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PSICOLOGIA
PARA CASOS DE DESASTRE

Mario Campuzano
José Antonio Carrillo
Isabel Díaz Portillo
Rosa Döring
Marco Antonio Dupont
Laura Islas Mendizábal
Adela Jinich de Wasongarz
Carmen Pardo de Araujo
Alberto Siniego
Juan Tubert
Primera edición: octubre de 1987
Tiraje: 2,000 ejemplares
© Copyright 1987 por
EDITORIAL PAX MEXICO, LIBRERIA CARLOS CESARMAN. S.A.
Av. Cuahutémoc 1430
México, D.F., 03310
ISBN 968-860-325-2
Contenido

Prológo 9

Primera Parte: Crónica


Capítulo I:
Crónica de mis experiencias después del sismo (grupos 19
amplios y pequeños)

Segunda Parte: Teoría


Capítulo II:
Breve interludio teórico. Los desastres naturales y sus 45
repercusiones psicológicas

Tercera Parte: Intervenciones terapéuticas


Capítulo III:
El sismo: repercusiones psicológicas. Un modelo terapéutico 71

Capítulo IV:
El psicoanalista ante la catástrofe 97

Capítulo V:
Una experiencia: terapia orientada a la crisis en una escuela
activa 113
Cuarta Parte: Capacitación y formación
Capítulo VI:
Una experiencia multiplicadora en salud mental en
el área de la educación (intervenciones grupales en
situaciones de crisis para grupos de niños) 131

Capítulo VII:
Una técnica de capacitación para promotoras de
salud mental en situación de crisis 151

Capítulo VIII:
Lo que el sismo reveló. Reseña y comentarios de un
seminario de formación de emergencia 175

Quinta Parte: Apéndices


Apéndice 1:
Anecdotario de los sismos de septiembre del „85,
capacitación de voluntarias como promotoras de salud
mental en situaciones de crisis mediante técnicas 203
grupales

Apéndice 2
Enlace entre los grupos de voluntarias promotoras
de salud mental, los albergues y la directiva
encargada para esta acción específica de la 219
Asociación Psicoanalítica Mexicana, A.C.

Apéndice 3:
Materiales útiles para la información general de la
población en caso de terremotos 225
Prólogo

Hubo un primer momento en que todos nos


sentimos inútiles.
Mario Campuzano

Todo se derrumbó, dentro de mi, dentro de mí decía la canción de mo-


da y los niños de la escuela de la zona más devastada por el terremoto
al no poder articular su angustia quisieron cantarla a coro dentro del
salón de clases. La necesidad de hablar, de contar lo que les había pa-
sado, de descorchar su propio terremoto, de hacer su duelo, de vaciar-
se de escombros y cenizas la comprendieron los psicoanalistas al visitar
escuelas céntricas y campamentos de damnificados. Los niños que
andaban sueltos por allí, estaban urgidos de que alguien los escuchara.
Adela Jinich de Wasongarz y Alberto Siniego nos dicen: “Nuestra im-
presión diagnóstica es que se trataba de niños profundamente caren-
ciados desde antes, quizá el sismo lo que hizo fue poner abiertamente
de manifiesto tales carencias: alimento, atención, limpieza y un evi-
dente deterioro emocional y para el aprendizaje. Pese a la pérdida de
intimidad de la familia y a la conmoción del contexto social, las escue-
las, los amigos, el barrio, los papeles, la identidad, etcétera y pese tam-
bién a los peligros del momento: conatos de violencia, hurtos, peleas e
incluso violaciones (las cuales siempre han formado parte de su vida
cotidiana), para muchos el campamento es quizá una posibilidad de
cambio. El lugar sin embargo, ofrecía cierta posibilidad de recuperar
una identidad y una pertenencia, en ese momento cuestionadas”.
El que quiera ser escuchado, niño o adulto, necesita un oyente y
oyente óptimo es el psicoanalista. Pero en el caso de los dos sismos del
19 y del 20 de septiembre de 1985, también los médicos necesitaron ser
oídos. Este libro nos hace asomarnos a un trauma colectivo. Después de
la conmoción inicial, Marco Antonio Dupont encontró en diversos

9
campamentos y albergues, en las zonas sembradas no sólo de ruinas
sino de personas desamparadas, la necesidad, después la conmoción
inicial de “evacuar de la mente los montantes emocionales
abrumadores”. J.A Carrillo plantea que el “sismo, como dispositivo
analizador específico, develó-reveló las contradicciones del rol de la
identidad socioprofesional del psicólogo dentro del sistema de roles
de los trabajadores de la salud mental”. Es decir, los psicólogos
también tuvieron sus sismo, palparon sus limitaciones, se preguntaron
cómo servir, se cuestionaron hasta el punto de llamarse a sí mismos
“damnificados profesionales” y recordar que la psicología con su
identidad poco definida, se ha desarrollado entre la física, la fisiología
y las ciencias sociales. Sintieron que no contaban con los
instrumentos suficientes para enfrentarse a esta realidad pavorosa.
Las demandas los rebasaron: controlar ansiedades, impulsos, locura;
dar tratamientos psicológicos, tranquilizar a la gente y actuar como
mediador y negociador en los campamentos y en los albergues resultó
una tarea abrumadora sobre todo porque tenían que enfrentarse a su
propio terror, debatirse con su propia ansiedad: “no poder hacer nada
y querer hacerlo todo”. ¿Y su rol? “Entre todólogo y nadálogo
¿dónde quedó el psicólogo?”
Total los psicólogos no son dioses y así lo confiesan. Ninguna
omnipotencia en uno solo de los trabajos que configuran: “Tras el
sismo: intervenciones psicoterapéuticas y formativas”. Se trataba
de un libro humilde. Mario Campuzano, José Antonio Carrillo,
Isabel Díaz Portillo, Rosa Döring, Marco Antonio Dupont, Laura
Islas de Mendizábal, Adela Jinich de Wasongarz, Carmen Pardo de
Araujo, Alberto Siniego y Juan Tubert, ninguno quiere dar cátedra,
ninguno se sitúa olímpicamente en el sillón de psicoanalistas y se
dispone a oír. Al contrario ellos son los que hablan, y hablan como
nosotros, los damnificados del alma, y el suyo es el relato de su
impotencia y de sus titubeos. En el principio fue el caos y ellos son
parte del caos. Convencen porque confiesan no tener armas para
casos semejantes, no saber qué hacer, tardar en decidirse a actuar.
Este libro “Tras el sismo” es la autocrítica de un grupo de
psicoanalistas; toma de conciencia de que su reacción ante el sismo
no fue mejor que la de los demás, y es la lección que de ello puede
desprenderse para el futuro. En su diario, la doctora Rosa Döring
escribe el 28 de septiembre: “Trabajé con José Luis González y
Jorge Margolis en un grupo que vino respondiendo a la oferta de
AMPAG. Había unas dieciocho personas, la mayoría llegaron
acompañadas de alguien, casi paralizadas. Eran sobre todo
psicólogas que venían a hablar del sentimiento de culpa que tenían,
pues siendo jefas de personal, orientadoras de diferentes escuelas, et-
cétera, se habían declarado enfermas y ni siquiera habían sido capaces

10
de llegar a su lugar de trabajo. Venían a hablarnos de sus carencias, de
la falta de instrumentos psicológicos para atender una situación pa-
recida, hablaban de su propio miedo, de sus pesadillas, de su impoten-
cia, de su falta de conocimientos, del pánico a enloquecer... fue una
sesión de cuatro horas”.
Isabel Díaz Portillo, que escribe bien porque piensa bien, cuestiona
hasta las medidas de protección dictadas en caso de temblor: ponerse
bajo el quicio de una puerta y resguardarnos en ella, no bajar jamás
corriendo por una escalera ni tomar un elevador. (La mayoría de las
700 costureras que murieron aplastadas fueron las que se precipitaron
por el cubo de la escalera buscando una salida). Isabel Díaz Portillo
dice con mucha razón: „„Las medidas que han sido transmitidas a la
población en casos de desastre son útiles en cuanto a aumentar las
posibilidades de sobrevivencia: alejarse de cristales que puedan
romperse; de libreros... objetos pesados y armarios que pueden caer y
aplastar a quien está cerca de ellos; salir con rapidez, pero sin correr,
para evitar caídas; cerrar las llaves del gas y agua para evitar
explosiones e inundaciones; refugiarse bajo trabes o escritorios
metálicos; evitar la cercanía de cables conductores de electricidad;
tener a la mano linternas y botiquines, etcétera. Pero su efecto
tranquilizador va más allá de lo explícito. Para la necesidad
inconsciente de seguridad y control, ofrecen un precioso alimento: la
fantasía de que el seguir rigurosamente las reglas, tiene forzosa y
necesariamente recompensa. Y sin embargo, hubo quien se salvó,
precisamente porque salió corriendo, saltando por entre los escalones
semidestrozados de un edificio que se derrumbó a sus espaldas; y
quien saltó a través de la ventana de un primer piso hacia un montón
de basura que le permitió llegar indemne al suelo. También es cierto
que hay personas que mueren por arrojarse impremeditadamente por
las ventanas, mientras otros, que toleran mejor la angustia y son
capaces, por lo tanto, de valorar realistamente la situación, escapan
indemnes o con pocas lesiones. Lo anterior implica que, en verdad, no
existen reglas infalibles. La capacidad de improvisación, pudiéramos
decir la creatividad, aun en situación de peligro, es la mejor
protección con la que cuenta el ser humano. Implica un contacto
amplio con la realidad, con las experiencias previas del individuo y
con todas sus capacidades y recursos innatos”.
Todo se ha derrumbado, todo debe volverse a plantear, no hay me-
jor medida de protección que la propia inventiva, la presencia del espí-
ritu. Las reglas no importan, la metodología es inoperante, los psicoa-
nalistas se encuentran prácticamente inermes frente al desastre y nos lo
dicen. El doctor Juan Tubert Oklander sintetiza en una frase de hu-
mildad franciscana la igualdad de condiciones de médicos y pacientes

11
ante la catástrofe: “...nos enfrentábamos a la necesidad de convivir
con la angustia perdurable de habernos visto brutalmente confronta-
dos con nuestra propia irremediable fragilidad” y explica el porqué de
su actitud defensiva.
Frente al desastre, la emoción predominante es la de la increduli-
dad. La misma doctora Rosa Döring dice que su primera reacción al
escuchar las noticias por radio es pensar: “No es verdad, es un concur-
so de ver qué locutor dice cosas más espantosas”. Muchos de los habi-
tantes de las colonias alejadas del centro no se dan cuenta de nada sino
hasta en la tarde; por una parte, es cierto que la comunicación es
deficiente, pero por otra también es verdadero el deseo de no
enterarse. Cuando la realidad es intolerable, fácil es evadirla como
Scarlett O‟Hara, la heroína de Lo que el viento se llevó, que decía
frente a cada problema: 1 ’ll think about it tomorrow. La primera
reacción de los psicólogos es defensiva; protegen ante todo su vida
privada, la organizan de tal modo que en ella no irrumpan las
emociones que tienen que manejar y encauzar en su consultorio; sin
embargo, en el terremoto la realidad los avasalla; la catástrofe penetra
en su funcionamiento mental y los sacude. Nunca a lo largo de su vida
han tenido que hacer frente a sufrimiento físico y mental de esa
brutalidad.
Si la primera reacción de Rosa Döring es de estupor, la segunda es
llamar por teléfono a Dupont para preguntarle: “¿Qué sabes? ¿Qué
has oído y sobre todo ¿qué podemos hacer?. La tercera es darse cuenta
del desquiciamiento; la búsqueda desesperante de un médico, la falta
de agua o de luz en los consultorios, la ciudad sin recursos. La cuarta;
es la constatación de la solidaridad de los habitantes: “Esa noche en la
Cruz Roja vimos muchos voluntarios ayudando, niños hasta de once
años que acarreaban hielo o agua, acomodaban y clasificaban ropa,
era realmente extraordinario el movimiento y el compañerismo en
todos lados. Yo estaba atónita pues hacía mucho tiempo que no tenía
la impresión de que el Distrito Federal estuviera realmente habitado
por humanos”. La quinta, es la decisión de trabajar. “Por fin, cerca de
medio día, en la casa de Colonos de Tlalpan nos hacen una ficha de
identificación, nos prometen trabajo y nos forman en una cola que es
de una brigada que sale en seguida para Tlatelolco. El miedo que sentí
en ese momento, la gran angustia y responsabilidad, me hicieron
decirle a la encargada: “No quiero trabajar enseguida, regresaré des-
pués, tengo que prevenir a mi familia”...“Me tomó prácticamente dos
horas hacerme a la idea de que voy a hacer algo que desconozco, que
podría ser peligroso, pero que además lo tengo que hacer. No puedo
permanecer en la casa, donde me siento aislada; necesito cooperar de
alguna manera. Regreso a Tlalpan y me dicen: Fórmate en la cola, sa-

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les con la próxima brigada para un albergue en Peralvillo”. Otra vez
como la noche anterior, veo solidaridad y compañerismo. Todos nos
tuteamos, estamos asustados y necesitamos este calor humano que se
produce al compartir la angustia y el miedo”.
Que esto nos lo diga una médica, en ese tono familiar y cálido sin
la menor actitud de superioridad resulta bien reconfortante. Nada de
términos clínicos, Rosa Döring habla como un ser humano dolido, no
teoriza. Sus colegas podrán reprochárselo, sus lectores se lo
agradecemos. También se lo agradecemos a los demás psicoanalistas
que no abundan en el yo ni en el superyo. Al contrario, el libro Tras el
sismo es accesible; el sismo también humaniza el lenguaje, hace tabla
rasa de pretensiones, los investigadores usan los términos que
usamos, describen lo que también nosotros podemos ver, la escuela
Primaria Simón Bolívar en 5 de Febrero y Fray Servando Teresa de
Mier, pintada de verde oscuro, deteriorada y sucia, el patio de juego
sin un solo adorno, los edificios en torno derrumbados, el tráfico
intenso, el ruido imposible. Jinich y Siniego se conduelen “del
esfuerzo cotidiano que deben hacer maestros y alumnos para enseñar
y aprender en semejante contexto ecológico”.
De que este grupo de psicoanalistas permaneció muy cercano al te-
rremoto y muy lúcido en cuanto al análisis del fenómeno, lo muestra
claramente el doctor Mario Campuzano:
“En el caso de los sismos de septiembre en México la población
sobreviviente dentro de las zonas de desastre, y la inmediata cercana,
reaccionó con prontitud en forma solidaria. Ante el vacío de liderazgo
oficial, gubernamental, la población civil se organizó
espontáneamente para realizar las labores necesarias de ayuda de todo
tipo. Se generó así una “idea líder” alrededor de la cual toda la
población se agrupó: hay que salvar vidas, hay que rescatar a los
atrapados por los derrumbes del sismo”. Esta motivación permitió la
organización espontánea de la sociedad civil y fue oficializada más
tarde por el Estado, en un intento de recuperar el liderazgo formal y
operativo”.
“La dinámica social en esta situación se caracterizó por una expan-
sión de la sociedad civil y una redefinición de sus espacios en relación
con la sociedad política. Momento de activismo de la población civil
en que el Estado, con su lenta burocracia, se quedó muy atrás. Mo-
mento psicológico caracterizado por la disociación, como mecanismo
de defensa necesario para poder concentrarse en las urgencias inme-
diatas relacionadas con el rescate; disociación que esencialmente im-
plica que lo propio se pospone (ansiedades traumáticas, duelos) dada
la urgencia del otro, atrapado y en riesgo de morir si el rescate no llega

13
con rapidez. El tiempo fue aquí factor crítico. Se empezó a preguntar:
¿cuánto tiempo puede vivir un ser humano sin ingerir agua ni
alimentos?, ¿cuánto tiempo haya para el rescate posible?... Por esta
razón, a la disociación solían agregarse mecanismos de defensa
maniacos. Así, frente a la magnitud del desastre, se evitaba la
impotencia utilizando la omnipotencia maníaca de trabajar y trabajar,
casi sin descanso y a veces casi sin implementos materiales
(herramientas manuales, maquinaria pesada para remover enormes
cantidades de material de construcción, grandes placas y trabes de
concreto) eludiendo el contacto, mediante estos mecanismos, con una
realidad psíquica profundamente depresiva y traumática, con un
“mundo interno” lleno de sentimientos de temor, aflicción y pérdida,
concentrándose en cambio, en la exterioridad abrumadora a la cual se
enfrentaba en forma desafiante a pesar de la disparidad de
condiciones”.
No hay mayor desastre que el psicológico porque es prácticamente
incomunicable; una casa tarde o temprano se reconstruye o sobre el
predio devastado se siembra un jardín, pero ¿qué jardín se levanta
sobre la destrucción psicológica de un hombre? Todavía hoy, después
de 42 años vemos las consecuencias de la bomba de Hiroshima (6 de
agosto de 1945). Los que sobrevivieron simplemente permanecieron
como ejemplos del potencial mortífero de la explosión de la bomba
atómica, la energía nuclear dirigida en contra de la vida humana. Los
mexicanos que sufrieron el terremoto ¿se han recuperado? ¿La suerte
de los damnificados de siempre, que de golpe surgieron de las grietas,
Mario Campuzano, Marco Antonio Dupont, J.A. Carrillo, Isabel Díaz
Portillo, Rosa Döring, Islas de Mendizábal, Adela Jinich de Wason-
garz, Pardo de Araujo, Alberto Siniego y Juan Tubert pueden tener la
certeza de que sus “cadenas” de rescate psicológico hicieron mucho
por la salud mental y social; mientras en las cadenas los brigadistas
iban pasándose de mano en mano las cubetas y las cacerolas llenas de
escombros, en un esfuerzo desesperado por salvar una vida, los psi-
coanalistas ponían en claro los sentimientos de regresión, las
identificaciones heroicas y omnipotentes, las sensasiones de
impotencia e inutilidad, la sobre-exigencia, la “culpa” del
sobreviviente.
Isabel Díaz Portillo dice modestamente, al final de su excelente tra-
bajo, que espera que el acopio de experiencias le permita enfrentar
con menos improvisación y mayor conocimiento los requerimientos
de atención masiva a poblaciones afectadas por catástrofes colectivas,
pero su sesión terapéutica con brigadistas es ejemplar. Resulta que el
brigadista se quejaba de opresión precordial, no podía deglutir y se le
dificultaba respirar. “Este hombre perspicaz y sensible, sabía que lo
que necesitaba era llorar, pero no podía hacerlo. Habitante de uno de los

14
barrios más dañados de la ciudad, salió directamente de su casa a
rescatar de entre los escombros a sus vecinos menos afortunados.
Sintió temor y asco al ver los cuerpos destrozados pero se sobrepuso y
trabajó sin descanso durante diez horas. Cuando descendió a tomar
alimentos cayó ante los escombros, de donde fue levantado por
familiares que también ayudaban al rescate. Durante este relato eran
evidentes tanto su tristeza como su control. Le pedí que me
describiera lo más detalladamente posible, lo que había sucedido
desde que empezó a temblar. Así lo hizo, deteniéndose un instante,
cuando describía la forma en que penetró a tráves de una ventana del
edificio. Le pregunté entonces qué había sido lo primero que vió por
la ventana; contestó entre sollozos “cabezas desprendidas y muchas
piernas, como treinta y cinco piernas sueltas”. Él pudo reconstruir el
momento más dramático e impactante de toda la situación”.
Definitivamente ayudan las palabras de la doctora Díaz Portillo y
con ellas podrían sintetizarse los trabajos y los días de este grupo de
psicoanalistas en favor de los lesionados por el sismo.
“El foco único de la terapia es aliviar el sufrimiento a través de la
liberación de las emociones retenidas, (catarsis); y su elaboración a
través de la comprensión de las causas que las provocaron. La
resignificación de las culpas y temores injustificados; y la
construcción de planes realistas de acuerdo con las circunstancias
externas y los recursos genuinos de la persona, para reparar los
posibles daños existentes a la imagen corporal, el sentimiento de la
identidad, la autoestima y el sentimiento de identificación y
reciprocidad con sus congéneres, librándose así de los sentimientos de
soledad, desamparo y devaluación existentes”.
Elena Poniatowska

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Primera parte

CRÓNICA
Capítulo I

Crónica de mis experiencias


después del sismo (grupos
amplios y pequeños)
Rosa Döring

1. Introducción
En la siguiente crónica, realizada en los días posteriores al terremoto
que asolara la ciudad de México, en septiembre de 1985, la autora
hace algunas reflexiones personales y narra a su vez, la manera como
fue integrándose al trabajo comunitario, donde se le conoció como
Rosa la voluntaria. Más adelante, describe sus experiencias como
terapeuta, en intervenciones más especializadas que desembocaron en
la preparación de un amplio grupo de Promotores de salud mental, al
que entrenó durante cuatro meses.
Las intervenciones que se describen fueron realizadas en un
albergue ubicado en la colonia Peralvillo; un hospital de Petróleos
Mexicanos y con tres grupos diversos: médicos sobrevivientes, de dos
hospitales derrumbados por el sismo; un grupo de voluntarios, y un
grupo de brigadistas que cayeron en crisis.

2. El temblor
Jueves 19 de septiembre. Por la mañana, al salir de casa me doy
cuenta que está temblando y continúo mis actividades segura de que
sólo se trata de un temblor más... Al bajar a la ciudad- vivo en el
Ajusco 1 - escucho las noticias por la radio, dicen que el temblor fue
grave: hubo derrumbes, incendios y evacuaciones. “No es verdad
-pienso-, es un concurso para ver quién dice cosas más espantosas. No
lo creo”.
A la hora de la comida, todos reunidos, intercambiamos noticias y
me doy cuenta de la verdadera situación.

1 En los suburbios de la ciudad, en el cerro del Ajusco.


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Tengo toda la tarde ocupada en el consultorio pero asisto
inútilmente: tres pacientes cancelaron, otros tres vinieron a consulta y
los demás no dieron señales de vida.
A cada momento me angustio más y llamo a Marco Antonio
Dupont para preguntarle ¿qué sabe? ¿Qué ha oído? Y sobre todo ¿qué
podemos hacer? Quiero hacer algo -le digo-, pero no sé qué. Él me di-
ce: “Creo que es el momento de esperar, quizá después podamos
ayudar”.
Viernes 20 de septiembre. Mi hijo pequeño tiene un enorme
absceso arriba de un diente y trato de conseguir un dentista para que lo
atienda... La búsqueda fue desesperante; la mitad de los odontólogos
no trabajaron; otros no tenían luz, agua o teléfono. Me doy cuenta que
la ciudad no tiene recursos, todo es confusión...
Esa tarde, en mi barrio, se hace una colecta de comida y ropa y
yo decido entregar una parte de lo reunido en la Cruz Roja. Me
acompañan mis dos hijas. Nos encontramos en la puerta del
consultorio a las 7:15 p.m. y allí nos sorprende el segundo temblor...
El coche está repleto de cosas: comida perecedera; ropa;
medicamentos. Dudamos qué hacer... “ahora más que nunca hay que
meter las manos”. Hicimos un recorrido de seis horas por la ciudad.
Había mucha gente en las calles, sobre todo cerca de Ciudad
Universitaria. Allí, mi hija de 17 años, se puso de acuerdo con los
guardias para ir a remover escombros, al día siguiente. Más tarde
fuimos a la Clínica 8 del Seguro Social a ofrecer ayuda pero ya tenían
suficiente personal.
Vimos mucha gente angustiada que había salido de su casa
después del segundo temblor y trataba de instalarse quizá en las casas
de sus parientes. Esa noche, en la Cruz Roja, vimos muchos
voluntarios ayudando, niños como de once años que acarreaban hielo,
agua; acomodaban y clasificaban ropa. Era extraordinario el
movimiento y el compañerismo que había en todos lados. Yo estaba
atónita, pues hacía mucho tiempo que no tenía la impresión de que el
Distrito Federal estuviera habitado realmente por humanos.
Volvemos a la casa en la madrugada y tengo sentimientos
encontrados: por una parte estoy fascinada por la respuesta de los
citadinos y por la otra, tengo mucho miedo y admito que las cosas
están graves y que van a seguir peor por largos meses...
Sábado 21 de septiembre. Junto con Daniela González H. hice un
recorrido por el sur de la ciudad, para ofrecer nuestros servicios. Por
fin, al mediodía, en la casa de Colonos de Tlalpan nos hicieron una
ficha de identificación, nos prometieron trabajo y nos formaron con
una brigada que salía enseguida para Tlatelolco. El miedo que sentí

20
en ese momento, la gran angustia y responsabilidad, me hicieron de-
cirle a la encargada: “No quiero trabajar enseguida, regresaré
después, tengo que prevenir a mi familia...”
Me tomó cerca de dos horas hacerme a la idea de que voy a hacer
algo que desconozco, que podría ser peligroso, pero que además tengo
que hacerlo. No puedo permanecer en la casa, donde me siento aisla-
da; necesito cooperar de alguna manera... Regreso a Tlalpan y me di-
cen: “Fórmate en la cola, sales con la próxima brigada para un alber-
gue en Peralvillo”. Otra vez, como la noche anterior, veo solidaridad y
compañerismo. Todos nos tuteamos, estamos asustados y necesita-
mos este calor humano que se produce al compartir la angustia y el
miedo...
3. Albergue en Peralvillo
En una camioneta con insignias de la Cruz Roja, cruzamos la ciu-
dad. Pasamos sobre Tlatelolco, veo los primeros derrumbes,
cruzamos el Eje Central, veo las calles levantadas; en las banquetas
hay personas instaladas en el exterior de sus pequeñas viviendas, con
unos pocos enseres a la intemperie, niños espantados, señoras que
lloran, hombres que acarrean cubetas para todos lados... Por fin,
llegamos al albergue donde yo, como Rosa la voluntaria, me encargo,
junto con Dolores Chamorro (una chilena que conocí allí) de un
dormitorio con unas cincuenta personas: digamos 22 adultos y 28
niños.
Dolores y yo, casi sin ponernos de acuerdo, nos dedicamos en
primera instancia, a racionar pañales y papel sanitario, explicamos
dónde está el baño y organizamos la distribución del espacio.
Los damnificados habían llevado colchones y algunas cobijas.
Eran personas que habían pasado dos noches a la intemperie. Entre
ellos había tres bebés, enfermos de los bronquios. Estaba instalado
el Servicio Médico, había muchas enfermeras y una cola para
entrar a consulta. Todos estaban ansiosos, algunos, muy deprimidos
durmieron desde las cuatro de la tarde. Dolores permanecía cerca de
la puerta para recibir instrucciones y yo más al fondo de la
habitación. Sin pensarlo dije: “¡Vamos a jugar a la rueda!” Empecé
a aplaudir, algunos se aproximaron. ¿Cuál es ese juego de la rueda?
Pues nos sentamos, estamos en rueda, nos vemos las caras,
decimos nuestros nombres, cómo nos sentimos, qué nos
preocupa, qué nos da miedo y qué necesitamos... Esta rueda duró
80 minutos y tal vez unas 22 personas, participaron; algunas
entraban y salían... Como a las 6 de la tarde algunos se rehusaron
a tomar el baño porque el agua estaba fría. Explicamos que
no era justo que unas personas se bañaran y otras no, puesto que

21
iban a convivir juntos muchos días, debían respetar la necesidad del
grupo, más que la individual. Curiosamente había mucha ropa euro-
pea: vestidos escoceses, holandeses que habían llegado de una colonia
de la clase alta mexicana. La gente elegía su ropa nueva y de ahí pasa-
ba directamente a la regadera. Conseguimos con esfuerzo que todos se
bañaran.
Cuando llegó la hora de la cena -como el albergue estaba en una es-
cuela, había mesitas y sillitas. Se improvisó una especie de
restaurante. Teníamos un solo foco en el gran cuarto y ahí, bajo la luz,
se sirvió la cena en dos turnos: primero los niños y luego los mayores.
Por fin distribuimos la comida y tuvimos mucha vigilancia para
que no se llevaran alimentos bajo sus ropas, explicamos de los riesgos
de las hormigas y las cucarachas y les pedimos que tuvieran
confianza, pues había comida para muchos días, por lo que insistimos
que no la guardaran y tomaran sólo lo necesario.
Después de la cena se inquietaron, preguntaban si habría más
temblores; si era cierto que venía el peor; si podrían salir a sus
trabajos, si sus parientes los iban a encontrar, etc.
Más tarde ayudamos en la distribución y almacenamiento de la
comida. Atendimos a los brigadistas que venían por las cosas que nos
sobraban y que a ellos les faltaban. Como a las 11 de la noche, decidi-
mos retirarnos pues otras personas nos iban a reemplazar. Antes de'
irnos, explicamos al encargado del albergue de lo útil que sería dar a
coser la ropa a las señoras que no hacían nada, así como conseguir
pintura y brochas para cuatro hombres, que voluntariamente se
ofrecieran para pintar los muros del albergue.
Volvimos en un camión de la Cruz Roja, pasamos por barrios
obscuros, donde parecía que había caído una bomba. Yo me sentía
absurdamente protegida por la Cruz Roja, no obstante que
atravesamos lugares que ahora lo pienso eran muy peligrosos.
Esa noche, mientras trataba de dormir pensé que mi actuación ha-
bía tenido algo que ver con terapia breve de emergencia; con medidas
de higiene y con terapia ocupacional. Después comprendí algo que
había sido importante: la lucha que hicimos contra la formalidad y el
anonimato (al jugar a la rueda y pedir que dijeran su nombre). En
otros albergues, en cambio, y sobre los que tuve conocimiento
posteriormente, las personas que llevaban varias semanas de
convivencia no sabían entre sí sus nombres y seguían refiriéndose a
ellos como “la señora a la que se le murieron sus dos hijos”; “el señor
que no encuentra a la esposa”; “la que estuvo enterrada”.
Domingo 22 de septiembre. Quería estar con la familia y necesitaba
algo especial, no sabía exactamente qué, algo que me pudiera recon-
fortar y me permitiera “tomar distancia”... Inventé un recurso que me

22
fue útil otros fines de la semana; la Verdoterapia, es decir, tomar la
carretera federal a Cuernavaca y recorrerla en el auto. La vida existía
todavía, y sobre todo tranquilizaba la naturaleza: cerros y montañas
inmóviles.
4. La colonia Roma
Para las siete de la noche, volví otra vez a sentir la necesidad de ha-
cer algo y me encontré a unos amigos que buscaban a sus parientes
que vivían en esta colonia y de los cuales no sabían el destino.
Hicimos una larga caminata y cuando pasaba por los campamentos
médicos que estaban en el centro de la calle y trataba de reconocer la
zona, me di cuenta que ya no existían las referencias habituales, casi
no se podían distinguir las calles. De alguna manera, todos habíamos
perdido parte de nuestra identidad. La ciudad ya no era la misma, no
se podían encontrar lugares conocidos; los edificios parecían
despistarnos.
Estuvimos en los escombros de la Plaza Río de Janeiro, en el
multi- familiar Benito Juárez. Hablamos con muchos soldados que, al
no estar en una acción represiva, tenían los rostros casi bondadosos,
que nunca antes les había visto. Después de una caminata por la zona,
donde todo era silencio, miedo y angustia, regresamos sin haber
encontrado la casa que buscábamos.
Lunes 23 de septiembre. Estoy en el consultorio casi todo el
tiempo, pienso que si alguien hace el enorme esfuerzo de asistir a su
sesión tengo que estar ahí, pero muchos pacientes se ausentan... Me
entra la angustia de los amigos que no he visto últimamente. ¿Qué les
pasó? ¿Qué están haciendo? ¿Cómo se sienten?, y aprovecho para
hablar telefónicamente con algunos.
Creo que escuché por la radio el mensaje que más me aterrorizó,
decía más o menos así: “Todos los que tengan que reclamar los
cadáveres de sus familiares pueden presentarse en las siguientes
direcciones: (indicaban cuatro sitios en diferentes puntos de la ciudad
y daban dos horas como máximo para reconocer a los muertos). El
locutor insistía: no hay bastante formol, no los podemos conservar,
hay peligro de una epidemia. Los que no sean identificados y
recogidos serán incinerados o sepultados en la fosa común”. Esta
noticia representa la angustia espantosa de todas las personas que
existían alrededor de cada uno de los muertos sepultados o cremados
sin identificación. Imaginé a las familias cuyos desaparecidos se
convertían ahora en fantasmas. ¿Volverá o desapareció
definitivamente? Muchos negarían la muerte e inventarían casos de
amnesia y los buscarían en los hospitales... Pensaba que esto era
mucho peor, que encontrar el cadáver y sepultarlo personalmente.

23
Miércoles 25 de septiembre. Como no había clases, mi hijo Aldo de
6 años me acompañó al mercado e invitó a los dos niños que habían
cargado las canastas para que vinieran a jugar a la casa. Los pequeños
pasaron el día entero en casa y cuando llegué a comer, vi que Aldo los
había bañado. ¡Habían conocido la regadera de agua caliente y les había
regalado ropa! Fue esta la manera como él se incluyó también en la
tarea de cooperar o acercarse a otros niños que poseían menos que él.

5. La Ampag2
Por suerte, esa semana la AMPAG había hecho ya una reunión de
emergencia donde se había formado una lista de terapeutas voluntarios,
que se ponían a disposición de la comunidad ofreciendo servicio
gratuito.
Sábado 28 de septiembre. Trabajé con José Luis González y Jorge
Margolis en un grupo que respondió al llamado de AMPAG. Había 18
personas, la mayoría llegaron casi paralizadas. Eran sobre todo psi-
cólogos que querían hablar de sus sentimientos de culpa, pues a pesar
de ser jefas de personal, orientadoras, etc., se habían declarado enfer-
mas y ni siquiera habían sido capaces de llegar a su lugar de trabajo.
Venían a hablarnos de sus carencias; de la falta de instrumentos psico-
lógicos para atender una situación parecida; hablaban de su propio
miedo; de sus pesadillas; de su impotencia; de su falta de
conocimientos; del pánico a enloquecer. Tuvimos con ellos una sesión
de cuatro horas.
A la hora de la comida tuvimos una entrevista con María Eugenia
Linares, de la UNICEFL nos proponía la formación de un grupo vo-
luntario de promotores de salud mental para trabajar en diferentes al-
bergues o campamentos y a quienes, en un corto plazo, deberíamos
preparar para coordinar a su vez grupos y supervisar su trabajo durante
cuatro meses.
Después llegaron actores de un teatro independiente quienes querían
usar técnicas de psicodrama en diferentes albergues. Tuvimos una larga
entrevista, les explicamos lo que podrían hacer.
Fue una jornada en la que otra vez me sentía terapeuta para funcio-
nar ante la emergencia y contenta porque la propuesta de la UNICEF se
podía programar y pensar de antemano; no como otros grupos, que tuve
que pensar a posteriori.

2 Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo,


A.C.
3 United Nations Children‟s Fund.

24
6. Hospital de Pemex en Atzcapotzalco
Viernes 4 de octubre. Tere Campuzano nos lleva a Alicia Ramos y a
mí al Hospital Pemex-Atzcapotzalco. Nos presentan y vamos a un
salón. Hay una mesa con micrófono y ante mí unas 70 personas todas
vestidas de blanco: el jefe de enseñanza médica, los R1, R2 y R3
enfermeras y trabajadoras sociales.
Jorge Angulo, quien es mi coterapeuta, y yo, pensamos que va a ser
casi imposible trabajar con un grupo tan grande. En fin todos a sus
sillas... no quiero saber nada del micrófono, ni de la mesota. Lo único
que se me ocurre es elegir a 16 personas que se presten para realizar una
experiencia de role-playing, en un pequeño grupo sobre el estrado y que
puede ser visto por los demás. Me descalzo, me siento en el suelo y les
explico que no van a hablar desde sí mismos, sino desde algún
personaje, es decir desde alguien que conozcan y que les haya
impactado con su relato en estos últimos días.
Empieza el simulacro de grupo y directamente les pregunto: ¿Cómo
les fue en el temblor? ¿Qué sintieron? ¿Qué hicieron? Todos los que
están atrás, en el público guardan silencio.
Escuchamos varios relatos: el de una secretaria que iba al trabajo; las
desviaciones que sufrió su autobús, todo lo que vio, el pánico que
sintió... hoy está llena de erupciones, tiene insomnio y una gastritis
espantosa.
Había una ama de casa que se fue a la provincia con sus padres aban-
donando aquí a sus dos hijos pequeños- porque sentía que se volvía
loca. Después volvió al Distrito Federal porque tampoco en la provincia
pudo estar en paz. Hubo otras descripciones de somatizaciones, algunos
habían perdido pelo y casi todos dijeron tener un insomnio ge-
neralizado, al estilo de neurosis traumática.
Uno de los médicos cercanos pregunta: “Yo que soy un recién naci-
do, ¿puedo hablar?” Cuenta de su corta vida, nació 48 horas antes del
temblor, apenas conoció a su madre y con el derrumbe permaneció bajo
los escombros tres días. Todavía fue rescatado con vida y metido en una
ambulancia en cuyo trayecto, antes de llegar al hospital, para darle
asistencia, murió.
Los relatos han sido muy emotivos, la gente está realmente metida
en la experiencia, muchos lloran (dentro del grupo y en el público).
De pronto un joven empieza a tocar fuertemente en una puerta ima-
ginaria diciendo: “Por favor, si están hablando del temblor, déjenme
entrar, déjenme entrar”. Lo invitamos a subir y comienza su relato:
estaba en el Hospital Juárez tomando clase de Nefrología, con un maes-
tro muy querido. Describe a las nueve personas que estaban cuando
empezó el temblor y nos cuenta cómo fue la sacudida, quiénes corrie-

25
ron primero, quiénes quedaron atrapados y el maestro que insistía:
“No se muevan, no va a pasar nada”. Él sabía, desde meses atrás, que
el edificio no era fuerte, tuvo pánico y muy pronto se vio atrapado
bajo los escombros por varias horas, en las cuales su maestro quedó
pegado a su cuerpo, los dos sin movimiento y se dio cuenta de que el
profesor había muerto pero no lo podía mover, ni quitárselo de
encima. Podía escuchar otras voces y reconocer a otras personas.
Varias horas después, el mismo jueves -ya fuera de los escombros-
había pasado tubos de oxígeno a las personas que estaban atrapadas
entre las varillas y losas pesadas. Les pasó oxígeno y permaneció
cerca de ahí por varias horas, para esperar su salida; pero ellos no
salieron con vida. Habló de la culpa que sintió; de su impotencia; de la
necesidad de ver a su familia; de su viaje a Puebla, para avisarles que
estaba vivo. Al día siguiente regresó a la ciudad de México, en la
terminal de camiones se da cuenta que no puede más y les habla a
unos amigos para que lo vengan a recoger, pues no se atreve a tomar
un taxi; ni se siente capaz de dar su dirección ni de moverse solo. (Yo
misma me pregunté si el joven está hablando de sí mismo o desde su
personaje.)
Para entonces, el tiempo límite para el ejercicio -y que no
podíamos rebasar- había terminado hacía 20 minutos...
Dimos por terminado el modelo de grupo y Jorge Angulo y yo em-
pezamos a explicar, brevemente la importancia de hablar y compartir
las emociones, la necesidad de poderlas nombrar y diferenciar, espe-
cialmente en estos días difíciles. Explicamos la fuerza que puede tener
un grupo y el mejor ejemplo fue que, alguien que estaba fuera de él, se
vio en la necesidad imperiosa de incluirse en el mismo que habíamos
formado. Dijimos que estábamos en un momento en que la formación
(psicólogos, psiquiatras o médicos) es lo menos importante, que si
pensábamos conjuntamente, tal vez podríamos ayudar a la población.
Hicimos referencia a las somatizaciones que se habían presentado en
el grupo del estrado y a la necesidad de tener cierto contacto físico en
estos días.
Jorge Angulo explica la necesidad que tiene el médico para
cubrirse con una coraza para no sentir, misma que ahora ya no es tan
efectiva cuando la angustia es tan fuerte, que ha invadido a todos,
médicos y enfermos. Dijimos que como el temblor fue vivido en
grupo, la mejor manera de elaborarlo era también en grupo.
Respondimos a las preguntas y cuando nos retiramos, se acercaron
varias personas para hablar de sus verdaderos síntomas actuales y
preguntar: ¿Qué pasaría y cómo lo iban a resolver? Si posteriormente
volverían a dormir, si no podrían enloquecer.

26
Ruth, la jefa de trabajo social, me llama cuatro días después,
diciendo que las personas con las que trabajamos deseaban otra nueva
intervención y que les había impresionado mucho el ejemplo de bulto
que habíamos hecho sobre los grupos; la psicoterapia, y la función del
psicólogo en estos momentos. Desgraciadamente, no pudimos tener un
segundo encuentro en este hospital.

7. Médicos supervivientes de los hospitales Juárez y General


Miércoles 9 de octubre. Jorge Margolis me telefoneó para decirme
que hay un trabajo extraordinario en Ciudad Universitaria. Yo debía
hablar con el doctor Salgado del Departamento de Salud Mental, en la
Facultad de Medicina, quien informa que tendrá una reunión con 190
médicos o casi médicos sobrevivientes del Hospital Juárez y del
General. Él necesita que AMPAG o algunas personas lo auxilien. Yo
me pongo a la búsqueda de otros coterapeutas y nadie puede
acompañarme; de cualquier forma decido asistir. El miércoles en la
noche sé que voy a trabajar con el doctor Salgado, la doctora
Saltzman y una trabajadora social chilena, Mónica Borquez. Me
explica el doctor Salgado que piensa dar una especie de clase en la
que hablará de la neurosis traumática y que después haremos
subgrupos para tratar de conseguir una catarsis de los muchachos. Yo
propongo que invirtamos el orden, que no tratemos de pensar, ni de
transmitir conocimientos mientras no hayamos dado un espacio para
que las personas hablen de su situación emocional. Él está de acuerdo.
Jueves 11 de octubre. Salgo temprano hacia el Instituto de
Biología. Estoy literalmente muerta de miedo; considero que ésta va a
ser una de las intervenciones más difíciles, tendré que trabajar con
tres personas que aún no conozco. Nos encontramos a las 10 de la
mañana y para mi sorpresa, efectivamente hay 190 personas que nos
están esperando en un hermoso lugar, junto al jardín botánico.
En completo silencio esperan algo de nosotros. Rápidamente los di-
vidimos en 4 subgrupos. Trabajo con un grupo de 40 personas. For-
mamos en el estrado un gran círculo todos en el piso, y empieza la se-
rie de narraciones parecidas a las otras que había escuchado: la tierra;
los escombros; la lucha contra el reloj; la bajada precipitada de escale-
ras que se venían abajo. Aparecen además, relatos de enormes fugas
de agua; tanques de oxígeno que hacían casi imposible la visibilidad;
gritos de los heridos y los enfermos que quedaban atrapados o que era
muy difícil reencontrar... Aunque ninguna de las personas que esta-
ban conmigo habían quedado atrapadas en los escombros -en el mo-

27
mentó del sismo habían salido a tomar algún alimento o estaban por
entrar al hospital-; hubo realmente relatos escalofriantes, donde todo
resultaba verdaderamente complicado y el nivel de frustración y la
impotencia para hacer algo efectivo fue muy impresionante. Una
joven doctora de 21 o 22 años, relata que fue trasladada a muchos
lugares y pasó tres días y dos noches sin dormir, y sin ir a su casa.
Sólo se reportaba telefónicamente a casa de sus parientes. Otro joven
médico dice que estuvo en el centro de la ciudad, al lado de una
guardería donde estaba enterrada una mujer y 40 niños atrapados. El
esperó 6 o 7 horas para dar ayuda a los que vinieran saliendo, pero
nadie salía y las voces eran cada vez más lejanas. Siete horas al lado
de una montaña de piedras, abajo 40 niños, y sin poder hacer nada. No
obstante que había cientos de personas tratando de ayudar, sólo se
oían gritos, cada vez menos y cada vez más lejos...
Después de dos horas de trabajo con este subgrupo se acabó el
limite y entraron al auditorio Diana, Mónica y Gilberto con los otros
tres subgrupos. Todo el mundo se sentó y Gilberto dio una plática con
diapositivas de gráficas hechas en Estados Unidos respecto a los
síntomas habituales de las personas que están en el área de desastres.
Hubo mucha participación del público y espontáneamente los cuatro
coordinadores, estuvimos dando las respuestas que nos parecían
pertinentes. Todo el tiempo aludíamos al tipo de trabajo que ellos
encontrarían; a las diferentes situaciones somáticas que pueden
aparecer en sus pacientes, ahora más que antes de origen psicológico.
Les pedimos que tomaran en cuenta lo que sucedió a cada paciente
con el temblor. También les explicamos la importancia de no recetar
medicamentos indiscriminadamente y no poner a los pacientes a dor-
mir, 3 no pensar y a no sentir, pues estos fármacos funcionan como
una bomba de tiempo. Cerca de las dos de la tarde, nos despedimos y
compartimos brevemente nuestras experiencias y recordamos al gru-
po que la próxima reunión tendría lugar a la mañana siguiente a las 10
en el mismo lugar.
Me enteré que a esta primera cita habían acudido con la creencia
de que pasaría lista y con la esperanza de que se decidiera su destino
en cuanto a dónde y cómo seguir su formación médica. Esto
realmente, para muchos, había sido una sorpresa, puesto que con esta
sesión no resolvieron sus problemas académicos. Yo pensé entonces
que el grupo se reduciría enormemente, a menos que hubiéramos
creado un gran interés por el trabajo psicológico.
Viernes 12 de Octubre. Llegué al mismo lugar y para mi sorpresa te-
níamos 140 personas que venían por segunda vez una a un grupo de
ventilación, de contención o a un grupo que, de alguna manera, sen-
tían que les había hecho bien.

28
Formamos cuatro subgrupos, y el que yo coordiné fue mucho más
emotivo que el día anterior; hubo mayor sinceridad y llanto, relatos
nuevos y una gran interrelación. Pero después de hablar de todas las
pérdidas, se pasó a una situación de evaluación individual: “Aparte de
lo que hemos perdido, ¿qué es lo que todavía nos queda?” ¿Qué
podemos hacer de ahora en adelante? A partir de este momento el tra-
bajo fue realmente positivo: trataron de haber evaluaciones y conside-
raciones respecto a su situación. ¿Cómo seguir la trayectoria para ser
médicos? ¿Cómo sálvar sus vidas o proteger a las futuras generaciones
de médicos? ¿Qué condiciones de seguridad pedirán de ahora en ade-
lante? Se planteaban, por ejemplo, si los hospitales funcionarían en el
caso de que no hubiera residentes o enfermeras que son los que real-
mente hacen un hospital.4
Se profundizaron las situaciones emotivas con la capacidad yoica de
cuestionar la autoridad y planear en forma realista, estando siempre
alertas a lo que hubiera sido una reacción paranoide al tratar de culpar a
alguien. Explicamos también, acerca de lo destructivo y lo desgastante
que resultaba el rumor y aconsejamos que no divulgaran información
que no fuera verificable o verdadera. Dijimos igualmente, que trataran
de graduar sus actividades, según lo que cada uno podía hacer
realmente y aceptar las limitaciones que tuvieran: que cada quien se
hiciera responsable para decidir cuánto tiempo tiene que estar dentro de
la problemática y cuánto necesita estar afuera, para cuidar su propia
salud mental.
Después regresaron los otros tres subgrupos y sus coordinadores al
auditorio y Mónica les dio una brillante conferencia de Tanatología.
Mostró transparencias muy bellas (la mayoría de Hyeronimus Bosch) y
habló de la muerte. La muerte de los órganos; la muerte física; la
muerte espiritual; la muerte psicológica; el sentido de la muerte; la
muerte frente a la vida; el médico frente a la muerte; la necesidad o la
dificultad; lo positivo o negativo de avisar a un paciente cuando está
por morirse; de las diferentes situaciones frente a distintas
enfermedades... Mónica hacía énfasis en que estas decisiones tendrían
que tomarse haciendo una evaluación de la actitud -que el que va a
morir- ha tenido frente a la vida y recalcaba asimismo, que no se
pueden hacer generalizaciones con respecto a este dilema tan
importante para las personas y para los médicos, en particular.
Más adelante tuvimos suficiente tiempo para las preguntas y otra vez,
los coordinadores haciendo uso, mucho más de nuestro sentido común,

4 Analizamos el conflicto entre lo instituido y lo instituyente.

29
que de nuestro esquema referencial operativo, respondimos a todas las
interrogantes.5 Fuimos bastante acordes en lo que dijimos y pienso que
el grupo salió satisfecho.
No obstante que estaba satisfecha del trabajo, en el trayecto de Ciu-
dad Universitaria al AMPAG, donde a las 4 empezaba con un grupo
que veía con Dupont los viernes, me di cuenta que no podía escuchar la
radio, ni pensar en nada distinto a los relatos que había oído estos
úliimos días. Como diapositivas, me aparecían imágenes conmovedo-
ras, que se atropellaban las unas con las otras.
Este viernes iba yo a trabajar sola. Dupont estaba fuera de México y
me tranquilicé al pensar que irían Celia Díaz de Mathman y Adela
Jinich pues me preguntaba: ¿Y si me vuelvo loca, si de pronto me des-
conecto y ya no estoy allí? Tenía una gran opresión en el pecho y pen-
saba: ¿Qué se sentirá antes de tener un infarto? ¿Cuánta angustia se
puede realmente contener...
Comí sola y poco a poco, me fui tranquilizando, trataba de imaginar
qué haría el día siguiente si es que llegaba. Recordé que había un
festival de Charles Chaplin y me dije: “tal vez la risoterapia pueda
ayudarme‟ ‟.
Esa tarde, en AMPAG, trabajé a duras penas...
Al día siguiente, mientras veía a Chaplin, estuve carcajeándome toda
la tarde con la familia. Esto resultó muy positivo y fue una experiencia
que repetí varias veces, en los momentos cuando pensaba: “Ya no
puedo más, tengo que retirarme‟‟, pues como dije antes, en esa época
sabía que el descanso y el sueño eran fáciles de conseguir y tuve que
reconocerme como una terapeuta que se hallaba en crisis, frente a una
gran crisis.
Algo que también me ayudaba mucho era reunirme con mis hijas: La
mayor, de 22 años, casi siempre, trabajaba en discusiones, asambleas y
en el reparto de comida, al lado de las costureras. Estuvo varias noches
haciendo guardia con ellas, en la espera de los cadáveres o en la
vigilancia que se hacía para que los propietarios no sacaran sus
máquinas. La pequeña, de 17, trabajó primero en los escombros, en el
reparto de hielo seco para conservación de cadáveres. Después, sirvió
como intérprete de los expertos franceses que trabajaban en los edi-
ficios derruidos.
Me sentía orgullosa de ambas pero temía que tuvieran algún proble-
ma grave; pero tampoco podía pedirles que no hicieran esos trabajos.

5. S. H. Foulkes en su artículo “Problemas del grupo amplio desde el punto de


vista grupo analítico‟‟ decía que el tratamiento de grupo significa aplicar el sentido
común.

30
Me gustaba compartir con ellas actividades que, de alguna manera, nos
resultaban emergentes y necesarias, aunque también peligrosas. Las
tres hablábamos mucho e intercambiamos lo que sabíamos, lo que veía-
mos, lo que sentíamos, lo que pensábamos ante las alternativas que se
presentaban en los diferentes momentos. Algunas podían resolverse;
otras, se agravaban.
En la consulta privada, los pacientes se referían constantemente a
sus amigos perdidos; a mudanzas; a los edificios que ya no estaban; a
todo lo que cada uno había perdido. Hasta el día 57 después del tem-
blor, no tuve ninguna sesión grupal en la que no se hablara del sismo.
Durante esos dos meses en todas las sesiones siempre hablamos del
temblor.
En las semanas que siguieron, tres de mis pacientes estuvieron al
borde del suicidio y varias veces tuve que cerrar la sesión con la
pregunta: ¿Estás seguro(a) de que puedes cuidarte solo(a) hasta la
próxima sesión? Por primera vez pensé en la posibilidad-necesidad de
tener que hospitalizar a alguien.
En aquellas primeras semanas todo era confuso en mi mente. Mi
reloj estaba descompuesto. Había periodos que parecían pasar rápida-
mente; otros, en cámara lenta. Ninguno tenía relación con el calendario
ni con el reloj. Lo que me sorprendía y hasta cierto punto me desa-
gradaba era que a pesar de estar muy cansada me resultaba muy difícil
dormir.
Mis pacientes estaban muy mal, algunos trataban de tomar decisio-
nes precipitadas; otros se habían paralizado (incluso muscularmente) y
todos exigían atención. Muchos llegaban por primera vez.
Sentía una gran necesidad de comunicarme con algunos amigos en
el extranjero. Esto, telefónicamente, résultaba imposible y no tenía
tiempo para escribir cartas. José Luis, mi compañero, recibió varias
llamadas de radio- aficionados de Sudamérica, en donde él vivió por
una larga temporada. Todos querían saber si estábamos vivos.
Imaginaba la angustia de los parientes y amigos en el extranjero y tenía
gran dificultad para jerarquizar las cosas: todo era urgente, necesitaba
mucho a mi familia; pero también, debía realizar otras actividades
extraordinarias.
Tenía deseos de pensar en lo que había estado haciendo o incluso
escribir sobre los grupos de emergencia o leer sobre experiencias pare-
cidas. Encontré un libro de Dalmiro M. Bustos que me resultó muy
interesante (1), en él el autor explica cómo ante una situación igual-
mente crítica, fue recorriendo, más o menos, los mismos pasos que yo
había vivido: primero, la negación; segundo, la reacción personal y pos-
teriormente, el modo de instrumentar el manejo de grupo.

31
Lo único que pude definir claramente, es que resultaba imposible
etiquetar el trabajo que realicé en los grupos. Era imposible marcar la
diferencia entre lo terapéutico y lo didáctico como dijo Pichón Ri-
viere: eran grupos que tenían que ver con ventilación, contención, su-
pervisión, formación, información, deformación y generalmente pre-
dominaba la transmisión del sentido común.
Hubo algo que me gustó mucho en las primeras semanas, fue el re-
surgimiento de la actividad desinteresada y compartida, de casi todos
los socios de AMPAG. Cada vez que estuve ahí, vi un gran vigor, gran
demanda de la comunidad a la que ahora sí, podíamos responder gru-
pal o colectivamente. Había muchos grupos de emergencia; grupos que
daban formación; equipos de terapeutas, que asistían a los albergues a
dar asesorías. Otra cosa también sorprendente fue observar las rela-
ciones interinstitucionales, personales y colectivas que pudimos tener
con las distintas asociaciones psicoanalíticas. En la AMPAG, tuvimos
una reunión con otras seis asociaciones para compartir las experiencias
frente a la emergencia y fue, por supuesto, una junta muy rica y
reconfortante.

8. Grupo Mamut de la Unicef *


Viernes 18 de octubre? José Luis González, Jorge Margolis y yo ini-
ciamos el trabajo de formación de “promotores de salud mental”, pa-
trocinados por la UNICEF. Nos comprometimos a preparar hasta 100
personas que pudieran coordinar grupos amplios, en diferentes situa-
ciones de emergencia.
Por una parte, sentía algo así como que traicionaba mi propia for-
mación en AMPAG -donde hay que estudiar cuatro años seguido^
después del doctorado de psicología para ser psicoterapeuta de grupo- y
de pronto me veía tratando de implementar con mis coterapeutas una
enseñanza vivida, práctica, teórica y técnica con personas a quienes no
les pedimos el requisito de una formación previa. Vendría gente que
tuviera ganas de implementar su solidaridad y ayuda a los grupos de
damnificados. Pensaba también, que estas personas trabajaban ya con
grupos, pero sin ninguna situación continente que pudiera aliviarlos en
una tarea, a veces tan frustrante y pesada, y que ahora comenzaba a
complicarse con luchas de poder: situaciones institucionales; derechos,
creados más allá de las posibilidades reales de la gente, etc. 6

6 La experiencia total, que duró cuatro meses está debidamente relatada, evaluada e
interpretada en el libro de la UNICEF.

32
Jorge, José Luis y yo teníamos miedo, por lo que representaba en-
frentarnos a un grupo de extraños. Así fue como llegamos al DIF,7en la
casa-hogar para niñas. El grupo estaba compuesto por unas cincuenta
personas y se suscitaron situaciones complejas, como el estado emo-
cional de cada uno; las diversas expectativas individuales; lo que el
grupo podía o no ofrecer; las tareas que ya venían realizando nuestros
voluntarios.
Ese día el grupo se podía dividir en dos: los que querían ayudar o
hacer algo, pero no sabían qué ni cómo hacerlo y los que tenían casi un
mes trabajando, y estaban agotados, por lo que se sentían incapaces e
impotentes. Trabajamos hasta muy tarde. Al salir José Luis y yo fuimos
a cenar y le dije: Vamos a un lugar, que es muy céntrico, a ver si
encontramos a alguien...
Tenía una enorme necesidad de ver alguna cara conocida (“alguien
que hubiera visto antes del temblor,” algún colega con el que pudiera
compartir lo que vivíamos en esos días). Pensé en mis dos ex-analistas
y hablé por teléfono a sus respectivas casas. Ninguno estaba.
Hablamos ampliamente para tratar de elaborar el cúmulo de expe-
riencias que acabábamos de tener con los estudiantes promotores de
salud mental.
Sábado 19 de octubre. Tuvimos la gran sesión del grupo mamut, que
fue vivencial, porque convivimos y pasamos el día entero con los pro-
motores. Hubo gente que no había asistido el día anterior y subdividi-
mos el grupo en tres. Cada uno lo manejó un coordinador espontáneo
(que había tenido ya su primera lección, el día anterior) y nosotros, los
coordinadores, observábamos los distintos grupos. Los coordinadores
voluntarios en un role-playing hacían las funciones de promotores de
salud mental y preguntaban para iniciar la experiencia: ¿Cómo les fue
en el temblor?
Después, hicimos un largo análisis de cada uno de los tres subgru-
pos, de los diferentes estilos de coordinación; hablamos acerca de los
líderes; del encuadre; de la frustración; de la demanda; de la salud men-
tal; y de la coterapia.

9. Los brigadistas del CREA8


Sábado 23 de noviembre. Este grupo fue patrocinado por la UNI-
CEF y coordinado por José Luis González y yo. En él, pretendimos
dar ayuda psicológica durante doce horas continuas. A las 9 a.m. lle-

7
Desarollo Integral de la Familia.
8
Consejo Nacional de Recursos para Atención a la Juventud.

33
gamos a CREA- Insurgentes. La primera sensación contratransferen-
cial fue de decepción y decaimiento, nadie sabía que íbamos a ir y nada
parecía estar preparado. El trabajo se realizaría en la casa de visitas, y
estaba cerrada. Adentro había dos muchachos dormidos, que tampoco
tenían noticia de nuestro trabajo.
Entramos a una espaciosa sala con televisión, mesas y sillas. Cerca
de las 10 horas, enojados y desesperados, acordamos que si no llegaba
nadie a las 10:30 nos iríamos al cine... Finalmente, a las 10:15, apareció
el primer grupo de jóvenes. Uno de ellos se adelantó para decirnos que
venían preocupados porque habían creído que un camión del CREA
pasaría por ellos y como no les cumplieron tuvieron que tomar un
autobús público. Otros, estaban incomunicados y en ese momento les
hablarían para darles las señas...
Frente al grupo, muy pronto nos sentimos relajados y con ganas de
trabajar. Pedimos que nos dijeran su nombre, edad, ocupación, pro-
cedencia. Inmediatamente, todos empezaron a hablar de la situación
que los había unido, es decir, la situación personal frente al temblor.
Dijeron cuándo y cómo se habían integrado al trabajo, y cómo fueron
organizados por el CREA. El grupo estaba formado por 19 hombres y 6
mujeres y las colonias de su procedencia, son de escasos recursos
económicos. La primera persona que contó algo emotivo fue Gloria (l),9
una joven de 18 años, estudiante, cuyo primo y tío murieron en el
temblor. La madre de Gloria trabaja en un hospital y al principio,
recomendó a sus hijos que se fueran a trabajar para ayudar, después ella
misma les dijo que no toleraba su ausencia y les pidió que se quedaran
en la casa por cuatro o cinco días, por lo que Gloria y su hermana de 17
años se integraron al CREA 5 días después. Gloria tuvo un tic nervioso
en un ojo, insomnio y regresión. Después del temblor, varios miembros
de su familia se negaban a permanecer solos en cualquier lugar. Lloraba
y decía cuánto había necesitado el contacto físico de alguien,
especialmente de su mamá, en esos primeros días. Gloria es hermana
gemela idéntica de otra chica que no está en esta brigada.
Habló Carlos, el líder oficial de este grupo, es cirujano dentista, le
falta sólo el servicio social, viene de Veracruz y la misma mañana del
temblor a las 8:00 a.m., se dirigió al centro de la ciudad en autobús
y se le ocurrió bajarse por el monumento a la Revolución, para ver
si un amigo suyo que vivía por allí estaba bien. Encontró a la madre
del amigo, el edificio donde vivían semiderruido y un incendio en el

9
Los nombres están cambiados en este relato.

34
Hotel Principado. Enseguida se puso a trabajar ahí mismo. Desde las 9
de la mañana ayudó a rescatar 6 personas vivas y cinco muertas. Hacia
las 6 de la tarde hubo un incendio en esa misma manzana donde había
muchos tanques de gas estacionarios, no había bomberos y entre todos,
a cubetadas, apagaron el fuego.
Manuel, auxiliar de contabilidad, dice que el día 21 empezó a traba-
jar con unos alpinistas, vio varios cadáveres en el Multifamiliar Jalapa y
como tuvo cuatro días libres en su trabajo, directamente se puso al
servicio del CREA. En el Hospital Juárez vio un muerto en estado avan-
zado de descomposición, y con una mueca de terror. Después, aunque
vio muchos otros muertos, la cara destrozada del primero se le ha apa-
recido a menudo. Relataba sueños de temblores en donde él buscaba a
sus familiares que habían quedado sepultados, y esto se había repetido
varias veces.
La noche que vio al muerto en el Hospital Juárez, cuando estaba
dormido, en su casa tocaron a la puerta a la 1 a.m., y su madre lo des-
pertó para que él mismo viera quién era. Manuel se acercó a la puerta y
nadie contestó. Poco después, volvieron a tocar y otra vez nadie res-
pondió. Más tarde, le pareció ver un bulto blanco, como de alguien que
dormía en la banqueta. Muy asustado, regresó a su cama.10
Juan Alberto, de 17 años, estuvo desde el jueves 19 preparando bol-
sas de sangre en el Centro Médico y por la tarde en la Col. Guerrero. En
un lugar solitario donde casi no había auxilio, escuchó los gritos de una
niña. Llegaron los bomberos y él ayudó a rescatar viva a la niña de siete
años y unos metros adelante, encontraron a la madre muerta. Juan
Alberto perdió la noción del tiempo, estaba exhausto, se tiró a dormir
sobre una banca en un parque y hacia las 11 a.m. del día siguiente, fue a
la casa de su abuelo. Estuvo un rato con la familia, se reportó con la
madre y en el segundo temblor, se encontraba en la calle donde una
desconocida que esperaba un taxi colectivo lo abrazó aterrorizada. Ese
día ya no pudo trabajar más, pero el sábado hizo dos turnos de 4 horas
en Tlatelolco, paleando los escombros, y rescató un cadáver masculino.
A partir de entonces, dice sentir más aprecio por la vida. Reconoce, que
de lo poco que tenemos, podemos dar mucho.
Valentín, de 18 años, dice que el día del temblor hizo una caminata
por el centro de la ciudad, a obscuras, y el viernes fue al CREA y em-
pezó a repartir víveres. Luego trabajó en los escombros y subraya las
órdenes y contraórdenes dadas por la policía: „„Abran esta calle, acor-

10
Este detalle cobraría gran importancia para mí, horas después.

35
dónenla”. “¿Quién dijo que abran?” “¿Quién dijo que cierren?” Trabajó
hasta el miércoles siguiente y ya no aguantaba pero también estaba
imposibilitado para retirarse a descansar: su cabeza estaba confusa.
Los relatos continúan más o menos así, después comienzan las
críticas y las evaluaciones del Gobierno; las contradicciones oficiales;
el juego de valores; el análisis de la información y a censurar los videos
en los que aparecen los soldados trabajando, aunque todos los presentes
siempre los vieron al pie de los escombros, con la bayoneta pero nunca
con un pico o una pala.11
Raúl, de 24 años, al principio, cuando ingresó al CREA estuvo re-
partiendo ropa y comida. En la Secretaría del Trabajo, ayudó con 7 de
los presentes y los voluntarios de la Marina a rescatar 9 hombres y
mujeres que estaban abrazados entre sí. Los qtie estuvieron ahí inter-
vienen y cuentan algo que extraño: dan un valor especial al hecho de
tomar un cadáver, sin que alguien lo haya tocado antes, y todos la des-
criben como una experiencia muy distinta, más “gruesa” que las otras y
en las que habían cargado cadáveres o pedazos de humanos, pero que
ya habían sido tocados. Ésta es la experiencia más dolorosa, porque
tienen que tocar, antes que nadie a los muertos.* 12
Después platicaban de una obra de teatro que montaron y que han
representado cinco veces. La primera representación se dio en un al-
bergue de ancianos enfermos en donde, a partir del temblor, hay tam-
bién niños y mujeres, pero no les permiten mezclarse con los viejos ni
hablar con ellos. Tuvieron que dar dos representaciones: una para los
viejos, siempre marginados y otra para los damnificados.
. Regresan enseguida a la sensación de tocar los cadáveres, no obstante
que usaban guantes, la ropa y la carne de los muertos parecían de la
misma materia acartonada... A la una de la tarde alguien dice: “Estamos
hablando de los hombres, ¿y las mujeres que?” Hacen un espacio para
analizar las actitudes y las actividades de las seis brigadistas; y luego
discuten entre los dos líderes, uno defiende y otro ataca, hay envidia por
la capacidad creativa. Embarazo o vida vs muerte. (Una de las
brigadistas presentes está embarazada de cinco meses.)
Hablan de lo que esperaban de nuestro encuentro. Algunos pensaban
que les mostraríamos algunas víctimas de la catástrofe y que a través de
ellas aprenderían los métodos. Otros creían que impartiríamos una
clase de psicología para situaciones de emergencia y traían sus cua-
11
Los aspectos psicoanalíticos y sociales, se trabajaron paralelamente.
12
Aluden al tabú de tocar a los muertos, que existe y existió en diversas culturas y
distintos lugares de la tierra.

36
demos para tomar apuntes. En ese momento llegan cinco personas más
y de pronto, como si no entendieran o no quisieran entender, qué está
pasando, se hace un subgrupo en el porche de la casa. Salgo tras ellos
para invitarlos a entrar, pero mi propuesta no tiene éxito y hay dos
grupos simultáneamente.
Este día hay tres personas nuevas que quieren entrar a la brigada y
antes deberán pasar por el rito de iniciación que consta de dos partes:
primero le harán el “sandwich” (ponen al novato en el suelo, boca abajo
y todos los del mismo sexo, se acuestan encima de éste para que el
atrapado salga como pueda), después hay que pararse frente al grupo y
contar la canción “Los tres cochinitos” al ritmo de rock, blues, tango,
etc.
En el subgrupo de afuera relatan la obra de teatro que montó Juan
Felipe y dicen que es una crítica al despotismo de las dependencias del
Gobierno y se llama “Un día en la Central Camionera”. Cuando la
representaron en el asilo de ancianos era tan deprimente que se hubie-
ran ido corriendo, pero se quedaron cuando su líder les dijo: “Con
uno que se ría ya hicimos una buena labor”. Después de la comida,
iniciamos el trabajo. Ponemos música barroca y les pedimos que cir-
culen por el cuarto sin hablar, simplemente mirándose. Poco después,
les explicamos que podían utilizar los hombros para relacionarse con
los demás. Luego les dijimos que caminaran con los ojos cerrados, que
registraran lo que iban sintiendo, que eligieran con quién o quienes que-
rían estar, y si estaban seguros de su elección se detuvieran para for-
mar varios subgrupos. Curiosamente, esta consigna fue mal interpre-
tada y todos creyeron que se trataba de formar parejas. Hablamos de
las formaciones que habían hecho, del tipo de miradas que distinguían a
las personas, de la sensación al tener que elegir o ser elegido, y de la
cercanía. Esta fue una experiencia que resultó muy relajante. Espe-
cialmente en este grupo -al tener características de adolescentes- se pro-
duce lo que Jorge Margolis llama la erotización en la tarea, por lo que
en estos dos meses se han formado, entre ellos, varias parejas. De pronto
aparece una situación difícil: dos personas están desilusionadas y casi
proponen una desbandada colectiva. “Esto no tiene sentido, estamos
perdiendo el tiempo”13 dicen: Varios defienden la tarea de seguir jun-
tos, conociéndonos y cuestionándonos. Surgen dos interpretaciones:
Tienen miedo de que aquí ocurra algo catastrófico y destruya al gru-
po; también temen la cercanía y el calor que se va sintiendo. Explica-

13
Supuesto Básico de Bion: Ataque y fuga

37
mos que aparte del afecto que se tienen, seguramente también hay bron-
cas, conscientes e inconscientes, que es importante manejar, y hacemos
el ejercicio de “ la silla caliente
Se forma una rueda y al frente está una silla en la que una por una
deberá sentarse de espaldas para escuchar lo que todos tengan que de-
cirle, sea positivo o negativo, y se trata de ser honestos y el que escucha
no podrá responder nada.
El primero que pasa es Roberto, un retrasado mental que cursó hasta
6o. de primaria y es miope. Curiosamente el grupo lo ha podido con-
tener estos meses. Nadie lo molesta y le tienen cierto afecto. Le dicen
que lo admiran “a pesar de su condición” pero a veces se aprovecha de
la misma y se sienta a llorar. Es chismoso como un niño. El grupo
insiste en que no lo van a proteger pero sí a apoyar; si se pierde, tendrá
que bastarse por sí mismo.
Aproximadamente a las 5 p.m. ocurre algo importante. Hasta ese
momento, cuando José Luis o yo hablábamos, cualquiera podía inte-
rrumpir, a veces lo que decíamos no lo consideraban muy importante.
Pero ahora por primera vez, el grupo pide silencio para que ahondemos
en alguna explicación y cada uno insiste en que nosotros hagamos el
resumen o la interpretación de lo que se dijo al estar de espaldas.
Después pasa Gloria, a quien se califica como la ternura del grupo.
Es sensible y sentimental, aunque a veces se involucra demasiado en los
problemas ajenos.
Luego se produce un extenso intercambio de ideas acerca de los
ideales; del futuro; de cómo podrían mantener la solidaridad del grupo;
cómo podrían ayudar aunque no haya otro temblor, etc.
Cuando tienen que hablar de Carlos, el líder formal, toman mucho
tiempo: gritan, discuten, bailan, se mueven, se avientan y señalamos
que parece que no quieren “entrarle al toro” para no discutir el liderazgo
y la personalidad de Carlos. Finalmente, el grupo lo toma como objeto
central, dicen que tiene carisma; que los atrae, que es frío y directo; que
tiene dificultad para compartir cosas personales, que es buen jefe, que
los escucha, que los atiende a todos, etc. Enseguida hube una profunda
discusión acerca del futuro de la brigada. ¿Cómo podrían funcionar y
sobrevivir a posteriori, aun en el caso de que Carlos se fuera a la
provincia? Hicieron un listado de las actividades a las que pudieran
dedicarse, por ejemplo en los albergues y en los manicomios.
Carlos insiste en que es importante capitalizar, de alguna manera; la
toma de conciencia individual de él mismo y el conocimiento que de los
demás están adquiriendo hoy. El grupo aplaude feliz.14

14
Trabajamos las transferencias laterales, con la institución y con ambos grupos.

38
Hablamos sobre la vida de los grupos y José Luis insiste en que si
bien, lo que acababan de decir, podría ser cierto, también es una gran
fantasía. Les dice que posiblemente, en poco tiempo, el CREA no
quiera saber mucho de ellos y que si no consiguen tener una cierta
autonomía e identidad por sí mismos, no podrán continuar y menos
dentro de unos años, cuando empiecen a ocuparse de su propia
sobrevivencia, entonces todo será más complicado. Hablan de la
posibilidad de reemplazar a Carlos cuando se vaya. Queda claro que
Carlos es inteligente y emotivo y cuando se trata de organizar, pensar o
trabajar, también lo hace bien, como se vio en su relato de la mañana,
aun antes de enrolarse a ningún organismo, él metió las manos, se
ocupó de los demás y se la jugó en serio.
Les propusimos que dramatizaran en una reunión que ocurriera
dentro de cinco años. Salieron del cuarto, tenían que imaginarse que ha-
bían pasado cinco años y que regresaban a esta misma habitación.
Llegan poco a poco, todos son cinco años mayores, es un encuentro
afectuoso. Hablan de lo que han realizado y se nota que durante esos
cinco años no ocurrió nada entre ellos. Algunos tienen dificultad para
reconocerse. Platican acerca de sus carreras, de que son independientes
económicamente, preguntan si se han casado o han tenido hijos.
De pronto hablan del “sandwich” y de “los tres cochinitos” y todos
sienten euforia y cantan en 7 ritmos distintos y para recordar lo que
pasó hace 5 años hacen un sketch de la obra “Un día en la Central
Camionera”. Dos personas retoman el personaje que tuvieron en aquel
momento y representan un fragmento de la obra. Bailan y están felices.
Interrumpimos la escena (como a las 9 p.m.). Primero hicimos un
análisis de lo que acababan de dramatizar y que posiblemente llegará a
ocurrir en su grupo. Se irán dispersando poco a poco y cada uno tratará
individualmente de resolver su futuro profesional y existencial, con o
sin pareja.
Explicamos brevemente lo que es la psicoterapia, por qué podría ser
útil para muchos de ellos, damos el teléfono de AMPAG, les decimos
que cualquiera puede solicitar los servicios psicológicos, especialmente
ellos que han trabajado en la primera línea y como despedida les deci-
mos que cada uno tome treinta segundos para decidir algo que resu-
miera la experiencia de ese día.
La mayoría la calificó como positiva y maravillosa. Creen que fue un
enorme aprendizaje respecto a cada uno,* al grupo en sí, respecto a las
diferentes tareas, y a la conciencia social que han cobrado en estas
últimas semanas, por las experiencias dolorosas y masivas que han
vivido y las actividades que tuvieron frente al sismo.

39
Después pidieron que nosotros los coordinadores fuéramos las vícti-
mas del rito del sandwich. Así que nos pasaron al centro, todos se co-
locarían encima de nosotros, ante nuestro asombro. Tal vez, pensaron que
sería demasiado brusco y simplemente nos pasaron al centro, se
abrazaron en una rueda, nos empezaron a echar porras y hurras, gritando:
¡“Ustedes, ustedes, ra, ra, ra”! Para terminar dijeron que esta jornada era
lo mejor que les había dado el CREA y que pensaban que a partir del
conocimiento que tenían del grupo y de cada uno, iban a poder sobrevivir
como-grupo y que podrían tener actuaciones sociales posteriormente.
Para que a las 5 de la tarde, el grupo nos aceptara como coordinadores
y tomara nuestras palabras como valiosas, fue necesario pasar por una
serie de señalamientos e interpretaciones acerca de la resistencia; de
cómo el grupo estaba en el fondo, dividido en varios subgrupos; señalar
las tensiones que había entre el líder oficial y otros dos líderes que
consciente o inconscientemente pugnaban por apoderarse del liderazgo y
uno de ellos acabó por aceptar que Carlos era un buen líder y se ofreció
como su mano derecha, para ayudarlo en lo que fuera necesario. El otro
líder agresivo y en pugna, es el director de teatro. Al mostrar esta lucha
inconsciente entre los líderes y al traerlo a la situación de aquí y ahora
con nosotros, la tensión inconsciente cesó y el grupo empezó a reunirse
como grupo de trabajo. Otra cosa que resultó muy útil fue haber
respetado la subdivisión del grupo mayor poco antes de la comida, que
por cierto tuvo lugar en el comedor, con los damnificados.
Finalmente, parece que la experiencia se llevó a cabo con mucho éxito
y que estos jóvenes, inteligentes, capaces, entrones y que habían estado
sacrificando días de su vida para dedicarse al rescate, es un grupo
verdaderamente de lo mejor que se puede pedir en cuanto a ideales,
solidaridad, interés trabajo y vitalidad. Es una pena que personas como
ellos pasen después inadvertidos y otras figuras políticas tomen el lugar
de los héroes.
En los últimos minutos trataron de que aceptáramos acompañarlos a
dar las mañanitas a una quinceañera; a un día de campo; a un cam-
pamento o a repetir otra experiencia similar posteriormente. Nos querían
llevar con ellos y estuvieron a punto de nombrarnos padrinos de su
brigada. Ante la dificultad de elaborar el duelo porque el proyecto grupal
termina y cada uno regresa a su soledad, utilizan toda la clase de
mecanismos para tratar de impedir la dispersión grupal que se avecina.

40
Respecto a los rituales de iniciación de esta brigada, podemos decir
que en el cuento “Los tres cochinitos” hay un elemento feroz que es el
lobo, que simboliza lo terrorífico que resultó el temblor. En la canción
de “Los cochinitos”, en la cama, todos juntos y en pijama, se refiere a
nosotros pequeños, necesitando y pidiendo la protección de una madre
que nos arrope y aliente como fue el primer relato de la mañana, cuando
Gloria dijo: “Yo me sentía como una niña, quería estar pegada a mamá,
no me atrevía a estar sola, ¡la necesitaba tanto! y pedía: “Mamá, que ya
no tiemble“, como si en esa regresión hubiera creído que la madre podía
realmente impedir los temblores.
En cuanto al sandwich, es evidentemente una representación del
poder desatraparse, salir de los escombros, simulados por los miembros
antiguos del grupo...
Ésa noche desperté al oír una leve campanada y aviso a José Luis,
muy espantada, al darme cuenta que es la 1 a.m. Se escuchaba un leve
tintineo y le digo: “Parece que es un niño tocando con dificultad” (no
era la campanada habitual de nuestra puerta). José Luis va a la puerta
principal y regresa diciendo que no hay nadie, en esos segundos yo ha-
bía escuchado nuevamente el sonido que provenía directamente del
jardín y recordé que días antes habíamos puesto unas pequeñas
campanas en un árbol, para que sonaran cuando hubiera viento... Me
parecía el colmo que el fantasma que vio uno de los brigadistas a la una
de la mañana en la puerta de su casa, hoy viniera a la misma hora ¡ ¡a la
nuestra!!

10. Encuadre

En la mayoría de los grupos con los que trabajé había dos caracte-
rísticas que dificultaban la tarea: primero, la demanda de la interven-
ción psicológica venía sólo de una parte minoritaria del grupo y
segundo: generalmente los integrantes del grupo venían por intereses
muy diversos y alejados de nuestras posibilidades y capacidades. Por
ello, el trabajo consistía, en unificar y aclarar las expectativas de lo que
cada reunión podía o no ofrecerles, tratando de crear un ambiente psico-
lógico grupal.
El número de participantes fluctúa entre 18 a 190 personas. Por su-
puesto en ningún grupo hubo selección de los integrantes. El lugar de
trabajo no fue ideal y el tiempo y el número de sesiones fue general-
mente escaso, y a menudo me quedé con la sensación de que se podría
haber trabajado más profundamente si hubiéramos tenido más tiempo
para la sesión y varios encuentros posteriores.

41
Los grupos que tuvieron más de una sesión fueron abiertos y se in-
cluían personas diferentes de una sesión a otra. Resumiendo, diría que el
encuadre estaba casi dado por la institución que hacía la demanda y
todos los grupos tuvieron duración limitada y objetivos específicos.
La coordinación de cada grupo, de preferencia, la compartí con algún
colega o con cualquiera de los integrantes que fuera líder transitorio y
que desplegara sus cualidades de colaboración mientras yo lo con-
sideraba pertinente.
En todos los grupos con que trabajé vimos múltiples reacciones
psicosomáticas.
Generalmente, el trabajo permitió o facilitó la formación de subgru-
pos que aparecieron en la sesión o a posteriori. Los integrantes de los
grupos no pagaron por el servicio recibido. En muchas de las aperturas
encontré que una manera de romper el hielo era empezar a compartir con
ellos mis experiencias personales frente al sismo, con lo que transgredí la
ley psicoanalítica de la abstinencia.
En general, el material utilizado en los grupos se refería a los prime-
ros días, casi todo estuvo centrado en el temblor y sus consecuencias. Sin
embargo, hubo grupos con los que trabajé proyectos para el futuro.
Viernes 20 de diciembre. ¡Salgo volada de vacaciones!

42
Segunda parte

TEORÍA
Capítulo II

Breve interludio teórico


Los desastres naturales y sus
repercusiones psicológicas
Mario Campuzano

1. ¿Qué es un desastre y, epidemiológicamente, cuál es su impacto


en la salud?
En el lenguaje coloquial, un desastre es una calamidad, una desgra-
cia, definición que resulta demasiado amplia para que sea operativa en
los campos de la salud y de las ciencias sociales. El Committee on the
Challenges of Modern Society, según cita de Lechat [18], ha definido al
desastre como “un acto de la naturaleza o del hombre, cuya amenaza es
de suficiente gravedad y magnitud para justificar asistencia de
emergencia”. El punto que resalta aquí es útil para fines operativos, es
el rebasamiento de la capacidad de respuesta que posee una comunidad
determinada, en función de un evento de características y dimensión
extraordinarias. Asimismo establece una primera división de los
desastres: los causados por el hombre o sociales, como incendios,
explosiones (en nuestro medio ejemplificado por el desastre reciente de
San Juanico), y las guerras (Nicaragua, en este punto es un caso
cercano); y los naturales, que en general tienen la característica de ser
menos previsibles, como los terremotos, las inundaciones, las
avalanchas, los maremotos, los tifones, las erupciones volcánicas, entre
otros.
La característica diferencial entre uno y otro tipo de desastres, es la
génesis humana o natural del fenómeno. Si bien los datos que se apor-
tan desde la epidemiología1, -rama de la salud pública, que ha toma-

1. Epidemiología. Ciencia dedicada clásicamente al estudio de las epidemias y su


relación con el hombre y su ambiente. Su utilización contemporánea en problemas
distintos a las enfermedades infecciosas le ha llevado a ser definida como: “la
ciencia diagnóstica en salud pública” o como “ecología médica”. Utiliza
aportaciones de la biología, las ciencias sociales y las matemáticas. En última
instancia se encarga del análisis de los fenómenos de salud y enfermedad,
considerados como problemas de masas.
do a los desastres como objeto de investigación- tienden a mostrar la
participación importante de factores sociales en los llamados desastres
naturales, tal como se desprende del estudio de dos variables clásicas de
la epidemiología: la mortalidad2 y la morbilidad 3 que se generan
después del desastre.
Por ejemplo, Lechat señala al estudiar las tasas de defunción por
terremoto en Turquía e Irán, lugares de mayor expresión y de conocida
inestabilidad sísmica:
“Tomando en cuenta el número relativamente bajo de residentes en
cada vivienda (en Turquía) ello induce a pensar que hay alguna falla en
la técnica de construcción, por lo cual las casas son particularmente
mortíferas en esa parte del mundo. La distribución de los daños y pér-
didas de vida en Turquía no es uniforme, sino más elevado en el Este, a
pesar de que en este sector la población en riesgo es menor. Esto se
debe quizás al tipo de material de construcción disponible, ya que el
adobe (ladrillo sin cocer) es el material más usado...”
“En Irán las altas tasas de mortalidad son asociadas con las casas,
cuyas paredes son de adobe insuficientemente reforzadas con bloques
de hormigón y grandes planchas de soporte de concreto. La elevada
tasa de fatalidad debido a terremotos en estas regiones, se asocia pues,
con la introducción de una nueva técnica de construcción barata...”
El mismo autor, señala la participación humana en otros desastres
naturales, donde “la tasa de mortalidad” puede depender del recono-
cimiento precoz de un desastre inminente y de un sistema apropiado de
prevención que dé a la población suficiente tiempo para huir o buscar
refugio. Esto plantea el problema eterno de establecer un equilibrio
entre dar la alarma demasiado pronto o demasiado tarde; esperar
señales inequívocas del desastre o correr el riesgo de dar la alarma
cuando ya no es necesaria. Este es el dilema de la sensibilidad y
especificidad de los medios de detección. Cuando sucedió el ciclón en
el Golfo de Bengala, no se indicó en ese momento que el saldo -más de
300,000 muertos- se debió en parte a la demora para dar la advertencia.
Se dio una falsa alarma días antes debido a una amenaza confirmada
que no se materializó hasta más tarde”.
En cuanto a la morbilidad durante los desastres naturales, la ten-
dencia general es que el número de personas que requieren atención
médica es reducida con respecto al número de muertos. Es decir, la
gente fallece o sobrevive con nulas o mínimas lesiones. En el caso de
los terremotos esta tendencia disminuye debido a los aplastamientos.

2. Mortalidad. Proporción de defunciones en lugar y tiempo determinados.


3. Morbilidad. Proporción de enfermos de un cierto padecimiento en lugar y
tiempo determinados.

46
Lechat anota al respecto:
“En las inundaciones se ha informado que el porcentaje de quienes
necesitan atención médica fluctúa entre 0.2 y 2%. Uno de los
desastres más dramáticos de este siglo, la avalancha del Callejón de
Huaylas en Huascarán, Perú, en 1970, dejó 4,600 heridos y 70,000
muertos (143,000 sufrieron heridas leves), lo que representa una
proporción de 1 herido por 15.2 muertos...
En relación con la morbilidad después de los desastres, de Ville de
Goyet escribe:
“El riesgo más grave para la salud después de un desastre es el
deterioro de las condiciones del medio, especialmente en lo que al
abastecimiento de agua y a la evacuación de desechos humanos se
refiere. No obstante, la vulnerabilidad de la población ante una
transmisión mayor de gastroenteritis o de parásitos intestinales
depende en gran medida de la situación anterior en cuanto al
saneamiento. Resulta difícil discernir en qué medida un desastre
empeora considerablemente una situación en la que ya previamente se
carecía de infraestructura sanitaria y el nivel de higiene personal era
deficiente”. En cuanto a las epidemias: “El único peligro real consiste,
en la mayoría de los casos, en la propagación de enfermedades
localmente endémicas que ya resultan familiares a los servicios
nacionales de salud”. Por ende no se recomiendan, salvo casos
excepcionales, campañas de vacunación masiva que distraigan al
personal de salud de otras medidas más urgentes y sólo es aconsejable
la vacunación selectiva de determinados grupos vulnerables
(brigadistas de primera línea, campamentos donde se han detectado
un número importante de casos infecciosos, por ejemplo) [9].

1.1. Las reacciones psicológicas colectivas y los desastres


En el siglo XIX y XX las multitudes han llamado la atención de los
investigadores como objeto de estudio. En el siglo XIX pareciera que
lo más llamativo fuera en relación con su potencial de cambio social
y, aún más, de cambio social revolucionario. Se crea una nueva
disciplina, la economia política. Marx, Lenin y aún Weber aportan
importantes elementos para la comprensión económica, sociológica y
política de las colectividades humanas.
En el siglo XX recién se presenta como posible y necesaria su com-
prensión psicológica. En 1916 apareció “Insticts of the herd in peace
and war”, de Trotter; en 1920 dos obras que son fundamentales; “Psi-
cología de las multitudes” de Gustavo Le Bon, y “The group mind”,

47
de McDougall; y de Freud, en 1921, su artículo “Psicología de las ma-
sas y análisis del yo”. En su conjunto, estas obras dan origen a una
nueva disciplina: la psicología de las multitudes que por momentos se
confunde en la corriente general de la psicología social y por
momentos se logra diferenciar en su singularidad.
Freud, en el artículo mencionado (12), revisa las aportaciones de
sus predecesores, especialmente de Le Bon, e incluye sus propias
explicaciones para los fenómenos colectivos. Sus planteos se
organizan a partir de tres preguntas:
1. ¿Qué es una masa?
2. ¿Por qué medios adquiere la facultad de ejercer tan decisiva
influencia sobre la vida anímica individual?
3. ¿Y en qué consiste la modificación psíquica que impone al
individuo?
La observación inicial es que los seres humanos al incluirse en
multitudes modifican su conducta de una manera importante,
volviéndose ésta menos intelectual y más emocional (y aun
apasionada, impulsiva y violenta), no solo en las masas espontáneas,
sino también en las masas organizadas que conforman las diversas
instituciones sociales, de las cuales Freud tomó como ejemplo al
ejército y a la iglesia católica.
Este cambio de conducta se explica sobre la base de que “el indivi-
duo que entra a formar parte de una multitud, se sitúa en condiciones
que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias inconscien-
tes. Los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta son
precisamente exteriorizaciones de lo inconsciente individual...”
En esta regresión a etapas tempranas (infantiles) del desarrollo que
se produce cuando el individuo se mezcla en las multitudes con la
consecuente desinhibición de sus represiones y aparición del
inconsciente reprimido, se explica por las características especiales
del vínculo que une al grupo y le da cohesión. Este vínculo es de
orden emocional, específicamente amoroso, como expresión de los
impulsos libidales. En palabras de Freud:... “La masa tiene que
hallarse mantenida en cohesión por algún poder. ¿Ya qué poder
resulta factible atribuir tal función sino es el Eros, que mantiene la
cohesión de todo lo existente?” Además, “cuando el individuo
englobado en la masa renuncia a lo que les es personal y se deja
sugestionar por otros, experimentamos la impresión de que lo hace
por sentir en él la necesidad de hallarse de acuerdo con ellos y no en
oposición a ellos; esto es, por amor a los demás”.
El mecanismo psicológico implica en estas relaciones libidinales
es el de “identificación”, es decir, la primera expresión de un vínculo
afectivo con otra persona, donde se “aspira a conformar el propio yo

48
análogamente al otro tomado como modelo”. Así como el niño se
identifica con su padre, los miembros del grupo se identifican con su
líder al amparo de una ilusión: que éste ama a todos los integrantes por
igual. De esta manera, cada individuo tiene un vínculo libidinal con su
líder, y a partir de éste, se establece también un vínculo libidinal con
los miembros del grupo restantes.
En este proceso de identificación se substituye el control interno,
propio de las funciones de ciertas instancias del aparato psíquico, por
los objetos externos: el líder y los compañeros del grupo. Así, cada
uno de los individuos que conforman el grupo substituyen su “ideal
del yo” por el líder (identificación “vertical”) y, a partir de esto, se
identifican el uno con los otros en su “yo” (identificación
“horizontal”). Esto explica la regresión en los grupos, así como el
decrecimiento de la represión y la consecuente aparición de ciertos
impulsos inconscientes, habitualmente contenidos.
Serge Moscovici lo resume así: “Es fácil comprender la
composición psíquica de la multitud. Verticalmente, el impulso
amoroso de cada individuo hacia el jefe. Horizontalmente, una
multitud de personas que tienen el mismo objeto como ideal del yo y,
por consiguiente, se identifican las unas con las otras. En ellas, la
identificación sería el cuadro que nos ofrece una multitud asociada:
todo el mundo ama al jefe y cada uno se identifica con su vecino...”
[23].
Ahora bien, la ausencia de un caudillo es tolerada por la masa a
condición de que se mantenga una idea líder que conserve los
vínculos afectivos y con ellos la cohesión social.
El pánico se produce “por la intensificación del peligro que
amenaza a todos o por la ruptura de los lazos afectivos que
garantizaban la cohesión de la masa.
“Sin que el peligro aumente, basta la pérdida del jefe -en cualquier
sentido- para que surja el pánico. Con el lazo» que los ligaba al jefe
desaparecen generalmente los que ligaban a los individuos entre sí, y
la masa se pulveriza como un frasquito boloñés al que se le rompe la
punta”.
En los desastres (naturales o sociales) el comportamiento de la po-
blación va a estar determinada por estas condiciones: mantenimiento
de la vinculación afectiva y a liderazgos funcionales por las
necesidades del momento.
En la mayoría de los casos reportados de desastres, la población
tiende a prestar ayuda a los afectados desde los primeros momentos,
pero también se registran casos donde el comportamiento es de
pánico, se pierde la cohesión social y cada quien trata de salvarse
individualmente. En este caso domina la conocida voz: “sálvese quien
pueda”, que apela a la huida desordenada e individualizada.

49
No debe confundirse el pánico con la huida, como única respuesta
racional frente a un peligro grave; la huida es una conducta que suele
presentarse con mayor frecuencia en los desastres cuando el peligro lo
amerita y no hay otras alternativas.
¿Por qué es poco frecuente el pánico en los desastres?
Pareciera que por dos razones básicas: Una, porque, en la mayoría
de las ocasiones, se conservan los suficientes vínculos afectivos y de
cohesión social; otra, por la ayuda a los afectados y el enfrentamiento
inmediato a la destrucción derivada del desastre, funciona como un
organizador social, una idea líder.
Cuando el pánico surge suele ser por el agregado de un factor de
desorganización social. Por ejemplo, en Nicaragua durante la época
colonial, la antigua ciudad de León se estableció a orillas del Lago de
Managua y cercana al volcán de Momotombo. Cuando éste comenzó
a arrojar ceniza volcánica y acompañada de movimientos telúricos, el
pánico cundió y la ciudad fue abandonada precipitadamente. Más
tarde, sus habitantes erigieron una nueva ciudad de León (la que
existe en la actualidad) hacia el interior y lejos del lago.
En Nicaragua el pánico no sólo estaba relacionado con los
fenómenos naturales, bien conocidos por una población afincada en
una geografía de lagos y volcanes. Hay que recordar que Managua fue
destruida por un terremoto y se reconstruyó en el mismo lugar, donde
fue nuevamente devastada por los sismos, en 1972.
El factor psicosocial que se agregó al caso de León viejo, fue el
hecho de que los líderes políticos locales, habían asesinado al obispo
de la ciudad, Antonio de Valdiviesos, días antes del inicio de dichos
fenómenos, mismos que fueron interpretados por la población como
un castigo divino que iría en creciente aumento de furia destructiva.
La realidad es que nunca pasó nada más allá de la expulsión de
cenizas volcánicas y los movimientos del suelo, que no afectaron
substancialmente la estabilidad de las moradas.
En cuanto al análisis de los aspectos psicodinámicos en los
desastres civiles, Tyhurst [26] señala tres fases: de impacto, de
regreso o reviviscencia y post-traumática.
El período de impacto empieza con el propio desastre y continúa
tanto tiempo como éste exista. Entre un 12 y 25% de la población,
permanece fría y consciente, se valora la situación, se formula y
operativiza un plan de acción; tres cuartas partes de la comunidad
quedan aturdidas y perplejas, con su campo de atención restringido y
emocionalmente embotadas; un 10% se comporta de forma irracional,
sin control de sus emociones, confusos o paralizados por la ansiedad.

50
Fritz y Williams [13], citados por Ahearn y Rizo [1], proporcionan
datos semejantes: entre el 15 y 25% de la población es capaz de mane-
jar su ansiedad, evaluar la situación y tomar una acción rápida y efi-
caz; un porcentaje mayor de la mitad permanece aterrado durante un
período variable; generalmente alrededor del 60% responde adecua-
damente una hora más tarde y un 15% del total, puede requerir un día
o dos para adaptar su conducta. En este grupo es donde antes de su
adaptación, se presentan respuestas inadecuadas tales como confu-
sión, ansiedad paralizante, llanto histérico y otras parecidas que pue-
den permanecer durante un período prolongado.
Frente a una realidad abrumadoramente difícil, se utilizan -en
algunos casos- mecanismos de defensa primitivos que distorsionan la
interpretación del suceso. Por ejemplo, la trivialización (defensa
maniaca) al ubicar - familiarmente- los acontecimientos dentro de los
parámetros ordinarios o familiares, para reducir en consecuencia, su
importancia real. La negación (junto con la disociación) pueden
utilizarse para tomar distancia de una realidad horripilante o difícil.
Si se mantienen al servicio de urgencias inmediatas prioritarias, son
mecanismos adaptativos; y si se mantienen demasiado tiempo o se
utilizan para evadirse, se acercan a lo patológico. El aislamiento
afectivo es otra reacción posible, una sobrerracionalidad que difiere el
enfrentamiento emocional con la realidad. Esta reacción,
frecuentemente se une al mantenimiento rígido y obsesivo de la
cotidianidad que busca desconocer el sufrimiento y el dolor propio y
circundante. La invulnerabilidad, como una protección mágica del
peligro, es una reacción todavía más primitiva, que a veces se
instrumenta en el marco de una interpretación religiosa de los
sucesos.
Todo este tipo de distorsiones de la realidad son peligrosas en tanto
que dificultan el enfrentamiento racional y eficaz con la misma y pue-
den entorpecer la “metabolización” emocional de su impacto.
Debe considerarse que es tolerable un efecto inicial de aturdimiento
para comprender, en tocjn su extensión, la realidad agobiante de un
desastre. Se ha descrito que el “shock” inicial produce un cierto
efecto de narcotización del sentimiento, en términos de Bion: un
“ataque al pensamiento”; un golpe a la cabeza.
Se destaca que la solidaridad es la reacción más frecuente. Muchas
de las operaciones iniciales de rescate son organizadas por las propias
víctimas, especialmente en el epicentro del desastre. El resentimiento
y la hostilidad son poco frecuentes, salvo en el caso de su preexistencia
al desastre o cuando las víctimas del mismo no recibieran la ayuda ne-
cesaria por parte de quienes estaban en condiciones de proporcionarla
(Fritz y Wiliams, 1957; McGonagle, 1964; Quarantelli y Dynes,
1970; Ahearn y Rizo, 1979) [13], [20], [25], [1].

51
El período de reviviscencia está caracterizado por dependencia in-
fantil, necesidad de compañía y de ventilación de sentimientos que fue-
ron congelados previamente.
El período post-traumático empieza cuando el individuo evalúa los
efectos personales del desastre, lo que le puede llevar a la aparición de
síntomas como la ansiedad o la depresión.
Estos efectos pueden ser temporales o durar toda la vida, según la
correlación existente entre lo intenso del trauma y la habilidad de la
personalidad de la víctima.
Entre los casos más reseñados en la bibliografía especializada, se
encuentran las víctimas de las explosiones atómicas en Hiroshima y las
víctimas judías de la persecución nazi (el holocausto). También, en los
últimos años, los efectos post- tortura de los desaparecidos y persegui-
dos políticos, por las dictaduras militares latinoamericanas.
En todos los casos, el problema es la elaboración con respecto a la
cercanía de la muerte (y las huellas permanentes que esta experiencia1
puede dejar); la necesidad en ocasiones de un adormecimiento emo-
cional (a veces permanente) para soportar esta experiencia y la sensa-
ción de una gran culpa por haber sobrevivido; mientras otros murieron
(culpabilidad que puede restarle a la vida la posibilidad de obtener
placer en su devenir, situación que ha dado origen a la denominación:
culpa del sobreviviente). Cuando la culpa es muy intensa, puede llevar
incluso al suicidio. De los casos citados por Lindemann, pionero de la
intervención en crisis, tras el incendio de un centro nocturno, uno de los
atendidos se suicidó tirándose por la ventana al primer descuido de la
enfermera. Se sentía culpable, sin derecho a vivir, por no haber podido
ayudar a salir a su esposa. Él fue rescatado sin conocimiento y su esposa
falleció [19].
Se considera que quienes necesitan particulares cuidados en los de-
sastres son los viejos (que tienen mayores dificultades para recuperarse
de las pérdidas); los niños (cuya etapa de desarrollo implica, en mayor o
menor medida, la dependencia de los adultos como fuente de seguridad
y protección); así como los enfermos mentales que tengan afectada la
capacidad de enfrentarse a la realidad.

1.2. Los sismos en México y su repercusión psicológica colectiva. La


neurosis traumática
En el caso de los sismos de septiembre de 1985, en México, la pobla-
ción sobreviviente dentro de las zonas de desastre, y la inmediatamente
cercana, reaccionó con prontitud en forma solidaria. Ante el vacío de
liderazgo oficial, gubernamental, la población civil se organizó es-

52
pontáneamente para realizar las labores necesarias de ayuda de todo
tipo. Se generó así una idea líder alrededor de la cual toda la
población se agrupó: “hay que salvar vidas, hay que rescatar a los
atrapados por los derrumbes”. Esta motivación permitió la
organización espontánea de la sociedad civil y que fue oficializada
más tarde por el Estado, en un intento por recuperar el liderazgo
formal y operativo.
La dinámica social en este hecho se caracterizó por una expansión
de la sociedad civil y una redefinición de sus espacios con respecto a
la sociedad política. Momento de activismo de la población civil en
que el Estado, con su lenta burocracia, se quedó muy atrás. Momento
psicológico caracterizado por la disociación como mecanismo de
defensa necesario para poder concentrarse en las urgencias
inmediatas relacionadas con el rescate; disociación que
esencialmente implica que lo propio se pospone (ansiedades
traumáticas, duelos) dada la urgencia del otro, atrapado y en riesgo de
morir si el rescate no llega con rapidez. El tiempo fue aquí factor
crítico. Se empezó a preguntar: ¿cuánto tiempo puede vivir un ser
humano sin ingerir alimentos ni agua?, ¿cuánto tiempo hay para el
posible rescate? Por esta causa a la disociación solían agregarse
mecanismos de defensa maniacos. Así, frente a la magnitud del
desastre, se buscaba no caer en la impotencia utilizando la
omnipotencia maniaca y trabajar, casi sin descanso, y a veces sin
implementos materiales (herramientas manuales, maquinaria pesada
para remover enormes cantidades de material de construcción,
grandes placas y trabes de concreto) para evitar así tomar contacto,
con una realidad psíquica profundamente depresiva y traumática, con
un mundo interno lleno de temor, aflicción y pérdida;
concentrándose, en cambio, en la exterioridad abrumadora a la cual se
enfrentaba en forma desafiante a pesar de las condiciones.
En los lugares más alejados del desastre (aún dentro de la misma
ciudad de México) dominaba la desinformación y el caos, no había
una idea clara de la magnitud de los daños y de las formas posibles
para colaborar. Hubo un primer momento en el que todos nos
sentimos inútiles. Más tarde -para cada quien- percibimos que
privaba lo primordial: el rescate de los atrapados. Fue un instante en
el que muchos cuestionaron su papel de intelectuales. Algunos
buscaron superarlo tomando el pico y la pala; otros se retorcieron en
su parálisis, los demás siguieron -rígida y obsesivamente- su
cotidianidad.
Después, cada uno buscó recuperar su identidad profesional y cola-
borar desde ahí. A la fase inicial de impacto, inmediatista y de urgen-
cia, le seguía una segunda etapa de tensión, entre las fuerzas en juego
-naturales y humanas- que en lo social, se expresaba mediante una or-
ganización incipiente de las distintas labores: brigadas de rescate, bri-

53
gadas de apoyo logístico; elaboración; y distribución de alimentos;
atención médica; atención psicológica; peritaje de construcciones;
organización de albergues y campamentos; etc.
En lo psicológico, esta segunda fase se expresaba en la posibilidad
de una descarga catártica mediata, dada la postergación inicial de los
efectos. Fase, ésta, intensamente sintomática y característica de la
neurosis traumática o la neurosis aguda, condición donde el aparato
psíquico sobreestimulado por un evento muy intenso (habitualmente
externo) queda rebasado, incapacitado, para una respuesta y descarga
inmediatas y busca, entonces, su descarga y metabolización posterior
tanto en la esfera de los sentimientos, como en la del pensamiento y de
las acciones concretas.
Clásicamente se han descrito cuatro niveles de expresión
sintomática en el caso de la neurosis traumática, a saber: a) Accesos
de emoción incontrolables, especialmente de ansiedad (temor frente a
los eventos destructivos), así como tristeza y rabia (manifestaciones
de duelo por lo perdido), todos ellos intentos tardíos de descarga, b)
Insomnio o perturbaciones graves al dormir, con sueños típicos en
donde el evento traumático se experimenta reiterativamente, para
buscar su descarga y gradual desgaste. Repeticiones, durante el día, de
la situación traumática, ya sea en conjunto o en parte, bajo la forma de
fantasías, pensamientos o sensaciones. El insomnio se debe a la
cantidad de excitación no controlada; el rumiar obsesivo es un intento
tardío de metabolización del trauma, de repetición activa de aquello
que se vivió en forma pasiva, c) Bloqueo o disminución de diversas
funciones del yo, tales como la percepción (para impedir el aflujo de
nuestras excitaciones); la sexualidad (la energía psíquica se deriva a
funciones o actividades más urgentes en el exterior, o se elimina del
exterior en una retirada narcisista necesaria para recuperar el
equilibrio del aparato psíquico); también pueden aparecer toda clase
de fenómenos regresivos (infantiles); dependencia pasiva, d)
Complicaciones psiconeuróticas secundarias, por el efecto
precipitante que el trauma puede tener sobre trastornos psíquicos
previos más o menos compensados.[10]
Es necesario mencionar un concepto que tiene cada vez más impor-
tancia para atender los efectos de los desastres naturales; el doble evento
traumático. Es decir, la población sufre impacto traumático del desas-
tre natural en sí, y además, un segundo efecto traumático, generado
por los aspectos sociales ligados al desastre natural. Por ejemplo: las
carencias de alimentos, agua, servicios sanitarios y vivienda; la falta
de apoyo y ayuda de la autoridades, que pueden proporcionarlo y no
lo hacen.

54
Se sabe, de tiempo atrás, que el bloqueo de la actividad motriz, la
imposibilidad de desplazamientos, provoca, muchas veces el
derrumbe psíquico, de manera tal que, por ejemplo, la espera
expectante de la guerra de trincheras es más peligrosa, en ese sentido,
que la guerra activa. Por ello la participación en la ayuda a los
afectados es un factor importante para la disminución de los efectos
traumáticos, al posibilitar la descarga motriz, y afectiva, de la
metabolización de lo sucedido y de la reparación de los daños
externos e internos (psíquicos). .
En aquellos momentos posteriores a los sismos de septiembre fue
notable la posibilidad de elaboración que se logró a través de los
medios de comunicación masiva. Muchos pasábamos largos períodos
en una especie de ensoñación frente a la radio o la t.v.; una
deambulación oni- roide, a veces pesadillesca, porque las zonas de
desastre, nos ubican en la verdadera magnitud de la destrucción y la
pérdida de vidas humanas.
La tercera etapa la denominamos precisamente reparativa en
tanto que esa función es su eje principal. En ella se busca una
adecuada elaboración (metabolización) colectiva de evento
traumático, para superarlo mediante un esfuerzo conjunto de
reconstrucción. Aquí la conducción política, el liderazgo social
adecuado o inadecuado, es un factor crítico para facilitar o dificultar
este proceso.
En un artículo periodístico que apareció en noviembre de 1985
[6.b] se destacaba a propósito: “La reparación necesita confianza y
seguridad en el liderazgo actual y esperanza en el futuro, en el proceso
de reconstrucción que permita salir adelante... los desastres son una
especie de sociodrama (o, mejor aún, de dispositivo analizador
generalizado) donde los protagonistas sociales se desenmascaran y
cada quien muestra con crudeza su verdadera faz. Los engaños y las
demagogias pierden eficacia. Reaparece la verdad. Con la verdad la
respuesta a las necesidades. O en su defecto o ausencia, la lucha
reivindicadora, o la pasividad y el abandono de la rabia envuelta hacia
adentro en el caso de la frustración impotente”.
Lo que sucede meses después, cuando escribo estas líneas, en febre-
ro de 1986, es poco alentador. Muchos de los problemas sociales rela-
cionados con los sismos siguen sin resolverse (vivienda, por ejemplo)
y al parecer existe la tendencia, por parte del Estado (de los funciona-
rios que lo representan) a ejercer un liderazgo autoritario y demagógi-
co. Por parte de funcionarios responsables de la administración públi-
ca de la ciudad de México, se expresa (y se ejecuta en consecuencia)
una política para “dejar de hablar del temblor” (y sus consecuencias)
por lo que a cambio, se apoyan todo tipo de actividades de “distrac-

55
ción y diversión”, dentro de las cuales por supuesto, la máxima es la
realización del Campeonato Mundial de Fútbol. Como en la Roma Im-
perial, la prescripción para el pueblo es circo... con poco pan.
Esto claro, en el contexto de una grave y generalizada crisis econó-
mica y política, que ha Acentuado las contradicciones internas del sis-
tema y ha afectado los lineamientos bajo las cuales se estableció el
“pacto social” que ha mantenido la unidad de la nación durante la mayor
parte del presente siglo. La opción, en términos de la psicología colec-
tiva, estaría entre la confianza en el liderazgo político o el pánico; entre
el mantenimiento de la unidad social, o la desbandada individual, o, por
¡supuesto, la búsqueda de liderazgos y formas de conducción política
distintas, que implicarían una modificación sustancial y a fondo del
sistema político existente.

2.La asistencia psiquiátrica y los desastres

2.1. Crisis e intervención en crisis


Por crisis se entiende “una situación en la cual es inminente un
cambio decisivo para mejorar o empeorar”. Se le utiliza comúnmente
con relación a situaciones de orden social o económico. Ahora bien,
en el campo de la psiquiatría, también se ha ido desarrollando una
“teoría de la crisis”; así como los correspondientes métodos de
“intervención en crisis”. Esto es fruto de la experiencia psiquiátrica
obtenida en la Segunda Guerra Mundial, y de su posterior aplicación a
las situaciones de desastre civil; así como la extensión de los
conceptos freudianos de desarrollo psicogenético a la edad adulta y la
definición consecuente de sucesivas “crisis de desarrollo o
crecimiento” a lo largo de toda la vida del ser humano.
A Lindemann [19], se le considera el primero en abordar desde ésta
perspectiva, los efectos psiquiátricos, de los sobrevivientes del incen-
dio de un club nocturno, material que después utilizara Gerald Caplan
[7] para la formulación del concepto de crisis, como el eje de un siste-
ma de psiquiatría preventiva. Caplan traza las bases teóricas sobre las
cuales se inscriben todas .las ulteriores investigaciones, y relaciona el
concepto de homeostasis (equilibrio del medio interno, en su sentido
fisiológico específico; aquí utilizado en un sentido lato) con el de cri-
sis. La perturbación del delicado equilibrio homeostático por factores
fisiológicos, psicológicos o sociales, conduce al ser humano a una acti-
vidad cuyo objetivo es resolver los problemas existentes y restituir la

56
situación de equilibrio. Caplan describe tres grandes etapas en el
desarrollo de una crisis: la fase de impacto, en la cual se produce la
pérdida del equilibrio previo; la fase de tensión, donde se define, en
buena medida, la connotación de crecimiento o regresión de la
persona con relación a la crisis y una de las mejores para las
intervenciones en crisis, y, finalmente, la fase de resolución que a
menudo implica, para el sujeto en cuestión, la redefinición del
problema en el contexto de los recursos que cuenta para enfrentarlo,
lo cual puede llegar a implicar una actitud activa de resignación hacia
los aspectos remanentes insolubles.
La intervención en crisis [14], [15c], implica la intervención más
rápida posible, especialmente en la segunda etapa, se utilizan los
recursos personales (del afectado) y sociales disponibles, para
permitir la salida de la crisis en la línea del crecimiento. En las
intervenciones - individuales, familiares, grupales- se utilizan la
contención y apoyo emocionales; la descarga catártica de los efectos,
y la búsqueda de soluciones a los problemas generados por el evento
traumático. La gama de recursos técnicos van desde la utilización del
teléfono para consultas de urgencia o de momentos críticos;
entrevistas individuales, grupales y familiares; visitas domiciliarias;
internamientos breves; y todos los recursos propios del trabajo social.
Se utiliza ampliamente la aportación de las personas que forman la
red de apoyo familiar y social del afectado. El enfoque se centra en el
problema actual, cuya solución es el núcleo de los esfuerzos del
terapeuta.
Para el caso de la neurosis traumática, la recomendación
terapéutica es simple: apoyo y continencia emocional, en un primer
momento, con el fin de recrear el clima de protección y seguridad,
roto por el evento traumático. En un segundo momento, se promueve
y facilita la catarsis emocional, la descarga mediata de las emociones
que en su oportunidad no pudieron expresarse: miedo, inseguridad,
tristeza, enojo.
A partir de estos elementos básicos y sólo en tanto sea imprescindi-
ble por sus efectos de bloqueo, se incluyen algunos datos interpretati-
vos sobre la estructura de la persona; sobre sus resistencias, esto,
siempre contextualizado en la situación y momento del trauma. Por
ejemplo: con una persona de carácter obsesivo: “siendo usted tan
responsable, parece que se hace cargo de ayudar a todos los demás,
afligidos y asustados por la situación, pero esto también le sirve para
evitar el contacto con su propia aflicción y miedo. Antes era necesario
resolver problemas urgentes, pero ahora ya podemos ver qué pasa en
su interior, ¿no cree?...”

57
En general, es necesario tranquilizar al afectado con respecto a los
fenómenos de repetición (pensamientos y sueño) y estimularlo a que
tolere su libre expresión de éstos para lograr la elaboración. En muchos
casos vimos, que tanto en niños como en los adultos, éste era un factor
que dificultaba la descarga y elaboración de las ansiedades. Una madre
se sorprendía de ver a su hijo después de jugar a construir y derrumbar
edificios, se tranquilizaba y podía así elaborar la pérdida de su casa,
ubicada en un edificio que se derrumbó.
Es necesario mantenerse en contacto estrecho con la realidad exter-
na, en donde pueden existir múltiples problemas, cuando es posible,
resulta conveniente apoyar los mecanismos reparativos, como la ayuda
a los damnificados, cuidando de mantener dicha ayuda dentro de las
posibilidades realistas de cada individuo.
En algunas personas con pérdidas distintas; afectaciones del cuerpo,
(lesiones, amputaciones); lesiones o muerte de familiares y amigos;
pérdidas materiales (especialmente aquellas de mayor significación
afectiva, como la vivienda), pueden llevar a estados de duelo o de de-
presión que requieren, además, un manejo específico. En otros casos el
impacto traumático reactiva una neurosis previa que se encontraba más
o menos compensada.

2.2.Psicoterapia dinámica breve. Duelo


Aunque se conocen algunas experiencias pioneras de Freud del
tipo de una psicoterapia dinámica breve, es claro que el fundador del
psicoanálisis estaba interesado fundamentalmente, en el desarrollo de
esta última modalidad terapéutica. Varios de sus alumnos y sucesores
incursionaron también por el campo de las terapias breves, especial-
mente Ferenczi, pero su exposición teórico-técnica sistemática, se
llevó a cabo hasta los 40‟s por Alexander y French [2],
En esta aportación preparó el terreno, pero su aplicación amplia tu-
vo que esperar hasta los 50‟s cuando la expansión de los servicios de
Salud Pública, en los países anglosajones, incorporó el sector de salud
mental y tuvieron que aplicarse técnicas, como las de psicoterapia
dinámica breve, que pudieron dar respuesta eficaz a una demanda
social creciente. Aparecen, entonces, las publicaciones de Malan
(1963) en Inglaterra [21] y de Bellack y Small (1965) [3] y Wolberg
(1965) [27] en EE.UU. Aportes ulteriores importantes han sido dados
por Mann (1973, 1982) [22], [22b]; Sifneos (1972,1979) [24a] [24b];
y Davanloo (1978,1980) [8a] [8b].
En nuestro medio latinoamericano son importantes las aportaciones
de Kesselmann (1970) [16]; Fiorini (1973) [11]; y Braier (1981) [4],
58
La psicoterapia dinámica breve se desarrolló inicialmente bajo el
encuadre o formato de la terapia individual con características precisas
en cuanto a sus propósitos: objetivos limitados en tiempo limitado.
Objetivos de remoción sintomática con las modificaciones
estructurales (de la estructura del aparato psíquico) estrictamente
necesarias para que los síntomas pierdan funcionalidad, para mantener
el equilibrio psíquico. El tiempo limitado oscila entre 1 y 40 sesiones,
pero la duración más frecuente está entre las. 10 y las 40, que, con una
frecuencia semanal, implican alrededor de tres meses, a un año como
límite.
Si bien la intervención terapéutica se sustenta en la teoría psicoana-
lítica general, la técnica de aplicación debe ser distinta -dada la dife-
rencia de propósitos- y está caracterizada por dos elementos básicos:
la focalización de la interpretación (Balint para destacar este elemento
la llamaba terapia focalizada) y la planificación del proceso (otros
autores la han llamado, por tal razón, terapia planificada o “terapia
estratégica"’).
La focalización requiere de una gran actividad del terapeuta en
cuanto a la definición y operación. Se evita el desarrollo de la neurosis
de transferencia y se busca trabajar dentro de una transferencia
positiva sublimada, en sesiones donde el terapeuta está cara a cara
con el paciente (es decir, sin uso del diván).
Con respecto al foco, señala Braier: “El foco debe concebirse pri-
mordial y esencialmente desde una perspectiva psicopatológica. En es-
te sentido ha de estar dado por una estructura integrada por los distin-
tos factores que intervienen en la génesis de la que ha sido escogida
como la problemática central del tratamiento (una determinada situa-
ción problema y las manifestaciones sintomatológicas con ésta ligadas),
constituyendo a la vez una hipótesis o conjunto de hipótesis del tera-
peuta respecto de los mecanismos operantes dentro de dicha proble-
mática, o sea, de la compleja interacción existente entre los factores..”
Braier resume, por su utilidad, la estructura de foco propuesta por
Fiorini: “... en la experiencia terapéutica todo foco tiene un eje cen-
tral que generalmente está dado por el motivo de consulta (síntomas,
situación crisis). Subyacente y ligado al motivo de consulta hay un
conflicto nuclear exacerbado, el que se inserta en una situación grupal es-
pecífica. Motivo de consulta, conflicto nuclear subyacente y situación
grupal son aspectos de una situación que condensa un conjunto de de-
terminaciones y en la que un examen analítico nos permite distinguir
zonas con diversos componentes: aspectos caracterológicos del paciente,
aspectos histórico- genéticos individuales y grupales reactivados, así co-
mo también una zona que concierne al momento evolutivo individual

59
y grupal y otra de determinantes del contexto social más amplio, con la
que también se vinculan todos los componentes citados. Estos diversos
componentes se encuentran actualizados y totalizados por la si-
tuación...” [4].
Por supuesto, la determinación de ese foco de trabajo permite ope-
rar con atención selectiva en lo que se refiere al foco y al descuido se-
lectivo, de aquello que no tiene que ver con él.
Al definir un foco se definen también objetivos limitados, que sue-
len ser establecidos en forma previa y “no incluyen la reconstrucción
completa de la personalidad, que es el objetivo del psicoanálisis habi-
tual, pero son ambiciosos, en el sentido de que el terapeuta espera lo-
grar cambios intrapsíquicos, psicodinámicos, y no tan sólo un alivio
sintomático o un retorno al statu quo anterior”.
Los mejores candidatos para este tipo de enfoque terapéutico son
los de la gama de perturbaciones neuróticas, trastornos del carácter y
reacciones de adaptación, que poseen una buena fortaleza del yo que
les permita “establecer rápidamente una relación terapéutica, soportar
la ansiedad asociada con encaro interpretativo y ser capaces de tolerar
una terminación temprana, sin una reacción emocional que sea tan
extrema como para llegar a perjudicar los resultados del tratamiento”.
[15b]
Si bien, como en el psicoanálisis, estas terapias se orientan al
insight, difieren en la aproximación técnica del terapeuta, donde éste
es muy activo; realiza interpretaciones tempranas (frecuentemente
transferenciales); promueve una fuerte alianza y colaboración con el
paciente y utiliza con amplitud la empatía y el apoyo a fin de mantener,
en niveles tolerables, la ansiedad que despierta un trabajo terapéutico
tan intenso.
El proceso abarca tres etapas: inicial, media y de finalización, y se
dedica una buena parte (la tercera o cuarta) al trabajo de terminación,
donde se reactiva la ansiedad de separación, y que reviste una impor-
tancia decisiva para mantener los resultados terapéuticos.
Malan destacó que, para trabajar con técnicas breves, además de los
requisitos de selección e indicaciones apropiadas, se requiere -como
factores no específicos- por parte del paciente, una fuerte motivación,
y por parte del terapeuta, un gran entusiasmo.
En el caso de situaciones de crisis relacionadas con desastres natura-
les, la delimitación del foco es fácil, obvia, tanto al terapeuta como
para los pacientes, lo cual simplifica el abordaje inicial. Las dos posi-
bilidades más frecuentes están dadas por las necesidades de elabora-
ción y catarsis de la neurosis traumática y las de realización del trabajo

60
de duelo, en los casos de pérdidas diversas (muerte de familiares y
amigos; materiales; mutilaciones y afectaciones diversas de la salud
personal).
Respecto a la neurosis traumática ya hemos dado pautas diagnósti-
cas y terapéuticas, veamos ahora lo relacionado con el duelo: duelo es
una experiencia inevitable de la vida como respuesta emocional a las
pérdidas. De ahí que todos los conozcamos y que los rituales sociales
estén ampliamente desarrollados para facilitarlo. El luto es la ex-
presión formalizada del duelo en un contexto social determinado.
Vale la pena distinguir tres de las distintas formas clínicas del
duelo: el normal, el diferido (a veces "enquistado”) y el patológico.
El duelo es un proceso mental (intrapsíquico,individual)
consecutivo a la pérdida de una persona afectivamente importante; de
un objeto; de algún símbolo (la Patria, por ejemplo) o de partes del
propio cuerpo y mediante el cual, el sujeto afectado logra desprenderse
progresivamente de las cargas afectivas (libidinales) colocadas en el
objeto perdido.
Este proceso, se realiza de una forma que implica la actividad inte-
rior del sujeto, por lo cual, se le ha denominado trabajo de duelo, que
en ocasiones puede fracasar (duelos patológicos).
El trabajo de duelo es una modalidad particular de la elaboración
psíquica, o sea, de la necesidad del aparato psíquico de ligar y
descargar las impresiones traumatizantes, tema que se abordará a
propósito de las neurosis traumáticas. El sujeto tiene que romper
gradualmente los lazos afectivos que le unían al objeto perdido, a fin
de aceptar esa realidad y redistribuir su energía libidinal. Por eso se ha
dicho, que es el proceso de matar al muerto, como una forma de
aceptar la pérdida.
Al duelo normal es aquel en el cual se puede realizar este proceso
con las descargas emocionales respectivas, hasta la aceptación de la
pérdida.
En el duelo diferido todo el proceso es propuesto, a veces como una
necesidad adaptativa por los requerimientos inmediatos de rescate o de
lucha. Si el aplazamiento es temporal y luego se realiza el trabajo de
duelo, la elaboración es igualmente adecuada, pero en ocasiones queda
suspendido indefinidamente (algunos clínicos lo llaman, por eso, en
analogía médica, duelo enquistado) dejando zonas de evitación (temas
prohibidos) y secuestro de energía psíquica.
En el duelo patológico pasa a un primer plano la ambivalencia
(amor- odio) con el objeto perdido, donde la falta de resolución de este
conflicto con el muerto, impide o dificulta la realización del trabajo de
duelo (como en la frase popular: “¡Cómo que se murió, si me debía!).

61
La agresión, la culpa y la confusión resultan, por ello, de primera
importancia.
En un capítulo excelente sobre “Tratamiento del duelo”, David
Greenberg escribe: “Se ha sugerido que el proceso del duelo involucra
el enfrentar lo que sería objeto de evitación y el experimentar los
sentimientos penosos de la pérdida, enojo, culpa y confusión, hasta que
puedan ser aceptados por el deudo. Hemos sugerido que el proceso
natural del duelo comprende un equilibrio entre los dolores de la
pérdida y el sentimiento reconfortante de la presencia del ser fallecido.
Puede ser que en el duelo patológico, este balance se ha inclinado tanto
en el sentido de la evitación de la pena, que la pérdida no es
“elaborada” sino suprimida (en el duelo diferido) o canalizada a través
de vías inadecuadas (rabia, culpa, etc.). En consecuencia, trabajar con
el duelo, en terapia, incluye una exploración dolorosa de los vínculos
con la persona fallecida, para que el paciente pueda experimentar el
proceso normal del duelo, en todos sus aspectos” [15a].
Por ejemplo, en la técnica de tratamiento del duelo que realiza Rap-
hael, citado por Greenberg, se analizan cuatro temas:
1) El análisis de las circunstancias de la muerte y del funeral, a fin
de revivir sentimientos y planteamientos relacionados con la persona
fallecida.
2) Análisis de los recuerdos del muerto, llevando a la sesión
fotografías y objetos de valor afectivo, que se examinan junto con el
terapeuta.
3) Análisis de las relaciones previas con la persona fallecida, que
pueden examinarse en forma cronológica o en una organización que
inicia con los rasgos positivos y se continúa con los rasgos negativos,
tema este último frecuentemente prohibido después de la muerte.
4) Finalmente se examina la pérdida del lazo, con el terapeuta.
Esta técnica, como otras, se realizan en forma breve e intensiva.
Raphael recomienda que la terapia tenga lugar en la casa del paciente,
que las sesiones duren un máximo de dos horas y que el tratamiento se
extienda, en promedio, a cuatro sesiones.

2.3. La organización civil de un sistema de intervención en crisis con


relación a los sismos de 1985 en México
El desastre de septiembre llevó a la psiquiatría y a la psicología en
el campo de la Salud pública a un primer plano de una manera insóli-
ta; puesto que la costumbre era lo contrario. Como la Cenicienta, tuvo
su noche de gala. Paradoja de nuestra profesión: toma relevancia en
los países desarrollados conforme se resuelven los problemas prima-
rios de la población y aparecen los conflictos subjetivos; y en los paí-

62
ses subdesarrollados cuando aparecen desastres: en Nicaragua, por las
reacciones psicológicas de la población ante la guerra con que el impe-
rialismo pretende impedir que el país ejerza su libertad; en México,
ante la secuela destructiva de los terremotos.
La comunidad en general, demandó información: qué hacer con
relación a su propio sufrimiento, cómo comprender lo que pasaba, có-
mo abordar la ansiedad de los niños, etc. Los brigadistas y las institu-
ciones que proporcionaban ayuda, los campamentos y los albergues,
demandaban formación psicológica para que su personal pudiera en-
frentar la nueva problemática. En lo asistencial; los individuos; las fa-
milias; las instituciones, solicitaban ayuda psicológica; tratamiento a
sus ansiedades; ayuda para resolver sus problemas de relación como
grupo de trabajo; visitas a domicilio; visitas a instituciones;
tratamientos en nuestra clínica de la AMPAG.
Los profesionales de la salud mental buscábamos participar desde
nuestra especificidad, ante las grandes necesidades existentes. Se orga-
nizaron diversas instancias: las clínicas de la Facultad de Psicología de
la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México); la de la
AMPAG (Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo);
la del IMPPA (Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalítica de la
Adolescencia) y muchas de las asociaciones psicoterapéuticas de la
ciudad de México.
Fue interesante apreciar que, gradualmente, se pasaba de acciones
aisladas de cada una de las instituciones participantes, a la coordina-
ción de algunas en función de las actividades que se podrían cumplir
con mayor eficacia. La sociedad civil, también en nuestro campo,
buscaba organizarse frente a una tarea común y de grandes alcances. El
aislamiento y las barreras desaparecían y se establecieron vínculos ahí
donde no existían. Se elaboraron boletines para informar a la pobla-
ción; que también se difundieron por radio y televisión; se dieron cur-
sos informativos o de capacitación para brigadistas; las brigadistas
acudieron a los albergues, campamentos, domicilios y hospitales para
proporcionar atención psicológica; se atendió -y se sigue haciendo- en
las clínicas y el exterior. La AMPAG reprodujo miles de hojas
mimeografiadas con “Sugerencias para la ayuda psicológica en
situaciones de crisis para familiares, amigos de damnificados y
personal de salud”.
Sin un acuerdo particular, el esfuerzo de todos los organismos parti-
cipantes se organizó como un sistema de intervención en crisis. No puede
decirse que fue algo casual. Como Kuhnn destaca desde el campo de la
filosofía [17a], [17b] los científicos conforman una comunidad que
organiza su trabajo alrededor de ciertos vectores explicativos, de cier-
tos conceptos que tienden a repetirse y aplicarse a distintos campos hasta
que se agotan y surge otro nuevo que lo substituya: los paradigmas.

63
En este caso, como paradigmas, los conceptos de crisis e intervención
en crisis; de psicología de la masa (identificación, idea líder, pánico);
de epidemiología y psicología de los desastres; terapia breve (indi-
vidual, grupal, familiar, especialmente con relación a neurosis
traumática y duelo); y para entrenamiento en servicio o formación de
emergencia para brigadistas, tres técnicas grupales de orientación
psicoanalítica: los grupos Balint para supervisión y comprensión de la
relación médico- paciente o brigadista-paciente, centrado en el análisis
de los aspectos contra-transferenciales, o sea, de la repercusión de las
vivencias y actitudes del paciente sobre el médico o brigadista; los
“grupos operativos”, para el análisis de la relación grupo-tarea,
especialmente en cuanto a los obstáculos emocionales para su
realización eficaz; y los “seminarios de formación” para el aprendizaje
activo vivencial e intensivo, acompañado de la modificación de
estereotipos caracterológicos y profesionales, así como de un efecto
terapéutico limitado sobre los brigadistas participantes.
Ya hemos abordado los conceptos relacionados con estos paradig-
mas en su dimensión más general y teórica. En los últimos capítulos
del presente libro profundizaremos sobre algunas de las técnicas gru-
pales utilizadas para el aprendizaje y su adaptación particular a las
necesidades generadas por los temblores.
La Facultad de Psicología de la UNAM organizó un servicio de
atención telefónica de crisis; se utilizaron las clínicas de consulta
externa y se organizaron equipos para trabajar en ellas y para la
atención extramuros.
El periodista Federico Campbell, [5] señala que en noviembre de 85
se realizó una “reunión más o menos ecuménica...” de donde “se puede
colegir que las actuales agrupaciones psicoanalíticas del Distrito
Federal ya no encajan en el esquema de los años 60, en que los grupos
de. psicoanalistas se dividían en „frommianos‟ y „ortodoxos‟, es decir,
los del Instituto Mexicano de Psicoanálisis y los de la Asociación
Psicoanalítica Mexicana. Ahora, más que la división le es común una
fecunda diversidad...”
En esta reunión, los instrumentos técnicos que se mencionaban co-
mo útiles para enfrentar el problema también se expresaban con pro-
funda similitud: psicoterapia breve (individual o grupal) y enfoques
grupales de diversa índole, según los propósitos: grupos terapéuticos;
grupos de aprendizaje; grupos de trabajo (alrededor de una tarea);
grupos de organización de equipos de trabajo; de resolución de
problemas institucionales; de tratamiento familiar.
Los correlatos sociales se convirtieron, también, en un hallazgo ha-
bitual para los trabajadores de la salud mental. En el artículo periodís-
tico arriba mencionado, una terapeuta destaca: “Aparte de una gran

64
impotencia, hay en todos todavía un gran enojo: un enojo contra el
gobierno, una gran desconfianza: se van a robar todo, no sirven para
nada. Una gran impaciencia...”
Jorge Margolis, otro terapeuta, se extiende sobre el tema: „„Una
situación traumática como el terremoto va a. tomar meses y años para
poder elaborarse y entenderse. La impresión que yo tengo es que toda-
vía nadie tiene una captación de la realidad del terremoto ni nadie
puede hablar a futuro de qué es lo que va a pasar. El terremoto produjo
una situación doble, una crisis. Los chinos tienen dos ideogramas para
acuñar la palabra crisis. Uno quiere decir peligro o problema y el otro
significa oportunidad. Nosotros en México hemos estado viviendo el
problema y el peligro. La oportunidad la podemos aprovechar para
crecer a partir de la crisis o para hundirnos definitivamente en un país
al que le ha llovido sobre mojado. El peligro puede apabullar a la gen-
te de tal manera que sea una situación aún más grave la que se
provoque.
-No está garantizado el salto hacia adelante,' cuantitativo.
-No-, el terremoto de 1972 en Nicaragua hizo que la gente tomara
conciencia del tipo de sociedad en que vivía y de lo que significaba un
dictador como Somoza. Pero allá había una gran organización políti-
ca, la del Frente Sandinista, que supo canalizar creativamente el
descontento.
“Yo creo que la salud mental se organiza y da su servicio en
función de las pocas organizaciones políticas existentes. El impacto
del sismo es tan brutal que los huecos que estas organizaciones van
dejando son entradas para los trabajadores de la salud mental, que
actúan según dos líneas: una, para ayudar al Estado a controlar las
cosas y calmar las ansias y las demandas de la gente que tiene razón
en estar enojada; y otra línea, la de los trabajadores de la salud mental
que pensamos que tenemos que trabajar para las necesidades de la
gente aunque estén en contra de las necesidades del Estado...”
En buena medida, por estas razones, las grandes ausentes en la or-
ganización de este sistema, de emergencia para intervención en crisis,
fueron las organizaciones psiquiátricas oficiales. Pero no sólo por su
obvia dependencia y subordinación al Estado, tampoco por su lentitud
burocrática, sino además, por la limitación de perspectiva de su marco
de referencia organicista:
¿Cómo comprender eventos psicosociales como los derivados de
los sismos y prestar la ayuda correspondiente a la población, desde un
marco reduccionista que sólo puede abarcar la dimensión orgánica,
biológica, del hombre, dejando de lado sus connotaciones más
humanas como son las psicológicas y sociales?

65
El origen dual de la psiquiatría, tema que se abarcará en otra
publicación [6] tiene aún un peso importante. La psiquiatría dinámica
y la organicista tienen dificultades para integrarse. Mientras tanto,
ésta última continúa atrincherada en los hospitales públicos en donde
pretende ignorar el paso del tiempo...

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68
Tercera parte

INTERVENCIONES
TERAPÉUTICAS
Capítulo III

El sismo: repercusiones psicológicas


Un modelo terapéutico

Isabel Díaz Portillo

Los sismos que afectaron a la ciudad de México los días 19 y 20 de


septiembre de 1985, constituyen la mayor catástrofe que ha padecido
la capital durante el presente siglo. Nunca sabremos con exactitud el
número de muertos; de incapacitados, física o mentalmente; ni el
costo real, económico -familiar y social-que costó dicho fenómeno.
Ignorancia ésta producto del caos y la especulación. Sin embargo, con
esta visión parcial de los hechos, hay datos objetivos que no podemos,
ni debemos, olvidar. Por razones históricas, afectivas, políticas y
económicas, los capitalinos vivimos en una zona sísmica, que por
circunstancias conocidas no estamos dispuestos a dejar. De repetirse
un desastre similar no debe sorprendernos tan inermes e impreparados
para enfrentarlo como sucedió en el pasado reciente.
Ingenieros y arquitectos establecen ya, las normas de construcción
que habrán de seguirse para edificar sobre el terreno fangoso, de la
ciudad. A los especialistas de la salud mental nos corresponde
establecer, a través del estudio de los pacientes afectados
psíquicamente por el sismo, las normas generales para su tratamiento,
y de ser posible, la prevención, de alteraciones prolongadas o
permanentes, en los damnificados, así como en los voluntarios y
profesionales que trabajaron en las zonas de desastre.
Hasta ahora, el síndrome de Stress postraumático se consideraba co-
mo una entidad nosológica de escasa incidencia en nuestro país, que
afectaba, a pocas personas en forma individual, pero no colectiva. Por
esta razón, en la formación profesional de médicos, psiquiatras, psi-
cólogos, trabajadores sociales y enfermeras, es necesario dedicar ma-
yor tiempo al estudio clínico del síndrome de Stress postraumático, y

71
su tratamiento. Por lo que la primera medida que se debe tomar al res-
pecto, es la revisión adecuada de los planes de estudio de las
instituciones que imparten las carreras relacionadas con la salud
mental.
Diversos organismos conocedores de la ausencia de proyectos en
la formación de los profesionales de la salud mental, instituyeron
como consecuencia del terremoto una serie de cursos; seminarios de
formación y grupos operativos que contribuyen a subsanar dichas
carencias teóricas, y a dominar la angustia de los jóvenes colegas y
estudiantes que prestaron apoyo psicológico a los damnificados.
Aunque estos cursos breves por las condiciones de emergencia
fueron de innegable utilidad, como lo muestran, entre otros los
trabajos de Dupont, Jinich y Carrillo, se vio la necesidad de prolongar
sus beneficios, a través de la enseñanza regular impartida en
universidades e institutos privados, para el conocimiento amplio del
síndrome de stress postraumático y dé las acciones terapéuticas en
casos de desastre social.
El presente trabajo pretende recopilar experiencias clínicas,
sustentadas por teorías, que permitan a la postre, el establecimiento de
criterios generales, enfocados a la terapia y, de ser posible, la
prevención de daños severos, más o menos permanentes, que deberán
aplicarse en la población afectada por catástrofes, como la que
padecimos en 1985.
Antes de describir la sintomatologia que encontré en las personas
entrevistadas después del terremoto, y de justificar la conducta tera-
péutica que seguí, consideré conveniente establecer, en forma
sintética y simplificada, las consideraciones teóricas que sustentan mi
trabajo clínico.

1. Esquema conceptual
El síndrome de Stress Postraumático, nuevo nombre de las antiguas
neurosis traumáticas, se define como el conjunto de conductas o senti-
mientos repentinos, que surge ante estímulos ambientales o ideativos,
el cual evoca en forma asociativa el acontecimiento traumático (D.S.M.
III). Fenichel señaló que el trauma es una excitación muy intensa, más
allá de la capacidad de control, en una determinada unidad de tiempo;
Rangel lo distingue como una irrupción violenta, más allá del ambien-
te promedio probable; para Erikson, es un golpe a la psique, que se
introduce a través de las defensas tan súbitamente, y con fuerza tal, que
resulta imposible responder de una manera efectiva; MacGongle
señala, que la típica reacción al desastre, puede ser la incapacidad del
individuo para comprender la extensión y finalidad del cambio súbito en
el medio ambiente.
72
El psicoanálisis intenta la comprensión de los fenómenos mentales
y emocionales, a través de ubicarlos en un hipotético aparato psíqui-
co; el cual deriva del organismo que lo sustenta, la energía necesaria
para su funcionamiento. Se considera que tal aparato está constituido,
fundamentalmente, por tres sistemas o instancias llamados: ello, yo y
superyo. Del ello surge la energía que nos hace amar, crear, vivir,
odiar, agredir y morir. A esta energía se le denomina impulso
instintivo, o pulsión. En el superyo se acumulan las normas éticas,
valores e ideales, que adquiere el ser humano a lo largo de su
desarrollo, a través del cual se convierte en parte de la familia,
sociedad y cultura en las cuales transcurre su vida. El yo es el
intercesor entre los requerimientos del ello, el superyo y la realidad
externa. Percibe los estímulos que provienen de estas tres fuentes
mediante un proceso de pensamiento más o menos complicado. De
esta forma, el yo dispone de los recuerdos de experiencias similares;
evalúa las posibles consecuencias que acarreará al ceder a las
demandas del ello, superyo y la realidad externa. El producto de esta
actividad se expresa a través de efectos y/o pensamientos, precursores
o substitutos de la acción susceptible de terminar con el desequilibrio
del aparato psíquico, originado por las demandas y contraexigencias
de los sistemas mencionados. Cuando los afectos y pensamiento
resultan lesivos para la autoestima del individuo o lo ponen en
conflicto con personas significativas para él, el yo inicia una serie de
maniobras encaminadas a excluir de la conciencia aquello que resulta
displacentero (mecanismos de defensa). Si debido a la intensidad de
los impulsos instintivos o a la magnitud de los estímulos provenientes
del mundo externo, el yo es incapaz de mantener un adecuado
equilibrio entre las demandas en conflicto, aparecen la angustia y
otros afectos displacenteros, así como síntomas diversos.
En el caso del síndrome de stress postraumático, el yo resulta inca-
paz para manejar el impacto brutal y súbito de una serie simultánea de
estímulos externos e internos; intensos e inesperados; por ejemplo:
1) Sentir que la tierra tiembla, despierta angustias primitivas, que
causan un cambio en la relación con el suelo, que de parte firme y
segura se torna inestable y amenazante.
2) Escuchar los diversos ruidos que proceden de distintos sitios si-
multáneamente, mientras más difícil resulta ubicar su origen. Incluso
el silencio inhabitual, representa la suspensión de los estímulos a los
que se está adaptado, como parte del entorno urbano.(La obscuridad
contribuye también a la pérdida de los puntos de referencia
acostumbrados).
3) Observar la conducta de la gente atemorizada; personas que hu-
yen semidesnudas; imploran hincadas a mitad de la calle; los objetos y
las paredes que caen; el polvo de los derrumbres, todo esto, enfrenta

73
al sujeto a un mund9 desconocido, imprevisible cuyo cambio amenaza
su identidad personal. Somos parte del ambiente y éste a su vez forma
parte de nosotros. Si el mundo cambia de forma brusca, si perdemos
los puntos habituales de orientación y referencia, presentimos, de
manera ominosa, que algo nuestro se ha perdido. Una situación que no
se busca es, por lo mismo, imprevisible en sus consecuencias y
alcances. Genera, como señal de alarma, la angustia, de mayor o
menor intensidad y que depende de la posibilidad de asirse, aun entre
tantas pérdidas, a personas, pensamientos y objetos conocidos y, por
tanto, previsibles ilusoria o realmente controlables. La posibilidad de
someter o de controlar las circunstancias invierte la situación, de
objeto a merced de fuerzas desconocidas; a la del sujeto que dispone y
domina aquello que le causa temor. En la siguiente sección describiré
las distintas reacciones ocasionadas por el terremoto, que van de lo
normal y transitorio a lo más o menos persistente y patológico.

2. Reacciones ocasionadas por el terremoto


Además a los factores mencionados (personas, objetos o
pensamientos que permiten preservar un mínimo de seguridad frente
al sismo) la intensidad de la reacción depende, entre otros factores, del
acercamiento físico a los derrumbes; de la magnitud de las lesiones
físicas y de la posibilidad de escapar o el quedar atrapado; de la
probabilidad y disposición para prestar ayuda a los damnificados; del
consuelo y apoyo de personas significativas para la víctima; de la
magnitud de las pérdidas, afectivas y económicas y del equilibrio
psicológico que se poseía antes del terremoto.
El material de esta sección, procede de las siguientes fuentes: 1) Co -
mentarios proporcionados por amigos y colegas. 2) Sesiones regulares
con los pacientes, a quienes atiendo en forma privada o institucional,
en sesiones individuales o de grupo. 3) Terapia cara a cara o por vía
telefónica, con las personas que recurrieron a los servicios de atención
psicológica, ofrecidos gratuitamente por la Facultad de Psicología de
la U.N.A.M.; por el Centro de Servicios Psicológicos de la misma fa-
cultad y por la Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Gru-
po (A.M.P.A.G.); instituciones de las que formo parte. 4)Atención en
grupo a los damnificados de dos albergues del Instituto Mexicano del
Seguro Social, y uno del Departamento del Distrito Federal, en cola-
boración con los colegas Flora Auron, Rubi Cardos de Mancera y Alon-
so Peón. Amigos, colegas y pacientes de mi consulta habitual, que for-
man parte de la población del Distrito Federal que habita y trabaja fuera

74
de la zona más afectada. Pocos se percataron de inmediato de la
magnitud del fenómeno telúrico. Algunos sólo se enteraron de lo
sucedido muchas horas después. Otros pensaron que el temblor era de
una intensidad inferior al que sacudió la ciudad en 1957; funcionó
como punto de referencia en cuanto a la pérdida de vidas y daños
materiales. Nuevamente, se encuentra aquí la necesidad de asimilar
algo conocido, a la experiencia presente. La racionalización
contribuyó a disminuir la angustia: “el temblor de 1957 fue
trepidatorio; éste fue oscilatorio, ni a mí, ni a mi casa nos pasó nada,
luego es algo que conozco y no tiene por qué preocuparme”.
Así pues, estas personas, como muchos conciudadanos, enviaron a
sus hijos a la escuela; se dispusieron a realizar sus labores, y fueron
enterándose gradualmente de la magnitud de la catástrofe. La
reacción más frecuente fue la incredulidad (negación), compartida
por muchos de los que, en plena zona de derrumbes, veían oscilar los
edificios y chocar unos contra otros hasta desplomarse. Nadie podía
creer lo que veía; se dudaba de lo que transmitía la radio. Una mujer
alarmada por los noticieros radiofónicos, añadió la proyección a la
negación. Pensó que el locutor era un alarmista, que provocaría
pánico en el público al pedir que evitara salir a la calle, para dejar
paso libre a las ambulancias y los equipos de salvamento. Era como si
ella se dijera: “no estoy alarmada, quieren provocarme pánico”.
A medida que aumentó la información, nadie pudo sostener ya la
negación y empezó a manifestarse la angustia. Al principio en forma
leve; y la preocupación por los amigos y los familiares que se encon-
traban, por una u otra razón en las zonas de desastre. A través de al-
gunas llamadas telefónicas y recorridos por la ciudad, se pudo
conocer el estado de las personas queridas. Se tomaron actitudes
realistas y eficaces; se retiró a los hijos de las escuelas cercanas a las
áreas afectadas, se ofreció alojamiento a los amigos y familiares
cuyas viviendas resultaron dañadas o que habitaban en zonas
peligrosas. La conciencia no negada ante la repetición de los
temblores, permitió tomar decisiones y efectuar actividades realistas
de adaptación.
Se comenzó a enfrentar, buscar y ofrecer la ¿formación que antes
había sido rechazada. La radio y la televisión permanecieron sintoni-
zadas, durante horas. Se estableció la transmisión de mensajes al resto
de la República, que informaban del estado de salud de los habitantes
de la capital. Igualmente, a través de telegramas y comunicación con
algunos radioaficionados, se cumplieron, cuando menos tres funcio-
nes: tranquilizar, en forma realista a los allegados; reestablecer el con-
tacto con aquella parte del mundo que no había cambiado, como una

75
forma de renovar el sentido de sí mismo, afectado por la pérdida de los
marcos de referencia habituales; dar a conocer la lista de
sobrevivientes.
Dentro de esta mezcla de información, algunos incidentes que se
relatan, expresan la transitoria perturbación mental y afectiva de
quienes, creyendo actuar lógica y congruentemente, cometieron actos
fallidos que demostraron la necesidad de defenderse ante el
incremento de estímulos traumáticos. Hubo quien prefirió no llamar a
los familiares y/o amigos que trabajaban en los edificios derrumbados.
Estas personas racionalizaban su omisión con falsas razones que
pudieran tranquilizarlos. No necesitaban buscar a sus conocidos tenían
la certeza que estaban de licencia, de vacaciones y que además no eran
horas de trabajo cuando sobrevino el terremoto. Poner a salvo en la
fantasía, a los seres queridos, si bien evita, transitoriamente, la
angustia, también impide la actuación realista.
La información con fines de control, es necesaria aún. Se pretende
que, al tener el conocimiento de lo que se debe hacer durante los si-
niestros, se puede estar a salvo de la angustia. Las medidas, que se
transmitieron a la población, para caso de desastres aumentan las
posibilidades de sobrevivientes: alejarse de los cristales; de libreros;
armarios, y objetos pesados que pueden caer y aplastar a quien está
cerca de ellos; salir con rapidez pero sin correr para evitar caídas;
cerrar las llaves del gas y agua para evitar explosiones e inundaciones;
refugiarse bajo trabes o escritorios metálicos; evitar la cercanía de
cables conductores de electricidad; tener a la mano linternas y
botiquines; etc. Todo esto causa un efecto tranquilizador que va más
allá de lo explícito y ofrece, para la necesidad inconsciente de
seguridad y control, un precioso alimento: la ilusión de que seguir en
forma rigurosa las reglas, tiene forzosa y necesariamente, su
recompensa. Sin embargo, hubo quien se salvó, porque salió corriendo
por los escalones semidestrozados de un edificio que se derrumbó a
sus espaldas. O quien saltó a través de la ventana de un primer piso,
hacia un montón de basura que le permitió quedar inmune. Es cierto
que algunos mueren por arrojarse por las ventanas; mientras otros
toleran mejor la angustia de ese momento y son capaces de valorar de
manera realista la situación, por tanto, logran escapar indemnes o con
pocas lesiones.
Lo anterior implica que ante los desastres no existen reglas infali-
bles. La capacidad para improvisar, pudiera decirse, la creatividad,
aun en situaciones de peligro, es la mejor protección con la que cuenta
el ser humano. Esto requiere un contacto amplio con la realidad, con
las experiencias previas del individuo, con sus capacidades y recursos
innatos. Incluye la utilización del miedo y de la angustia, como indica-

76
dores frente a la necesidad de realizar acciones eficaces para evadir o
enfrentar la situación peligrosa. A veces, es necesario o posible correr;
en otras, puede ser adecuado encontrar un refugio seguro y permane-
cer en él. Ninguna situación es exactamente igual a otra, y ningún
individuo cuenta con iguales recursos que su vecino. El salto fácil
para el atleta, resulta mortal para otros.
La reacción de algunos damnificados y de muchas personas que
resultaron indemnes fue refugiarse en su casa, rodeados de sus
familiares. Búsqueda regresiva de seguridad y protección. La casa,
como en la infancia los padres, cobijó a estos niños asustados, que
disfrazaron su temor y protegieron su autoestima, disfrazándose de
personas adultas, responsables, que permanecían en el hogar para
tranquilizar a sus hijos y esposa, para no entorpecer el tránsito, no
estorbar, y mantener la calma.
El mecanismo de defensa que predominó en otros fue el
aislamiento. Al separar sus afectos de aquellos pensamientos y
percepciones que podían perturbarlos. Así pudieron acercarse,
lentamente, a la postre, a una realidad sumamente dolorosa. Un
ejemplo claro de esta situación lo constituye una mujer joven, con una
fuerte tendencia para presentar descargas emotivas severas,
permaneció durante horas frente al televisor como “hipnotizada”,
hasta que, de pronto, escuchó que se requerían palas para los
brigadistas. Llamó de inmediato a su hermano arquitecto,
informándole de la demanda, lo convenció para ir a recoger dichas
herramientas, en las obras que aquél dirigía, y ambos las llevaron al
sitio indicado. A partir de este momento, la joven fungió como
proveedora de alimentos, y el hermano como auxiliar técnico en las
labores de rescate. Este bloqueo afectivo inicial, permitió que la
información recibida no resultara lesiva para esta mujer, que de haber
sido invadida por sus efectos, como es habitual en ella, hubiera llorado
días enteros, inmersa en tal depresión que habría impedido prestar
ayuda a los damnificados.
A diferencia de los casos anteriores, otras personas enfrentaron in-
mediatamente su angustia y su dolor, y las convirtieron en señales pa-
ra modificar la situación amenazante. Los primeros vecinos en acudir
al rescate fueron vecinos de los edificios derrumbados. Pero muy pronto
recibieron el refuerzo de los voluntarios que acudieron de todos los pun-
tos de la ciudad. Inicialmente la actividad fue impulsiva, con escasa
planeación, desorganizada, y con frecuencia dejando de lado recursos
útiles. Así sucedió con una mujer que había estudiado enfermería y
que en vez de prestar primeros auxilios, ofreció sus servicios como cho-
fer; un psicólogo consideró que podía remover mejor escombros, que
atender las necesidades emocionales de los lesionados y sus familiares;

77
mientras un ingeniero civil decidió ayudar a su esposa en la prepara-
ción de grandes cantidades de alimentos para un albergue, en lugar de
brindar su apoyo técnico en las labores de rescate. En éstas, como en
muchas otras personas, la percepción de la realidad angustiante y do-
lorosa, las impulsó a la acción pero, a través del olvido de sus recursos
profesionales, evitaron ponerse en contacto directo con los afectados.
A pesar de ello, su ayuda fue eficaz y valiosa. Posteriormente se
organizaron para utilizar su capacidad al servicio de los damnificados.
Estas personas, algunos brigadistas y muchas otras procedentes de las
zonas no afectadas por el terremoto, presentaron síntomas menos
pasajeros, más intensos y dolorosos, que trataré en la siguiente
sección. Todos ellos acudieron a consulta con la intención de aliviar su
sintomatología.

3. Síntomas del síndrome de stress postraumático


La reacción más generalizada de quienes contemplaron muy cerca
-pero lograron quedar a salvo- la caída de edificios; así como la de
quienes escaparon indemnes o con lesiones leves, fue un terror
intenso, que produjo un schock psicológico, descrito con los siguientes
términos: aturdimiento, atontamiento, confusión, perplejidad,
sonambulismo, como en un sueño, y no comprender lo que pasaba.
Estas vivencias expresan la disminución momentánea de las funciones
de percepción, integración, juicio y pensamiento, debido a la
retracción del yo frente al estímulo aterrador de ver el mundo hundirse
ante los propios ojos.
Como secuela directa del estado de shock pueden quedar síntomas
que perpetúan la reacción inicial frente al trauma. Este es el caso de un
hombre que acudió a consulta porque se sentía insensible, extraño,
casi despersonalizado, desde que contempló el derrumbe de un con-
junto habitacional. Le incomodaba percibirse insensible hacia los
damnificados, se preguntaba: “¿De qué estoy hecho, no me llega
nada? No siento nada”, Cuando le señalé que no quería sentir, porque
lo que le llegaba era horrible reconoció su miedo paralizante, sus
deseos de huir de la destrucción y su renuencia, a partir de ese
momento, al saber más sobre los sucesos. Cerrarse para no recibir más
estímulos, es un tipo de huida, un intento para evadir el temor y el
dolor; refugiarse dentro de sí mismo en busca de la seguridad que el
mundo externo ya no puede ofrecer.
Otro paciente logró salir de un edificio con derrumbes parciales, ayu-
dando en su camino a otras personas, a quienes el miedo les impedía
saltar sobre los escombros. Acudió a consulta porque, una vez fuera

78
del edificio, perdió la memoria. No registró cómo, ni por dónde llegó
a su trabajo. Temía estar volviéndose loco, al comenzar a perder “fa-
cultades mentales”. Le hice notar que su cerebro funcionó eficazmente
ante la situación de emergencia y que su mente había tomado un
descanso después, mientras sus piernas lo llevaban a un lugar seguro
para pedir ayuda. Durante la sesión insistió que necesitaba controlarse
para así, poder enfrentar futuras emergencias. Esta insistencia permi-
tió explorar que era preciso controlar su miedo y la vergüenza que éste
le había producido, mientras aparentaba frente a los demás y ante él
mismo, una seguridad que estaba muy lejos de sentir. Al asegurarle
nuevamente lo saludable que resulta sentir miedo frente a las
situaciones de peligro real, lloró profusamente y, aunque no recuperó
la memoria, consiguió entender y aliviar su temor a enloquecer.
Este caso ilustra la frecuente confusión, desde el punto de vista
clínico, entre amnesia y bloqueo de la percepción. En forma similar a
los movimientos reflejos, que alejan de estímulos dolorosos (contraer
los músculos de los párpados frente a una luz muy intensa o retirar el
brazo pinchado por un alfiler) el aparato psíquico se cierra, con el fin
de evitar un flujo mayor de estímulos, incontrolables en ese momento,
debido a la tarea de descargar, elaborar y controlar el impacto,
traumático previo. El resultado manifiesto es una serie de alteraciones
en la orientación en tiempo, espacio, persona, situación y amnesia,
síntomas secundarios a la alteración sensoperceptual y no trastornos
primarios de estas funciones. Clínicamente, los afectados dicen no
saber dónde están; responden lentamente cualquier interrogatorio,
pueden tener dificultad incluso para recordar su nombre, domicilio y
número telefónico, así como los datos, de sus familiares cercanos.
Tratándose de personas procedentes de zonas de derrumbe, es
necesario descartar la posibilidad de un traumatismo cráneo
encefálico, susceptible de provocar un cuadro de confusión similar.
Otros síntomas producto del bloqueo defensivo frente a los estímulos
externos, son: la constante negación del acontecimiento traumático; el
temor a salir a la calle; el miedo a entrar en construcciones cercanas a
las zonas más afectadas; la renuncia a recibir más noticias sobre la
catástrofe; el caminar o correr sin rumbo fijo, para alejarse del peligro;
la inmovilidad que restringe el mundo perturbador a sólo unos cuantos
metros, etc. La persistencia de este retraimiento defensivo, interfiere
con casi todas las actividades de la vida cotidiana (los estudios, el
trabajo, la diversión) e incluso el contacto con otras personas, de las
que se mete recibir malas noticias que pueden perturbar el propio
estado psíquico.
Aun las relaciones familiares resultan afectadas por esta necesidad
de retirarse de los estímulos externos. Como ejemplo mencionaré a una
pareja que acudió en busca de orientación para ayudar a su hija me-

79
ñor, quien se negaba asistir a la escuela después del terremoto. El ma-
rido señaló la fobia que sentía su mujer por los edificios altos, y atri-
buía a esto, la dificultad de la niña para controlar su miedo. Mientras la
señora relataba sus preocupaciones y temores lloraba y retorcía las
manos, él presionaba suave, pero firmemente para que la mujer se con-
trolara en favor de los hijos, hasta que ella estalló furiosa, reprochán-
dole su incomprensión, su incapacidad para consolarla y para darle
seguridad. El marido negó las acusaciones y apeló nuevamente al
control de su esposa. Intervine pidiéndole que la dejara desahogarse y
que rescatara lo que podía haber de cierto en aquellos reproches. Uno
de éstos lo afectó especialmente: deseaba a toda costa, que la esposa le
proporcionara un ambiente tranquilo, feliz y de paz. Reconoció que,
como ella, él también había tenido miedo, pero pensaba que si lo decía
la situación empeoraría. Para evitar esto se desconectaba cuando su
esposa se quejaba, sintiéndose distante y ajeno a ella, después de
compartir sus angustias y temores, se sintieron nuevamente cercanos,
acompañados y apoyados el uno en el otro.
Junto a estos síntomas producidos por el bloqueo defensivo de di-
versas funciones yoicas, se encuentran otros que constituyen intentos
del aparato psíquico para librarse del exceso de estimulación que
reciben. Éstos funcionan, por así decirlo, como una válvula de escape
para el exceso de presión. Entre ellos de encuentran los estallidos emo-
cionales (llanto, rabia, risa); y su descarga a través del cuerpo: vómi-
tos, diarreas, sudoración, etc. Como en el caso de la pareja menciona-
da, es frecuente que se intente frenar, de una u otra manera, la descarga
directa de los afectos, con el fin de negarlos o controlarlos en sí mis-
mos. No insistiré en lo inconveniente de las diversas apelaciones al
control y métodos similares. Los beneficios de la catarsis fueron
ampliamente difundidos por los especialistas entrevistados en los días
subsecuentes a los sismos. Pero es conveniente señalar que cada
persona requiere de distinto tiempo para descargar y elaborar, sus
emociones, y este lapso debe respetarse, si se desea evitar la aparición
de síntomas posteriores.
Sin embargo, es posible que el cuadro se complique cuando, debido
a la existencia de emociones largamente reprimidas, el suceso traumá-
tico actual permite el paso y descarga de lo viejo junto con lo nuevo.
Así sucedió con una anciana, que desde el día del terremoto estaba
muy deprimida y no dejaba de llorar por “toda esa pobre gente muerta
y por la desprotección de los que habían quedado sin hogar”. Prove-
nían de una zona muy alejada de los sitios devastados, y no había re-
sentido ningún tipo de pérdida. Además de la depresión, la paciente
tenía temor de morir aplastada, y la sensación frecuente de estar nue-

80
vamente en el temblor. Durante la entrevista lloraba en silencio
mientras relataba sus síntomas; me transmitía una gran soledad y
abandono. Le hice notar que, además del miedo a morir, lloraba
porque se sentía tan sola y desamparada como una niña perdida.
Mirándome con profunda tristeza relató la muerte de su marido
acaecido dos años antes. Hombre robusto y vital, falleció súbitamente,
dejándola sin apoyo, sin consuelo y seguridad. De esta forma pudo
percatarse de que gran parte de su tristeza correspondía al duelo por
él, aún no elaborado. Su temor a morir, correspondía a la idea de que
sólo a través de la muerte, volverían a reunirse.
Las presiones familiares y sociales y la propia imagen de la
virilidad, hacen difícil que ciertos hombres puedan descargar su
tensión a través del llanto, por lo que suelen recurrir a la substitución
de éste por la ira, emoción más aceptable porque parece preservar la
idea de fortaleza y dominio. Puede percibirse, en ocasiones, la
extrañeza, exageración e injustificación de estos estallidos de ira, a
pesar de lo cual, resultan incontrolables. Esta situación llevó a
consulta a un brigadista de unos 35 años de edad, que atribuía su
hiperirritabilidad al insomnio que lo aquejaba desde 15 días atrás.
Este hombre trabajó tres días seguidos, prácticamente sin descanso,
en el rescate de personas atrapadas, hasta que se desplomó vencido
por la fatiga, viéndose, a partir de ese momento, imposibilitado para
regresar a la brigada, angustiado, insomne e irascible. Había iniciado
sus labores de rescate en el barrio donde transcurrió su infancia, pues
deseaba ayudar a los viejos amigos y vecinos. Contemplar la
tremenda destrucción, perdidos los pontos de referencia que le hacían
familiar y querido aquel sitio, y sacar ayudado por otros brigadistas,
los restos de un antiguo conocido, le resultó intolerable. Durante la
entrevista telefónica, que duró casi 90 minutos, expresó la culpa que
sentía por haberse distanciado del barrio y sus queridos amigos de la
infancia. Hablaba con voz ahogada, y respiraba con dificultad
interrumpido por largos silencios. Le señalé que le costaba trabajo
hablar porque se esforzaba por contener el llanto, que le ocasionaban
todas las pérdidas que había sufrido. Me contestó que con llorar no
ganaría nada, pues ya nada de eso tenía remedio. Finalmente, aceptó
que temía hacerlo porque yo podía considerarlo cobarde. Le aseguré
que no y después de un tiempo, prosiguió el relato su vida en el barrio,
logró descargar el llanto que encubría y desahogaba parcialmente, a
través de estallidos violentos.
Diversas circunstancias, externas e internas, pueden interferir con la
posibilidad de descarga las emociones hacia el exterior. La severidad
del superyo, la existencia de represiones previas al trauma o la posi-
ción de liderazgo del sujeto, que debe encargarse no sólo de sí mismo,
81
sino de otros (alumnos, hijos o subalternos) en el momento del trauma,
son circunstancias que bloqueaban el estallido emocional inmediato. Si
tal situación se perpetúa, es frecuente la aparición de síntomas que
surgen de la descarga emocional hacia el cuerpo. Angustia, temor, ira,
vergüenza, asco, etc., retenidos, provocan palpitaciones, sensaciones
de frío o calor, anquilosamiento, dolores, opresión precordial,
constricción faríngea, ronquera, dispepsia, erupciones en la piel,
mareos, fatiga, apatía, pérdida del apetito, del deseo sexual, impoten-
cia, parálisis.
La tendencia a liberar la excitación acumulada, puede expresarse en
forma de hiperactividad, que suele llevar al agotamiento.
En otros casos se intenta liberar mediante verborrea insulsa y
repetitiva. O a través de actividades compulsivas, que, si bien
inicialmente pueden resultar útiles -como lo fue acomodar y clasificar
medicinas y alimentos en algunos albergues- al extenderse más allá de
lo necesario, se vuelven ineficaces, pues ocupan el tiempo que pueden
dedicarse a otras necesidades más urgentes e importantes.
Otros síntomas son, por una parte los intentos de descarga, y por
otra; la tendencia hacia el control tardío de la situación traumática.
Renuevan el trauma, lo recrean, para resignificarlo, modificarlo y darle
un final distinto. Entre ellos se encuentra el estado hiperalerta, es decir
la atención excesiva a todos los estímulos procedentes del exterior, que
mantiene una vigilancia y preparación constantes, para evitar volver a
sorprenderse por el trauma. Frente el peligro re-creado, hay la posi-
bilidad de luchar o huir activamente, en vez de sufrir de nuevo,
pasivamente, su impacto. Dado que esta preparación se realiza sin que
el individuo tenga conciencia de ella, los síntomas le resultan extraños
y molestos. Aquí puede incluirse la hipersensibilidad acústica y visual.
Dentro de la misma categoría se encuentran los sueños que repiten con
pequeñas variantes, o sin ellas, el momento del terremoto, la huida, el
encierro; los pensamientos o imágenes constantes de edificios que
caen, cadáveres, gritos, sirenas de ambulancia y la sensación frecuente
de que la tierra temblaba de nuevo. Aunque todos estos fenómenos se
acompañan de angustia, y son por ello motivo de consulta, enfrentan al
individuo con un trauma mitigado, de menor duración que el real,
como si a través de la autoinoculación de pequeñas dosis de angustia y
temor, el sujeto fuera inmunizándose paulatinamente, hasta que
adquiere una cierta resistencia frente a lo temido. Lo conocido se
maneja mejor, y es por tanto, menos angustiante.
En ocasiones, el propio sueño o la fantasía ofrecen ya una nueva
versión de los hechos. A pesar del carácter angustiante de tales crea-
ciones, el yo intenta anular y transformar en su contrario, la pasivi-

82
dad, el temor, el dolor y la reacción del superyo frente a ellos. Una
mujer de 50 años, de aspecto débil y enfermizo, solicitó atención psi-
cológica, porque se encontraba en un estado de angustia, con insomnio
y pesadillas. Se soñaba atrapada bajo un edificio, junto con una amiga,
pedían auxilio y luchaban por salir. Despertaba en medio de un
profundo terror, cubierta de sudor frió. Esta paciente vivía en un
conjunto habitacional y logró salir a los jardines, cuando se derrum-
baba el edificio donde vivía una de sus más queridas amigas, quien la
cuidaba durante sus enfermedades y la acompañaba a la clínica donde
se atendía. Paralizada por el terror, se desplomó al suelo, donde fue
auxiliada por otros vecinos, quienes a su vez llamaron a su hija para
que se hiciera cargo de ella. Recordó, durante la consulta que al ver
caer el edificio, deseó correr y “meterle el hombro”, para detenerlo. Se
sentía profundamente culpable por no haber podido ayudar a esa
amiga que tanto había hecho por ella. El sueño aliviaba la culpa que
sentía por haberla “abandonado” en su muerte; la veía viva y a su lado,
acompañándola. Esta solidaridad constituía, al mismo tiempo, la
reparación de la falta real y el castigo por la misma, puesto que la co-
locaba en una situación en la que su propia vida corría peligro y por lo
tanto sufría. En el sueño también transformó su parálisis; ahí se movía
activa y valerosamente, en busca de auxilio que fue incapaz de pres-
tarse a sí misma y a su amiga.
El insomnio, síntoma frecuente en la secuela del terremoto,
obedece a distintas razones. El estado de hiperalerta antes citado,
impide la relajación necesaria para permitir el reposo y dormir. El
temor a que se repita la situación traumática, también dificulta
conciliar el sueño, y sorprende nuevamente a la persona, impreparada
e inerme. El insomnio puede originarse asimismo, en el deseo, no
totalmente consciente, de evitar enfrentarse, una vez más al trauma
renovado por las pesadillas. Además, puede sentirse la necesidad de
estar despierto para plantearse nuevas alternativas frente a futuras
catástrofes; para explicarse y perdonarse por haber tenido miedo; para
intentar superar la culpa, la vergüenza, la ira u otras emociones vividas
en el momento traumático. Muchas personas sólo lograron conciliar el
sueño acostándose vestidas y con linternas en el buró; y algunas
añadieron a sus preocupaciones, colocar el dinero, las alhajas y otros
objetos de valor cerca de ellos, por si se diera el caso de abandonar
permanentemente sus hogares.
Los accesos de angustia que aparecen al enfrentarse a situaciones que
recuerdan el suceso traumático o simplemente por la evocación del mis-
mo, pueden incluirse, dentro del rubro de la descarga y control tardío
de la excitación traumática. El cuadro más dramático de este tipo, se

83
presentó con una colega que atendió a una mujer que había permane-
cido 3 días atrapada entre los escombros de un edificio derrumbado.
Cuando la doctora cerró la puerta del consultorio, la paciente comenzó
a llorar y a gritar, presa de una intensa angustia. El cuarto cerrado
revivió de inmediato su situación: la angustia de no poder salir, de
perder la vida, de estar rodeada de muertos y heridos; en el ambiente
seguro del consultorio, contenida por la presencia de la terapeuta-, esta
mujer pudo ventilar su miedo y la rabia, que por la demora de la ayuda
la había invadido, en los días de enclaustramiento, pero que no pudo
dejar salir entonces, porque hacerlo hubiera implicado abandonarse a
la desesperación y la muerte.
Otras personas presentaban angustia cuando se veían precisados a
entrar a cualquier edificio; al viajar en el metro; y por el temor a que se
repitiera el sismo, a morir enterrados; a quedar solos, desamparados,
sin ayuda; por encontrarse incapacitados para proteger a sus hijos,
perder sus hogares, o su lugar de trabajo; a que la ciudad se hundiera o
el país desapareciera; a la llegada de la noche, a la obscuridad.
Estos casos, que en su mayoría no estuvieron sujetos al impacto
traumático directo, la sintomatología corresponde a la identificación,
por sentimientos de culpa, hacia los muertos y damnificados. En
general, presentaron estos cuadros angustiosos -personas procedentes
de zonas que no fueron realmente dañadas, con antecedentes de
relaciones interpersonales restringidas o insatisfactorias, y que desde
antes del terremoto se sentían solas, poco importantes; poco queridas,
rechazadas o víctimas de la injusticia y que, durante la emergencia,
contribuyeron escasamente o nada, al auxilio de los damnificados. En
ellos, esta conciencia generó culpa y, en vez de intentar repararla con
actos concretos, se colocaron en el lugar de las verdaderas víctimas.
A diferencia de los hallazgos de otros autores, especialmente en ca-
sos de neurosis traumática en prisioneros de campos de concentración
o de combatientes en la guerra, no encontré, en las personas entrevis-
tadas, sentimientos de culpa por haberse alegrado del daño ajeno o sen-
saciones de triunfo maniaco por estar vivos. Ausencia ésta que merece
investigación y comprobación. Sin embargo, es posible que, frente a
circunstancias diferentes, las reacciones sean distintas. Tanto en la gue-
rra, como en los campos de concentración la convivencia cotidiana,
favorece que, junto a la actitud solidaria en el peligro a la desgracia,
surjan situaciones de rivalidad y competencia, en las que la muerte de
un compañero, puede significar un triunfo recibido con alegría. En es-
tos casos, la convivencia constituye a las personas en un grupo, con
una dinámica propia, donde existe amor y odio, solidaridad y compe-
tencia; mientras en un terremoto, en el que el peligro surge súbitamen-

84
te, sin poder prepararse física y mentalmente para afrontarlo, lo que
sorprende a una población desorganizada con anterioridad, descono-
cida entre sí, disgregada, sin ideas compartidas ni vínculos libidinales
o agresivos que la unifiquen, el sentimiento colectivo es el miedo.
Sabedores de la existencia de las réplicas (movimientos telúricos de
menor intensidad, que son secuela de los mayores), los habitantes de
las zonas sísmicas difícilmente se sienten seguros, en sus vidas y sus
propiedades una vez que ha pasado el primer temblor. Lo que
predomina es más bien el temor expectante. Nadie sabe cuánto va a
durar la aparente calma de la tierra. No hay tiempo para alegrarse por
haber escapado de un enemigo invisible, porque se le sabe bajo los
pies. Ante la imposibilidad de ayudar a los amigos y vecinos y aun a
los desconocidos, aparece la llamada culpa del sobreviviente, que se
cuestiona en forma melancólica sobre la utilidad de la propia vida en
relación con las perdidas. Pero esta culpabilidad, que emerge ante la
catástrofe, corresponde a viejos conflictos frente a las tendencias
agresivas reprimidas, que provocan sentimientos de devaluación y de
no merecer vivir, ni disfrutar de la vida.
Algunas reacciones colectivas, vistas superficialmente, pueden
parecer expresión de la alegría por estar vivos. Me refiero a la
invención de chistes y la búsqueda de distracción-diversión, que
contemplamos en sectores importantes de la comunidad, poco después
de la catástrofe. Y, sin embargo, aunque muchos reían, no era por
placer genuino, sino por hacerse menos dolorosa y temible la
situación. Intento de alejar, transitoriamente de la conciencia, el
conocimiento de las pérdidas y el peligro.

4. Otros síntomas
Las pérdidas fueron muchas: vidas, bienes materiales, objetos, fuen-
tes de trabajo, escuelas, puntos de referencia, sitios de reunión, ba-
rrios, elementos todos que alimentan la identidad, el sentido del sí mis-
mo. Todo esto generó estados de duelo, de intensidad variable: de la
tristeza serenamente asumida, al pensamiento suicida. La depresión pro-
dujo en muchas personas damnificadas sensaciones de desmoralización,
apatía, pesimismo, vacío y desesperanza. Sentían que habiéndose de-
rrumbado su mundo, habiendo perdido todo, menos la vida, nada tenía
caso. Permanecían pasivos, sintiéndose insignificantes, sin recursos,
incapaces de valerse por sí mismos, de ayudarse entre sí. Con la
esperanza de que alguna fuerza mágica y misteriosa como la que los
había castigado, viniera a rescatarlos, desaprovechaban el potencial de
organización que el hecho de estar reunidos podía aportarles. Así no

85
mostraban interés en conocerse entre sí, no sabían ni los nombres ni la
procedencia y los recursos de quienes habitaban bajo el mismo techo.
No esperaban nada entre sí, todo debía provenir de las autoridades o
de la ayuda internacional. El que ésta no llegara, generó frustración,
rabia, renuencia a la cooperación que se les pedía para mantener
limpios y en orden los albergues. Surgieron tensiones con el personal
de éstos, que se veía abrumado por demandas, exigencias y escasa
colaboración de los habitantes.
La reacción más dramática frente al enclaustramiento y la pérdida,
era la de quienes fueron rescatados después de muchas horas o varios
días de permanecer sepultados entre los escombros, tuvieron que su-
frir la amputación de algún miembro. De los colegas que trataron al-
gunas de estas personas, recibí la siguiente información: en la mayoría
de los casos existía una presencia de bloque extremo de diversas fun-
ciones yoicas; después de un periodo de angustia inicial, cuyo
recuerdo era muy confuso, los lesionados prácticamente dejaron de
percibir, pensar, sentir dolor y el paso del tiempo. En un estado de
shock físico y emocional, seguían mecánicamente las indicaciones de
quienes los atendían, sin establecer contacto afectivo con ellos.
Retracción psíquica masiva, frente a un mundo brutalmente agresivo
que invalida sin justificación racional posible.
Frente a estos casos, la sintomatología deriva directamente de la
experiencia; otros, son productos de la significación personal que se
atribuye a los sucesos, al sentido que se les confiere y que depende de
la problemática previa del individuo. Los síntomas así generados, aun-
que se presentaron en algunas personas de las zonas afectadas, fueron
más frecuentes entre los habitantes de la ciudad que no sufrieron nin-
gún daño real.
Hubo cuadros angustiosos y depresivos, originados por la fantasía
de ser objeto de un castigo divino. Por la pérdida de la invulnerabili-
dad, que procedía de una protección invisible avalada por una con-
ducta intachable previa, que se ponía en duda por la muerte masiva de
personas igualmente inocentes. La angustiosa reflexión sobre la ter-
minación de la vida y la conciencia de haberla desperdiciado hasta
entonces, llevó a algunos a percibir una urgencia para modificar, de
inmediato y radicalmente, viejas culpas, enojos y sometimientos o
situaciones insatisfactorias en el trabajo, el matrimonio, la situación
económica y la responsabilidad frente a los hijos en particular, y ante
la vida en general. La necesidad de asumir la responsabilidad por la
propia protección y control sobre sus vidas, generó una tensión
excesiva en personalidades dependientes y pasivas, para quienes una
lucha más comprometida, implicaba la emergencia de una agresividad
intolerable para su superyo.
86
Entre estas personas encontré también una fuerte adhesión a los
diversos rumores generados a raíz del terremoto; creencias a través de
las cuales daban salida a su ansiedad y buscaban, comunicándolas, co-
locarlas en el interlocutor, para que éste se hiciera cargo de la angustia
y así los aliviara. Se decía que volvería a temblar en fechas determina-
das; que había epidemias en las zonas devastadas, que comenzaban a
extenderse por la ciudad; que los túneles del Metro amenazaban con
derrumbarse; que los cables conductores de electricidad habían
quedado en mal estado después del sismo; que el terremoto era un
aviso del fin del mundo y de la necesidad de volver al seno de la
Iglesia... Además de la función que cumple el rumor como soporte de
las ansiedades individuales, constituye también un síntoma
sociopolítico que apunta a la desestabilidad de la sociedad, que
buscan las fuerzas sociales en conflicto y que tiene su origen en la
falta de información o en la dudosa credibilidad de las explicaciones
gubernamentales.
La incidencia de brotes psicóticos a raíz del terremoto, fue baja.
Supe solamente de dos casos, además de uno que observamos directa-
mente la doctora Rubí Cardos de Mancera y yo. Era un joven que te-
nía antecedentes de personalidad esquizoide, con bajo rendimiento en
todas las áreas de su vida. Ni él ni su familia resultaron directamente
afectados, pero después del segundo sismo comenzó a hablar incohe-
rencias, permanecía horas viendo por la ventana, como si planeara
arrojarse, identificaba a su padre con el diablo y lo atacó. Es evidente
que, en este caso, toda la destrucción y muerte en la ciudad,
constituyeron la piedra de toque para el precario equilibrio de este
chico, que si bien temía un nuevo temblor, se sentía más perseguido
por todo lo que ponía en la imagen del diablo que por el peligro real.
Por último mencionaré someramente, la sintomatología que
presentaron los brigadistas, el personal de los albergues y los
psicoterapeutas, afectados por el exceso de trabajo y las tensiones del
mismo. Entre los primeros, hubo un cuadro de hiperactividad.
Trabajaban sin descanso; estaban mal alimentados, y sin poder
dormir, algunos terminaron desplomándose por la fatiga como el caso
que mencioné anteriormente. Muchos se resistían a descansar, no
obstante las indicaciones de los médicos.
El personal de los albergues estuvo, con frecuencia, abrumado por
exceso de trabajo y por las demandas de los huéspedes, quienes, ade-
más, los contagiaban de su angustia, por los relatos de situaciones dra-
máticas y desesperadas: familiares desaparecidos, pérdidas de bienes,
situación económica incierta, etc. Entre el personal hubo fricciones por la
distribución del poder y la responsabilidad; excitación provocada por
el impacto emocional del contacto con los damnificados.

87
Entre los psicoterapeutas la respuesta que predominó por este con-
tacto, fue la de un estado depresivo, claramente percibido, del que se
tuvo conciencia cuando del cansancio y el agobio por recibir impactos
dolorosos y escuchar relatos, escalofriantes, obligó a distanciarse de la
tarea. La forma en que cada quien se auto-reparó, para volver a la lid,
indica el proceso subyacente: los terapeutas recurrieron a la búsqueda
externa de objetos portadores de vida que pudieran neutralizar toda la
destrucción que se depositaba en ellos. Otros salieron de la ciudad,
buscaron a sus amigos, se tomaron un “descansito” en el club,
asistieron al cine, jugaron con la familia; se arroparon munidamente en
sus lechos, para gozar de un descanso reparador. El doctor Alonso
Peón sugirió, con toda oportunidad, una reunión con los colegas para
compartir experiencias. Estos grupos habrían podido ser, a su vez, el
lugar donde se hubiera podido elaborar lo depositado por los pacientes.
Por desgracia, sólo hasta tres meses después del sismo se intentó tal
elaboración, misma que sí pudo darse en los grupos de información,
supervisión y formación que ofrecieron algunos institutos psicoa-
nalíticos y la facultad de Psicología de la U.N.A.M, a los alumnos y
profesionales del campo de la salud mental.

5. Psicoterapia en el síndrome de stress postraumático


Ante las situaciones de desastre, que afectan a un gran sector de la
población, el psicoterapeuta enfrenta una considerable demanda en un
mínimo de tiempo. Situación externa que excluye, por principio, pla-
nes de terapias reestructurantes, reconstructivas y similares entre las
que se incluye, de manera preponderante, el psicoanálisis. Al tener que
prestar ayuda al mayor número de personas posible, el tiempo del que
se dispone para cada una, es necesariamente restringido. Por lo tanto,
son recomendables, los esquemas que corresponden a las terapias de
emergencia y crisis, así como el consejo y el apoyo. La psicoterapia de
crisis, tiene como objetivo proporcionar alivio a aquellas personas en
peligro de descompensación, bajo una situación de stress específico,
que son incapaces de enfrentar. La terapia de emergencia tiene como
propósito conseguir un alivio inmediato en los pacientes que se en-
cuentran en estado de descompensación psicológica aguda y que no
son capaces de enfrentar dicha situación de stress. En ambos casos, se
emplean como recursos eficaces, la reafirmación frente a la angustia y
el temor, y el reforzamiento a la confianza en los propios recursos; el
apoyo realista a las decisiones, el uso de mecanismos de defensa adaptati-
vos, etc. El foco de la terapia es aliviar el sufrimiento a través de la

88
liberación de las emociones (catarsis); y su elaboración a través de
comprender las causas que las provocaron. La revaloración de las
culpas y temores injustificados, y la construcción de planes realistas,
acordes con las circunstancias externas y los recursos de la persona,
para reparar los posibles daños de la imagen corporal, el sentimiento
de sí mismo, la identidad, la autoestima y el sentimiento de
identificación y reciprocidad con sus congéneres, para librarse así de
los sentimientos de soledad, desamparo y subestimación.
El terapeuta es, en estos casos, un participante activo. Aquí no tiene
cabida la actitud distante y objetiva del espejo, que sólo refleja lo que
el paciente coloca frente a él; sino explora, sugiere, aconseja, brinda
información, desalienta los temores irracionales. Presiona e invita a
expresar emociones y afectos; aporta explicaciones y alternativas. La
terapia se realiza cara a cara o, si la situación lo requiere, puede
hacerse telefónicamente o frente a los acompañantes de quien solicita
la ayuda. La presencia de familiares o amigos durante la entrevista,
además de constituir un apoyo a las necesidades de protección y
dependencia del paciente, cumple en ocasiones la función de un .yo
auxiliar, que tiene a su disposición recuerdos y recursos, de los que al
paciente carece temporalmente. La comunicación telefónica permite
ocultarse de los ojos que se temen críticos si tuvieran que enfrentarse
directamente, además de constituir un recurso inmediato.
Mencionaré como ejemplo, a un médico que utilizó ayuda
telefónica que ofrecía la facultad de Psicología de la U.N.A.M., para
tratar de reunirse con sus asociados, debido a que el consultorio que
compartían resultó dañado por el sismo. Preocupado por prestar una
ayuda eficaz a sus compañeros de trabajo e infortunio, expresaba
indirectamente, en forma desplazada, su angustia y confusión frente al
ominoso futuro.
Le dije que comprendía su angustia y le pregunté si por la zona ha-
bía algún lugar que pudieran ocupar de inmediato; así como si tenían
un directorio telefónico de sus pacientes para comunicarles el cambio.
Me dijo de la inaccesibilidad e intransigencia del dueño del edificio,
que poseía un local contiguo al mismo, en buenas condiciones, y que
se negaba a prestárselos mientras se hacían las reparaciones pertinen-
tes. Coincidí en cuanto al egoísmo del casero y sugerí al doctor que
recurriera a sus compañeros de generación; a los colegas amigos que
no habían sido afectados por el temblor. Añadí que sus pacientes no
los abandonarían por circunstancias fortuitas. Para respetar su despla-
zamiento, hablé casi siempre en plural: “ustedes, ellos, se preocupan,
sufren, tienen, pueden buscar...” Al final de la entrevista, el doctor
logró sentir que no estaba solo frente a la emergencia, y que disponía
de recursos para enfrentar la situación.
89
El objetivo terapéutico se puede alcanzar en sesiones de grupo o in-
dividuales. Con la ayuda de dramatizaciones y otro tipo de dinámicas,
como las que describe la doctora Döring. Los integrantes pueden ex-
presar directamente o a través de la identificación con los actores, las
emociones y sus propios afectos. Saber que otros también sienten mie-
do, culpa y vergüenza ante situaciones similares, contribuye a dismi-
nuir la presión superyoica y los sentimientos de subestimación, sole-
dad y abandono. De esta forma se facilita el hallazgo de los propios
recursos, y las capacidades del sujeto, quien por sí mismo es,
frecuentemente, incapaz de contemplar.
Tanto en sesiones de grupo, como individuales, resulta útil el
siguiente esquema de abordaje terapéutico:
1. Propiciar la comunicación, con el fin de planear la estrategia
que deberá seguirse. En esta fase de apertura, se investiga la
sintomatologia presente y la demanda del paciente. Asimismo, se
establece una hipótesis sobre la psicodinàmica de la sintomatologia,
para relacionar las molestias del paciente con los bloqueos en la
descarga o, si ésta provoca conflictos frente a los valores y/o superyo
del sujeto. En esta etapa, se alienta la expresión de afectos y fantasías,
mediante comentarios que expresan el entendimiento de la situación
emocional o vital del paciente, lo que puede ser suficiente para
desencadenar el llanto o la ira retenidos hasta ese momento.
2.Promover en forma activa la catarsis. Si a pesar de esto, el paciente
no puede exteriorizar sus afectos, es preciso saber si esto se debe a que
la descarga provoca culpa, vergüenza o se vive como un ataque a la
autoestima y a la identidad, o entra en contradicción con los valores
culturales y personales atribuidos al sexo, situación, o status del pa-
ciente, como mencioné en el ejemplo del brigadista. En esta fase de la
terapia, llega a ser necesario pedir el relato minucioso de lo sucedido
durante la situación traumática. Este fue el caso de otro brigadista, que
se quejaba de una opresión precordial, que le dificultaba la respiración
y la deglución. Sabía que necesitaba llorar, pero no podía. Salió de su
casa para tratar de rescatar entre los escombros a sus vecinos. Sintió
temor y repulsión al ver tantos cuerpos destrozados, pero se sobrepuso
y trabajó sin descanso durante 10 horas, más tarde, se desplomó
exhausto sobre los escombros de donde fue levantado por sus fa-
miliares.
Durante su relato era evidente su tristeza y los esfuerzos que hacía
para controlarla. Pedí que me describiera detalladamente lo que había
sucedido desde que empezó el temblor. Cuando narraba la forma co-
mo penetró en un edificio derruido, le pregunté qué fue lo primero que
vio por la ventana, y contestó entre sollozos: “cabezas desprendidas

90
y muchas piernas sueltas”. De esta manera pudo reconstruir el mo-
mento más dramático e impactante de la situación. En ocasiones es
necesario pedir al paciente que refiera y describa sus pensamientos y
sentimientos en un momento determinado, ayudándolo, si se requiere,
a reconstruir las fantasías y afectos que intenta evadir. En otros casos,
se presentan síntomas generados por el suceso traumático, debidos al
significado individual que éste adquiere y no a su impacto directo. Es
necesario saber valorar si la expresión de los afectos y los
pensamientos retenidos, será benéfica o perturbará el equilibrio
previo que puede ser o no patológico, pero que hasta el momento ha
permitido la adaptación satisfactoria del paciente.
Este fue el caso de una mujer de 30 años, que vive en una zona
alejada de los daños, y que acudió a consulta. Estaba sola en su casa
cuando sobrevino el segundo sismo, desde entonces presentaba
angustia, cefalea, opresión precordial, dificultades para respirar y
tenía la sensación constante de que temblaba. Su médico particular
descartó el padecimiento cardiaco, por el que ella sentía temor. El
doctor prescribió tranquilizantes que no surtieron efecto total, pues la
cefalea y la sensación del temblor, habían aumentado.
A continuación transcribo parte de esta entrevista:
T. ¿Tuvo miedo de morir durante el temblor?
P. “No temo a la muerte, porque a través de ella se llega a la presencia
de Dios”.
T. ¿Qué sentía mientras temblaba?
P. “Pensaba que habría más muertos, gente sin casa, me puse a rezar
por ellos, he ofrecido varias misas por su salvación”.
T. Y además de rezar ¿qué ha hecho por ellos?
P. (Mirándome con extrañeza). Nada, no se me ocurre nada mejor que
rezar”.
T. ¿Es Ud. muy religiosa?
P. “He estudiado bastante, aunque aún me falta mucho en el camino.
Soy catequista, enseñando aprendo el camino”.
T. ¿Hay algo que la preocupe o incomode de usted misma?
P. “Me siento culpable por no poder aceptar totalmente a mi mamá tal
como es, he luchado mucho, y he logrado algo, pero a veces se me
sale decirle que veo mal las cosas que hace. Como cuando fuimos a
visitar a unos pariente, llegamos muy noche y no nos quisieron abrir.
Mi mamá se enojó mucho y no quería volverles a hablar. Yo le dije
que no hay por qué enojarse, porque el que le cierra las puertas a un
hermano se las cierra a Dios, porque Dios habla por boca de cada uno
de nosotros y lo que hace a cualquiera de sus criaturas, por ínfima que
sea, se le hace a él. Así que la convencí de ir a reconciliarse con la
familia, y eso no es aceptarla como ella es”.
91
T. ¿Y dentro de sus creencias, cómo entiende usted el terremoto? P.
“Mucha gente ignorante cree que es un castigo de Dios. Esas son
supersticiones. El terremoto es cosa de la naturaleza, no de Dios”.
Llegado a este punto, para mí resultaba claro que la religiosidad de
esta mujer servía para reprimir sentimientos y pensamientos agresivos,
cuya expresión, en caso de que hubiera podido conseguirse de alguna
manera, la habrían llenado de culpa y ansiedad innecesarias. Así pues,
decidí aliarme a la defensa.
T. Dice usted que Dios habla por boca de cada uno de nosotros.
P “Sí”.
T. ¿Ha pensado qué podría decir a través de sus sufrimientos?
P. “Sí, lo he pensado muchas veces, pero no entiendo, no llego a nada”.
T. Tal vez, ya que Dios la hace recordar dolorosamente su cuerpo, esto
podría interpretarse como la necesidad de que se ocupe no sólo de las
almas de los afectados; sino también de sus necesidades materiales. P.
¿Y qué puedo hacer?
T ¿Qué se le ocurre que usted pueda darles para ayudarlos en sus
necesidades?
P. “Había pensado recolectar ropa y alimentos, pero la gente es egoísta
y desconfiada, le cierran a uno las puertas”.
T. Este sería otro tipo de sufrimiento, con un sentido; con el fin de
obtener ayuda para los damnificados. Un sufrimiento al servicio de los
demás, distinto a su dolor de cabeza que no beneficia a nadie.
P. “Creo que tiene razón. El sufrimiento fortalece, si como usted dice es
por una buena causa. Creo que puedo evitar la desconfianza si no voy a
pedir sola; si me organizo con otras gentes de la parroquia, viendo que
se va en grupo, se ve más serio”.
T. Bien, me gustaría saber cómo le fue, si es que encontró su camino. P
“No creo que necesite volver, doctora, usted me aclaró mucho. Le
agradezco. Me siento con fuerzas. Bien”.
3. Elaboración. Una vez establecida la catarsis -cuya duración está
determinada por las necesidades de cada persona- el terapeuta no hace
nada para presionar, calmar o consolar al paciente; lo deja en libertad
para expresar los sentimientos y pensamientos que lo aquejan, y ayuda
si es necesario, con gestos o frases que apoyan la expresión del pacien-
te. Sólo entonces, se inicia la tercera etapa; en ella se pretende que el
paciente recupere el control de su vida, a través de la comprensión, ex
plicación, reflexión y resignificación de los afectos y pensamientos que
se originaron como consecuencia de la situación traumática. Aquí el
terapeuta desarrolla la mayor actividad de la entrevista, y añade expli-
caciones fisiológicas como por ejemplo la relación entre la angustia y

92
el ritmo cardiaco, hasta elaboraciones más complicadas que transmi-
ten la comprensión de los sentimientos (dolor, rabia, culpa o
vergüenza) del paciente.
Aunque el terapeuta mantiene desde un principio, una actitud de
aceptación, de los sentimientos y pensamientos que se le refieren, en
esta etapa debe dedicar especial énfasis, al conocimiento de la
normalidad de estos fenómenos, cuya lógica se comprende a través del
relato del paciente.
Las explicaciones que resumen la interrelación entre efectos y
pensamientos, con la sintomatología que aqueja al paciente. Son de
gran ayuda. Por ejemplo: “Para auxiliar a los demás, es necesario estar
vivo. Esto fue lo que usted hizo, ponerse a salvo. Pero se sintió tan
avergonzado por correr, que ahora se acusa de cobarde y poco hombre.
Todo esto le angustia tanto, que no puede dormir ni trabajar”.
4. Retorno a la realidad. Antes de regresar al paciente a las
tensiones propias de la vida cotidiana, debemos intentar, con él,
reestablecer la relación con el mundo al que vuelve. A través de un
cambio gradual, trataremos de que aplique, al mundo externo, lo que
haya aprendido de sí mismo hasta el momento. Es útil invitarlo
primero, a explorar, ahora, sobre lo que debió haber hecho durante el
suceso traumático. En esta etapa, el terapeuta se encarga de apoyar las
evaluaciones realistas del paciente, o lo ayuda a corregir aquellas que
se encuentren teñidas por sentimientos de culpa, megalomanía o
narcisismo, interpretándolas como necesidades irreales, pero
tranquilizadoras, que sustentan una autoestima en bancarrota.
Esta táctica favorece el establecimiento de un contacto realista con
las propias capacidades, y las circunstancias reales en la situación de
stress. Se espera que dicho contacto con la realidad pasada, pueda ge-
neralizarse al presente. Transformar en posibilidades de actividad, lo
que fue vivido pasivamente durante el trauma, y perseguir, en la ela-
boración, sentimientos y pensamientos dolorosos para el paciente,
tiene como resultado final, el aumento en la autoestima y la sensación
de poder reasumir el control de la vida.
Como último ejemplo, mencionaré en esta fase, a un joven que fue
llevado a consulta por su madre y que presentaba un cuadro depresivo
de mediana intensidad; así como intensos sentimientos de culpa hacia
una anciana que vivía con ellos, a quien no pudo salvar y murió en el
derrumbe. Cuando le pregunté lo que podría haber hecho durante el
derrumbe, dijo que “seguir jalándola para salvarla”. La madre in-
tervino y explicó, que si ella, a su vez, no lo hubiera arrastrado, él tam-
bién estaría muerto. Mientras escuchaba, movía la cabeza en señal de
duda, así pues, le pregunté qué hubiera hecho si, en vez de caerle las

93
piedras en los talones; le hubieran caído en todo el cuerpo. Me miró
con cierto enojo, muy fijamente, y dijo: “Me hubiera muerto”. ¿Eso es
lo que quieres? -Pregunté-, Respondió que deprimido no servía para
nada; no podía mantener a su madre y era una carga más para ella.
Esto me permitió modificar la entrevista hacia la situación presente y
que a la vez, él dejara de insistir en el sentimiento de culpa que le
causó la muerte de la anciana. Este caso nos lleva a considerar la
segunda parte de esta fase: la necesidad de valorar, si el conflicto
requiere tomar decisiones para resolverse o simplemente, al disminuir
la sobrecarga del yo y reasumir sus funciones, es suficiente para
recuperar el equilibrio perdido. En el primer caso, la ayuda incluye el
estímulo y el apoyo, en la planeación realista de las actividades
encaminadas a resolver su situación actual.
5. Cierre de la entrevista. Dependiendo del desarrollo de la
misma, cuando al terapeuta no sabe con exactitud qué tanto ha
comprendido del propio paciente acerca de lo que le sucede, y por lo
mismo qué tan capaz será de modificar su situación, puede ser
necesario: a) Pedirle que diga lo que entendió en la entrevista, qué
aspectos contribuyeron más para aclarar el problema y qué otros no
fueron suficientemente explicados, o no le resultan del todo
convincentes, b) El terapeuta puede hacer el resumen de lo que
considera la causa de los síntomas, e intentar con este último paso
comprender mejor al paciente disminuir sus culpas y alentar su retorno
a la realidad.
6. Indicaciones: Antes de dar por terminada la entrevista, puede
ser conveniente prescribir medicamentos, recomendar estudios físicos
o psicológicos complementarios o remitir al paciente con otros
especialistas, e incluso sugerir, si fuera el caso, que se le interne en la
institución hospitalaria adecuada. Este es también el momento de
asignar fecha para nuevas entrevistas, y si no se considera necesario,
el terapeuta debe asegurar al paciente su disponibilidad para nuevos
encuentros si él primero así lo requiere.
El número de entrevistas para realizar este esquema, depende, tanto
de la condición del paciente, como de la habilidad del terapeuta; llega
a ser posible realizarlo, en algunos casos en una sola sesión.
6. Conclusiones y recomendaciones
Los terremotos son catástrofes que afectan a sectores amplios de la
población en zonas sísmicas. Provocan perturbaciones en el equilibrio
psíquico, van de reacciones anómalas transitorias -que no requieren de
intervención terapéutica- a la aparición de duelos severos y síndrome
de stress postraumático, que por su intensidad ameritan atención
oportuna, con el objeto de evitar complicaciones psiconeuróticas e
incapacidades permanentes.

94
Tomando en cuenta que la falta de preparación, el desconocimiento
y la incapacidad para liberar a través del llanto, el grito y la palabra, el
impacto traumático, aumentan la incidencia del síndrome de stress
postraumático, sugiero la conveniencia de establecer programas per-
manentes de información y simulacro de acciones para salvar la pro-
pia vida y las ajenas, en caso de desastre.
Además, debe promoverse la capacitación, tanto de brigadistas
como de trabajadores de la salud mental, en la atención primaria a los
afectados por el síndrome de stress postraumático.
Debe incluirse igualmente el conocimiento de la reacción
emocional que también sufre el terapeuta potencial, ante la catástrofe
y por el contacto con los damnificados. Impacto que se debe elaborar
en grupos autogestivos o dirigidos por algún terapeuta experto, y sin
contacto directo con el siniestro. Además del obligado estudio de los
aspectos clínicos y psicodinámicos de los síndromes de stress
postraumático y reacciones de duelo, así como el de las terapias
breves, de emergencia y de crisis.
Espero que el presente trabajo, sea un estímulo para el acopio de
experiencias que nos permitan enfrentar, con menor improvisación y
mayor conocimiento, los requerimientos de atención masiva a las
poblaciones afectadas por catástrofes.

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España 1985.

96
Capítulo IV

El psicoanalista ante la catástrofe


Juan Tuberi Oklander

El psicoanálisis es, entre todas la psicoterapias, la que más requiere de


un entorno estable para su realización satisfactoria. Un psicoanalista
que no practique otras formas de terapia, suele trabajar con un número
reducido de pacientes, a los que atiende durante años, con una
frecuencia elevada de sesiones (de tres a cinco por semana). Las exi-
gencias de tiempo, dinero, esfuerzo y constancia, suelen determinar
que la mayoría de estos pacientes no sean verdaderamente enfermos,
en un sentido psiquiátrico; sino que se trate habitualmente, de
trastornos del carácter que, si bien interfieren con su capacidad para la
felicidad y la creatividad, no los invalidan desde un punto de vista
funcional. Por otra parte, la lentitud y extremada duración del proceso
analítico lo torna poco adecuado para responder a las necesidades
terapéuticas urgentes. Muchos psicoanalistas, conscientes de las
limitaciones de su método, recomiendan a los pacientes no iniciar un
análisis si atraviesan en ese momento por un período de crisis vital, tal
como un embarazo o un divorcio, que requiera de adaptaciones
rápidas a las circunstancias cambiantes. Es para dar respuesta a este
último tipo de necesidades por lo que se crearon las terapias breves.
Pero los psicoanalistas no son, con frecuencia los más idóneos para
la práctica de este tipo de terapias. Esto se debe a varios factores. En
primer lugar, a la deformación profesional. Cuando uno se pasa buena
parte de su vida trabajando en un ambiente reflexivo, en el cual es
fundamental preservar un espacio para pensar y elaborar cuidadosa-
mente las cosas, antes de tomar decisiones y pasar a la acción, es inevi-
table que se tienda a perder la capacidad de respuesta rápida, funda-
mental en las terapias breves. Pero, en segundo lugar, es posible que

97
nunca la haya tenido, ya que este tipo de profesión suele atraer preci-
samente a personalidades reflexivas y no a personalidades de acción.
Finalmente, la actitud y los recursos terapéuticos indispensables para
las terapias breves y de emergencia -que incluyen una modalidad de
participación activa, con sugerencias, consejos, examen de alternati-
vas y estímulos para que el paciente tome decisiones y las ponga en
práctica- entran en conflicto con los objetivos mismos del
psicoanálisis, tradicionalmente respetuoso de los procesos intrínsecos
del desarrollo de la personalidad del paciente.
Por lo anterior, la mayoría de los psicoanalistas eligen cuidadosa-
mente a sus pacientes y organizan su ámbito de trabajo y su vida, de
tal forma que les permita preservar las condiciones de estabilidad y
constancia que resultan indispensables para el ejercicio de su
profesión. Esto sigue siendo cierto aun en aquellos casos, cada vez
más frecuentes, en los que un psicoanalista dedica una parte
significativa de su tiempo a la práctica de otras formas de psicoterapia
analítica, incluyendo el análisis grupal. Por ejemplo, es característico
que aquellos psicoanalistas interesados por la terapia familiar y de
pareja, se sientan más cómodos y resulten más efectivos al enfrentar
situaciones familiares crónicas, que permiten y exigen un abordaje
terapéutico más o menos prolongado; que ante las graves crisis
familiares, que requieren una técnica casi quirúrgica.
Pero siendo la vida lo que es, es inevitable que muchos de los pa-
cientes atraviesen, en el curso de un análisis de varios años de dura-
ción, por situaciones de crisis. En estas circunstancias, lo primero que
un psicoanalista tiene que ofrecer a un paciente que ya ha establecido
una importante relación con él, es su capacidad de mantener la calma
y preservar un espacio para pensar, aun en medio del caos. Esto tiene,
de por sí, un efecto terapéutico, ya que ayuda al paciente a tomar cier-
ta distancia de sus propias circunstancias y recuperar, por medio de
la identificación con el analista, cierto grado de equilibrio, que lo sitúa
en mejores condiciones para enfrentar la crisis. Existen, sin embargo
situaciones críticas de tal magnitud, que la mayoría de los psicoanalis-
tas coincidirían en reconocer que imposibilitan el trabajo analítico y
que obligan a su interrupción. ¿Qué es lo que corresponde hacer ante
esos casos? Algunos psicoanalistas adoptan una actitud expectante y
esperan a que amaine la tormenta, para recomenzar el análisis o inclu-
so consideran la posibilidad de interrumpir el tratamiento, para dar
la oportunidad o que otro profesionista (por ejemplo, un psiquiatra)
se haga cargo. Otros, en cambio, conciben su función como la de ac-
tuar ellos mismos, por medio de otras modalidades terapéuticas (con-
sejos, orientación o medicación, entre otras) durante los períodos de

98
interrupción del trabajo analítico y retomarlo tan pronto como sea po-
sible, y analizar, en ese momento, las consecuencias de que el analista
haya cambiado su papel, ante la presión de las circunstancias. Otros,
finalmente, conciben estas situaciones de crisis como una
circunstancia que exige la formación de un equipo terapéutico (como
el formado por el psicoanalista, el psiquiatra, y el terapeuta familiar).
Cualquiera que sea la actitud habitual que adopte un psicoanalista
ante la crisis de sus pacientes, ésta es diferente de la que se aplica ante
sus propias crisis vitales. En general, los psicoanalistas están
convencidos de que no deben cargar a sus pacientes con problemas
que sólo a ellos atañen. Por lo tanto, hacen lo posible para evitar que
los pacientes conozcan las circunstancias de la vida del analista y,
cuando deben enfrentar una situación de crisis personal pugnan por
preservar sus condiciones de trabajo, para no afectar el tratamiento de
sus pacientes. En la mayoría de los casos, lo logran. Cuando la
magnitud de la crisis personal impide al analista preservar su actitud
profesional (como podría suceder ante una enfermedad o un duelo
importante), prefieren interrumpir su trabajo, hasta que se encuentre
nuevamente en condiciones de reanudarlo.
Pero, ¿qué ocurre cuando la situación que es crítica para el paciente
lo es también para el analista? Me refiero a aquellas situaciones que,
como las guerras, las revoluciones o las catástrofes naturales, afectan
a toda la comunidad por igual. Esta es una circunstancia poco estudia-
da en la literatura especializada a pesar de que la realidad ha obligado
a muchos psicoanalistas y pacientes, en varios países del mundo, a
trabajar en condiciones francamente críticas para ambos. En ese
sentido, los sismos ocurridos en la ciudad de México nos han
brindado una oportunidad de vivir y reflexionar acerca de lo que
ocurre con ambas partes de la relación psicoanalítica, cuando se ven
repentinamente inmersas en una situación de catástrofe. Está claro
que no me refiero al tratamiento de emergencia de las personas
directamente afectadas por los sismos, sino a la repercusión que
tuvieron sobre los tratamientos psicoanalíticos iniciados tiempo atrás.
Un punto que quisiera aclarar, antes de pasar a comentar los hallaz-
gos clínicos que me llevaron a estas reflexiones, es el de la posición del
psicoanalista ante situaciones de catástrofe. Al enfrentarlas, un psicoa-
nalista debe reaccionar en tres niveles diferentes: como persona, como
terapeuta y como miembro de la comunidad. Si bien es difícil valorar
cómo reaccionaron ante los sismos los psicoanalistas en general, mi im-
presión es que tardamos más que otras personas, en valorar lo que es-
taba pasando y que, una vez que nos dimos cuenta de la magnitud del
desastre, tardamos más en reaccionar ante el mismo. Me baso, para

99
afirmarlo, no sólo en mis propias experiencias, sino también en las de
aquellos colegas más cercanos, que compartieron conmigo sus vivencias.
Si la impresión que tengo es cierta, creo que debemos atribuir esta;
reacción, en primer lugar, a las condiciones en las que se realiza nuestro
trabajo. Si bien todos sentimos miedo del sismo del jueves 19 de
septiembre, una vez que éste pasó y después de comprobar que nues-
tras casas estaban en pie, reaccionamos como lo suelen hacer los habi-
tantes de las zonas sísmicas, es decir, regresamos a la vida cotidiana.
Desde el aislamiento de nuestros consultorios, poco a poco nos fuimos
enterando de la gravedad de lo ocurrido por boca de nuestros pacientes.
Una vez que algunas llamadas telefónicas apresuradas nos aseguraron
que nuestros familiares estaban bien, sólo quedaba cumplir con el
compromiso de estar a disposición de los pacientes, en las horas que
tienen asignadas. En la mayoría de los casos, gracias a la televisión,
tuvimos una imagen más realista de la gravedad de la situación.
El segundo sismo, el viernes 20, por la noche, fue más traumático
para toda la población que no había sido afectada directamente por el
primero, ya que, para entonces todos teníamos una idea bastante clara
de lo que había pasado el día anterior y de lo que podría volver a
suceder. Además, el segundo movimiento nos sorprendió trabajando en
nuestros consultorios. Esta circunstancia agregó, tanto para nosotros,
como para los pacientes de ese momento, la angustia de no saber qué
habría pasado en nuestras casas. Creo que la mayoría, pensamos que
esta situación ameritaba interrumpir el trabajo analítico para llamar a
nuestras familias, antes de considerar siquiera, la posibilidad de
continuar con la sesión.
Tengo la impresión de que, durante esos primeros días (que incluye-
ron el angustioso fin de semana, en el que nos enterábamos de un nú-
mero cada vez mayor de personas afectadas por la catástrofe -en don-
de se incluía también a gente conocida- que por la radio se pedía, entre
otras cosas, donativos de hielo y sal para conservar los cadáveres, la
mayoría de los psicoanalistas nos limitamos a prestar ayuda a nuestros
propios pacientes y a nuestras familias, y que, fuera de algunos actos de
solidaridad personales, como ofrecer donativos diversos a las orga-
nizaciones espontáneas que comenzaron a centralizar el auxilio a los
damnificados, no hicimos gran cosa por brindar una ayuda directa.
Esta actitud, que no fue, por cierto, la de todos los psicoterapeutas,
tenía una base racional: nuestra capacidad profesional no era, cierta-
mente, la que más se requería ni la más útil en esos primeros momen-
tos. Sin embargo, creo que nuestra caracterología personal y nuestra
deformación profesional, incuban una tendencia a evitar la acción y a
las que hiciera referencia anteriormente, tuvieron un papel muy im-
portante para determinar este tipo de reacción.

100
Fue hasta el lunes 23 cuando la Asociación Psicoanalítica
Mexicana (institución de la que soy miembro) citó a una junta de
emergencia para considerar cuál habría de ser nuestra participación en
el esfuerzo colectivo para responder a las urgentes necesidades de la
comunidad. Simultáneamente, la Asociación Mexicana de
Psicoterapia Analítica de Grupo, también se ponía en movimiento.
(Es interesante destacar que el Instituto Mexicano de Psicoterapia
Psicoanalítica de la Adolescencia, que forma terapeutas de la
adolescencia, ya había iniciado su programa el viernes; al igual que
los adolescentes, los terapeutas de la adolescencia fueron los primeros
en reaccionar, y muchos de ellos abordaron la casi imposible tarea de
brindar sus servicios como terapeutas, a los familiares de las personas
atrapadas, junto a los propios edificios derrumbados.) De esta reunión
en la A.P.M., a la que asistieron no solamente los miembros de la
asociación y los candidatos del instituto, sino también los alumnos y
egresados de los cursos de extensión académica y otras personas
vinculadas con la institución, surgió un plan de acción que pretendía
cumplir con nuestra responsabilidad social. Una cosa quedó bien clara
en esa discusión: nuestra contribución no podría ser la de atender
personalmente a aquellos damnificados con la urgente necesidad de
psicoterapia; sino que deberíamos ofrecer nuestros servicios para
informar, orientar y supervisar a todos aquellas personas (médicos,
enfermeras, psicólogos, maestros y voluntarios, entre otros) que
trabajan directamente con los damnificados. Esta decisión sobre el
papel que habríamos de cumplir (que no fue la misma que tomaran
otros grupos de psicoterapeutas analíticos; tanto la A.M.P.A.G., como
el I.M.P.P.A., por ejemplo, sí ofrecieron atención directa a los
damnificados)1 tenía, también motivos racionales. En primer lugar,
éramos pocos y todos teníamos la mayor parte del tiempo
comprometido con nuestros pacientes, a quienes tampoco podíamos
abandonar, por lo que nuestra aportación sería ínfima, a menos que
pudiéramos contar con el efecto multiplicador que cabía esperar del
trabajo con personas que, a su vez, trabajaran con otras. En segundo
lugar, el tipo de técnica psicoterapéutica que más conocíamos
requería de un compromiso a largo plazo, que la mayoría de nosotros

1 Otro factor de importancia, además de la personalidad característica de quienes


practican las diversas formas de psicoterapia y de las diferentes ideologías
institucionales, fue el que tanto la A.M.P.A.G. como el I.M.P.P.A. contaran con
sendas clínicas de atención a la comunidad, ambas con la infraestructura
indispensable para poder brindar asistencia directa. (Dr. Mario Campuzano,
comunicación personal.)

101
no podríamos sustentar, y que, además no correspondía a las necesidades
urgentes de los pacientes traumatizados. Sin embargo, creo que también
intervino otro factor relacionado con la psicología del psicoanalista. En
psicoanálisis, a diferencia de la terapia analítica - incluyendo el análisis
grupal- más centradas en los fenómenos interpersonales, se interesa casi
exclusivamente por los fenómenos intrapsíquicos. Esto requiere que el
psicoanalista desarrolle una sensibilidad muy especial para llegar a “ver
lo invisible” (Freud escribió una vez: “He debido cegarme
artificialmente, para sensibilizarme a los fenómenos más oscuros del
inconsciente”). Esto exige, a los que practicamos esta disciplina, que nos
privemos de una serie de defensas mentales habituales para, por así
decirlo, quedarnos “en carne viva”, con una sensibilidad exquisita ante
los menores y casi imperceptibles estímulos nacidos en la íntima
relación que se establece con nuestros pacientes. Es indudable que las
transformaciones que esta práctica genera en nuestro funcionamiento
mental, nos vuelven prácticamente inermes y sumamente vulnerables
ante los estímulos brutales, derivados del sufrimiento físico y emocional
extremo y frente a las desgarradoras pérdidas generadas por una
catástrofe como la que habían vivido los damnificados. Esta
consecuencia inevitable de nuestro entrenamiento y de nuestra práctica
hace que tengamos, ante los graves impactos de la vida, una hiper-
sensibilidad parecida a la que los albinos tienen frente a la luz del sol.
Para evitar que esto nos dañe, la mayoría hemos adoptado, en nuestras
vidas privadas, una serie de defensas externas con el propósito de
protegernos de este tipo de estímulos, tales como organizar una vida
relativamente recluida y estable. Creo que la modalidad de participación
que elegimos, como grupo profesional, obedeció, en gran medida, a la
necesidad de preservar estas defensas. No creo que debamos sentirnos
culpables por nuestra limitación. A nadie se le ocurriría utilizar un
instrumento de precisión para remover los escombros de un edificio
derrumbado, de hacerlo así, sólo se conseguiría arruinar el instrumento,
sin lograr el objetivo.
Así fue como muchos psicoanalistas se dedicaron, como lo relata el
doctor Dupont en su trabajo, a capacitar y supervisar a los grupos de
voluntarios que asistían en albergues. Por mi parte, participé a nivel
institucional, en un programa de trabajo, con maestros y orientadores
de las escuelas preparatorias. Personalmente colaboré con algunas es-
cuelas primarias y secundarias con las que estaba vinculado, trabajan-
do con grupos de maestros y padres de familia. Es interesante destacar
que los maestros y orientadores de las preparatorias (que en México
constituyen el tercer ciclo de enseñanza, después de seis años de escue-
la primaria y tres de secundaria) constituían un grupo profesional su-

102
mamente angustiado, ya que debían trabajar con uno de los sectores
de la población más afectado: los adolescentes entre quince y diecio-
cho años de edad. Aun sin considerar a quienes fueron directamente
afectados por los sismos cuyas casas, escuelas o instituciones de
educación se derrumbaron), los adolescentes de la ciudad de México
fueron un grupo particularmente dañado, en el sentido emocional.
Esto se debió a su especial etapa de vida: no eran tan pequeños como
para cobijarse en los brazos de sus padres, ni lo suficientemente
grandes como para controlar su angustia a través de las exigencias del
cuidado de las diversas zonas a su cargo, por lo que se encontraban
particularmente desprotegidos. Si a esto sumamos la exacerbada
sensibilidad del adolescente y su renuencia para aceptar cualquier tipo
de protección o ayuda de los mayores, podremos comprender la
angustia que envió a bandas de adolescentes a las calles en un
esfuerzo por colaborar, por sentirse útiles por encontrar a alguien a
quien ayudar, rescatar o proteger, con el fin de evitar a toda costa un
sentimiento de impotencia y desprotección que no se encontraban en
condiciones de contener o elaborar. Así fue como muchos de ellos
cumplieron inapreciables funciones de servicio social, al coordinar la
recolección de donativos espontáneos de la población, ayudar con el
transporte de heridos o brindar apoyo por medio de labores físicas en
los lugares más afectados, durante esos primeros días en los que las
instituciones públicas se vieron totalmente rebasadas por las
exigencias de la situación. Sin embargo, muchos otros debieron
enfrentarse nuevamente a su impotencia, destrozándose las uñas en el
vano intento de remover con las manos desnudas, enormes planchas
de concreto, que requerían grúas u otro equipo especializado para
desplazarlas, mientras escuchaban los gritos desesperados de las
personas atrapadas. Finalmente, todos se enfrentaron al insulto de
verse expulsados de las zonas de desastre por las autoridades, cuando
éstas retomaron el control de la situación y ante la evidencia de que
las tareas de rescate necesitaban personal y equipo especializados, en
circunstancias en las que el entusiasmo desesperado de los voluntarios
adolescentes era más un estorbo que una ayuda. Además, para la
mayoría de ellos, esta catástrofe representó su primer contacto con la
muerte y con la inevitable vulnerabilidad del ser humano, preci-
samente en aquella etapa de la vida en la que todos hemos tenido que
lidiar con nuestra propia fragilidad. Las consecuencias de estas
vivencias traumáticas fueron terribles, y todavía pueden observarse en
muchos de los jóvenes que trabajaron en tareas de rescate.
Sin embargo, no es a estos fenómenos sociales a los que quiero refe-
rirme en este trabajo. Mi interés se centra en las observaciones que pu-
de hacer en el curso del tratamiento de pacientes que llevaban conmigo
103
cierto tiempo así como también en las observaciones de algunos
colegas en situaciones semejantes. Expondré aquí a los pacientes que
se encuentran en psicoanálisis, en psicoterapia analítica a largo plazo
o en análisis grupal, puesto que estas tres formas de tratamiento
constituyen la mayor parte de mi consulta. Creo que este tipo de
observaciones pueden contribuir a una mayor comprensión sobre cuál
puede ser nuestra labor, en el ejercicio de nuestra profesión, al
enfrentarnos a situaciones de catástrofe colectiva.
Una primera observación importante fue la de que todos mis
pacientes de terapia individual que tenían sesión el jueves 19
concurrieron a su cita. Esto se debió, en parte, a la afortunada
circunstancia de que ninguno de ellos se vio afectado directamente
por el sismo. Varios colegas, por lo contrario, mencionaron que
muchos de sus pacientes faltaron ese día. Sin embargo, creo que en
esto intervenía otro factor. Al fin y al cabo, el 19 de septiembre la
ciudad era un caos. El suministro de energía eléctrica estaba
suspendido en muchas zonas, los semáforos no funcionaban, el
tránsito se hallaba irremediablemente embotellado y los locutores de
la radio instaban a la población una y otra vez, a permanecer en sus
hogares, a menos que tuvieran alguna tarea importante que
desempeñar y que no asistieran a sus lugares de trabajo. Yo mismo
cancelé una actividad que hubiera requerido un desplazamiento
impprtante en mi automóvil. ¿Por qué, entonces, concurrían los pa-
cientes mi consultorio, que a muchos de ellos les queda bastante aleja-
do de su casa? Era evidente que, en medio del caos, la angustia y la
incertidumbre, el consultorio de su analista se representaba, para
aquellos pacientes que se encontraban en condiciones físicas de llegar
a él, un refugio; un verdadero santuario al cual arrastrarse, con todos
sus sentimientos de impotencia e indefensión. Uno de mis pacientes
me llamó por teléfono antes de su sesión, para asegurarse de que me
encontraría. Se trataba precisamente de un profesional de la
construcción, cuya neurosis obsesiva lo había llevado a depositar una
confianza casi religiosa en la seguridad de las estructuras rígidas,
tanto físicas como mentales, y que se estaba enfrentado en ese
momento a un verdadero colapso de su visión del mundo. Si hasta los
edificios se venían abajo ¿en qué se podría confiar en esta vida? Para
este paciente, el haber llegado a mi consultorio y no encontrarme
hubiera representado un trauma mayor de lo que podría haber tolerado
en ese momento.
En todas las sesiones, mi mayor contribución fue la de acompañar
y contener la angustia de mis pacientes, brindándoles, con mi propia
presencia, la conformación de que había cosas que se mantenían en
pie y de que existían todavía lugares y personas a donde recurrir. Es
evidente que en todo esto intervenía también un factor de suerte. Yo

104
no hubiera podido, por ejemplo, brindar este servicio si mi casa se hu-
biera derrumbado, o si no hubiera tenido la certeza de que mis fami-
liares más cercanos se encontraban bien. Pero el hecho fue que las co-
sas se dieron así, y que yo me encontré en condiciones de ofrecer a
mis pacientes la tranquilidad que tanto necesitaban. Hubo un
episodio, sin embargo, que me demostró los límites de mi capacidad
para cargar con mi angustia y con la ajena. La última paciente de
tratamiento individual de esa tarde, fue una joven, de quien volveré a
hablar más adelante, y que no mencionó en ningún momento el sismo.
En esa sesión, contrariamente a mi práctica habitual, que hubiera sido
señalarle que estaba omitiendo un aspecto innegable de la realidad,
trabajé con ella con los temas habituales de su neurosis, como si nada
extraordinario estuviera ocurriendo. Era evidente que también me
encontraba en el límite de mis fuerzas, y acepté agradecido su
negación, ya que así me brindaba la oportunidad de olvidar, durante
un rato, al menos, lo que sucedía alrededor. Hubo también otros
factores, derivados de la psicopatología de la paciente, de los que
luego hablaré, que favorecieron esta negación compartida.
Sin embargo, una hora más tarde, debí enfrentarme nuevamente a
la angustia de los sismos. Me encontraba en el consultorio dé una
colega2, con quien realizo coterapia en grupos. En ese grupo, que
funcionaba en las primeras horas de la noche, faltaron varios
pacientes, pero todos menos uno hablaron por teléfono para avisar su
imposibilidad de asistir y expresar su vehemente deseo de hacerlo.
Las tres pacientes que acudieron a la sesión, llegaron en un estado de
extrema angustia. Las tres dudaron si habría sesión, pero decidieron
venir de todos modos, pensando que, si no nos llegaban a encontrar al
menos podrían hablar con los compañeros de grupo. En esa consulta,
nuevamente, nuestra principal función fue la de existir, estar allí y
contener la angustia que ellas traían. También fue de gran importancia
no negar que nosotros también nos habíamos asustado ante la
conmoción, ya que eso les alivió la culpa que les generaba su propio
miedo (“Una persona madura no debería sentirse así”). Prácticamente
no fue necesario realizar labor analítica alguna, salvo el caso, que
luego especificaré, al analizar la reacción de los diversos tipos de
pacientes ante el sismo.
Los grupos terapéuticos constituyeron, en general, un ámbito ade-
cuado para observar el tipo de defensas que los pacientes ponían en
juego para evitar la angustia generada por el sismo. El viernes por la

2 La Dra. Rita Zepeda Gorostiza, a quien agradezco su gentil autorización para


publicar este material.

105
tarde, mi colega y yo estábamos trabajando con un grupo de personas
sumamente perturbadas. Nadie mencionaba el sismo del día anterior.
Varios de los miembros del grupo intentaron plantear temas vincula-
dos con la problemática habitual, pero sin obtener respuesta alguna de
sus compañeros. Proliferaban los silencios. Una paciente llegó tarde y
se sumió en su asiento. Otra, que intentaba hablar, se calló. El silencio
se tornó angustioso. Finalmente, los terapeutas señalamos que había
algo que no se mencionaba, que impedía hablar de cualquier otra cosa,
y era lo ocurrido el día anterior en nuestra ciudad. La paciente que
llegó tarde, y que había permanecido muda hasta ese momento,
comenzó a hablar con dificultad. El día anterior, nos relató, iba a su
trabajo en el Centro Médico, cuando el autobús en el que viajaba co-
menzó a oscilar. Ella pensó que el conductor “se estaba haciendo el
gracioso”. Se bajó en la misma esquina de siempre y caminó
ensimismada hacia su trabajo. Mucho después, al regresar por el
mismo camino, se dio cuenta de que debía haber pasado por enfrente
de uno de los hospitales derrumbados, pero en ese momento nada vio.
Llegó a la entrada del Centro Médico, sin percibir en absoluto el
desorden que la rodeaba, compró una revista y, al volverse para
entrar, se enfrentó con la catástrofe. El edificio en donde se
encontraba el reloj checador no se había derrumbado aún, pero estaba
muy dañado y no se permitía entrar a nadie. Sin embargo, ella sólo
pensaba que tenía que entrar para checar su hora de llegada, y no tener
problemas en el trabajo. Intentó hacerlo, pero unos compañeros la
retuvieron por la fuerza. “Estaba como loca”, decía, “pero después me
asusté mucho más cuando, ya calmada, regresé y descubrí que había
pasado junto a uno de los derrumbes sin verlo. Con esto me di cuenta
de que estoy loca. Si soy capaz de ignorar un edificio derrumbado
como si no existiera, ¿qué otras cosas no seré capaz de borrar?” A
partir de ese angustioso relato, los demás pacientes comenzaron a
contar sus vivencias ante el sismo. Finalmente, sólo quedaba en
silencio una paciente. Al preguntarle cómo le había ido a ella, nos
enteramos que también presenció, por motivos profesionales,
espectáculos muy dolorosos de muerte y desolación. Esta última es
una persona esquizoide, es decir, desconectada de sus sentimientos.
La sesión terminó cuando le mostramos cómo, una vez más, ella había
tenido que negar sus emociones (que la asustan terriblemente) pero
también había expresado el temor de todos sus compañeros, en la
primera parte de la sesión.
Al terminar esta difícil sesión, contábamos con quince minutos de
intervalo, antes de recibir otro grupo. Nos encontrábamos platicando
con un compañero de consultorio, que también estaba libre en ese mo-
mento, tomando un café y tratando de descomprimirnos, cuando se

106
produjo el segundo sismo, el del 20 de septiembre, el viejo edificio en
el que nos encontrábamos oscilaba y crujía. Los segundos se
volvieron interminables, hasta que, finalmente, pasó. Apenas
recuperados del susto, nos volcamos a los teléfonos, para averiguar
cómo estaban nuestras familias. Afortunadamente, todos estaban
bien. Mientras tanto, llegaron dos pacientes muy alarmados. Les
facilitamos el teléfono y, ya un poco más tranquilos, comenzamos la
sesión. Nadie más llegó. Evidentemente, toda la sesión giró alrededor
de los sismos, de las emociones que habían generado, del temor a la
muerte y de las diferentes maniobras que cada uno utilizaba para
evitar la angustia y aminorar el impacto de la aterrorizante realidad.
Nada hicimos por desconocer el hecho de que nosotros también
habíamos pasado por un momento de gran angustia, ya que
acabábamos de compartirlo con los pacientes. Tampoco ignoramos el
hecho de que, una vez pasado el temor, nos enfrentábamos a la
necesidad de convivir con la angustia perdurable de habernos visto
brutalmente enfrentados con nuestra propia irremediable fragilidad, y
que esto nos tocaba a nosotros tanto como a los pacientes. Nos
limitamos, sin embargo, a nuestro papel como terapeutas, y así fue
como, poco a poco, a medida que avanzaba la sesión, lo impensable se
fue tornando real. Y pudimos entonces acabar con un toque
humorístico, comentando sobre el relato de uno de los pacientes que,
al sentir el sismo de las 7:19, comenzó a moverse de la cama, para que
su esposa no se diera cuenta de que estaba temblando y no se asustara.
Era evidente que la preocupación por su esposa era una forma de
evitar asustarse él. Sin embargo, ¿acaso fue sólo la preocupación por
nuestros familiares la que nos impulsó a llamar por teléfono tan
pronto como el edificio dejó de moverse? Si algo quedó demostrado
en esta sesión fue que, ante este tipo de desastre colectivos, “todos
estamos en un mismo barco”, pero que esto no impide que podamos
acompañarnos en el momento, y aprovecharlo para pensar (al menos,
mientras las condiciones físicas lo permiten). Ese, al fin y al cabo, es
el compromiso que todos asumimos cuando nos embarcamos juntos
en la difícil tarea de la terapia.
Contrariamente a lo que había afirmado algún colega, quien decía
que “una semana después, todos los pacientes se encontraban nueva-
mente hablando de los temas de siempre”, mi experiencia y la de la
mayoría de los terapeutas con los que he hablado, fue que el asunto
del sismo apareció durante varias semanas y, en algunos pacientes, du-
rante más tiempo. Lo que sí es cierto, es que todos los pacientes reac-
cionaron ante esta situación traumática colectiva en función de su per-
sonalidad y de su historia; de sus conflictos y sus defensas. Esto cons-
tituyó una oportunidad privilegiada para profundizar en sus análisis,

107
una vez superado el primer momento traumático, en donde la
presencia, la compañía y la capacidad de contención de la angustia
ajena por parte del analista fue mucho más útil, desde el punto de vista
terapéutico, que la interpretación. Quisiera dar ahora ejemplos de
cómo reaccionaron los diversos pacientes ante un estímulo traumático
semejante.
La primera paciente del jueves diecinueve llegó a la sesión, apenas
una hora después de ocurrido el sismo. En ese momento, ni ella ni yo
teníamos todavía idea de la magnitud del desastre, pero ambos
habíamos vivido antes el mismo susto. Ella me comentó que, mientras
temblaba, se le ocurrió la idea obsesiva de que era un castigo de Dios
por su mala conducta. Yo le respondí, bromeando, que debía sentirse
muy importante, si pensaba que Dios había sacudido a toda una
ciudad de diecisiete millones de habitantes, sólo para castigarla. Sin
embargo, y ya pasada la broma, pudimos analizar una vez más sus
intensos sentimientos de culpa, que constituyen el tema central de su
vida entera y que la llevan a su rígida conciencia a vivir precisamente
como a ese Dios omnipotente y cruel que todo lo destruye para
castigarla.
Es interesante comparar esta reacción, típicamente neurótica, con
la reacción psicòtica de un paciente esquizofrénico, que me fuera rela-
tada por un terapeuta. Esta persona, que vive alucinando una multi-
plicidad de voces, cuya naturaleza real pocas veces pone en duda, se
encontraba en la sesión del viernes, cuando se oyeron las sirenas de
unas ambulancias que pasaban. “Debo estar mucho peor, -dijo, con un
gesto de suprema arrogancia-, porque estoy escuchando sirenas”. Su
terapeuta le respondió que lamentaba informarle que esas sirenas no
eran alucinaciones, sino una estricta realidad, pero que se trataba de
una realidad dolorosa y aterradora que él prefería interpretarla como
una alucinación, para poder considerarla como un producto de su
mente, y, por tanto, bajo su control. Otra reacción semejante fue la de
una paciente que “pasé junto a los derrumbes sin verlos”. Si bien ella
no es realmente una psicòtica, su reacción sí lo fue, ya que negó
activamente lo que estaba ocurriendo en una verdadera “alucinación
negativa”. En su observación posterior, al darse cuenta de que “estaba
loca”, lo que nos lleva a afirmar que, aunque se trata de una persona
gravemente perturbada, no está loca en el sentido en que lo está el
joven esquizofrénico.
Otra reacción de omnipotencia casi psicòtica, fue la de una paciente
quien relató cómo, durante el sismo, ordenó a su marido y a sus hijos
que se acercaran a ella, el cual ella consideraba “el sitio más seguro
de la casa”. Una y otra vez los tranquilizaba, diciéndoles “no pasa
nada”. Sin embargo, a medida que pasaban los segundos y el edificio
seguía sacudiéndose (el sismo del jueves 19 duró tres minutos), comen-

108
zó a sentirse cada vez más enojada y finalmente y estalló dijo: “¡Bas-
ta! ¡Esto no puede ser! ¡Ya tiene que parar!”. Esta paciente fue la
única salvedad como ya se dijo en aquella sesión (en la que nos
limitamos a acompañar y a contener la angustia de los pacientes, sin
interpretar), ya que este material exigía indudablemente una
interpretación. Fue entonces cuando le enseñamos a esta mujer (es
una persona que ha compensado una profunda desorganización
interna, al adoptar actitudes de superioridad, grandiosidad y
desprecio como la que acabamos de relatar) cómo, ante una angustia
que le resultaba intolerable, puesto que no podía mantenerla dentro
de sí, tuvo que buscar un culpable afuera y reafirmar su sentimiento
(ilusorio) de omnipotencia. Así fue como acabó “regañando a Dios”.
Muy distinta fue la reacción de otra paciente, quien había vivido
en el pasado situaciones de desorganización mental y emotiva tan
intensas como las de su compañera, pero sin llegar nunca a
defenderse de ellas por medio de actitudes omnipotentes y
despreciativas, con tendencia a apuntalar un sentimiento de
superioridad. Esta mujer, quien se encontraba más avanzada en su
tratamiento, se hallaba sola en su departamento cuando empezó a
temblar. Al principio, sintió que el pánico la invadía, pero
inmediatamente comenzó a hablarse a sí misma en términos
tranquilizantes, se acostó en el suelo y logró esperar a que todo
pasara, y guardó dentro de sí su angustia hasta el momento de llegar
a la sesión. Con ella pudimos ver cómo, al prescindir del mayor o
menor valor de supervivencia de la conducta que adoptó al acostarse
en el piso (y fue, precisamente, este sismo el que demostró la
vacuidad de todas las consejas populares respecto de “qué hacer en
caso de temblor”, ya que algunos se salvaron por huir, y otros por
quedarse donde estaban), lo que ella habría logrado era comportarse
consigo misma como una buena madre lo haría hacia una niñita
aterrada, y esta nueva habilidad fue la que le permitió conservar la
calma, en vez de que el pánico la dominara como le había ocurrido
muchas veces en el pasado.
Otra reacción de particular interés, puesto que inició un proceso que
habría de durar varios meses, fue la de un hombre cuyo departamen-
to, si bien no fue afectado, se encontraba en una de las zonas más da-
ñadas de la ciudad. Él me relató en la mañana del viernes cómo, al
salir de su casa, pudo ver entre nubes de polvo varios edificios de su
cuadra que se habían derrumbado. A partir de ese instante no pudo
regresar más a su departamento, y se fue a vivir con unos amigos, con
los que estableció un vínculo primitivo e infantil, como si él fuera nue-
vamente niño y ellos fueran sus padres. Con él pudimos ver, poco a
poco, que su vivienda había tenido el significado de “un lugar seguro

109
e impenetrable”, un verdadero santuario, parecido a un cascarón de
huevo o al vientre o los brazos de una buena madre. Lo que le impedía
volver a casa, no era el temor a situaciones de peligro, sino el senti-
miento de que el santuario había sido profanado y que ya no queda-
ban lugares seguros en el mundo. Por otra parte, este hombre, que era
un deportista que siempre había depositado una gran confianza en sus
propias fuerzas y en su capacidad de hacer las cosas, comenzó a sentir
una enorme inseguridad en todas las situaciones de la vida. Fue a par-
tir de esta crisis desencadenada por el terremoto, como pudimos co-
menzar el análisis de sus antiguos sentimientos de inseguridad y desva-
lidez que yacían ocultos detrás de su aparente confianza en sí mismo.
Finalmente quisiera volver al caso de la paciente que no mencionó
para nada, en su sesión del jueves 19, lo que había sucedido
alrededor. En la primera sesión de la semana siguiente comenzó
contándome que el jueves no se había dado cuenta todavía de la
magnitud de lo ocurrido y que por eso no lo había mencionado.
Luego agregó que, durante el fin de semana, había planeado ir con
unas compañeras al sitio de los principales derrumbes, a ofrecer su
ayuda. No pudo hacerlo, sin embargo, porque se lo impidió una
sensación intolerable de terror y vértigo. Le recordé, entonces, que
una sensación semejante le había impedido asistir a la primera
consulta de su análisis, y le sugerí que, en esta nueva oportunidad, el
posible enfrentamiento con los derrumbes le había reavivado el
pánico ante la visión de sus derrumbes internos (refiriéndose a la
reviviscencia de antiguas catástrofes emocionales olvidadas hacía
largo tiempo), que surgieran al comienzo de su análisis. La paciente
aceptó mi interpretación y continuamos trabajando sobre esa línea.
Por mi parte, reflexioné que, además de mi agobio emocional del
jueves 19, había intervenido en mi silencio la omisión, por su parte,
de la realidad. Como un factor más, relacionado con la gravedad de
las vivencias personales de la paciente que se ocultaban detrás de la
realidad omitida. Es muy posible que, ese día ni ella ni yo
estuviéramos en condiciones emocionales de enfrentar los
contenidos profundos y analizarlos. Cabe señalar que mi cansancio y
mi agobio fueron factores importantes en esa postergación. Pudo
verse con claridad cuando, algunos meses más tarde, ella volvió a
traer la sensación de vértigo, por motivo de la noticia de un accidente
de aviación y yo pude tomar esa línea de análisis inmediatamente. Lo
que ocurría era que, en este nuevo episodio, yo no era parte de la
vivencia traumática y me encontraba en el pleno uso de mis
facultades mentales y profesionales.
Esta última observación me obliga a considerar lo difícil que es tra-
bajar como analista frente a situaciones de desastre que afectan al te-
rapeuta y a los pacientes por igual. La necesidad de cargar con las an-

110
gustias ajenas, en un momento en el que uno mismo desearía,
inevitablemente, que otro se hiciera cargo de las propias, no puede
ser algo inocuo. Personalmente, sufrí algunos síntomas
psicosomáticos menores (cefaleas y náuseas) la noche del miércoles
siguiente (hasta una semana después del primer sismo) y algunos
otros colegas me refirieron episodios semejantes. Es difícil saber en
qué medida estos síntomas estaban relacionados con nuestro trabajo
o si se derivaban exclusivamente de la tensión que compartíamos
con la comunidad en general, pero lo que quiero destacar en este
momento es una parte del precio que hay que pagar y de la
responsabilidad implícita de ser (y de continuar siendo) un
psicoanalista ante la catástrofe.

111
Capítulo V

Una experiencia: terapia orientada


a la crisis en una escuela activa
Psicólogo Laura Islas
Psicólogo Carmen Pardo

"Lo que no nos mata nos vuelve más sabios (F.


Nietzche)... siempre que toleremos el peso y el dolor
del conocimiento” (A. Mendizábal).

El 19 de septiembre de 1985 la tierra tembló, los edificios y las casas


se tambalearon y muchas se vinieron abajo. El suceso hizo que se des-
pertaran las conciencias y que muchas personas se movilizaran para
ayudar a otras que habían caído en desgracia.
¿Cómo estás? ¿Cómo está tu casa? ¿Cómo están los tuyos? Nos
preguntamos en los primeros momentos, pasada la amenaza real de
muerte, de la cual muchos no tuvimos información sino hasta después
de haber escuchado las primeras noticias. Una vez pasado el susto, el
horror y el estupor inicial, los psicólogos, psicoanalistas y en general,
los trabajadores de la salud mental, fuimos tomando conciencia de la
catástrofe, y las preguntas volvían a nuestros labios: “¿Cómo están los
edificios internos? ¿Qué pasará dentro de los que perdieron a sus seres
queridos, su casa, o incluso alguna parte de su cuerpo? ¿Cuál es la
situación de la población en general? ¿Qué representa este impacto
para aquellos que colaboraron en las obras de rescate?
Conocíamos o suponíamos la existencia de estructuras derruidas o
a punto de estarlo, y surgieron más preguntas: ¿Se dañaron las
estructuras internas con el impacto o ya estaban dañadas y por eso se
desplomaron? Había muchas dudas y pocas respuestas, pero teníamos
que trabajar y lo hicimos con la esperanza de saber ya que, para el
psicoanálisis sólo en el camino compartido entre analista y paciente -a
veces angustiante y desalentador; otras gratificante y placentero-es
donde se produce el conocimiento que permite al paciente adueñarse
más de sí mismo y al analista comprender al paciente, y así saber un
poco más sobre su campo de trabajo y estudio.
113
Este fue el principio de las entrevistas. Se programaron las primeras
sesiones y comenzamos a escuchar sintiendo, quizá como nunca, los
mismos sufrimientos de nuestros pacientes. No estaban claros múltiples
aspectos: La demanda, el encuadre e incluso la especificidad del
trabajo psicoanalítico en estas situaciones. Pero con el motor de nuestra
propia angustia, revisamos libros, preguntamos a quienes sabían más
que nosotros, buscamos contención en las instituciones a las que
pertenecemos y trabajamos. Como éramos muchos interesados, traba-
jamos aun sin conocernos. Así sucedió con Carmen, psicóloga de la
escuela en donde se efectuó la terapia. Doscientos niños afectados en el
plano de la realidad externa (¿y la realidad interna?) y con Laura,
también psicóloga, madre de una alumna de la misma escuela, a quien
las circunstancias llevaron a trabajar en instituciones educativas. De
esta manera se inició el trabajo que se describe en estas cuartillas:
El lugar del trabajo es una escuela activa, creemos importante defi-
nir brevemente este tipo de institución pedagógica, su historia, sus ob-
jetivos y principales contradicciones para entender algunos aspectos
que observamos durante nuestra tarea:
El concepto de la escuela activa tuvo sus inicios en la ciudad de Mé-
xico en la década de los sesentas. Eran escuelas particulares pequeñas,
que pretendían llevar a la práctica aquellos postulados y metas peda-
gógicas influidas por la obra de F. Celestine Freinet y John Dewey, este
último formó parte de los constructivistas marxistas de los años veinte,
cuya corriente pedagógica se llamaba escuela activa.
La crisis educativa que vivía nuestro país, el giro que había dado,
pocos años antes de abolirse, la educación socialista; la influencia cada
vez mayor del clero a pesar de la tradición liberal de la educación
mexicana y la burocratización de la escuela oficial, formaron el terreno
propicio para que varios maestros intentaran una alternativa práctica en
la educación tradicional (oficial o particular).
En la actualidad es difícil definir a la escuela activa por su gran va-
riedad de corrientes pedagógicas, por lo tanto, la definición será con
base en la experiencia que se desprende de ella. La importancia de las
corrientes que han influido en la escuela activa, es que tienen en común
el haber sido críticas de la educación de su tiempo, y haberse cons-
tituido como una alternativa novedosa.
Para la escuela activa, lo más importante son los momentos en que
cada corriente aportó respuestas ante las contradicciones entre el dis-
curso educativo y la práctica educativa imperante. Quizá por esto en-
contramos que lo que las unifica, lo que les es común, son sus pro-
puestas anti: antiautoritarismo, antidogmatismo, antimemorismo, tér-

114
minos que fueron surgiendo para imponerse a la educación imperante
o tradicional, que no cumple con los objetivos que anuncia en su dis-
curso, con lo cual dicho discurso se queda en eso: meras palabras.
La escuela activa pretende aún la revisión y reflexión crítica del
discurso educativo, y la revisión permanente, entre su discurso y la
práctica, para poder desarrollar una verdadera labor educativa, la cual
implicaría la formación de sujetos sociales capaces de gozar y
comprometerse afectivamente con su aprendizaje y su trabajo, sujetos
creadores, más que simples reproductores, conscientes de su lugar y
su papel como sujetos productivos en la sociedad. Esto sólo es posible
si lo empiezan a vivir desde pequeños, en la primera sociedad
(escuela), después de la familia.
La mayoría de los maestros que trabajan en estas instituciones, son
personas inquietas que buscan espacios creativos para desarrollar su
labor como educadores; pero la comprensión cabal y significativa de
estos postulados, que no constituyen conceptos teóricos, sino nocio-
nes descriptivas de la práctica eductiva, implica para cada maestro un
proceso en el que no sólo se pone en juego su comprensión intelectual,
sino también sus afectos, sus valores, su personalidad total. Quien lo
haya vivido lo podrá entender. Pero esta labor educativa implica jus-
tamente eso, la puesta en juego de la personalidad total. Las más ricas
experiencias pedagógicas que pudieron ser críticas precisamente por
eso, no fueron para los docentes un trabajo más, constituyeron un
propósito de vida.
También en la escuela activa se dan contradicciones, cuando se
intenta centrar el proceso educativo en el alumno, nos ha llevado a
posiciones pequeño-burguesas, con lo cual, lejos de manifestar
actitudes sociales de comprensión y cooperación, asumen su papel de
majestades, verdaderos tiranos de sus padres y maestros. O cuando al
postular que la educación debe tomar en cuenta las necesidades e
intereses de la infancia, se cae en falta de programación, y cuántas
veces no se cree estar trabajando con los intereses del niño y se trabaja
en cambio a favor de los intereses de los medios de comunicación,
representantes de los detentores del poder económico.
Todo esto, si somos sinceros, sucede en las escuelas activas. Sin em-
bargo, existen los espacios suficientes para darse cuenta. De ahí la im-
portancia del consejo técnico a través del trabajo grupal, de la asam-
blea escolar y de la explicación permanente de los límites y objetivos,
que favorecen el abandono de la omnipotencia de niños y maestros.
Pasemos pues a la descripción de experiencias: La escuela cuenta con
diez grupos (cuatro de jardín de niños y seis de primaria). El criterio
de agrupación se basó en respetar los grados escolares, pues nos facili-

115
taba espacio y tiempo. Decidimos en primer lugar, tener un acercamien-
to con todos los niños de la escuela a través de entrevistas grupales.
Encontramos que casi la totalidad de los niños presentaba lo que se
conoce como estado traumático o neurosis traumática. A través de
juegos, dibujos o relatos representaban las escenas vividas: casas y edi-
ficios derrumbados, gente atrapada entre escombros, etc. Platicaron
una y otra vez del tema, hablaban de su miedo a un nuevo temblor
decían que a cada rato sentían que temblaba. La demanda de los niños
era urgente. Cuando nos veían, preguntaban que cuándo seguiríamos
platicando sobre el temblor. Ante esto decidimos seguir trabajando
con todos los grupos.
Con los más pequeños, a través de observar sus juegos, efectuamos
sesiones de juego libre con el material que usan habitualmente en el
aula, y les explicamos que así nos mostrarían cómo se sintieron des-
pués del terremoto. Con los mayores usamos básicamente el dibujo y
el relato espontáneo de sus experiencias, durante y después del tem-
blor, así como sus fantasías respecto a lo que según ellos sucedería en
el futuro. Igual que a los pequeños, les dijimos que con estas activida-
des trataríamos de ir entendiendo por qué seguían “temblando por
dentro”.
Por otra parte, los maestros habían estado trabajando ya la infor-
mación acerca de los sismos y respondiendo las dudas sobre el tema,
por lo que nosotros no tratamos ese aspecto.
Durante esta primera fase, nos repartimos a los grupos de primero
a quinto año de primaria2 y trabajamos con ellos aproximadamente
una vez a la semana, sin precisar día y hora (requeríamos de esta flexi-
bilidad debido a otras actividades) con el fin de no fallarles. Con los
pequeños de jardín pedimos el apoyo de sus maestros: hicieron el re-
gistro, crónicas de las sesiones, después las trabajamos y ellos hacían

1 Neurosis traumática.- Tipo de neurosis en donde los síntomas aparecen con- -


secutivamente a un choque emotivo, generalmente ligado a una situación en la
que el sujeto ha sentido amenazada su vida. Su evolución ulterior, casi siempre
después de un intervalo libre, permitirá distinguir dos aspectos: a) El trauma actúa
como elemento desencandenante revelador, de una estructura neurótica
preexistente, y b) El trauma posee una parte determinante en el contenido mismo
del síntoma (repetición mental del acontecimiento traumático, pesadillas
repetitivas, trastornos del sueño, etc.) que aparecen como un intento reiterado de
ligar y descargar el trauma. Tal fijación al trauma se acompaña de una ambición
más o menos generalizada de la actividad del sujeto.
2 Más adelante se relata la experiencia con alumnos de sexto grado, con quie-
nes se trabajó en forma diferente.

116
las devoluciones dos o tres veces por semana. El número de sesiones
fue variable en cada grado: entre tres y seis en primaria, y entre siete y
diez en jardín de niños de acuerdo a las necesidades grupales.
Nuestro trabajo consistió básicamente en observar y distinguir, a tra-
vés del material, aquellas fantasías relacionadas con la experiencia trau-
mática para que los niños pudieran elaborarla3 4. Había que evocar a
los fantasmas* y éstos aparecieron. Para nosotros fue sumamente in-
teresante ver aparecer en cada grado-por medio de juegos, dibujos, re-
latos y movimientos corporales-, los conflictos e intereses particulares
de cada edad. Los más pequeños hablaron y mostraron así la conten-
ción que recibieron de sus padres, también de los sentimientos de tris-
teza, dolor y rabia frente a la aparición de un nuevo hermano, como
son los celos y la envidia, cuando sienten amenazado su lugar. Los de
cinco a seis años, hablaron de sus temores y miedos anteriores del sis-
mo, sus pesadillas y temores nocturnos, evidentemente enlazados con
la conflictiva edípica y el deseo de ocupar un lugar más importante
para sus padres. Los mayores recordaron también sus miedos anterio-
res y aparecieron viejos duelos no elaborados, como antiguas o actua-
les separaciones de los padres, con los subsecuentes sentimientos de hos-
tilidad, traición y triunfo. Además de sentimientos de rivalidad, como

3 Elaboración psíquica.- Término usado por Freud para designar en diversos


contextos el trabajo realizado por e1 aparato psíquico con vistas a dominar las
excitaciones que le llegan y cuya acumulación ofrece el peligro de resultar pa-
tógena. Este trabajo consiste en integrar las excitaciones en el psiquismo y es-
tablecer entre ellas, conexiones asociativas. (1) (D.P. p. 105). Existen varios
criterios al respecto de lo que constituye la “elaboración”. Para algunos, la
reproducción en forma activa de lo vivido pasivamente puede favorecer la des-
carga de la excitación y aliviar las manifestaciones de las situaciones traumáticas
(catarsis). Desde el psicoanálisis el monto de excitación externa es importante en
la medida en que implica un aumento de excitación interna que no puede ser
tramitada, si no es a través de ligar por medio de la palabra, las representaciones y
fantasías que evoca el hecho externo, co los fantasmas que se activan al interior
del psiquismo.
Ligazón. Término utilizado por Freud para designar de un modo muy general, una
operación que tiende a limitar el libre flujo de las excitaciones, a unir las
representaciones entre sí, a constituir y mantener formas relativamente estables.

4 Fantasma.- Escenificación imaginaria en la que se halla presente el sujeto


y que representa en forma más o menos deformada por los procesos defensi-
vos, la realización de un deseo y en último término de un deseo inconsciente.
(D.P. p. 142).

117
triunfo. Además de sentimientos de rivalidad, competencia, envidia y
celos con sus hermanos. En los alumnos alrededor de los diez y once
años, se presentó la imagen del cuerpo capaz de controlar, dominar, o
por el contrario, incapaz de mostrar o asumirla como propia.
Después de dos o tres sesiones, y con los consecuentes
comentarios entre ellos y con sus maestros, muchos niños
comenzaron a dejar de sentir temblores todo el día, disminuyeron las
pesadillas y el miedo por las noches. Seguían hablando del suceso,
pero también podían hablar de otras cosas. Comenzaron a interesarse
por los sismos y otros fenómenos naturales, por los temas sexuales y
por los fenómenos sociales que el terremoto desencadenó en nuestro
país. En la actualidad existe material suficiente para impartir muchas
clases de Ciencias Naturales y Sociales, y para los programas
educativos sobre sexualidad, los cuales siguen ocupando los
maestros.
Como ya dijimos, el número de sesiones en esta primera fase fue
variable, hasta que, poco a poco, sólo quedaron entre seis y ocho
niños por cada grado, quienes seguían manifestando síntomas
traumáticos.
Entonces se inició la segunda fase en la que se operó con grupos de
seis a ocho niños, por lo que se precisó de antemano el número de
sesiones (de cuatro a seis) y se fijó el día y la hora (durante el recreo),
en un lugar diferente a su aula acostumbrada. La temática fue similar
a la expuesta.
En las últimas sesiones el trabajo de grupo dada la relación de los'
niños en sus aulas, además del grupo -fue impidiendo, más que ayu-
dando, la aparición de material individual, debido a que las
preocupaciones implicaban aspectos de sus vidas privadas. Eran
temas que los niños no querían tratar en presencia de sus compañeros.
Manifestaban también problemas entre ellos o con sus compañeros
del mismo grado que no asistían al grupo; aspectos que no eran
objetos de la asamblea escolar, por lo cual se remitieron a los
maestros. Algunos niños dijeron no necesitar más del trabajo, por lo
que se acordó continuar en el mes de enero de 1986 con los que
sentían la necesidad de continuar. Posteriormente se prolongó con
algunos niños, pero ninguno presentó la situación definida como
neurosis traumática.
Queremos presentar con detalle, el trabajo realizado con alumnos
del sexto grado por las particularidades de éste, apoyándonos para
ello en algunas concepciones sobre los grupos. Los niños de sexto
también presentaban una serie de síntomas del estado traumático.

118
1. Etapa I
Durante la primera entrevista se mostraron agresivos, inquietos y
ansiosos; pegaban con las mesas en el piso, aventaban las sillas y
gritaban: “¡Parque! ¡Parque!” Les dijimos que estábamos
preocupados por su conducta y que después iríamos al parque.
Pensamos que estos niños, además de haber tenido una historia grupal
difícil5 y de ser un grupo con un mínimo de cohesión estaban pasando
por otra crisis: la entrada a la adolescencia. Por lo tanto, se
encontraban más vulnerables, pues en este período sus experiencias
son semejantes a las del período de sexualidad infantil y a las del
complejo de Edipo, aumentando así ansiedad, inestabilidad y
sentimiento de culpa, esto se debe a que cuando el yo entra en
conflicto en la adolescencia, se ven aparecer los impulsos
heterosexuales genitales y el temor que siente el niño es hacia estas
nuevas formas de sus pulsiones.
Pensamos que el parque representaba un lugar de mayor seguridad
(igual que durante el temblor) que la escuela, la cual podría derrum-
barse a través de sus fantasías, con el pensamiento mágico propio del
adolescente.
A partir de esta observación, comenzamos a preguntarnos qué tanto
tenían que ver estas manifestaciones con las características grupales
(grupo escindido, poca cohesión, etc.) puesto que las reacciones de los
niños tenían las mismas características que antes de los sismos.
Las entrevistas en el parque revelaron lo siguiente: el grupo se divi-
dió, los niños iniciaron la recolección de gusanos, subían a los árboles,
levantaban piedras y lozas, y llegaron a recolectar una gran cantidad.
Con esta actividad los niños revivieron las escenas que pasaron des-
pués del terremoto, de las cuales hicieron una dramatización perfecta
por su necesidad de rescatar, reparar y quitar culpas (que
posiblemente tengan que ver con problemas edípicos). Se
identificaron tanto con esos gusanos: eran ellos los que tenían que ser
salvados de sus terremotos internos.
Las niñas tomaron un papel pasivo y observaban a los niños, pero
algo asustadas prefirieron quedarse con su maestra.
5 Las actitudes maniacas y la actuación como defensa que se observó en
los niños, y la pasividad y dependencia de las niñas, aparecían siempre que las
demandas escolares movilizaban ansiedades en el grupo. En estas ocasiones se
trabajó con ellos para ayudarlos a superar estos momentos, pero interpretando y
devolviendo al grupo su situación, lo cual ha ido permitiendo su desempeño
frente a las demandas escolares. Podríamos decir que en este grupo el trauma sí
actúa como desencadenamiento de una situación grupal persistente.

119
Después de esto, los niños se llevaron los gusanos a la escuela. Rea-
lizaron intentos de sublimación estudiándolos pero terminaron
matándolos, identificándose así con el agresor (el terremoto).
Sabemos que el grupo grande provoca ansiedades más intensas y
primitivas, por lo que se decidió trabajar con grupos pequeños.
Hicimos cuatro subgrupos mixtos de cuatro o cinco niños cada grupo.
Una trabajó con los grupos A y B, y la otra con C y D.
Dijimos a los niños que se trabajaría una vez por semana (a la hora
del recreo). Al principio participaron todos, después fuimos más flexi-
bles y entraron sólo los que querían trabajar. Nuestro objetivo princi-
pal fue el de establecer las defensas pérdidas durante la crisis, trata-
mos que los niños siguieran descargando sus conflictos para detectar
a los más afectados y mostrarles que su trauma actual estaba ligado a
sus historias anteriores. Para esto, utilizamos material de juego: mu-
ñecas, coches, plastilina, plumones, hojas de papel y material de cons-
trucción. La consigna fue que podían hablar o jugar a lo que quisieran.

2.Etapa II
2.1. Las sesiones en los grupos A y B
En las primeras sesiones con estos grupos se observó que los niños
entraron en una situación esquizoparanoide, se miraban de reojo unos
a los otros, tuvieron dificultades para participar y sentían angustia. Se
preguntaban ¿Qué hacemos? ¿Para qué es esta clase?
Al fin surgió un emergente y narró de manera vivida cada una de
sus experiencias (fantasías) durante el terremoto. El había rescatado a
más de veinte personas y había asistido a las zonas de desastre, entre
ellos Tlatelolco y el Hospital General, donde rescató un bebé con la
cabeza aplastada, que hasta la fecha sigue viendo en sus sueños y en
imágenes que se le aparecen durante el día. El niño terminó muy
deprimido y narró al mismo tiempo, la muerte de su madre, ocurrida
unos meses antes del terremoto y reconoció la imposibilidad de llorar
durante aquel suceso.
En general el grupo estaba muy tenso y angustiaba a los demás. To-
có el turno a una pequeña: el edificio donde vivían sus tíos se
derrumbó y sólo logró salir con vida uno de sus primos “...pero yo no
lloré, aunque fui a ver todo” -dijo la niña-. Después el grupo modeló
con plastilina monstruos que salvaban a la gente.
En esta sesión, se explicó a los niños la necesidad que tenían de ser
salvadores, para tratar así, de mitigar los sentimientos de culpa por

120
aquellos que yacían entre los escombros (¿sus padres?), surgía por ello
la necesidad de ayudar, de reparar cosas pasadas -como la muerte de la
madre a quien no se pudo rescatar.
En general, estas fueron las formas de participación que tuvieron
los niños de los grupos A y B. Durante las sesiones se observó el grado
de afectación de cada niño. El terremoto les había afectado a todos, de
una u otra forma, pero sus síntomas variaban. Había quienes durante
las sesiones decían que temblaba, otros manifestaban sus miedos y su
insomnio, además de sus fantasías persecutorias. Un pequeño dijo que
ya sabía que iba a temblar porque lo soñó y también que se moriría una
amiga suya. Cuando un niño narraba sus experiencias durante el
temblor, despertaba en los demás un alto nivel de angustia. Por esta
razón el grupo se encontraba en una situación esquizoparanoide,
ejemplificada por la incapacidad de verbalizar sus temores y
angustias. Actuaban a través de juegos agresivos, gritaban y se
lanzaban zapatos y pedazos de plastilina. Era como si en ese momento
se estuviese repitiendo el sismo y la desorganización fuera el elemento
primordial. Cuando se les explicaba se calmaban y, poco a poco,
pasaban a un estado depresivo.
En una ocasión una niña comenzó a contar su experiencia, pero sus
compañeros no la dejaron terminar. Entonces se les pidió que se pusie-
ran en el lugar de ella, quien empezó a llorar por la desorganización.
Así pues, cada uno de los presentes se puso en el lugar de Pati y fueron
expresando sus sentimientos con el edificio se incendiaba y otras cons-
trucciones cercanas se caían. Después que todos hicieron su narración,
comenzaron a dramatizarla. Esta vez jugaron a quedar entre los es-
combros. “Sobre un sofá tenían que pasar a ocupar el lugar del atra-
pado: se ponía a un niño acostado y sobre él cojines, luego se hacía una
torre de cojines y niños. Algunos tomaron esto como si realmente
estuvieran atrapados entre escombros y se angustiaban en forma
excesiva cuando les llegaba el turno de ponerse abajo. Era importante
ver cuánto podían permanecer debajo de los escombros. Había niños
que lo toleraban; pero otros se salían de inmediato, pues era demasiada
su angustia. Este juego dramático constituyó un elemento positivo,
puesto que a través de él, todos pudieron resolver su ansiedad descar-
gar sus culpas y angustias. Les permitió asimismo elaborar sus senti-
mientos sobre la catástrofe, a través de la verbalización y la actuación,
al integrar la parte depresiva, sin negar sus sentimientos.

2.2. Grupos C y D
La primera sesión se desarrolló en forma similar. Cuando los niños
llegaron al lugar de trabajo abrieron las cajas, sacaron el material, y

121
empezaron a arrojárselo mientras exclamaban: ¡Guerra! ¡Guerra! -en
un grupo- y ¡Yupi! ¡Yupi! -en el otro.
En un principio, las niñas participaron en el juego, pero después
fueron retirándose hasta quedar como espectadoras. Se les sugirió
dibujar pero rechazaron la propuesta y únicamente se comentaban
cosas y observaban. Los niños rompían constantemente las reglas
establecidas (se les pidió que no jugaran con otros objetos y que no
arrojaran los muebles). Se salían del lugar de trabajo (pero no se iban) e
intentaban utilizar otras cosas, pese a que se les indicó que sólo usaran
lo que contenía la caja. En uno de los grupos, casi al finalizar la sesión,
los hombres comenzaron a aventar el material a las mujeres, aun
cuando ellas expresaron que no querían jugar, las niñas pidieron que se
controlara a los niños al ver que éstos no les hacían caso. Era obvio -y
se les hizo saber- que el temblor rompió con todo lo establecido, y que
sólo en esta forma podían expresar lo que sentían. Un niño dijo: “sí,
pero no queremos hablar, queremos jugar”; otro gritaba a los demás
“ya vamos a jugar ¿no?”. Era claro que no podían descargar de otro
modo su ansiedad.
En la segunda jornada la situación fue similar, con la diferencia de
que ahora las niñas no participaron en el relajo - como lo llamaban
unos- o en el desmadre -decían otros-. Sin embargo, esta vez varias se
me acercaron y comenzaron a decir que los niños estaban locos, que así
eran siempre, y que así no se podía hacer nada. Dije que esa era la
forma como los niños expresaban sus sentimientos, y las invité a pla-
ticar con ellos: Uno de los niños alternaba el relajo con la plática.
Contó de cuando fue con sus padres a reconocer el cadáver de una
empleada y afirmó que estas escenas de muertos se le aparecían al irse
a dormir. Las niñas querían contar sus experiencias en los dos
temblores, pero el ruido que hacían los niños y las interrupciones para
establecer los límites indispensables, impedían que éstas pudieran
hablar. Al final, se explicó a los niños la dificultad que tuvieron para
mostrar, en otra forma, lo que sentían; a las niñas, les hicimos ver su
pasividad y la semejanza entre esta actitud y con otras ocasiones
anteriores.
A la tercera sesión llegaron dos niños de un grupo y tres de otro,
pedían que se les pusiera a trabajar juntos ya que los demás no querían.
Al preguntar a los otros, confirmaron lo dicho por sus compañeros;
argumentaban que ya no tenían miedo, que no querían hablar de eso y
que preferían el recreo.
A pesar de que este nuevo grupo estaba conformado de diferente
forma, las actitudes de los niños fueron similares, por lo que las niñas
pudieron relatar mejor sus experiencias y narraron sus fantasías con
respecto a otro temblor. La mayoría manifestó el miedo a quedar atra--
122
pada bajo los escombros. Una niña comentó que le daba miedo pensar
que ella se salvaba y tenía que rescatar a su familia.
Casi para terminar, los niños expresaron sus deseos de irse, y las ni-
ñas comentaron: “qué bueno que se fueron, porque así sí se puede
trabajar”, pero curiosamente comenzaron a golpearse entre ellas y ha-
cían comentarios en voz baja mientras otra hablaba. Se les hizo ver
que, mientras ellas escuchaban el relajo que hacían los demás,
criticaban a los niños, pero apenas se iban éstos, ellas actuaban de
igual forma.
En la cuarta sesión ambos grupos decidieron unirse y aceptamos.
Ahora había dos terapeutas y un grupo de aproximadamente diez ni-
ños, que eran los que habían quedado. En este nuevo grupo los niños se
tornaron muy agresivos, lanzaban la plastilina y se agredieron con
otros materiales, formaron barricadas con las sillas para protegerse.
Las niñas jugaban a la casita pero era una forma de ocultar sus senti-
mientos. Uno de ellos sacó una bandera blanca para pedir paz. Aquí
resulta claro cómo los niños, sobre todo, actuaron en ésta y en otras
ocasiones, su disgusto y odio, dándose así un supuesto de ataque y
fuga (Bion).
Nosotros intervenimos para mostrarles que estaban rompiendo los
límites y que ni los niños ni las niñas, toleraban el contacto emocional
o el sufrimiento y por eso anteponían barreras para no sentir.
Al fin tomaron parte las niñas y decidieron que no podían hablar
frente a ellos y que preferían que el grupo se dividiera. ¿Por qué
separar el grupo por sexos? En esta etapa de la pubertad, la preferencia
por objetos homosexuales se debe no sólo a la timidez en relación al
sexo opuesto (o a la tradición cultural); sino también a la sostenida
orientación narcisista de la mayor parte de las necesidades objétales
de esta etapa. Pensamos que desde el inicio, mostraron su incapacidad
de mezclarse con el sexo opuesto (no era éste nuestro objetivo).

3. Etapa III
Los niños. En la primera sesión se presentaron todos los niños que
quedaron en el grupo para trabajar y comenzaron a preguntar “para
qué era esto” y “qué iban a hacer”. Repetimos que era para mostrar a
través de sus juegos o pláticas cómo se sentían después del temblor.
Uno de ellos dijo que se sentía bien, que no necesitaba nada. Se le indi-
có que tal vez no tuviera miedo; pero que en juegos anteriores había
mostrado algunas cosas de las cuales quizá no podía aún hablar, y que
además este trabajo era voluntario. Varios dijeron que se iban y se les
indicó que si en algún momento querían, podrían regresar. Tres toma-
ron la decisión de irse; quedaron dos que platicaron un poco lo que
vivieron.
123
Uno de ellos relató, más o menos, las mismas fantasías que había
contado con Laura en la etapa anterior. Se le invitó a platicar más sobre
la muerte de su madre, pues Laura ya les había señalado la relación que
podía existir entre que se le aparecieran las escenas y aquella que no
aparecía. Afirmó que prefería no hablar mientras estuviera el otro niño,
quien también dijo lo mismo. Ante esto, se decidió trabajar en lo
sucesivo, en forma individual. Poco después ambos abandonaron el
trabajo. Posteriormente, cinco niños que habían abandonado la tarea en
diferentes momentos, solicitaron trabajar individualmente.
¿Por qué los niños no pudieron continuar trabajando en grupo y las
niñas sí? Tenemos varias hipótesis: Los niños tenían patologías más
fuertes que las niñas. Carmen presentaba una figura de autoridad muy
importante en la escuela, pues en años anteriores ella fungió como di-
rectora. Seguramente los niños no tenían bien definido su puesto.
Las características del grupo determinaron que los maestros, que
habían tenido, adoptaran actitudes de autoritarismo-permisividad ante
las defensas maniacas, cuando esta situación no era emergente, lo cual
les impidió hacerse cargo de su problemática grupal, en la misma for-
ma que ahora no pudieron encargarse de su situación traumática.
De hecho, nosotros nos dimos cuenta, al elaborar el trabajo, cómo
caímos también en actitudes permisivas, al no respetar el encuadre
inicial y permitir la fusión de los grupos, o incluso, cuando aceptamos
ir al parque después que habíamos decidido trabajar solamente en la
escuela. Cierto que ningún otro grupo lo pidió, pero esto también es un
indicador de las características de este grupo.
Las niñas. Cuatro niñas continuaron las 8 sesiones, que tuvieron
una duración de una hora por sesión. No utilizamos juguetes. Las
cuatro niñas fueron constantes durante las sesiones, pero el matiz de
éstas cambió completamente; no había tanta resistencia y, por el
contrario, se observó una gran dependencia que tenía que ver con
culpas y depresión. Pocas veces se tocó el tema del terremoto.
Al principio pensaban que su temor era simplemente que volviera a
temblar; pero pronto descubrieron que había causas más profundas que
les hacían sentir miedo. Las primeras sesiones estuvieron llenas de
imágenes de muerte. La posición esquizoparanoide predominaba. Ha-
blaban de su abuela muerta, tío, la mascota.
Posteriormente se pasó a otros temas y se abarcó el mundo de la
sexualidad. En este sentido el juego dialéctico fue muy importante
(muerte-vida). Claro, para ellas era imprescindible hablar de la sexua-
lidad, ya que ésta disminuía la ansiedad a través de la erotización. Ya
no querían hablar de la muerte sino de la vida. También hablaban de

124
los temores y las culpas vinculadas al Complejo de Edipo. Decían:
“cuando tengo miedo quisiera acostarme con mamá; pero no puedo
porque está mi padrastro y él no me dejaría”.
Este grupo presentaba características importantes, puesto que todos
los niños provenían de parejas separadas o divorciadas, lo que dio
como resultado una cohesión estrecha en el grupo; pero también se
manifestó una gran dependencia e idealización con la terapeuta, que
representaba a la madre buena que no querían abandonar. Su fantasía
era que el grupo continuara todo el año. Manifestaron su problema de
comunicación tanto con el hombre como con la autoridad: rivalidad
con la madre; -y las que lo tenían- con su padrastro, con sus medios
hermanos. Este problema de comunicación era algo que proyectaban
cuando decían: “mi mamá no me dice nada, no me comprende y yo por
eso no le pregunto”; “mi maestra no me entiende; los hombres del
salón no entienden a las niñas”. Se trató de elaborar esta proyección
que realizaban con todos, incluso con sus propios compañeros de
grupo.
En la última sesión, se realizó una evaluación de la terapia breve.
Las niñas manifestaron que sus miedos y sus insomnios habían desa-
parecido y que habían podido entender algunas de sus actitudes y, so-
bre todo, que sus angustias estaban conectadas con otros problemas y
no con el terremoto. Sólo una pequeña, que nunca pudo integrarse al
grupo, sentía que no había podido descargarse, y en efecto es una niña
que carga con la patología tanto familiar como escolar. A ella se le
sugirió continuar con el tratamiento individualmente. Esta niña fue
quien sufrió la muerte de sus tíos durante el terremoto, y no pudo ela-
borarla durante la terapia, porque su historia anterior era muy com-
plicada y su madre no la había podido contener ni en ésta, ni en otras
ocasiones.
Después que pasaron casi dos meses desde que se dejó de trabajar
en grupo con los niños, y tres semanas después con las niñas, han
sucedido varias cosas: los niños se calmaron bastante y empezaron a
producir al ritmo acostumbrado, las niñas tomaron un papel más
activo en el grupo y han comenzado a expresarle a los niños todo lo
que no les gusta de ellos, y necesitan menos del auxilio de su maestra
para que no las molesten. Asimismo, han propuesto varias actividades
extraescolares (hacer fiestas, ir al cine,) en donde han podido disfrutar
juntos sin el nivel de agresión acostumbrado.

125
4.Conclusiones
Observamos cómo se reestableció la estabilidad del aparato psíqui-
co de muchos niños, después de la catástrofe, ya que tuvieron la posi-
bilidad de descargar la excitación mediante narraciones, juegos, dibu-
jos y mediante la ligazón.
También estamos de acuerdo con Fenichel quien señala que el
trauma es un concepto relativo, y que son los factores de la economía
mental, que dependen tanto de la constitución, como de las
experiencias previas y de las condiciones imperantes antes y durante el
trauma, los que determinan el grado al que debe llegar la excitación
para sobrepasar la capacidad del individuo.
Esto lo comprobamos al observar que, así como algunos niños lo-
graron superar rápidamente la situación, otros que cruzaban por una
etapa más difícil (la adolescencia) y tenían duelos no elaborados
necesitaron de mayor ayuda terapéutica.
Creemos que nuestro trabajo fue un arma preventiva y de detección
en algunos casos. Pudimos observar también que la terapia breve es un
elemento importante para la rehabilitación o prevención de síntomas
más profundos que provocan la neurosis traumática, debido a que en
general, los niños a través de esta experiencia catártica y elaborati-
va, logran superar el trauma y recuperar funciones yoicas.
Notamos cómo los niños encuentran, a través del juego dramático,
la técnica para elaborar sus angustias identificándose con determinados
personajes, para lograr una mejor elaboración de la catástrofe (“a
través de la dramatización se da al alma su autenticidad”, Moreno) y
provocar la catarsis, abrasión a toma de conciencia.
Sin embargo, encontramos que los juguetes -que para los más pe-
queños fueron un instrumento técnico muy importante- para los ma-
yores constituyeron finalmente resistencias ante la elaboración.
En cuanto a las etapas de desarrollo, encontramos que los más
afectados fueron aquellos que se encontraban en la pubertad, pues
éstos sufrían una crisis extra durante la secuela sísmica. En la etapa de
la adolescencia, las experiencias son semejantes a las del período de se-
xualidad infantil y las del Complejo de Edipo: aumento de ansiedad,
inestabilidad, culpa y temores. Estos períodos son largos y durante
ellos ocurren cambios a un ritmo más rápido de lo usual. Por eso en
esta etapa son más vulnerables a la crisis.
También comprobamos que después de la crisis sobrevienen gradual-
mente nuevas formas de adaptación y el equilibrio se restablece. En
algunos niños el nuevo nivel de funcionamiento llega a ser mejor que el
anterior y en una minoría, peor que el anterior a la crisis; pero aun así
queda abierta la posibilidad de enfrentarse a su conflicto.

126
En cuanto a las hipótesis que señalamos arriba sobre las razones de
algunos niños de sexto grado que no pudieron elaborar en grupo su
situación traumática (pensamos que las tres hipótesis están
relacionadas.) En efecto existen en el grupo 3 niños y una niña con
una patología mayor, uno de ellos está en tratamiento y los otros 3 son
depositarios de la patología familiar, misma que actualmente se
trabaja. Sin embargo, todos se han adaptado a la escuela y continúan
aprendiendo.
En cuanto a los niños, el hecho de que Carmen hubiera sido la
directora, es decir, que hubiera ocupado un lugar en forma de
autoridad (para los niños resultaba una amenaza) favoreció la
aparición de actitudes maniacas en un primer término y
posteriormente impidió el trabajo. Simplemente no quisieron trabajar.
De ahí no parece que el trabajo con grupos a nivel más profundo,
puede constituir un recurso básico para la escuela activa, sobre todo
con aquellos en los que se presenten hechos, que aunque no impiden
totalmente la productividad, expresen a manera de síntoma, lo que no
ha podido ser manifestado por el grupo.
De esta manera puede resolverse además, otra de las contradiccio-
nes de la escuela activa: ¿qué hacer con aquellos niños que son margi-
nados del sistema educativo por su patología, de la cual ellos son los
menos responsables, pero que dificultan el trabajo de los maestros, a
quienes no se les puede pedir también que sean terapeutas de grupo?
Por último, pensamos que si no fuera por la apertura de la institu-
ción a este tipo de trabajo terapéutico, y a la demanda real de los ni-
ños, esta experiencia no se hubiera realizado.

BIBLIOGRAFIA
1. J. Laplanche y J.B. Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis. Editorial
Labor. Barcelona, 1971.

2. J. Laplanche. Vida y muerte en psicoanálisis. Editorial Amorrortu.


Buenos Aires, 1970.

3. Otto Fenichel. Teoría psicoanalítica de la neurosis. Editorial Nova.


Buenos Aires, 1970

4. W.R. Bion. Experiencia en grupos. Editorial Paidós. Buenos Aires,


1979

127
5. G.F. Jacobson., M.D. Terapia orientada a la crisis. Simposium sobre
Psicoterapia Breve. Clínicas Psiquiátricas de Norteamérica. Vol. 2,
No. 1, abril de 1979. EE.UU.

6. Irma Castañón, Carmen Pardo. La escuela activa en México. Trabajo


de investigación final para obtener el grado de Licenciatura en
Psicología Educativa en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Inédito.

128
Cuarta parte

CAPACITACIÓN
Y FORMACIÓN
Capítulo VI

Una experiencia multiplicador en salud


mental en el área de la educación
(intervenciones grupales en situaciones de
crisis para grupos de niños)
Adela Jinich de Wasongarz
Alberto Siniego

1. Introducción
Seguramente, toda crónica de este suceso podría empezar con las
siguientes palabras:
El terremoto nos cimbró a todos, conmovió nuestras estructuras,
tanto como nuestra noción de las cosas. Luego de los traumáticos
sucesos, notamos que ya no éramos los mismos. Nos habíamos unido,
estábamos organizados, trabajando en grupos (unos de conocidos y
otros, hasta entonces, de desconocidos) y desempeñando todo tipo de
funciones...
Pasamos rápidamente del sueño a la vigilia, del sueño
condensación y desplazamiento -vivencia de lo siniestro- a la vigilia,
al contacto con la realidad y con la intensidad* de la catástrofe.
Naturalmente hubo diversas respuestas: desde las viscerales y
desorganizadas, hasta la ayuda calificada. En el área de la salud
estuvimos en un primer momento paralizados, a la expectativa. La
atención fue sustancialmente médica y de rescate, se trataba sobre
todo de salvar vidas y de enterrar a los muertos; las demandas y las
respuestas eran confusas y era preciso atender y solucionar los
problemas inmediatos.
Se sabe que frente a un impacto traumático la respuesta adecuada
es la ayuda psicológica. Las catástrofes suelen causar o precipitar se-
rios problemas en la salud mental de las víctimas. Los males varían,
en intensidad y naturaleza, de acuerdo al tipo y al grado del desastre,
según sea éste individual o social y que la respuesta sea comunitaria o
institucional. En nuestra comunidad, términos como “neurosis trau-
mática, terapias breves y de emergencia, intervenciones psicológicas en
las crisis emocionales y depresivas”, se convirtieron súbitamente en
vocablos de dominio público. La información que transmitían los me-

131
dios masivos generó distintas demandas, por parte de los damnifica-
dos, de acuerdo al lugar que habían ocupado en el desastre, y surgió
así una clasificación de damnificados que nosotros denominamos en
relación a esto, como “el papel protagónico en la escena del desastre”.
La angustia y la desorientación eran agobiantes, se nos exhortaba a
una toma de conciencia individual, grupal y social. Al mismo tiempo,
y al multiplicarse las demandas de ayuda que se solicitaban a nuestra
institución se pensó impartir cursos de capacitación y asesoría para el
personal de asistencia y el grupo de profesionistas, que ayudaban a
enfrentar el desastre.
Con cerca de 1300 escuelas afectadas -casi la mitad del total-
(según cifras oficiales) en el Distrito Federal; con los maestros y
alumnos trabajando al aire libre o en aulas improvisadas, y sin
precisar de que manera se reubicaría a los estudiantes que perdieron
su escuela, la Secre- taría de Educación Pública reanudó labores bajo
el lema: “otra vez de pie”5.
Así, con la ayuda de la UNICEF y la AMPAG, instituciones que
aportaron todos los recursos necesarios, se nos propuso elaborar y
desarrollar un curso intensivo que denominamos “Intervenciones
grupa- les en situaciones de crisis para grupos de niños y padres”,
dirigido a los trabajadores del campo de la educación. El curso se
inició el 23 de octubre de 1985 y terminó el 26 de febrero de 1986.

2. Modelo de intervención
Nuestro modelo está basado en técnicas grupales. Abarcó tres
niveles que son:
1) Prevención y de diagnóstico
2) Pedagógico
3) Terapéutico.
Utilizamos el concepto nivel de prevención, que de un uso
restringido en la medicina social especializada, se ha expandido al
área de la salud. Se trata de una noción dinámica que hemos
incorporado a nuestros esfuerzos por alcanzar una visión de conjunto,
pues todo quehacer relacionado con la salud es preventivo en distintos
planos. Este nexo común, permite entender mejor la vinculación de
las distintas acciones9.
1) En nuestro modelo, el nivel preventivo se refiere a una preven-
ción primaria, es decir la detección y difusión de los recursos con los
que se cuenta para contener la crisis, para, evitar, de ser posible, la
instalación de patologías, y a una prevención secundaria que facilite
un diagnóstico precoz de patologías severas y que ofrezca la posibili-
dad de indicar terapias específicas y de efectuar una derivación
adecuada.

132
2) En el diseño del nivel pedagógico, se introduce un abordaje de
comunicación que está dirigido a los participantes del seminario, para
ser aplicado en los niños y que busca facilitar la expresión y la
verbalización. Pensamos que el vínculo tradicional se ha
caracterizado por la rígida distinción de los roles: el que enseña -el
que aprende; el que sabe-el que ignora; el que da-el que recibe,
disociaciones éstas, desniveladas por la temporalidad. En nuestro
seminario, esa relación se reemplaza por una concepción grupal de
enseñanza-aprendizaje, en el cual se preservan distinciones
funcionales, flexibles, de los roles al servicio de una tarea colectiva5.
Para ello, los maestros intentamos, sensibilizados por la experiencia
común, establecer una comunicación no- autoritaria que aliente la
espontaneidad y la expresión y que no excluya lo afectivo. De este
modo, se crea así un grupo de aprendizaje de tarea autogestiva y
multiplicadora (ellos a su vez, trasmitirán sus conocimientos a otros
educadores o padres de familia) lo que conlleva un nuevo aprendizaje
del rol pedagógico.
3) En el nivel terapéutico, el modelo incluye tres momentos: a) el
catártico, dirigido a las situaciones traumáticas (individuales, afecti-
vas, reales o ficticias), b) el expresivo que abarca las posibilidades lú-
dicas y creativas elaboradas individual o grupalmente, y c) el momen-
to de la hora de pensar, que integra los niveles de elaboración de la
experiencia, es un intervalo esencialmente grupal. Este modelo grupal,
parte de un modelo terapéutico en situaciones patológicas, denomina-
do GIN- GAP4. También contiene un elemento preventivo en el efec-
to modificador en los padres de esos niños, previniendo así la instala-
ción de patologías en otros miembros de la familia. El efecto terapéu-
tico que se busca en los participantes del seminario es también la con-
tención y la elaboración del impacto traumático propio, por medio del
trabajo grupal. Esta experiencia considera las siguientes variables: po-
blación en crisis; instituciones en crisis y sujetos en crisis, como deter-
minantes de un aprendizaje. Entre los asistentes al curso se estableció
una réplica del modelo. En cada seminario se gestaba un momento que
denominamos de calentamiento o pre-tarea. La pre-tarea en el esque-
ma teórico de Pichón Riviere, es el momento donde se manifiestan las
dificultades del grupo para iniciar el trabajo. Si bien, no empleamos el
modelo de grupo operativo clásico, usamos este término para definir
el momento. En esta etapa los alumnos llegan al seminario y después
se da un intercambio verbal entre ellos en el que predominan las
anécdotas que desde nuestra perspectiva, se ponen al servicio de lo
grupal y rompen, en cada sesión, con la solemnidad. Si tuviéramos
que señalar la función de la pre-tarea, diríamos que con ella se previe-
ne dicha solemnidad. A esto sigue un aprendizaje intensivo teórico y
133
vivencial, donde se aborda la recuperación e integración de la expe-
riencia. El tiempo dedicado al aprendizaje formal dejó su lugar a la
supervisión, que incluía dos momentos a) la presentación del material^ y
b) el relato de la experiencia. El tercer paso, la hora de pensar, era una
reflexión acerca de las intervenciones de los integrantes del curso y la
devolución, por parte del grupo y los coordinadores, de sugerencias y
aclaraciones teórico-técnicas, en las que se rescata sistemáticamente la
libertad de expresión; se estimula la creatividad y la experiencia de los
participantes -enfatizando su contacto cotidiano con los niños- y, se les
ofrece un esquema estructural que los ayude a poner en juego sus
recursos.
3. El equipo coordinador
Nuestra experiencia incluye el trabajo sistemático en terapia grupal,
de niños y padres, aplicada a lo clínico y lo didáctico. La formación del
equipo se facilitó gracias al conocimiento anterior y la capacitación
previa que tuvieron los doctores: Alberto Siniego, Adela Jinich de
Wasongarz, Silvia Benenati y Teresa de la Serna, miembros del Taller
de Niños de AMPAG1.
4. Punto de partida
Adoptamos el modelo terapéutico GIN-GAP4 (Grupo Infantil Na-
tural; Grupo Analítico de Padres) porque es el fruto de un trabajo sis-
temático de varios años de esfuerzo y reflexión. Lo primero que hici-
mos fue preguntarnos si era factible aplicar el modelo a la traumática
situación que vivíamos y si se prestaba para un aprendizaje de emer-
gencia. Como se sabe, uno de los sectores, más afectados fue el esco-
lar, decenas de escuelas públicas suspendieron labores al ver afectados
tanto los recintos, como su estructura pedagógica: alumnos, maestros y
cuerpos directivos.
Después de admitir la viabilidad del modelo, probado con anteriori-
dad en múltiples experiencias, decidimos simplificarlo para rescatar sus
características estructurales y su sistematización. No nos proponíamos
formar terapeutas; sino motivar a los participantes y proporcionarles
otros recursos, por esa razón, nuestra labor se dirigía a los trabajadores
de la educación.

1 ElTaller de Niños AMPAG, se dedica a la intervención terapéutica grupal de niños


y padres, así como a rescatar de la praxis clínica, la investigación y conceptualización
teórica, preparación (entrenamiento) de terapeutas de niños.
Gracias a esto, pudimos rápidamente organizamos como un grupo de trabajo.

134
La estructura del modelo puede ser aplicada a diferentes tipos de
población: niños de diferentes edades y grados escolares; padres de
familia; educadores y personal administrativo, y contiene tres tiempos
de interacción: 1) el encuentro: presentación del equipo y los
participantes y enunciación de la consigna: “por qué y para qué
estamos aquí y de dónde venimos”; 2) la acción-expresión, que en el
modelo tradicional terapéutico es un momento libre, sin consignas de
ningún tipo, espontáneo y donde adquiere mayor importancia lo
corporal. Sin embargo, la modificación que se incluye aquí engloba la
expresión gráfica (la pintura, el dibujo y el modelado) porque permite
concentrarse en la tarea y es una actividad lúdica, creativa y
espontánea, que plasma lo temido y lo deseado -en este caso, la
angustia del temblor- que se observa en lo expresado y muestra lo
patológico de cada uno; su implicación personal y la dinámica grupal,
ésta, limitada en tiempo y espacio. Todo conlleva el valor de un test
proyectivo, y 3) la hora de pensar: momentos en los que el grupo y
los coordinadores retoman su lugar y propician un cuestionamiento
que incluye lo social, en función del material del grupo y de la
participación de los integrantes. Se trata de una actividad de mayor
organización yoica, que permite al grupo un espacio de integración
mediante la palabra, la reflexión y el pensamiento. Denominamos a
este fenómeno el efecto GIN, un área donde, exteriorizada, la
ansiedad y la agresión e incrementada la tolerancia a la frustración,
tiene lugar la progresiva instalación del proceso secundario, del
principio de realidad y el rescate de la capacidad simbólica. Nos
referimos al impulso epistemofílico y al placer de pensar y comunicar
los pensamientos3.
De acuerdo a las circunstancias del momento, se limita la acción en
tiempo y espacio y no se fomenta la regresión, porque debido al im-
pacto traumático y el desorden social, ya se había instalado la regre-
sión, y la angustia. Preferimos estimular la secundarización, el reco-
nocimiento de la realidad en el aquí y ahora, y su capacidad simbólica
y reparadora, momento que termina al poner las cosas en su lugar. 5

5. El seminario
La UNICEF aceptó el planteamiento del curso y se encargó de la
divulgación. El seminario era gratuito y estaba limitado a 40 personas.
Se recibieron aproximadamente 100 solicitudes y se citaron a la prime-
ra sesión a 50 candidatos, de los cuales quedaron 39. La dinámica de
este primer encuentro consistió en la presentación de cada uno de los
asistentes y del equipo coordinador. En esta sesión inicial se hizo en
el por qué y para qué, deseaban asistir al curso. Todas las participacio-

135
nes giraron en torno al terremoto y su efecto devastador. De inmedia-
to se visualizó un grupo en crisis: todos hablaban de sus vivencias per-
sonales, familiares y laborales; la mayoría de ellos había estado cerca
o en la propia área del desastre. Este encuentro fue profundamente ca-
tártico para todos, el objetivo era asumir la realidad. El inicio de la
elaboración marcó el camino del seminario, se procedió de las crisis
externas a las internas, y existían posibilidades para iniciar la tarea,
gracias al deseo existente de reparación, con el cual se creaba un espa-
cio continente que permitía avanzar a un segundo nivel, que incluía la
posibilidad de pensar y aprender.
La intensidad y diversidad de las necesidades era abrumadora, algu-
nas eran generales y otras específicas, enumeramos varias: carencia de
elementos para ayudar a los niños; necesidad de adquirir una capacita-
ción más adecuada; falta de un continente catártico, para elaborar sus
propias angustias: “¿Cómo manejar las angustia de los otros, si no
se puede con las propias?”; ¿cómo ayudar a los niños a incluirse en
el curso?; ¿cómo transmitirles a sus compañeros maestros, lo que ap ren-
dían? Varios planteles habían suspendido sus clases; en otros, las con-
diciones eran anormales debido al exceso de alumnos y a la carencia
de planteles seguros, ¿Cómo contener y cumplir la demanda de los pa-
dres, directores y la propia SEP? La tensión entre los alumnos y maes-
tros había aumentado ante la obligación de trabajar en inmuebles afec-
tados y por ende peligrosos. Pero si adentro existía riesgo, afuera tam-
poco dejaba de haberlo: escombros por todos lados, polvo, ruido, con-
taminación y edificios que amenazaban con derrumbarse de un mo-
mento a otro.
La crisis se agudizó debido a la confrontación institucional: órdenes
y consignas arbitrarias. “Nosotros -decían los maestros- somos dam-
nificados.” Por todos lados, se multiplicaban las demandas de educa-
dores, maestros, psicólogos y otros profesionistas damnificados; he aquí
lo que dice uno de ellos, maestro en artes marciales y educación física:
“... perdí el lugar donde viví por más de 20 años” y relata su miedo
y dolor frente a la muerte y los lugares vacíos, y luego cuenta una his-
toria: “Había una vez un samurai que con dificultad había pescado un
pez, luego, disfrutando de antemano su almuerzo se descuidó y su
gato se comió el pescado. Él, muy enojado, mató al gato, pero a partir
de esa noche no pudo dormir, oía maullidos por todas partes. Conti-
núo así durante varios días hasta que, desesperado, acudió a ver a su
maestro, un monje a quien le relató sus sufrimientos. El monje le dijo
que así no se podía vivir, que se preparara para llevar a cabo la cere-
monia del hara-kiri. El samurai obedeció y lo preparó todo para aca-
bar con su vida, pero en el instante en que iba a iniciar la sentencia,

136
el monje preguntó a su discípulo si todavía oía los maullidos, a lo que
éste contestó que no. El monje le hizo ver entonces que ya no tenía por
qué morir”. Esto ejemplifica la intensidad de lo traumático y del duelo
que el grupo reprodujo en el encuentro, lleno de resonancias y llanto.
El daño fue muy grande, las soluciones posibles rondan la om-
nipotencia con una clara sensación de inermidad. Los que vivimos .el
temblor debemos aprender de sus repercusiones y aceptar la posibili-
dad de morir y la vulnerabilidad, que puede aliviar la tortura de la cul-
pa por haber sobrevivido.
Con lo el objetivo era organizar un grupo de trabajo, finalizamos
con la presentación de nuestro modelo. Advertimos que la inclusión al
curso era personal y que exigía un compromiso total. Cinco
participantes desertaron al reconocer que habían ido exclusivamente a
buscar ayuda terapéutica (fueron remitidos a la clínica de la
AMPAG). Situar, desde un principio los objetivos, descontaminaba el
proceso pero sabíamos que en el modelo, dicho proceso circularía por
climas donde lo afectivo estaría presente, y del nivel de su elaboración
dependería la eficacia del aprendizaje2.

6. Sobre los participantes del seminario


Después de los primeros encuentros, varios participantes
desertaron. El grupo estaba formado por 33 mujeres y 2 hombres, he
aquí algunas de sus características: 16 de ellas son educadoras; 8
maestras de primaria y 2 de secundaria; 2 son pedagogas; 5 psicólogos
(4 mujeres y 1 hombre); 4 tienen dos profesiones, 2 educación y
psicología y 2 educación y pedagogía; 1 médico que actualmente
estudia la maestría en psicología en la UNAM; otra es maestra en
administración y la última no tiene profesión.
Lugar de trabajo:
19 trabajan en el Centro de Psicología de la Dirección General de
Educación Preescolar de la Secretaría de Educación Pública
(CAPEP); 7 son maestras en escuelas primarias de la Secretaría de
Educación Pública (SEP); 5 imparten clases en secundarias que
dependen de la SEP; 1 labora en una institución privada; 1 en el
Departamento de Investigaciones Educativas del Instituto Politécnico
Nacional; 1 en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y 1 es
maestro de la Universidad Autónoma Metropolitana,
respectivamente.

2 Benenati S. Seminario Intensivo: de apoyo psicológico AMPAG- UNICEF, 1986.

137
Interés por el seminario: Todos los participantes pedían ayuda y
con tención terapéutica personal, así como la necesidad formativa
para intervenir adecuadamente en el trabajo voluntario, en los
albergues y zonas de desastre.

7.El proceso grupal


Sesión prolongada. (8 horas de duración)
La sesión comenzó con la entrega del material del primer
encuentro, antes de darles información teórica con relación al
abordaje psicológico en situaciones de emergencia y de crisis:
recursos de ayuda inmediata, neurosis traumática, terapias breves y
de emergencia, atención psicológica a los niños e indicaciones a los
padres. Se incluyó el material elaborado por la clínica de la AMPAG1.
Posteriormente, se propuso realizar un sociodrama: “Este es el pri-
mer encuentro después del temblor, habrá grupos de niños de 7 y 8
años acompañados de dos maestras. Éstas abordarán el tema del terre-
moto y sus consecuencias e intentarán promover la interacción y el diá-
logo con los niños”. Se eligieron 10 participantes (los demás serían ob-
servadores), 8 dramatizaron a los niños y dos a las maestras. La dra-
matización se inició con el intento de los niños por contar sus expe-
riencias, las pérdidas materiales, la pérdida del hogar, la búsqueda de
albergues, la convivencia con los vecinos, el cambio de domicilio, el
temor de regresar al colegio y el miedo a separarse de sus padres, espe-
cialmente de la madre. Varios niños piden permiso para ir al baño (la
pipí como el “sismógrafo de la angustia”) y contagian a todo el gru-
po. El primer emergente es lo mágico-religioso: “esto (el terremoto)
pasó porque nos hemos portado mal”; luego siguen versiones e inten-
tos de comprender científicamente el fenómeno. Varios mencionan la
versión televisiva, en donde el cantante Plácido Domingo aparece co-
mo el héroe, “el bueno en lo malo”. Las maestras hacen intentos por
controlar al grupo, una de ellas da atención individual; pero no resulta
suficiente, la otra, hace un trabajo grupal de expresión gráfica, pero su
intento resulta fallido. En la distribución de funciones, una de ellas
resulta ser la maestra (lo conocido), y la otra la directora (la autori-
dad). Un “niño” quiere contar un chiste; otro, se preocupa por un com-
pañero que perdió su casa y sus juguetes. Las maestras están confun-
didas, una de ellas intenta tranquilizar a los niños y para ello, propone
que los que quieran vayan a ver las grietas del edificio y otros, los
demás, se queden con la directora y dibujen. Todo el grupo sale a ver
la grieta y así termina la dramatización. Pensamos en un nombre para
esta dinámica y acordamos llamarla “Los niños sobrevivientes”. Lue-

138
go pasamos al salón, a lo formal, a la elaboración de lo dramatizado, la
hora de pensar. Para todos fue una experiencia ansiógena, preocupante.
¿Nos percibirán así los niños? Se mencionan las diferentes situaciones:
el choque del discurso de los niños, con las actitudes de las maestras
(quienes no saben qué hacer); dos maestras para un grupo con las
consecuentes órdenes distintas; se habla de impotencia ante los
requerimientos, la situación es un caos; no saben trabajar en equipo.
Entonces se disocian, una maestra es la buena y la otra la mala, sobre
todo porque representa a la autoridad. Se hace obvio que no hay recetas
para dirigir un grupo, cada uno debe de echar mano de su experiencia y
sensibilidad. El grupo es atípico y se ha exacerbado con el efecto del
sociodrama. Sigue después una crítica del sistema educativo, de la
institución, de sus marcos de referencia y pertenencia, los cuales se
agrietan, como los edificios escolares. La angustia se multiplica frente a
la tarea: muchos todavía no regresan a clases pese al llamado de las
instituciones. Se inicia la búsqueda de un nuevo aprendizaje, ya no pue-
den funcionar como lo hacían antes del temblor, se impone un nuevo
enfoque.
Síntesis de la sesión
1) Indicamos la consigna de la dramatización: el manejo de un grupo
de niños en crisis. La consigna era sencilla, para propiciar una ex-
periencia espontánea y basada en los elementos de los propios partici-
pantes, nosotros queríamos influir lo menos posible.
2) Señalamos la falta de costumbre que había para compartir una
tarea, y se nos criticó el haber escogido a dos maestras, quienes no pu-
dieron complementarse y más bien se aislaron y compitieron entre sí;
una trataba de manejar lo afectivo en un intento por contener la crisis,
como “mamá buena‟‟; la otra quiso usar la represión para organizar al
grupo como “el papá que exige” (la autoridad).
3) Creemos que el grupo ha hecho conciencia y se ha sensibilizado;
conocieron los riesgos de trabajar en el terremoto psicológico, de manera
improvisada, en situaciones de crisis. Los observadores manifestaron
estar impactados por las escenas; pero coincidieron con los protagonistas
del juego dramático, que éstas eran exageradas. Nuestra intervención les
mostró que la dramatización había logrado saltar las defensas y que
quizá, tuviera escenas muy semejantes a las que nos enfrentaríamos si
abandonamos la negación y nos involucrábamos con la catástrofe. Esto
quedó demostrado en las múltiples intervenciones tanto de los
coordinadores como de los capacitados.
De ahí en adelante, cumplimos con el esquema teórico-clínico, que
consistía por un lado, en comprender el modelo GIN-GAP, como punto

139
de partida de las intervenciones, y por el otro, en manejar los concep-
tos teórico-técnicos de las neurosis traumáticas y terapias breves, que
se centran en los conceptos de catarsis o evacuación (como ellos
prefirieron denominarlo) y de elaboración. Abordamos también las
posibilidades de advertir tempranamente sintomatologías severas y
las posibilidades de hacer una derivación especializada. Definimos
los síntomas que se presentan en situaciones críticas desde el lugar
protagónico, por ejemplo, ver las cosas por televisión o estar en el
centro de la tragedia. Se encaró lo pretraumático y lo postraumático;
el sismo como factor desencadenante de patologías gestadas
anteriormente; la preparación de un equipo para contener los duelos y
analizar el tipo de sintomatología y el manejo defensivo que presentan
niños, padres, educadores. Desde un principio la actitud negativa y
represiva de las autoridades educativas dificultó nuestra tarea que
exigían se cumpliera con el programa de enseñanza, a pesar de todo.

8. Intervenciones del equipo coordinador


El equipo coordinador se planteó la tarea de hacer, a su vez, tres
intervenciones que fueron grabadas en video y que pretendían cumplir
con una doble función: didáctica y testimonial10. Al mismo tiempo los
participantes formaron equipos y empezaron la aplicación del mode-
lo, por lo que el seminario pasó a su segunda fase: las supervisiones.
La primera intervención se llevó a cabo en la escuela José Martí, ubi-
cada en la colonia Del Valle, y cuya directora y secretaria, participa-
ron en el seminario.
La escuela no sufrió daños ni pérdidas importantes; pero se
encontraba muy cerca de la colonia Roma, una de las zonas más
afectadas, y por tanto, tuvo que recibir a los alumnos cuyos planteles
se habían derrumbado y a niños que habían cambiado de domicilio
(muchas familias abandonaron dicha colonia). La intervención se
realizó con 12 niños (de ambos sexos) de diferentes edades y grados
escolares y seguía los lineamientos del GIN (Grupo Infantil
Natural); la denominamos Aviso de Dios. La segunda intervención
se realizó en el albergue Venustiano Carranza, ubicado en Fray
Servando y Dr. Morazán, el 22 de noviembre, a ésta la titulamos
“Todo se derrumbó dentro de mí” y citamos el relato de esa
intervención por parecemos significativo.
El relato
El grupo se reunió previamente con el equipo de filmación y juntos
nos encaminamos al albergue. Volvimos a pasar por una de las áreas
más castigadas por el sismo, las heridas seguían abiertas. Ninguno de

140
nosotros se había recuperado aún del estupor y la magnitud del drama.
El panorama, sin embargo, nos preparaba para el encuentro.
La primera impresión del campamento difícilmente podía ser
distinta de lo esperado: tristeza y desolación por todos lados. El lugar
era amplio y estaba rodeado de áreas verdes, evidentemente era un
lugar organizado que le daba a sus pobladores lo necesario: habitación,
alimento, agua, atención médica y actividades recreativas. Esa misma
semana empezó a funcionar la escuela para aquellos que no tenían o no
podían regresar a ella.
El contacto con los niños fue notorio: pequeños de todas las edades
rondaban el campamento, pedían atención y buscaban el contacto físi-
co. Parecían pedir permiso (¿o hacían valer su derecho?) para tocar,
para sentir, para oler (¿para sentirse y saberse vivos?) Desde un princi-
pio, advertimos niños impacientes, aburridos, desorientados, deprimi-
dos, hiperquinéticos; y otros con retraso mental. Muchos por otro lado
estaban contentos, pues por las circunstancias disponían de un amplio
espacio para jugar con seguridad.
Cuando llegamos al campamento casi no había hombres; las mujeres
mostraron una gran disposición y empezaron a consultarnos sobre casos
específicos, por lo general, relacionados con el inexplicable ren-
dimiento escolar de sus hijos: “son listos pero no aprenden”.
El director del albergue, un general entrado en años, era también
médico, más que tener conocimientos tenía recuerdos de psiquiatría,
quien al principio se sintió molesto con la irrupción del equipo, pues el
campamento contaba ya con asesoría psiquiátrica. Sin embargo, aceptó
nuestra intervención y nos relató dos casos difíciles del albergue: un
niño que fue abandonado por su madre quien lo dejó para irse con una
nueva pareja, y el de un pequeño que fue violado por una pandilla de
niños mayores y que presentaba una regresión importante: enuresia y
encopresis. Alguien dice: “esos son los casos que las instituciones de
salud mental deben proteger”. El desayuno interrumpió la intervención.
El desayuno es, por supuesto, colectivo y se sirve en una casa de
campaña que funciona como cocina. Algunos desayunan ahí con sus
familias, otros se lo llevan a su casa para preservar cierto aislamiento.
Los niños deben cuidar sus utensilios y vemos que algunos quieren
obtener más comida. Las mujeres expresan la necesidad de rescatar sus
pertenencias y sus papeles de identificación, que parecía ser una de las
pérdidas más importantes.
Así como los pequeños se nos pegaban buscando contacto, los niños
mayores se rehusaban a participar. Lo que hicimos fue pedir auto-
rización a las madres para que participaran sus hijos. Finalmente, reu-
nimos un numeroso grupo: 13 niños y 11 niñas, por lo que hubo de
incorporarse, un tercer terapeuta.

141
Para la intervención, usamos el gimnasio (la parte trasera para
tener mayor aislamiento). Pusimos un tapete para limitar el área,
colocamos las cartulinas en las paredes y una mesa amplia con
materiales para dibujo, (la mesa también funcionaba como límite).
Cuando nos sentamos en el tapete, el primer fenómeno fue el agluti-
namiento de los niños en torno a cada terapeuta, por lo que se forma-
ron naturalmente tres subgrupos. Todos estaban encimados tocándose
-algunos incluso masturbándose- les resultaba imperiosa la necesidad
de tocar. A uno de los más chicos se le criticó y rechazó porque “olía
mal”. Los demás dijeron que todo el tiempo olía a mierda. Con toda la
discreción posible, una de las terapeutas lo retiró.
Iniciamos la sesión presentándonos, ellos hablaban en voz muy baja
y sin orden. Enunciamos luego la consigna: que contaran cómo les ha-
bía ido con el sismo y cómo les iba en el campamento. Poco a poco
empezaron a hablar pero notamos que no se escuchaban entre sí. Cada
uno quería hablar siempre con el terapeuta que tenía cerca. La angus-
tia aumentaba, todos tenían una historia que contar, nosotros nos sen-
tíamos abrumados. Los relatos eran similares: pérdida de la casa, de la
escuela, del barrio; de los amigos, de sus papeles personales. En el
momento del sismo, todos coincidían: confusión, angustia, miedo, de-
sorganización familiar y del contexto social, por un impacto
traumático masivo.
Dijeron estar bien en el campamento y algunos aun mejor que an-
tes, pues tenían alimentos, atención médica y servicio social y un espa-
cio para jugar. Incluso se habían iniciado las clases en el campamento.
Otros extrañaban su colegio, a sus maestros, a sus compañeros y te-
nían miedo de ser robados, se sentían inseguros y desprotegidos. En la
intervención, la actitud de las niñas fue significativa, se expresaron
mejor y con más seguridad y se defendían de los ataques de los niños.
En el momento de la acción-expresión se lograron formar parejas;
pero la mayoría trabajó individualmente. Así como su verbalización,
pobre en giros y matices, también lo fueron sus dibujos. En un mo-
mento dado, empezaron a robarse el material unos a otros: los lápices,
las pinturas, las tijeras. Necesitaban usar mucho papel. Varios pidie-
ron permiso para ir al baño y algunos no regresaron más. La mayoría
firmó el trabajo con su huella digital.
Al llegar la hora de pensar, intentamos que cada quien explicara su
dibujo, pero después, todos querían hablar y expresaban desordena-
damente lo que sintieron durante el temblor. Los modos de compren-
sión iban de lo científico a lo religioso, que era el predominante. De-
cían que el terremoto vaticinaba el fin del mundo y que tal cosa suce-
dería el 12 de diciembre, por ser el día de la Virgen. “Es que han queri-

142
do robársela y todo se va a acabar“. Pedimos un momento de reflexión
centrado en el aquí y el ahora, y solicitamos que dijeran cómo vivían
en el campamento. Volvieron a hablar de sus pérdidas y de su miedo a
ser robados (¿violados, abandonados?) Más tarde uno empezó a
cantar una canción de moda y todos lo siguieron, la canción decía:
“todo se derrumbó dentro de mí..”.
Sus comentarios finales fueron: “la pasamos bien, nos desahogamos,
sentíamos necesidad de hablar y que alguien nos escuchara”. Estaban
agradecidos por la atención y el interés que les habíamos puesto. Al
advertir que se estaban robando los materiales de dibujo, les dijimos
que podían quedarse con ellos.
Nuestra impresión diagnóstica es que se trataba de niños que tenían
profundas carencias anteriores, quizá lo que hizo el sismo fue poner
de manifiesto tales carencias: alimento, atención, limpieza, deterioro
emocional y problemas de aprendizaje. Para muchos, el campamento
era tal vez una posibilidad de cambio, pese a la pérdida de intimidad
familiar y a la conmoción del contexto social (las escuelas, los amigos,
el barrio, los papeles, la identidad) y no obstante también a los peli-
gros del momento: conatos de violencia, hurtos, peleas e incluso viola-
ciones (las cuales siempre han formado parte de su vida cotidiana). El
lugar, sin embargo, ofrecía cierta posibilidad de recuperar una
identidad y una pertenencia, en ese momento cuestionada.
Tercera intervención. Se efectuó en la Escuela Primaria Simón
Bolívar, localizada en la calle 5 de Febrero y Fray Servando Teresa de
Mier, el 11 de diciembre de 1985.
La calle 5 de Febrero es angosta y varios de los edificios que la ro-
dean se derrumbaron y otros están en muy mal estado. El tránsito de la
zona es muy pesado. El edificio escolar está deteriorado y sucio. El
patio de juegos está asfaltado y no tiene ningún adorno. Los niños aca-
ban de regresar a clases, es la primera semana de actividad luego de
los desafortunados sucesos y el grupo de ausentismo es elevado. El sa-
lón donde se llevó a cabo la intervención tenía muy poco espacio libre
y era sumamente ruidoso debido al tránsito de afuera. Mencionamos,
entre nosotros, el esfuerzo extraordinario que deben hacer maestros
y alumnos para trabajar en semejante contexto. Seleccionamos 6 ni-
ños y 4 niñas de distintas edades (entre los 6 y los 12 años) para formar
el grupo. La filmación no pudo hacerse debido a dificultades con el
equipo de video. La intervención fue difícil no sólo por el ruido, la
incomodidad y la depresión de los niños; sino también por la presencia
de la directora, que hizo que los pequeños estuvieran muy pendientes
de su mirada. Las cosas transcurrieron lentamente pero a pesar de to-
do logramos realizar lo previsto. Las dificultades eran manifiestas, los

143
niños estaban reprimidos, asustados e inhibidos. Sus problemas de
aprendizaje eran evidentes y detrás de esto se adivinaba la existencia de
un contexto familiar difícil. Muchos de ellos vivían muy lejos, se trataba
de hijos de burócratas que trabajaban en los edificios que se habían
derrumbado. La situación nos recordó el sociodrama efectuado durante
el seminario, donde la directora representaba el elemento represor.
Cuarta Intervención. Escuela Secundaria No. 1, ubicada en Regina 3.
Los coordinadores fueron 4 alumnos que tomaron el seminario, 3
mujeres y un hombre. Se efectuó el 31 de enero de 1986.
Seleccionamos a este equipo para estimular a los integrantes del se-
minario, quienes, por su propia decisión, formaron equipos de trabajo
para hacer las intervenciones, apoyarse mutuamente y participar de una
manera activa en el cumplimiento del compromiso con la UNICEF-
AMPAG.
El equipo, que trabaja fundamentalmente con estudiantes de secun-
daria (los integrantes del equipo son profesores de ese nivel), fue con-
sistente y trajo siempre los materiales de trabajo para la supervisión.
La secundaria No. l funciona en un hermoso edificio colonial; un
exconvento amplio, con espacios abiertos y en cuyo patio principal se
han instalado algunas aulas preconstruidas mientras se arregla el área
que resultó más afectada y por el momento estaba clausurada. La escuela
se localiza en el centro de la ciudad uno de los sectores más afectados
por el sismo, por lo que es difícil llegar a ella.
Es importante mencionar que la mayoría de los alumnos viven en los
alrededores y que en el momento del sismo muchos se encontraban ya en
el edificio.. Por esta razón hubo brotes de pánico muy intensos, que
causaron gran confusión. Según relataron, todo el mundo se precipitó
desordenadamente hacia la puerta y, como suele suceder en tales
situaciones, muchos fueron atropellados y lastimados por sus propios
compañeros. Aquellos que apenas se acercaban a la escuela fueron
espectadores pasivos de la destrucción: la locura colectiva, la de-
sorganización, y el pánico generalizado.
Todo era caos, muertos, heridos, sobrevivientes que apenas empe-
zaban a reaccionar. Sin embargo, ahora se conoce la capacidad de or-
ganización y ayuda que la población civil desarrolló, por sí sola, casi
inmediatamente después del desastre.
Otro momento de pánico fue el protagonizado por los padres de fa-
milia que habían ido a la escuela en busca de sus hijos, al mismo tiem-
po que éstos habían salido a buscarlos a ellos. Las horas de angustia
que pasaron estas familias hasta finalmente verse reunidas fueron mu-
chas dada la confusión general y la ausencia de transporte público y
de teléfonos.
144
No obstante que en el momento de la intervención habían pasado
5 meses desde el sismo, los relatos aún estaban llenos de angustia y llan-
to; la situación traumática era todavía evidente. Los niños tendían más a
hablar, que a dibujar o expresarse con otras técnicas. Tenían necesidad
de contar, hablar, parecía una verdadera evacuación de angustia, por eso
la hora de pensar se vio obstruida porque el tiempo para que se llevara a
cabo una catarsis no fue suficiente.
Visto el paralelismo que tenía la aplicación entre un grupo de niños y
un grupo de adultos, propusimos implantar el sistema de aplicación del
modelo con grupos de maestros. Durante la sesión, una alumna pidió la
palabra para solicitar al equipo una supervisión in situ. Este hecho nos
llamó la atención y pedimos que explicara su solicitud. Se trataba -dijo-
de aprovechar una reunión con la inspectora de zona y todos los
maestros del plantel para discutir y aclarar dudas sobre la aplicación del
modelo, a los maestros que no eran alumnos del seminario y que a
instancias de estas compañeras, lo habían aplicado o lo harían en esos
días.
Estábamos nuevamente ante el fenómeno multiplicador que deseá-
bamos y que de alguna manera queríamos poner a prueba en esta ex-
periencia. Sabíamos que los ajustes del modelo original lo harían acce-
sible, como un instrumento nuevo, para los maestros. Nos faltaba probar
su posible multiplicación, a través de la autogestión grupal, es decir en el
núcleo de pertenencia natural de cada alumno del seminario. Uno de
nosotros estaría a cargo de la singular experiencia. Para ello propusimos
una sesión de tres horas de duración y algunos elementos didácticos
auxiliares, para la expresión. Así, acordamos que el día del encuentro
contaríamos con todos los elementos que usábamos para las
intervenciones habituales: una videocassetera (para grabar el material) y
un monitor de televisión.
El encuentro comenzó a las 8:30 horas. El equipo docente estaba
reunido en semicírculo frente a la tarima del maestro. A un costado, la
directora, la secretaria y más tarde la inspectora de la zona.
La introducción estuvo a cargo de la secretaria y la directora quienes
presentaron sus puntos de vista de manera escueta y precisa. El coor-
dinador invitó a los presentes a que expusieran lo que conocían del mo-
delo y a que externaran sus dudas.
La primera pregunta aludía a los criterios de selección. Por conside-
rarlo un tema de gran importancia, se pidió a los miembros del grupo
que expresaran sus opiniones e iniciaran la discusión. El grupo mostró
una primera escisión entre activos y pasivos. Pensamos que también
entre los que creían que era preciso romper el silencio sobre el tema
del terremoto y los que pensaban que si no existían grietas en los mu-
ros nada demostraba que hubiera habido un sismo.

145
Los maestros, a partir del vínculo natural con sus alumnos (aunque
en las escuelas oficiales éstos forman un grupo numeroso), conocen
sus parámetros de educación, su rendimiento, su conducta habitual,
etc. Es así como las propuestas de selección para participar en expe-
riencias con un modelo grupal, como el GIN, podían usar variaciones
en los parámetros para seleccionar a quienes mostraran sintomatolo-
gía al respecto. Se explica que el modelo, tal como lo difundimos, y
aplicamos no tiene como objetivo, lo terapéutico (aunque lateralmen-
te pueda, en algunos casos, tener ese efecto) sino la prevención y el
diagnóstico. Por eso la selección se hace al azar.
El grupo pide aclaraciones acerca de la estructura, que sólo cono-
cían algunos. Pasamos a la descripción. El grupo se muestra muy re-
ceptivo. Los comentarios, como en el seminario, apuntan a establecer
un esquema del trabajo y a descubrir los objetivos de cada tiempo del
modelo.
Mostramos más tarde un video de la primera intervención, que se
llevó a cabo en la misma escuela. Cualquiera de los presentes estaba
en posibilidad de interrumpir si durante la proyección surgían
interrogantes o dudas. Se invitó a los miembros del seminario para
aclarar las dudas. Esto dio como resultado, que con mayores
elementos, se formaran equipos para una aplicación ulterior. Como
dijimos arriba, algunos de los maestros, estimulados por los que
toman el seminario, habían ya aplicado el modelo.
Con la aclaración de algunos aspectos, se dio por terminado el en-
cuentro, en el que no sólo se trabajó sobre el tema específico del GIN;
sino que también acerca de las dificultades pedagógicas y didácticas
que se habían presentado o agravado a partir de los terremotos de
septiembre.
Esta fue la última intervención del equipo. No tenemos de ella
testimonio grabado; pero nos pareció importante incluirla puesto que
gira alrededor de uno de los objetivos que nos fijamos propiciar el
efecto multiplicador o efecto de cadena, como lo llama la UNICEF,
que para nosotros tiene el enorme valor de volver a los educadores y
maestros, promotores de salud mental de la comunidad.
Frente a la tarea de supervisión, fue asombroso ver el entusiasmo y
la creatividad que desplegaron los participantes del seminario. En cada
sesión, el material que traían, era abundante. El trabajo que empezó
con cierta timidez, por parte de los capacitados, fue adquiriendo una
fuerza creciente que redundó en el aumento del conocimiento, tanto
de los alumnos como de los coordinadores. Cada equipo aportaba si-
tuaciones nuevas que enriquecían a las otras; cada situación no cono-

146
cida, generaba aportes espontáneos que luego se aplicaban a otras
experiencias y las transformaban en variantes alrededor de un
modelo, ajustadas a la situación de la demanda.
Cabe mencionar que durante el curso, sobre todo en diciembre de,
85, que a la ansiedad generada por la exigencia de la tarea se agregaba
el miedo, latente en todos, de un nuevo y mayor desastre, que había
sido anunciado por distintos pregoneros, quienes asumiendo el papel
de oráculos predecían, para el día 12, calamidades infernales por
venir.
Así terminó nuestra tarea como capacitadores el 26 de febrero de
1986, con un clima de alegría propiciado por sentir una labor
cumplida aunque con la tristeza que la acompaña, puesto que implica
necesariamente una separación, la terminación del encuentro que nos
unió frente a una tarea común: “ayudar a ayudarnos‟‟.

9. Conclusiones y resultados
El curso comenzó con la incertidumbre que acompaña a todo expe-
rimento original. Pocos habían padecido una experiencia semejante a
la de los sismos de 1985 y tuvimos que articular una respuesta orga-
nizada de nuestro rol, sin tratar de constituir un grupo terapéutico ni
un grupo de formación; sino trabajar conjuntamente en una tarea
concreta: “Aprendizaje de emergencia para actuar en emergencia”.
No nos planteamos consignas sin límite ni nos circunscribimos a la
simple observación e interpretación en equipo; sino que asumimos
una coordinación activa de la tarea.
El modelo conceptual. Consideramos que el modelo elegido cum-
plió cabalmente con las expectativas y demostró la adaptabilidad a
una situación de crisis, particularmente con los niños. También fue
eficaz, con modificaciones, para aplicarse a diferentes grupos: padres,
maestros, personal administrativo y cumplir con el objetivo de las
intervenciones terapéuticas (en las neurosis traumáticas y en las
terapias breves), cuyo espectro va desde la catarsis o evacuación al
espacio elaborativo e integrador; desde lo emocional a lo mental, para
satisfacer las demandas de diagnóstico y de prevención primaria y
secundaria.
El seminario. Puede decirse que cumplió con su función e integró
un grupo de trabajo, que rescató a los miembros de sus propias expe-
riencias traumáticas (primarias, libidinales y agresivas) y las llevó a
un nivel de secundarización y de reparación-elaboración. Dentro del
grupo, se organizaron equipos o brigadas para cumplir con la tarea y
se creó así una importante infraestructura de servicio de salud mental.
Estamos conscientes de que los participantes representan una muestra
mínima (35 personas) del sector educativo. A pesar de ello, se alcanzó
147
una amplia cobertura geográfica y social. Los miembros actuaron
como interventores directos o les enseñaron a otros maestros y con
ello se logró un buen efecto multiplicador: la socialización del
conocimiento. Todo esto creó un espacio autogestivo de reflexión y
retroalimentación entre los participantes y los coordinadores.
Asimismo permitió una concepción grupal del aprendizaje al servicio
de la tarea en la cual se estableció un circuito de
enseñanza-aprendizaje. El trabajo se definió como la discusión y
elaboración grupal de ideas, experiencias, dudas e interrogantes
personales y grupales, y como la puesta en práctica de estos
conocimientos frente a la situación de crisis. Igualmente, hizo que el
grupo deseara continuar con su tarea hasta finalizar el ciclo escolar, lo
que se contraponía a la política oficial de negar las secuelas
traumáticas en los niños, mismas que incrementaron en la deserción y
la baja del rendimiento escolar.
Equipo coordinador Los coordinadores nos beneficiamos del
entusiasmo y compromiso mostrados por los participantes y de la
creatividad de lo autogestivo y multiplicador de su aportación. Esto
dejó para nuestra hora de pensar una multiplicidad de
cuestionamientos que nos llevaron nuevamente a aprender de la
experiencia. Nuestro modelo de trabajo mostró su eficacia y
elasticidad, en un amplio espectro de aplicación y nos hizo ver la
necesidad de seguir capacitando a los trabajadores del área de la
educación.
Población atendida. En el primer monitoreo fueron atendidas
2000 personas, y en el segundo 1200, incluyendo a niños en edad
preescolar, primaria y secundaria; a maestros, educadores, personal
administrativo, y a padres de familia.
Lugares de Intervención. Delegación Cuauhtémoc, Venustiano
Carranza, Miguel Hidalgo, Iztacalco, Atzcapotzalco, Gustavo A.
Madero, Coyoacán, Iztapalapa, Xochimilco y Tláhuac.
Diferentes aplicaciones del modelo
1) En cuanto al nivel preescolar se siguieron los 3 tiempos, pero
en la acción se incluyeron algunos juegos, por ejemplo “jugar al
temblor” (con material didáctico, cubos y madera de construcción.)
2) En la-educación primaria se aplicó el modelo tal como fue
estructurado.
3) En la secundaria se aplicó el modelo también sin modificación
y se observó que estos niños necesitaron más espacio para la
verbalización, que para la acción-expresión.
4) En el nivel de los educadores, padres de familia y personal
administrativo se siguieron los 3 tiempos pero se introdujeron
técnicas de relajación.
148
Finalmente, diremos que se trató de una experiencia agitadora para
ambos grupos, tuvimos la satisfacción de haber aceptado el desafío y de
oponer -a la furia de la naturaleza, primero; a las dificultades insti-
tucionales y a las propias resistencias, después- una respuesta organi-
zada que dejó un saldo positivo tanto en los niños, padres y maestros,
como en el grupo del seminario. Muchos de los participantes descu-
brieron la riqueza de trabajar en equipo, para algunos fue la primera
experiencia de este tipo. Actuar en grupo tuvo la ventaja de ayudar a
tomar conciencia del sufrimiento del otro, como parte del propio.
Todos, advirtieron, desde un principio la posibilidad de trasmitir el
modelo a otros compañeros de trabajo, confiriéndole a esta experiencia
un efecto multiplicador en cadena, con lo que aumentaría la población
atendida.
10. Comentarios
Al empezar el proceso de elaboración de la experiencia (la hora de
pensar, el momento reflexivo), la tarea era examinar y confrontarla para
transformar los obstáculos teóricos y prácticos, en descubrimientos y
técnicas. Desde el comienzo, orientamos nuestra práctica clínica hacia el
cumplimiento de una demanda concreta de intervención en salud mental
en situaciones de crisis, dirigida sobre todo a los niños, padres y personal
del área de la educación. El examen de este trabajo lo abordamos desde
diferentes supuestos teóricos, técnicos, clínicos y afectivos, y en un
segundo momento, consideramos la confrontación como una posibilidad
de modificación teórica, que al final nos permitiera regular y enriquecer
el trabajo.
Consideramos que la experiencia fue útil porque nos desvió de los
caminos habituales y de nuestros roles definidos, para enfrentarnos con
la realidad de una población con enormes carencias en lo que se refiere a
sus necesidades básicas, y que se vio inmersa en una experiencia de
desastre. Se hizo claro también que el gobierno sólo estuvo dispuesto a
mostrar sus buenas intenciones y que la desilusión que provocó, produjo
una crisis multiplicada por la concurrencia de factores sociales y
psicológicos. Esta repentina conciencia revela el continuo y agudo
deterioro económico que padece la población marginada y pone de ma-
nifiesto la extrema necesidad de atención psiquiátrica y psicológica.
Al asumir la situación de desastre suponíamos y ahora lo confirma-
mos que la crisis, o bien fortalece las estructuras tanto internas como
sociales, o crea conflictos y retrasan su maduración.
Dentro de nuestro marco conceptual, quisimos cumplir con la de-
manda y a partir de las experiencias acumuladas -y de supervisiones
discutirlas y devolverlas enriquecidas.
149
BIBLIOGRAFÍA

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situaciones de desastre. México, D. F., octubre, 1985.
2. Benenati S.; Siniego, J.A.: Grupo de Padres acompañantes.
Revista Análisis Grupal, AMPAG. Vol. II No. 1 México, D. F.,
marzo, 1984
3. Dupont, M.A.; El proyecto GIN: Una investigación en
Psicoterapia
Grupal de Niños. 1er. Congreso Nacional de AMPAG.
Oaxtepec, Mor. septiembre, 1982, publicado en la revista
Análisis Grupal, AMPAG. Yol. II No. 1 México, marzo, 1984.
4. Dupont, M.A.: Jinich de W.A.; Benenati, S.; Siniego, J.A.; El
proyecto GIN-GAP Una técnica Psicoterapèutica grupal para
niños y padres. Congreso Internacional de Psicoterapia de
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(alumna del Seminario UNICEF-AMPAG). México,
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un Acuario. 1er. Congreso Nacional de AMPAG, Oaxtepec,
Mor. septiembre, 1982, Publicado en la revista Análisis Grupal,
AMPAG Vol. II No. 1 México, D.F., marzo 1984.
8. Pichón Riviere E. El concepto de tarea en Edic. Nueva Visión,
Buenos Aires 1974.
9. Weinstein L. Salud mental y proceso de cambio. Edit. Ecro,
Buenos Aires, 1975.
10. Video Cassete. BETAMAX-AMPAG-UNICEF. Febrero 1986.

150
Capítulo VII

Una técnica de capacitación para


promotoras de salud mental en
situación de crisis

1. Los antecedentes
Para quienes vivimos en la ciudad de México, el mes de septiembre de
1985 fue ominoso. Movimientos telúricos derribaron innumerables
edificios, y miles de habitantes quedaron bajos los escombros.
El sismo de la mañana del día 19 fue preludio de noticias que revela-
ban grandes dimensiones en los daños. Sin embargo, el pánico colectivo
sobrevino al día siguiente por la noche cuando otro movimiento, de
intensidad y duración similares al primero, lanzó a las calles a un buen
número de citadinos, que llevaban mínimas pertenencias, con la
certidumbre de que no quedaría casa en pie. La experiencia traumática
tenía ya dimensiones colectivas.
La evocación de esos días aciagos renueva la angustia vivida. La ciu-
dad quedó aislada temporalmente del resto del país y del mundo, y
mientras la radio y la televisión difundían noticias alarmantes e imágenes
catastróficas, seguía temblando y crecían los rumores de riesgos aún
mayores.
Muy pronto apareció la respuesta de la población ante el siniestro.
Todos los estratos sociales estuvieron presentes en la colaboración.
Abundaron las actitudes heroicas, y las felonías y la rapiña no opacaron
un amplio movimiento de solidaridad social. Muchos ayudaron a rescatar
víctimas de los escombros, a socorrer refugiados en campamentos y
albergues o a coadyuvar con las autoridades cuando era posible.
La ayuda internacional se hizo presente. Hubo un interminable desfile
de aeronaves de países amigos que contribuyeron a las operaciones de
urgencia con ayuda material y humana.

151
2. El trauma colectivo
AI revisar la experiencia propia y los testimonios ajenos, se llegó al
entendimiento que ser sobreviviente, aun por razones del azar, no era
sencillo.
El trauma al que se enfrentó la población de la Ciudad de México
fue el peligro de morir, y lo resistió de manera diversa de acuerdo con
las circunstancias que experimentó cada uno, y a sus recursos de
personalidad.
En términos generales se advirtieron tres tipos de respuesta:
1. La de aquellos que experimentaron la urgencia incontrolable de
entrar en acción inmediata.
2. La de aquellos que manifestaron indiferencia, tras la que se ad-
vertía desde la negación hasta el estupor inmovilizante.
3. La de aquellos que postergaron la acción hasta planear tareas
útiles para sí mismos, sus familiares y su comunidad, en ese orden.
No es mi intención examinar aquí la conducta, individual o
colectiva, ante la situación traumática desencadenada por los sismos.
Sólo añadiré que en la mayoría de la gente se advirtió la necesidad de
comunicar a alguien, iterativamente, las experiencias que vivieron en
forma personal o que testificaron, mediante la palabra hablada; escrita;
mediante ilustraciones o dramatizándola.
Es de suponerse que la necesidad de comunicar la experiencia en
forma reiterada, obedece a una segunda fase del proceso elaborativo de
una situación traumática y que tiene por sentido, una vez superada la
emoción inicial de la primera fase, evacuar de la mente el total de emo-
ciones abrumadoras. Luego, en una tercera fase, aparece una gama de
contenidos ideativos variables, entre los que destaca la búsqueda de
una entidad responsable, que igualmente puede considerarse parte
integral del proceso elaborativo del trauma.

3. La organización de tareas
El panorama de la ciudad de México era desolador: muchas zonas
estaban sembradas no sólo de ruinas; sino también de campamentos en
los que se apiñaban personas desamparadas. Dentro del caos y la
desorganización que reinaba en la población civil, muy pronto desta-
caron tres áreas de ayuda: El rescate de sobrevivientes atrapados entre
los escombros, la ayuda que se podía prestar en los puestos de emer-
gencia médica, y el auxilio a los damnificados en los diversos campa-
mentos y albergues.
Ya que la generosidad nunca es gratuita, y el deseo de ayudar no es
sólo un rasgo altruista (muestra de civismo), sino también una acti-
vidad elaborativo de la propia situación traumática, la solaridad social

152
que se generó en torno a los damnificados y la capacidad de
organización que mostró la comunidad, ofreció a la gente una nueva
perspectiva de sí misma. Legiones de voluntarios se presentaron a
cooperar en las diferentes áreas de trabajo y se dieron casos en los que
había que despedir gente porque era demasiada o porque llegaba a
interferir en lo que comenzaba a ser una tarea organizada. Muchos de
nosotros, como trabajadores de la salud mental, nos abocamos a
colaborar en lo que sabemos hacer: la psicoterapia. El área de trabajo
estaba señalada en los conglomerados donde se daba asistencia a la
mayoría de aquellos que quedaron sin casa, o que estaban bajo el
efecto agudo del trauma por la pérdida no sólo de bienes materiales
sino también de familiares, amigos o vecinos, perdidos o enterrados.
Por lo que a mí concierne, me ofrecí como voluntario en las dos ins-
tituciones donde reconozco cofradía: la Asociación Psicoanalítica,
Mexicana, A.C.(APM) y la Asociación Mexicana de Psicoterapia
Analítica de Grupo (AMPAG). En ambas se me aceptó como
coordinador de grupos. En adelante me referiré a la tarea realizada en
la Asociación Psicoanalítica Mexicana, A.C. (APM), en la cual
emprendí la capacitación para Promotoras de Salud Mental.

4. Origen y realización del proyecto de capacitación


Poco después de los primeros sismos, los directivos de la
Asociación Psicoanalítica Mexicana organizaron una serie de
conferencias de carácter informativo por la radio, la televisión y en el
propio local de la asociación. El miércoles 25 de septiembre se dictó la
primera conferencia en su auditorio en la que los asistentes rebasaron
el cupo. Fui requerido en ese lugar para coordinar un grupo de
discusión de los varios que se formarían después el evento. Pedí
trabajar con personas interesadas en capacitarse como promotoras de
salud mental y después de la conferencia me reuní con 50 de ellas. En
esta primera reunión descubrí a un grupo saturado de información de
los aspectos psicológicos, sociales, geológicos y de toda índole
relativa a los sismos. Pero lo sobresaliente del grupo era la ansiedad
que emergía de él y era generada en tal forma que resultaba obvia a
cualquier observador. Fue entonces cuando decidí ofrecer a los
asistentes un modelo de trabajo que los incluyera y que además
pudiera asimilarse rápidamente, con la expectativa de que surgiera un
grupo interesado en capacitarse con amplitud en la práctica.
Como primer objetivo nos propusimos abatir la ansiedad grupal que
se advertía. Para esto pedí que hicieran uso de la palabra y relataran la
experiencia que vivieron durante los sismos. Las intervenciones fue-

153
ron a cual más emocionantes. El letargo y la racionalización dieron
paso a una mayor movilidad emocional, de tal manera que muy pronto
los relatos subieron de tono, lográndose así la suficiente evacuación de
ansiedad como para que, espontáneamente, el grupo pasara del relato
anecdótico a la discusión de diversos aspectos relacionados con temas
como seguridad, medidas preventivas ante los sismos, conducta
apropiada durante ellos, medidas de seguridad en las escuelas. A los 90
minutos de iniciado nuestro encuentro, los asistentes se enfrascaron en
un debate que adquiría cada vez más coherencia en función de ciertos
planteamientos preventivos. A este nivel ya habían aparecido líderes
creativos en la controversia que la enfocaban concretamente en la
manera de organizar un plan de evacuación de emergencia en una es-
cuela a la que asistían los hijos de varios de los presentes. También
surgió un líder negativo, lleno de ansiedad, que intentó desvirtuar lo
que se había logrado hasta el momento. Advertí el peligro de perder la
pista de lo que se gestaba en el grupo y finalmente se pudo retomar el
camino de lo planeado.
En este punto detuve la discusión para examinar lo que había ocu-
rrido en el grupo, y sugerir que esto podría ser un modelo de trabajo
que ellos mismos, con mayor entrenamiento, podrían realizar en otros
grupos. Mencioné el estado inicial del grupo, en donde la ansiedad los
sumió físicamente en los asientos, en una especie de letargo, por lo que
denotaban la cantidad de cigarrillos que consumían; las actitudes cor-
porales que mostraban inquietud e incomodidad y los iniciales discur-
sos llenos de confusión. Pedí que se advirtiera la manera cómo, al co-
menzar los primeros testimonios, se desencadenaron otros, todos lle-
nos de emotividad, de tal manera que se estableció en el grupo una
corriente evacuativa de ansiedad, que alivió la situación no sólo de
aquellos que tomaron la palabra; sino de otros muchos que se
identificaron con ellos. Hice referencia al hecho de que,
insensiblemente, el grupo recuperó la capacidad de pensar que se
hallaba inmovilizada por la carga de ansiedad, individual y grupal,
manifestada al aparecer temas de discusión que interesaban a todos y
que constituían una necesidad improrrogable al referirse a la seguridad
personal, familiar y colectiva.
Asimismo, mencioné el surgimiento de liderazgos en la discusión,
unos creativos y otros opuestos a la capacidad recién adquirida de
planear. Enfaticé la necesidad, que como coordinador cumplí, en el
sentido de apoyar el proceso de recuperación que se daba en el grupo,
sin lastimar innecesariamente a sus oponentes.
Por último advertí, que habiendo ya un liderazgo creativo en el gru-
po, era el momento de retirarme, y sería oportuno hacerlo para aque-

154
llos que decidieran seguir este modelo de trabajo. Antes de despedir-
me, recomendé a las personas interesadas en capacitarse, que se inscri-
bieran en el lugar apropiado.

5. El origen del método


En realidad, este procedimiento fue producto de una improvisación
instrumentada a partir del método de trabajo que diseñamos la doctora
Adela Jinich de Wasongarz y yo, aplicado a grupos terapéuticos de
niños1. En éste, que llamamos Modelo GIN (Grupo Infantil Natural),
la hora terapéutica incluye tres tiempos que son: Hora de acción, hora
de pensar y hora de poner las cosas en su lugar. La teoría que sustenta
esta técnica postula dos niveles de interferencia en el acceso a la
capacidad de pensar: el de la agresión y el de la ansiedad
concomitante. Ambos se reatroalimentan, de modo que la perspectiva
clínica sólo advierte las derivaciones defensivas que desde uno y otro
nivel configuran cuadros patológicos de diversa índole. La acción,
planeada como un desafío a la evacuación de agresión y ansiedad,
cuando es lograda con eficacia, ofrece un acceso amplio y cada vez
mayor a la capacidad de pensar en sus diversos niveles de integración:
alucinosis, ensoñación, fantasía, reflexión, etc. En cuanto a la hora de
poner las cosas en su lugar, persigue el abatimiento de la ansiedad
persecutoria remanente de la Hora de acción y que las intervenciones
durante la Hora de pensar pudiera dejar activa. En una palabra, esta
última fase persigue una reparación formal del espacio de trabajo.
Esta breve referencia a una técnica terapéutica con grupos de niños,
es un marco a partir del cual podemos hallar coherencia al sencillo pro- -
cedimiento instrumentado con el grupo de adultos al que antes he se-
ñalado. 2 También se puede argumentar ante la comprensible aplica-
ción al hecho, de que este último grupo estuvo constituido por adultos

1 Dupont, M.A. y Wasongarz, Adela, J. de. El Grupo Infantil Natural. Una


experiencia Psicoanalítica. Cuadernos de Psicoanálisis. XI p.p. 53-72. México.
Dupont, M.A. El Proyecto G.I.N. Una Investigación en Psicoterapia Grupal de
Niños. Análisis Grupal. II, No. 1, Marzo de 1984, p.p. 14-45. México.

2 La adaptación del método de trabajo del Modelo GIN a los fines de capacitación
de adultos, bien podría inscribirse dentro del modelo general de los grupos
operativos. Ver Pichón Reviére, E., Bleger, J., Liberman, D. y Rolla, E. Técnicas
de los grupos operativos. En Del psicoanálisis a la Psicología Social Bs. As.:
Galerna. Tomo II.

155
y no por niños, y que, además, no acudieron a la reunión para resolver
sus síntomas neuróticos o psicóticos; sino por el contrario, para parti-
cipar en una discusión informativa sobre los sismos en la ciudad de
México.
Lo anterior es cierto, y además se deben recordar varias
circunstancias. En primer lugar todos los asistentes sufrieron el
impacto traumático de los terremotos; en segundo lugar, dieron
muestra de sufrir cierta inhabilidad para discutir el tema, así como de
estar bajo el efecto de algún grado de ansiedad. De lo anterior se puede
inferir que ese grupo de adultos mantenía la capacidad de pensar y
reflexionar relativamente bloqueada, en función del nivel alto de
ansiedad, lo cual quedó demostrado al recuperar sus funciones
discursivas y reflexivas después de una sencilla maniobra mediante la
cual se facilitara la evacuación de ansiedad.
Dos consideraciones más se refieren al efecto regresivo que
propicia toda situación traumática y que se relaciona con la
organización mental adulta hacia mecanismos defensivos arcaicos,
infantiles. En éstos, la amenaza de un daño externo, ante el que se es
absolutamente impotente, activa antiguos temores persecutorios que
provocan ansiedad en el sujeto. Es de esta manera como queda
invalidada, siempre en grado variable, la aptitud para el pensamiento
reflexivo, cuando la ansiedad amenaza con inundar, o inunda, a la
conciencia. Las emociones surgidas así, quebrantan las más
importantes funciones humanas: pensar y reflexionar. De aquí la
necesidad de un método que propicie la evacuación emocional.
En el caso de adultos que mantienen aún la función discursiva, el
relato de los eventos traumáticos que experimentaron, resulta eficaz
como vía de evacuación. Cuando no es así, sea por la intensidad del
trauma experimentado, o por la fragilidad inherente a la personalidad
individual, es posible lograr los mismos objetivos a través de recursos
como la dramatización, la palabra escrita o el dibujo, recursos igual-
mente útiles para trabajar con niños.

6. La capacitación de voluntarias
El sábado 28 de Septiembre me reuní con veintidós mujeres jóvenes
que tenían la intención de prepararse para trabajar como promotoras de
salud mental en los albergues y campamentos de damnificados. Con
antelación, los directivos de la APM pusieron en marcha un plan maes-
tro en el que las conferencias informativas fueron el origen de un pri-
mer contacto con voluntarios que, una vez seleccionados, deberían ser
remitidos a diferentes psicoanalistas que coordinan y fungen como
supervisores de trabajo en el área de los albergues para damnificados.

156
Por mi parte, al contar con la completa libertad de acción y con el
tiempo y espacio suficiente, planeé el trabajo de acuerdo con el méto-
do antes descrito. Es decir, que antes de coordinar y supervisar tendría
que dar capacitación.
En el organigrama del plan maestro, apareció la colaboración de mi
colega, la doctora Rosalva Hernández como mi asistente en la coordi-
nación y además sería el enlace administrativo con aquellos otros en-
cargados de la detección de solicitudes de trabajo en los albergues.
Luego se nos unió el doctor Juan José Yáñez. De esta manera,
integramos un pequeño equipo de capacitación y supervisión a
voluntarias en la promoción de salud mental dentro de los albergues.

7. El plan de capacitación
La necesidad de capacitar perseguía un fin: promover la salud
mental entre los damnificados. La capacitación constituyó un motivo
para investigar sus resultados dado que ambas tendrían una misma
función complementaria. En otras palabras: una inadecuada
preparación para la tarea de campo conduciría a tareas inconclusas,
fracasos o yatrogénesis3 entre los albergados, y en nuestro personal a
quiebras emocionales, renuncias vocacionales o deserciones.
La urgencia a que obligaba la demanda de trabajo en los albergues
se planeó en una sola sesión de entrenamiento para las voluntarias que,
simultáneamente debía operar como un segundo filtro selectivo. El de-
seo de trabajar con los damnificados tendría que transformarse en la
decisión de hacerlo después del primer encuentro conjunto.
El trabajo como promotoras de salud mental en los albergues se
prolongaría durante dos meses, (hasta el mes de noviembre).
Semanalmente nos reuniríamos en el domicilio de la Asociación
Psicoanalítica Mexicana, con el fin de recibir información de las tareas
realizadas por los diferentes grupos de voluntarias, elaborar las
experiencias y, en general, supervisar el trabajo. Las reuniones serían
plenarias es decir que todos los equipos deberían reunirse con los
capacitadores; de tal manera que las experiencias de cada uno
enriquecieran al resto del personal, y además se tendría la posibilidad
de intervenir en la discusión.
Una vez concluido el trabajo de campo y cerrada la experiencia, ten-
dríamos la última reunión conjunta, dos meses después, en el mes de
enero de 1986, en la que capacitados y capacitadores haríamos un re-

3 Medida terapéutica equívoca que como remedio “resulta peor que la


enfermedad”.
157
sumen con nuestras impresiones sobre el trabajo.4 El objeto de este
encuentro tendría como propósito, por una parte, favorecer la elabo-
ración de las experiencias que se vivieran durante la tarea y, por otra,
tener un documento vivencial que ofreciera la oportunidad de evaluar
el criterio de los participantes con respecto a los resultados de la
experiencia. Por lo que a mí respecta, diré que este trabajo es producto
de esa participación.

8. Sesión de capacitación
Como señalé en su oportunidad, este encuentro tuvo lugar el sábado
28 de septiembre en el local de la Asociación Psicoanalítica Mexicana.
En ese momento ya existía una tarea que fue encomendada al grupo de
veintidós jóvenes (aún desconocidas para nosotros). Se trataba de un
número considerable de damnificados en un albergue perteneciente a
una institución privada que ya reclamaba el local; de tal manera que
además de los problemas inherentes al estado traumático que tenían
aquellas personas (hombres, mujeres y niños) existía el descontento y
la ansiedad provocados por el rumor de un inminente desalojo. Una
nueva pérdida que acentuaba la sufrida pocos días antes. Encontrarse
con un grupo de damnificados al que se le añadía esta complicación, no
parecía una tarea fácil.
Al presentarnos con las veintidós voluntarias pedimos que también
ellas lo hicieran. Nos enteramos que la mayoría eran estudiantes de la
licenciatura de Psicología y unas cuantas más, pasantes de esta carrera.
Sólo cinco de ellas las de mayor edad eran graduadas y tenían alguna
experiencia clínica. Desde entonces consideramos a este subgrupo
como experto. A continuación explicamos que el modelo de manejo
grupal que nosotros como capacitadores estábamos realizando con el
grupo, era el que ellas deberían asimilar y elaborar para aplicarlo como
promotoras de salud mental en su trabajo con los damnificados.
Pasamos después a una explicación breve de la introducción del
procedimiento y de su aplicación en las situaciones traumáticas.
Hicimos énfasis en las características generales de la psicopatología
traumática privativa en los damnificados, así como en el sentido
terapéutico de las medidas que propician la evacuación de ansiedad y
la elaboración del evento patogénico mediante el discurso de los
afectados, el empleo de otros instrumentos de comunicación como el
dibujo en los niños; o las dramatizaciones en niños, adolescentes y
adultos.

4 Ver apéndices 1 y 2.

158
Con el deseo de ofrecer una experiencia vivencial que fuera
empleada como un modelo de trabajo, eludimos por el momento toda
discusión teórica sobre el procedimiento mismo, limitándonos a
prevenir que en ningún momento formularíamos algo parecido a una
interpretación psicoanalítica, ni accederíamos a demandas personales
de atención dentro del contexto del grupo. Adelantamos también que
aquellas personas necesitadas de atención individual, sea por su
condición psicopatológica o por su incapacidad de participar en un
grupo de discusión, deberían ser canalizadas a las instituciones ya
conocidas para ofrecerles la atención apropiada.
En esta fase del encuentro, los que dábamos capacitación hicimos
la función de informadores activos y las voluntarias de receptoras pa-
sivas. Era fácil percatarse que la atmósfera del grupo se saturaba de
ansiedad y además sumaban a su propia e individual experiencia
traumática del sismo, la incertidumbre del enfrentamiento a una tarea
desconocida. El trabajo con damnificados, quizás inicialmente
idealizado con base en su pasión por la psicología clínica, comenzaba
a transformarse en algo cercano a lo persecutorio.
Fue entonces cuando pedimos a los que desearan relatar su
experiencia durante los sismos, que hicieran uso de la palabra. Los
relatos no se hicieron esperar, primero con algo de timidez y poco
después con creciente confianza y prolijidad. Fueron numerosas las
participaciones en esa primera faceta del encuentro en donde las
voluntarias comenzaron a tornarse activas.
Lentamente el carácter discursivo de las participaciones se tornó de
la pura información a los coordinadores, en la interacción de las vo-
luntarias que intercambiaban experiencias, vivencias y comentarios
relacionados con los últimos eventos. Fue de esa vigorosa interacción
de donde surgió el segundo, y actual, tema de ansiedad. “¿Qué vamos
a hacer con los damnificados? ¿Cómo vamos a trabajar con ellos?
¿Con cuáles? ¿En dónde?” Y fue ahí donde se nos demandó la
información correspondiente para la tarea que se les encomendaría.
Mi compañera, la doctora Rosalba Hernández, se encargó de por-
menorizar la información relativa al albergue donde se trabajaría con
150 damnificados quienes, además de su situación mental y emocional
predecible por el elemento traumático, experimentaba la amenaza de
desalojo que, como rumor, agudizaba su ya precaria situación. La in-
formación provocó en el grupo un sismo mental, con lo cual sólo quie-
ro significar que el grupo lo experimentó traumáticamente. Tras un des-
concierto inicial surgieron voces disonantes, comentarios, preguntas,
diálogos múltiples. El caos, la angustia manifiesta reinaba en el grupo.

159
Mientras tanto, los coordinadores, ubicados en diferentes lugares den-
tro del círculo que habíamos formado, cruzamos miradas que
comunicaban nuestra carga de angustia. Permanecimos en silencio en
tanto llegaba a su clímax la reacción grupal.
9. El juego de Roles
La demanda del grupo, vertida en forma de ansiedad y desconcierto,
se entendía como protesta pero también como petición de instrumentos
concretos ante una demanda laboral también concreta. Transcurridos
algunos minutos, cuando el tono grupal de ansiedad comenzaba a
derrumbarse, propuse un juego dramático en el que asumiríamos los
roles que podríamos encontrar en el albergue. Con el afán de poner
manos a la obra y sin mayores diligencias elegí a una de las voluntarias
más jóvenes, a quien había notado ser muy activa, y le pregunté si
aceptaría asumir a mi lado el papel de pareja promotora de salud
mental para trabajar con un grupo de damnificados. La chica aceptó de
inmediato. Después instruí al resto del grupo para que eligieran
quienes deberían tomar el papel de damnificados y a otros que se
mantuvieran como observadores. Advertí que saldríamos del salón
unos minutos, para facilitar los acuerdos necesarios.
El juego dramático de los roles sería (un juego dentro de una situa-
ción planteada como tal) así cuando al inicio de nuestro encuentro hice
el señalamiento de que los coordinadores utilizaríamos un modelo que
sería el que ellas aplicarían en su propia tarea, se abría un espacio que
anunciaba un hecho donde la coordinación jugaría un rol ante las vo-
luntarias, y que ellas deberían asimilar. En otras palabras: nosotros
jugaríamos un juego que ellas deberían aprender. El nuevo plantea-
miento transformaba nuestra actividad de jugar en un juego comparti-
do. Ya no éramos sólo nosotros los que jugábamos; sino el grupo en-
tero coordinadores y voluntarias compartirían, en la actividad dramá-
tica de juego de roles, una acción común encaminada hacia la disyun-
tiva de que, en un espacio de juego semejante, ellas enseñaron la mis-
ma acción a otra gente en el contexto de los albergues de damnificados.
En resumen: La propuesta de un juego dramático de roles daba
continuación a una secuencia en la que se significaba la posibilidad de
compartir con las voluntarias una actividad que activamente iniciaron
los coordinadores y en la que se insertaría imaginaria y
dramáticamente la tarea encomendada.
Para conceptualizar el sentido teórico de esta técnica habrá que re-
cordar la comprensión que hace D.W. Winnicott del juego. 5 En la

5 D. W. Winnicott (1971) Realidad y Juego. Bs. As: Granica

160
perspectiva del desarrollo, este autor considera que el juego se realiza
en un espacio imaginario en el que la fantasía y la realidad se integra
en los primeros objetivos de la simbolización. Los primeros objetivos
no-yo, que son objetivos de transición propician y condicionan la ca-
pacidad de jugar. Luego aparece el juego compartido y, finalmente, en
ese mismo espacio, se inserta el mundo de la cultura; del trabajo y de
las relaciones humanas que, en última instancia, implica juegos, roles
y compromisos.
Regreso al relato. Cuando la joven voluntaria y yo nos separamos
del resto del grupo, dialogamos sobre las expectativas que ambos te-
níamos del inminente encuentro dramático. Hablamos de la tensión
que sentíamos y nos propusimos contener al grupo hasta la
disminución de la ansiedad, buscando entonces que encontraran por sí
mismo el mejor camino. Sólo una recomendación hice a mi
compañera: utilizar de preferencia el sentido común y procurar
dirigirse al grupo más que a alguien en particular. AI retornar a la sala
de trabajo encontramos al grupo preparado para el juego de roles. Con
la ayuda de mis compañeros coordinadores las voluntarias habían
formado dos círculos concéntricos. En el exterior se hallaban quienes
fungirían como observadores (con ellos estuvieron los otros dos
coordinadores). En el interior, sentadas en el piso, estaban nueve
voluntarias asumiendo el rol de damnificados. Después de
introducirnos al círculo interior nos presentamos como promotores de
salud, invitándolos a dialogar con nosotros. Unos segundos de silencio
prolongaron algo más, la media hora que duró el ejercicio. Alrededor
surgieron voces inquietas, interrogantes, que demandaban, acusadoras
o exigentes. Mi compañera y yo estuvimos por largo tiempo en el
centro de un inflexible grupo a veces asustado, pero cada vez más
agresivo y demandante. Las voces elevaron su tono, se tornaron
amenazadoras y se empezó a oír una serie de demandas perentorias y
del más diverso sentido. Había quien solicitaba ayuda para localizar
familiares desaparecidos, quien exigía mantas, medicinas y alimentos;
y quien se quejaba de malos tratos del personal del albergue. Pronto se
hizo concreta la ansiedad relacionada con desalojo del mismo y se nos
exigió una explicación, datos, fecha, hora, lugar donde podrían
ubicarse.
Cuando pudimos discernir la demanda del grupo, al menos en su
forma emergente, dijimos algo relacionado con nuestra tarea de pro-
motores de salud mental, la cual era ajena al personal encargado del
albergue y al acceso a las cosas que demandaban y sólo con el deseo
de ayudarlos a pensar una solución a la medida de las circunstancias.

161
Nuestra declaración desencadenó otra avalancha de protestas y
acusaciones. Aquí es donde experimentamos al grupo como
inflexible. Querían extraernos a toda costa, aquello que necesitaban,
sin mayor protocolo que exigirlo.
Una vez más hice uso de la palabra para sugerir la necesidad de
organizar las demandas y poder discutir la posible solución. Este fue
un momento climático donde se perfilaron dos líderes. Uno denigra la
función que desempeñábamos, y otro salió al rescate de la necesidad
de organizarse; ambos se enzarzaron en un combate verbal que dejó a
la expectativa, al resto del grupo. Intervine de nuevo para poner en
relieve las dos posibilidades del grupo representadas por sus líderes:
quejarse pasivamente, o pensar y actuar a la conveniencia de sus fines.
De aquí en adelante el clima de la reunión se transformó por com-
pleto bajo el liderazgo de aquella voluntaria creativa. Se discutieron
prioridades. Lo más urgente para los damnificados (y para las volun-
tarias) era saber con precisión los planes de evacuación con todos sus
detalles. Se nombraron comisiones para diferentes tareas, etc.6
Al cerrar el ejercicio señalamos que nuestra tarea como promotores
concluía en ese momento. El grupo pasaba de una actitud de demanda
a otra de reflexión congruente, además de tener, entre ellos, un líder
que funcionaba como coordinador. También procedimos a su elabo-
ración invitando a los participantes y observadores a manifestar im-
presiones y puntos de vista. Se abrió así el último ciclo del encuentro.
En un orden de ideas el grupo expresó las experiencias emocionales,
pasando después a un examen reflexivo de los eventos en dos niveles.
En el primero se pudo concluir que el aspecto formal del adiestramien-
to propició, al seguirse la consigna, la identificación de participantes y
observadores con los protagonistas imaginarios con los cuales se en-
contrarían próximamente, en circunstancias emotivas y ambientales
en calidad de damnificados en estado postraumático. Paralelamente se
dedujo que el proceso intenso y genuino de identificación, influyó
notablemente en la experiencia personal traumática de los
participantes, circunstancia que podría haber motivado autenticidad
en el tipo de respuestas encontradas en el grupo que personificó a los
damnificados. Esta hipótesis se ratificó sorpresivamente en la
supervisión, al descubrir las promotoras de salud mental las intensas
demandas pasivas de

6 Momento crítico del juego dramático en el que el grupo transita de su iden-


tificación con los damnificados a la identificación con su rol de promotoras de
salud mental, definiendo los problemas reales que incluye.

162
los damnificados albergados, su enojo y el tipo de solicitudes que for-
mularon, análogas en todo a las previstas, en el ejercicio.7
En el segundo nivel, discutimos algunos aspectos de tipo técnico.
De ahí se originaran varias recomendaciones para definir el rol de
promotor de salud mental en el trabajo de co-terapia en grupos de
damnificados. Sobresalen las siguientes:
1. La conveniencia de trabajar en co-terapia.
2. La conveniencia de elegir al co-terapeuta con base en la mu-
tua confianza y afinidad.
3. La conveniencia de seguirse mutuamente, es decir, de traba-
jar uno en la línea del otro si se considera acertada y productiva.
4. La conveniencia de tener presente el ciclo de trabajo con un
grupo inmerso en la ansiedad: evacuación de la ansiedad; esti-
mulación de la reflexión; recuperación de la capacidad de pensar,
de organización que incluye el surgimiento de liderazgos en el
grupo.
5. La necesidad de propiciar primero y tolerar después la eva-
luación de la ansiedad grupal, que aparece en forma de deman-
das, reclamaciones o agresión verbal.
6. La necesidad de eludir diálogos o discusiones con individuos
del grupo, o de satisfacer demandas personales.
7. La conveniencia de aclarar, permanentemente, el sentido de la
tarea de promotor de salud mental.
8. La conveniencia de dirigir las intervenciones al grupo.
9. La conveniencia de retirarse a tiempo, una vez aparecida la
capacidad grupal de organización.
Estas recomendaciones, insisto, surgieron de los comentarios y
discusiones que realizamos sobre los eventos del ejercicio dramático
del juego de roles, recuperando, uno a uno, los elementos de
interacción grupal, su sentido y el impacto emocional incluido.

10. Un juego dentro del juego; instrumento amplificador


Esta paradoja: un juego dentro del juego, ofrece un instrumento am-
plificador de los fenómenos mentales, emotivos y corporales que in-
tervienen en la actividad de interacción grupal. El incremento de fenó

7 Conviene hacer notar que el carácter sociodramático que adquirió el ejercicio


del juego de roles, al hacerse manifiestos diversos problemas sociales en la
población afectada por el sismo. La discusión de esta problemática no se abordó,
dando prioridad a la tarea para la que fue diseñado el ejercicio.

163
menos presenta una perspectiva de lectura y comprensión vivencial
apropiada a fines didácticos y de capacitación, como, los que aquí
perseguimos.
La paradoja se desvanece cuando consideramos al primer juego,
como antes quedó definido, como una actividad creativa para la cual
se halla capacitado cualquier individuo dotado de salud mental y con
disposición a ella. Es el juego del ser y del hacer, en ese orden, en el
contexto social y de la cultura; en las tareas cotidianas de la profesión,
del trabajo o de la vida en familia. En cada caso se adopta un rol, se
asume un papel que puede ser versátil cuanto más imaginativo y
creativo se permite ser el individuo que lo desempeñe. Esto significa
el acceso de la vida imaginativa a las realizaciones cotidianas, así
como la mutación del rol asignado o adoptado, a otro o a otros, que
accedan a la necesidad de cambio y desarrollo. Lo opuesto: la
imposibilidad de modificar el papel vital que desempeña, inmoviliza
al individuo, le impide jugar en el sentido de vivir creativamente y lo
puede transformar en un paciente.
Cuando asumimos el papel de capacitadores y las jóvenes volunta-
rias el de las capacitadas, el juego y el jugar contiene elementos bien
definidos; roles conocidos y hasta familiares, ya que todos estamos co-
nectados con algún ámbito académico donde la distancia entre maes-
tros y alumnos suele estar especificada con precisión.
Al concluir un juego nuevo dentro de este juego de roles, se desata
una ansiedad básica, ya que se considera que cualquier rol que se de-
sempeñe socialmente, se constituye poco a poco en un bastión de de-
fensa contra la ansiedad; de ahí la posibilidad de que el rol se torne
rígido y nunca se abandone.
Un juego dentro de otro juego se constituye como un instrumento
amplificador de los fenómenos propuestos en el mismo rol, ya que la
ansiedad libre, efecto de la renuncia al rol tradicional, tiende a ligarse
con las circunstancias de la nueva situación propuesta, precisamente
en las coyunturas apropiadas, accesibles o valedoras gracias a la
identificación con el nuevo rol, y tal fenómeno puede ser rescatado,
descrito, elaborado y discutido con objetividad, una vez que se retoma
el papel tradicional de capacitando o capacitador.
En esta experiencia, el instrumento amplificador se manejó con fi-
nes didácticos y también como un recurso de auto-selección. Como no
pretendo abundar sobre el tema, sólo añadiré algunos requisitos para
su ejercicio:
1. Tener la aptitud para ejercer un rol social y profesional
definido y común, como es el de capacitando y capacitador,
alumno y maestro, o paciente y terapeuta, por ejemplo.

164
2. Tener la capacidad y la tolerancia necesaria para desprenderse
parcial y temporalmente del rol acostumbrado.
3. Tener la aptitud de identificarse con un rol propuesto e ima-
ginario. Aquí identificarse requiere de alguna aclaración dado que,
rigurosamente, se trata de un proceso de internalización que no
llega a la verdadera identificación, pero que va más allá de lo
especular- incorporativo; es decir, que óptimamente el rol pro-
puesto debe alcanzar la categoría de introyecto. En nuestro caso, el
experimentar recientemente vivencias traumáticas vinculadas al
mismo, el proceso de internalización de un rol imaginario, (pero
real y traumático, como es el de damnificado o el de promotor de
salud mental trabajando con damnificados), halló fácil acceso hacia
la introyección o, justo por esto último y por la ansiedad que
incluye, despertó resistencias insalvables. De aquí se desprende la
calidad selectiva que adquiere el ejercicio.
4. Tener la aptitud de retornar al rol convencional, y discutir cri-
ticamente las vivencias experimentadas con antelación.8

11. Último comentario teórico


En el juego de roles, que aquí expongo como un juego que se inserta
sobre el de los roles tradicionales, se descubren mecanismos mentales
básicos. Estos son la identificación introyectiva, que es inducida cuan-
do se ofrece la información relativa a las características y circunstan-
cias del ámbito de trabajo y de sus objetos, así como el papel que se
espera desempeñe ahí el promotor de salud mental. Una vez que se ini-
cia la acción dramática, se desencadenan identificaciones proyectivas9
multifragmentadas con intensas cargas emocionales que requieren
unos

8 El estudio del rol incumbe tanto a la psicología psicoanalítica como a la social


y merece mayor atención. Ver: Carrillo, J.A. El Análisis del Grupo de Duración
Limitada. Apuntes para un modelo. 2o. Congreso Nacional de AMPAG.
Noviembre de 1984.

9 Identificación proyectiva e introyectiva: mecanismos mentales descritos por


Melanie Klein en niños pequeños y que persisten normalmente a lo largo de la
vida, pudiendo llegar a adquirir un rango patológico son dominantes y exa-
gerados. En lo normal son la base de la comunicación y la empatía; en lo pato-
lógico tienden a ejercer control y dominio sobre el otro (identificación proyec-
tiva) o a sentirse dominado y controlado (identificación introyectiva). Ver Klein,
M. Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del lactante. En de-
sarrollos en Psicoanálisis Bs. As.: Paidós 177-208 pp.

165
de otros, aquellos que asumen el rol de promotores de salud para ad-
judicarse la función de continente de esos contenidos y devolverlos en
un grado de elaboración más avanzado, menos emotivo y más racional.
Estos contenidos, también como identificaciones proyectivas, se espera
que sean en algún momento reintroyectados y favorezcan la capacidad
de recuperar un tipo de pensamiento más racional y menos emotivo,
bloqueado o interferido hasta entonces por las circunstancias
traumáticas imperantes.
El efecto amplificador del ejercicio surge al discutir sus eventos di-
námicos y las experiencias emocionales que aparecieron, elaborarlo y
descubrir el grado de empatía que cada uno hizo con su propio perso-
naje y con los otros. De esa manera adquirir un conocimiento no sólo
intelectual sino vivencial de trabajo de campo y sus objetivos.
12. Cierre de la sesión de capacitación
Concluido el ejercicio dramático del juego de roles y su elaboración,
surgió como iniciativa del grupo la necesidad de conocer todo lo
relativo al albergue, a sus ocupantes, a la fecha de su desalojo y a la
información que tienen, o que no tienen al respecto los damnificados,
En consecuencia, nombraron a una de sus compañeras para que
obtuviera la información. Poco después se procedió a la selección
mutua, siguiendo afinidades personales, amistad previa o pura
simpatía, con objeto de integrar equipos de trabajo. Se acordó los días y
las horas de asistencia al albergue, procurando evitar coincidencias en
horarios.
Por lo que concierne a los capacitadores, les hicimos saber que nos
reuniríamos semanalmente con la finalidad de realizar una tarea de su-
pervisión, pero atentos a discutir cualquier tema emergente. Finalmente
acordamos día y hora de nuestro próximo encuentro, en el mismo lugar.
Nos despedimos del grupo de jóvenes voluntarias que después de cinco
horas de trabajo, salían de ahí como promotoras de salud mental.
Los capacitadores nos quedamos algunos minutos más
intercambiando impresiones. De esa elaboración final surgieron ideas y
emociones que se pueden condensar en dos fases:
1. La sensación dominante de haber pretendido instruir apro-
piadamente a un grupo de promotoras, la víspera de entrar en
batalla.
2. La sensación inminente, para nosotros, de un nuevo y angustioso
aprendizaje: mantenerse o tras del escritorio en la hora de la acción
de campo, compartiendo las responsabilidades y con el afán de
tolerar a la relativa pasividad del nuevo juego a que obliga el rol de
supervisor.
166
13. De la supervisión de la tarea
Me ocuparé ahora, más que transcribir detalladamente nuestras
reuniones, de relacionar los eventos más significativos que ocurrieron.
Miércoles 2 de octubre.
De las veintidós voluntarias que trabajaran con nosotros en la reu-
nión de capacitación, sólo dieciocho asistieron al albergue. Lo anterior
provocó una primera autoselección.
Las promotoras, en grupos de dos y tres, trabajaron con damnifica-
dos durante los días 28, 29, y 30 de septiembre. Los grupos de damni-
ficados se reunieron gracias a la invitación de las promotoras, operando
en forma abierta, con hombres y mujeres, adultos, adolescentes y niños
albergados. Los grupos se formaron de manera heterogénea y solían
unirse por lazos familiares, vecindad anterior, simpatía o al azar.
En el proceso de supervisión, cada uno de los equipos que formaban
las dieciocho promotoras detalló su relato, el cual fue discutido y se
elaboró tan ampliamente como fue necesario. El balance de los resul-
tados fue adecuado en todos los equipos. Lograron dignificar su es-
fuerzo con la satisfacción de una tarea cumplida en toda línea. De los
relatos se desprendieron los tiempos del ciclo prescrito, apareciendo al
final de cada uno liderazgos que asumían la coordinación del grupo y
que proponen tareas específicas: entrevistarse con los responsables del
albergue, y actuar. En las reuniones ulteriores se trabajó de igual
manera, se realizó un seguimiento de los eventos que determinaron un
cambio tranquilo del albergue.
Fue interesante observar lo que ya se subrayó, en el sentido de coin-
cidencia de los elementos que aparecieron en el juego de roles y a los
que se enfrentaron en la realidad las promotoras con sus grupos de
trabajo, especialmente en el primer tiempo del ciclo. Fue sorprendente
la coincidencia en el tipo de peticiones, demandas y reproches, así co-
mo la persistente solicitud de atención personal. Varias de estas
personas fueron canalizadas a instituciones que ofrecían este servicio.
En resumen: las promotoras actuaron con firmeza y, gracias al re-
sultado que se obtuvo, adquirieron confianza en sí mismas y en el mé-
todo de trabajo que ayudó á la gente a encarar activamente su grave
abatimiento postraumático.
Para los coordinadores de las promotoras, fue muy tranquilizante
que se finalizara la primara tarea con éxito. El cambio en ellas era no-
table, se las veía optimistas y satisfechas; se sentían, un poco, experi-
mentadas y en alguna medida lo eran. Además de señalar la gran cola-
boración prestada por parte de las autoridades del albergue.
En la segunda parte de nuestra reunión, se asignó una nueva tarea a
las promotoras. Ahora se trataba de un albergue oficial donde había

167
una problemática más compleja: desaliento en el personal administra-
tivo; desorganización de los coordinadores del albergue, caos entre los
damnificados, protestas, inconformidad y violencia. Se discutieron los
diferentes problemas que ocasionaría la tarea y también se desarrolló
un plan de trabajo en el cual las promotoras más avezadas abordarían
primero a las autoridades del albergue con la intención de trabajar con
grupos formados por los miembros administrativos y laborales, y des-
pués el resto de nuestros equipos emprenderían el trabajo con grupos
de damnificados, una vez mejorada la organización administrativa. El
acuerdo sobre el plan fue unánime; por lo tanto se procedió a progra-
mar las visitas. Con esto finalizó nuestra reunión.

Miércoles 9 de octubre
Nos reunimos con las dieciocho promotoras y escuchamos el
informe por equipos. El panorama de trabajo es desalentador. El
personal administrativo y las bases laborales del albergue se hallan en
una situación crítica debido a su estado personal, ya que nada los
distingue de los damnificados. Se describe el sufrimiento, la confusión
y el caos en todos los niveles y resalta, en todos aquellos que son
responsables de algo, la desconfianza y temor que nos atrevemos a
considerar disociativa y paranoide. Por ejemplo: se solicitó
urgentemente nuestra ayuda. Las promotoras deberían asistir al
albergue en horarios estrictos y portando identificación, lo cual puede
ser razonable; la dirección del albergue pidió un informe escrito de
cada reunión grupal con nombres de los asistentes, albergados o
empleados, y el texto de las comunicaciones, así como la observación
del trabajo grupal por parte de un representante de la dirección, lo cual
nos pareció insostenible, irracional e inaceptable.
En el trabajo grupal con los damnificados, sistemáticamente se en-
contró algún tipo de interferencia por parte de las autoridades del al-
bergue, a pesar de las obvias necesidades que existían y de los esfuer-
zos realizados para cumplir con la tarea.
Las promotoras se encontraban desalentadas, por las circunstancias
que se oponían a su trabajo. Una vez, discutido la serie de problemas
que se plantearon, se llegó a la conclusión de que estábamos frente a
una institución gravemente perturbada, ya que en las operaciones fun-
cionales se exhibía una reacción disociativa y paranoide postraumáti-
ca. Y como a un individuo enfermo, decidimos asistirla, aún con ma-
yor paciencia y cautela, en sus partes fragmentadas.
Miércoles 16 de octubre
Las dificultades de la tarea hicieron mella en nuestro equipo. Antes
asistieron al albergue, y ahora a la supervisión, once promotoras a quie-

168
nes, además de tensas las notamos intranquilas. 10A1 recibir las
primeras comunicaciones pudimos percatarnos que los equipos de
promotoras eran dos grupos en conflicto. Nos propusimos explorar lo
que ocurría para sacarlo a flote y poder entenderlo.
Con seguimiento a la metodología ya conocida, se rescataron varias
experiencias:
1. El trabajo en la comunidad, realizado por el conjunto de
damnificados y personal administrativo del albergue, comenzaba a
dar frutos.
2. Se había logrado romper, en gran medida, la barrera de re-
sistencia que dejaba a las promotoras aisladas del personal.
3. El equipo de las expertas, que bregaba con el personal ad-
ministrativo, logró un trabajo grupal en los diferentes niveles de la
coordinación del albergue con óptimos resultados, hecho que, no
sin razón, festejaron.
4. Los demás equipos trabajaron con grupos damnificados
(adultos, adolescentes y niños) donde aún hallaron la habitual in-
terferencia administrativa.
5. Las promotoras, en consecuencia, se hallaban escindidas en
dos grupos: las que llegaron al éxito y las que fracasaron. Crecía la
rivalidad, el descontento y la incomunicación. De ahí que el
ambiente fuera tenso cuando se abrió la reunión.
6. El segundo grupo de promotoras consideraba el resultado de
su labor insignificante o pobre, exhibía además una gesta de enojo
hacia los coordinadores, del cual se derivó una demanda y una
queja relacionada con lo que, como instrumentos de trabajo
proporcionados, les redituaba pocas satisfacciones. La demanda
pasiva estaba presente.
Discutir y elaborar estos conocimientos, que como experiencias de
trabajo incidieron en el equipo de promotoras, resultó de singular in-
terés. En la supervisión se descubrió de qué manera el conflicto de la
comunidad se reflejaba en el equipo de trabajo casi en forma especula-
tiva, amenazando repetir el caos y la desorganización ante la ansiedad,
era exacerbada en nosotros por la deserción de algunas promotoras.

10Al discutir estos fenómenos con los colegas coautores del libro, se descubre
que son numerosos los equipos de trabajo donde se advierte análoga fatiga y
desaliento a estas alturas de la tarea. La hipótesis que parece operar en su
causalidad conecta la sobrecarga emocional de las promotoras, estimulada por
su inmersión en la tarea, con su propio proceso elaborativo traumático, que
obliga a un doble esfuerzo en su aparato mental. De ahí la necesidad de abrir un
espacio catártico-reflexivo durante la supervisión.

169
Teóricamente se advertía la acción y validez de las identificaciones
proyectivas e introyectivas que incidían en las promotoras y las inducía
a pensar, sentir y actuar de manera semejante a la comunidad que
formaba su campo de trabajo. Así la supervisión se aplicaba como un
juego dentro de otro juego, que proporcionaba una amplificación de los
fenómenos de campo.
La discusión de estos problemas, evitó que las identificaciones
proyectivas por parte de la comunidad, fueran introyectadas en las
promotoras, y que además actuaran en forma parasitaria por el contra-
rio, al hacerlas conscientes se tornarían en fuente de comprensión de la
dinámica grupal en la comunidad del albergue.
Nuevamente se pensó en planear una estrategia de trabajo. Después
se discutió por la transformación de la demanda del jefe del albergue
que consistía en presenciar nuestras reuniones de supervisión,
realizando una especie de supervisión de la supervisión. La decisión
tomada fue aceptar su presencia en su sentido más exacto. Propiciarles
una contención más substancial y obtener su colaboración.11
También contemplamos la fatiga y la desilusión del grupo
ocasionada por el enfrentamiento con problemas de dimensiones
mayores que las encontradas en la primera tarea, el éxito inmediato
generó fantasías omnipotentes y un optimismo exagerado. Ahora,
además de mucha paciencia, se necesitaba modestia y tolerancia. Las
promotoras experimentadas realizaron, con sus compañeras
desalentadas una valiosa tarea de apoyo, aliento y simpatía que
recuperó el sentido de la unidad al grupo antes dividido.
Miércoles 23 de octubre
Como se había planeado, la junta de supervisión fue dedicada al
encuentro con el jefe del albergue quien se hizo acompañar de tres
subalternos: dos psicólogos y una pedagoga, todos funcionarios
administrativos de la institución que alojaba a 600 damnificados.
Muy pronto se pudo discutir en forma abierta la ambigüedad del per-
sonal administrativo que interfería con nuestra tarea, misma que ex-
plicamos detalladamente. Esto dio lugar a que nuestros visitantes abrie-
ran también sus propias fuentes de malestar, de sus limitaciones y su-
frimiento como damnificados sociales y profesionales. l jefe del al-

11Al revisar y discutir ulteriormente esta decisión, se sugirió la posibilidad de que


fuera estimulada por una estrategia política. Sin destacar este posible beneficio, la
decisión se tomó ante el supuesto psicodinámico de la unidad institucional
perturbada por fragmentada, interpretándose la demanda en el sentido de una
petición de ayuda.

170
bergue había comenzado a contar con la ayuda personal de alguno de
nuestros colegas, mientras que sus colaboradores carecían de ella; por
lo tanto les ofrecimos las referencias apropiadas. Concluimos con el
establecimiento de acuerdos relacionados con la participación de las
promotoras en el trabajo grupal con los damnificados del albergue y su
personal administrativo, dentro de las normas apropiadas para su buen
curso.
Terminada la reunión; en los comentarios de las promotoras era
vidente que había un buen grado de satisfacción y confianza, sin
demasiado optimismo. Pero también había fatiga.
Miércoles 30 de octubre
Con la presencia de once promotoras, se realizó un trabajo intenso
en la supervisión de grupos de damnificados y del personal adminis-
trativo. Al fin se pudo realizar el trabajo, de por sí traumático por sus
contenidos, sin la presión que lo hacía mucho más difícil.
Se comienzan a notar los beneficios del trabajo como la base
laboral del albergue y con los administradores, así como también con
los damnificados. Se plantean problemáticas muy complejas en todos
los niveles de personal, pero más allá de lo anecdótico o de lo concreto
en esencia no sólo predomina la pasividad agresiva y el deseo de
dependencia entre los damnificados; sino también la ambivalencia e
inconformidad con el papel de cuidadores que mantienen los
trabajadores y empleados del albergue, lo cual los hace sentir
damnificados como los otros.
Las promotoras han fortalecido la capacidad de eludir los laberintos
de los discursos quejumbrosos y anecdóticos y son hábiles en des-
cubrir las peticiones subyacentes y lograr que desde ahí se piense. Se
vuelven expertas en esta brega, a pesar de la fatiga.
En cuanto a las más jóvenes, se encuentran entusiasmadas por el
trabajo realizado con grupos de adolescentes, lo que significó un serio
problema de orden en el albergue. Ahora los adolescentes se empeñan
en un proyecto teatral.
Al terminar nuestra reunión, y ya sin la oportunidad de elaborar, se
presentaron las colaboradoras del jefe del albergue para comentarnos
la remoción de éste, tras lo cual, dejándonos buena parte de su
inquietud, se retiraron.
Ante lo inesperado y decepcionante del evento, los coordinadores
tomamos la iniciativa. Propusimos seguir el trabajo bajo el mismo pro-
grama y continuar con pautas idénticas dejando que la nueva
administración del albergue mostrara su actitud ante nuestro trabajo,
para tomar entonces nuestras propias decisiones. Nuestra propuesta,
aunque lógica, no entusiasmó a nadie.

171
Miércoles 6 de noviembre
Descendió la asistencia a la supervisión y al trabajo en la comuni-
dad. Sólo acudieron cinco promotores. El anuncio del cambio de jefe
en el albergue influyó en el ausentismo de nosotros y, por lo que nos
fue informado se desorganizó nuevamente la administración dificul-
tando así la tarea de las promotoras faltantes.
Sin embargo, el equipo que trabajaba con los adolescentes se man-
tuvo en óptimo nivel de rendimiento, no así los que trabajaban con
adultos damnificados, quienes hallaron alguna resistencia en la admi-
nistración, que dificultó la tarea.
Apareció en las comunicaciones de los damnificados un fenómeno
novedoso y muy interesante: El discurso se tornaba cada vez más
sensible; de uno ya conocido, anecdótico, que reclamaba pasividad y
dependencia con enojo, en otro cada vez más politizado.
Estábamos sin duda, ante un fenómeno grupal, social e institucional
de grupo extremadamente interesante. Se trataba de una fase ela-
borativa, de esa situación traumática colectiva. Pero el problema, des-
de la tarea que cumplimos, no era tan sencillo como para concluir que
la gente se recuperaba, asumiendo una posición política congruente
con la realidad social en la que estaba. Sin embargo, este es un
fenómeno que no se puede abordar con una lente reduccionista de un
psicologismo a ultranza. De ser así, quedaríamos sólo con el
descubrimiento de que lo que cambiaba era el discurso mientras
persistían las demandas pasivas. Pero también aparecieron nuevos
líderes en los grupos. Por desgracia, la brevedad de la intervención
programada no permitió seguir este fenómeno lo suficiente.
Miércoles 13 de noviembre
En la supervisión no se reportaron interferencias en el trabajo con
grupos por parte de la administración. Suponemos que al fin se enten-
dió el sentido de nuestra tarea. Paralelamente, la capacidad organiza-
tiva y de planeación de los damnificados se fortaleció en forma nota-
ble.
El número de nuestras promotoras, a estas alturas de la experiencia,
se había estabilizado en siete, las cuales se integraron en tres equipos
de trabajo muy eficientes. A pesar del reducido número, se cubrió la
tarea en tres niveles: damnificados adultos, adolescentes, y personal
administrativo.
Se infirió, por la respuesta de todo el personal del albergue y por la
demanda, que la labor de las promotoras fue apreciada.
Se recordó en los grupos de trabajo que la participación de las pro-
motoras de salud mental concluiría en el mes de noviembre.

172
14. Cierre de la experiencia
Miércoles 27 de noviembre
Fue la última reunión del equipo con finalidad de supervisión. Se
hizo el reporte correspondiente a dos semanas del trabajo ya que el 20
de noviembre no nos reuniríamos. Asistieron las mismas siete
promotoras, que son las que alcanzaron el final de la experiencia.
Por lo que respecta a la supervisión, se hizo un relato
pormenorizado del proceso de cierre de la experiencia en cada grupo y
con la institución. Cada grupo siguió modalidades propias: los
adolescentes empeñados ahora en sus actividades teatrales, se
despidieron a su modo, como si se fueran a encontrar al día siguiente.
Los adultos y personal administrativo, en unos grupos, expresaron su
agradecimiento con emotividad, en otros no pudieron y sencillamente
no asistieron o se retiraron antes de concluir la sesión.
Al discutir la tarea realizada, las promotoras y los coordinadores
nos sentimos satisfechos del trabajo y estuvimos a la expectativa de
que los grupos siguieran con el trabajo en forma autogestiva bajo la
coordinación de los líderes que habían surgido en cada grupo tanto en
lo que se refiere a los albergados como al personal administrativo.
Para concluir con nuestra reunión, cada uno de los presentes
tomamos la palabra para expresar el punto de vista personal acerca de
la tarea que concluía y de las experiencias relevantes en los últimos
dos meses. Las promotoras se refirieron a las diversas anécdotas
relacionadas con éxitos y fracasos, a esfuerzos sostenidos a pesar de
las dificultades que enfrentaron y a sus propias conclusiones: sintieron
haber ayudado y que cooperaron para realizar el propio proceso
elaborativo traumático, y además aprendieron algo nuevo. Los
coordinadores hablamos también de nuestras vivencias, y terminamos
agradeciendo la confianza y solidaridad demostradas durante el
desarrollo de la tarea.
Finalmente acordamos, volvernos a reunir tras un periodo
elaborativo razonable con objeto de revalorar la experiencia, para lo
cual redactamos unas cuantas líneas que cada uno leerá en la reunión y
que además se anexarán al informe de los coordinadores remitido a la
Directiva de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, A.C.
Esta reunión tuvo lugar el miércoles 22 de enero de 1986, en el
mismo lugar, asistieron, todas las promotoras, aunque sólo cuatro
entregaron sus comentarios escritos, mismos que aquí se integran en
el Apéndice 1. El Apéndice 2 contiene el informe de la psicóloga
Rosalba Hernández a la Directiva de la A.P.M.

173
15. Resumen y conclusiones
Se ofrece aquí un procedimiento de capacitación para voluntarias
como Promotoras de Salud Mental en situación de crisis.
Se describe el método de capacitación que simultáneamente
constituye un filtro final de selección para las voluntarias.
El método incluye, una sesión de capacitación y nueve de
supervisión.
La sesión de capacitación, que duró aproximadamente cinco horas,
incluye un procedimiento de juego de roles y una fase ulterior de ela-
boración. Aunque en dicha sesión, es mínima la teoría que se ofrece,
en este texto se comentan sin embargo algunos desarrollos teóricos del
procedimiento propuesto.
Las nueve sesiones de supervisión formal incluyen un trabajo
elaborativo relacionado con las tensiones interiores y exteriores del
grupo de promotoras.
A dos meses de concluido el trabajo de campo, se convocó a las
promotoras a entregar por escrito sus comentarios (ver Apéndice 1) a
fin de contar con un testimonio vivencial.
De la experiencia se concluye:
1. De las 22 voluntarias, después de la junta de capacitación sólo
iniciaron el trabajo 18 promotoras. Se considera la separación de las 4
restantes como un efecto de la acción selectiva del mismo.
2. El número de promotoras tuvo constancia después de iniciarse el
segundo mes de trabajo, lo cual duró hasta el fin. Se considera que las
deserciones obedecieron a las dificultades y tensiones inherentes a la
tarea.
3. Sólo la tercera parte del número inicial de voluntarias terminó la
tarea.
4. El porcentaje de desertores después de la capacitación que se
atribuyó a la intolerancia fue del 61%. El de permanencia y tolerancia
a la tarea, fue del 39%.
5. Es probable que una selección más acuciosa de voluntarias y un
procedimiento de capacitación más extenso, pudo mejorar los resulta-
dos en lo que se refiere a la permanencia de las promotoras en la tarea.
6. Por lo que respecta al trabajo realizado, se atendieron en dos al-
bergues a 484 personas (ver Apéndice 2), que si bien no representan un
número importante en el universo estadístico de damnificados, sí
adquiere significancia cuando se advierte que sólo fueron siete
promotoras de salud mental las que intervinieron con ese contingente,
e incidieron en una institución gravemente perturbada.
Mi agradecimiento y admiración a ese pequeño grupo de
trabajadores de la salud mental.
174
Capítulo VIII

Lo que el sismo reveló Reseña y


comentarios de un seminario de
formación de emergencia
José Antonio Carrillo
Para ios que ayudaron, gratitud eterna, homenaje.
Cómo olvidar -joven desconocida, muchacho
anónimo,
anciano jubilado, madre de todos, héroes sin
nombre-
que ustedes fueron desde el primer momento
de espanto a detener la muerte con la sangre
de sus manos y de sus lágrimas;, con la
conciencia
de que el otro soy yo, yo soy el otro, y tu dolor,
mi prójimo lejano, es mi más hondo
sufrimiento...
José Emilio pacheco, Elegía del retorno, 1986.

1. Introducción
En la asamblea extraordinaria, convocada para afinar el programa
de apoyo psicológico a los afectados por los sismos, se analizaron las
demandas dirigidas a la asociación. Se concluyó, que en orden de
importancia, eran tres: a) formación del personal de asistencia; b)
información (difusión) sobre los sismos y sus efectos psicológicos;
ye) asistencia a las personas afectadas (víctimas directas e indirectas).
Para responder a la demanda de formación, se integraron varios
equipos. El que coordiné, estuvo formado por Esther Althaus, Flora
Aurón, Adela Jinich de Wasongarz, Irene Lenz, Beatriz Orosco,
Alonso Peón, Vidalina Ramos y Héctor Socorro. (Mario Campuzano
y Rita Zepeda, completaban el equipo como participantes en las
discusiones posteriores).
Diseñamos un dispositivo de intervención tomando como referencia
a los laboratorios de entrenamiento norteamericanos y a los semina-
rios de formación franceses. Lo denominamos Seminario de Forma-
ción de Emergencia (SFE) que consistía en un taller de aprendizaje

175
teórico-vivencial intensivo, de quince a veinte horas de duración y para
un máximo de 50 personas.
Cada seminario tuvo como objetivos proporcionar al personal de
asistencia (sicólogos, médicos, trabajadores sociales, siquiatras,
maestros) lo siguiente:
a) Información mínima y esquemática sobre temas teóricos y
técnicos, por medio de conferencias breves y de material bibliográfico
con diversos temas: neurosis traumática, trabajo de duelo,
introducción a las técnicas dinámicas breves, intervención en crisis,
grupos Balint y fenomenología y análisis de los grupos amplios.
b) Trabajo en grupos restringidos: discusión de casos y de
situaciones, problema con técnica tipo Balint, complementada con
roleplaying, y psico y sociodrama psicoanalítico.
c) Experiencias de sensibilización a los fenómenos de grupo
amplio (de veinte a ochenta personas) y conceptualización posterior de
la vivencia.
d) Conocido el efecto terapéutico de los seminarios de formación
(funcionan como una terapia breve) y tomando en cuenta que la ma-
yoría de los participantes habían sido, directa o indirectamente,
acumuladores-receptores de las ansiedades y fantasías de los afectados,
los seminarios también tuvieron como objetivo la detección de
participantes con problemas emocionales. En esos casos, se subrayó la
dimensión terapéutica y se recomendó tratamiento.
e) Trabajo en pequeño grupo, después del SFE. Una reunión sema-
nal con la finalidad de discutir casos y situaciones problema con la
técnica mencionada en el inciso b).
Los SFE se realizaron cada quince días y terminaron a mediados de
diciembre.
Entre cada seminario, el equipo coordinador se reunía con el fin de
evaluar y afinar el diseño y llevar a cabo el análisis intertransferencial.
Como se ve, los seminarios tenían como meta proporcionar instru-
mentos operacionales (teóricos, técnicos y vivenciales) para enfrentar
las emergencias psicológicas, individuales, colectivas, y las organiza-
cionales en albergues, campamentos y comunas. Además, los SFE ayu-
daron al establecimiento de vínculos con la AMPAG, la asociación que
funcionó como grupo de referencia.
Se realizaron cinco seminarios. La asistencia fluctuó en cada uno,
entre los veinte y sesenta participantes. Estuvieron integrados en un
70% por psicólogas. La mayoría, provenía de la SEP y de la UAM; en
menor número, de la UNAM, de la Delegación Cuauhtémoc y de los
Centros de Integración Juvenil. Más de la mitad de los asistentes
trabajaba o había trabajado con personas afectadas (víctimas directas);
otros, planeaban hacerlo.

176
En las siguientes páginas se reseña de manera esquemática, el pri-
mer seminario de formación de emergencia realizado a principios de
octubre de 1985. Destacaré los temas sobresalientes y la fantasmática
(fantasis inconsciente) que estructuró la dinámica del seminario. En
seguida, se hace una síntesis crítica de las dos problemáticas planteadas
la psicología y la sociopolítica (reproducción, en el espacio del semina
rio, de lo sucedido en lo macrosocial). Lo relativo al rol y a la identidad
socioprofesional del psicólogo; sus contradicciones develadas por los
sismos, ocupó un lugar destacado durante los seminarios. Al final, en
un suplemento, se describe en forma sucinta los SFE restantes y la
encuesta telefónica de seguimiento, realizada en junio de 1986.
No quiero terminar esta introducción sin expresar mi
agradecimiento, a mis compañeros de equipo, por sus notas, que
complementaron y enriquecieron las mías. Muchas de las ideas que se
exponen, aunque desarrolladas posteriormente, surgieron en las
discusiones propiciadas por la experiencia concreta: palabra colectiva,
plural. Quiero también agradecer los comentarios y críticas del grupo
editorial coordinado por Mario Campuzano y Marco Antonio Dupont,
e integrado por Isabel Díaz Portillo, Rosa Döring, Adela Jinich de
Wasongarz, Alberto Siniego y Juan Tubert.

2. Organización general de los seminarios


Programa de actividades.
El esquema siguiente, con algunas modificaciones, fue el que se
llevó a cabo en todos los seminarios.

Viernes
15:00-16:00 h. Reunión del equipo. Recepción e información a los
participantes. Entrega de un cuestionario que incluya los siguientes
datos: identificación, profesión, institución de origen, expectativas y
demandas, etc.
16:00-17:00 h. Introducción al seminario. Conferencias: neurosis
traumática y trabajo de duelo.
17:00-18:30 h. Trabajo en grupos restringidos. Discusión de casos o
situaciones-problema con técnica tipo Balint.
18:30-19:00 h. Descanso. Reunión del equipo. Preparación de
líneas interpretativas para el grupo amplio.
19:00-20:30 h. Vivencia en grupo amplio. Diagnóstico de los fenó-
menos de grupo. Cierre.
20:30-21:00 h. Reunión del equipo. Análisis intertransferencial.

177
Sábado
9:30-10:00 h. Reunión del equipo.
10:00-10:30 h. Introducción, Conferencias: introducción a la terapia
dinámica breve e intervención de crisis.
10:30-12:00 h. Trabajo en grupos restringidos. Discusión de casos:
situaciones individuales o situaciones organizacionales problema, con
técnica tipo Balint.
12:00-12:30 h. Descanso. Reunión del equipo. Líneas interpretativas
para el grupo amplio.
12:30-14:00 h. Vivencia en grupo amplio. Diagnóstico de los fenó-
menos de grupo amplio.
14:00-14:30 h. Conferencias: generalidades sobre los grupos,
clasificación, con énfasis en los grupos Balint; fenomenología y
dinámica de‟ los grupos amplios. Cierre y entrega de las listas y el
material bibliográfico.
14:30-15:00 h. Reunión del equipo.

3. SFE I. El grupo cadena


Viernes, primer día del seminario
14:00-17:00 hrs. Reunión del equipo coordinador.
Se afina el trabajo para esa tarde. Se forman los equipos para los
grupos pequeños (dos coordinadores); el equipo interpretativo, para el
grupo amplio (cuatro miembros) y también los observadores, para el
grupo amplio (el resto del equipo). Se acuerda que las líneas inter-
pretativas para los grupos amplios deberán ser el resultado de un tra-
bajo colectivo, producto a su vez, de la fantasmática central detectada
en el transcurso del seminario. Se explica la demanda manifiesta del
equipo: la investigación y el aprendizaje.
El clima emocional es de euforia y angustia (entre la hipomanía y
la persecución ésta se deposita en los grupos amplios: “tuve una fanta-
sía negra: que antes del grupo amplio se produzca un temblor, de unos
cinco grados...”. La dramatización ayudaría a estructurar el trabajo...
El grupo amplio como un terremoto que desintegrará al equipo de coor-
dinadores. ¿Cómo evitarlo? La respuesta es fundiéndonos. Esta fan-
tasía de fusión se explica en un lapsus: en vez de decir que se necesita-
rán cuatro sillas para el equipo interpretativo en el grupo amplio, se
dice que se necesitará una silla para los cuatro. El temor se manifiesta
también al fantasear con situaciones conocidas: los participantes co-
mo pacientes y no como miembros de un seminario de formación.

178
El grupo amplio, objeto del deseo manifiesto del equipo (deseo de
saber sobre los grupos amplios) se transforma por momentos en el lu-
gar de la máxima persecución. El objeto deseado y temido, se hace pre-
sente un fantasma de atrapamiento
-¿Y el niño atrapado? ¿ Ya pudieron sacarlo?
-¡Ya salió!
-No, no es cierto...
-Quizá queremos decir que nuestro deseo es rescatarnos y rescatar-
los (a los participantes del seminario).
A mi juicio, se ratifica la conceptualización de Anzieu, sobre la ilu-
sión grupal: la transferencia se escinde. El grupo amplio, es el deposi-
tario de la transferencia negativa del equipo, el lugar en donde se pro-
yecta un objeto perseguidor (malo). Este objeto, amenaza con desinte-
grar al equipo. Por su parte, el pequeño grupo, es el depositario de la
transferencia positiva-, grupo en fusión omnipotente y narcisista.
Se comenta sobre la composición del seminario, es decir, sobre la
transversalidad; entendiendo por tranversalidad las estructuras y pro-
cesos sociales que determinan, al grupo (edad, sexo, clase social, mul-
tiplicidad de roles, grupos de origen, de pertenencia y de referencia;
tradiciones y costumbres culturales).
Termina la reunión en forma caótica. Llega otro grupo. Se discute
por todas partes. Se produce un pequeño terremoto institucional.
17.0- 18.00 h. Introducción y conferencias: neurosis traumática y
trabajo de duelo.
18.0- 19.30 h. Trabajo en grupos pequeños: discusión de casos
individuales o situaciones colectivas-problema, con técnica grupal tipo
Ba lint (2). -
Haré una descripción suscinta de los temas y aspectos dinámicos so-
bresalientes de los grupos. En el SFE I, la doble demanda: terapéutica y
de formación, fue intensa. El contenido de las reuniones, ilustra, in-
tegra y dramatiza el tema de las conferencias. En algunos grupos se
discutieron y puntualizaron aspectos generales de las neurosis traumá-
ticas y del trabajo de duelo.
Grupo 1: nueve participantes. Dos coordinadores (hombre y mujer)
se presenta el siguiente caso: la coordinadora de un grupo, en un al-
bergue, quiere entender su angustia y su parálisis, ambas alteraciones le
impidieron actuar en una sesión, con su grupo. Se dramatiza el pro-
blema: una pareja de hermanos con un duelo patológico enquistado, no
resuelto y actualizado por los sismos, desborda con su agresividad, su
ansiedad y sus demandas, al grupo y a la coordinadora.
- Ante la demanda, la coordinadora quiere hacerlo todo: se sobre-
exige. Actúa una identificación heroico-masoquista. La exigencia es al--

179
tísima. Esto se reproduce en la dramatización: no pide ni acepta ayuda
de los otros participantes. Ella tiene que hacerlo sola. El grupo queda
como telón de fondo.
- En el centro de la escena, los hermanos en pleito: uno que somete
y otro sometido (superyo sádico y yo masoquista). Al margen, recha-
zado por todos, queda la figura que representa el sentido de realidad, lo
integrador, lo creativo, lo vital. Este personaje denuncia la liga auto-
destructiva e incestuosa que existe entre la pareja. Es una escenifica-
ción melancólica. Fuera de la relación sadomasoquista, todo se desdi-
buja, pierde peso, queda al margen.
-La escena de los hermanos, se repite en la coordinadora; ésta, ante
las demandas de la pareja, y del grupo, ocupa el lugar del sometido:
está paralizada, la desbordan las múltiples demandas, siente culpa por
no poder resolver, ella sola. El grupo se concentra en el análisis de esta
contratransferencia
Grupo 2: constituido por nueve integrantes y dos coordinadoras. Es
un grupo abrumado por los efectos de los sismos y deseoso de una so-
lución mágica. Sin embargo, en todos prevalece el sentido de realidad:
reconocen que la “solidaridad no alcanza”. Son conscientes de que los
factores sociopolíticos agravan la situación y que, por otro lado, tienen
que disminuir sus propios sentimientos de culpa para repararse como
individuos y poder ayudar.
- La tensión se da entre la individualidad y lo grupal; entre la orga-
nización vs la desorganización, entre las reacciones egoístas (denigra-
das); y las reacciones grupales altruistas (idealizadas); entre posiciones
críticas instransigentes y las conciliadoras.
- Se preguntan cómo contribuir al cambio; se habla del cambio a
partir de pequeños grupos que funcionen como eslabones de una,
réplicas de las organizadas espontáneamente por la población, en los
días posteriores a los sismos. La imagen de la cadena, se convirtió más
adelante, de los organizadores del seminario.
- Lo alucido del grupo se relaciona con la problemática y con la
necesidad omnipotente de solucionar todo y el enfrentamiento con sus
límites. Aunado a esto, la culpa del sobreviviente y el sentimiento de no
haber hecho lo suficiente para ayudar.
- Se fomentó la idea de que agruparse facilita la acción y se
aprovechan mejor las fuerzas individuales
Grupo 3: Formado por nueve miembros y dos coordinadores (hom-
bre y mujer). En el aquí y ahora, se actualiza la situación regresiva
catalizada por los sismos: deseos de dependencia, alimentación, protec-
ción y amor por una madre idealizada: “¿Se han dado cuenta que el
nombre de varios de nosotros empieza con Ma? ma...ma...má... Ma-

180
dre idealmente buena (demanda a los coordinadores) que por momen-
tos develó lo persecutorio: una señora tenía vómitos y se negó a tomar
la medicina que le indicó su médico; pero aceptó de inmediato la que le
recomendó su vecina (escisión de la transferencia).
- El grupo verbaliza sus demandas y también manifiesta su
desconfianza de los alimentos que le ofrecen (¿envenenados?) Esto se
encubre con la solicitud secundarizada de formación, la cual es
sobreexigente. Lo quieren todo: desde terapia, hasta identidad
socioprofesional; y procedimientos técnicos de aplicación, inmediata.
- En otro orden de ideas el grupo, al igual que la Ampag y los
albergues- fueron desbordados por la demanda. El psicólogo, más que
otros profesionales con roles claros y definidos, se siente sobrepasado
por la demanda, y ésta, interiorizada en forma masiva- sin un rol deli-
mitado que le sirva de filtro- se transforma en culpa persecutoria y so-
breexigencia. O bien, en parálisis impotente o en reparaciones mania-
cas. El vínculo que con frecuencia establecen los psicólogos con su
campo de intervención, es un vínculo que con frecuencia establecen
los psicólogos con su campo de intervención, es un vínculo de daño
(son daños por las identificaciones proyectivas en masivas
-parasitados, fragmentados- o dañan con su inexperiencia).
- Demandan que mágicamente se les proporcione un rol de
profesionistas dueños del saber, seguros y fuertes (el rol idealizado de
los coordinadores). Tienen una representación interna de un rol pobre,
amorfo, confuso y vacío. Un rol que fácilmente puede ser destruido y
fragmentado. Por ejemplo, por la intensidad de la demanda.
Grupo 4: nueve miembros. Predominan las psicólogas y las maestras.
Dos coordinadores (hombre y mujer). El primer tema que surge es la
duda de que cada quien pueda enfrentarse a sus propias angustias y a
las del personal afectado que tienen a su cargo: Preguntan si podrán
elaborar la situación traumática propia, y la ajena: “¿qué hacer con
aquellas madres que además de no ser capaces de tranquilizar a sus
hijos trasmiten a éstos su propia angustia?”
- Como resultado de la situación catastrófica traumática, los roles
cotidianos (maestros, madres, autoridades, psicólogos) fueron disfun-
cionales. Esto aumentó la angustia, el desamparo, la confusión y la
sobrecarga. En muchos sicólogos fue paralizante. El rol interiorizado
frágil y poco claro no sirvió como refugio y fortaleza. Fue un elemento
desintegrador más. La respuesta se caracteriza entonces por identi-
ficaciones heroicas y masoquistas; sobreexigencias y culpas
desproporcionadas. Incluso, situaciones regresivas y momentos de
confusión. Así, a las demandas masivas externas, se añaden las
internas (del superyo y del ideal del yo).

181
A manera de resumen de los intercambios del equipo coordinador,
los focos o puntos de urgencia que se repiten son: la elaboración del
stress postraumático y los duelos; las disfunciones en el desempeño del
rol, y la sobreexigencia. Junto con esto, la reproducción dentro del
seminario, de las críticas de la sociedad civil sobre la actuación de los
representantes del Estado.
19.30:20:00 h. Descanso. Reunión del equipo
- Aquí al igual que en todos los niveles del seminario, se critica el
desempeño de las autoridades: carencia de mando, vacío de poder,
control excesivo, arbitrariedades, falta de organización, etcétera.
20:00-21:30 h. Grupo amplio (formado por 34 personas).
En primer lugar, aparecen las reacciones individuales y colectivas
para enfrentar las ansiedades que produce el grupo amplio: parálisis,
ruido y silencio. Surge una líder que de inmediato se neutraliza. El
grupo se fragmenta y se forman subgrupos. Se busca la cercanía física;
la piel del otro. Los que empiezan a hablar lo hacen como voceros del
grupo pequeño. El primero, es uno de los cuatro hombres que asisten al
seminario. Agradece, demanda, manifiesta su decepción porque todavía
no se les ha dado una solución: un plan para enfrentar los desastres (¿del
grupo amplio?). Estaban seguros que en el seminario se les iba a dar
todo. Para terminar se habla de la solidaridad, de la hermandad, del
agradecimiento a Dios por estar vivos. El grupo llega a una suerte de
paroxismo, una experiencia mística: Dios, unidad, amor. Se niega la
frustración y la honestidad, con la experiencia de la ilusión grupal como
defensa.
Corte con distancia. El tema: la necesidad y el deseo de formar
Cadenas de Rescate en el exterior y en el aquí y ahora. En el plano
defensivo rescatar a los pequeños grupos, a la ilusión grupal vivida por
ellos, para repudiar el amenazante grupo amplio y a su equipo
interpretativo, le dan la espalda, lo nulifican. En el plano socio- político,
esta nulificación se entiende como la reproducción del rechazo a las
autoridades, en los días posteriores a los sismos.
Alguien cuestiona la ilusión grupal, el reduccionismo psicológico.
En seguida, se decide romper el orden de las intervenciones y hacerlas
más espontáneamente. Al no recibir respuesta del equipo interpretativo,
deciden organizarse ellos mismos. Como sucedió en la realidad externa,
recurren a la autoorganización y a la autogestión. La organización ofi-
cial se deja de lado. Más adelante se representa una especie de socio-
drama espontáneo. En ese contexto irrumpe lo sociopolítico o mejor
dicho, se hace explícito. El discurso expresa la indignación y hace una
crítica a las autoridades gubernamentales: el enojo, el miedo, la pro--

182
bable corrupción (“el 85% de los edificios dañados son del gobierno”);
el robo de los recursos para ayuda, el pillaje, la pasividad de la policía y
del ejército, el enfrentamiento del gobierno contra los civiles. Las
diferencias entre los grupos institucionales y su lucha por el control, la
desaparición de las barreras entre los grupos y las clases sociales.
Los discursos paralelos, entrecruzados, empalmados, son dos: a) el
impacto emocional de los sismos y las tensiones que produce en ellos el
grupo amplio (lo subjetivo); y b) el discurso de crítica social (lo so-
ciopolítico). Los dos, se enlazan en una pregunta: ¿qué hacer con la
herencia del temblor y sus secuelas? La respuesta obliga a dos lecturas:
la sicoanalítica y la socioanalítica. La toma de conciencia en dos planos
o una doble toma de conciencia. Esto debería conducir a la con-
ceptualización y construcción de Cadenas de Rescate dentro y fuera,
nos o una doble toma de conciencia. Esto debería conducir a la con-
ceptualización y construcción de Cadenas de Rescate dentro y fuera.
El tema de la cohesión. ¿Cuánto durará? ¿Los cambios serán per-
manentes o transitorios? Se menciona la reaparición de las tensiones
entre los grupos, las instituciones y las clases. La búsqueda de chivos
expiatorios: Los extranjeros que roban y explotan versus los extranje-
ros que vienen a colaborar. Estos y otros comentarios permiten una
lectura psicológica o una socioanalítica (lectura de lo social en el
sentido amplio del término). Hacen crítica social, pero también
comunican las vivencias del grupo amplio: ansiedades
esquizo-paranoides de ser robados dentro del grupo (perder la
identidad); comunican tensiones entre los individuos y los grupos, la
buscan chivos expiatorios; hacen reclamos y demandas al equipo
coordinador. Oscilan entre los diferentes estados de ánimo o
posiciones: de la dependencia de un objeto idealizado (Dios,
autoridades, seminarios de formación, coordinadores), al
cuestionamiento de esa posición dependiente, por apolítica. Del
sentimiento de renacimiento del sobreviviente con su carga de triunfo,
poder y culpa, a la crítica social, pasando por las angustias que producía
la vivencia del grupo amplio.
Algunos flash backs a manera de instantáneas:
Momento místico: “yo aprendí... una monja me pidió que escribie-
ra una carta a Dios... gracias por haberme permitido llegar a donde
quería llegar nos acostamos, pero muchos no nos despertamos. Si lo-
gro ver la luz del sol y oigo el canto de un pájaro, es que vivo. Si logro
distinguir los sonidos, logro vivir. Es la demostración de que todavía
hay alguien que origina todo en este mundo. Al sentirme vivo, me die-
ron ganas de luchar...”

183
Momento de identificación colectiva. Grupo en fusión: “Fui a la
colonia Roma a cooperar. Sentía la imperiosa necesidad de formar
grupos de ayuda. Aprendí a conocer y a estar en contacto con esos
grupos. No importaba yo, importaban los demás...”

Momento de critica social. Toma de conciencia: “tenemos que eva-


luar qué podemos recuperar como sujetos históricos. De todo esto de-
berían surgir brigadas de jóvenes con un compromiso claro con la rea-
lidad. La toma de conciencia se va a dar antes y después del sismo...
aquí, en el seminario de formación, se dio un sociodrama de lo que
sucedió afuera...”
21:30-22:15 h. Reunión del equipo (resumen del día).
1. El equipo se ajustó a las aproximaciones interpretativas que se de-
tectaron a lo largo de la tarde:
a) La doble lectura- doble toma de conciencia:
-La necesidad de rescatarse a sí mismos y a su rol.
- La necesidad de formar cadenas de rescate en ei exterior. La orga-
nización autónoma, independiente y autogestiva.
b) En el grupo amplio se escenificó en forma espontánea lo que suce-
dió afuera: la separación entre el estado (las autoridades y los líderes
formales) y la sociedad civil (los grupos que se autoorganizaron). Le
dan la espalda y dejan fuera de la dinámica grupal al equipo coordina-
dor. El dilema que motivó el sociodrama espontáneo: ¿decidimos no-
sotros sí o no? ¿Pedimos que nos organicen o lo hacemos por nuestra
cuenta? Algunos piden organización al equipo interpretante.
2. Las anteriores tensiones, entre opuestos (tanto para el equipo como
para los participantes) se complementan con las siguientes:
-El individualismo versus lo social. Fenómenos narcisistas versus
fenómenos sociales. La negación de uno de los polos no es la respuesta.
Se necesita ligarlos dialécticamente: el intercambio entre las singulari-
dades y el imaginario colectivo.
-El líder como función del grupo o el liderazgo de las diversas ten-
dencias y focos dinámicos. Emergieron líderes de los organizativo y
secundarizado; líderes de la lectura sociopolítica; la señora X se con-
vierte en líder del supuesto básico de dependencia: organizó el
momento religioso- místico del grupo: “Sí no podemos depender de las
autoridades, del equipo o de los expertos, tenemos a Dios. “Su
intervención produjo una atmósfera mística casi delirante, que en la
discusión del equipo, evocó la ilusión grupal que desembocó en el
suicidio colectivo de la Guyana hace algunos años.
Hubo líderes de los subjetivo y otros de lo objetivo.

184
-En el trabajo de los grupos pequeños se detectó un común
denominador: la sobreexigencia que se imponen como técnicas ante la
tarea. La sobreexigencia y su corolario frecuente, la tendencia a la
reparación maniaca y compulsiva, se entienden en varios planos: una
defensa contra la irrupción de ansiedades depresivas y la culpa del
sobreviviente; una forma de circunscribir y mágicamente controlar al
perseguidor interno y al externo (ya que no se puede controlar a los
sismos); la ausencia de un rol interiorizado definido que les servirá de
espacio intermedio o transicional (Winnicott) entre lo subjetivo y el
exceso de demandas del exterior (el rol como objeto transicional).
3. Lina idea-imagen que condensa lo que se dijo, pensó y sintió duran-
te el seminario, fue la necesidad de formar Cadenas de Rescate para
organizar a las familias y a los individuos; a las familias, y a la comu-
nidad. Algo que sirviera para organizar la solidaridad y el rescate entre
el personal de asistencia. De manera similar a la sociedad civil, que
formó cadenas para rescatar vidas en los derrumbes: “Vamos a llamar a
este seminario, El grupo Cadena”.
4. Como era de esperarse, a pesar de que se sabía que el seminario te-
nía un objetivo de formación, implícita o explícitamente se manifestó
también la demanda de terapia. Quizá por ello, algunos grupos peque-
ños se trabajaron con técnica tipo Balint, en otros; la técnica se acercó
más a la terapia dinámica breve o a la intervención de crisis. En con-
traposición a estas demandas, hubo manifestaciones de asco y repug-
nancia por la “ tendencia de algunos, a reducir todo a lo emocional -
sentimental- subjetivo-psicológico...”.
5. Se piensa que se debe reflexionar sobre los terremotos como
analizadores generalizados y específicos; definiendo operativamente
como analizador todo aquello que descubre-devela-revela lo
encubierto; lo que hace que las estructuras sociales e institucionales
hablen. Se tiene que discutir sobre el espacio socioanalítico que se
abrió durante el seminario ¿cómo enfrentarlo en la segunda parte del
seminario y en los próximos?
6. Se comenta sobre el tono final de la intervención del equipo inter-
pretante: su tono festivo y divertido. ¿El humor como recurso tera-
péutico? ¿Una forma de soltar presión y propiciar una distancia para
ayudar a salir de la situación regresiva del grupo amplio? ¿Defensas
hipomaniacas del equipo interpretante? Recordar las angustias y fan-
tasías del equipo en su reunión inicial.

Sábado. Segundo y último día del seminario.


9:30-10:00 h. Reunión del equipo.
Primero, los acuerdos administrativos; se distribuyen las activida-
des. Se decide proporcionar un espacio a la información sobre los gru-

185
pos amplios y que se entregará una bibliografía sobre el tema. Se hace
énfasis también en el material bibiográfico sobre niños; se informa del
horario para los grupos 5a//«í-posteriores al seminario; se ve la necesi-
dad de efectuar por lo menos, una reunión del equipo entre cada semi-
nario para elaborar y procesar el material; se concluye que se deben
procesar los datos de las fichas de identificación de los participantes,'
para conocer y analizar la composición de cada seminario, sus deman-
das y expectativas.
Más adelante, un primer acuerdo sobre las líneas interpretativas para
el grupo amplio con base en el trabajo de la jornada anterior. Por
supuesto, tales líneas, deberán confrontarse con el material del día. Ejes
interpretativos: a) la doble lectura: la psicológica y la social; b) detectar
en el grupo amplio, y en su caso señalar, que uno de los temas co-'
muñes de la sesión anterior fue el de la sobreexigencia que como
técnicos se imponen y que en ocasiones llega a niveles heroico
masoquistas. Una explicación probable: evitar la caída melancólica. Su
primera obligación es la de rescatarse ellos mismos y formar cadenas,
para rescatar a los compañeros de sus sentimientos e implicaciones
contratransferenciales que entorpecen el desempeño de su rol. Tomar
conciencia de que se necesita un trabajo sistemático y constante sobre la
forma de desempeñar su propio rol. Finalmente, c) aprovechar el
funcionamiento del grupo amplio para señalar sus características
dinámica: fragmentación, conflictos intergrupales; modalidades de la
regresión (ansiedades y contenidos orales: avidez, veracidad
destructiva). Enfatizar los fenómenos de grupo amplio que, con
seguridad, van a encontrar en su práctica.
10:00-10:30 h. Introducción y conferencias: introducción a la terapia
dinámica breve e intervención de crisis.
10:30-12:00 h. Trabajo en grupos pequeños: discusión de casos indivi-
duales ó de situaciones colectivas, problema con técnica tipo Balint.
Grupo 1: faltan cuatro miembros y se integran dos nuevos: una psi-
cóloga social y una trabajadora en educación popular. El grupo se
compone en su mayoría por psicólogas. El primer día, hay un hombre;
el segundo, sólo mujeres.
- La consigna se había olvidado: “no recuerdo... creo que se trata de
expresar libremente lo que queremos, exteriorizar lo que sentimos y
pensamos...” Esto se interpreta como uno de los efectos regresivos del
seminario y el deseo de transformar el grupo de formación, en uno de
terapia. Se les recuerda la consigna. Se trata de discutir la presentación
de un caso y de una situación problemática o la discusión de los temas
de las conferencias. Al elegir el tema, se tratará de entender los vínculos
del técnico con su objeto de intervención (Balint).

186
- Luego de un silencio, en forma emotiva se presenta una situación
problema. A una psicóloga se le demanda que intervenga en un grupo
de maestros que van a recibir niños que reinician labores después de
los sismos. La consigna: enseñar a los maestros a manejar niños y a sus
madres -que se muestran reticentes y temerosas- de volver a la escuela.
Las autoridades piden que la psicóloga resuelva el problema psi-
cológico tanto de los maestros, los niños como de sus madres, por
medio de cursos informativos, que enseñan a los maestros las actitudes
adecuadas para tratar a los niños.
En otro orden de ideas, la demanda de las maestras es diferente: un
grupo movilizado y angustiado por considerar que el edificio no es
seguro. No ha habido peritajes satisfactorios. Temen por su integridad
física y mental... ¿qué hacer?
Durante la primera parte de la discusión alguien los advierte del
peligro de caer en reduccionismos psicológicos, sin tomar en cuenta
otros determinantes. Enseguida resumo las conclusiones del grupo.
Primero. Rescatar a la psicóloga que presentó el caso. Siente
angustia e indignación al notar que las autoridades quieren que se
reduzca el problema a lo psicológico, sin hacer caso de las demandas
de las maestras, que desean que funcione como agente mediatizador y
neutralizados Es el inicio de lo que después se verá con claridad: la
vuelta a la normalidad decretada desde arriba y “aquí no ha pasado
nada”. Al mismo tiempo, el grupo señala que la angustia y la
sobreexperiencia de la colega son evidentes. Se discrimina que la
tensión producida por el conflicto institucional, se magnifica por la
reactivación de un duelo anterior no elaborado suficientemente.
Segundo. El manejo psicológico del problema. El análisis de las
diferentes demandas en el grupo de maestros. Se aconseja un procedi-
miento técnico: que los maestros dramaticen y entre ellos representen
al grupo de niños; al de la madres y a las autoridades, para entender así
los diferentes planos. Parte de esto ya había sido llevado a cabo.
Tercero. Intervenciones micropolíticas o microsociales posibles:
informes a las autoridades de las demandas y del análisis realizado;
formación de grupos de discusión con las maestras participantes, para
que discutan la forma de satisfacer sus demandas: grupos autogestivos;
unión con el grupo de padres y con otros grupos con demandas
similares.
Grupo 2: faltan tres integrantes y se incorporan tres nuevos. Se
discute el material de las conferencias. La ansiedad es menor
comparada con la del día anterior. Sobresale el tema de la
sobreexigencia que paraliza e impide actuar. El efecto fluctúa entre el
optimismo de la ilusión grupal: “esto implica un problema de fondo
que no sabremos cómo resolver”.

187
- Intentaron llevar a la práctica lo que aprendieron en el seminario.
Alguien aplicó la cadena de rescate con su familia y resultó bien. Otros
planean organizar grupos autogestivos para contener y elaborar entre
todos, los montantes excesivos de ansiedad, para operar mejor en sus
lugares de acción.
- Desde la coordinación, se favoreció el desarrollo de la atención
primaria, es decir, la atención ejercida por la propia comunidad.
- Se trabajó alrededor de la exigencia y sus efectos, así como la nece-
sidad de reconocer sus propios límites.
Grupo 3: Asistieron cinco personas. Se comentan las conferencias y
las dudas que producen. Se organiza una dramatización. Tiene dos
finalidades: una elaborativa de la situación traumática: un niño juega a
que tiembla y la madre se angustia, y otra de investigación. En un role
playing se analiza la forma en que un terapeuta asume su papel al
coordinar un grupo de damnificados. En la dramatización, el grupo se
come al terapeuta, quien es invadido y desbordado por la ansiedad y las
demandas, queda confuso, abandona su rol y pierde el control de la
situación. La confusión es el resultado de no tener claras las ca-
racterísticas (tareas, alcances y limitaciones) del rol preescrito. Se tra-
baja sobre la discriminación de las características del rol, en situaciones
de emergencia crisis, y del rol fuera de estas situaciones.
- Catarsis y elaboración de las ansiedades y fantasías omnipotentes
en el terapeuta, ante la angustia y las demandas sociales excesivas. Sin
una distancia apropiada, se viven como identificaciones proyectivas
masivas, irruptivas y violentas. Verdaderas violaciones.
- Por su parte, el grupo demanda al propio seminario de formación
que solucione todo. Manifiesta su sobreexigencia. Como ante un espe-
jo, los coordinadores quieren responder a esta sobreexigencia.
Grupo 4: Faltan tres miembros. En este grupo se da una variable que
propicia la situación regresiva. Uno de los coordinadores (el hombre)
no asiste. Este hecho reactiva tendencias melancólicas de abandono y
desvalorización. No logramos satisfacer las expectativas del coor-
dinador. Se sintió decepcionado, por eso los abandonó. La culpa y la
depresión se hacen presentes: “me provoca malestar y enojo, haber sido
abandonada en esta etapa importante”. Finalizan con la dramatización
del supuesto básico de dependencia.
12:00-12:30 h. Descanso, Reunión del equipo.
Se intercambia información sobre el trabajo en los grupos restringi-
dos. Se expresan demandas de terapia, mezcladas con las de forma-
ción: sobreexigencia al seminario, con la frustración consiguiente y se
reproducen las demandas sobreexigentes, a las que se ven sometidos,
y a las que no pueden contenerse. La demanda desborda las posibili-

188
dades de su rol. Viven dramáticamente los límites de su rol socio profe-
sional. Altos niveles de regresión, entre las identificaciones heroicas y
omnipotentes y las vivencias de sentimientos de impotencia e
inutilidad.
Las líneas interpretativas para el grupo amplio: la sobreexigencia en
el desempeño del rol y sus múltiples determinaciones (subjetivas y
objetivas). La reactivación de antiguas culpas; la culpa del
sobreviviente: el verdadero poder, dice Canneti, es del que sobrevive.
El poder triunfante sobre los muertos. La sobreexigencia y el rol
profesional: la esencia de un rol interiorizado claro, definido, y con
límites precisos. Esto les impide organizar un proyecto individual y
grupal. Un rol bien estructurado adentro y afuera, facilitaría (¿se puede
hacer de otra manera?) el análisis del encargo de la demanda, y luego,
la elección del tipo de intervención (qué, cuándo y cómo). Al no existir
el deslinde de un rol- proyecto definido y claro, no puede haber un
desempeño eficiente del rol ni tampoco, una distancia operativa. La
consecuencia: no puede materializarse el rol-proyecto como espacio
intermedio. Desaparece la posibilidad de mediación, entonces, son
desbordados por la demanda masiva y por la sobreexigencia interna.
Un rol nítido y preciso es, quizá, la única forma de mediar entre estas
fuerzas internas y externas. En muchos casos, no sucedió así y los
problemas de objetivos, de métodos y de técnicas se plantearon en
forma polarizada y radical: impotencia/omnipotencia,
altruismo/egoísmo, omnipotencia/nihilismo.
De manera que, hay que recuperar la organización, los objetivos, la
definición de roles y de normas, el Recorte Operativo de las situaciones
problema para la intervenir, La Racionalidad; es decir, La Congruencia
Entre los Medios y los Fines. Rescatarse primero como técnicos, es
decir, trabajo grupal para el análisis y la elaboración de los sen-
timientos contratransferenciales y las implicaciones sociopolíticas del
técnico frente a sú objeto de estudio e intervención (grupos tipo Ba-
lint). Hay que insistir que la neutralidad es un mito; sabemos que existe
una interacción constante entre el sujeto y el objeto de estudio.
12:30-14:00 h. Grupo amplio.
Afuera del aula, se da la consigna. Se pide que organicen el espacio
como quieran. Se les invita a vivir la experiencia de grupo amplio que,
además, tiene como finalidad entercambiar pensamientos, sentimientos
y fantasías en el aquí y ahora. Se indica que pueden usar intercambios
verbales y dramatizaciones. Los temas son libres. Se les informa
quiénes formarán el equipo interpretativo y quiénes el equipo de
observadores.
Ya en el aula, forman un círculo y se sientan en el suelo. Parece ser
un grupo menos angustiado y regresivo, algo eufórico. Dos mujeres,
que no asistieron el día anterior y que dicen que se irán pronto, toman

189
ja. Al albergue llegan grupos, familias, directivos del albergue,
psicólogos. Se produce el caos. Gritos, demandas, jaloneos,
desorganización, miedo. Demandas excesivas de contención de
alimentos, medicinas, camas, cobijas. Un líder fuerte y dictorial
intenta poner orden; al final no puede. No hay delimitación de roles
entre los organizadores, ni intentos. Todos Están en Todo. No hay
objetivos ni un plan preciso de trabajo. Situación desesperada y
desesperante frente al caos. Impotencia y agresividad, intentos de
liderazgo, gritos, golpes con un borrador en le pizarrón. El líder
oficial del albergue, a pesar de sus intentos, no pude hacerse del
poder. Impresiona la ausencia de autoridad. (¿Repetición de lo
traumático?)
De algo mínimamente estructurado, se llega cada vez, más a lo
caótico (los primeros momentos de los albergues) y luego, la
confusión adquiere tal magnitud, que la impresión general fue que el
grupo había regresado a los momentos inmediatamente posteriores al
primer terremoto: gritos, llantos desconciertos. Se oye un grito:
“¡Está temblando!” Decidieron hacer dos dramatizaciones en una la
necesidad de evacuar ansiedades y elaborarlas, así como la
sobreexigencia, que se impusieron. Los organizadores del supuesto
albergue al no poder llegar, primero entre ellos, a acuerdos básicos
sobre objetivos, normas y roles, fueron arrollados por las demandas
y las tendencias regresivas. Líneas interpretativas:
1. Se consiguió un buen inside dramático. La mayoría reconoce lo
sucedido (y varias causas) como lo que pasa afuera. Se realizaron dos
dramatizaciones: una elaborativa, la repetición de las situaciones
traumáticas durante el sismo; y en los albergues): “reviví el momento
del temblor. Los momentos en los que se olvidaron los estratos
sociales y todos fuimos a ayudar. Nos integramos a un nivel humano;
la idea de unirnos, todos, en una cadena humana para ayudar y para
que desaparezca la asimetría...”
Por otra parte, se organizó un sociograma que mostró, sin lugar a
dudas, la sobreexigencia; la ilusión grupal (todos hacemos todos, to-
dos estamos en todo, el mito de la igualdad) lo que dificultó la
aparición de un espacio para los líderes; las normas la división del
trabajo; la repartición de roles...
2. Al finalizar, antes del cierre, se señalaron los fenómenos de grupo
amplio que se acababan de dramatizar: fragmentación; búsqueda de
líderes fuertes, un liderazgo centralizado y fusionado; ataques al
equipo interpretativo desplazado a los observadores, “los mandan a
observar, pero antes, les cortan la lengua, míralos no pueden hablar”.
Avidez, destructividad, disociación, fantasías de despedazamiento,
formación lucha entre subgrupos y entre los líderes, escisión de la
transferencia, mito de la igualdad...

190
Por medio de un sociodrama se dramatiza la secuencia de la
autoridad, la falta de liderazgo formal, el vacío de poder. La
impotencia, el caos, la confusión de roles, las demandas masivas
nada claras, la agresividad en contra de la autoridad, la parálisis y el
autoritarismo. Piden en un primer momento (sabemos que después la
sociedad civil se autoorganizó) líderes que los organicen, se
indignan, se quejan, se enojan.
La lucha en contra del caos, la búsqueda de la organización es una
constante durante la dramatización. Piden incluso ser organizados
desde afuera. Quizá por esto, obedecieron finalmente a los líderes
extranjeros quienes propusieron la del terremoto, aunque sabían que
se iban a ir. Luego, la búsqueda de líderes internos y la
auto-organización: “Que nos organicen personas que tengan
conocimiento”. Esta fue la demanda inicial después de los sismos.
Dicen que los voluntarios de los albergues buscaban a las autoridades
de las delegaciones, a los policías, a los soldados, para que los
organizaran. No lo consiguieron. Por supuesto, esta demanda,
también estaba dirigida al equipo coordinador del seminario para que
organizara el caos: en el principio fue el verbo. Los procesos
psicológicos y los sociales de cruzan. 14:00-14:30 h. Reunión del
equipo.
Predomina el cansancio y los deseos de irse. Rápidamente se
conectan e intercambian las vivencias contratransferenciales y las
implicaciones sociopolíticas. Se hace hincapié en el liderazgo de los
nuevos miembros, que se incorporaron el sábado. Gente que llega:
¿El mesías? ¿Una pareja que despierta la esperanza mesiánica y da
“indicaciones” para que se realice?... Quizá por eso fueron
escuchados por el grupo; éste, acató su liderazgo. Al día siguiente
continuaron ejerciéndolo.
4.Reflexiones finales como posibles hipótesis
Las reflexiones tienen como organizadores dos lecturas: la
sociopolítica y la psicológica.
1. El sismo, como analizador generalizado, provocó, que en el
plano sociopolítico, las estructuras hablaran . El fenómeno develó la
falta de organización, la incapacidad de respuesta y el vacío de poder.
Al desaparecer virtualmente el Estado, sobre todo los primeros
cuatro o cinco días; la sociedad civil generó sistemas de organización
autónomos e independientes. ¿Qué hicieron los sismos? “mostrar a
las instituciones en su verdad y obligarlas a decir qué son”
(Lapassade, p. 31).

191
Las instituciones entraron en crisis: la del Estado, las informativas, cul-
turales y educativas. Como resultado, hubo un levantamiento de la re-
presión colectiva y con ello, la palabra social que llegó desde abajo.
Se rompe lo instituyente como momento del grupo en fusión (Sartre).
“En México hubo un vacío de poder tremendo, no existió autoridad
hasta que las autoridades fueron resucitando. Cuando habló el
Presidente como que renació un poco la calma, pero entre tanto, fue la
gente la que ocupó este vacío, la gente ayudándose entre sí‟‟. (La
Jornada, 7-XI- 85).
“Le habló del vacío de poder, de la gente que tomó la calle... como ya
tan acertadamente analizó Monsiváis, de los compadres y los cuates
ayudándose, del gran ausente papá gobierno, su torpeza, sus balbuceos,
Ramón Aguirre apareciéndose con la barba crecida, los ojos
desorbitados, Sin Saber Qué Hacer, enumero la torpeza gubernamental
y empresarial, la corrupción de los constructores y contratistas, insisto
en el sentimiento generalizado en contra del ejército...” (Elena
Poniatowska, La Jornada, 6-XI- 85).
Momento instituyente: el habla social liberada en la prensa en las
conversaciones, en las asociaciones de damnificados. La toma de con-
ciencia de las costureras, la organización de los campamentos y alber-
gues. La transformación de la crítica en cuestionamientos ideológicos y
políticos. Las autoridades conceden el sindicato a las costureras; es-
tablecimientos a los médicos del Hospital General; promesas en Tepi-
to y Tlatelolco... Las alianzas hacen su aparición: los damnificados y los
partidos políticos. Es decir, la transformación de la palabra liberada en
acto político estaba en marcha; pero también, los movimientos de
neutralización y recuperación de parte del gobierno, con su campaña de
desmovilización y el decreto de la vuelta a la normalidad.
Todos estos procesos atravesaron por la vida efímera de los semina-
rios de formación, en donde tuvieron lugar acciones de desenmascara-
miento ideológico. Si la finalidad de la ideología es ocultar y desconocer
lo social; durante los seminarios, las significaciones sociales latentes se
develaron. A los que no se daban cuenta, el grupo se los mostró; lo hizo
evidente. Parte del grupo realizó el análisis social. Éste fue colectivo; se
socializó. Inauguraron un espacio socioanalítico. El diálogo y la
confrontación fueron los instrumentos de los momentos socioana-
líticos autogestivos. ¿Y la función socioanalítica del equipo de coordi-
nadores? Respetó el espacio delimitado, coordinó las discusiones, tra-
dujo, reformuló, sintetizó.
Creo que en muchas ocasiones, la intervención socioanalítica de los
coordinadores, debe ser precisamente la no intervención.

192
2. La lectura de la psicología de las masas complementa la anterior.
¿Cuál fue la causa de la unidad colectiva en los días posteriores a los
sismos? ¿Qué es lo que mantiene unidos a los grupos?: la dialéctica.
Para Spencer, la integración versus la desintegración; Durkheim: la
solaridad versus la anomia; Sartre, las fuerzas que propician el agrupa-
miento (fusión, juramento, organización, fraternidad-terror) versus las
tedencias a la dispersión y a la serialidad; para la dinámica de grupos,
la cohesión versus la desintegración; para Freud, el liderazgo
(concreto, encarnado o abstrato). En la relación líder/grupo,
interactúan las pulsiones libidinales y las destructivas.
Al no existir el liderazgo formal (autoridades o Estado) durante los
primeros días, la Idea Líder que movilizó las reacciones colectivas fue
la del Rescate; La de Salvar Vidas. Formar cadenas de rescate se con-
virtió en metáfora, en santo y seña del SFE I, al que se le llamó Grupo
Cadena. Esta idea líder (me apoyo en Freud, psicología de las masas,
y análisis del yo) ocupó el lugar del ideal del yo en el aparato psíquico
individual de los integrantes de las multitudes. Esta ligazón libidinal
vertical (líder/grupo); esta identificación estimuló, a sus vez las
identificaciones laterales (horizontales) de la gente entre sí; y dio
como resultado, la cohesión alrededor de la idea líder (propósito
común). Este funcionó como agrupador-integrador. La comunión con
una misma idea proporcionó un sustituto de comunidad.
“La esperanza que nos mantenía trabajando a todos era no po-
der rescatar a alguien con vida. Eso era más fuerte que el cansan-
cio, que el hambre, el sudor y el polvo”. Comentarios de un bri-
gadista. La Jornada 13-X-85.
“Había voluntarios que trabajaron lo mismo una hora que die-
ciocho, sin cobrar, sin comer, sin tomar agua, fue una organiza-
ción popular increíble”. La Jornada, 7-XI-85.
“-Oye, sabes qué, vamos á ver que hacemos. La neta, algo me
llamaba, era una cosa que no sé qué, especial, una voz, algo que
me decía: ve, ve, estáte allá ve, y le avisé a mi familia, a mi her-
mana, la neta. Le dije: sabes qué, la mera verdad, me despido de
ti, no sé que me vaya a pasar, así que nos vemos...”
Fragmento de las crónicas de Elena Poniatowska para La Jor-
nada, 24-XI-85.
3 El sismo, como dispositivo analizador específico, develó las
contradicciones del rol y de la identidad socioprofesional del
psicólogo, dentro del sistema de roles de los trabajadores de la salud
mental. Las excesivas demandas sociales, que recibieron los confrontó
con la falta de un rol definido que les sirviera de mediador; de espacio
transicional en el sentido de Winnicot; de distancia operativa entre las
tensiones
193
y demandas internas y externas. La representación del rol (el rol como
objeto internalizado se experimenta como desestructurada y fragmen-
tada: una suerte de vacío persecutorio; el rol como objeto maligno.
Expectativas y demandas poco claras al inicio de su formación se
complementan con objetivos de enseñanza/aprendizaje confusos,
referentes teóricos y técnicos poco claros, indefinición de su campo de
intervención y de los límites de su profesión.
A lo anterior, se agrega otro problema, relacionado con las
especialidades (social, clínica, educativa e industrial) y las demandas
particulares. Los clínicos: “Las asociaciones psicoanalíticas deberían
unirse y organizar un paquete psicoanalítico para que los psicólogos
puedan desempeñarse como terapeutas”... Los sociales: “nos dan
(durante la formación) un gran aparato teórico y crítico, pero no los
instrumentos operacionales para intervenir en una realidad concreta”...
El discurso es crítico y autocrítico y desemboca en un
cuestionamiento radical de formación y en demandas de
reconocimiento y de legitimación de la identidad como se vio en las
citas anteriores.
El temblor como analizador, puso de manifiesto su posición dentro
de su testamento profesional. Su condición de marginados, de damni-
ficados profesionales. Pero también, gracias a la experiencia concreta
de esos días los psicólogos tomaron conciencia de la necesidad de or-
ganizarse. La búsqueda de una organización independiente y autóno-
ma. Un rechazo a dejarse organizar y dirigir “desde arriba”.
A esto agregaría, un análisis sistemático de su rol, que debería in-
cluir los siguientes aspectos.1
- Un análisis histórico y sociológico del rol profesional: los
inicios de la psicología como parte de la filosofía y sus vicisitudes
para organizarse como ciencia independiente: “durante cien años la
psicología se ha desarrollado penosamente entre la Física, la
Fisiología y las Ciencias Sociales con una identidad mal definida”
(3).- “Y en lo que a México respecta, desde sus primeras
manifestaciones, hasta la fundación de la facultad de psicología en
1973, escindida teórica y metodológicamente en una serie de escuelas
o corrientes: el psicoanálisis, el conductismo, congnoscitivismo, las
teorías de origen psicométrico, etc.” (ibid). Las determinaciones
ideológicas del rol...
- Acumular datos para una lectura desde el psicoanálisis del rol del psi-
cólogo: el rol como objeto de representación (objeto internalizado)-, el
rol y la identidad individual y social); el rol y sus relaciones (conflic-
tivas o no) con el superyo, el ideal del yo y el yo ideal. Aquí reencon-
tramos la sobreexigencia tantas veces mencionada. Es en estas ins-

1 Algunos compañeros del equipo van a desarrollar este punto.

194
tancias donde se juega la exigencia o la sobreexigencia dentro del apa-
rato síquico individual: las exigencias subjetivas, y las objetivas
interiorizadas. El superyo y sus funciones: conciencia moral,
autoobser- vación; instancia autocrítica y prohibitiva... Ideal del yo:
lo que el individuo debe ser para satisfacer las exigencias del superyo
(social)... Yo ideal: lo que el sujeto espera de sí mismo para
responder a las exigencias de una ilusión infantil de omnipotencia y
de identificación primaria con un padre todo poderoso...
Articulada así, la sobreexigencia en sus aspectos psicológicos y
sociales, debemos plantearla, en una relación dialéctica:
sobreexigencia/rol del psicólogo.
-Y, a propósito, ¿cuál es la identidad del análisis de grupo? ¿Cuáles
las características de su rol?... Los seminarios funcionaron como
espejos del equipo coordinador y de su problemática. El equipo,
resonaba con la problemática expuesta, en algunos puntos similar a
la de los análisis de grupo del equipo (la mayoría psicólogas).

5. Epílogo
I
Los temas deslindados en el Seminario de Formación de
Emergencia I, con variantes, se repitieron en las siguientes
intervenciones. La acentuación de los temas podía variar, mas, la
trama tenía semejanzas.
SFE II: asisten 60 persona. Se profundiza y amplía el análisis de la
problemática del psicólogo. Las demandas (internas y externas)
excesivas. Les piden organizar, administrar, controlar las ansiedades,
los impulsos y la locura de los albergues, dar tratamientos
psicológicos. También, servir de depositarios de la locura, de las
ansiedades, tranquilizar a la gente y servir de chivos expiatorios,
mediador y negociadores. La respuesta fluctuaba entre “no poder
hacer nada y querer hacerlo todo”. ¿Y su rol? “Entre todólogo y
nadólogo ¿Dónde quedó el psicólogo!”.
SFE III: Se realizó a principios de noviembre. Tanto los
participantes como el equipo coordinador llegaron apáticos,
abrumados y deprimidos. Se verbalizaron resistencias ante la tarea.
Se pensó que era el fin de la fase emergencia y el comienzo de otra.
Se esperaban entre 50 y 60 participantes; llegaron 17. 30 decidieron
no asistir debido a “que la demanda de damnificados empezaba a
disminuir”. Del grupo de coordinadores sólo continuó la mitad. No
se trabajó en grupo amplio. Todo esto acentuó el clima de desgano
depresivo, letárgico. Se detectaron ansiedades y fantasías de
fragmentación-multilación-castración.
Los acontecimientos externos se sumaban a los mencionados: las
autoridades habían iniciado la desmovilización y decidían hacer a un

195
lado a los voluntarios: “Ya tenemos nuestros programas en marcha ya
no los necesitamos”. El “Estado empieza a recuperar los espacios
ganados por los particulare‟‟. Disminuyen las demandas en los
albergues y campamentos. Empiezan a correr rumores de cierre de
albergues, de concentrar a las personas de los albergues y
campamentos en centros controlados por las delegaciones políticas...
SFE IV: (fines de noviembre). Los acontecimientos se precipitan.
Se decide la reorganización de las personas efectadas por los sismos.
La mayoría de los albergues y campamentos dejan de funcionar y
concentran a las personas en unos cuantos. La institucionalización
disminuye el espacio y el poder de los grupos de voluntarios.
Muchos, se sienten relegados; algunos, con la sensación de haber sido
usados, parasitados -y marginados. Perdían también el espacio donde
elaboraban sus propias situaciones traumáticas y sus necesidades de
ayudar y reparar(se). A los psicólogos se les pide apoyo para estos
cambios: en muchos casos, la preparación y organización de los
sismos. Sin embargo, lo que más les desagrada es la demanda:
“ustedes vayan a lavarles el cerebro para que en forma tranquila, sin
dar problemas, pasen de los campamentos a los albergues o de éstos,
a otros albergues”.
SFE V: (Principios de diciembre). Fase de desprendimiento para
los participantes y para el equipo). Se inicia la etapa de la soledad y
de la desocupación (en el sentido literal y metafórico). Temor a recaer
en la pasividad, la marginación y la depresión. El duelo por los
vínculos y el proyecto: desocupados de la idea líder que los aglutinó
desde el principio. Para muchos psicólogos, volver a su rol confuso
de “marginados profesionales”; y la necesidad, ahora, de un
terremoto sociopolítico para reinvindicar su lugar y su rol como
trabajadores de salud mental...la necesidad de un nuevo proyecto.
II
Los seminarios se llevaron a cabo en los tres meses posteriores a los
sismos. El último, a principios de diciembre, encontramos un parale-
lismo entre los sucesos sociales y políticos externos, la temática y el
clima emocional de los seminarios. En éstos, los dos grupos (los parti-
cipantes y los coordinadores) fueron espejos uno del otro. El análisis de
la contratransferencia y de la implicación ratificaba esta premisa.
Con el fin de darle una apariencia organizada al caos de lós hechos
y sucedidos durante los seminarios, dividimos este periodo en tres fases:
1. La inicial (seminario I y II): la fase de la Idea Líder (el rescate
de vidas y sus equivalentes); de la elaboración de las situaciones trau-
máticas y de los duelos normales y patológicos; de la reparación
(depresiva, maniaca o heroico-masoquista). También, la fase de cuestio-
namientos y de crítica social.

196
2. La intermedia (seminarios III y IV, en noviembre): la fase de
la terminación del período de emergencia y el inicio de la
Desmovilización (marginación, frustración, fragmentación). El clima
era depresivo, de letargo y agobia. Ceden los mecanismos
esquizo-paranoides y maniacos y emergen sentimientos depresivos y
melancólicos.
3. La final (seminario V, en diciembre): es la fase del
Desprendimiento y de la Desocupación.. La terminación de un
proyecto y la búsqueda de otro, o de una nueva etapa del anterior. La
vuelta a la vida cotidiana y a la normalidad. En este seminario se
habla de la necesidad del desempeño de un rol más eficiente y de
elaborar los miedos al poder y al liderazgo. El contenido de los
sueños: la angustia a la pérdida de límites y de identidad; el temor a la
autoridad irracional de corte fascista; la muerte del padre.
P.S. En junio de 1986 el equipo realiza una encuesta telefónica de
seguimiento. Se aplica un cuestionario (tres preguntas cerradas y ocho
abiertas) a 58 personas de un total de 200 que participaron en un
seminario.
La encuesta proporcionó algunos datos de los objetivos que se al-
canzaron: el efecto multiplicador de los seminarios; la socialización de
la información (oral y escrita) proporcionada; el uso de la vivencia y
convivencia en los grupos pequeños y amplios para manejar mejor las
angustias personales y profesionales; la “transferencia de lo aprendido
a los lugares de su praxis; interrogarse sobre la problemática del
psicólogo; etcétera. La experiencia, dicen, los “ayudó a enfrentarse con
el otro, a compartir problemas, a comunicarse con más libertad; a ven-
cer inseguridades; a tomar conciencia de la necesidad de la autogestión
y de la autoorganización; a depender de sus propios recursos...”
Le critican a los seminarios: la falta de información previa más ex-
plícita; la brevedad de la experiencia; lo heterogéneo de los grupos, lo
cual hacía excesiva la diversidad las demandas, muchas específicas,
que no fueron satisfechas.

NOTAS
1. “Yo llamo ilusión grupal a un estado psíquico particular que se
observa tanto en grupos naturales como terapéuticos o formativos, es-
to que es espontáneamente verbalizado por los miembros de la manera
siguiente: estamos bien, juntos. Constituimos un buen grupo: nuestro
jefe o nuestro monitor es un buen jefe o un buen monitor... Las condi-
ciones para que se produzca este estado especial son tres: la primera
condición es la escisión de la transferencia. El grupo debe encontrar un
objeto maligno sobre el cual la transferencia negativa escindida se pro-

197
yecte (chivos expiatorios; grupo amplio)... La segunda condición resi-
de en una ideología igualitaria: todos somos objetos buenos en el seno
de la madre buena y nos amamos los unos a los otros, en ella, como ella
misma nos ama concibiéndonos, nutriéndonos y cuidándonos... La
tercera condición: la ilusión grupal es una denegación de la existencia
de los fantasmas originarios (fantasmas de seducción; de castración; de
la escena primitiva... “(Anzieu, El grupo y el inconsciente). En los
seminarios de formación, la experiencia en los grupos amplios facilita
el desprendimiento de los grupos pequeños y su ilusión grupal.
2: En 1948, Michael Balint inicia sus investigaciones sobre el proce-
dimiento formativo que llevará su nombre. Los grupos tipo Balint tie-
nen la finalidad de adquirir la conciencia progresiva de los esquemas
casi automáticos que aparecen no sólo en el paciente; sino también en
el terapeuta respecto a su paciente o a su campo de intervención. Se
trata de análisis de la contratransferencia y de la implicación del técni-
co con su objeto de estudio: un Análisis Situacional de La Situación
Terapéutica. El trabajo del grupo debe centrarse en el análisis del rol y
su desempeño. (No es terapia de grupo). El coordinador del grupo Ba-
lint debe evitar orientar la tarea hacia el análisis de las emociones per-
sonales íntimas o al análisis de la transferencia hacia él mismo.

BIBLIOGRAFÍA
1. Anzieu, D.: “La ilusión grupal”. En: El grupo y el inconsciente. Bi-
blioteca Nueva, Madrid, 1978.
2. Anzieu, D.: “El trabajo psicoanalítico en los grupos amplios”. En: El
grupo y el inconsciente. Biblioteca Nueva, Madrid, 1978.
3. Cantrell, A.: “Historia de la psicología en México”. En: Información
Científica y Tecnológica. Revista del Conacyt, Vol. 6, No. 88, enero de
1,984.
4. Carrillo, J.A.: “Crónica y análisis de un fracaso”. Trabajo presentado en
el I Congreso de AMPAG en septiembre de 1982. De próxima aparición
en la revista de la asociación.
5. Carrillo, J.A.: “La dualidad metodológica en el análisis grupal. Notas
sobre (hacia) un nuevo esquema referencial”. Análisis Grupal, revista de
AMPAG, Vol. II, No. 4, dic. 1984.
6. Freud, S.: Psicología de las masas y análisis del yo (1921). Amorrortu,
Buenos Aires, Vol. XVIII.

198
7. Lapassade, G.: “Dialéctica de los grupos de las organizaciones y
las instituciones” en Grupos, organizaciones e instituciones. La
transformación de la burocracia. Granica, Barcelona, 1977.
8. Luchina, L.I.: El grupo balint. Hacia un modelo clínico
situacional. Paidós, Buenos Aires, 1982.
9. Maisonneuve, J.: La dinámica de los grupos. Proteo, Buenos
Aires, 1971.
10. Pontalis, J.B.: “El pequeño grupo como objeto”, en Después de
Freud. Sudamericana, Buenos Aires, 1974.

199
Quinta Parte

APÉNDICES
Apéndice I

Anecdotario de los sismos de septiembre del ‘85,


capacitación de voluntarias como promotoras de
salud mental en situación de crisis mediante
técnicas grupales

Dr. Marco Antonio Dupont M.


Psicóloga Rosalba Hernández H.
Asociación Psicoanalítica Mexicana, A.C

Grupo A.P.M.3
Supervisor:
Dr. Marco Antonio Dupont M.
Coordinadora:
Psic. Rosalba Hernández H.
Promotoras de Salud:
Psic. Martha Rivera
Psic. Linda Rivera
Psic. Gloria Bautista de Belmont
Psic. Liora Lerner Pupko
Psic. Pilar Soto
Psic. Dalia Gresemkousky
Psic. Emilia Kasin

Apé
204
Trabajo realizado en el albergue
de la unidad C

Psic. Gloria Bautista de Belmont

1. Primera visita al albergue


Linda, Martha, Alicia y yo fuimos a conversar con “S”, encargado
del albergue, quien nos habló de su experiencia y su manera de ver las
cosas. Nos dijo que finalmente se había decidido por la Asociación Psi-
coanalítica, no obstante que se le brindó, ayuda de otras instituciones.
Nos expresó su temor a la infiltración de ideas políticas a los alber-
gues y nos dijo claramente que no tenía conocimiento de nuestra aso-
ciación y comentó que si nuestro trabajo no le parecía, nos lo haría
saber.
2. Primer día de trabajo
Esperé ansiosamente este día puesto que había asistido a tres
conferencias sobre intervención en crisis, pero no llegué a la práctica.
Nos trasladamos a la institución. Nos recibieron muy bien y después
nos llevaron al gimnasio para que empezáramos a trabajar.
Al entrar me impresioné de ver la cantidad de colchonetas tiradas en
el piso, cajas con las pertenencias de los albergados; sin embargo todo
me pareció muy ordenado y limpio. Había poca gente en el gimnasio.
Algunos estaban dormidos, otros platicaban, y otros atendían a sus
niños.
Formamos un grupo de diecisiete personas; todas estaban afectadas
de alguna manera, pero a dos las recuerdo más: una señora con su bebé
de tres meses que se llamaba “D”, y una jovencita como de 16 años, de
la que no recuerdo su nombre.
“D” se pasó meciendo a su bebé, todo el tiempo. Cuando le pre-
guntamos si quería hablar nos contestó llorando: “Las personas que
vienen aquí para hacernos recordar, son malas, ya no quiero volver a oír
nada del temblor”.

205
Esta respuesta me impactó mucho. Sentí que ella negaba lo que había
sucedido y que tenía mucho miedo; entendí el coraje que manifestó
hacia nosotros y ello me preocupó mucho. Al finalizar el grupo, nos
acercamos a ella Emilia y yo. La tomé del brazo con un poco de fuerza,
pues quería transmitirle el apoyo que el mismo grupo me había dado.
Habló un poco más y nos dijo que quería mucho a su bebé y que iba a
luchar por él. Creo que difícilmente me olvidaré de esta mujer.
La joven nos dijo que tenía mucho miedo, que no se atrevía ni a
salir a nadar a la alberca, que temía que volviera a temblar, y se puso a
llorar. En la siguiente ocasión nos enteramos de que se había levantado
temprano a nadar. Ya no estaba encerrada en el gimnasio. Resultados
del grupo:
1) La mayoría logró expresar sus sentimientos.
2) Se habló del temor a que volviera a temblar el 12 de diciem-
bre pero se aclaró que los temblores no se pueden predecir.

3. Lavaderos
No encontramos a la gente en el gimnasio y alguien nos dijo que se
habían ido a lavar. Las fuimos a buscar a los lavaderos y logramos juntar
un grupo de siete personas.
Recuerdo que una de ellas nos dijo que le había dado mucho gusto
volvérnosla ver, puesto que hablar con nosotras la hacía sentirse bien.
Las personas, aún tenían miedo de que se repitiera el temblor y sen-
tían la necesidad de expresar su existencia.

Resultados:

1) Las personas expresaron sus sentimientos.


2) Algunas empiezan a recuperar su eficiencia y a pensar a dónde
se van a ir cuando salgan del albergue.

Experiencia personal
Nos costó mucho trabajo la información del grupo y esto me desa-
nimó un poco, pero finalmente salí muy satisfecha de saber que para
ellas fue muy importante nuestra presencia y por haberlas motivado a
expresar sus sentimientos.
4. Artesanías, primer día
En este lugar, me llamó la atención una señora que tuvo su bebé en
el albergue. Nos dijo que tenía mucho miedo y que le gustaría regresar
a su tierra, porque allá se sentiría más segura; pero su marido no que-
ría. A la semana siguiente nos enteramos que se había ido del albergue.

206
Esa vez también hablamos con una señora y su hija. Eran de Chiapas
y se querían regresar a su tierra. La última vez que fuimos, nos
informaron que por fin las habían mandado a Chiapas.

Resultados:
1) Las personas manifestaron sus sentimientos y observamos que
el miedo estaba pasando.
2) La gente ya planea a donde irse.

5. Artesanías, segundo día


Una señora de 45 años, activa y consciente de la realidad nos dijo
que ya estaba buscando donde irse, que el dinero que tenía guardado,
porque lavaba y planchaba ajeno, se lo había dado a su hijo para que
rentara una casa.
Un matrimonio nos exteriorizó su preocupación por su casa dañada
y nos contó su experiencia durante el temblor. Dijeron que después del
temblor se asomaron por la ventana y vieron que el edificio de enfrente
en donde vivía una niñita que iba a jugar a su casa, se había caído.
Estaban todavía muy afectados y preocupados por el futuro de sus hi-
jos. Les sugerimos que hablaran con ellos y que los ayudaran a expresar
sus sentimientos.
Una señora joven, como de unos 25 años, se quejó del albergue; que
la comida estaba “horrible”, que los atendían de mal modo; que no
encontraba casa y que les habían dicho que en un mes se tenían que ir.
Protestó contra el gobierno: “¿Por qué no nos dan casa? ¿En dónde está
todo el dinero que se ha juntado?”
Todo el grupo reclamó excepto una persona. Nosotras le pregunta-
mos a la señora joven qué sugeriría ella que se podría hacer.
Resultados:
1) Se despertó conciencia en la gente de la realidad del país y de
ellos mismos.
2) Se reforzó la expresión de sus temores para que éstos
disminuyeran.
3) Se encauzó al líder (la señora joven) para realizar acciones
positivas.
4) Se reparó en la importancia de proporcionarles albergue y
comida.

Experiencia personal
Sentí coraje contra los albergados. Ellos querían todo en las manos y
además no valoraban lo ya proporcionado por las autoridades.
207
Cuando se percataron de la realidad y de lo que estaban recibiendo,
su coraje disminuyó.
6. Estancia infantil
Trabajamos con cinco personas después de reunirlos durante una
hora.
Tuvimos a dos personas que ya habían estado en otra ocasión. Una de
ellas es la señora muy activa de 45 años que ya he mencionado, que
lavaba y planchaba ropa ajena. En esta ocasión parecía muy apática;
estaba epserando a que la corrieran, y lo aceptaba con tal que le avisaran
ocho días antes.
En general el ambiente del grupo fue de apatía y pasividad.
Resultados:
1) Comunicamos a la directora, la señora “C”, el daño que puede
causar a la gente el proporcionarles permanentemente toda ayu-
da; lo que ocasionaría morosidad para buscar a donde irse.
2) Nos dimos cuenta que la forma de trabajo es ya inoperante. De
seguir con el programa se tendrán que buscar otros
lineamientos.

7. Grupos de personal
7.1. Primer grupo
Fue integrado por diez personas de distintos departamentos: el en-
cargado de biblioteca, el profesor de corte, encargado de baños, la pe-
dagoga, etc.

Resultados:
Todos cooperaron sin tomar en consideración a qué departamento
pertenecían, dándose cuenta de la importancia de trabajar en grupo.
Algunas de las participantes cambiaron de opinión sobre el trabajo
que estaban realizando y que consideraban de poca importancia. Ahora
lo estiman de gran valor y con lo cual proporcionan ayuda y compañía a
los albergados.
7.2. Segundo grupo
Estuvieron cinco personas de intendencia.
Expresaron el resentimiento que les causó no se tomadas en cuenta
por sus demás compañeros de trabajo; se quejaron de la forma en que les
pedían las cosas.

208
Resultados:
1) Se valora la importancia de su trabajo.
2) Se observó la unión que existe entre los miembros del equipo
de Intendencia.
3) Se sugirió la formación de otro grupo con personal de distintos
departamentos.

7.3. Tercer grupo


Se reunieron doce personas de distintos departamentos como lo ha-
bían solicitado, la semana anterior, el personal de intendencia.
Los empleados de intendencia protestaron por ser excluidos y por la
forma nada amable como se les ordenaba.
“J” expuso su problema: en una semana tenía que desalojar su casa;
se sentía inquieto y presionado, no sabía qué hacer.
Una maestra habló de su temor a que se repitieran los sismos.
Un doctor compartió la experiencia que tuvo al ingresar al Seguro
Social como miembro del equipo de intendencia; del mal trato que se
les daba y el de no ser tomados en cuenta.
Un maestro de corte y confección expuso la idea que tenía de la si-
tuación del país:...” nos agarró en mal momento, cuando debemos mi-
llones y millones y aparte ahora hay que reconstruir; el gobierno no nos
puede dar todo, uno tiene que buscar por sí mismo”.
Resultados:
1) La comunicación entre los miembros de diferentes
departamentos. Expresaron mutuamente sus necesidades.
2) El grupo le sugirió a “J” que acudiera al sindicato para pedir
ayuda.
3) Se tomó conciencia de que al hacerles todo, se perjudica a los
albergados. Su labor consiste en incitarlos a participar
activamente y a valerse por sí mismos.
4) Manifestaron su cansancio y el temor a que les pospongan las
vacaciones.
5) Los integrantes del departamento de intendencia expresaron
que fueran relegados, y que no se les daba su lugar. Sugirieron
formar un grupo donde asistieran jefes de departamento.

8. Resumen
Considero que el trabajo en la Unidad C., fue todo un proceso que se
inició cuando en los primeros días las personas expresaron sus senti-
mientos de temor, dolor, preocupación y después se enfrentaron a la
realidad y a la aceptación, hasta buscar soluciones a sus problemas.

209
Ahora, después de aproximadamente dos meses, podemos observar
que algunos lograron encontrar una solución y han dejado el albergue.
Mi preocupación es por las personas que se quedaron, y están ate-
nidas a lo que se les dé. Me pregunto ¿qué será de esta gente cuando el
plazo se cumpla y tengan que dejar el albergue?
Experiencia personal
Para mí, haber trabajado en el albergue fue una gran experiencia no
sólo en la medida de sentirme útil al haber ayudado a personas dolidas y
temerosas de recuperar su eficiencia, sino que ellas también me dieron
mucho. Los primeros días me sentí muy nerviosa y al pasar los días me
di cuenta que a través de esta gente empezaba a recuperar mi
tranquilidad.
Me siento satisfecha de haber acompañado a estas personas y de
haber comprobado que los grupos fueron eficientes. También aprendí
cosas nuevas dé las experiencias que compartieron mis compañeras
durante la supervisión.
Esta fue la primera vez que trabajé con Emilia y aprendí que todas
tenemos estilo propio para coordinar un grupo y que podemos aprender
mucho unas de otras.
Quiero dar las gracias al doctor Marco Antonio Dupont y a Rosalba
Hernández por el interés que siempre mostraron por todas las que allí
trabajamos por la experiencia y por lo que pasaba dentro de cada una de
nosotras.

210
Experiencia vivida en los días
del siniestro

Psic. Linda Rivera

¡Qué deseo tenía de ayudar! aunque a veces las reuniones en la


asociación fueran tan pesadas. Aunado a esto, el trasladarme de polo a
polo de la ciudad, era también difícil, pero el deseo de ayudar a mis
hermanos en desgracia era más fuerte que mis propios sentimientos. Al
principio, en las primeras sesiones no me imaginé cuán enriquecedor
iba hacer el trabajo con el personal del albergue. Si bien no fue todo
agradable, ya que las intervenciones de “S” que estaba como directivo
en esos día, sus exigencias y el poco reconocimiento de su parte para
nuestra labor, me hicieron sentir desilusionada y frustrada. Sin deseos
de seguir, varias veces pensé no regresar, pero el apoyo de los
dirigentes de nuestro grupo en la asociación me alentaban a seguir
adelante, y no me arrepiento de haber continuado hasta el final, pues
estas experiencias jamás volveré a vivirlas. Tanto en el primer grupo
con el que trabajemos con directivos de la institución como en el grupo
con los empleados de menor rango, se dieron cosas y vivencias
distintas: unas muy emotivas y dolorosas: en otras un reconocimiento
al compañerismo no vivido antes; acercamiento emocional entre ellos;
se habló del miedo, del dolor, hubo momentos de llanto y al mismo
tiempo de comprensión. En cada grupo se abrían nuevas expectativas y
deseos de continuar en su dura lucha, ya que se advertía lo difícil y
cansado que eran para ellos todos estos cambios en su vida cotidiana.
Cada grupo aportó algo positivo para ellos mismos como para mi
propia experiencia. Puede percibir finalmente, que todos los seres hu-
manos lloramos, nos preocupamos y deseamos el bienestar de nues-
tros semejantes. También me di cuenta del gran deseo de sobreviven--

211
cia en el hombre, aun en circunstancias tan adversas, y de su espíritu
de lucha, lo que genera que nunca nos imaginamos que podríamos ha-
cer o dar.
Cuánto dolor, miedo, cansancio, fastidio, enojo y también satisfac-
ción vi en los rostros que tenía adelante de mí. Sus deseos de lucha y
sus sacrificios me hacían pensar y sentir que yo no podría hacer me-
nos que seguir adelante. Mis propios sentimientos estaban deteriora-
dos. Había mucho dolor en mi corazón por todo lo sucedido. También
tenía miedo, todo era como una sacudida fuete que había recibido mi
corazón y mi conciencia. Pensé cuánto dolor y desesperanza se
pueden dar en segundos, la impotencia de no poder dar auxilio o
evitar que murieran tantas y tantas personas me hacían sentir que
debía ofrecer algo de mí. Los resultados satisfactorios que se daban
en cada uno de los grupos que trabajábamos, me dieron el deseo de
seguir aportando mi compañía, aceptación afecto y respeto.
Aprendí mucho, tanto del doctor Marco Antonio Dupont, como de
la psicóloga Rosalba Hernández y el doctor Juan José Yáñez. Mi más
profundo agradecimiento por la lección de cada una de mis
compañeras; pero para hacer honesta, creo que el mayor aprendizaje
lo obtuve de las vivencias de la gente con la que trabajamos. El ver
actitudes diferentes, de cómo ayudar en forma sobrehumana. Ver
actitudes de agradecimiento: recuerdo una de las veces que
trabajamos con personal que en esos días estaba a cargo de la cocina.
Al final de nuestra sesión y habiendo quedado la gente motivada y
emocionada, quisieron agradecernos de alguna manera el haber
estado acompañándolas en sus momentos difíciles, que nos llevaron
una charola con comida para cada una de nosotras. Comida que era
para los albergados. Fue un detalle que me emocionó y se los agradecí
pues yo sabía que era necesaria en esos momentos la comida para
mucha gente en desgracia. Así como ese, fueron muchos más: unas
palabras de profundo agradecimiento, deseaban que continuáramos
con ellos, que no los olvidáramos, nos daban abrazos llenos de
respeto y solidaridad. Recorrimos grupo tras grupo. Observamos
cambios positivos en la gente, que se fueron dando en el proceso para
superar las situaciones de esta crisis.
Todas estas personas dejaron en mí un profundo calor humano, un
agradecimiento a su apertura, a su confianza, como dije antes, es una
experiencia que jamás volveré a vivir.
No quiero dejar de mencionar la aceptación y cariño que recibí de
mi compañera Martha, mi hermana, cuantas veces sentí su apoyo, su
entusiasmo me contagiaba. Aunque ya habíamos trabajado anterior-
mente, esta vez fue en circunstancias totalmente distintas, pero aun
así le agradezco infinitamente su compañía.

212
Mi experiencia en el albergue

Psic. Liora Lerner Pupko

Es muy difícil expresar un papel, una experiencia tan enriquecedora


como la que viví en el albergue.
En un principio sentí que mi desconcierto, era superior a mis fuerzas,
que no iba a poder. Sin embargo, las supervisiones me ayudaron a tener
confianza y a comprender lo que ocurría.
Trabajé con grupos de 7 a 12 jóvenes, que incluían a hombres y mu-
jeres. Algunas veces los miembros de un grupo regresaban a cooperar en
otro a la siguiente semana. En el comienzo, fue difícil reunir al grupo,
posteriormente, fue más fácil.
Las primeras veces intimé a los jóvenes a manifestar sus sentimien-
tos y a que tuvieran conciencia de lo ocurrido para que poco a poco
buscaran una solución. Su apatía era desalentadora. Me llegué a sentir
frustrada, pues pensé que no iba a llegar a la meta que me había
propuesto.
Sin embargo, los jóvenes se entusiasmaron con la representación de
una obra teatral, no obstante que había muchos problemas entre los
participantes, y el director de la obra, por lo que varias veces tocamos
este tema con el afán de encontrar solución a este conflicto.
Por otra parte, los jóvenes cambiaron de actitud al superar el poco
interés y la apatía que habían manifestado ante los hechos. Conforme
pasó el tiempo fueron asimilando los hechos y lo que sucedía. Al mismo
tiempo se buscaron soluciones en grupo para apoyar la creación de
talleres; exhortar a ser productivos dentro del albergue y cooperar en la
obra.
Fue asombroso el cambio en estos jóvenes y la manera de proceder
ante la situación por la que pasaban.

213
Al final se llegó a la meta y está consistía en lograr una actitud
positiva y una responsabilidad por cumplir.
Aparte de los resultados obtenidos por el grupo, considero impor-
tante exponer el significado que tuvo para mí esta experiencia.
En primer lugar me gustaría decir que fue mucho más que ir a
trabajar a un albergue, fue un crecimiento humano y profesional; al
hecho de haberme sentido identificada con los jóvenes. Confieso que
estuve desesperada, frustrada, triste y cómo paulatinamente estos
sentimientos se transformaron en felicidad al notar un cambio en ellos.
Segundo lugar quiero dar las gracias al grupo de la asociación por su
apoyo e interés, por enseñarme y compartir tantas cosas; por escu-
charme y mostrar su cariño y entendimiento.
Quiero dar en particular las gracias a Pilar Soto, (excelente compa-
ñera), que me apoyó en momentos difíciles y gozó conmigo los mo-
mentos de satisfacción y felicidad.
También quisiera dar las gracias a la Asociación Psicoanalítica Me-
xicana por haberme dado la oportunidad de realizar esta tarea.
Por último, quisiera agradecer al doctor Marco Antonio Dupont, a la
doctora Rosalba Hernández y doctor Juan José Yáñez que me en-
señaron muchísimas cosas en el campo profesional, pero más impor-
tante que eso, mil gracias por haber confiado en mí.

214
Mi experiencia después de los sismos del
19 y 20 de septiembre, tiempo en el cual
colaboré con la A.P.M.
Psic. Martha Rivera

A partir del sismo y después de haberme cerciorado que mis familia-


res se encontraban bien, nació en mí una imperiosa necesidad de ayudar
a las personas afectadas en esta tragedia. Acudí al llamado de la
asociación para dar asistencia a personas que habían perdido sus ho-
gares y se encontraban albergados. En nuestra primera reunión con el
doctor Marco Antonio Dupont, la Doctora Rosalba Hernández y el
Doctor Juan José Yáñez, se estableció la manera de cómo íbamos a
trabajar durante dos meses a partir de esa fecha (una semana después
del sismo, aproximadamente).
El primer albergue que visitamos era provisional; nuestro objetivo
era despertar conciencia en las personas que ya tenían que dejarlo, pues
el dueño había prestado esas oficinas temporalmente y sus empleados
debían volver a sus labores.
Para mi compañera y para mí fue fácil entablar comunicación
directa con pequeños grupos. En esta primera etapa, una semana o diez
días después del terremoto, las personas se encontraban muy afectadas
por el miedo a un nuevo sismo y con una gran necesidad de contar y
recontar lo que a ellas les había pasado con detalle. Había miedo, dolor
por todo lo sucedido y también por la pérdida humana y material, pero
en lo particular encontré que la mayoría había encontrado algún lugar a
donde ir. En una palabra, estaba resuelto su problema inmediato.
El segundo albergue (con el que seguimos trabajando el resto del
tiempo, dos meses), constituido en forma permanente, ya que se trataba
de una institución del gobierno, mi compañera y yo trabajamos ante
todo con el personal de dicho albergue, puesto que para esa fecha ha-
bían surgido problemas entre ellos.

215
La primera sesión la recuerdo bien. Estában reunidos la directora
del instituto con sus colaboradores más cercanos. Hubo una apertura
inmediata de los participantes, muy emotiva, varios de ellos llegaron a
la catarsis que derivó en la disminución de la angustia y el dolor. El
cierre fue conmovedor y el grupo exteriorizó su sentimiento de unión.
A partir de esa fecha empezamos a tener una sesión semanal en el
albergue, siempre con el personal de la institución. Muchos de ellos
tomaron la decisión de mudarse a otra ciudad de la República. Otros
trabajaban doble turno, viviendo en el mismo albergue durante un pe-
ríodo prolongado, pero con entusiasmo por ayudar a sus semejantes
en desgracia.
En la cuarta sesión empecé a tener problemas con el administrador,
quien tenía toda la responsabilidad de la parte psicológica de los
albergados. Me demandó entre otras cosas hacer un compromiso por
seis meses de todas nuestras compañeras a prestar servicio; dentro de
cada sesión debería asistir alguno de ellos para poder supervisar
nuestro trabajo y la entrega de un reporte después de cada sesión. Yo
me sentí muy mal, ya que su actitud era déspota y autoritaria.
Afortunadamente en la supervisión que teníamos cada miércoles pude
manifestar mi disgusto y se invitó a que esta persona participara en
nuestras supervisiones. Algunas de sus demandas fueron aceptadas y
otras no; pero se llegó a un arreglo con todo el grupo. A partir de ese
momento, en lo particular, mi trabajo fue más placentero ya que en
nuestro grupo no volvió a intervenir nadie de la institución.
Tres semanas antes de terminar nuestro compromiso los grupos
cambiaron. Existía mucho descontento con los dirigentes de la
institución. Las personas ya no estaban tan dolidas, y además
consideraban que estaban dando demasiado. Este personal dedicado a
su oficio o profesión fue obligado por las circunstancias, a realizar
otro tipo de trabajo, el cual ya no le agradaba después de un mes y
medio (como cocinar, hacer limpieza y atender en general, a los
albergados).
Mi compañera y yo tuvimos un grupo en el cual sentimos que no se
llegaba a nada y había solamente quejas. Resolvimos retomarlo a la
semana siguiente. Afortunadamente en la segunda sesión hubo una
propuesta, de parte de un líder positivo del grupo. Se propuso que ade-
más de prestar ayuda a los albergados también se podía trabajar en sus
oficios. Después de esto la sesión se clausuró satisfactoriamente.
Al finalizar el trabajo en el albergue, el personal de los grupos esta-
ba realmente fastidiado de ayudar a los albergados y además juzgaban
que se le había dado más que a ellos mismos (ya que en su mayoría
el personal de la institución pertenece a la clase media o media baja).

216
El personal de los grupos demandaba un cambio de objetivos. Se sen-
tían molestos por no saber cuánto tiempo más iba a durar el apoyo a los
albergados. Les pedimos que trataran de comprender la situación y
expresaran si hubo algún cambio en ellos durante todo ese período. Al
meditar qué había pasado con su persona encontraron cosas positivas,
cambios absolutos y palpables, los cuales eran constatados por la
retroalimentación del grupo. Esto, a mi parecer, fue un aliciente en la
mitad de un camino difícil para seguir trabajando con los
damnificados.
Nuestra despedida del albergue fue muy emotiva. En lo personal yo
me sentí satisfecha del trabajo que habíamos realizado, especialmente
por los cambios positivos en algunas personas.
Para mí, el aprendizaje obtenido a lo largo de estos dos meses, fue
muy objetivo tanto del personal del albergue, como el de las supervi-
siones de los miércoles en la asociación con doctor Dupont, la doctora
Hernández, el doctor Yáñez y muy especialmente al de mis compañe-
ros de cuyas experiencias aprendí mucho. Me siento muy halagada.
El haber tenido oportunidad de conocerlos a todos, y por todo lo que
aprendí de cada uno de ellos.

217
Apéndice II

Enlace entre los grupos de voluntarias


promotoras de salud mental, los albergues y
la directiva encargada para esta acción
específica de la Asociación Psicoanalítica
Mexicana, A.C.

Psicologa Rosalba Hernández H.

Apéndice H
Me es grato decir que con el deseo de colaborar a través de la Asocia-
ción Psicoanalítica Mexicana para brindar ayuda psicológica a los
damnificados de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 obtuve
una experiencia muy importante, tanto desde el punto de vista
profesional como emocionalmente.
El diseño del programa de “Intervención terapéutica en situaciones
de crisis”, me permitió reunir un grupo de voluntarias, todas ellas psi-
cólogas (unas de los últimos semestres de la carrera, y otras egresadas
de años anteriores), que se les capacitaría para asistir a los albergues que
requerían de nuestra intervención.
Fue así como iniciamos nuestras reuniones con el doctor Marco
Antonio Dupont, supervisor del grupo de unas de las aulas de la APM.
Dichas reuniones se efectuarán cada ocho días, lapsos en los cuales las
promotoras visitaban el albergue designado a nuestro grupo.
En primer lugar se visitó el albergue “C.M.”, que después de pres-
társele asistencia durante tres semanas a ciento cincuenta albergados, se
encontraba ante la imperiosa necesidad de cerrarse y por lo tanto, las
personas ahí concentradas debían desalojarse en un lapso de cinco días,
por lo que urgía que dicha situación se manejara lo mejor posible, tanto
por los albergados, como por el personal que labora en dicho local. Este
hecho se complicó debido a que los empleados de la C., de ninguna
manera estaban capacitados para tal empresa y además por el esfuerzo
realizado desde los primeros días que siguieron a los sismos hasta la
fecha del desalojo se encontraban sumamente cansados y
emocionalmente abatidos ante el impacto de tales vivencias. A pesar de
esto, se pudo desalojar el albergue los días 28, 29 y 30 de septiembre con
resultados óptimos.

220
El otro albergue asistido por nuestro grupo, fue el “Centro de Bie-
nestar Social de la Unidad C”, con 600 albergados. Aquí se formaron a
su vez, grupos con damnificados y con personal de todos los niveles
que laboraba en él (manuales, artesanos, administrativos, etc). El pro-
grama de “Intervención terapéutica en situaciones de crisis” se aplicó
en los meses de octubre y noviembre de 1985.
Los resultados de tal experiencia fueron satisfactorios, pese a las
dificultades ya descritas, tanto para el doctor Dupont (supervisor) como
para las promotoras, damnificados de la unidad “C” y personal. Fue
muy enriquecedora para los que acompañamos vivencialmente la ex-
periencia a través del continente propicio de la supervisión, lo que de
acuerdo al diseño del programa hubiese sido imposible vivirla directa-
mente en el lugar de los albergues.

221
Informe de la coordinación

El grupo inicial se constituyó con 22 voluntarias de las cuales siete


llegaron al final del programa de atención a los albergues, por lo que en
repetidas ocasiones me permití hablar con las promotoras que dejaban
de asistir tanto a los albergues como a la supervisión, con el objeto de
conocer los motivos de ausencia. Se les reforzó de alguna manera con
un proceso de elaboración, puesto que la experiencia estaba siendo
poco tolerada por dichas personas.
Además de las reuniones semanales de supervisión con el Grupo de
Promotoras, asistía a las reuniones con la directiva que para esta labor
designó la APM a: El doctor Dallal, la maestra Ma. Luisa Rodríguez y
la psicóloga Diana Legarreta. En dichas reuniones se acordaron las
siguientes normas y procedimientos para la acción terapéutica.

Del supervisor:
1. Afinar las instrucciones técnicas dependiendo de la realidad
que se maneje.
2. Tener reuniones con el coordinador para planear el manejo
técnico del Grupo, así como la elaboración de la experiencia con
el grupo.
3. Seleccionar a las personas del grupo que tengan recursos
psicológicos para prestar ayuda.
4. Excluir a las personas que buscan un ámbito para la expresión
neurótica de sus necesidades o intereses políticos.
Del coordinador:
1. Colaborar con el supervisor en sus funciones.

222
2. Establecer un enlace con las autoridades de los albergues en
los que su grupo esté prestando ayuda.
3. No resolver problemas de suministro.
4. Clarificar el compromiso de atención terapéutica en tiempo,
frecuencia y función.
5. Estar informado de las actividades del grupo en los albergues.

Del grupo con los albergados


1. Propiciar la catarsis
2. Detectar personas que necesiten atención más especializada.
3. Canalizar por medio de la APM a las personas que necesiten
ayuda especializada.
4. Clasificar las etapas de desastre. Pasarlos de una etapa a otra,
hasta llegar a la elaboración del duelo o diagnóstico de neurosis
traumática.
5. Evitar ponerse al servicio de ganancias secundarias de los
albergados.
6. Manejar terapéuticamente al personal que labora en los
albergues.
Se rindieron informes con relación al húmero de promotoras en cada
grupo, número de personas atendidas en los albergues, (tanto dam-
nificados como personal que labora en el mismo), número de albergues
que eran visitados y otros más que solicitaban ayuda.
Con relación a nuestro grupo APM 3, las cifras fueron las siguientes:

Albergues atendidos 2
Número oficial de promotoras 27/22*
Número final de promotoras 7
Número de sesiones de supervisión 9
Número de personas atendidas en los albergues 484
Damnificados 344
Personal 140
Niños 50
Adolescentes 40
Adultos 254
Número de horas de trabajo en los albergues 530

Quiero hacer patente mi reconocimiento al doctor Marco Antonio


Dupont, supervisor del grupo y a todas y cada una de nuestras valiosas
promotoras, así como también a la Asociación Psicoanalítica Mexica-
na, mediante la cual se llevó a cabo tan satisfactoria empresa.

*Se retiraron cinco antes de la sesión de capacitación.

223
Apéndice III

Materiales útiles para la información general


de la población en caso de terremotos

Apéndice III
Medidas de seguridad para sobrevivir
en un terremoto

Conocimiento es el primer paso


¡Preparación es la clave!

Los mexicanos estamos enterados de los daños y peligros que puede


causar un terremoto. De esta manera, si no estamos preparados debi-
damente, otro temblor podría causar mayor daño aún. Cada uno de los
puntos contenidos aquí no evitará nuevos temblores, pero sin duda
puede ayudarnos a sobrevivir más fácilmente.
1. Durante un temblor
Evite el pánico. Trate de tranquilizar a los demás
Si usted está adentro.
Si no le es posible salir, permanezca allí. Refúgiese debajo de una mesa
resistente, o debajo del marco de una puerta o esquina, localice las
columnas o las trabes y protéjase allí. Permanezca lejos de ventanas;
libreros; espejos; y otros objetos pesados.
Si usted está afuera
Diríjase a campo abierto, lejos de postes y cables de luz; árboles;
paredes y chimeneas.
Si usted está en una banqueta
Colóquese bajo el marco de una puerta, para protegerse de la caída de
ladrillos y vidrios.
Si usted está en un lugar público
No se agolpe en las salidas, aléjese de las estanterías y de los objetos
pesados.
Si usted está en un edificio alto.
Refúgiese debajo de un escritorio o una mesa y permanezca lejos de las
ventanas, permanezca en el mismo piso.

226
No use los elevadores
Si usted va en su automóvil
Deténgase en medio de la calle. No se estaciones debajo de puentes,
viaductos o cables eléctricos. Permanezca en su auto hasta que haya
pasado el temblor. No salga si ve que hay alambres eléctricos sobre el
vehículo. No intente cruzar puentes que estén deteriorados.
2. Inmediatamente después de un temblor
Busque Heridos No mueva a las personas mal heridas a menos que
estén en peligro inminente de perder la vida o de causarse más daño.
Utilice zapatos para protegerse de desechos y vidrios rotos.
Utilice linterna cuando esté verificando escapes de gas.
No use cerillos .Ni interruptores de luz o aparatos eléctricos.
Revise las líneas de gas, agua y electricidad. Cierre las llaves de
paso, si tiene dudas respecto del estado de los mismos.
Limpie derramamientos de sustancias dañinas; medicinas;
insecticidas; gasolina.
Nunca toque cables eléctricos que estén caídos, ni tampoco los objetos
que hagan contacto con ellos.
Localice daños estructurales que puedan empeorar con movimientos
sísmicos secundarios.
Inspeccione los suministros de agua
No use el teléfono, excepto para emergencias
Use radio de batería para informarse. No divulge rumores.
No use su vehículo a menos que sea para una emergencia.
No salga a curiosear.
Prepárese para temblores recurrentes. Tenga mucha precaución al
entrar en edificios dañados, pues los temblores recurrentes pueden
derrumbarlos.
Coopere con los esfuerzos de seguridad pública. No entre en áreas
de peligro. Es aconsejable despejar calles para el paso de vehículos de
emergencia

3. Artículos de subsistencia que se deben tener al alcance


1. Radio portátil con batería
2. Linterna con batería
3. Artículos de primeros auxilios incluyendo medicinas necesarias
para algún miembro de la familia
4. Extinguidor

227
5. Herramientas para desconectar el agua y el gas
6. Agua embotellada
7. Comida enlatada, para varios días
8. Destapador
9. Cerillos (úselos con precaución)
10. Número telefónico de policía, bomberos y servicios médicos

4. Tres cosas que usted debe saber hacer


1. Desconectar las instalaciones de gas, agua y electricidad.
2. Aplicar primeros auxilios
3. Reunir a su familia

5. Para sobrevivir hay que estar preparado


Principios generales de primeros auxilios psicológicos
Después de un desastre puede haber personas que, al estar trastor-
nadas por la tragedia, se les dificulte enfrentarse a la situación y con-
trolar sus emociones. Estos principios generales, están destinados, no
sólo a los trabajadores de salud mental; sino a toda persona que esté en
la situación de brindar apoyo a quien lo necesite.
Qué entendemos por primeros auxilios psicológicos Es la ayuda
inicial que recibe una persona cuando está en problemas. Tal ayuda
deberá brindarse solamente durante la situación inmediata.
Trate de calmar a la víctima, aliviarla de su ansiedad y tensión.
Comuníquele su preocupación por lo que le está pasando, transmítale
confianza, pero sin tranquilizarlo de manera falsa.
Acepte las limitaciones de la persona y haga lo posible porque ella
también las acepte.
Anímela a hablar con libertad de todo lo que tenga en mente. Ayú-
dela a confrontar la crisis. La única manera de olvidar es recordar.
Cuando la persona comience a hablar, evite interrumpirla. Sea muy
paciente
Sea un oyente activo. Escúchelo con empatía No discuta con la persona
si está en desacuerdo con usted. No le imponga sus ideas. Su propia
solución será lo mejor para ella.
Acepte sus propias limitaciones para dar alivio.
No intente hacer todo para todos. Haga lo que usted pueda y solicite
ayuda de un consejero calificado.

228
6. Consideraciones emocionales y psicológicas del desastre
1. El desastre es una crisis en sí misma; sin embargo, el desastre
aumenta la situación crítica cuando se acompaña de los siguientes
factores:
•Desempleo y/o dificultades financieras
•Enfermedades
•Pérdida de pertenencias personales
•Muertes
•Heridas
•Problemas familiares
2. Los factores para enfrentarse a la crisis:
•Estar capacitado para hablar acerca de la experiencia y expresar
los sentimientos que acompañan al dolor.
•Ver y darse cuenta de lo que ha ocurrido realmente.
•Impulsar a los demás para reasumir las actividades de rutina tan
pronto sea posible.

3. Un punto clave, es estar preparado para futuras emergencias.

•Entre más se pueda planear será mejor, para que la familia esté
preparada para hacerle frente al desastre.

7. Cómo enfrentar las reacciones del niño ante los


terremotos y otros desastres
(Estas recomendaciones también son aplicables a los adultos, que
pasan por las mismas condiciones de tensión).

7.1. Temor y ansiedad


El temor es una reacción normal a cualquier peligro que amenaza la
vida o el bienestar.
¿De qué puede sentir miedo el niño después de un desastre?
1. A la repetición de la tragedia, a resultar herido o muerto
2. A separarse de su familia
3. A quedarse solo
•Los padres tienden a ignorar el estado emocional del niño, una
vez que están seguros que nada serio le ha ocurrido a la familia.
•Se debe reconocer que si un niño tiene miedo, es porque está
muy asustado.
•El primer paso que deben seguir los padres es atender la clase
de temor y ansiedad por los que está pasando su hijo.

229
7.2 Consejos para los padres
Es muy importante para la familia permanecer unida.

•El niño necesita confiar tanto en las explicaciones de sus padres,


como en sus acciones.
•Escuche lo que el niño dice sobre sus temores.
•Escúchelo cuando diga cómo se siente y qué piensa de lo ocurrido.
•Anímelo a conversar.
•Explique al niño, de manera sencilla, sobre el desastre y cómo
sucedieron los hechos que él desconoce, luego escúchelo.
•Los temores del niño no deben ser motivo para alterar las
actividades de la familia
7.3 Cómo enfrentar algunos problemas
•Los padres deberán comunicar al niño que ellos controlan la
situación; que lo apoyan y que tomarán las decisiones.
•Problemas para ir a la cama:
1. El niño puede rehusarse a dormir solo.
2. Puede tener dificultad para dormirse.
3. Puede despertarse frecuentemente, durante la noche o sufrir
pesadillas.

Es natural que un niño desee estar cerca de sus padres, al igual que
los padres deseen tener al niño con ellos.
Los padres deberán estar alerta a su propio temor e incertidumbre y
del efecto que estos factores pueden tener sobre el niño.
Comportamiento regresivo:
1. Orinarse en la cama
2. Asirse de los padres. ql
3. Chuparse el dedo.

Los niños responden al elogio, por tanto, los padres no deben criticar
al niño por su comportamiento inmaduro.
Temores específicos:
1. Rehusarse a ir a la escuela.
2. Miedo a la oscuridad.
3. Temor a dormir solo.
4. Miedo a monstruos imaginarios.
7.4 Cómo pueden saber los padres cuándo buscar ayuda profesional
Si los problemas continúan por más de un tiempo debe solicitarse
el consejo especializado.
Los profesionales de la salud mental están capacitados para ayudar a
la gente con problemas de angustia. Ellos pueden ayudar a los padres a
enfrentarlo y a entender las reacciones extrañas del pequeño.
230
Por medio de charlas, con los padres y el niño; individualmente o en
grupo, los temores pueden vencerse con mayor facilidad.
Extracto del folleto Medidas de seguridad para sobrevivir en un
terremoto, editado por la American Red Cross, de Los Angeles, Cali-
fornia, por las doctoras Beatriz Orosco y Esther E. Althaus.

231
27 pasos que le ayudarán a sobrevivir
un temblor de tierra

Los californianos estamos enterados sobre los daños y condiciones pe-


ligrosas que puede causar un terremoto. De esta manera, si no estamos
preparados debidamente el próximo temblor podrá causarnos más daño
de lo necesario. Cada punto contenido en este aviso no evitará el próximo
temblor, pero puede ayudarnos a sobrevivirlo más fácilmente.

1. 4 puntos básicos que deben seguirse


durante un temblor de tierra

1. Manténgase calmado
2. Bajo techo: ubíquese directamente debajo del marco de una
puerta, o busque refugio debajo de una mesa o escritorio; lejos de
ventanas o puertas de vidrio.
3. Al aire libre: Manténgase lejos de edificios, árboles y líneas eléc-
tricas o telefónicas.
4. En la carretera: maneje hacia un lugar donde quede a una
distancia lejos de puentes o vías elevadas; estaciónese en un área
fuera de peligro; quédese en su vehículo.

2. 6 pasos básicos que se deben


tomar después de un temblor

1. Localice heridos —administre primeros auxilios.


2. Inspeccione el área —localice gas, agua, rupturas en conductos de
desperdicio; localice cortos circuitos. Y si hay líneas de electricidad

232
caídas, desconéctelas. Localice daños estructurales que puedan
empeorar con movimientos sísmicos secundarios.
3. Limpie derramamientos de substancias dañinas.
4. Use zapatos.
5. Sintonice su radio para recibir instrucciones de agencias de
seguridad.
No utilice su teléfono, excepto en casos de emergencia.

3. 14 artículos de subsistencia que se deben


tener al alcance inmediato

1. Radio portátil con baterías


2. Linterna con baterías
3. Artículos de primeros auxilios —incluyendo medicinas
necesarias para algún miembro de la familia
4. Libro de primeros auxilios
5. Extinguidor
6. Herramientas para desconectar las instalaciones de agua y gas
7. Detector de humo instalado debidamente
8. Escaleras para escape de fuego en casa y apartamentos con más
de un piso
9. Agua embotellada —suficiente para todos los miembros de la
familia
10. Comida enlatada que dure por lo menos una semana, para
todos los miembros de su hogar

NOTA: Agua y comida deben ser utilizadas y reemplazadas


frecuentemente para asegurarse de que se mantengan frescas. Las
comidas enlatadas, usualmente, mantienen su frescura por un año

11. Un abridor de latas (no eléctrico)


12. Hornos portátiles de carbón o gas butano. Use este tipo de
horno al aire libre únicamente, pues emite gases tóxicos
13. Fósforos
14. Números telefónicos de la policía, bomberos y médicos

4. 3 cosas que usted debe saber hacer


1. Apagar el gas, agua y electricidad
2. Primeros auxilios
3. Reunir a su familia planeadamente

Para sobrevivir hay que estar preparado

233
Ayuda psicológica en situaciones de crisis
(sugerencias para familiares, amigos,
damnificados y personal de salud)

La posibilidad de ayudar a que alguien atraviese por un período


psicológico difícil, de una manera saludable, es una idea un tanto
revolucionaria. Durante mucho tiempo se pensó que la forma de
actuar en situaciones de crisis y el estado de salud mental de una
persona, estaban determinados por su carácter y su modo de ser. Si
esto es verdad —si una persona débil actúa con debilidad y una
persona fuerte actúa con fortaleza—, entonces es muy poco lo que
podríamos hacer para dirigir el resultado de nuestra crisis a otras
personas.
Según la psiquiatría preventiva, el que una persona salga
adelante, con más o menos fuerza, no está necesariamente
determinado por su carácter o su fuerza interna; sino por el tipo de
ayuda que recibe durante la crisis. Este tipo de ayuda, es el estímulo
que necesita de aquellos que afectivamente están más cerca de ella
para reconocer que está en crisis y comience a sentir trastorno,
contrariedad, perturbación, enfado, frustración, aflicción e incluso
sentirse derribada o a punto de zozobrar. Sin duda, esta es una teoría
muy incómoda. Es difícil pensar en la utilidad que representa para
un ser querido ayudarlo a recordar sus problemas; hablar de peligro;
detenerse en sus penas; desgracias o duelos. Tememos que aumente
su pesar.
Enfrentar la muerte de un ser querido; la pérdida de la casa y las
pertenencias; la mutilación; la pérdida del trabajo; son situaciones
reales por las que uno se aflige. No son inventos ni ficciones de la
imaginación. En nada ayuda tratar de evitar hacerle frente a esa
experiencia real. Para salir adelante de una crisis, es necesario estar
consciente, de ella. La Unica Manera de. Olvidar es Recordar.

234
La mejor forma de salir adelante, después de la muerte de un ser que-
rido es a través del duelo. El duelo es ese proceso doloroso de pensar
y sentir a la persona muerta. Esto requiere hacer un arduo y complejo
trabajo para recordar y retener la imagen del que se fue, reparar su
vida y lo que vivimos juntos.
Aquel que vive un estado de pérdida (duelo) debe darse cuenta del
dolor de su pérdida y saber que este dolor, en mayor o menor magni-
tud, es permanente. Esto ayuda a recuperar, en uno mismo, lo bueno
que dejó el ser que falleció. Así, la persona podrá dominar e
independizarse de ese segmento de su vida y volver a la actividad
cotidiana y a la estabilidad emocional.
Estos puntos de vista no son nuevos, las religiones primitivas y
modernas señalan la importancia de ayudar en el proceso de duelo y a
expresar el dolor.

¿Cómo ayudar a salir de una crisis?


1. Ayúdelo a confrontar la crisis
Hágalo hablar y a enfrentar el peligro, el dolor, el problema, el centro
de la crisis. Ayúdelo a verbalizar sus temores, su aflicción y también,
a llorar.
2. Ayúdelo a enfrentar la crisis en dosis manejables
Nadie es tan fuerte para encarar una realidad alarmante o
peligrosa, sin atenuarla un poco. No se pueden enfrentar ciertas cosas
sin una pausa, sin un respiro. Entonces, el médico puede prescribir un
tranquilizante para proporcionarle un periodo de descanso. Sin
embargo, el doctor Caplan hace énfasis en el peligro que representa el
uso indiscriminado y continuo de tranquilizantes durante la crisis.
Suavizar el impacto de la crisis puede impedir o retardar una
saludable adaptación a ésta, y ocasionar futuros problemas. La
persona que supera la crisis con medicamentos, puede ser como aquel
a quien pareció no afectarle. Lo único que los tranquilizantes han
hecho es posponer el trabajo de duelo o de pérdida, que le permita
superarla.
Lo más razonable es prescribir medicamentos en forma parca, du-
rante poco tiempo, y tener presente que la crisis no puede taparse o
adormecerse; el tiempo, por sí sólo, no podrá curarla.
Es fundamental que la (el), afectada (o), no piense constantemente
en su pérdida, pero, tan importante como esto es ayudarlo, con
suavidad, a enfrentar la realidad de la misma;
3. Ayúdelo a encontrar los hechos
No es la verdad; sino nuestros sueños y fantasías, los que nos hacen
cobardes. El gran vacío (lo desconocido) es mucho más temible que
lo conocido.

235
4. No lo tranquilice en falso
Una persona que está en crisis desea desesperadamente que se le
tranquilice. Todos nuestros sentimientos nos llevan a tranquilizarlo en
falso. Decir: “calma, calma... todo saldrá bien”, no ayuda a nadie, lo
relega a un papel de niño y lo hace más débil en lugar de fortalecerlo. Lo
que necesita es tener confianza en sí mismo para enfrentar, trabajar y
superar la crisis. Se trata de ayudarlo como a un adulto.
5. No fomente que le eche la culpa a otros
No fomente que la persona en crisis, especule sobre quiénes son los
villanos y cómo actuarán en su contra. Culpar a alguien en su estado tal
vez le dé alivio momentáneo; pero seguramente tardará más en salir de
su crisis y será más débil.
6. Ayúdelo a aceptar ayuda
Una manera, con la que muchas personas evitan enfrentarse a la crisis es
a través de negar que necesitan ayuda. La persona que está en crisis, y
acepta que tiene un problema, buscará ayuda y agradecerá recibirla.
Entonces, estará en el camino de la solución saludable, no sólo por la
ayuda; sino también porque la aceptación, es un síntoma del manejo
saludable de la crisis.
7. Ayúdelo un poco (o d veces mucho) en sus tareas rutinarias
Especialmente, si podemos brindar esta ayuda con modestia, sin pre-
tensión, sin hacerle sentir que la ayudamos porque está débil o es in-
competente. Esta atención simple, sencilla y considerada así, puede ser
un factor importante de apoyo.
Finalmente, Caplan comenta: “Es extraordinario ver la fuerza que
tienen las personas para adaptarse a la realidad, no importa qué tan dura
sea. Tienen más fuerza de lo que habitualmente les concedemos. Sin
ayuda, esta fuerza puede ser insuficiente en tiempos de crisis. Pero si
reconocemos y apoyamos esa fuerza, nos podemos ayudar mutuamente
para salir adelante en los tiempos difíciles”.
Basado en el libroPrinciples of preventivepsychiatry de Gerald Caplan.
(Tavistock Publications.). Material seleccionado por el doctor Alfonso
Peón Escalante, AMPAG. A. C.

236
El terremoto
Atención a las consecuencias
emocionales en los niños

La presente es una copia del folleto preparado por la San Fernando


Valley Child Guidance Clinic, de los Angeles, California, y difundido
por la American Red Cross. (Los Angeles).
Hemos respetado su texto, por considerarlo aplicable a la situación
vivida en México, con motivo de los temblores ocurridos los días 19 y
20 de septiembre de 1985.
El terremoto de febrero de 1971 fue uno de los acontecimientos más
dramáticos e imprevisibles por el que han pasado muchos niños del
área metropolitana de Los Angeles. (Estado de California, en los
Estados Unidos de América). En esa ocasión, los niños se despertaron
bruscamente. a las 5:59 de la mañana, por las violentas sacudidas
terrestres. Sus camas se mecían y desplazaban por los dormitorios; los
muebles caían; las paredes se resquebrajaban y los juguetes se
derrumbaron de los estantes. En muchos casos, los niños pequeños
notaron a sus padres amedrentados y aturdidos: mientras los abrazaban
fuertemente.
Un terremoto es un desastre natural al igual que las inundaciones,
los huracanes y algunos incendios. Todos estos son eventos traumati-
zantes y aterradores que pueden padecer los niños, y suelen dar como
resultado el abandono de sus hogares y de los lugares que les son cono-
cidos. Los niños generalmente no llegan a entender lo que sucede, y se
sienten confundidos y angustiados.
En el afán de atender la seguridad física de los niños y del resto de la
familia se llega frecuentemente a no prestar suficiente atención y a no
darse cuenta de las consecuencias emocionales, mismas que llegan a
quedarse sin atención. Si bien es cierto que no podemos controlar estos
eventos, esto no quiere decir que deban generar un daño emocional
permanente, para los niños.

237
1. Cómo comprender al niño
A medida que el niño crece, su experiencia le indica que en su vida
hay una sucesión de eventos que se repiten en forma regular. Para la
mayor parte de los niños de edad escolar, esta regularidad generalmente
comprende: la presencia de los padres. Despertar en la mañana: alistarse
para ir a la escuela, encontrarse con la misma maestra y los mismos
compañeros; jugar con sus amigos y dormir en su propia cama. Es decir,
el niño llega a depender de una serie de sucesos previsibles. También
espera que podrá depender de los adultos y, desde luego de los poderes
de la naturaleza.
Para el niño de edad preescolar la vida es casi siempre la misma, pasa
el día dentro de la familiaridad de su mundo, ya sea en su casa, con las
niñeras, o en grupos preescolares. Su familia permanece más o menos
constante. Pero cuando hay una interrupción en el curso natural de su
vida corriente, el niño se ve invadido por la angustia y el temor. En tales
circunstancias, la manera en que los adultos ayuden al niño a resolver
estos tiempos problemáticos; puede tener resultados duraderos para el
mismo.
2. Temor y angustia
El temor es una reacción normal ante cualquier peligro que amenaza
la vida o el bienestar de las personas.
¿A qué teme el niño después de una catástrofe?
Teme a que vuelva a suceder, o a ser golpeado, o la muerte.
Teme a ser separado de su familia.
Teme a que se le deje solo.
Los padres deben saber que hay temores que se originan en el mismo
niño y que son producto de su imaginación o fantasías. Pero también
que hay temores basados en eventos reales. Aun cuando el acon-
tecimiento haya pasado, la angustia del niño puede persistir por algún
tiempo, aunque no pueda describir sus sentimientos de angustia aunque
en los casos en que el miedo es intenso el niño puede ser honestamente
incapaz de explicar sus emociones en ninguna forma que parezca
racional.
Lo que los niños temen más es la pérdida de sus padres y el ser aban-
donados ya que dependen de ellos para sus cuidados, seguridad, cari-
ño y aun para su alimentación. En un evento catastrófico, al niño que
generalmente se muestra competente y valeroso puede reaccionar con
temor y angustia cuando el acontecimiento amenaza a la familia. Y
como los adultos -como cosa normal y natural- también reaccionan con
temor ante las catástrofes, el niño se aterroriza al sentir los temores
de sus padres como prueba de que el peligro es verdadero. Como el

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niño tiene menos experiencia en diferenciar una amenaza real de la, que
no lo es, puede llegar, en las circunstancias que nos ocupan, a estar
invadido de temores sin base real. Es importante para los padres tomar
nota de que una amenaza imaginaria puede llegar a sentirse tan real y
amenazante como la que se califique de peligro de verdad.
También hay otras circunstancias en las que el niño tiene experien-
cias similares por ejemplo. Cuando los padres se separan o se divor-
cian, o cuando el niño tiene que hospitalizarse o cuando haya una muer-
te en la familia. Todos los padres reconocen y tratan de encarar
estos temores que les son más familiares.
En los desastres naturales, como los incendios, inundaciones,
tornados o terremotos, a lo que primero se presta atención es a la
seguridad física. Y así debe ser. Sin embargo, pasado el peligro y una
vez que los padres sienten que nada serio ha pasado a los
miembros de la familia, ellos tienden a ignorar las necesidades
emocionales de los niños. Suelen más bien sorprenderse de la
persistencia de los temores infantiles cuando el niño no ha sufrido
ningún daño físico, y llegan aún a sentirse resentidos con el niño
temeroso, si el comportamiento del mismo desarregla la rutina familiar
o interfiere en ella.
Se debe reconocer que el niño que siente temor, lo siente de verdad.
No se trata de que el niño esté procurando hacer difícil la vida de sus
padres, ni la suya propia. Su miedo lo perturba y no hay otra cosa que le
gustaría más que deshacerse de él. Si siente que sus padres no com-
prenden su miedo el niño se avergüenza se siente rechazado y sin el
cariño de sus padres. En consecuencia aún más atemorizado.
El primer paso que los padres deben dar es el de comprender la
clase de temor y angustia que el niño experimenta.
La comprensión y la ayuda de los padres pueden reducir la gravedad
de los temores de los niños, y prevenir el desarrollo de problemas más
serios. Esta comprensión y ayuda no son para los padres ningún nuevo
papel, ya que ellos en forma rutinaria y efectiva ayudan a sus hijos a
batallar contra los temores que, día a día, encaran ante las más variadas
situaciones. A pesar de ello, cuando se presenta una situación insólita,
algunos padres ven menguada su propia habilidad para dar aliento al
menor, sobre todo si ellos mismos también se encuentran asustados.
Así, el niño sufre mayor temor y angustia al verse repentinamente
imposibilitado de recurrir a los adultos en busca de seguridad.
3. Consejo a los padres
¿Qué pueden hacer los padres para ayudar a sus niños?
Es de suma importancia que la familia se mantenga unida.
Mantenerse unidos a su familia infunde confianza inmediata a los
niños. El temor de ser abandonados o de no ser protegidos se alivia

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inmediatamente. Por ejemplo, los padres no deben después de una ca-
tástrofe, dejar a los niños en un lugar “seguro”, mientras ellos se van a
otro lado a inspeccionar posibles daños. Nunca deben desamparar al
niño en un centro de evacuación, mientras ellos regresan al área dañada.
La madre no debe dejar atrás al niño cuando va de compras, sino llevarlo
con ella. Si al niño no se le da la oportunidad de desarrollar el temor del
abandono muy probablemente no adquirirá la costumbre de apegarse a
sus padres.
El niño necesita de la seguridad que proviene tanto de las palabras
como de las acciones de sus padres.
“Estamos todos juntos y nada nos ha pasado”. “No tienes que preo-
cuparte nosotros velamos por ti”.
En realidad los padres también tienen temor, pero ellos poseen la
madurez para hacer frente a la tensión a la que están sometidos. El niño
se siente más seguro y en confianza si se le demuestra aparentemente \&
fortaleza paternal-, pero no se le hará ningún daño con decirle que ellos
también tienen miedo. En realidad, lo mejor es traducir los sentimientos
en palabras. Tal participación inducirá al niño a hablar de sus temores.
La comunicación es lo que más ayuda a reducir la angustia del niño; y de
paso, también la del adulto. Puede ser entonces que el niño llegue a
expresar algunos temores irreales. Esto permitirá á los padres tener la
oportunidad de conversar sobre ellos, de explorarlos y de dar a los niños
seguridad y consuelo.
Padres:
Escuchen lo que los niños les dicen acerca de sus temores.
Escuchen lo que les dicen con respecto a sus sentimientos, a lo que
piensan sobre lo que ha ocurrido.
Den explicaciones en la mejor forma que puedan con respecto al
evento desastroso que provocó el miedo: explíquenles los hechos
conocidos sobre el sismo, y vuelvan a prestar atención a lo que los
niños digan ahora.
El niño puede expresar sus temores por el juego o por sus actos. Si
estos pierden contacto con la realidad, aliente al niño y explíquele lo
sucedido. Pueda ser que tenga que repetir lo mismo muchas veces. No
deje de volver a explicar sólo porque ya le había dicho lo mismo en una
ocasión anterior.
Padres: Animen a los niños a que hablen
El niño callado necesita que se le anime a hablar. Es posible que los
padres se sientan frustrados porque tiene dificultad al expresarse. Pue-
de ayudar el que se incluye a otros miembros de la familia, a los veci-
nos y sus hijos. En pláticas acerca de sus reacciones al acontecimiento.

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Es necesario que se provea una atmósfera de adaptación donde el niño
se sienta libre de poder hablar de sus temores (ya sea en la casa o en la
escuela). Con frecuencia los adultos no están dispuestos a exhortar al
niño a hablar y creen que el hacerlo lo empeorará. Además, puede que
los padres se sientan incapacitados para dar real sentido de seguridad al
niño, en cuyo caso quizá temen hacerle más daño con las continuas
charlas. Expresiones como “yo sé que tienes miedo” o “Yo tengo
miedo”, ayudan mucho, y deben usarse. El que a uno se le diga que es
natural y normal tener miedo, también es alentador.
No es necesario que los temores del niño desorganicen
completamente sus actividades ni las de su familia.
Está por demás decir que después de un desastre habrá
preocupaciones y cosas importantes que atender, por ejemplo
considerar el daño causado, recoger vidrios rotos y muebles caídos. El
niño es capaz de esta clase de actividades y debe incluirse en ellas. De
hecho, al incluirlo con los padres en tales actividades le da confianza.
Es alentador para él volver a poner la casa en orden, a restablecer la
vieja rutina; tener la comida preparada; los platos lavados las camas
tendidas; los amiguitos que lo visitan en casa. La tarea es más difícil
para los padres de niños muy tiernos que pueden requerir más cuidado
personal. Esto dificulta la atención que los padres pueden dar a otros
asuntos que la requieran. Por desgracia no hay atajo que acorte el
camino, y si no se llenan las necesidades del niño, las dificultades
persistirán por un período más largo.

4. El retorno al sosiego
Cuando las cosas empiecen a calmarse, después que ha pasado la
agitación de los hechos, puede que haya cierto grado de letargo tanto en
los padres como en los niños. Es de suma importancia que aquéllos
hagan un esfuerzo intencional para evitar esta inactividad y retornar a
la rutina diaria.
Los padres deben demostrar al niño que ellos están manteniendo el
debido control y mostrarse comprensivos pero firmes, al mismo tiem-
po que dan su apoyo al niño y toman por él las decisiones necesarias.
Después los padres pueden hacerse más tolerantes, en forma apro-
piada, pero siempre manteniendo la disciplina. Si la familia fue eva-
cuada habrá una demora en el retorno a la normalidad. Las actividades
bien organizadas en tales centros de evacuación mejorarán la moral de
todos los residentes y prevendrán la inmovilización de los recursos
internos del niño.

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5. Problemas de la hora de acostarse
Los problemas sobre los que se ha informado más frecuentemente
son aquellos que los padres tienen que encarar con sus hijos a la hora de
acostarse.
El niño puede rehusar ir a su dormitorio para dormir solo.
Si se acuesta, puede ser que tenga dificultad para conciliar el
sueño. El niño puede despertarse frecuentemente durante la noche:
puede tener pesadillas.
Los padres preguntan entonces si deben de efectuar algunos cam-
bios. Pueden permitirle dormir en la cama con ellos, o en su dormitorio
¿O en la cama de otro niño? ¿O debe el padre o la madre dormir en el
dormitorio del niño? En todo esto es necesario volverse un tanto
flexible. Se puede posponer un poco la hora de acostarse cuando el niño
está más angustiado, o desea hablar un poco más. Pero se debe imponer
un límite.
Es natural que el niño desee estar cerca de sus padres, y el que los
padres quieran tenerlo cerca.
Los niños que son más temerosos que otros se les puede permitir
permanecer con otro, o dormir en otra cama o colchón en el dormitorio
de los padres. A otro niño le será suficiente que a la hora de acostarse
sus padres pasen un rato más con él, inspirándole confianza. De todos
modos, estos arreglos deben dar su curso al retorno a la normalidad en
pocos días. Los padres y los niños deben convenir de mutuo acuerdo
sobre el día del retorno del niño a su cama (lo ideal es que no tarde más
de tres o cuatro días), y esta decisión debe de cumplirse, es muy
importante para la independencia del niño que el padre y a la madre
sean firmes en su cometido.
Los padres deben también darse cuenta de sus propios temores e
incertidumbres y del efecto que éstas puedan tener en el niño.
Si los padres tienen dudas sobre si “¿estará el niño seguro alla” en-
tonces ellos contribuyen a prolongar los temores y la inhabilidad del
niño a volver a su cuarto. Dar al niño seguridad con firmeza constituye
un proceder efectivo. Pero al enojarse, castigar, azotar o gritar al niño
raramente serán de beneficio. Si el pequeño sale de su cuarto, tenga
calma para hacerlo volver a él, y asegúrele que se mantendrá a su lado.
Puede ayudar el que se deje un foco pequeño en la recámara del niño, o
en el corredor, y dejar la puerta semiabierta. Si se pasa más tiempo con
el niño durante el día, esto le hará sentirse más seguro durante la noche.

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