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Básicamente, nuestro carácter está compuesto por nuestros hábitos.

Los hábitos son


factores poderosos en nuestras vidas. Dado que son pautas consistentes, a menudo
inconscientes, de modo constante y cotidiano expresan nuestro carácter y generan
nuestra efectividad... o inefectividad.

Según dijo alguna vez el gran educador Horace Mann: “Los hábitos son como hebras.
Si día tras día las trenzamos en una cuerda, pronto resultará irrompible”.
Personalmente, no estoy de acuerdo con la última parte de esta sentencia. Sé que los
hábitos no son irrompibles; es posible quebrarlos. Pueden aprenderse y olvidarse. Pero
también sé que hacerlo no es fácil ni rápido. Supone un proceso y un compromiso
tremendo. (Covey, 1989)

Scarlett O’Hara no era bella, pero los hombres no solían darse cuenta de ello hasta que
se sentían ya cautivos de su embrujo, como les sucedía a los gemelos Tarleton. En su
rostro contrastaban acusadamente las delicadas facciones de su madre, una aristócrata
de la costa, de familia francesa, con las toscas de su padre, un rozagante irlandés. Pero
era el suyo, con todo, un semblante atractivo, de barbilla puntiaguda y de anchos
pómulos. Sus ojos eran de un verde pálido, sin mezcla de castaño, sombreados por
negras y rígidas pestañas, levemente curvadas en las puntas. Sobre ellos, unas negras
y espesas cejas, sesgadas hacia arriba, cortaban con tímida y oblicua línea el blanco
magnolia de su cutis, ese cutis tan apreciado por las meridionales y que tan
celosamente resguardan del cálido sol de Georgia con sombreros, velos y mitones.
(Mitchell, 1936)
La princesa lo miró con asombro. No comprendía siquiera que pudiera hacerse
semejante pregunta. Pierre entró en el despacho. El príncipe Andréi, a quien halló muy
cambiado, vestía de paisano. Indudablemente parecía haber mejorado de salud, pero
tenía una nueva arruga vertical en la frente, entre las cejas; hablaba con su padre y el
príncipe Mescherski y discutía con energía y pasión. Hablaban de Speranski: la noticia
de su súbito destierro y supuesta traición acababa de llegar a Moscú.

—Ahora lo juzgan y lo culpan todos aquellos que hace un mes lo ensalzaban y aquellos
que no eran capaces de comprender sus fines— decía el príncipe Andréi. —Es muy
fácil juzgar al caído en desgracia y achacarle todos los errores ajenos. Pero yo les digo
que si algo bueno se ha hecho durante este reinado, a él se lo debemos y a nadie más.
Se detuvo cuando vio a Pierre. En su rostro hubo un ligero estremecimiento y al
instante adoptó una expresión adusta. (Tolstóil, 1869)

Más de un cincuenta por ciento de las mujeres casadas, cifra muy similar a la de los
hombres, comete adulterio, y la mayoría sin el menor asomo de culpabilidad. ¿Se dirán
a sí mismas que está demostrado que la necesidad o el impulso de ser infieles están
inscritos en nuestros genes? Según la autora de esta aguda e inteligente disección del
amor, es una de las explicaciones más probables para un fenómeno que se ha
observado en las culturas más dispares y en diversos períodos de la historia. Pero no
es solamente hacia el adulterio adonde Helen E. Fisher apunta las armas de su aparato
crítico. Con esta obra hace un vasto estudio comparativo sobre el apareamiento tal
como se practica en diferentes especies animales y en diversas culturas del pasado y
del presente. Y es así como la relación entre los hombres y las mujeres, y entre los
hombres, las mujeres y el poder, adquiere nuevos significados. (Fisher, 2004)
El acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos,
excepto en forma momentánea. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos
o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto en las costumbres, las ropas, las
ideas, el patrón del grupo, estoy salvado: salvado de mi temible experiencia de la
soledad.

La mayoría de las gentes ni siquiera tienen conciencia de su necesidad de


conformismo. Viven con la ilusión de que son individualistas, de que han llegado a
determinadas conclusiones como resultado de sus propios pensamientos- y que
simplemente sucede que sus ideas son iguales que las de la mayoría-. “Quien salva
una sola vida, es como si hubiera salvado a todo el mundo, quien destruye una sola
vida, es como si hubiera destruido a todo el mundo”. Todos obedecen las mismas
órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que siguen sus propios deseos.
Así como la moderna producción en masa requiere la estandarización de los productos,
así el proceso social requiere la estandarización del hombre, y esa estandarización es
llamada “igualdad”. (Fromm, 1956)
Bibliografía

Covey, S. R. (1989). Los 7 habitos de la gente altamente efectiva. Free Press.

Fisher, H. E. (2004). Anatomia del Amor. Anagrama.

Fromm, E. (1956). El Arte de Amar. Mexico: Harper.

Mitchell, M. (1936). Lo que el viento se llevo. Atlanta: Macmillan Publishers.

Tolstóil, L. (1869). Guerra y Paz. Imperio Ruso: El mensajero Ruso.

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