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Posteriormente
hace
su
aparición
las
formas
escénicas
y
técnicas
que
se
conocen
como
danza
moderna,
que
si
bien
aparecen
en
Estados
Unidos
y
Europa
como
un
movimiento
de
oposición,
siguen
orientados
bajo
los
mismos
parámetros
de
la
tradición
clasicista
(la
representación
y
el
virtuosismo
corporal),
con
alguna
variación
significativa
de
marcada
índole
romántica:
la
de
encontrar
en
la
emoción
el
punto
de
partida
para
la
generación
de
movimiento.
Así
pues
la
danza
se
utiliza
como
medio
para
representar
los
sentimientos,
como
medio
para
la
exploración
de
la
propia
alma.
Esta
tendencia
a
utilizar
la
representación
como
estrategia
creativa
y
organizativa
del
material
de
movimiento
para
la
puesta
en
escena,
configura
un
lugar
de
creación
que
privilegia
los
significados:
ese
mensaje,
eso
que
quiero
decir
debe
ser
claramente
enviado,
y
claramente
entendido,
comprendido,
de
la
misma
manera
que
en
la
teoría
básica
de
la
comunicación,
emisor,
receptor,
mensaje.
Es
una
operación
racional,
donde
el
mensaje
está
definido,
donde
se
fija
el
sentido
de
la
obra
para
que
el
espectador
lo
entienda.
Donde
la
obra
representa
a
través
del
movimiento
un
“algo”
y
con
esto
me
refiero
al
mensaje,
distinto
a
él,
y
que
resultan
ser,
movimiento
y
lenguaje,
de
naturalezas
diferentes.
Esto
implica
por
un
lado
una
actitud
pasiva
por
parte
del
espectador
y
un
alejamiento
entre
éste
y
la
obra.
Actitud
pasiva
ya
que,
sentado
cómodamente
en
su
silla,
el
espectador
asiste
a
una
obra
para
entender
algo,
para
recibir
claramente
un
mensaje
que
el
director
ha
representado
con
movimiento,
y
que
trata
de
llegar
lo
más
fiel
posible.
Si
el
espectador
entiende,
la
obra
se
salva,
de
lo
contrario
parece
que
algo
falló.
Esto
nos
dice
no
solo
que
la
obra
de
danza
desde
la
creación
está
fuertemente
influenciada
por
el
teatro
dramático,
sino
que
a
su
vez
el
espectador
asiste
a
las
obras
de
danza
de
la
misma
manera
que
asiste
a
las
obras
de
este
tipo
de
teatro,
buscando
una
trama,
descubriendo
sentidos
lógicos,
entendiendo
un
mensaje,
construyendo
una
historia
o
unos
episodios
que
se
desarrollan
lógicamente
o
por
medio
de
conexiones
causa-‐efecto.
Como
si
la
obra
de
danza
fuera,
dirigida
hacia
y
recibida
por,
la
cabeza
de
los
directamente
involucrados:
creadores
y
público.
A
su
vez
la
estrategia
representativa
genera
un
distanciamiento
entre
público
y
obra,
ya
que
el
espacio-‐tiempo
donde
se
sitúan
público
y
bailarines
no
es
el
mismo,
el
cuerpo
y
el
movimiento
están
ahí
porque
representan
algo
distinto
de
ellos,
algo
parecido
a
lo
que
sucede
con
los
personajes
de
una
obra
dramática
en
donde
se
crea
un
mundo
de
ficción
en
el
que
el
público
no
participa
sino
como
espectador.
Y
en
donde
el
cuerpo
en
movimiento
del
bailarín
se
convierte
en
un
contenedor
portador
de
significado
instrumentalizado
a
favor
de
lo
que
se
quiere
decir,
de
lo
que
se
quiere
representar,
separando
el
proceso
escénico
del
tiempo
vivido
por
el
público.
Hasta
aquí
he
intentado
señalar
algunas
de
las
características
propias
del
uso
de
la
representación
como
forma
imperante
de
acercarse
a
la
creación
escénica
en
danza
contemporánea.
¿Qué
hacer
al
respecto?
¿Qué
otras
alternativas
tenemos?
¿Puede
la
danza
contemporánea
proponer
espacios
frescos
que
posibiliten
la
creación
por
fuera
del
modelo
representativo
y
la
hegemonía
del
logos?
Yo
creo
que
sí.
Y
para
esto
utilizaré
lo
que
propone
Hans
Ties
Lehmann
cuando
habla
del
teatro
posdramático.
Él
propone
un
cambio
entre
el
representar
por
el
de
presentar,
y
me
parecen
muy
útiles
y
pertinentes
sus
reflexiones,
ya
que
creo
que
abren
un
espacio
de
investigación-‐creación
que
redimensionarían
las
posibilidades
de
la
obra
de
arte
escénica.
Veamos
en
qué
puede
consistir
esto.
La
intención
de
la
pieza
será
producir
un
encuentro
con
el
público
en
donde
la
puesta
en
escena
se
quede
en
el
terreno
de
lo
posible,
de
lo
incierto,
de
lo
multívoco.
Que
invite
al
espectador
a
compartir
algo
inacabado.
Es
decir
que
podrá
dejar
de
un
lado
la
lógica
y
la
significación.
El
sentido
lo
dará
el
propio
acontecer
de
la
obra
y
lo
que
el
espectador
complete
de
éste
para
sí.
Cada
obra
contará,
por
así
decirlo,
con
una
serie
de
reglas
de
juego
propias,
que
inviten
al
espectador
a
compartir
el
mismo
espacio
tiempo
del
bailarín,
acercándolos
por
medio
de
la
experiencia
compartida
y
encontrando
en
ésta
el
contagio
necesario
que
dará
sentidos
a
la
obra.
La
obra
será
su
propio
sentido,
y
será
mucho
más
que
una
herramienta
o
el
tránsito
para
una
ulterior
producción
de
sentido
mediante
mecanismos
de
síntesis
o
de
condensación.
Los
diferentes
cuadros
serán
puestos
sobre
el
escenario
como
objetos
sobre
una
mesa,
a
la
manera
de
un
inventario
de
acciones
que
se
desarrollarán
de
manera
independiente.
La
malla
que
se
utilizará
para
ponerlos
en
relación
tiene,
por
así
decirlo,
un
ojo
en
todo
caso
más
grande
que
el
que
nos
ofrece
una
malla
tipo
relato,
donde
cada
objeto
tiene
un
lugar
justo
y
pareciesen
amarrados
unos
a
otros
para
producir
un
sentido
estable,
preciso
e
intencionado.
La
ausencia
de
una
malla
discursiva
que
agrupe
los
distintos
elementos
abrirá
las
posibilidades
de
que
el
espectador
pueda
unir
o
agrupar
a
su
antojo
los
diferentes
elementos
y
buscar
o
no
una
coherencia
de
sentido
entre
ellos.
Es
decir
no
se
pretende
estabilizar
el
sentido
de
la
obra
de
antemano.
El
público
tiene
el
poder
de
completar
la
obra,
de
llenar
con
diversos
significados
los
huecos
que
está
deje
en
el
espacio
escénico
a
través
de
las
acciones
que
el
cuerpo
realice.
Este
cambio
de
paradigma
que
propone
el
paso
de
la
representación
a
la
presentación,
necesariamente
hará
que
la
danza
se
contamine,
en
el
mejor
de
los
sentidos,
de
una
performancia
viva
y
presente,
y
permitirá
que
el
movimiento
o
las
acciones
que
realice
el
bailarín
ya
no
se
inclinarán
hacia
procedimientos
miméticos
o
ilustrativos,
sino
que
se
le
dará
importancia
al
cuerpo
del
artista
en
su
propia
materialidad
carente
de
ficción,
se
le
dará
preponderancia
a
la
presencia
física
del
bailarín,
el
cual
ya
buscará
no
la
transformación
de
una
realidad
lejana
en
tiempo
y
espacio
sino
que
buscara
una
auto
transformación
durante
el
desarrollo
de
su
propia
fisicalidad
y
donde
el
sudor,
el
cansancio,
la
propia
acción
y
el
manejo
del
tiempo
y
el
espacio
constituirán
puntos
de
fuga
para
que
el
publico
encuentre
su
propia
manera
de
visitar
la
pieza,
de
dejarse
atravesar
por
ella,
de
contaminarse
de
nuevas
sensaciones
o
de
elaborar
interpretaciones
múltiples
y
cambiantes.