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ENSAYO

La lengua sólo puede ser alcanzada mediante el habla; es, por


consiguiente, analizando las expresiones específicas como cabe esperar
identificar las unidades de que se compone la lengua. En vista de la
naturaleza mixta, psico-física, del habla, dos caminos se abren ante
nosotros: podemos analizar un trozo de un discurso trabado, desde el
punto de vista físico, como una sarta de sonidos, y desde el punto de vista
psicológico, como un portador de significado.

El interés de los antiguos por las palabras no se limitó, en modo


alguno, a sus cambios de significado; también hicieron algunas
observaciones pertinentes sobre su comportamiento en el habla efectiva.

La vaguedad de las palabras y la variedad de sus usos ya están


señaladas en la Ilíada. Demócrito vio claramente que hay dos géneros
distintos de significado múltiple: la misma palabra que puede tener más de
un sentido e, inversamente, más de una palabra puede expresar la misma
idea.

En un nivel más sistemático, Aristóteles hizo distintas declaraciones


importantes sobre el significado de las palabras. Fue el primero en definir
la palabra como la más pequeña unidad significativa del idioma -una
definición que rigió hasta hace muy poco y que aún es válida en una
forma un tanto modificada-. Aristóteles también estableció una fecunda
distinción entre dos clases de palabras: las que tienen un significado
aisladamente y las que son meros instrumentos gramaticales
Parece que la vaguedad de nuestras palabras es un obstáculo en
algunas situaciones, y una ventaja en otras. Si se mira más atentamente
esta vaguedad, pronto se descubre que el término mismo es bastante
vago y ambiguo: la condición a que se refiere no es un rasgo uniforme,
sino que tiene muchos aspectos y puede resultar de una variedad de
causas.

Algunas de éstas son inherentes a la naturaleza misma del


lenguaje, mientras que otras entran en juego solamente en circunstancias
especiales.

Una de las principales fuentes de vaguedad es el carácter genérico


de nuestras palabras. A excepción de los nombres propios y de un
pequeño número de nombres comunes que se refieren a objetos únicos,
las palabras denotan, no entidades singulares, sino clases de cosas o
acontecimientos ligados por algún elemento común.

Como Bloomfield expresó muy claramente, debemos discriminar


entre los rasgos no distintivos, tales como el tamaño, la figura o el color de
cualquier manzana, y los rasgos distintivos que son comunes a todos los
objetos a los que aplicamos la palabra manzana.

Asimismo, la lógica difusa es una extensión de un sistema preciso


de representación para incluir la vaguedad y la incertidumbre. La
vaguedad ya no es el límite de la precisión sino, al contrario, ésta es el
límite de aquélla.
Su aplicación se ha visto que es beneficiosa, e incluso necesaria,
en varios campos (fundamentalmente relacionados con la ingeniería y la
informática) entre los cuales pueden contemplarse los sistemas en que la
vaguedad es bastante común, como podría ser el caso de la economía.

Los juegos del lenguaje son modelos simplificados que nos


muestran o describen un contexto comunicativo en que están inmersos
varios sujetos en una actividad llevada a cabo mediante el uso de
palabras u oraciones. Se consideran juegos el describir la apariencia de
una cosa, dar sus medidas, dar órdenes.

Hay, como ya se ha dicho, múltiples juegos, por lo que no sería


posible llevar a cabo una relación completa de los que puedan existir,
pues los juegos se hacen obsoletos y caen consecuentemente en la
inactividad y el olvido para ser sustituidos por otros en razón de las
necesidades comunicativas o las circunstancias humanas.

Esta es una de las razones por las que Wittgenstein renuncia a la


tarea de investigar la esencia del lenguaje. Lo es precisamente en virtud
de que en tal multiplicidad de usos y juegos no hay rasgos comunes
necesarios que puedan justificar la aplicación de una misma palabra a
todas las cosas o juegos.

En cuanto al signo sólo puede representar al Objeto y aludir a él.


No puede proporcionar conocimiento o reconocimiento acerca de tal
Objeto; esto es lo que se entiende por Objeto de un Signo en este estudio;
es decir, aquello acerca de lo cual se presupone un conocimiento a fin de
proporcionar alguna información adicional respecto a él.

Sin duda habrá lectores que manifiesten no poder comprenderlo.


Piensan que un Signo no necesita relacionarse con algo ya conocido por
otros medios, y no pueden encontrar sentido a la afirmación de que todo
Signo debe estar relacionado con tal Objeto conocido.

Pero si hubiera algo que aportase información y no tuviese relación


alguna ni referencia con algo acerca de lo cual, la persona a la que se
aporta esa información de modo que pueda comprenderla no tuviera el
menor conocimiento directo o indirecto -y se trataría de una muy extraña
clase de información, al vehículo de dicha información no se lo
denominará signo.

O sea, del caos (en cuanto objeto supuestamente primor dial) no


puede surgir conocimiento. El conocimiento tiene siempre por objeto a
otro conocimiento y nunca a la realidad en su pretendida pureza de no
modificada todavía por el pensamiento.

Si, por tanto, el objeto de todo signo debe ser algo ya conocido, es
que también es signo. Este sentido recurrente del concepto de signo es
uno de los aportes más fructíferos de Peirce a la epistemología
contemporánea.

El signo se produce en un ámbito semiótico que es la condición


lógica de su existencia. Así, la estructura teórica en la que puede
fundamentarse la investigación semiológica requiere la elaboración y el
ajuste lógico de tal ámbito semiótico, en cuya interioridad, el signo es la
estructura estructuran te en cuanto unidad mínima de análisis.

Por ello, no hay signo en tanto no se establece el ámbito semiótico


que lo genera; pero cuando se ha logrado determinar un ámbito semiótico
correctamente acotado, se puede reconocer, simultáneamente, el
pertinente signo particular.

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