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David G. Miranda
Abstract
Hasta hace muy poco tiempo, Chile se encontraba gobernado por una
coalición política denominada “Concertación de partidos por la democracia”, la
cual se mantuvo 20 años en el poder, finalizando su etapa “hegemónica” en el
poder bajo la administraciónl de Michelle Bachelet, sucesora a su vez del ex
presidente Ricardo Lagos, ambos pertenecientes al Partido Socialista de Chile.
Este hecho no es menor, si pensamos que el anterior presidente perteneciente
a dicho partido, fue Salvador Allende, figura representativa de la izquierda
marxista en Chile, y que cayó derrocado por la dictadura encabezada por
Augusto Pinochet, en septiembre de 1973.
A partir de dicho momento, se inicia el llamado proceso de “renovación”
de los postulados partidistas, en un giro ideológico importante, que determinará
el cambio de rumbo del socialismo chileno, antiguamente influenciado por las
corrientes marxistas provenientes de la URSS (y posteriormente de la
revolución cubana), en un acercamiento a la socialdemocracia de la Europa
occidental.
Luego de un proceso de reformulación ideológica, de inserción política a
la vida pública del país en la recuperación de la democracia, el partido socialista
accede nuevamente al poder el año 2000, asumiendo el desafío de “Crecer con
igualdad”, (slogan de campaña de Ricardo Lagos), que lejos de cumplirse,
terminó por acentuar las diferencias sociales, al aplicar un plan económico
excesivamente liberal en uno de los países con peor distribución de ingreso
tanto a nivel regional como mundial. Queda entonces manifiesta la
contradicción entre los postulados de un partido tradicionalmente progresista
en la búsqueda de una sociedad más igualitaria, que al reformular sus
postulados, métodos y objetivos, se va alejando de su sentido original y de sus
metas actuales.
Este escrito pretende entonces indagar en algunas de las aristas
fundamentales de dicha problemática al interior del Partido Socialista de Chile
1
desde una perspectiva histórica trascendental, en la búsqueda de una posible
respuesta a la pregunta:
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Contexto histórico
2
que dividió el partido en el llamado Partido Socialista “Almeyda” (liderado por
Clodomiro Almeyda), de orientación marxista tradicional, y el Partido Socialista
“Renovado” (representado por la dirigencia de Carlos Altamirano).
Posteriormente, con el advenimiento de la democracia, en 1990, ambos
sectores se re-unificaron en la búsqueda de una mayor fortaleza electoral.
La Renovación
1[1] Walker, Ignacio; Un nuevo socialismo democrático para Chile; [en línea] disponible en:
http://www.cieplan.cl/inicio/codigo.php?documento=EST_CIEPLAN_TOMO_24_IGNACIO_WAL
KER.pdf&PHPSESSID=fe5abaa0a048ce9e5a087cb2335b145a
2[2] ibid. (1)
3[3] en ibid. (1)
3
socialismo proveniente de la Revolución Cubana. Desde esta perspectiva, el
elemento autocrítico de los dirigentes del PSCH fue tal que, más que considerar
la caída del gobierno de Allende como una “derrota” se habla abiertamente de
“fracaso”, en cuanto no fueron capaces de mantener una estabilidad que
garantizara la paz social, ni de aglutinar un apoyo popular que fuese definitorio.
Dichos dirigentes, exiliados en el período de la dictadura recibieron la influencia
del socialismo de países de Europa occidental, abandonando sus antiguas
influencias soviéticas de corte leninista en plena “crisis del marxismo” al interior
de Europa.
El contraste entre el socialismo de Europa Oriental y el de Europa
Occidental, fue un factor que contribuyó al proceso de renovación, al verse
dichos dirigentes inmersos en una realidad heterogénea en cuanto a los
procesos políticos: el surgimiento del “eurocomunismo” en Italia, la crisis de los
llamados “socialismos reales” (o clásicos) representada en Polonia entre 1979 y
1981, y el nacimiento de nuevos gobiernos socialistas en España, Portugal y
Grecia, en una expresión de un socialismo “post autoritario” , fue un hecho que
llamó poderosamente la atención de los socialistas chilenos en un proceso de
reafirmación democrática. La renovación del socialismo chileno consideraría
entonces a la democracia como un “valor en sí”, como “un ideal y como una
experiencia, la mejor de nuestra historia nacional” (Grupo de convergencia
socialista), como un “método indispensable de la transformación deliberada,
colectiva y pública de nuestras sociedades” (Norbert Lechner), entre otras
definiciones. Se configura entonces la democracia como “espacio y límite” para
la acción política, rechazando toda forma de autoritarismo, adquiriendo una
forma de hacer política, más tentativa, alejada de cualquier dogma o “verdad
revelada”, postulando al socialismo más como proceso (o punto de partida) que
como fin.
El núcleo más importante del socialismo chileno en el exilio, fue en
Roma, donde se funda la revista “Chile-América”. Algunos de sus integrantes
fueron Jorge Arrate, José Antonio Viera-Gallo y José Miguel Insulza, entre otros,
quienes formaron alianza con el PCI y Berlinguer, acercándose además al
pensamiento de Antonio Gramsci, de decisiva influencia en aquel momento,
4
consolidando su alianza con los partidos socialistas y socialdemócratas
europeos. Otro punto importante del proceso de renovación es el abandono del
leninismo, por considerarlo incompatible con las prácticas democráticas,
alejándose absolutamente del concepto soviético de la “dictadura del
proletariado”.
Es importante señalar que la dirigencia socialista chilena considera que la
socialdemocracia europea es una experiencia que no puede transplantarse
mecánicamente a una realidad tan distinta y específica como la de América
Latina en general, y la chilena en particular, pese a compartir el principio de
perfeccionar la democracia liberal. Se eleva entonces la tesis de la “tercera vía”,
una opción distinta a la comunista y a la socialdemócrata, considerando
especificidades del socialismo chileno.
El concepto de revolución se verá transformado por el proceso de
renovación al interior del socialismo chileno, ya que si bien no se abandona por
completo, se considera como generador de tensiones respecto del sistema
democrático, adoptando de forma más asentada el concepto de “reforma” o
“transformación” , rechazando la clásica concepción bolchevique de revolución
como método de conquista del poder. En palabras de Lechner: “los desafíos de
la democratización parecen haber superado los desafíos de la revolución”.
Según José Joaquín Brunner, “la democracia es un sistema sujeto a
incertidumbres, no tolera conquistas irreversibles” (aludiendo al concepto de
revolución), y recalca: “sólo cabe hablar entonces de un socialismo post-
revolucionario”. Pese a los dichos de Brunner, el concepto de revolución está
muy arraigado en el socialismo chileno ligado a las bases, ante lo cual un
alejamiento total del concepto no será algo simple, Ricardo Nuñez apela a la
revolución como un “proceso en continuo desarrollo, en que las capas más
desposeídas tienen que ir siendo capaces de ganar el conjunto de la sociedad:
ser por lo tanto, mayoría efectiva y real para ir logrando las transformaciones
más profundas”. Por otro lado, Jorge Arrate se resiste a abandonar el concepto
de revolución señalando: “el socialismo es revolucionario por los fines que
persigue, y estos fines no son otros que la transformación de la vida social”.
5
Sin duda, un elemento central del socialismo tradicional es el marxismo;
la pregunta necesaria ante el proceso de renovación es:
4[4] En documento publicado en Revista Apsi nº149, del 31 de julio al 13 de agosto de 1984.
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La renovación socialista busca entonces una síntesis entre socialismo y
democracia (con énfasis en la democracia), socialismo definido por Arrate como
“orden social de la justa diferencia”, en su discurso a la vuelta de su exilio,
dando señales de una de las aspiraciones políticas centrales de la renovación
del socialismo: reformar, o perfeccionar la democracia liberal, descartando la
tesis de las dos fases: una de revolución democrática burguesa y otra de
revolución socialista. Así, en un documento publicado en Chile-América5[5] se
señala: “Nuestro norte en concreto: edificar el socialismo en Chile,
contribuyendo a generar una sociedad donde la democracia se profundice y
amplíe día a día, dando lugar al ejercicio más pleno y efectivo de la soberanía
popular” . Otro documento señala6[6]: “el socialismo recoge las conquistas
políticas de la burguesía para darles plenitud de sentido humano”.
5[5] Varios firmantes; “Llamamiento de Milán por la convergencia socialista”, en Chile-América 80-81,
julio-septiembre de 1982.
6[6] Partido Socialista (1985)
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“doble militancia” PS-PPD, hasta 1999; posterior a eso, dicha militancia fue
exclusiva de Ricardo Lagos, como líder político del sector.
El Partido Socialista de Chile retornaría al poder precisamente al mando
de Ricardo Lagos, a partir del año 2000, manteniendo su alianza con la
Concertación, y precedido por dos gobiernos demócrata cristianos, el de Patricio
Aylwin (1990-93) y el de Eduardo Frei Ruiz Tagle (1994-1999). Dichos
gobiernos se encargaron de profundizar la apertura económica del país,
generando alianzas con los mercados más importantes del mundo, con la idea
de mantener un crecimiento económico sostenido del orden del 5% al 7%.
Durante diez años no se hicieron transformaciones profundas en cuanto a la
estructura del estado ni en cuanto a la estructura de la economía, por lo que los
niveles de cesantía se mantuvieron cercanos al 7% y los niveles de desigualdad
no variaron mayormente. Pese a esto, las “cifras azules” del crecimiento
económico muestran el alto nivel de acumulación por parte del 10% más rico
de la población.
Al llegar el año 1999, tras casi una década de “transición democrática”
(calificada como “eterna” por Marcel Claude), llega la oportunidad para el
Partido Socialista de subir nuevamente al poder. Ricardo Lagos, con el lema
“Crecer con Igualdad” asoma como la gran esperanza para un pueblo azotado
por una de los peores índices de distribución de ingresos de la región, y nada
menos que la nº 12 en el mundo7[7], superado sólo por países como Namibia,
Botswana, Sierra Leona, Swazilandia, Brasil, Nicaragua y Paraguay, entre otros.
La tesis de “perfeccionamiento de la democracia liberal” tenía una oportunidad
histórica, en un país con una tradición socialista y democrática no menor. La
“tercera vía” estaría a prueba luego de ser electo presidente con un estrecho
51% de las votaciones en la segunda vuelta contra Joaquín Lavín.
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económicas en el modelo de desarrollo chileno que inciden en el
comportamiento de la economía y de la desigualdad, por lo que se esperaba del
Partido Socialista era precisamente aquello que sus antecesores no pudieron
cumplir. En primer lugar, una profundización en el modelo democrático
heredado de la dictadura, diseñado como una “democracia protegida” (del
marxismo) con un sistema binominal de elección parlamentaria, un porcentaje
de senadores institucionales o “designados” por parte de las FFAA, y la
inamovilidad de los comandantes en jefe de las mismas. Dicha tarea sólo quedó
hasta la mitad, puesto que el sistema binominal prevalece hasta el día de hoy,
eliminando la posibilidad de una representatividad total de los diversos sectores
políticos del país. (es el caso del PC, que no ha vuelto a tener representación
parlamentaria hasta el 2010, pese a una votación del orden del 10%),
generando un “dúopolio político” casi inamovible.
Por otro lado, el gobierno de Ricardo Lagos, lejos de aplicar la tesis
económicas del brillante economista de los 70, que explicaba como la
concentración del poder económico aumentaba notablemente la desigualdad
social, contribuyó a que dicha concentración aumentara ostensiblemente, tanto
así que en su último encuentro con el sector empresarial, el mismo Ricardo
Lagos señaló: “me voy con más amigos de con los que llegué”, mostrando
satisfacción por su contribución a dicho sector, que alcanzó el 2001 un 40% del
PIB, cifra altísima si consideramos que el 51% del PIB es producto de la
explotación cuprífera. Lo que demuestran las cifras es que no se realizó
ninguna transformación productiva que pudiese tener algún efecto de
redistribución de ingresos, sino más bien se asentó una economía neoliberal
extremadamente abierta a los capitales extranjeros, no industrializada y
absolutamente dependiente de los mercados internacionales. Dicha política
incidió en el aumento de la cesantía de un 7% a un 11% desde 1995 al 2005,
provocando la quiebra de numerosas pequeñas empresas, y un notable
aumento en la desigualdad social.
Si bien los indicadores de pobreza muestran una disminución sostenida,
debemos considerar que una persona es considerada pobre en Chile si gana
menos de $44.000 (pesos chilenos, unos 100US$), si la misma persona gana
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$45.000 (102US$), deja de ser considerada pobre. Claramente, en una
economía pujante como la chilena, esto ha sido posible para gran parte de la
población, aunque no por eso han logrado satisfacer sus necesidades básicas
de buena forma. Como referencia adicional, tomemos en cuanta que el sueldo
mínimo legal en Chile es de $125.000 (unos 300US$), cifra poco decorosa, ante
lo cual la iglesia se ha manifestado, señalando que con el nivel de acumulación
que existe en Chile, el “sueldo ético” para llevar una vida digna debiera ser al
menos de $250.000, llevando a la discusión pública nuevamente el tema de la
distribución. Esto luego de dos gobiernos socialistas.
Claramente, el Partido Socialista de Chile no ha sido capaz de plasmar
sus principios “reformadores” de la democracia liberal para “darles un sentido
más humano”, no ha llevado a cabo un plan de “transformación de la
sociedad”, sino más bien ha continuado la línea de los gobiernos liberales de las
últimas décadas, perdiendo respaldo popular y credibilidad tras numerosos
episodios de corrupción (al igual como ocurrió con el PSOE español en la
década de los noventa), y algunos rasgos autoritarios en sus políticas respecto
de las minorías étnicas y políticas del país (contando ya con dos sanciones de la
ONU por los derechos indígenas). Esta situación no pasa desapercibida al
interior de una colectividad que luego de su proceso de renovación se
encuentra en un permanente proceso de transformación política e ideológica,
buscando interpretar la realidad de una sociedad tan compleja como la chilena.
El gobierno de Michelle Bachelet, continuador de la labor de Ricardo
Lagos, se vio afectado por una notoria baja de respaldo popular, cuya cifra
llegó al 61% al terminar el gobierno de Lagos y en menos de dos años ha bajos
a cifras tan bajas como el 38% (similar a la cifra de Allende cuando asumió el
poder, y que no fue suficiente como para tener un “poder real” fundamentado
en el apoyo popular). Nace nuevamente un periodo de autocrítica, que se
esfuma al llegar la crisis financiera mundial, desde donde la gestión económica
"contracíclica" del gobierno sale bien parada, alcanzando un respaldo popular
que rozaría el 80% al término de su mandato, cifra que no fue endosable al
candidato oficialista y ex-presidente, Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
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En un documento del partido de noviembre del 2007 se dice: “El modelo
económico y el sistema político han construido una muralla que separa a los
chilenos con peligrosas exclusiones, resentimientos, desesperanzas y protestas.
La democracia, conquistada con tantos sacrificios, no ha servido para ampliar
los espacios de representación y participación de todas las fuerzas políticas ni
tampoco ha servido para que la sociedad civil se exprese orgánicamente, se ha
convertido en suma en una democracia restringida”. Se señala además: “El
accionar del PS debe modificarse. Debe salir de su ensimismamiento en la calle
Paris y volcarse a apoyar las luchas de los trabajadores, los pequeños
empresarios y atender las demandas ciudadanas de medioambientalistas,
consumidores, estudiantes, jubilados, exonerados y pueblos originarios. Es en
el trabajo con las organizaciones sociales donde está el sentido permanente del
Partido”.
Conclusiones
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internacional. La importancia de la democracia como sistema político es un paso
fundamental para la gobernabilidad y la paz social que el país no tuvo en la
década de los setenta. Por otro lado, el alejamiento del leninismo fue casi un
imperativo de supervivencia política luego de una dictadura militar, en una
sociedad como la chilena, no armada y con una tradición electoral fuerte. Se
puede apreciar a una colectividad dúctil ante las contingencias de la sociedad,
en contraste con la rigidez dogmática del marxismo clásico de los setenta, en
una actitud autocrítica que no pasa desapercibida ante la sociedad en su
conjunto.
La reformulación de los conceptos de revolución y de la interpretación de
los postulados de Karl Marx es sin duda un elemento clave para re-construir la
identidad del partido, que paradójicamente muestra entre sus íconos a Salvador
Allende, partidario de políticas criticadas y alejadas del proyecto político del
socialismo renovado. Se puede apreciar una colectividad en la búsqueda de un
norte político claro, entre las tendencias liberales y la propia historia del Partido
Socialista de Chile, ante lo cual existen diversas posturas e interpretaciones.
No deja de ser sorprendente el postulado de Arrate de “la justa
desigualdad”, alejado en lo absoluto de la historia del socialismo en cuanto a la
aspiración de la igualdad social. Queda en evidencia la incapacidad (o la falta
de voluntad política) del PSCH para “reformar” el modelo chileno de forma
profunda y significativa a partir de dos gobiernos en plena consolidación de la
democracia chilena. Al parecer ha sido más fuerte la política del consenso y el
continuismo en una economía periférica, dependiente y con aspiraciones de
desarrollo poco ambiciosas.
En el actual periodo, se puede apreciar el nacimiento de una nueva
autocrítica desde las juventudes del partido, quienes han percibido de manera
correcta el “divorcio” con el pueblo o con las clases más desfavorecidas. Queda
la incógnita entonces de cual será el nuevo giro del Socialismo chileno ante un
momento político complejo para una colectividad con sus postulados, por lo
menos en la búsqueda de su responsabilidad para realizar “cambios profundos
en la sociedad”.
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Un elemento interesante de analizar es la inclusión del socialismo en la
burguesía en la frase: “el socialismo recoge las conquistas políticas de la
burguesía para darles plenitud de sentido humano”, mostrando que ésta ya no
es una colectividad proletaria, sino que ha ascendido en la escala social, y que
por lo tanto defiende en gran parte sus intereses antes que los de toda la
sociedad. Reflexión para el pueblo, pero sin el pueblo.
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Bibliografía
Marcuse, Herbert; "El fin de la Utopía", siglo veintiuno, Buenos Aires 1969.
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Partido Socialista de Chile, documentos internos. Varios firmantes. El
partido socialista como fuerza popular [en línea] disponible en:
http://www.pschile.cl/upload/documentos/32832DOCUMENTO%20NUEVO%20
SOCIALISMO%20AL%20CONGRESO.doc.
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