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INVITADO
Fragmentos para una historia
de los Siona y de los Tukano
Occidentales
Augusto Javier Gómez López
ajgomezl@unal.edu.co
Profesor Asociado
Departamento de Antropología
Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá
Abstract
Franciscans and Jesuits started their missionary labor during early XVII century, long
time after the ephemeral and febrile dream to look for El Dorado wanted to build
«cities» like Sevilla del Oro and the old Ágreda (Mocoa) into the forest vastness. In 1740,
thanks to missionary labor was more evident forest vastness for the descriptions and the
maps made to Priest Juan Magnín. This paper starts from that point to show to the
reader a history of Siona and Western Tukano from Colonial times to the first half of
the XX century, by using writings and cartography works done by missionaries, along
Recibido:
20/11/2005
with ethnographic works made by social scientists during the decade of 1940. Those
En revisión desde: documents shows how forest resources exploitation systems it has contributed to slavery
25/11/2005 and destruction of indigenous groups, establishing particular systems like placing them
Aceptado para publicación: into debt. Such systems have also threatened the last indigenous populations that still
12/04/2006 survive in Colombia.
ue* necesario que transcurriera cerca de un siglo, desde que se inicia-
Revista Inversa
misionero por largos años en Maynas, que se fue haciendo más evidente esa vastedad
de la geografía amazónica y la diversidad cultural de sus «naciones y parcialidades»,
lo mismo que la variedad y particularidad de sus lenguas, oficios, galas, costumbres,
«mojigangas» y «supersticiones».
Gracias al trabajo cartográfico y descriptivo elaborado por el Padre Magnín,
sabemos que, además de las «naciones» y «parcialidades» que existían entre el Napo
y el Putumayo («Payahuas, Iquiabatas, Sucumbíos, Uecuaris, Encabellados,
Yunguinguis, Rumos, Yetes, Guacas, Ceños, Recobas, Chutias, Yarasunos de
Archidona, Tenas, Napos Canelos Chitos y los de Ávila»), entre el Caquetá y el
Putumayo estaba la Nación de los Seones que «son Charuayes, Andaquíes, 81
Macaguajes, Urinus, Curiguajes, Sensaguajes, Ocoguajes, con otras Naciones de
Tamas, Murciélagos y Arionas» (Magnín, 1740 [1955]: 97-98).
Los «Senones del Caquetá», descritos por el mismo misionero Magnín, fueron
reconocidos por su costumbre de «desfigurarse» de forma particular, «[...] poniéndose
un palo labrado con plumas hermosísimas, delgado, de media vara de largo, y sus
«tierra adentro» y poblados en las márgenes del Putumayo), San Bernardino de los
Penes y San Francisco de Piácomos, todos fundados en el transcurso del año de 1693.
En el transcurso del año de 1694 «se dieron de paz» y fueron incorporados por los
82 mismos misioneros franciscanos los Neguas, «que asisten la tierra adentro»; los Caquís,
«que estos últimos pertenecen al río contrapuesto que llaman Caquetá o Mocoa, por
estar más vecinos a él. También se hicieron de paz este mismo año los Coreguages, que
asisten a las vegas de este mismo río Caquetá [...] También se han dado de paz la
Provincia de los Senseguages, Yamués que asisten en este mismo río de Putumayo
hacia su desemboque y otras infinitas Provincias de que tengo noticia». En el año de
Augusto Javier Gómez López
1695 «se dieron de paz» los Puníes «y otros muchísimos de los Ycaguates y Encabellados,
que asisten la tierra adentro y también están pacíficos los Roenes de esta misma nación»
(Céspedes, 1696: folios 2(v)-5(r)).
El mismo misionero Fray Diego de Céspedes, «Presidente de las Misiones
Franciscanas» y fundador de muchos de los «pueblos de indios» en los ríos San Miguel
y Putumayo a finales del siglo XVII, describió «las costumbres» de los habitantes nativos:
Revista Inversa
que así se llama el vino de éstos» (Céspedes Op. Cit. Folios 7 y 8).
Todavía a comienzos del siglo XVII, algunos expedicionarios insistían en la
búsqueda de El Dorado, pero ya por entonces los Franciscanos, desde su Convento
Máximo de San Pablo de Quito habían enviado en el mes de agosto de 1632 los
primeros cinco misioneros cuyo destino fue Sucumbíos y el Putumayo (Alacano,
1739). Desde entonces, los Franciscanos adelantaron otras expediciones a la
«Provincia de los Tupinambaes y Besabas», a «San Pedro de Alcántara de los
Cofanes», a la «dilatadísima Provincia de los indios Encabellados», pero los
alzamientos y ataques que sufrieron de los indios, en los años de 1634 y 1636,
echaron a perder los adelantos de las primeras reducciones. No obstante, en la 83
década de 1690, cuando habían logrado las primeras «pacificaciones» de indios:
«[...] en la rica cuanto dilatada Provincia de Mocoa que baña el río del gran Caquetá»
(Alacano, Op. Cit.), en el año de 1695, los Tamas: «indios piratas de una de las
Provincias del Gran Caquetá» (también «llamados Payugages»), incursionaron en
las riberas del Putumayo dando muerte a dos religiosos Franciscanos (Fray Juan
Años atrás, las otras fundaciones misioneras en la región habían corrido una
suerte muy similar a la del pueblo del Caguán: en Santa María de Mecaya, tres veces
reestablecido con distintas naciones indígenas y otras tantas destruido, los «neófitos»
dieron muerte a su misionero, Fray José Joaquín Arango, en 1783; en el pueblo del
Pescado de Andaquíes, éstos atacaron a su misionero, Fray Ramón Ortíz quien,
herido, debió refugiarse en el Pueblo de La Escala. Más tarde, el padre Fray Gerónimo
Matanza, se hizo cargo de recoger a estos indios, los cuales estableció en La Bodoquera,
que fue abandonado «enteramente» por los nativos, como poco después sucedió con
los de Bodoquerita; el Pueblo de Los Canelos, también de Andaquíes, en el río de la
Hacha, su misionero, Fray Juan Ortega, tuvo que huir para conservar su vida y poco
después Fray José Iglesias se encargó de recoger en Los Canelos a los mismos indios
dispersos, de donde se fugaron en el año de 1788; en cuanto al Pueblo de Paycuntí,
en el año de 1789 se fugó la mayor parte de los indios que lo componían y en el año
de 1790 envenenaron a su misionero, Manuel Hermosilla (Ibañez, Op. Cit.).
Finalizando el siglo XVIII, entonces, los indios del «Gran Caquetá» habían retornado
a su «gentilidad y salvajismo» y los pueblos misioneros estaban «reducidos a cenizas»:
«De lo dicho, Excelentísimo Señor, claramente se viene en conocimiento que, aunque a principios
del año de 90 existían 8 pueblos, cuando salieron los Padres por el mes de noviembre de dicho
año sólo quedaban tres, San Antonio, Puycuntí y Solano, que, con el de La Escala son cuatro
84
y otros tantos los destruidos: Bodoquerita, Canelos, Caguán y Ahumea y aunque ellos estaban
ya constituidos en la próxima e inmediata disposición de su ruina con eminente peligro de las
vidas de sus misioneros como exponen dichos padres en su ya citada representación. Efectivamente
el correo de 15 del pasado marzo recibí una carta que acompaño y presento a Vuestra Excelencia
de un misionero en que me participa la ruina del pueblo de Puycuntí reducido a cenizas por los
Augusto Javier Gómez López
mismos indios y la fuga y muertes de muchos de los de San Antonio. En esta inteligencia ignoro
si en la actualidad aún exista algún pueblo a más de La Escala» (Ibañez, Ibíd.).
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Coca, en la segunda mitad del siglo XVIII, atribuye, precisamente, esa decadencia a
la «saca» de indios y al traslado de éstos hacia otras regiones distantes, en calidad de
esclavos:
«La falta de cooperación de la autoridad civil fue una de esas causas; pues, el Gobernador de
Popayán dio amplia licencia a un favorecido suyo para que sacara cuantos indios pudiera de
los pueblos de las misiones y los llevara a Barbacoas, para ocuparlos allí en el laboreo de las
minas de oro. Los indios huían de los pueblos, a fin de no ser arrancados de sus bosques nativos
y trasladados por la fuerza a las costas enfermizas del Pacífico» (González, 1970: 119).
85
Introdújose también otra costumbre no menos inmoral y funesta para el
adelantamiento de las misiones, y fue la de comprar muchachos para sacarlos afuera,
a las poblaciones de la sierra, y emplearlos como esclavos en el servicio doméstico;
una hacha, un machete, unos cuantos abalorios se daban por un muchacho y de esa
manera se hacía odiosa la predicación de la religión cristiana, la cual a los ojos de los
«Para ganarlos no se sirven de razones o argumentos, que de eso no entienden; sino de dádivas
y agasajos; hachas, cuchillos, agujas, herramientas son las más convenientes razones; que 3
Esto puede verse particularmente
como en sus rincones no tienen nada de eso, sirviéndose sólo de hachas de piedra, colmillos de en el Archivo Central del Cauca,
en las signaturas relacionadas con
animales, huesos y del fuego, para cortar palos y labrar sus canoas, reconociendo en la herramienta «Franciscanos» y «Caquetá», de los
tan grande ventaja, se mueren por recibir alguna dádiva de esas, dando aun sus propios hijos Fondos Coloniales.
por una hacha, que eso vale una china, si su padre no quisiere venir al pueblo; y siendo los
hurtos entre ellos casi incógnitos, por la herramienta se hacen varios, robando y matando a
sus vecinos para quitársela; que en eso sólo tienen puesta su codicia [...] siendo éstos [los
Mayorunas] los más inconstantes en las Reducciones; como lo son los Payahues en sus
resoluciones, quienes a cada rato salen y a cada rato se retiran; empiezan su pueblo con
fervor, y de repente lo dejan; mientras no hubieren herramientas, constantes; al recibir el
Fragmentos para una historia de los Siona ... Pp. 80-107.
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epidemias que nuevamente ocasionaron el derrumbe físico de muchos de los grupos
nativos.
Gracias al mapa que fuera levantado por Francisco A. Bissau y Rafael Reyes, bajo
el título «Mapa del Río Putumayo o Ica» del año de 1877, es posible advertir la
existencia, en la época, de los «Indios San Miguel», «indios Picudos», «indios
Montepas», «indios Macaguages», «indios Beneció», lo mismo que poblaciones
indígenas como Yosotoaró, Cuembí, Montepa y Abacunte, en el río Putumayo y en
algunos de sus afluentes de la parte alta del curso del mismo río. De igual manera, el
mapa en referencia nos permite reconocer la existencia de establecimientos bajo
nombres nuevos como Cantinera y Duitama, donde presumiblemente habitaban y
87
laboraban individuos y familias indígenas, acopiando y transportando quinas, o
cortando y alistando leña para los vapores, al servicio de la Casa Elías Reyes y
Hermanos o Compañía del Caquetá.
De acuerdo con Rafael Reyes4, desde el puerto de La Sofía y el territorio «habitado
por los salvajes nómadas y antropófagos, en una extensión de unos doscientos
describiera Rafael Reyes. Debe comprenderse que ese tráfico estaba ya relacionado
con el auge cauchero, pues en la Amazonía brasilera y peruana, se había iniciado
la extracción de gomas, actividad para la cual se requirió crecientemente de mano
de obra. Así mismo, durante el auge de la quina y del caucho, el «endeude» y el
tráfico que «patrones» y empresarios peruanos, colombianos y ecuatorianos
ejercieron sobre los pobladores nativos del Napo, del Coca, del Aguarico, del
Putumayo, propiciaron una profunda destrucción de muchos de los grupos nativos
que fueron «conquistados», reducidos y/u obligados a participar como mano de
obra. Los efectos causados por las enfermedades y epidemias que azotaron, en
tiempos de las quinas y de las caucherías, a las poblaciones indígenas del alto
Putumayo los hemos analizado y descrito en otro de nuestros trabajos6. Téngase
5
Véase el trabajo: «Los Quijos. en cuenta, además, que los efectos del endeude y de la esclavitud, relacionados
Historia de la transculturación de
un grupo indígena en el Oriente con las caucherías y con la extracción de otros productos silvestres de la fauna y de
Ecuatoriano» (1980). la flora, continuaron allí, en las primeras décadas del siglo XX, cuando ya otros
procesos como los de la colonización, habían empezado, también, a transformar y,
6
Véase GÓMEZ LÓPEZ,
AUGUSTO JAVIER, HUGO
a «borrar» las territorialidades de los grupos indígenas sobrevivientes.
ARMANDO SOTOMAYOR Trascurrido el auge quinero e iniciado el auge cauchero, tenemos noticias de
TRIBÍN Y ANA LESMES PATIÑO. primera mano acerca de los pueblos, caseríos y grupos indígenas existentes en el
2000. Amazonía colombiana: Putumayo, de sus características, de sus actividades económicas, de sus tratos y
enfermedades y epidemias. Un
estudio de bioantropología histórica. contratos y, en fin, de la situación de dichos grupos a comienzos de la década de
Bogotá: Ministerio de Cultura. 1890, años antes del ingreso de las misiones capuchinas. Por tratarse de un
«Informe» del Prefecto Provincial del Caquetá, de suyo original, producto de los
«muchos años de viaje por estas comarcas», lo hemos trascrito e incluido al final de
este texto7.
Recurriendo, nuevamente, a la documentación histórica cartográfica, por el
importante mapa que fuera elaborado por los misioneros capuchinos en las primeras
décadas del siglo XX, sabemos con precisión de la existencia de varios de los
asentamientos Siona: en Orito, Cuembí, Comandante Playa, Buenavista, Montepa
y Concepción. De igual manera, sabemos de los asentamientos de Makaguajes y
Coreguajes en Piñuña Negro. Se trata de un documento de gran valor para el
conocimiento de la geografía y de las territorialidades étnicas, si se tiene en cuenta
que fue elaborado con base en los viajes y visitas adelantados por los misioneros
mismos, encargados desde finales del siglo XIX y hasta bien avanzado el siglo XX,
de la evangelización y «civilización» de los indios en esa amplia porción de nuestra
Amazonía.
Misioneros, antropólogos y otros especialistas, como el mismo Padre Marcelino
de Castellví, han coincidido en clasificar a los Siona y otros grupos como Tukanos
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y más específicamente como Tukano Occidentales. Siguiendo la clasificación de
las lenguas indígenas elaborada por Castellví en el año de 1950, en la «Comisaría
Especial del Putumayo» hacían parte de los «Tukano del Grupo Occidental», los
Siona, Makaguaje, los Eno o Ankotere (Piojé), los Tetete, los Tama y los Koreguaje,
los que en conjunto sumaban en total, por entonces, 348 habitantes (Centro de
Investigaciones Lingüísticas y Etnográficas de la Amazonía, 1962: 236-237).
Fray Plácido de Calella, misionero capuchino, quien elaboró en la primera
mitad del siglo XX uno de los textos más importantes acerca de los Sionas, afirma
que éstos, desde mucho tiempo atrás, han considerado «la región del río Putumayo,
desde la desembocadura del río Guineo hasta Caucayá» (hoy Puerto Leguízamo)
89
como su territorio, habiéndose dispersado en el pasado algunos de ellos hacia el
Napo. El mismo misionero comenta que, antiguamente, los Sionas fueron llamados
como «dañaguaje, de dañá (cabello)», lo cual, efectivamente, debió estar relacionado
con la vieja designación de «Encabellados» que los mismos misioneros emplearon
desde el siglo XVII para designarlos. El mencionado misionero comentó, también,
«El Siona pertenece a la familia Tukano. Los Siona son parientes, con parentesco etnográfico
y lingüístico, de los Koreguajes (de Koré, garrapata), Makaguajes (de maká, bosque), Tamas
y Ankotéres (enos), del grupo occidental; y de los Makunas, Yahunas, Yupúas y Tanimukas,
del grupo oriental. Todos éstos son del Vicariato Apostólico del Caquetá. También son
parientes de los Tetetes, que viven en el Ecuador, probablemente en alguno de los afluentes
del río Aguarico. Éstos se han hecho temibles por su ferocidad. Los indios Sionas los llaman
uitití (chonta pintada), airú-paí (gente del bosque) y aukas (salvajes). Un indio Siona de los
principales me dijo que el nombre propio de los Tetetes es eteteguaje, de la palabra eteté,
pájaro negro que anda por el río, o como dicen otros, de kiriteté» (Calella de, 1940-1941:
737).
Desde una perspectiva más amplia, y más allá de los límites político-
internacionales, otra importante porción de grupos «Tukano Occidentales» han
construido sus territorialidades secularmente en las selvas del noroeste ecuatoriano
y en áreas que a lo largo del siglo XX, han sido motivo de disputa entre Ecuador y
Perú en la Amazonia. No puede olvidarse que estos grupos, como en el caso
colombiano, han tenido una larga historia de peregrinaciones desde el siglo XVI 7
Véase «Informe del Señor Prefecto
en virtud de las presiones que desde entonces han ejercido las expediciones de Provincial de Caquetá» adjunto a
conquista, los encomenderos, los expedicionarios buscadores de oro, los este artículo.
Fragmentos para una historia de los Siona ... Pp. 80-107.
90
Augusto Javier Gómez López
Palmeras del Ecuador que poseen enormes extensiones de cultivos» (Consejo Nacional de
Coordinación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador, 1985: 7)8.
«Es sabido que estos indios: Sionas, Macaguajes, Coreguajes, Tamas, y en general los que
hablan la lengua Siona, muy a menudo, casi siempre que muere algún cacique o indio notable
de la tribu, cambian el lugar de su residencia, abandonando pueblo y sementeras para hacerlo
todo nuevamente; sólo aprovechan la paja de las casas, si está en buen estado. Los frutos de las
sementeras los van a recoger en parte, sobre todo cuando sufren hambre, pero muchos se
pierden. Esto explica el porqué el viajero que vuelve a pasar por estos lugares, después de largo
espacio de tiempo, encuentra los mismos pueblos y habitantes en distinto sitio. Esta costumbre
indígena hace comprender también porqué los mapas demográficos de la región sufren constantes
variaciones, aunque no se funden pueblos con distinto nombre» (Gaspar de Pinell, Op. Cit.
Pág. 19-20).
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el mismo», habrían hecho parte del antiguo pueblo misionero de La Concepción y
se internaron en las selvas durante el primer ciclo del auge cauchero, no precisamente
porque desconocieran la llamada «civilización» sino, por el contrario, porque sufrieron
sus consecuencias:
«Son unas ciento cincuenta familias, según datos allegados y que me han proporcionado blancos
e indios, que en sus correrías los han hallado entre el Putumayo y San Miguel, si bien en
diferentes puntos cada vez. No son bravos, pero los han hecho bravos los caucheros, queriéndolos
conquistar, como ellos dicen. Sé por boca de algunos testigos oculares que cuando ven una
escopeta no hay quien los detenga en la fuga, y es porque dos o tres veces han sido asaltados y
93
han visto sucumbir a fuerza de balazos a muchos de sus compañeros» (Gaspar de Pinell, Ibíd.
Pág. 30-31).
El Padre Calella que, en calidad de misionero permaneció entre los indios del
Putumayo, señaló a finales de la década de 1930 que por entonces existían en el
«La disminución de la población indígena Siona ha obedecido sin duda a las epidemias o
enfermedades que de vez en cuando se han presentado entre ellos y bajo las cuales han sucumbido
muchos. Al presentarse alguna enfermedad contagiosa fácilmente los indios se dispersan, y si
después vuelven a reunirse, ordinariamente es en un punto distinto del que antes habitaban.
Este es uno de los motivos, probablemente el principal, del traslado frecuente de un lugar a
otro. Otra de las razones de la disminución de la población indígena fueron las frecuentes
peleas entre los mismos indios, por causa principalmente de los brujos, como explican ahora, y
también con otras tribus con quienes se encontraban o de las cuales debían defenderse. En esas
peleas morían muchos» (Calella de, 1940: 739).
9
El trabajo referdio aquí es «La
De excepcional importancia analítica y testimonial resulta el trabajo realizado Colonización de la Comisaría del
por el investigador Milcíades Chaves9 quien, como miembro del Instituto Etnológico Putumayo. Un problema Etno-
Nacional, visitó el Putumayo a mediados de la década de 1940. Por entonces, los Económico-Geográfico de Importancia
Nacional» (1951).
movimientos de colonización iniciados a comienzos del siglo XX se estaban
extendiendo hacia las jurisdicciones de Mocoa, Villa Garzón, Puerto Limón y * Véase el pie de página numero 6.
Fragmentos para una historia de los Siona ... Pp. 80-107.
94
Puerto Asís, ejerciendo un creciente asedio sobre los indígenas y sus territorios.
Según Chaves, los Siona se hallaban localizados «[...] en la ribera de los ríos Orito-
Pungo y Putumayo, en los sitios denominados Orito, Nueva Granada y Bellavista»,
viviendo de «[...] la pesca, que es muy abundante, y la caza, bastante fácil en un
variado número de animales, lo mismo que las aves que dan un buen renglón para
surtir la alimentación. A esto se añade una agricultura que, aunque en menor escala,
completa su alimentación con yuca, ñame, maíz y frutas silvestres» (Chaves, 1945:
578).
Contrario a la imagen que se ha difundido, mucho antes de la llamada «Violencia»,
esos procesos de ocupación y de colonización se habían emprendido ya, de tal manera
que individuos y familias procedentes, especialmente, de Nariño y del Cauca estaban
descendiendo de la Cordillera, dando lugar a nuevos establecimientos rurales y
urbanos, generando una presión creciente sobre los territorios indígenas. Es preciso,
también, destacar aquí, que la imagen difundida en el curso de la segunda mitad del
siglo XX acerca del colono que fue ocupando las tierras del piedemonte amazónico
del Putumayo, como ocupante que, con hacha y machete tala el bosque y adecua
«tierras nuevas», no es del todo exacta. La documentación permite establecer, por el
contrario, que el destino inicial de los colonos fue, precisamente, el despojo y la
ocupación de las tierras ya cultas y cultivadas por los grupos y reductos de la población
indígena sobreviviente. Éstos fueron frecuentemente incorporados como mano de
obra «endeudada» y servil, como lo apreció desde entonces el mismo investigador
Milciades Chaves, mano de obra con base en la cual se fomentó la agricultura y la
ganadería en los que hasta entonces eran sus territorios; otros indígenas prefirieron
continuar su ya larga peregrinación, huyendo del contacto y de los abusos de los
colonos, de los misioneros, de los comerciantes y de los nuevos empresarios y
especuladores de tierra:
«Toda esta colonización, desde su primera entrada, encontró al elemento indígena perfectamente
adaptado al medio. En la Comisaría del Putumayo estaban asentados los grupos Ingano,
Siona y Kofán. En el choque de estas dos culturas y al contacto de los dos tipos de economía,
necesariamente tuvo que salir perdiendo el indígena: el colono, siguiendo un proceso lógico de
la vida económica, explotó a aquél, lo engañó de mil formas y lo hizo trabajar para sí. Éste,
para defenderse, no encontró otro camino que replegarse a las regiones donde el colono no
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había llegado, cediendo su posición y buscando otras regiones de menor valor económico»
(Chaves, Op. Cit. Pág. 587).
En los momentos actuales todos los indígenas comienzan a ponerse en contacto con los colonos
y por consiguiente a sufrir las consecuencias de su inferioridad cultural: son despojados de sus
cultivos y, lo que es peor, las enfermedades como la gripe, el tifo, fiebre amarilla y paludismo
diezman su población» (Chaves, Ibíd. Pág. 588).
muchas cosas estaban cambiando, de tal manera que fue surgiendo una resistencia
de los indios frente a la injerencia que por muchos años habían ejercido los
Capuchinos, como simultáneamente estaba sucediendo, por motivos en algo similares,
en el valle de Sibundoy. Como convencido evangélico, Francisco Payoguaje expresaba
que su religión «es bondad y amor, a diferencia de la que enseñan los curas que es de
temor a Dios y de engaño y explotación [...] Los curas son unos vividores que no
desaprovechan oportunidad para explotarnos a nosotros y no creemos en el gobierno
ni en los curas. El gobierno colombiano nos tiene abandonados, los que mandan la
política se acuerdan de nosotros cuando necesitan nuestros votos» (Osorio, Op. Cit.).11
A dos horas de Buenavista estaba otra concentración de indígenas Sionas, Piñuña
Blanco, «familiares casi todos de los de Buenavista», dedicados a la agricultura, quienes
«ante la influencia de los colonos ya usan tanto hombres como mujeres vestidos de
campesinos». A poca distancia de Piñuña Blanco, se hallaba otro caserío Siona, el de
Piñuña Negro. En Puerto Ospina, pequeña población y puerto naval de avanzada
sobre la margen colombiana, había una importante afluencia de indígenas Sionas,
Huitotos y Coreguajes: «en este sitio tiene su almacén el señor Londoño quien explota
a 80 familias de indios ecuatorianos que le traen sus mercancías como pieles, arroz,
y otros artículos agrícolas, oro, etc. Esta explotación está autorizada por un permiso
del Gobierno del Ecuador. A nosotros nos tocó presenciar la llegada de una familia
96 de indios que desnudos huían de su amo. Poco tiempo después llegó la policía
ecuatoriana en su busca, pues debían dinero a su patrón. Al explicarles que este
proceder atentaba contra elementales sentimientos humanitarios, los sabuesos
aceptaron las razones y respetaron el «asilo territorial». Allí desemboca en el Putumayo
el río San Miguel que sirve de límite con el Ecuador hasta Cuembí y es asiento de
numerosas tribus ecuatorianas, en estado salvaje, especialmente los temibles Tetetes»
Augusto Javier Gómez López
«[...] digamos la invasión de los territorios indígenas empezó por Orito-Pungo que fue con los
compañeros Sionas que vivieron ahí en esos lados, pues en ese entonces estaba poblado. Según
ellos dicen, que en ese entonces había por lo menos unos 3.000 indígenas ahí en Orito-Pungo
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y cuando fue llegando la compañía, pues la gente empezó a despoblar poco a poco y también
les afectaron muchas enfermedades desconocidas, dicen que especialmente la viruela. Entonces,
se despobló totalmente la comunidad y quedaron por los lados de Puerto Asís, abajo, Buena
Vista, la bocana de San Miguel. Anduvieron por muchos lados. En este momento no recuerdo
los sitios por donde ellos estuvieron, a donde se volaron, cuando empezó a dar la viruela, pero
fue con la llegada de los colonos [...] Y por último terminaron en Buena Vista, en Santa
Helena que es otra vereda, la vereda siguiente a Buena Vista. Y de ahí, después, fue que
empezó la desolación, la desolación de los Kofanes»12.
forestales y del oro, lo mismo que frente a los colonos. Desde el siglo XIX, con el
incremento de la demanda internacional de ciertas materias primas y con la navegación
a vapor, la capacidad de incursión a los bosques y a la «tierra firme» por parte de esos
traficantes, comerciantes y empresarios fue mayor y, ello posibilitó la llamada
«conquista de indios» con base en las incursiones armadas que reiteradamente
penetraban cada vez más en el interior de la selva con el fin de arrancar de sus
viviendas y de sus territorios a los grupos nativos allí todavía existentes y/o a los que
se habían internado huyendo de las epidemias y de los esclavizadores. Pero el
incontenible avance de la a sí misma llamada «civilización», ha venido alcanzando
indefectiblemente las últimas fronteras indígenas a lo largo del siglo XX, hasta el
presente, y esa «civilización» se ha servido de los más despiadados y espantosos medios
para mantener a los indios como mano de obra cautiva, para despojarlos o
sencillamente para desterrarlos.
Uno de los casos que caracteriza esa larga y compleja historia del «endeude», de la
esclavitud, del despojo y del destierro, asociada unas veces con los sistemas de
extracción de recursos de la selva, otras veces con el avance misionero, lo mismo que,
en ocasiones, con la exploración y explotación de recursos petroleros y con la
colonización, es el caso históricamente más reciente de los Secoya y su desplazamiento
del Ecuador hacia el Perú y de allí a Colombia13: en el segundo semestre del año de
1969, misioneros ecuatorianos fueron asesinados por los Secoyas, hecho éste que
98 tuvo gran resonancia en el Ecuador. Felipe Helsen, belga, residente en Iquitos,
propietario del hotel «Imperial Amazonas», y quien se proponía construir un albergue
para turistas cercano a los indios, viajó por el Napo hasta la frontera con el Ecuador
donde estableció relaciones con algunos Curacas de los Anguteros y Piojés, más
comúnmente «conocidos con el nombre genérico de Secoyas, que en Quechua
Augusto Javier Gómez López
significa salvaje [que] vive en una región que abarca las fronteras de Ecuador, Colombia
y Perú» (Arrieta, 1970).
Helsen recogió dos versiones acerca de las causas que motivaron a los indios a
asesinar a los misioneros ecuatorianos:
«Los Anguteros y Piojés no utilizan armas de fuego en la cacería y no gustan de que otros lo
hagan dentro de sus dominios porque ésto les ahuyenta la caza. Los misioneros católicos las
habrían utilizado contra toda advertencia.
Los Anguteros y Piojés acostumbran ofrecer a sus ocasionales visitantes, como demostración
máxima de hospitalidad, jóvenes vírgenes de la tribu con quienes el homenajeado debe convivir
durante todo el tiempo que permanezca con ellos. Los misioneros habrían rehusado aceptar tal
13
Los documentos de este caso presente irrogando con ello gran injuria a los Secoyas»14.
fueron extractados de los archivos
del Ministerio de Relaciones Cuando en Quito se conoció la noticia de la muerte de los misioneros, el gobierno
Exteriores que se encuentran en
el Archivo General de la Nación.
ecuatoriano «despachó una misión punitiva que obligó a los Anguteros y Piojés a
Para la referencia completa véase refugiarse en territorio peruano». Allí serían objeto, nuevamente, de persecución y
el pie de página 10. víctimas de las «operaciones de reblandecimiento» ordenadas por Oscar Peñafiel,
«amo y señor de vidas y haciendas»:
14
Aparte obtenido de Min.
Exteriores – No. 00029/18 – II-12-
70. Consulbia – Iquitos – Informe «En Monte Rico, fundo cercano al caserío de Santa María sobre el Napo, vive el ciudadano
sobre Actividades Generales. peruano OSCAR PEÑAFIEL, amo y señor de vidas y haciendas por todos esos contornos,
Revista Inversa
99
personaje que parece extraído de las páginas de La Vorágine y quien gracias a sus poderosas
influencias en Lima y en Iquitos goza de inmunidad y de impunidad. Oscar Peñafiel negocia
con todo lo que se puede extraer de las entrañas de la selva: caza, pesca, pieles, caucho, aceite
de palo de rosa, chicle, jebe, balata, maderas, etc. Para él trabajan como esclavos centenares de
indígenas a quienes tiene sometidos por el terror. Para doblegarlos, actúa directamente sobre los
Curacas o Caciques. Cuando no logra atraerlos con regalos, aguardiente o comilonas, pone en
práctica la «operación reblandecimiento»: incendio sistematizado de los cultivos de yuca y
plátanos; incendio de los tambos; flagelación de los indios más influyentes ante el Curaca;
atentados contra la vida de las mujeres e hijos del Curaca. Y si todo ese progresivo sistema de
reblandecimiento no produce sus resultados, apela al asesinato de los más allegados al Cacique
y al incendio masivo de tambos y cultivos hasta que el rebelde Curaca se somete y pone sus
subidos a disposición de Peñafiel.
Enterado éste de que los Anguteros y Piojés habían penetrado a territorio peruano huyendo de
la represión de las autoridades ecuatorianas, se apresuró a enviar mensajeros a los Curacas
para darles a conocer las condiciones en que les sería permitido vivir en sus nuevas tierras.
Acostumbrados estos indígenas a no tener más ley que la de su tribu, rechazaron las propuestas
y entonces Peñafiel les aplicó la «operación reblandecimiento». Perseguidos en el Ecuador y
perseguidos en el Perú, los Secoyas habrían traspasado la frontera y penetrado en territorio
Fragmentos para una historia de los Siona ... Pp. 80-107.
colombiano. Peñafiel, acostumbrado a hacerse obedecer, habría enviado emisarios y los habría
extraído a viva fuerza, repitiendo así la «hazaña» de la Casa Arana, a raíz del conflicto
colombo-peruano, cuando dos mil familias de las tribus de los Huitotos, Boras y Ocainas
fueron obligadas a dejar sus tierras y plantíos que tenían en la Sabana entre los ríos Putumayo
y Caquetá y a trasladarse en forma definitiva a la margen derecha del Putumayo, en territorio
peruano» (Min. Exteriores, Op. Cit.).
traída como nosotros desde las cabeceras de los ríos, viviendo como esclavos,
trabajando sólo para el patrón, engañados, explotados, sin poder regresar a sus tierras»
(Foletti-Castegnaro, 1985: 165-167).
Más allá de una coincidencia, los casos citados que involucran a los Peñafiel
ilustran la persistencia de los sistemas y «patrones» históricamente puestos en práctica
para la explotación de los recursos de la selva, con las obvias consecuencias de
esclavización y destrucción de los grupos indígenas. Los episodios más recientes
relacionados con la siembra, recolección y comercialización de la coca, no sólo
continúan reproduciendo el ya secular sistema del endeude, sino que, además,
amenazan con destruir los últimos reductos de población indígena y sus vínculos
comunitarios. Las acciones policivas y de control de los cultivos ilícitos, especialmente
en el Putumayo, han generado el desplazamiento de dichos cultivos, cada vez más,
hacia las áreas recónditas de la selva donde han alcanzado los territorios de los
indígenas sobrevivientes. La presencia y la actuación permanentes en las últimas
décadas de los grupos insurgentes, el incremento y fortalecimiento bélico y militar
de las Fuerzas Armadas del Estado y la actuación creciente de grupos paramilitares,
ha hecho más difícil la vida de los grupos humanos allí establecidos, configurándose
un «nuevo mapa» dibujado por los continuos desplazamientos, por el envenenamiento
de los territorios, por el terror, la muerte y la incertidumbre.
I N F O R M E15
Del Señor Prefecto Provincial del Caquetá
Revista Inversa
el mal por los conocimientos prácticos que he adquirido en muchos años que llevo
de viajar por estas comarcas tomando notas de todo.
Además me apoyo en datos de personas de buen crédito y que han pasado la
mayor parte de su vida en este país.
Empecé la visita por el río Putumayo, por tanto, trataré primeramente de él,
procurando guardar orden en los detalles, de acuerdo con la precitada Circular.
Antes de tratar de los ríos y de la inmensa hoya habitada por salvajes, hablaré
suscintamente de esta población, de tres que están en ese lado de la cordillera, que
son Santiago, San Andrés de Putumayo y Sibundoy. Existen también otras poblaciones
de aborígenes, blancos y mestizos, hacia el Noroeste que son Yunguillo, Descanse y
Santa Rosa. De paso me ocuparé en informar sobre las comarcas que bañan los ríos 101
San Miguel, Aguarico y el caudaloso Napo, porque poco conozco aquellos lugares,
pues solamente una vez surqué el Napo desde el Amazonas hasta su confluencia con
el Aguarico.
Mocoa es una población de blancos y aborígenes en número de unos 500.
vírgenes, llevan por delante una concha nacarada, la cual atan a la cintura
prendiéndola de los extremos con una palmicha; cuando ya han conocido varón,
dejan la concha y se cubren con cortezas.
Los Cionas son de los más numerosos y ocupan una gran extensión del río
Putumayo; se les encuentra en el Aguarico; tengo conocimiento exacto que hay
miles enselvados, formando así muchas agrupaciones o reducidas tribus, ligadas
entre sí por el idioma, y diseminadas por los odios y venganzas. Se extienden a los
Macaguajes; llámanse así 5 tribus que moran fijamente en una hermosa faja de
terreno entre el Putumayo y el Caquetá; se les encuentra también en éste último. De
manera, pues, que por la unidad del idioma, como porque hay de ellos muchos
catecúmenos, se hace por esa parte, fácil la reducción, no solamente de los que
hablan ese idioma, como porque gran parte tratan con los salvajes de otras tribus,
cuyos dialectos conocen. Me detengo a tratar de ellos más extensamente porque en
ellos veo un puente de apoyo para las misiones. Hay a las márgenes del Putumayo 5
caseríos de Cionas algo civilizados, antiguos restos de los catequizados por los Jesuitas.
Esos pueblecitos están regularmente escalonados; se llaman San Diego, San José,
Cuimbé, Tapacunti y Yotentó; cada uno consta de unos 50 a 60 habitantes,
exceptuando el último que tiene solamente unos 20. Algunos colombianos
descorazonados se llevaron engañados muchos indígenas al Amazonas y allá los
tienen. Sus esposas e hijos pequeñuelos, han quedado abandonados.
Con esas 5 poblaciones se negocia actualmente en caucho; son regulares bogas;
inteligentes, de imaginación despejada, altivos y orgullosos, por carácter y resto de
barbaridad; sin embargo no dejan de ser tímidos; conservan aún ideas cristianas,
como por la propiedad y por la mujer ajena; son susceptibles de educación y pueden
llegar a un alto grado de moralidad, de virtud y de progreso mercantil. Todavía hay
indios que fueron empleados en honrosos destinos en los vapores cuando navegaban
en aguas del Putumayo; los ha habido comerciantes que tuvieron sentado el crédito
en la capital del Pará. Una vez en un pueblo del Amazonas iba a decir misa un
sacerdote y no hallaba quien le ayudara, los ribereños se excusaban por no saber,
cuando se presentó un aborigen del Putumayo y desempeñó la comisión
admirablemente: era en esa parte más civilizado que los descendientes de europeo
que le habían comprado.
Se dice generalmente que esos indios odian a los blancos; pero no es exacto;
saben sí hacer distinción; cuando llega a sus playas un nuevo comerciante, luego al
punto se fijan con mirada atenta en su semblante y porte, maneras y vestido, y
entonces le consideran o no; de ahí la saña de los adocenados. Mas si son groseros y
Revista Inversa
tienen un cierto desafecto a los blancos en general, no es posible exigir más de unos
semisalvajes a quienes se ha tratado y se trata aún con soberano desprecio. Son
susceptibles de venganza y odio como quiera que son hombres, y muy humildes e
infelices son cuando soportan tanta befa y maltrato de parte de la generalidad de los
negociantes.
Aseguro pues, que su carácter es generoso y que llevados de su marcada
tendencia al progreso para gozarse con lo que desean, como herramientas, escopetas
finas, vestidos decentes y aun lujosos, exquisitos alimentos, porque vino, cerveza y
rancho fino les agrada mucho, bien asomo el cigarro que les agrada mucho. Los
perfumes y la música forman sus delicias; cuando oyen tocar algún instrumento 103
melodioso y cuando oyen cantar al son de tiples y guitarras, rodean a los que lo
hacen, hombres, mujeres y niños, y no se separan sino cuando todo acaba.
En cuanto a costumbres he podido observar de tiempo atrás algunas que
merecen atención.
Cuando las mujeres enferman con aquel sufrimiento que es peculiar o
III.- Las 5 tribus Macaguajes son también catequizadas; pero más salvajes que
los catecúmenos de que acabo de hablar. Al presente se ocupan en extración de
caucho; en años anteriores se ocuparon en explotación de zarzaparrilla y cera, negocios
que se abandonaron y fueron reemplazados por el de caucho. Son dados a la
agricultura y así acostumbran a hacer grandes sementeras de plátano, yuca, maiz,
caña y piñas. Tengo razones para creer que son idólatras, pues lo he oido dirigirse a
la luna y conjurarla en un discurso corto, como una oración, puestas las manos
como cuando decimos el Bendito y levantadas, suplicándola que en ese mes (era el
104 plenilunio ) les conservara la salud. Son muy tímidos; cuando ya tienen confianza
con algún blanco, son chanceros; no tienen sino una mujer cada uno y respetan,
como los Cionas catecúmenos de las márgenes del Putumayo, los grados de parentesco.
Esta costumbre es aun resto de la civilización cristiana, porque los Macaguajes fueron
una numerosa reducción que fundaron los Jesuitas Laínez ( de imperecedera memoria
), Piquer y Velasco. A la muerte de éstos misioneros los catecúmenos se dispersaron
Augusto Javier Gómez López
y formaron las cinco tribus de que vengo haciendo mención. Se conocen por los
nombres de Macaguajes de la Concepción o de Montepo, de Caucaya, de Senceya y
Mecayo; pero más particularmente se distinguen por los nombres de sus Jefes o
decanos. Son en número de 250. De una tribu a otra hay mas o menos un día, que
se anda por tierra por sendas estrechísimas; pero el terreno se presta para hacer
caminos como se quiera, pues es seco, firme y completamente plano. En aquella faja
de terreno no hay mosquitos, ni zancudos, ni murciélagos; su temperatura ordinaria
es de 30°. El carácter, índole, usos y costumbres de los Macaguajes, son en un todo
idénticos a los del Putumayo, salvo diferencias insignificantes. Hacen mucho uso de
un bejuco que llaman yoco. Este mismo bejuco lo usan en toda la Provincia; extraen
el jugo y lo toman a todas horas del día, pero especialmente a la madrugada; lo
toman como estomacal, como reparador de las fuerzas en sus trabajos agrícolas y en
la navegación; quita el sueño y quita el hambre y les sirve como laxante tomado tibio
y en bastante cantidad. Todas las virtudes de esta planta están fuera de duda, porque
los blancos que viajan por los ríos las han experimentado. Algunas personas respetables
me han asegurado, y yo bajo la palabra de ellos lo doy por cierto, que despeja la
imaginación.
El yage es otra de las plantas ( bejuco ) de grande importancia en las hoyas del
Yapurá, Putumayo y Aguarico, como quiera que su uso está generalizado entre
catecúmenos y bárbaros; pero solamente lo toman cuando se entregan a sus prácticas
supersticiosas y de la manera más reservada. He aquí como proceden en su aplicación
y los efectos que les produce. Hacen una decocción con una gran cantidad de la
planta y la cuecen hasta reducirla a una pequeñísima porción. De ella toma cada
uno de los que están iniciados en la brujería; a la primer toma se enloquecen, saltan,
van y vienen, cantan, lloran; a la segunda toma van cayendo en un profundo sueño,
pero de repente se levantan, andan en rededor de la casa, arañan las paredes, se
suben a las vigas, corren por ellas, y mientras todo esto hacen, dejan escapar voces
estridentes , horrorosos aullidos y llaman al diablo, en frases como estas: « Guatí, yi
dabuí paijuú ! Pesaá raijú airú yiré simé»,16 que traducidas literalmente dicen: « diablo,
yo soy brujo; ven ligero y llévame al monte. Después de estas invocaciones diabólicas
toman una tercera jicarita, entonces si caen en profundo sueño y en él ven cosas
espantosas, manadas de cerdos y toda clase de animales, y cuanto necesitan creen
haberlo hallado. Al despertar caen en hondo abatimiento y ven que todo ha sido
una ilusión en cuanto a la realidad de lo que creyeron que iban a disfrutar. Este
brebaje es sumamente perjudicial , no tan solo por el lado moral como por el físico,
pues la tisis sobreviene a tan extravagante bebida.
Se encuentran en la Provincia muchísimas plantas con las que los aborígenes
Revista Inversa
hacen preciosas curaciones, tales como el tumbuesi, específico contra la disentería,
los dolores de estómago y enfermedades del higado. El miutará, antídoto contra el
dolor de muelas.
No tienen los Macaguajes en su idioma la palabra Dios; pero como hemos
visto, tienen la de Diablo, que es Guatí; la de brujo o hechicero, dabui. Los Cionas,
cualquiera que ellos sean, creen en la existencia del alma y la llaman coaquí. Los
catecúmenos de las márgenes del Putumayo creen que si no tienen fuchá ( delito o
pecado ), se van al cielo ( coomuih ); pero si caen en pecado se van al Quiná - güenquí
- maa ( así llaman a la Vía Láctea o sea vía terrible de fierro ). Los Ciones creen, que
cuando mueren, sus almas andan vagando y haciendo males a los vivos en sus personas 105
y en sus bienes, de ahí que tengan gran terror a los muertos: queman el tambo
donde vivieron y a veces todo el caserío; destruyen las sementeras y van a establecerse
a otra parte. Hasta los atajos por donde anduvieron los empalizan. Esta creencia y
costumbre es de casi todos los aborígenes de esta Provincia.
Todos los terrenos que baña el caudaloso Putumayo son exuberantes y se
ARRIETA L., ENRIQUE. Carta de Enrique Arrieta Lara, Jefe de la División de Asuntos
Consulares, al Jefe de la División Operativa de Asuntos Indígenas Bogotá, 02, 03, 1970.
La comunicación anexa el oficio 2918 fechado en Iquitos el 12-02-1970. Min. Exteriores
– No. 00029/18 – II-12-70 Consulbia – Iquitos – «Informe sobre Actividades Generales».
Fuentes Documentales para la Historia de la Amazonia Colombiana. Editado por Augusto J.
Gómez L. Volumen III (en curso).
CALELLA, FRAY PLÁCIDO DE. 1940-1941. Apuntes sobre los indios Sionas del
Putumayo». En Antropos, Vol.35,36 (4-6): 737-750.
CÉSPEDES, FRAY DIEGO DE. 1696. Informe del Presidente de las Misiones Franciscanas.
Archivo Central del Cauca. Signatura: 9430.
OSORIO SILVA, JORGE. 1962. Carta dirigida a Gregorio Hernández de Alba, Jefe de
Revista Inversa
la División de Asuntos Indígenas. Abril de 1962; folios 114-116. Fuentes Documentales
para la Historia de la Amazonia Colombiana. Editado por Augusto J. Gómez L. Volumen
III (en curso).
PINELL, GASPAR DE. 1928. Excursión Apostólica por los Ríos Putumayo, San Miguel de
Sucumbíos, Cuyabeno, Caquetá y Caguán. Bogotá: Imprenta Nacional.
REYES, RAFAEL. 1986. Memorias 1850 - 1885. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero.