga a usted en esta actitud, que con ella no sólo está
fortaleciendo su propia fuerza espiritual, pero está haciendo algo
que afecta también a la esfera espiritual que nos rodea a todos.
Está haciendo algo para la causa de Dios.

También aprecio el contacto que mantiene con su esposa.


Aunque geográficamente separados, es importante y tiene un
valor y un efecto espiritual también que ustedes mantengan su
unión matrimonial. Aquello también es un testimonio para nuestra
época.

Estimado amigo, aunque esté en prisión, puede con sus


oraciones, con sus actitudes y con el carácter de sus relaciones
con otros, colaborar con todos aquellos que creen en la verdad y
en la vida ofrecidas por Jesucristo. El tiempo que está pasando no
está perdido ni malgastado.
Sobre el autor

Albert Ehrlich (conocido como


Stan durante toda su vida adulta)
pasó sus primeros cuatro años en
Hannover, su ciudad natal. Ya en
1924 su padre percibía la amenaza
de un antisemitismo naciente y sacó
a la familia desde Alemania a
Bruselas, donde Stan gozaba de una
niñez acomodada. Todo cambió el
10 de mayo de 1940 cuando los
alemanes cruzaron la frontera belga.
En ese momento Stan era ciudadano
belga y estudiante de primer año en
la Ecole Solvay, una de las mejores
escuelas de administración de
empresas en Bélgica. La resultante
cascada de eventos los obligó a huir igual que tantos otros judíos
europeos.

Stan, un varón de un país aliado de edad militar, no podía


solicitar ninguna visa de salida ni de entrada. Finalmente huyó de
noche a pie sobre los Pirineos a España. Reunido con sus padres
en Lisboa, Portugal, consiguieron pasaje a Buenos Aires. En 1949
Stan se casó con Hela, una hermosa mujer y otra refugiada judía.
Nacieron siete hijos.

Un pensador y aspirante por toda la vida, con fluidez en


cuatro idiomas y un amor por las matemáticas y el orden, él podía
expresar y compartir sus pensamientos con sus hijos, nietos y un
amplio círculo de amigos con quienes mantenía una
correspondencia extensa. Hela se murió de un repentino y
silencioso infarto cardíaco en 2004; él se murió solo cuatro meses
después.

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