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M uchas veces te puede pasar por la cabeza que la vida cristiana se

puede vivir en plenitud. Que la santidad es posible. Y te entusiasmas


y quieres tomarte las cosas en serio. Pero, cuando aparecen las difi-
cultades, las caídas, … te parece que la santidad ya no es para ti. Que sólo es
para algunos elegidos. ¡Es una zancadilla más que nos quiere poner el demo-
nio!
Por eso la Iglesia continuamente nos va presentando como modelos a per-
sonas humanas, como tú que, a pesar de sus defectos y de sus fallos, han decidi-
do decirle “sí” al Señor de verdad. De esta manera no sólo nos ofrece nuevos ami-
gos a los cuales podemos acudir, sino que también nos enseña que la santidad
es algo más que una idea, que la santidad es algo real y posible para noso-
tros.
En este sentido, para estimularnos a vivir la vida cristiana en serio, cada año
el Papa canoniza (declara santos) a un buen número de personas que tuvieron
la especialidad de vivir extraordinariamente bien los momentos más ordi-
narios de su vida. Personas que fueron fieles a las gracias ordinarias que de continuo
Dios derrama sobre nosotros. De los santos de este año destaca de modo particular
la Madre Teresa de Calcuta, a quien el Papa Francisco canonizará el próximo 4
de septiembre.
Se trata de una mujer que nos demuestra con su vida que el cristianismo, si se
prueba en serio, lo experimentaremos como algo alegre, verdadero y eficaz. Pero tam-
bién que, si no se prueba o peor aún, si lo probamos a medias, el cristianismo
puede resultar algo inútil. Y hasta se puede pensar que es falso, exagerado o
equivocado.
En estas páginas encontrarás una breve biografía y diez temas que te pue-
den ayudar a vivir la vida cristiana en serio, acompañados de Madre Teresa de
Calcuta. Los textos entre comillas son sus mismas palabras. Al final de cada
tema encontrarás puntos para revisarte y propósitos que también están com-
puestos por la santa.
Madre Teresa tiene mucho que decir al mundo, a la humanidad, a los po-
bres y a los ricos. ¡A todos! También a los niños y jóvenes de hoy.
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¿Quién es Madre Teresa?

A gnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje–


Macedonia. Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu.
Hizo su primera comunión a los cincos años y recibió la confirmación
a los seis. Desde el día de su Primera Comunión llevaba en su interior el amor por las
almas. La repentina muerte de su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años
de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Drane crio a sus hijos
con firmeza y amor, influyendo grandemente en el carácter y la vocación de su hija.
Muchos años después Gonxha recordaba así el amor de sus padres: “Yo no
puedo olvidar a mi madre. De ordinario ella estaba siempre muy ocupada todo el día. Pero,
cuando se acercaba el atardecer, tenía por costumbre acelerar sus faenas para estar preparada
para acoger a mi padre. Por entonces no comprendíamos y solíamos sonreír e incluso bromear
un poco por ello. Hoy no puedo por menos de evocar la gran delicadeza de amor que sentía
hacia él: cualquier cosa que sucediese, ella estaba siempre preparada con su sonrisa a flor de
labios para acogerlo. Hoy ya no tenemos tiempo. Padres y madres se encuentran tan ocupa-
dos que cuando los hijos vuelven a casa no se ven acogidos con amor y con sonrisa”.
Cuando tenía dieciocho años, animada por el de-
seo de hacerse misionera, Gonxha dejó su casa para
ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen
María, conocido como Hermanas de Loreto, en Ir-
landa. Allí recibió el nombre de Hermana María Te-
resa. A los pocos meses emprende viaje hacia India,
llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Fue desti-
nada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la Escuela
para chicas St. Mary. Con 26 años hizo su profesión perpetua convirtiéndose
entonces, como ella misma dijo, en “esposa de Jesús” para “toda la eternidad”. Des-
de ese momento se la llamó Madre Teresa. Continuó enseñando en St. Mary
convirtiéndose a los 34 años en directora del centro. Como era una persona de
profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas y por sus estudiantes, los
veinte años que Madre Teresa vivió en Loreto estuvieron impregnados de profunda alegría.
Caracterizada por su caridad, altruismo y coraje, por su capacidad para el tra-
bajo duro y por un talento natural de organizadora, vivió su consagración a
Jesús entre sus compañeras con fidelidad y alegría.
El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling, ocu-
rrió lo que Madre Teresa llamaba la “llamada dentro de la llamada”. Ese día, de
una manera que nunca explicaría, la sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y
el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. Poco a
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poco Jesús le fue revelando su dolor por el olvido de los pobres, su pena por
la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Jesús le pidió
a Madre Teresa que fundase una congregación reli-
giosa –Misioneras de la Caridad– dedicadas al servicio
de los más pobres entre los pobres. Después de casi
dos años de pruebas y de discernimiento, con permi-
so del Papa Pío XII, la Madre Teresa deja el conven-
to de Loreto para vestir con el sari blanco orlado de azul y entrar así en el
mundo de los pobres.
Después de un breve curso con las Hermanas Médicas
Misioneras en Patna, Madre Teresa volvió a Calcuta donde
encontró alojamiento temporal con las Hermanitas de los
Pobres. Comienza allí su visita a los barrios pobres. Visitó a
las familias, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de
un anciano enfermo que estaba extendido en la calle y cui-
dó a una mujer que se estaba muriendo de hambre y de
tuberculosis. Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús
en la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la
mano, para encontrar y servir a Jesús en “los no
deseados, los no amados, aquellos de los que nadie
se ocupaba”. Después de algunos meses comenza-
ron a unirse a ella, una a una, sus antiguas alumnas.
Así fueron naciendo poco a poco las Misioneras de
la Caridad.
Al inicio de los años sesenta, Madre Teresa comenzó a enviar a sus Her-
manas a otras partes de India. En 1965 abrió una casa en Venezuela. Ésta fue
seguida rápidamente por las fundaciones de Roma, Tanzania y, sucesivamente,
en todos los continentes. Comenzando en 1980 y continuando durante la dé-
cada de los años noventa, Madre Teresa abrió casas en casi todos los países
comunistas, incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.
Durante estos años de rápido desarrollo, el
mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la
obra que ella había iniciado. Numerosos premios,
comenzando por el Premio Indio Padmashri en
1962 y de modo mucho más notorio el Premio
Nóbel de la Paz en 1979, hicieron honra a su obra.
Al mismo tiempo, los medios de comunicación comenzaron a seguir sus acti-
vidades con un interés cada vez mayor. Ella recibió, tanto los premios como la
creciente atención “para gloria de Dios y en nombre de los pobres”.
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Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la


alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona huma-
na, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del
valor incomparable de la amistad con Dios. Pero, existía otro lado
heroico de esta mujer que salió a la luz solo después de su
muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más
cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de
un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse
rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor. Ella misma llamó “os-
curidad” a su experiencia interior. La “dolorosa noche” de su alma, que co-
menzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó
hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más profunda unión con
Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús (el doloroso y ardiente deseo
de amor de Jesús) y compartió la desolación interior de los pobres.
Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves
problemas de salud, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respon-
diendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia. En 1997 las Hermanas
de Madre Teresa contaban casi con 4.000 miembros y se habían establecido en
610 fundaciones en 123 países del mundo. Después de encontrarse por última
vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde transcurrió las últimas
semanas de su vida recibiendo a las personas que acudían a visitarla e instru-
yendo a sus Hermanas. El 5 de septiembre, la vida terrena de Madre Teresa
llegó a su fin. El Gobierno de India le
concedió el honor de celebrar un funeral
de estado y su cuerpo fue enterrado en la
Casa Madre de las Misioneras de la Cari-
dad. Su tumba se convirtió rápidamente en
un lugar de peregrinación y oración para
gente de fe y de extracción social diversa
(ricos y pobres indistintamente). Madre
Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad
extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús hizo de ella una Misionera de
la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el
mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.
El 19 de octubre del año 2003 fue beatificada en Roma por el Papa Juan
Pablo II y el próximo 4 de septiembre será canonizada por el Papa Francisco.
¡Madre Teresa nos ha mostrado a todo el mundo que también hoy la santidad es posible!

Madre Teresa de Calcuta


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1. Jesús por encima de todo


Después de recibir el Premio Nobel de la Paz, un periodista le pregunta:
¿cuál es para usted el premio más querido? Ella no duda en contestar: “Mi
mayor premio es amar a Jesús. Él lo es todo para mí. Es mi vida, mi premio”. Este amor
a Jesús le hacía ver a Jesús en el otro y actuar como el mismo Jesús.

Jesús está bajo el ‘disfraz’ de los más pobres

Y a se trate de leprosos o de moribundos, de enfermos o de paralíticos,


de niños o de ancianos, Madre Teresa sabía ver en todos al mismo
Jesús. Había meditado y asimilado muy bien aquellas palabras del
Evangelio: “os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos pequeños,
a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Ella misma lo expresaba como una profunda
convicción: “quienesquiera que sean, para nosotras son Cristo, bajo las doloridas aparien-
cias de los Pobres más pobres”.
Y no se quedaba en hermosos pensamientos o en
bellas palabras. Las personas que pudieron verla en
acción quedaban sorprendidas porque para ella el pró-
jimo era realmente Jesús. Así le ocurrió a un sacerdo-
te que la acompañaba rumbo a una aldea de leprosos.
Mientras ella iba directa y decidida, el sacerdote se mos-
traba inquieto y preocupado: ¡son leprosos! Cuando Madre
Teresa vio su preocupación, le dijo: “Padre, lo que se
va a encontrar es a Jesús con el repugnante disfraz
de más pobre de entre los pobres. Nuestra visita va a
llevar alegría, porque la pobreza más terrible es la sole-
dad y el sentimiento de no ser amado. La peor enfermedad de hoy en día no es
la lepra ni la tuberculosis, sino el sentimiento de no ser querido”.
En otra ocasión, un periodista americano, al ver cómo la Madre Teresa
atiende a un enfermo que tenía unas úlceras hediondas, le dice con repugnan-
cia: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. Y ella le contesta: “No, por
un millón de dólares yo tampoco lo haría”. Porque lo hacía por Jesús.
Era tal su fe de ver a Jesús en el otro que los demás lo percibían. Así le
ocurrió a un alto funcionario del gobierno indio, que no era católico, ni siquie-
ra cristiano, y le dijo: “Madre Teresa, solo hay una diferencia entre lo que ha-
cemos usted y yo: usted lo hace por Alguien; yo lo hago por algo”. Madre

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Teresa le responde: “Tiene toda la razón. Ese Alguien por quien nosotras hacemos lo
que hacemos es Jesús, bajo el doloroso disfraz de los más pobres entre los pobres”.
Madre Teresa amaba a Jesús por encima de todo.
En todos veía a Jesús y a todos quería llevarlos a
Jesús. Cuando trataba a la gente, se podría decir que
lo suyo era “poner en contacto con Jesús”. A
cada hermana le enseñaba con detalle lo que tenía
que hacer. Por ejemplo: darle al moribundo algo de
comer o, simplemente, sentarse a su lado, rezar a su
lado o afeitarle. Cuando el Papa Juan Pablo II fue a Calcuta, hizo exactamente
lo mismo: lo cogió de la mano, lo llevó hasta el moribundo y le dijo: “Santo
Padre, bendígalo, por favor”. ¡A todos los ponía en contacto con Jesús!
Y esta convicción la quería transmitir a sus dirigidas. En una de sus colo-
quios con ellas dice:
“Recuerdo que una de nuestras hermanas ingresó en la congregación
tras salir de la universidad. Procedía de una familia muy acomodada. Al
día siguiente fue, con otras compañeras, a trabajar en el Hogar del Mori-
bundo abandonado. Antes de salir les dije: «Habéis visto con cuánto
amor y delicadeza trataba el sacerdote, durante la Misa, el Cuerpo de Cris-
to. Aseguraos de hacer lo mismo con los moribundos, puesto que en cada uno de ellos
se encuentra Jesús bajo apariencias de dolor.»
Ya de regreso, la joven corrió hacia mí con una sonrisa muy hermosa
y me dijo: «Madre, durante tres horas he estado tocando el cuerpo de Cristo.» Yo le
pregunté: «¿Qué ha sucedido?» Me contestó: «Al poco de llegar, trajeron a
un hombre recogido por la calle, cubierto de gusanos. No fue fácil, pero
me di cuenta de que en él estaba tocando el cuerpo de Cristo.»
Es verdad, a Jesús lo encontramos en primer lugar en la Eucaristía y,
en segundo lugar, en todo ser humano, especialmente en el que sufre.
Decía: “Jesús nos enseña: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de
estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis»”. Y, para explicarlo,
contaba los cinco dedos de su mano diciendo: “¡A-Mí-me-lo-hicisteis”

Jesús sigue vivo

Q uien veía a Madre Teresa y a sus hermanas orando y actuando, no


tenía muchas dificultades para descubrir a Jesús obrando entre ellas.
Así lo decía otro alto personaje de la India: Cuando veo a las Hermanas
por las calles de Calcuta, tengo siempre la impresión de que Jesucristo ha vuelto

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una vez más al mundo y pasa de nuevo haciendo el bien a través de las hermanas.
Ser otro Jesús podría decirse que también era su lema. “Tengo la firme convic-
ción de que, para ser cristianos, tenemos que asemejarnos a Cristo”. El amor que derra-
maba a su paso transformaba a los demás y también le iba transformando a
ella en otro Jesús. Uno de los que recibió tanto amor de su parte le dijo: “Si
Dios existe, tiene que ser como usted”.

Un cuestionario de vida
1. ¿Cuál es el peor defecto?... El mal humor.
2. ¿Cuál es la persona más peligrosa?... La men-
tirosa.
3. ¿Cuál es el sentimiento más ruin?... El rencor.
4. ¿Qué es lo más imprescindible?... El hogar.
5. ¿Cuál es el regalo más bello?... El perdón.
6. ¿Cuál es la sensación más grande?... La paz
interior.
7. ¿Cuál es la mayor satisfacción?... El deber
cumplido.
8. ¿Cuál es la fuerza más potente del mundo?...
La fe.
9. ¿Quiénes son las personas más necesarias?...
Los padres.
10. ¿Cuál es la cosa más bella de todas?... El
amor.
¡¡¡Detente!!!
Puedes tener la tentación de leer este folleto sin pararte a pensar.
 Madre Teresa veía a Jesús en todos los que le rodeaban. Tú, ¿ves a Jesús en el
otro? ¿En qué personas te cuesta más ver a Jesús? ¿Qué podías hacer
para verlo?
 El amor a Jesús nos ayuda a superar todo lo que nos pueda “repugnar” del otro.
¿Cómo podrías amar más a Jesús?
 Jesús está en el otro (hermanos, amigos, maestros, monitores, …). ¿En qué cosas
debes mejorar para que tu trato con ellos sea como al mismo Jesús?
 Si ves a Jesús en los demás, tendrás un gran amor por todos. ¿Qué puedes hacer
para que desaparezcan de ti las críticas, las murmuraciones, los juicios?
 ¿Te resulta difícil ver a Jesús en los demás? Actúa de tal manera que los de-
más puedan ver más fácilmente a Jesús en ti.
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Propósito: “Voy a pasar por la vida una sola vez, cualquier cosa buena que yo
pueda hacer o alguna amabilidad que pueda hacer a algún humano,
debo hacerlo ahora, porque no pasare de nuevo por ahí...” (Madre Teresa)

2. Santidad, sí; mediocridad, no

A unque un proceso de canonización exige cinco años


de espera después de que ha muerto el candidato
para poder abrirlo, la fama de santidad de Madre Teresa
era tan grande que en menos de dos años Juan Pablo II per-
mitió la apertura de su Causa de Canonización.
Ya en vida, Madre Teresa tenía fama de santa. Los mis-
mos medios de comunicación decían que era una santa.
Pero estos comentarios no la sacaban de su centro. Cuando
un periodista le preguntó: “Madre, ¿no le molesta la fama de santa que despier-
ta por todas partes?”, ella contestó con sencillez: “No, ¿por qué habría de moles-
tarme? Para mí es un deber luchar por la santidad como para todos los cristianos,
porque a todos nos ha dicho Dios: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto»”.
Estaba convencida de que la santidad no es nada especial, sino que es el
deber común de todos los cristianos.

¿Qué es la santidad?
Dice Madre Teresa: “La santidad no es un
lujo de unos pocos. Es un deber simple,
para ti y para mí. La santidad es simplemen-
te aceptar la voluntad de Dios con una
gran sonrisa. Es simplemente aceptarle tal y
como viene a nuestra vida, aceptar que tome de nosotros lo que quiera, que nos lleve
donde Él quiera, sin consultarnos. Nos gusta que nos consulten, pero Él tiene que
poder rompemos en pedazos y que cada piececita sea suya, porque sin Él está
vacía”.
Otras veces explicaba: “La santidad es simplemente un deber para ti y para
mí, porque Dios nos ha creado para cosas más grandes: para amar y ser
amados, para ser santos.”.

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¿Cómo llegar a ser santos?
“El primer paso hacia la santidad es querer serlo.
¿Qué es un santo sino un alma resuelta, que hace uso de su
fortaleza para actuar?”
Pero “la santidad exige autenticidad”, es preciso ser cohe-
rentes: “no es lícito llevar una doble vida. No podemos decir
al mismo tiempo quiero y no quiero: quiero ser santo y no quiero
serlo”.
“El camino a la santidad comienza dejándonos vaciar y transformar por
el mismo Jesús, para que Él llene nuestro corazón y podamos luego dar de
nuestra abundancia”.
“Lo único que Jesús nos pide en todo momento es que nos entreguemos
absolutamente a Él, que confiemos en Él plenamente, renunciando a nuestros
deseos para cumplir con el camino que nos va trazando”.
“Cuando renuncio ofrezco mi libre voluntad, mi razón, mi propia vida. Y
todo por amor, ya que cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más
podemos amar a Dios y a los hombres”.

¿De qué depende que seamos santos?


“Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de nosotros mis-
mos, de la gracia de Dios y de nuestra voluntad de ser santos. Debemos tomar en
nuestra vida la firme decisión de alcanzar la santidad”.
“Esforcémonos por dejar actuar a la gracia de Dios en nuestras almas
con la aceptación de todo lo que nos dé, y con la ofrenda de todo lo que nos pida. La autén-
tica santidad consiste en cumplir la voluntad de Dios con una sonrisa”.

¿Y si caigo y tengo fallos? ¿Y si vienen las dudas?


“También los apóstoles tuvieron miedo y desconfiaron,
se sintieron abatidos y tuvieron sus fallos. A pesar de todo
ello, Cristo no les reprendió. Se limitó a decirles: ¿Por qué
teméis y por qué dejáis que la duda se adueñe de vues-
tros corazones? (Lc 24, 38) Tan amables palabras de Jesús
resultan muy apropiadas para nuestros actuales temores”.
“No es necesario que veamos claro si vamos progre-
sando o no en el camino de la santidad. Lo importante es ir caminando en

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el Señor”. “Seguirle sin mirar atrás, sin temores, creyendo que sólo Jesús es la
vida”.
Tenía claro que santidad no es lo mismo que el “éxito” o que las cosas sal-
gan como deseamos: “Dios no pretende de mí que tenga éxito. Solo exige
que le sea fiel. A los ojos de Dios no son los resultados lo que cuenta. Lo
importante para Él es la fidelidad”.

La santidad no consiste tanto en hacer, sino sobre todo en ser


El secreto de su santidad no estaba tanto
en lo que hacían sino en lo que realmente
eran. Por eso les decía a sus dirigidas: “Debe
quedar claro, mis queridas hermanas, que
nosotras no somos asistentes sociales ni te-
nemos que comportarnos como si tuviéramos
una profesión definida, es decir, ser únicamente profesoras o enfermeras, y así
sucesivamente. No. Nosotras, en primer lugar, somos las esposas de Cris-
to. Creemos que cualquier cosa que hacemos, se la hacemos a Jesús. No podía estar min-
tiendo cuando dijo: ¡cuánto hagáis a los más débiles, a mí me lo hacéis! Por
esto haced con amor las tareas que desarrolláis en las misiones, que os absorben por comple-
to y que la Iglesia os ha confiado. Esto os llevará a la santidad, y es por esto por lo
que habéis entrado en el convento. Nosotras no hemos ido allí para hacer
una determinada actividad, sino para ser santas. (…) Seremos santas si
somos fieles a nuestras reglas, a nuestra vida de caridad, obedeciendo a la Igle-
sia. Debemos ser fieles siervas de Dios obedeciendo a la Iglesia, ya que muchas
dificultades de hoy provienen de la desobediencia”.
Consignas para este día
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es amor, gózalo.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es aventura, vívela.
La vida es felicidad, merécela.

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Revisémonos
 Según la Madre Teresa, ¿qué tendrías que hacer tú para ser santo? ¿Por dónde
podrías comenzar?
 ¿Cuál puede ser el primer impedimento para que comiences en serio el ca-
mino de la santidad?
 Santidad es recibirlo todo de Dios y darle todo lo que nos pide. ¿Qué te quiere dar
Dios y tú no terminas de recibirlo? ¿Qué te está pidiendo?
 ¿Por qué los fallos no son impedimento para ser santos? ¿Qué podrías hacer tú
para que los fallos no te desanimen?
 ¿Qué significa hacer las cosas con amor? ¿Cómo puedes hacer con amor
las cosas de cada día? ¿Cómo hacer con más amor tus deberes?
 ¿Por qué se podría decir que la santidad es “obediencia”?
Propósito: “El mundo sería un lugar mucho mejor si todo el mundo sonriera más. Son-
ríe, por lo tanto, muestra alegría y celebra que Dios te ama.” (Madre Teresa)

3. Lo más grande es el amor

S an Juan dice que Dios es amor. Y cuan-


do un cristiano se va transformando
en Jesús, su vida se va convirtiendo en
amor. Madre Teresa no es la excepción. El
motor de su vida fue el amor. Sus palabras,
toda su obra eran un desbordamiento de amor. Se
llaman: Misioneras de la Caridad, es decir,
misioneras del Amor.
Para Madre Teresa la caridad estaba antes que todo. Se cuenta que en una oca-
sión estaba invitada a un Congreso Eucarístico presidido por el Papa Pablo VI.
De camino al acto, vio a dos moribundos junto a un árbol. Eran marido y
mujer. Al verlos, se detuvo con ellos y se quedó hasta que él murió en sus
brazos. Luego, como pudo, cargó en hombros a la mujer y la llevó a un centro
de la congregación. Pero para entonces la ceremonia de inauguración del Con-
greso Eucarístico ya había concluido. Esto no importaba, la caridad estaba
primero.

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¿En qué consiste el amor?


Decía: “El amor, para que sea auténtico, debe costarnos. Jesús sintió dolor a causa
de su amor. Ama hasta que te duela y si te duele es la mejor señal”. “Y
cuanto más repugnante es el trabajo, tanto mayor debe ser nuestra fe y más
alegre nuestra entrega”. Y a veces preguntaba: “¿Alguna vez habéis experimen-
tado el gozo de amar dando hasta que duela?”. Madre Teresa estaba convenci-
da de que hay más alegría en dar que en recibir. Y esta alegría es mayor en
cuanto mayor es nuestro don. Si nos duele, es porque estamos dando de lo nuestro, es
porque nos estamos dando nosotros mismos. Y esto es amor y es fuente de alegría.
Por eso le gustaba contar esta anécdota: “En una ocasión caminaba por la
calle. Un mendigo se me acercó y me dijo: Madre Teresa, todos están siempre dán-
dole cosas, yo también quiero darle algo. Hoy, para todo el día, solamente cuento con veinti-
nueve paisas (moneda similar al céntimo) y quiero dárselas a usted. Reflexioné durante
unos instantes: si lo acepto (veintinueve paisas no tienen casi valor), él no va a
tener nada qué comer esta noche, pero si no lo acepto va a sentirse herido. Así
que extendí la mano y acepté el dinero. Nunca había visto tal alegría en un
rostro como la que reflejó el suyo, al pensar que un mendigo también pudiera ayudar
en algo a la Madre Teresa. Fue un gran sacrificio para ese pobre hombre que,
sentado todo el día bajo el sol, solamente había recibido veintinueve paisas.
Fue muy hermoso: veintinueve paisas es una cantidad tan pequeña que no se
puede adquirir nada con ella, pero el hecho de que él renunciara a ellas y yo las
aceptara las convirtió simbólicamente en miles de rupias (moneda similar al
euro), porque fueron dadas con mucho amor”.
Hay algo muy hermoso en la vida: “compartir la alegría de amar. Amarnos
los unos a los otros”. Esta debe de ser la característica del cristiano. Por eso decía
también con alegría: “Alguien preguntó a un hindú quién era para él un cris-
tiano. El hindú contestó: el cristiano es alguien que se da”.
Pero el amor es algo concreto. “El amor comienza en casa, y no es tanto
cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas que hacemos. A
través de un amor y un servicio humilde, podemos descubrir el rostro de Je-
sús”. “Puede ocurrir que una simple sonrisa, una pequeña visita, sencillamente
el hecho de encender una luz, de escribir una carta para un ciego, de llevar un
cubo de carbón, de ofrecer un par de alpargatas, de leer una lectura a alguien,
algo pequeño, muy pequeño, sea de hecho nuestro amor de Dios en acto”.
Y el amor también se demuestra en las palabras: “Cuando hablamos sin caridad,
en presencia o en ausencia de las personas, cuando murmuramos sobre las
faltas de los demás, imaginemos que Cristo nos dice a nosotros: Solo si estás
libre de pecado puedes arrojar la primera piedra”. “Jesús nos invitó a no
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condenar a nadie. Podría ser que nosotros fuésemos los responsables de que
otros realicen actos que no nos parecen correctos”.

¿Cómo amar de verdad?


“Nuestras obras no son más que la expresión del
amor de Dios en nosotras. Por eso, el que está
más unido con Él es el que más ama a su próji-
mo”. “Sin Dios, somos seres humanos que no pueden espar-
cir en torno más que dolor y sufrimiento”.
Para que el amor sea auténtico no hace falta que sea ex-
traordinario. “Tenemos necesidad de amar sin can-
sarnos. ¿Cómo arde una lámpara? Mediante el alimento continuo de pe-
queñas gotas de aceite. Si se acaban las gotas de aceite, cesará la luz de la
lámpara, y el esposo dirá: no te conozco. Hijas mías, ¿qué son estas gotas de
aceite de nuestras lámparas? Son las pequeñas cosas de la vida de cada día:
la fidelidad, la puntualidad, las pequeñas palabras de amabilidad, un pensa-
miento por los demás, nuestra manera de hacer silencio, de mirar, de hablar y
de obrar. He ahí las verdaderas gotas de amor que mantienen encendida
nuestra vida con una llama muy viva. No busquéis a Jesús lejos de vosotras: Él
no está allá lejos. Está en vosotras. Mantened encendida la lámpara y lo reco-
noceréis”.
“Que nadie jamás venga a ti sin que se vaya mejor y más feliz. Todo
el mundo debería ver la bondad en tu rostro, en tus ojos, en tu sonrisa”.

Para saber dar hay que saber recibir


También quería que otros pudieran sentir la experiencia de dar. Era parte de su
amor. Madre Teresa seguía dando cuando permitía que otros también pudieran
dar de lo suyo. Y así contaba otras anécdotas similares a la del mendigo:
“Vino una mujer muy pobre y me dijo: Madre Teresa, me gustaría echarle una mano
en su trabajo. Soy lavandera: lavo ropas. Podría venir un día a la semana y lavar las ropas de sus
niños. ¿Me lo permite? Yo sabía que aquello significaba dinero para ella, y que por
consiguiente representaba un sacrificio. Pero dije: bien; de acuerdo. Puede venir.”
“Iba yo un día en el tranvía cuando un señor se levantó; vino hacía mí y me
dijo: si no me equivoco, usted es la Madre Teresa. Sí, le dije. Y él me dijo: hace mucho
tiempo que estoy deseando compartir su trabajo, pero soy muy pobre. ¿Me permite que le
pague el billete? Si me hubiese negado, se hubiera sentido humillado. Si aceptaba,

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acaso hubiera tenido que desprenderse de todos sus ahorros. No obstante,


pensé que era mejor no humillarlo. Le dije: Sí, de acuerdo. Entonces sacó un
trozo de tela más bien sucia del bolsillo donde llevaba envueltos sus ahorros,
que entregó al cobrador. Estaba sumamente feliz y dijo: por fin he podido
compartir algo. Es posible que tuviese que quedarse sin comer, o acaso tuvie-
ra que ir a pie un largo trecho, pero aquel hombre se sentía íntimamente
feliz por aquella posibilidad de compartir”.
Cuando damos, tenemos que saber dar sin humillar, sin intereses, sin bus-
car ventajas. Hemos dado bien cuando el otro no se entera de que le es-
tamos dando. Madre Teresa sabía dar así porque también sabía recibir.

El examen final de nuestra vida


“En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de traba-
jo que hayamos hecho, sino por el peso de amor que hayamos puesto en
nuestro trabajo. Este amor debe resultar del sacrificio de sí mismo y ha de sentirse hasta
que duela. No intentéis acciones espectaculares. Lo que importa es el don de vosotras
mismas. Lo que importa es el grado de amor que pongáis en cada uno de
vuestros gestos”.

Oración para Aprender a amar


Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien.
Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que
necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a
quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.

Madre Teresa de Calcuta


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¿Cómo va el amor?
 ¿Cuál debería ser el límite del amor? ¿Hasta dónde llega tu límite?
 Lo importante no es lo que hacemos sino el amor que ponemos en lo que hacemos.
¿Todavía haces las cosas porque te toca, porque te lo mandan, porque
no hay remedio? ¿Cómo podrías hacerlas por amor?
 Amar también es dejar que otros den. ¿Eres de los que lo saben todo, o te de-
jas enseñar? ¿Te dejas ayudar por los otros? ¿Escuchas y valoras las ini-
ciativas de los demás? ¿Te pones celoso o te alegras cuando otro hace el
bien?
Propósito: “Aceptemos con una sonrisa todo lo que Dios nos manda y démosle
todo lo que nos pide, dispuestos a decir sí a Jesús, aunque no nos pida pare-
cer”
(Madre Teresa)

4. Pon tu amor en acción: el servicio

L a Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad se


pueden describir como mujeres consagradas
que, sin tener coche, sala de estar, siguiendo un
horario apretado y unas actividades que no les permiten
sacar ni un minuto para sí mismas, están siempre contentas
y se muestran muy libres. Una explicación de esta acti-
tud es otra convicción de Madre Teresa: “si no se vive
para los demás, la vida carece de sentido”.
Decía que el fruto del amor es el servicio. Y lo
manifestaba con las obras. Como estaba llena de Dios,
llena de amor y de alegría, su amor se ponía en acción.
Cuando se enteró del grave terremoto que en 1988 azotó a Armenia y recibió
la invitación de enviar a cuatro hermanas para ayudar, no quiso delegar, sino
que fue ella misma, a la edad de 78 años, con otras tres hermanas, a ofrecer su
amor humilde y su servicio en el hospital infantil en donde le tenían prepara-
das dos pequeñas habitaciones, una de ellas convertida enseguida en capilla. Al
día siguiente su amor convertido en servicio dejaba sorprendidos a todos: Ma-
dre Teresa y dos de sus hermanas ya estaban agachadas, fregando el suelo con
unos trapos, mientras la gente, casi escondida, las observaba sorprendidas.
Aunque el hospital llevaba funcionando tres años, los largos pasillos y las esca-
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leras no se habían limpiado nunca. ¡Ni una vez! En pocos días y sin decir mu-
chas palabras, dejaron los baños, wáteres, y pasillos de cada planta limpios. Al
mismo tiempo los niños heridos recibían cariño, fueron lavados y las enferme-
ras recibían ánimo porque estaban desbordadas por el influjo tan grande de
heridos. Su servicio fue casi milagroso, pues decían: el cuidado amoroso de las
hermanas producía un efecto tan fantástico en la recuperación de los niños que se daban
curaciones casi inexplicables.
Madre Teresa nos enseña así que, una manera de examinar nuestro amor,
es revisando de continuo nuestra manera de servir: si nuestro servicio es pobre
y casi “obligado”, es que nuestro amor está también muy flaco y enclenque. A Madre Tere-
sa no hacía falta que le pidieran servir, su amor la llevaba a ser la primera en
los oficios que prácticamente nadie quería.
Y para servir también hay que prepararse, ¡hay que estudiar! Sin el tiempo
que estuvo Madre Teresa aprendiendo elementos de enfermería antes de dedi-
carse a los “más pobres de entre los pobres”, no hubiera podido atender, or-
ganizar y distribuir convenientemente a las hermanas que se dedicaban a los
leprosos, moribundos, enfermos, …
En ella se podían ver vividas las palabras de Jesús: “el que quiera ser grande en-
tre vosotros sea vuestro servidor”. Madre Teresa fue una mujer grandiosa porque
supo convertirse en servidora de todos. No vivía para sí misma, sino que transformó
toda su vida en un servicio a Jesús, bajo el “disfraz” de los más pobres. Entregaba
su libertad sin reservas, hasta “hacerse esclava” y por eso ahora ocupa el pri-
mer lugar, conforme también a lo que enseña Jesús: “el que quiera ser el primero
entre vosotros, sea esclavo de todos”.

Servir con alegría


El servicio, para que sea auténtico,
tiene que ser alegre. No podríamos llamar
“servicio” a nuestras obras envueltas de
quejas, hechas de mala gana, con mala cara o
simplemente porque no hay otra alternativa.
Madre Teresa, inspirada en la Virgen Ma-
ría, buscaba servir siempre diligentemen-
te y de buena gana. Decía: “El que tiene a Dios en su corazón, desborda de
alegría. La tristeza, el abatimiento, conducen a la pereza, a la desgana”. ¡No es cuestión
de ganas, es cuestión de amor!
Y cuando el servicio es vivido con alegría, nos convierte en apóstoles: “Nuestra ale-
gría es el mejor modo de predicar el cristianismo. Al ver la felicidad en
Madre Teresa de Calcuta
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nuestros ojos, tomarán conciencia de su condición de hijos de Dios. La alegría


es el testimonio al que es más sensible el mundo actual. Pero para eso debe-
mos estar convencidos de eso”.
A todos sorprendía la alegría con que servían. Cuando se lo hacían notar,
ella decía: “El milagro no consiste en que seamos capaces de llevar a cabo la
labor que realizamos. Lo que sorprende a los demás es comprobar que nos sentimos felices
de hacerlo y sonreímos haciéndolo”.
Al ver que servía tan activamente a pesar de que ya era una anciana, alguien
se atrevió a preguntarle su edad. Ella contestó con cierta picardía en sus ojos:
por fuera ochenta y uno, por dentro dieciocho.

Servir desde la humildad y el amor


El verdadero servicio es caritativo y humilde. Cuando intentamos servir
y carecemos de éstas virtudes, fácilmente podemos caer en la tentación de
creernos y sentirnos indispensables, necesarios. Madre Teresa dice: “nunca
debemos creernos indispensables. Dios tiene sus caminos y sus maneras... Él puede
permitir que todo marche al revés aun en manos de la hermana más bien dota-
da. Dios no mira más que su amor. Bien ustedes pueden trabajar hasta el agota-
miento, incluso matarse trabajando, pero si su trabajo no está tejido por el
amor resulta inútil. ¡Dios no tiene ninguna necesidad de sus obras!”

Oración para Sonreír


Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro
sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición.
Que mis ojos sonrían diariamente
por el cuidado y compañerismo de mi familia y
de mi comunidad.
Que mi corazón sonría diariamente
por las alegrías y dolores que compartimos.
Que mi boca sonría diariamente
con la alegría y regocijo de tus trabajos.
Que mi rostro dé testimonio diariamente
de la alegría que tú me brindas.
Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor.

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¿Y el servicio?
 ¿Se podría decir de ti que sólo vives para los demás? ¿Qué no vives para ti?
 Si a veces no encuentras sentido a lo que haces, es muy posible que te estés buscando
a ti mismo. ¿En qué cosas puedes estar buscándote a ti mismo?
 ¿Con frecuencia te piden servir, te recuerdan tus obligaciones? A veces el problema no
es tanto de pereza, sino de falta de amor.
 El más preparado puede servir más y mejor. ¿En qué consiste tu preparación?
Propósito: “El santo y seña de los primeros cristianos era la alegría. Así pues, sirva-
mos al Señor con alegría” (Madre Teresa)

5. Haz cosas pequeñas, con amor

E s posible que alguna vez te haya ocurrido: has leído cierta vida de un
santo y, según como esté escrita, te desanimas. Al ver los grandes mi-
lagros que hacía el santo y los prodigios que le rodeaban, crees que la
santidad no es para ti. Pero no es así, Madre Teresa nos demuestra que la san-
tidad no consiste en hacer obras ex-
traordinarias, sino en hacer extraordi-
nariamente bien las obras ordinaras.
¡Las cosas que ella hacía también las po-
demos hacer nosotros! Su vida estaba
llena de estas pequeñas obras de cada día
que se convertían en extraordinarias gra-
cias a su amor. Desde luego, las cosas pe-
queñas solamente son grandes en la medida en que estén impregnadas de
amor. Decía: “No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas
con un gran amor”. Son cosas pequeñas para los ojos de los hombres, pero
para los ojos de Dios son grandes. Y recomendaba: “seamos fieles en las cosas
pequeñas, porque ahí estará nuestra fortaleza”. “No hay nada que sea pequeño a los ojos de
Dios, y él mismo se tomó la molestia de hacerlas para enseñarnos cómo actuar. Por eso se
transformaron en infinitas”.
La vida de la Madre Teresa estaba llena de múltiples cosas peque-
ñas, pero llenas de mucho amor. Acostumbraba a llevar consigo una bolsa de
la que salían muchos regalos para los demás. En una oportunidad, viajando hacia
Praga en helicóptero, iba sacando y repartiendo cosas ricas entre sus acompa-
ñantes. Luego sacó una tableta de chocolate y, antes de darles a los de su alrede-
Madre Teresa de Calcuta
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dor, se dirigió hacia los pilotos y les ofreció chocolate. Al bajar del helicóptero,
como era costumbre, los dos pilotos se quedaron a ambos lados de la escalerilla.
Uno de ellos tenía lágrimas en los ojos. Cuando alguien le preguntó la razón,
dijo: es que llevo veinticinco años piloteando este helicóptero, con muchísimos famosos y gente
importante entre los pasajeros, pero nunca había recibido nada de nadie. Hoy ha sido la prime-
ra vez: Madre Teresa me ha dado chocolate y una Medalla Milagrosa.

Guarda el orden y Dios te guardará


Gracias a que era muy ordenada en el uso del tiempo, pudo tener
miles de detalles con muchas personas. Se podría decir que nunca perdió el
tiempo. Por ejemplo, en sus viajes, mientras que sus compañeros dormían o
leían, ella estaba siempre trabajando, escribiendo cartas y rezando. ¡Llegó a
escribir más de cinco mil cartas que llegaban a todo tipo de personas: impor-
tantes y muy sencillas! Y también experimentaba los detalles que tenía
Dios con ella. Porque ¡alguna vez el cansancio la vencía y se quedaba dormi-
da. Entonces, Dios recompensaba su diligencia trabajando por ella, como dice el sal-
mo: Dios da el pan a sus amigos mientras duermen (cf. Salmo 126, 2). Así, en una
oportunidad en que Madre Teresa viajaba en avión, el copiloto al enterarse
quiso salir enseguida a saludarla. Pero ella dormía. Entonces, él se quita su
gorra y silenciosamente avisa a los pasajeros que Madre Teresa viaja en el
avión. Y les propuso que, si alguno quiere hacer una donación para la gente
pobre, puede dársela a él para hacérsela llegar a Madre Teresa. Cuando ella se
despierta, se encuentra que tiene más de 600 dólares. Y le dice con gracia a la
hermana que le acompaña: “hermana, pienso que podría hacer esto más a menudo”. Y
es verdad que en muchos otros viajes hubo pasajeros que le dejaron silencio-
samente un donativo mientras ella dormía. Cuando Dios ve que alguien da todo lo
que puede de sí, convierte en realidad sus sueños y deseos. Porque Dios nos permite
alcanzar aquello que por nuestros meros esfuerzos no podemos lograr.

No dejaba escapar ninguna oportunidad


Tenía un gran olvido de sí que le llevaba a quitar trabajos y “car-
gas” a los demás. Por ejemplo, cuando estaba en Calcuta, era ella quien cogía
el teléfono. Y el que llamaba siempre escuchaba de ella una palabra de ánimo y
de consuelo. Muchos la recuerdan interesada en buscar sillas para que todos
pudieran sentarse. También era la primera en hacer los servicios más humildes. Y con
gran sencillez ayudaba a los demás a hacer lo mismo. En una ocasión, un señor ele-
gantemente vestido llegó a la casa de los moribundos pidiendo hablar con la

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Madre Teresa. Las hermanas le dijeron que estaba en la parte de atrás limpian-
do los baños. Al llegar allí la encontró limpiando los wáteres. Ella lo vio entrar
y, tomándolo por un voluntario, le explicó cómo tenía que coger la escobilla y
cómo había que limpiar la taza para no malgastar agua. Después le entregó la
escobilla y lo dejó allí solo. A los quince minutos el señor volvió de los baños,
se dirigió a la Madre Teresa y le dijo: ya he
acabado. ¿Puedo hablar con usted? Ella asintió y el
hombre sacó un sobre del bolsillo diciendo:
Madre Teresa, soy el director de la compañía aérea, le
traigo sus billetes. Quería entregárselos personalmente.
Aquel director contó después la historia mu-
chas veces: Aquellos fueron los veinte minutos más
importantes de mi vida: los que me pasé limpiando
wáteres. Decía que nunca había sentido la ale-
gría que sintió ese día.

Dios se sirve de nuestras cosas pequeñas


En una oportunidad, en medio de varios periodistas, uno de ellos le dice:
“Madre Teresa, ¡lo que usted hace es maravilloso”. Y ella le contestó: “Sabe,
yo solo soy un pequeño lápiz en la mano de Dios. Un Dios que va a
escribir una carta de amor al mundo”. Sentía que, igual que tú necesitas un
lápiz para escribir en el papel lo que piensas y quieres decir, Dios se quiere
servir de los seres humanos para expresar lo que piensa y lo que quiere decir.
Basta con que queramos ser realmente suyos y queramos servirle.
Por eso también les decía a las hermanas: “Vosotras y yo no somos nada,
y en esto vemos la tremenda humildad de Dios. Él es tan grande, tan maravi-
lloso, que utiliza nuestra nada para mostrar su grandeza. Y por eso se sirve de
nosotras. Como tubos, simplemente tenemos que dejar que la gracia de
Dios pase”. ¡Tenemos que ser como unos tubos de la gracia de Dios! Aunque
seamos tubos de plástico, de papel o de oro.
Y así, en medio de cosas pequeñas, Dios transmitía su gracia a los hombres: poco
tiempo después de que le concedieran el Premio Nobel, tuvo que dar un discur-
so en San Francisco. El acto fue transmitido por casi todas las radios locales. Un
joven que estaba metido en asuntos de tráfico de droga y armas iba escuchando
música en la radio de su coche. Cuando escuchó el discurso, buscó otras emiso-
ras, pero volvía a escuchar lo mismo. Sin tener otra alternativa, siguió condu-
ciendo su coche escuchando a la Madre Teresa. A los pocos minutos comenzó a
llorar y tuvo que parar el coche en el arcén. No pudo seguir conduciendo hasta
Madre Teresa de Calcuta
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que terminó el discurso. Luego buscó la primera cabina telefónica para llamar a
una de las emisoras y preguntar quién era aquella mujer. Buscó la casa de las
hermanas en San Francisco, se confesó y empezó una nueva vida.

Deberes de cada día


Tómate tiempo para reír, es la música del alma.
Tómate tiempo para jugar, es el secreto de la perpetua juventud.
Tómate tiempo para dar, el día es demasiado corto para ser egoísta.
Tómate tiempo para trabajar, es el precio del éxito.
Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más.

¿Cosas pequeñas?
 Lo que hace grandes las cosas pequeñas es el amor. Y cuando quitas importancia a
las cosas pequeñas, pierdes fuerza. ¿Cuáles son esas cosas pequeñas que des-
cuidas y puedes hacer con más amor? Haz una lista de al menos 10.
 Una de las pequeñas cosas que perdemos es el tiempo. ¿Cómo te podrías organizar
mejor para no perderlo? ¿Por qué el orden facilita el servicio? ¿Cómo puedes ser más
ordenado?
Propósito: “Para Dios no hay nada insignificante. Cuanto más pequeñas sean las
cosas, mayor debe ser el amor que ponemos en hacerlas”. (Madre Teresa)

6. Una mujer bondadosa

M ás allá de la buena educación que


pudiera tener, la caridad de la
Madre Teresa la convertía en
una persona encantadora. A su alrededor
crecía siempre un clima de bondad. La manera en
que saludaba, su forma de escuchar y de in-
teresarse por el otro transformaba el ambiente
a donde llegaba. Algunos que se acercaban a
ella, a veces con prejuicios, al sentir el calor de
su caridad, ¡salían completamente cambiados en tan solo diez minutos de con-
versación! Los que la rodeaban decían que junto a ella se experimentaba con
mucha más intensidad la presencia de Dios.
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Sabía escuchar
Sus palabras siempre estaban llenas de sentido. Nunca había nada
superficial en sus conversaciones, ni siquiera en las cosas más pequeñas.
Siempre sabía callar para escuchar. Cuando alguien iba a verla tenía
siempre la impresión de que no esperaba a nadie más. Toda su atención se
centraba en aquella persona por completo. Era como si ella y aquella persona
fueran los únicos que estaban allí. Para ella nunca las visitas eran una molestia.
La otra persona sentía que era para la Madre Teresa la más importante
del mundo. El otro se sentía como si fuera uno de sus mejores amigos.
Decía: “Estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resul-
tados o beneficios nos enseña algo sobre el amor. El éxito del amor reside en el
mismo amor, no en el resultado de ese amor”. Pero tampoco perdía el tiempo en con-
versaciones inútiles. Escuchaba, iba a lo esencial, y con pocas palabras dejaba
satisfecha a la persona con que dialogaba.

Bondadosa en medio de las contrariedades


Pero, aunque famosa y tenida por santa, Madre Teresa también sufrió
muchas acusaciones que lanzaron contra ella. Ante tantos insultos, le pregun-
taron si iba a hacer algo. Ella contestó: “Si alguien te acusa, pregúntate prime-
ro: ¿tiene razón? Si tiene razón, ve a pedirle perdón. Si no tiene razón, coge el
insulto que has recibido con las dos manos. No lo dejes escapar, aprovecha la
ocasión y ofréceselo a Jesús como sacrificio. Alégrate de tener algo valioso
que darle a Él”.
Nunca se le escuchó hablar mal de nadie. Si era acusada o insultada y
le preguntaban por el asunto decía: “¡Qué bien nos han tratado!”. Y si le insis-
tían contestaba: “mejor es excusar que acusar”. O también: “si juzgas a alguien,
no tienes tiempo de amarle”. En una ocasión comentó: “hay un pecado del
que nunca me he tenido que confesar: el de juzgar a alguien”. Y esto era algo que
había aprendido en su casa. Cuando ella y sus hermanos criticaban a algún profe-
sor, su madre cortaba la luz y les decía: “no estoy dispuesta a pagar la luz a
niños que hablan peste de la gente”.
Realmente estaba convencida de que todo lo bueno que sucede es
obra de Dios. Por eso, aunque hubiera contrariedades, solía decir: “Recemos
para no estorbar la obra de Dios”.
Y a ti, ¿qué te hace falta para ser más bondadoso?

Madre Teresa de Calcuta


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¿Cosas pequeñas?
 ¿Qué hacía de la Madre Teresa una mujer tan bondadosa? ¿Piensa tres aspectos de
su personalidad que te gustan más? ¿Cuál te gustaría vivir?
 ¿Cómo reaccionas cuando alguien te lleva la contraria? ¿Cómo podrías reaccionar con
bondad?
 Madre Teresa sabía escuchar y sus palabras estaban siempre llenas de sentido. ¿Cómo
están tus conversaciones? ¿Escuchas? ¿Hablas y no dejas hablar? ¿Criticas?
El silencio te ayuda a ser amable
Me gusta insistir en la recomendación del silencio.
El silencio de la lengua nos enseñará a hablar a Dios.
El silencio de los ojos nos ayudará a ver a Dios.
Nuestros ojos son como dos ventanas por las cuales puede
entrar o Cristo o el mundo.
A veces necesitamos coraje para mantenernos cerrados.
Mantengamos el silencio del corazón.
Como la Virgen, que todo lo conservaba en su corazón.
Propósito: “Debemos tratar de ser amables y corteses los unos con los
otros, y ser conscientes de que no es posible amar a Cristo si no lo amamos en el prójimo”.
(Madre Teresa)

7. Una mujer alegremente pobre

H ay personas que no pueden valerse por sí


mismas, que no tienen a nadie que les cuide,
que están mendigando, no sólo para comer,
sino que también tienen hambre de amor. Madre
Teresa los definía como “los más pobres de entre los
pobres”. Para ella era “gente maravillosa” porque en
ellos podía ver y tocar más claramente a Jesús. Decía:
“los pobres son el signo de la presencia de Dios
entre nosotros, ya que en cada uno de ellos es Cristo
quien se hace presente”. “Los pobres son la esperanza
del mundo porque nos proporcionan la ocasión de amar a Dios a través de
ellos”. ¿Cómo te comportas tú ante un pobre? ¿Descubres a Jesús en él? ¿Te
parece que los pobres son también para ti “gente maravillosa”? ¿Los entiendes?
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Vivía pobre como Jesús
La fórmula de Madre Teresa para poder entender y amar a los pobres era
viviendo pobremente. Es decir, identificándose con Jesús a través de una
vida de entera pobreza. Decía: “no podemos ayudar a los pobres si nosotras
mismas no sabemos lo que es la pobreza”. Por eso no quería poseer nada, sino que
se entregaba con entera confianza al cuidado de la Providencia divina: no solía hacer
planes estratégicos porque los planes los hacía Dios; no quiso preocuparse por
el dinero porque Jesús era el encargado de las finanzas; no aceptaba –ni ella ni
ninguna hermana– ingresos fijos por el servicio que prestaban; los regalos que
le daban le duraban poco tiempo en sus manos porque los daba a otro que
estuviera más necesitado. Madre Teresa estaba convencida de que en sus casas los
milagros ocurrían todos los días, por eso no se regía por el criterio de qué es lo más
útil, sino de qué es lo que quiere Jesús.
Esta pobreza le ayudaba a valorar todas las cosas en su justa medi-
da. Usaba de algo en la medida en que necesitaba de ello. A su vez, prescindía
de muchas cosas porque no quería tener necesidades innecesarias. Más de una
vez le ofrecieron una casa, un piso, y los rechazaba porque no los necesitaba.
Pero cuando precisaba de ellos, le caían del cielo. Y su pobreza no se quedaba
sólo en las cosas materiales. También prescindía de noticias, de curiosidades,
de medios. Una vez un periodista quedó sorprendido porque se daba cuenta
de que Madre Teresa estaba enterada de la realidad a pesar de que prescindía
de los medios de comunicación.
Tampoco quería que nada se desperdiciara, especialmente tratán-
dose de comida. Por eso, cuando viajaba en avión, varias veces se aseguró de
que las azafatas le entregaran en bolsas toda la comida que había sobrado y
que se tenía que tirar según la ley. Así la aprovecharía con los pobres. Alguna
vez la azafata tuvo la delicadeza también de poner en las bolsas los cubiertos
de plástico.

Vivía una pobreza voluntaria


Pobres, pero limpias. Limpiar hace parte del ser verdaderamente pobre.
Una cosa es la pobreza y otra la miseria. Madre Teresa vivía la pobreza, no la
miseria. Aunque el sari con que vestía era blanco, siempre estaba limpio. Fre-
gar suelos o limpiar baños era tarea común en los lugares en que servían las
Hermanas de la Caridad. Antes de comprar una mesa u otro objeto, había que
plantearse si se ha limpiado a fondo o simplemente si necesita una mano de
pintura. Cuidaban bien de todo para que cada cosa pudiera durar lo suyo, y
más.
Madre Teresa de Calcuta
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Decía: “una de las manifestaciones de nuestra pobreza consiste en remen-


dar lo mejor que podemos nuestras ropas cuando nos damos cuenta de cualquier desgarrón.
Caminar por las calles o movernos por nuestras casas con desgarrones en
nuestros saris no es ningún signo de la virtud de la pobreza. Suelo decir a las
hermanas: «Nosotras no hacemos voto de la pobreza de los mendigos sino de
la pobreza de Cristo»”. Tampoco su criterio de acción era simplemente el aho-
rro, sino la sencillez y la austeridad. Cuando alguna vez quisieron “llenarla de
cosas” para poder ahorrar, decía: “tenemos voto de pobreza, no voto de
economía”.
Vivir la pobreza es necesario para lle-
narse de Dios. Hay muchas cosas que nos sobran y
que pueden hacer falta a los demás. Decía: “Dios no
puede derramar algo donde ya está todo lleno de
otras cosas. Jesús lo dijo: «No se puede servir a
dos señores», refiriéndose a Dios y al dinero. La
pobreza, el desprendimiento de todo lo que nos
ata y nos aleja de Dios, sea o no material, nos
deja «vacíos», para que Dios puede entrar plenamente en nuestro cora-
zón”.

La Providencia divina
Y Dios cuidaba delicadamente de ellas. Cuenta ella misma: “Recuerdo
que una Hermana vino a decirme: «Madre, no hay arroz para viernes y sábado. Deberíamos
decírselo a la gente». Me sentí sorprendida, porque a lo largo de 25 años jamás había tenido
que escuchar nada semejante. El viernes por la mañana, a eso de las nueve, llegó un camión
cargado con millares de barritas de pan. Nadie en Calcuta supo por qué el gobierno había
cerrado las escuelas, pero el hecho se produjo y todo el pan nos fue traído: durante dos días,
nuestros atendidos pudieron comer pan hasta la saciedad. Yo adiviné por qué Dios había
cerrado las escuelas: quería que nuestros atendidos supiesen que ellos eran más importantes
que la hierba, los pájaros y las flores del campo; que ellos eran sus predilectos. Aquellos
millares de personas debían tener una prueba de que Él los amaba, de que se preocupaba por
ellos. Aquello era una reiterada prueba de la ternura de Dios hacia sus hijos”. Y añadía:
“Creo que en la vida no existe la suerte: todo es amor de Dios”.
Una vez se quedaron sin harina y sin dinero para poder comprar más. La
hermana cocinera se lo dice a la Madre Teresa y ella le responde: “Tú eres la
encargada de la cocina, ¿no? ¡Pues vete a la capilla a rezar!” Y mientras rezaba,
un desconocido llamó al timbre y les entregó un saco de harina.

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Estaba convencida de que la Providencia actúa y suele hacerlo a través de


las personas o de los acontecimientos. Decía: “Dios siempre cuida de sus
criaturas, pero lo hace a través de los hombres”.
Una vez el presidente de una multinacional se acercó a la Madre Teresa pa-
ra ofrecerle unos terrenos en Bombay. Antes de hacerlo, le preguntó en tono
profesional: “Madre Teresa, ¿cómo gestiona usted su presupuesto?”. La Madre
Teresa le contestó con otra pregunta: “¿Quién lo ha enviado aquí?”. El magna-
te contesta: “He venido porque he sentido un impulso interior”. La Madre
Teresa le contestó sonriendo: “Otros como usted han venido a verme y me
han dicho lo mismo. Está claro que a usted y a todos los demás los envía Dios para que
entre todos se ocupen de nuestras necesidades materiales. A usted también lo ha movido
la gracia de Dios”. Y concluyó diciéndole: “Usted es mi presupuesto”.

De todas maneras
Si haces el bien, te acusarán de tener motivos egoístas,
¡HAZ EL BIEN DE TODAS MANERAS!
El bien que hagas se olvidará mañana,
¡HAZ EL BIEN DE TODAS MANERAS!
La honestidad y la franqueza te hacen vulnerable,
¡SÉ HONESTO Y FRANCO DE TODAS MANERAS!
La gente de verdad necesita ayuda, pero se pueden burlar si lo haces,
¡AYÚDALES DE TODAS MANERAS!
Dale al mundo lo mejor de ti mismo y puede que te critiquen,
¡DALE AL MUNDO LO MEJOR DE TODAS MANERAS!
SÓLO ES POSIBLE SI SE TIENEN LOS OJOS Y EL CORAZÓN EN JESÚS
Ser pobres…
 ¿Qué aspectos de la pobreza de Madre Teresa te gustan más? ¿Cuáles estás dis-
puesto a imitar? ¿Te parece que alguno no? ¿Por qué?
 ¿Por qué cuando se vive la pobreza de despierta más la fe y se valoran
las cosas según su justa medida?
 ¿Qué cosas desperdicias y se podrían aprovechar? ¿Cuidas bien de tus
cosas o eres de los que las echan a perder o las extravían fácilmente?
 ¿Qué relación tiene la pobreza con la limpieza y el orden?
 Explica la frase: tenemos voto de pobreza, no voto de economía.
Propósito: “Quiero ser santo significa: quiero despojarme de todo lo que no es Dios; quie-
ro exprimir mi corazón y vaciarlo de toda cosa creada; quiero vivir en pobreza y
desapego” (Madre Teresa)
Madre Teresa de Calcuta
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8. El perfume de la humildad

A pesar de ser una de las mujeres más fotografiadas


del mundo, de ser el centro de muchos artículos
de revistas, periódicos y documentales, de recibir
tantos premios y galardones, del “éxito” que tuvo la fun-
dación de las Hermanas de la Caridad, de la reputación de
santa que tenía, Madre Teresa conservó siempre el suave olor de
la humildad. Cualquier otra persona que no estuviera en-
trenada en la virtud fácilmente se embriagaría con tanta
fama. Sólo una santa podía conservarse humilde en me-
dio de tales triunfos. ¿Cuál fue su secreto?
Parecía indiferente a toda alabanza y se le veía sobre todo muy interesada en cum-
plir con su deber. Entre las multitudes que a veces la aclamaban, parecía una niña
cándida y sonriente a quien no le hacían mella las alabanzas. Estaba convencida
de ser un instrumento de Dios y de estar inmersa en una obra divina y no en una obra
suya. Cuando le hablaban de lo grandioso de su obra, del bien que hacía, des-
viaba la mirada hacía Jesús diciendo: “es
obra suya”. También tenía salidas con hu-
mor para escapar del centro de atención.
Un periodista le pregunto: “Usted es una
persona muy conocida. ¿No se cansa nun-
ca de ver a tanta gente, de las fotogra-
fías…?” Y Madre Teresa le responde: Con-
sidero que es un sacrificio, pero también una
bendición para la sociedad. Dios y yo hemos hecho un pacto: le he dicho «por
cada foto que me hacen, Tú encárgate de liberar a un alma del purgatorio…»”.
Y, sonriendo, añade: “creo que a este ritmo, dentro de poco se va a vaciar el
purgatorio”.

¿Cómo conseguir la humildad?


Para mantenerse humilde Madre Teresa necesitó ejercicio y auxilio de lo alto. Hasta
después de su muerte se supo algo del sufrimiento que experimentaba en su
interior: un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de
Dios. Incluso tenía el sentimiento de ser rechazada por Dios. Esta “oscuri-
dad”, como la llamó alguna vez, le anclaba en una humildad muy profunda.

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Al mismo tiempo se ejercitó intensamente en la virtud de la humildad.


Decía: “¿Cómo se aprende la humildad? Sólo mediante las humillaciones”. Y
por esto era una experta en los oficios más sencillos y humildes que muchos otros suelen
evitar y excusarse.
Cuando fue invitada por la ONU a dar un discurso en medio de muchos je-
fes de estado, ¿qué hizo la Madre Teresa para mantenerse inmune ante las
tentaciones de orgullo, inmodestia y vanidad? Simplemente siguió la habitual
rutina de la casa de las hermanas de Washington: Santa Misa, lavar su sari, limpiar
baños y suelos, como cualquier otro día. Trabajó al lado de las demás herma-
nas como una más. Solía centrarse en la limpieza de baños: “Soy una exper-
ta; probablemente, la mayor especialista mundial de limpieza de baños”. Des-
pués del discurso, regresó a la casa de las hermanas de Washington donde
continuó la rutina y el horario, como todas las demás hermanas.
Decía: “Hay que vigilar el orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa”. “No
se aprende a ser humildes leyendo una gran cantidad de libros ni oyendo gran-
des sermones sobre la humildad. Se aprende a ser humildes aceptando las
humillaciones”. Y estaba vigilante ante cualquier tentación de soberbia que pudiera
asomarse. En una ocasión, cuando iba en el avión que le llevaba a Washington
para entrevistarse con el presidente Ronald Reagan, una de las hermanas que la
acompañaban se percató de un hecho extraño: la Madre Teresa había entrado
en los baños que estaban en la parte delantera de la zona de primera clase,
primero en el de la derecha y luego en el de la izquierda. Después se fue a los
baños que estaban en la parte de atrás del avión. La curiosidad de la hermana
pudo más que la vergüenza y le preguntó por el motivo de aquellos repetidos
viajes al baño. Madre Teresa respondió: ¡Exorcismo! Y es que la Madre Teresa
había limpiado todos los baños y parece ser que en tirarse a lo peor y en los
servicios más humillantes encontraba el antídoto contra cualquier aso-
mo de soberbia.
En realidad, toda su vida no estuvo llena de éxitos. También los fracasos y
los éxitos incompletos se asomaron. Pero supo sacar ventaja de ellos para
afrontarlos con humildad. Cuando le ocurría algo semejante decía: “Dios no
me ha llamado para que tenga éxito. Dios me ha llamado para que sea fiel”.

Ejercicio de humildad
Hablar lo menos posible de sí mismas.
Evitar la curiosidad.
Aceptar las contradicciones con buen humor.
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No pararse en los defectos de los demás.


Aceptar los reproches, aunque sean inmerecidos.
Ceder frente a la voluntad de los demás.
Aceptar insultos e injurias.
Aceptar verse descuidadas, olvidadas, despreciadas.
Ser corteses y delicadas, incluso si alguien nos provoca.
No tratar de ser admiradas y amadas.
No atrincherarse detrás de la propia dignidad.
Ceder en las discusiones, aunque se tenga razón.

¿Soberbia?
 Madre Teresa limpiaba wáteres, ¿qué servicios y actitudes te pueden servir
de antídoto contra la soberbia?
 ¿Cuáles son los rasgos que te parece que caracterizan a una persona
humilde?

Propósito: “El orgullo lo destruye todo. Imitar a Jesús es la clave para ser mansos y
humildes de corazón”. (Madre Teresa)

9. Obediencia: la piedra de toque

U
na de las virtudes que más demuestra la
santidad de una persona es la obedien-
cia. Obedecer es entregar la propia
voluntad a Dios. Es renunciar al propio
plan para vivir enteramente según el plan de Dios.
Obedecer es preguntarle cada día a Dios: ¿qué
quieres que haga? Y Dios suele responder a través
de la autoridad legítima (padres, educadores, mayores, …) o por medio de las
circunstancias (horario, planes, imprevistos, limitaciones, …). Cuando una perso-
na quiere ser obediente, renuncia a lo más íntimo que tiene dentro de sí: su propia voluntad.
No siempre es fácil obedecer, y por ello la obediencia es la piedra de toque para
saber si una persona va caminando seriamente por el camino de la santidad.
Madre Teresa, como todos los santos, se caracterizó por una obediencia fina (en
los más mínimos detalles) y fiel (siempre).
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¿Cómo entendía la obediencia?
En tres consignas se podría resumir la vida de Madre Teresa: “amorosa con-
fianza”, “total entrega” y “¡alegría!”. Tres puntos estrechamente relacionados con
la obediencia. Estaba convencida de que cada día Dios hace el plan para cada uno de
nosotros y nos lo ofrece como un don. La vida de Madre Teresa consistía en intentar adap-
tarse siempre a ese plan que Dios le proponía. Las tres consignas se podrían entender
así: “Amorosa confianza” significaba para ella fiarse plenamente de que
el plan de Dios era lo mejor, aunque en ese momento no lo comprendiera del todo;
“Total entrega” significaba entregarse con completa disponibilidad al
plan que Dios le proponía. Y de estas dos actitudes surgía, como conse-
cuencia, una gran “alegría”.
Para Madre Teresa ser obediente significa no pertenecerse a sí misma,
sino pertenecer por completo a Jesús: “si me entrego totalmente a Jesús, le
pertenezco a Él”. Y por eso estaba dispuesta a que Dios se sirviera de ella
como mejor quisiera, sin que le consultara, sin que le pidiera permiso. Obe-
decer consiste en “aceptar cualquier cosa que Él nos dé y en dar cualquier cosa que Él
nos quite, con una gran sonrisa”.
Y esta disponibilidad que tenía Madre Teresa para los planes de Dios también la
transmitía a sus hermanas. En una ocasión, tres jóvenes hermanas habían acabado
de tener la ceremonia de los votos perpetuos. Como era costumbre, la Madre
Teresa ahora les indicaría su nueva misión. En la tarde del mismo día, encon-
tramos a las tres hermanas en el aeropuerto, cada una con una pequeña caja
bajo el brazo. Cada caja contenía una esterilla enrollada para dormir, dos saris
doblados, una Biblia, un libro de oraciones y unos pocos objetos personales.
Su destino: ¡Argentina! Completamente disponibles para estar allí sirviendo a Jesús al
menos cinco o diez años. Lo que más llamaba la atención de las hermanas era su
expresión: “¡Estamos contentísimas!”. Era la alegría profunda que se experi-
menta cuando nos ponemos totalmente en las manos de Dios.

Pequeños aspectos de la obediencia


Un aspecto de su obediencia era la puntualidad. Siempre procuraba llegar an-
tes de la hora. No le gustaba hacerse esperar. Así se ve cuando una, de las tantas
veces en que fue invitada a la Misa privada del Papa, prefirió salir temprano
para “no tener que apurar”. Aunque la Misa comenzaba a las 7, salió de su casa
a las 5.30 para estar en el Vaticano a las 6. El tiempo de espera no fue tiempo
perdido: la Madre dedicaba ese rato para rezar y así prepararse bien para la
Misa.

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Obedecer también significa aprovechar el tiempo al máximo. Es otra


característica de su obediencia: mi tiempo pertenece a Dios. Madre Teresa era muy
disciplinada en el uso del tiempo. Nunca se le vio perdiendo el tiempo. Siempre se le veía
organizada, bien ocupada, diligente, la primera en comenzar.
Dicen que una persona instruida tiene siempre dos guías: el consejo y la
obediencia. Aunque a Madre Teresa se le vio muy decidida, también supo
siempre pedir consejo. No se dejaba llevar por sus impulsos, ni por sus ini-
ciativas propias, sino que antes de tomar una decisión preguntaba, escuchaba, esperaba.
Quería descubrir el plan de Dios. Decía: “No podemos ser libres si no somos capaces
de someter libremente nuestra voluntad al querer de Dios”.
Pero sobre todo la fe era la que le movía a obedecer. Decía: “un solo ac-
to de desobediencia puede hacernos mucho daño. Debemos comprender que quien
nos manda en la obediencia es Dios, lo mismo que a Nuestra Señora. A María, Dios
no le habló directamente, sino por medio de un ángel. Haciendo lo que le
decía el ángel obedecía a Dios. Tampoco a nosotros nos habla Dios directamente. Él
habla por medio de otros, que son instrumentos en sus manos”.

Verdades para tener siempre presentes


¿Cuál es el día más bello?... Hoy.
¿Cuál es la cosa más fácil?... Equivocarse.
¿Cuál es el obstáculo más grande?... El miedo.
¿Cuál es la raíz de todos los males?... El egoísmo
¿Cuál es la distracción más bella?... El trabajo.
¿Cuál es la peor derrota?... El desaliento.
¿Cuál es la primera necesidad?... Comunicarse.
¿Qué es lo que hace más feliz?... Ser útil a los demás.

¿Obediencia alegre y a la primera?


 Según la Madre Teresa, ¿Qué es la obediencia? ¿Hoy en día qué obstáculo te
impide ser obediente? ¿Cómo podrías superarlo?
 ¿Por qué faltas a la obediencia cuando pierdes el tiempo?
 Explica la siguiente frase: Sin fe no puede haber verdadera obediencia.

Propósito: “Seamos apóstoles de la obediencia, que esparcen la alegría de Jesús


en la casa donde nos encontramos”. “No importa quiénes son ni cómo son quienes nos man-
dan. Lo que importa es que estemos convencidos de que son instrumentos de la voluntad de
Dios respecto a nosotros y que no nos equivocamos obedeciéndoles”. (Madre Teresa)

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10. Su secreto: la oración

U n día un sacerdote le preguntó: “Madre Teresa, ¿cuál es su secreto?”.


Ella le miró con gesto divertido y le contestó: “Es muy simple: rezo”.
Otro le preguntó: “Madre Teresa, ¿cómo lo hace?”. Ella desenganchó
el rosario del cinturón y lo agitó con una divertida picardía en su mirada. Solía
decir: “tenemos necesidad de orar igual como de respirar. Sin la oración no
podemos hacer nada. La oración ensancha nuestros corazones hasta darles la ca-
pacidad de contener el don mismo de Dios”.
El secreto de la Madre Teresa estaba en la oración. Su completa dis-
ponibilidad y su permanente alegría brotaban de la oración. Al mismo tiempo
su gran capacidad de trabajo y de sacrificio. Decía: “Sin oración, yo no podría
trabajar ni siquiera media hora. Dios me da fuerzas a través de la oración”.

Orar 24 horas al día


Aunque no estuviera siempre en la capilla,
Madre Teresa aprendió a vivir las 24 horas del
día en oración, porque descubría a Jesús en todos los
que trataba. Se cuenta que una vez se encontraba
en la capilla rezando, como solía hacerlo: apreta-
ba las manos contra la cara, apretaba la nariz
hacia arriba y permanecía profundamente con-
centrada. Un fotógrafo –que quería hacerle una
pregunta–, caminaba de lado a lado en la entrada
de la capilla, pero no se atrevía a acercar a ella y molestarla. De repente, una
hermana se le aproxima y le dice que puede acercarse a la Madre Teresa. El
fotógrafo se quita los zapatos y entra en la capilla. Lentamente se arrodilla en
el suelo junto a ella. La Madre, al sentirlo, sin hacer el mínimo gesto de inco-
modidad por ser interrumpida, levanta la vista y le da la bienvenida con una
radiante sonrisa. Le escucha con toda atención y el fotógrafo puede preguntar-
le lo que quería. La Madre le responde con sencillez y con pocas palabras.
Luego, él se levanta y se marcha. Antes de que el fotógrafo saliera de la capilla,
la Madre estaba de nuevo sumida en profunda oración. En realidad, el fotógra-
fo no había interrumpido su oración. Ella, que veía a Jesús mismo presente en las
personas, simplemente pasó de Jesús a Jesús.

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La oración y el trabajo
Les decía a las hermanas: hemos de convertir nuestro trabajo en oración. Pero la ga-
rantía de poder hacerlo es asegurando los ratos especiales de oración. Así
lo manifiesta el horario que siguen en sus casas: levantarse a las 4.40; a las 5.00
oración; a las 5.45 Santa Misa con sermón. Después, desayuno y limpieza. Desde
las 8.00 a las 12.30, servicio a los pobres y necesitados. A las 12.30 el almuerzo,
seguido de un breve descanso. A las 14.30, lectura y meditación hasta las 15.00. A
esa hora, el té; desde las 15.15 hasta las 16.30 de la tarde, adoración al Santísimo.
De nuevo, servicio a los pobres hasta las 19.30. A esa hora, cena; a las 21.00 la
oración nocturna; a las 21.45, a dormir.
En una ocasión la superiora de una de las casas, al ver que tenían tanto tra-
bajo con los pobres, le escribió a la Madre Teresa para ver si podían quitar
alguna hora de oración para convertirla en trabajo con los pobres. Madre Te-
resa le contestó que, si tanto trabajo tenían, más bien hacía falta una hora más
de oración. Y explicaba: “Podemos convertir nuestro trabajo en oración. Nunca podre-
mos sustituir la oración por el trabajo”.

La familia es la primera escuela de oración


¿Cómo podemos nosotros aprender a orar? La primera escuela de ora-
ción está en nuestra casa. Cuenta la misma Madre Teresa que esta necesidad
de orar la había aprendido de su misma madre: cuando de joven le dijo a su madre
que se iba a ir de misionera, ésta se encerró en su habitación un día entero para orar.
Después salió muy serena, y controlando sus emociones, le dio la bendición
para que se hiciera misionera de Cristo.
“Si a ustedes les resulta difícil orar, rueguen insistentemente: «¡Jesús ven a
mi corazón, ora dentro de mí y conmigo, hazme aprender de Ti cómo orar»!”.
También decía: Si Dios no te atrae, pídele que te atraiga.
Tan convencida estaba de la necesidad de la oración, que en una ocasión se
llevó un disgusto, como lo cuenta ella misma: “Nunca olvidaré el día en que
fui a una de nuestras casas y encontré a la comunidad muy desazonada y yo no
podía explicarme el motivo. Después pregunté «¿Os habéis confesado?» –«No,
desde hace bastante tiempo»– ¿Por qué? –«El padre está muy ocupa-
do»–. Yo recé, fui al obispo y le dije: Puesto que sus curas no tienen tiempo
para mis hermanas, yo me las llevaré de aquí. Aquella había sido la única con-
dición que yo le había puesto al obispo, cuidar de la vida espiritual, de la con-
fesión y de la catequesis, la santa Misa y la santa comunión. Para lo demás

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nosotras dependemos solo de la Divina Providencia, y Dios siempre ha cuida-


do de nosotras”.
Madre Teresa le da una gran lección al mundo de hoy: “El medio principal
y más efectivo para renovar la sociedad es la oración”.

Tómate tiempo para orar


Tómate tiempo para pensar, es la fuente de poder.
Tómate tiempo para rezar, es el mayor poder de la tierra.
Tómate tiempo para leer, es la fuente de la sabiduría.
Tómate tiempo para amar y ser amado, es el privilegio que
nos da Dios.
Tómate tiempo para servir, es la llave del Cielo.

Conectar con Jesús…


 ¿Por qué la oración es tan importante para la Madre Teresa?
 ¿Cuántos minutos del día dedicas a orar? ¿Cuántos podrías dedicar?
 ¿Cómo puedes lograr una oración ininterrumpida?
 Madre Teresa tenía una gran capacidad de trabajo y de sacrificio porque oraba,
¿cómo puedes conseguir ser más trabajador y sacrificado?

Propósito: “Si buscas a Dios y no sabes por dónde empezar, aprende a rezar y tó-
mate la molestia de rezar todos los días”. (Madre Teresa)

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Mensaje de Madre Teresa a los jóvenes

Queridos jóvenes de hoy:


El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de
la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.
El mal más grande de nuestros días es la falta de amor... Puesto que la vida
se abre ante vosotros, pido a Dios que comprendáis cada vez más profunda-
mente su auténtico sentido.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. Hemos
sido creados por la mano de un Dios, Amor infinito, para amarlo y ser amados
por Él. Dios se hace uno de nosotros, nuestro hermano Jesús, para ayudarnos
a comprender qué es el Amor, para enseñarnos a amar.
El servicio más grande que podéis hacer a alguien es conducirlo para que
conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede satisfa-
cer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados.
La vida es un don maravilloso de Dios y todos han sido creados para amar
y ser amados. Ayudar a otro es un privilegio, porque Jesús, Dios hecho hom-
bre, nos ha asegurado: “cuanto hagáis a uno de estos hermanos míos, me lo
hacéis a Mí”. Cuando ayudamos a otra persona nuestra recompensa es la paz y
el gozo, porque hemos dado sentido a nuestra vida y ya no estamos aislados.
Aprended a amar tratando de conocer cada vez más profundamente
a Jesús, de creer firmemente en él, de escucharlo en la oración intensa y en la
meditación de sus palabras y de sus gestos, que revelan perfectamente el amor,
y entraréis en la corriente del Amor divino que hace partícipes a los otros del
amor.

Esterols 2016

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