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BENEDICTO XVI

A los jóvenes

Discursos, homilías, mensajes


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2005
“Queridos hermanos y hermanas: Después del gran
Papa Juan Pablo II, los cardenales me han elegido, a
mí, un sencillo y humilde obrero de la viña del Señor.
Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y
actuar incluso con instrumentos insuficientes y sobre
todo me encomiendo a vuestras oraciones.
En la alegría del Señor Resucitado, confiando en su
ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos
ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro
lado. ¡Gracias!”.
(Palabras pronunciadas por el nuevo Papa Benedicto
XVI el día de su elección antes de impartir la bendición
apostólica Urbi et Orbi )
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CRISTO NO QUITA NADA Y LO DA TODO


050424. Homilía en imposición del Palio y entrega anillo del pescador
…Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes.
¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo – si dejamos entrar a Cristo
totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a Él –, miedo de que
Él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de
renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el
riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y
todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada,
nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No!
Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con
esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición
humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos
libera.
Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la
experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos
jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se
da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a
Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén.

FIESTA DE ACOGIDA CON LOS JÓVENES (XX JMJ)


050818. Discurso en embarcadero del Poller Rheinwiesen, Colonia
Queridos jóvenes: Es una dicha encontrarme con vosotros aquí, en Colonia, a
orillas del Rhin. Habéis venido desde varias partes de Alemania, de Europa, del
mundo, haciéndoos peregrinos tras los Magos de Oriente. Siguiendo sus huellas,
queréis descubrir a Jesús. Habéis aceptado emprender el camino para llegar
también vosotros a contemplar, personal y comunitariamente, el rostro de Dios
manifestado en el niño acostado en el pesebre. Como vosotros, también yo me
he puesto en camino para arrodillarme, con vosotros, ante la blanca Hostia
consagrada, en la que los ojos de la fe reconocen la presencia real del Salvador
del mundo. Todos juntos seguiremos meditando sobre el tema de esta Jornada
mundial de la juventud: “Hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2).
Dejar que Cristo nos ilumine con su luz
Os saludo y os recibo con inmensa alegría, queridos jóvenes, tanto si venís
de cerca como de lejos, caminando por las sendas del mundo y los derroteros
de vuestra vida. Saludo particularmente a los que han venido de Oriente, como
los Magos. Representáis a las incontables muchedumbres de nuestros
hermanos y hermanas de la humanidad que esperan, sin saberlo, que aparezca
en su cielo la estrella que los conduzca a Cristo, Luz de las gentes, para
encontrar en él la respuesta que sacie la sed de sus corazones. Saludo con
afecto también a los que estáis aquí y no habéis recibido el bautismo, a los que
no conocéis todavía a Cristo o no os reconocéis en la Iglesia. Precisamente a
vosotros os invitaba de modo particular a este encuentro el Papa Juan Pablo II;
os agradezco que hayáis decidido venir a Colonia.
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Alguno de vosotros podría tal vez identificarse con la descripción que Edith
Stein hizo de su propia adolescencia, ella, que vivió después en el Carmelo de
Colonia: “Había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar”.
Durante estos días podréis recobrar la experiencia vibrante de la oración como
diálogo con Dios, del que sabemos que nos ama y al que, a la vez, queremos
amar. Quisiera decir a todos insistentemente: Abrid vuestro corazón a Dios.
Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el “derecho a hablaros” durante estos días.
Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad
vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que él ilumine con su luz
vuestra mente y toque con su gracia vuestro corazón. En estos días bendecidos
con la alegría y el deseo de compartir, haced la experiencia liberadora de la
Iglesia como lugar de la misericordia y de la ternura de Dios para con los
hombres. En la Iglesia y mediante la Iglesia llegaréis a Cristo, que os espera.
Seguir las huellas de los Reyes Magos
A llegar hoy a Colonia para participar con vosotros en la XX Jornada
mundial de la juventud, me viene espontáneamente el recuerdo emocionado y
agradecido del siervo de Dios, tan querido por todos nosotros, Juan Pablo II, que
tuvo la idea brillante de convocar a los jóvenes de todo el mundo para celebrar
juntos a Cristo, único Redentor del género humano. Gracias al diálogo profundo
que se ha desarrollado durante más de veinte años entre el Papa y los jóvenes,
muchos de ellos han podido profundizar la fe, establecer lazos de comunión,
apasionarse por la buena nueva de la salvación en Jesucristo y proclamarla en
muchas partes de la tierra. Este gran Papa supo entender los desafíos que se
presentan a los jóvenes de hoy y, confirmando su confianza en ellos, no dudó en
impulsarlos a proclamar con valentía el Evangelio y ser constructores intrépidos
de la civilización de la verdad, del amor y de la paz.
Ahora me corresponde a mí recoger esta extraordinaria herencia espiritual
que nos ha dejado el Papa Juan Pablo II. Él os ha querido, vosotros le habéis
entendido y habéis correspondido con el entusiasmo de vuestra edad. Ahora,
todos juntos tenemos el cometido de llevar a la práctica sus enseñanzas. Con
este compromiso estamos aquí, en Colonia, peregrinos tras las huellas de los
Magos. Según la tradición, en griego sus nombres eran Melchor, Gaspar y
Baltasar. Mateo refiere en su Evangelio la pregunta que ardía en el corazón de
los Magos: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?” (Mt 2, 2). Su
búsqueda era el motivo por el cual emprendieron el largo viaje hasta Jerusalén.
Por eso soportaron fatigas y sacrificios, sin ceder al desaliento y a la tentación
de volver atrás. Esta era la única pregunta que hacían cuando estaban cerca de
la meta.
También nosotros hemos venido a Colonia porque hemos sentido en el
corazón, si bien de forma diversa, la misma pregunta que inducía a los hombres
de Oriente a ponerse en camino. Es cierto que hoy ya no buscamos a un rey;
pero estamos preocupados por la situación del mundo y preguntamos: ¿Dónde
encuentro los criterios para mi vida, los criterios para colaborar de modo
responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De
quién puedo fiarme? ¿A quién confiarme? ¿Dónde está el que puede darme la
respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?
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Plantearse dichas cuestiones significa reconocer, ante todo, que el camino


no termina hasta que se ha encontrado a Aquel que tiene el poder de instaurar
el Reino universal de justicia y paz, al que los hombres aspiran, aunque no lo
sepan construir por sí solos. Hacerse estas preguntas significa además buscar a
Alguien que ni se engaña ni puede engañar, y que por eso es capaz de ofrecer
una certidumbre tan firme, que merece la pena vivir por ella y, si fuera preciso,
también morir por ella.
Hay que saber tomar las decisiones necesarias
Cuando se perfila en el horizonte de la existencia una respuesta como esta,
queridos amigos, hay que saber tomar las decisiones necesarias. Es como
alguien que se encuentra en una bifurcación: ¿Qué camino tomar? ¿El que
sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en la conciencia? Los
Magos, una vez que oyeron la respuesta “en Belén de Judá, porque así lo ha
escrito el profeta” (Mt 2, 5), decidieron continuar el camino y llegar hasta el
final, iluminados por esta palabra. Desde Jerusalén fueron a Belén, es decir,
desde la palabra que les había indicado dónde estaba el Rey de los judíos que
buscaban, hasta el encuentro con aquel Rey, que es al mismo tiempo el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También a nosotros se nos
dice aquella palabra.
También nosotros hemos de hacer nuestra opción. En realidad, pensándolo
bien, esta es precisamente la experiencia que hacemos al participar en cada
Eucaristía. En efecto, en cada misa, el encuentro con la palabra de Dios nos
introduce en la participación en el misterio de la cruz y resurrección de Cristo
y de este modo nos introduce en la Mesa eucarística, en la unión con Cristo.
En el altar está presente aquel a quien los Magos vieron acostado entre
pajas: Cristo, el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida al mundo, el
verdadero Cordero que da su vida para la salvación de la humanidad.
Iluminados por la Palabra, siempre es en Belén ―la “Casa del pan”― donde
podremos tener ese encuentro sobrecogedor con la indecible grandeza de un
Dios que se ha humillado hasta el punto de hacerse ver en el pesebre y de
darse como alimento sobre el altar.
Podemos imaginar el asombro de los Magos ante el Niño en pañales. Sólo
la fe les permitió reconocer en la figura de aquel niño al Rey que buscaban, al
Dios al que la estrella los había guiado. En él, cubriendo el abismo entre lo
finito y lo infinito, entre lo visible y lo invisible, el Eterno ha entrado en el
tiempo, el Misterio se ha dado a conocer, mostrándose ante nosotros en los
frágiles miembros de un niño recién nacido. “Los Magos están asombrados
ante lo que allí contemplan: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el
hombre en Dios y Dios en el hombre; ven encerrado en un pequeñísimo
cuerpo aquello que no puede ser contenido en todo el mundo” (san Pedro
Crisólogo, Sermón 160, 2). Durante estas jornadas, en este “Año de la
Eucaristía”, contemplaremos con el mismo asombro a Cristo presente en el
Tabernáculo de la misericordia, en el Sacramento del altar.
La felicidad tiene el rostro de Cristo
Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho
de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la
Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María,
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vuestro “sí” al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije
al principio de mi pontificado: “Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida)
no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y
grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la
vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de
la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y
lo que nos libera” (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 de
abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril
de 2005, p. 6). Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que
hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para
la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo.
Os invito a que os esforcéis estos días por servir sin reservas a Cristo,
cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo os permitirá gustar
interiormente la alegría de su presencia viva y vivificante, para testimoniarla
después en vuestro entorno. Que vuestra presencia en esta ciudad sea el primer
signo del anuncio del Evangelio mediante el testimonio de vuestro
comportamiento y alegría de vivir. Elevemos de nuestro corazón un himno de
alabanza y acción de gracias al Padre por tantos bienes que nos ha dado y por
el don de la fe que celebraremos juntos, manifestándolo al mundo desde esta
tierra del centro de Europa, de una Europa que debe mucho al Evangelio y a
los que han dado testimonio de él a lo largo de los siglos.
Testimoniar el Evangelio con valentía
Ahora iré en peregrinación a la catedral de Colonia para venerar allí las
reliquias de los santos Magos, que decidieron abandonar todo para seguir la
estrella que los condujo al Salvador del género humano. También vosotros,
queridos jóvenes, habéis tenido o tendréis ocasión de hacer la misma
peregrinación. Estas reliquias no son más que el signo frágil y pobre de lo que
ellos fueron y vivieron hace tantos siglos. Las reliquias nos conducen a Dios
mismo; en efecto, es él quien, con la fuerza de su gracia, da a seres frágiles la
valentía de testimoniarlo ante el mundo. Cuando la Iglesia nos invita a venerar
los restos mortales de los mártires y de los santos, no olvida que, en definitiva,
se trata de pobres huesos humanos, pero huesos que pertenecían a personas en
las que se ha posado la potencia viva de Dios. Las reliquias de los santos son
huellas de esa presencia invisible pero real que ilumina las tinieblas del
mundo, manifestando el reino de los cielos que está dentro de nosotros.
Proclaman, con nosotros y por nosotros: “Maranatha” ―“Ven, Señor
Jesús”―. Queridos jóvenes, con estas palabras os saludo y os cito para la
vigilia del sábado por la tarde. A todos, ¡hasta luego!

VIGILIA CON LOS JÓVENES (XX JMJ)


050820. Discurso del Santo Padre en la Explanada de Marienfeld
Queridos jóvenes: En nuestra peregrinación con los misteriosos Magos de
Oriente hemos llegado al momento que san Mateo describe así en su
evangelio: “Entraron en la casa (sobre la que se había detenido la estrella),
vieron al niño con María, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2, 11). El
camino exterior de aquellos hombres terminó. Llegaron a la meta. Pero en este
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punto comienza un nuevo camino para ellos, una peregrinación interior que
cambia toda su vida. Porque seguramente se habían imaginado de modo
diferente a este Rey recién nacido. Se habían detenido precisamente en
Jerusalén para obtener del rey local información sobre el Rey prometido que
había nacido. Sabían que el mundo estaba desordenado y por eso estaban
inquietos. Estaban convencidos de que Dios existía, y que era un Dios justo y
bondadoso. Tal vez habían oído hablar también de las grandes profecías en las
que los profetas de Israel habían anunciado un Rey que estaría en íntima
armonía con Dios y que, en su nombre y de parte suya, restablecería el orden
en el mundo. Se habían puesto en camino para encontrar a este Rey; en lo más
hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que debía venir de Dios, y
querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir también ellos a la
renovación del mundo. Eran de esas personas que “tienen hambre y sed de
justicia” (Mt 5, 6). Un hambre y sed que les llevó a emprender el camino; se
hicieron peregrinos para alcanzar la justicia que esperaban de Dios y para
ponerse a su servicio.
Aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores,
en realidad eran seres con los pies en tierra, y sabían que para cambiar el
mundo hace falta disponer de poder. Por eso, no podían buscar al niño de la
promesa sino en el palacio del Rey. No obstante, ahora se postran ante una
criatura de gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes -el rey al que
habían acudido- le acechaba con su poder, de modo que a la familia no le
quedaba otra opción que la fuga y el exilio. El nuevo Rey ante el que se
postraron en adoración era muy diferente de lo que se esperaban. Debían,
pues, aprender que Dios es diverso de como acostumbramos a imaginarlo.
Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se
postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero
debían aún interiorizar estos gozosos gestos.
Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y así
cambiar también ellos mismos. Ahora habían visto: el poder de Dios es
diferente del poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de
como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerlo también a él. En este
mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No
contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuando Jesús estaba en el Huerto de
los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cf. Mt 26,
53). Al poder estridente y prepotente de este mundo, él contrapone el poder
inerme del amor, que en la cruz -y después siempre en la historia- sucumbe y,
sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e
instaura el reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso
significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el
estilo de Dios.
Habían venido para ponerse al servicio de este Rey, para modelar su
majestad sobre la suya. Este era el sentido de su gesto de acatamiento, de su
adoración. Una adoración que comprendía también sus presentes -oro,
incienso y mirra-, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La
adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los
personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer
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a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias
posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían
servir junto a él a la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto tenían
razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través
de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben
entregarse a sí mismos: un don menor que este es poco para este Rey.
Aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder,
a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la
verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se
preguntarán: ¿Para qué me sirve esto? Se preguntarán más bien: ¿Cómo puedo
contribuir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que aprender a
perderse a sí mismos y, precisamente así, a encontrarse. Al salir de Jerusalén,
han de permanecer tras las huellas del verdadero Rey, en el seguimiento de
Jesús.
Queridos amigos, podemos preguntarnos lo que todo esto significa para
nosotros. Pues lo que acabamos de decir sobre la naturaleza diversa de Dios,
que ha de orientar nuestra vida, suena bien, pero queda algo vago y
difuminado. Por eso Dios nos ha dado ejemplos. Los Magos que vienen de
Oriente son sólo los primeros de una larga lista de hombres y mujeres que en
su vida han buscado constantemente con los ojos la estrella de Dios, que han
buscado al Dios que está cerca de nosotros, seres humanos, y que nos indica el
camino. Es la muchedumbre de los santos -conocidos o desconocidos-
mediante los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el
Evangelio, hojeando sus páginas; y lo está haciendo todavía. En sus vidas se
revela la riqueza del Evangelio como en un gran libro ilustrado. Son la estela
luminosa que Dios ha dejado en el transcurso de la historia, y sigue dejando
aún. Mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, que está aquí con nosotros
en este momento, beatificó y canonizó a un gran número de personas, tanto de
tiempos recientes como lejanos. Con estos ejemplos quiso demostrarnos cómo
se consigue ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del modo justo, cómo
se vive a la manera de Dios. Los beatos y los santos han sido personas que no
han buscado obstinadamente su propia felicidad, sino que han querido
simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo.
De este modo, nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se
consigue ser personas verdaderamente humanas. En las vicisitudes de la
historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a
la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de
precipitar; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la
posibilidad de aceptar -tal vez en el dolor- la palabra de Dios al terminar la
obra de la creación: “Y era muy bueno”. Basta pensar en figuras como san
Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola,
san Carlos Borromeo; en los fundadores de las órdenes religiosas del siglo
XIX, que animaron y orientaron el movimiento social; o en los santos de
nuestro tiempo: Maximiliano Kolbe, Edith Stein, madre Teresa, padre Pío.
Contemplando estas figuras comprendemos lo que significa “adorar” y lo que
quiere decir vivir a medida del Niño de Belén, a medida de Jesucristo y de
Dios mismo.
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Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora
quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios
proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo
pasado vivimos revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de
Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para
transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se
tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de
orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama
totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo
esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la
mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad,
el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera
consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al
mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?
Queridos amigos, permitidme que añada sólo dos breves ideas. Muchos
hablan de Dios; en el nombre de Dios se predica también el odio y se practica
la violencia. Por tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios.
Los Magos de Oriente lo encontraron cuando se postraron ante el niño de
Belén. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”, dijo Jesús a Felipe ( Jn 14,
9). En Jesucristo, que por nosotros permitió que su corazón fuera traspasado,
se ha manifestado el verdadero rostro de Dios. Lo seguiremos junto con la
muchedumbre de los que nos han precedido. Entonces iremos por el camino
justo.
Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado,
sino que creemos y nos postramos ante el Jesús que nos muestran las sagradas
Escrituras, y que en la gran comunidad de fieles llamada Iglesia se manifiesta
viviente, siempre con nosotros y al mismo tiempo siempre ante nosotros. Se
puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo
dijo: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña. El
Papa Juan Pablo II, que nos mostró el verdadero rostro de la Iglesia en los
numerosos beatos y santos que proclamó, también pidió perdón por el mal
causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres
de la Iglesia. De este modo, también a nosotros nos ha hecho ver nuestra
verdadera imagen, y nos ha exhortado a entrar, con todos nuestros defectos y
debilidades, en la muchedumbre de los santos que comenzó a formarse con los
Magos de Oriente. En el fondo, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así,
no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que
siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores. La Iglesia es
como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de
Dios, mediante la cual él establece un espacio de comunión y unidad en todos
los continentes, culturas y naciones. Por eso nos alegramos de pertenecer a
esta gran familia que vemos aquí; de tener hermanos y amigos en todo el
mundo. Justo aquí, en Colonia, experimentamos lo hermoso que es pertenecer
a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el
pasado, el presente y el futuro de todas las partes de la tierra. En esta gran
comitiva de peregrinos, caminamos junto con Cristo, caminamos con la
estrella que ilumina la historia.
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“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de


rodillas lo adoraron” (Mt 2, 11). Queridos amigos, esta no es una historia
lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia
consagrada, él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta
misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente
así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros se ha hecho grano de trigo que
cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo (cf. Jn 12, 24). Está
presente, como entonces en Belén. Y nos invita a la peregrinación interior que
se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación, y
pidámosle a él que nos guíe. Amén.

SANTA MISA (XX JMJ)


050821. Homilía del Santo Padre en la Explanada Marienfeld
Queridos jóvenes: Ante la sagrada Hostia, en la cual Jesús se ha hecho pan
para nosotros, que interiormente sostiene y nutre nuestra vida (cf. Jn 6, 35),
comenzamos ayer por la tarde el camino interior de la adoración. En la
Eucaristía la adoración debe llegar a ser unión. Con la celebración eucarística
nos encontramos en aquella “hora” de Jesús, de la cual habla el evangelio de
san Juan. Mediante la Eucaristía, esta “hora” suya se convierte en nuestra hora,
su presencia en medio de nosotros. Junto con los discípulos, él celebró la cena
pascual de Israel, el memorial de la acción liberadora de Dios que había
guiado a Israel de la esclavitud a la libertad. Jesús sigue los ritos de Israel.
Pronuncia sobre el pan la oración de alabanza y bendición. Sin embargo,
sucede algo nuevo. Da gracias a Dios no solamente por las grandes obras del
pasado; le da gracias por la propia exaltación que se realizará mediante la cruz
y la Resurrección, dirigiéndose a los discípulos también con palabras que
contienen el compendio de la Ley y de los Profetas: “Esto es mi Cuerpo
entregado en sacrificio por vosotros. Este cáliz es la nueva alianza sellada con
mi Sangre”. Y así distribuye el pan y el cáliz, y, al mismo tiempo, les encarga
la tarea de volver a decir y hacer siempre en su memoria aquello que estaba
diciendo y haciendo en aquel momento.
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre?
Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta
en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el
exterior es violencia brutal ―la crucifixión―, desde el interior se transforma
en un acto de un amor que se entrega totalmente. Esta es la transformación
sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un
proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del
mundo hasta que Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). Desde siempre
todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, un cambio, una
transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación
capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en
amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en
amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya
presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir, profundamente
herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra.
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Esta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear
llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria
del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence
al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco
cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan.
Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha
sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir
su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí mismo.
Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la
muerte en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se
convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación
no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El
Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos
seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de
Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que
entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, como hemos dicho,
llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros,
como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su
dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y
extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida
dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso
que la última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra
“adoración” en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el
gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida,
cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar
de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la
medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros
mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra
ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla
completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta
la última Cena. La palabra latina para adoración es ad-oratio, contacto boca a
boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión,
porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere
sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo
más íntimo de nuestro ser.
Volvamos de nuevo a la última Cena. La novedad que allí se verificó,
estaba en la nueva profundidad de la antigua oración de bendición de Israel,
que ahora se hacía palabra de transformación y nos concedía el poder
participar en la “hora” de Cristo. Jesús no nos ha encargado la tarea de repetir
la Cena pascual que, por otra parte, en cuanto aniversario, no es repetible a
voluntad. Nos ha dado la tarea de entrar en su “hora”. Entramos en ella
mediante la palabra del poder sagrado de la consagración, una transformación
que se realiza mediante la oración de alabanza, que nos sitúa en continuidad
con Israel y con toda la historia de la salvación, y al mismo tiempo nos
concede la novedad hacia la cual aquella oración tendía por su íntima
naturaleza.
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Esta oración, llamada por la Iglesia “plegaria eucarística”, hace presente la


Eucaristía. Es palabra de poder, que transforma los dones de la tierra de modo
totalmente nuevo en la donación de Dios mismo y que nos compromete en este
proceso de transformación. Por eso llamamos a este acontecimiento Eucaristía,
que es la traducción de la palabra hebrea beracha, agradecimiento, alabanza,
bendición, y asimismo transformación a partir del Señor: presencia de su
“hora”. La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. En otras
palabras: es Dios quien ha vencido, porque él es Amor. La hora de Jesús quiere
llegar a ser nuestra hora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la
Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el
Señor pretende. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida.
No se trata de positivismo o ansia de poder, cuando la Iglesia nos dice que
la Eucaristía es parte del domingo. En la mañana de Pascua, primero las
mujeres y luego los discípulos tuvieron la gracia de ver al Señor. Desde
entonces supieron que el primer día de la semana, el domingo, sería el día de
él, de Cristo. El día del inicio de la creación sería el día de la renovación de la
creación. Creación y redención caminan juntas. Por esto es tan importante el
domingo. Está bien que hoy, en muchas culturas, el domingo sea un día libre o,
juntamente con el sábado, constituya el denominado “fin de semana” libre.
Pero este tiempo libre permanece vacío si en él no está Dios.
Queridos amigos, a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que
programar en el domingo también la misa. Pero si tomáis este compromiso,
constataréis más tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo
libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad
también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de esa emane la
alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más
profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale
la pena!
Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera
grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que
es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros.
Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la
Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre
iniciar de nuevo nuestra vida.
Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él. Una gran alegría
no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas
partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo
marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento
de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de
exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no. Y de este
modo, junto al olvido de Dios existe como un “boom” de lo religioso. No
quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también
la alegría sincera del descubrimiento. Pero, a menudo la religión se convierte
casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que agrada, y algunos
saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la “medida de cada
uno” a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos
14

abandona a nuestra suerte. Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera


estrella que nos indica el camino: Jesucristo.
Tratemos nosotros mismos de conocerlo cada vez mejor para poder guiar
también, de modo convincente, a los demás hacia él. Por esto es tan importante
el amor a la sagrada Escritura y, en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia
que nos muestra el sentido de la Escritura. Es el Espíritu Santo el que guía a la
Iglesia en su fe creciente y la ha hecho y hace penetrar cada vez más en las
profundidades de la verdad (cf. Jn 16, 13). El Papa Juan Pablo II nos ha dejado
una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el
Catecismo de la Iglesia católica. Yo mismo, recientemente, he presentado el
Compendio de ese Catecismo, que ha sido elaborado a petición del difunto
Papa. Son dos libros fundamentales que querría recomendaros a todos
vosotros.
Obviamente, los libros por sí solos no bastan. Construid comunidades
basadas en la fe. En los últimos decenios han nacido movimientos y
comunidades en los cuales la fuerza del Evangelio se deja sentir con
vivacidad. Buscad la comunión en la fe como compañeros de camino que
juntos continúan el itinerario de la gran peregrinación que primero nos
señalaron los Magos de Oriente. La espontaneidad de las nuevas comunidades
es importante, pero es asimismo importante conservar la comunión con el Papa
y con los obispos. Son ellos los que garantizan que no se están buscando
senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran
familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce Apóstoles.
Una vez más, debo volver a la Eucaristía. “Porque aun siendo muchos,
somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan”,
dice san Pablo (1 Co 10, 17). Con esto quiere decir: puesto que recibimos al
mismo Señor y él nos acoge y nos atrae hacia sí, seamos también una sola cosa
entre nosotros. Esto debe manifestarse en la vida. Debe mostrarse en la
capacidad de perdón. Debe manifestarse en la sensibilidad hacia las
necesidades de los demás. Debe manifestarse en la disponibilidad para
compartir. Debe manifestarse en el compromiso con el prójimo, tanto con el
cercano como con el externamente lejano, que, sin embargo, nos atañe siempre
de cerca.
Existen hoy formas de voluntariado, modelos de servicio mutuo, de los
cuales justamente nuestra sociedad tiene necesidad urgente. No debemos, por
ejemplo, abandonar a los ancianos en su soledad, no debemos pasar de largo
ante los que sufren. Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con
Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a
seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que
veremos dónde y cómo somos necesarios. Viviendo y actuando así nos
daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a
disposición de los demás que preocuparse sólo de las comodidades que se nos
ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis
comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres,
demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los
discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá
descubrir la estrella que como creyentes seguimos.
15

¡Caminemos con Cristo y vivamos nuestra vida como verdaderos


adoradores de Dios! Amén.
16

2006

“Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles


enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder
a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para
difundir el evangelio por todas partes.” (06-02-22 Mensaje
XXI JMJ)
17

SÓLO EN JESÚS ENCONTRARÉIS LA FELICIDAD


051121. Mensaje.Jóvenes Holanda. OR 23.12.2005, 10
Queridos amigos, Jesús es vuestro verdadero amigo y Señor; entablad una
relación de verdadera amistad con él.
Él os espera y sólo en él encontraréis la felicidad. ¡Cuán fácil es
contentarse con los placeres superficiales que nos ofrece la existencia diaria!
¡Cuán fácil es vivir sólo para sí mismos, gozando aparentemente de la vida!
Pero antes o después nos damos cuenta de que no se trata de verdadera
felicidad, porque esta es mucho más profunda: sólo la encontramos en Jesús.
Como dije en Colonia, “la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis
derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret”.
Por eso os invito a buscar cada día al Señor, que sólo desea que seáis
realmente felices. Entablad con él una relación intensa y constante en la
oración y, en la medida de vuestras posibilidades, encontrad momentos
propicios en vuestra jornada para permanecer exclusivamente en su compañía.
Si no sabéis cómo rezar, pedid que sea él mismo quien os lo enseñe e implorad
a su Madre celestial que ore con vosotros y por vosotros. El rezo del rosario
puede ayudaros a aprender el arte de la oración con la sencillez y la
profundidad de María.
Es importante que en el centro de vuestra vida esté la participación en la
Eucaristía, en la que Jesús se entrega a sí mismo por nosotros. Él, que murió
por los pecados de todos, desea entrar en comunión con cada uno de vosotros,
llama a la puerta de vuestro corazón para daros su gracia. Id a su encuentro en
la santa Eucaristía, id a adorarlo en las iglesias y permaneced arrodillados ante
el Sagrario: Jesús os colmará de su amor y os manifestará los sentimientos de
su Corazón.
Si os ponéis a la escucha, experimentaréis de modo cada vez más
profundo la alegría de formar parte de su Cuerpo místico, la Iglesia, que es la
familia de sus discípulos congregados por el vínculo de la unidad y del amor.
Además, como dice el apóstol san Pablo, aprended a dejaros reconciliar con
Dios (cf. 2 Co 5, 20).
Jesús os espera especialmente en el sacramento de la Reconciliación para
perdonar vuestros pecados y reconciliaros con su amor a través del ministerio
del sacerdote. Confesando con humildad y verdad vuestros pecados, recibiréis
el perdón de Dios mismo mediante las palabras de su ministro. ¡Qué gran
oportunidad nos ha dado el Señor con este sacramento para renovarnos
interiormente y progresar en nuestra vida cristiana! Os recomiendo que hagáis
constantemente buen uso de él.
Queridos amigos, como os decía antes, si seguís a Jesús jamás os sentiréis
solos, porque formáis parte de la Iglesia, que es una gran familia, en la que
podéis crecer en la amistad verdadera con numerosos hermanos y hermanas en
la fe, esparcidos por todo el mundo. Jesús os necesita para “renovar” la
sociedad actual. Esforzaos por crecer en el conocimiento de la fe, para ser sus
testigos auténticos. Dedicaos a comprender cada vez mejor la doctrina
católica: aunque a veces al mirarla con los ojos del mundo pueda parecer un
mensaje difícil de aceptar, en ella está la respuesta satisfactoria a vuestros
18

interrogantes de fondo. Tened confianza en los pastores que os guían, obispos


y sacerdotes; insertaos activamente en las parroquias, en los movimientos, en
las asociaciones y comunidades eclesiales, para experimentar juntos la alegría
de ser seguidores de Cristo, que anuncia y da la verdad y el amor. Y
precisamente impulsados por su verdad y su amor, junto con los demás
jóvenes que buscan el sentido verdadero de la vida, podréis construir un futuro
mejor para todos.
Queridos amigos, estoy cerca de vosotros con la oración, para que acojáis
generosamente la llamada del Señor, que os presenta grandes ideales, capaces
de hacer hermosa vuestra vida y llenarla de alegría. Estad seguros de que sólo
respondiendo positivamente a su llamada, por exigente que os pueda parecer,
es posible encontrar la felicidad y la paz del corazón. Que en este itinerario de
compromiso cristiano os acompañe la Virgen María y os ayude en todos
vuestros buenos propósitos.

ADQUIRIR INTIMIDAD CON LA BIBLIA


060222. Mensaje. Jóvenes XXI JMJ 2006
“Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero” (Sal 118 [119],
105). El tema que propongo a vuestra consideración es un versículo del Salmo
118[119]: “Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero” (v. 105).
El amado Juan Pablo II comentó así estas palabras del Salmo: “El orante se
derrama en alabanza de la Ley de Dios, que toma como lámpara para sus pasos
en el camino a menudo oscuro de la vida” (Audiencia general del miércoles 14
de noviembre de 2001, L’Osservatore Romano, edición española, p. 12 [640]).
Dios se revela en la historia, habla a los hombres y su palabra es creadora.
En efecto, el concepto hebreo “dabar”, habitualmente traducido con el término
“palabra”, quiere significar tanto palabra como acto. Dios dice lo que hace y
hace lo que dice. En el Antiguo Testamento anuncia a los hijos de Israel la
venida del Mesías y la instauración de una “nueva” alianza; en el Verbo hecho
carne Él cumple sus promesas. Esto lo pone también en evidencia bien el
Catecismo de la Iglesia Católica: “Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la
Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá
otra palabra más que ésta” (n. 65). El Espíritu Santo, que guió al pueblo
elegido inspirando a los autores de las Sagradas Escrituras, abre el corazón de
los creyentes a la inteligencia que éstas contienen. El mismo Espíritu está
activamente presente en la Celebración eucarística cuando el sacerdote,
pronunciando “in persona Christi” las palabras de la consagración, convierte el
pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que sean alimento
espiritual de los fieles. Para avanzar en la peregrinación terrena hacia la Patria
celeste, ¡todos tenemos que nutrirnos de la palabra y del pan de Vida eterna,
inseparables entre ellos!
Los Apóstoles acogieron la palabra de salvación y la transmitieron a sus
sucesores como una joya preciosa custodiada en el cofre seguro de la Iglesia:
sin la Iglesia esta perla corre el riesgo de perderse o hacerse añicos. Queridos
jóvenes, amad la palabra de Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a
un tesoro de un valor tan grande introduciéndoos a apreciar su riqueza. Amad
19

y seguid a la Iglesia que ha recibido de su Fundador la misión de indicar a los


hombres el camino de la verdadera felicidad. No es fácil reconocer y encontrar
la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos, en el que el hombre a
menudo es rehén de corrientes ideológicas, que lo inducen, a pesar de creerse
“libre”, a perderse en los errores e ilusiones de ideologías aberrantes. Urge
“liberar la libertad” (cfr. Encíclica Veritatis splendor, 86), iluminar la
oscuridad en la que la humanidad va a ciegas. Jesús ha mostrado cómo puede
suceder esto: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). El
Verbo encarnado, Palabra de Verdad, nos hace libres y dirige nuestra libertad
hacia el bien.
Queridos jóvenes, meditad a menudo la palabra de Dios, y dejad que el
Espíritu Santo sea vuestro maestro. Descubriréis entonces que el pensar de
Dios no es el de los hombres; seréis llevados a contemplar al Dios verdadero y
a leer los acontecimientos de la Historia con sus ojos; gustaréis en plenitud la
alegría que nace de la verdad. En el camino de la vida, que no es fácil ni está
exento de insidias, podréis encontrar dificultades y sufrimientos y a veces
tendréis la tentación de exclamar con el Salmista: “Humillado en exceso
estoy” (Sal 118 [119], v. 107). No os olvidéis de añadir junto a Él: Señor
“dame la vida conforme a tu palabra... Mi alma está en mis manos sin cesar,
mas no olvido tu ley” (Ibíd.., vv. 107.109). La presencia amorosa de Dios, a
través de su palabra, es antorcha que disipa las tinieblas del miedo e ilumina el
camino, también en los momentos más difíciles.
Escribe el Autor de la Carta a los Hebreos: “Es viva la palabra de Dios y
eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las
fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los
sentimientos y pensamientos del corazón” (4,12). Es necesario tomar en serio
la exhortación de considerar la palabra de Dios como un “arma” indispensable
en la lucha espiritual; ésta actúa eficazmente y da fruto si aprendemos a
escucharla para obedecerle después. Explica el Catecismo de la Iglesia
Católica: “Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la Palabra
escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (n.
144). Si Abrahán es el modelo de esta escucha que es obediencia, Salomón se
revela a su vez como buscador apasionado de la sabiduría contenida en la
Palabra. Cuando Dios le propone: “Pídeme lo que quieras que te dé”, el sabio
rey contesta: “Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda” (1 Re
3,5.9). El secreto para tener un “corazón que entienda” es formarse un corazón
capaz de escuchar. Esto se consigue meditando sin cesar la palabra de Dios y
permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre
mejor.
Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a
mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a
seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al
respecto: “El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”
(PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25). Una vía muy probada para profundizar y
gustar la palabra de Dios es la lectio divina, que constituye un verdadero y
apropiado itinerario espiritual en etapas. De la lectio, que consiste en leer y
20

volver a leer un pasaje de la Sagrada Escritura tomando los elementos


principales, se pasa a la meditatio, que es como una parada interior, en la que
el alma se dirige hacia Dios intentando comprender lo que su palabra dice hoy
para la vida concreta. A continuación sigue la oratio, que hace que nos
entretengamos con Dios en el coloquio directo, y finalmente se llega a la
contemplatio, que nos ayuda a mantener el corazón atento a la presencia de
Cristo, cuya palabra es “lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte
el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana” (2 Pe 1,19).
La lectura, el estudio y la meditación de la Palabra tienen que desembocar
después en una vida de coherente adhesión a Cristo y a su doctrina.
Advierte el apóstol Santiago: “Pero tenéis que poner la Palabra en práctica
y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se
contenta con oír la palabra, sin ponerla en práctica, es como un hombre que
contempla la figura de su rostro en un espejo: se mira, se va e inmediatamente
se olvida de cómo era. En cambio, quien considera atentamente la ley perfecta
de la libertad y persevera en ella —no como quien la oye y luego se olvida,
sino como quien la pone por obra— ése será bienaventurado al llevarla a la
práctica.” (St 1,22-25). Quien escucha la palabra de Dios y se remite siempre a
ella pone su propia existencia sobre un sólido fundamento. “Todo el que oiga
estas palabras mías y las ponga en práctica, —dice Jesús— será como el
hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24): no cederá a las
inclemencias del tiempo.
Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo
en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser
vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles
enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de
nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes.
¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el
mundo —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis
miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de
seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos
de Él y no quedaréis decepcionados.
Queridos amigos, con la XXI Jornada Mundial de la Juventud, que
celebraremos el próximo 9 de abril, Domingo de Ramos, emprenderemos una
peregrinación ideal hacia el encuentro mundial de los jóvenes, que tendrá lugar
en Sydney en el mes de julio de 2008. Nos prepararemos a esta gran cita
reflexionando juntos sobre el tema El Espíritu Santo y la misión, a través de
etapas sucesivas. En este año concentraremos la atención en el Espíritu Santo,
Espíritu de verdad, que nos revela Cristo, el Verbo hecho carne, abriendo el
corazón de cada uno a la Palabra de salvación, que conduce a la Verdad toda
entera. El año siguiente, 2007, meditaremos sobre un versículo del Evangelio
de San Juan: “Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a
los otros” (13,34) y descubriremos aún más profundamente cómo el Espíritu
Santo es Espíritu de amor, que infunde en nosotros la caridad divina y nos
hace sensibles a las necesidades materiales y espirituales de los hermanos. Por
último llegaremos al encuentro mundial del año 2008, que tendrá como tema:
21

“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos” (Hch 1,8).
Desde ahora, en un clima de incesante escucha de la palabra de Dios,
invocad, queridos jóvenes, el Espíritu Santo, Espíritu de fortaleza y de
testimonio, para que os haga capaces de proclamar sin temor el Evangelio
hasta los confines de la tierra. María, presente en el Cenáculo con los
Apóstoles a la espera del Pentecostés, os sea madre y guía. Que Ella os enseñe
a acoger la palabra de Dios, a conservarla y a meditarla en vuestro corazón
(cfr. Lc 2,19) como lo hizo Ella durante toda la vida. Que os aliente a decir
vuestro “sí” al Señor, viviendo la “obediencia de la fe”. Que os ayude a estar
firmes en la fe, constantes en la esperanza, perseverantes en la caridad,
siempre dóciles a la palabra de Dios. Os acompaño con mi oración, mientras a
todos os bendigo de corazón.

LA PALABRA DE DIOS ILUMINA LOS PASOS DEL HOMBRE


060406. Encuentro con los jóvenes de Roma y el Lacio. XXI JMJ
Santidad, soy Simone, de la parroquia de San Bartolomé; tengo 21 años y
estudio ingeniería química en la universidad “La Sapienza” de Roma. Ante
todo, quiero darle las gracias por habernos dirigido el Mensaje para la XXI
Jornada mundial de la juventud sobre el tema de la palabra de Dios que
ilumina los pasos de la vida del hombre. Ante las preocupaciones, las
incertidumbres con respecto al futuro e incluso simplemente cuando afronto la
rutina de la vida diaria, también yo siento la necesidad de alimentarme de la
palabra de Dios y conocer mejor a Cristo, a fin de encontrar respuestas a mis
interrogantes. A menudo me pregunto qué haría Jesús si estuviera en mi lugar
en una situación determinada, pero no siempre logro comprender lo que me
dice la Biblia. Además, sé que los libros de la Biblia fueron escritos por
hombres diversos, en épocas diversas y todas muy lejos de mí. ¿Cómo puedo
reconocer que lo que leo es, en cualquier caso, palabra de Dios que interpela
mi vida? Muchas gracias.
Respondo subrayando por ahora un primer punto: ante todo se debe decir
que es preciso leer la sagrada Escritura no como un libro histórico cualquiera,
por ejemplo como leemos a Homero, a Ovidio o a Horacio. Hay que leerla
realmente como palabra de Dios, es decir, entablando una conversación con
Dios. Al inicio hay que orar, hablar con el Señor: “Ábreme la puerta”. Es lo
que dice con frecuencia san Agustín en sus homilías: “He llamado a la puerta
de la Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir”. Esto
me parece muy importante. La Escritura no se lee en un clima académico, sino
orando y diciendo al Señor: “Ayúdame a entender tu palabra, lo que quieres
decirme en esta página”.
Un segundo punto es: la sagrada Escritura introduce en la comunión con la
familia de Dios. Por tanto, la sagrada Escritura no se puede leer de forma
individual. Desde luego, siempre es importante leer la Biblia de un modo muy
personal, en una conversación personal con Dios, pero al mismo tiempo es
importante leerla en compañía de las personas con quienes se camina. Hay que
dejarse ayudar por los grandes maestros de la “lectio divina”. Por ejemplo,
22

tenemos muchos libros buenos del cardenal Martini, un auténtico maestro de la


“lectio divina”, que ayuda a penetrar en el sentido de la sagrada Escritura. Él,
que conoce bien todas las circunstancias históricas, todos los elementos
característicos del pasado, siempre trata de explicar que muchas palabras
aparentemente del pasado son también muy actuales. Estos maestros nos
ayudan a comprender mejor y también a aprender cómo se debe leer la sagrada
Escritura. Por lo general, conviene leerla también en compañía de los amigos
que están en camino conmigo y buscan, juntamente conmigo, cómo vivir con
Cristo, qué vida nos viene de la palabra de Dios.
Un tercer punto: si es importante leer la sagrada Escritura con la ayuda de
maestros, acompañados de los amigos, de los compañeros de camino, es
importante de modo especial leerla en la gran compañía del pueblo de Dios
peregrino, es decir, en la Iglesia. La sagrada Escritura tiene dos sujetos. Ante
todo el sujeto divino: es Dios quien habla. Pero Dios ha querido implicar al
hombre en su palabra. Mientras que los musulmanes están convencidos de que
el Corán fue inspirado oralmente por Dios, nosotros creemos que para la
sagrada Escritura es característica -como dicen los teólogos- la “sinergia”, la
colaboración de Dios con el hombre. Dios implica a su pueblo con su palabra
y así el segundo sujeto -como he dicho, el primer sujeto es Dios- es humano.
Están los escritores, pero también está la continuidad de un sujeto
permanente: el pueblo de Dios que camina con la palabra de Dios y está en
diálogo con Dios. Escuchando a Dios se aprende a escuchar la palabra de Dios
y luego también a interpretarla. Así se hace presente la palabra de Dios, porque
las personas mueren, pero el sujeto vital, el pueblo de Dios, está siempre vivo
y es idéntico a lo largo de los milenios: es siempre el mismo sujeto vivo, en el
que vive la Palabra.
Así se explican también muchas estructuras de la sagrada Escritura, sobre
todo la así llamada “relectura”. Un texto antiguo es releído en otro libro,
-pongamos- cien años después, y entonces se entiende plenamente lo que no
era perceptible en aquel momento anterior, aunque ya estaba contenido en el
texto precedente. Y es releído otra vez algún tiempo después, y de nuevo se
comprenden otros aspectos, otras dimensiones de la Palabra; y así, en esta
permanente relectura y reescritura en el contexto de una continuidad profunda,
mientras se sucedían los tiempos de la espera, fue desarrollándose la sagrada
Escritura. Por último, con la venida de Cristo y con la experiencia de los
Apóstoles, la Palabra se hizo definitiva, de forma que ya no puede haber más
reescrituras, pero siguen siendo necesarias nuevas profundizaciones de nuestra
comprensión. El Señor dijo: “El Espíritu Santo os introducirá en una
profundidad que ahora no podéis tener”.
Así pues, la comunión de la Iglesia es el sujeto vivo de la Escritura. Pero
también ahora el sujeto principal es el mismo Señor, el cual sigue hablando en
la Escritura que está en nuestras manos. Creo que debemos aprender estos tres
elementos: leerla en conversación personal con el Señor; leerla acompañados
por maestros que tienen la experiencia de la fe, que han penetrado en el
sentido de la sagrada Escritura; leerla en la gran compañía de la Iglesia, en
cuya liturgia estos acontecimientos se hacen siempre presentes de nuevo, en la
que el Señor nos habla ahora a nosotros, de forma que poco a poco penetramos
23

cada vez más en la sagrada Escritura, en la que Dios habla realmente con
nosotros hoy.

Santo Padre, soy Anna, tengo 19 años; estudio literatura y pertenezco a la


parroquia de la Virgen del Carmen. Uno de los principales problemas que
debemos afrontar es el afectivo. A menudo tenemos dificultad para amar,
porque es fácil confundir amor con egoísmo, sobre todo hoy, donde gran parte
de los medios de comunicación social nos imponen una visión individualista,
secularizada, de la sexualidad; donde todo parece lícito y todo se permite en
nombre de la libertad y de la conciencia de las personas. La familia fundada
en el matrimonio parece ya prácticamente una invención de la Iglesia, por no
hablar de las relaciones prematrimoniales, cuya prohibición se presenta,
incluso a muchos de los que somos creyentes, como algo incomprensible o
pasado de moda... Sabiendo que somos muchos los que queremos vivir
responsablemente nuestra vida afectiva, ¿quiere explicarnos qué nos dice al
respecto la palabra de Dios? Muchas gracias.
Se trata de un gran problema y, ciertamente, no es posible responder en
pocos minutos, pero trataré de decir algo. Ya Anna dio una respuesta al decir
que hoy el amor a menudo es mal interpretado cuando se presenta como una
experiencia egoísta, mientras que en realidad consiste en abandonarse y así se
transforma en encontrarse. Ella dijo también que una cultura consumista
falsifica nuestra vida con un relativismo que parece concedernos todo y en
realidad nos vacía. Pero entonces escuchamos la palabra de Dios a este
respecto. Anna, con razón, quería saber qué dice la palabra de Dios.
Para mí es muy hermoso constatar que ya en las primeras páginas de la
sagrada Escritura, inmediatamente después del relato de la creación del
hombre, encontramos la definición del amor y del matrimonio. El autor
sagrado nos dice: “El hombre abandonará a su padre y a su madre, seguirá a su
mujer y ambos serán una sola carne”, una única existencia. Estamos al inicio y
ya se nos da una profecía de lo que es el matrimonio; y esta definición
permanece idéntica también en el Nuevo Testamento. El matrimonio es este
seguir al otro en el amor y así llegar a ser una sola existencia, una sola carne, y
por eso inseparables; una nueva existencia que nace de esta comunión de
amor, que une y así también crea futuro.
Los teólogos medievales, interpretando esta afirmación que se encuentra al
inicio de la sagrada Escritura, decían que el matrimonio fue el primero de los
siete sacramentos en ser instituido por Dios, dado que lo instituyó ya en el
momento de la creación, en el Paraíso, al inicio de la historia, y antes de toda
historia humana. Es un sacramento del Creador del universo; por tanto, ha sido
inscrito precisamente en el ser humano mismo, que está orientado hacia este
camino, en el que el hombre deja a sus padres y se une a su mujer para formar
una sola carne, para que los dos lleguen a ser una sola existencia.
Por tanto, el sacramento del matrimonio no es una invención de la Iglesia;
en realidad, fue creado juntamente con el hombre como tal, como fruto del
dinamismo del amor, en el que el hombre y la mujer se encuentran
mutuamente y así encuentran también al Creador que los llamó al amor.
24

Es verdad que el hombre cayó y fue expulsado del Paraíso o, por decirlo de
otra forma, con palabras más modernas, es verdad que todas las culturas están
contaminadas por el pecado, por los errores del hombre en su historia, y así
queda oscurecido el plan inicial inscrito en nuestra naturaleza. De hecho, en
las culturas humanas hallamos este oscurecimiento del plan original de Dios.
Sin embargo, al mismo tiempo, observando las culturas, toda la historia
cultural de la humanidad, constatamos también que el hombre nunca ha podido
olvidar del todo este plan inscrito en lo más profundo de su ser. En cierto
sentido, siempre ha sabido que las demás formas de relación entre el hombre y
la mujer no correspondían realmente al plan original sobre su ser. De este
modo, vemos cómo las culturas, sobre todo las grandes culturas, siempre de
nuevo se orientan hacia esta realidad, la monogamia, el ser hombre y mujer
una carne sola. Así en la fidelidad puede crecer una nueva generación, puede
continuarse una tradición cultural, renovándose y realizando, en la
continuidad, un auténtico progreso.
El Señor, que habló de esto mediante la voz de los profetas de Israel,
aludiendo a la concesión del divorcio por parte de Moisés, dijo: “Moisés os lo
concedió “por la dureza de vuestro corazón”“. El corazón después del pecado
“se endureció”, pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez
con mayor claridad, insistieron en ese plan originario. Para renovar al hombre,
el Señor, aludiendo a esas voces proféticas que siempre guiaron a Israel hacia
la claridad de la monogamia, reconoció con Ezequiel que, para vivir esta
vocación, necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de piedra -como
dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón realmente
humano.
Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor “implanta” en nosotros este
corazón nuevo. No es un trasplante físico, pero tal vez precisamente esta
comparación nos puede servir: después de un trasplante el organismo necesita
cuidados, necesita recibir las medicinas necesarias para poder vivir con el
nuevo corazón, de forma que llegue a ser “su corazón” y no “el corazón de
otro”. En este “trasplante” espiritual, en el que el Señor nos implanta un
corazón nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para
poder vivir con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que
recurrir a las medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser
realmente “nuestro corazón”. Viviendo así en la comunión con Cristo, con su
Iglesia, el nuevo corazón llega a ser realmente “nuestro corazón” y se hace
posible el matrimonio. El amor exclusivo entre un hombre y una mujer, la vida
en común de dos personas tal como la diseñó el Creador resulta posible,
aunque el ambiente de nuestro mundo la haga tan difícil que parezca
imposible.
El Señor nos da un corazón nuevo y nosotros debemos vivir con este
corazón nuevo, usando las terapias convenientes para que sea realmente
“nuestro”. Así es como vivimos lo que el Creador nos ha dado y esto crea una
vida verdaderamente feliz. De hecho, podemos verlo también en este mundo, a
pesar de tantos otros modelos de vida: hay muchas familias cristianas que
viven con fidelidad y alegría la vida y el amor indicados por el Creador; así
crece una nueva humanidad.
25

Por último, quisiera añadir: todos sabemos que para llegar a una meta en el
deporte y en la profesión hacen falta disciplina y renuncias, pero todo eso
contribuye al éxito, ayuda a alcanzar la meta que se buscaba. Así, también la
vida misma, es decir, el llegar a ser hombres según el plan de Jesús, exige
renuncias; pero esas renuncias no son algo negativo; al contrario, ayudan a
vivir como hombres con un corazón nuevo, a vivir una vida verdaderamente
humana y feliz.
Dado que existe una cultura consumista que quiere impedirnos vivir según
el plan del Creador, debemos tener la valentía de crear islas, oasis, y luego
grandes terrenos de cultura católica, en los que se viva el plan del Creador.

Santo Padre, soy Inelida, tengo 17 años; soy ayudante del jefe scout de los
lobatos en la parroquia de San Gregorio Barbarigo y estudio en el instituto
“Mario Mafai”. En su Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud,
usted nos dijo que “es urgente que surja una nueva generación de apóstoles
arraigados en la palabra de Cristo”. Son palabras tan fuertes y
comprometedoras que casi dan miedo. Ciertamente, también nosotros
quisiéramos ser nuevos apóstoles, pero ¿quiere explicarnos con más detalle
cuáles son, según usted, los mayores desafíos de nuestro tiempo, y cómo sueña
usted que deben ser estos nuevos apóstoles? En otras palabras, ¿qué espera
de nosotros, Santidad?
Todos nos preguntamos qué espera el Señor de nosotros. Me parece que el
gran desafío de nuestro tiempo -así me dicen también los obispos que realizan
la visita “ad limina”, por ejemplo los de África- es el secularismo, es decir, un
modo de vivir y presentar el mundo como “si Deus non daretur”, es decir,
como si Dios no existiera. Se quiere relegar a Dios a la esfera privada, a un
sentimiento, como si él no fuera una realidad objetiva; y así cada uno se forja
su propio proyecto de vida. Pero esta visión, que se presenta como si fuera
científica, sólo acepta como válido lo que se puede verificar con experimentos.
Con un Dios que no se presta al experimento de lo inmediato, esta visión
acaba por perjudicar también a la sociedad, pues de ahí se sigue que cada uno
se forja su propio proyecto y al final cada uno se sitúa contra el otro. Como se
ve, una situación en la que realmente no se puede vivir.
Debemos hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades.
Esta me parece la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en
nuestra vida, que no vivamos como si fuéramos autónomos, autorizados a
inventar lo que son la libertad y la vida. Debemos tomar conciencia de que
somos criaturas, constatar que Dios nos ha creado y que seguir su voluntad no
es dependencia sino un don de amor que nos da vida.
Por tanto, el primer punto es conocer a Dios, conocerlo cada vez más,
reconocer en mi vida que Dios existe y que Dios cuenta para mí. El segundo
punto es el siguiente: si reconocemos que Dios existe, que nuestra libertad es
una libertad compartida con los demás y que por tanto debe haber un
parámetro común para construir una realidad común, surge la pregunta: ¿qué
Dios? En efecto, hay muchas imágenes falsas de Dios: un Dios violento, etc.
La segunda cuestión, por consiguiente, es reconocer al Dios que nos mostró su
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rostro en Jesús, que sufrió por nosotros, que nos amó hasta la muerte y así
venció la violencia.
Hay que hacer presente, ante todo en nuestra “propia” vida, al Dios vivo, al
Dios que no es un desconocido, un Dios inventado, un Dios sólo pensado, sino
un Dios que se ha manifestado, que se reveló a sí mismo y su rostro. Sólo así
nuestra vida llega a ser verdadera, auténticamente humana; y sólo así también
los criterios del verdadero humanismo se hacen presentes en la sociedad.
También aquí, como dije en la primera respuesta, es verdad que no podemos
construir solos esta vida justa y recta, sino que debemos caminar en compañía
de amigos justos y rectos, de compañeros con los que podamos hacer la
experiencia de que Dios existe y que es hermoso caminar con Dios. Y caminar
en la gran compañía de la Iglesia, que nos presenta a lo largo de los siglos la
presencia del Dios que habla, que actúa, que nos acompaña. Por tanto, podría
decir: encontrar a Dios, encontrar al Dios que se reveló en Jesucristo, caminar
en compañía de su gran familia, con nuestros hermanos y hermanas que
forman la familia de Dios, esto me parece el contenido esencial de este
apostolado del que he hablado.

Santidad, me llamo Vittorio; soy de la parroquia de San Juan Bosco en


Cinecittà; tengo 20 años y estudio ciencias de la educación en la universidad
de Tor Vergata. En ese mismo Mensaje nos invita a no tener miedo de
responder con generosidad al Señor, especialmente cuando propone seguirlo
en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. Nos dice que no tengamos
miedo, que nos fiemos de él y que no quedaremos defraudados. Estoy
convencido de que muchos de los que estamos aquí, y muchos de los que nos
siguen desde su casa a través de la televisión, están pensando en seguir a
Jesús por un camino de especial consagración, pero no siempre es fácil
descubrir si ese es el camino correcto. ¿Nos quiere decir cómo descubrió
usted cuál era su vocación? ¿Puede darnos consejos para comprender mejor
si el Señor nos llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal? Muchas
gracias.
Por lo que a mí se refiere, crecí en un mundo muy diferente del actual,
pero, en definitiva, las situaciones son semejantes. Por una parte, existía aún la
situación de “cristiandad”, en la que era normal ir a la iglesia y aceptar la fe
como la revelación de Dios y tratar de vivir según la revelación; por otra,
estaba el régimen nazi, que afirmaba con voz muy fuerte: “En la nueva
Alemania no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no
necesitamos ya a esta gente; buscaos otra profesión”.
Pero precisamente al escuchar esas “fuertes” voces, ante la brutalidad de
aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran
necesidad de sacerdotes. Este contraste, el ver aquella cultura antihumana, me
confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el
camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera
ese camino.
En esa situación, la vocación al sacerdocio creció casi naturalmente junto
conmigo y sin grandes acontecimientos de conversión. Además, en este
camino me ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de mis
27

padres y del párroco, descubrí la belleza de la liturgia y siempre la he amado,


porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante
nosotros el cielo. El segundo elemento fue el descubrimiento de la belleza del
conocer, el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible
introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así,
fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta
celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta
juntamente con nosotros.
Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente
la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de
formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología
para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con
respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es
necesario ser sencillos con los sencillos. La teología es hermosa, pero también
es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así pues, me
preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser unilateral, sólo un teólogo?
Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, la compañía de los amigos,
de buenos sacerdotes y maestros.
Volviendo a la pregunta, pienso que es importante estar atentos a los gestos
del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a
través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo
esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una
relación personal con él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a través
de los demás o de los libros, sino que debemos vivir una relación cada vez más
profunda de amistad personal con él, en la que podemos comenzar a descubrir
lo que él nos pide.
Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibilidades: por una
parte, valentía; y, por otra, humildad, confianza y apertura, también con la
ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes,
de las familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo
siempre una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si
tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me
dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará.

Santo Padre, soy Giovanni, tengo 17 años, estudio en el instituto


“Giovanni Giorgi” de Roma y pertenezco a la parroquia de Santa María,
Madre de la Misericordia. Le pido que nos ayude a entender mejor cómo
pueden armonizarse la revelación bíblica y las teorías científicas en la
búsqueda de la verdad. A menudo nos hacen creer que la ciencia y la fe son
enemigas; que la ciencia y la técnica son lo mismo; que la lógica matemática
lo ha descubierto todo; que el mundo es fruto de la casualidad; y que si la
matemática no ha descubierto el teorema-Dios es simplemente porque Dios no
existe. Es decir, sobre todo cuando estudiamos, no siempre es fácil descubrir
en todas las cosas un proyecto divino, inscrito en la naturaleza y en la historia
del hombre. Así, a veces, la fe flaquea o se reduce a un acto sentimental.
También yo, Santo Padre, como todos los jóvenes, tengo hambre de Verdad,
pero ¿cómo puedo hacer para armonizar ciencia y fe?
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El gran Galileo dijo que Dios escribió el libro de la naturaleza con la forma
del lenguaje matemático. Estaba convencido de que Dios nos ha dado dos
libros: el de la sagrada Escritura y el de la naturaleza. Y el lenguaje de la
naturaleza -esta era su convicción- es la matemática; por tanto, la matemática
es un lenguaje de Dios, del Creador. Reflexionemos ahora sobre qué es la
matemática: de por sí, es un sistema abstracto, una invención del espíritu
humano que como tal, en su pureza, no existe. Siempre es realizado de forma
aproximada, pero, como tal, es un sistema intelectual, es una gran invención
-una invención genial- del espíritu humano. Lo sorprendente es que esta
invención de nuestra mente humana es realmente la clave para comprender la
naturaleza, que la naturaleza está realmente estructurada de modo
matemático, y que nuestra matemática, inventada por nuestro espíritu, es
realmente el instrumento para poder trabajar con la naturaleza, para ponerla a
nuestro servicio, para servirnos de ella mediante la técnica.
Me parece casi increíble que coincidan una invención del intelecto humano
y la estructura del universo: la matemática inventada por nosotros nos da
realmente acceso a la naturaleza del universo y nos permite utilizarlo. Por
tanto, coinciden la estructura intelectual del sujeto humano y la estructura
objetiva de la realidad: la razón subjetiva y la razón objetivada en la naturaleza
son idénticas. Creo que esta coincidencia entre lo que nosotros hemos pensado
y el modo como se realiza y se comporta la naturaleza, son un enigma y un
gran desafío, porque vemos que, en definitiva, es “una” la razón que las une a
ambas: nuestra razón no podría descubrir la otra si no hubiera una idéntica
razón en la raíz de ambas.
En este sentido, me parece que precisamente la matemática -en la que,
como tal, Dios no puede aparecer- nos muestra la estructura inteligente del
universo. Ahora hay también teorías basadas en el caos, pero son limitadas,
porque si hubiera prevalecido el caos, toda la técnica sería imposible. La
técnica es fiable sólo porque nuestra matemática es fiable. Nuestra ciencia, que
en definitiva permite trabajar con la energía de la naturaleza, supone la
estructura fiable, inteligente, de la materia.
Así, vemos que hay una racionalidad subjetiva y una racionalidad objetiva
en la materia, que coinciden. Naturalmente, ahora nadie puede probar -como
se prueba con experimentos, en las leyes técnicas- que ambas tuvieron su
origen en una única inteligencia, pero me parece que esta unidad de
inteligencia, detrás de las dos inteligencias, es realmente manifiesta en nuestro
mundo. Y cuanto más podamos servirnos del mundo con nuestra inteligencia,
tanto más manifiesto será el plan de la Creación.
Por último, para llegar a la cuestión definitiva, yo diría: Dios o existe o no
existe. Hay sólo dos opciones. O se reconoce la prioridad de la razón, de la
Razón creadora que está en el origen de todo y es el principio de todo -la
prioridad de la razón es también prioridad de la libertad- o se sostiene la
prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que funciona en nuestra tierra y
en nuestra vida sería sólo ocasional, marginal, un producto irracional; la razón
sería un producto de la irracionalidad. En definitiva, no se puede “probar” uno
u otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la opción por la
racionalidad y por la prioridad de la razón. Esta opción me parece la mejor,
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pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran Inteligencia, de la que nos
podemos fiar.
Pero a mí me parece que el verdadero problema actual contra la fe es el
mal en el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal con esta
racionalidad del Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se encarnó
y que nos muestra que él no sólo es una razón matemática, sino que esta razón
originaria es también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la opción
cristiana es también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos
elaborar con confianza una filosofía, una visión del mundo basada en esta
prioridad de la razón, en esta confianza en que la Razón creadora es Amor, y
que este amor es Dios.
***
Al final, Benedicto XVI entregó a un grupo de jóvenes, en representación
de todos, la sagrada Escritura y les dijo:
A fin de que, escuchándola con atención, sea cada vez más lámpara para
vuestros pasos y luz en vuestro camino. Queridos jóvenes, amad la palabra de
Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a un tesoro de tanto valor,
ayudándoos a apreciar sus riquezas. Permaneced fieles a la Palabra que esta
tarde la Iglesia, a través del Sucesor de Pedro, os entrega, seguros de lo que
nos dice el evangelista san Juan: “Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis
verdaderamente discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres” (Jn 8, 31-32).
Benedicto XVI impartió la bendición y prosiguió:
Y ahora, como conclusión de este encuentro, queridos amigos, deseamos
recordar a un testigo de la palabra de Dios, mi venerado predecesor el siervo
de Dios Juan Pablo II. De acuerdo con la exhortación de la carta a los Hebreos,
también nosotros queremos recordarlo como el que nos ha anunciado la
palabra de Dios y considerando atentamente el final de su vida, queremos
comprometernos a imitar su fe. Por eso, con algunos de vosotros iré ahora a su
tumba, a donde llevaremos la cruz del Año santo, que os entregó al comienzo
de las Jornadas mundiales de la juventud, y el icono de María santísima, Salus
Populi Romani. Os pido que me acompañéis en esta peregrinación uniéndoos a
mi plegaria. Pidamos al Señor que recompense al Papa Juan Pablo II por su
gran obra de difusión del Evangelio en el mundo y pidamos para nosotros su
mismo celo apostólico, a fin de que la Palabra de salvación, por obra de la
Iglesia, se difunda en todos los ambientes de vida y llegue a todo hombre hasta
los extremos confines de la tierra.

SIGNIFICADO DEL DOMINGO DE RAMOS


060409. Homilía. Domingo de Ramos. XXI JMJ
“Hermanos y hermanas queridos, jóvenes aquí presentes y jóvenes del
mundo entero: con esta asamblea litúrgica entramos en la Semana santa para
vivir la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Del mismo
modo que los discípulos aclamaron a Jesús como Mesías, como el que viene
en el nombre del Señor, también nosotros le cantamos con alegría, y
confesamos nuestra fe: él es la Palabra única y definitiva de Dios Padre, él es
30

la Palabra hecha carne, él es quien nos ha hablado del Dios invisible.


Amadísimos jóvenes, sólo meditando con asiduidad la Palabra de Dios
aprenderéis a amar a Jesucristo, sólo en él conoceréis la verdad y la libertad,
sólo participando en su Pascua daréis sentido y esperanza a vuestra vida.
Hermanos y hermanas, sigamos a Cristo: los ramos de olivo, signo de la paz
mesiánica, y los ramos de palma, signo del martirio, don de la vida a Dios y a
los hermanos, con los que ahora aclamaremos a Jesús como Mesías,
testimonian nuestra adhesión firme al misterio pascual que celebramos
***
Queridos hermanos y hermanas: Desde hace veinte años, gracias al Papa
Juan Pablo II, el domingo de Ramos ha llegado a ser de modo particular el día
de la juventud, el día en que los jóvenes en todo el mundo van al encuentro de
Cristo, deseando acompañarlo en sus ciudades y en sus pueblos, para que esté
en medio de nosotros y pueda instaurar su paz en el mundo. Pero si queremos
ir al encuentro de Jesús y después avanzar con él por su camino, debemos
preguntarnos: ¿Por qué camino quiere guiarnos? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué
espera él de nosotros?
Para entender lo que sucedió el domingo de Ramos y saber qué significa,
no sólo para aquella hora, sino para toda época, es importante un detalle, que
también para sus discípulos se transformó en la clave para la comprensión del
acontecimiento, cuando, después de la Pascua, repasaron con una mirada
nueva aquellas jornadas agitadas.
Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno, es decir, en el animal de
la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece,
sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza
real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado. San
Juan nos relata que, en un primer momento, los discípulos no lo entendieron.
Sólo después de la Pascua cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así,
cumplía los anuncios de los profetas, que su actuación derivaba de la palabra
de Dios y la realizaba. Recordaron -dice san Juan- que en el profeta Zacarías
se lee: “No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino
de asna” (Jn 12, 15; cf. Za 9, 9).
Para comprender el significado de la profecía y, en consecuencia, de la
misma actuación de Jesús, debemos escuchar todo el texto de Zacarías, que
prosigue así: “El destruirá los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén;
romperá el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio
irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra” (Za 9, 10). Así
afirma el profeta tres cosas sobre el futuro rey.
En primer lugar, dice que será rey de los pobres, pobre entre los pobres y
para los pobres. La pobreza, en este caso, se entiende en el sentido de los
anawin de Israel, de las almas creyentes y humildes que encontramos en torno
a Jesús, en la perspectiva de la primera bienaventuranza del Sermón de la
montaña. Uno puede ser materialmente pobre, pero tener el corazón lleno de
afán de riqueza material y del poder que deriva de la riqueza. Precisamente el
hecho de que vive en la envidia y en la codicia demuestra que, en su corazón,
pertenece a los ricos. Desea cambiar la repartición de los bienes, pero para
llegar a estar él mismo en la situación de los ricos de antes.
31

La pobreza, en el sentido que le da Jesús —el sentido de los profetas—,


presupone sobre todo estar libres interiormente de la avidez de posesión y del
afán de poder. Se trata de una realidad mayor que una simple repartición
diferente de los bienes, que se limitaría al campo material y más bien
endurecería los corazones. Ante todo, se trata de la purificación del corazón,
gracias a la cual se reconoce la posesión como responsabilidad, como tarea
con respecto a los demás, poniéndose bajo la mirada de Dios y dejándose guiar
por Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9).
La libertad interior es el presupuesto para superar la corrupción y la avidez
que arruinan al mundo; esta libertad sólo puede hallarse si Dios llega a ser
nuestra riqueza; sólo puede hallarse en la paciencia de las renuncias diarias, en
las que se desarrolla como libertad verdadera. Al rey que nos indica el camino
hacia esta meta -Jesús- lo aclamamos el domingo de Ramos; le pedimos que
nos lleve consigo por su camino.
En segundo lugar, el profeta nos muestra que este rey será un rey de paz;
hará desaparecer los carros de guerra y los caballos de batalla, romperá los
arcos y anunciará la paz. En la figura de Jesús esto se hace realidad mediante
el signo de la cruz. Es el arco roto, en cierto modo, el nuevo y verdadero arco
iris de Dios, que une el cielo y la tierra y tiende un puente entre los continentes
sobre los abismos. La nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la
cruz, signo de reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que
la muerte. Cada vez que hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de
no responder a la injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra
violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y
jamás devolviendo mal por mal.
La tercera afirmación del profeta es el anuncio de la universalidad.
Zacarías dice que el reino del rey de la paz se extiende “de mar a mar (...)
hasta los confines de la tierra”. La antigua promesa de la tierra, hecha a
Abraham y a los Padres, se sustituye aquí con una nueva visión: el espacio del
rey mesiánico ya no es un país determinado, que luego se separaría de los
demás y, por tanto, se pondría inevitablemente contra los otros países. Su país
es la tierra, el mundo entero. Superando toda delimitación, él crea unidad en la
multiplicidad de las culturas. Atravesando con la mirada las nubes de la
historia que separaban al profeta de Jesús, vemos cómo desde lejos emerge en
esta profecía la red de las comunidades eucarísticas que abraza a la tierra, a
todo el mundo, una red de comunidades que constituyen el “reino de la paz”
de Jesús de mar a mar hasta los confines de la tierra.
Él llega a todas las culturas y a todas las partes del mundo, adondequiera, a
las chozas miserables y a los campos pobres, así como al esplendor de las
catedrales. Por doquier él es el mismo, el Único, y así todos los orantes
reunidos, en comunión con él, están también unidos entre sí en un único
cuerpo. Cristo domina convirtiéndose él mismo en nuestro pan y entregándose
a nosotros. De este modo construye su reino.
Este nexo resulta totalmente claro en la otra frase del Antiguo Testamento
que caracteriza y explica la liturgia del domingo de Ramos y su clima
particular. La multitud aclama a Jesús: “Hosanna, bendito el que viene en
nombre del Señor (Mc 11, 9; Sal 118, 25). Estas palabras forman parte del rito
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de la fiesta de las tiendas, durante el cual los fieles dan vueltas en torno al altar
llevando en las manos ramos de palma, mirto y sauce.
Ahora la gente grita eso mismo, con palmas en las manos, delante de Jesús,
en quien ve a Aquel que viene en nombre del Señor. En efecto, la expresión “el
que viene en nombre del Señor” se había convertido desde hacía tiempo en la
manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a Aquel que
verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios.
Este grito de esperanza de Israel, esta aclamación a Jesús durante su entrada en
Jerusalén, ha llegado a ser con razón en la Iglesia la aclamación a Aquel que,
en la Eucaristía, viene a nuestro encuentro de un modo nuevo. Con el grito
“Hosanna” saludamos a Aquel que, en carne y sangre, trajo la gloria de Dios a
la tierra. Saludamos a Aquel que vino y, sin embargo, sigue siendo siempre
Aquel que debe venir. Saludamos a Aquel que en la Eucaristía viene siempre
de nuevo a nosotros en nombre del Señor, uniendo así en la paz de Dios los
confines de la tierra.
Esta experiencia de la universalidad forma parte esencial de la Eucaristía.
Dado que el Señor viene, nosotros salimos de nuestros particularismos
exclusivos y entramos en la gran comunidad de todos los que celebran este
santo sacramento. Entramos en su reino de paz y, en cierto modo, saludamos
en él también a todos nuestros hermanos y hermanas a quienes él viene, para
llegar a ser verdaderamente un reino de paz en este mundo desgarrado.
Las tres características anunciadas por el profeta -pobreza, paz y
universalidad- se resumen en el signo de la cruz. Por eso, con razón, la cruz se
ha convertido en el centro de las Jornadas mundiales de la juventud. Hubo un
período -que aún no se ha superado del todo- en el que se rechazaba el
cristianismo precisamente a causa de la cruz. La cruz habla de sacrificio -se
decía-; la cruz es signo de negación de la vida. En cambio, nosotros queremos
la vida entera, sin restricciones y sin renuncias. Queremos vivir, sólo vivir. No
nos dejamos limitar por mandamientos y prohibiciones; queremos riqueza y
plenitud; así se decía y se sigue diciendo todavía.
Todo esto parece convincente y atractivo; es el lenguaje de la serpiente,
que nos dice: “¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles
del jardín!”. Sin embargo, el domingo de Ramos nos dice que el auténtico gran
“sí” es precisamente la cruz; que precisamente la cruz es el verdadero árbol de
la vida. No hallamos la vida apropiándonos de ella, sino donándola. El amor es
entregarse a sí mismo, y por eso es el camino de la verdadera vida,
simbolizada por la cruz.
Hoy la cruz, que estuvo en el centro de la última Jornada mundial de la
juventud, en Colonia, se entrega a una delegación para que comience su
camino hacia Sydney, donde, en 2008, la juventud del mundo quiere reunirse
nuevamente en torno a Cristo para construir con él el reino de paz. Desde
Colonia hasta Sydney, un camino a través de los continentes y las culturas, un
camino a través de un mundo desgarrado y atormentado por la violencia.
Simbólicamente es el camino indicado por el profeta, de mar a mar, desde
el río hasta los confines de la tierra. Es el camino de Aquel que, con el signo
de la cruz, nos da la paz y nos transforma en portadores de la reconciliación y
de su paz. Doy las gracias a los jóvenes que ahora llevarán por los caminos del
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mundo esta cruz, en la que casi podemos tocar el misterio de Jesús. Pidámosle
que, al mismo tiempo, nos toque a nosotros y abra nuestro corazón, a fin de
que siguiendo su cruz lleguemos a ser mensajeros de su amor y de su paz.
Amén.

LA FELICIDAD DEPENDE DE LA AMISTAD CON JESÚS


060410. Discurso. Congreso Univ 2006
Vuestra presencia en Roma, corazón del mundo cristiano, durante la
Semana santa, os ayuda a vivir intensamente el misterio pascual. En particular,
os permite encontraros con Cristo más íntimamente, de modo especial a través
de la contemplación de su pasión, muerte y resurrección. Es él quien orienta
vuestros pasos, vuestros estudios universitarios y vuestras amistades, en medio
del ajetreo de la vida diaria.
También para cada uno de vosotros, como les sucedió a los Apóstoles, el
encuentro personal con el divino Maestro, que os llama amigos (cf. Jn 15, 15),
puede ser el inicio de una aventura extraordinaria: la de convertiros en
apóstoles entre vuestros coetáneos, para llevarlos a experimentar como
vosotros la amistad con el Dios que se hizo hombre, con el Dios que se hizo
amigo mío. No olvidéis jamás, queridos jóvenes, que vuestra felicidad, que
nuestra felicidad, depende en definitiva del encuentro y de la amistad con
Jesús.
Considero de gran interés el tema en el que estáis profundizando en vuestro
congreso, es decir, la cultura y los medios de comunicación social. Por
desgracia, debemos constatar que en nuestro tiempo las nuevas tecnologías y
los medios de comunicación no siempre favorecen las relaciones personales, el
diálogo sincero y la amistad entre las personas; no siempre ayudan a cultivar la
interioridad de la relación con Dios. Sé bien que para vosotros la amistad y el
contacto con los demás, especialmente con vuestros coetáneos, representan
una parte importante de la vida de cada día.
Es necesario que tengáis a Jesús como uno de vuestros amigos más
queridos, más aún, el primero. Así veréis cómo la amistad con él os llevará a
abriros a los demás, a quienes consideráis hermanos, manteniendo con cada
uno una relación de amistad sincera. En efecto, Jesucristo es precisamente “el
amor de Dios encarnado” (cf. Deus caritas est, 12), y sólo en él es posible
encontrar la fuerza para ofrecer a los hermanos afecto humano y caridad
sobrenatural, con espíritu de servicio que se manifiesta sobre todo en la
comprensión. Es hermoso ver que los demás nos comprenden y comenzar a
comprender a los demás.
Quien ha descubierto a Cristo no puede por menos de llevar a los demás
hacia él, dado que una gran alegría no se puede guardar para uno mismo, sino
que es necesario comunicarla. Esta es la tarea a la que os llama el Señor; este
es el “apostolado de amistad”, que san Josemaría, fundador del Opus Dei,
describe como “amistad “personal”, sacrificada, sincera: de tú a tú, de corazón
a corazón” (Surco, n. 191). Todo cristiano está invitado a ser amigo de Dios y,
con su gracia, a atraer hacia él a sus amigos.
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De este modo, el amor apostólico se convierte en una auténtica pasión que


se expresa transmitiendo a los demás la felicidad que se ha encontrado en
Jesús. También san Josemaría nos recuerda algunas palabras clave de vuestro
itinerario espiritual: “Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra,
Pan, Amor” (Camino, n. 535), las grandes palabras que expresan los puntos
esenciales de nuestro camino.
Si cultiváis la amistad con Jesús, si os acercáis con frecuencia a los
sacramentos, y especialmente a los sacramentos de la Penitencia y la
Eucaristía, podréis llegar a ser la “nueva generación de apóstoles arraigados en
la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y
dispuestos a difundir el Evangelio por todas partes”.
Que la santísima Virgen os ayude a responder siempre “sí” al Señor que os
llama a seguirlo.

CONSTRUIR LA VIDA SOBRE ROCA: JESUCRISTO


060527. Discurso. Jóvenes. Blonie, Cracovia
¡Os doy mi cordial bienvenida! Vuestra presencia me alegra. Doy gracias
al Señor por este encuentro con el calor de vuestra cordialidad. Sabemos que
“donde están dos o tres reunidos en el nombre de Jesús, él está en medio de
ellos” (cf. Mt 18, 20). ¡Pero vosotros sois hoy aquí muchos más! Por esto os
doy las gracias a cada uno de vosotros. Así pues, Jesús está aquí con nosotros.
Está presente entre los jóvenes de la tierra polaca, para hablar con ellos de una
casa que no se desplomará jamás, porque está edificada sobre roca. Es la
palabra evangélica que acabamos de escuchar (cf. Mt 7, 24-27).
Amigos míos, en el corazón de cada hombre existe el deseo de una casa.
En un corazón joven existe con mayor razón el gran anhelo de una casa propia,
que sea sólida, a la que no sólo se pueda volver con alegría, sino también en la
que se pueda acoger con alegría a todo huésped que llegue. Es la nostalgia de
una casa en la que el pan de cada día sea el amor, el perdón, la necesidad de
comprensión, en la que la verdad sea la fuente de la que brota la paz del
corazón.
Es la nostalgia de una casa de la que se pueda estar orgulloso, de la que no
se deba avergonzar y por cuya destrucción jamás se deba llorar. Esta nostalgia
no es más que el deseo de una vida plena, feliz, realizada. No tengáis miedo de
este deseo. No lo evitéis. No os desaniméis a la vista de las casas que se han
desplomado, de los deseos que no se han realizado, de las nostalgias que se
han disipado. Dios Creador, que infunde en un corazón joven el inmenso deseo
de felicidad, no lo abandona después en la ardua construcción de la casa que se
llama vida.
Amigos míos, se impone una pregunta: “¿Cómo construir esta casa?”. Es
una pregunta que seguramente ya os habéis planteado muchas veces en vuestro
corazón y que volveréis a plantearos muchas veces. Es una pregunta que es
preciso hacerse a sí mismos no solamente una vez. Cada día debe estar ante los
ojos del corazón: ¿cómo construir la casa llamada vida? Jesús, cuyas palabras
hemos escuchado en el pasaje del evangelio según san Mateo, nos exhorta a
construir sobre roca. En efecto, solamente así la casa no se desplomará.
35

Pero ¿qué quiere decir construir la casa sobre roca? Construir sobre roca
quiere decir ante todo: construir sobre Cristo y con Cristo. Jesús dice: “Así
pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el
hombre prudente que construyó su casa sobre roca” (Mt 7, 24). Aquí no se
trata de palabras vacías, dichas por una persona cualquiera, sino de las
palabras de Jesús. No se trata de escuchar a una persona cualquiera, sino de
escuchar a Jesús. No se trata de cumplir cualquier cosa, sino de cumplir las
palabras de Jesús.
Construir sobre Cristo y con Cristo significa construir sobre un fundamento
que se llama amor crucificado. Quiere decir construir con Alguien que,
conociéndonos mejor que nosotros mismos, nos dice: “Eres precioso a mis
ojos,... eres estimado, y yo te amo” (Is 43, 4). Quiere decir construir con
Alguien que siempre es fiel, aunque nosotros fallemos en la fidelidad, porque
él no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2, 13). Quiere decir construir con
Alguien que se inclina constantemente sobre el corazón herido del hombre, y
dice: “Yo no te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (cf. Jn 8, 11).
Quiere decir construir con Alguien que desde lo alto de la cruz extiende los
brazos para repetir por toda la eternidad: “Yo doy mi vida por ti, hombre,
porque te amo”.
Por último, construir sobre Cristo quiere decir fundar sobre su voluntad
todos nuestros deseos, expectativas, sueños, ambiciones, y todos nuestros
proyectos. Significa decirse a sí mismo, a la propia familia, a los amigos y al
mundo entero y, sobre todo, a Cristo: “Señor, en la vida no quiero hacer nada
contra ti, porque tú sabes lo que es mejor para mí. Sólo tú tienes palabras de
vida eterna” (cf. Jn 6, 68). Amigos míos, no tengáis miedo de apostar por
Cristo. Tened nostalgia de Cristo, como fundamento de la vida. Encended en
vosotros el deseo de construir vuestra vida con él y por él. Porque no puede
perder quien lo apuesta todo por el amor crucificado del Verbo encarnado.
Construir sobre roca significa construir sobre Cristo y con Cristo, que es la
roca. En la primera carta a los Corintios san Pablo, hablando del camino del
pueblo elegido a través del desierto, explica que todos “bebieron... de la roca
espiritual que los acompañaba; y la roca era Cristo” (1 Co 10, 4). Ciertamente,
los padres del pueblo elegido no sabían que esa roca era Cristo. No eran
conscientes de que los acompañaba Aquel que, cuando llegaría la plenitud de
los tiempos, se encarnaría, asumiendo un cuerpo humano. No necesitaban
comprender que apagaría su sed el Manantial mismo de la vida, capaz de
ofrecer el agua viva para saciar la sed de todo corazón. Sin embargo, bebieron
de esta roca espiritual que es Cristo, porque sentían nostalgia del agua de la
vida, la necesitaban.
Mientras caminamos por las sendas de la vida, a veces quizá no somos
conscientes de la presencia de Jesús. Pero precisamente esta presencia viva y
fiel, la presencia en la obra de la creación, la presencia en la palabra de Dios y
en la Eucaristía, en la comunidad de los creyentes y en todo hombre redimido
por la preciosa sangre de Cristo, esta presencia es la fuente inagotable de la
fuerza humana. Jesús de Nazaret, Dios que se hizo hombre, está a nuestro lado
en los momentos felices y en las adversidades, y desea esta relación, que es en
realidad el fundamento de la auténtica humanidad. En el Apocalipsis leemos
36

estas significativas palabras: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”
(Ap 3, 20).
Amigos míos, ¿qué quiere decir construir sobre roca? Construir sobre roca
significa también construir sobre Alguien que fue rechazado. San Pedro habla
a sus fieles de Cristo como de una “piedra viva, desechada por los hombres,
pero elegida, preciosa ante Dios” (1 P 2, 4). El hecho innegable de la elección
de Jesús por parte de Dios no esconde el misterio del mal, a causa del cual el
hombre es capaz de rechazar a Aquel que lo ha amado hasta el extremo. Este
rechazo de Jesús por parte de los hombres, mencionado por san Pedro, se
prolonga en la historia de la humanidad y llega también a nuestros días.
No se necesita una gran agudeza para descubrir las múltiples
manifestaciones del rechazo de Jesús, incluso donde Dios nos ha concedido
crecer. Muchas veces Jesús es ignorado, es escarnecido, es proclamado rey del
pasado, pero no del hoy y mucho menos del mañana; es arrumbado en el
armario de cuestiones y de personas de las que no se debería hablar en voz alta
y en público. Si en la construcción de la casa de vuestra vida os encontráis con
los que desprecian el fundamento sobre el que estáis construyendo, no os
desaniméis. Una fe fuerte debe superar las pruebas. Una fe viva debe crecer
siempre. Nuestra fe en Jesucristo, para seguir siendo tal, debe confrontarse a
menudo con la falta de fe de los demás.
Queridos amigos, ¿qué quiere decir construir sobre roca? Construir sobre
roca quiere decir ser conscientes de que habrá contrariedades. Cristo
dice: “Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y
embistieron contra aquella casa...” (Mt 7, 25). Estos fenómenos naturales no
sólo son la imagen de las múltiples contrariedades de la condición humana;
normalmente también son previsibles. Cristo no promete que sobre una casa en
construcción no caerá jamás un aguacero; no promete que una ola violenta no
derribará lo que para nosotros es más querido; no promete que vientos
impetuosos no arrastrarán lo que hemos construido a veces a costa de enormes
sacrificios. Cristo no sólo comprende la aspiración del hombre a una casa
duradera, sino que también es plenamente consciente de todo lo que puede
arruinar la felicidad del hombre. Por eso, no debéis sorprenderos de que surjan
contrariedades, cualesquiera que sean. No os desaniméis a causa de ellas. Un
edificio construido sobre roca no queda exento de la acción de las fuerzas de la
naturaleza, inscritas en el misterio del hombre. Haber construido sobre roca
significa tener la certeza de que en los momentos difíciles existe una fuerza
segura en la que se puede confiar.
Amigos míos, permitidme que insista: ¿qué quiere decir construir sobre
roca? Quiere decir construir con sabiduría. Con razón Jesús compara a quienes
oyen sus palabras y las ponen en práctica con un hombre sabio que ha
construido su casa sobre roca. En efecto, es insensato construir sobre arena
cuando se puede hacer sobre roca, teniendo así una casa capaz de resistir a
cualquier tormenta. Es insensato construir la casa sobre un terreno que no
ofrece garantías de resistir en los momentos más difíciles. Tal vez sea más
fácil fundar nuestra vida sobre las arenas movedizas de nuestra visión del
mundo, construir nuestro futuro lejos de la palabra de Jesús, y a veces incluso
37

contra ella. Sin embargo, es evidente que quien construye de este modo no es
prudente, porque quiere convencerse a sí mismo y a los demás de que en su
vida no se desatará ninguna tormenta, de que ninguna ola se estrellará contra
su casa. Ser sabio significa tener en cuenta que la solidez de la casa depende
de la elección del fundamento. No tengáis miedo de ser sabios; es decir, no
tengáis miedo de construir sobre roca.
Amigos míos, una vez más: ¿qué quiere decir construir sobre roca?
Construir sobre roca quiere decir también construir sobre Pedro y con Pedro,
pues a él el Señor le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Si
Cristo, la Roca, la piedra viva y preciosa, llama a su Apóstol piedra, significa
que quiere que Pedro, y con él toda la Iglesia, sean signo visible del único
Salvador y Señor.
Ciertamente aquí, en Cracovia, la ciudad predilecta de mi predecesor Juan
Pablo II, a nadie sorprenden las palabras acerca de construir con Pedro y sobre
Pedro. Por eso os digo: no tengáis miedo de construir vuestra vida en la Iglesia
y con la Iglesia. Sentíos orgullosos del amor a Pedro y a la Iglesia a él
encomendada. No os dejéis engañar por quienes quieren contraponer a Cristo
y a la Iglesia. Sólo hay una roca sobre la cual vale la pena construir la casa.
Esta roca es Cristo. Sólo hay una piedra sobre la cual vale la pena apoyarlo
todo. Esta piedra es aquel a quien Cristo dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Vosotros, los jóvenes, habéis conocido
bien al Pedro de nuestro tiempo. Por eso, no olvidéis que ni aquel Pedro que
está observando nuestro encuentro desde la ventana de Dios Padre, ni este
Pedro que ahora está delante de vosotros, ni ningún Pedro sucesivo estará
nunca contra vosotros, ni contra la construcción de una casa duradera sobre
roca. Al contrario, con su corazón y con sus manos os ayudará a construir la
vida sobre Cristo y con Cristo.
Queridos amigos, meditando en las palabras de Cristo sobre la roca como
fundamento adecuado para la casa, no podemos menos de notar que la última
palabra es una palabra de esperanza. Jesús dice que, a pesar de la furia de los
elementos, la casa no se desplomó, porque estaba fundada sobre roca. Con
estas palabras nos infunde una extraordinaria confianza en la fuerza del
fundamento, la fe que no teme ser desmentida porque está confirmada por la
muerte y resurrección de Cristo. Esta es la fe que, años después, confesará san
Pedro en su carta: “He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida,
preciosa, y el que crea en ella no será confundido” (1 P 2, 6). Ciertamente “no
será confundido...”.
Queridos jóvenes amigos, el miedo al fracaso a veces puede frenar incluso
los sueños más hermosos. Puede paralizar la voluntad e impedir creer que
pueda existir una casa construida sobre roca. Puede persuadir de que la
nostalgia de la casa es solamente un deseo juvenil y no un proyecto de vida.
Como Jesús, decid a este miedo: “¡No puede caer una casa fundada sobre
roca!”. Como san Pedro, decid a la tentación de la duda: “Quien cree en
Cristo, no será confundido”. Sed testigos de la esperanza, de la esperanza que
no teme construir la casa de la propia vida, porque sabe bien que puede
apoyarse en el fundamento que le impedirá caer: Jesucristo, nuestro Señor.
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NAVIDAD, VERDAD Y BELLEZA


061221. Discurso. A jóvenes de Acción Católica
Me habéis dicho que este año vuestro camino formativo se centra en la
belleza al buscar la verdad. Por eso, habéis escogido un eslogan sencillo y
eficaz: “Belleza y verdad”. La Navidad es el gran misterio de la verdad y de la
belleza de Dios, que viene a habitar en medio de nosotros para la salvación de
todos.
El nacimiento de Jesús no es una fábula; es una historia que aconteció
realmente en Belén hace dos mil años. La fe nos hace reconocer en ese
pequeño Niño, nacido de María Virgen, al verdadero Hijo de Dios, que por
amor a nosotros se hizo hombre. “El rey del cielo viene a una cueva, en medio
del frío y del hielo”, reza el villancico “Tu scendi dalle
stelle”, conocido en todo el mundo.
En el rostro de Jesús niño contemplamos el rostro de Dios, que no se revela
en la fuerza o el poder, sino en la debilidad y en la frágil constitución de un
niño. Este “Niño Dios”, envuelto en pañales y recostado en el pesebre con
maternal solicitud por su madre, María, revela toda la bondad y la infinita
belleza de Dios. Manifiesta la fidelidad y la ternura del amor ilimitado que
Dios nos tiene a cada uno.
Por esto hacemos fiesta en Navidad, reviviendo la experiencia de los
pastores de Belén. Juntamente con muchos padres y madres que trabajan cada
día afrontando continuos sacrificios, hacemos fiesta con los niños, los
enfermos, los pobres, porque con el nacimiento de Jesús el Padre celestial
respondió al deseo de verdad, de perdón y de paz de nuestro corazón. Y
respondió con un amor tan grande que nos sorprendió: nadie hubiera podido
imaginarlo jamás, si Jesús no nos lo hubiera revelado.
El asombro que experimentamos ante el encanto de la Navidad se refleja,
de alguna manera, en la maravilla de todo nacimiento y nos invita a reconocer
al Niño Jesús en todos los niños, que son la alegría de la Iglesia y la esperanza
del mundo. El recién nacido que viene al mundo en Belén es el mismo Jesús
que recorrió los caminos de Galilea y dio su vida por nosotros en la cruz; es el
mismo Jesús que resucitó y, después de subir al cielo, sigue guiando a su
Iglesia con la fuerza de su Espíritu. Esta es la verdad hermosa y grande de
nuestra fe cristiana.
Queridos muchachos de la Acción católica, el Papa os quiere, confía en
vosotros y os encomienda hoy la tarea de ser amigos y testigos de Jesús, que
en Belén vino a habitar en medio de nosotros. ¿No es hermoso darlo a conocer
cada vez más entre vuestros amigos, en las ciudades, en las parroquias y en
vuestras familias? La Iglesia os necesita para estar cerca de todos los niños y
muchachos que viven en Italia. Testimoniad que Jesús no quita nada a vuestra
alegría, sino que os hace más humanos, más verdaderos, más hermosos.
39

2007
“Se necesita
jóvenes que
dejen arder
dentro de sí el
amor de Dios y
respondan
generosamente a
su llamamiento
apremiante,
como lo han
hecho tantos
jóvenes beatos y
santos del
pasado y
también de
tiempos cercanos al nuestro.” (07-07-20 Mensaje XXIII
JMJ)
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JMJ 2007: AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO


061127. Mensaje.
Con ocasión de la XXII Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará
en las diócesis el próximo Domingo de Ramos, quisiera proponer para vuestra
meditación las palabras de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”
(cf. Jn 13,34).
¿Es posible amar?
Toda persona siente el deseo de amar y de ser amado. Sin embargo, ¡qué
difícil es amar, cuántos errores y fracasos se producen en el amor! Hay quien
llega incluso a dudar si el amor es posible. Las carencias afectivas o las
desilusiones sentimentales pueden hacernos pensar que amar es una utopía, un
sueño inalcanzable, ¿habrá, pues, que resignarse? ¡No! El amor es posible y la
finalidad de este mensaje mío es contribuir a reavivar en cada uno de vosotros,
que sois el futuro y la esperanza de la humanidad, la fe en el amor verdadero,
fiel y fuerte; un amor que produce paz y alegría; un amor que une a las
personas, haciéndolas sentirse libres en el respeto mutuo. Dejadme ahora que
recorra con vosotros, en tres momentos, un itinerario hacia el
“descubrimiento” del amor.
Dios, fuente del amor
El primer momento hace referencia a la única fuente del amor verdadero,
que es Dios. San Juan lo subraya bien cuando afirma que “Dios es amor” (1 Jn
4,8.16); con ello no quiere decir sólo que Dios nos ama, sino que el ser mismo
de Dios es amor. Estamos aquí ante la revelación más esplendorosa de la
fuente del amor que es el misterio trinitario: en Dios, uno y trino, hay una
eterna comunicación de amor entre las personas del Padre y del Hijo, y este
amor no es una energía o un sentimiento, sino una persona: el Espíritu Santo.
La Cruz de Cristo revela plenamente el amor de Dios
¿Cómo se nos manifiesta Dios-Amor? Estamos aquí en el segundo
momento de nuestro itinerario. Aunque los signos del amor divino ya son
claros en la creación, la revelación plena del misterio íntimo de Dios se realizó
en la Encarnación, cuando Dios mismo se hizo hombre. En Cristo, verdadero
Dios y verdadero Hombre, hemos conocido el amor en todo su alcance. De
hecho, “la verdadera originalidad del Nuevo Testamento –he escrito en la
Encíclica Deus caritas est– no consiste en nuevas ideas, sino en la figura
misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito”
(n. 12). La manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz, como
afirma san Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8). Por tanto, cada uno
de nosotros, puede decir sin equivocarse: “Cristo me amó y se entregó por mí”
(cf. Ef 5,2). Redimida por su sangre, ninguna vida humana es inútil o de poco
valor, porque todos somos amados personalmente por Él con un amor
apasionado y fiel, con un amor sin límites. La Cruz, locura para el mundo,
escándalo para muchos creyentes, es en cambio “sabiduría de Dios” para los
que se dejan tocar en lo más profundo del propio ser, “pues lo necio de Dios es
más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”
41

(1 Co 1,24-25). Más aún, el Crucificado, que después de la resurrección lleva


para siempre los signos de la propia pasión, pone de relieve las
“falsificaciones” y mentiras sobre Dios que hay tras la violencia, la venganza y
la exclusión. Cristo es el Cordero de Dios, que carga con el pecado del mundo
y extirpa el odio del corazón del hombre. Ésta es su verdadera “revolución”: el
amor.
Amar al prójimo como Cristo nos ama
Llegamos aquí al tercer momento de nuestra reflexión. En la Cruz Cristo
grita: “Tengo sed” (Jn 19,28), revelando así una ardiente sed de amar y de ser
amado por todos nosotros. Sólo cuando percibimos la profundidad y la
intensidad de este misterio nos damos cuenta de la necesidad y la urgencia de
que lo amemos “como” Él nos ha amado. Esto comporta también el
compromiso, si fuera necesario, de dar la propia vida por los hermanos,
apoyados por el amor que Él nos tiene. Ya en el Antiguo Testamento Dios
había dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), pero la
novedad de Cristo consiste en el hecho de que amar como Él nos ha amado
significa amar a todos, sin distinción, incluso a los enemigos, “hasta el
extremo” (cf. Jn 13,1).
Testigos del amor de Cristo
Quisiera ahora detenerme en tres ámbitos de la vida cotidiana en los que
vosotros, queridos jóvenes, estáis llamados de modo particular a manifestar el
amor de Dios. El primero es la Iglesia, que es nuestra familia espiritual,
compuesta por todos los discípulos de Cristo. Siendo testigos de sus palabras –
“La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis
unos a otros” (Jn 13,35) –, alimentad con vuestro entusiasmo y vuestra caridad
las actividades de las parroquias, de las comunidades, de los movimientos
eclesiales y de los grupos juveniles a los que pertenecéis. Sed solícitos en
buscar el bien de los demás, fieles a los compromisos adquiridos. No dudéis en
renunciar con alegría a algunas de vuestras diversiones, aceptad de buena gana
los sacrificios necesarios, dad testimonio de vuestro amor fiel a Cristo
anunciando su Evangelio especialmente entre vuestros coetáneos.
Prepararse para el futuro
El segundo ámbito, donde estáis llamados a expresar el amor y a crecer en
él, es vuestra preparación para el futuro que os espera. Si sois novios, Dios
tiene un proyecto de amor sobre vuestro futuro matrimonio y vuestra familia, y
es esencial que lo descubráis con la ayuda de la Iglesia, libres del prejuicio tan
difundido según el cual el cristianismo, con sus preceptos y prohibiciones,
pone obstáculos a la alegría del amor y, en particular, impide disfrutar
plenamente esa felicidad que el hombre y la mujer buscan en su amor
recíproco. El amor del hombre y de la mujer da origen a la familia humana y la
pareja formada por ellos tiene su fundamento en el plan original de Dios (cf.
Gn 2,18-25). Aprender a amarse como pareja es un camino maravilloso, que
sin embargo requiere un aprendizaje laborioso. El período del noviazgo,
fundamental para formar una pareja, es un tiempo de espera y de preparación,
que se ha de vivir en la castidad de los gestos y de las palabras. Esto permite
madurar en el amor, en el cuidado y la atención del otro; ayuda a ejercitar el
autodominio, a desarrollar el respeto por el otro, características del verdadero
42

amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar.


En la oración común pedid al Señor que cuide y acreciente vuestro amor y lo
purifique de todo egoísmo. Non dudéis en responder generosamente a la
llamada del Señor, porque el matrimonio cristiano es una verdadera y auténtica
vocación en la Iglesia. Igualmente, queridos y queridas jóvenes, si Dios os
llama a seguirlo en el camino del sacerdocio ministerial o de la vida
consagrada, estad preparados para decir “sí”. Vuestro ejemplo será un aliciente
para muchos de vuestros coetáneos, que están buscando la verdadera felicidad.
Crecer en el amor cada día
El tercer ámbito del compromiso que conlleva el amor es el de la vida
cotidiana en sus diversos aspectos. Me refiero sobre todo a la familia, al
estudio, al trabajo y al tiempo libre. Queridos jóvenes, cultivad vuestros
talentos no sólo para conquistar una posición social, sino también para ayudar
a los demás “a crecer”. Desarrollad vuestras capacidades, no sólo para ser más
“competitivos” y “productivos”, sino para ser “testigos de la caridad”. Unid a
la formación profesional el esfuerzo por adquirir conocimientos religiosos,
útiles para poder desempeñar de manera responsable vuestra misión. De modo
particular, os invito a profundizar en la doctrina social de la Iglesia, para que
sus principios inspiren e iluminen vuestra actuación en el mundo. Que el
Espíritu Santo os haga creativos en la caridad, perseverantes en los
compromisos que asumís y audaces en vuestras iniciativas, contribuyendo así
a la edificación de la “civilización del amor”. El horizonte del amor es
realmente ilimitado: ¡es el mundo entero!
“Atreverse a amar” siguiendo el ejemplo de los santos
Queridos jóvenes, quisiera invitaros a “atreverse a amar”, a no desear más
que un amor fuerte y hermoso, capaz de hacer de toda vuestra vida una gozosa
realización del don de vosotros mismos a Dios y a los hermanos, imitando a
Aquél que, por medio del amor, ha vencido para siempre el odio y la muerte
(cf. Ap 5,13). El amor es la única fuerza capaz de cambiar el corazón del
hombre y de la humanidad entera, haciendo fructíferas las relaciones entre
hombres y mujeres, entre ricos y pobres, entre culturas y civilizaciones. De
esto da testimonio la vida de los Santos, verdaderos amigos de Dios, que son
cauce y reflejo de este amor originario. Esforzaos en conocerlos mejor,
encomendaos a su intercesión, intentad vivir como ellos. Me limito a citar a la
Madre Teresa que, para corresponder con prontitud al grito de Cristo “Tengo
sed”, grito que la había conmovido profundamente, comenzó a recoger a los
moribundos de las calles de Calcuta, en la India. Desde entonces, el único
deseo de su vida fue saciar la sed de amor de Jesús, no de palabra, sino con
obras concretas, reconociendo su rostro desfigurado, sediento de amor, en el
rostro de los más pobres entre los pobres. La Beata Teresa puso en práctica la
enseñanza del Señor: “Cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Y el mensaje de esta humilde
testigo del amor se ha difundido por el mundo entero.
El secreto del amor
Cada uno de nosotros, queridos amigos, puede llegar a este grado de amor,
pero solamente con la ayuda indispensable de la gracia divina. Sólo la ayuda
del Señor nos permite superar el desaliento ante la tarea enorme por realizar y
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nos infunde el valor de llevar a cabo lo que humanamente es impensable. La


gran escuela del amor es, sobre todo, la Eucaristía. Cuando se participa
regularmente y con devoción en la Santa Misa, cuando se transcurre en
compañía de Jesús eucarístico largos ratos de adoración, es más fácil
comprender lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de su amor, que supera
todo conocimiento (cf. Ef 3,17-18). Además, el compartir el Pan eucarístico
con los hermanos de la comunidad eclesial nos impulsa a convertir “con
prontitud” el amor de Cristo en generoso servicio a los hermanos, como lo
hizo la Virgen con Isabel.
Hacia el encuentro de Sydney
A este respecto, resulta iluminadora la exhortación del apóstol Juan: “Hijos
míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto
conoceremos que somos de la verdad” (1 Jn 3,18-19). Queridos jóvenes, con
este espíritu os invito a vivir la próxima Jornada Mundial de la Juventud junto
con vuestros Obispos en las propias diócesis. Ésta representará una etapa
importante hacia el encuentro de Sydney, cuyo tema será: “Recibiréis la fuerza
del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos” (cf. Hch
1,8). María, Madre de Cristo y de la Iglesia, os ayude a hacer resonar en todas
partes el grito que ha cambiado el mundo: “¡Dios es amor!”. Os acompaño con
la oración y os bendigo de corazón.

EXPERIMENTAR Y COMUNICAR EL AMOR DE DIOS


070329. Homilía.
Nos encontramos esta tarde, en la proximidad de la XXII Jornada mundial
de la juventud, que, como sabéis, tiene por tema el mandamiento nuevo que
nos dejó Jesús en la noche en que fue entregado: “Amaos unos a otros como
yo os he amado” (Jn 13, 34).
Esta cita asume un profundo y alto significado, pues es un encuentro en
torno a la cruz, una celebración de la misericordia de Dios, que cada uno podrá
experimentar personalmente en el sacramento de la confesión.
En el corazón de todo hombre, mendigo de amor, hay sed de amor. En su
primera encíclica, Redemptor hominis, mi amado predecesor el siervo de Dios
Juan Pablo II escribió: “El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí
mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela
el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio,
si no participa en él plenamente” (n. 10).
El cristiano, de modo especial, no puede vivir sin amor. Más aún, si no
encuentra el amor verdadero, ni siquiera puede llamarse cristiano, porque,
como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, “no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva” (n. 1).
El amor de Dios por nosotros, iniciado con la creación, se hizo visible en el
misterio de la cruz, en la kénosis de Dios, en el vaciamiento, en el humillante
abajamiento del Hijo de Dios del que nos ha hablado el apóstol san Pablo en la
primera lectura, en el magnífico himno a Cristo de la carta a los Filipenses. Sí,
44

la cruz revela la plenitud del amor que Dios nos tiene. Un amor crucificado,
que no acaba en el escándalo del Viernes santo, sino que culmina en la alegría
de la Resurrección y la Ascensión al cielo, y en el don del Espíritu Santo,
Espíritu de amor por medio del cual, también esta tarde, se perdonarán los
pecados y se concederán el perdón y la paz.
El amor de Dios al hombre, que se manifiesta con plenitud en la cruz, se
puede describir con el término agapé, es decir, “amor oblativo, que busca
exclusivamente el bien del otro”, pero también con el término eros. En efecto,
al mismo tiempo que es amor que ofrece al hombre todo lo que es Dios, como
expliqué en el Mensaje para esta Cuaresma, también es un amor donde “el
corazón mismo de Dios, el Todopoderoso, espera el “sí” de sus criaturas como
un joven esposo el de su esposa” (L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 16 de febrero de 2007, p. 4). Por desgracia, “desde sus orígenes, la
humanidad, seducida por las mentiras del Maligno, se ha cerrado al amor de
Dios, con el espejismo de una autosuficiencia imposible (cf. Gn 3, 1-7)” (ib.).
Pero en el sacrificio de la cruz Dios sigue proponiendo su amor, su pasión
por el hombre, la fuerza que, como dice el Pseudo Dionisio, “impide al amante
permanecer en sí mismo, sino que lo impulsa a unirse al amado” (De divinis
nominibus, IV, 13: PG 3, 712). Dios viene a “mendigar” el amor de su
criatura. Esta tarde, al acercaros al sacramento de la confesión, podréis
experimentar el “don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el
Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla”
(Catecismo de la Iglesia católica, n. 1999), para que, unidos a Cristo,
lleguemos a ser criaturas nuevas (cf. 2 Co 5, 17-18).
Queridos jóvenes de la diócesis de Roma, con el bautismo habéis nacido ya a
una vida nueva en virtud de la gracia de Dios. Ahora bien, dado que esta vida
nueva no ha eliminado la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al
pecado, se nos da la oportunidad de acercarnos al sacramento de la confesión.
Cada vez que lo hacéis con fe y devoción, el amor y la misericordia de Dios
mueven vuestro corazón, después de un esmerado examen de conciencia, para
acudir al ministro de Cristo. A él, y así a Cristo mismo, expresáis el dolor por los
pecados cometidos, con el firme propósito de no volver a pecar más en el futuro,
dispuestos a aceptar con alegría los actos de penitencia que él os indique para
reparar el daño causado por el pecado.
De este modo, experimentáis “el perdón de los pecados; la reconciliación
con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la
remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al
menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la
paz y la serenidad de conciencia, y el consuelo del espíritu; y el aumento de la
fuerza espiritual para el combate cristiano” de cada día (Compendio del
Catecismo de la Iglesia católica, n. 310).
Con el lavado penitencial de este sacramento, somos readmitidos en la plena
comunión con Dios y con la Iglesia, que es una compañía digna de confianza porque
es “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium, 48).
En la primera parte del mandamiento nuevo, el Señor dice: “Amaos unos a
otros” (Jn 13, 34). Ciertamente, el Señor espera que nos dejemos conquistar
por su amor y experimentemos toda su grandeza y su belleza, pero no basta.
45

Cristo nos atrae hacia sí para unirse a cada uno de nosotros, a fin de que
también nosotros aprendamos a amar a nuestros hermanos con el mismo amor
con que él nos ha amado.
Hoy, como siempre, existe gran necesidad de una renovada capacidad de
amar a los hermanos. Al salir de esta celebración, con el corazón lleno de la
experiencia del amor de Dios, debéis estar preparados para “atreveros” a vivir
el amor en vuestras familias, en las relaciones con vuestros amigos e incluso
con quienes os han ofendido. Debéis estar preparados para influir, con un
testimonio auténticamente cristiano, en los ambientes de estudio y de trabajo, a
comprometeros en las comunidades parroquiales, en los grupos, en los
movimientos, en las asociaciones y en todos los ámbitos de la sociedad.
Vosotros, jóvenes novios, vivid el noviazgo con un amor verdadero, que
implica siempre respeto recíproco, casto y responsable. Si el Señor llama a
alguno de vosotros, queridos jóvenes amigos de Roma, a una vida de especial
consagración, estad dispuestos a responder con un “sí” generoso y sin
componendas. Si os entregáis a Dios y a los hermanos, experimentaréis la
alegría de quien no se encierra en sí mismo con un egoísmo muy a menudo
asfixiante.
Pero, ciertamente, todo ello tiene un precio, el precio que Cristo pagó
primero y que todos sus discípulos, aunque de modo muy inferior con respecto
al Maestro, también deben pagar: el precio del sacrificio y de la abnegación,
de la fidelidad y de la perseverancia, sin los cuales no hay y no puede haber
verdadero amor, plenamente libre y fuente de alegría.
Queridos chicos y chicas, el mundo espera vuestra contribución para la
edificación de la “civilización del amor”. “El horizonte del amor es realmente
ilimitado: es el mundo entero” (Mensaje para la XXII Jornada mundial de la
juventud: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de febrero de
2007, p. 7). Los sacerdotes que os acompañan y vuestros educadores están
seguros de que, con la gracia de Dios y la constante ayuda de su divina
misericordia, lograréis estar a la altura de la ardua tarea a la que el Señor os
llama.
No os desalentéis; antes bien, tened confianza en Cristo y en su Iglesia. El
Papa está cerca de vosotros y os asegura un recuerdo diario en la oración,
encomendándoos de modo particular a la Virgen María, Madre de
misericordia, para que os acompañe y sostenga siempre. Amén.

EL ANUNCIO QUE RENUEVA LA VIDA


070421. Discurso. Pavía. Jóvenes
Vengo a vosotros esta tarde para renovaros un anuncio siempre joven, para
comunicaros un mensaje que, cuando se lo acoge, cambia la vida, la renueva y
la colma. La Iglesia proclama este mensaje con particular alegría en este
tiempo pascual: Cristo resucitado está vivo entre nosotros, también hoy.
¡Cuántos coetáneos vuestros en el decurso de la historia, queridos jóvenes, se
han encontrado con él y se han convertido en amigos suyos! Lo han seguido
fielmente y han dado testimonio de su amor con la propia vida.
46

Así pues, no tengáis miedo de entregar vuestra vida a Cristo. Él jamás


defrauda nuestras expectativas, porque sabe lo que hay en nuestro corazón.
Siguiéndolo con fidelidad no os resultará difícil encontrar la respuesta a los
interrogantes que embargan vuestra alma:” ¿Qué debo hacer? ¿Qué tarea me
espera en la vida?". La Iglesia, que necesita vuestro compromiso para llevar,
especialmente a vuestros coetáneos, el anuncio evangélico, os sostiene en el
camino del conocimiento de la fe y del amor a Dios y a los hermanos.
La sociedad, marcada en nuestro tiempo por innumerables cambios
sociales, espera vuestra aportación para construir una convivencia común
menos egoísta y más solidaria, realmente animada por los grandes ideales de la
justicia, la libertad y la paz.
Esta es vuestra misión, queridos jóvenes amigos. Trabajemos por la
justicia, por la paz, por la solidaridad, por la verdadera libertad. Que os
acompañe Cristo resucitado y, juntamente con él, la Virgen María, Madre suya
y nuestra. Con su ejemplo y su constante intercesión, la Virgen os ayude a no
desalentaros en los momentos de fracaso y a confiar siempre en el Señor.

EL JOVEN RICO
070510. Discurso. Jóvenes, Brasil. Estadio de Pacaembu.
"Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres
(...); luego ven y sígueme" (Mt 19, 21).
3. Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre el texto de san Mateo (cf. Mt
19, 16-22), que acabamos de escuchar. Habla de un joven que salió al
encuentro de Jesús. Merecen destacarse sus anhelos. En este joven os veo a
todos vosotros, jóvenes de Brasil y de América Latina. Habéis acudido a
nuestro encuentro desde diversas regiones de este continente; queréis escuchar,
de labios del Papa, las palabras de Jesús mismo.
Como en el Evangelio, tenéis una pregunta importante que hacerle. Es la
misma del joven que salió al encuentro de Jesús:” ¿Qué debo hacer para
alcanzar la vida eterna?". Quisiera profundizar con vosotros en esta pregunta.
Se trata de la vida, la vida que, en vosotros, es exuberante y bella. ¿Qué hacer
de ella? ¿Cómo vivirla plenamente?
Ya en la formulación de la pregunta entendemos inmediatamente que no
basta el "aquí" y "ahora"; es decir, nosotros no logramos limitar nuestra vida al
espacio y al tiempo, por más que pretendamos ensanchar sus horizontes. La
vida los trasciende. En otras palabras, queremos vivir y no morir. Sentimos
que algo nos revela que la vida es eterna y que es necesario comprometernos
para que esto suceda. O sea, está en nuestras manos y depende, de algún
modo, de nuestra decisión.
La pregunta del Evangelio no atañe sólo al futuro. No concierne sólo a lo
que sucederá después de la muerte. Al contrario, tenemos un compromiso con
el presente, aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y, en consecuencia,
el futuro. En una palabra, la pregunta plantea la cuestión del sentido de la vida.
Por eso, puede formularse así: ¿qué debo hacer para que mi vida tenga
sentido? O sea: ¿cómo debo vivir para cosechar plenamente los frutos de la
vida? O también: ¿qué debo hacer para que mi vida no transcurra inútilmente?
47

Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que nos
puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que logra mostrar
el sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.
4. Sin embargo, antes de dar su respuesta, Jesús plantea al joven una
pregunta muy importante:” ¿Por qué me llamas bueno?". En esta pregunta se
encuentra la clave de la respuesta. Aquel joven percibió que Jesús es bueno y
que es maestro. Un maestro que no engaña. Estamos aquí porque tenemos esta
misma convicción: Jesús es bueno. Quizá no sabemos explicar plenamente la
razón de esta percepción, pero es cierto que nos aproxima a él y nos abre a su
enseñanza: un maestro bueno. Quien reconoce el bien es señal que ama, y
quien ama, según la feliz expresión de san Juan, conoce a Dios (cf. 1 Jn 4, 7).
El joven del Evangelio reconoció a Dios en Jesucristo.
Jesús nos asegura que sólo Dios es bueno. Estar abierto a la bondad
significa acoger a Dios. Así nos invita a ver a Dios en todas las cosas y en
todos los acontecimientos, incluso donde la mayoría sólo ve la ausencia de
Dios. Al ver la belleza de las criaturas y constatar la bondad que existe en
todas ellas, es imposible no creer en Dios y no experimentar su presencia
salvífica y consoladora. Si lográramos ver todo el bien que existe en el mundo
y, más aún, experimentar el bien que proviene de Dios mismo, no cesaríamos
jamás de aproximarnos a él, de alabarlo y darle gracias. Él nos llena
continuamente de alegría y de bienes. Su alegría es nuestra fuerza.
Pero nosotros sólo conocemos de forma parcial. Para percibir el bien
necesitamos ayudas, que la Iglesia nos proporciona en muchas ocasiones,
sobre todo en la catequesis. Jesús mismo explicita lo que es bueno para
nosotros, dándonos su primera catequesis:”Si quieres entrar en la vida, guarda
los mandamientos" (Mt 19, 17). Parte del conocimiento que el joven
ciertamente ya obtuvo gracias a su familia y a la Sinagoga: de hecho, conoce
los mandamientos, que llevan a la vida, lo cual equivale a decir que nos
garantizan autenticidad. Son las grandes señales que nos indican el camino
recto. Quien guarda los mandamientos está en el camino de Dios.
Sin embargo, no basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o
sea, es la ciencia aplicada. No se nos imponen desde afuera, ni disminuyen
nuestra libertad. Por el contrario, constituyen fuertes impulsos interiores, que
nos llevan a actuar en cierta dirección. En su base están la gracia y la
naturaleza, que no nos dejan inmóviles. Debemos caminar. Nos impulsan a
hacer algo para realizarnos nosotros mismos. En realidad, realizarse por la
acción es volverse real. Desde nuestra juventud somos, en gran parte, lo que
queremos ser. Por decirlo así, somos obra de nuestras manos.
5. En este momento me dirijo nuevamente a vosotros jóvenes, pues quiero
oír también de vuestros labios la respuesta del joven del Evangelio:”Todo eso
lo he guardado desde mi juventud". El joven del Evangelio era bueno; cumplía
los mandamientos; andaba por el camino de Dios. Por eso, Jesús lo miró con
amor. Al reconocer que Jesús era bueno, demostró que también él era bueno.
Tenía experiencia de la bondad y, por tanto, de Dios. Y vosotros, jóvenes de
Brasil y de América Latina ¿habéis descubierto ya lo que es bueno? ¿Cumplís
los mandamientos del Señor? ¿Habéis descubierto que este es el camino
verdadero y único hacia la felicidad?
48

Los años que estáis viviendo son los años que preparan vuestro futuro. El
"mañana" depende mucho de cómo estéis viviendo el "hoy" de la juventud.
Mis queridos jóvenes, tenéis por delante una vida, que deseamos sea larga;
pero es una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid
con entusiasmo, con alegría, pero sobre todo con sentido de responsabilidad.
Muchas veces sentimos temblar nuestro corazón de pastores, constatando
la situación de nuestro tiempo. Oímos hablar de los miedos de la juventud de
hoy, que nos revelan un enorme déficit de esperanza: miedo de morir, en un
momento en que la vida se está abriendo y busca encontrar su propio camino
de realización; miedo de fracasar, por no descubrir el sentido de la vida; y
miedo de quedar desconcertado ante la impresionante rapidez de los
acontecimientos y de las comunicaciones. Constatamos el alto índice de
muertes entre los jóvenes, la amenaza de la violencia, la deplorable
proliferación de las drogas, que sacude hasta la raíz más profunda a la
juventud de hoy. Por eso, a menudo se habla de una juventud perdida.
Pero mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que irradiáis alegría y
entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la
certeza de que vosotros habéis encontrado el verdadero camino. Sois los
jóvenes de la Iglesia. Por eso yo os envío a la gran misión de evangelizar a los
muchachos y muchachas que andan errantes por este mundo, como ovejas sin
pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes. Invitadlos a caminar con vosotros, a
hacer la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; a encontrarse con
Jesús, para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad
de realizarse. Que también ellos descubran los caminos seguros de los
Mandamientos y recorriéndolos lleguen a Dios.
Podéis ser protagonistas de una sociedad nueva si os esforzáis por poner en
práctica una conducta concreta inspirada en los valores morales universales,
pero también un compromiso personal de formación humana y espiritual de
vital importancia. Un hombre o una mujer que no estén preparados para
afrontar los desafíos reales de una correcta interpretación de la vida cristiana
de su ambiente serán presa fácil de todos los asaltos del materialismo y del
laicismo, cada vez más activos en todos los niveles.
Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco
que irradie paz y alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta su
final natural; amparad a los ancianos, pues merecen respeto y admiración por
el bien que os han hecho. El Papa también espera que los jóvenes traten de
santificar su trabajo, haciéndolo con competencia técnica y con diligencia,
para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar con la luz
del Verbo todas las actividades humanas (cf. Lumen gentium, 36).
Pero el Papa espera, sobre todo, que sepan ser protagonistas de una
sociedad más justa y fraterna, cumpliendo sus obligaciones ante el
Estado: respetando sus leyes; no dejándose llevar por el odio y por la
violencia; siendo ejemplo de conducta cristiana en el ambiente profesional y
social, y distinguiéndose por la honradez en las relaciones sociales y
profesionales. Tengan en cuenta que la ambición desmedida de riqueza y de
poder lleva a la corrupción personal y ajena; no existen motivos que
49

justifiquen hacer prevalecer las propias aspiraciones humanas, tanto


económicas como políticas, con el fraude y el engaño.
En definitiva, existe un inmenso panorama de acción en el cual las
cuestiones de orden social, económico y político adquieren un relieve
particular, siempre que tengan su fuente de inspiración en el Evangelio y en la
doctrina social de la Iglesia: la construcción de una sociedad más justa y
solidaria, reconciliada y pacífica; el compromiso por frenar la violencia; las
iniciativas que promuevan la vida plena, el orden democrático y el bien común
y, especialmente, las que buscan eliminar ciertas discriminaciones existentes
en las sociedades latinoamericanas y no son motivo de exclusión, sino de
enriquecimiento recíproco.
Tened, sobre todo, un gran respeto por la institución del sacramento del
matrimonio. No podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo
tiempo, no hay fidelidad entre los esposos. El matrimonio es una institución de
derecho natural, que fue elevado por Cristo a la dignidad de sacramento; es un
gran regalo que Dios ha hecho a la humanidad. Respetadlo, veneradlo. Al
mismo tiempo, Dios os llama a respetaros también en el enamoramiento y en
el noviazgo, pues la vida conyugal, que por disposición divina está destinada a
los casados, solamente será fuente de felicidad y de paz en la medida en la que
sepáis hacer de la castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de
vuestras esperanzas futuras.
Os repito aquí a todos vosotros que "el eros quiere remontarnos (...) hacia
lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso
necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación"
(Deus caritas est, 5). En pocas palabras, requiere espíritu de sacrificio y de
renuncia por un bien mayor, que es precisamente el amor de Dios sobre todas
las cosas. Tratad de resistir con fortaleza a las insidias del mal existente en
muchos ambientes, que os lleva a una vida disoluta, paradójicamente vacía, al
hacer que perdáis el bien precioso de vuestra libertad y de vuestra verdadera
felicidad. El amor verdadero "buscará cada vez más la felicidad del otro, se
preocupará de él, se entregará y deseará "ser para" el otro" (ib., 7) y, por eso,
será cada vez más fiel, indisoluble y fecundo.
Para ello contáis con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, lo hará
posible (cf. Mt 19, 26). La vida de fe y de oración os llevará por los caminos
de la intimidad con Dios y de la comprensión de la grandeza de los planes que
tiene para cada uno. "Por amor del reino de los cielos" (ib., 12), algunos son
llamados a una entrega total y definitiva, para consagrarse a Dios en la vida
religiosa, "eximio don de la gracia", como lo definió el concilio Vaticano II
(Perfectae caritatis, 12).
Los consagrados que se entregan totalmente a Dios, bajo la moción del
Espíritu Santo, participan en la misión de Iglesia, testimoniando ante todos los
hombres la esperanza en el reino de los cielos. Por eso, bendigo e invoco la
protección divina sobre todos los religiosos que dentro de la mies del Señor se
dedican a Cristo y a los hermanos. Las personas consagradas merecen
verdaderamente la gratitud de la comunidad eclesial: monjes y monjas,
contemplativos y contemplativas, religiosos y religiosas dedicados a las obras
de apostolado, miembros de institutos seculares y de sociedades de vida
50

apostólica, eremitas y vírgenes consagradas. "Su existencia da testimonio del


amor a Cristo cuando se encaminan por su seguimiento, tal como se propone
en el Evangelio y, con íntima alegría, asumen el mismo estilo de vida que él
escogió para sí" (Congregación para los institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostólica, instrucción Caminar desde Cristo, n. 5).
Espero que, en este momento de gracia y de profunda comunión en Cristo,
el Espíritu Santo despierte en el corazón de muchos jóvenes un amor
apasionado en el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y
obediente, dirigido completamente a la gloria del Padre y al amor de los
hermanos y hermanas.
6. El Evangelio nos asegura que aquel joven, que salió al encuentro de
Jesús, era muy rico. No sólo entendemos esta riqueza en sentido material, pues
la misma juventud es una riqueza singular. Es necesario descubrirla y
valorarla. Jesús la apreciaba tanto, que invitó a este joven a participar en su
misión de salvación. Tenía todas las condiciones para una gran realización y
una gran obra.
Pero el Evangelio nos refiere que ese joven, al oír la invitación, se
entristeció. Se alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez
más sobre la riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes
materiales, sino de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud.
Proviene de una doble herencia: la vida, transmitida de generación en
generación, en cuyo origen primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y
la educación que nos inserta en la cultura, hasta el punto de que, en cierto
sentido, podemos decir que somos más hijos de la cultura, y por tanto de la fe,
que de la naturaleza. De la vida brota la libertad que, sobre todo en esta etapa
se manifiesta como responsabilidad. Es el gran momento de la decisión, en una
doble opción: la del estado de vida y la de la profesión. Responde a la
pregunta: ¿qué hacer de la propia vida?
En otras palabras, la juventud se presenta como una riqueza porque lleva al
redescubrimiento de la vida como un don y como una tarea. El joven del
Evangelio percibió la riqueza de su juventud. Acudió a Jesús, el Maestro
bueno, buscando una orientación. Pero a la hora de la gran opción no tuvo
valentía para apostar todo por Jesucristo. En consecuencia, se marchó triste y
abatido. Es lo que pasa cada vez que nuestras decisiones vacilan y se vuelven
mezquinas e interesadas. Sintió que le faltaba generosidad, y eso no le
permitió una realización plena. Se replegó sobre su riqueza, convirtiéndola en
egoísta.
A Jesús le dolió mucho la tristeza y la mezquindad del joven que había
acudido a él. Los Apóstoles, como todos vosotros hoy, llenaron el vacío que
dejó ese joven que se retiró triste y abatido. Ellos y nosotros estamos felices
porque sabemos en quién creemos (cf. 2 Tm 1, 12). Sabemos y damos
testimonio con nuestra propia vida de que solo él tiene palabras de vida
eterna (cf. Jn 6, 68). Por eso, como san Pablo, podemos exclamar:”Estad
siempre alegres en el Señor" (Flp 4, 4).
7. La invitación que os hago a vosotros, jóvenes que habéis venido a este
encuentro, es que no desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de
51

ella. Vividla intensamente. Consagradla a los elevados ideales de la fe y de la


solidaridad humana.
Vosotros, los jóvenes, no sólo sois el futuro de la Iglesia y de la
humanidad, como si fuera una especie de fuga del presente. Al contrario, sois
el presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La
Iglesia necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro
de Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin este rostro joven, la
Iglesia se presentaría desfigurada.

COLMAR LA NOTABLE AUSENCIA DE LÍDERES CATÓLICOS


070513. Discurso. Aparecida. Inauguración V Conferencia general del
episcopado latinoamericano

Líderes católicos de fuerte personalidad y vocación abnegada.


Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable
ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e
iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada,
que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos
eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su
responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública,
cultural, económica y política.

Los jóvenes y la pastoral vocacional


En América Latina, la mayoría de la población está formada por jóvenes. A
este respecto, debemos recordarles que su vocación consiste en ser amigos de
Cristo, sus discípulos, centinelas de la mañana, como solía decir mi predecesor
Juan Pablo II. Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin
sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden
responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o
como padres y madres de familia, dedicados totalmente a servir a sus
hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera. Los
jóvenes afrontan la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar
por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda
curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios, Padre
creador, y de Dios Hijo, nuestro redentor dentro de la familia humana. Deben
comprometerse también en una continua renovación del mundo a la luz de
Dios. Más aún, deben oponerse a los fáciles espejismos de la felicidad
inmediata y de los paraísos engañosos de la droga, del placer, del alcohol, así
como a todo tipo de violencia.

FRANCISCO: JESÚS ES SU TODO, Y LE BASTA


070617. Discurso. Jóvenes. Asís
Nos acoge aquí, con san Francisco, el corazón de la Madre, la "Virgen
hecha Iglesia", como él solía invocarla (cf. Saludo a la santísima Virgen
María, 1: FF 259). San Francisco sentía un cariño especial por la iglesita de la
Porciúncula, que se conserva en esta basílica de Santa María de los Ángeles.
52

Fue una de las iglesias que él se encargó de reparar en los primeros años de su
conversión y donde escuchó y meditó el Evangelio de la misión (cf. 1 Cel I, 9,
22: FF 356). Después de los primeros pasos de Rivotorto, puso aquí el
"cuartel general" de la Orden, donde los frailes pudieran resguardarse casi
como en el seno materno, para renovarse y volver a partir llenos de impulso
apostólico. Aquí obtuvo para todos un manantial de misericordia en la
experiencia del "gran perdón", que todos necesitamos. Por último, aquí vivió
su encuentro con la "hermana muerte".
Queridos jóvenes, ya sabéis que el motivo que me ha traído a Asís ha sido
el deseo de revivir el camino interior de san Francisco, con ocasión del VIII
centenario de su conversión. Este momento de mi peregrinación tiene un
significado particular y he pensado en él como en la cumbre de mi jornada.
San Francisco habla a todos, pero sé que para vosotros, los jóvenes, tiene un
atractivo especial. Me lo confirma vuestra presencia tan numerosa, así como
las preguntas que habéis formulado. Su conversión sucedió cuando estaba en
la plenitud de su vitalidad, de sus experiencias, de sus sueños. Había pasado
veinticinco años sin encontrar el sentido de su vida. Pocos meses antes de
morir recordará ese período como el tiempo en que "vivía en los pecados" (cf.
2 Test 1: FF 110).
¿En qué pensaba san Francisco al hablar de "pecado"? Con los datos que
nos dan las biografías, todas ellas con matices diferentes, no es fácil
determinarlo. Un buen retrato de su estilo de vida se encuentra en la Leyenda
de los tres compañeros, donde se lee:”Francisco era muy alegre y generoso,
dedicado a los juegos y a los cantos; vagaba por la ciudad de Asís día y noche
con amigos de su mismo estilo; era tan generoso en los gastos, que en comidas
y otras cosas dilapidaba todo lo que podía tener o ganar" (3 Comp 1, 2: FF
1396).
¿De cuántos muchachos de nuestro tiempo no se podría decir algo
semejante? Además, hoy existe la posibilidad de ir a divertirse lejos de la
propia ciudad. En las iniciativas de diversión durante los fines de semana
participan numerosos jóvenes. Se puede "vagar" también virtualmente
"navegando" en internet, buscando informaciones o contactos de todo tipo. Por
desgracia, no faltan —más aún, son muchos, demasiados— los jóvenes que
buscan paisajes mentales tan fatuos como destructores en los paraísos
artificiales de la droga.
¿Cómo negar que son muchos los jóvenes, y no jóvenes, que sienten la
tentación de seguir de cerca la vida del joven Francisco antes de su
conversión? En ese estilo de vida se esconde el deseo de felicidad que existe
en el corazón humano. Pero, esa vida ¿podía dar la alegría verdadera?
Ciertamente, Francisco no la encontró. Vosotros mismos, queridos jóvenes,
podéis comprobarlo por propia experiencia. La verdad es que las cosas finitas
pueden dar briznas de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón. Lo
dijo otro gran convertido, san Agustín. "Nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones I, 1).
El mismo texto biográfico nos refiere que Francisco era más bien vanidoso.
Le gustaba vestir con elegancia y buscaba la originalidad (cf. 3 Comp 1, 2:
FF 1396). En cierto modo, todos nos sentimos atraídos hacia la vanidad, hacia
53

la búsqueda de originalidad. Hoy se suele hablar de "cuidar la imagen" o de


"tratar de dar buena imagen". Para poder tener éxito, aunque sea mínimo,
necesitamos ganar crédito a los ojos de los demás con algo inédito, original.
En cierto aspecto, esto puede poner de manifiesto un inocente deseo de ser
bien acogidos. Pero a menudo se infiltra el orgullo, la búsqueda desmesurada
de nosotros mismos, el egoísmo y el afán de dominio. En realidad, centrar la
vida en nosotros mismos es una trampa mortal: sólo podemos ser nosotros
mismos si nos abrimos en el amor, amando a Dios y a nuestros hermanos.
Un aspecto que impresionaba a los contemporáneos de Francisco era
también su ambición, su sed de gloria y de aventura. Esto fue lo que lo llevó al
campo de batalla, acabando prisionero durante un año en Perusa. Una vez
libre, esa misma sed de gloria lo habría llevado a Pulla, en una nueva
expedición militar, pero precisamente en esa circunstancia, en Espoleto, el
Señor se hizo presente en su corazón, lo indujo a volver sobre sus pasos, y a
ponerse seriamente a la escucha de su Palabra.
Es interesante observar cómo el Señor conquistó a Francisco cogiéndole
las vueltas, su deseo de afirmación, para señalarle el camino de una santa
ambición, proyectada hacia el infinito:” ¿Quién puede serte más útil, el señor o
el siervo?" (3 Comp 2, 6: FF 1401), fue la pregunta que sintió resonar en su
corazón. Equivale a decir: ¿por qué contentarse con depender de los hombres,
cuando hay un Dios dispuesto a acogerte en su casa, a su servicio regio?
Queridos jóvenes, me habéis hablado de algunos problemas de la condición
juvenil, de lo difícil que os resulta construiros un futuro, y sobre todo de la
dificultad que encontráis para discernir la verdad.
En el relato de la pasión de Cristo encontramos la pregunta de Pilato:
"¿Qué es la verdad?" (Jn 18, 38). Es la pregunta de un escéptico, que dice:
"Tú afirmas que eres la verdad, pero ¿qué es la verdad?". Así, suponiendo que
la verdad no se puede reconocer, Pilato da a entender: "hagamos lo que sea
más práctico, lo que tenga más éxito, en vez de buscar la verdad". Luego
condena a muerte a Jesús, porque actúa con pragmatismo, buscando el éxito,
su propia fortuna.
También hoy muchos dicen: "¿Qué es la verdad? Podemos encontrar sus
fragmentos, pero ¿cómo podemos encontrar la verdad?". Resulta realmente
arduo creer que Jesucristo es la verdad, la verdadera Vida, la brújula de nuestra
vida. Y, sin embargo, si caemos en la gran tentación de comenzar a vivir
únicamente según las posibilidades del momento, sin la verdad, realmente
perdemos el criterio y también el fundamento de la paz común, que sólo puede
ser la verdad. Y esta verdad es Cristo. La verdad de Cristo se ha verificado en
la vida de los santos de todos los siglos. Los santos son la gran estela de luz
que en la historia atestigua: esta es la vida, este es el camino, esta es la verdad.
Por eso, tengamos el valor de decir sí a Jesucristo: "Tu verdad se ha verificado
en la vida de tantos santos. Te seguimos".
San Francisco escuchó la voz de Cristo en su corazón. Y ¿qué sucede?
Sucede que comprende que debe ponerse al servicio de los hermanos, sobre
todo de los que más sufren. Esta es la consecuencia de su primer encuentro
con la voz de Cristo.
54

Esta mañana, al pasar por Rivotorto, contemplé el lugar en donde, según la


tradición, se hallaban segregados los leprosos —los últimos, los marginados
—, con respecto a los cuales Francisco sentía una repugnancia irresistible.
Tocado por la gracia, les abrió su corazón. Y no sólo lo hizo con un gesto
piadoso de limosna, pues hubiera sido demasiado poco, sino también
besándolos y sirviéndolos. Él mismo confiesa que lo que antes le resultaba
amargo, se transformó para él en "dulzura de alma y de cuerpo" (2 Test 3: FF
110).
Así pues, la gracia comienza a modelar a Francisco. Se fue haciendo cada
vez más capaz de fijar su mirada en el rostro de Cristo y de escuchar su voz.
Fue entonces cuando el Crucifijo de San Damián le dirigió la palabra,
invitándolo a una valiente misión: "Ve, Francisco, repara mi casa, que, como
ves, está totalmente en ruinas" (2 Cel I, 6, 10: FF 593).
Al visitar esta mañana San Damián, y luego la basílica de Santa Clara,
donde se conserva el Crucifijo original que habló a san Francisco, también yo
fijé mi mirada en los ojos de Cristo. Es la imagen de Cristo crucificado y
resucitado, vida de la Iglesia, que, si estamos atentos, nos habla también a
nosotros, como habló hace dos mil años a sus Apóstoles y hace ochocientos
años a san Francisco. La Iglesia vive continuamente de este encuentro.
Sí, queridos jóvenes: dejemos que Cristo se encuentre con nosotros.
Fiémonos de él, escuchemos su palabra. Él no sólo es un ser humano
fascinante. Desde luego, es plenamente hombre, en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Pero también es mucho más: Dios se hizo
hombre en él y, por tanto, es el único Salvador, como dice su nombre mismo:
Jesús, o sea, "Dios salva".
A Asís se viene para aprender de san Francisco el secreto para reconocer a
Jesucristo y hacer experiencia de él. Según lo que narra su primer biógrafo,
esto es lo que sentía Francisco por Jesús: "Siempre llevaba a Jesús en el
corazón. Llevaba a Jesús en los labios, llevaba a Jesús en los oídos, llevaba a
Jesús en las manos, llevaba a Jesús en todos los demás miembros... Más aún,
muchas veces, encontrándose de viaje, al meditar o cantar a Jesús, se olvidaba
que estaba de viaje y se detenía a invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús"
(1 Cel II, 9, 115: FF 115). Así vemos cómo la comunión con Jesús abre
también el corazón y los ojos a la creación.
En definitiva, san Francisco era un auténtico enamorado de Jesús. Lo
encontraba en la palabra de Dios, en los hermanos, en la naturaleza, pero sobre
todo en su presencia eucarística. A este propósito, escribe en su Testamento:
"Del mismo altísimo Hijo de Dios no veo corporalmente nada más que su
santísimo Cuerpo y su santísima Sangre" (2 Test 10: FF 113). La Navidad de
Greccio manifiesta la necesidad de contemplarlo en su tierna humanidad de
niño (cf. 1 Cel I, 30, 85-86: FF 469-470). La experiencia de la Verna, donde
recibió los estigmas, muestra hasta qué grado de intimidad había llegado en su
relación con Cristo crucificado. Realmente pudo decir con san Pablo: "Para
mí vivir es Cristo" (Flp 1, 21). Si se desprende de todo y elige la pobreza, el
motivo de todo esto es Cristo, y sólo Cristo. Jesús es su todo, y le basta.
Precisamente porque es de Cristo, san Francisco es también hombre de
Iglesia. El Crucifijo de San Damián le había pedido que reparara la casa de
55

Cristo, es decir, la Iglesia. Entre Cristo y la Iglesia existe una relación íntima e
indisoluble. Ciertamente, en la misión de Francisco, ser llamado a repararla
implicaba algo propio y original.
Al mismo tiempo, en el fondo, esa tarea no era más que la responsabilidad
que Cristo atribuye a todo bautizado. También a cada uno de nosotros nos
dice: "Ve y repara mi casa". Todos estamos llamados a reparar, en cada
generación, la casa de Cristo, la Iglesia. Y sólo actuando así, la Iglesia vive y
se embellece. Como sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de
construir la casa de Dios, la Iglesia. Se edifica con las diferentes vocaciones,
desde la laical y familiar hasta la vida de especial consagración y la vocación
sacerdotal.
En este punto, quiero decir algo precisamente sobre esta última vocación.
San Francisco, que fue diácono, no sacerdote (cf. 1 Cel I, 30, 86: FF 470),
sentía gran veneración por los sacerdotes. Aun sabiendo que incluso en los
ministros de Dios hay mucha pobreza y fragilidad, los veía como ministros del
Cuerpo de Cristo, y eso le bastaba para despertar en sí mismo un sentido de
amor, de reverencia y de obediencia (cf. 2 Test 6-10: FF 112-113). Su amor a
los sacerdotes es una invitación a redescubrir la belleza de esta vocación, vital
para el pueblo de Dios.
Queridos jóvenes, rodead de amor y gratitud a vuestros sacerdotes. Si el
Señor llamara a alguno de vosotros a este gran ministerio, o a alguna forma de
vida consagrada, no dudéis en decirle "sí". No es fácil, pero es hermoso ser
ministros del Señor, es hermoso gastar la vida por él.
El joven Francisco sintió un afecto realmente filial hacia su obispo, y en
sus manos, despojándose de todo, hizo la profesión de una vida ya totalmente
consagrada al Señor (cf. 1 Cel I, 6, 15: FF 344). Sintió de modo especial la
misión del Vicario de Cristo, al que sometió su Regla y encomendó su Orden.
En cierto sentido, el gran afecto que los Papas han manifestado a Asís a lo
largo de la historia es una respuesta al afecto que san Francisco sintió por el
Papa. Queridos jóvenes, a mí me alegra estar aquí, siguiendo las huellas de mis
predecesores, y en particular del amigo, del amado Papa Juan Pablo II.
Como en círculos concéntricos, el amor de san Francisco a Jesús no sólo se
extiende a la Iglesia sino también a todas las cosas, vistas en Cristo y por
Cristo. De aquí nace el Cántico de las criaturas, en el que los ojos descansan
en el esplendor de la creación: desde el hermano sol hasta la hermana luna,
desde la hermana agua hasta el hermano fuego. Su mirada interior se hizo tan
pura y penetrante, que descubrió la belleza del Creador en la hermosura de las
criaturas. El Cántico del hermano sol, antes de ser una altísima página de
poesía y una invitación implícita a respetar la creación, es una oración, una
alabanza dirigida al Señor, al Creador de todo.
A la luz de la oración se ha de ver también el compromiso de san Francisco
en favor de la paz. Este aspecto de su vida es de gran actualidad en un mundo
que tiene tanta necesidad de paz y no logra encontrar el camino para
alcanzarla. San Francisco fue un hombre de paz y un constructor de paz. Lo
pone de manifiesto también mediante la bondad con que trató, aunque sin
ocultar nunca su fe, con hombres de otras creencias, como lo atestigua su
encuentro con el Sultán (cf. 1 Cel I, 20, 57: FF 422).
56

Si hoy el diálogo interreligioso, especialmente después del concilio


Vaticano II, ha llegado a ser patrimonio común e irrenunciable de la
sensibilidad cristiana, san Francisco nos puede ayudar a dialogar
auténticamente, sin caer en una actitud de indiferencia ante la verdad o en el
debilitamiento de nuestro anuncio cristiano. Su actitud de hombre de paz, de
tolerancia, de diálogo, nacía siempre de la experiencia de Dios-Amor. No es
casualidad que su saludo de paz fuera una oración: "El Señor te dé la paz" (2
Test 23: FF 121).
Queridos jóvenes, vuestra presencia aquí en tan gran número demuestra
que la figura de san Francisco habla a vuestro corazón. De buen grado os
vuelvo a presentar su mensaje, pero sobre todo su vida y su testimonio. Es
tiempo de jóvenes que, como Francisco, se lo tomen en serio y sepan entrar en
una relación personal con Jesús. Es tiempo de mirar a la historia de este tercer
milenio, recién comenzado, como a una historia que necesita más que nunca
ser fermentada por el Evangelio.
Hago mía, una vez más, la invitación que mi amado predecesor Juan Pablo
II solía dirigir, especialmente a los jóvenes: "Abrid las puertas a Cristo".
Abridlas como hizo san Francisco, sin miedo, sin cálculos, sin medida.
Queridos jóvenes, sed mi alegría, como lo habéis sido para Juan Pablo II.

RECIBIRÉIS EL ESPÍRITU SANTO Y SERÉIS MIS TESTIGOS.


070720. Mensaje. XXIII Jornada Mundial de la Juventud
1. La XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Recuerdo siempre con gran alegría los diversos momentos transcurridos
juntos en Colonia, en el mes de agosto de 2005. Al final de aquella inolvidable
manifestación de fe y entusiasmo, que permanece impresa en mi espíritu y en
mi corazón, os di cita para el próximo encuentro que tendrá lugar en Sydney,
en 2008. Será la XXIII Jornada Mundial de la Juventud y tendrá como tema:
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos» (Hch 1, 8). El hilo conductor de la preparación espiritual para el
encuentro en Sydney es el Espíritu Santo y la misión. En 2006 nos habíamos
detenido a meditar sobre el Espíritu Santo como Espíritu de verdad, en 2007
quisimos descubrirlo más profundamente como Espíritu de amor, para
encaminarnos después hacia la Jornada Mundial de la Juventud 2008
reflexionando sobre el Espíritu de fortaleza y testimonio, que nos da el valor
de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo. Por ello es fundamental que
cada uno de vosotros, jóvenes, en la propia comunidad y con los educadores,
reflexione sobre este Protagonista de la historia de la salvación que es el
Espíritu Santo o Espíritu de Jesús, para alcanzar estas altas metas: reconocer la
verdadera identidad del Espíritu, escuchando sobre todo la Palabra de Dios en
la Revelación de la Biblia; tomar una lúcida conciencia de su presencia viva y
constante en la vida de la Iglesia, redescubrir en particular que el Espíritu
Santo es como el “alma”, el respiro vital de la propia vida cristiana gracias a
los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y
Eucaristía; hacerse capaces así de ir madurando una comprensión de Jesús
cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer una aplicación
57

eficaz del Evangelio en el alba del tercer milenio. Con mucho gusto os ofrezco
con este mensaje un motivo de meditación ir profundizándolo a lo largo de
este año de preparación y ante el cual verificar la calidad de vuestra fe en el
Espíritu Santo, de volver a encontrarla si se ha extraviado, de afianzarla si se
ha debilitado, de gustarla como compañía del Padre y del Hijo Jesucristo,
gracias precisamente a la obra indispensable del Espíritu Santo. No olvidéis
nunca que la Iglesia, más aún la humanidad misma, la que está en torno a
vosotros y que os aguarda en vuestro futuro, espera mucho de vosotros,
jóvenes, porque tenéis en vosotros el don supremo del Padre, el Espíritu de
Jesús.

2. La promesa del Espíritu Santo en la Biblia


La escucha atenta de la Palabra de Dios respecto al misterio y a la obra del
Espíritu Santo nos abre al conocimiento cosas grandes y estimulantes que
resumo en los siguientes puntos.
Poco antes de su ascensión, Jesús dijo a los discípulos: «Yo os enviaré lo
que mi Padre ha prometido» (Lc 24, 49). Esto se cumplió el día de
Pentecostés, cuando estaban reunidos en oración en el Cenáculo con la Virgen
María. La efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente fue el
cumplimiento de una promesa de Dios más antigua aún, anunciada y preparada
en todo el Antiguo Testamento.
En efecto, ya desde las primeras páginas, la Biblia evoca el espíritu de Dios
como un viento que «aleteaba por encima de las aguas» (cf. Gn 1, 2) y precisa
que Dios insufló en las narices del hombre un aliento de vida, (cf. Gn 2, 7),
infundiéndole así la vida misma. Después del pecado original, el espíritu
vivificante de Dios se ha ido manifestando en diversas ocasiones en la historia
de los hombres, suscitando profetas para incitar al pueblo elegido a volver a
Dios y a observar fielmente los mandamientos. En la célebre visión del profeta
Ezequiel, Dios hace revivir con su espíritu al pueblo de Israel, representado en
«huesos secos» (cf. 37, 1-14). Joel profetiza una «efusión del espíritu» sobre
todo el pueblo, sin excluir a nadie: «Después de esto –escribe el Autor
sagrado– yo derramaré mi Espíritu en toda carne... Hasta en los siervos y las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (3, 1-2).
En la «plenitud del tiempo» (cf. Ga 4, 4), el ángel del Señor anuncia a la
Virgen de Nazaret que el Espíritu Santo, «poder del Altísimo», descenderá
sobre Ella y la cubrirá con su sombra. El que nacerá de Ella será santo y será
llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1, 35). Según la expresión del profeta Isaías,
sobre el Mesías se posará el Espíritu del Señor (cf. 11, 1-2; 42, 1). Jesús
retoma precisamente esta profecía al inicio de su ministerio público en la
sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí –dijo ante el
asombro de los presentes–, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la
Buena Noticia a los pobres. Para anunciar a los cautivos la libertad y, a los
ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; y para anunciar un año un
año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). Dirigiéndose a los
presentes, se atribuye a sí mismo estas palabras proféticas afirmando: «Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír » (Lc 4, 21). Y una vez más, antes de
su muerte en la cruz, anuncia varias veces a sus discípulos la venida del
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Espíritu Santo, el «Consolador», cuya misión será la de dar testimonio de Él y


asistir a los creyentes, enseñándoles y guiándoles hasta la Verdad completa (cf.
Jn 14, 16-17.25-26; 15, 26; 16, 13).
3. Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia
La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos,
«sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El
Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles con mayor fuerza aún el día de
Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se lee en los Hechos de los
Apóstoles–, como el de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno» (2, 2-3).
El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de
una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto
y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza
(cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en
heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender
cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de
demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las
persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban
reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que
hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de
Pentecostés no ha dejado de extender la Buena Noticia «hasta los confines de
la tierra» (Hch 1, 8).
4. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y principio de comunión
Pero para comprender la misión de la Iglesia hemos de regresar al
Cenáculo donde los discípulos permanecían juntos (cf. Lc 24, 49), rezando con
María, la «Madre», a la espera del Espíritu prometido. Toda comunidad
cristiana tiene que inspirarse constantemente en este icono de la Iglesia
naciente. La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado
principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y
«eficientes», sino el fruto de la oración comunitaria incesante (cf. Pablo VI,
Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, 75). La eficacia de la misión presupone,
además, que las comunidades estén unidas, que tengan «un solo corazón y una
sola alma» (cf. Hch 4, 32), y que estén dispuestas a dar testimonio del amor y
la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes (cf.
Hch 2, 42). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que antes de ser acción, la
misión de la Iglesia es testimonio e irradiación (cf. Enc. Redemptoris missio,
26). Así sucedía al inicio del cristianismo, cuando, como escribe Tertuliano,
los paganos se convertían viendo el amor que reinaba entre los cristianos:
«Ved –dicen– cómo se aman entre ellos» (cf. Apologético, 39, 7).
Concluyendo esta rápida mirada a la Palabra de Dios en la Biblia, os invito
a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el
testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa
concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus
criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su
victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos
que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a
59

una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres,
libertad para los oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó
con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la
Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.
Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu
Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo
que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor
se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros,
jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.

5. El Espíritu Santo «Maestro interior»


Queridos jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia
también hoy y sus frutos son abundantes en la medida en que estamos
dispuestos a abrirnos a su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada
uno de nosotros lo conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él.
Pero aquí surge naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu
Santo? Para muchos cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso,
como preparación a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, he querido
invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En
nuestra profesión de de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y
dador de vida, que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-
Constantinopolitano). Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del
Hijo, es Fuente de vida que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha
dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de
nuestras almas, como el «Maestro interior» que nos introduce en el Misterio
trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día
en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás, enciende en nosotros el fuego del
amor, nos hace misioneros de la caridad de Dios.
Sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor
hacia Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que
precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y
construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y
resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para tenerla
con Jesús.
6. Los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía
Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y
crecer en nuestra vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante
los Sacramentos, porque la fe nace y se robustece en nosotros gracias a los
Sacramentos, sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres
Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás
desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son
gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin
savia vital. Resulta que, una vez recibida la Confirmación, muchos jóvenes se
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alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni siquiera reciben este
sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el
Espíritu Santo nos hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su
Iglesia, capaces de un verdadero testimonio del Evangelio, beneficiarios de la
alegría de la fe.
Os invito por tanto a reflexionar sobre lo que aquí os escribo. Hoy es
especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y
reencontrar su valor para nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha convertido
en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello
y haga que el tesoro que lleva dentro produzca frutos de santidad. Quien está
bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se
prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno»,
porque la Confirmación perfecciona la gracia bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).
La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a
Dios con toda nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes
de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos
miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo
bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su propia aportación a la
edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada
uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el
Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz,
paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga
5, 22). A cuantos, jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les
invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda
de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece:
¡no la dejéis escapar!
Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para crecer en la vida
cristiana es necesario alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En
efecto, hemos sido bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1322; Exhort. apost. Sacramentum caritatis,
17). Como «fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un
«Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la Santa Misa
recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos
transforma en Él. Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la
Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la
adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la
Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las
pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan
nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y
nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.
7. La necesidad y la urgencia de la misión
Muchos jóvenes miran su vida con aprensión y se plantean tantos
interrogantes sobre su futuro. Ellos se preguntan preocupados: ¿Cómo
insertarse en un mundo marcado por numerosas y graves injusticias y
sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que a veces
61

parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la vida? ¿Cómo contribuir para
que los frutos del Espíritu que hemos recordado precedentemente, «amor,
alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y
dominio de sí» (n. 6), inunden este mundo herido y frágil, el mundo de los
jóvenes sobre todo? ¿En qué condiciones el Espíritu vivificante de la primera
creación, y sobre todo de la segunda creación o redención, puede convertirse
en el alma nueva de la humanidad? No olvidemos que cuanto más grande es el
don de Dios –y el del Espíritu de Jesús es el máximo– tanto más lo es la
necesidad del mundo de recibirlo y, en consecuencia, más grande y
apasionante es la misión de la Iglesia de dar un testimonio creíble de él. Y
vosotros, jóvenes, con la Jornada Mundial de la Juventud, dais en cierto modo
testimonio de querer participar en dicha misión. A este propósito, queridos
amigos, me apremia recordaros aquí algunas verdades cruciales sobre las
cuales meditar. Una vez más os repito que sólo Cristo puede colmar las
aspiraciones más íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de
humanizar la humanidad y conducirla a su «divinización». Con la fuerza de su
Espíritu, Él infunde en nosotros la caridad divina, que nos hace capaces de
amar al prójimo y prontos para a ponernos a su servicio. El Espíritu Santo
ilumina, revelando a Cristo crucificado y resucitado, y nos indica el camino
para asemejarnos más a Él, para ser precisamente «expresión e instrumento del
amor que de Él emana» (Enc. Deus caritas est, 33). Y quien se deja guiar por
el Espíritu comprende que ponerse al servicio del Evangelio no es una opción
facultativa, porque advierte la urgencia de transmitir a los demás esta Buena
Noticia. Sin embargo, es necesario recordarlo una vez más, sólo podemos ser
testigos de Cristo si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que es «el agente
principal de la evangelización» (cf. Evangelii nuntiandi, 75) y «el protagonista
de la misión» (cf. Redemptoris missio, 21). Queridos jóvenes, como han
reiterado tantas veces mis venerados Predecesores Pablo VI y Juan Pablo II,
anunciar el Evangelio y testimoniar la fe es hoy más necesario que nunca (cf.
Redemptoris missio, 1). Alguno puede pensar que presentar el tesoro precioso
de la fe a las personas que no la comparten significa ser intolerantes con ellos,
pero no es así, porque proponer a Cristo no significa imponerlo (cf. Evangelii
nuntiandi, 80). Además, doce Apóstoles, hace ya dos mil años, han dado la
vida para que Cristo fuese conocido y amado. Desde entonces, el Evangelio
sigue difundiéndose a través de los tiempos gracias a hombres y mujeres
animados por el mismo fervor misionero. Por lo tanto, también hoy se
necesitan discípulos de Cristo que no escatimen tiempo ni energía para servir
al Evangelio. Se necesitan jóvenes que dejen arder dentro de sí el amor de
Dios y respondan generosamente a su llamamiento apremiante, como lo han
hecho tantos jóvenes beatos y santos del pasado y también de tiempos
cercanos al nuestro. En particular, os aseguro que el Espíritu de Jesús os invita
hoy a vosotros, jóvenes, a ser portadores de la buena noticia de Jesús a
vuestros coetáneos. La indudable dificultad de los adultos de tratar de manera
comprensible y convincente con el ámbito juvenil puede ser un signo con el
cual el Espíritu quiere impulsaros a vosotros, jóvenes, a que os hagáis cargo de
ello. Vosotros conocéis el idealismo, el lenguaje y también las heridas, las
expectativas y, al mismo tiempo, el deseo de bienestar de vuestros coetáneos.
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Tenéis ante vosotros el vasto mundo de los afectos, del trabajo, de la


formación, de la expectativa, del sufrimiento juvenil... Que cada uno de
vosotros tenga la valentía de prometer al Espíritu Santo llevar a un joven a
Jesucristo, como mejor lo considere, sabiendo «dar razón de vuestra
esperanza, pero con mansedumbre » (cf. 1 P 3, 15).
Pero para lograr este objetivo, queridos amigos, sed santos, sed misioneros,
porque nunca se puede separar la santidad de la misión (cf. Redemptoris
missio, 90). No tengáis miedo de convertiros en santos misioneros como San
Francisco Javier, que recorrió el Extremo Oriente anunciando la Buena Noticia
hasta el límite de sus fuerzas, o como Santa Teresa del Niño Jesús, que fue
misionera aún sin haber dejado el Carmelo: tanto el uno como la otra son
«Patronos de las Misiones». Estad listos a poner en juego vuestra vida para
iluminar el mundo con la verdad de Cristo; para responder con amor al odio y
al desprecio de la vida; para proclamar la esperanza de Cristo resucitado en
cada rincón de la tierra.
8. Invocar un «nuevo Pentecostés» sobre el mundo
Queridos jóvenes, os espero en gran número en julio de 2008 en Sydney.
Será una ocasión providencial para experimentar plenamente el poder del
Espíritu Santo. Venid muchos, para ser signo de esperanza y sustento precioso
para las comunidades de la Iglesia en Australia que se preparan para acogeros.
Para los jóvenes del país que nos hospedará será una ocasión excepcional de
anunciar la belleza y el gozo del Evangelio a una sociedad secularizada de
muchas maneras. Australia, como toda Oceanía, tiene necesidad de redescubrir
sus raíces cristianas. En la Exhortación postsinodal Ecclesia in Oceania Juan
Pablo II escribía: «Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia en Oceanía se
está preparando para una nueva evangelización de pueblos que hoy tienen
hambre de Cristo... La nueva evangelización es una prioridad para la Iglesia en
Oceanía» (n. 18).
Os invito a dedicar tiempo a la oración y a vuestra formación espiritual en
este último tramo del camino que nos conduce a la XXIII Jornada Mundial de
la Juventud, para que en Sydney podáis renovar las promesas de vuestro
Bautismo y de vuestra Confirmación. Juntos invocaremos al Espíritu Santo,
pidiendo con confianza a Dios el don de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y
para la humanidad del tercer milenio.
María, unida en oración a los Apóstoles en el Cenáculo, os acompañe
durante estos meses y obtenga para todos los jóvenes cristianos una nueva
efusión del Espíritu Santo que inflame los corazones. Recordad: ¡la Iglesia
confía en vosotros! Nosotros, los Pastores, en particular, oramos para que
améis y hagáis amar siempre más a Jesús y lo sigáis fielmente. Con estos
sentimientos os bendigo a todos con gran afecto.

CRISTO ES EL CENTRO DEL MUNDO


070901. Diálogo y discurso. Ágora de los jóvenes italianos. Loreto
Pregunta formulada por los jóvenes Piero Tisti y Giovanna Di Mucci:
63

A muchos de los jóvenes de la periferia nos falta un centro, un lugar o


personas capaces de dar identidad. A menudo no tenemos historia ni
perspectivas; por eso, no tenemos futuro. Parece que lo que esperamos nunca
se hace realidad. De aquí la experiencia de la soledad y, a veces, de
dependencias. Santidad, ¿hay alguien —o algo— para quien podamos llegar
a ser importante? ¿Es posible esperar cuando la realidad nos niega cualquier
sueño de felicidad, cualquier proyecto de vida?.
Gracias por esta pregunta y por la presentación tan realista de la situación.
Con respecto a las periferias de este mundo, en las que existen grandes
problemas, no es fácil ahora responder. No queremos vivir en un fácil
optimismo, pero, por otra parte, debemos ser valientes y seguir adelante.
Podría anticipar así el núcleo de mi respuesta: "Sí, hay esperanza también hoy;
cada uno de vosotros es importante, porque cada uno es conocido y querido
por Dios; y Dios tiene un proyecto para cada uno. Debemos descubrirlo y
corresponder a él, para que, a pesar de estas situaciones de precariedad y
marginalidad, sea posible realizar el proyecto de Dios sobre nosotros".
Pero, entrando en detalles, usted nos ha presentado de forma realista la
situación de una sociedad: en las periferias parece difícil salir adelante,
cambiar el mundo mejorándolo. Todo parece concentrado en los grandes
centros del poder económico y político; las grandes burocracias dominan y
quienes se encuentran en las periferias, realmente parecen quedar excluidos de
esta vida.
Un aspecto de esta situación de marginación de muchos es que las grandes
células de la vida de la sociedad, que pueden construir centros también en la
periferia, están desintegradas: la familia, que debería ser el lugar de encuentro
de las generaciones —desde los bisabuelos hasta los nietos—; que no sólo
debería ser un lugar donde se encuentren las generaciones, sino también donde
se aprenda a vivir, donde se aprendan las virtudes esenciales para la vida, está
desintegrada, se encuentra en peligro. Por eso, debemos hacer todo lo posible
para que la familia sea viva, para que sea también hoy la célula vital, el centro
en la periferia.
Del mismo modo, también la parroquia, célula viva de la Iglesia, debe ser
realmente un lugar de inspiración, de vida, de solidaridad, que ayude a
construir juntamente los centros en la periferia. En la Iglesia se habla a
menudo de periferia y de centro, que sería Roma, pero de hecho en la Iglesia
no hay periferia, porque donde está Cristo allí está todo el centro. Donde se
celebra la Eucaristía, donde está el sagrario, allí está Cristo y, por consiguiente,
allí está el centro, y debemos hacer todo lo posible para que estos centros
vivos sean eficaces, para que estén presentes y sean realmente una fuerza que
se oponga a esa marginación.
La Iglesia viva, la Iglesia de las pequeñas comunidades, la Iglesia
parroquial, los movimientos, deberían formar también centros en la periferia,
para ayudar así a superar las dificultades que la gran política obviamente no
supera. Al mismo tiempo, también debemos pensar que, a pesar de las grandes
concentraciones de poder, precisamente la sociedad actual necesita la
solidaridad, el sentido de la legalidad, la iniciativa y la creatividad de todos.
64

Sé que es más fácil decirlo que realizarlo, pero veo aquí personas que se
comprometen para que surjan también centros en las periferias, para que
crezca la esperanza. Por tanto, me parece que precisamente en las periferias
debemos tomar la iniciativa. Es necesario que la Iglesia esté presente; que
Cristo, el centro del mundo, esté presente.
Hemos visto, y vemos hoy en el evangelio, que para Dios no hay periferias.
La Tierra Santa, en el vasto contexto del Imperio romano, era periferia;
Nazaret era periferia, una aldea desconocida. Y, sin embargo, precisamente esa
realidad fue de hecho el centro que cambió el mundo. Así, también nosotros
debemos formar centros de fe, de esperanza, de amor y de solidaridad, de
sentido de la justicia y de la legalidad, de cooperación.
Sólo así puede sobrevivir la sociedad moderna. Necesita esta valentía de
crear centros, aunque aparentemente no parece existir esperanza. Debemos
oponernos a esta desesperación; debemos colaborar con gran solidaridad y
hacer todo lo posible para que aumente la esperanza, para que los hombres
colaboren y vivan. Como vemos, es necesario cambiar el mundo; pero es
precisamente la juventud la que tiene la misión de cambiarlo. No lo podemos
hacer sólo con nuestras fuerzas, sino en comunión de fe y de camino. En
comunión con María, con todos los santos; en comunión con Cristo,
podemos hacer algo esencial.
Os estimulo y os invito a tener confianza en Cristo, a tener confianza en
Dios. Estar en la gran compañía de los santos y avanzar con ellos puede
cambiar el mundo, creando centros en la periferia, para que esa compañía sea
realmente visible y así se haga realidad la esperanza de todos, de modo que
cada uno pueda decir: "Yo soy importante en la totalidad de la historia. El
Señor nos ayudará". Gracias.
Pregunta formulada por la joven Sara Simonetta:
Yo creo en el Dios que ha tocado mi corazón, pero son muchas las
inseguridades, los interrogantes, los miedos que llevo en mi interior. No es
fácil hablar de Dios con mis amigos; muchos de ellos ven a la Iglesia como
una realidad que juzga a los jóvenes, que se opone a sus deseos de felicidad y
de amor. Ante este rechazo siento fuertemente la soledad humana y quisiera
sentir la cercanía de Dios. Santidad, ¿en este silencio dónde está Dios?
Sí, todos nosotros, aunque seamos creyentes, experimentamos el silencio
de Dios. En el Salmo que acabamos de rezar se encuentra este grito casi
desesperado: "Habla, Señor; no te escondas". Hace poco se publicó un libro
con las experiencias espirituales de la madre Teresa. En él se pone de
manifiesto aún más claramente lo que ya sabíamos: con toda su caridad, su
fuerza de fe, la madre Teresa sufría el silencio de Dios.
Por una parte, debemos soportar este silencio de Dios también para poder
comprender a nuestros hermanos que no conocen a Dios. Por otra, con el
Salmo, podemos gritar continuamente a Dios: "Habla, muéstrate". Sin duda,
en nuestra vida, si tenemos el corazón abierto, podemos encontrar los grandes
momentos en los que realmente la presencia de Dios se hace sensible también
para nosotros.
Me viene a la mente en este momento una anécdota que refirió Juan Pablo
II en los ejercicios espirituales que predicó en el Vaticano cuando aún no era
65

Papa. Contó que después de la guerra lo visitó un oficial ruso, que era
científico, el cual le dijo: "Como científico, estoy seguro de que Dios no
existe; pero cuando me encuentro en una montaña, ante su majestuosa belleza,
ante su grandeza, también estoy seguro de que el Creador existe y de que Dios
existe".
La belleza de la creación es una de las fuentes donde realmente podemos
descubrir la belleza de Dios, donde podemos ver que el Creador existe y es
bueno, que es verdad lo que dice la sagrada Escritura en el relato de la
creación, o sea, que Dios pensó e hizo este mundo con su corazón, con su
voluntad, con su razón, y vio que era bueno. También nosotros debemos ser
buenos, teniendo el corazón abierto a percibir realmente la presencia de Dios.
Asimismo, al escuchar la palabra de Dios en las grandes celebraciones
litúrgicas, en las fiestas de la fe, en la gran música de la fe, percibimos esta
presencia.
Recuerdo en este momento otra anécdota que me contó hace poco tiempo
un obispo en visita "ad limina": una mujer no cristiana muy inteligente
comenzó a escuchar la gran música de Bach, Händel, Mozart. Estaba fascinada
y un día dijo: "Debo encontrar la fuente de donde pudo brotar esta belleza".
Esa mujer se convirtió al cristianismo, a la fe católica, porque había
descubierto que esa belleza tiene una fuente, y la fuente es precisamente la
presencia de Cristo en los corazones, es la revelación de Cristo en este mundo.
Por consiguiente, las grandes fiestas de la fe, de la celebración litúrgica,
pero también el diálogo personal con Cristo: él no siempre responde, pero hay
momentos en que realmente responde.
Luego viene la amistad, la compañía de la fe. Ahora, reunidos aquí en
Loreto, vemos cómo la fe une, la amistad crea una compañía de personas en
camino. Y sentimos que todo esto no viene de la nada, sino que realmente
tiene una fuente, que el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se
revela, y sobre todo que nosotros mismos podemos ser testigos de su
presencia, que nuestra fe proyecta realmente una luz también para los demás.
Así pues, por una parte, debemos aceptar que en este mundo Dios es
silencioso, pero no debemos ser sordos cuando habla, cuando se nos muestra
en muchas ocasiones; vemos la presencia del Señor sobre todo en la creación,
en una hermosa liturgia, en la amistad dentro de la Iglesia; y, llenos de su
presencia, también nosotros podemos iluminar a los demás.
Paso a la segunda parte de su pregunta: hoy es difícil hablar de Dios a los
amigos y tal vez resulta aún más difícil hablar de la Iglesia, porque ven a Dios
sólo como el límite de nuestra libertad, un Dios de mandamientos, de
prohibiciones, y a la Iglesia como una institución que limita nuestra libertad,
que nos impone prohibiciones.
Pero debemos tratar de presentarles la Iglesia viva, no esa idea de un centro
de poder en la Iglesia con estas etiquetas, sino las comunidades de compañía
en las que, a pesar de todos los problemas de la vida, que todos tenemos, nace
la alegría de vivir.
Aquí me viene a la mente un tercer recuerdo. En Brasil estuve en la
"Hacienda de la Esperanza", una gran realidad donde los drogadictos se curan
y recobran la esperanza, recobran la alegría de vivir. Los drogadictos
66

testimoniaron que precisamente descubrir que Dios existe significó para ellos
la curación de la desesperación. Así comprendieron que su vida tiene un
sentido y recobraron la alegría de estar en este mundo, la alegría de afrontar
los problemas de la vida humana.
Por tanto, en todo corazón humano, a pesar de los problemas que existen,
hay sed de Dios; y donde Dios desaparece, desaparece también el sol que da
luz y alegría. Esta sed de infinito que hay en nuestro corazón se demuestra
también en la realidad de la droga: el hombre quiere ensanchar su vida, quiere
obtener más de la vida, quiere alcanzar el infinito, pero la droga es una
mentira, una estafa, porque no ensancha la vida, sino que la destruye.
Realmente, tenemos una gran sed, que nos habla de Dios y nos pone en
camino hacia Dios, pero debemos ayudarnos mutuamente. Cristo vino
precisamente para crear una red de comunión en el mundo, donde todos
podemos apoyarnos unos a otros, ayudándonos a encontrar juntos el camino de
la vida y a comprender que los mandamientos de Dios no son limitaciones de
nuestra libertad, sino las señales de carretera que nos orientan hacia Dios,
hacia la plenitud de la vida.
Pidamos a Dios que nos ayude a descubrir su presencia, a estar llenos de su
Revelación, de su alegría, a ayudarnos unos a otros en la compañía de la fe
para avanzar y encontrar cada vez más, con Cristo, el verdadero rostro de
Dios, y así la vida verdadera.
* **
DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Queridos jóvenes, que constituís la esperanza de la Iglesia en Italia:
Me alegra encontrarme con vosotros en este lugar tan singular, en esta
velada especial, en la que se entrelazan oraciones, cantos y silencios, una
velada llena de esperanzas y profundas emociones. Este valle, donde en el
pasado también mi amado predecesor Juan Pablo II se encontró con muchos
de vosotros, ya se ha convertido en vuestra "ágora", en vuestra plaza sin muros
y sin barreras, donde convergen y parten mil caminos.
He escuchado con atención al que ha hablado en nombre de todos
vosotros. A este lugar de encuentro pacífico, auténtico y jubiloso, habéis
llegado impulsados por mil motivos diversos: unos por pertenecer a un grupo;
otros, invitados por algún amigo; otros, por íntima convicción; otros, con
alguna duda en el corazón; y otros, por simple curiosidad...
Cualquiera que sea el motivo que os ha traído aquí, quiero deciros que
quien nos ha reunido aquí, aunque hace falta valentía para decirlo, es el
Espíritu Santo. Sí, esto es lo que ha sucedido. Quien os ha guiado hasta aquí es
el Espíritu. Habéis venido con vuestras dudas y vuestras certezas, con vuestras
alegrías y vuestras preocupaciones. Ahora nos toca a todos nosotros, a todos
vosotros, abrir el corazón y ofrecer todo a Jesús.
Decidle: "Heme aquí. Ciertamente no soy todavía como tú quisieras que
fuera; ni siquiera logro entenderme a fondo a mí mismo, pero con tu ayuda
estoy dispuesto a seguirte. Señor Jesús, esta tarde quisiera hablarte, haciendo
mía la actitud interior y el abandono confiado de aquella joven que hace dos
mil años pronunció su "sí" al Padre, que la escogía para ser tu Madre. El Padre
67

la eligió porque era dócil y obediente a su voluntad". Como ella, como la


pequeña María, cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, diga con fe a
Dios: "Heme aquí, hágase en mí según tu palabra".
¡Qué espectáculo tan admirable de fe joven y comprometedora estamos
viviendo esta tarde! Esta tarde, gracias a vosotros, Loreto se ha convertido en
la capital espiritual de los jóvenes, en el centro hacia el que convergen
idealmente las multitudes de jóvenes que pueblan los cinco continentes.
En este momento nos sentimos, en cierto modo, rodeados por las
expectativas y las esperanzas de millones de jóvenes del mundo entero: en
esta misma hora unos están en vela, otros se encuentran durmiendo y otros
están estudiando o trabajando; unos esperan y otros desesperan; unos creen y
otros no logran creer; unos aman la vida y otros, en cambio, la están
desperdiciando.
Quisiera que a todos llegaran mis palabras: el Papa está cerca de vosotros,
comparte vuestras alegrías y vuestras tristezas; y comparte sobre todo las
esperanzas más íntimas que lleváis en vuestro corazón. Para cada uno pide al
Señor el don de una vida plena y feliz, una vida llena de sentido, una vida
verdadera.
Por desgracia, hoy, con frecuencia, muchos jóvenes creen que una
existencia plena y feliz es un sueño difícil —hemos escuchado muchos
testimonios—, a veces casi irrealizable. Muchos coetáneos vuestros piensan en
el futuro con miedo y se plantean no pocos interrogantes. Se preguntan,
preocupados: ¿Cómo integrarse en una sociedad marcada por numerosas y
graves injusticias y sufrimientos? ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la
violencia, que a menudo parecen prevalecer? ¿Cómo dar sentido pleno a la
vida?
Con amor y convicción os repito a vosotros, jóvenes aquí presentes, y a
través de vosotros a vuestros coetáneos del mundo entero: ¡No tengáis miedo!
Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón. ¿Acaso
existen sueños irrealizables cuando es el Espíritu de Dios quien los suscita y
cultiva en el corazón? ¿Hay algo que pueda frenar nuestro entusiasmo cuando
estamos unidos a Cristo? Nada ni nadie, diría el apóstol san Pablo, podrá
separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro (cf. Rm 8, 35-39).
Permitidme que os repita esta tarde: cada uno de vosotros, si permanece
unido a Cristo, puede realizar grandes cosas. Por eso, queridos amigos, no
debéis tener miedo de soñar, con los ojos abiertos, en grandes proyectos de
bien y no debéis desalentaros ante las dificultades. Cristo confía en vosotros y
desea que realicéis todos vuestros sueños más nobles y elevados de auténtica
felicidad.
Nada es imposible para quien se fía de Dios y se entrega a Dios. Mirad a la
joven María. El ángel le propuso algo realmente inconcebible: participar del
modo más comprometedor posible en el más grandioso de los planes de Dios,
la salvación de la humanidad. Como hemos escuchado en el evangelio, ante
esa propuesta María se turbó, pues era consciente de la pequeñez de su ser
frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó: ¿Cómo es posible? ¿Por qué
precisamente yo? Sin embargo, dispuesta a cumplir la voluntad divina,
pronunció prontamente su "sí", que cambió su vida y la historia de la
68

humanidad entera. Gracias a su "sí" hoy también nosotros nos encontramos


reunidos esta tarde.
Me pregunto y os pregunto: lo que Dios nos pide, por más arduo que pueda
parecernos, ¿podrá equipararse a lo que pidió a la joven María? Queridos
muchachos y muchachas, aprendamos de María a pronunciar nuestro "sí",
porque ella sabe de verdad lo que significa responder con generosidad a lo que
pide el Señor. María, queridos jóvenes, conoce vuestras aspiraciones más
nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, vuestro gran anhelo de amor,
vuestra necesidad de amar y ser amados. Mirándola a ella, siguiéndola
dócilmente, descubriréis la belleza del amor, pero no de un amor que se usa y
se tira, pasajero y engañoso, prisionero de una mentalidad egoísta y
materialista, sino del amor verdadero y profundo.
En lo más íntimo del corazón, todo muchacho y toda muchacha que se abre
a la vida cultiva el sueño de un amor que dé pleno sentido a su futuro. Para
muchos este sueño se realiza en la opción del matrimonio y en la formación de
una familia, donde el amor entre un hombre y una mujer se vive como don
recíproco y fiel, como entrega definitiva, sellada por el "sí" pronunciado ante
Dios el día del matrimonio, un "sí" para toda la vida.
Sé bien que este sueño hoy es cada vez más difícil de realizar. ¡Cuántos
fracasos del amor contempláis en vuestro entorno! ¡Cuántas parejas inclinan la
cabeza, rindiéndose, y se separan! ¡Cuántas familias se desintegran! ¡Cuántos
muchachos, incluso entre vosotros, han visto la separación y el divorcio de sus
padres!
A quienes se encuentran en situaciones tan delicadas y complejas quisiera
decirles esta tarde: la Madre de Dios, la comunidad de los creyentes, el Papa
están cerca de vosotros y oran para que la crisis que afecta a las familias de
nuestro tiempo no se transforme en un fracaso irreversible. Ojalá que las
familias cristianas, con la ayuda de la gracia divina, se mantengan fieles al
solemne compromiso de amor asumido con alegría ante el sacerdote y ante la
comunidad cristiana el día solemne del matrimonio.
Frente a tantos fracasos con frecuencia se formula esta pregunta: "¿Soy yo
mejor que mis amigos y que mis parientes, que lo han intentado y han
fracasado? ¿Por qué yo, precisamente yo, debería triunfar donde tantos otros
se rinden?". Este temor humano puede frenar incluso a los corazones más
valientes, pero en esta noche que nos espera, a los pies de su Santa Casa,
María os repetirá a cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, las
palabras que el ángel le dirigió a ella: "¡No temáis! ¡No tengáis miedo! El
Espíritu Santo está con vosotros y no os abandona jamás. Nada es imposible
para quien confía en Dios".
Eso vale para quien está llamado a la vida matrimonial, y mucho más para
aquellos a quienes Dios propone una vida de total desprendimiento de los
bienes de la tierra a fin de entregarse a tiempo completo a su reino. Algunos de
entre vosotros habéis emprendido el camino del sacerdocio, de la vida
consagrada; algunos aspiráis a ser misioneros, conscientes de cuántos y cuáles
peligros implica. Pienso en los sacerdotes, en las religiosas y en los laicos
misioneros que han caído en la trinchera del amor al servicio del Evangelio.
69

Nos podría decir muchas cosas al respecto el padre Giancarlo Bossi, por el
que oramos durante el tiempo de su secuestro en Filipinas, y hoy nos
alegramos de que esté aquí con nosotros. A través de él quisiera saludar y dar
las gracias a todos los que consagran su vida a Cristo en las fronteras de la
evangelización. Queridos jóvenes, si el Señor os llama a vivir más
íntimamente a su servicio, responded con generosidad. Tened la certeza de que
la vida dedicada a Dios nunca se gasta en vano.
Queridos jóvenes, antes de concluir estas palabras, quiero abrazaros con
corazón de padre. Os abrazo a cada uno, y os saludo cordialmente.
Nos uniremos "virtualmente" más tarde y nos volveremos a ver mañana
por la mañana, al terminar esta noche de vela, para el momento más
importante de nuestro encuentro, cuando Jesús mismo se haga realmente
presente en su Palabra y en el misterio de la Eucaristía.
Oremos para que el Señor, que realiza todo prodigio, conceda a muchos de
vosotros estar allí; para que me lo conceda a mí y os lo conceda a vosotros.
Este es uno de los muchos sueños que esta noche, orando juntos,
encomendamos a María. Amén.

DIOS, MARÍA Y JESÚS: ENCUENTRO DE HUMILDADES


070902. Homilía. Ágora de los jóvenes italianos. Loreto
Este es realmente un día de gracia. Las lecturas que acabamos de escuchar
nos ayudan a comprender cuán maravillosa es la obra que ha realizado el
Señor al reunirnos aquí, en Loreto, en tan gran número y en un clima jubiloso
de oración y de fiesta. Con nuestro encuentro en el santuario de la Virgen se
hacen realidad, en cierto sentido, las palabras de la carta a los Hebreos: "Os
habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo" (Hb 12, 22).
Al celebrar la Eucaristía a la sombra de la Santa Casa, también nosotros
nos hemos acercado a la "reunión solemne y asamblea de los primogénitos
inscritos en los cielos" (Hb 12, 23). Así podemos experimentar la alegría de
encontrarnos ante "Dios, juez universal, y los espíritus de los justos llegados
ya a su consumación" (Hb 12, 23). Con María, Madre del Redentor y Madre
nuestra, vamos sobre todo al encuentro del "mediador de la nueva Alianza"
(Hb 12, 24).
El Padre celestial, que muchas veces y de muchos modos habló a los
hombres (cf. Hb 1, 1), ofreciendo su alianza y encontrando a menudo
resistencias y rechazos, en la plenitud de los tiempos quiso establecer con los
hombres un pacto nuevo, definitivo e irrevocable, sellándolo con la sangre de
su Hijo unigénito, muerto y resucitado para la salvación de la humanidad
entera.
Jesucristo, Dios hecho hombre, asumió en María nuestra misma carne,
tomó parte en nuestra vida y quiso compartir nuestra historia. Para realizar su
alianza, Dios buscó un corazón joven y lo encontró en María, "una joven".
También hoy Dios busca corazones jóvenes, busca jóvenes de corazón
grande, capaces de hacerle espacio a él en su vida para ser protagonistas de la
70

nueva Alianza. Para acoger una propuesta fascinante como la que nos hace
Jesús, para establecer una alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente,
capaces de dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él caminos
nuevos.
Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el
diálogo con el joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22); respeta su libertad,
pero nunca se cansa de proponerles metas más altas para su vida: la novedad
del Evangelio y la belleza de una conducta santa. Siguiendo el ejemplo de su
Señor, la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes, os mira
con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los momentos de alegría y de
fiesta, al igual que en los de prueba y desvarío; os sostiene con los dones de la
gracia sacramental y os acompaña en el discernimiento de vuestra vocación.
Queridos jóvenes, dejaos implicar en la vida nueva que brota del encuentro
con Cristo y podréis ser apóstoles de su paz en vuestras familias, entre
vuestros amigos, en el seno de vuestras comunidades eclesiales y en los
diversos ambientes en los que vivís y actuáis.
Pero, ¿qué es lo que hace realmente "jóvenes" en sentido evangélico? Este
encuentro, que tiene lugar a la sombra de un santuario mariano, nos invita a
contemplar a la Virgen. Por eso, nos preguntamos: ¿Cómo vivió María su
juventud? ¿Por qué en ella se hizo posible lo imposible? Nos lo revela ella
misma en el cántico del Magníficat: Dios "ha puesto los ojos en la humildad
de su esclava" (Lc 1, 48).
Dios aprecia en María la humildad, más que cualquier otra cosa. Y
precisamente de la humildad nos hablan las otras dos lecturas de la liturgia de
hoy. ¿No es una feliz coincidencia que se nos dirija este mensaje precisamente
aquí, en Loreto? Aquí, nuestro pensamiento va naturalmente a la Santa Casa de
Nazaret, que es el santuario de la humildad: la humildad de Dios, que se hizo
carne, se hizo pequeño; y la humildad de María, que lo acogió en su seno. La
humildad del Creador y la humildad de la criatura.
De ese encuentro de humildades nació Jesús, Hijo de Dios e Hijo del
hombre. "Cuanto más grande seas, tanto más debes humillarte, y ante el Señor
hallarás gracia, pues grande es el poderío del Señor, y por los humildes es
glorificado", nos dice el pasaje del Sirácida (Si 3, 18-20); y Jesús, en el
evangelio, después de la parábola de los invitados a las bodas, concluye:
"Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado"
(Lc 14, 11).
Esta perspectiva que nos indican las Escrituras choca fuertemente hoy con
la cultura y la sensibilidad del hombre contemporáneo. Al humilde se le
considera un abandonista, un derrotado, uno que no tiene nada que decir al
mundo. Y, en cambio, este es el camino real, y no sólo porque la humildad es
una gran virtud humana, sino, en primer lugar, porque constituye el modo de
actuar de Dios mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nueva
Alianza, el cual, "actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 8).
Queridos jóvenes, me parece que en estas palabras de Dios sobre la
humildad se encierra un mensaje importante y muy actual para vosotros, que
queréis seguir a Cristo y formar parte de su Iglesia. El mensaje es este: no
71

sigáis el camino del orgullo, sino el de la humildad. Id contra corriente: no


escuchéis las voces interesadas y persuasivas que hoy, desde muchas partes,
proponen modelos de vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la
prepotencia y el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento del
ser.
Vosotros sois los destinatarios de numerosos mensajes, que os llegan sobre
todo a través de los medios de comunicación social. Estad vigilantes. Sed
críticos. No vayáis tras la ola producida por esa poderosa acción de
persuasión. No tengáis miedo, queridos amigos, de preferir los caminos
"alternativos" indicados por el amor verdadero: un estilo de vida sobrio y
solidario; relaciones afectivas sinceras y puras; un empeño honrado en el
estudio y en el trabajo; un interés profundo por el bien común.
No tengáis miedo de ser considerados diferentes y de ser criticados por lo
que puede parecer perdedor o pasado de moda: vuestros coetáneos, y también
los adultos, especialmente los que parecen más alejados de la mentalidad y de
los valores del Evangelio, tienen profunda necesidad de ver a alguien que se
atreva a vivir de acuerdo con la plenitud de humanidad manifestada por
Jesucristo.
Así pues, queridos jóvenes, el camino de la humildad no es un camino de
renuncia, sino de valentía. No es resultado de una derrota, sino de una victoria
del amor sobre el egoísmo y de la gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e
imitando a María, debemos tener la valentía de la humildad; debemos
encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así podremos llegar a ser
instrumentos dóciles en sus manos, y le permitiremos hacer en nosotros
grandes cosas.
En María y en los santos el Señor obró grandes prodigios. Pienso, por
ejemplo, en san Francisco de Asís y santa Catalina de Siena, patronos de Italia.
Pienso también en jóvenes espléndidos, como santa Gema Galgani, san
Gabriel de la Dolorosa, san Luis Gonzaga, santo Domingo Savio, santa María
Goretti, que nació cerca de aquí, y los beatos Piergiorgio Frassati y Alberto
Marvelli. Y pienso también en numerosos muchachos y muchachas que
pertenecen a la legión de santos "anónimos", pero que no son anónimos para
Dios. Para él cada persona es única, con su nombre y su rostro. Como sabéis
bien, todos estamos llamados a ser santos.
Como veis, queridos jóvenes, la humildad que el Señor nos ha enseñado y
que los santos han testimoniado, cada uno según la originalidad de su
vocación, no es ni mucho menos un modo de vivir abandonista.
Contemplemos sobre todo a María: en su escuela, también nosotros podemos
experimentar, como ella, el "sí" de Dios a la humanidad del que brotan todos
los "sí" de nuestra vida.
En verdad, son numerosos y grandes los desafíos que debéis afrontar. Pero
el primero sigue siendo siempre seguir a Cristo a fondo, sin reservas ni
componendas. Y seguir a Cristo significa sentirse parte viva de su cuerpo, que
es la Iglesia. No podemos llamarnos discípulos de Jesús si no amamos y no
seguimos a su Iglesia. La Iglesia es nuestra familia, en la que el amor al Señor
y a los hermanos, sobre todo en la participación en la Eucaristía, nos hace
72

experimentar la alegría de poder gustar ya desde ahora la vida futura, que


estará totalmente iluminada por el Amor.
Nuestro compromiso diario debe consistir en vivir aquí abajo como si
estuviéramos allá arriba. Por tanto, sentirse Iglesia es para todos una vocación
a la santidad; es compromiso diario de construir la comunión y la unidad
venciendo toda resistencia y superando toda incomprensión. En la Iglesia
aprendemos a amar educándonos en la acogida gratuita del prójimo, en la
atención solícita a quienes atraviesan dificultades, a los pobres y a los últimos.
La motivación fundamental de todos los creyentes en Cristo no es el éxito,
sino el bien, un bien que es tanto más auténtico cuanto más se comparte, y que
no consiste principalmente en el tener o en el poder, sino en el ser. Así se
edifica la ciudad de Dios con los hombres, una ciudad que crece desde la tierra
y a la vez desciende del cielo, porque se desarrolla con el encuentro y la
colaboración entre los hombres y Dios (cf. Ap 21, 2-3).
Seguir a Cristo, queridos jóvenes, implica además un esfuerzo constante
por contribuir a la edificación de una sociedad más justa y solidaria, donde
todos puedan gozar de los bienes de la tierra. Sé que muchos de vosotros os
dedicáis con generosidad a testimoniar vuestra fe en varios ámbitos sociales,
colaborando en el voluntariado, trabajando por la promoción del bien común,
de la paz y de la justicia en cada comunidad. Uno de los campos en los que
parece urgente actuar es, sin duda, el de la conservación de la creación.
A las nuevas generaciones está encomendado el futuro del planeta, en el
que son evidentes los signos de un desarrollo que no siempre ha sabido tutelar
los delicados equilibrios de la naturaleza. Antes de que sea demasiado tarde, es
preciso tomar medidas valientes, que puedan restablecer una fuerte alianza
entre el hombre y la tierra. Es necesario un "sí" decisivo a la tutela de la
creación y un compromiso fuerte para invertir las tendencias que pueden llevar
a situaciones de degradación irreversible.
Por eso, he apreciado la iniciativa de la Iglesia italiana de promover la
sensibilidad frente a los problemas de la conservación de la creación
estableciendo una Jornada nacional, que se celebra precisamente el 1 de
septiembre. Este año la atención se centra sobre todo en el agua, un bien
preciosísimo que, si no se comparte de modo equitativo y pacífico, se
convertirá por desgracia en motivo de duras tensiones y ásperos conflictos.
Queridos jóvenes amigos, después de escuchar vuestras reflexiones de ayer
por la tarde y de esta noche, dejándome guiar por la palabra de Dios, he
querido comunicaros ahora estas consideraciones, que pretenden ser un
estímulo paterno a seguir a Cristo para ser testigos de su esperanza y de su
amor. Por mi parte, seguiré acompañándoos con mi oración y con mi afecto,
para que prosigáis con entusiasmo el camino del Ágora, este singular itinerario
trienal de
escucha, diálogo y misión. Al concluir hoy el primer año este estupendo
encuentro, no puedo por menos de invitaros a mirar ya a la gran cita de la
Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en julio del año próximo en
Sydney.
Os invito a prepararos para esa gran manifestación de fe juvenil meditando
en mi Mensaje, que profundiza el tema del Espíritu Santo, para vivir juntos
73

una nueva primavera del Espíritu. Os espero, por tanto, en gran número
también en Australia, al concluir vuestro segundo año del Ágora.
Por último, volvamos una vez más nuestra mirada a María, modelo de
humildad y de valentía. Ayúdanos, Virgen de Nazaret, a ser dóciles a la obra
del Espíritu Santo, como lo fuiste tú. Ayúdanos a ser cada vez más santos,
discípulos enamorados de tu Hijo Jesús. Sostén y acompaña a estos jóvenes,
para que sean misioneros alegres e incansables del Evangelio entre sus
coetáneos, en todos los lugares de Italia. Amén.
***
El Papa pronunció las siguientes palabras antes de impartir la bendición
apostólica:
Queridos hermanos y hermanas, estamos para despedirnos de este lugar en
el que hemos celebrado los santos misterios, lugar donde se hace memoria de
la encarnación del Verbo. El santuario lauretano nos recuerda también hoy que
para acoger plenamente la Palabra de vida no basta conservar el don recibido:
también hay que ir, con solicitud, por otros caminos y a otras ciudades, a
comunicarlo con gozo y agradecimiento, como la joven María de Nazaret.
Queridos jóvenes, conservad en el corazón el recuerdo de este lugar y, como
los setenta y dos discípulos designados por Jesús, id con determinación y
libertad de espíritu: comunicad la paz, sostened al débil, preparad los
corazones a la novedad de Cristo. Anunciad que el reino de Dios está cerca.

UNIVERSITARIOS: CREER EN EL ESTUDIO


071109. Discurso. A la FUCI
¿Cómo no reconocer que la FUCI ha contribuido a la formación de
generaciones enteras de cristianos ejemplares, que han sabido traducir en su
vida y con su vida el Evangelio, comprometiéndose en el ámbito cultural,
civil, social y eclesial? En primer lugar, pienso en los beatos Piergiorgio
Frassati y Alberto Marvelli, vuestros coetáneos; recuerdo a personalidades
ilustres, como Aldo Moro y Vittorio Bachelet, ambos asesinados
bárbaramente. No puedo olvidar tampoco a mi venerado predecesor Pablo VI,
que fue atento y valiente consiliario central de la FUCI durante los difíciles
años del fascismo, y a monseñor Emilio Guano y a monseñor Franco Costa.
Además, los últimos diez años se han caracterizado por el decisivo empeño
de la FUCI por redescubrir su dimensión universitaria.
Precisamente en este ámbito la FUCI puede expresar plenamente también
hoy su carisma antiguo y siempre actual, es decir, el testimonio convencido de
la "posible amistad" entre inteligencia y fe, que implica el esfuerzo incesante
por conjugar la maduración en la fe con el crecimiento en el estudio y en la
adquisición del saber científico. En este contexto, cobra un valor significativo
la expresión tan arraigada entre vosotros: "Creer en el estudio". En efecto,
¿por qué considerar que quien tiene fe debe renunciar a la búsqueda libre de la
verdad, y que quien busca libremente la verdad debe renunciar a la fe?
En cambio, precisamente durante los estudios universitarios y gracias a
ellos, es posible realizar una auténtica maduración humana, científica y
74

espiritual. "Creer en el estudio" quiere decir reconocer que el estudio y la


investigación —especialmente durante los años de universidad— poseen una
fuerza intrínseca de ampliación de los horizontes de la inteligencia humana,
con tal de que el estudio académico conserve un perfil exigente, riguroso,
serio, metódico y progresivo.
Más aún, en estas condiciones representa una ventaja para la formación
global de la persona humana, como solía decir el beato Giuseppe Tovini,
observando que con el estudio los jóvenes jamás habrían sido pobres, mientras
que sin el estudio jamás habrían sido ricos.
El estudio constituye, al mismo tiempo, una oportunidad providencial para
avanzar en el camino de la fe, porque la inteligencia bien cultivada abre el
corazón del hombre a la escucha de la voz de Dios, mostrando la importancia
del discernimiento y de la humildad. Precisamente al valor de la humildad me
referí en la reciente Ágora de Loreto, cuando exhorté a los jóvenes italianos a
no seguir el camino del orgullo, sino el de un sentido realista de la vida abierto
a la dimensión trascendente.
Hoy, como en el pasado, quien quiera ser discípulo de Cristo está llamado a
ir contracorriente, a no dejarse atraer por reclamos interesados y persuasivos
que provienen de diversos púlpitos, desde donde se promueven
comportamientos marcados por la arrogancia y la violencia, la prepotencia y la
conquista del éxito a toda costa. En la sociedad actual se registra una carrera, a
veces desenfrenada, al aparecer y al tener, por desgracia en detrimento del ser;
y la Iglesia, maestra de humanidad, no se cansa de exhortar especialmente a
las nuevas generaciones, a las que vosotros pertenecéis, a permanecer
vigilantes y a no temer elegir caminos "alternativos", que sólo Cristo sabe
indicar.
Sí, queridos amigos, Jesús llama a todos sus amigos a fundamentar su
existencia en un estilo de vida sobrio y solidario, a entablar relaciones
afectivas sinceras y desinteresadas con los demás. A vosotros, queridos
jóvenes estudiantes, os pide que os comprometáis honradamente en el estudio,
cultivando un sentido maduro de responsabilidad y un interés compartido por
el bien común.
Por tanto, los años de universidad han de ser un gimnasio de convencido y
valiente testimonio evangélico. Y para realizar esta misión, tratad de cultivar
una amistad íntima con el divino Maestro, imitando a María, Sede de la
Sabiduría.
75

2008

“No tengáis miedo de anunciar a Cristo a los jóvenes de


vuestra edad. Mostradles que Cristo no es un obstáculo
para vuestra vida, ni para vuestra libertad. Al contrario,
mostradles que él os da la verdadera vida, os hace libres
para luchar contra el mal y para hacer que vuestra vida
sea bella.” (Mensaje. Vigilia jóvenes congreso eucarístico
Quebec 2008-06-21)
76

LA TAREA URGENTE DE LA EDUCACIÓN


20080121. Carta. A la diócesis de Roma.
He querido dirigirme a vosotros con esta carta para hablaros de un
problema que vosotros mismos experimentáis y en el que están
comprometidos los diversos componentes de nuestra Iglesia: el problema de
la educación. Todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos,
en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes. En efecto, sabemos
que de ellos depende el futuro de nuestra ciudad. Por tanto, no podemos menos
de interesarnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad
de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, y por su salud, no sólo
física sino también moral. Ahora bien, educar jamás ha sido fácil, y hoy parece
cada vez más difícil. Lo saben bien los padres de familia, los profesores, los
sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educativas directas. Por
eso, se habla de una gran "emergencia educativa", confirmada por los fracasos
en los que muy a menudo terminan nuestros esfuerzos por formar personas
sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a su vida. Así,
resulta espontáneo culpar a las nuevas generaciones, como si los niños que
77

nacen hoy fueran diferentes de los que nacían en el pasado. Además, se habla
de una "ruptura entre las generaciones", que ciertamente existe y pesa, pero es
más bien el efecto y no la causa de la falta de transmisión de certezas y
valores.
Por consiguiente, ¿debemos echar la culpa a los adultos de hoy, que ya no
serían capaces de educar? Ciertamente, tanto entre los padres como entre los
profesores, y en general entre los educadores, es fuerte la tentación de
renunciar; más aún, existe incluso el riesgo de no comprender ni siquiera cuál
es su papel, o mejor, la misión que se les ha confiado. En realidad, no sólo
están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes,
que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima
generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del
valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en
definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una
generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos
creíbles en torno a los cuales construir la propia vida.
Queridos hermanos y hermanas de Roma, ante esta situación quisiera
deciros unas palabras muy sencillas: ¡No tengáis miedo! En efecto, todas estas
dificultades no son insuperables. Más bien, por decirlo así, son la otra cara de
la medalla del don grande y valioso que es nuestra libertad, con la
responsabilidad que justamente implica. A diferencia de lo que sucede en el
campo técnico o económico, donde los progresos actuales pueden sumarse a
los del pasado, en el ámbito de la formación y del crecimiento moral de las
personas no existe esa misma posibilidad de acumulación, porque la libertad
del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación
debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones. Ni siquiera los valores
más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser
asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa.
Pero cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la
necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto,
hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La
solicitan los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de
sus hijos; la solicitan tantos profesores, que viven la triste experiencia de la
degradación de sus escuelas; la solicita la sociedad en su conjunto, que ve
cómo se ponen en duda las bases mismas de la convivencia; la solicitan en lo
más íntimo los mismos muchachos y jóvenes, que no quieren verse
abandonados ante los desafíos de la vida. Además, quien cree en Jesucristo
posee un motivo ulterior y más fuerte para no tener miedo, pues sabe que Dios
no nos abandona, que su amor nos alcanza donde estamos y como somos, con
nuestras miserias y debilidades, para ofrecernos una nueva posibilidad de bien.
Queridos hermanos y hermanas, para hacer aún más concretas mis
reflexiones, puede ser útil identificar algunas exigencias comunes de una
educación auténtica. Ante todo, necesita la cercanía y la confianza que nacen
del amor: pienso en la primera y fundamental experiencia de amor que hacen
los niños —o que, por lo menos, deberían hacer— con sus padres. Pero todo
verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que
78

solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y


capacitarlos para un amor auténtico.
Además, en un niño pequeño ya existe un gran deseo de saber y
comprender, que se manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de
explicaciones. Ahora bien, sería muy pobre la educación que se limitara a dar
nociones e informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la
verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.
También el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra vida. Por eso,
al tratar de proteger a los más jóvenes de cualquier dificultad y experiencia de
dolor, corremos el riesgo de formar, a pesar de nuestras buenas intenciones,
personas frágiles y poco generosas, pues la capacidad de amar corresponde a
la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos.
Así, queridos amigos de Roma, llegamos al punto quizá más delicado de la
obra educativa: encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina. Sin
reglas de comportamiento y de vida, aplicadas día a día también en las cosas
pequeñas, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que
no faltarán en el futuro. Pero la relación educativa es ante todo encuentro de
dos libertades, y la educación bien lograda es una formación para el uso
correcto de la libertad. A medida que el niño crece, se convierte en adolescente
y después en joven; por tanto, debemos aceptar el riesgo de la libertad, estando
siempre atentos a ayudarle a corregir ideas y decisiones equivocadas. En
cambio, lo que nunca debemos hacer es secundarlo en sus errores, fingir que
no los vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas
fronteras del progreso humano.
Así pues, la educación no puede prescindir del prestigio, que hace creíble
el ejercicio de la autoridad. Es fruto de experiencia y competencia, pero se
adquiere sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación
personal, expresión del amor verdadero. Por consiguiente, el educador es un
testigo de la verdad y del bien; ciertamente, también él es frágil y puede tener
fallos, pero siempre tratará de ponerse de nuevo en sintonía con su misión.
Queridos fieles de Roma, estas sencillas consideraciones muestran cómo,
en la educación, es decisivo el sentido de responsabilidad: responsabilidad del
educador, desde luego, pero también, y en la medida en que crece en edad,
responsabilidad del hijo, del alumno, del joven que entra en el mundo del
trabajo. Es responsable quien sabe responder a sí mismo y a los demás.
Además, quien cree trata de responder ante todo a Dios, que lo ha amado
primero.
La responsabilidad es, en primer lugar, personal; pero hay también una
responsabilidad que compartimos juntos, como ciudadanos de una misma
ciudad y de una misma nación, como miembros de la familia humana y, si
somos creyentes, como hijos de un único Dios y miembros de la Iglesia. De
hecho, las ideas, los estilos de vida, las leyes, las orientaciones globales de la
sociedad en que vivimos, y la imagen que da de sí misma a través de los
medios de comunicación, ejercen gran influencia en la formación de las
nuevas generaciones para el bien, pero a menudo también para el mal.
Ahora bien, la sociedad no es algo abstracto; al final, somos nosotros
mismos, todos juntos, con las orientaciones, las reglas y los representantes que
79

elegimos, aunque los papeles y las responsabilidades de cada uno sean


diversos. Por tanto, se necesita la contribución de cada uno de nosotros, de
cada persona, familia o grupo social, para que la sociedad, comenzando por
nuestra ciudad de Roma, llegue a crear un ambiente más favorable a la
educación.
Por último, quisiera proponeros un pensamiento que desarrollé en mi
reciente carta encíclica Spe salvi, sobre la esperanza cristiana: sólo una
esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy
nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros,
como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres
"sin esperanza y sin Dios en este mundo", como escribió el apóstol san Pablo a
los cristianos de Éfeso (Ef 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal
vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la
crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida.
Por consiguiente, no puedo terminar esta carta sin una cordial invitación a
poner nuestra esperanza en Dios. Sólo él es la esperanza que supera todas las
decepciones; sólo su amor no puede ser destruido por la muerte; sólo su
justicia y su misericordia pueden sanar las injusticias y recompensar los
sufrimientos soportados. La esperanza que se dirige a Dios no es jamás una
esperanza sólo para mí; al mismo tiempo, es siempre una esperanza para los
demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a
educarnos recíprocamente en la verdad y en el amor.

EN LA CONFESIÓN EXPERIMENTAMOS LA ALEGRÍA


20080313. Homilía. Celebración penitencial para jóvenes
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos" (Hch 1, 8). No es casualidad que este encuentro tenga forma de
liturgia penitencial, con la celebración de las confesiones individuales. ¿Por
qué "no es casualidad"? Podemos hallar la respuesta en lo que escribí en mi
primera encíclica. En ella puse de relieve que se comienza a ser cristiano por
el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (cf. Deus caritas est,
1). Precisamente para favorecer este encuentro os disponéis a abrir vuestro
corazón a Dios, confesando vuestros pecados y recibiendo, por la acción del
Espíritu Santo y mediante el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Así se
deja espacio para la presencia en nosotros del Espíritu Santo, la tercera
Persona de la santísima Trinidad, que es el "alma" y la "respiración vital" de la
vida cristiana: el Espíritu nos capacita para "ir madurando una comprensión
de Jesús cada vez más profunda y gozosa, y al mismo tiempo hacer una
aplicación eficaz del Evangelio" (Mensaje para la XXIII Jornada mundial de
la juventud, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de
julio de 2007, p. 6).
Cuando era arzobispo de Munich-Freising, en una meditación sobre
Pentecostés me inspiré en una película titulada Metempsicosis
(Seelenwanderung) para explicar la acción del Espíritu Santo en un alma. Esa
película narra la historia de dos pobres hombres que, por su bondad, no
80

lograban triunfar en la vida. Un día, a uno de ellos se le ocurrió que, no


teniendo otra cosa que vender, podía vender su alma. Se la compraron muy
barata y la pusieron en una caja. Desde ese momento, con gran sorpresa suya,
todo cambió en su vida. Logró un rápido ascenso, se hizo cada vez más rico,
obtuvo grandes honores y, antes de su muerte, llegó a ser cónsul, con
abundante dinero y bienes. Desde que se liberó de su alma ya no tuvo
consideraciones ni humanidad. Actuó sin escrúpulos, preocupándose
únicamente del lucro y del éxito. Para él el hombre ya no contaba nada. Él
mismo ya no tenía alma. La película ─concluí─ demuestra de modo
impresionante cómo detrás de la fachada del éxito se esconde a menudo una
existencia vacía.
Aparentemente ese hombre no perdió nada, pero le faltaba el alma y así le
faltaba todo. Es obvio ─proseguí en esa meditación─ que propiamente
hablando el ser humano no puede desprenderse de su alma, dado que es ella la
que lo convierte en persona. En cualquier caso, sigue siendo persona humana.
Sin embargo, tiene la espantosa posibilidad de ser inhumano, de ser persona
que vende y al mismo tiempo pierde su propia humanidad. La distancia entre
una persona humana y un ser inhumano es inmensa, pero no se puede
demostrar; es algo realmente esencial, pero aparentemente no tiene
importancia (cf. Suchen, was droben ist. Meditationem das Jahr hindurch,
LEV, 1985).
También el Espíritu Santo, que está en el origen de la creación y que
gracias al misterio de la Pascua descendió abundantemente sobre María y los
Apóstoles en el día de Pentecostés, no se manifiesta de forma evidente a los
ojos externos. No se puede ver ni demostrar si penetra, o no penetra, en la
persona; pero eso cambia y renueva toda la perspectiva de la existencia
humana. El Espíritu Santo no cambia las situaciones exteriores de la vida, sino
las interiores. En la tarde de Pascua, Jesús, al aparecerse a los discípulos,
"sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo"" (Jn 20, 22).
De modo aún más evidente, el Espíritu descendió sobre los Apóstoles el día
de Pentecostés como ráfaga de viento impetuoso y en forma de lenguas de
fuego. También esta tarde el Espíritu vendrá a nuestro corazón, para
perdonarnos los pecados y renovarnos interiormente, revistiéndonos de una
fuerza que también a nosotros, como a los Apóstoles, nos dará la audacia
necesaria para anunciar que "Cristo murió y resucitó".
Así pues, queridos amigos, preparémonos con un sincero examen de
conciencia para presentarnos a aquellos a quienes Cristo ha encomendado el
ministerio de la reconciliación. Con corazón contrito confesemos nuestros
pecados, proponiéndonos seriamente no volverlos a cometer y, sobre todo,
seguir siempre el camino de la conversión. Así experimentaremos la auténtica
alegría: la que deriva de la misericordia de Dios, se derrama en nuestro
corazón y nos reconcilia con él.
Esta alegría es contagiosa. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que
vendrá sobre vosotros" -reza el versículo bíblico elegido como tema de la
XXIII Jornada mundial de la juventud- y seréis mis testigos" (Hch 1, 8).
Comunicad esta alegría que deriva de acoger los dones del Espíritu Santo,
dando en vuestra vida testimonio de los frutos del Espíritu Santo: "Amor,
81

alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio


de sí" (Ga 5, 22-23). Así enumera san Pablo en la carta a los Gálatas estos
frutos del Espíritu Santo.
Recordad siempre que sois "templo del Espíritu". Dejad que habite en
vosotros y seguid dócilmente sus indicaciones, para contribuir a la edificación
de la Iglesia (cf. 1 Co 12, 7) y descubrir cuál es la vocación a la que el Señor
os llama. También hoy el mundo necesita sacerdotes, hombres y mujeres
consagrados, parejas de esposos cristianos. Para responder a la vocación a
través de uno de estos caminos, sed generosos; tratando de ser cristianos
coherentes, buscad ayuda en el sacramento de la confesión y en la práctica de
la dirección espiritual. De modo especial, abrid sinceramente vuestro corazón
a Jesús, el Señor, para darle vuestro "sí" incondicional.
Queridos jóvenes, la ciudad de Roma está en vuestras manos. A vosotros
corresponde embellecerla también espiritualmente con vuestro testimonio de
vida vivida en gracia de Dios y lejos del pecado, realizando todo lo que el
Espíritu Santo os llama a ser, en la Iglesia y en el mundo. Así haréis visible la
gracia de la misericordia sobreabundante de Cristo, que brotó de su costado
traspasado por nosotros en la cruz. El Señor Jesús nos lava de nuestros
pecados, nos cura de nuestras culpas y nos fortalece para no sucumbir en la
lucha contra el pecado y en el testimonio de su amor.
Hace veinticinco años, Juan Pablo II dijo: "El que se deje colmar de este
amor -el amor de Dios- no puede seguir negando su culpa. La pérdida del
sentido del pecado deriva en último análisis de otra pérdida más radical y
secreta, la del sentido de Dios" (Homilía en la inauguración del Centro
internacional juvenil San Lorenzo, 13 de marzo de 1983, n. 5: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 10 de abril de 1983, p. 9). Y añadió: "¿A
dónde ir en este mundo, con el pecado y la culpa, sin la cruz? La cruz se carga
con toda la miseria del mundo que nace del pecado. Y se manifiesta como
signo de gracia. Acoge nuestra solidaridad y nos anima a sacrificarnos por los
demás" (ib.).
Queridos jóvenes, que esta experiencia se renueve hoy para vosotros: en
este momento mirad la cruz y acoged el amor de Dios, que se nos da en la
cruz, por el Espíritu Santo, pues brota del costado traspasado del Señor. Como
dijo el Papa Juan Pablo II, "transformaos también vosotros en redentores de
los jóvenes del mundo" (ib.). Divino Corazón de Jesús, del que brotaron
sangre y agua como manantial de misericordia para nosotros, en ti confiamos.

SER DISCÍPULO DE JESUCRISTO


20080419. Discurso. Jóvenes y seminaristas. Nueva York
Proclamen a Cristo Señor, “siempre prontos para dar razón de su esperanza
a todo el que se la pidiere” (1 Pe 3,15).
Esta tarde quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el ser
discípulo de Jesucristo; siguiendo las huellas del Señor, nuestra vida se
transforma en un viaje de esperanza.
Tienen delante las imágenes de seis hombres y mujeres ordinarios que se
superaron para llevar una vida extraordinaria. La Iglesia les tributa el honor de
82

Venerables, Beatos o Santos: cada uno respondió a la llamada de Dios y a una


vida de caridad, y lo sirvió aquí en las calles y callejas o en los suburbios de
Nueva York. Me ha impresionado la heterogeneidad de este grupo: pobres y
ricos, laicos y laicas –una era una pudiente esposa y madre–, sacerdotes y
religiosas, emigrantes venidos de lejos, la hija de un guerrero Mohawk y una
madre Algonquin, un esclavo haitiano y un intelectual cubano.
Santa Isabel Ana Seton, Santa Francisca Javier Cabrini, San Juan
Neumann, la beata Kateri Tekakwitha, el venerable Pierre Toussaint y el Padre
Félix Varela: cada uno de nosotros podría estar entre ellos, pues en este grupo
no hay un estereotipo, ningún modelo uniforme. Pero mirando más de cerca se
aprecian ciertos rasgos comunes. Inflamados por el amor de Jesús, sus vidas se
convirtieron en extraordinarios itinerarios de esperanza. Para algunos, esto
supuso dejar la Patria y embarcarse en una peregrinación de miles de
kilómetros. Para todos, un acto de abandono en Dios con la confianza de que
él es la meta final de todo peregrino. Y cada uno de ellos ofrecían su “mano
tendida” de esperanza a cuantos encontraban en el camino, suscitando en ellos
muchas veces una vida de fe. Atendieron a los pobres, a los enfermos y a los
marginados en hospicios, escuelas y hospitales, y, mediante el testimonio
convincente que proviene del caminar humildemente tras las huellas de Jesús,
estas seis personas abrieron el camino de la fe, la esperanza y la caridad a
muchas otras, incluyendo tal vez a sus propios antepasados.
Y ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio de la Buena Noticia de Jesús en
las calles de Nueva York, en los suburbios agitados en la periferia de las
grandes ciudades, en las zonas donde se reúnen los jóvenes buscando a alguien
en quien confiar? Dios es nuestro origen y nuestra meta, y Jesús es el camino.
El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros santos, por los gozos y las
pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o el colegio,
durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades
parroquiales. Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis
creciendo. Como jóvenes americanos se les ofrecen muchas posibilidades para
el desarrollo personal y están siendo educados con un sentido de generosidad,
servicio y rectitud. Pero no necesitan que les diga que también hay
dificultades: comportamientos y modos de pensar que asfixian la esperanza,
sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo
acaban en confusión y angustia.
Mis años de teenager fueron arruinados por un régimen funesto que
pensaba tener todas las respuestas; su influjo creció –filtrándose en las
escuelas y los organismos civiles, así como en la política e incluso en la
religión– antes de que pudiera percibirse claramente que era un monstruo.
Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno y verdadero.
Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado el horror de la
destrucción que siguió después. Algunos de ellos, de hecho, vinieron a
América precisamente para escapar de este terror.
Demos gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar
de las libertades que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del
respeto de los derechos humanos. Demos gracias a Dios por todos los que
lucharon para asegurar que puedan crecer en un ambiente que cultiva lo bello,
83

bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus profesores y sacerdotes, las


autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo.
Sin embargo, el poder destructivo permanece. Decir lo contrario sería
engañarse a sí mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido derrotado. Ésta es la
esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la Iglesia lo
recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran
gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que
nos muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el
verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa
que podemos decir al Padre celestial: “Tú has renovado el mundo” (Viernes
Santo, Oración después de la comunión). De este modo, hace pocas semanas,
en la bellísima liturgia de la Vigilia pascual, no por desesperación o angustia,
sino con una confianza colmada de esperanza, clamamos a Dios por nuestro
mundo: “Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas del espíritu” (cf.
Oración al encender el cirio pascual).
¿Qué pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre
todo las más vulnerables, encuentran el puño cerrado de la represión o de la
manipulación en vez de la mano tendida de la esperanza? El primer grupo de
ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los sueños y los deseos que los jóvenes
persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente. Pienso en los afectados
por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta de casa o la pobreza,
por el racismo, la violencia o la degradación, en particular muchachas y
mujeres. Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas,
todas tienen en común una actitud mental envenenada que se manifiesta en
tratar a las personas como meros objetos: una insensibilidad del corazón, que
primero ignora y después se burla de la dignidad dada por Dios a toda persona
humana. Tragedias similares muestran también lo que podría haber sido y lo
que puede ser ahora, si otras manos, vuestras manos, hubieran estado tendidas
o se tendiesen hacia ellos. Les animo a invitar a otros, sobre todo a los débiles
e inocentes, a unirse a ustedes en el camino de la bondad y de la esperanza.
El segundo grupo de tinieblas –las que afectan al espíritu– a menudo no se
percibe, y por eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad
distorsiona nuestra percepción de la realidad y enturbia nuestra imaginación y
nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las muchas libertades que
afortunadamente pueden gozar ustedes. Hay que salvaguardar rigurosamente
la importancia fundamental de la libertad. No sorprende, pues, que muchas
personas y grupos reivindiquen en voz alta y públicamente su libertad. Pero la
libertad es un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera
que no lleva a la felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro
de manipulación, en el que nuestra comprensión de nosotros mismos y del
mundo se hace confusa o se ve incluso distorsionada por quienes ocultan sus
propias intenciones.
¿Han notado ustedes que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer
jamás referencia a la verdad de la persona humana? Hay quien afirma hoy que
el respeto a la libertad del individuo hace que sea erróneo buscar la verdad,
incluida la verdad sobre lo que es el bien. En algunos ambientes, hablar de la
verdad se considera como una fuente de discusiones o de divisiones y, por
84

tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En lugar de la verdad –o


mejor, de su ausencia– se ha difundido la idea de que, dando un valor
indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia. A esto
llamamos relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una “libertad” que, ignorando la
verdad, persigue lo que es falso o injusto? ¿A cuántos jóvenes se les ha tendido
una mano que, en nombre de la libertad o de una experiencia, los ha llevado al
consumo habitual de estupefacientes, a la confusión moral o intelectual, a la
violencia, a la pérdida del respeto por sí mismos, a la desesperación incluso y,
de este modo, trágicamente, al suicidio? Queridos amigos, la verdad no es una
imposición. Tampoco es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento de
Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre podemos fiarnos.
Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva, la
verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica
libertad no es optar por “desentenderse de”. Es decidir “comprometerse con”;
nada menos que salir de sí mismos y ser incorporados en el “ser para los otros”
de Cristo (cf. Spe salvi, 28).
Como creyentes, ¿cómo podemos ayudar a los otros a caminar por el
camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena y a la felicidad
duradera? Volvamos una vez más a los santos. ¿De qué modo su testimonio ha
liberado realmente a otros de las tinieblas del corazón y del espíritu? La
respuesta se encuentra en la médula de su fe, de nuestra fe. La encarnación, el
nacimiento de Jesús nos muestra que Dios, de hecho, busca un sitio entre
nosotros. A pesar de que la posada está llena, él entra por el establo, y hay
personas que ven su luz. Se dan cuenta de lo que es el mundo oscuro y
hermético de Herodes y siguen, en cambio, el brillo de la estrella que los guía
en la noche. ¿Y qué irradia? A este respecto pueden recordar la oración
recitada en la noche santa de Pascua: “¡Oh Dios!, que por medio de tu Hijo,
luz del mundo, nos has dado la luz de tu gloria, enciende en nosotros la llama
viva de tu esperanza” (cf. Bendición del fuego). De este modo, en la procesión
solemne con las velas encendidas, nos pasamos de uno a otro la luz de Cristo.
Es la luz que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a
los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a
los poderosos” (Exsultet). Ésta es la luz de Cristo en acción. Éste es el camino
de los santos. Ésta es la visión magnífica de la esperanza. La luz de Cristo les
invita a ser estrellas-guía para los otros, marchando por el camino de Cristo,
que es camino de perdón, de reconciliación, de humildad, de gozo y de paz.
Sin embargo, a veces tenemos la tentación de encerrarnos en nosotros
mismos, de dudar de la fuerza del esplendor de Cristo, de limitar el horizonte
de la esperanza. ¡Ánimo! Miren a nuestros santos. La diversidad de su
experiencia de la presencia de Dios nos sugiere descubrir nuevamente la
anchura y la profundidad del cristianismo. Dejen que su fantasía se explaye
libremente por el ilimitado horizonte del discipulado de Cristo. A veces nos
consideran únicamente como personas que hablan sólo de prohibiciones. Nada
más lejos de la verdad. Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el
sentido de la admiración. Estamos ante un Dios que conocemos y al que
amamos como a un amigo, ante la inmensidad de su creación y la belleza de
nuestra fe cristiana.
85

Queridos amigos, el ejemplo de los santos nos invita, también, a considerar


cuatro aspectos esenciales del tesoro de nuestra fe: oración personal y silencio,
oración litúrgica, práctica de la caridad y vocaciones.
Lo más importante es que ustedes desarrollen su relación personal con
Dios. Esta relación se manifiesta en la plegaria. Dios, por virtud de su propia
naturaleza, habla, escucha y responde. En efecto, San Pablo nos recuerda que
podemos y debemos “ser constantes en orar” (cf. 1 Ts 5,17). En vez de
replegarnos sobre nosotros mismos o de alejarnos de los vaivenes de la vida,
en la oración nos dirigimos hacia Dios y, por medio de Él, nos volvemos unos
a otros, incluyendo a los marginados y a cuantos siguen vías distintas a las de
Dios (cf. Spe salvi, 33). Como admirablemente nos enseñan los santos, la
oración se transforma en esperanza en acto. Cristo era su constante
compañero, con quien conversaban en cualquier momento de su camino de
servicio a los demás.
Hay otro aspecto de la oración que debemos recordar: la contemplación y
el silencio. San Juan, por ejemplo, nos dice que para acoger la revelación de
Dios es necesario escuchar y después responder anunciando lo que hemos oído
y visto (cf. 1 Jn 1,2-3; Dei Verbum, 1). ¿Hemos perdido quizás algo del arte de
escuchar? ¿Dejan ustedes algún espacio para escuchar el susurro de Dios que
les llama a caminar hacia la bondad? Amigos, no tengan miedo del silencio y
del sosiego, escuchen a Dios, adórenlo en la Eucaristía. Permitan que su
palabra modele su camino como crecimiento de la santidad.
En la liturgia encontramos a toda la Iglesia en plegaria. La palabra
“liturgia” significa la participación del pueblo de Dios en “la obra de Cristo
Sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Sacrosanctum concilium, 7). ¿En
qué consiste esta obra? Ante todo se refiere a la Pasión de Cristo, a su muerte y
resurrección y a su ascensión, lo que denominamos “Misterio pascual”. Se
refiere también a la celebración misma de la liturgia. Los dos significados, de
hecho, están vinculados inseparablemente, ya que esta “obra de Jesús” es el
verdadero contenido de la liturgia. Mediante la liturgia, “la obra de Jesús”
entra continuamente en contacto con la historia; con nuestra vida, para
modelarla. Aquí percibimos otra idea de la grandeza de nuestra fe cristiana.
Cada vez que se reúnen para la Santa Misa, cuando van a confesarse, cada vez
que celebran uno de los Sacramentos, Jesús está actuando. Por el Espíritu
Santo los atrae hacia sí, dentro de su amor sacrificial por el Padre, que se
transforma en amor hacia todos. De este modo vemos que la liturgia de la
Iglesia es un ministerio de esperanza para la humanidad. Vuestra participación
colmada de fe es una esperanza activa que ayuda a que el mundo -tanto santos
como pecadores- esté abierto a Dios; ésta es la verdadera esperanza humana
que ofrecemos a cada uno (cf. Spe salvi, 34).
Su plegaria personal, sus tiempos de contemplación silenciosa y su
participación en la liturgia de la Iglesia les acerca más a Dios y les prepara
también para servir a los demás. Los santos que nos acompañan esta tarde nos
muestran que la vida de fe y de esperanza es también una vida de caridad.
Contemplando a Jesús en la cruz, vemos el amor en su forma más radical.
Comencemos a imaginar el camino del amor por el que debemos marchar (cf.
Deus caritas est, 12). Las ocasiones para recorrer este camino son muchas.
86

Miren a su alrededor con los ojos de Cristo, escuchen con sus oídos, intuyan y
piensen con su corazón y su espíritu. ¿Están ustedes dispuestos a dar todo por
la verdad y la justicia, como hizo Él? Muchos de los ejemplos de sufrimiento a
los que nuestros santos respondieron con compasión, siguen produciéndose
todavía en esta ciudad y en sus alrededores. Y han surgido nuevas injusticias:
algunas son complejas y derivan de la explotación del corazón y de la
manipulación del espíritu; también nuestro ambiente de la vida ordinaria, la
tierra misma, gime bajo el peso de la avidez consumista y de la explotación
irresponsable. Hemos de escuchar atentamente. Hemos de responder con una
acción social renovada que nazca del amor universal que no conoce límites.
De este modo estamos seguros de que nuestras obras de misericordia y justicia
se transforman en esperanza viva para los demás.
Queridos jóvenes, quisiera añadir por último una palabra sobre las
vocaciones. Pienso, ante todo, en sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han
sido sus primeros educadores en la fe. Al presentarlos para el bautismo, les
dieron la posibilidad de recibir el don más grande de su vida. Aquel día
ustedes entraron en la santidad de Dios mismo. Llegaron a ser hijos e hijas
adoptivos del Padre. Fueron incorporados a Cristo. Se convirtieron en morada
de su Espíritu. Recemos por las madres y los padres en todo el mundo, en
particular por los que de alguna manera están lejos, social, material,
espiritualmente. Honremos las vocaciones al matrimonio y a la dignidad de la
vida familiar. Deseamos que se reconozca siempre que las familias son el lugar
donde nacen las vocaciones.
Saludo a los seminaristas congregados en el Seminario de San José y
animo también a todos los seminaristas de América. Me alegra saber que están
aumentando. El Pueblo de Dios espera de ustedes que sean sacerdotes santos,
caminando cotidianamente hacia la conversión, inculcando en los demás el
deseo de entrar más profundamente en la vida eclesial de creyentes. Les
exhorto a profundizar su amistad con Jesús, el Buen Pastor. Hablen con Él de
corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, hacer carrera o de
vanidad. Tiendan hacia un estilo de vida caracterizado auténticamente por la
caridad, la castidad y la humildad, imitando a Cristo, el Sumo y Eterno
Sacerdote, del que deben llegar a ser imágenes vivas (cf. Pastores dabo vobis,
33). Queridos seminaristas, rezo por ustedes cada día. Recuerden que lo que
cuenta ante el Señor es permanecer en su amor e irradiar su amor por los
demás.
Las Religiosas, los Religiosos y los Sacerdotes de las Congregaciones
contribuyen generosamente a la misión de la Iglesia. Su testimonio profético
se caracteriza por una convicción profunda de la primacía del Evangelio para
plasmar la vida cristiana y transformar la sociedad. Quisiera hoy llamar su
atención sobre la renovación espiritual positiva que las Congregaciones están
llevando a cabo en relación con su carisma. La palabra “carisma” significa don
ofrecido libre y gratuitamente. Los carismas los concede el Espíritu Santo que
inspira a los fundadores y fundadoras y forma las Congregaciones con el
consiguiente patrimonio espiritual. El maravilloso conjunto de carismas
propios de cada Instituto religioso es un tesoro espiritual extraordinario. En
efecto, la historia de la Iglesia se muestra tal vez del modo más bello a través
87

de la historia de sus escuelas de espiritualidad, la mayor parte de las cuales se


remontan a la vida de los santos fundadores y fundadoras. Estoy seguro que,
descubriendo los carismas que producen esta riqueza de sabiduría espiritual,
algunos de ustedes, jóvenes, se sentirán atraídos por una vida de servicio
apostólico o contemplativo. No sean tímidos para hablar con hermanas,
hermanos o sacerdotes religiosos sobre su carisma y la espiritualidad de su
Congregación. No existe ninguna comunidad perfecta, pero es el
discernimiento de la fidelidad al carisma fundador, no a una persona en
particular, lo que el Señor les está pidiendo. Ánimo. También ustedes pueden
hacer de su vida una autodonación por amor al Señor Jesús y, en Él, a todos los
miembros de la familia humana (cf. Vita consecrata, 3).
Amigos, de nuevo les pregunto, ¿qué decir de la hora presente? ¿Qué están
buscando? ¿Qué les está sugiriendo Dios? Cristo es la esperanza que jamás
defrauda. Los santos nos muestran el amor desinteresado por su camino. Como
discípulos de Cristo, sus caminos extraordinarios se desplegaron en aquella
comunidad de esperanza que es la Iglesia. Y también ustedes encontrarán
dentro de la Iglesia el aliento y el apoyo para marchar por el camino del Señor.
Alimentados por la plegaria personal, preparados en el silencio, modelados por
la liturgia de la Iglesia, descubrirán la vocación particular a la que el Señor les
llama. Acójanla con gozo. Hoy son ustedes los discípulos de Cristo. Irradien su
luz en esta gran ciudad y en otras. Den razón de su esperanza al mundo.
Hablen con los demás de la verdad que les hace libres.
Palabras del Santo Padre a los jóvenes y seminaristas de lengua española
Les animo a abrirle al Señor su corazón para que Él lo llene por completo y
con el fuego de su amor lleven su Evangelio a todos los barrios de Nueva
York. La luz de la fe les impulsará a responder al mal con el bien y la santidad
de vida, como lo hicieron los grandes testigos del Evangelio a lo largo de los
siglos. Ustedes están llamados a continuar esa cadena de amigos de Jesús, que
encontraron en su amor el gran tesoro de sus vidas. Cultiven esta amistad a
través de la oración, tanto personal como litúrgica, y por medio de las obras de
caridad y del compromiso por ayudar a los más necesitados. Si no lo han
hecho, plantéense seriamente si el Señor les pide seguirlo de un modo radical
en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. No basta una relación
esporádica con Cristo. Una amistad así no es tal. Cristo les quiere amigos
suyos íntimos, fieles y perseverantes.

TOMAR EN SERIO EL IDEAL DE LA SANTIDAD


20080517. Homilía. Savona
Naturalmente, quiero reservaros un saludo especial y afectuoso a vosotros,
jóvenes. Queridos amigos, poned vuestra juventud al servicio de Dios y de los
hermanos. Seguir a Cristo implica siempre la audacia de ir contra corriente.
Pero vale la pena: este es el camino de la verdadera realización personal y, por
tanto, de la verdadera felicidad, pues con Cristo se experimenta que "hay
mayor felicidad en dar que en recibir" (Hch 20, 35). Por eso, os animo a tomar
en serio el ideal de la santidad.
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En una de sus obras, un famoso escritor francés nos ha dejado una frase
que hoy quiero compartir con vosotros: "Hay una sola tristeza: no ser santos"
(Léon Bloy, La femme pauvre, II, 27). Queridos jóvenes, atreveos a
comprometer vuestra vida en opciones valientes; naturalmente, no solos, sino
con el Señor. Dad a esta ciudad el impulso y el entusiasmo que derivan de
vuestra experiencia viva de fe, una experiencia que no mortifica las
expectativas de la vida humana, sino que las exalta al participar en la misma
experiencia de Cristo.

ELEGID BIEN, NO ARRUINÉIS EL FUTURO


20080518. Discurso. Jóvenes. Génova
También os agradezco vuestro entusiasmo, que siempre debe caracterizar
vuestra alma, no sólo en los años de la juventud, llenos de expectativas y
sueños, sino siempre, incluso cuando hayan pasado los años de la juventud y
comencéis a vivir otras etapas de vuestra vida. Pero en el corazón todos
debemos seguir siendo jóvenes. Es hermoso ser jóvenes. Hoy todos quieren ser
jóvenes, permanecer jóvenes, y se disfrazan de jóvenes, aunque el tiempo de la
juventud haya pasado de manera visible.
Me pregunto —he reflexionado—: ¿por qué es hermoso ser joven? ¿Por
qué el sueño de la juventud perenne? Me parece que son dos los elementos
determinantes. La juventud tiene todavía el futuro por delante; todo es futuro,
tiempo de esperanza. El futuro está lleno de promesas.
Para ser sinceros, debemos decir que para muchos el futuro también se
presenta oscuro, sembrado de amenazas. Hay incertidumbre: ¿encontraré un
puesto de trabajo?, ¿encontraré una vivienda?, ¿encontraré el amor?, ¿cuál será
mi verdadero futuro?
Y ante estas amenazas, el futuro también puede presentarse como un gran
vacío. Por eso, hoy muchos quieren detener el tiempo, por miedo a un futuro
en el vacío. Quieren aprovechar al máximo inmediatamente todas las bellezas
de la vida. Y así el aceite en la lámpara se consuma cuando la vida debería
comenzar. Por eso es importante elegir las verdaderas promesas, que abren al
futuro, incluso con renuncias. Quien ha elegido a Dios, incluso en la vejez
tiene ante sí un futuro sin fin y sin amenazas.
Por tanto, es importante escoger bien, no arruinar el futuro. Y la primera
opción fundamental debe ser Dios, Dios revelado en su Hijo Jesucristo. A la
luz de esta opción, que nos ofrece al mismo tiempo una compañía para el
camino, una compañía fiable, que no nos abandona nunca, se encuentran los
criterios para las demás opciones necesarias. Ser joven implica ser bueno y
generoso. Y la bondad en persona es Jesucristo, el Jesús que conocéis o que
busca vuestro corazón. Él es el Amigo que no traiciona nunca, fiel hasta la
entrega de su vida en la cruz. Rendíos a su amor.
Como lleváis escrito en vuestras camisetas preparadas para este encuentro:
"Liberaos" gracias a Jesús, porque sólo él puede libraros de vuestras
preocupaciones y de vuestros temores, y colmar vuestras expectativas. Él dio
su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. ¿Podría defraudar vuestra
confianza? ¿Podría llevaros por senderos equivocados? Sus caminos son
89

caminos de vida, llevan a los pastos del alma, aunque sean escarpados y
difíciles.
Queridos amigos, os invito a cultivar la vida espiritual. Jesús dijo: "Yo soy
la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da
mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Jesús
no hace juegos de palabras; es claro y directo. Todos le entienden y toman
posición. La vida del alma es encuentro con él, Rostro concreto de Dios. Es
oración silenciosa y perseverante, es vida sacramental, es Evangelio meditado,
es acompañamiento espiritual, es pertenencia cordial a la Iglesia, a vuestras
comunidades eclesiales.
Pero ¿cómo se puede amar, entrar en amistad con alguien a quien no se
conoce? El conocimiento impulsa al amor y el amor estimula el conocimiento.
Así sucede también con Cristo. Para encontrar el amor con Cristo, para
encontrarlo realmente como compañero de nuestra vida, ante todo debemos
conocerlo. Como los dos discípulos que lo siguen después de escuchar las
palabras del Bautista y le dicen tímidamente: "Rabbí, ¿dónde vives?" (Jn 1,
38), quieren conocerlo de cerca.
Es el mismo Jesús quien, hablando con los discípulos, distingue: "¿Quién
dice la gente que soy yo?" (cf. Mt 16, 13), refiriéndose a los que lo conocen de
lejos, por decirlo así "de segunda mano". "Y vosotros ¿quién decís que soy
yo?", refiriéndose a los que lo conocen "de primera mano", habiendo vivido
con él, habiendo entrado realmente en su vida personalísima hasta convertirse
en testigos de su oración, de su diálogo con el Padre.
Así, es importante que tampoco nosotros nos limitemos a la superficialidad
de tantos que escucharon algo acerca de él: que era una gran personalidad,
etc..., sino que entremos en una relación personal para conocerlo realmente. Y
esto exige el conocimiento de la Escritura, sobre todo de los Evangelios, donde
el Señor habla con nosotros. Estas palabras no siempre son fáciles, pero
entrando en ellas, entrando en diálogo, llamando a la puerta de las palabras,
diciendo al Señor: "Ábreme", encontramos realmente palabras de vida eterna,
palabras vivas para hoy, tan actuales como lo fueron en aquel momento y
como lo serán en el futuro.
Este coloquio con el Señor en la Escritura no debe ser nunca un coloquio
individual; ha de hacerse en comunión, en la gran comunión de la Iglesia,
donde Cristo está siempre presente, en la comunión de la liturgia, del
encuentro personalísimo de la sagrada Eucaristía y del sacramento de la
Reconciliación, donde el Señor me dice: "Te perdono".
Un camino muy importante es también ayudar a los pobres, a los
necesitados, tener tiempo para los demás. Hay muchas dimensiones para entrar
en el conocimiento de Jesús. Naturalmente están también las vidas de los
santos. Tenéis numerosos santos aquí, en Liguria, en Génova, que nos ayudan
a encontrar el verdadero rostro de Jesús. Sólo así, conociendo personalmente a
Jesús, podemos también comunicar esta amistad nuestra a los demás; podemos
superar la indiferencia. Porque, aunque parezca invencible —en efecto, a
veces, la indiferencia da la impresión de no necesitar a Dios—, en realidad,
todos saben qué les falta en su vida.
90

Sólo cuando descubren a Jesús caen en la cuenta: "Esto era lo que yo


esperaba". Y nosotros, cuanto más amigos seamos de Jesús, tanto más
podremos abrir el corazón a los demás, para que también ellos sean realmente
jóvenes, es decir para que tengan ante sí un gran futuro.
Al final de este encuentro tendré la alegría de entregar el Evangelio a
algunos de vosotros como signo de un mandato misionero. Id, queridos
jóvenes, a los ambientes de vida, a vuestras parroquias, a los barrios más
difíciles, a los caminos. Anunciad a Cristo, el Señor, esperanza del mundo. El
hombre, cuanto más se aleja de Dios, su Fuente, tanto más se extravía; la
convivencia humana se hace difícil, y la sociedad se disgrega.
Estad unidos entre vosotros, ayudaos a vivir y a crecer en la fe y en la vida
cristiana, para que podáis ser testigos intrépidos del Señor. Estad unidos, pero
no cerrados. Sed humildes, pero no tímidos. Sed sencillos, pero no ingenuos.
Sed sensatos, pero no complicados. Entrad en diálogo con todos, pero sed
vosotros mismos. Permaneced en comunión con vuestros pastores: son
ministros del Evangelio, de la divina Eucaristía, del perdón de Dios. Para
vosotros son padres y amigos, compañeros de camino. Los necesitáis y ellos
os necesitan, todos os necesitamos.
Cada uno de vosotros, queridos jóvenes, si permanece unido a Cristo y a la
Iglesia, puede realizar grandes cosas. Este es el deseo que formulo para
vosotros y que os dejo como consigna.
Os encomiendo a la Virgen María, modelo de disponibilidad y de humilde
valentía para aceptar la misión del Señor. Aprended de ella a hacer de vuestra
vida un "sí" a Dios. Así Jesús vendrá a habitar en vosotros, y lo llevaréis con
alegría a todos.

CRISTO ES LA RESPUESTA A VUESTROS INTERROGANTES


20080614. Discurso. Jóvenes. Brindisi
Vuestras voces, que encuentran un eco inmediato en mi espíritu, me
transmiten vuestra confianza exuberante, vuestro deseo de vivir. En ellas
percibo también los problemas que os preocupan, y que a veces corren el
peligro de ahogar los entusiasmos típicos de esta etapa de vuestra vida.
Conozco, en particular, el peso que grava sobre muchos de vosotros y
sobre vuestro futuro a causa del dramático fenómeno del desempleo, que
afecta sobre todo a los muchachos y las muchachas del sur de Italia. Del
mismo modo, sé que vuestra juventud siente la tentación de ganar dinero
fácilmente, de evadirse a paraísos artificiales o de dejarse atraer por formas
desviadas de satisfacción material. No os dejéis enredar por las asechanzas del
mal. Más bien, buscad una existencia rica en valores, para construir una
sociedad más justa y abierta al futuro.
Haced fructificar los dones que Dios os ha regalado con la juventud: la
fuerza, la inteligencia, la valentía, el entusiasmo y el deseo de vivir. Con este
bagaje, contando siempre con la ayuda divina, podéis alimentar la esperanza
en vosotros y en vuestro entorno. De vosotros y de vuestro corazón depende
lograr que el progreso se transforme en un bien mayor para todos. Y, como
sabéis, el camino del bien tiene un nombre: se llama amor.
91

En el amor, sólo en el amor auténtico, se encuentra la clave de toda


esperanza, porque el amor tiene su raíz en Dios. En la Biblia leemos:
"Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él.
Dios es amor" (1 Jn 4, 16). Y el amor de Dios tiene el rostro dulce y
compasivo de Jesucristo.
Así hemos llegado al corazón del mensaje cristiano: Cristo es la respuesta a
vuestros interrogantes y problemas; en él se valora toda aspiración honrada del
ser humano. Sin embargo, Cristo es exigente y no le gustan las medias tintas.
Sabe que puede contar con vuestra generosidad y coherencia. Por eso, espera
mucho de vosotros. Seguidlo fielmente y, para poder encontraros con él, amad
a su Iglesia, sentíos responsables de ella; sed protagonistas valientes, cada uno
en su ámbito.
Quiero llamar vuestra atención hacia este punto: tratad de conocer a la
Iglesia, de comprenderla, de amarla, estando atentos a la voz de sus pastores.
Está compuesta de hombres, pero Cristo es su Cabeza, y su Espíritu la guía
con seguridad. Vosotros sois el rostro joven de la Iglesia. Por eso, no dejéis de
darle vuestra contribución, para que el Evangelio que proclama pueda
propagarse por doquier. Sed apóstoles de vuestros coetáneos.

LA EUCARISTÍA, ENCUENTRO DE AMOR CON EL SEÑOR


20080621. Mensaje. Vigilia jóvenes Congreso Eucarístico Quebec
Ante todo, en la Eucaristía revivimos el sacrificio del Señor al final de su
vida, con el que salva a todos los hombres. Así estamos junto a él y recibimos
en abundancia las gracias necesarias para nuestra vida diaria y para nuestra
salvación. La Eucaristía es, por excelencia, el gesto del amor de Dios hacia
nosotros. ¿Qué hay más grande que dar la propia vida por amor? En esto Jesús
es el modelo de la entrega total de sí mismo, camino por el que también
nosotros debemos avanzar siguiéndole a él.
La Eucaristía también es un modelo para la vida cristiana, que debe
impregnar toda nuestra existencia. Cristo nos convoca para reunirnos, para
constituir la Iglesia, su Cuerpo en medio del mundo. Para acceder a las mesas
de la Palabra y del Pan, debemos acoger antes el perdón de Dios, don que nos
vuelve a levantar en nuestro camino diario, que restablece en nosotros la
imagen divina y nos muestra hasta qué punto somos amados.
Además, como al fariseo Simón, en el evangelio según san Lucas, Jesús
nos dirige continuamente las palabras de la Escritura: "Tengo algo que decirte"
(Lc 7, 40). En efecto, cada palabra de la Escritura es para nosotros una palabra
de vida, que debemos escuchar con suma atención. De modo especial, el
Evangelio constituye el corazón del mensaje cristiano, la revelación total de
los misterios divinos. En su Hijo, la Palabra hecha carne, Dios nos lo ha dicho
todo. En su Hijo, Dios nos ha revelado su rostro de Padre, un rostro de amor,
de esperanza. Nos ha mostrado el camino de la felicidad y de la alegría.
Durante la consagración, momento particularmente intenso de la Eucaristía,
porque en él recordamos el sacrificio de Cristo, estáis llamados a contemplar
al Señor Jesús, como santo Tomás: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).
92

Después de haber recibido la palabra de Dios, después de haberos


alimentado con su Cuerpo, dejaos transformar interiormente y recibid de él
vuestra misión. En efecto, él os envía al mundo para ser portadores de su paz y
testigos de su mensaje de amor. No tengáis miedo de anunciar a Cristo a los
jóvenes de vuestra edad. Mostradles que Cristo no es un obstáculo para vuestra
vida, ni para vuestra libertad. Al contrario, mostradles que él os da la
verdadera vida, os hace libres para luchar contra el mal y para hacer que
vuestra vida sea bella.
No olvidéis que la Eucaristía dominical es un encuentro de amor con el
Señor, sin el cual no podemos vivir. Cuando lo reconocéis "en la fracción del
pan", como los discípulos de Emaús, os convertís en compañeros suyos. Os
ayudará a crecer y a dar lo mejor de vosotros mismos. Recordad que en el pan
de la Eucaristía Cristo está real, total y sustancialmente presente. Por tanto, en
el misterio de la Eucaristía, en la misa y durante la adoración silenciosa ante el
santísimo Sacramento del altar lo encontraréis de una forma privilegiada.
Si abrís todo vuestro ser y toda vuestra vida a la mirada de Cristo, no
quedaréis oprimidos; al contrario, descubriréis que sois amados de una manera
infinita. Recibiréis la fuerza que necesitáis para construir vuestra vida y para
realizar las opciones que se os presentan cada día. Ante el Señor, en el silencio
de vuestro corazón, algunos de vosotros podéis sentiros llamados a seguirlo de
un modo más radical en el sacerdocio o en la vida consagrada. No tengáis
miedo de escuchar esta llamada y de responder con alegría. Como dije en la
inauguración de mi pontificado, Dios no quita nada a los que se entregan a él.
Al contrario, les da todo. Saca lo mejor que hay en cada uno de nosotros, de
manera que nuestra vida pueda florecer verdaderamente.

JMJ: LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO ES LA ESPERANZA


20080717. Discurso. Acogida de los jóvenes. Barangaroo, Australia
Hace casi dos mil años, los Apóstoles, reunidos en la sala superior de la
casa, junto con María (cf. Hch 1,14) y algunas fieles mujeres, fueron llenos del
Espíritu Santo (cf. Hch 2,4). En aquel momento extraordinario, que señaló el
nacimiento de la Iglesia, la confusión y el miedo que habían agarrotado a los
discípulos de Cristo, se transformaron en una vigorosa convicción y en la toma
de conciencia de un objetivo. Se sintieron impulsados a hablar de su encuentro
con Jesús resucitado, que ahora llamaban afectuosamente el Señor. Los
Apóstoles eran en muchos aspectos personas ordinarias. Nadie podía decir de
sí mismo que era el discípulo perfecto. No habían sido capaces de reconocer a
Cristo (cf. Lc 24,13-32), tuvieron que avergonzarse de su propia ambición (cf.
Lc 22,24-27) e incluso renegaron de él (cf. Lc 22,54-62). Sin embargo, cuando
estuvieron llenos de Espíritu Santo, fueron traspasados por la verdad del
Evangelio de Cristo e impulsados a proclamarlo sin temor. Reconfortados,
gritaron: arrepentíos, bautizaos, recibid el Espíritu Santo (cf. Hch 2,37-38).
Fundada sobre la enseñanza de los Apóstoles, en la adhesión a ellos, en la
fracción del pan y la oración (cf. Hch 2,42), la joven comunidad cristiana dio
un paso adelante para oponerse a la perversidad de la cultura que la circundaba
(cf. Hch 2,40), para cuidar de sus propios miembros (cf. Hch 2,44-47),
93

defender su fe en Jesús ante en medio hostil (cf. Hch 4,33) y curar a los
enfermos (cf. Hch 5,12-16). Y, obedeciendo al mandato de Cristo mismo,
partieron dando testimonio del acontecimiento más grande de todos los
tiempos: que Dios se ha hecho uno de nosotros, que el divino ha entrado en la
historia humana para poder transformarla, y que estamos llamados a
empaparnos del amor salvador de Cristo que triunfa sobre el mal y la muerte.
En su famoso discurso en el areópago, San Pablo presentó su mensaje de esta
manera: «Dios da a cada uno todas las cosas, incluida la vida y el respiro, de
manera que todos los pueblos pudieran buscar a Dios, y siguiendo los propios
caminos hacia Él, lograran encontrarlo. En efecto, no está lejos de ninguno de
nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (cf. Hch 17, 25-28).
Desde entonces, hombres y mujeres se han puesto en camino para
proclamar el mismo hecho, testimoniando el amor y la verdad de Cristo, y
contribuyendo a la misión de la Iglesia. Hoy recordamos a aquellos pioneros –
sacerdotes, religiosas y religiosos– que llegaron a estas costas y a otras zonas
del Océano Pacífico, desde Irlanda, Francia, Gran Bretaña y otras partes de
Europa. La mayor parte de ellos eran jóvenes –algunos incluso con apenas
veinte años– y, cuando saludaron para siempre a sus padres, hermanos,
hermanas y amigos, sabían que sería difícil para ellos volver a casa. Sus vidas
fueron un testimonio cristiano, sin intereses egoístas. Se convirtieron en
humildes pero tenaces constructores de gran parte de la herencia social y
espiritual que todavía hoy es portadora de bondad, compasión y orientación a
estas Naciones. Y fueron capaces de inspirar a otra generación. Esto nos trae al
recuerdo inmediatamente la fe que sostuvo a la beata Mary MacKillop en su
neta determinación de educar especialmente los pobres, y al beato Peter To Rot
en su firme convicción de que la guía de una comunidad ha de referirse
siempre al Evangelio. Pensad también en vuestros abuelos y vuestros padres,
vuestros primeros maestros en la fe. También ellos han hecho innumerables
sacrificios, de tiempo y energía, movidos por el amor que os tienen. Ellos, con
apoyo de los sacerdotes y los enseñantes de vuestra parroquia, tienen la tarea,
no siempre fácil pero sumamente gratificante, de guiaros hacia todo lo que es
bueno y verdadero, mediante su ejemplo personal y su modo de enseñar y
vivir la fe cristiana.
Hoy me toca a mí. Para algunos puede parecer que, viniendo aquí, hemos
llegado al fin del mundo. Ciertamente, para los de vuestra edad cualquier viaje
en avión es una perspectiva excitante. Pero para mí, este vuelo ha sido en
cierta medida motivo de aprensión. Sin embargo, la vista de nuestro planeta
desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica. El relampagueo del
Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva
de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y
se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de Australia, todo
eso que he podido disfrutar durante un par de días, suscita un profundo sentido
de temor reverencial. Es como si uno hojeara rápidamente imágenes de la
historia de la creación narrada en el Génesis: la luz y las tinieblas, el sol y la
luna, las aguas, la tierra y las criaturas vivientes. Todo eso es «bueno» a los
ojos de Dios (cf. Gn 1, 1-2. 2,4). Inmersos en tanta belleza, ¿cómo no hacerse
94

eco de las palabras del Salmista que alaba al Creador: «!Qué admirable es tu
nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)?
Pero hay más, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y
mujeres creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26).
En el centro de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la
familia humana «coronada de gloria y majestad» (cf. Sal 8,6). ¡Qué
asombroso! Con el Salmista, susurramos: «Qué es el hombre para que te
acuerdes de él?» (cf. Sal 8,5). Nosotros, sumidos en el silencio, en un espíritu
de gratitud, en el poder de la santidad, reflexionamos.
Y ¿qué descubrimos? Quizás con reluctancia llegamos a admitir que
también hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la
deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar
un consumismo insaciable. Algunos de vosotros provienen de islas-estado,
cuya existencia misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas;
otros de naciones que sufren los efectos de sequías desoladoras. La
maravillosa creación de Dios es percibida a veces como algo casi hostil por
parte de sus custodios, incluso como algo peligroso. ¿Cómo es posible que lo
que es «bueno» pueda aparecer amenazador?
Pero hay más aún. ¿Qué decir del hombre, de la cumbre de la creación de
Dios? Vemos cada día los logros del ingenio humano. La cualidad y la
satisfacción de la vida de la gente crece constantemente de muchas maneras,
tanto a causa del progreso de las ciencias médicas y de la aplicación hábil de la
tecnología como de la creatividad plasmada en el arte. También entre vosotros
hay una disponibilidad atenta para acoger las numerosas oportunidades que se
os ofrecen. Algunos de vosotros destacan en los estudios, en el deporte, en la
música, la danza o el teatro; otros tienen un agudo sentido de la justicia social
y de la ética, y muchos asumen compromisos de servicio y voluntariado.
Todos nosotros, jóvenes y ancianos, tenemos momentos en los que la bondad
innata de la persona humana –perceptible tal vez en el gesto de un niño
pequeño o en la disponibilidad de un adulto para perdonar– nos llena de
profunda alegría y gratitud.
Sin embargo, estos momentos no duran mucho. Por eso, hemos de
reflexionar algo más. Y así descubrimos que no sólo el entorno natural, sino
también el social –el hábitat que nos creamos nosotros mismos– tiene sus
cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio. También en nuestra
vida personal y en nuestras comunidades podemos encontrar hostilidades a
veces peligrosas; un veneno que amenaza corroer lo que es bueno, modificar
lo que somos y desviar el objetivo para el que hemos sido creados. Los
ejemplos abundan, como bien sabéis. Entre los más evidentes están el abuso de
alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual,
presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión. Me
pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo
realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias,
representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como
«diversión».
Hay también algo siniestro que brota del hecho de que la libertad y la
tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad. Esto está fomentado
95

por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe
nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo,
indiscriminadamente, ha hecho que la «experiencia» sea lo más importante de
todo. En realidad, las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre
lo que es bueno o verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a
una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la
pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación.
Queridos amigos, la vida no está gobernada por el azar, no es casual.
Vuestra existencia personal ha sido querida por Dios, bendecida por él y con
un objetivo que se le ha dado (cf. Gn 1,28). La vida no es una simple sucesión
de hechos y experiencias, por útiles que pudieran ser. Es una búsqueda de lo
verdadero, bueno y hermoso. Precisamente para lograr esto hacemos nuestras
opciones, ejercemos nuestra libertad y en esto, es decir, en la verdad, el bien y
la belleza, encontramos felicidad y alegría. No os dejéis engañar por los que
ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades
indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la
novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la
verdad.
Cristo ofrece más. Es más, ofrece todo. Sólo él, que es la Verdad, puede ser
la Vía y, por tanto, también la Vida. Así, la «vía» que los Apóstoles llevaron
hasta los confines de la tierra es la vida en Cristo. Es la vida de la Iglesia. Y el
ingreso en esta vida, en el camino cristiano, es el Bautismo.
Por tanto, esta tarde deseo recordar brevemente algo de nuestra
comprensión del Bautismo, antes de que mañana consideremos el Espíritu
Santo. El día del Bautismo, Dios os ha introducido en su santidad (cf. 2 P 1,4).
Habéis sido adoptados como hijos e hijas del Padre y habéis sido incorporados
a Cristo. Os habéis convertido en morada de su Espíritu (cf. 1 Co 6,19). Por
eso, al final del rito del Bautismo el sacerdote se dirigió a vuestros padres y a
los participantes y, llamándoos por vuestro nombre, dijo: «Ya eres nueva
criatura» (Ritual del Bautismo, 99).
Queridos amigos, en casa, en la escuela, en la universidad, en los lugares
de trabajo y diversión, recordad que sois criaturas nuevas. Cómo cristianos,
estáis en este mundo sabiendo que Dios tiene un rostro humano, Jesucristo, el
«camino» que colma todo anhelo humano y la «vida» de la que estamos
llamados a dar testimonio, caminando siempre iluminados por su luz (cf. ibíd.,
100).
La tarea del testigo no es fácil. Hoy muchos sostienen que a Dios se le
debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque convenientes
para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas
sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos. Esta visión secularizada
intenta explicar la vida humana y plasmar la sociedad con pocas o ninguna
referencia al Creador. Se presenta como una fuerza neutral, imparcial y
respetuosa de cada uno. En realidad, como toda ideología, el laicismo impone
una visión global. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá
plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia
enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden
que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación (cf. Mensaje
96

para la Jornada Mundial de la Paz, 1990, 5). Cuando Dios queda eclipsado,
nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el «bien»,
empieza a disiparse. Lo que se ha promovido ostentosamente como
ingeniosidad humana se ha manifestado bien pronto como locura, avidez y
explotación egoísta. Y así nos damos cuenta cada vez más de lo necesaria que
es la humildad ante la delicada complejidad del mundo de Dios.
Y ¿que decir de nuestro entorno social? ¿Estamos suficientemente alerta
ante los signos de que estamos dando la espalda a la estructura moral con la
que Dios ha dotado a la humanidad (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz, 2007, 8)? ¿Sabemos reconocer que la dignidad innata de toda persona
se apoya en su identidad más profunda –como imagen del Creador– y que, por
tanto, los derechos humanos son universales, basados en la ley natural, y no
algo que depende de negociaciones o concesiones, fruto de un simple
compromiso? Esto nos lleva reflexionar sobre el lugar que ocupan en nuestra
sociedad los pobres, los ancianos, los emigrantes, los que no tienen voz.
¿Cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y
niños? ¿Cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más
admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?
Queridos amigos, la creación de Dios es única y es buena. La preocupación
por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de
nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad. Pero todo esto no
se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la
dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte
natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable.
Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división,
del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas
promesas. Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida
donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la
unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la
identidad se encuentre en una comunión respetuosa. Esta es obra del Espíritu
Santo. Ésta es la esperanza que ofrece el Evangelio de Jesucristo. Habéis sido
recreados en el Bautismo y fortalecidos con los dones del Espíritu en la
Confirmación precisamente para dar testimonio de esta realidad. Que sea éste
el mensaje que vosotros llevéis al mundo desde Sydney.

JMJ ¿QUÉ QUIERE DECIR VIVIR LA VIDA EN PLENITUD?


20080718. Discurso. Jóvenes en recuperación. Sydney, Australia
El nombre del programa que seguís nos invita a hacernos la siguiente
pregunta: ¿qué quiere decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud?
Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes, y es lo
que Cristo quiere para nosotros. En efecto, Él dijo: “He venido para que
tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). El instinto más enraizado
97

en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir a


otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos cuál es la
mejor manera de realizar todo esto.
Esta cuestión es tan acuciante para nosotros como le era también para los
que vivían en tiempos del Antiguo Testamento. Sin duda ellos escuchaban con
atención a Moisés cuando les decía: “Te pongo delante la vida y la muerte, la
bendición y la maldición; elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando
al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida” (Dt 30,
19-20). Estaba claro lo que debían hacer: debían rechazar a los otros dioses
para adorar al Dios verdadero, que se había revelado a Moisés, y obedecer sus
mandamientos. Se podría pensar que actualmente es poco probable que la
gente adore a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a “otros
dioses” sin darse cuenta. Los falsos “dioses”, cualquiera que sea el nombre, la
imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de
tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder.
Permitidme que me explique. Los bienes materiales son buenos en sí
mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o
vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos
negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres,
convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad
materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el
mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa
transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la
muerte.
El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría
la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando
amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos.
Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa
con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a
manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus
propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil
es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una
visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto
de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto
supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.
El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es
ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos
permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos
guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí
mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con
fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En
vez de dar la vida, trae la muerte.
El culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al
poder, lleva a menudo a la gente a “comportarse como Dios”: intentan asumir
el control total, sin prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que
Dios nos ha dado a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte. Por el
contrario, adorar al único Dios verdadero significa reconocer en él la fuente de
98

toda bondad, confiarnos a él, abrirnos al poder saludable de su gracia y


obedecer sus mandamientos: este es el camino para elegir la vida.
Un ejemplo gráfico de lo que significa alejarse del camino de la muerte y
reemprender el camino de la vida, se encuentra en el relato del Evangelio que
seguramente todos conocéis bien: la parábola del hijo pródigo. Al comienzo de
la narración, aquél joven dejó la casa de su padre buscando los placeres
ilusorios prometidos por los falsos “dioses”. Derrochó su herencia llevando
una vida llena de vicios, encontrándose al final en un estado de grande pobreza
y miseria. Cuando tocó fondo, hambriento y abandonado, comprendió que
había sido una locura dejar la casa de su padre, que tanto lo amaba. Regresó
con humildad y pidió perdón. Su padre, lleno de alegría, lo abrazó y exclamó:
“Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos
encontrado.” (Lc 15, 24).
Muchos de vosotros habéis experimentado personalmente lo que vivió
aquél joven. Tal vez, habéis tomado decisiones de las que ahora os arrepentís,
elecciones que, aunque entonces se presentaban muy atractivas, os han llevado
a un estado más profundo de miseria y de abandono. El abuso de las drogas o
del alcohol, participar en actividades criminales o nocivas para vosotros
mismos, podrían aparecer entonces como la vía de escape a una situación de
dificultad o confusión. Ahora sabéis que en vez de dar la vida, han traído la
muerte. Quiero reconocer el coraje que habéis demostrado decidiendo volver
al camino de la vida, precisamente como el joven de la parábola. Habéis
aceptado la ayuda de los amigos o de los familiares, del personal del programa
“Alive”, de aquellos que tanto se preocupan por vuestro bienestar y felicidad.
Queridos amigos, os veo como embajadores de esperanza para otros que se
encuentran en una situación similar. Al hablar desde vuestra experiencia
podéis convencerlos de la necesidad de elegir el camino de la vida y rechazar
el camino de la muerte. En todos los Evangelios, vemos que Jesús amaba de
modo especial a los que habían tomado decisiones erróneas, ya que una vez
reconocida su equivocación, eran los que mejor se abrían a su mensaje de
salvación. De hecho, Jesús fue criticado frecuentemente por aquellos
miembros de la sociedad, que se tenían por justos, porque pasaba demasiado
tiempo con gente de esa clase. Preguntaban, “¿cómo es que vuestro maestro
come con publicanos y pecadores?” Él les respondió: “No tienen necesidad de
médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar a los justos, sino
a los pecadores” (Mt 9, 11-13). Los que querían reconstruir sus vidas eran los
más disponibles para escuchar a Jesús y a ser sus discípulos. Vosotros podéis
seguir sus pasos; también vosotros, de modo particular, podéis acercaros
particularmente a Jesús precisamente porque habéis elegido volver a él. Podéis
estar seguros que, a igual que el padre en el relato del hijo pródigo, Jesús os
recibe con los brazos abiertos. Os ofrece su amor incondicional: la plenitud de
la vida se encuentra precisamente en la profunda amistad con él.
He dicho antes que cuando amamos satisfacemos nuestras necesidades más
profundas y llegamos a ser más plenamente nosotros mismos, más plenamente
humanos. Hemos sido hechos para amar, para esto hemos sido hechos por el
Creador. Lógicamente, no hablo de relaciones pasajeras y superficiales; hablo
de amor verdadero, del núcleo de la enseñanza moral de Jesús: “Amarás al
99

Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con
todo tu ser”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mc 13, 30-31).
Éste es, por así decirlo, el programa grabado en el interior de cada persona, si
tenemos la sabiduría y la generosidad de conformarnos a él, si estamos
dispuestos a renunciar a nuestras preferencias para ponernos al servicio de los
demás, y a dar la vida por el bien de los demás, y en primer lugar por Jesús,
que nos amó y dio su vida por nosotros. Esto es lo que los hombres están
llamados a hacer, y lo que quiere decir realmente estar “vivo”.
Queridos jóvenes amigos, el mensaje que os dirijo hoy es el mismo que
Moisés pronunció hace tantos años: “elige la vida, y vivirás tú y tu
descendencia amando al Señor tu Dios”. Que su Espíritu os guíe por el camino
de la vida, obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas,
abandonando las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte, y os
comprometáis en la amistad con Jesús para toda la vida. Que con la fuerza del
Espíritu Santo elijáis la vida y el amor, y deis testimonio ante el mundo de la
alegría que esto conlleva.

JMJ: CUANDO EL ESPÍRITU DESCIENDA, RECIBIRÉIS FUERZA


20080720. Homilía. XXIII JMJ. Hipódromo Randwick, Australia
«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza»
(Hch 1,8). Hemos visto cumplida esta promesa. En el día de Pentecostés,
como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor resucitado, sentado a la
derecha del Padre, envió el Espíritu Santo a sus discípulos reunidos en el
cenáculo. Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a
predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En cada época y en cada
lengua, la Iglesia continúa proclamando en todo el mundo las maravillas de
Dios e invita a todas las naciones y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida
nueva en Cristo.
En estos días, también yo he venido, como Sucesor de san Pedro, a esta
estupenda tierra de Australia. He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes
hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu
de Cristo y a la riqueza de sus dones. Oro para que esta gran asamblea, que
congrega a jóvenes de «todas las naciones de la tierra» (Hch 2,5), se
transforme en un nuevo cenáculo. Que el fuego del amor de Dios descienda y
llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a su Iglesia y
enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo.
«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza».
Estas palabras del Señor resucitado tienen un significado especial para los
jóvenes que serán confirmados, sellados con el don del Espíritu Santo, durante
esta Santa Misa. Pero estas palabras están dirigidas también a cada uno de
nosotros, es decir, a todos los que han recibido el don del Espíritu de
reconciliación y de la vida nueva en el Bautismo, que lo han acogido en sus
corazones como su ayuda y guía en la Confirmación, y que crecen
cotidianamente en sus dones de gracia mediante la Santa Eucaristía. En efecto
el Espíritu Santo desciende nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria
solemne de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del
100

vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar


nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza, «un solo cuerpo y un
solo espíritu en Cristo».
Pero, ¿qué es este «poder» del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de
Dios. Es el poder del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba
de la creación y que, en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la
muerte. Es el poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la
llegada del Reino de Dios. En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia que ha
comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre
toda la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra del Espíritu
Santo y nacido de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos este
Espíritu. Como fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es
también, de un modo muy verdadero, el alma de la Iglesia, el amor que nos
une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las
maravillas de la gracia de Dios que nos rodean.
Aquí en Australia, esta «gran tierra meridional del Espíritu Santo», todos
nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable de la presencia y del poder
del Espíritu en la belleza de la naturaleza. Nuestros ojos se han abierto para
ver el mundo que nos rodea como es verdaderamente: «colmado», como dice
el poeta, «de la grandeza de Dios», repleto de la gloria de su amor creativo.
También aquí, en esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de
todo el mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la
fuerza del Espíritu en la vida de la Iglesia. Hemos visto la Iglesia como es
verdaderamente: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay
gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la unidad
nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.
La fuerza del Espíritu Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A
través de la gracia de los Sacramentos de la Iglesia, esta fuerza fluye también
en nuestro interior, como un río subterráneo que nutre el espíritu y nos atrae
cada vez más cerca de la fuente de nuestra verdadera vida, que es Cristo. San
Ignacio de Antioquía, que murió mártir en Roma al comienzo del siglo
segundo, nos ha dejado una descripción espléndida de la fuerza del Espíritu
que habita en nosotros. Él ha hablado del Espíritu como de una fuente de agua
viva que surge en su corazón y susurra: «Ven, ven al Padre» (cf. A los
Romanos, 6,1-9).
Sin embargo, esta fuerza, la gracia del Espíritu Santo, no es algo que
podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla como puro don. El
amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos cambiarnos
por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra de nuestra
indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo
con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender
nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan
importante la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de
nuestros corazones y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el
corazón de la Iglesia. Ésta es pura receptividad de la gracia de Dios, amor en
acción, comunión con el Espíritu que habita en nosotros y nos lleva, por Jesús
y en la Iglesia, a nuestro Padre celestial. En la potencia de su Espíritu, Jesús
101

está siempre presente en nuestros corazones, esperando serenamente que nos


dispongamos en el silencio junto a Él para sentir su voz, permanecer en su
amor y recibir «la fuerza que proviene de lo alto», una fuerza que nos permite
ser sal y luz para nuestro mundo.
En su Ascensión, el Señor resucitado dijo a sus discípulos: «Seréis mis
testigos… hasta los confines del mundo» (Hch 1,8). Aquí, en Australia, damos
gracias al Señor por el don de la fe, que ha llegado hasta nosotros como un
tesoro transmitido de generación en generación en la comunión de la Iglesia.
Aquí, en Oceanía, damos gracias de un modo especial a todos aquellos
misioneros, sacerdotes y religiosos comprometidos, padres y abuelos
cristianos, maestros y catequistas, que han edificado la Iglesia en estas tierras.
Testigos como la Beata Mary Mackillop, San Peter Chanel, el Beato Peter To
Rot y muchos otros. La fuerza del Espíritu, manifestada en sus vidas, está
todavía activa en las iniciativas beneficiosas que han dejado en la sociedad que
han plasmado y que ahora se os confía a vosotros.
Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis
vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre
bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras
vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a
Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo
estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el Espíritu Santo
está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los
jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?
La fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos
encamina hacia el futuro, hacia la venida del Reino de Dios. ¡Qué visión
magnífica de una humanidad redimida y renovada descubrimos en la nueva era
prometida por el Evangelio de hoy! San Lucas nos dice que Jesucristo es el
cumplimiento de todas las promesas de Dios, el Mesías que posee en plenitud
el Espíritu Santo para comunicarlo a la humanidad entera. La efusión del
Espíritu de Cristo sobre la humanidad es prenda de esperanza y de liberación
contra todo aquello que nos empobrece. Dicha efusión ofrece de nuevo la vista
al ciego, libera a los oprimidos y genera unidad en y con la diversidad (cf. Lc
4,18-19; Is 61,1-2). Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar
la faz de la tierra» (cf. Sal 104,30).
Fortalecida por el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva
generación de cristianos está invitada a contribuir a la edificación de un mundo
en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada
o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el
amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto
a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie
gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la
superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y
envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está
pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de
atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda
la humanidad.
102

El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras


sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto
espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de
desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados
y vacíos (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de significado, de ese
significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y
liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de
hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada
sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor.
Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.
También la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de
vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre
joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium, 4). En la segunda lectura de hoy, el
apóstol Pablo nos recuerda que cada cristiano ha recibido un don que debe ser
usado para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia tiene especialmente
necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes. Tiene necesidad de
crecer en la fuerza del Espíritu que también ahora os infunde gozo a vosotros,
jóvenes, y os anima a servir al Señor con alegría. Abrid vuestro corazón a esta
fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la
vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro «sí» a Jesús,
de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos
completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al
servicio de los otros.
Dentro de poco celebraremos el sacramento de la Confirmación. El
Espíritu Santo descenderá sobre los candidatos; ellos serán «sellados» con el
don del Espíritu y enviados para ser testigos de Cristo. ¿Qué significa recibir la
«sello» del Espíritu Santo? Significa ser marcados indeleblemente,
inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas. Para los que han
recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados» en el
Espíritu significa estar enardecidos por el amor de Dios. Haber «bebido» del
Espíritu (cf. 1 Co 12,13) significa haber sido refrescados por la belleza del
designio de Dios para nosotros y para el mundo, y llegar a ser nosotros
mismos una fuente de frescor para los otros. Ser «sellados con el Espíritu»
significa además no tener miedo de defender a Cristo, dejando que la verdad
del Evangelio impregne nuestro modo de ver, pensar y actuar, mientras
trabajamos por el triunfo de la civilización del amor.
Al elevar nuestra oración por los confirmandos, pedimos también que la
fuerza del Espíritu Santo reavive la gracia de la Confirmación de cada uno de
nosotros. Que el Espíritu derrame sus dones abundantemente sobre todos los
presentes, sobre la ciudad de Sydney, sobre esta tierra de Australia y sobre
todas sus gentes. Que cada uno de nosotros sea renovado en el espíritu de
sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y
piedad, espíritu de admiración y santo temor de Dios.

FAMILIA, FORMACIÓN Y FE PROFUNDA


20080907. Discurso. Jóvenes. Cágliari.
103

Conozco vuestro entusiasmo, los deseos que albergáis y el empeño que


ponéis en realizarlos. Y no ignoro las dificultades y los problemas que
encontráis. Por ejemplo, pienso —y hemos oído hablar de ello— en la plaga
del desempleo y de la precariedad del trabajo, que ponen en peligro vuestros
proyectos; pienso en la emigración, en el éxodo de las fuerzas más lozanas y
emprendedoras, con el consiguiente desarraigo del ambiente, que a veces
implica daños psicológicos y morales, antes que sociales.
Y ¿qué decir del hecho de que en la actual sociedad consumista el lucro y
el éxito se han convertido en los nuevos ídolos ante los cuales muchos se
postran? La consecuencia es que se tiende a dar valor sólo a quien —como se
suele decir— "ha hecho fortuna" y es "famoso", y no a quien cada día debe
luchar fatigosamente por salir adelante. La posesión de los bienes materiales y
el aplauso de la gente han sustituido el trabajo sobre uno mismo que sirve para
templar el espíritu y formar una personalidad auténtica. Se corre el riesgo de
ser superficial, de recorrer atajos peligrosos en busca del éxito, entregando así
la vida a experiencias que suscitan satisfacciones inmediatas, pero que en sí
mismas son precarias y falaces. Aumenta la tendencia al individualismo y,
cuando la persona se concentra sólo en sí misma, se vuelve inevitablemente
frágil; falta la paciencia de la escucha, fase indispensable para comprender al
otro y trabajar juntos.
El 20 de octubre de 1985, el querido Papa Juan Pablo II, al encontrarse
aquí en Cágliari con los jóvenes provenientes de toda Cerdeña, propuso tres
valores importantes para construir una sociedad fraterna y solidaria. Son
indicaciones muy actuales también hoy y quiero retomarlas de buen grado
destacando en primer lugar el valor de la familia, que hay que conservar —
dijo el Papa— como "herencia antigua y sagrada". Todos vosotros
experimentáis la importancia de la familia, en cuanto hijos y hermanos; pero la
capacidad de formar una nueva no se puede dar por descontada. Es necesario
prepararse para ello. En el pasado, la sociedad tradicional ayudaba más a
formar y conservar una familia. Hoy ya no es así, o lo es en teoría, pero en la
realidad predomina una mentalidad diversa. Se admiten otras formas de
convivencia; a veces se usa el término "familia" para uniones que, en realidad,
no son familia. Sobre todo en nuestro contexto se ha reducido mucho la
capacidad de los esposos de defender la unidad del núcleo familiar incluso a
costa de grandes sacrificios.
Queridos jóvenes, recuperad el valor de la familia; amadla, no sólo por
tradición, sino por una elección madura y consciente: amad a vuestra familia
de origen y preparaos para amar también la que, con la ayuda de Dios,
vosotros mismos formaréis. Digo "preparaos", porque el amor verdadero no se
improvisa. El amor no sólo consta de sentimiento, sino también de
responsabilidad, de constancia y de sentido del deber. Todo esto se aprende
con el ejercicio prolongado de las virtudes cristianas de la confianza, la pureza,
el abandono en la Providencia y la oración.
En este compromiso de crecimiento hacia un amor maduro os sostendrá
siempre la comunidad cristiana, porque en ella la familia tiene su dignidad más
alta. El concilio Vaticano II la llama "pequeña Iglesia", porque el matrimonio
104

es un sacramento, es decir, un signo santo y eficaz del amor que Dios nos da
en Cristo a través de la Iglesia.
Íntimamente unido a este primer valor, del que he hablado, está el otro
valor que deseo subrayar: la seria formación intelectual y moral,
indispensable para proyectar y construir vuestro fututo y el de la sociedad. El
que en esto os hace "descuentos" no quiere vuestro bien. En efecto, ¿cómo se
podría proyectar seriamente el futuro, si se descuida el deseo natural de saber y
confrontaros que hay en vosotros? La crisis de una sociedad comienza cuando
ya no sabe transmitir a las nuevas generaciones su patrimonio cultural y sus
valores fundamentales.
No me refiero sólo y simplemente al sistema escolar. La cuestión es más
amplia. Como sabemos, existe una emergencia educativa y, para afrontarla,
hacen falta padres y formadores capaces de compartir todo lo bueno y
verdadero que han experimentado y profundizado personalmente. Hacen falta
jóvenes interiormente abiertos, deseosos de aprender y de llevar todo a las
exigencias y evidencias originarias del corazón. Sed de verdad libres, o sea,
apasionados por la verdad. El Señor Jesús dijo: "La verdad os hará libres" (Jn
8, 32).
En cambio, el nihilismo moderno predica lo opuesto, es decir, que la
libertad os hace verdaderos. Más aún, hay quien sostiene que no existe
ninguna verdad, abriendo así el camino al vaciamiento de los conceptos de
bien y de mal, haciéndolos incluso intercambiables. Me han dicho que en la
cultura sarda existe este proverbio: "Mejor que falte el pan y no la justicia".
En efecto, un hombre puede soportar y superar el hambre, pero no puede vivir
donde se proscriben la justicia y la verdad. El pan material no basta, no es
suficiente para vivir humanamente de modo pleno; hace falta otro alimento del
que es preciso tener siempre hambre, del que es necesario alimentarse para el
propio crecimiento personal y para el de la familia y la sociedad.
Este alimento —es el tercer gran valor— es una fe sincera y profunda, que
se convierta en sustancia de vuestra vida. Cuando se pierde el sentido de la
presencia y de la realidad de Dios, todo se "achata" y se reduce a una sola
dimensión. Todo queda "aplastado" en el plano material. Cuando cada cosa se
considera solamente por su utilidad, ya no se capta la esencia de lo que nos
rodea y, sobre todo, de las personas con quienes nos encontramos. Si se pierde
el misterio de Dios, desaparece también el misterio de todo lo que existe: las
cosas y las personas me interesan en la medida en que satisfacen mis
necesidades, no por sí mismas. Todo esto constituye un hecho cultural, que se
respira desde el nacimiento y produce efectos interiores permanentes. En este
sentido, la fe, antes de ser una creencia religiosa, es un modo de ver la
realidad, un modo de pensar, una sensibilidad interior que enriquece al ser
humano como tal.
Pues bien, queridos amigos, Cristo es también en esto el Maestro, porque
compartió en todo nuestra humanidad y es contemporáneo del hombre de
todas las épocas. Esta realidad típicamente cristiana es una gracia estupenda.
Estando con Jesús, frecuentándolo como un amigo en el Evangelio y en los
sacramentos, podéis aprender, de modo nuevo, lo que la sociedad a menudo ya
105

no es capaz de daros, es decir, el sentido religioso. Y precisamente porque es


algo nuevo, descubrirlo es maravilloso.
Queridos jóvenes, como el joven Agustín con todos sus problemas en su
camino difícil, cada uno de vosotros siente la llamada simbólica de toda
criatura hacia lo alto; toda criatura hermosa remite a la belleza del Creador,
que está como concentrada en el rostro de Jesucristo. Cuando la experimenta,
el alma exclama: "Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde te
amé" (Confesiones X, 27, 38). Ojalá que cada uno de vosotros redescubra a
Dios como sentido y fundamento de toda criatura, luz de verdad, llama de
caridad, vínculo de unidad, como canta el himno del Ágora de los jóvenes
italianos.
Sed dóciles a la fuerza del Espíritu. Fue él, el Espíritu Santo, el
Protagonista de la Jornada mundial de la juventud en Sydney; él os convertirá
en testigos de Cristo. No con palabras, sino con hechos, con un nuevo estilo de
vida. Ya no tendréis miedo de perder vuestra libertad, porque la viviréis en
plenitud entregándola por amor. Ya no estaréis apegados a los bienes
materiales, porque sentiréis dentro de vosotros la alegría de compartirlos. Ya
no estaréis tristes con la tristeza del mundo, sino que sentiréis dolor por el mal
y alegría por el bien, especialmente por la misericordia y el perdón. Y si es así,
si descubrís realmente a Dios en el rostro de Cristo, ya no pensaréis en la
Iglesia como una institución externa a vosotros, sino como vuestra familia
espiritual, como la vivimos ahora, en este momento. Esta es la fe que os han
transmitido vuestros padres. Esta es la fe que estáis llamados a vivir hoy, en
tiempos muy diversos.
Familia, formación y fe. Queridos jóvenes de Cágliari y de toda Cerdeña,
como el Papa Juan Pablo II, también yo os dejo estas tres consignas, tres
valores que debéis hacer vuestros con la luz y la fuerza del Espíritu de Cristo.

DOS TESOROS: EL ESPÍRITU SANTO Y LA CRUZ


20080912. Discurso. Vigilia con los jóvenes. París
Esta tarde, quisiera hablaros de dos temas profundamente vinculados el
uno al otro, que constituyen un auténtico tesoro en donde podéis poner vuestro
corazón (cf. Mt 6,21).
El primero (…) se trata del pasaje sacado de los Hechos de los Apóstoles,
libro que algunos llaman muy justamente el Evangelio del Espíritu Santo:
“Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser
mis testigos” (Hch 1,8). El Señor lo dice ahora a vosotros. Sidney hizo
redescubrir a muchos jóvenes la importancia del Espíritu Santo en la vida del
cristiano. El Espíritu nos pone en contacto íntimo con Dios, en quien se
encuentra la fuente de toda auténtica riqueza humana. Todos buscáis amar y
ser amados. Tenéis que volver a Dios para aprender a amar y para tener la
fuerza de amar. El Espíritu, que es Amor, puede abrir vuestros corazones para
recibir el don del amor auténtico. Todos buscáis la verdad y queréis vivir de
ella. Cristo es esta verdad. Él es el único Camino, la única Verdad y la
verdadera Vida. Seguir a Cristo significa realmente “remar mar a dentro”,
como dicen varias veces los Salmos. El camino de la Verdad es uno y al
106

mismo tiempo múltiple, según los diversos carismas, como la Verdad es una y
al mismo tiempo de una riqueza inagotable. Confiad en el Espíritu Santo para
descubrir a Cristo. El Espíritu es el guía necesario de la oración, el alma de
nuestra esperanza y el manantial de la genuina alegría.
Para ahondar en estas verdades de fe, os invito a meditar en la grandeza del
sacramento de la Confirmación que habéis recibido y que os introduce en una
vida de fe adulta. Es urgente comprender cada vez mejor este sacramento para
comprobar la calidad y la hondura de vuestra fe y para robustecerla. El
Espíritu Santo os acerca al misterio de Dios y os hace comprender quién es
Dios. Os invita a ver en el prójimo al hermano que Dios os ha dado para vivir
en comunión con él, humana y espiritualmente, para vivir, por tanto, como
Iglesia. Al revelaros quién es Cristo muerto y resucitado por nosotros, nos
impulsa a dar testimonio de Él. Estáis en la edad de la generosidad. Es urgente
hablar de Cristo a vuestro alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros
lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened “la valentía
de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo” (Mensaje a los jóvenes del
mundo, 20 de julio de 2007). Os aliento, pues, a tener las palabras justas para
anunciar a Dios a vuestro alrededor, respaldando vuestro testimonio con la
fuerza del Espíritu suplicada en la plegaria. Llevad la Buena Noticia a los
jóvenes de vuestra edad y también a los otros. Ellos conocen las turbulencias
de la afectividad, la preocupación y la incertidumbre con respecto al trabajo y
a los estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías únicas.
Dad testimonio de Dios, porque, en cuanto jóvenes, formáis parte plenamente
de la comunidad católica en virtud de vuestro Bautismo y por la común
profesión de fe (cf. Ef 4,5). Quiero deciros que la Iglesia confía en vosotros.
En este año dedicado a San Pablo, quisiera confiaros un segundo tesoro,
que estaba en el centro de la vida de este Apóstol fascinante: se trata del
misterio de la Cruz. El domingo, en Lourdes, celebraré la Fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz junto con una multitud de peregrinos. Muchos de
vosotros lleváis colgada del cuello una cadena con una cruz. También yo llevo
una, como por otra parte todos los Obispos. No es un adorno ni una joya. Es el
precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de la vinculación a
Cristo. San Pablo habla claramente de la cruz al principio de su primera carta a
los Corintios. En Corinto, vivía una comunidad alborotada y revuelta, expuesta
a los peligros de la corrupción de las costumbres imperantes. Peligros
parecidos a los que hoy conocemos. No citaré nada más que los siguientes: las
querellas y luchas en el seno de la comunidad creyente, la seducción que
ofrecen pseudo sabidurías religiosas o filosóficas, la superficialidad de la fe y
la moral disoluta. San Pablo comienza la carta escribiendo: “El mensaje de la
cruz es necedad para los que están en vías de perdición; pero, para los que
están en vías de salvación –para nosotros- es fuerza de Dios” (1 Co 1,18).
Después, el Apóstol muestra la singular oposición que existe entre la sabiduría
y la locura, según Dios y según los hombres. Habla de ello cuando evoca la
fundación de la Iglesia en Corinto y a propósito de su propia predicación.
Concluye insistiendo en la hermosura de la sabiduría de Dios que Cristo y, tras
de Él, sus Apóstoles enseñan al mundo y a los cristianos. Esta sabiduría,
misteriosa y escondida (cf. 1 Co 2,7), nos ha sido revelada por el Espíritu,
107

porque “a nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le
parece una locura; no es capaz de percibirlo porque sólo se puede juzgar con el
criterio del Espíritu” (1 Co 2,14).
El Espíritu abre a la inteligencia humana nuevos horizontes que la superan
y le hace comprender que la única sabiduría verdadera reside en la grandeza de
Cristo. Para los cristianos, la Cruz simboliza la sabiduría de Dios y su amor
infinito revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado para la vida
del mundo, en particular, para la vida de cada uno. Que este descubrimiento
impresionante de un Dios que se ha hecho hombre por amor os aliente a
respetar y venerar la Cruz. Que no es sólo el signo de vuestra vida en Dios y
de vuestra salvación, sino también –lo sabéis- el testigo mudo de los
padecimientos de los hombres y, al mismo tiempo, la expresión única y
preciosa de todas sus esperanzas. Queridos jóvenes, sé que venerar la Cruz a
veces también lleva consigo el escarnio e incluso la persecución. La Cruz pone
en peligro en cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta, también y
sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación. Esta tarde os confío la
Cruz de Cristo. El Espíritu Santo os hará comprender su misterio de amor y
podréis exclamar con San Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí,
y yo para el mundo” (Gál 6,14). Pablo había entendido la palabra de Jesús –
aparentemente paradójica- según la cual sólo entregando (“perdiendo”) la
propia vida se puede encontrarla (cf. Mc 8,35; Jn 12,24) y de ello había sacado
la conclusión de que la Cruz manifiesta la ley fundamental del amor, la
fórmula perfecta de la vida verdadera. Que a algunos la profundización en el
misterio de la Cruz os permita descubrir la llamada a servir a Cristo de manera
más total en la vida sacerdotal o religiosa.
Es el momento de comenzar la vigilia de oración, para la que os habéis
reunido esta tarde. No olvidéis los dos tesoros que el Papa os ha presentado
esta tarde: el Espíritu Santo y la Cruz.

QUE MARÍA SEA VUESTRA CONFIDENTE


20080914. Homilía. 150 aniversario de apariciones. Lourdes
La presencia de los jóvenes en Lourdes es también una realidad
importante. Queridos amigos aquí presentes esta mañana alrededor de la Cruz
de la Jornada Mundial de la Juventud, cuando María recibió la visita del ángel,
era una jovencita en Nazaret, que llevaba la vida sencilla y animosa de las
mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se posó especialmente en Ella,
fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente para Dios. Él
os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama a una vida dichosa y llena
de sentido. No dejéis que las dificultades os descorazonen. María se turbó
cuando el ángel le anunció que sería la Madre del Salvador. Ella conocía
cuánta era su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí”
sin vacilar. Y gracias a su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la
historia de la humanidad. Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis
miedo de decir sí a las llamadas del Señor, cuando Él os invite a seguirlo.
Responded generosamente al Señor. Sólo Él puede colmar los anhelos más
108

profundos de vuestro corazón. Sois muchos los que venís a Lourdes para servir
esmerada y generosamente a los enfermos o a otros peregrinos, imitando así a
Cristo servidor. El servicio a los hermanos y a las hermanas ensancha el
corazón y lo hace disponible. En el silencio de la oración, que María sea
vuestra confidente, Ella que supo hablar a Bernadette con respeto y confianza.
Que María ayude a los llamados al matrimonio a descubrir la belleza de un
amor auténtico y profundo, vivido como don recíproco y fiel. A aquellos, entre
vosotros, que Él llama a seguirlo en la vocación sacerdotal o religiosa, quisiera
decirles la felicidad que existe en entregar la propia vida al servicio de Dios y
de los hombres. Que las familias y las comunidades cristianas sean lugares
donde puedan nacer y crecer sólidas vocaciones al servicio de la Iglesia y del
mundo.
El mensaje de María es un mensaje de esperanza para todos los hombres y
para todas las mujeres de nuestro tiempo, sean del país que sean. Me gusta
invocar a María como “Estrella de la esperanza” (Spe salvi, n. 50). En el
camino de nuestras vidas, a menudo oscuro, Ella es una luz de esperanza, que
nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar. Por su sí, por el don generoso de
sí misma, Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra historia.
Nos invita a vivir como Ella en una esperanza inquebrantable, rechazando
escuchar a los que pretenden que nos encerremos en el fatalismo. Nos
acompaña con su presencia maternal en medio de las vicisitudes personales,
familiares y nacionales. Dichosos los hombres y las mujeres que ponen su
confianza en Aquel que, en el momento de ofrecer su vida por nuestra
salvación, nos dio a su Madre para que fuera nuestra Madre.
Que Ella sea para todos la Madre que acompaña a sus hijos tanto en sus
gozos como en sus pruebas. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra,
enséñanos a creer, a esperar y a amar contigo. Muéstranos el camino hacia el
Reino de tu Hijo Jesús. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en
nuestro camino (cf. Spe salvi, n. 50). Amén.

LA CARTA A LOS ROMANOS


20081211. Discurso. A los universitarios de Roma
La carta a los Romanos es sin duda uno de los textos más importantes de
la cultura de todos los tiempos. Pero es y sigue siendo principalmente un
mensaje vivo para la Iglesia viva y, como tal, como un mensaje precisamente
para hoy, yo la pongo esta tarde en vuestras manos. Quiera Dios que este
escrito, que brotó del corazón del Apóstol, se transforme en alimento
sustancioso para vuestra fe, impulsándoos a creer más y mejor, y también a
reflexionar sobre vosotros mismos, para llegar a una fe "pensada" y, al mismo
tiempo, para vivir esta fe, poniéndola en práctica según la verdad del
mandamiento de Cristo.
Sólo así la fe que uno profesa resulta "creíble" también para los demás, a
los que conquista el testimonio elocuente de los hechos. Dejad que san Pablo
os hable a vosotros, profesores y alumnos cristianos de la Roma de hoy, y os
haga partícipes de la experiencia que hizo él personalmente, es decir, que el
109

Evangelio de Jesucristo "es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que
cree" (Rm 1, 16).
El anuncio cristiano, que fue revolucionario en el contexto histórico y
cultural de san Pablo, tuvo la fuerza para derribar el "muro de separación" que
existía entre judíos y paganos (cf. Ef 2, 14; Rm 10, 12). Conserva una fuerza
de novedad siempre actual, capaz de derribar otros muros que vuelven a
erigirse en todo contexto y en toda época. La fuente de esa fuerza radica en el
Espíritu de Cristo, al que san Pablo apela conscientemente. A los cristianos de
Corinto les asegura que, en su predicación, no se apoya "en los persuasivos
discursos de la sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder" (cf.
1 Co 2, 4). Y ¿cuál era el núcleo de su anuncio? Era la novedad de la salvación
traída por Cristo a la humanidad: en su muerte y resurrección la salvación se
ofrece a todos los hombres sin distinción.
Se ofrece; no se impone. La salvación es un don que requiere siempre ser
acogido personalmente. Este es, queridos jóvenes, el contenido esencial del
bautismo, que este año se os propone como sacramento por redescubrir y, para
algunos de vosotros, por recibir o confirmar con una opción libre y consciente.
Precisamente en la carta a los Romanos, en el capítulo sexto, se encuentra una
grandiosa formulación del significado del bautismo cristiano. "¿Es que
ignoráis —escribe san Pablo— que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús,
fuimos bautizados en su muerte?" (Rm 6, 3).
Como podéis intuir, se trata de una idea muy profunda, que contiene toda
la teología del misterio pascual: la muerte de Cristo, por el poder de Dios, es
fuente de vida, manantial inagotable de renovación en el Espíritu Santo. Ser
"bautizados en Cristo" significa estar inmersos espiritualmente en la muerte
que es el acto de amor infinito y universal de Dios, capaz de rescatar a toda
persona y a toda criatura de la esclavitud del pecado y de la muerte.
En efecto, san Pablo prosigue así: "Fuimos, pues, con él sepultados por el
bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre
los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
una vida nueva" (Rm 6, 4).
El Apóstol, en la carta a los Romanos, nos comunica toda su alegría por
este misterio cuando escribe: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? (...)
Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados
ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni
otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 35. 38-39).
Y en este mismo amor consiste la vida nueva del cristiano. También aquí
san Pablo hace una síntesis impresionante, igualmente fruto de su experiencia
personal: "El que ama al prójimo, ha cumplido la ley. (...) La caridad es, por
tanto, la ley en su plenitud" (Rm 13, 8. 10).
Así pues, queridos amigos, esto es lo que os entrego esta tarde.
Ciertamente, es un mensaje de fe, pero al mismo tiempo es una verdad que
ilumina la mente, ensanchándola a los horizontes de Dios; es una verdad que
orienta la vida real, porque el Evangelio es el camino para llegar a la plenitud
de la vida. Este camino ya lo recorrió Jesús; más aún, él mismo, que vino del
110

Padre a nosotros para que pudiéramos llegar al Padre por medio de él, es el
Camino. Este es el misterio del Adviento y de la Navidad.
111

2009

“Jesús, del mismo modo que un día encontró al joven


Pablo, quiere encontrarse con cada uno de vosotros,
queridos jóvenes. Sí, antes que un deseo nuestro, este
encuentro es un deseo ardiente de Cristo.” (2009-02-22
Mensaje. XXIV JMJ)
112

LA GRAN ESPERANZA ESTÁ EN CRISTO


20090222. Mensaje. XXIV JMJ
La juventud, tiempo de esperanza
En Sydney, nuestra atención se centró en lo que el Espíritu Santo dice hoy
a los creyentes y, concretamente a vosotros, queridos jóvenes. Durante la Santa
Misa final os exhorté a dejaros plasmar por Él para ser mensajeros del amor
divino, capaces de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.
Verdaderamente, la cuestión de la esperanza está en el centro de nuestra vida
de seres humanos y de nuestra misión de cristianos, sobre todo en la época
contemporánea. Todos advertimos la necesidad de esperanza, pero no de
cualquier esperanza, sino de una esperanza firme y creíble, como he subrayado
en la Encíclica Spe salvi. La juventud, en particular, es tiempo de esperanzas,
porque mira hacia el futuro con diversas expectativas. Cuando se es joven se
alimentan ideales, sueños y proyectos; la juventud es el tiempo en el que
maduran opciones decisivas para el resto de la vida. Y tal vez por esto es la
etapa de la existencia en la que afloran con fuerza las preguntas de fondo: ¿Por
qué estoy en el mundo? ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Qué será de mi vida? Y
también, ¿cómo alcanzar la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad
y la muerte? ¿Qué hay más allá de la muerte? Preguntas que son apremiantes
cuando nos tenemos que medir con obstáculos que a veces parecen
insuperables: dificultades en los estudios, falta de trabajo, incomprensiones en
la familia, crisis en las relaciones de amistad y en la construcción de un
proyecto de pareja, enfermedades o incapacidades, carencia de recursos
adecuados a causa de la actual y generalizada crisis económica y social. Nos
preguntamos entonces: ¿Dónde encontrar y cómo mantener viva en el corazón
la llama de la esperanza?
En búsqueda de la «gran esperanza»
La experiencia demuestra que las cualidades personales y los bienes
materiales no son suficientes para asegurar esa esperanza que el ánimo
humano busca constantemente. Como he escrito en la citada Encíclica Spe
salvi, la política, la ciencia, la técnica, la economía o cualquier otro recurso
material por sí solos no son suficientes para ofrecer la gran esperanza a la que
todos aspiramos. Esta esperanza «sólo puede ser Dios, que abraza el universo
y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos
alcanzar» (n. 31). Por eso, una de las consecuencias principales del olvido de
Dios es la desorientación que caracteriza nuestras sociedades, que se
manifiesta en la soledad y la violencia, en la insatisfacción y en la pérdida de
confianza, llegando incluso a la desesperación. Fuerte y clara es la llamada que
nos llega de la Palabra de Dios: «Maldito quien confía en el hombre, y en la
carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en
la estepa, no verá llegar el bien» (Jr 17,5-6).
La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones
que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de
referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a
113

sus fuerzas. Pienso, queridos jóvenes amigos, en tantos coetáneos vuestros


heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal que es
frecuentemente consecuencia de un vacío familiar, de opciones educativas
permisivas y libertarias, y de experiencias negativas y traumáticas. Para
algunos –y desgraciadamente no pocos–, la única salida posible es una huída
alienante hacia comportamientos peligrosos y violentos, hacia la dependencia
de drogas y alcohol, y hacia tantas otras formas de malestar juvenil. A pesar de
todo, incluso en aquellos que se encuentran en situaciones penosas por haber
seguido los consejos de «malos maestros», no se apaga el deseo del verdadero
amor y de la auténtica felicidad. Pero ¿cómo anunciar la esperanza a estos
jóvenes? Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo
en Dios. Por tanto, el primer compromiso que nos atañe a todos es el de una
nueva evangelización, que ayude a las nuevas generaciones a descubrir el
rostro auténtico de Dios, que es Amor. A vosotros, queridos jóvenes, que
buscáis una esperanza firme, os digo las mismas palabras que san Pablo dirigía
a los cristianos perseguidos en la Roma de entonces: «El Dios de la esperanza
os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Durante este año jubilar dedicado al
Apóstol de las gentes, con ocasión del segundo milenio de su nacimiento,
aprendamos de él a ser testigos creíbles de la esperanza cristiana.
San Pablo, testigo de la esperanza
Cuando se encontraba en medio de dificultades y pruebas de distinto tipo,
Pablo escribía a su fiel discípulo Timoteo: «Hemos puesto nuestra esperanza
en el Dios vivo» (1 Tm 4,10). ¿Cómo había nacido en él esta esperanza? Para
responder a esta pregunta hemos de partir de su encuentro con Jesús resucitado
en el camino de Damasco. En aquel momento, Pablo era un joven como
vosotros, de unos veinte o veinticinco años, observante de la ley de Moisés y
decidido a combatir con todas sus fuerzas, incluso con el homicidio, contra
quienes él consideraba enemigos de Dios (cf. Hch 9,1). Mientras iba a
Damasco para arrestar a los seguidores de Cristo, una luz misteriosa lo
deslumbró y sintió que alguien lo llamaba por su nombre: «Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues?». Cayendo a tierra, preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Y
aquella voz respondió: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (cf. Hch 9,3-5).
Después de aquel encuentro, la vida de Pablo cambió radicalmente: recibió el
bautismo y se convirtió en apóstol del Evangelio. En el camino de Damasco
fue transformado interiormente por el Amor divino que había encontrado en la
persona de Jesucristo. Un día llegará a escribir: «Mientras vivo en esta carne,
vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí » (Ga
2,20). De perseguidor se transformó en testigo y misionero; fundó
comunidades cristianas en Asia Menor y en Grecia, recorriendo miles de
kilómetros y afrontando todo tipo de vicisitudes, hasta el martirio en Roma.
Todo por amor a Cristo.
La gran esperanza está en Cristo
Para Pablo, la esperanza no es sólo un ideal o un sentimiento, sino una
persona viva: Jesucristo, el Hijo de Dios. Impregnado en lo más profundo por
esta certeza, podrá decir a Timoteo: «Hemos puesto nuestra esperanza en el
Dios vivo» (1 Tm 4,10). El «Dios vivo» es Cristo resucitado y presente en el
114

mundo. Él es la verdadera esperanza: Cristo que vive con nosotros y en


nosotros y que nos llama a participar de su misma vida eterna. Si no estamos
solos, si Él está con nosotros, es más, si Él es nuestro presente y nuestro
futuro, ¿por qué temer? La esperanza del cristiano consiste por tanto en aspirar
«al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo
nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras
fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 1817).
El camino hacia la gran esperanza
Jesús, del mismo modo que un día encontró al joven Pablo, quiere
encontrarse con cada uno de vosotros, queridos jóvenes. Sí, antes que un deseo
nuestro, este encuentro es un deseo ardiente de Cristo. Pero alguno de vosotros
me podría preguntar: ¿Cómo puedo encontrarlo yo, hoy? O más bien, ¿de qué
forma Él viene hacia mí? La Iglesia nos enseña que el deseo de encontrar al
Señor es ya fruto de su gracia. Cuando en la oración expresamos nuestra fe,
incluso en la oscuridad lo encontramos, porque Él se nos ofrece. La oración
perseverante abre el corazón para acogerlo, como explica san Agustín:
«Nuestro Dios y Señor […] pretende ejercitar con la oración nuestros deseos,
y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar» (Carta 130,8,17).
La oración es don del Espíritu que nos hace hombres y mujeres de esperanza,
y rezar mantiene el mundo abierto a Dios (cf. Enc. Spe salvi, 34).
Dad espacio en vuestra vida a la oración. Está bien rezar solos, pero es más
hermoso y fructuoso rezar juntos, porque el Señor nos ha asegurado su
presencia cuando dos o tres se reúnen en su nombre (cf. 18,20). Hay muchas
formas para familiarizarse con Él; hay experiencias, grupos y movimientos,
encuentros e itinerarios para aprender a rezar y de esta forma crecer en la
experiencia de fe. Participad en la liturgia en vuestras parroquias y alimentaos
abundantemente de la Palabra de Dios y de la participación activa en los
sacramentos. Como sabéis, culmen y centro de la existencia y de la misión de
todo creyente y de cada comunidad cristiana es la Eucaristía, sacramento de
salvación en el que Cristo se hace presente y ofrece como alimento espiritual
su mismo Cuerpo y Sangre para la vida eterna. ¡Misterio realmente inefable!
Alrededor de la Eucaristía nace y crece la Iglesia, la gran familia de los
cristianos, en la que se entra con el Bautismo y en la que nos renovamos
constantemente por al sacramento de la Reconciliación. Los bautizados,
además, reciben mediante la Confirmación la fuerza del Espíritu Santo para
vivir como auténticos amigos y testigos de Cristo, mientras que los
sacramentos del Orden y del Matrimonio los hacen aptos para realizar sus
tareas apostólicas en la Iglesia y en el mundo. La Unción de los enfermos, por
último, nos hace experimentar el consuelo divino en la enfermedad y en el
sufrimiento.
Actuar según la esperanza cristiana
Si os alimentáis de Cristo, queridos jóvenes, y vivís inmersos en Él como
el apóstol Pablo, no podréis por menos que hablar de Él, y haréis lo posible
para que vuestros amigos y coetáneos lo conozcan y lo amen. Convertidos en
sus fieles discípulos, estaréis preparados para contribuir a formar comunidades
cristianas impregnadas de amor como aquellas de las que habla el libro de los
115

Hechos de los Apóstoles. La Iglesia cuenta con vosotros para esta misión
exigente. Que no os hagan retroceder las dificultades y las pruebas que
encontréis. Sed pacientes y perseverantes, venciendo la natural tendencia de
los jóvenes a la prisa, a querer obtener todo y de inmediato.
Queridos amigos, como Pablo, sed testigos del Resucitado. Dadlo a
conocer a quienes, jóvenes o adultos, están en busca de la «gran esperanza»
que dé sentido a su existencia. Si Jesús se ha convertido en vuestra esperanza,
comunicadlo con vuestro gozo y vuestro compromiso espiritual, apostólico y
social. Alcanzados por Cristo, después de haber puesto en Él vuestra fe y de
haberle dado vuestra confianza, difundid esta esperanza a vuestro alrededor.
Tomad opciones que manifiesten vuestra fe; haced ver que habéis entendido
las insidias de la idolatría del dinero, de los bienes materiales, de la carrera y el
éxito, y no os dejéis atraer por estas falsas ilusiones. No cedáis a la lógica del
interés egoísta; por el contrario, cultivad el amor al prójimo y haced el
esfuerzo de poneros vosotros mismos, con vuestras capacidades humanas y
profesionales al servicio del bien común y de la verdad, siempre dispuestos a
dar respuesta «a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15). El
auténtico cristiano nunca está triste, aun cuando tenga que afrontar pruebas de
distinto tipo, porque la presencia de Jesús es el secreto de su gozo y de su paz.
María, Madre de la esperanza
San Pablo es para vosotros un modelo de este itinerario de vida apostólica.
Él alimentó su vida de fe y esperanza constantes, siguiendo el ejemplo de
Abraham, del cual escribió en la Carta a los Romanos: «Creyó, contra toda
esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones» (4,18). Sobre estas
mismas huellas del pueblo de la esperanza –formado por los profetas y por los
santos de todos los tiempos– nosotros continuamos avanzando hacia la
realización del Reino, y en nuestro camino espiritual nos acompaña la Virgen
María, Madre de la Esperanza. Ella, que encarnó la esperanza de Israel, que
donó al mundo el Salvador y permaneció, firme en la esperanza, al pie de la
cruz, es para nosotros modelo y apoyo. Sobre todo, María intercede por
nosotros y nos guía en la oscuridad de nuestras dificultades hacia el alba
radiante del encuentro con el Resucitado. Quisiera concluir este mensaje,
queridos jóvenes amigos, haciendo mía una bella y conocida exhortación de
San Bernardo inspirada en el título de María Stella maris, Estrella del mar:
«Cualquiera que seas el que en la impetuosa corriente de este siglo te miras,
fluctuando entre borrascas y tempestades más que andando por tierra, ¡no
apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de
las borrascas! Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los
escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María... En los peligros,
en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María... Siguiéndola,
no te desviarás; rogándole, no desesperarás; pensando en ella, no te perderás.
Si ella te tiene de la mano no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no
te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te es propicia»
(Homilías en alabanza de la Virgen Madre, 2,17).
María, Estrella del mar, guía a los jóvenes de todo el mundo al encuentro
con tu divino Hijo Jesús, y sé tú la celeste guardiana de su fidelidad al
Evangelio y de su esperanza.
116

EL FUTURO ES DIOS
20090321. Discurso. Jóvenes. Luanda, Angola
Encontrarse con los jóvenes hace bien a todos. Tal vez tengan muchos
problemas, pero llevan consigo mucha esperanza, mucho entusiasmo y deseos
de volver a empezar. Jóvenes amigos, lleváis dentro de vosotros mismos la
dinámica del futuro. Os invito a mirarlo con los ojos del Apóstol Juan: «Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva… y también la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se
adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
“Ésta es la morada de Dios con los hombres”» (Ap 21,1-3). Queridísimos
amigos, Dios marca la diferencia. Así ha sido desde la intimidad serena entre
Dios y la pareja humana en el jardín del Edén, pasando por la gloria divina que
irradiaba en la Tienda del Encuentro en medio del pueblo de Israel durante la
travesía del desierto, hasta la encarnación del Hijo de Dios, que se unió
indisolublemente al hombre en Jesucristo. Este mismo Jesús retoma la travesía
del desierto humano pasando por la muerte para llegar a la resurrección,
llevando consigo a toda la humanidad a Dios. Ahora, Jesús ya no está
encerrado en un espacio y tiempo determinado, sino que su Espíritu, el
Espíritu Santo, brota de Él y entra en nuestros corazones, uniéndonos así a
Jesús mismo y, con Él, al Padre, al Dios uno y trino.
Queridos amigos, Dios ciertamente marca la diferencia… Más aún, Dios
nos hace diferentes, nos renueva. Ésta es la promesa que nos hizo Él mismo:
«Ahora hago el universo nuevo» (Ap 21,5). Y es verdad. Lo afirma el Apóstol
San Pablo: «El que es de Cristo es una creatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos
reconcilió consigo» (2 Co 5,17-18). Al subir al cielo y entrar en la eternidad,
Jesucristo ha sido constituido Señor de todos los tiempos. Por eso, Él se hace
nuestro compañero en el presente y lleva el libro de nuestros días en su mano:
con ella asegura firmemente el pasado, con el origen y los fundamentos de
nuestro ser; en ella custodia con esmero el futuro, dejándonos vislumbrar el
alba más bella de toda nuestra vida que de Él irradia, es decir, la resurrección
en Dios. El futuro de la humanidad nueva es Dios; una primera anticipación de
ello es precisamente su Iglesia. Cuando os sea posible, leed atentamente la
historia: os podréis dar cuenta de que la Iglesia, con el pasar de los años, no
envejece; antes bien, se hace cada vez más joven, porque camina al encuentro
del Señor, acercándose más cada día a la única y verdadera fuente de la que
mana la juventud, la regeneración y la fuerza de la vida.
Amigos que me escucháis, el futuro es Dios. Como hemos oído hace poco,
Él «enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni
dolor. Porque el primer mundo ha pasado» (Ap 21,4). Pero, mientras tanto, veo
ahora aquí algunos jóvenes angoleños –pero son miles– mutilados a
consecuencia de la guerra y de las minas, pienso en tantas lágrimas que
muchos de vosotros habéis derramado por la pérdida de vuestros familiares, y
no es difícil imaginar las sombrías nubes que aún cubren el cielo de vuestros
mejores sueños... Leo en vuestro corazón una duda que me planteáis: «Esto es
lo que tenemos. Lo que nos dices, no lo vemos. La promesa tiene la garantía
117

divina –y nosotros creemos en ella– pero ¿cuándo se alzará Dios para renovar
todas las cosas?». Jesús responde lo mismo que a sus discípulos: «No perdáis
la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay
muchas estancias, y me voy a prepararos sitio» (Jn 14,1-2). Pero, vosotros,
queridos jóvenes, insistís: «De acuerdo. Pero, ¿cuándo sucederá esto?». A una
pregunta parecida de los Apóstoles, Jesús respondió: «No os toca a vosotros
conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad.
Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser
mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1,7-8). Fijaos que Jesús no
nos deja sin respuesta; nos dice claramente una cosa: la renovación comienza
dentro; se os dará una fuerza de lo Alto. La fuerza dinámica del futuro está
dentro de vosotros.
Está dentro..., pero ¿cómo? Como la vida está oculta en la semilla: así lo
explicó Jesús en un momento crítico de su ministerio. Éste comenzó con gran
entusiasmo, pues la gente veía que se curaba a los enfermos, se expulsaba a los
demonios y se proclamaba el Evangelio; pero, por lo demás, el mundo seguía
como antes: los romanos dominaban todavía, la vida era difícil en el día a día,
a pesar de estos signos y de estas bellas palabras. El entusiasmo se fue
apagando, hasta el punto de que muchos discípulos abandonaron al Maestro
(cf. Jn 6,66), que predicaba, pero no transformaba el mundo. Y todos se
preguntaban: En fondo, ¿qué valor tiene este mensaje? ¿Qué aporta este
Profeta de Dios? Entonces, Jesús habló de un sembrador, que esparce su
semilla en el campo del mundo, explicando después que la semilla es su
Palabra (cf. Mc 4,3-20) y son sus curaciones: ciertamente poco, si se compara
con las enormes carencias y dificultades de la realidad cotidiana. Y, sin
embargo, en la semilla está presente el futuro, porque la semilla lleva consigo
el pan del mañana, la vida del mañana. La semilla parece que no es casi nada,
pero es la presencia del futuro, es la promesa que ya hoy está presente; cuando
cae en tierra buena da una cosecha del treinta, el sesenta y hasta el ciento por
uno.
Amigos míos, vosotros sois una semilla que Dios ha sembrado en la tierra,
que encierra en su interior una fuerza de lo Alto, la fuerza del Espíritu Santo.
No obstante, para que la promesa de vida se convierta en fruto, el único
camino posible es dar la vida por amor, es morir por amor. Lo dijo Jesús
mismo: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero,
si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,24-
25). Así habló y así hizo Jesús: su crucifixión parece un fracaso total, pero no
lo es. Jesús, en virtud «del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como
sacrificio sin mancha» (Hb 9,14). De este modo, cayendo en tierra, pudo dar
fruto en todo tiempo y a lo largo de todos los tiempos. En medio de vosotros
tenéis el nuevo Pan, el Pan de la vida futura, la Santa Eucaristía que nos
alimenta y hace brotar la vida trinitaria en el corazón de los hombres.
Jóvenes amigos, semillas con la fuerza del mismo Espíritu Eterno, que han
germinado al calor de la Eucaristía, en la que se realiza el testamento del
Señor. Él se nos entrega y nosotros respondemos entregándonos a los otros por
amor suyo. Éste es el camino de la vida; pero se podrá recorrer sólo con un
118

diálogo constante con el Señor y en auténtico diálogo entre vosotros. La


cultura social predominante no os ayuda a vivir la Palabra de Jesús, ni
tampoco el don de vosotros mismos, al que Él os invita según el designio del
Padre. Queridísimos amigos, la fuerza se encuentra dentro de vosotros, como
estaba en Jesús, que decía: «El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las
obras... El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún
mayores. Porque yo me voy al Padre» (Jn 14,10.12). Por eso, no tengáis miedo
de tomar decisiones definitivas. Generosidad no os falta, lo sé. Pero frente al
riesgo de comprometerse de por vida, tanto en el matrimonio como en una
vida de especial consagración, sentís miedo: «El mundo vive en continuo
movimiento y la vida está llena de posibilidades. ¿Podré disponer en este
momento por completo de mi vida sin saber los imprevistos que me esperan?
¿No será que yo, con una decisión definitiva, me juego mi libertad y me ato
con mis propias manos?» Éstas son las dudas que os asaltan y que la actual
cultura individualista y hedonista exaspera. Pero cuando el joven no se decide,
corre el riesgo de seguir siendo eternamente niño.
Yo os digo: ¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en
verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su
correcta orientación, permitiendo avanzar y alcanzar algo grande en la vida.
Sin duda, la vida tiene un valor sólo si tenéis el arrojo de la aventura, la
confianza de que el Señor nunca os dejará solos. Juventud angoleña, deja libre
dentro de ti al Espíritu Santo, a la fuerza de lo Alto. Confiando en esta fuerza,
como Jesús, arriésgate a dar este salto, por decirlo así, hacia lo definitivo y,
con él, da una posibilidad a la vida. Así se crearán entre vosotros islas, oasis y
después grandes espacios de cultura cristiana, donde se hará visible esa
«ciudad santa, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una
novia». Ésta es la vida que merece la pena vivir y que de corazón os deseo.
Viva la juventud de Angola.

CRECED EN VUESTRA AMISTAD CON CRISTO


20090322. Homilía. Luanda, Angola
…Permitidme concluir con una palabra dirigida particularmente a los
jóvenes de Angola y a todos los jóvenes de África. Queridos jóvenes amigos,
vosotros sois la esperanza del futuro de vuestro País, la promesa de un mañana
mejor. Comenzad a crecer desde hoy en vuestra amistad con Jesús, que es «el
camino, y la verdad, y la vida» (Jn 14,6): una amistad alimentada y
profundizada por la oración humilde y perseverante. Buscad su voluntad sobre
vosotros, escuchando cotidianamente su palabra y dejando que su ley modele
vuestra vida y vuestras relaciones. De este modo os convertiréis en profetas
sabios y generosos del amor salvador de Dios; llegaréis a ser evangelizadores
de vuestros propios compañeros, llevándolos con vuestro ejemplo personal a
que aprecien la belleza y la verdad del Evangelio, y a encaminarse por la
esperanza de un futuro plasmado por los valores del Reino de Dios. La Iglesia
necesita vuestro testimonio. No tengáis miedo de responder generosamente a
la llamada de Dios para servirlo, bien como sacerdotes, religiosas o religiosos,
119

bien como padres cristianos o en tantas otras formas de servicio que la Iglesia
os propone.
Queridos hermanos y hermanas, al final de la primera lectura de hoy, Ciro,
rey de Persia, inspirado por Dios, ordena al Pueblo elegido que vuelva a su
querida Patria y reconstruya el Templo del Señor. Que estas palabras del Señor
sean una llamada para todo el Pueblo de Dios en Angola y en toda África del
Sur: Levantaos, poneos en camino (cf. 2 Cr 36,23). Mirad al futuro con
esperanza, confiad en las promesas de Dios y vivid en su verdad. De este
modo construiréis algo destinado a permanecer, y dejaréis a las generaciones
futuras una herencia duradera de reconciliación, de justicia y de paz. Amén.

QUEREMOS VER A JESÚS


20090329. Homilía. Parroquia Santo Rostro de Jesús. Roma
…A vosotros, queridos jóvenes, quiero dirigiros en particular unas palabras
de aliento: dejaos atraer por la fascinación de Cristo. Contemplando su Rostro
con los ojos de la fe, pedidle: "Jesús, ¿qué quieres que haga yo contigo y por
ti?". Luego, permaneced a la escucha y, guiados por su Espíritu, cumplid el
plan que él tiene para cada uno de vosotros. Preparaos seriamente para
construir familias unidas y fieles al Evangelio, y para ser sus testigos en la
sociedad. Y si él os llama, estad dispuestos a dedicar totalmente vuestra vida a
su servicio en la Iglesia como sacerdotes o como religiosos y religiosas.
Queridos hermanos y hermanas de esta comunidad parroquial, el amor
infinito de Cristo que brilla en su Rostro resplandezca en todas vuestras
actitudes, y se convierta en vuestra "cotidianidad". Como exhortaba san
Agustín en una homilía pascual, "Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo
resucitó; vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre; que no se
apegue aquí nuestro corazón, sino que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro
jefe fue colgado de un madero; crucifiquemos la concupiscencia de la carne.
Yació en el sepulcro; sepultados con él, olvidemos las cosas pasadas. Está
sentado en el cielo; traslademos nuestros deseos a las cosas supremas"
(Discurso 229, D, 1).

LA CONVERSIÓN ES EL ÚNICO CAMINO A LA PAZ


20090328. Discurso. Jóvenes voluntarios
Para mí siempre es una alegría encontrarme con los jóvenes; en este caso
me siento aún más contento porque sois voluntarios del servicio civil,
característica que aumenta mi estima por vosotros y me invita a proponeros
algunas reflexiones vinculadas a vuestra actividad específica.
Queridos amigos, ¿qué puede decir el Papa a jóvenes comprometidos en el
servicio civil nacional? Ante todo, puede congratularse por el entusiasmo que
os anima y por la generosidad con que lleváis a cabo esta misión de paz.
Permitid también que os proponga una reflexión que, podría decir, os atañe de
modo más directo, una reflexión tomada de la constitución del concilio
Vaticano II Gaudium et spes—"alegría y esperanza"— sobre la Iglesia en el
mundo actual. En la parte final de ese documento conciliar, donde se afronta
120

también el tema de la paz entre los pueblos, se encuentra una expresión


fundamental sobre la que conviene detenerse: "La paz nunca se obtiene de
modo definitivo, sino que debe construirse continuamente" (n. 78). Es muy
real esta observación.
Por desgracia, las guerras y violencias no acaban nunca, y la búsqueda de
la paz siempre es ardua. En años marcados por el peligro de posibles conflictos
mundiales, el concilio Vaticano II denunció con fuerza —en este texto— la
carrera de armamentos. "La carrera de armamentos, a la que recurren bastantes
naciones, no es un camino seguro para conservar firmemente la paz", y añadía
inmediatamente que la carrera de armamentos "es una plaga gravísima de la
humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable" (ib., 81). Tras esa
constatación, que mostraba su preocupación, los padres conciliares expresaron
un deseo: "Habrá que elegir —afirmaron— nuevos caminos que partan de un
espíritu renovado para que este escándalo sea eliminado y, una vez liberado el
mundo de la ansiedad que lo oprime, pueda restablecerse una verdadera paz"
(ib.).
"Nuevos caminos", por tanto, "que partan de un espíritu renovado", de la
renovación de los corazones y de las conciencias. Hoy como entonces la
auténtica conversión de los corazones constituye el único camino que nos
puede conducir a cada uno de nosotros y a la humanidad entera a la paz
deseada. Es el camino indicado por Jesús: él, que es el Rey del universo, no
vino a traer la paz al mundo con un ejército, sino mediante el rechazo de la
violencia. Lo dijo explícitamente a Pedro, en el huerto de los Olivos: "Vuelve
tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen la espada, a espada
perecerán" (Mt 26, 52); y después a Poncio Pilato: "Si mi reino fuera de este
mundo, mi gente habría combatido para que no fuera entregado a los judíos:
pero mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36).
Es el camino que han seguido y siguen no sólo los discípulos de Cristo,
sino muchos hombres y mujeres de buena voluntad, testigos valientes de la
fuerza de la no violencia. También en la Gaudium et spes, el Concilio afirma:
"No podemos menos de alabar a aquellos que, renunciando a la acción violenta
para reivindicar sus derechos, recurren a los medios de defensa que están
incluso al alcance de los más débiles, siempre que esto pueda hacerse sin
perjudicar los derechos y los deberes de los demás o de la comunidad" (n. 78).
A esta clase de agentes de paz pertenecéis también vosotros, queridos jóvenes
amigos. Así pues, sed siempre y en todas partes instrumentos de paz,
rechazando con decisión el egoísmo y la injusticia, la indiferencia y el odio,
para construir y difundir con paciencia y perseverancia la justicia, la igualdad,
la libertad, la reconciliación, la acogida y el perdón en cada comunidad.
Quiero dirigiros aquí, queridos jóvenes, la invitación con la que concluí el
mensaje anual del 1 de enero pasado para la Jornada mundial de la paz,
exhortándoos a "ensanchar el corazón hacia las necesidades de los pobres,
haciendo cuanto sea concretamente posible para salir a su encuentro. En
efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según el cual
"combatir la pobreza es construir la paz"" (L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 12 de diciembre de 2008, p. 9). Muchos de vosotros —pienso
por ejemplo en quienes trabajan con Cáritas y en otras instituciones sociales—
121

estáis diariamente comprometidos en el servicio a personas con dificultades.


Pero siempre, en la variedad de los ámbitos de vuestras actividades, cada uno,
a través de esta experiencia de voluntariado, puede reforzar su propia
sensibilidad social, conocer más de cerca los problemas de la gente y hacerse
promotor activo de una solidaridad concreta. Este es, ciertamente, el principal
objetivo del servicio civil nacional, un objetivo formativo: educar a las
generaciones jóvenes a cultivar un sentido de atención responsable hacia las
personas necesitadas y hacia el bien común.
Queridos chicos y chicas, un día Jesús dijo a la gente que le seguía: "Quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su propia vida por mi causa
y por la del Evangelio, la salvará" (Mc 8, 35). En estas palabras hay una
verdad no sólo cristiana, sino universalmente humana: la vida es un misterio
de amor, que nos pertenece tanto más cuanto más la entregamos, o mejor,
cuanto más nos entregamos, es decir, cuanto más hacemos el don de nosotros
mismos, de nuestro tiempo, de nuestros recursos y cualidades por el bien de
los demás.
Lo dice una célebre oración atribuida a san Francisco de Asís, que empieza
así: "Oh, Señor, haz de mí un instrumento de tu paz"; y termina con estas
palabras: "Porque dando se recibe, perdonando se es perdonado, muriendo se
resucita para la vida eterna".
Queridos amigos, que esta sea siempre la lógica de vuestra vida, no sólo
ahora que sois jóvenes, sino también mañana, cuando desempeñéis —os lo
deseo— funciones significativas en la sociedad y forméis una familia. Sed
personas dispuestas a gastarse por los demás, dispuestas incluso a sufrir por el
bien y la justicia.

CRISTO OS AMA DE MODO ÚNICO Y PERSONAL


20090406. Discurso. Jóvenes que recogen la cruz de la JMJ
Os animo, por tanto, a descubrir en la Cruz la medida infinita del amor de
Cristo, y poder decir así, como san Pablo: «vivo en la fe del Hijo de Dios, que
me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20). Sí, queridos jóvenes, Cristo se ha
entregado por cada uno de vosotros y os ama de modo único y personal.
Responded vosotros al amor de Cristo ofreciéndole vuestra vida con amor. De
este modo, la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud, cuyos
trabajos habéis comenzado con mucha ilusión y entrega, serán recompensados
con el fruto que pretenden estas Jornadas: renovar y fortalecer la experiencia
del encuentro con Cristo muerto y resucitado por nosotros.
Id tras las huellas de Cristo. Él es vuestra meta, vuestro camino y también
vuestro premio. En el lema que he escogido para la Jornada de Madrid, el
apóstol Pablo invita a caminar, «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la
fe» (Col 2,7). La vida es un camino, ciertamente. Pero no es un camino
incierto y sin destino fijo, sino que conduce a Cristo, meta de la vida humana y
de la historia. Por este camino llegaréis a encontraros con Aquel que,
entregando su vida por amor, os abre las puertas de la vida eterna. Os invito,
pues, a formaros en la fe que da sentido a vuestra vida y a fortalecer vuestras
convicciones, para poder así permanecer firmes en las dificultades de cada día.
122

Os exhorto, además, a que, en el camino hacia Cristo, sepáis atraer a vuestros


jóvenes amigos, compañeros de estudio y de trabajo, para que también ellos lo
conozcan y lo confiesen como Señor de sus vidas. Para ello, dejad que la
fuerza de lo Alto que está dentro de vosotros, el Espíritu Santo, se manifieste
con su inmenso atractivo. Los jóvenes de hoy necesitan descubrir la vida
nueva que viene de Dios, saciarse de la verdad que tiene su fuente en Cristo
muerto y resucitado y que la Iglesia ha recibido como un tesoro para todos los
hombres.
Queridos jóvenes, este tiempo de preparación a la Jornada de Madrid es
una ocasión extraordinaria para experimentar además la gracia de pertenecer a
la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Las Jornadas de la Juventud manifiestan el
dinamismo de la Iglesia y su eterna juventud. Quien ama a Cristo, ama a la
Iglesia con una misma pasión, pues ella nos permite vivir en una relación
estrecha con el Señor. Por ello, cultivad las iniciativas que permitan a los
jóvenes sentirse miembros de la Iglesia, en plena comunión con sus pastores y
con el Sucesor de Pedro. Orad en común, abriendo las puertas de vuestras
parroquias, asociaciones y movimientos para que todos puedan sentirse en la
Iglesia como en su propia casa, en la que son amados con el mismo amor de
Dios. Celebrad y vivid vuestra fe con inmensa alegría, que es el don del
Espíritu. Así, vuestros corazones y los de vuestros amigos se prepararán para
celebrar la gran fiesta que es la Jornada de la Juventud y todos
experimentaremos una nueva epifanía de la juventud de la Iglesia.
En estos días tan hermosos de la Semana Santa, que ayer iniciamos, os
aliento a contemplar a Cristo en los misterios de su pasión, muerte y
resurrección. En ellos hallaréis lo que supera toda sabiduría y conocimiento, es
decir, el amor de Dios manifestado en Cristo. Aprended de Él, que no vino «a
ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45).
Éste es el estilo del amor de Cristo, marcado con el signo de la cruz gloriosa,
en la que Cristo es exaltado, a la vista de todos, con el corazón abierto, para
que el mundo pueda mirar y ver, a través de su perfecta humanidad, el amor
que nos salva. La cruz se convierte así en el signo mismo de la vida, pues en
ella Cristo vence el pecado y la muerte mediante la total entrega de sí mismo.
Por eso, hemos de abrazar y adorar la cruz del Señor, hacerla nuestra, aceptar
su peso como el Cireneo para participar en lo único que puede redimir a toda
la humanidad (cf. Col 1,24). En el bautismo habéis sido marcados con la cruz
de Cristo y le pertenecéis totalmente. Haceos cada vez más dignos ella y jamás
os avergoncéis de este signo supremo del amor.

JUAN PABLO II: AUDAZ DEFENSOR DE CRISTO


20090402. Homilía. Cuarto aniversario de fallecimiento
…Queridos jóvenes, no se puede vivir sin esperar. La experiencia muestra
que todo, incluida nuestra vida misma, corre peligro, puede derrumbarse por
cualquier motivo interno o externo a nosotros, en cualquier momento. Es
normal: todo lo humano, y por tanto también la esperanza, no tiene
fundamento en sí mismo, sino que necesita una "roca" en la cual apoyarse. Por
eso, san Pablo escribe que los cristianos están llamados a fundar la esperanza
123

humana en el "Dios vivo". Sólo en él es segura y fiable. Más aún, sólo Dios,
que en Jesucristo nos ha revelado la plenitud de su amor, puede ser nuestra
esperanza firme, pues en él, nuestra esperanza, hemos sido salvados (cf. Rm 8,
24).
Pero, prestad atención: en momentos como este, dado el contexto cultural y
social en que vivimos, podría ser más fuerte el riesgo de reducir la esperanza
cristiana a una ideología, a un eslogan de grupo, a un revestimiento exterior.
Nada más contrario al mensaje de Jesús. Él no quiere que sus discípulos
"representen un papel", quizás el de la esperanza. Quiere que "sean"
esperanza, y sólo pueden serlo si permanecen unidos a él. Quiere que cada uno
de vosotros, queridos jóvenes amigos, sea una pequeña fuente de esperanza
para su prójimo, y que todos juntos seáis un oasis de esperanza para la
sociedad dentro de la cual estáis insertados.
Ahora bien, esto es posible con una condición: que viváis de él y en él,
mediante la oración y los sacramentos, como os he escrito en el Mensaje de
este año. Si las palabras de Cristo permanecen en nosotros, podemos propagar
la llama del amor que él ha encendido en la tierra; podemos enarbolar la
antorcha de la fe y de la esperanza, con la que avanzamos hacia él, mientras
esperamos su vuelta gloriosa al final de los tiempos. Es la antorcha que el Papa
Juan Pablo II nos ha dejado en herencia. Me la entregó a mí, como sucesor
suyo; y yo esta tarde la entrego idealmente, una vez más, de un modo especial
a vosotros, jóvenes de Roma, para que sigáis siendo centinelas de la mañana,
vigilantes y gozosos en esta alba del tercer milenio. Responded generosamente
al llamamiento de Cristo. En particular, durante el Año sacerdotal que
comenzará el 19 de junio próximo, si Jesús os llama, estad prontos y
dispuestos a seguirlo en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada.
"Este es el momento favorable, este es el día de la salvación". En la
aclamación antes del Evangelio, la liturgia nos ha exhortado a renovar ahora
—y en cada instante es "momento favorable"— nuestra decidida voluntad de
seguir a Cristo, seguros de que él es nuestra salvación.

LA CIENCIA NECESITA DE LA SABIDURÍA


20090509. Discurso. Bendición Universidad de Madaba
Para mí es una gran alegría bendecir la primera piedra de la Universidad de
Madaba. (…) Felicito a los promotores de esta nueva institución por confiar
con valentía en la buena educación como primer paso para el desarrollo
personal y para la paz y el progreso en la región. En este contexto la
Universidad de Madaba seguramente tendrá presentes tres objetivos
importantes. Al desarrollar los talentos y las nobles aptitudes de las sucesivas
generaciones de alumnos, los preparará para servir a la comunidad más amplia
y elevar su nivel de vida. Transmitiendo el conocimiento e infundiendo en los
alumnos el amor a la verdad, promoverá en gran medida su adhesión a los
valores sólidos y su libertad personal. Por último, esta misma formación
intelectual afinará su espíritu crítico, disipará su ignorancia y sus prejuicios, y
les ayudará a romper los hechizos creados por ideologías antiguas y nuevas.
124

Este proceso tendrá como resultado una universidad que no sólo sea
tribuna para consolidar la adhesión a la verdad y a los valores de una cultura
determinada, sino también un lugar de entendimiento y de diálogo. Mientras
asimilan su herencia cultural, los jóvenes de Jordania y los demás estudiantes
de la región podrán adquirir un conocimiento más profundo de las conquistas
culturales de la humanidad, se enriquecerán con otros puntos de vista y se
formarán en la comprensión, la tolerancia y la paz.
Este tipo de educación "más amplia" es lo que se espera de las instituciones
de educación superior y de su contexto cultural, tanto secular como religioso.
En realidad, la fe en Dios no suprime la búsqueda de la verdad; al contrario, la
estimula. San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a abrir su mente a
"todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de
honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio" (Flp 4, 8).
Desde luego, la religión, como la ciencia y la tecnología, la filosofía y
cualquier otra expresión de nuestra búsqueda de la verdad, puede corromperse.
La religión se desfigura cuando se la obliga a ponerse al servicio de la
ignorancia o del prejuicio, del desprecio, la violencia y el abuso. En este caso
no sólo se da una perversión de la religión, sino también una corrupción de la
libertad humana, un estrechamiento y oscurecimiento de la mente.
Evidentemente, ese desenlace no es inevitable. No cabe duda de que,
cuando promovemos la educación, proclamamos nuestra confianza en el don
de la libertad. El corazón humano se puede endurecer por los límites de su
ambiente, por intereses y pasiones. Pero toda persona también está llamada a
la sabiduría y a la integridad, a la elección más importante y fundamental de
todas: la del bien sobre el mal, de la verdad sobre la injusticia, y se la puede
ayudar en esa tarea.
La persona genuinamente religiosa percibe la llamada a la integridad
moral, dado que al Dios de la verdad, del amor y de la belleza no se le puede
servir de ninguna otra manera. La fe madura en Dios sirve en gran medida
para guiar la adquisición y la correcta aplicación del conocimiento. La ciencia
y la tecnología brindan beneficios extraordinarios a la sociedad y han
mejorado mucho la calidad de vida de muchos seres humanos. No cabe duda
de que esta es una de las esperanzas de cuantos promueven esta Universidad,
cuyo lema es Sapientia et Scientia.
Al mismo tiempo, la ciencia tiene sus límites. No puede dar respuesta a
todos los interrogantes que atañen al hombre y su existencia. En realidad, la
persona humana, su lugar y su finalidad en el universo, no puede contenerse
dentro de los confines de la ciencia. «La naturaleza intelectual de la persona
humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría, que
atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y
el bien» (Gaudium et spes, 15).
El uso del conocimiento científico necesita la luz orientadora de la
sabiduría ética. Esa es la sabiduría que ha inspirado el juramento de
Hipócrates, la Declaración universal de derechos humanos de 1948, la
Convención de Ginebra y otros laudables códigos internacionales de conducta.
Por tanto, la sabiduría religiosa y ética, al responder a los interrogantes sobre
el sentido y el valor, desempeñan un papel central en la formación profesional.
125

En consecuencia, las universidades donde la búsqueda de la verdad va unida a


la búsqueda de lo que hay de bueno y noble prestan un servicio indispensable
a la sociedad.
Con estos pensamientos en la mente, animo de modo especial a los
estudiantes cristianos de Jordania y de las regiones vecinas a dedicarse con
responsabilidad a una adecuada formación profesional y moral. Estáis
llamados a ser constructores de una sociedad justa y pacífica, compuesta de
personas de diversas tradiciones religiosas y étnicas. Esas realidades —deseo
subrayarlo una vez más— no deben llevar a la división, sino a un
enriquecimiento mutuo. La misión y la vocación de la Universidad de Madaba
es precisamente ayudaros a participar más plenamente en esta noble tarea.

ORA ET LABORA ET LEGE


20090524. Homilía. Cassino
Queridos hermanos y hermanas, en esta celebración resuena el eco de la
exhortación de san Benito a mantener el corazón fijo en Cristo, a no anteponer
nada a él. Esto no nos distrae; al contrario, nos impulsa aún más a
comprometernos en la construcción de una sociedad donde la solidaridad se
exprese mediante signos concretos. Pero ¿cómo? La espiritualidad benedictina,
que conocéis bien, propone un programa evangélico sintetizado en el lema:
ora et labora et lege, la oración, el trabajo y la cultura.
Ante todo, la oración, que es el legado más hermoso de san Benito a los
monjes, pero también a vuestra Iglesia particular: a vuestro clero, formado en
gran parte en el seminario diocesano, alojado durante siglos en la misma
abadía de Montecassino; a los seminaristas; a las numerosas personas
educadas en las escuelas, en los centros recreativos benedictinos y en vuestras
parroquias; y a todos vosotros, que vivís en esta tierra. Elevando la mirada
desde cada pueblo y aldea de la diócesis, podéis admirar esa referencia
constante al cielo que es el monasterio de Montecassino, al que subís todos los
años en procesión la víspera de Pentecostés.
La oración, a la que cada mañana la campana de san Benito invita a los
monjes con sus toques graves es el sendero silencioso que nos conduce
directamente al corazón de Dios; es la respiración del alma, que nos devuelve
la paz en medio de las tormentas de la vida. Además, en la escuela de san
Benito, los monjes han cultivado siempre un amor especial a la Palabra de
Dios en la lectio divina, que hoy es patrimonio común de muchos. Que la
escucha atenta de la Palabra divina alimente vuestra oración y os convierta en
profetas de verdad y de amor, a través de un compromiso común de
evangelización y promoción humana.
Otro eje de la espiritualidad benedictina es el trabajo. Humanizar el mundo
laboral es típico del alma del monaquismo, y este es también el esfuerzo de
vuestra comunidad, que procura estar al lado de los numerosos trabajadores de
la gran industria presente en Cassino y de las empresas vinculadas a ella. Sé
cuán crítica es la situación de gran número de obreros. Expreso mi solidaridad
a cuantos viven en una situación de precariedad preocupante, a los
trabajadores con seguro de desempleo o incluso despedidos. La herida del
126

desempleo, que aflige a este territorio, debe inducir a los responsables de la


administración pública, a los empresarios y a cuantos tienen posibilidad de
hacerlo, a buscar, con la contribución de todos, soluciones válidas para la crisis
del empleo, creando nuevos puestos de trabajo para salvaguardar a las
familias.
Por último, también forma parte de vuestra tradición la atención al mundo
de la cultura y de la educación. El célebre archivo y la biblioteca de
Montecassino recogen innumerables testimonios del compromiso de hombres
y mujeres que han meditado y buscado cómo mejorar la vida espiritual y
material del hombre. En vuestra abadía se palpa el "quaerere Deum", es decir,
el hecho de que la cultura europea ha sido la búsqueda de Dios y la
disponibilidad a escucharlo. Y esto vale también en nuestro tiempo.
En el actual esfuerzo cultural orientado a crear un nuevo humanismo,
vosotros, fieles a la tradición benedictina, con razón también queréis subrayar
la atención al hombre frágil, débil, a las personas discapacitadas y a los
inmigrantes.
Queridos hermanos y hermanas, no es difícil percibir que vuestra
comunidad, esta porción de Iglesia que vive en torno a Montecassino, es
heredera y depositaria de la misión, impregnada del espíritu de san Benito, de
proclamar que en nuestra vida nadie ni nada debe quitar a Jesús el primer
lugar; la misión de construir, en nombre de Cristo, una nueva humanidad
caracterizada por la acogida y la ayuda a los más débiles.

NUEVAS TECNOLOGÍAS, NUEVAS RELACIONES


20090524. Mensaje. Jornada mundial comunicaciones sociales.
Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
me es grato dirigirme a vosotros para exponeros algunas de mis reflexiones
sobre el tema elegido este año: Nuevas tecnologías, nuevas relaciones.
Promover una cultura de respeto, de diálogo y amistad. En efecto, las nuevas
tecnologías digitales están provocando hondas transformaciones en los
modelos de comunicación y en las relaciones humanas. Estos cambios resaltan
más aún entre los jóvenes que han crecido en estrecho contacto con estas
nuevas técnicas de comunicación y que, por tanto, se sienten a gusto en el
mundo digital, que resulta sin embargo menos familiar a muchos de nosotros,
adultos, que hemos debido empezar a entenderlo y apreciar las oportunidades
que ofrece para la comunicación. En el mensaje de este año, pienso
particularmente en quienes forman parte de la llamada generación digital.
Quisiera compartir con ellos algunas ideas sobre el extraordinario potencial de
las nuevas tecnologías, cuando se usan para favorecer la comprensión y la
solidaridad humana. Estas tecnologías son un verdadero don para la
humanidad y por ello debemos hacer que sus ventajas se pongan al servicio de
todos los seres humanos y de todas las comunidades, sobre todo de los más
necesitados y vulnerables.
El fácil acceso a teléfonos móviles y computadoras, unido a la dimensión
global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para
enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias y hasta los
127

lugares más remotos del mundo. Esta posibilidad era impensable para las
precedentes generaciones. Los jóvenes especialmente se han dado cuenta del
enorme potencial de los nuevos medios para facilitar la conexión, la
comunicación y la comprensión entre las personas y las comunidades, y los
utilizan para estar en contacto con sus amigos, para encontrar nuevas
amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias,
para compartir sus ideas y opiniones. De esta nueva cultura de comunicación
se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en contacto
aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e
investigadores tienen acceso más fácil e inmediato a documentos, fuentes y
descubrimientos científicos, y pueden así trabajar en equipo desde diversos
lugares; además, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas
más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso
social.
Aunque nos asombra la velocidad con que han evolucionado las nuevas
tecnologías en cuanto a su fiabilidad y eficiencia, no debería de sorprendernos
su popularidad entre los usuarios, pues ésta responde al deseo fundamental de
las personas de entrar en relación unas con otras. Este anhelo de comunicación
y amistad tiene su raíz en nuestra propia naturaleza humana y no puede
comprenderse adecuadamente sólo como una respuesta a las innovaciones
tecnológicas. A la luz del mensaje bíblico, ha de entenderse como reflejo de
nuestra participación en el amor comunicativo y unificador de Dios, que quiere
hacer de toda la humanidad una sola familia. Cuando sentimos la necesidad de
acercarnos a otras personas, cuando deseamos conocerlas mejor y darnos a
conocer, estamos respondiendo a la llamada divina, una llamada que está
grabada en nuestra naturaleza de seres creados a imagen y semejanza de Dios,
el Dios de la comunicación y de la comunión.
El deseo de estar en contacto y el instinto de comunicación, que parecen
darse por descontados en la cultura contemporánea, son en el fondo
manifestaciones modernas de la tendencia fundamental y constante del ser
humano a ir más allá de sí mismo para entrar en relación con los demás. En
realidad, cuando nos abrimos a los demás, realizamos una de nuestras más
profundas aspiraciones y nos hacemos más plenamente humanos. En efecto,
amar es aquello para lo que hemos sido concebidos por el Creador.
Naturalmente, no hablo de relaciones pasajeras y superficiales; hablo del
verdadero amor, que es el centro de la enseñanza moral de Jesús: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con
todas tus fuerzas”, y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mc 12, 30-
31). Con esta luz, al reflexionar sobre el significado de las nuevas tecnologías,
es importante considerar no sólo su indudable capacidad de favorecer el
contacto entre las personas, sino también la calidad de los contenidos que se
deben poner en circulación. Deseo animar a todas las personas de buena
voluntad, y que trabajan en el mundo emergente de la comunicación digital,
para que se comprometan a promover una cultura de respeto, diálogo y
amistad.
Por lo tanto, quienes se ocupan del sector de la producción y difusión de
contenidos de los nuevos medios, han de comprometerse a respetar la
128

dignidad y el valor de la persona humana. Si las nuevas tecnologías deben


servir para el bien de los individuos y de la sociedad, quienes las usan deben
evitar compartir palabras e imágenes degradantes para el ser humano, y excluir
por tanto lo que alimenta el odio y la intolerancia, envilece la belleza y la
intimidad de la sexualidad humana, o lo que explota a los débiles e indefensos.
Las nuevas tecnologías han abierto también caminos para el diálogo entre
personas de diversos países, culturas y religiones. El nuevo espacio digital,
llamado ciberespacio, permite encontrarse y conocer los valores y tradiciones
de otros. Sin embargo, para que esos encuentros den fruto, se requieren formas
honestas y correctas de expresión, además de una escucha atenta y respetuosa.
El diálogo debe estar basado en una búsqueda sincera y recíproca de la verdad,
para potenciar el desarrollo en la comprensión y la tolerancia. La vida no es
una simple sucesión de hechos y experiencias; es más bien la búsqueda de la
verdad, del bien, de la belleza. A dichos fines se encaminan nuestras
decisiones y el ejercicio de nuestra libertad, y en ellos —la verdad, el bien y la
belleza— encontramos felicidad y alegría. No hay que dejarse engañar por
quienes tan sólo van en busca de consumidores en un mercado de
posibilidades indiferenciadas, donde la elección misma se presenta como el
bien, la novedad se confunde con la belleza y la experiencia subjetiva suplanta
a la verdad.
El concepto de amistad ha tenido un nuevo auge en el vocabulario de las
redes sociales digitales que han surgido en los últimos años. Este concepto es
una de las más nobles conquistas de la cultura humana. En nuestras amistades,
y a través de ellas, crecemos y nos desarrollamos como seres humanos.
Precisamente por eso, siempre se ha considerado la verdadera amistad como
una de las riquezas más grandes que puede tener el ser humano. Por tanto, se
ha de tener cuidado de no banalizar el concepto y la experiencia de la amistad.
Sería una pena que nuestro deseo de establecer y desarrollar las amistades on
line fuera en deterioro de nuestra disponibilidad para la familia, los vecinos y
quienes encontramos en nuestra realidad cotidiana, en el lugar de trabajo, en la
escuela o en el tiempo libre. En efecto, cuando el deseo de conexión virtual se
convierte en obsesivo, la consecuencia es que la persona se aísla,
interrumpiendo su interacción social real. Esto termina por alterar también los
ritmos de reposo, de silencio y de reflexión necesarios para un sano desarrollo
humano.
La amistad es un gran bien para las personas, pero se vaciaría de sentido si
fuese considerado como un fin en sí mismo. Los amigos deben sostenerse y
animarse mutuamente para desarrollar sus capacidades y talentos, y para poner
éstos al servicio de la comunidad humana. En este contexto es alentador ver
surgir nuevas redes digitales que tratan de promover la solidaridad humana, la
paz y la justicia, los derechos humanos, el respeto por la vida y el bien de la
creación. Estas redes pueden facilitar formas de cooperación entre pueblos de
diversos contextos geográficos y culturales, permitiéndoles profundizar en la
humanidad común y en el sentido de corresponsabilidad para el bien de todos.
Pero se ha de procurar que el mundo digital en el que se crean esas redes sea
realmente accesible a todos. Sería un grave daño para el futuro de la
humanidad si los nuevos instrumentos de comunicación, que permiten
129

compartir saber e información de modo más veloz y eficaz, no fueran


accesibles a quienes ya están social y económicamente marginados, o si
contribuyeran tan sólo a acrecentar la distancia que separa a los pobres de las
nuevas redes que se desarrollan al servicio de la información y la socialización
humana.
Quisiera concluir este mensaje dirigiéndome de manera especial a los
jóvenes católicos, para exhortarlos a llevar al mundo digital el testimonio de su
fe. Amigos, sentíos comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo
ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya
vuestra vida. En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus
discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así
como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta
comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos,
con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de
Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en
profundidad para usarlas después de manera adecuada. A vosotros, jóvenes,
que casi espontáneamente os sentís en sintonía con estos nuevos medios de
comunicación, os corresponde de manera particular la tarea de evangelizar este
“continente digital”. Haceos cargo con entusiasmo del anuncio del Evangelio a
vuestros coetáneos. Vosotros conocéis sus temores y sus esperanzas, sus
entusiasmos y sus desilusiones. El don más valioso que les podéis ofrecer es
compartir con ellos la “buena noticia” de un Dios que se hizo hombre,
padeció, murió y resucitó para salvar a la humanidad. El corazón humano
anhela un mundo en el que reine el amor, donde los bienes sean compartidos,
donde se edifique la unidad, donde la libertad encuentre su propio sentido en la
verdad y donde la identidad de cada uno se logre en una comunión respetuosa.
La fe puede dar respuesta a estas aspiraciones: ¡sed sus mensajeros! El Papa
está junto a vosotros con su oración y con su bendición.

LA TAREA FUNDAMENTAL DE LA EDUCACIÓN


20090528. Discurso. Conferencia episcopal italiana
No ignoramos las dificultades que las parroquias encuentran al llevar a sus
miembros a una plena adhesión a la fe cristiana en nuestro tiempo. No es
casualidad que muchos pidan una renovación marcada por una colaboración
cada vez mayor de los laicos y de su corresponsabilidad misionera.
Por estas razones, en la acción pastoral oportunamente habéis querido
profundizar el compromiso misionero que ha caracterizado el camino de la
Iglesia en Italia después del Concilio, poniendo en el centro de la reflexión de
vuestra asamblea la tarea fundamental de la educación. Como he rea-firmado
en varias ocasiones, se trata de una exigencia constitutiva y permanente de la
vida de la Iglesia, que hoy tiende a asumir carácter de urgencia e incluso de
emergencia.
Durante estos días habéis tenido ocasión de escuchar, reflexionar y debatir
sobre la necesidad de preparar una especie de proyecto educativo, que brote de
una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir únicamente
de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo. Él es el Maestro
130

en cuya escuela se ha de redescubrir la tarea educativa como una altísima


vocación a la que, con diversas modalidades, están llamados todos los fieles.
En este tiempo, en el que es fuerte la fascinación de concepciones relativistas y
nihilistas de la vida y en el que se pone en tela de juicio la legitimidad misma
de la educación, la primera contribución que podemos dar es la de testimoniar
nuestra confianza en la vida y en el hombre, en su razón y en su capacidad de
amar.
Esta confianza no es fruto de un optimismo ingenuo, sino que nos viene de
la "esperanza fiable" (Spe salvi, 1) que se nos da mediante la fe en la redención
realizada por Jesucristo. Con referencia a este fundado acto de amor al
hombre, puede surgir una alianza educativa entre todos los que tienen
responsabilidades en este delicado ámbito de la vida social y eclesial.
La conclusión, el domingo próximo, del trienio del Ágora de los jóvenes
italianos, en el que vuestra Conferencia ha llevado a cabo un itinerario
articulado de animación de la pastoral juvenil, constituye una invitación a
verificar el camino educativo que se está realizando y a emprender nuevos
proyectos destinados a una franja de destinatarios, la de las nuevas
generaciones, sumamente amplia y significativa para las responsabilidades
educativas de nuestras comunidades eclesiales y de toda la sociedad.
Por último, la obra formativa se extiende también a la edad adulta, que no
queda excluida de una verdadera responsabilidad de educación permanente.
Nadie queda excluido de la tarea de ocuparse del crecimiento propio y del
ajeno hasta "la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).
La dificultad de formar cristianos auténticos se mezcla, hasta confundirse,
con la dificultad de hacer que crezcan hombres y mujeres responsables y
maduros, en los que la conciencia de la verdad y del bien, y la adhesión libre a
ellos, estén en el centro del proyecto educativo, capaz de dar forma a un
itinerario de crecimiento global debidamente preparado y acompañado. Por
esto, junto con un adecuado proyecto que indique la finalidad de la educación
a la luz del modelo acabado que se quiere seguir, hacen falta educadores
autorizados a los que las nuevas generaciones puedan mirar con confianza.
En este Año paulino, que hemos vivido con la profundización de la palabra
y del ejemplo del gran Apóstol de los gentiles, y que de diversos modos habéis
celebrado en vuestras diócesis y precisamente ayer todos juntos en la basílica
de San Pablo extramuros, resuena con singular eficacia su invitación: "Sed
imitadores míos" (1 Co 11, 1). Son palabras valientes, pero un verdadero
educador pone en juego en primer lugar su persona y sabe unir autoridad y
ejemplaridad en la tarea de educar a los que le han sido encomendados. De
ello somos conscientes nosotros mismos, que hemos sido constituidos guías en
medio del pueblo de Dios, a los que el apóstol san Pedro dirige, a su vez, la
invitación a apacentar la grey de Dios "siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3).
También sobre estas palabras nos conviene meditar.

ESPIRITUALIDAD Y POLÍTICA EN ALCIDE DE GASPERI


20090620. Discurso. Fundación Alcide de Gasperi.
131

De Gasperi, formado en la escuela del Evangelio, fue capaz de traducir en


actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Espiritualidad y política
fueron dos dimensiones que convivieron en su persona y caracterizaron su
compromiso social y espiritual. Con prudente clarividencia guió la
reconstrucción de la Italia salida del fascismo y de la segunda guerra mundial,
y le trazó con valor el camino hacia el futuro; defendió su libertad y su
democracia; relanzó su imagen en ámbito internacional; y promovió su
recuperación económica abriéndose a la colaboración de todas las personas de
buena voluntad.
En él espiritualidad y política se integraron tan bien que, si se quiere
comprender a fondo a este estimado hombre de gobierno, no hay que limitarse
a registrar los resultados políticos que consiguió, sino que es necesario tener
en cuenta también su fina sensibilidad religiosa y la fe firme que
constantemente animó su pensamiento y su acción. En 1981, a cien años de su
nacimiento, mi venerado predecesor Juan Pablo II le rindió homenaje,
afirmando que “en él la fe fue centro inspirador, fuerza cohesiva, criterio de
valores, razón de opción” (L'Osservatore Romano, edición en lengua española,
12 de abril de 1981, p. 9).
Las raíces de tan sólido testimonio evangélico deben buscarse en la
formación humana y espiritual que recibió en su región, Trentino, en una
familia en la que el amor a Cristo constituía el pan de cada día y la referencia
de toda opción. Tenía poco más de veinte años cuando, en 1902, participando
en el primer Congreso católico de Trento, trazó las líneas de acción apostólica
que constituirían el programa de toda su vida: “No basta conservar el
cristianismo en sí mismos —afirmó—; conviene combatir con todo el grueso
del ejército católico a fin de reconquistar para la fe los campos perdidos” (cf.
A. De Gasperi, I cattolici trentini sotto l'Austria, ed. di storia e letteratura,
Roma 1964, p. 24). Permaneció fiel a esta orientación hasta la muerte, incluso
a costa de sacrificios personales, fascinado por la figura de Cristo. “No soy un
beato —escribió a su futura esposa Francesca— y tal vez ni siquiera tan
religioso como debería ser; pero la personalidad del Cristo vivo me arrastra,
me subyuga, me fascina como a un muchacho. Ven, quiero que estés conmigo
y me sigas en esta misma atracción, como hacia un abismo de luz” (A. De
Gasperi, Cara Francesca, Lettere, a cargo de M.R. De Gasperi, ed.
Morcelliana, Brescia 1999, pp. 40-41).
Por eso, no sorprende saber que en su jornada, llena de compromisos
institucionales, ocupaban siempre un amplio espacio la oración y la relación
con Dios, comenzando cada día, cuando le era posible, con la participación en
la santa misa. Más aún, los momentos más caóticos y movidos marcaron el
culmen de su espiritualidad. Por ejemplo, cuando sufrió la experiencia de la
cárcel, llevó consigo como primer libro la Biblia y desde ese momento
conservó la costumbre de anotar las referencias bíblicas en hojitas para
alimentar constantemente su espíritu. Hacia el final de su actividad de
gobierno, tras un duro debate parlamentario, a un colega del gobierno que le
preguntó cuál era el secreto de su acción política le respondió: “¿Qué crees?
Es el Señor!”.
132

Queridos amigos, me gustaría hablar un poco más de este personaje que


honró a la Iglesia y a Italia, pero me limito a poner de relieve su reconocida
rectitud moral, basada en una indiscutible fidelidad a los valores humanos y
cristianos, así como la serena conciencia moral que le guió en las decisiones
políticas. “En el sistema democrático —afirmó en una de sus intervenciones—
se confiere un mandato político administrativo con una responsabilidad
específica..., pero al mismo tiempo hay una responsabilidad moral ante la
propia conciencia y, para decidir, la conciencia debe estar siempre iluminada
por la doctrina y la enseñanza de la Iglesia” (cf. A. De Gasperi, Discorsi
politici 1923-1954, ed. Cinque Lune, Roma 1990, p. 243). Ciertamente, en
algunos momentos no faltaron dificultades, y quizás también incomprensiones,
por parte del mundo eclesiástico, pero De Gasperi no vaciló en su adhesión a
la Iglesia, que —como atestigua él mismo en un discurso pronunciado en
Nápoles en junio de 1954— fue “plena y sincera..., también en las directrices
morales y sociales contenidas en los documentos pontificios, que casi
diariamente han alimentado y forman nuestra vocación a la vida pública”.
En esa misma ocasión aseguraba que “para actuar en el campo social y
político no basta la fe ni la virtud; conviene crear y alimentar un instrumento
adecuado a los tiempos... que tenga un programa, un método propio, una
responsabilidad autónoma, una índole y una gestión democrática”. Dócil y
obediente a la Iglesia, fue por tanto autónomo y responsable en sus decisiones
políticas, sin servirse de la Iglesia para fines políticos y sin descender nunca a
componendas con su conciencia recta. En el ocaso de sus días, poco antes de
morir, confortado por el apoyo de sus familiares, el 19 de agosto de 1954, tras
haber susurrado por tres veces el nombre de Jesús, pudo decir: “He hecho todo
lo que he podido; mi conciencia está en paz”.
Queridos amigos, mientras rezamos por el alma de este estadista de fama
internacional, que con su acción política sirvió a la Iglesia, a Italia y a Europa,
pidamos al Señor que el recuerdo de su experiencia de gobierno y de su
testimonio cristiano animen y estimulen a los que hoy gobiernan el destino de
Italia y de los demás pueblos, especialmente a quienes se inspiran en el
Evangelio.

CAPACES DE ENTREGA TOTAL POR AMOR A JESÚS


20090704. Discurso. Congreso europeo de pastoral vocacional.
La imagen de la tierra puede evocar la realidad más o menos buena de la
familia; el ambiente con frecuencia árido y duro del trabajo; los días de
sufrimiento y de lágrimas. La tierra es, sobre todo, el corazón de cada hombre,
en particular de los jóvenes, a los que os dirigís en vuestro servicio de escucha
y acompañamiento: un corazón a menudo confundido y desorientado, pero
capaz de contener en sí energías inimaginables de entrega; dispuesto a abrirse
en las yemas de una vida entregada por amor a Jesús, capaz de seguirlo con la
totalidad y la certeza que brota de haber encontrado el mayor tesoro de la
existencia. Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor.
Únicamente después de la siembra abundante y generosa de la Palabra de Dios
podemos adentrarnos en los senderos de acompañar y educar, de formar y
133

discernir. Todo ello va unido a esa pequeña semilla, don misterioso de la


Providencia celestial, que irradia una fuerza extraordinaria, pues la Palabra de
Dios es la que realiza eficazmente por sí misma lo que dice y desea.
Hay otra palabra de Jesús que utiliza la imagen de la semilla, y que se
puede relacionar con la parábola del sembrador: “Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Aquí
el Señor insiste en la correlación entre la muerte de la semilla y el “mucho
fruto” que dará. El grano de trigo es él, Jesús. El fruto es la “vida en
abundancia” (Jn 10, 10), que nos ha adquirido mediante su cruz. Esta es
también la lógica y la verdadera fecundidad de toda pastoral vocacional en la
Iglesia: como Cristo, el sacerdote y el animador deben ser un “grano de trigo”,
que renuncia a sí mismo para hacer la voluntad del Padre; que sabe vivir
oculto, alejado del clamor y del ruido; que renuncia a buscar la visibilidad y la
grandeza de imagen que hoy a menudo se convierten en criterios e incluso en
finalidades de la vida en buena parte de nuestra cultura y fascinan a muchos
jóvenes.
Queridos amigos, sed sembradores de confianza y de esperanza, pues la
juventud de hoy vive inmersa en un profundo sentido de extravío. Con
frecuencia las palabras humanas carecen de futuro y de perspectiva; carecen
incluso de sentido y de sabiduría. Se difunde una actitud de impaciencia
frenética y una incapacidad de vivir el tiempo de la espera. Sin embargo, esta
puede ser la hora de Dios: su llamada, mediante la fuerza y la eficacia de la
Palabra, genera un camino de esperanza hacia la plenitud de la vida. La
Palabra de Dios puede ser de verdad luz y fuerza, manantial de esperanza;
puede trazar una senda que pasa por Jesús, “camino” y “puerta”, a través de su
cruz, que es plenitud de amor.

CRISTIANOS EN LA UNIVERSIDAD
20090711. Discurso. Encuentro europeo estudiantes universitarios.
¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Pertenecéis a treinta y una naciones, y os
estáis preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio, importantes
funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestras potencialidades y, al
mismo tiempo, de vuestras responsabilidades.
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? El tema mismo sobre el que estáis
reflexionando sugiere la respuesta oportuna: “Nuevos discípulos de Emaús.
Como cristianos en la Universidad”. Tras el encuentro europeo de profesores
celebrado hace dos años, también vosotros, los estudiantes, os reunís ahora
para ofrecer a las Conferencias episcopales de Europa vuestra disponibilidad
para proseguir en el camino de elaboración cultural que san Benito intuyó
necesario para la maduración humana y cristiana de los pueblos de Europa.
Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos de Emaús, os encontráis
con el Señor resucitado en la experiencia eclesial concreta y, de modo
particular, en la celebración eucarística. “En cada misa —recordé a vuestros
coetáneos hace un año durante la Jornada mundial de la juventud en Sydney—
desciende nuevamente el Espíritu Santo, invocado en la plegaria solemne de la
Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y del vino en el
134

Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestra vida, para
hacer de nosotros, con su fuerza, “un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”
(Homilía en la misa de clausura, 20 de julio de 2008: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 25 de julio de 2008, p.12).
Vuestro compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por
tanto, en testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con Jesucristo,
Verdad que ilumina el camino de todo hombre. Del encuentro con él es de
donde brota la “novedad del corazón” capaz de dar una nueva orientación a la
existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y levadura de una
sociedad vivificada por el amor evangélico.
Como es fácil comprender, también la acción pastoral universitaria debe
expresarse entonces en todo su valor teológico y espiritual, ayudando a los
jóvenes a que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio más
profundo del hombre y de la historia. Y precisamente por su específica acción
evangelizadora, las comunidades eclesiales comprometidas en esa acción
misionera, como por ejemplo las capellanías universitarias, pueden ser el lugar
de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de ser
amados por Dios y estar llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la
pastoral universitaria.
En la Universidad la presencia cristiana es cada vez más exigente y al
mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos
pasados, a prestar su servicio insustituible al conocimiento, que en la sociedad
contemporánea es el verdadero motor del desarrollo. Del conocimiento,
enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de un pueblo de
saber mirar al futuro con esperanza, superando las tentaciones de una visión
puramente materialista de nuestra esencia y de la historia.
Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos
años de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir
vuestros mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra
personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar por el desarrollo del
conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere
cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la vastedad y
la complejidad del saber que la humanidad tiene a su disposición. La nueva
síntesis cultural, que en este tiempo se está elaborando en Europa y en el
mundo globalizado, necesita la aportación de intelectuales capaces de volver a
proponer en las aulas académicas el mensaje sobre Dios, o mejor, de hacer que
renazca el deseo del hombre de buscar a Dios —”quaerere Deum”— al que
me he referido en otras ocasiones.
Amad vuestras universidades, que son gimnasios de virtud y de servicio.
La Iglesia en Europa confía mucho en el generoso compromiso apostólico de
todos vosotros, consciente de los desafíos y de las dificultades, pero también
de las grandes potencialidades de la acción pastoral en el ámbito universitario.

EDUCACIÓN, TESTIMONIO, SIGNOS DE DIOS


20090906. Homilía. Visita pastoral a Viterbo y Bagnoregio.
135

….Fieles laicos, jóvenes y familias, ¡no tengáis miedo de vivir y


testimoniar la fe en los diversos ámbitos de la sociedad, en las múltiples
situaciones de la existencia humana! Viterbo también ha tenido al respecto
figuras prestigiosas. En esta ocasión es un deber y una alegría recordar al
joven Mario Fani de Viterbo, iniciador del “Círculo Santa Rosa”, que
encendió, junto a Giovanni Acquaderni, de Bolonia, la primera luz que
después se transformaría en la experiencia histórica del laicado en Italia: la
Acción católica. Se suceden las estaciones de la historia, cambian los
contextos sociales, pero es inmutable y no pasa de moda la vocación de los
cristianos a vivir el Evangelio en solidaridad con la familia humana, al paso de
los tiempos. He aquí el compromiso social, he aquí el servicio propio de la
acción política, he aquí el desarrollo humano integral.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el corazón se extravía en el
desierto de la vida, no tengáis miedo, confiad en Cristo, el primogénito de la
humanidad nueva: una familia de hermanos construida en la libertad y en la
justicia, en la verdad y en la caridad de los hijos de Dios. De esta gran familia
forman parte santos queridos para vosotros: Lorenzo, Valentino, Hilario, Rosa,
Lucía, Buenaventura y muchos otros. Nuestra Madre común es María, a quien
veneráis con el título de Virgen de la Encina como patrona de toda la diócesis
en su nueva configuración. Que ellos os conserven siempre unidos y alimenten
en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras y las obras, la presencia y
el amor de Cristo. Amén.

RETOMAR LA IDEA DE UNA FORMACIÓN INTEGRAL


20090927. Discurso. Encuentro con el mundo académico en Praga.
La libertad que está en la base del ejercicio de la razón —tanto en una
universidad como en la Iglesia— tiene un objetivo preciso: se dirige a la
búsqueda de la verdad, y como tal expresa una dimensión propia del
cristianismo, que de hecho llevó al nacimiento de la universidad.
En verdad, la sed de conocimiento del hombre impulsa a toda generación a
ampliar el concepto de razón y a beber en las fuentes de la fe.
La autonomía propia de una universidad, más aún, de cualquier institución
educativa, encuentra significado en la capacidad de ser responsable frente a la
verdad. A pesar de ello, esa autonomía puede resultar vana de distintas
maneras. La gran tradición formativa, abierta a lo trascendente, que está en el
origen de las universidades en toda Europa, quedó sistemáticamente
trastornada, aquí en esta tierra y en otros lugares, por la ideología reductiva del
materialismo, por la represión de la religión y por la opresión del espíritu
humano. Con todo, en 1989 el mundo fue testigo de modo dramático del
derrumbe de una ideología totalitaria fracasada y del triunfo del espíritu
humano.
El anhelo de libertad y de verdad forma parte inalienable de nuestra
humanidad común. Nunca puede ser eliminado y, como ha demostrado la
historia, sólo se lo puede negar poniendo en peligro la humanidad misma. A
este anhelo tratan de responder la fe religiosa, las distintas artes, la filosofía, la
136

teología y las demás disciplinas científicas, cada una con su método propio,
tanto en el plano de una atenta reflexión como en el de una buena praxis.
Ilustres rectores y profesores, juntamente con vuestra investigación, hay
otro aspecto esencial de la misión de la universidad en la que estáis
comprometidos, es decir, la responsabilidad de iluminar la mente y el corazón
de los jóvenes de hoy. Ciertamente, esta grave tarea no es nueva. Ya desde la
época de Platón, la instrucción no consiste en una mera acumulación de
conocimientos o habilidades, sino en una paideia, una formación humana en
las riquezas de una tradición intelectual orientada a una vida virtuosa. Si es
verdad que las grandes universidades, que en la Edad Media nacían en toda
Europa, tendían con confianza al ideal de la síntesis de todo saber, siempre
estaban al servicio de una auténtica humanitas, o sea, de una perfección del
individuo dentro de la unidad de una sociedad bien ordenada. Lo mismo
sucede hoy: los jóvenes, cuando se despierta en ellos la comprensión de la
plenitud y unidad de la verdad, experimentan el placer de descubrir que la
cuestión sobre lo que pueden conocer les abre el horizonte de la gran aventura
de cómo deben ser y qué deben hacer.
Es preciso retomar la idea de una formación integral, basada en la unidad
del conocimiento enraizado en la verdad. Eso sirve para contrarrestar la
tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia la fragmentación
del saber. Con el crecimiento masivo de la información y de la tecnología
surge la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad. Sin
embargo, la razón, una vez separada de la orientación humana fundamental
hacia la verdad, comienza a perder su dirección. Acaba por secarse, bajo la
apariencia de modestia, cuando se contenta con lo meramente parcial o
provisional, o bajo la apariencia de certeza, cuando impone la rendición ante
las demandas de quienes de manera indiscriminada dan igual valor
prácticamente a todo. El relativismo que deriva de ello genera un camuflaje,
detrás del cual pueden ocultarse nuevas amenazas a la autonomía de las
instituciones académicas.
Si, por una parte, ha pasado el período de injerencia derivada del
totalitarismo político, ¿no es verdad, por otra, que con frecuencia hoy en el
mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica se ven obligados
—de manera sutil y a veces no tan sutil— a ceder a las presiones de grupos de
intereses ideológicos o al señuelo de objetivos utilitaristas a corto plazo o sólo
pragmáticos? ¿Qué sucedería si nuestra cultura se tuviera que construir a sí
misma sólo sobre temas de moda, con escasa referencia a una auténtica
tradición intelectual histórica o sobre convicciones promovidas haciendo
mucho ruido y que cuentan con una fuerte financiación? ¿Qué sucedería si, por
el afán de mantener un laicismo radical, acabara por separarse de las raíces que
le dan vida? Nuestras sociedades no serían más razonables, tolerantes o
dúctiles, sino que serían más frágiles y menos inclusivas, y cada vez tendrían
más dificultad para reconocer lo que es verdadero, noble y bueno.
Queridos amigos, deseo animaros en todo lo que hacéis por salir al
encuentro del idealismo y la generosidad de los jóvenes de hoy, no sólo con
programas de estudio que les ayuden a destacar, sino también mediante la
experiencia de ideales compartidos y de ayuda mutua en la gran empresa de
137

aprender. Las habilidades de análisis y las requeridas para formular unas


hipótesis científicas, unidas al prudente arte del discernimiento, ofrecen un
antídoto eficaz a las actitudes de ensimismamiento, de desinterés e incluso de
alienación que a veces se encuentran en nuestras sociedades del bienestar y
que pueden afectar sobre todo a los jóvenes.
En este contexto de una visión eminentemente humanística de la misión de
la universidad, quiero aludir brevemente a la superación de la fractura entre
ciencia y religión que fue una preocupación central de mi predecesor el Papa
Juan Pablo II. Como sabéis, promovió una comprensión más plena de la
relación entre fe y razón, entendidas como las dos alas con las que el espíritu
humano se eleva a la contemplación de la verdad (cf. Fides et ratio,
Introducción). Una sostiene a la otra y cada una tiene su ámbito propio de
acción (cf. ib., 17), aunque algunos quisieran separarlas. Quienes defienden
esta exclusión positivista de lo divino de la universalidad de la razón no sólo
niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes; además
impiden el auténtico diálogo de las culturas que ellos mismos proponen. Una
comprensión de la razón sorda a lo divino, que relega las religiones al ámbito
de subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas que nuestro
mundo necesita con tanta urgencia. Al final, “la fidelidad al hombre exige la
fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad” (Caritas in veritate,
9). Esta confianza en la capacidad humana de buscar la verdad, de encontrar la
verdad y de vivir según la verdad llevó a la fundación de las grandes
universidades europeas. Ciertamente, hoy debemos reafirmar esto para dar al
mundo intelectual la valentía necesaria para el desarrollo de un futuro de
auténtico bienestar, un futuro verdaderamente digno del hombre.

LA FE CRISTIANA ES ENCUENTRO CON CRISTO.


20090928. Discurso. Mensaje a los jóvenes República Checa.
Queridos amigos, no es difícil constatar que en cada joven existe una
aspiración a la felicidad, a veces mezclada con un sentimiento de inquietud;
una aspiración que, sin embargo, la actual sociedad de consumo explota
frecuentemente de forma falsa y alienante. Es necesario, en cambio, valorar
seriamente el anhelo de felicidad que exige una respuesta verdadera y
exhaustiva. A vuestra edad se hacen las primeras grandes elecciones, capaces
de orientar la vida hacia el bien o hacia el mal. Desgraciadamente no son
pocos los coetáneos vuestros que se dejan atraer por espejismos ilusorios de
paraísos artificiales para encontrarse después en una triste soledad. Pero hay
también muchos chicos y chicas que, como ha dicho vuestro portavoz, quieren
transformar la doctrina en acción para dar un sentido pleno a su vida. Os invito
a todos a contemplar la experiencia de san Agustín, quien decía que el corazón
de toda persona está inquieto hasta que haya lo que verdaderamente busca; y él
descubrió que sólo Jesucristo era la respuesta satisfactoria al deseo, suyo y de
todo hombre, de una vida feliz, llena de significado y de valor (cf. Confesiones
I, 1, 1).
Como hizo con él, el Señor sale al encuentro de cada uno de vosotros.
Llama a la puerta de vuestra libertad y pide que lo acojáis como amigo. Desea
138

haceros felices, llenaros de humanidad y de dignidad. La fe cristiana es esto: el


encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y así la
dirección decisiva. Y cuando el corazón de un joven se abre a sus proyectos
divinos, no le cuesta demasiado reconocer y seguir su voz. De hecho, el Señor
llama a cada uno por su nombre y a cada uno desea confiar una misión
específica en la Iglesia y en la sociedad. Queridos jóvenes, tomad conciencia
de que el Bautismo os ha hecho hijos de Dios y miembros de su Cuerpo, que
es la Iglesia. Jesús os renueva constantemente la invitación a ser sus discípulos
y sus testigos. A muchos de vosotros llama al matrimonio y la preparación para
este sacramento constituye un verdadero camino vocacional. Considerad
entonces seriamente la llamada divina a formar una familia cristiana, y que
vuestra juventud sea el tiempo de construir con sentido de responsabilidad
vuestro futuro. La sociedad necesita familias cristianas, familias santas.
Si el Señor os llama a seguirlo en el sacerdocio ministerial o en la vida
consagrada, no dudéis en responder a su invitación. Estad atentos y
disponibles a la llamada de Jesús a ofrecer la vida al servicio de Dios y de su
pueblo. La Iglesia, también en este país, necesita numerosos y santos
sacerdotes, así como personas totalmente consagradas al servicio de Cristo,
esperanza del mundo.
¡La esperanza! Esta palabra, sobre la que vuelvo con frecuencia, se conjuga
precisamente con la juventud. Vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de
la Iglesia. Ella espera que seáis mensajeros de la esperanza.

LA SANTIDAD ES NO PONERSE EN EL CENTRO


20091011. Homilía. Canonización Damián, Rafael, Jugan
"¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?". Con esta pregunta
comienza el breve diálogo, que hemos oído en la página evangélica, entre una
persona, identificada en otro pasaje como el joven rico, y Jesús (cf. Mc 10, 17-
30). No conocemos muchos detalles sobre este anónimo personaje; sin
embargo, con los pocos rasgos logramos percibir su deseo sincero de alcanzar
la vida eterna llevando una existencia terrena honesta y virtuosa. De hecho
conoce los mandamientos y los cumple fielmente desde su juventud. Pero todo
esto, que ciertamente es importante, no basta —dice Jesús—; falta sólo una
cosa, pero es algo esencial. Viendo entonces que tenía buena disposición, el
divino Maestro lo mira con amor y le propone el salto de calidad, lo llama al
heroísmo de la santidad, le pide que lo deje todo para seguirlo: "Vende todo lo
que tienes y dalo a los pobres... ¡y ven y sígueme!" (v. 21).
"¡Ven y sígueme!". He aquí la vocación cristiana que surge de una
propuesta de amor del Señor, y que sólo puede realizarse gracias a una
respuesta nuestra de amor. Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su
vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios.
Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden, con humilde
docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en
la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ponerse
ya ellos mismos en el centro, sino en optar por ir a contracorriente viviendo
según el Evangelio. Así hicieron los cinco santos que hoy, con gran alegría, se
139

presentan a la veneración de la Iglesia universal: Segismundo Félix Felinski,


Francisco Coll y Guitart, José Damián de Veuster, Rafael Arnáiz Barón y
María de la Cruz (Juana) Jugan. En ellos contemplamos realizadas las
palabras del apóstol san Pedro: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido" (v. 28) y la consoladora confirmación de Jesús: "Nadie que haya
dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por
el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente..., con
persecuciones, y en el mundo venidero, vida eterna" (vv. 29-30). (…)
A la figura del joven que presenta a Jesús sus deseos de ser algo más que
un buen cumplidor de los deberes que impone la ley, volviendo al Evangelio
de hoy, hace de contraluz el hermano Rafael, hoy canonizado, fallecido a los
veintisiete años como Oblato en la trapa de San Isidro de Dueñas. También él
era de familia acomodada y, como él mismo dice, de "alma un poco soñadora",
pero cuyos sueños no se desvanecen ante el apego a los bienes materiales y a
otras metas que la vida del mundo propone a veces con gran insistencia. Él
dijo sí a la propuesta de seguir a Jesús, de manera inmediata y decidida, sin
límites ni condiciones. De este modo inició un camino que, desde aquel
momento en que se dio cuenta en el monasterio de que "no sabía rezar", le
llevó en pocos años a las cumbres de la vida espiritual, que él relata con gran
llaneza y naturalidad en numerosos escritos. El hermano Rafael, aún cercano a
nosotros, nos sigue ofreciendo con su ejemplo y sus obras un recorrido
atractivo, especialmente para los jóvenes que no se conforman con poco, sino
que aspiran a la plena verdad, a la más indecible alegría, que se alcanzan por el
amor de Dios. "Vida de amor... He aquí la única razón de vivir", dice el nuevo
santo. E insiste: "Del amor de Dios sale todo". Que el Señor escuche benigno
una de las últimas plegarias de san Rafael Arnáiz, cuando le entregaba toda su
vida, suplicando: "Tómame a mí y date tú al mundo". Que se dé para reanimar
la vida interior de los cristianos de hoy. Que se dé para que sus hermanos de la
trapa y los centros monásticos sigan siendo ese faro que hace descubrir el
íntimo anhelo de Dios que él ha puesto en cada corazón humano.

DEPORTE, EDUCACIÓN Y FE
20091103. Mensaje. Al cardenal Rylko
El deporte posee un valioso potencial educativo, sobre todo en el ámbito
juvenil y, por esto, ocupa un lugar de relieve no sólo en el uso del tiempo libre,
sino también en la formación de la persona. El concilio Vaticano II lo quiso
incluir entre los medios que pertenecen al patrimonio común de los hombres y
son aptos para el perfeccionamiento moral y la formación humana (cf.
Gravissimum educationis, 4).
Si esto vale para la actividad deportiva en general, vale más aún para la que
se lleva a cabo en los oratorios, en las escuelas y en las asociaciones
deportivas, con el fin de asegurar una formación humana y cristiana a las
nuevas generaciones. Como recordé recientemente, no hay que olvidar que "el
deporte, practicado con pasión y atento sentido ético, especialmente por la
juventud, se convierte en gimnasio de sana competición y de
perfeccionamiento físico, escuela de formación en los valores humanos y
140

espirituales, medio privilegiado de crecimiento personal y de contacto con la


sociedad" (Discurso a los participantes en los campeonatos mundiales de
natación, 1 de agosto de 2009: L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 7 de agosto de 2009, p. 7).
Mediante las actividades deportivas, la comunidad eclesial contribuye a la
formación de la juventud, proporcionando un ámbito adecuado a su
crecimiento humano y espiritual. Las iniciativas deportivas, cuando tienen
como objetivo el desarrollo integral de la persona y se realizan bajo la
dirección de personal cualificado y competente, son una buena ocasión para
que sacerdotes, religiosos y laicos puedan convertirse en verdaderos
educadores y maestros de vida de los jóvenes. Por lo tanto, en nuestra época
—en la que resulta urgente la exigencia de educar a las nuevas generaciones
—, es necesario que la Iglesia siga sosteniendo el deporte para los jóvenes,
valorizando plenamente también la actividad agonística en sus aspectos
positivos, como, por ejemplo, en la capacidad de estimular la competitividad,
la valentía y la tenacidad a la hora de perseguir los objetivos, pero evitando
cualquier tendencia que desvirtúe la naturaleza al recurrir a prácticas incluso
dañinas para el organismo, como sucede en el caso del dopaje. En una acción
formativa coordinada, los directivos, los técnicos y los agentes católicos deben
considerarse guías experimentados para los adolescentes, ayudándoles a
desarrollar sus potencialidades agonísticas sin descuidar las cualidades
humanas y las virtudes cristianas que llevan a una madurez completa de la
persona.

CAPACIDAD EDUCATIVA DE PABLO VI, “AMIGO DE LOS JÓVENES”


20091108. Discurso.Inauguración nueva sede Inst. Pablo VI. Brescia
Cuanto más conocido es el siervo de Dios Pablo VI, tanto más es apreciado
y amado.
Me gustaría profundizar, en esta sede, en los distintos aspectos de su
personalidad; pero limitaré mis consideraciones a un solo rasgo de sus
enseñanzas, que me parece de gran actualidad y en sintonía con la motivación
del Premio de este año, a saber, su capacidad educativa. Vivimos en tiempos
en los que se percibe una verdadera "emergencia educativa". Formar a las
generaciones jóvenes, de las que depende el futuro, nunca ha sido fácil, pero
en nuestra época parece todavía más complejo. Lo saben bien los padres, los
educadores, los sacerdotes y los que tienen responsabilidades educativas
directas. Se van difundiendo una atmósfera, una mentalidad y una forma de
cultura que llevan a dudar del valor de la persona, del significado de la verdad
y del bien, y, en definitiva, de la bondad de la vida. No obstante, se advierte
con fuerza una sed generalizada de certezas y de valores. Por lo tanto, hay que
transmitir a las futuras generaciones algo válido, reglas sólidas de
comportamiento, indicarles objetivos elevados hacia los cuales orientar con
decisión su existencia. Aumenta la demanda de una educación que responda a
las expectativas de la juventud; una educación que sea ante todo testimonio y,
para el educador cristiano, testimonio de fe.
141

Al respecto me viene a la mente esta incisiva frase programática de


Giovanni Battista Montini escrita en 1931: "Quiero que mi vida sea un
testimonio de la verdad... Con testimonio me refiero a la salvaguardia, la
búsqueda, la profesión de la verdad" (Spiritus veritatis, en Colloqui religiosi,
Brescia 1981, p. 81). Este testimonio —anotaba Montini en 1933— resulta
urgente al constatar que "en el campo profano los hombres de pensamiento,
también y quizá especialmente en Italia, no piensan para nada en Cristo. Es un
desconocido, un olvidado, un ausente en gran parte de la cultura
contemporánea" (Introduzione allo studio di Cristo, Roma 1933, p. 23). El
educador Montini, estudiante y sacerdote, obispo y Papa, siempre sintió la
necesidad de una presencia cristiana cualificada en el mundo de la cultura, del
arte y de lo social, una presencia arraigada en la verdad de Cristo, y, al mismo
tiempo, atenta al hombre y a sus exigencias vitales.
Por este motivo la atención al problema educativo, la formación de los
jóvenes, constituye una constante en el pensamiento y en la acción de Montini,
atención que también aprendió en el ambiente familiar. Nació en una familia
perteneciente al catolicismo bresciano de la época, comprometido y ferviente
en obras, y creció en la escuela de su padre Giorgio, protagonista de
importantes batallas para la afirmación de la libertad de los católicos en la
educación. En uno de los primeros escritos dedicado a la escuela italiana,
Giovanni Battista Montini observaba: "Sólo pedimos un poco de libertad para
educar como queremos a la juventud que viene al cristianismo atraída por la
belleza de su fe y de sus tradiciones" (Per la nostra scuola: un libro del prof.
Gentile, en Scritti giovanili, Brescia 1979, p. 73). Montini fue un sacerdote de
una gran fe y de amplia cultura, un guía de almas, un investigador agudo del
"drama de la existencia humana". Generaciones de jóvenes universitarios
encontraron en él, como asistente de la FUCI, un punto de referencia, un
formador de conciencias, capaz de entusiasmar, de recordar el deber de ser
testigos en cada momento de la vida, dejando transparentar la belleza de la
experiencia cristiana. Al oírlo hablar —atestiguan sus estudiantes de entonces
— se percibía el fuego interior que animaba sus palabras, en contraste con una
constitución física que parecía frágil.
Uno de los cimientos de la propuesta formativa de los círculos
universitarios de la FUCI que él dirigía consistía en buscar la unidad espiritual
de la personalidad de los jóvenes: "No compartimientos separados en el alma
—decía—, por una parte la cultura, y por otra la fe; por un lado la escuela y
por otro la Iglesia. La doctrina, como la vida, es única" (Idee=Forze, en
Studium 24 [1928], p. 343). En otras palabras, para Montini eran esenciales la
plena armonía y la integración entre la dimensión cultural y religiosa de la
formación, con especial hincapié en el conocimiento de la doctrina cristiana, y
las consecuencias prácticas en la vida. Precisamente por esto, desde el
comienzo de su actividad, en el círculo romano de la FUCI, junto con un serio
compromiso espiritual e intelectual, promovió para los universitarios
iniciativas caritativas al servicio de los pobres, con la Conferencia de San
Vicente. Nunca separaba la que más tarde definirá "caridad intelectual" de la
presencia social, del hacerse cargo de las necesidades de los últimos. De este
modo, se educaba a los estudiantes a descubrir la continuidad entre el riguroso
142

deber del estudio y las misiones concretas entre los marginados. "Creemos —
escribía— que el católico no es una persona atormentada por cien mil
problemas aunque sean de orden espiritual... ¡No! El católico es quien tiene la
fecundidad de la seguridad. Así, fiel a su fe, puede mirar al mundo no como a
un abismo de perdición, sino como a un campo de mies" (La distanza dal
mondo, en Azione Fucina, 10 de febrero de 1929, p. 1).
Giovanni Battista Montini insistía en la formación de los jóvenes, para que
fueran capaces de entrar en relación con la modernidad, una relación difícil y a
menudo crítica, pero siempre constructiva y dialogada. De la cultura moderna
subrayaba algunas características negativas, tanto en el campo del
conocimiento como en el de la acción, como el subjetivismo, el individualismo
y la afirmación ilimitada del sujeto. Al mismo tiempo, sin embargo,
consideraba necesario el diálogo, siempre a partir de una sólida formación
doctrinal, cuyo principio unificador era la fe en Cristo; una "conciencia"
cristiana madura, por tanto, capaz de confrontarse con todos, pero sin ceder a
las modas del momento. Ya Romano Pontífice, a los rectores y decanos de las
universidades de la Compañía de Jesús les dijo que "el mimetismo doctrinal y
moral no está ciertamente conforme con el espíritu del Evangelio". "Por lo
demás, los mismos que no comparten las posiciones de la Iglesia —añadió—
nos piden una total claridad de posiciones para poder establecer un diálogo
constructivo y leal". Por lo tanto, el pluralismo cultural y el respeto nunca
deben "hacer perder de vista al cristiano su deber de servir a la verdad en la
caridad, y de seguir la verdad de Cristo, la única que da la verdadera libertad"
(cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de agosto de 1975,
p. 4).
Según el Papa Montini hay que educar al joven a juzgar el ambiente en el
que vive y actúa, a considerarse una persona y no un número en la masa: en
una palabra, hay que ayudarle a tener un "pensamiento fuerte" capaz de una
"acción fuerte", evitando el peligro que se puede correr de anteponer la acción
al pensamiento y de hacer de la experiencia la fuente de la verdad. Al respecto
afirmó: "La acción no puede ser luz por sí misma. Si no se quiere forzar al
hombre a pensar cómo actúa, es preciso educarlo a actuar como piensa. En el
mundo cristiano, donde el amor, la caridad tienen una importancia suprema,
decisiva, tampoco se puede prescindir de la luz de la verdad, que al amor
presenta sus finalidades y sus motivos" (Insegnamenti II, [1964], 194).
Queridos amigos, los años de la FUCI, difíciles por el contexto político de
Italia, pero apasionantes para los jóvenes que reconocieron en el siervo de
Dios a un guía y un educador, quedaron marcados en la personalidad de Pablo
VI. En él, arzobispo de Milán y más tarde Sucesor del apóstol Pedro, nunca
faltaron el anhelo y la preocupación por el tema de la educación. Lo confirman
sus numerosas intervenciones dedicadas a las nuevas generaciones, en
momentos borrascosos y atormentados, como el sesenta y ocho. Con valentía
indicó el camino del encuentro con Cristo como experiencia educativa
liberadora y única respuesta verdadera a los deseos y las aspiraciones de los
jóvenes, víctimas de la ideología. "Vosotros, jóvenes de hoy —repetía—,
algunas veces os dejáis fascinar por un conformismo que puede llegar a ser
habitual, un conformismo que doblega inconscientemente vuestra libertad al
143

dominio automático de corrientes externas de pensamiento, de opinión, de


sentimiento, de acción, de moda; y, de ese modo, arrastrados por un
gregarismo que os da la impresión de ser fuertes, a veces llegáis a ser rebeldes
en grupo, en masa, a menudo sin saber por qué". "Pero —seguía afirmando—
si tomáis conciencia de Cristo, y os adherís a él... seréis libres interiormente...,
sabréis por qué y para quién vivir... Y, al mismo tiempo —algo maravilloso—,
sentiréis que nace dentro de vosotros la ciencia de la amistad, de la socialidad,
del amor. No seréis unos solitarios" (Insegnamenti VI, [1968], 117-118).
Pablo VI se definió a sí mismo "un amigo de los jóvenes": sabía reconocer
y compartir su congoja cuando se debaten entre las ganas de vivir, la necesidad
de tener certezas, el anhelo del amor y la sensación de desconcierto, la
tentación del escepticismo y la experiencia de la desilusión. Había aprendido a
comprender su espíritu y recordaba que la indiferencia agnóstica del
pensamiento actual, el pesimismo crítico y la ideología materialista del
progreso social no bastan al espíritu, abierto a horizontes bien distintos de
verdad y de vida (cf. Ángelus del 7 de julio de 1974; L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 14 de julio de 1974, p. 1). Hoy, como entonces, en
las nuevas generaciones surge una ineludible pregunta de sentido, una
búsqueda de relaciones humanas auténticas. Decía Pablo VI: "El hombre
contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...) o si
escucha a los maestros es porque son testigos" (Evangelii nuntiandi, 41). Este
venerado predecesor mío fue maestro de vida y testigo valiente de esperanza,
no siempre comprendido, más aún, muchas veces contestado y aislado por
movimientos culturales dominantes entonces. Pero, sólido a pesar de ser frágil
físicamente, guió sin titubeos a la Iglesia; nunca perdió la confianza en los
jóvenes, invitándolos siempre, y no sólo a ellos, a confiar en Cristo y a
seguirlo por el camino del Evangelio.

EL MUNDO Y LA IGLESIA NECESITAN LA BELLEZA Y EL ARTE


20091121. Discurso. Encuentro con los artistas. Capilla Sixtina
¿Qué puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede alentar al
espíritu humano a encontrar de nuevo el camino, a levantar la mirada hacia el
horizonte, a soñar con una vida digna de su vocación, sino la belleza?
Vosotros, queridos artistas, sabéis bien que la experiencia de la belleza, de la
belleza auténtica, no efímera ni superficial, no es algo accesorio o secundario
en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de
la realidad, sino, al contrario, lleva a una confrontación abierta con la vida
diaria, para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, a fin de hacerla luminosa
y bella.
Una función esencial de la verdadera belleza, que ya puso de relieve
Platón, consiste en dar al hombre una saludable "sacudida", que lo hace salir
de sí mismo, lo arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e
incluso lo hace sufrir, como un dardo que lo hiere, pero precisamente de este
modo lo "despierta" y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente,
dándole alas e impulsándolo hacia lo alto. La expresión de Dostoievski que
voy a citar es sin duda atrevida y paradójica, pero invita a reflexionar: "La
144

humanidad puede vivir —dice— sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca
podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo.
Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí". En la misma línea dice el
pintor Georges Braque: "El arte está hecho para turbar, mientras que la ciencia
tranquiliza". La belleza impresiona, pero precisamente así recuerda al hombre
su destino último, lo pone de nuevo en marcha, lo llena de nueva esperanza, le
da la valentía para vivir a fondo el don único de la existencia. La búsqueda de
la belleza de la que hablo, evidentemente no consiste en una fuga hacia lo
irracional o en el mero estetismo.
Con demasiada frecuencia, sin embargo, la belleza que se promociona es
ilusoria y falaz, superficial y deslumbrante hasta el aturdimiento y, en lugar de
hacer que los hombres salgan de sí mismos y se abran a horizontes de
verdadera libertad atrayéndolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los
hace todavía más esclavos, privados de esperanza y de alegría. Se trata de una
belleza seductora pero hipócrita, que vuelve a despertar el afán, la voluntad de
poder, de poseer, de dominar al otro, y que se trasforma, muy pronto, en lo
contrario, asumiendo los rostros de la obscenidad, de la trasgresión o de la
provocación fin en sí misma. La belleza auténtica, en cambio, abre el corazón
humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el
Otro, hacia el más allá. Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente,
nos hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la
capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del
que formamos parte y que nos puede dar la plenitud, la felicidad, la pasión del
compromiso diario. Juan Pablo II, en la Carta a los artistas, cita al respecto
este verso de un poeta polaco, Cyprian Norwid: "La belleza sirve para
entusiasmar en el trabajo; el trabajo, para resurgir" (n. 3). Y más adelante
añade: "En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va
más allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al
Misterio. Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o
los aspectos más desconcertantes del mal, el artista se hace, de algún modo,
voz de la expectativa universal de redención" (n. 10). Y en la conclusión
afirma: "La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente" (n. 16).
Estas últimas expresiones nos impulsan a dar un paso adelante en nuestra
reflexión. La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la
naturaleza hasta la que se expresa mediante las creaciones artísticas,
precisamente por su característica de abrir y ensanchar los horizontes de la
conciencia humana, de remitirla más allá de sí misma, de hacer que se asome a
la inmensidad del Infinito, puede convertirse en un camino hacia lo
trascendente, hacia el Misterio último, hacia Dios. El arte, en todas sus
expresiones, cuando se confronta con los grandes interrogantes de la
existencia, con los temas fundamentales de los que deriva el sentido de la vida,
puede asumir un valor religioso y transformarse en un camino de profunda
reflexión interior y de espiritualidad. Una prueba de esta afinidad, de esta
sintonía entre el camino de fe y el itinerario artístico, es el número incalculable
de obras de arte que tienen como protagonistas a los personajes, las historias,
los símbolos de esa inmensa reserva de "figuras" —en sentido lato— que es la
Biblia, la Sagrada Escritura. Las grandes narraciones bíblicas, los temas, las
145

imágenes, las parábolas han inspirado innumerables obras maestras en todos


los sectores de las artes, y han hablado al corazón de todas las generaciones de
creyentes mediante las obras de la artesanía y del arte local, no menos
elocuentes y cautivadoras.
A este propósito se habla de una via pulchritudinis, un camino de la belleza
que constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario
de fe, de búsqueda teológica. El teólogo Hans Urs von Balthasar abre su gran
obra titulada "Gloria. Una estética teológica" con estas sugestivas expresiones:
"Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra a la
que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor
imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien, y su indisociable
unión" (Gloria. Una estética teológica, Ediciones Encuentro, Madrid 1985, p.
22). Observa también: "Es la belleza desinteresada sin la cual no sabía
entenderse a sí mismo el mundo antiguo, pero que se ha despedido
sigilosamente y de puntillas del mundo moderno de los intereses,
abandonándolo a su avidez y a su tristeza. Es la belleza que tampoco es ya
apreciada ni protegida por la religión" (ib.). Y concluye: "De aquel cuyo
semblante se crispa ante la sola mención de su nombre —pues para él la
belleza sólo es chuchería exótica del pasado burgués— podemos asegurar que,
abierta o tácitamente, ya no es capaz de rezar y, pronto, ni siquiera será capaz
de amar" (ib.). Por lo tanto, el camino de la belleza nos lleva a reconocer el
Todo en el fragmento, el Infinito en lo finito, a Dios en la historia de la
humanidad.
Simone Weil escribía al respecto: "En todo lo que suscita en nosotros el
sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios.
Existe casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuyo signo es la
belleza. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible.
Por esto todo arte de primer orden es, por su esencia, religioso".

SABIDURÍA: ESTUDIAR CON ESPÍRITU HUMILDE Y SENCILLO


20091217. Homilía. Vísperas con los universitarios romanos
¿Qué sabiduría nace en Belén? Esta pregunta quisiera planteármela a mí
mismo y a vosotros en este tradicional encuentro pre-navideño con el mundo
universitario romano. Hoy, en vez de la santa misa, celebramos las Vísperas, y
la feliz coincidencia con el inicio de la novena de Navidad nos hará cantar
dentro de poco la primera de las antífonas llamadas "mayores":
"Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno
al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el
camino de la salvación" (Liturgia de las Horas, Vísperas del 17 de diciembre).
Esta estupenda invocación se dirige a la "Sabiduría", figura central en los
libros de los Proverbios, la Sabiduría y el Sirácida, que por ella se llaman
precisamente "sapienciales" y en los que la tradición cristiana ve una
prefiguración de Cristo. Esa invocación resulta realmente estimulante y, más
aún, provocadora, cuando nos situamos ante el belén, es decir, ante la paradoja
de una Sabiduría que, brotando "de los labios del Altísimo", yace envuelta en
pañales dentro de un pesebre (cf. Lc 2, 7.12.16).
146

Ya podemos anticipar la respuesta a la pregunta inicial: la Sabiduría que


nace en Belén es la Sabiduría de Dios. San Pablo, en su carta a los Corintios,
usa esta expresión: "La sabiduría de Dios, misteriosa" (1Co 2, 7), es decir, un
designio divino, que por largo tiempo permaneció escondido y que Dios
mismo reveló en la historia de la salvación. En la plenitud de los tiempos, esta
Sabiduría tomó un rostro humano, el rostro de Jesús, el cual, como reza el
Credo apostólico, "fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació
de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado,
muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los
muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos".
La paradoja cristiana consiste precisamente en la identificación de la
Sabiduría divina, es decir, el Logos eterno, con el hombre Jesús de Nazaret y
con su historia. No hay solución a esta paradoja, si no es en la palabra "Amor",
que en este caso naturalmente se debe escribir con "A" mayúscula, pues se
trata de un Amor que supera infinitamente las dimensiones humanas e
históricas. Así pues, la Sabiduría que esta tarde invocamos es el Hijo de Dios,
la segunda persona de la Santísima Trinidad; es el Verbo, que, como leemos en
el Prólogo de san Juan, "en el principio estaba con Dios", más aún, "era Dios",
que con el Padre y el Espíritu Santo creó todas las cosas y que "se hizo carne"
para revelarnos al Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1, 2-3. 14. 18).
Queridos amigos, un profesor cristiano, o un joven estudiante cristiano,
lleva en su interior el amor apasionado por esta Sabiduría. Lee todo a su luz;
descubre sus huellas en las partículas elementales y en los versos de los
poetas; en los códigos jurídicos y en los acontecimientos de la historia; en las
obras de arte y en las expresiones matemáticas. Sin ella no se hizo nada de lo
que existe (cf. Jn 1, 3) y, por consiguiente, en toda realidad creada se puede
vislumbrar un reflejo de ella, evidentemente según grados y modalidades
diferentes. Todo lo que capta la inteligencia humana, puede ser captado
porque, de alguna manera y en alguna medida, participa de la Sabiduría
creadora. También aquí radica, en definitiva, la posibilidad misma del estudio,
de la investigación, del diálogo científico en todos los campos del saber.
Al llegar a este punto, no puedo menos de hacer una reflexión un poco
incómoda, pero útil para nosotros que estamos aquí y que, por lo general,
pertenecemos al ambiente académico. Preguntémonos: ¿Quién estaba, la noche
de Navidad, en la cueva de Belén? ¿Quién acogió a la Sabiduría cuando nació?
¿Quién acudió a verla, la reconoció y la adoró? No fueron doctores de la ley,
escribas o sabios. Estaban María y José, y luego los pastores. ¿Qué significa
esto? Jesús dirá un día: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26):
has revelado tu misterio a los pequeños (cf. Mt 11, 25).
Pero, entonces ¿para qué sirve estudiar? ¿Es incluso nocivo y
contraproducente para conocer la verdad? La historia de dos mil años de
cristianismo excluye esta última hipótesis, y nos sugiere la correcta: se trata de
estudiar, de profundizar los conocimientos manteniendo un espíritu de
"pequeños", un espíritu humilde y sencillo, como el de María, la "Sede de la
Sabiduría". ¡Cuántas veces hemos tenido miedo de acercarnos a la cueva de
Belén porque estábamos preocupados de que pudiera ser obstáculo para
147

nuestro espíritu crítico y para nuestra "modernidad"! En cambio, en esa cueva


cada uno de nosotros puede descubrir la verdad sobre Dios y la verdad sobre el
hombre, sobre sí mismo. En ese Niño, nacido de la Virgen, ambas verdades se
han encontrado: el anhelo del hombre de la vida eterna enterneció el corazón
de Dios, que no se avergonzó de asumir la condición humana.
Queridos amigos, ayudar a los demás a descubrir el verdadero rostro de
Dios es la primera forma de caridad, que para vosotros asume el carácter de
caridad intelectual.
148

2010

“Una relación de profunda


confianza, de auténtica amistad con
Jesús puede dar a un joven lo que
necesita para afrontar bien la vida: serenidad y luz interior,
capacidad para pensar de manera positiva, apertura de
ánimo hacia los demás, disponibilidad a pagar
personalmente por el bien, la justicia y la verdad”. (Ángelus.
Castelgandolfo 20100905.)

¿QUÉ HE DE HACER PARA HEREDAR LA VIDA ETERNA?


20100222. Mensaje. XXV Jornada mundial de la juventud. 28.03.2010
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10,17)
Para prepararnos a esta celebración, quisiera proponeros algunas
reflexiones sobre el tema de este año, tomado del pasaje evangélico del
encuentro de Jesús con el joven rico: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar
la vida eterna?” (Mc 10,17). Un tema que ya trató, en 1985, el Papa Juan
Pablo II en una Carta bellísima, la primera dirigida a los jóvenes.
149

1. Jesús encuentra a un joven


«Cuando salía Jesús al camino, —cuenta el Evangelio de San Marcos— se
le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué
haré para heredar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas
bueno? No hay nadie bueno mas que Dios. Ya sabes los mandamientos: No
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo
he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres —así
tendrás un tesoro en el cielo—, y luego sígueme”. Ante estas palabras, él
frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico» (Mc 10, 17-22).
Esta narración expresa de manera eficaz la gran atención de Jesús hacia los
jóvenes, hacia vosotros, hacia vuestras ilusiones, vuestras esperanzas, y pone
de manifiesto su gran deseo de encontraros personalmente y de dialogar con
cada uno de vosotros. De hecho, Cristo interrumpe su camino para responder a
la pregunta de su interlocutor, manifestando una total disponibilidad hacia
aquel joven que, movido por un ardiente deseo de hablar con el «Maestro
bueno», quiere aprender de Él a recorrer el camino de la vida. Con este pasaje
evangélico, mi Predecesor quería invitar a cada uno de vosotros a «desarrollar
el propio coloquio con Cristo, un coloquio que es de importancia fundamental
y esencial para un joven» (Carta a los jóvenes, n. 2).
2. Jesús lo miró y lo amó
En la narración evangélica, San Marcos subraya como «Jesús se le quedó
mirando con cariño» (Mc 10,21). La mirada del Señor es el centro de este
especialísimo encuentro y de toda la experiencia cristiana. De hecho lo más
importante del cristianismo no es una moral, sino la experiencia de Jesucristo,
que nos ama personalmente, seamos jóvenes o ancianos, pobres o ricos; que
nos ama incluso cuando le volvemos la espalda.
Comentando esta escena, el Papa Juan Pablo II añadía, dirigiéndose a
vosotros, jóvenes: «¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que
experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!» (Carta a los
jóvenes, n. 7). Un amor, que se manifiesta en la Cruz de una manera tan plena
y total, que san Pablo llegó a escribir con asombro: «me amó y se entregó a sí
mismo por mí» (Ga 2,20). «La conciencia de que el Padre nos ha amado
siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, —sigue
escribiendo el Papa Juan Pablo II—, se convierte en un sólido punto de apoyo
para toda nuestra existencia humana» (Carta a los jóvenes, n. 7), y nos hace
superar todas las pruebas: el descubrimiento de nuestros pecados, el
sufrimiento, la falta de confianza.
En este amor se encuentra la fuente de toda la vida cristiana y la razón
fundamental de la evangelización: si realmente hemos encontrado a Jesús, ¡no
podemos renunciar a dar testimonio de él ante quienes todavía no se han
cruzado con su mirada!
3. El descubrimiento del proyecto de vida
En el joven del evangelio podemos ver una situación muy parecida a la de
cada uno de vosotros. También vosotros sois ricos de cualidades, de energías,
de sueños, de esperanzas: ¡recursos que tenéis en abundancia! Vuestra misma
150

edad constituye una gran riqueza, no sólo para vosotros, sino también para los
demás, para la Iglesia y para el mundo.
El joven rico le pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer?» La etapa de la
vida en la que estáis es un tiempo de descubrimiento: de los dones que Dios os
ha dado y de vuestras propias responsabilidades. También es tiempo de
opciones fundamentales para construir vuestro proyecto de vida. Por tanto, es
el momento de interrogaros sobre el sentido auténtico de la existencia y de
preguntaros: «¿Estoy satisfecho de mi vida? ¿Me falta algo?».
Como el joven del evangelio, quizá también vosotros vivís situaciones de
inestabilidad, de confusión o de sufrimiento, que os llevan a desear una vida
que no sea mediocre y a preguntaros: ¿Qué es una vida plena? ¿Qué tengo que
hacer? ¿Cuál puede ser mi proyecto de vida? «¿Qué he de hacer para que mi
vida tenga pleno valor y pleno sentido?» (ibíd., n. 3).
¡No tengáis miedo a enfrentaros con estas preguntas! Ya que más que
causar angustia, expresan las grandes aspiraciones que hay en vuestro corazón.
Por eso hay que escucharlas. Esperan respuestas que no sean superficiales,
sino capaces de satisfacer vuestras auténticas esperanzas de vida y de
felicidad.
Para descubrir el proyecto de vida que realmente os puede hacer felices,
poneos a la escucha de Dios, que tiene un designio de amor para cada uno de
vosotros. Decidle con confianza: «Señor, ¿cuál es tu designio de Creador y de
Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla». Tened la
seguridad de que os responderá. ¡No tengáis miedo de su respuesta! «Dios es
mayor que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1Jn 3,20).
4. ¡Ven y sígueme!
Jesús invita al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus
aspiraciones y proyectos personales, y le dice: «¡Ven y sígueme!». La
vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor, y sólo puede
realizarse gracias a una respuesta de amor: «Jesús invita a sus discípulos a la
entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin
reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden,
con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su
perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible,
consiste en no ponerse ellos mismos en el centro, sino en optar por ir
contracorriente viviendo según el Evangelio» (Benedicto XVI, Homilía en
ocasión de las canonizaciones, 11 de octubre de 2009).
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, también vosotros,
queridos amigos, acoged con alegría la invitación al seguimiento, para vivir
intensamente y con fruto en este mundo. En efecto, con el bautismo, Él llama a
cada uno a seguirle con acciones concretas, a amarlo sobre todas las cosas y a
servirle en los hermanos. El joven rico, desgraciadamente, no acogió la
invitación de Jesús y se fue triste. No tuvo el valor de desprenderse de los
bienes materiales para encontrar el bien más grande que le ofrecía Jesús.
La tristeza del joven rico del evangelio es la que nace en el corazón de cada
uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de tomar la opción justa.
¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
151

Jesús nunca se cansa de dirigir su mirada de amor y de llamar a ser sus


discípulos, pero a algunos les propone una opción más radical. En este Año
Sacerdotal, quisiera invitar a los jóvenes y adolescentes a estar atentos por si el
Señor les invita a recibir un don más grande, en la vida del Sacerdocio
ministerial, y a estar dispuestos a acoger con generosidad y entusiasmo este
signo de especial predilección, iniciando el necesario camino de
discernimiento con un sacerdote, con un director espiritual. No tengáis miedo,
queridos jóvenes y queridas jóvenes, si el Señor os llama a la vida religiosa,
monástica, misionera o de una especial consagración: ¡Él sabe dar un gozo
profundo a quien responde con generosidad!
También invito, a quienes sienten la vocación al matrimonio, a acogerla
con fe, comprometiéndose a poner bases sólidas para vivir un amor grande,
fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para
la Iglesia.
5. Orientados hacia la vida eterna
«¿Qué haré para heredar la vida eterna?». Esta pregunta del joven del
Evangelio parece lejana de las preocupaciones de muchos jóvenes
contemporáneos, porque, como observaba mi Predecesor, «¿no somos nosotros
la generación a la que el mundo y el progreso temporal llenan completamente
el horizonte de la existencia?» (Carta a los jóvenes, n. 5). Pero la pregunta
sobre la «vida eterna» aparece en momentos particularmente dolorosos de la
existencia, cuando sufrimos la pérdida de una persona cercana o cuando
vivimos la experiencia del fracaso.
Pero, ¿qué es la «vida eterna» de la que habla el joven rico? Nos contesta
Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, afirma: «volveré a veros y se
alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16,22). Son
palabras que indican una propuesta rebosante de felicidad sin fin, del gozo de
ser colmados por el amor divino para siempre.
Plantearse el futuro definitivo que nos espera a cada uno de nosotros da
sentido pleno a la existencia, porque orienta el proyecto de vida hacia
horizontes no limitados y pasajeros, sino amplios y profundos, que llevan a
amar el mundo, que tanto ha amado Dios, a dedicarse a su desarrollo, pero
siempre con la libertad y el gozo que nacen de la fe y de la esperanza. Son
horizontes que ayudan a no absolutizar la realidad terrena, sintiendo que Dios
nos prepara un horizonte más grande, y a repetir con san Agustín: «Deseamos
juntos la patria celeste, suspiramos por la patria celeste, sintámonos peregrinos
aquí abajo» (Comentario al Evangelio de San Juan, Homilía 35, 9). Teniendo
fija la mirada en la vida eterna, el beato Pier Giorgio Frassati, que falleció en
1925 a la edad de 24 años, decía: «¡Quiero vivir y no ir tirando!» y sobre la
foto de una subida a la montaña, enviada a un amigo, escribía: «Hacia lo alto»,
aludiendo a la perfección cristiana, pero también a la vida eterna.
Queridos jóvenes, os invito a no olvidar esta perspectiva en vuestro
proyecto de vida: estamos llamados a la eternidad. Dios nos ha creado para
estar con Él, para siempre. Esto os ayudará a dar un sentido pleno a vuestras
opciones y a dar calidad a vuestra existencia.
6. Los mandamientos, camino del amor auténtico
152

Jesús le recuerda al joven rico los diez mandamientos, como condición


necesaria para «heredar la vida eterna». Son un punto de referencia esencial
para vivir en el amor, para distinguir claramente entre el bien y el mal, y
construir un proyecto de vida sólido y duradero. Jesús os pregunta, también a
vosotros, si conocéis los mandamientos, si os preocupáis de formar vuestra
conciencia según la ley divina y si los ponéis en práctica.
Es verdad, se trata de preguntas que van contracorriente respecto a la
mentalidad actual que propone una libertad desvinculada de valores, de reglas,
de normas objetivas, y que invita a rechazar todo lo que suponga un límite a
los deseos momentáneos. Pero este tipo de propuesta, en lugar de conducir a la
verdadera libertad, lleva a la persona a ser esclava de sí misma, de sus deseos
inmediatos, de los ídolos como el poder, el dinero, el placer desenfrenado y las
seducciones del mundo, haciéndola incapaz de seguir su innata vocación al
amor.
Dios nos da los mandamientos porque nos quiere educar en la verdadera
libertad, porque quiere construir con nosotros un reino de amor, de justicia y
de paz. Escucharlos y ponerlos en práctica no significa alienarse, sino
encontrar el auténtico camino de la libertad y del amor, porque los
mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla.
Jesús, al principio del diálogo con el joven rico, recuerda que la ley dada por
Dios es buena, porque «Dios es bueno».
7. Os necesitamos
Quien vive hoy la condición juvenil tiene que afrontar muchos problemas
derivados de la falta de trabajo, de la falta de referentes e ideales ciertos y de
perspectivas concretas para el futuro. A veces se puede tener la sensación de
impotencia frente a las crisis y a las desorientaciones actuales. A pesar de las
dificultades, ¡no os desaniméis, ni renunciéis a vuestros sueños! Al contrario,
cultivad en el corazón grandes deseos de fraternidad, de justicia y de paz. El
futuro está en las manos de quienes saben buscar y encontrar razones fuertes
de vida y de esperanza. Si queréis, el futuro está en vuestras manos, porque los
dones y las riquezas que el Señor ha puesto en el corazón de cada uno de
vosotros, moldeados por el encuentro con Cristo, ¡pueden ofrecer la auténtica
esperanza al mundo! La fe en su amor os hará fuertes y generosos, y os dará la
fuerza para afrontar con serenidad el camino de la vida y para asumir las
responsabilidades familiares y profesionales. Comprometeos a construir
vuestro futuro siguiendo proyectos serios de formación personal y de estudio,
para servir con competencia y generosidad al bien común.
En mi reciente Carta encíclica —Caritas in veritate— sobre el desarrollo
humano integral, he enumerado algunos grandes retos actuales, que son
urgentes y esenciales para la vida de este mundo: el uso de los recursos de la
tierra y el respeto de la ecología, la justa distribución de los bienes y el control
de los mecanismos financieros, la solidaridad con los países pobres en el
ámbito de la familia humana, la lucha contra el hambre en el mundo, la
promoción de la dignidad del trabajo humano, el servicio a la cultura de la
vida, la construcción de la paz entre los pueblos, el diálogo interreligioso, el
buen uso de los medios de comunicación social.
153

Son retos a los que estáis llamados a responder para construir un mundo
más justo y fraterno. Son retos que requieren un proyecto de vida exigente y
apasionante, en el que emplear toda vuestra riqueza según el designio que Dios
tiene para cada uno de vosotros. No se trata de realizar gestos heroicos ni
extraordinarios, sino de actuar haciendo fructificar los propios talentos y las
propias posibilidades, comprometiéndose a progresar constantemente en la fe
y en el amor.
En este Año Sacerdotal, os invito a conocer la vida de los santos, sobre
todo la de los santos sacerdotes. Veréis que Dios los ha guiado y que han
encontrado su camino día tras día, precisamente en la fe, la esperanza y el
amor. Cristo os llama a cada uno de vosotros a un compromiso con Él y a
asumir las propias responsabilidades para construir la civilización del amor. Si
seguís su palabra, también vuestro camino se iluminará y os conducirá a metas
altas, que colman de alegría y plenitud la vida.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, os acompañe con su protección.
Os aseguro mi recuerdo en la oración y con gran afecto os bendigo.

APRENDER A AMAR ES LA CLAVE


20100320. Carta. Al Cardenal Rylko. Foro de jóvenes
"Aprender a amar": este tema es central en la fe y en la vida cristiana y me
alegro de que tengáis ocasión de profundizar en él juntos. Como sabéis, el
punto de partida de toda reflexión sobre el amor es el misterio mismo de Dios,
pues el corazón de la revelación cristiana es este: Deus caritas est. Cristo, en
su Pasión, en su entrega total, nos ha revelado el rostro de Dios que es Amor.
La contemplación del misterio de la Trinidad nos permite entrar en este
misterio de Amor eterno, que es fundamental para nosotros. Las primeras
páginas de la Biblia afirman, de hecho, que "Dios creó al hombre a su imagen;
a imagen de Dios lo creó: hombre y mujer los creó" (Gn 1, 27). Por el hecho
mismo de que Dios es amor y el hombre es su imagen, comprendemos la
identidad profunda de la persona, su vocación al amor. El hombre está hecho
para amar; su vida sólo se realiza plenamente si se vive en el amor. Después de
una larga búsqueda, santa Teresa del Niño Jesús entendió así el sentido de su
existencia: "Mi vocación es el Amor" (Manuscrito b, hoja 3).
Exhorto a los jóvenes presentes en este Foro a que traten, con todo el
corazón, de descubrir su vocación al amor, como personas y como bautizados.
Esta es la clave de toda la existencia. Que inviertan todas sus energías en
acercarse a esa meta día tras día, sostenidos por la Palabra de Dios y por los
sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía.
La vocación al amor adquiere distintas formas según los estados de vida.
En este Año sacerdotal, me complace recordar las palabras del santo cura de
Ars: "El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús". Siguiendo a Jesús, los
sacerdotes dan la vida para que los fieles puedan vivir del amor de Cristo.
Llamadas por Dios a entregarse completamente a él, con corazón indiviso, las
personas consagradas en el celibato son también un signo elocuente del amor
de Dios al mundo y de la vocación a amar a Dios sobre todas las cosas.
154

Deseo además exhortar a los jóvenes delegados a descubrir la grandeza y la


belleza del matrimonio: la relación entre el hombre y la mujer refleja el amor
divino de manera muy especial; por ello el vínculo conyugal asume una
dignidad inmensa. Mediante el sacramento del matrimonio los esposos son
unidos por Dios y con su relación manifiestan el amor de Cristo, que dio su
vida para la salvación del mundo. En un contexto cultural en el que muchas
personas consideran el matrimonio como un contrato a plazo que se puede
romper, es de vital importancia comprender que el amor verdadero es fiel, don
definitivo de sí. Dado que Cristo consagra el amor de los esposos cristianos y
se compromete con ellos, esta fidelidad no sólo es posible, sino que es el
camino para entrar en una caridad cada vez mayor. Así, en la vida diaria de
pareja y de familia, los esposos aprenden a amar como Cristo ama. Para
corresponder a esta vocación es necesario un itinerario educativo serio y
también este Foro se sitúa en esa perspectiva.
Estos días de formación mediante el encuentro, la escucha de las
conferencias y la oración común deben ser también un estímulo para todos los
jóvenes delegados a ser testigos ante sus coetáneos de lo que han visto y oído.
Se trata de una auténtica responsabilidad, para la cual la Iglesia cuenta con
ellos. Tienen un papel importante que cumplir en la evangelización de los
jóvenes de sus países, para que respondan con alegría y fidelidad al
mandamiento de Cristo: "que os améis los unos a los otros como yo os he
amado" (Jn 15, 12).

VIDA ETERNA, AMOR, MANDAMIENTOS Y RENUNCIAS


20100325. Discurso. Encuentro con los jóvenes de Roma
P. Santo Padre, el joven del Evangelio preguntó a Jesús: "Maestro bueno,
¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?". Yo no sé qué es la
vida eterna. No logro imaginármela, pero sé una cosa: que no quiero
desperdiciar mi vida, quiero vivirla a fondo y no yo sola. Tengo miedo de que
esto no suceda así, tengo miedo de pensar sólo en mí misma, de equivocarme
en todo y de encontrarme sin una meta que alcanzar, viviendo al día. ¿Es
posible hacer de mi vida algo hermoso y grande?
Queridos jóvenes, antes de responder a la pregunta quiero daros las gracias
de corazón por vuestra presencia, por este maravilloso testimonio de la fe, de
querer vivir en comunión con Jesús, por vuestro entusiasmo al seguir a Jesús y
vivir bien. ¡Gracias!
Y ahora respondo a la pregunta. Ella ha dicho que no sabe lo que es la vida
eterna y que no logra imaginársela. Ninguno de nosotros puede imaginar la
vida eterna, porque está fuera de nuestra experiencia. Sin embargo, podemos
comenzar a comprender qué es la vida eterna, y pienso que ella, con su
pregunta, nos ha hecho una descripción de lo esencial de la vida eterna, es
decir, de la verdadera vida: no desperdiciar la vida, vivirla en profundidad, no
vivir para uno mismo, no vivir al día, sino vivir realmente la vida en su riqueza
y en su totalidad. ¿Cómo hacerlo? Esta es la gran pregunta, con la cual
también el joven rico del Evangelio acudió al Señor (cf. Mc 10, 17). A primera
vista, la respuesta del Señor parece muy tajante. A fin de cuentas, le dice:
155

guarda los mandamientos (cf. Mc 10, 19). Pero si reflexionamos bien, si


escuchamos bien al Señor, en la globalidad del Evangelio, encontramos detrás
la gran sabiduría de la Palabra de Dios, de Jesús. Los mandamientos, según
otra Palabra de Jesús, se resumen en un único mandamiento: amar a Dios con
toda el alma, con toda la mente, con toda la existencia, y amar al prójimo
como a sí mismo. Amar a Dios supone conocer a Dios, reconocer a Dios. Y
este es el primer paso que debemos dar: tratar de conocer a Dios. Y así
sabemos que nuestra vida no existe por casualidad, no es una casualidad. Dios
ha querido mi vida desde la eternidad. Soy amado, soy necesario. Dios tiene
un proyecto para mí en la totalidad de la historia; tiene un proyecto
precisamente para mí. Mi vida es importante y también necesaria. El amor
eterno me ha creado en profundidad y me espera. Por lo tanto, este es el primer
punto: conocer, tratar de conocer a Dios y entender así que la vida es un don,
que vivir es un bien. Luego, lo esencial es el amor. Amar a este Dios que me
ha creado, que ha creado este mundo, que gobierna entre todas las dificultades
del hombre y de la historia, y que me acompaña. Y amar al prójimo.
Los diez mandamientos a los que hace referencia Jesús en su respuesta son
sólo una especificación del mandamiento del amor. Son, por decirlo así, reglas
del amor, indican el camino del amor con estos puntos esenciales: la familia,
como fundamento de la sociedad; la vida, que es preciso respetar como don de
Dios; el orden de la sexualidad, de la relación entre un hombre y una mujer; el
orden social y, finalmente, la verdad. Estos elementos esenciales especifican el
camino del amor, explicitan cómo amar realmente y cómo encontrar el camino
recto. Por tanto, Dios tiene una voluntad fundamental para todos nosotros, que
es idéntica para todos nosotros. Pero su aplicación es distinta en cada vida,
porque Dios tiene un proyecto preciso para cada hombre. San Francisco de
Sales dijo una vez: la perfección —es decir, ser buenos, vivir la fe y el amor—
es substancialmente una, pero con formas muy distintas. Son muy distintas la
santidad de un monje cartujo y la de un hombre político, la de un científico o
la de un campesino, etc. Así, para cada hombre Dios tiene su proyecto y yo
debo encontrar, en mis circunstancias, mi modo de vivir esta voluntad única y
común de Dios, cuyas grandes reglas están indicadas en estas explicitaciones
del amor. Por tanto, tratar de cumplir lo que es la esencia del amor, es decir, no
tomar la vida para mí, sino dar la vida; no "quedarme" con la vida, sino hacer
de la vida un don; no buscarme a mí mismo, sino dar a los demás. Esto es lo
esencial, e implica renuncias, es decir, salir de mí mismo y no buscarme a mí
mismo. Y encuentro la verdadera vida precisamente no buscándome a mí, sino
dándome para las cosas grandes y verdaderas. Así cada uno encontrará, en su
vida, las distintas posibilidades: comprometerse en el voluntariado, en una
comunidad de oración, en un movimiento, en la acción de su parroquia, en la
propia profesión. Encontrar mi vocación y vivirla en todo lugar es importante
y fundamental, tanto si soy un gran científico como si soy un campesino. Todo
es importante a los ojos de Dios: es bello si se vive a fondo con el amor que
realmente redime al mundo.
Al final quiero contaros una pequeña anécdota de santa Josefina Bakhita, la
pequeña santa africana que en Italia encontró a Dios y a Cristo, y que siempre
me impresiona mucho. Era monja en un convento italiano y, un día, el obispo
156

del lugar visita ese monasterio, ve a esta pequeña monja negra, de la cual
parece no saber nada y dice: "Hermana, ¿qué hace usted aquí?" Y Bakhita
responde: "Lo mismo que usted, excelencia". El obispo visiblemente irritado
dice: "Hermana, ¿cómo que hace lo mismo que yo?". "Sí —dice la religiosa—,
ambos queremos hacer la voluntad de Dios, ¿no es así?". Al final, este es el
punto esencial: conocer, con la ayuda de la Iglesia, de la Palabra de Dios y de
los amigos, la voluntad de Dios, tanto en sus grandes líneas, comunes para
todos, como en mi vida personal concreta. Así la vida, quizá no es demasiado
fácil, pero se convierte en una vida hermosa y feliz. Pidamos al Señor que nos
ayude siempre a encontrar su voluntad y a seguirla con alegría.
P. El Evangelio nos ha dicho que Jesús fijó su mirada en ese joven y lo
amó. Santo Padre, ¿qué significa ser mirados con amor por Jesús? ¿Cómo
podemos hacer esta experiencia también nosotros hoy? ¿Es realmente posible
vivir esta experiencia también en esta vida de hoy?
Naturalmente yo diría que sí, porque el Señor siempre está presente y nos
mira a cada uno de nosotros con amor. Sólo que nosotros debemos encontrar
esa mirada y encontrarnos con él. ¿Cómo? Creo que el primer punto para
encontrarnos con Jesús, para experimentar su amor, es conocerlo. Conocer a
Jesús implica distintos caminos. Una primera condición es conocer la figura de
Jesús tal como se nos presenta en los Evangelios, que nos proporcionan un
retrato muy rico de la figura de Jesús; en las grandes parábolas, como en la del
hijo pródigo, en la del samaritano, en la de Lázaro, etc. En todas las parábolas,
en todas sus palabras, en el sermón de la montaña, encontramos realmente el
rostro de Jesús, el rostro de Dios hasta la cruz donde, por amor a nosotros, se
da totalmente hasta la muerte y al final puede decir: "En tus manos, Padre,
pongo mi vida, mi alma" (cf. Lc 23, 46).
Por lo tanto: conocer, meditar sobre Jesús junto con los amigos, con la
Iglesia, y conocer a Jesús no sólo de modo académico, teórico, sino con el
corazón, es decir, hablar con Jesús en la oración. No puedo conocer a una
persona del mismo modo que estudio matemáticas. Para las matemáticas es
necesaria y suficiente la razón, pero para conocer a una persona, sobre todo la
gran persona de Jesús, Dios y hombre, hace falta la razón pero, al mismo
tiempo, también el corazón. Sólo abriéndole el corazón a él, sólo con el
conocimiento del conjunto de lo que dijo e hizo, con nuestro amor, con nuestro
ir hacia él, podemos ir conociéndolo cada vez más y así también hacer la
experiencia de ser amados.
Por tanto: escuchar la Palabra de Jesús, escucharla en la comunión de la
Iglesia, en su gran experiencia y responder con nuestra oración, con nuestro
diálogo personal con Jesús, en el que le hablamos de lo que no entendemos, de
nuestras necesidades y de nuestras preguntas. En un diálogo verdadero,
podemos encontrar cada vez más este camino del conocimiento, que se
convierte en amor. Naturalmente forma parte del camino hacia Jesús no sólo
pensar, no sólo rezar, sino también hacer: obrar el bien, comprometerse en
favor del prójimo. Hay distintos caminos; cada uno conoce sus posibilidades,
en la parroquia y en la comunidad en la que vive, para comprometerse también
con Cristo y por los demás, por la vitalidad de la Iglesia, para que la fe sea
verdaderamente una fuerza formativa de nuestro ambiente y, así, de nuestro
157

tiempo. Por consiguiente, yo diría estos elementos: escuchar, responder, entrar


en la comunidad creyente, comunión con Cristo en los sacramentos, donde se
da a nosotros, tanto en la Eucaristía como en la Confesión, etc., y, por último,
hacer, realizar las palabras de la fe de modo que se conviertan en fuerza de mi
vida, y también a mí se muestra verdaderamente la mirada de Jesús y su amor
me ayuda, me transforma.
P. Jesús invitó al joven rico a dejarlo todo y a seguirlo, pero él se marchó
triste. También a mí, igual que a él, me cuesta seguirlo, porque tengo miedo
de dejar mis cosas y a veces la Iglesia me pide renuncias difíciles. Santo
Padre, ¿cómo puedo encontrar la fuerza para las decisiones valientes, y quién
me puede ayudar?
Comencemos con esta palabra dura para nosotros: renuncias. Las renuncias
son posibles y, al final, son incluso bellas si tienen un porqué y si este porqué
justifica también la dificultad de la renuncia. San Pablo usó, en este contexto,
la imagen de las olimpiadas y de los atletas que compiten en las olimpiadas
(cf. 1 Co 9, 24-25). Dice: ellos, para conseguir finalmente la medalla —en
aquel tiempo la corona— deben vivir una disciplina muy dura, deben
renunciar a muchas cosas, deben entrenarse en el deporte que practican y
hacen grandes sacrificios y renuncias porque tienen una motivación, y vale la
pena. Aunque al final quizá no estén entre los vencedores, vale la pena haberse
sometido a una disciplina y haber sido capaz de hacer estas cosas con cierta
perfección. Lo que vale, con esta imagen de san Pablo, para las olimpiadas,
para todo el deporte, vale también para todas las demás cosas de la vida. Una
buena vida profesional no se puede alcanzar sin renuncias, sin una preparación
adecuada, que siempre exige una disciplina, exige renunciar a algo, y así en
todo, también en el arte y en todos los aspectos de la vida. Todos
comprendemos que para alcanzar un objetivo, tanto profesional como
deportivo, tanto artístico como cultural, debemos renunciar, aprender para
avanzar. También el arte de vivir, de ser uno mismo, el arte de ser hombre
exige renuncias, y las verdaderas renuncias, que nos ayudan a encontrar el
camino de la vida, el arte de la vida, se nos indican en la Palabra de Dios y nos
ayudan a no caer —digamos— en el abismo de la droga, del alcohol, de la
esclavitud de la sexualidad, de la esclavitud del dinero, de la pereza.
Todas estas cosas, en un primer momento, parecen actos de libertad, pero
en realidad no son actos de libertad, sino el inicio de una esclavitud cada vez
más insuperable. Lograr renunciar a la tentación del momento, avanzar hacia
el bien crea la verdadera libertad y hace que la vida sea valiosa. En este
sentido, me parece, debemos ver que sin un "no" a ciertas cosas no crece el
gran "sí" a la verdadera vida, como la vemos en las figuras de los santos.
Pensemos en san Francisco, pensemos en los santos de nuestro tiempo, en la
madre Teresa, en don Gnocchi y en tantos otros, que han renunciado y han
vencido, y no sólo han llegado a ser libres ellos mismos, sino que se han
convertido también en una riqueza para el mundo y nos muestran cómo se
puede vivir.
De modo que a la pregunta "quién me ayuda", yo diría que nos ayudan las
grandes figuras de la historia de la Iglesia, nos ayuda la Palabra de Dios, nos
ayuda la comunidad parroquial, el movimiento, el voluntariado, etc. Y nos
158

ayudan las amistades de hombres que "van delante de nosotros", que ya han
avanzado en el camino de la vida y que pueden convencernos de que caminar
así es el camino apropiado. Pidamos al Señor que nos dé siempre amigos,
comunidades que nos ayuden a ver el camino del bien y a encontrar así la vida
bella y gozosa.

NO TENGÁIS MIEDO DE SER AMIGOS ÍNTIMOS DE CRISTO


20100418. Discurso. Jóvenes de Malta
San Pablo tuvo de joven una experiencia que transformó para siempre su
vida. Como sabéis, él fue antes enemigo de la Iglesia e hizo todo lo posible por
destruirla. Mientras iba camino de Damasco con la intención de apresar a todo
cristiano que allí encontrara, se le apareció el Señor en una visión. Una luz
cegadora lo envolvió y oyó una voz que le decía: “¿Por qué me persigues?...
Soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9,4-5). Pablo se vio totalmente
embargado por este encuentro con el Señor y toda su vida cambió. Se convirtió
en un discípulo y llegó a ser un gran apóstol y misionero. Aquí, en Malta,
tenéis un motivo particular para agradecer los esfuerzos misioneros de Pablo,
que divulgó el Evangelio en el Mediterráneo.
Cada encuentro personal con Jesús es una experiencia sobrecogedora de
amor. Como el mismo Pablo admite, antes había “perseguido con saña a la
Iglesia de Dios y la asolaba” (cf. Ga 1,13). Pero el odio y la rabia expresadas
en esas palabras se desvanecieron completamente por el poder del amor de
Cristo. Durante el resto de su vida, Pablo tuvo el deseo ardiente de llevar el
anuncio de este amor hasta los confines de la tierra.
Quizás alguno de vosotros me dirá que, a veces, san Pablo era severo en
sus escritos. ¿Cómo se puede afirmar entonces que ha difundido un mensaje de
amor? Mi respuesta es ésta: Dios ama a cada uno de nosotros con una
profundidad y una intensidad que no podemos ni siquiera imaginar. Él nos
conoce íntimamente, conoce cada una de nuestras capacidades y cada uno de
nuestros errores. Puesto que nos ama tanto, desea purificarnos de nuestros
errores y fortalecer nuestras virtudes de manera que podamos tener vida en
abundancia. Aunque nos llame la atención cuando hay algo en nuestra vida
que le desagrada, no nos rechaza, sino que nos pide cambiar y ser más
perfectos. Esto es lo que le pidió a san Pablo en el camino de Damasco. Dios
no rechaza a nadie, y la Iglesia tampoco rechaza a nadie. Más aún, en su gran
amor, Dios nos reta a cada uno para que cambiemos y seamos mejores.
San Juan nos dice que este amor perfecto aleja todo temor (cf. 1 Jn 4,18).
Por eso os digo a todos vosotros: “No tengáis miedo”. Cuántas veces
escuchamos estas palabras en las Escrituras. El ángel se las dice a María en la
Anunciación, Jesús a Pedro, cuando lo llama a ser su discípulo, y el ángel a
Pablo en vísperas de su naufragio. A los que deseáis seguir a Cristo, como
esposos, padres, sacerdotes, religiosos o fieles laicos que llevan el mensaje del
Evangelio al mundo, os digo: No tengáis miedo. Encontrareis ciertamente
oposición al mensaje del Evangelio. La cultura de hoy, como cualquier cultura,
promueve ideas y valores que contrastan en ocasiones con las que vivía y
predicaba nuestro Señor Jesucristo. A veces, estas ideas son presentadas con
159

un gran poder de persuasión, reforzadas por los medios y por las presiones
sociales de grupos hostiles a la fe cristiana. Cuando se es joven e
impresionable, es fácil sufrir el influjo de otros para que a aceptemos ideas y
valores que sabemos que no son los que el Señor quiere de verdad para
nosotros. Por eso, os repito: No tengáis miedo, sino alegraos del amor que os
tiene; fiaos de él, responded a su invitación a ser sus discípulos, encontrad
alimento y ayuda espiritual en los sacramentos de la Iglesia.
Aquí, en Malta, vivís en una sociedad marcada por la fe y los valores
cristianos. Deberíais estar orgullosos de que vuestro País defienda tanto al niño
por nacer como la estabilidad de la vida familiar para una sociedad sana. En
Malta y en Gozo, las familias saben valorar y cuidar de sus miembros ancianos
y enfermos, y acogen a los hijos como un don de Dios. Otras naciones pueden
aprender de vuestro ejemplo cristiano. En el contexto de la sociedad europea,
los valores evangélicos están llegando a ser de nuevo una contracultura, como
ocurría en tiempos de san Pablo.
En este Año Sacerdotal, os pido que estéis abiertos a la posibilidad de que
el Señor pueda llamar a algunos de vosotros a entregarse totalmente al servicio
de su pueblo en el sacerdocio o en la vida consagrada. Vuestro País ha dado
muchos y excelentes sacerdotes y religiosos a la Iglesia. Inspiraros en su
ejemplo y reconoced la profunda alegría que proviene de dedicar la propia
vida al anuncio del mensaje del amor de Dios por todos, sin excepción.
Os he hablado ya de la necesidad de atender a los más jóvenes, a los
ancianos y enfermos. Pero el cristiano está llamado a llevar el mensaje del
Evangelio a todos. Dios ama a cada persona de este mundo, más aún, ama a
cada persona de todas las épocas de la historia del mundo. En la muerte y
resurrección de Jesús, que se hace presente cada vez que celebramos la Misa,
Él ofrece a todos la vida en abundancia. Como cristianos, estamos llamados a
manifestar el amor de Dios que incluye a todos. Por eso, hemos de socorrer al
pobre, al débil, al marginado; tenemos que ocuparnos especialmente por los
que pasan por momentos de dificultad, por los que padecen depresión o
ansiedad; debemos atender a los discapacitados y hacer todo lo que esté en
nuestra mano por promover su dignidad y calidad de vida; tendremos que
prestar atención a las necesidades de los inmigrantes y de aquellos que buscan
asilo en nuestra tierra; tenemos que tender una mano amiga a los creyentes y a
los no creyentes. Esta es la noble vocación de amor y servicio que todos
nosotros hemos recibido. Que esto os impulse a dedicar vuestra vida a seguir a
Cristo. No tengáis miedo de ser amigos íntimos de Cristo.

LA RIQUEZA MÁS GRANDE DE LA VIDA: AMAR


20100502. Discurso. A los Jóvenes. Turín
El joven del Evangelio, como sabemos, pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que
hacer para tener la vida eterna?». Hoy no es fácil hablar de vida eterna y de
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realidades eternas, porque la mentalidad de nuestro tiempo nos dice que no


existe nada definitivo: todo cambia e incluso muy rápidamente. «Cambiar» se
ha convertido, en muchos casos, en la contraseña, en el ejercicio más exaltante
de la libertad, y de esta forma también vosotros, los jóvenes, tendéis muchas
veces a pensar que es imposible realizar elecciones definitivas, que
comprometan toda la vida. Pero ¿es esta la forma correcta de usar la libertad?
¿Es realmente cierto que para ser felices debemos contentarnos con pequeñas
y fugaces alegrías momentáneas, las cuales, una vez terminadas, dejan
amargura en el corazón? Queridos jóvenes, esta no es la verdadera libertad; la
felicidad no se alcanza así. Cada uno de nosotros no ha sido creado para
realizar elecciones provisionales y revocables, sino elecciones definitivas e
irrevocables, que dan sentido pleno a la existencia. Lo vemos en nuestra vida:
quisiéramos que toda experiencia bella, que nos llena de felicidad, no
terminara nunca. Dios nos ha creado con vistas al «para siempre»; ha puesto
en el corazón de cada uno de nosotros la semilla de una vida que realice algo
bello y grande. Tened a valentía de hacer elecciones definitivas y de vivirlas
con fidelidad. El Señor podrá llamaros al matrimonio, al sacerdocio, a la vida
consagrada, a una entrega particular de vosotros mismos: respondedle con
generosidad.
En el diálogo con el joven que poseía muchas riquezas, Jesús indica cuál es
la riqueza más importante y más grande de la vida: el amor. Amar a Dios y
amar a los demás con todo su ser. La palabra amor, como sabemos, se presta a
varias interpretaciones y tiene distintos significados: nosotros necesitamos un
Maestro, Cristo, que nos indique su sentido más auténtico y más profundo, que
nos guíe a la fuente del amor y de la vida. Amor es el nombre propio de Dios.
El apóstol san Juan nos lo recuerda: «Dios es amor», y añade que «no hemos
sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que él es quien nos amó y nos
envió a su Hijo». Y «si Dios nos amó de esta manera, también nosotros
debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4, 8.10.11). En el encuentro con Cristo y
en el amor mutuo experimentamos en nosotros la vida misma de Dios, que
permanece en nosotros con su amor perfecto, total, eterno (cf. 1 Jn 4, 12). Así
pues, no hay nada más grande para el hombre, ser mortal y limitado, que
participar en la vida de amor de Dios. Hoy vivimos en un contexto cultural que
no favorece relaciones humanas profundas y desinteresadas, sino, al contrario,
induce a menudo a cerrarse en sí mismos, al individualismo, a dejar que
prevalezca el egoísmo que hay en el hombre. Pero el corazón de un joven por
naturaleza es sensible al amor verdadero. Por ello me dirijo con gran confianza
a cada uno de vosotros y os digo: no es fácil hacer de vuestra vida algo bello y
grande; es arduo, pero con Cristo todo es posible.
En la mirada de Jesús que —como dice el Evangelio— contempla al joven
con amor, percibimos todo el deseo de Dios de estar con nosotros, de estar
cerca de nosotros; Dios desea nuestro sí, nuestro amor. Sí, queridos jóvenes,
Jesús quiere ser vuestro amigo, vuestro hermano en la vida, el maestro que os
indica el camino a recorrer para alcanzar la felicidad. Él os ama por lo que
sois, con vuestra fragilidad y debilidad, para que, tocados por su amor, podáis
ser transformados. Vivid este encuentro con el amor de Cristo en una fuerte
relación personal con él; vividlo en la Iglesia, ante todo en los sacramentos.
161

Vividlo en la Eucaristía, en la que se hace presente su sacrificio: él realmente


entrega su Cuerpo y su Sangre por nosotros, para redimir los pecados de la
humanidad, para que lleguemos a ser uno con él, para que aprendamos
también nosotros la lógica del entregarse. Vividlo en la Confesión, donde,
ofreciéndonos su perdón, Jesús nos acoge con todas nuestras limitaciones para
darnos un corazón nuevo, capaz de amar como él. Aprended a tener
familiaridad con la Palabra de Dios, a meditarla, especialmente en la lectio
divina, la lectura espiritual de la Biblia. Por último, sabed encontrar el amor de
Cristo en el testimonio de caridad de la Iglesia. Turín os ofrece, en su historia,
espléndidos ejemplos: seguidlos, viviendo concretamente la gratuidad del
servicio. En la comunidad eclesial todo debe estar dirigido a hacer que los
hombres palpen la infinita caridad de Dios.
Queridos amigos, el amor de Cristo al joven del Evangelio es el mismo que
tiene a cada uno de nosotros. No es un amor confinado en el pasado, no es un
espejismo, no está reservado a pocos. Encontraréis este amor y
experimentaréis toda su fecundidad si buscáis con sinceridad y vivís con
empeño vuestra participación en la vida de la comunidad cristiana. Que cada
uno se sienta «parte viva» de la Iglesia, implicado en la tarea de la
evangelización, sin miedo, con un espíritu de sincera armonía con los
hermanos en la fe y en comunión con los pastores, saliendo de una tendencia
individualista también al vivir la fe, para respirar a pleno pulmón la belleza de
formar parte del gran mosaico de la Iglesia de Cristo.
Esta tarde no puedo menos de señalaros como modelo a un joven de
vuestra ciudad, el beato Pier Giorgio Frassati, de cuya beatificación este año se
cumple el vigésimo aniversario. Su existencia se vio envuelta totalmente por la
gracia y por el amor de Dios, y se consumió, con serenidad y alegría, en el
servicio apasionado a Cristo y a los hermanos. Joven como vosotros, vivió con
gran empeño su formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y
eficaz. Un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio de las
Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser amigo de Cristo, de
seguirlo, de sentirse de modo vivo parte de la Iglesia. Queridos jóvenes, tened
el valor de elegir lo que es esencial en la vida. «Vivir y no ir tirando», repetía
el beato Pier Giorgio Frassati. Como él, descubrid que vale la pena
comprometerse por Dios y con Dios, responder a su llamada en las opciones
fundamentales y en las cotidianas, incluso cuando cuesta.
El itinerario espiritual del beato Pier Giorgio Frassati recuerda que el camino
de los discípulos de Cristo requiere el valor de salir de sí mismos, para seguir
la senda del Evangelio.

LA IGLESIA, GRANOS DE TRIGO QUE SE TRITURAN


20100606. Homilía. Nicosia. Chipre.
162

San Agustín explica espléndidamente este proceso (cf. Sermón 272). Nos
recuerda que el pan no se hace a partir de un solo grano, sino de muchos. Para
que todos los granos se transformen en pan, primero hay que molerlos. Alude
aquí al exorcismo que han de hacer los catecúmenos antes de su bautismo.
Cada uno de nosotros que formamos parte de la Iglesia necesita salir del
mundo cerrado de su individualismo y aceptar la ‘compañía’ de los demás, que
“comparten el pan” con nosotros. Ya no debemos pensar más a partir del “yo”,
sino del “nosotros”. Por esto, todos los días pedimos a “nuestro” Padre el pan
“nuestro” de cada día. La condición previa para entrar en la vida divina a la
que estamos llamados es derribar las barreras entre nosotros y nuestros
vecinos. Necesitamos ser liberados de lo que nos aprisiona y aísla: temor y
desconfianza recíproca, avidez y egoísmo, malevolencia, para arriesgarnos a la
vulnerabilidad a la que nos exponemos cuando nos abrimos al amor.
Los granos de trigo, una vez triturados, se mezclan en la masa y se meten
en el horno. Aquí, san Agustín se refiere a la inmersión en las aguas
bautismales a la que sigue el don sacramental del Espíritu Santo, que inflama
el corazón de los fieles con el fuego del amor de Dios. Este proceso que une y
transforma los granos aislados en un único pan nos ofrece una imagen
sugerente de la acción unificadora del Espíritu Santo sobre los miembros de la
Iglesia, realizada de una manera eminente a través de la celebración de la
eucaristía. Quienes participan en este gran sacramento y se alimentan de su
Cuerpo eucarístico se transforman en el Cuerpo eclesial de Cristo. “Sé lo que
ves”, dice san Agustín animándolos, “y recibe lo que eres”.
Estas significativas palabras nos invitan a responder generosamente a la
llamada a “ser Cristo” para los que nos rodean. Ahora somos su cuerpo en la
tierra. Parafraseando una célebre expresión atribuida a santa Teresa de Ávila,
somos los ojos con los que mira compasivamente a los que pasan necesidad,
somos las manos que extiende para bendecir y curar, somos los pies de los que
se sirve para hacer el bien, y somos los labios con los que se proclama su
Evangelio. Sin embargo, es importante comprender que cuando participamos
de este modo en su obra de salvación, no estamos honrando la memoria de un
héroe muerto prolongando lo que él hizo. Al contrario, Cristo vive en nosotros,
su cuerpo, la Iglesia, su pueblo sacerdotal. Al tomarlo a Él como alimento en
la eucaristía y acogiendo en nuestros corazones su Espíritu Santo, nos
transformamos realmente en el Cuerpo de Cristo que hemos recibido, estamos
verdaderamente en comunión con Él y entre nosotros, y nos transformamos en
verdaderos instrumentos suyos, dando testimonio de Él en el mundo.

EUCARISTÍA DOMINICAL Y TESTIMONIO DE LA CARIDAD


20100615. Discurso. Asamblea eclesial de la diócesis de Roma
Jesús vino para revelarnos el amor del Padre, porque «el hombre no puede
vivir sin amor» (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10). En efecto, el amor es
la experiencia fundamental de todo ser humano, lo que da significado a la vida
diaria. También nosotros, alimentados con la Eucaristía, siguiendo el ejemplo
de Cristo, vivimos para él, para ser testigos del amor. Al recibir el Sacramento,
entramos en comunión de sangre con Jesucristo. En la concepción judía, la
163

sangre indica la vida; así, podemos decir que, alimentándonos del cuerpo de
Cristo, acogemos la vida de Dios y aprendemos a mirar la realidad con sus
ojos, abandonando la lógica del mundo para seguir la lógica divina del don y
de la gratuidad. San Agustín recuerda que durante una visión le pareció oír la
voz del Señor que le decía: «Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Mas
no me transformarás en ti como al manjar de tu carne, sino que tú te
transformarás en mí» (cf. Confesiones VII, 10, 16). Cuando recibimos a
Cristo, el amor de Dios se expande en lo íntimo de nuestro ser, modifica
radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza
difusiva del bien, pueden transformar la vida de quienes están a nuestro lado.
La caridad es capaz de generar un cambio auténtico y permanente de la
sociedad, actuando en el corazón y en la mente de los hombres, y cuando se
vive en la verdad «es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de
cada persona y de toda la humanidad» (Caritas in veritate, 1). Para el discípulo
de Jesús el testimonio de la caridad no es un sentimiento pasajero sino, al
contrario, es lo que plasma la vida en toda circunstancia. (…)
Las necesidades y la pobreza de numerosos hombres y mujeres nos
interpelan profundamente: cada día es Cristo mismo quien, en los pobres, nos
pide que le demos de comer y de beber, que lo visitemos en los hospitales y en
las cárceles, que lo acojamos y lo vistamos. La Eucaristía celebrada nos
impone y, al mismo tiempo, nos hace capaces de ser también nosotros pan
partido para los hermanos, saliendo al encuentro de sus necesidades y
entregándonos nosotros mismos. Por esto una celebración eucarística que no
lleve a encontrarse con los hombres allí donde viven, trabajan y sufren, para
llevarles el amor de Dios, no manifiesta la verdad que encierra. Para ser fieles
al misterio que se celebra en los altares, como nos exhorta el apóstol san
Pablo, debemos ofrecer nuestro cuerpo, nuestro ser, como sacrificio espiritual
agradable a Dios (cf. Rm 12, 1) en las circunstancias que requieren hacer que
muera nuestro yo y constituyen nuestro «altar» cotidiano. Los gestos de
compartir crean comunión, renuevan el tejido de las relaciones interpersonales,
inclinándolas a la gratuidad y al don, y permiten la construcción de la
civilización del amor. En un tiempo como el actual de crisis económica y
social, seamos solidarios con quienes viven en la indigencia, para ofrecer a
todos la esperanza de un mañana mejor y digno del hombre. Si vivimos
realmente como discípulos del Dios-caridad, ayudaremos a los habitantes de
Roma a descubrir que son hermanos e hijos del único Padre.
La naturaleza misma del amor requiere opciones de vida definitivas e
irrevocables. Me dirijo en particular a vosotros, queridos jóvenes: no tengáis
miedo de elegir el amor como la regla suprema de la vida. No tengáis miedo
de amar a Cristo en el sacerdocio y, si en el corazón sentís la llamada del
Señor, seguidlo en esta extraordinaria aventura de amor, abandonándoos con
confianza a él. No tengáis miedo de formar familias cristianas que vivan el
amor fiel, indisoluble y abierto a la vida. Testimoniad que el amor, como lo
vivió Cristo y como lo enseña el Magisterio de la Iglesia, no quita nada a
nuestra felicidad; al contrario, da la alegría profunda que Cristo prometió a sus
discípulos.
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ESCUCHAR A DIOS
20100704. Discurso. Jóvenes. Sulmona
¡Ante todo quiero deciros que estoy muy contento de encontrarme con
vosotros! Doy gracias a Dios por la posibilidad que me brinda de quedarme un
poco con vosotros, como un padre de familia, junto a vuestro obispo y
vuestros sacerdotes. ¡Os agradezco el afecto que me manifestáis con tanta
calidez! Pero os doy también las gracias por lo que me habéis dicho, a través
de vuestros dos «portavoces», Francesca y Cristian. Me habéis hecho
preguntas con mucha franqueza y, a la vez, habéis demostrado tener puntos de
apoyo, convicciones. Y esto es muy importante. Sois chicos y chicas que
reflexionáis, que os hacéis preguntas y que tenéis también el sentido de la
verdad y del bien. O sea, sabéis utilizar la mente y el corazón, ¡y no es poco!
Es más, diría que es lo principal en este mundo: aprender a usar bien la
inteligencia y la sabiduría que Dios nos ha dado. La gente de esta tierra
vuestra, en el pasado, no disponía de muchos medios para estudiar ni para
afirmarse en la sociedad, pero poseía lo que enriquece verdaderamente a un
hombre y a una mujer: la fe y los valores morales. ¡Esto es lo que construye a
las personas y la convivencia civil!
De vuestras palabras se desprenden dos aspectos fundamentales: uno
positivo y otro negativo. El aspecto positivo procede de vuestra visión
cristiana de la vida, una educación que evidentemente habéis recibido de
vuestros padres, abuelos y otros educadores: sacerdotes, profesores,
catequistas. El aspecto negativo está en las sombras que oscurecen vuestro
horizonte: hay problemas concretos que dificultan contemplar el futuro con
serenidad y optimismo; pero también existen falsos valores y modelos
ilusorios que se os proponen y que prometen llenar la vida, cuando en cambio
la vacían. Entonces, ¿qué hacer para que estas sombran no sean demasiado
pesadas? Ante todo, ¡veo que sois jóvenes con buena memoria! Sí, me ha
impresionado el hecho de que hayáis retomado expresiones que pronuncié en
Sydney, en Australia, durante la Jornada mundial de la juventud de 2008. Y
además habéis recordado que las JMJ nacieron hace 25 años. Pero sobre todo
habéis demostrado que tenéis una memoria histórica propia vinculada a
vuestra tierra: me habéis hablado de un personaje nacido hace ocho siglos, san
Pedro Celestino V, y habéis dicho que le consideráis todavía muy actual. Veis,
queridos amigos, que de esta forma tenéis, como se suele decir, «una marcha
más». Sí, la memoria histórica es verdaderamente una «marcha más» en la
vida, porque sin memoria no hay futuro. Una vez se decía que la historia es
maestra de vida. La actual cultura consumista tiende en cambio a aplanar al
hombre en el presente, a hacer que pierda el sentido del pasado, de la historia;
pero actuando así le priva también de la capacidad de comprenderse a sí
mismo, de percibir los problemas y de construir el mañana. Así que, queridos
jóvenes, quiero deciros: el cristiano es alguien que tiene buena memoria, que
ama la historia y procura conocerla.
Os doy las gracias por ello, pues me habláis de san Pedro del Morrone,
Celestino V, y sois capaces de valorar su experiencia hoy, en un mundo tan
distinto, pero precisamente por esto necesitado de redescubrir algunas cosas
165

que valen siempre, que son perennes, por ejemplo la capacidad de escuchar a
Dios en el silencio exterior y sobre todo interior. Hace poco me habéis
preguntado: ¿cómo se puede reconocer la llamada de Dios? Pues bien, el
secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir,
escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a
nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que
está cerca y me ama. Como dije esta mañana, es importante aprender a vivir
momentos de silencio interior en las propias jornadas para ser capaces de
escuchar la voz del Señor. Estad seguros de que si uno aprende a escuchar esta
voz y a seguirla con generosidad, no tiene miedo de nada, sabe y percibe que
Dios está con él, con ella, que es Amigo, Padre y Hermano. En una palabra: el
secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la oración que crece
justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está
cerca. Y esto es verdad tanto antes de la elección, o sea, en el momento de
decidir y partir, como después, si se quiere ser fiel y perseverar en el camino.
San Pedro Celestino fue, antes de todo esto: un hombre de escucha, de silencio
interior, un hombre de oración, un hombre de Dios. Queridos jóvenes:
¡encontrad siempre un espacio en vuestras jornadas para Dios, para escucharle
y hablarle!
Y aquí desearía deciros una segunda cosa: la verdadera oración no es en
absoluto ajena a la realidad. Si orar os alienara, os sustrajera de vuestra vida
real, estad en guardia: ¡no sería verdadera oración! Al contrario: el diálogo con
Dios es garantía de verdad, de verdad con uno mismo y con los demás, y así
de libertad. Estar con Dios, escuchar su Palabra, en el Evangelio, en la liturgia
de la Iglesia, defiende de los desaciertos del orgullo y de la presunción, de las
modas y de los conformismos, y da la fuerza para ser auténticamente libres,
también de ciertas tentaciones disfrazadas de cosas buenas. Me habéis
preguntado: ¿cómo podemos estar «en» el mundo sin ser «del» mundo? Os
respondo: precisamente gracias a la oración, al contacto personal con Dios. No
se trata de multiplicar las palabras —lo decía Jesús—, sino de estar en
presencia de Dios, haciendo propias, en la mente y en el corazón, las
expresiones del «Padre Nuestro», que abraza todos los problemas de nuestra
vida, o bien adorando la Eucaristía, meditando el Evangelio en nuestra
habitación o participando con recogimiento en la liturgia. Todo esto no aparta
de la vida, sino que ayuda a ser verdaderamente uno mismo en cada ambiente,
fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los
condicionamientos del momento. Así fue para san Celestino V: supo actuar
según su conciencia en obediencia a Dios, y por ello sin miedo y con gran
valentía, también en los momentos difíciles, como aquellos ligados a su breve
pontificado, no temiendo perder la propia dignidad, sino sabiendo que esta
consiste en estar en la verdad. Y el garante de la verdad es Dios. Quien le sigue
no tiene miedo ni siquiera de renunciar a sí mismo, a su propia idea, porque
«quien a Dios tiene, nada le falta», como decía santa Teresa de Ávila.
Queridos amigos: La fe y la oración no resuelven los problemas, pero
permiten afrontarlos con nueva luz y fuerza, de manera digna del hombre, y
también de un modo más sereno y eficaz. Si contemplamos la historia de la
Iglesia, veremos que es rica en figuras de santos y beatos que, precisamente
166

partiendo de un diálogo intenso y constante con Dios, iluminados por la fe,


supieron hallar soluciones creativas, siempre nuevas, para dar respuesta a
necesidades humanas concretas en todos los siglos: la salud, la educación, el
trabajo, etcétera. Su audacia estaba animada por el Espíritu Santo y por un
amor fuerte y generoso a los hermanos, especialmente los más débiles y
desfavorecidos. Queridos jóvenes: ¡Dejaos conquistar totalmente por Cristo!
Entrad también vosotros, con decisión, en el camino de la santidad —que está
abierto a todos—, esto es, de estar en contacto, en conformidad con Dios
porque ello hará que seáis cada vez más creativos al buscar soluciones a los
problemas que encontráis, y a buscarlas juntos. He aquí otro signo distintivo
del cristiano: jamás es individualista. A lo mejor me diréis: pero si
contemplamos, por ejemplo, a san Pedro Celestino, en la elección de la vida
eremítica, ¿no se trataba tal vez de individualismo, de fuga de las
responsabilidades? Cierto; esta tentación existe. Pero en las experiencias
aprobadas por la Iglesia, la vida solitaria de oración y de penitencia está
siempre al servicio de la comunidad, se abre a los demás, nunca se contrapone
a las necesidades de la comunidad. Las ermitas y los monasterios son oasis y
manantiales de vida espiritual de los que todos pueden beber. El monje no vive
para sí, sino para los demás, y es por el bien de la Iglesia y de la sociedad que
cultiva la vida contemplativa, para que la Iglesia y la sociedad siempre estén
irrigadas de energías nuevas, de la acción del Señor. Queridos jóvenes: ¡Amad
a vuestras comunidades cristianas, no tengáis miedo de comprometeros a vivir
juntos la experiencia de fe! Quered mucho a la Iglesia: ¡os ha dado la fe, os ha
permitido conocer a Cristo! Y quered mucho a vuestro obispo, a vuestros
sacerdotes: con todas nuestras debilidades, los sacerdotes son presencias
preciosas en la vida.
El joven rico del Evangelio, después de que Jesús le propuso que dejara
todo y le siguiera —como sabemos—, se marchó triste porque estaba
demasiado apegado a sus bienes (cf. Mt 19, 22). ¡En cambio en vosotros leo la
alegría! Y también esto es un signo de que sois cristianos: de que para vosotros
Jesucristo vale mucho; aunque sea exigente seguirle, vale más que cualquier
otra cosa. Habéis creído que Dios es la perla preciosa que da valor a todo lo
demás: a la familia, al estudio, al trabajo, al amor humano... a la vida misma.
Habéis comprendido que Dios no os quita nada, sino que os da «el ciento por
uno» y hace eterna vuestra vida, porque Dios es Amor infinito: el único que
sacia nuestro corazón. Me gusta recordar la experiencia de san Agustín, un
joven que buscó con gran dificultad, por largo tiempo, fuera de Dios, algo que
saciara su sed de verdad y de felicidad. Pero al final de este camino de
búsqueda comprendió que nuestro corazón no tiene paz hasta que encuentra a
Dios, hasta que descansa en él (cf. Las Confesiones 1, 1). Queridos jóvenes:
¡Conservad vuestro entusiasmo, vuestra alegría, aquella que nace de haber
encontrado al Señor, y sabed comunicarla también a vuestros amigos, a
vuestros coetáneos! Ahora debo marcharme y tengo que deciros cuánto
lamento dejaros. ¡Con vosotros siento que la Iglesia es joven! Pero regreso
contento, como un padre que está tranquilo porque ha visto que sus hijos
crecen y lo están haciendo bien. ¡Caminad, queridos chicos y queridas chicas!
Caminad por la vía del Evangelio; amad a la Iglesia, nuestra madre; sed
167

sencillos y puros de corazón; sed mansos y fuertes en la verdad; sed humildes


y generosos. Os encomiendo a todos a vuestros santos patronos, a san Pedro
Celestino y sobre todo a la Virgen María, y con gran afecto os bendigo.
Amén.

SAN TARCISIO Y AMOR A LA EUCARISTÍA


20100804. Audiencia general. Encuentro europeo de monaguillos
El deseo que expreso a todos es que ese lugar, es decir, las catacumbas de
san Calixto, y esta estatua se conviertan en un punto de referencia para los
monaguillos y para quienes desean seguir a Jesús más de cerca a través de la
vida sacerdotal, religiosa y misionera. Todos podemos contemplar a este joven
valiente y fuerte, y renovar el compromiso de amistad con el Señor mismo
para aprender a vivir siempre con él, siguiendo el camino que nos señala con
su Palabra y el testimonio de tantos santos y mártires, de los cuales, por medio
del Bautismo, hemos llegado a ser hermanos y hermanas.
¿Quién era san Tarsicio? No tenemos muchas noticias de él. Estamos en los
primeros siglos de la historia de la Iglesia; más exactamente en el siglo III. Se
narra que era un joven que frecuentaba las catacumbas de san Calixto, aquí en
Roma, y era muy fiel a sus compromisos cristianos. Amaba mucho la
Eucaristía, y por varios elementos deducimos que probablemente era un
acólito, es decir, un monaguillo. Eran años en los que el emperador Valeriano
perseguía duramente a los cristianos, que se veían forzados a reunirse a
escondidas en casas privadas o, a veces, también en las catacumbas, para
escuchar la Palabra de Dios, orar y celebrar la santa misa. También la
costumbre de llevar la Eucaristía a los presos y a los enfermos resultaba cada
vez más peligrosa. Un día, cuando el sacerdote preguntó, como solía hacer,
quién estaba dispuesto a llevar la Eucaristía a los demás hermanos y hermanas
que la esperaban, se levantó el joven Tarsicio y dijo: «Envíame a mí». Ese
muchacho parecía demasiado joven para un servicio tan arduo. «Mi juventud
—dijo Tarsicio— será la mejor protección para la Eucaristía». El sacerdote,
convencido, le confió aquel Pan precioso, diciéndole: «Tarsicio, recuerda que
a tus débiles cuidados se encomienda un tesoro celestial. Evita los caminos
frecuentados y no olvides que las cosas santas no deben ser arrojadas a los
perros ni las perlas a los cerdos. ¿Guardarás con fidelidad y seguridad los
Sagrados Misterios?». «Moriré —respondió decidido Tarsicio— antes que
cederlos». A lo largo del camino se encontró con algunos amigos, que
acercándose a él le pidieron que se uniera a ellos. Al responder que no podía,
ellos —que eran paganos— comenzaron a sospechar e insistieron, dándose
cuenta de que apretaba algo contra su pecho y parecía defenderlo. Intentaron
arrancárselo, pero no lo lograron; la lucha se hizo cada vez más furiosa, sobre
todo cuando supieron que Tarsicio era cristiano; le dieron puntapiés, le
arrojaron piedras, pero él no cedió. Ya moribundo, fue llevado al sacerdote por
un oficial pretoriano llamado Cuadrado, que también se había convertido en
cristiano a escondidas. Llegó ya sin vida, pero seguía apretando contra su
pecho un pequeño lienzo con la Eucaristía. Fue sepultado inmediatamente en
las catacumbas de san Calixto. El Papa san Dámaso hizo una inscripción para
168

la tumba de san Tarsicio, según la cual el joven murió en el año 257. El


Martirologio Romano fija la fecha el 15 de agosto y en el mismo Martirologio
se recoge una hermosa tradición oral, según la cual no se encontró el
Santísimo Sacramento en el cuerpo de san Tarsicio, ni en las manos ni entre
sus vestidos. Se explicó que la partícula consagrada, defendida con la vida por
el pequeño mártir, se había convertido en carne de su carne, formando así con
su mismo cuerpo una única hostia inmaculada ofrecida a Dios.
Queridas y queridos monaguillos, el testimonio de san Tarsicio y esta
hermosa tradición nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que
debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo valor no
se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en
alimento, apoyo y fuerza para nuestro peregrinar de cada día, y en camino
abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha dejado.
Me dirijo a vosotros, aquí presentes, y por medio de vosotros a todos los
monaguillos del mundo. Servid con generosidad a Jesús presente en la
Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del Señor
y crecer en una amistad verdadera y profunda con él. Custodiad celosamente
esta amistad en vuestro corazón como san Tarsicio, dispuestos a
comprometeros, a luchar y a dar la vida para que Jesús llegue a todos los
hombres. También vosotros comunicad a vuestros coetáneos el don de esta
amistad, con alegría, con entusiasmo, sin miedo, para que puedan sentir que
vosotros conocéis este Misterio, que es verdad y que lo amáis. Cada vez que
os acercáis al altar, tenéis la suerte de asistir al gran gesto de amor de Dios,
que sigue queriéndose entregar a cada uno de nosotros, estar cerca de nosotros,
ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien. Como sabéis, con la consagración,
ese pedacito de pan se convierte en Cuerpo de Cristo, ese vino se convierte en
Sangre de Cristo. Sois afortunados por poder vivir de cerca este inefable
misterio. Realizad con amor, con devoción y con fidelidad vuestra tarea de
monaguillos. No entréis en la iglesia para la celebración con superficialidad;
antes bien, preparaos interiormente para la santa misa. Ayudando a vuestros
sacerdotes en el servicio del altar contribuís a hacer que Jesús esté más cerca,
de modo que las personas puedan sentir y darse cuenta con más claridad de
que él está aquí; vosotros colaboráis para que él pueda estar más presente en el
mundo, en la vida de cada día, en la Iglesia y en todo lugar. Queridos amigos,
vosotros prestáis a Jesús vuestras manos, vuestros pensamientos, vuestro
tiempo. Él no dejará de recompensaros, dándoos la verdadera alegría y
haciendo que sintáis dónde está la felicidad más plena. San Tarsicio nos ha
mostrado que el amor nos puede llevar incluso hasta la entrega de la vida por
un bien auténtico, por el verdadero bien, por el Señor.
Probablemente a nosotros no se nos pedirá el martirio, pero Jesús nos pide
la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la participación
interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este tesoro en la vida de
cada día. Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el testimonio de su amor,
frecuentando la Iglesia por convicción interior y por la alegría de su presencia.
Así podemos dar a conocer también a nuestros amigos que Jesús vive. Que en
este compromiso nos ayude la intercesión de san Juan María Vianney —cuya
memoria litúrgica se celebra hoy—, de este humilde párroco de Francia que
169

cambió una pequeña comunidad y así dio al mundo nueva luz. Que el ejemplo
de san Tarsicio y de san Juan María Vianney nos impulse cada día a amar a
Jesús y a cumplir su voluntad, como hizo la Virgen María, fiel a su Hijo hasta
el final.

ARRAIGADOS Y EDIFICADOS EN CRISTO, FIRMES EN LA FE


20100806. Mensaje para XXVI JMJ, Madrid 2011
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”(cf. Col 2, 7)
Queridos amigos
Pienso con frecuencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney, en
el 2008. Allí vivimos una gran fiesta de la fe, en la que el Espíritu de Dios
actuó con fuerza, creando una intensa comunión entre los participantes,
venidos de todas las partes del mundo. Aquel encuentro, como los precedentes,
ha dado frutos abundantes en la vida de muchos jóvenes y de toda la Iglesia.
Nuestra mirada se dirige ahora a la próxima Jornada Mundial de la Juventud,
que tendrá lugar en Madrid, en el mes de agosto de 2011. Ya en 1989, algunos
meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los
jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un
momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas,
hemos fijado nuestro encuentro en Madrid, con el lema: «Arraigados y
edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Os invito a este evento tan
importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además,
quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los
que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser
decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su
amor por cada uno de nosotros.
1. En las fuentes de vuestras aspiraciones más grandes
En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el
profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la
solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones
auténticas de amistad, de conocer el verdadero amor, de fundar una familia
unida, de adquirir una estabilidad personal y una seguridad real, que puedan
garantizar un futuro sereno y feliz. Al recordar mi juventud, veo que, en
realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la
mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener
el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo
tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más
grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos
perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era
grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y
belleza. Ciertamente, eso dependía también de nuestra situación. Durante la
dictadura nacionalsocialista y la guerra, estuvimos, por así decir, “encerrados”
por el poder dominante. Por ello, queríamos salir afuera para entrar en la
abundancia de las posibilidades del ser hombre. Pero creo que, en cierto
sentido, este impulso de ir más allá de lo habitual está en cada generación.
Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el
170

anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo
de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre
en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra
cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto,
hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que
Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura
tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a
imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces
comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el
hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de
esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el
Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et
Spes, 36). La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en
Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado,
sin ninguna relevancia en la vida social. Aunque el conjunto de los valores,
que son el fundamento de la sociedad, provenga del Evangelio –como el
sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo y de la
familia–, se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más
aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe
recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos
caracteriza.
Por este motivo, queridos amigos, os invito a intensificar vuestro camino
de fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Vosotros sois el futuro de la
sociedad y de la Iglesia. Como escribía el apóstol Pablo a los cristianos de la
ciudad de Colosas, es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad,
especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables
para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo
que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna
verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino
inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento.
Vosotros, jóvenes, tenéis el derecho de recibir de las generaciones que os
preceden puntos firmes para hacer vuestras opciones y construir vuestra vida,
del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que
crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.
2. Arraigados y edificados en Cristo
Para poner de relieve la importancia de la fe en la vida de los creyentes,
quisiera detenerme en tres términos que san Pablo utiliza en: «Arraigados y
edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). Aquí podemos distinguir
tres imágenes: “arraigado” evoca el árbol y las raíces que lo alimentan;
“edificado” se refiere a la construcción; “firme” alude al crecimiento de la
fuerza física o moral. Se trata de imágenes muy elocuentes. Antes de
comentarlas, hay que señalar que en el texto original las tres expresiones,
desde el punto de vista gramatical, están en pasivo: quiere decir, que es Cristo
mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los
creyentes.
La primera imagen es la del árbol, firmemente plantado en el suelo por
medio de las raíces, que le dan estabilidad y alimento. Sin las raíces, sería
171

llevado por el viento, y moriría. ¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, los
padres, la familia y la cultura de nuestro país son un componente muy
importante de nuestra identidad. La Biblia nos muestra otra más. El profeta
Jeremías escribe: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa
raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de
sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jer 17, 7-8). Echar raíces, para el
profeta, significa volver a poner su confianza en Dios. De Él viene nuestra
vida; sin Él no podríamos vivir de verdad. «Dios nos ha dado vida eterna y
esta vida está en su Hijo» (1 Jn 5,11). Jesús mismo se presenta como nuestra
vida (cf. Jn 14, 6). Por ello, la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino
sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con el Hijo de
Dios proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia. Cuando
comenzamos a tener una relación personal con Él, Cristo nos revela nuestra
identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un
momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi
vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede
turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo. Se piensa cuál será nuestro
trabajo, las relaciones sociales que hay que establecer, qué afectos hay que
desarrollar… En este contexto, vuelvo a pensar en mi juventud. En cierto
modo, muy pronto tomé conciencia de que el Señor me quería sacerdote. Pero
más adelante, después de la guerra, cuando en el seminario y en la universidad
me dirigía hacia esa meta, tuve que reconquistar esa certeza. Tuve que
preguntarme: ¿es éste de verdad mi camino? ¿Es de verdad la voluntad del
Señor para mí? ¿Seré capaz de permanecerle fiel y estar totalmente a
disposición de Él, a su servicio? Una decisión así también causa sufrimiento.
No puede ser de otro modo. Pero después tuve la certeza: ¡así está bien! Sí, el
Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando
con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos,
sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica.
Como las raíces del árbol lo mantienen plantado firmemente en la tierra,
así los cimientos dan a la casa una estabilidad perdurable. Mediante la fe,
estamos arraigados en Cristo (cf. Col 2, 7), así como una casa está construida
sobre los cimientos. En la historia sagrada tenemos numerosos ejemplos de
santos que han edificado su vida sobre la Palabra de Dios. El primero Abrahán.
Nuestro padre en la fe obedeció a Dios, que le pedía dejar la casa paterna para
encaminarse a un país desconocido. «Abrahán creyó a Dios y se le contó en su
haber. Y en otro pasaje se le llama “amigo de Dios”» (St 2, 23). Estar
arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios,
fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra. Jesús mismo reprende a sus
discípulos: «¿Por qué me llamáis: “¡Señor, Señor!”, y no hacéis lo que digo?»
(Lc 6, 46). Y recurriendo a la imagen de la construcción de la casa, añade: «El
que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra… se parece a uno
que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino
una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla,
porque estaba sólidamente construida» (Lc 6, 47-48).
172

Queridos amigos, construid vuestra casa sobre roca, como el hombre que
“cavó y ahondó”. Intentad también vosotros acoger cada día la Palabra de
Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino
de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y
esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los
fracasos. Continuamente se os presentarán propuestas más fáciles, pero
vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan
serenidad ni alegría. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda,
sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino. Acoged
con gratitud este don espiritual que habéis recibido de vuestras familias y
esforzaos por responder con responsabilidad a la llamada de Dios,
convirtiéndoos en adultos en la fe. No creáis a los que os digan que no
necesitáis a los demás para construir vuestra vida. Apoyaos, en cambio, en la
fe de vuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradeced al Señor el
haberla recibido y haberla hecho vuestra.
3. Firmes en la fe
Estad «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7). La
carta de la cual está tomada esta invitación, fue escrita por san Pablo para
responder a una necesidad concreta de los cristianos de la ciudad de Colosas.
Aquella comunidad, de hecho, estaba amenazada por la influencia de ciertas
tendencias culturales de la época, que apartaban a los fieles del Evangelio.
Nuestro contexto cultural, queridos jóvenes, tiene numerosas analogías con el
de los colosenses de entonces. En efecto, hay una fuerte corriente de
pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la
sociedad, planteando e intentando crear un “paraíso” sin Él. Pero la
experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno”, donde
prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas
y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las
personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y
escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde
cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que
esto conlleva. Hay cristianos que se dejan seducir por el modo de pensar
laicista, o son atraídos por corrientes religiosas que les alejan de la fe en
Jesucristo. Otros, sin dejarse seducir por ellas, sencillamente han dejado que se
enfriara su fe, con las inevitables consecuencias negativas en el plano moral.
El apóstol Pablo recuerda a los hermanos, contagiados por las ideas
contrarias al Evangelio, el poder de Cristo muerto y resucitado. Este misterio
es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana. Todas las
filosofías que lo ignoran, considerándolo “necedad” (1 Co 1, 23), muestran sus
límites ante las grandes preguntas presentes en el corazón del hombre. Por
ello, también yo, como Sucesor del apóstol Pedro, deseo confirmaros en la fe
(cf. Lc 22, 32). Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para
ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con
nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre,
abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados
de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar
173

a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con los hermanos más
pobres y en dificultad.
Queridos amigos, la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la
negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el “sí” de Dios al hombre,
la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De
hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina,
siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado. Por eso, quiero
invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de
vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede
liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el
amor, al que todos aspiramos.
4. Creer en Jesucristo sin verlo
En el Evangelio se nos describe la experiencia de fe del apóstol Tomás
cuando acoge el misterio de la cruz y resurrección de Cristo. Tomás, uno de
los doce apóstoles, siguió a Jesús, fue testigo directo de sus curaciones y
milagros, escuchó sus palabras, vivió el desconcierto ante su muerte. En la
tarde de Pascua, el Señor se aparece a los discípulos, pero Tomás no está
presente, y cuando le cuentan que Jesús está vivo y se les ha aparecido, dice:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).
También nosotros quisiéramos poder ver a Jesús, poder hablar con Él,
sentir más intensamente aún su presencia. A muchos se les hace hoy difícil el
acceso a Jesús. Muchas de las imágenes que circulan de Jesús, y que se hacen
pasar por científicas, le quitan su grandeza y la singularidad de su persona. Por
ello, a lo largo de mis años de estudio y meditación, fui madurando la idea de
transmitir en un libro algo de mi encuentro personal con Jesús, para ayudar de
alguna forma a ver, escuchar y tocar al Señor, en quien Dios nos ha salido al
encuentro para darse a conocer. De hecho, Jesús mismo, apareciéndose
nuevamente a los discípulos después de ocho días, dice a Tomás: «Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas
incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). También para nosotros es posible tener
un contacto sensible con Jesús, meter, por así decir, la mano en las señales de
su Pasión, las señales de su amor. En los Sacramentos, Él se nos acerca en
modo particular, se nos entrega. Queridos jóvenes, aprended a “ver”, a
“encontrar” a Jesús en la Eucaristía, donde está presente y cercano hasta
entregarse como alimento para nuestro camino; en el Sacramento de la
Penitencia, donde el Señor manifiesta su misericordia ofreciéndonos siempre
su perdón. Reconoced y servid a Jesús también en los pobres y enfermos, en
los hermanos que están en dificultad y necesitan ayuda.
Entablad y cultivad un diálogo personal con Jesucristo, en la fe. Conocedle
mediante la lectura de los Evangelios y del Catecismo de la Iglesia Católica;
hablad con Él en la oración, confiad en Él. Nunca os traicionará. «La fe es ante
todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e
inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado»
(Catecismo de la Iglesia Católica, 150). Así podréis adquirir una fe madura,
sólida, que no se funda únicamente en un sentimiento religioso o en un vago
recuerdo del catecismo de vuestra infancia. Podréis conocer a Dios y vivir
174

auténticamente de Él, como el apóstol Tomás, cuando profesó abiertamente su


fe en Jesús: «¡Señor mío y Dios mío!».
5. Sostenidos por la fe de la Iglesia, para ser testigos
En aquel momento Jesús exclama: «¿Porque me has visto has creído?
Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Pensaba en el camino de
la Iglesia, fundada sobre la fe de los testigos oculares: los Apóstoles.
Comprendemos ahora que nuestra fe personal en Cristo, nacida del diálogo
con Él, está vinculada a la fe de la Iglesia: no somos creyentes aislados, sino
que, mediante el Bautismo, somos miembros de esta gran familia, y es la fe
profesada por la Iglesia la que asegura nuestra fe personal. El Credo que
proclamamos cada domingo en la Eucaristía nos protege precisamente del
peligro de creer en un Dios que no es el que Jesús nos ha revelado: «Cada
creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo
creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a
sostener la fe de los otros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 166).
Agradezcamos siempre al Señor el don de la Iglesia; ella nos hace progresar
con seguridad en la fe, que nos da la verdadera vida (cf. Jn 20, 31).
En la historia de la Iglesia, los santos y mártires han sacado de la cruz
gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe
han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda
adversidad. De hecho, como dice el apóstol Juan: «¿quién es el que vence al
mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5, 5). La victoria
que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un
testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido
artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano,
un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida
social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien
de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy
concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros
mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los
demás. En la era de la globalización, sed testigos de la esperanza cristiana en
el mundo entero: son muchos los que desean recibir esta esperanza. Ante la
tumba del amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días, Jesús, antes de
volver a llamarlo a la vida, le dice a su hermana Marta: «Si crees, verás la
gloria de Dios» (Jn 11, 40). También vosotros, si creéis, si sabéis vivir y dar
cada día testimonio de vuestra fe, seréis un instrumento que ayudará a otros
jóvenes como vosotros a encontrar el sentido y la alegría de la vida, que nace
del encuentro con Cristo.
6. Hacia la Jornada Mundial de Madrid
Queridos amigos, os reitero la invitación a asistir a la Jornada Mundial de
la Juventud en Madrid. Con profunda alegría, os espero a cada uno
personalmente. Cristo quiere afianzaros en la fe por medio de la Iglesia. La
elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil. Se ve obstaculizada por
nuestras infidelidades personales y por muchas voces que nos sugieren vías
más fáciles. No os desaniméis, buscad más bien el apoyo de la comunidad
cristiana, el apoyo de la Iglesia. A lo largo de este año, preparaos intensamente
para la cita de Madrid con vuestros obispos, sacerdotes y responsables de la
175

pastoral juvenil en las diócesis, en las comunidades parroquiales, en las


asociaciones y los movimientos. La calidad de nuestro encuentro dependerá,
sobre todo, de la preparación espiritual, de la oración, de la escucha en común
de la Palabra de Dios y del apoyo recíproco.
Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva,
vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra
presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello,
las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros,
sino para todo el Pueblo de Dios. La Iglesia en España se está preparando
intensamente para acogeros y vivir la experiencia gozosa de la fe. Agradezco a
las diócesis, las parroquias, los santuarios, las comunidades religiosas, las
asociaciones y los movimientos eclesiales, que están trabajando con
generosidad en la preparación de este evento. El Señor no dejará de
bendecirles. Que la Virgen María acompañe este camino de preparación. Ella,
al anuncio del Ángel, acogió con fe la Palabra de Dios; con fe consintió que la
obra de Dios se cumpliera en ella. Pronunciando su “fiat”, su “sí”, recibió el
don de una caridad inmensa, que la impulsó a entregarse enteramente a Dios.
Que Ella interceda por todos vosotros, para que en la próxima Jornada
Mundial podáis crecer en la fe y en el amor. Os aseguro mi recuerdo paterno
en la oración y os bendigo de corazón. Vaticano, 6 de agosto de 2010, Fiesta
de la Transfiguración del Señor.

SAN AGUSTÍN. NO TENER MIEDO A LA VERDAD


20100825. Audiencia general
Quiero invitaros… a conocer más a los santos, empezando por aquel cuyo
nombre lleváis, leyendo su vida, sus escritos. Estad seguros de que se
convertirán en buenos guías para amar cada vez más al Señor y en ayudas
válidas para vuestro crecimiento humano y cristiano.
Como sabéis, yo también estoy unido de modo especial a algunas figuras
de santos: entre estas, además de san José y san Benito, de quienes llevo el
nombre, y de otros, está san Agustín, a quien tuve el gran don de conocer de
cerca, por decirlo así, a través del estudio y la oración, y que se ha convertido
en un buen «compañero de viaje» en mi vida y en mi ministerio. Quiero
subrayar una vez más un aspecto importante de su experiencia humana y
cristiana, actual también en nuestra época, en la que parece que el relativismo
es, paradójicamente, la «verdad» que debe guiar el pensamiento, las decisiones
y los comportamientos.
San Agustín fue un hombre que nunca vivió con superficialidad; la sed, la
búsqueda inquieta y constante de la Verdad es una de las características de
fondo de su existencia; pero no la de las «pseudo-verdades» incapaces de dar
paz duradera al corazón, sino de aquella Verdad que da sentido a la existencia
y es la «morada» en la que el corazón encuentra serenidad y alegría. Su
camino, como sabemos, no fue fácil: creyó encontrar la Verdad en el prestigio,
en la carrera, en la posesión de las cosas, en las voces que le prometían la
felicidad inmediata; cometió errores, sufrió tristezas, afrontó fracasos, pero
nunca se detuvo, nunca se contentó con lo que le daba sólo un hilo de luz;
176

supo mirar en lo íntimo de sí mismo y, como escribe en las Confesiones, se dio


cuenta de que esa Verdad, ese Dios que buscaba con sus fuerzas, era más
íntimo a él que él mismo, había estado siempre a su lado, nunca lo había
abandonado y estaba a la espera de poder entrar de forma definitiva en su vida
(cf. III, 6, 11; X, 27, 38). Como dije comentando la reciente película sobre su
vida, san Agustín comprendió, en su inquieta búsqueda, que no era él quien
había encontrado la Verdad, sino que la Verdad misma, que es Dios, lo
persiguió y lo encontró (cf.L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua
española, 4 de septiembre de 2009, p. 3). Romano Guardini, comentando un
pasaje del capítulo III de las Confesiones, afirma: san Agustín comprendió que
Dios es «gloria que nos pone de rodillas, bebida que apaga la sed, tesoro que
hace felices, [...él tuvo] la tranquilizadora certeza de quien por fin comprendió,
pero también la bienaventuranza del amor que sabe: esto es todo y me basta»
(Pensatori religiosi, Brescia 2001, p. 177).
También en las Confesiones, en el libro IX, nuestro santo refiere una
conversación con su madre, santa Mónica —cuya memoria se celebra el
próximo viernes, pasado mañana—. Es una escena muy hermosa: él y su
madre están en Ostia, en un albergue, y desde la ventana ven el cielo y el mar,
y trascienden cielo y mar, y por un momento tocan el corazón de Dios en el
silencio de las criaturas. Y aquí aparece una idea fundamental en el camino
hacia la Verdad: las criaturas deben callar para que reine el silencio en el que
Dios puede hablar. Esto es verdad siempre, también en nuestro tiempo: a veces
se tiene una especie de miedo al silencio, al recogimiento, a pensar en los
propios actos, en el sentido profundo de la propia vida; a menudo se prefiere
vivir sólo el momento fugaz, esperando ilusoriamente que traiga felicidad
duradera; se prefiere vivir, porque parece más fácil, con superficialidad, sin
pensar; se tiene miedo de buscar la Verdad, o quizás se tiene miedo de que la
Verdad nos encuentre, nos aferre y nos cambie la vida, como le sucedió a san
Agustín.
Queridos hermanos y hermanas, quiero decir a todos, también a quienes
atraviesan un momento de dificultad en su camino de fe, a quienes participan
poco en la vida de la Iglesia o a quienes viven «como si Dios no existiese»,
que no tengan miedo de la Verdad, que no interrumpan nunca el camino hacia
ella, que no cesen nunca de buscar la verdad profunda sobre sí mismos y sobre
las cosas con el ojo interior del corazón. Dios no dejará de dar luz para hacer
ver y calor para hacer sentir al corazón que nos ama y que desea ser amado.

EL CORAZÓN DEL MENSAJE A LOS JÓVENES JMJ 2011


20100905. Ángelus. Castelgandolfo
Ahora, en cambio, deseo presentar brevemente mi Mensaje —publicado en
los días pasados— dirigido a los jóvenes del mundo para la XXVI Jornada
mundial de la juventud, que tendrá lugar en Madrid dentro de poco menos de
un año.
El tema que escogí para este Mensaje retoma una expresión de la carta a
los Colosenses del apóstol san Pablo: «Arraigados y edificados en Cristo,
firmes en la fe» (cf. 2, 7). Decididamente se trata de una propuesta a
177

contracorriente. De hecho, ¿quién propone hoy a los jóvenes estar


«arraigados» y «firmes»? Más bien se exalta la incertidumbre, la movilidad, la
volubilidad..., todos ellos aspectos que reflejan una cultura indecisa en lo que
se refiere a los valores de fondo, a los principios con los que es preciso
orientar y regular la propia vida. En realidad, yo mismo, por mi experiencia y
por los contactos que tengo con los jóvenes, sé bien que cada generación, más
aún, cada persona está llamada a realizar de nuevo el recorrido de
descubrimiento del sentido de la vida. Y precisamente por esto quise volver a
proponer un mensaje que, según el estilo bíblico, evoca las imágenes del árbol
y de la casa. El joven, de hecho, es como un árbol en crecimiento: para
desarrollarse bien necesita raíces profundas que, en caso de tempestades de
viento, lo mantengan bien plantado en el suelo. Del mismo modo, la imagen
del edificio en construcción recuerda la exigencia de buenos fundamentos para
que la casa sea sólida y segura.
Y el corazón del Mensaje está en las expresiones «en Cristo» y «en la fe».
La plena madurez de la persona, su estabilidad interior, se basan en la relación
con Dios, relación que pasa por el encuentro con Jesucristo. Una relación de
profunda confianza, de auténtica amistad con Jesús puede dar a un joven lo
que necesita para afrontar bien la vida: serenidad y luz interior, capacidad para
pensar de manera positiva, apertura de ánimo hacia los demás, disponibilidad a
pagar personalmente por el bien, la justicia y la verdad. Un último aspecto,
muy importante: para llegar a ser creyente, el joven se sostiene gracias a la fe
de la Iglesia; si ningún hombre es una isla, mucho menos lo es el cristiano, que
descubre en la Iglesia la belleza de la fe compartida y testimoniada juntamente
con los demás en la fraternidad y en el servicio de la caridad.

JESÚS: BUSCADLO, CONOCEDLO Y AMADLO


20100916. Homilía. Glasgow, Escocia.
…Finalmente, deseo dirigirme a vosotros, mis queridos jóvenes católicos
de Escocia. Os apremio a llevar una vida digna de nuestro Señor (cf. Ef 4,1) y
de vosotros mismos. Hay muchas tentaciones que debéis afrontar cada día —
droga, dinero, sexo, pornografía, alcohol— y que el mundo os dice que os
darán felicidad, cuando, en verdad, estas cosas son destructivas y crean
división. Sólo una cosa permanece: el amor personal de Jesús por cada uno de
vosotros. Buscadlo, conocedlo y amadlo, y él os liberará de la esclavitud de la
existencia deslumbrante, pero superficial, que propone frecuentemente la
sociedad actual. Dejad de lado todo lo que es indigno y descubrid vuestra
propia dignidad como hijos de Dios. En el evangelio de hoy, Jesús nos pide
que oremos por las vocaciones: elevo mi súplica para que muchos de vosotros
conozcáis y améis a Jesús y, a través de este encuentro, os dediquéis por
completo a Dios, especialmente aquellos de vosotros que habéis sido llamados
al sacerdocio o a la vida religiosa. Éste es el desafío que el Señor os dirige
hoy: la Iglesia ahora os pertenece a vosotros.

LO QUE DIOS DESEA MÁS ES QUE SEÁIS SANTOS


20100917. Discurso. Colegio universitario de Twickenham, Londres
178

No es frecuente que un Papa u otra persona tenga la posibilidad de hablar a


la vez a los alumnos de todas las escuelas católicas de Inglaterra, Gales y
Escocia. Y como tengo esta oportunidad, hay algo que deseo enormemente
deciros. Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros
santos del siglo XXI. Lo que Dios desea más de cada uno de vosotros es que
seáis santos. Él os ama mucho más de lo jamás podríais imaginar y quiere lo
mejor para vosotros. Y, sin duda, lo mejor para vosotros es que crezcáis en
santidad.
Quizás alguno de vosotros nunca antes pensó esto. Quizás, alguno opina
que la santidad no es para él. Dejad que me explique. Cuando somos jóvenes,
solemos pensar en personas a las que respetamos, admiramos y como las que
nos gustaría ser. Puede que sea alguien que encontramos en nuestra vida diaria
y a quien tenemos una gran estima. O puede que sea alguien famoso. Vivimos
en una cultura de la fama, y a menudo se alienta a los jóvenes a modelarse
según las figuras del mundo del deporte o del entretenimiento. Os pregunto:
¿Cuáles son las cualidades que veis en otros y que más os gustarían para
vosotros? ¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?
Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de
segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las
demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero,
por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado
en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de
satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama,
no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las
mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra,
porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy
sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el
valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el
dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino
en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro
corazón.
Dios no solamente nos ama con una profundidad e intensidad que
difícilmente podremos llegar a comprender, sino que, además, nos invita a
responder a su amor. Todos sabéis lo que sucede cuando encontráis a alguien
interesante y atractivo, y queréis ser amigo suyo. Siempre esperáis resultar
interesantes y atractivos, y que deseen ser vuestros amigos. Dios quiere
vuestra amistad. Y cuando comenzáis a ser amigos de Dios, todo en la vida
empieza a cambiar. A medida que lo vais conociendo mejor, percibís el deseo
de reflejar algo de su infinita bondad en vuestra propia vida. Os atrae la
práctica de las virtudes. Comenzáis a ver la avaricia y el egoísmo y tantos
otros pecados como lo que realmente son, tendencias destructivas y peligrosas
que causan profundo sufrimiento y un gran daño, y deseáis evitar caer en esas
trampas. Empezáis a sentir compasión por la gente con dificultades y ansiáis
hacer algo por ayudarles. Queréis prestar ayuda a los pobres y hambrientos,
consolar a los tristes, deseáis ser amables y generosos. Cuando todo esto
comience a sucederos, estáis en camino hacia la santidad.
179

En vuestras escuelas católicas, hay cada vez más iniciativas, además de las
materias concretas que estudiáis y de las diferentes habilidades que aprendéis.
Todo el trabajo que realizáis se sitúa en un contexto de crecimiento en la
amistad con Dios y todo ello debe surgir de esta amistad. Aprendéis a ser no
sólo buenos estudiantes, sino buenos ciudadanos, buenas personas. A medida
que avanzáis en los diferentes cursos escolares, debéis ir tomando decisiones
sobre las materias que vais a estudiar, comenzando a especializaros de cara a
lo que más tarde vais a hacer en la vida. Esto es justo y conveniente. Pero
recordad siempre que cuando estudiáis una materia, es parte de un horizonte
mayor. No os contentéis con ser mediocres. El mundo necesita buenos
científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la
dimensión religiosa y ética de la vida, de la misma manera que la religión se
convierte en limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en
nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos
y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito
particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal
camino.
Una buena escuela educa integralmente a la persona en su totalidad. Y una
buena escuela católica, además de este aspecto, debería ayudar a todos sus
alumnos a ser santos. Sé que hay muchos no-católicos estudiando en las
escuelas católicas de Gran Bretaña, y deseo incluiros a todos vosotros en mi
mensaje de hoy. Rezo para que también vosotros os sintáis movidos a la
práctica de la virtud y crezcáis en el conocimiento y en la amistad con Dios
junto a vuestros compañeros católicos. Sois para ellos un signo que les
recuerda ese horizonte mayor, que está fuera de la escuela, y de hecho, es
bueno que el respeto y la amistad entre miembros de diversas tradiciones
religiosas forme parte de las virtudes que se aprenden en una escuela católica.
Igualmente, confío en que queráis compartir con otros los valores e ideas
aprendidos gracias a la educación cristiana que habéis recibido.

HEMOS SIDO CREADOS PARA AMAR


20100917.Discurso. Saludo a los jóvenes. Westminster, Londres
"El corazón habla al corazón" –cor ad cor loquitur-. Como sabéis, he
elegido estas palabras tan queridas para el cardenal Newman como el lema de
mi visita. En estos momentos en que estamos juntos, deseo hablar con
vosotros desde mi propio corazón, y os ruego que abráis los vuestros a lo que
tengo que decir.
Pido a cada uno, en primer lugar, que mire en el interior de su propio
corazón. Que piense en todo el amor que su corazón es capaz de recibir, y en
todo el amor que es capaz de ofrecer. Al fin y al cabo, hemos sido creados para
amar. Esto es lo que la Biblia quiere decir cuando afirma que hemos sido
creados a imagen y semejanza de Dios: Hemos sido creados para conocer al
Dios del amor, a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y para encontrar
nuestra plena realización en ese amor divino que no conoce principio ni fin.
Hemos sido creados para recibir amor, y así ha sido. Todos los días
debemos agradecer a Dios el amor que ya hemos conocido, el amor que nos ha
180

hecho quienes somos, el amor que nos ha mostrado lo que es verdaderamente


importante en la vida. Necesitamos dar gracias al Señor por el amor que hemos
recibido de nuestras familias, nuestros amigos, nuestros maestros, y todas las
personas que en nuestras vidas nos han ayudado a darnos cuenta de lo valiosos
que somos a sus ojos y a los ojos de Dios.
Hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de
cuanto realizamos y lo más perdurable de nuestras vidas. A veces esto parece
lo más natural, especialmente cuando sentimos la alegría del amor, cuando
nuestros corazones rebosan de generosidad, idealismo, deseo de ayudar a los
demás y construir un mundo mejor. Pero otras veces constatamos que es
difícil amar; nuestro corazón puede endurecerse fácilmente endurecido por el
egoísmo, la envidia y el orgullo. La Beata Teresa de Calcuta, la gran misionera
de la Caridad, nos recordó que dar amor, amor puro y generoso, es el fruto de
una decisión diaria. Cada día hemos de optar por amar, y esto requiere ayuda,
la ayuda que viene de Cristo, de la oración y de la sabiduría que se encuentra
en su palabra, y de la gracia que Él nos otorga en los sacramentos de su
Iglesia.
Éste es el mensaje que hoy quiero compartir con vosotros. Os pido que
miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero
amor. Jesús está siempre allí, esperando serenamente que permanezcamos
junto a Él y escuchemos su voz. En lo profundo de vuestro corazón, os llama a
dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración,
requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día. A menudo
significa esperar a que el Señor hable. Incluso en medio del "ajetreo" y las
presiones de nuestra vida cotidiana, necesitamos espacios de silencio, porque
en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro
verdadero ser. Y al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación
particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la
redención de nuestro mundo.
El corazón que habla al corazón. Con estas palabras de mi corazón,
queridos jóvenes, os aseguro mi oración por vosotros, para que vuestra vida dé
frutos abundantes para la construcción de la civilización del amor. Os ruego
también que recéis por mí, por mi ministerio como Sucesor de Pedro, y por las
necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Sobre vosotros, vuestras familias y
amigos, invoco las bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz.

LAS COSAS PEQUEÑAS MANIFIESTAN NUESTRO AMOR


20100917.Discurso. Saludo a los fieles de Gales. Westminster.

San David, uno de los grandes santos del siglo sexto, edad dorada para
estas islas por los santos y misioneros, fue fundador de la cultura cristiana que
está en el origen de la Europa moderna. La predicación de David fue sencilla,
pero profunda. Al morir, sus últimas palabras a sus monjes, fueron: «Estad
alegres, mantened la fe y cumplid las cosas pequeñas». Son las cosas pequeñas
las que manifiestan nuestro amor por aquel que nos amó primero (cf. 1 Jn 4,
19) y las que unen a las personas en una comunidad de fe, amor y servicio.
181

Que el mensaje de san David, en toda su sencillez y riqueza, siga resonando


hoy en Gales, atrayendo los corazones de sus gentes hacia un renovado amor
por Cristo y su Iglesia.

ALGUNAS LECCIONES DE LA VIDA DE J. H. NEWMAN


20100918. Discurso. Vigilia. Hyde Park. Londres
Permitidme empezar recordando que Newman, por su propia cuenta, trazó
el curso de toda su vida a la luz de una poderosa experiencia de conversión
que tuvo siendo joven. Fue una experiencia inmediata de la verdad de la
Palabra de Dios, de la realidad objetiva de la revelación cristiana tal y como se
recibió en la Iglesia. Esta experiencia, a la vez religiosa e intelectual, inspiraría
su vocación a ser ministro del Evangelio, su discernimiento de la fuente de la
enseñanza autorizada en la Iglesia de Dios y su celo por la renovación de la
vida eclesial en fidelidad a la tradición apostólica. Al final de su vida,
Newman describe el trabajo de su vida como una lucha contra la creciente
tendencia a percibir la religión como un asunto puramente privado y subjetivo,
una cuestión de opinión personal. He aquí la primera lección que podemos
aprender de su vida: en nuestros días, cuando un relativismo intelectual y
moral amenaza con minar la base misma de nuestra sociedad, Newman nos
recuerda que, como hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios, fuimos
creados para conocer la verdad, y encontrar en esta verdad nuestra libertad
última y el cumplimiento de nuestras aspiraciones humanas más profundas. En
una palabra, estamos destinados a conocer a Cristo, que es "el camino, y la
verdad, y la vida" (Jn 14,6).
La vida de Newman nos enseña también que la pasión por la verdad, la
honestidad intelectual y la auténtica conversión son costosas. No podemos
guardar para nosotros mismos la verdad que nos hace libres; hay que dar
testimonio de ella, que pide ser escuchada, y al final su poder de convicción
proviene de sí misma y no de la elocuencia humana o de los argumentos que la
expongan. No lejos de aquí, en Tyburn, un gran número de hermanos y
hermanas nuestros murieron por la fe. Su testimonio de fidelidad hasta el final
fue más poderoso que las palabras inspiradas que muchos de ellos
pronunciaron antes de entregar todo al Señor. En nuestro tiempo, el precio que
hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado,
descoyuntado y descuartizado, pero a menudo implica ser excluido,
ridiculizado o parodiado. Y, sin embargo, la Iglesia no puede sustraerse a la
misión de anunciar a Cristo y su Evangelio como verdad salvadora, fuente de
nuestra felicidad definitiva como individuos y fundamento de una sociedad
justa y humana.
Por último, Newman nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo
y nos hemos comprometido con él, no puede haber separación entre lo que
creemos y lo que vivimos. Cada uno de nuestros pensamientos, palabras y
obras deben buscar la gloria de Dios y la extensión de su Reino. Newman
comprendió esto, y fue el gran valedor de la misión profética de los laicos
cristianos. Vio claramente que lo que hacemos no es tanto aceptar la verdad en
un acto puramente intelectual, sino abrazarla en una dinámica espiritual que
182

penetra hasta la esencia de nuestro ser. Verdad que se transmite no sólo por la
enseñanza formal, por importante que ésta sea, sino también por el testimonio
de una vida íntegra, fiel y santa; y los que viven en y por la verdad
instintivamente reconocen lo que es falso y, precisamente como falso,
perjudicial para la belleza y la bondad que acompañan el esplendor de la
verdad, veritatis splendor. (…)
En una de las meditaciones más queridas del Cardenal se dice: "Dios me ha
creado para una misión concreta. Me ha confiado una tarea que no ha
encomendado a otro" (Meditaciones sobre la doctrina cristiana). Aquí vemos el
agudo realismo cristiano de Newman, el punto en que fe y vida
inevitablemente se cruzan. La fe busca dar frutos en la transformación de
nuestro mundo a través del poder del Espíritu Santo, que actúa en la vida y
obra de los creyentes. Nadie que contemple con realismo nuestro mundo de
hoy podría pensar que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar
como si no pasara nada, haciendo caso omiso de la profunda crisis de fe que
impregna nuestra sociedad, o confiando sencillamente en que el patrimonio de
valores transmitido durante siglos de cristianismo seguirá inspirando y
configurando el futuro de nuestra sociedad. Sabemos que en tiempos de crisis
y turbación Dios ha suscitado grandes santos y profetas para la renovación de
la Iglesia y la sociedad cristiana; confiamos en su providencia y pedimos que
nos guíe constantemente. Pero cada uno de nosotros, de acuerdo con su estado
de vida, está llamado a trabajar por el progreso del Reino de Dios, infundiendo
en la vida temporal los valores del Evangelio. Cada uno de nosotros tiene una
misión, cada uno de nosotros está llamado a cambiar el mundo, a trabajar por
una cultura de la vida, una cultura forjada por el amor y el respeto a la
dignidad de cada persona humana. Como el Señor nos dice en el Evangelio
que acabamos de escuchar, nuestra luz debe alumbrar a todos, para que, viendo
nuestras buenas obras, den gloria a nuestro Padre, que está en el cielo
(cf. Mt 5,16).
Deseo ahora dirigir una palabra especial a los numerosos jóvenes
presentes. Queridos jóvenes amigos: sólo Jesús conoce la "misión concreta"
que piensa para vosotros. Dejad que su voz resuene en lo más profundo de
vuestro corazón: incluso ahora mismo, su corazón está hablando a vuestro
corazón. Cristo necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor
humano y la belleza de la vida familiar. Necesita hombres y mujeres que
dediquen su vida a la noble labor de educar, atendiendo a los jóvenes y
formándolos en el camino del Evangelio. Necesita a quienes consagrarán su
vida a la búsqueda de la caridad perfecta, siguiéndole en castidad, pobreza y
obediencia y sirviéndole en sus hermanos y hermanas más pequeños. Necesita
el gran amor de la vida religiosa contemplativa, que sostiene el testimonio y la
actividad de la Iglesia con su oración constante. Y necesita sacerdotes, buenos
y santos sacerdotes, hombres dispuestos a dar su vida por sus ovejas.
Preguntadle al Señor lo que desea de vosotros. Pedidle la generosidad de decir
sí. No tengáis miedo a entregaros completamente a Jesús. Él os dará la gracia
que necesitáis para acoger su llamada. Permitidme terminar estas pocas
palabras invitándoos vivamente a acompañarme el próximo año en Madrid en
la Jornada Mundial de la Juventud. Siempre es una magnífica ocasión para
183

crecer en el amor a Cristo y animaros a una gozosa vida de fe junto a miles de


jóvenes. Espero ver a muchos de vosotros allí.

CHIARA BADANO: SÓLO EL AMOR DA LA FELICIDAD


20100926. Ángelus
…Queridos amigos, ¡sólo el Amor con la «A» mayúscula da la verdadera
felicidad! Lo demuestra también otro testigo, una joven que ayer fue
proclamada beata aquí, en Roma. Hablo de Chiara Badano, una muchacha
italiana, nacida en 1971, a quien una enfermedad llevó a la muerte en poco
menos de 19 años, pero que fue para todos un rayo de luz, como dice su
sobrenombre: «Chiara Luce». Su parroquia, la diócesis de Acqui Terme, y el
Movimiento de los Focolares, al que pertenecía, están hoy de fiesta —y es una
fiesta para todos los jóvenes, que pueden encontrar en ella un ejemplo de
coherencia cristiana—.
Sus últimas palabras, de plena adhesión a la voluntad de Dios, fueron:
«Mamá, adiós. Sé feliz porque yo lo soy». Alabemos a Dios, pues su amor es
más fuerte que el mal y que la muerte; y demos gracias a la Virgen María, que
guía a los jóvenes, también a través de las dificultades y los sufrimientos, a
enamorarse de Jesús y a descubrir la belleza de la vida.

LA RELACIÓN ENTRE PADRES E HIJOS ES FUNDAMENTAL


20101003. Discurso. Palermo. Encuentro jóvenes y familias
…no quiero partir de un razonamiento, sino de un testimonio, una historia
vivida y muy actual. Creo que todos sabéis que el pasado sábado 25 de
septiembre, en Roma, fue proclamada beata una muchacha italiana llamada
Chiara, Chiara Badano. Os invito a conocerla: su vida fue breve, pero es un
mensaje estupendo. Chiara nació en 1971 y murió en 1990, a causa de una
enfermedad incurable. Diecinueve años llenos de vida, de amor y de fe. Dos
años, los últimos, llenos también de dolor, pero siempre en el amor y en la luz,
una luz que irradiaba a su alrededor y que brotaba de dentro: de su corazón
lleno de Dios. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo puede una muchacha de 17 ó 18
años vivir un sufrimiento así, humanamente sin esperanza, difundiendo amor,
serenidad, paz, fe? Evidentemente se trata de una gracia de Dios, pero esta
gracia también fue preparada y acompañada por la colaboración humana: la
colaboración de la propia Chiara, ciertamente, pero también de sus padres y de
sus amigos.
Ante todo, los padres, la familia. Hoy quiero subrayarlo de modo
particular. Los padres de la beata Chiara Badano viven, estuvieron en Roma
para la beatificación —yo mismo me encontré personalmente con ellos— y
son testigos del hecho fundamental, que lo explica todo: su hija rebosaba de la
luz de Dios. Y esta luz, que viene de la fe y del amor, ellos fueron los primeros
en encenderla: su papá y su mamá encendieron en el alma de su hija la llama
de la fe y ayudaron a Chiara a mantenerla siempre encendida, incluso en los
momentos difíciles del crecimiento y sobre todo en la prueba grande y larga
del sufrimiento, como sucedió también a la venerable María Carmelina Leone,
184

que falleció a los 17 años. Este, queridos amigos, es el primer mensaje que
quiero dejaros: la relación entre padres e hijos, como sabéis, es fundamental;
pero no sólo por una buena tradición, que para los sicilianos es muy
importante. Es algo más, que Jesús mismo nos enseñó: es la antorcha de la fe
que se transmite de generación en generación; la llama que está presente
también en el rito del Bautismo, cuando el sacerdote dice: «Recibe la luz de
Cristo…, signo pascual…, llama que debes alimentar siempre».
La familia es fundamental porque allí brota en el alma humana la primera
percepción del sentido de la vida. Brota en la relación con la madre y con el
padre, los cuales no son dueños de la vida de sus hijos, sino los primeros
colaboradores de Dios para la transmisión de la vida y de la fe. Esto sucedió de
modo ejemplar y extraordinario en la familia de la beata Chiara Badano; pero
eso mismo sucede en numerosas familias. También en Sicilia existen
espléndidos testimonios de jóvenes que han crecido como plantas hermosas,
lozanas, después de haber brotado en la familia, con la gracia del Señor y la
colaboración humana. Pienso en la beata Pina Suriano, en las venerables María
Carmelina Leone y María Magno Magro, gran educadora; en los siervos de
Dios Rosario Livatino, Mario Giuseppe Restivo, y en muchos otros jóvenes
que conocéis. A menudo su actividad no es noticia, porque el mal hace más
ruido, pero son la fuerza, el futuro de Sicilia. La imagen del árbol es muy
significativa para representar al hombre. La Biblia la usa, por ejemplo, en los
Salmos. El Salmo 1 dice: Dichoso el hombre que medita la ley del Señor,
«como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón» (v. 3).
Esta «acequia» puede ser el «río» de la tradición, el «río» de la fe del cual se
saca la linfa vital. Queridos jóvenes de Sicilia, sed árboles que hunden sus
raíces en el «río» del bien. No tengáis miedo de contrastar el mal. Juntos,
seréis como un bosque que crece, quizá de forma silenciosa, pero capaz de dar
fruto, de llevar vida y de renovar profundamente vuestra tierra. No cedáis a las
instigaciones de la mafia, que es un camino de muerte, incompatible con el
Evangelio, como tantas veces han dicho y dicen nuestros obispos.
El apóstol san Pablo retoma esta imagen en la carta a los Colosenses,
donde exhorta a los cristianos a estar «enraizados y edificados en Cristo,
fundados en la fe» (cf. Col 2, 7). Vosotros, los jóvenes, sabéis que estas
palabras son el tema de mi Mensaje para la Jornada mundial de la juventud del
próximo año en Madrid. La imagen del árbol dice que cada uno de nosotros
necesita un terreno fértil en el cual hundir sus raíces, un terreno rico en
sustancias nutritivas que hacen crecer a la persona: son los valores, pero sobre
todo son el amor y la fe, el conocimiento del verdadero rostro de Dios, la
conciencia de que él nos ama infinitamente, con fidelidad y paciencia, hasta
dar su vida por nosotros. En este sentido la familia es «pequeña Iglesia»,
porque transmite a Dios, transmite el amor de Cristo, en virtud del sacramento
del Matrimonio. El amor divino que ha unido al hombre y a la mujer, y que los
ha hecho padres, es capaz de suscitar en el corazón de los hijos la semilla de la
fe, es decir, la luz del sentido profundo de la vida.
Así llegamos a otro pasaje importante, al que sólo puedo aludir: la familia,
para ser «pequeña Iglesia», debe vivir bien insertada en la «gran Iglesia», es
decir, en la familia de Dios que Cristo vino a formar. También de esto nos da
185

testimonio la beata Chiara Badano, al igual que todos los jóvenes santos y
beatos: junto con su familia de origen, es fundamental la gran familia de la
Iglesia, que se encuentra y se experimenta en la comunidad parroquial, en la
diócesis; para la beata Pina Suriano fue la Acción Católica —ampliamente
presente en esta tierra—; para la beata Chiara Badano, el Movimiento de los
Focolares; de hecho, los movimientos y las asociaciones eclesiales no se sirven
a sí mismos, sino que sirven a Cristo y a la Iglesia.

HAY ALGO MÁS: AMAR COMO JESÚS


20101030. Discurso. Encuentro con jóvenes de Acción Católica
Pregunta de un muchacho de la Acción católica: Santidad, ¿qué significa
hacerse mayores? ¿Qué debo hacer para crecer siguiendo a Jesús? ¿Quién
me puede ayudar?
He escuchado la pregunta del muchacho de la Acción católica. La
respuesta más hermosa sobre qué significa hacerse mayores la lleváis todos
escrita en vuestras camisetas, en las gorras, en las pancartas: «Hay algo más».
Este lema vuestro, que no conocía, me ha hecho reflexionar. ¿Qué hace un
niño para ver si crece? Confronta su altura con la de sus compañeros; e
imagina que llega a ser más alto, para sentirse más grande. Yo, cuando era
muchacho, a vuestra edad, en mi clase era uno de los más pequeños, y tenía
aún más el deseo de ser algún día muy grande; y no sólo grande de estatura,
sino que quería hacer algo grande, algo más en mi vida, aunque no conocía
esta frase «hay algo más». Crecer en estatura implica este «hay algo más». Os
lo dice vuestro corazón, que desea tener muchos amigos, que está contento
cuando se porta bien, cuando sabe dar alegría a papá y mamá, pero sobre todo
cuando encuentra a un amigo insuperable, muy bueno y único, que es Jesús.
Ya sabéis cuánto quería Jesús a los niños y los muchachos. Un día muchos
niños como vosotros se acercaron a Jesús, porque se había entablado un buen
entendimiento, y en su mirada percibían el reflejo del amor de Dios; pero
había también adultos a quienes, en cambio, esos niños importunaban. A
vosotros también os pasa que alguna vez, mientras jugáis y os divertís con los
amigos, los mayores os dicen que no molestéis… Pues bien, Jesús regaña a
esos adultos y les dice: Dejad aquí a todos estos muchachos, porque tienen en
el corazón el secreto del reino de Dios. Así enseñó Jesús a los adultos que
también vosotros sois «grandes» y que los adultos deben custodiar vuestra
grandeza, que es la de tener un corazón que ama a Jesús. Queridos niños,
queridos muchachos: ser «grandes» significa amar mucho a Jesús, escucharlo
y hablar con él en la oración, encontrarlo en los sacramentos, en la santa misa,
en la confesión; quiere decir conocerlo cada vez más y darlo a conocer a los
demás, quiere decir estar con los amigos, también con los más pobres, los
enfermos, para crecer juntos. Y la Acción católica forma parte de ese «más»,
186

porque no estáis solos en el amor a Jesús —sois muchos, lo vemos también


esta mañana—, sino que os ayudáis unos a otros; porque no queréis dejar que
ningún amigo esté solo, sino que queréis decir muy alto a todos que es
hermoso tener a Jesús como amigo y es hermoso ser amigos de Jesús; y es
hermoso serlo juntos, con la ayuda de vuestros padres, sacerdotes y
animadores. Así llegaréis a ser grandes de verdad, no sólo porque sois más
altos, sino porque vuestro corazón se abre a la alegría y al amor que Jesús os
da. Y así se abre a la verdadera grandeza, estar en el gran amor de Dios, que
también es siempre amor a los amigos. Esperamos y oramos para crecer en
este sentido, para encontrar ese «algo más» y ser verdaderamente personas con
un corazón grande, con un Amigo grande que nos da su grandeza también a
nosotros. Gracias.
Pregunta de una muchacha: Santidad, nuestros educadores de la Acción
católica nos dicen que para ser grandes es necesario aprender a amar, pero a
menudo nos perdemos y sufrimos en nuestras relaciones, en nuestras
amistades, en nuestros primeros amores. ¿Qué significa amar a fondo?
¿Cómo aprender a amar de verdad?
Una gran pregunta. Es muy importante, yo diría fundamental, aprender a
amar, a amar de verdad, aprender el arte del verdadero amor. En la
adolescencia nos situamos ante un espejo y nos damos cuenta de que estamos
cambiando. Pero mientras uno sigue mirándose a sí mismo, no crece nunca.
Llegáis a ser grandes cuando el espejo ya no es la única verdad de vuestra
persona, sino cuando dejáis que la digan vuestros amigos. Llegáis a ser
grandes si sois capaces de hacer de vuestra vida un don para los demás, de no
buscaros a vosotros mismos, sino de entregaros a los demás: esta es la escuela
del amor. Pero este amor debe llevar dentro ese «algo más» que hoy gritáis a
todos. «Hay algo más». Como os he dicho, también yo en mi juventud quería
algo más de lo que me presentaba la sociedad y la mentalidad del tiempo.
Quería respirar aire puro; sobre todo deseaba un mundo bello y bueno, como
lo había querido para todos nuestro Dios, el Padre de Jesús. Y he entendido
cada vez más que el mundo es hermoso y bueno si se conoce esta voluntad de
Dios y si el mundo está en correspondencia con esta voluntad de Dios, que es
la verdadera luz, la belleza, el amor que da sentido al mundo.
Realmente, es verdad: no podéis y no debéis adaptaros a un amor reducido
a mercancía que se intercambia, que se consume sin respeto por uno mismo y
por los demás, incapaz de castidad y de pureza. Esto no es libertad. Mucho del
«amor» que proponen los medios de comunicación, o internet, no es amor, es
egoísmo, cerrazón; os da la impresión ilusoria de un momento, pero no os hace
felices, no os hace crecer, sino que os ata como una cadena que sofoca los
pensamientos y los sentimientos más hermosos, los impulsos verdaderos del
corazón, la fuerza indestructible que es el amor y que encuentra en Jesús su
máxima expresión y en el Espíritu Santo la fuerza y el fuego que incendia
vuestra vida, vuestros pensamientos y vuestros afectos. Ciertamente, también
cuesta sacrificio vivir de modo verdadero el amor —sin renuncias no se llega a
este camino—, pero estoy seguro de que vosotros no tenéis miedo del empeño
de un amor comprometedor y auténtico. Es el único que, a fin de cuentas, da la
verdadera felicidad. Hay una forma de comprobar si vuestro amor está
187

creciendo bien: si no excluís de vuestra vida a los demás, sobre todo a vuestros
amigos que sufren y están solos, a las personas con dificultades, y si abrís
vuestro corazón al gran amigo que es Jesús. También la Acción católica os
enseña los caminos para aprender el amor auténtico: la participación en la vida
de la Iglesia, de vuestra comunidad cristiana, el querer a vuestros amigos del
grupo de la Acción católica, la disponibilidad hacia los coetáneos con los que
os encontráis en el colegio, en la parroquia o en otros ambientes, la compañía
de la Madre de Jesús, María, que sabe custodiar vuestro corazón y guiaros por
el camino del bien. Por lo demás, en la Acción católica tenéis numerosos
ejemplos de amor genuino, hermoso, verdadero: el beato Pier Giorgio Frassati,
el beato Alberto Marvelli; amor que llega incluso al sacrificio de la vida, como
la beata Pierina Morosini y la beata Antonia Mesina.
Muchachos de la Acción católica, aspirad a grandes metas, porque Dios os
da la fuerza para ello. El «algo más» es ser muchachos y jóvenes que deciden
amar como Jesús, ser protagonistas de su propia vida, protagonistas en la
Iglesia, testigos de la fe entre vuestros coetáneos. Ese «algo más» es la
formación humana y cristiana que experimentáis en la Acción católica, que
une la vida espiritual, la fraternidad, el testimonio público de la fe, la
comunión eclesial, el amor a la Iglesia, la colaboración con los obispos y los
sacerdotes, la amistad espiritual. «Llegar a ser grandes juntos» muestra la
importancia de formar parte de un grupo y de una comunidad que os ayudan a
crecer, a descubrir vuestra vocación y a aprender el verdadero amor. Gracias.

¿QUÉ SIGNIFICA SER EDUCADORES HOY?


20101030. Discurso. Encuentro con jóvenes de Acción Católica
Pregunta de una educadora: ¿Qué significa ser educadores hoy? ¿Cómo
afrontar las dificultades que encontramos en nuestro servicio? ¿Cómo hacer
para que todos se comprometan por el presente y el futuro de las nuevas
generaciones? Gracias.
Una gran pregunta. Lo vemos en esta situación del problema de la
educación. Yo diría que ser educadores significa tener una alegría en el
corazón y comunicarla a todos para hacer hermosa y buena la vida; significa
ofrecer razones y metas para el camino de la vida, ofrecer la belleza de la
persona de Jesús y hacer que quien nos escucha se enamore de él, de su estilo
de vida, de su libertad, de su gran amor lleno de confianza en Dios Padre.
Significa sobre todo mantener siempre alta la meta de cada existencia hacia
ese «algo más» que nos viene de Dios. Esto exige un conocimiento personal
de Jesús, un contacto íntimo, cotidiano, amoroso con él en la oración, en la
meditación de la Palabra de Dios, en la fidelidad a los sacramentos, a la
Eucaristía y a la confesión; exige comunicar la alegría de estar en la Iglesia, de
tener amigos con los que compartir no sólo las dificultades, sino también la
belleza y las sorpresas de la vida de fe.
Sabéis bien que no sois amos de los muchachos, sino servidores de su
alegría en nombre de Jesús, personas que los guían hacia él. Habéis recibido
un mandato de la Iglesia para esta tarea. Cuando os sumáis a la Acción católica
os decís a vosotros mismos y decís a todos que amáis a la Iglesia, que estáis
188

dispuestos a ser corresponsables, juntamente con los pastores, de su vida y de


su misión, en una asociación que se dedica a promover el bien de las personas,
sus caminos de santidad y los vuestros, la vida de las comunidades cristianas
en la cotidianidad de su misión. Vosotros sois buenos educadores si lográis la
participación de todos para el bien de los más jóvenes. No podéis ser
autosuficientes, sino que debéis hacer sentir la urgencia de la educación de las
generaciones jóvenes a todos los niveles. Sin la presencia de la familia, por
ejemplo, corréis el riesgo de construir sobre la arena; sin una colaboración con
la escuela no se forma una inteligencia profunda de la fe; sin una colaboración
de los varios operadores del tiempo libre y de la comunicación vuestra obra
paciente corre el riesgo de no ser eficaz, de no incidir en la vida diaria. Estoy
seguro de que la Acción católica está muy arraigada en el territorio y tiene la
valentía de ser sal y luz. Vuestra presencia aquí, esta mañana, muestra —no
sólo a mí sino a todos— que es posible educar, que cuesta pero es hermoso
infundir entusiasmo en los muchachos y los jóvenes. Tened la valentía, diría la
audacia, de no dejar ningún ambiente privado de Jesús, de su ternura que
hacéis experimentar a todos, incluidos los más necesitados y abandonados, con
vuestra misión de educadores.
La fuerza del amor de Dios puede realizar grandes cosas en vosotros. Os
aseguro que os recuerdo a todos en mi oración y os encomiendo a la
intercesión maternal de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que como
ella podáis testimoniar que «hay algo más», la alegría de la vida llena de la
presencia del Señor. ¡Gracias a todos de corazón!

URGENCIA DE FORMAR AL LAICADO EN LA DOCTRINA SOCIAL


20101103. Mensaje. Consejo Justicia y Paz
2. Como recordé en mi encíclica Caritas in veritate —siguiendo las huellas
del siervo de Dios Pablo VI— el anuncio de Jesucristo es «el primer y
principal factor de desarrollo» (n. 8). De hecho, gracias a él se puede avanzar
por la senda del crecimiento humano integral con el ardor de la caridad y la
sabiduría de la verdad en un mundo en el que, a menudo, la mentira acecha al
hombre, a la sociedad y a la comunión. Viviendo la «caridad en la verdad»
podemos ofrecer una mirada más profunda para comprender las grandes
cuestiones sociales e indicar algunas perspectivas esenciales para su solución
en sentido plenamente humano. Sólo con la caridad, sostenida por la esperanza
e iluminada por la luz de la fe y de la razón, es posible conseguir objetivos de
liberación integral del hombre y de justicia universal. La vida de las
comunidades y de cada uno de los creyentes, alimentada por la meditación
asidua de la Palabra de Dios, por la participación frecuente en los sacramentos
y por la comunión con la Sabiduría que viene de lo alto, crece en su capacidad
de profecía y de renovación de las culturas y de las instituciones públicas. Así
los ethos de los pueblos pueden gozar de un fundamento verdaderamente
sólido, que refuerza el consenso social y sustenta las reglas de procedimiento.
El compromiso de construcción de la ciudad se apoya en conciencias guiadas
por el amor a Dios y, por esto, naturalmente orientadas hacia el objetivo de una
vida buena, estructurada sobre el primado de la trascendencia. «Caritas in
189

veritate in re sociali»: así me pareció oportuno describir la doctrina social de la


Iglesia (cf. ib., n. 5), según su enraizamiento más auténtico —Jesucristo, la
vida trinitaria que él nos da— y según toda su fuerza capaz de transfigurar la
realidad. Tenemos necesidad de esta enseñanza social para ayudar a nuestras
civilizaciones y a nuestra propia razón humana a captar toda la complejidad de
la realidad y la grandeza de la dignidad de toda persona. El Compendio de la
doctrina social de la Iglesia ayuda, precisamente en este sentido, a entrever la
riqueza de la sabiduría que viene de la experiencia de comunión con el
Espíritu de Dios y de Cristo y de la acogida sincera del Evangelio.
3. En la encíclica Caritas in veritate señalé problemas fundamentales que
afectan al destino de los pueblos y de las instituciones mundiales, así como a
la familia humana. El ya próximo aniversario de la encíclica Mater et
magistra del beato Juan XXIII nos impulsa a considerar con constante
atención los desequilibrios sociales, sectoriales, nacionales, así como los
desequilibrios entre recursos y poblaciones pobres, entre técnica y ética. En el
actual contexto de globalización, estos desequilibrios no han desaparecido.
Han cambiado los sujetos, las dimensiones de las problemáticas, pero la
coordinación entre los Estados —a menudo inadecuada, porque está orientada
a la búsqueda de un equilibrio de poder, más que a la solidaridad— deja
espacio a renovadas desigualdades, al peligro del predominio de grupos
económicos y financieros que dictan —y pretenden seguir haciéndolo— la
agenda de la política, en perjuicio del bien común universal.
4. Respecto a una cuestión social cada vez más interconectada en sus
diversos ámbitos, parece de particular urgencia el compromiso en la formación
del laicado católico en la doctrina social de la Iglesia. De hecho, los fieles
laicos tienen el deber inmediato de trabajar por un orden social justo. Como
ciudadanos libres y responsables, deben comprometerse para promover una
recta configuración de la vida social, en el respeto de la legítima autonomía de
las realidades terrenas. Así, la doctrina social de la Iglesia representa la
referencia esencial para los proyectos y la acción social de los fieles laicos, así
como para su espiritualidad, que se alimente y se encuadre en la comunión
eclesial: comunión de amor y de verdad, comunión en la misión.
5. Los christifideles laici, sin embargo, precisamente porque toman
energías e inspiración de la comunión con Jesucristo, viviendo integrados con
los demás componentes de la comunidad eclesial, deben encontrar a su lado a
sacerdotes y obispos capaces de ofrecer una incansable obra de purificación de
las conciencias, así como un apoyo indispensable y una ayuda espiritual al
testimonio coherente de los laicos en lo social. Por ello, es de fundamental
importancia una comprensión profunda de la doctrina social de la Iglesia, en
armonía con todo su patrimonio teológico y fuertemente arraigada en la
afirmación de la dignidad trascendente del hombre, en la defensa de la vida
humana desde su concepción hasta su muerte natural y de la libertad religiosa.
La doctrina social, comprendida así, debe insertarse también en la preparación
pastoral y cultural de aquellos que, en la comunidad eclesial, están llamados al
sacerdocio. Es necesario preparar fieles laicos capaces de dedicarse al bien
común, especialmente en los ámbitos más complejos, como el mundo de la
política, pero es urgente tener también pastores que, con su ministerio y
190

carisma, sepan contribuir a la animación y a la irradiación, en la sociedad y en


las instituciones, de una vida buena según el Evangelio, en el respeto de la
libertad responsable de los fieles y de su propio papel de pastores, que en estos
ámbitos tienen una responsabilidad mediata. La ya citada Mater et
magistra proponía, hace casi 50 años, una verdadera movilización, según la
caridad y la verdad, por parte de todas las asociaciones, los movimientos, las
organizaciones católicas y de inspiración cristiana, para que todos los fieles,
con compromiso, libertad y responsabilidad, estudiaran, difundieran y llevaran
a la práctica la doctrina social de la Iglesia.

SÓLO EL AMOR ES DIGNO DE FE Y CREÍBLE


20101113. Discurso. Consejo Pontificio para la Cultura
La incapacidad del lenguaje de comunicar el sentido profundo y la belleza
de la experiencia de fe puede contribuir a la indiferencia de muchos, sobre
todo jóvenes; puede ser motivo de alejamiento, como afirmaba ya la
constitución Gaudium et spes, poniendo de relieve que una presentación
inadecuada del mensaje esconde, en vez de manifestar, el rostro genuino de
Dios y de la religión (cf. n. 19). La Iglesia quiere dialogar con todos, en la
búsqueda de la verdad; pero para que el diálogo y la comunicación sean
eficaces y fecundos es necesario sintonizarse en una misma frecuencia, en
ámbitos de encuentro amistoso y sincero, en ese «patio de los gentiles» ideal
que propuse al hablar a la Curia romana hace un año y que el dicasterio está
realizando en distintos lugares emblemáticos de la cultura europea. Hoy no
pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes
informáticas u otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no
contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de
aumentar el sentido de soledad y desorientación. Antes estos fenómenos, más
de una vez he hablado de emergencia educativa, un desafío al que se puede y
se debe responder con inteligencia creativa, comprometiéndose a promover
una comunicación que humanice, que estimule el sentido crítico y la capacidad
de valoración y de discernimiento.
También en la cultura tecnológica actual el paradigma permanente de la
inculturación del Evangelio es la guía, que purifica, sana y eleva los mejores
elementos de los nuevos lenguajes y de las nuevas formas de comunicación.
Para esta tarea, difícil y fascinante, la Iglesia puede servirse del extraordinario
patrimonio de símbolos, imágenes, ritos y gestos de su tradición. En particular,
el rico y denso simbolismo de la liturgia debe brillar con toda su fuerza como
elemento comunicativo, hasta tocar profundamente la conciencia humana, el
corazón y el intelecto. La tradición cristiana siempre ha unido estrechamente a
la liturgia el lenguaje del arte, cuya belleza tiene su fuerza comunicativa
particular. Lo experimentamos también el domingo pasado, en Barcelona, en
191

la basílica de la Sagrada Familia, obra de Antoni Gaudí, que conjugó


genialmente el sentido de lo sagrado y de la liturgia con formas artísticas tanto
modernas como en sintonía con las mejores tradiciones arquitectónicas. Sin
embargo, la belleza de la vida cristiana es más incisiva aún que el arte y la
imagen en la comunicación del mensaje evangélico. En definitiva, sólo el
amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires,
muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana
vivida en plenitud habla sin palabras. Necesitamos hombres y mujeres que
hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valentía,
con la transparencia de las acciones, con la pasión gozosa de la caridad.
Después de haber ido como peregrino a Santiago de Compostela y haber
admirado en miles de personas, sobre todo jóvenes, la fuerza cautivadora del
testimonio, la alegría de ponerse en camino hacia la verdad y la belleza, deseo
que muchos de nuestros contemporáneos puedan decir, escuchando de nuevo
la voz del Señor, como los discípulos de Emaús: «¿No estaba ardiendo nuestro
corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino?» (Lc 24, 32).
192

2011
Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad
vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta
sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará
temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces
seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría
contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de
vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el
edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia
es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y
Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia
a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para
que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre,
sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando
continuamente con amor por cada uno de nosotros. (Fiesta
Acogida JMJ Madrid)
193

VERDAD, ANUNCIO Y AUTENTICIDAD EN LA ERA DIGITAL


20110124. Mensaje. Jornada mundial Comunicaciones sociales
Con ocasión de la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,
deseo compartir algunas reflexiones, motivadas por un fenómeno
característico de nuestro tiempo: la propagación de la comunicación a través
de internet. Se extiende cada vez más la opinión de que, así como la
revolución industrial produjo un cambio profundo en la sociedad, por las
novedades introducidas en el ciclo productivo y en la vida de los trabajadores,
la amplia transformación en el campo de las comunicaciones dirige las grandes
mutaciones culturales y sociales de hoy. Las nuevas tecnologías no modifican
sólo el modo de comunicar, sino la comunicación en sí misma, por lo que se
puede afirmar que nos encontramos ante una vasta transformación cultural.
Junto a ese modo de difundir información y conocimientos, nace un nuevo
modo de aprender y de pensar, así como nuevas oportunidades para establecer
relaciones y construir lazos de comunión.
Se presentan a nuestro alcance objetivos hasta ahora impensables, que
asombran por las posibilidades de los nuevos medios, y que a la vez exigen
con creciente urgencia una seria reflexión sobre el sentido de la comunicación
en la era digital. Esto se ve más claramente aún cuando nos confrontamos con
las extraordinarias potencialidades de internet y la complejidad de sus
aplicaciones. Como todo fruto del ingenio humano, las nuevas tecnologías de
comunicación deben ponerse al servicio del bien integral de la persona y de la
humanidad entera. Si se usan con sabiduría, pueden contribuir a satisfacer el
deseo de sentido, de verdad y de unidad que sigue siendo la aspiración más
profunda del ser humano.
Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más
introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en el
ámbito de intercambios personales. Se relativiza la distinción entre el
productor y el consumidor de información, y la comunicación ya no se reduce
a un intercambio de datos, sino que se desea compartir. Esta dinámica ha
contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar, considerado
sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y creación de relaciones
positivas. Por otro lado, todo ello tropieza con algunos límites típicos de la
comunicación digital: una interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo
algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta
imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia.
De modo especial, los jóvenes están viviendo este cambio en la
comunicación con todas las aspiraciones, las contradicciones y la creatividad
propias de quienes se abren con entusiasmo y curiosidad a las nuevas
experiencias de la vida. Cuanto más se participa en el espacio público digital,
creado por las llamadas redes sociales, se establecen nuevas formas de relación
interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Es
inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad del
propio actuar, sino también sobre la autenticidad del propio ser. La presencia
en estos espacios virtuales puede ser expresión de una búsqueda sincera de un
194

encuentro personal con el otro, si se evitan ciertos riesgos, como buscar


refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al mundo
virtual. El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío
de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir
artificialmente el propio “perfil” público.
Las nuevas tecnologías permiten a las personas encontrarse más allá de las
fronteras del espacio y de las propias culturas, inaugurando así un mundo
nuevo de amistades potenciales. Ésta es una gran oportunidad, pero supone
también prestar una mayor atención y una toma de conciencia sobre los
posibles riesgos. ¿Quién es mi “prójimo” en este nuevo mundo? ¿Existe el
peligro de estar menos presentes con quien encontramos en nuestra vida
cotidiana ordinaria? ¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que
nuestra atención está fragmentada y absorta en un mundo “diferente” al que
vivimos? ¿Dedicamos tiempo a reflexionar críticamente sobre nuestras
decisiones y a alimentar relaciones humanas que sean realmente profundas y
duraderas? Es importante recordar siempre que el contacto virtual no puede y
no debe sustituir el contacto humano directo, en todos los aspectos de nuestra
vida.
También en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una persona
auténtica y reflexiva. Además, las redes sociales muestran que uno está
siempre implicado en aquello que comunica. Cuando se intercambian
informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo,
sus esperanzas, sus ideales. Por eso, puede decirse que existe un estilo
cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una
comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar
el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos
abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino
también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de
comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes
con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él. Asimismo,
tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio
coherente de quien lo anuncia. En los nuevos contextos y con las nuevas
formas de expresión, el cristiano está llamado de nuevo a responder a quien le
pida razón de su esperanza (cf.1 P 3,15).
El compromiso de ser testigos del Evangelio en la era digital exige a todos
el estar muy atentos con respecto a los aspectos de ese mensaje que puedan
contrastar con algunas lógicas típicas de la red. Hemos de tomar conciencia
sobre todo de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en
la “popularidad” o la cantidad de atención que provoca. Debemos darla a
conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá
desvirtuándola. Debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de
un momento.
La verdad del Evangelio no puede ser objeto de consumo ni de disfrute
superficial, sino un don que pide una respuesta libre. Esa verdad, incluso
cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a
encarnarse en el mundo real y en relación con los rostros concretos de los
hermanos y hermanas con quienes compartimos la vida cotidiana. Por eso,
195

siguen siendo fundamentales las relaciones humanas directas en la transmisión


de la fe.
Con todo, deseo invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad
responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no
simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es
parte integrante de la vida humana. La red está contribuyendo al desarrollo de
nuevas y más complejas formas de conciencia intelectual y espiritual, de
comprensión común. También en este campo estamos llamados a anunciar
nuestra fe en Cristo, que es Dios, el Salvador del hombre y de la historia,
Aquél en quien todas las cosas alcanzan su plenitud (cf. Ef 1, 10). La
proclamación del Evangelio supone una forma de comunicación respetuosa y
discreta, que incita el corazón y mueve la conciencia; una forma que evoca el
estilo de Jesús resucitado cuando se hizo compañero de camino de los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35), a quienes mediante su cercanía
condujo gradualmente a la comprensión del misterio, dialogando con ellos,
tratando con delicadeza que manifestaran lo que tenían en el corazón.
La Verdad, que es Cristo, es en definitiva la respuesta plena y auténtica a
ese deseo humano de relación, de comunión y de sentido, que se manifiesta
también en la participación masiva en las diversas redes sociales. Los
creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una
valiosa aportación, para que la red no sea un instrumento que reduce las
personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a
los poderosos monopolizar las opiniones de los demás. Por el contrario, los
creyentes animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el
hombre, que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de
vida auténticas, dignas de ser vividas. Esta tensión espiritual típicamente
humana es precisamente la que fundamenta nuestra sed de verdad y de
comunión, que nos empuja a comunicarnos con integridad y honradez.
Invito sobre todo a los jóvenes a hacer buen uso de su presencia en el
espacio digital.

EL CATECISMO DE LA IGLESIA PARA LOS JÓVENES


20110202. Carta. Prólogo a Youcat
Queridos jóvenes amigos:
Hoy os aconsejo la lectura de un libro extraordinario.
Es extraordinario por su contenido pero también por el modo como se ha
formado, que deseo explicaros brevemente, para que se pueda comprender su
singularidad. Youcat tiene su origen, por decirlo así, en otra obra que se
remonta a los años 80. Era un período difícil tanto para la Iglesia como para la
sociedad mundial, durante el cual surgió la necesidad de nuevas orientaciones
para encontrar un camino hacia el futuro. Después del concilio Vaticano II
(1962-1965) y en el nuevo clima cultural, numerosas personas ya no sabían
correctamente en qué debían creer propiamente los cristianos, qué enseñaba la
Iglesia, si es que podía enseñar algo tout court, y cómo podía adaptarse todo
esto al nuevo clima cultural.
196

El cristianismo en cuanto tal ¿no está superado? ¿Se puede todavía hoy ser
creyentes razonablemente? Estas son las preguntas que se siguen planteando
muchos cristianos. El Papa Juan Pablo II tomó entonces una decisión audaz:
decidió que los obispos de todo el mundo escribieran un libro para responder a
estas preguntas.
Me confió la tarea de coordinar el trabajo de los obispos y de velar a fin de
que de las contribuciones de los obispos naciera un libro —me refiero a un
verdadero libro, y no a una simple yuxtaposición de una multiplicidad de
textos—. Este libro debía llevar el título tradicional de Catecismo de la Iglesia
católica y, sin embargo, debía ser algo absolutamente estimulante y nuevo;
debía mostrar qué cree hoy la Iglesia católica y de qué modo se puede creer de
manera razonable. Me asustó esta tarea, y debo confesar que dudé de que
pudiera lograrse algo semejante. ¿Cómo podía suceder que autores esparcidos
por todo el mundo pudieran producir un libro legible?
¿Cómo podían, hombres que viven en continentes distintos, y no sólo
desde el punto de vista geográfico, sino también intelectual y cultural, producir
un texto dotado de unidad interna y comprensible en todos los continentes?
A esto se añadía el hecho que los obispos no debían escribir simplemente
en calidad de autores individuales, sino en representación de sus hermanos y
de sus Iglesias locales.
Debo confesar que incluso hoy me parece un milagro que este proyecto al
final haya tenido éxito. Nos reunimos tres o cuatro veces al año durante una
semana y discutimos apasionadamente sobre cada una de las partes del texto
que mientras tanto se habían ido desarrollando.
En primer lugar se debía definir la estructura del libro: debía ser sencilla,
para que los grupos de autores pudieran recibir una tarea clara y no tuvieran
que forzar sus afirmaciones en un sistema complicado. Es la misma estructura
de este libro; sencillamente está tomada de una experiencia catequética larga,
de siglos: qué creemos / cómo celebramos los misterios cristianos / cómo
obtenemos la vida en Cristo / cómo debemos orar. No quiero explicar ahora
cómo nos encontramos con gran cantidad de preguntas, hasta que el resultado
llegó a ser un verdadero libro. En una obra de este tipo son muchos los puntos
discutibles: todo lo que los hombres hacen es insuficiente y se puede mejorar,
y a pesar de ello se trata de un gran libro, un signo de unidad en la diversidad.
A partir de muchas voces se pudo formar un coro porque contábamos con la
partitura común de la fe, que la Iglesia nos ha transmitido desde los Apóstoles
a través de los siglos hasta hoy.
¿Por qué todo esto?
Ya entonces, durante la redacción del Catecismo de la Iglesia católica,
constatamos no sólo que los continentes y las culturas de sus pueblos son
diferentes, sino también que en el seno de cada sociedad existen distintos
«continentes»: el obrero tiene una mentalidad distinta de la del campesino, y
un físico distinta de la de un filólogo; un empresario distinta de la de un
periodista, y un joven distinta de la de un anciano. Por este motivo, en el
lenguaje y en el pensamiento, tuvimos que situarnos por encima de todas estas
diferencias y, por decirlo así, buscar un espacio común entre los diferentes
universos mentales; así, tomamos cada vez mayor conciencia de que el texto
197

requería «traducciones» a los diferentes mundos, para poder llegar a las


personas con sus diversas mentalidades y diversas problemáticas. Desde
entonces, en las Jornadas mundiales de la juventud(Roma, Toronto, Colonia,
Sydney) se han reunido jóvenes de todo el mundo que quieren creer, que
buscan a Dios, que aman a Cristo y desean caminos comunes. En este contexto
nos preguntamos si debíamos tratar de traducir el Catecismo de la Iglesia
católica a la lengua de los jóvenes y hacer penetrar sus palabras en su mundo.
Naturalmente también entre los jóvenes de hoy hay muchas diferencias; así,
bajo la experta dirección del arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, se
formó un Youcat para los jóvenes. Espero que muchos jóvenes se dejen
fascinar por este este libro.
Algunas personas me dicen que el catecismo no interesa a la juventud de
hoy; pero yo no creo en esta afirmación y estoy seguro de que tengo razón.
Los jóvenes no son tan superficiales como se les acusa; quieren saber en qué
consiste realmente la vida. Una novela criminal es fascinante porque nos
implica en la suerte de otras personas, pero que podría ser también la nuestra;
este libro es fascinante porque nos habla de nuestro propio destino y, por tanto,
nos toca de cerca a cada uno.
Por esto os invito: estudiad el catecismo. Os lo deseo de corazón.
Este material para el catecismo no os adula; no ofrece soluciones fáciles;
exige una nueva vida de vuestra parte; os presenta el mensaje del Evangelio
como la «perla preciosa» (Mt 13, 45) por la cual hay que dar todo. Por esto os
pido: estudiad el catecismo con pasión y perseverancia. Sacrificad vuestro
tiempo para ello. Estudiadlo en el silencio de vuestra habitación, leedlo de dos
en dos; si sois amigos, formad grupos y redes de estudio, intercambiad ideas
por Internet. En cualquier caso, permaneced en diálogo sobre vuestra fe.
Debéis conocer lo que creéis; debéis conocer vuestra fe con la misma
precisión con la que un especialista de informática conoce el sistema operativo
de un ordenador; debéis conocerla como un músico conoce su pieza; sí, debéis
estar mucho más profundamente arraigados en la fe que la generación de
vuestros padres, para poder resistir con fuerza y decisión a los desafíos y las
tentaciones de este tiempo. Necesitáis la ayuda divina, si no queréis que
vuestra fe se seque como una gota de rocío al sol, si no queréis sucumbir a las
tentaciones del consumismo, si no queréis que vuestro amor se ahogue en la
pornografía, si no queréis traicionar a los débiles y a las víctimas de abusos y
violencia.
Si os dedicáis con pasión al estudio del catecismo, quiero daros un último
consejo: todos sabéis de qué modo la comunidad de los creyentes se ha visto
herida en los últimos tiempos por los ataques del mal, por la penetración del
pecado en su seno, más aún, en el corazón de la Iglesia. No toméis esto como
pretexto para huir de la presencia de Dios; vosotros mismos sois el cuerpo de
Cristo, la Iglesia. Llevad el fuego intacto de vuestro amor a esta Iglesia cada
vez que los hombres hayan ensombrecido su rostro. «En la actividad, no seáis
negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al
Señor» (Rm 12, 11).
Cuando Israel se encontraba en el momento más oscuro de su historia, para
socorrerlo Dios no llamó a los grandes y a las personas estimadas, sino a un
198

joven de nombre Jeremías. Jeremías se sintió investido de una misión


demasiado grande: «¡Ah, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy
un niño» (Jr 1, 6). Pero Dios no se dejó confundir: «No digas que eres un niño,
pues irás adonde yo te envíe y dirás lo yo te ordene» (Jr 1, 7).

PRIMACÍA DE DIOS Y EVANGELIZACIÓN DE LA JUVENTUD


20110218. Discurso. A Obispos de Filipinas. Grupo 2
Asimismo, la Iglesia en Filipinas tiene la suerte de contar con numerosas
organizaciones laicales que siguen atrayendo personas hacia el Señor. A fin de
responder a las cuestiones de nuestro tiempo, los laicos deben escuchar el
mensaje del Evangelio en su plenitud, para comprender las implicaciones que
tiene para su vida personal y para la sociedad en general y, por tanto,
convertirse constantemente al Señor. Os exhorto, pues, a tener especial
cuidado en la guía de estos grupos, para que la primacía de Dios se mantenga
en primer plano.
Esta primacía es particularmente importante cuando se trata de la
evangelización de la juventud. Me complace constatar que en vuestro país la fe
desempeña un papel muy importante en la vida de muchos jóvenes, lo cual se
debe en gran parte al trabajo paciente de la Iglesia local para llegar a la
juventud, en todos los niveles. Os aliento a seguir recordando a los jóvenes
que las seducciones de este mundo no van a satisfacer su deseo natural de
felicidad. Sólo la verdadera amistad con Dios romperá las cadenas de la
soledad que sufre nuestra frágil humanidad y creará una comunión auténtica y
duradera con los demás, un vínculo espiritual que acrecentará en nosotros el
deseo de servir a las necesidades de aquellos a quienes amamos en Cristo.
Asimismo, hay que procurar mostrar a los jóvenes la importancia de los
sacramentos como instrumentos de la gracia y de la ayuda de Dios. Esto vale
especialmente para el sacramento del matrimonio, que santifica la vida
conyugal desde el principio, de modo que la presencia de Dios sostenga a las
parejas jóvenes en sus problemas.
La solicitud pastoral por los jóvenes, que tiene por objeto establecer la
primacía de Dios en sus corazones, tiende por su naturaleza no sólo a suscitar
vocaciones al matrimonio cristiano, sino también abundantes llamadas
vocacionales de todo tipo. Junto con vosotros, por tanto, rezo para que los
jóvenes filipinos que se sienten llamados al sacerdocio y a la vida religiosa
respondan con generosidad a las inspiraciones del Espíritu.

“ATRIO DE LOS GENTILES”: BUSCAD AL ABSOLUTO, BUSCAD A


DIOS. 20110325. VIDEOMENSAJE. ATRIO DE LOS GENTILES. PARÍS
Doy las gracias al Pontificio Consejo por haber acogido y dado curso a mi
invitación de abrir en la Iglesia "atrios de los gentiles", una imagen que evoca
el espacio abierto en la amplia explanada junto al Templo de Jerusalén, que
permitía a todos los que no compartían la fe de Israel acercarse al Templo e
interrogarse sobre la religión. En aquel lugar podían encontrarse con los
escribas, hablar de la fe e incluso rezar al Dios desconocido. Y si, en aquella
199

época, el atrio era al mismo tiempo un lugar de exclusión, ya que los "gentiles"
no tenían derecho a entrar en el espacio sagrado, Cristo Jesús vino para
"derribar el muro que separaba" a judíos y gentiles. "Reconcilió con Dios a los
dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en
él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz…", como San Pablo nos dice
(cf. Ef 2, 14-17).
En el corazón de la Ciudad de las Luces, frente a esta magnífica obra
maestra de la cultura religiosa francesa, Notre-Dame de París, se abre un gran
atrio para dar un nuevo impulso al encuentro respetuoso y amistoso entre
personas de convicciones diferentes. Vosotros jóvenes, creyentes y no
creyentes, igual que en la vida cotidiana, esta noche queréis estar juntos para
reuniros y hablar de los grandes interrogantes de la existencia humana. Hoy en
día, muchos reconocen que no pertenecen a ninguna religión, pero desean un
mundo nuevo y más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz.
Al dirigirme a vosotros, tengo en cuenta todo lo que tenéis que deciros: los no
creyentes queréis interpelar a los creyentes, exigiéndoles, en particular, el
testimonio de una vida que sea coherente con lo que profesan y rechazando
cualquier desviación de la religión que la haga inhumana. Los creyentes
queréis decir a vuestros amigos que este tesoro que lleváis dentro merece ser
compartido, merece una pregunta, merece que se reflexione sobre él. La
cuestión de Dios no es un peligro para la sociedad, no pone en peligro la vida
humana. La cuestión de Dios no debe estar ausente de los grandes
interrogantes de nuestro tiempo.
Queridos amigos, tenéis que construir puentes entre vosotros. Aprovechad
la oportunidad que se os presenta para descubrir en lo más profundo de
vuestras conciencias, a través de una reflexión sólida y razonada, los caminos
de un diálogo precursor y profundo. Tenéis mucho que deciros unos a otros.
No cerréis vuestras conciencias a los retos y problemas que tenéis ante
vosotros.
Estoy profundamente convencido de que el encuentro entre la realidad de
la fe y de la razón permite que el ser humano se encuentre a sí mismo. Pero
muy a menudo la razón se doblega a la presión de los intereses y a la atracción
de lo útil, obligada a reconocer esto como criterio último. La búsqueda de la
verdad no es fácil. Y si cada uno está llamado a decidirse con valentía por la
verdad es porque no hay atajos hacia la felicidad y la belleza de una vida
plena. Jesús lo dice en el Evangelio: "La verdad os hará libres".
Queridos jóvenes, es tarea vuestra lograr que en vuestros países y en
Europa creyentes y no creyentes reencuentren el camino del diálogo. Las
religiones no pueden tener miedo de una laicidad justa, de una laicidad abierta
que permita a cada uno y a cada una vivir lo que cree, de acuerdo con su
conciencia. Si se trata de construir un mundo
de libertad, igualdad y fraternidad, creyentes y no creyentes tienen que
sentirse libres de serlo, iguales en sus derechos de vivir su vida personal y
comunitaria con fidelidad a sus convicciones, y tienen que ser hermanos entre
sí. Un motivo fundamental de este atrio de los Gentiles es promover esta
fraternidad más allá de las convicciones, pero sin negar las diferencias. Y, más
200

profundamente aún, reconociendo que sólo Dios, en Cristo, libera


interiormente y nos permite reencontrarnos en la verdad como hermanos.
La primera actitud que hay que tener o las acciones que podéis realizar
conjuntamente es respetar, ayudar y amar a todo ser humano, porque es
criatura de Dios y en cierto modo el camino que conduce a Él. Continuando lo
que estáis viviendo esta noche, contribuid a derribar los muros del miedo al
otro, al extranjero, al que no se os parece, miedo que nace a menudo del
desconocimiento mutuo, del escepticismo o de la indiferencia. Procurad
estrechar lazos con todos los jóvenes sin distinción alguna, es decir, sin olvidar
a los que viven en la pobreza o en la soledad, a los que sufren por culpa del
paro, padecen una enfermedad o se sienten al margen de la sociedad.
Queridos jóvenes, no es sólo vuestra experiencia de vida lo que podéis
compartir, también vuestro modo de orar. Creyentes y no creyentes, presentes
en este atrio del Desconocido, estáis invitados a entrar también en el espacio
sagrado, a franquear el magnífico pórtico de Notre-Dame y entrar en la
catedral para hacer un rato de oración. Esta oración será para algunos de
vosotros una oración a un Dios conocido por la fe, pero también puede ser
para otros una oración al Dios Desconocido. Queridos jóvenes no creyentes,
uniéndoos a aquellos que en Notre-Dame están rezando, en este día de la
Anunciación del Señor, abrid vuestros corazones a los textos sagrados, dejaos
interpelar por la belleza de los cantos, y si realmente lo deseáis, dejad que los
sentimientos que hay dentro de vosotros se eleven hacia el Dios Desconocido.
Me alegro de haber podido dirigirme a vosotros esta noche en esta
inauguración del atrio de los Gentiles. Espero que respondáis también a otras
convocatorias que os propongo, especialmente a la Jornada Mundial de la
Juventud, que se celebrará este verano en Madrid. El Dios que los creyentes
aprenden a conocer os invita a descubrirlo y vivir con Él cada vez más. ¡No
tengáis miedo! Caminando juntos hacia un mundo nuevo, buscad al Absoluto
y buscad a Dios, incluso vosotros para quien Dios es el Dios Desconocido. Y
que Aquel que ama a todos y a cada uno de vosotros os bendiga y os guarde.
Él cuenta con vosotros para cuidar de los demás y del futuro. También
vosotros podéis contar con Él.

¿QUÉ BUSCÁIS? SIEMPRE ALEGRES EN JESÚS


20110604. Discurso. Vigilia Jóvenes. Zagreb, Croacia
San Pablo –en la lectura que se ha proclamado– nos ha invitado a estar
“siempre alegres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una palabra que hace vibrar el
alma, si consideramos que el Apóstol de los Gentiles escribe esta Carta a los
cristianos de Filipos mientras se encontraba en la cárcel, a la espera de ser
juzgado. Él está encadenado, pero el anuncio y el testimonio del Evangelio no
pueden ser encarcelados. La experiencia de san Pablo revela cómo es posible
mantener la alegría en nuestro camino, aun en los momentos oscuros. ¿A qué
alegría se refiere? Todos sabemos que en el corazón de cada uno anida un
fuerte deseo de felicidad. Cada acción, cada decisión, cada intención encierra
en sí esta íntima y natural exigencia. Pero con frecuencia nos damos cuenta de
haber puesto la confianza en realidades que no apagan ese deseo, sino que por
201

el contrario, revelan toda su precariedad. Y estos momentos es cuando se


experimenta la necesidad de algo que sea “más grande”, que dé sentido a la
vida cotidiana.
Queridos amigos, vuestra juventud es un tiempo que el Señor os da para
poder descubrir el significado de la existencia. Es el tiempo de los grandes
horizontes, de los sentimientos vividos con intensidad, y también de los
miedos ante las opciones comprometidas y duraderas, de las dificultades en el
estudio y en el trabajo, de los interrogantes sobre el misterio del dolor y del
sufrimiento. Más aún, este tiempo estupendo de vuestra vida comporta un
anhelo profundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle
plenitud. En el Evangelio de Juan, dirigiéndose a sus primeros discípulos,
Jesús pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Queridos jóvenes, estas palabras,
esta pregunta interpela a lo largo del tiempo y del espacio a todo hombre y
mujer que se abre a la vida y busca el camino justo… Y, esto es lo
sorprendente, la voz de Cristo repite también a vosotros: “¿Qué buscáis?”.
Jesús os habla hoy: mediante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace
contemporáneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vosotros lo
busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de
vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que
anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad
que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y
compañero de camino. Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará.
Jesús os hace conocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace comprender que
vuestra felicidad se logra en la amistad con Él, en la comunión con Él, porque
hemos sido creados y salvados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca
el bien del otro, experimentamos verdaderamente el significado de la vida y
estamos contentos de vivirla, incluso en las fatigas, en las pruebas, en las
desilusiones, incluso caminando contra corriente.
Queridos jóvenes, arraigados en Cristo, podréis vivir en plenitud lo que
sois. Como sabéis, he planteado sobre este tema mi mensaje para la próxima
Jornada Mundial de la Juventud, que nos reunirá en agosto en Madrid, y hacia
la cual nos encaminamos. He partido de una incisiva expresión de san Pablo:
«Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2, 7). Creciendo en la
amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la
pertenencia a la Iglesia, con la ayuda de vuestros sacerdotes, podréis
testimoniar a todos la alegría de haber encontrado a Aquél que siempre os
acompaña y os llama a vivir en la confianza y en la esperanza. El Señor Jesús
no es un maestro que embauca a sus discípulos: nos dice claramente que el
camino con Él requiere esfuerzo y sacrificio personal, pero que vale la pena.
Queridos jóvenes amigos, no os dejéis desorientar por las promesas atractivas
de éxito fácil, de estilos de vida que privilegian la apariencia en detrimento de
la interioridad. No cedáis a la tentación de poner la confianza absoluta en el
tener, en las cosas materiales, renunciando a descubrir la verdad que va más
allá, como una estrella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere llevaros.
Dejaos guiar a las alturas de Dios.
En el tiempo de vuestra juventud, os sostiene el testimonio de tantos
discípulos del Señor que han vivido su tiempo llevando en el corazón la
202

novedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de


Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jóvenes santos y
santas en la gran comunidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vosotros y yo
pensamos en el Beato Iván Merz. Un joven brillante, metido de lleno en la
vida social, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el
camino universitario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se
encuentra frente a la destrucción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja,
haciéndole superar momentos de crisis y de lucha espiritual. La fe de Iván se
refuerza hasta tal punto que se dedica al estudio de la Liturgia e inicia un
intenso apostolado entre los jóvenes. Descubre la belleza de la fe católica y
comprende que la vocación de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con
Cristo. De cuántos gestos de caridad, de bondad que sorprenden y conmueven
está lleno su camino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos
años, después de algunos meses de enfermedad, ofreciendo su vida por la
Iglesia y por la juventud.
Esta vida joven, entregada por amor, lleva el perfume de Cristo, y es para
todos una invitación a no tener miedo de confiarse al Señor, del mismo modo
que lo contemplamos, en modo particular, en la Virgen María, la Madre de la
Iglesia, aquí venerada y amada con el título de “Majka Božja od Kamenutih
vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo confiar esta
tarde a cada uno de vosotros, para que os acompañe con su protección y os
ayude sobre todo a encontrar al Señor y, en Él, a encontrar el significado pleno
de vuestra existencia. María no tuvo miedo de entregarse por completo al
proyecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que estamos llamados: la plena
comunión con el Señor. Toda nuestra vida es un camino hacia la Unidad y
Trinidad de Amor que es Dios; podemos vivir con la certeza de no ser
abandonados nunca. Queridos jóvenes croatas, os abrazo a todos como a hijos.
Os llevo en el corazón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre alegres en el
Señor”. Su alegría, la alegría del verdadero amor, sea vuestra fuerza. Amén.
¡Alabados sean Jesús y María!

LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA HOY Y SIEMPRE


20110521. Discurso. A Universidad Católica del Sagrado Corazón
Vivimos en un tiempo de grandes y rápidas transformaciones, que se
reflejan también en la vida universitaria: la cultura humanista parece afectada
por un deterioro progresivo, mientras se pone el acento en las disciplinas
llamadas «productivas», de ámbito tecnológico y económico; hay una
tendencia a reducir el horizonte humano al nivel de lo que es mensurable, a
eliminar del saber sistemático y crítico la cuestión fundamental del sentido.
Además, la cultura contemporánea tiende a confinar la religión fuera de los
espacios de la racionalidad: en la medida en que las ciencias empíricas
monopolizan los territorios de la razón, no parece haber ya espacio para las
razones del creer, por lo cual la dimensión religiosa queda relegada a la esfera
de lo opinable y de lo privado. En este contexto, las motivaciones y las
características mismas de la institución universitaria se ponen en tela de juicio
radicalmente.
203

Noventa años después de su fundación, la Universidad Católica del


Sagrado Corazón vive en esta época histórica, en la que es importante
consolidar e incrementar las razones por las que nació, llevando la connotación
eclesial que se evidencia con el adjetivo «católica»; de hecho, la Iglesia,
«experta en humanidad», es promotora de humanismo auténtico. En esta
perspectiva, emerge la vocación originaria de la Universidad, nacida de la
búsqueda de la verdad, de toda la verdad, de toda la verdad de nuestro ser. Y
con su obediencia a la verdad y a las exigencias de su conocimiento se
convierte en escuela de humanitas en la que se cultiva un saber vital, se forjan
notables personalidades y se transmiten conocimientos y competencias de
valor. La perspectiva cristiana, como marco del trabajo intelectual de la
Universidad, no se contrapone al saber científico y a las conquistas del ingenio
humano, sino que, por el contrario, la fe amplía el horizonte de nuestro
pensamiento, y es camino hacia la verdad plena, guía de auténtico desarrollo.
Sin orientación a la verdad, sin una actitud de búsqueda humilde y osada, toda
cultura se deteriora, cae en el relativismo y se pierde en lo efímero. En cambio,
si se libera de un reduccionismo que la mortifica y la limita, puede abrirse a
una interpretación verdaderamente iluminada de lo real, prestando así un
auténtico servicio a la vida.
Queridos amigos, fe y cultura son realidades indisolublemente unidas,
manifestación del desiderium naturale videndi Deum que está presente en todo
hombre. Cuando esta unión se rompe, la humanidad tiende a replegarse y a
encerrarse en sus propias capacidades creativas. Es necesario, entonces, que en
la Universidad haya una auténtica pasión por la cuestión de lo absoluto, la
verdad misma, y por tanto también por el saber teológico, que en vuestro
Ateneo es parte integrante del plan de estudios. Uniendo en sí la audacia de la
investigación y la paciencia de la maduración, el horizonte teológico puede y
debe valorizar todos los recursos de la razón. La cuestión de la Verdad y de lo
Absoluto —la cuestión de Dios— no es una investigación abstracta, alejada de
la realidad cotidiana, sino que es la pregunta crucial, de la que depende
radicalmente el descubrimiento del sentido del mundo y de la vida. En el
Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que sin cesar
promueve valores culturales, humanísticos y éticos. El saber de la fe, por tanto,
ilumina la búsqueda del hombre, la interpreta humanizándola, la integra en
proyectos de bien, arrancándola de la tentación del pensamiento calculador,
que instrumentaliza el saber y convierte los descubrimientos científicos en
medios de poder y de esclavitud del hombre.
El horizonte que anima el trabajo universitario puede y debe ser la pasión
auténtica por el hombre. Sólo en el servicio al hombre la ciencia se desarrolla
como verdadero cultivo y custodia del universo (cf. Gn 2, 15). Y servir al
hombre es hacer la verdad en la caridad, es amar la vida, respetarla siempre,
comenzando por las situaciones en las que es más frágil e indefensa. Esta es
nuestra tarea, especialmente en los tiempos de crisis: la historia de la cultura
muestra que la dignidad del hombre se ha reconocido verdaderamente en su
integridad a la luz de la fe cristiana. La Universidad católica está llamada a ser
un espacio donde toma forma de excelencia la apertura al saber, la pasión por
la verdad, el interés por la historia del hombre que caracterizan la auténtica
204

espiritualidad cristiana. De hecho, asumir una actitud de cerrazón o de


alejamiento frente a la perspectiva de la fe significa olvidar que a lo largo de la
historia ha sido, y sigue siendo, fermento de cultura y luz para la inteligencia,
estímulo a desarrollar todas las potencialidades positivas para el bien auténtico
del hombre. Como afirma el concilio Vaticano II, la fe es capaz de iluminar la
existencia: «La fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino
sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia
soluciones plenamente humanas» (Gaudium et spes, 11).
La Universidad católica es un ámbito donde esto debe realizarse con
singular eficacia, tanto bajo el perfil científico como bajo el didáctico. Este
peculiar servicio a la Verdad es don de gracia y expresión característica de
caridad evangélica. La profesión de la fe y el testimonio de la caridad son
inseparables (cf. 1 Jn 3, 23). En efecto, el núcleo profundo de la verdad de
Dios es el amor con que él se ha inclinado hacia el hombre y, en Cristo, le ha
ofrecido dones infinitos de gracia. En Jesús descubrimos que Dios es amor y
que sólo en el amor podemos conocerlo: «Todo el que ama ha nacido de Dios
y conoce a Dios (...), porque Dios es amor» (1 Jn 4, 7-8) dice san Juan. Y san
Agustín afirma: «Non intratur in veritatem nisi per caritatem» (Contra
Faustum, 32). El culmen del conocimiento de Dios se alcanza en el amor; en el
amor que sabe ir a la raíz, que no se contenta con expresiones filantrópicas
ocasionales, sino que ilumina el sentido de la vida con la Verdad de Cristo, que
transforma el corazón del hombre y lo arranca de los egoísmos que generan
miseria y muerte. El hombre necesita amor, el hombre necesita verdad, para no
perder el frágil tesoro de la libertad y quedar expuesto a la violencia de las
pasiones y a condicionamientos abiertos y ocultos (cf. Juan Pablo
II, Centesimus annus, 46). La fe cristiana no hace de la caridad un sentimiento
vago y compasivo, sino una fuerza capaz de iluminar los senderos de la vida
en todas sus expresiones. Sin esta visión, sin esta dimensión teologal originaria
y profunda, la caridad se contenta con la ayuda ocasional y renuncia a la tarea
profética, propia suya, de transformar la vida de la persona y las estructuras
mismas de la sociedad. Este es un compromiso específico que la misión en la
Universidad os llama a realizar como protagonistas apasionados, convencidos
de que la fuerza del Evangelio es capaz de renovar las relaciones humanas y
penetrar en el corazón de la realidad.
Queridos jóvenes universitarios de la «Católica», sois la demostración viva
de este carácter de la fe que cambia la vida y salva al mundo, con los
problemas y las esperanzas, con los interrogantes y las certezas, con las
aspiraciones y los compromisos que el deseo de una vida mejor genera y la
oración alimenta. Queridos representantes del personal técnico-administrativo
sentíos orgullosos de las tareas que se os han asignado en el contexto de la
gran familia universitaria para apoyar la múltiple actividad formativa y
profesional. Y a vosotros, queridos docentes, se os ha encomendado un papel
decisivo: mostrar cómo la fe cristiana es fermento de cultura y luz para la
inteligencia, estímulo para desarrollar todas las potencialidades positivas, para
el bien auténtico del hombre. Lo que la razón percibe, la fe lo ilumina y
manifiesta. La contemplación de la obra de Dios abre al saber la exigencia de
la investigación racional, sistemática y crítica; la búsqueda de Dios refuerza el
205

amor por las letras y por las ciencias profanas: «Fides ratione adiuvatur et ratio
fide perficitur», afirma Hugo de San Víctor (De sacramentis I, III, 30: pl 176,
232). Desde esta perspectiva, la capilla es el corazón que late y el alimento
constante de la vida universitaria, a la que está unido el Centro pastoral donde
los capellanes de las distintas sedes están llamados a realizar su valiosa misión
sacerdotal, que es imprescindible para la identidad de la Universidad católica.
Como enseña el beato Juan Pablo II, la capilla es «es un lugar del espíritu, en
el que los creyentes en Cristo, que participan de diferentes modos en el estudio
académico, pueden detenerse para rezar y encontrar alimento y orientación. Es
un gimnasio de virtudes cristianas, en el que la vida recibida en el bautismo
crece y se desarrolla sistemáticamente. Es una casa acogedora y abierta para
todos los que, escuchando la voz del Maestro en su interior, se convierten en
buscadores de la verdad y sirven a los hombres mediante su dedicación diaria
a un saber que no se limita a objetivos estrechos y pragmáticos. En el marco de
una modernidad en decadencia, la capilla universitaria está llamada a ser
un centro vital para promover la renovación cristiana de la cultura mediante un
diálogo respetuoso y franco, unas razones claras y bien fundadas (cf. 1 P 3,
15), y un testimonio que cuestione y convenza» (Discurso a los capellanes
europeos, 1 de mayo de 1998: L’Osservatore Romano, edición en lengua
española, 8 de mayo de 1998, p. 8). Así dijo el Papa Juan Pablo II en 1998.

LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA, CLAVE DEL DESARROLLO


20110604. Discurso. Líderes sociales. Zagreb, Croacia
La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen
en buena parte de este punto “crítico” que es la conciencia, de cómo es
comprendida y de cuánto se invierte en su formación. Si la conciencia, según
el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al
que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y
Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a
descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la
responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza
contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro.
Agradezco al Profesor Zurak que haya recordado las raíces cristianas de
numerosas instituciones culturales y científicas de este País, como ha sucedido
también en todo el continente europeo. Es necesario recordar estos orígenes,
además, por fidelidad a la verdad histórica, y es importante saber leer en
profundidad dichas raíces, para que puedan dar ánimo también al hoy. Es
decir, es decisivo percibir el dinamismo que hay en un acontecimiento, como,
por ejemplo, el nacimiento de una universidad, o de un movimiento artístico o
de un hospital. Hay que comprender el porqué y el cómo de lo que ha
sucedido, para apreciar en el hoy dicho dinamismo, que es una realidad
espiritual que llega a ser cultural y por tanto social. Detrás de todo hay
hombres y mujeres, personas, conciencias, movidas por la fuerza de la verdad
y del bien. Se han citado algunos hijos ilustres de esta tierra. Quisiera
detenerme en el Padre Ruđer Josip Bošković, jesuita, nacido en Dubrovnik
hace ahora trescientos años, el 18 de mayo de 1711. Él encarna muy bien la
206

buena compenetración entre fe y ciencia, que se estimulan mutuamente para


una búsqueda al mismo tiempo abierta, diversificada y capaz de síntesis. Su
obra cumbre, la Theoria philosophiae naturalis, publicada en Viena, y después
en Venecia a mitad del siglo XVIII, tiene un subtítulo muy
significativo: redacta ad unicam legem virium in natura existentium, es decir,
“según la única ley de las fuerzas existentes en la naturaleza”. En Bošković
encontramos el análisis, el estudio de las múltiples ramas del saber, pero
también la pasión por la unidad. Y esto es típico de la cultura católica. Por eso
mismo, la fundación de una Universidad Católica en Croacia es signo de
esperanza. Deseo que ella contribuya a crear unidad entre los diversos ámbitos
de la cultura contemporánea, los valores y la identidad de vuestro Pueblo,
dando continuidad a la fecunda contribución eclesial a la historia de la noble
Nación croata. Volviendo al Padre Bošković, los expertos dicen que su teoría
de la “continuidad”, válida tanto en las ciencias naturales como en la
geometría, concuerda de forma excelente con alguno de los grandes
descubrimientos de la física contemporánea. ¿Qué podemos decir? Rindamos
homenaje al ilustre croata, pero también al auténtico jesuita; honremos al
cultivador de la verdad que sabe bien lo mucho que ésta lo supera, pero que, a
la luz de la verdad, sabe también emplear a fondo los recursos de la razón que
Dios mismo le ha dado.
Pero, además del elogio, es preciso también valorar el método, la apertura
mental de estos grandes hombres. Volvamos, por tanto, a la conciencia como
clave para el desarrollo cultural y la construcción del bien común. En la
formación de las conciencias, la Iglesia ofrece a la sociedad su contribución
más singular y valiosa. Una contribución que comienza en la familia y que
encuentra un apoyo importante en la parroquia, donde niños y adolescentes, y
también los jóvenes, aprenden a profundizar en la Sagrada Escritura, que es el
“gran código” de la cultura europea; y aprenden al mismo tiempo el sentido de
la comunidad fundada en el don, no en el interés económico o en la ideología,
sino en el amor, que es “la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo
de cada persona y de toda la humanidad” (Caritas in veritate, 1). Esta lógica de
la gratuidad, aprendida en la infancia y la adolescencia, se vive después en
otros ámbitos, en el juego y el deporte, en las relaciones interpersonales, en el
arte, en el servicio voluntario a los pobres y los que sufren, y una vez
asimilada se puede manifestar en los ámbitos más complejos de la política y la
economía, trabajando por una polis que sea acogedora y hospitalaria y al
mismo tiempo no vacía, no falsamente neutra, sino rica de contenidos
humanos, con una fuerte dimensión ética. Aquí es donde los fieles laicos están
llamados a aprovechar generosamente su formación, guiados por los principios
de la Doctrina social de la Iglesia, en favor de una laicidad auténtica, de la
justicia social, la defensa de la vida y la familia, la libertad religiosa y de
educación.

¿QUÉ BUSCÁIS? SIEMPRE ALEGRES EN JESÚS


20110604. Discurso. Vigilia Jóvenes. Zagreb, Croacia
207

San Pablo –en la lectura que se ha proclamado– nos ha invitado a estar


“siempre alegres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una palabra que hace vibrar el
alma, si consideramos que el Apóstol de los Gentiles escribe esta Carta a los
cristianos de Filipos mientras se encontraba en la cárcel, a la espera de ser
juzgado. Él está encadenado, pero el anuncio y el testimonio del Evangelio no
pueden ser encarcelados. La experiencia de san Pablo revela cómo es posible
mantener la alegría en nuestro camino, aun en los momentos oscuros. ¿A qué
alegría se refiere? Todos sabemos que en el corazón de cada uno anida un
fuerte deseo de felicidad. Cada acción, cada decisión, cada intención encierra
en sí esta íntima y natural exigencia. Pero con frecuencia nos damos cuenta de
haber puesto la confianza en realidades que no apagan ese deseo, sino que por
el contrario, revelan toda su precariedad. Y estos momentos es cuando se
experimenta la necesidad de algo que sea “más grande”, que dé sentido a la
vida cotidiana.
Queridos amigos, vuestra juventud es un tiempo que el Señor os da para
poder descubrir el significado de la existencia. Es el tiempo de los grandes
horizontes, de los sentimientos vividos con intensidad, y también de los
miedos ante las opciones comprometidas y duraderas, de las dificultades en el
estudio y en el trabajo, de los interrogantes sobre el misterio del dolor y del
sufrimiento. Más aún, este tiempo estupendo de vuestra vida comporta un
anhelo profundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle
plenitud. En el Evangelio de Juan, dirigiéndose a sus primeros discípulos,
Jesús pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Queridos jóvenes, estas palabras,
esta pregunta interpela a lo largo del tiempo y del espacio a todo hombre y
mujer que se abre a la vida y busca el camino justo… Y, esto es lo
sorprendente, la voz de Cristo repite también a vosotros: “¿Qué buscáis?”.
Jesús os habla hoy: mediante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace
contemporáneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vosotros lo
busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de
vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que
anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad
que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y
compañero de camino. Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará.
Jesús os hace conocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace comprender que
vuestra felicidad se logra en la amistad con Él, en la comunión con Él, porque
hemos sido creados y salvados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca
el bien del otro, experimentamos verdaderamente el significado de la vida y
estamos contentos de vivirla, incluso en las fatigas, en las pruebas, en las
desilusiones, incluso caminando contra corriente.
Queridos jóvenes, arraigados en Cristo, podréis vivir en plenitud lo que
sois. Como sabéis, he planteado sobre este tema mi mensaje para la próxima
Jornada Mundial de la Juventud, que nos reunirá en agosto en Madrid, y hacia
la cual nos encaminamos. He partido de una incisiva expresión de san Pablo:
«Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2, 7). Creciendo en la
amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la
pertenencia a la Iglesia, con la ayuda de vuestros sacerdotes, podréis
testimoniar a todos la alegría de haber encontrado a Aquél que siempre os
208

acompaña y os llama a vivir en la confianza y en la esperanza. El Señor Jesús


no es un maestro que embauca a sus discípulos: nos dice claramente que el
camino con Él requiere esfuerzo y sacrificio personal, pero que vale la pena.
Queridos jóvenes amigos, no os dejéis desorientar por las promesas atractivas
de éxito fácil, de estilos de vida que privilegian la apariencia en detrimento de
la interioridad. No cedáis a la tentación de poner la confianza absoluta en el
tener, en las cosas materiales, renunciando a descubrir la verdad que va más
allá, como una estrella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere llevaros.
Dejaos guiar a las alturas de Dios.
En el tiempo de vuestra juventud, os sostiene el testimonio de tantos
discípulos del Señor que han vivido su tiempo llevando en el corazón la
novedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de
Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jóvenes santos y
santas en la gran comunidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vosotros y yo
pensamos en el Beato Iván Merz. Un joven brillante, metido de lleno en la
vida social, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el
camino universitario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se
encuentra frente a la destrucción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja,
haciéndole superar momentos de crisis y de lucha espiritual. La fe de Iván se
refuerza hasta tal punto que se dedica al estudio de la Liturgia e inicia un
intenso apostolado entre los jóvenes. Descubre la belleza de la fe católica y
comprende que la vocación de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con
Cristo. De cuántos gestos de caridad, de bondad que sorprenden y conmueven
está lleno su camino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos
años, después de algunos meses de enfermedad, ofreciendo su vida por la
Iglesia y por la juventud.
Esta vida joven, entregada por amor, lleva el perfume de Cristo, y es para
todos una invitación a no tener miedo de confiarse al Señor, del mismo modo
que lo contemplamos, en modo particular, en la Virgen María, la Madre de la
Iglesia, aquí venerada y amada con el título de “Majka Božja od Kamenutih
vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo confiar esta
tarde a cada uno de vosotros, para que os acompañe con su protección y os
ayude sobre todo a encontrar al Señor y, en Él, a encontrar el significado pleno
de vuestra existencia. María no tuvo miedo de entregarse por completo al
proyecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que estamos llamados: la plena
comunión con el Señor. Toda nuestra vida es un camino hacia la Unidad y
Trinidad de Amor que es Dios; podemos vivir con la certeza de no ser
abandonados nunca. Queridos jóvenes croatas, os abrazo a todos como a hijos.
Os llevo en el corazón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre alegres en el
Señor”. Su alegría, la alegría del verdadero amor, sea vuestra fuerza. Amén.
¡Alabados sean Jesús y María!

FAMILIAS CRISTIANAS, ¡SED VALIENTES!


20110605. Homilía. Familias Católicas. Zagreb, Croacia
Queridos hermanos y hermanas: He acogido con mucho gusto la invitación
que me han hecho los Obispos de Croacia para visitar este País con ocasión
209

del primer Encuentro Nacional de las Familias Católicas croatas. Deseo


expresar mi gran aprecio por la atención y el compromiso por la familia, no
sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en vuestro
País como en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser
evangelizada y apoyada de manera especial, sino también porque las familias
cristianas son un medio decisivo para la educación en la fe, para la edificación
de la Iglesia como comunión y para su presencia misionera en las más diversas
situaciones de la vida. Conozco la generosidad y la entrega con la que
vosotros, queridos Pastores, servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo
cotidiano en favor de la formación en la fe de las nuevas generaciones, así
como por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las
familias, es la vía fundamental para regenerar siempre nuevamente la Iglesia, y
también para vivificar el tejido social del País. Continuad con disponibilidad
este precioso cometido pastoral.
Es bien sabido que la familia cristiana es un signo especial de la presencia
y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una contribución específica e
insustituible a la evangelización. El beato Juan Pablo II, que visitó este noble
País por tres veces, decía que «la familia cristiana está llamada a tomar parte
viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es
decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar,
en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris consortio, 50). La
familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión de la fe, y
también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples
ámbitos.
Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y
rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía, en
este año en que celebráis el sexto centenario del “milagro eucarístico de
Ludbreg”; introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la
Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con
la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo,
como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la
comunión, la oración.
Hoy, gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez
más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio
de Cristo, el Señor. Como dijo el beato Juan Pablo II: «Una auténtica familia,
fundada en el matrimonio, es en sí misma una “buena nueva” para el mundo».
Y añadió: «En nuestro tiempo son cada vez más las familias que colaboran
activamente en la evangelización... En la Iglesia ha llegado la hora de la
familia, que es también la hora de la familia misionera» (Ángelus, 21 octubre
2001). En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia
de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente
cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la
marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se
absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal
el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y
experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las
personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una
210

emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse


por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la
vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la
Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias
cristianas, vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la
intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural,
el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la
necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de
engendrar y educar a los hijos. Queridas familias, ¡sed valientes! No cedáis a
esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o
incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida
que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a
comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad
y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de
confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural
libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien
de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: «La edificación de
cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es
la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la
Iglesia es edificada por las familias, “pequeñas Iglesias domésticas”»
(Discurso en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6
junio 2005). Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más
pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia.

¿CÓMO VIVIR? ¿POR QUÉ VIVIR?


20110619. Discurso. Jóvenes San Marino
Nuestro encuentro aquí, en Pennabilli, ante esta catedral, corazón de la
diócesis, y en esta plaza, nos remite con el pensamiento a los numerosos y
diversos encuentros de Jesús que nos narran los Evangelios. Hoy quiero
recordar el célebre episodio en que el Señor se hallaba en camino y uno —un
joven— le salió al encuentro y, arrodillándose, le planteó esta pregunta:
«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17).
Nosotros tal vez hoy no lo expresaríamos así, pero el sentido de la pregunta es
precisamente: ¿qué debo hacer, cómo debo vivir para vivir realmente, para
encontrar la vida? Así pues, dentro de esta pregunta podemos ver encerrada la
amplia y variada experiencia humana que se abre a la búsqueda del
significado, del sentido profundo de la vida: ¿cómo vivir?, ¿por qué vivir? De
hecho, la «vida eterna», a la que se refiere ese joven del Evangelio, no indica
solamente la vida después de la muerte, no quiere saber sólo cómo llegar al
cielo. Quiere saber: ¿cómo debo vivir ahora para tener ya la vida que puede ser
luego también eterna? Por tanto, en esta pregunta el joven manifiesta la
exigencia de que la existencia diaria encuentre sentido, plenitud, verdad. El
hombre no puede vivir sin esta búsqueda de la verdad sobre sí mismo —quién
soy yo, para qué debo vivir—, una verdad que impulse a abrir el horizonte y a
ir más allá de lo que es material, no para huir de la realidad, sino para vivirla
de una forma aún más verdadera, más rica de sentido y de esperanza, y no sólo
211

en la superficialidad. Creo que esta es también vuestra experiencia —y lo he


visto y escuchado en las palabras de vuestro amigo—. Los grandes
interrogantes que llevamos en nuestro interior permanecen siempre, renacen
siempre: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿para quién vivimos? Y estas
preguntas son el signo más alto de la trascendencia del ser humano y de la
capacidad que tenemos de no quedarnos en la superficie de las cosas. Y es
precisamente mirándonos a nosotros mismos con verdad, con sinceridad y con
valentía como intuimos la belleza, pero también la precariedad de la vida y
sentimos una insatisfacción, una inquietud que ninguna realidad concreta logra
colmar. Con frecuencia, al final todas las promesas se muestran insuficientes.
Queridos amigos, os invito a tomar conciencia de esta sana y positiva
inquietud; a no tener miedo de plantearos las preguntas fundamentales sobre el
sentido y sobre el valor de la vida. No os quedéis en las respuestas parciales,
inmediatas, ciertamente más fáciles en un primer momento y más cómodas,
que pueden dar algunos ratos de felicidad, de exaltación, de embriaguez, pero
que no os llevan a la verdadera alegría de vivir, la que nace de quien construye
—como dice Jesús— no sobre arena, sino sobre sólida roca. Así pues,
aprended a reflexionar, a leer de modo no superficial, sino en profundidad,
vuestra experiencia humana: descubriréis, con asombro y con alegría, que
vuestro corazón es una ventana abierta al infinito. Esta es la grandeza del
hombre y también su dificultad. Una de las falsas ilusiones producidas en el
curso de la historia ha sido la de pensar que el progreso técnico-científico, de
modo absoluto, podría dar respuestas y soluciones a todos los problemas de la
humanidad. Y vemos que no es así. En realidad, aunque eso hubiera sido
posible, nada ni nadie habría podido eliminar los interrogantes más profundos
sobre el significado de la vida y de la muerte, sobre el significado del
sufrimiento, de todo, porque estos interrogantes están inscritos en el alma
humana, en nuestro corazón, y rebasan el ámbito de las necesidades. El
hombre, incluso en la era del progreso científico y tecnológico —que nos ha
dado tanto— sigue siendo un ser que desea más, más que la comodidad y el
bienestar; sigue siendo un ser abierto a toda la verdad de su existencia, que no
puede quedarse en las cosas materiales, sino que se abre a un horizonte mucho
más amplio. Todo esto vosotros lo experimentáis continuamente cada vez que
os preguntáis ¿por qué? Cuando contempláis un ocaso, o cuando una música
mueve vuestro corazón y vuestra mente; cuando experimentáis lo que quiere
decir amar de verdad; cuando sentís fuertemente el sentido de la justicia y de
la verdad, y cuando sentís también la falta de justicia, de verdad y de felicidad.
Queridos jóvenes, la experiencia humana es una realidad que nos aúna a
todos, pero a la que se le pueden dar diversos niveles de significado. Y es aquí
donde se decide de qué modo orientar la propia vida y se elige a quién
confiarla, en quién confiar. Siempre existe el peligro de quedar aprisionados en
el mundo de las cosas, de lo inmediato, de lo relativo, de lo útil, perdiendo la
sensibilidad por lo que se refiere a nuestra dimensión espiritual. No se trata, de
ninguna manera, de despreciar el uso de la razón o de rechazar el progreso
científico; todo lo contrario. Se trata más bien de comprender que cada uno de
nosotros no está hecho sólo de una dimensión «horizontal», sino que
comprende también la dimensión «vertical». Los datos científicos y los
212

instrumentos tecnológicos no pueden sustituir al mundo de la vida, a los


horizontes de significado y de libertad, o a la riqueza de las relaciones de
amistad y de amor.
Queridos jóvenes, precisamente en la apertura a la verdad integral de
nosotros mismos y del mundo descubrimos la iniciativa de Dios con respecto a
nosotros. Él sale al encuentro de cada hombre y le da a conocer el misterio de
su amor. En el Señor Jesús, que murió y resucitó por nosotros y nos dio el
Espíritu Santo, somos incluso partícipes de la vida misma de Dios,
pertenecemos a la familia de Dios. En él, en Cristo, podéis encontrar las
respuestas a los interrogantes que acompañan vuestro camino, no de modo
superficial, fácil, sino caminando con Jesús, viviendo con Jesús. El encuentro
con Cristo no se limita a la adhesión a una doctrina, a una filosofía, sino que lo
que él os propone es compartir su misma vida y así aprender a vivir, aprender
lo que es el hombre, lo que soy yo. A aquel joven que le preguntó qué debía
hacer para entrar en la vida eterna, es decir, para vivir de verdad, Jesús le
responde invitándolo a renunciar a sus bienes y añade: «¡Ven y sígueme!»
(Mc 10, 21). La palabra de Cristo muestra que vuestra vida encuentra
significado en el misterio de Dios, que es Amor: un Amor exigente, profundo,
que va más allá de la superficialidad. ¿Qué sería vuestra vida sin este amor?
Dios cuida del hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos, cuando
llevará a cabo su proyecto de salvación. ¡En el Señor resucitado tenemos la
certeza de nuestra esperanza! Cristo mismo, que bajó a las profundidades de la
muerte y resucitó, es la esperanza en persona, es la Palabra definitiva
pronunciada en nuestra historia, es una palabra positiva.
No temáis afrontar las situaciones difíciles, los momentos de crisis, las
pruebas de la vida, porque ¡el Señor os acompaña, está con vosotros! Os
animo a crecer en la amistad con él a través de la lectura frecuente del
Evangelio y de toda la Sagrada Escritura, la participación fiel en la Eucaristía
como encuentro personal con Cristo, el compromiso dentro de la comunidad
eclesial, el camino con un buen director espiritual. Transformados por el
Espíritu Santo, podréis experimentar la auténtica libertad, que es tal cuando
está orientada al bien. De este modo vuestra vida, animada por una búsqueda
continua del rostro del Señor y por la voluntad sincera de entregaros vosotros
mismos, será para muchos coetáneos vuestros un signo, una llamada elocuente
a hacer que el deseo de plenitud que todos tenemos se realice finalmente en el
encuentro con el Señor Jesús. ¡Dejad que el misterio de Cristo ilumine toda
vuestra persona! Entonces podréis llevar a los distintos ambientes la novedad
que puede cambiar las relaciones, las instituciones, las estructuras, para
construir un mundo más justo y solidario, animado por la búsqueda del bien
común. ¡No cedáis a lógicas individualistas y egoístas! Que os conforte el
testimonio de tantos jóvenes que han alcanzado la meta de la santidad: pensad
en santa Teresa del Niño Jesús, en santo Domingo Savio, en santa María
Goretti, en el beato Pier Giorgio Frassati, en el beato Alberto Marvelli —
originario de esta tierra— y en tantos otros, para nosotros desconocidos, pero
que vivieron su tiempo en la luz y en la fuerza del Evangelio, y encontraron la
respuesta a cómo vivir, a qué debo hacer para vivir.
213

Al concluir este encuentro, quiero encomendaros a cada uno de vosotros a


la Virgen María, Madre de la Iglesia. Como ella, pronunciad y renovad vuestro
«sí» y alabad siempre al Señor con vuestra vida, porque él os da palabras de
vida eterna. ¡Ánimo!, por tanto, queridos jóvenes y queridas jóvenes, en
vuestro camino de fe y de vida cristiana; también yo estoy cerca de vosotros y
os acompaño con mi bendición.

VIAJE A MADRID JMJ: ENTREVISTA CON LOS PERIODISTAS


20110818. Entrevista durante el vuelo a España
—La de Madrid constituye la vigesimosexta JMJ. Al inicio de su
pontificado, nos preguntábamos si usted continuaría en el surco de su
predecesor. ¿Cómo ve el significado de estos acontecimientos en la estrategia
pastoral de la Iglesia universal?
—Benedicto XVI: Queridos amigos, buenos días. Estoy encantado de
viajar con vosotros a España con motivo de este gran acontecimiento. Después
de dos JMJ vividas personalmente, puedo decir que era verdaderamente una
inspiración que ha sido donada por el papa Juan Pablo II, cuando creó esta
realidad: un gran encuentro de los jóvenes del mundo con el Señor. Diría que
estas JMJ son un signo, una cascada de luz, dan visibilidad a la fe, visibilidad
a la presencia de Dios en el mundo, y dan así la valentía para ser creyentes.
Con frecuencia, los creyentes se sienten aislados en este mundo, casi perdidos.
Aquí ven que no están solos, que hay una gran red de fe, una gran comunidad
de creyentes del mundo, que es hermoso vivir en esta amistad universal, y de
este modo nacen amistades que superan las fronteras de las diferentes culturas,
de los diferentes países. El nacimiento de una red universal de amistad que une
al mundo con Dios es una importante realidad para el futuro de la humanidad,
para la vida de la humanidad de hoy. Naturalmente la JMJ no puede ser un
acontecimiento aislado, forma parte de un camino más grande. Debe ser
preparado este camino de la cruz que transmigra a diferentes países e involucra
a los jóvenes con el signo de la cruz y el signo de la imagen de la Virgen. De
este modo la preparación de la JMJ, mucho más que una preparación técnica, y
es un acontecimiento con muchos problemas técnicos, es una preparación
interior, un ponerse en camino hacia los demás y, juntos, hacia Dios. Y así se
crean grupos de amistad. Este contacto universal abre las fronteras de las
culturas y de los contrastes humanos y religiosos, y de este modo se convierte
en un camino continuo, que después lleva a una nueva cumbre, una nueva
JMJ. Me parece que la JMJ debe considerarse en este sentido como un signo,
como una parte de un gran camino, crea amistades, abre fronteras, hace visible
que es bello estar con Dios, que Dios está con nosotros. En este sentido,
queremos seguir con esta gran idea del beato papa Juan Pablo II.

—Europa y el mundo occidental viven una crisis económica profunda, que


manifiesta también señales de una grave crisis social y moral, de gran
incertidumbre para el futuro, particularmente dolorosa para los jóvenes.
¿Qué mensajes puede ofrecer la Iglesia para dar esperanza y aliento a los
jóvenes del mundo?
214

--Benedicto XVI: Se confirma en la crisis actual económica lo que ya se ha


visto en la gran crisis precedente: la dimensión ética no es algo exterior a los
problemas económicos, sino una dimensión interior y fundamental. La
economía no funciona sólo con una auto-reglamentación mercantil, sino que
tiene necesidad de una razón ética para funcionar para el hombre. Puede
constatarse lo que ya había dicho en su primera encíclica social Juan Pablo II:
el hombre debe ponerse en el centro de la economía y que la economía no
debe medirse según el máximo beneficio, sino según el bien de todos e incluye
la responsabilidad por el otro, y funciona verdaderamente bien sólo si funciona
de una manera humana en el respeto del otro, en sus diferentes dimensiones:
responsabilidad con la propia nación, y no sólo consigno mismo,
responsabilidad con el mundo. La nación no está aislada, ni siquiera Europa
está aislada, sino que es responsable de toda la humanidad y debe pensar
siempre en afrontar los problemas económicos con esta clave de
responsabilidad, en particular con las demás partes del mundo, con las que
sufren, tienen sed y hambre, y no tienen futuro. Y, por tanto, tercera dimensión
de esta responsabilidad es la responsabilidad con el futuro: sabemos que
tenemos que proteger nuestro planeta, pero tenemos que proteger el
funcionamiento del servicio del trabajo económico para todos y pensar que el
mañana es también el hoy. Si los jóvenes de hoy no encuentran perspectivas en
su vida también nuestro hoy está equivocado, está mal. Por tanto, la Iglesia
con su doctrina social, con su doctrina sobre la responsabilidad ante Dios, abre
la capacidad a renunciar al máximo beneficio y a ver en las realidades la
dimensión humanística y religiosa, es decir, estamos hechos el uno para el otro
y de este modo es posible también abrir caminos, como sucede con el gran
número de voluntarios que trabajan en diferentes partes del mundo no para sí,
sino para los demás, y encuentran así el sentido de la propia vida. Esto se
puede lograr con una educación en los grandes objetivos, como trata de hacer
la Iglesia. Esto es fundamental para nuestro futuro.

—Quería preguntarle cuál es la relación entre verdad y multiculturalidad.


La insistencia en la única Verdad que es Cristo, ¿puede ser un problema para
los jóvenes de hoy?
—Benedicto XVI: La relación entre verdad e intolerancia, monoteísmo e
incapacidad de diálogo con los demás, es un argumento que con frecuencia
vuelve al debate sobre el cristianismo de hoy. Y naturalmente es verdad que en
la historia se han dado también abusos, tanto del concepto de verdad como del
concepto de monoteísmo. Se han dado abusos, pero la realidad es totalmente
diferente, pues la verdad sólo es accesible en la libertad. Se pueden imponer
con la violencia los comportamientos, las observancias, actividades, pero no la
verdad. La verdad se abre sólo al consentimiento libre y, por este motivo,
libertad y verdad están íntimamente unidas, una es condición de la otra. Por lo
demás, buscamos la verdad, los valores auténticos, que dan vida al futuro. Sin
duda, no queremos la mentira, no queremos el positivismo de normas
impuestas con una cierta fuerza. Sólo los auténticos valores llevan al futuro y
es necesario por tanto buscar los valores auténticos y no dejarlos al arbitrio de
algunos, no dejar que se imponga una razón positivista que nos dice que no
215

hay una verdad racional sobre los problemas éticos y los grandes problemas
del hombre. Esto significa exponer el hombre al arbitrio de cuantos tienen el
poder. Tenemos que ponernos siempre en búsqueda de la verdad, de los
valores, tenemos derechos humanos fundamentales. Los derechos
fundamentales son conocidos y reconocidos, y precisamente esto nos pone en
diálogo el uno con el otro. La verdad como tal es dialogante, pues busca
conocer mejor, comprender mejor, y lo hace en diálogo con los demás. De este
modo, buscar la verdad y la dignidad del hombre es la mejor defensa de la
libertad.

—¿Qué hay que hacer para que la experiencia positiva de la JMJ


continúe en la vida de cada día?
--Benedicto XVI: La siembra de Dios siempre es silenciosa, no aparece
inmediatamente en las estadísticas, y esa semilla que el Señor siembra con la
JMJ es como la semilla de la que habla el Evangelio: una parte cae en el
camino y se pierde; una parte cae en la piedra y se pierde; una parte cae en las
espinas y se pierde; pero una parte cae en tierra buena y da mucho fruto. Esto
es precisamente lo que sucede con la siembra de la JMJ: mucho se pierde y
esto es humano. Con otras palabras del Señor, la semilla de mostaza es
pequeña, pero crece y se convierte en un gran árbol. Ciertamente se pierde
mucho, no podemos decir que a partir de mañana recomienza un gran
crecimiento de la Iglesia. Dios no actúa así. Crece en silencio. Sé que otras
JMJ han suscitado tantas amistades, amistades para la vida; tantas nuevas
experiencias de que Dios existe. Y nosotros confiamos en este crecimiento
silencioso, y estamos seguros de que, aunque las estadísticas no hablen mucho
de ello, realmente crece la semilla del Señor. Y para muchas personas será el
inicio de una amistad con Dios y con los demás, de una universalidad de
pensamiento, de una responsabilidad común que realmente muestra que estos
días dan fruto.

EXPERIENCIAS Y ANHELOS DE LOS JÓVENES


20110818. Discurso. Bienvenida a la JMJ Madrid
Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo,
católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido
genuino a su existencia. Llego como Sucesor de Pedro para confirmar a todos
en la fe, viviendo unos días de intensa actividad pastoral para anunciar que
Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Para impulsar el compromiso de
construir el Reino de Dios en el mundo, entre nosotros. Para exhortar a los
jóvenes a encontrarse personalmente con Cristo Amigo y así, radicados en su
Persona, convertirse en sus fieles seguidores y valerosos testigos.
¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes a Madrid? Aunque
la respuesta deberían darla ellos mismos, bien se puede pensar que desean
escuchar la Palabra de Dios, como se les ha propuesto en el lema para esta
Jornada Mundial de la Juventud, de manera que, arraigados y edificados en
Cristo, manifiesten la firmeza de su fe.
216

Muchos de ellos han oído la voz de Dios, tal vez solo como un leve
susurro, que los ha impulsado a buscarlo más diligentemente y a compartir con
otros la experiencia de la fuerza que tiene en sus vidas. Este descubrimiento
del Dios vivo alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en
que viven, con sus posibilidades y limitaciones. Ven la superficialidad, el
consumismo y el hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la
sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben que sin Dios sería
arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para ello su
entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado,
tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus
más altos ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una
sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad real. Aquí, en
esta Jornada, tienen una ocasión privilegiada para poner en común sus
aspiraciones, intercambiar recíprocamente la riqueza de sus culturas y
experiencias, animarse mutuamente en un camino de fe y de vida, en el cual
algunos se creen solos o ignorados en sus ambientes cotidianos. Pero no, no
están solos. Muchos coetáneos suyos comparten sus mismos propósitos y,
fiándose por entero de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante
y no temen los compromisos decisivos que llenan toda la vida. Por eso me
causa inmensa alegría escucharlos, rezar juntos y celebrar la Eucaristía con
ellos. La Jornada Mundial de la Juventud nos trae un mensaje de esperanza,
como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores que nos llenan
de confianza ante el mañana de la Iglesia y del mundo.
Ciertamente, no faltan dificultades. Subsisten tensiones y choques abiertos
en tantos lugares del mundo, incluso con derramamiento de sangre. La justicia
y el altísimo valor de la persona humana se doblegan fácilmente a intereses
egoístas, materiales e ideológicos. No siempre se respeta como es debido el
medio ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor. Muchos
jóvenes, además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de
encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario
e inseguro. Hay otros que precisan de prevención para no caer en la red de la
droga, o de ayuda eficaz, si por desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por
causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la discriminación, que lleva al
desprecio y a la persecución abierta o larvada que padecen en determinadas
regiones y países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos de los
signos de su presencia en la vida pública, y silenciando hasta su santo Nombre.
Pero yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que
nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido
reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para
llevarlas a Dios, y así nos ha salvado.
En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes discípulos de Jesús a
permanecer firmes en la fe y a asumir la bella aventura de anunciarla y
testimoniarla abiertamente con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno
de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia
identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas
opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias.
217

EDIFICAD VUESTRAS VIDAS SOBRE CRISTO


20110818. Discurso. Fiesta de acogida de los jóvenes

En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del


Evangelio en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en
práctica. Hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el
viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio,
han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se
quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo,
Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y
a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no
enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que
conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha
abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida
auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni
siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio prosigue explicando estas
cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca firme, resistente a
las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica sobre arena,
tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona
con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.
Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean
en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser,
pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de
espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes
de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo
que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien
sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos
dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y
egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles,
que dejan el vacío y la frustración tras de sí.
Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que,
enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de
llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en
plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la
gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la
meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman,
contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos
de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la
Penitencia.
Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y
estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros
coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos
como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia
eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de
moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se
refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
218

Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más
raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es
verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es
digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en
cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso
de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no
sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como
una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio,
sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente
para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien,
responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos,
colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la
creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar
con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y,
arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de
nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del
amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el
cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos,
nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis
bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se
preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que
sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la
persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios
hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y
resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue
vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada
uno de nosotros.

MISIÓN DEL PROFESOR EN LA UNIVERSIDAD


20110819. Discurso. Profesores universitarios jóvenes. El Escorial
Esperaba con ilusión este encuentro con vosotros, jóvenes profesores de las
universidades españolas, que prestáis una espléndida colaboración en la
difusión de la verdad, en circunstancias no siempre fáciles.
Al estar entre vosotros, me vienen a la mente mis primeros pasos como
profesor en la Universidad de Bonn. Cuando todavía se apreciaban las heridas
de la guerra y eran muchas las carencias materiales, todo lo suplía la ilusión
por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas y
el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los
alumnos. Esta “universitas” que entonces viví, de profesores y estudiantes que
buscan juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio,
ese “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de
aprender los saberes” (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido
y hasta la definición de la Universidad.
En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud: “Arraigados y
edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7), podéis también encontrar
219

luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como ya
escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para estos días, los
términos “arraigados, edificados y firmes” apuntan a fundamentos sólidos para
la vida (cf. n. 2).
Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una
sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un
profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales
competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso
momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente
coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad
esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida
especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que
habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes,
sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las
dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y
el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas
pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de
ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se
elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la
genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión
reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa
donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es
casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria,
pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue
hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios.
Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al
hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa
racionalidad. La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse
ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica
utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
He ahí vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el
honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal que
habéis recibido de vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores del
Evangelio y que en cuanto tales se han convertido en gigantes del espíritu.
Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de la suya,
pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando
nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos
unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y
acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no
solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó
para poner su morada entre nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan
auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas
del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo
interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de
avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para
la búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: “Busca la
220

verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre


las manos” (Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que
podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no
simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos,
usados sólo funcionalmente.
Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad
e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta
comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis
de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que
poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y
fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino hacia
la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un
camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos
avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar
algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después
el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”
(Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están
conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y
pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a
estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero
no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y
la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es
asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el
acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos,
sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el
Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara,
que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro
resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que
lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y
sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros
jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo de la Virgen María,
Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de su Hijo con una
vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de
conocimiento como de fe, para vuestros alumnos. Muchas gracias.

VIA CRUCIS CON LOS JÓVENES


20110819. Discurso. JMJ Madrid
Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a
Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz,
que sirven a los más pobres y menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en
el misterio de la Cruz gloriosa de Cristo, que contiene la verdadera sabiduría
de Dios, la que juzga al mundo y a los que se creen sabios (cf. 1 Co 1,17-19).
También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación
221

de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis


españolas. Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al
corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es
limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los
misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y
transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al
contemplar una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el
Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se
entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor
y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué
respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente: «En esto hemos conocido
el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar
nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa a
cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que
Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario,
se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de
modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado
uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento
la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la
estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).
Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra
alegría y os aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois
muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo
ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor
de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer. Las diversas
formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han desfilado ante
nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus
huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación. «Sufrir con el
otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa
del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son
elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre
mismo» (ibid.).
Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para
ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe esta
sabiduría misteriosa de la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue
el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que
llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a
los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma
y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella
reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que
Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la
esperanza al mundo.
Volvamos ahora nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue
entregada como Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa
protección en el camino de la vida, en particular cuando pasemos por la noche
222

del dolor, para que alcancemos a mantenernos como Ella firmes al pie de la
cruz. Muchas gracias.

EL MISTERIO DEL DOLOR EN UNA VIDA JOVEN


20110820. Discurso. Visita al Instituto San José. JMJ Madrid
La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se
desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades,
impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma. Por
eso, cuando el dolor aparece en el horizonte de una vida joven, quedamos
desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede seguir siendo grande la vida
cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi encíclica sobre la
esperanza cristiana, decía: “La grandeza de la humanidad está determinada
esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…). Una
sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir
mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado
también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38).
Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del
ofrecimiento que Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por
nuestra redención. Jesús y, siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los
santos son los testigos que nos enseñan a vivir el drama del sufrimiento para
nuestro bien y la salvación del mundo.
Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana,
creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta
divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo
de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se
nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del
Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle,
además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que necesita. Pero
esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal con
Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares,
profesionales de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente
con estos jóvenes. Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que
está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre,
como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra hermosa labor resuenan también las
palabras evangélicas: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis
hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Por otro lado, vosotros sois también testigos del bien inmenso que
constituye la vida de estos jóvenes para quien está a su lado y para la
humanidad entera. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita
en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a
la salvación. Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el corazón de los
hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido.
Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone
en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros
contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois
protagonistas de esta civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor
223

vuestras vidas, con sus penas y sus alegrías, colaborando con Él y entrando “a
formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género
humano” (Spe salvi,40).
Con afecto entrañable, y por intercesión de San José, de San Juan de Dios
y de San Benito Menni, os encomiendo de todo corazón a Dios nuestro Señor:
que Él sea vuestra fuerza y vuestro premio.

¿CÓMO SER FIEL A CRISTO HOY?


20110820. Discurso. Vigilia de oración. Cuatro Vientos. JMJ Madrid
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado
sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus
inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por
alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a
grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado,
Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y
que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la
irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de
amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la
fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino
una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este
misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun
en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe
no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona.
Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os
conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y
desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu
humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo,
como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida.
Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor
humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su
vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de
redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y
postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro
compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al
mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en
este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su
Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir
vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con
224

alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo


y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una
mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda
vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto
de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y
dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona.
Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser
conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de
apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del
amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el
sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca,
se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!»
(cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la
que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor
como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente,
la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa
de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente
presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas
y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os
suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que,
atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos
suyos. Amén.

LA FE ES RELACIÓN PERSONAL CON JESÚS


20110821. Homilía. JMJ Madrid. Santa Misa. Cuatro Vientos
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de
esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número
de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con
el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos
(cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro
camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su
relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la
grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta
muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás
la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los
que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor.
Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero,
¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la
tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos
representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero
225

consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente.


A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los
discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que
Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un
personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose
personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú
eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos
empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo
en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don
de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado
ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen
en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar
de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre
la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la
adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la
manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los
discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de
Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al
Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura,
a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con
Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este
camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una
fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma
pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón
joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que
has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu
palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en
tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me
abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a
mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro,
que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución
humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El
mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo
de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12).
La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de
ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a
fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a
Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también
que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión
226

de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación


de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que
predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o
de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente
de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia,
que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo,
que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra
amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa
inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la
participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del
sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de
Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar
testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay
rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a
los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos.
Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el
testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra
presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa
prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo
entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a
vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de
Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a
cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores
más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida
sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os
encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su
intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido
también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda
seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y
fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad
de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente
el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su
esperanza. Amén.

¿QUÉ QUIERE DIOS DE MÍ?


20110821. Discurso. Encuentro con los voluntarios JMJ Madrid
Al concluir los actos de esta inolvidable Jornada Mundial de la Juventud,
he querido detenerme aquí, antes de regresar a Roma, para daros las gracias
muy vivamente por vuestro inestimable servicio (…)
Muchos de vosotros habéis debido renunciar a participar de un modo
directo en los actos, al tener que ocuparos de otras tareas de la organización.
Sin embargo, esa renuncia ha sido un modo hermoso y evangélico de
participar en la Jornada: el de la entrega a los demás de la que habla Jesús. En
227

cierto sentido, habéis hecho realidad las palabras del Señor: «Si uno quiere ser
el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Tengo la
certeza de que esta experiencia como voluntarios os ha enriquecido a todos en
vuestra vida cristiana, que es fundamentalmente un servicio de amor. El Señor
trasformará vuestro cansancio acumulado, las preocupaciones y el agobio de
muchos momentos en frutos de virtudes cristianas: paciencia, mansedumbre,
alegría en el darse a los demás, disponibilidad para cumplir la voluntad de
Dios. Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de
los frutos más bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la
Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera
que, como misterio de comunión, se enriquece con la aportación de cada uno
de sus miembros.
Al volver ahora a vuestra vida ordinaria, os animo a que guardéis en
vuestro corazón esta gozosa experiencia y a que crezcáis cada día más en la
entrega de vosotros mismos a Dios y a los hombres. Es posible que en muchos
de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy
sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me
llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en
la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio,
la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar
por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha
venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»
(Mc10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada. Quizás alguno
esté pensando: el Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así
es. Ésta es la misión del Papa, Sucesor de Pedro. Y no olvidéis que Pedro, en
su primera carta, recuerda a los cristianos el precio con que han sido
rescatados: el de la sangre de Cristo (cf. 1P 1, 18-19). Quien valora su vida
desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede responder con
amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con
amor a quien por amor se ha entregado por vosotros. Gracias de nuevo y que
Dios vaya siempre con vosotros.

ORIENTACIONES A LOS NOVIOS


20110911. Discurso. Encuentro con los novios. Ancona
Me alegra concluir esta intensa jornada, culmen del Congreso eucarístico
nacional, encontrándoos a vosotros, casi para querer confiar la herencia de este
acontecimiento de gracia a vuestras jóvenes vidas. Además, la Eucaristía, don
de Cristo para la salvación del mundo, indica y contiene el horizonte más
verdadero de la experiencia que estáis viviendo: el amor de Cristo como
plenitud del amor humano.
Gracias también por las preguntas que me habéis dirigido y que acojo
confiando en la presencia, en medio de nosotros, del Señor Jesús: ¡sólo él tiene
palabras de vida eterna, palabras de vida para vosotros y vuestro futuro!
Lo que planteáis son interrogantes que, en el actual contexto social,
asumen un peso aún mayor. Deseo ofreceros sólo alguna orientación por
respuesta. En ciertos aspectos nuestro tiempo no es fácil, sobre todo para
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vosotros, los jóvenes. La mesa está surtida de muchas cosas deliciosas, pero,
como en el episodio evangélico de las bodas de Caná, parece que falta el vino
de la fiesta. Sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable extiende un
velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a posponer la
toma de decisiones definitivas, e incide de modo negativo en el crecimiento de
la sociedad, que no consigue valorar plenamente la riqueza de energías, de
competencias y de creatividad de vuestra generación.
Falta el vino de la fiesta también a una cultura que tiende a prescindir de
criterios morales claros: en la desorientación, cada uno se ve impulsado a
moverse de manera individual y autónoma, frecuentemente en el único
perímetro del presente. La fragmentación del tejido comunitario se refleja en
un relativismo que mella los valores esenciales; la consonancia de sensaciones,
de estados de ánimo y de emociones parece más importante que compartir un
proyecto de vida. También las elecciones de fondo se vuelven entonces
frágiles, expuestas a una perenne revocabilidad, que a menudo se considera
como expresión de libertad, mientras que más bien señala su carencia.
Asimismo, pertenece a una cultura carente del vino de la fiesta la aparente
exaltación del cuerpo, que en realidad banaliza la sexualidad y tiende a que se
viva fuera de un contexto de comunión de vida y de amor.
Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de afrontar estos desafíos! No perdáis
nunca la esperanza. Tened valor, también en las dificultades, permaneciendo
firmes en la fe. Estad seguros de que, en toda circunstancia, sois amados y
estáis custodiados por el amor de Dios, que es nuestra fuerza. Dios es bueno.
Por esto es importante que el encuentro con Dios, sobre todo en la oración
personal y comunitaria, sea constante, fiel, precisamente como es el camino de
vuestro amor: amar a Dios y sentir que él me ama. ¡Nada nos puede separar
del amor de Dios! Estad seguros, además, de que también la Iglesia está cerca
de vosotros, os sostiene, no cesa de miraros con gran confianza. Ella sabe que
tenéis sed de valores, los valores verdaderos, sobre lo que vale la pena
construir vuestra casa. El valor de la fe, de la persona, de la familia, de las
relaciones humanas, de la justicia. No os desaniméis ante las carencias que
parecen apagar la alegría en la mesa de la vida. En las bodas de Caná, cuando
falta el vino, María invitó a los sirvientes a dirigirse a Jesús y les dio una
indicación precisa: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Atesorad estas
palabras, las últimas de María citadas en los Evangelios, casi su testamento
espiritual, y tendréis siempre la alegría de la fiesta: ¡Jesús es el vino de la
fiesta!
Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del
encuentro y permite descubrir la belleza de existir y de ser valiosos para
alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid
con intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir
un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios. ¿Pero cómo vivir
esta etapa de vuestra vida, testimoniar el amor en la comunidad? Deseo
deciros ante todo que evitéis cerraros en relaciones intimistas, falsamente
tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura
de una presencia activa y responsable en la comunidad. No olvidéis, además,
que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a
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partir de la atracción inicial y de «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer


bien» al otro, a «querer el bien» del otro. El amor vive de gratuidad, de
sacrificio de uno mismo, de perdón y de respeto del otro.
Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha
creado y cuya gracia santifica la elección de un hombre y de una mujer de
entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del
noviazgo en la espera confiada de tal don, que hay que acoger recorriendo un
camino de conocimiento, de respeto, de atenciones que jamás debéis perder:
sólo con esta condición el lenguaje del amor seguirá siendo significativo
también con el paso de los años. Educaos, también, desde ahora en la libertad
de la fidelidad, que lleva a custodiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para
el otro. Preparaos a elegir con convicción el «para siempre» que connota el
amor: la indisolubilidad, antes que una condición, es un don que hay que
desear, pedir y vivir, más allá de cualquier situación humana mutable. Y no
penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea garantía para
el futuro. Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que en cambio necesita
respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a
Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble. La
fidelidad y la continuidad de que os queráis bien os harán capaces también de
estar abiertos a la vida, de ser padres: la estabilidad de vuestra unión en el
sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer
con confianza en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión
de la vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, valioso
patrimonio para toda la sociedad. Desde ahora, fundad en ellos vuestro camino
hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un
valioso servicio! Sed agradecidos con cuantos, con empeño, competencia y
disponibilidad os acompañan en la formación: son signo de la atención y de la
solicitud que la comunidad cristiana os reserva. No estáis solos: sed los
primeros en buscar y acoger la compañía de la Iglesia.
Deseo volver de nuevo sobre un punto esencial: la experiencia del amor
tiene en su interior la tensión hacia Dios. El verdadero amor promete el
infinito. Haced, por lo tanto, de este tiempo vuestro de preparación al
matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la
centralidad de Jesucristo y de caminar en la Iglesia. María nos enseña que el
bien de cada uno depende de la escucha dócil de la palabra del Hijo. En quien
se fía de él, el agua de la vida cotidiana se transforma en el vino de un amor
que hace buena, bella y fecunda la vida. Caná, de hecho, es anuncio y
anticipación del don del vino nuevo de la Eucaristía, sacrificio y banquete en
el cual el Señor nos alcanza, nos renueva y transforma. Y no perdáis la
importancia vital de este encuentro: que la asamblea litúrgica dominical os
encuentre plenamente partícipes: de la Eucaristía brota el sentido cristiano de
la existencia y un nuevo modo de vivir (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum
caritatis, 72-73). No tendréis, entonces, miedo al asumir la esforzada
responsabilidad de la opción conyugal; no temeréis entrar en este «gran
misterio» en el que dos personas llegan a ser una sola carne (cf. Ef 5, 31-32).
Queridísimos jóvenes, os encomiendo a la protección de san José y de
María santísima; siguiendo la invitación de la Virgen Madre —«Haced lo que
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él os diga»— no os faltará el sabor de la verdadera fiesta y sabréis llevar el


«vino» mejor, el que Cristo dona para la Iglesia y para el mundo. Deseo
deciros que también yo estoy cerca de vosotros y de cuantos, como vosotros,
viven este maravilloso camino de amor. ¡Os bendigo con todo el corazón!

YO SOY, VOSOTROS SOIS, LA LUZ DEL MUNDO


20110924. Discurso. Vigilia de oración con los jóvenes. Friburgo
Durante todo el día he pensado con gozo en esta noche, en la que estaría
aquí con vosotros, unido a vosotros en la oración. Algunos habéis participado
tal vez en la Jornada Mundial de la Juventud, donde experimentamos esa
atmósfera especial de tranquilidad, de profunda comunión y de alegría interior
que caracteriza una vigilia nocturna de oración. Espero que también todos
nosotros podamos tener esa misma experiencia en este momento en el que el
Señor nos toca y nos hace testigos gozosos, que oran juntos y se hacen
responsables los unos de los otros, no solamente esta noche, sino también
durante toda la vida.
En todas las iglesias, en las catedrales y conventos, en cualquier lugar
donde los fieles se reúnen para celebrar la Vigilia pascual, la más santa de
todas las noches, ésta se inaugura encendiendo el cirio pascual, cuya luz se
transmite después a todos los participantes. Una pequeña llama se irradia en
muchas luces e ilumina la casa de Dios a oscuras. En este maravilloso rito
litúrgico, que hemos imitado en esta vigilia de oración, se nos revela mediante
signos más elocuentes que las palabras el misterio de nuestra fe cristiana. Él,
Cristo, que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), hace brillar
nuestra vida, para que se cumpla lo que acabamos de escuchar en el Evangelio:
“Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 14). No son nuestros esfuerzos
humanos o el progreso técnico de nuestro tiempo los que aportan luz al
mundo. Una y otra vez, experimentamos que nuestro esfuerzo por un orden
mejor y más justo tiene sus límites. El sufrimiento de los inocentes y, más aún,
la muerte de cualquier hombre, producen una oscuridad impenetrable, que
quizás se esclarece momentáneamente con nuevas experiencias, como un rayo
en la noche. Pero, al final, queda una oscuridad angustiosa.
Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos
una luz: una pequeña llama, minúscula, más fuerte que la oscuridad, en
apariencia poderosa e insuperable. Cristo, resucitado de entre los muertos,
brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde
según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a
la muerte – Él vive – y la fe en Él, penetra como una pequeña luz todo lo que
es oscuridad y amenaza. Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve en la
vida solamente el sol, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y
dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra una vía, el
camino que conduce a la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Los ojos de los
que creen en Cristo vislumbran incluso en la noche más oscura una luz, y ven
ya la claridad de un nuevo día.
La luz no se queda aislada. En todo su entorno se encienden otras luces.
Bajo sus rayos se perfilan los contornos del ambiente, de forma que podemos
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orientarnos. No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas


importantes de la vida tenemos necesidad de otros. En particular, no estamos
solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno
llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi
fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos
recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con los
otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro
afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto
en la sociedad.
Queridos amigos, “Yo soy la luz del mundo – vosotros sois la luz del
mundo”, dice el Señor. Es algo misterioso y grandioso que Jesús diga lo
mismo de sí y de nosotros todos juntos, es decir, “ser luz”. Si creemos que Él
es el Hijo de Dios, que ha sanado a los enfermos y resucitado a los muertos;
más aún, que Él ha resucitado del sepulcro y vive verdaderamente, entonces
comprendemos que Él es la luz, la fuente de todas las luces de este mundo.
Nosotros, en cambio, experimentamos una y otra vez el fracaso de nuestros
esfuerzos y el error personal a pesar de nuestras buenas intenciones. No
obstante los progresos técnicos, el mundo en que vivimos, por lo que se ve,
nunca llega en definitiva a ser mejor. Sigue habiendo guerras, terror, hambre y
enfermedades, pobreza extrema y represión sin piedad. E incluso aquellos que
en la historia se han creído “portadores de luz”, pero sin haber sido iluminados
por Cristo, única luz verdadera, no han creado ningún paraíso terrenal, sino
que, por el contrario, han instaurado dictaduras y sistemas totalitarios, en los
que se ha sofocado hasta la más pequeña chispa de humanidad.
Llegados a este punto, no debemos silenciar el hecho de que el mal existe.
Lo vemos en tantos lugares del mundo; pero lo vemos también, y esto nos
asusta, en nuestra vida. Sí, en nuestro propio corazón existe la inclinación al
mal, el egoísmo, la envidia, la agresividad. Quizás se puede controlar esto de
algún modo con una cierta autodisciplina. Pero es más difícil con formas de
mal más bien oscuras, que pueden envolvernos como una niebla difusa, como
la pereza, la lentitud en querer y hacer el bien. En la historia, algunos finos
observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo
provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres. “Vosotros sois la luz
del mundo”. Solamente Cristo puede decir: “Yo soy la luz del mundo”. Todos
nosotros somos luz únicamente si estamos en este “vosotros”, que a partir del
Señor llega a ser nuevamente luz. Y lo mismo que el Señor afirma de la sal,
como signo de amonestación, que podría llegar a ser insípida, de igual modo
en las palabras sobre la luz ha incluido una pequeña advertencia. En vez de
poner la luz sobre el candelero, se puede meter debajo del celemín.
Preguntémonos: ¿cuántas veces ocultamos la luz de Dios bajo nuestra inercia,
nuestra obstinación, de manera que no puede brillar por medio de nosotros en
el mundo?
Queridos amigos, el apóstol san Pablo, se atreve a llamar “santos” en
muchas de sus cartas a sus contemporáneos, los miembros de las comunidades
locales. Con ello, se subraya que todo bautizado es santificado por Dios,
incluso antes de poder hacer obras buenas. En el Bautismo, el Señor enciende
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por decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la gracia
santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la gracia, es santo.
Queridos amigos, muchas veces se ha caricaturizado la imagen de los
santos y se los ha presentado de modo deformado, como si ser santos
significase estar fuera de la realidad, ingenuos y sin alegría. A menudo, se
piensa que un santo es sólo aquel que hace obras ascéticas y morales de
altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar
en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe
ningún santo, salvo la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el
pecado y que nunca haya caído. Queridos amigos, Cristo no se interesa tanto
por las veces que flaqueamos o caemos en la vida, sino por las veces que
nosotros, con su ayuda, nos levantamos. No exige acciones extraordinarias,
pero quiere que su luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y
perfectos, sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos. Sí, vosotros
sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois cristianos, no
porque hacéis cosas especiales y extraordinarias, sino porque Él, Cristo, es
vuestra, nuestra vida. Vosotros sois santos, nosotros somos santos, si dejamos
que su gracia actúe en nosotros.
Queridos amigos, esta noche, en la que estamos reunidos en oración en
torno al único Señor, vislumbramos la verdad de la Palabra de Cristo, según la
cual no se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Esta
asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de
innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una
vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera
no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello
comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y, por decirlo
así, quedaros al final con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros
talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros
mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a
través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y
corazones resplandezca el amor de Cristo, llevando así la luz al mundo. Confío
que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania seáis llamas de
esperanza que no queden ocultas. “Vosotros sois la luz del mundo”. “Donde
está Dios, allí hay futuro”. Amén.

NIÑOS: RECIBIR, ESCUCHAR, AMAR, HABLAR A JESÚS


20111119. Discurso. Niños. Cotonú. Benín
Dios nuestro Padre nos ha convocado alrededor de su Hijo y nuestro
hermano, Jesús, presente en la hostia consagrada en la misa. Es un gran
misterio que hay que adorar y creer. Jesús, que nos quiere tanto, está
verdaderamente presente en los sagrarios de todas las iglesias del mundo, en
los sagrarios de las iglesias de vuestros barrios y parroquias. Os invito a
visitarlo con frecuencia para manifestarle vuestro amor.
Algunos de vosotros habéis hecho ya la primera comunión, otros os estáis
preparando para hacerla. El día de mi primera comunión fue uno de los más
bonitos de mi vida. También para vosotros, ¿no es verdad? Y, ¿sabéis por qué?
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No sólo por los lindos vestidos, los regalos o el banquete de fiesta, sino
principalmente porque en ese día recibimos por primera vez a Jesús-Cristo.
Cuando yo comulgo, Jesús viene a habitar dentro de mí. Tengo que recibirlo
con amor y escucharlo con atención. En lo más profundo del corazón, le puedo
decir por ejemplo: «Jesús, yo sé que tú me amas. Dame tu amor para que te
ame y ame a los demás con tu amor. Te confío mis alegrías, mis penas y mi
futuro». Queridos niños, no dudéis en hablar de Jesús a los demás. Es un
tesoro que hay que saber compartir con generosidad. En la historia de la
Iglesia, el amor a Jesús ha llenado de valor y de fuerza a muchos cristianos,
incluso a niños como vosotros. Así, a san Kizito, un muchacho ugandés, lo
mataron porque él quería vivir según el bautismo que acababa de recibir.
Kizito rezó. Había comprendido que Dios no sólo es importante sino que lo es
todo.
Pero, ¿qué es la oración? Es un grito de amor dirigido a Dios nuestro
Padre, deseando imitar a Jesús nuestro Hermano. Jesús se fue a un lugar
apartado para orar. Como Jesús, yo también puedo encontrar cada día un lugar
tranquilo para recogerme delante de una cruz o una imagen sagrada y hablar y
escuchar a Jesús. También puedo usar el Evangelio. Después me fijo con el
corazón en un pasaje que me ha impresionado y me que guiará durante la
jornada. Quedarme así por un rato con Jesús, él me puede llenar con su amor,
su luz y su vida. Y estoy llamado, por mi parte, a dar este amor que recibo en
la oración a mis padres, mis amigos, a todos los que me rodean, incluso a los
que no me quieren o a los que yo quiero tanto. Queridos niños, Jesús os ama.
Pedid también a vuestros padres que recen con vosotros. Algunas veces habrá
que insistirles un poco. No dudéis en hacerlo. Dios es muy importante.
Que la Virgen María, su madre, os enseñe a amarlo cada vez más mediante
la oración, el perdón y la caridad. Os confío a todos a Ella, así como a vuestras
familias y educadores. Mirad, saco un rosario de mi bolsillo. El rosario es
como un instrumento que uso para rezar. Es muy sencillo rezar el rosario. Tal
vez lo sabéis ya, si no es así, pedid a vuestros padres que os lo enseñen.
Además, cada uno de vosotros recibirá un rosario al terminar nuestro
encuentro. Cuando lo tengáis en vuestras manos, podréis rezar por el Papa, os
lo ruego, por la Iglesia y por todas las intenciones importantes. Y ahora, antes
de que os bendiga con gran afecto, recemos juntos un Ave María por los niños
de todo el mundo, especialmente por los que sufren a causa de la enfermedad,
el hambre y la guerra. Recemos ahora: Ave María, etc.

LA CUESTIÓN DE DIOS ES LA CUESTIÓN DE LAS CUESTIONES


20111125. Discurso. Asamblea plenaria del C.P. para los Laicos
Me parece particularmente importante haber querido afrontar este año, en
la asamblea plenaria, el tema de Dios: «La cuestión de Dios hoy». Nunca
deberíamos cansarnos de volver a proponer esa pregunta, de «recomenzar
desde Dios», para devolver al hombre la totalidad de sus dimensiones, su
plena dignidad. De hecho, una mentalidad que se ha ido difundiendo en
nuestro tiempo, renunciando a cualquier referencia a lo trascendente, se ha
mostrado incapaz de comprender y preservar lo humano. La difusión de esta
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mentalidad ha generado la crisis que vivimos hoy, que es crisis de significado


y de valores, antes que crisis económica y social. El hombre que busca vivir
sólo de forma positivista, en lo calculable y en lo mensurable, al final queda
sofocado. En este marco, la cuestión de Dios es, en cierto sentido, «la cuestión
de las cuestiones». Nos remite a las preguntas fundamentales del hombre, a las
aspiraciones a la verdad, la felicidad y a la libertad ínsitas en su corazón, que
tienden a realizarse. El hombre que despierta en sí mismo la pregunta sobre
Dios se abre a la esperanza, a una esperanza fiable, por la que vale la pena
afrontar el cansancio del camino en el presente (cf. Spe salvi, 1).
Pero, ¿cómo despertar la pregunta sobre Dios, para que sea la cuestión
fundamental? Queridos amigos, si es verdad que «no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona» (Deus caritas est, 1), la cuestión sobre Dios
se despierta en el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una
relación vital con el Señor. A Dios se lo conoce a través de hombres y mujeres
que lo conocen: el camino hacia él pasa, de modo concreto, a través de quien
ya lo ha encontrado. Aquí es particularmente importante vuestro papel de
fieles laicos. Como afirma la Christifideles laici, esta es vuestra vocación
específica: en la misión de la Iglesia «los fieles laicos ocupan un puesto
concreto, a causa de su “índole secular”, que los compromete, con modos
propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal» (n. 36).
Estáis llamados a dar un testimonio transparente de la importancia de la
cuestión de Dios en todos los campos del pensamiento y de la acción. En la
familia, en el trabajo, así como en la política y en la economía, el hombre
contemporáneo necesita ver con sus propios ojos y palpar con sus propias
manos que con Dios o sin Dios todo cambia.
Pero el desafío de una mentalidad cerrada a lo trascendente obliga también
a los propios cristianos a volver de modo más decidido a la centralidad de
Dios. A veces nos hemos esforzado para que la presencia de los cristianos en el
ámbito social, en la política o en la economía resultara más incisiva, y tal vez
no nos hemos preocupado igualmente por la solidez de su fe, como si fuera un
dato adquirido una vez para siempre. En realidad, los cristianos no habitan un
planeta lejano, inmune de las «enfermedades» del mundo, sino que comparten
las turbaciones, la desorientación y las dificultades de su tiempo. Por eso, no
es menos urgente volver a proponer la cuestión de Dios también en el mismo
tejido eclesial. ¡Cuántas veces, a pesar de declararse cristianos, de hecho Dios
no es el punto de referencia central en el modo de pensar y de actuar, en las
opciones fundamentales de la vida. La primera respuesta al gran desafío de
nuestro tiempo es, por lo tanto, la profunda conversión de nuestro corazón,
para que el Bautismo que nos ha hecho luz del mundo y sal de la tierra pueda
realmente transformarnos.
Queridos amigos, la misión de la Iglesia necesita la aportación de todos y
cada uno de sus miembros, especialmente de los fieles laicos. En los ambientes
de vida en donde el Señor os ha llamado, sed testigos valientes del Dios de
Jesucristo, viviendo vuestro Bautismo.
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UNIVERSIDAD: CAMPO PRIVILEGIADO PARA EVANGELIZAR


20111202. Discurso. Congreso para Estudiantes Internacionales
El mundo universitario es para la Iglesia un campo privilegiado para la
evangelización. Como destaqué en el Mensaje para la Jornada mundial del
emigrante y del refugiado del año próximo, los ateneos de inspiración
cristiana, cuando se mantienen fieles a su identidad, se convierten en lugares
de testimonio, donde se puede encontrar y conocer a Jesucristo, donde se
puede experimentar su presencia, que reconcilia, tranquiliza e infunde una
nueva esperanza. La difusión de ideologías «débiles» en los diversos campos
de la sociedad estimula a los cristianos a un nuevo impulso en el ámbito
intelectual, con el fin de animar a las generaciones jóvenes a la búsqueda y el
descubrimiento de la verdad sobre el hombre y sobre Dios. La vida del beato
John Henry Newman, tan vinculada al contexto académico, confirma la
importancia y la belleza de promover un ambiente educativo en el que van de
la mano la formación intelectual, la dimensión ética y el compromiso
religioso. La pastoral universitaria, por tanto, se ofrece a los jóvenes como
apoyo para que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio más
profundo del hombre y de la historia. Además, el encuentro entre los
universitarios ayuda a descubrir y a valorar el tesoro escondido en cada
estudiante internacional, considerando su presencia como un factor de
enriquecimiento humano, cultural y espiritual. Los jóvenes cristianos, que
provienen de culturas distintas pero pertenecen a la única Iglesia de Cristo,
pueden mostrar que el Evangelio es Palabra de esperanza y de salvación para
los hombres de todos los pueblos y de todas las culturas, de todas las edades y
de todas las épocas, como reafirmé también en mi reciente Exhortación
apostólica postsinodal Africae munus(nn. 134.138).
Queridos jóvenes estudiantes, os animo a aprovechar el tiempo de vuestros
estudios para crecer en el conocimiento y en el amor a Cristo, mientras
recorréis vuestro itinerario de formación intelectual y cultural.

EDUCAR A LOS JÓVENES EN LA JUSTICIA Y LA PAZ


20111208. Mensaje. Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2012
Los responsables de la educación
2. La educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Educar –
que viene de educere en latín– significa conducir fuera de sí mismos para
introducirlos en la realidad, hacia una plenitud que hace crecer a la persona.
Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del
joven. Requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a
dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de
estar dispuesto a darse a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no
simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que
nunca; testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca
espacios más amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.
¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación en la paz y
en la justicia? Ante todo la familia, puesto que los padres son los primeros
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educadores. La familia es la célula originaria de la sociedad. «En la familia es


donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una
convivencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la
solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la
acogida del otro»[1].Ella es la primera escuela donde se recibe educación para
la justicia y la paz.
Educar en la verdad y en la libertad
3. San Agustín se preguntaba: «Quid enim fortius desiderat anima quam
veritatem? - ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?». El rostro
humano de una sociedad depende mucho de la contribución de la educación a
mantener viva esa cuestión insoslayable. En efecto, la educación persigue la
formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual del
ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro.
Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la
persona humana, conocer su naturaleza. Contemplando la realidad que lo
rodea, el salmista reflexiona: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes
de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). Ésta es la cuestión
fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un
ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no
parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un
don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la
inviolabilidad de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en
aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente,
a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar
una vida conforme a esta altísima dignidad. Nunca podemos olvidar que «el
auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de
la persona en todas sus dimensiones», incluida la trascendente, y que no se
puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico
o social, individual o colectivo.
Sólo en la relación con Dios comprende también el hombre el significado
de la propia libertad. Y es cometido de la educación el formar en la auténtica
libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no
es el absolutismo del yo. El hombre que cree ser absoluto, no depender de
nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por
contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el
hombre es un ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo,
con Dios. La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.
La libertad es un valor precioso, pero delicado; se la puede entender y usar
mal. «En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra
educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo
que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el
propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma
para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada
uno encerrado dentro de su propio “yo”. Por consiguiente, dentro de ese
horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la
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verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad


de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su
esfuerzo por construir con los demás algo en común».
Para ejercer su libertad, el hombre debe superar por tanto el horizonte del
relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal. En lo
más íntimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí
mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien
y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que
ha cometido. Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado
con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad
de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales, y, por
tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas.
El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción de la justicia y
la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se
distancie de la propia forma de ser y vivir. De esa actitud brotan los elementos
sin los cuales la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la
confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la
posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta
conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la
disponibilidad para el sacrificio.
Educar en la justicia
4. En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de
sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente
amenazado por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios
de utilidad, del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de
justicia de sus raíces transcendentes. La justicia, en efecto, no es una simple
convención humana, ya que lo que es justo no está determinado
originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser
humano. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una
concepción contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte
de la solidaridad y del amor.
No podemos ignorar que ciertas corrientes de la cultura moderna, sostenida
por principios económicos racionalistas e individualistas, han sustraído al
concepto de justicia sus raíces transcendentes, separándolo de la caridad y la
solidaridad: «La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de
derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de
misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios
también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo
compromiso por la justicia en el mundo».
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados» (Mt 5,6). Serán saciados porque tienen hambre y sed de
relaciones rectas con Dios, consigo mismos, con sus hermanos y hermanas, y
con toda la creación.
Educar en la paz
5. «La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el
equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la
salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los
238

seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la


práctica asidua de la fraternidad»[8].La paz es fruto de la justicia y efecto de la
caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es
nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al
mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros
(cf. Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor.
Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se
ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser
educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad;
hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las
consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre
la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de
promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución
de los conflictos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios», dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt5,
9).
Levantar los ojos a Dios
6. Ante el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la
paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como el salmista: «Levanto
mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1).
Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: «No son
las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios
viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo
que es realmente bueno y auténtico [...], mirar a Dios, que es la medida de lo
que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno.
Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?». El amor se complace en la verdad,
es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la
justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta (cf. 1 Co 13,1-13).

UNIVERSITARIOS: ACOGER LA CUESTIÓN DE DIOS


20111215. Homilía. Vísperas con los universitarios de Roma
«Hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor» (St 5, 7)
Con estas palabras el apóstol Santiago nos indica la actitud interior para
prepararnos a escuchar y acoger de nuevo el anuncio del nacimiento del
Redentor en la gruta de Belén, misterio inefable de luz, de amor y de gracia.
Queridos amigos, Santiago exhorta a imitar al labrador, que «aguarda el
fruto precioso de la tierra con paciencia» (St 5, 7). A vosotros, que vivís en el
corazón del ambiente cultural y social de nuestro tiempo, que experimentáis
las nuevas y cada vez más refinadas tecnologías, que sois protagonistas de un
dinamismo histórico que a veces parece arrollador, la invitación del Apóstol
puede parecer anacrónica, casi una invitación a salir de la historia, a no desear
ver los frutos de vuestro trabajo, de vuestra búsqueda. ¿Pero es de verdad así?
¿La invitación a la espera de Dios está fuera de tiempo? Y también nos
podríamos preguntar con mayor radicalidad: ¿Qué significa para mí la
Navidad? ¿Es verdaderamente importante para mi existencia, para la
239

construcción de la sociedad? Son muchas, en nuestra época, las personas,


especialmente las que encontráis en las aulas universitarias, que dan voz a la
cuestión de si debemos esperar algo o a alguien; si debemos esperar a otro
mesías, a otro dios; si vale la pena fiarnos de aquel Niño que en la noche de
Navidad hallaremos en el pesebre entre María y José.
La exhortación del Apóstol a la paciente constancia, que en nuestro tiempo
podría dejar un poco perplejos, es en realidad el camino para acoger en
profundidad la cuestión de Dios, el sentido que tiene en la vida y en la historia,
porque precisamente revela su Rostro en la paciencia, en la fidelidad y en la
constancia de la búsqueda de Dios, de la apertura a él. No tenemos necesidad
de un dios genérico, indefinido, sino del Dios vivo y verdadero, que abra el
horizonte del futuro del hombre a una perspectiva de esperanza firme y segura,
una esperanza rica de eternidad y que permita afrontar con valor el presente en
todos sus aspectos. Así que entonces nos tendríamos que preguntar: ¿Dónde
encuentra mi búsqueda el verdadero Rostro de este Dios? O mejor todavía:
¿Dónde me sale al encuentro Dios mismo mostrándome su Rostro,
revelándome su misterio, entrando en mi historia?
Queridos amigos, la invitación de Santiago: «Hermanos, esperad con
paciencia hasta la venida del Señor» nos recuerda que la certeza de la gran
esperanza del mundo se nos dona, que no estamos solos y no construimos la
historia nosotros solos. Dios no está lejos del hombre, sino que se ha inclinado
sobre él y se ha hecho carne (Jn 1, 14) para que el hombre comprenda dónde
reside el fundamento sólido de todo, el cumplimiento de sus aspiraciones más
profundas: en Cristo (Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, 10).
La paciencia es la virtud de aquellos que confían en esta esperanza en la
historia, que no se dejan vencer por la tentación de poner toda la esperanza en
lo inmediato, en perspectivas puramente horizontales, en proyectos
técnicamente perfectos, pero alejados de la realidad más profunda, la que da la
dignidad más alta a la persona humana: la dimensión trascendente, ser criatura
a imagen y semejanza de Dios, llevar en el corazón el deseo de elevarse a él.
Pero hay también otro aspecto que quiero subrayar esta tarde. Santiago nos
dijo: «Mirad: el labrador aguarda... con paciencia» (5, 7). Dios, en la
encarnación del Verbo, en la encarnación de su Hijo, experimentó el tiempo
del hombre, de su crecimiento, de su hacerse en la historia. Aquel Niño es el
signo de la paciencia de Dios, que es el primero en ser paciente, constante, fiel
a su amor por nosotros; él es el verdadero «labrador» de la historia, que sabe
esperar. ¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo solos,
sin Dios o contra Dios! El resultado está marcado por el drama de ideologías
que, al final, se han vuelto contra el hombre y su dignidad profunda. La
constancia paciente en la construcción de la historia, tanto a nivel personal
como comunitario, no se identifica con la tradicional virtud de la prudencia,
que ciertamente es necesaria, sino que es algo mayor y más complejo. Ser
constantes y pacientes significa aprender a construir la historia junto a Dios,
porque sólo edificando sobre él y con él la construcción está bien fundada, no
instrumentalizada por fines ideológicos, sino verdaderamente digna del
hombre.
240

LEVÁNTATE, TE LLAMA
20111219. Discurso. A muchachos de Acción Católica
Sé que este año reflexionáis sobre la invitación de Jesús a Bartimeo:
«Levántate, te llama». También vosotros debéis escucharla cada día. Cuando
vuestra madre o vuestro padre os despierten por la mañana para ir a la escuela,
se repite siempre el «levántate». Es verdad que a veces no es fácil de escuchar
y la respuesta no siempre es inmediata. Yo no sólo os invito a tener prontitud,
sino también a ver que dentro de esta palabra diaria hay una llamada de otra
persona que os ama mucho, hay una llamada de Dios a la vida, a ser
muchachos y muchachas cristianos, a comenzar un nuevo día que es un gran
don suyo para encontrar muchos amigos, como sois vosotros, para aprender,
para hacer el bien y también para decir a Jesús: «Gracias por todo lo que me
das». Por la mañana, cuando os levantéis, acordaos también del gran Amigo
que es Jesús con una oración. Espero que lo hagáis todos los días.
La invitación «Levántate, te llama» ya se ha repetido muchas veces en
vuestra vida y se sigue repitiendo también hoy. La primera llamada la habéis
recibido con el don de la vida; estad siempre atentos a este gran don,
apreciadlo, agradecédselo al Señor, pedidle que conceda una vida alegre a
todos los muchachos y muchachas del mundo: que a todos se los respete,
siempre, y que a ninguno le falte lo necesario para vivir.
Otra llamada importante la habéis recibido con el Bautismo, aunque no lo
recordéis; en aquel momento os convertisteis en hermanos de Jesús, que os
ama mucho más que cualquier otra persona, y quiere ayudaros a crecer. Otra
llamada, por último, es la que habéis recibido cuando hicisteis la primera
Comunión: aquel día la amistad con Jesús se volvió más profunda, íntima, y él
os acompaña siempre en el camino de vuestra vida. Queridos muchachos y
muchachas de la Acción Católica, responded con generosidad al Señor, que os
llama a su amistad: ¡nunca os defraudará! Os podrá llamar a ser un don de
amor a una persona para formar una familia, o bien os podrá llamar a hacer de
vuestra vida un don a él y a los demás como sacerdotes, religiosas, misioneros
o misioneras. Sed valientes al darle una respuesta, como habéis dicho:
«apuntad alto»; ello os hará felices durante toda la vida.
Queridos amigos, deseo pediros que hagáis algo: llevad a vuestros
compañeros esta hermosa invitación —«Levántate, te llama»— y decidles:
mira que yo he respondido a la llamada de Jesús y me siento contento porque
he hallado en él un gran Amigo, con el que me encuentro en la oración, al que
veo entre mis amigos, al que escucho en el Evangelio. La Navidad que os
deseo es esta: cuando preparéis el belén, pensad que estáis diciendo a Jesús:
«ven a mi vida y yo te escucharé siempre».

LAS JMJ: UN MODO NUEVO, REJUVENECIDO, DE SER


CRISTIANO
20111222. Discurso. A la Curia Romana
La magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid,
ha sido también una medicina contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva
241

evangelización vivida. Cada vez con más claridad se perfila en las Jornadas
Mundiales de la Juventud un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano, que
quisiera intentar caracterizar en cinco puntos.
1. Primero, hay una nueva experiencia de la catolicidad, la universalidad de
la Iglesia. Esto es lo que ha impresionado de inmediato a los jóvenes y a todos
los presentes: venimos de todos los continentes y, aunque nunca nos hemos
visto antes, nos conocemos. Hablamos lenguas diversas y tenemos diferentes
hábitos de vida, diferentes formas culturales y, sin embargo, nos encontramos
de inmediato unidos, juntos como una gran familia. Se relativiza la separación
y la diversidad exterior. Todos quedamos tocados por el único Señor
Jesucristo, en el cual se nos ha manifestado el verdadero ser del hombre y, a la
vez, el rostro mismo de Dios. Nuestras oraciones son las mismas. En virtud del
encuentro interior con Jesucristo, hemos recibido en nuestro interior la misma
formación de la razón, de la voluntad y del corazón. Y, en fin, la liturgia
común constituye una especie de patria del corazón y nos une en una gran
familia. El hecho de que todos los seres humanos sean hermanos y hermanas
no es sólo una idea, sino que aquí se convierte en una experiencia real y
común que produce alegría. Y, así, hemos comprendido también de manera
muy concreta que, no obstante todas las fatigas y la oscuridad, es hermoso
pertenecer a la Iglesia universal, a la Iglesia católica, que el Señor nos ha dado.
2. De aquí nace después un modo nuevo de vivir el ser hombres, el ser
cristianos. Una de las experiencias más importantes de aquellos días ha sido
para mí el encuentro con los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud:
eran alrededor de 20.000 jóvenes que, sin excepción, habían puesto a
disposición semanas o meses de su vida para colaborar en los preparativos
técnicos, organizativos y de contenido de la JMJ, y precisamente así habían
hecho posible el desarrollo ordenado de todo el conjunto. Al dar su tiempo, el
hombre da siempre una parte de la propia vida. Al final, estos jóvenes estaban
visible y «tangiblemente» llenos de una gran sensación de felicidad: su tiempo
que habían entregado tenía un sentido; precisamente en el dar su tiempo y su
fuerza laboral habían encontrado el tiempo, la vida. Y entonces, algo
fundamental se me ha hecho evidente: estos jóvenes habían ofrecido en la fe
un trozo de vida, no porque había sido mandado o porque con ello se ganaba el
cielo; ni siquiera porque así se evita el peligro del infierno. No lo habían hecho
porque querían ser perfectos. No miraban atrás, a sí mismos. Me vino a la
mente la imagen de la mujer de Lot que, mirando hacia atrás, se convirtió en
una estatua de sal. Cuántas veces la vida de los cristianos se caracteriza por
mirar sobre todo a sí mismos; hacen el bien, por decirlo así, para sí mismos. Y
qué grande es la tentación de todos los hombres de preocuparse sobre todo de
sí mismos, de mirar hacia atrás a sí mismos, convirtiéndose así interiormente
en algo vacío, «estatuas de sal». Aquí, en cambio, no se trataba de
perfeccionarse a sí mismos o de querer tener la propia vida para sí mismos.
Estos jóvenes han hecho el bien –aun cuando ese hacer haya sido costoso,
aunque haya supuesto sacrificios– simplemente porque hacer el bien es algo
hermoso, es hermoso ser para los demás. Sólo se necesita atreverse a dar el
salto. Todo eso ha estado precedido por el encuentro con Jesucristo, un
encuentro que enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos
242

libera de la búsqueda de nuestro propio «yo». Una oración atribuida a san


Francisco Javier dice: «Hago el bien no porque a cambio entraré en el cielo y
ni siquiera porque, de lo contrario, me podrías enviar al infierno. Lo hago
porque Tú eres Tú, mi Rey y mi Señor». También en África encontré esta
misma actitud, por ejemplo en las religiosas de Madre Teresa que cuidan de
los niños abandonados, enfermos, pobres y que sufren, sin preguntarse por sí
mismas y, precisamente así, se hacen interiormente ricas y libres. Esta es la
actitud propiamente cristiana. También ha sido inolvidable para mí el
encuentro con los jóvenes discapacitados en la fundación San José, de Madrid,
encontré de nuevo la misma generosidad de ponerse a disposición de los
demás; una generosidad en el darse que, en definitiva, nace del encuentro con
Cristo que se ha entregado a sí mismo por nosotros.
3. Un tercer elemento, que de manera cada vez más natural y central forma
parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y de la espiritualidad que
proviene de ellas, es la adoración. Fue inolvidable para mí, durante mi viaje en
el Reino Unido, el momento en Hydepark, en que decenas de miles de
personas, en su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso silencio a la
presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo
sucedió, de modo más reducido, en Zagreb, y de nuevo en Madrid, tras el
temporal que amenazaba con estropear todo el encuentro nocturno, al no
funcionar los micrófonos. Dios es omnipresente, sí. Pero la presencia corpórea
de Cristo resucitado es otra cosa, algo nuevo. El Resucitado viene en medio de
nosotros. Y entonces no podemos sino decir con el apóstol Tomás: «Señor mío
y Dios mío». La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como tal.
Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del
universo. Él está allí. Y si él está presente, yo me inclino ante él. Entonces,
razón, voluntad y corazón se abren hacia él, a partir de él. En Cristo resucitado
está presente el Dios que se ha hecho hombre, que sufrió por nosotros porque
nos ama. Entramos en esta certeza del amor corpóreo de Dios por nosotros, y
lo hacemos amando con él. Esto es adoración, y esto marcará después mi vida.
Sólo así puedo celebrar también la Eucaristía de modo adecuado y recibir
rectamente el Cuerpo del Señor.
4. Otro elemento importante de las Jornadas Mundiales de la Juventud es la
presencia del Sacramento de la Penitencia que, de modo cada vez más natural,
forma parte del conjunto. Con eso reconocemos que tenemos continuamente
necesidad de perdón y que perdón significa responsabilidad. Existe en el
hombre, proveniente del Creador, la disponibilidad a amar y la capacidad de
responder a Dios en la fe. Pero, proveniente de la historia pecaminosa del
hombre (la doctrina de la Iglesia habla del pecado original), existe también la
tendencia contraria al amor: la tendencia al egoísmo, al encerrarse en sí
mismo, más aún, al mal. Mi alma se mancha una y otra vez por esta fuerza de
gravedad que hay en mí, que me atrae hacia abajo. Por eso necesitamos la
humildad que siempre pide de nuevo perdón a Dios; que se deja purificar y
que despierta en nosotros la fuerza contraria, la fuerza positiva del Creador,
que nos atrae hacia lo alto.
5. Finalmente, como última característica que no hay que descuidar en la
espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar la
243

alegría. ¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos


factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la
certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia.
Soy aceptado, soy querido. Josef Pieper, en su libro sobre el amor, ha
mostrado que el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por
algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra:
«Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse
a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no
es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene
sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de
cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me
acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo
exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción del
hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta
sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no
encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace
cada vez más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios,
surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo
esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que
se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno
que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos
difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta es una de las experiencias
maravillosas de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

JESÚS VINO A UNA FAMILIA. DIOS ESTÁ A VUESTRO LADO


20111227. Mensaje. Fiesta de la Sagrada Familia en Madrid
Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo
hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro,
a desvivirse por él, y anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y
pretensión. Así, vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero
henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el
Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los
pastores, «vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 12,6).
Aquella familia, por decirlo así, es la puerta de ingreso en la tierra del
Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y
comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio
trinitario de Dios.
Esta grandeza es también una espléndida vocación y un cometido decisivo
para la familia, que mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía
hace treinta años como una participación «viva y responsable en la misión de
la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la
Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de
vida y amor» (Familiaris consortio, 50). Os animo, pues, especialmente a las
familias que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a
vuestro lado, y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para
superar vuestras dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del
244

sacramento del matrimonio. Dejaos guiar por la Iglesia, a la que Cristo ha


encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través
de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro
de la familia, que debéis custodiar cada día.
El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad
del hogar de Nazaret (cf. Lc 2,40), aprendió también en él de alguna manera el
modo humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa
imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se
afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los
hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los
demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas
más cosas de las que pueden decir las palabras. Esta dimensión educativa de la
familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que comenzará
dentro de unos meses. Con este motivo, os invito a revitalizar la fe en vuestras
casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos.

2012
245

Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe,


es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor
está cerca» (Flp 4,5); es volver a poner nuestra confianza
en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año
de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos
ayudará y estimulará. Queridos amigos, aprended a ver
cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en
el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que
Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros
el día de vuestro Bautismo. Sabed que jamás os
abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En
la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación
de un amor tan grande da a nuestros corazones una
esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un
cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a
Cristo, que ha dado la vida por él (Mensaje JMJ 2012).

LA RESPONSABILIDAD EDUCATIVA DEL BAUTISMO


20120108. Homilía. Bautismo del Señor
246

Es siempre una alegría celebrar esta santa misa con los bautizos de los
niños, en la fiesta del Bautismo del Señor. Os saludo a todos con afecto,
queridos padres, padrinos y madrinas, y a todos vosotros, familiares y amigos.
Habéis venido —lo habéis dicho en voz alta— para que vuestros hijos recién
nacidos reciban el don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna.
Vosotros, los padres, lo habéis querido. Habéis pensado en el bautismo incluso
antes de que vuestro niño o vuestra niña fuera dado a luz. Vuestra
responsabilidad de padres cristianos os hizo pensar enseguida en el sacramento
que marca la entrada en la vida divina, en la comunidad de la Iglesia. Podemos
decir que esta ha sido vuestra primera elección educativa como testigos de la
fe respecto a vuestros hijos: ¡la elección es fundamental!
La misión de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es educar al
hijo o la hija. Educar es comprometedor; a veces es arduo para nuestras
capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en una
maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el primer y
verdadero educador de cada ser humano.
En la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del profeta
Isaías, Dios se dirige a su pueblo precisamente como un educador. Advierte a
los israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes
equivocadas: «¿Por qué —dice— gastar dinero en lo que no alimenta, y el
salario en lo que no da hartura?» (Is 55, 2). Dios quiere darnos cosas buenas
para beber y comer, cosas que nos beneficien; mientras que a veces nosotros
usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven o que,
incluso, son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a sí mismo y su Palabra:
sabe que, alejándonos de él, muy pronto nos encontraremos en dificultades,
como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos nuestra dignidad
humana. Y por esto nos asegura que él es misericordia infinita, que sus
pensamientos y sus caminos no son como los nuestros —¡para suerte nuestra!
— y que siempre podemos volver a él, a la casa del Padre. Nos asegura,
además, que si acogemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra vida,
como la lluvia que riega la tierra (cf. Is 55, 10-11).
A esta palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías,
hemos respondido con el estribillo del Salmo: «Sacaremos agua con gozo de
las fuentes de la salvación». Como personas adultas, nos hemos comprometido
a acudir a las fuentes buenas, por nuestro bien y el de aquellos que han sido
confiados a nuestra responsabilidad, en especial vosotros, queridos padres,
padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son «las fuentes de
la salvación»? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los
primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más
jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar
necesitan a su vez recibir; de lo contrario, se vacían, se secan. Los padres no
son la fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos
más bien como canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del
amor de Dios. Si nos separamos de la fuente, seremos los primeros en
resentirnos negativamente y ya no seremos capaces de educar a otros. Por esto
nos hemos comprometido diciendo: «Sacaremos agua con gozo de las fuentes
de la salvación».
247

Pasemos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la


primera y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos
habla de Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque
los condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí
mismo, no quiso tener a sus discípulos vinculados a sí mismo. Y sin embargo
Juan era un gran profeta, y su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús,
retrocedió y lo señaló: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os
he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1, 7-8). El
verdadero educador no vincula a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que
su hijo, o su discípulo, aprenda a conocer la verdad, y entable con ella una
relación personal. El educador cumple su deber a fondo, mantiene una
presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de
la verdad que habla a su corazón y la siga en un camino personal.
Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol san Juan
escribe: «El Espíritu es quien da testimonio» (1 Jn 5, 6). Se refiere al Espíritu
Santo, al Espíritu de Dios, que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el
Cristo, el Hijo de Dios. Esto se ve también en la escena del bautismo en el río
Jordán: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma para revelar
que él es el Hijo Unigénito del Padre eterno (cf. Mc 1, 10). También en su
Evangelio, san Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los
discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el
Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y
también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo»
(Jn 15, 26-27). Para nosotros esto es confortante en el compromiso de educar
en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está
sostenido por el Espíritu Santo.
Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y las
madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo,
invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. De
hecho, es él quien ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que
sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera
condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a
Dios la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que
nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo,
cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para
hacer bien nuestra parte, que en cualquier caso nos corresponde y debemos
realizar. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, nos
permiten realizar la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con él
y renovados continuamente por su perdón. La oración y los sacramentos nos
obtienen aquella luz de verdad gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo
suaves y fuertes, usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento
adecuado, reprender y corregir de modo justo.
Queridos amigos, invoquemos, por tanto, todos juntos al Espíritu Santo
para que descienda en abundancia sobre estos niños, los consagre a imagen de
Jesucristo y los acompañe siempre en el camino de su vida. Los confiamos a la
guía materna de María santísima, para que crezcan en edad, sabiduría y gracia
248

y se conviertan en verdaderos cristianos, testigos fieles y gozosos del amor de


Dios. Amén.

BAUTISMO: SOMOS HIJOS DE DIOS


20120108. Ángelus. Bautismo del Señor
Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Esta mañana he
conferido el sacramento del Bautismo a dieciséis niños, y por este motivo
quiero proponer una breve reflexión sobre el hecho de que somos hijos de
Dios. Ahora bien, ante todo partamos del hecho de que somos simplemente
hijos: esta es la condición fundamental, común a todos. No todos somos
padres, pero ciertamente todos somos hijos. Venir al mundo nunca es una
decisión personal, no se nos pregunta antes si queremos nacer. Pero, durante la
vida, podemos madurar una actitud libre con respecto a la vida misma:
podemos acogerla como un don y, en cierto sentido, «llegar a ser» lo que ya
somos: llegar a ser hijos. Este paso marca un viraje de madurez en nuestro ser
y en la relación con nuestros padres, que nos impulsa a la gratitud. Es un paso
que nos hace capaces de ser, también nosotros, padres, no biológica sino
moralmente.
Del mismo modo, con respecto a Dios todos somos hijos. Dios está en el
origen de la existencia de toda criatura, y es Padre de modo singular de cada
ser humano: con él o con ella tiene una relación única, personal. Cada uno de
nosotros es querido, es amado por Dios. Y también en esta relación con Dios
podemos, por decirlo así, «renacer», es decir, llegar a ser lo que somos. Esto
acontece mediante la fe, mediante un «sí» profundo y personal a Dios como
origen y fundamento de nuestra existencia. Con este «sí» yo acojo la vida
como don del Padre que está en el cielo, un Padre a quien no veo, pero en el
cual creo y a quien siento en lo más profundo del corazón, que es Padre mío y
de todos mis hermanos en la humanidad, un Padre inmensamente bueno y fiel.
¿En qué se basa esta fe en Dios Padre? Se basa en Jesucristo: su persona y su
historia nos revelan al Padre, nos lo dan a conocer, en la medida de lo posible,
en este mundo. Creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, permite «renacer
de lo alto», es decir, de Dios, que es Amor (cf. Jn 3, 3). Y tengamos presente,
una vez más, que nadie se hace a sí mismo hombre: nacimos sin haber hecho
nada nosotros; el pasivo de haber nacido precede al activo de nuestro hacer. Lo
mismo sucede en el nivel de ser cristianos: nadie puede hacerse cristiano sólo
por su propia voluntad; también el ser cristiano es un don que precede a
nuestro hacer: debemos renacer con un nuevo nacimiento. San Juan dice: «A
cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios» (Jn 1, 12). Este es el
sentido del sacramento del Bautismo; el Bautismo es este nuevo nacimiento,
que precede a nuestro hacer. Con nuestra fe podemos salir al encuentro de
Cristo, pero sólo él mismo puede hacernos cristianos y dar a esta voluntad
nuestra, a este deseo nuestro, la respuesta, la dignidad, el poder de llegar a ser
hijos de Dios, que por nosotros mismos no tenemos.
Queridos amigos, este domingo del Bautismo del Señor concluye el tiempo
de Navidad. Demos gracias a Dios por este gran misterio, que es fuente de
regeneración para la Iglesia y para todo el mundo. Dios se hizo hijo del
249

hombre, para que el hombre llegara a ser hijo de Dios. Renovemos, por tanto,
la alegría de ser hijos: como hombres y como cristianos; nacidos y renacidos a
una nueva existencia divina. Nacidos por el amor de un padre y de una madre,
y renacidos por el amor de Dios, mediante el Bautismo. A la Virgen María,
Madre de Cristo y de todos los que creen en él, pidámosle que nos ayude a
vivir realmente como hijos de Dios, no de palabra, o no sólo de palabra, sino
con obras. San Juan escribe también: «Este es su mandamiento: que creamos
en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como
nos lo mandó» (1 Jn 3, 23).

MADURAR UN RENOVADO HUMANISMO


20120112. Discurso. Administradores de Roma y del Lacio
Es importante que madure un renovado humanismo en el que la identidad
del ser humano esté comprendida en la categoría de persona. La crisis actual,
de hecho, hunde sus raíces también en el individualismo, que oscurece la
dimensión relacional del hombre y lo conduce a encerrarse en su pequeño
mundo, a estar atento a satisfacer ante todo sus propios deseos y necesidades
preocupándose poco de los demás. La especulación de terrenos, la inserción
cada vez más difícil de los jóvenes en el mundo del trabajo, la soledad de
muchos ancianos, el anonimato que caracteriza a menudo la vida en los barrios
de ciudades y la mirada a veces superficial sobre las situaciones de
marginación y de pobreza, ¿no son quizás consecuencia de esta mentalidad?
La fe nos dice que el hombre es un ser llamado a vivir en sociedad y que el
«yo» puede encontrarse a sí mismo a partir de un «tú» que lo acepte y lo ame.
Y este «Tú» es ante todo Dios, el único capaz de dar al hombre una acogida
incondicional y un amor infinito; y son después los demás, empezando por los
más cercanos. Redescubrir esta relación como elemento constitutivo de la
propia existencia es el primer paso para dar vida a una sociedad más humana.
Y también las instituciones tienen la tarea de favorecer que se tome cada vez
mayor conciencia de formar parte de una única realidad, en la que cada uno, a
semejanza del cuerpo humano, es importante para el todo, como recordó
Menenio Agrippa en el célebre apólogo referido por Tito Livio en su Historia
de Roma (cf. Ab Urbe Condita, II, 32).
La consciencia de ser un «cuerpo» podrá crecer si se consolida el valor de
la acogida… Es necesario, con todo, fomentar programas de plena integración,
que permitan la inserción en el tejido social, para que puedan ofrecer a todos la
riqueza de la que son portadores. De este modo cada uno aprenderá a sentir el
lugar en el que reside como una «casa común» para vivir y cuidar de ella, con
el atento y necesario respeto de las leyes que regulan la convivencia colectiva.
Junto con la acogida debe reforzarse el valor de la solidaridad. Es una
exigencia de caridad y justicia que, durante los momentos difíciles, aquellos
que tienen mayores recursos cuiden de quienes viven en condiciones precarias.
Al mismo tiempo —tercer punto— es necesario promover una cultura de
legalidad, ayudando a los ciudadanos a entender que las leyes sirven para
canalizar las muchas energías positivas presentes en la sociedad y permitir así
la promoción del bien común.
250

EL PAPEL DECISIVO DE UN GUÍA ESPIRITUAL


20120115. Ángelus
Las lecturas bíblicas de este domingo —el segundo del tiempo ordinario—,
nos presentan el tema de la vocación: en el Evangelio encontramos la llamada
de los primeros discípulos por parte de Jesús; y, en la primera lectura, la
llamada del profeta Samuel. En ambos relatos destaca la importancia de una
figura que desempeña el papel de mediador, ayudando a las personas llamadas
a reconocer la voz de Dios y a seguirla. En el caso de Samuel, es Elí, sacerdote
del templo de Silo, donde se guardaba antiguamente el arca de la alianza, antes
xde ser trasladada a Jerusalén. Una noche Samuel, que era todavía un
muchacho y desde niño vivía al servicio del templo, tres veces seguidas se
sintió llamado durante el sueño, y corrió adonde estaba Elí. Pero no era él
quien lo llamaba. A la tercera vez Elí comprendió y le dijo a Samuel: «Si te
llama de nuevo, responde: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”» (1 S 3, 9).
Así fue, y desde entonces Samuel aprendió a reconocer las palabras de Dios y
se convirtió en su profeta fiel.
En el caso de los discípulos de Jesús, la figura de la mediación fue Juan el
Bautista. De hecho, Juan tenía un amplio grupo de discípulos, entre quienes
estaban también dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, y Santiago y Juan,
pescadores de Galilea. Precisamente a dos de estos el Bautista les señaló a
Jesús, al día siguiente de su bautismo en el río Jordán. Se lo indicó diciendo:
«Este es el Cordero de Dios» (Jn 1, 36), lo que equivalía a decir: Este es el
Mesías. Y aquellos dos siguieron a Jesús, permanecieron largo tiempo con él y
se convencieron de que era realmente el Cristo. Inmediatamente se lo dijeron a
los demás, y así se formó el primer núcleo de lo que se convertiría en el
colegio de los Apóstoles.
A la luz de estos dos textos, quiero subrayar el papel decisivo de un guía
espiritual en el camino de la fe y, en particular, en la respuesta a la vocación de
especial consagración al servicio de Dios y de su pueblo. La fe cristiana, por sí
misma, supone ya el anuncio y el testimonio: es decir, consiste en la adhesión
a la buena nueva de que Jesús de Nazaret murió y resucitó, y de que es Dios.
Del mismo modo, también la llamada a seguir a Jesús más de cerca,
renunciando a formar una familia propia para dedicarse a la gran familia de la
Iglesia, pasa normalmente por el testimonio y la propuesta de un «hermano
mayor», que por lo general es un sacerdote. Esto sin olvidar el papel
fundamental de los padres, que con su fe auténtica y gozosa, y su amor
conyugal, muestran a sus hijos que es hermoso y posible construir toda la vida
en el amor de Dios.
Queridos amigos, pidamos a la Virgen María por todos los educadores,
especialmente por los sacerdotes y los padres de familia, a fin de que sean
plenamente conscientes de la importancia de su papel espiritual, para fomentar
en los jóvenes, además del crecimiento humano, la respuesta a la llamada de
Dios, a decir: «Habla, Señor, que tu siervo escucha».

SILENCIO Y PALABRA: CAMINO DE EVANGELIZACIÓN


20120124. Mensaje. Jornada Comunicaciones sociales. 20 mayo
251

Al acercarse la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012,


deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso
humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y
hoy es particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el
silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben
equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una
profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen
mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto
aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin
embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor
y significado.
El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen
palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos
conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento,
comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos
del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona
que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer
aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se
abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación
humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más
auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la
expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el
silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente
en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio,
por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la
sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la
naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son
abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de
lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la
relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas
entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir
opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento
compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie
de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos.
Gran parte de la dinámica actual de la comunicación está orientada por
preguntas en busca de respuestas. Los motores de búsqueda y las redes
sociales son el punto de partida en la comunicación para muchas personas que
buscan consejos, sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la
Red se está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las
respuestas; más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por
respuestas a interrogantes que nunca se ha planteado, y a necesidades que no
siente. El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre
los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e
identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes. Sin embargo,
en el complejo y variado mundo de la comunicación emerge la preocupación
de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy
yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante
252

acoger a las personas que se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad


de un diálogo profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de
una invitación a la reflexión y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente
que una respuesta apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo
más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha
escrito en el corazón humano.
En realidad, este incesante flujo de preguntas manifiesta la inquietud del
ser humano siempre en búsqueda de verdades, pequeñas o grandes, que den
sentido y esperanza a la existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con
un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias
de vida: todos buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre
todo en nuestro tiempo en el que “cuando se intercambian informaciones, las
personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus
ideales” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
de 2011)
Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes
sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y
de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio,
ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la
esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo
bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida
el cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas
tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para
ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da
sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin
palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio
de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente
y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra
encarnada… El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos
momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort.
ap.Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor
de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra
permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y
el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace
siglos” (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios
colmada de amor por la humanidad.
Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente
descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios.
“Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace
entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la
Palabra, la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de
la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la
grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el
espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda
su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de
“comunicar aquello que hemos visto y oído”, para que todos estemos en
comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en
253

la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su
dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que
salva.
En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte,
aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe
aquel designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en
toda la historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la
Revelación divina se lleva a cabo con “hechos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la
salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las
palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el
misterio contenido en ellas” (Dei Verbum, 2). Y este plan de salvación culmina
en la persona de Jesús de Nazaret, mediador y plenitud de toda la Revelación.
Él nos hizo conocer el verdadero Rostro de Dios Padre y con su Cruz y
Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la
libertad de los hijos de Dios. La pregunta fundamental sobre el sentido del
hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a la
inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la misión de
la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros de
esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del
hombre y que construye la justicia y la paz.
Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar,
a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los
agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e
integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio
de Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio “escucha y hace
florecer la Palabra” (Oración para el ágora de los jóvenes italianos en
Loreto, 1-2 de septiembre 2007), confío toda la obra de evangelización que la
Iglesia realiza a través de los medios de comunicación social.

¿CÓMO REACCIONAR ANTE LA ENFERMEDAD?


20120205. Ángelus
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que cura a los
enfermos: primero a la suegra de Simón Pedro, que estaba en cama con fiebre,
y él, tomándola de la mano, la sanó y la levantó; y luego a todos los enfermos
en Cafarnaún, probados en el cuerpo, en la mente y en el espíritu; y «curó a
muchos... y expulsó muchos demonios» (Mc 1, 34). Los cuatro evangelistas
coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y padecimientos
de cualquier tipo constituía, junto con la predicación, la principal actividad de
Jesús en su vida pública. De hecho, las enfermedades son un signo de la
acción del Mal en el mundo y en el hombre, mientras que las curaciones
demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo vino para
vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria,
obtenida con su muerte y resurrección.
Un día Jesús dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos»
(Mc 2, 17). En aquella ocasión se refería a los pecadores, que él había venido a
254

llamar y a salvar, pero sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición
típicamente humana, en la que experimentamos fuertemente que no somos
autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos
decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento
saludable, en el que se puede experimentar la atención de los demás y prestar
atención a los demás. Sin embargo, la enfermedad es siempre una prueba, que
puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el sufrimiento
se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra
vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este
ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en
las últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—,
pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de
fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo
repite siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado
(cf. Mc 5, 34.36). Incluso frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que
humanamente es imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la
respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal. Así como Jesús se
enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también
nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo
nuestro corazón inmerso en el amor de Dios. Todos conocemos personas que
han soportado sufrimientos terribles, porque Dios les daba una profunda
serenidad. Pienso en el reciente ejemplo de la beata Chiara Badano, segada en
la flor de la juventud por un mal sin remedio: cuantos iban a visitarla recibían
de ella luz y confianza. Pero en la enfermedad todos necesitamos calor
humano: para consolar a una persona enferma, más que las palabras, cuenta la
cercanía serena y sincera.

NO LA IGLESIA, SINO CRISTO TRANSFORMARÁ TODO


20120210. Discurso. A la Fundación Juan Pablo II para el Sahel
Dios se hizo carne. ¿Ha habido alguna vez un gesto de amor y de caridad
más grande que este? Todo lo que hoy sucede y sigue produciéndose desde el
día en que Dios se hizo hombre es claramente una señal de ello. Dios no cesa
de amarnos y de encarnarse a través de su Iglesia en todas las partes del
mundo. (…) Pero esta obra sólo será plenamente eficaz si es irrigada por la
oración. En efecto, únicamente Dios es fuente y potencia de vida. Él es el
creador de las aguas (cf. Gn 1, 6-9).
La caridad debe promover todas nuestras acciones. No se trata de querer
hacer un mundo «a medida», sino que se trata de amarlo. Por eso la Iglesia no
tiene como principal vocación transformar el orden político o cambiar el tejido
social. Quiere aportar la luz de Cristo. Es él quien trasformará todo y a todos.
A causa de Jesucristo y por Jesucristo, la aportación cristiana es tan específica.
En algunos países que vosotros representáis está presente el Islam. Sé que
mantenéis buenas relaciones con los musulmanes y eso me alegra. Testimoniar
que Cristo vive y que su amor va más allá de toda religión, raza y cultura, es
importante también para ellos.
255

Para realizar esta obra, y después de 28 años de actividad, la Fundación


necesita ponerse al día y renovarse. La ayuda en ello el Consejo pontificio Cor
unum. Esta renovación debe concernir, en primer lugar, a la formación
cristiana y profesional de las personas que trabajan en el terreno, pues son, en
cierto sentido, los instrumentos del Santo Padre en estas regiones. Considero
prioritarias la educación y la formación cristianas de todos aquellos que —de
un modo u otro— colaboran para hacer más visible el gran signo de caridad
que es la Fundación Juan Pablo II para el Sahel. Para ser efectiva, esta
renovación deberá comenzar por la oración y la conversación personal.

LA FAMILIA Y LA VISIÓN CRISTIANA DE LA SEXUALIDAD


20120309. Discurso. Obispos de EEUU en visita ad limina
En esta ocasión quiero hablar de otra cuestión grave que me expusisteis
durante mi visita pastoral a Estados Unidos, es decir, la crisis actual del
matrimonio y de la familia, y más en general de la visión cristiana de la
sexualidad humana. De hecho, resulta cada vez más evidente que un menor
aprecio de la indisolubilidad del pacto matrimonial y el rechazo generalizado
de una ética sexual responsable y madura, fundada en la práctica de la
castidad, han llevado a graves problemas sociales que conllevan un coste
humano y económico inmenso.
Sin embargo, como afirmó el beato Juan Pablo II, el futuro de la
humanidad se fragua en la familia (cf. Familiaris consortio, 86). De hecho, «el
bien que la Iglesia y toda la sociedad esperan del matrimonio y de la familia
fundada en él es demasiado grande como para no ocuparse a fondo de este
ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia son instituciones que deben
ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible sobre su auténtica
verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida a la
convivencia humana como tal» (Sacramentum caritatis, 29).
A este propósito, conviene mencionar en particular las poderosas corrientes
políticas y culturales que tratan de alterar la definición legal del matrimonio.
El esmerado esfuerzo de la Iglesia por resistir a estas presiones exige una
defensa razonada del matrimonio como institución natural constituida por una
comunión específica de personas, fundamentalmente arraigada en la
complementariedad de los sexos y orientada a la procreación. Las diferencias
sexuales no pueden considerarse irrelevantes para la definición del
matrimonio. Defender la institución del matrimonio como realidad social es,
en resumidas cuentas, una cuestión de justicia, pues implica la defensa del bien
de toda la comunidad humana, así como de los derechos de los padres y de los
hijos.
En nuestras conversaciones, algunos habéis señalado con preocupación las
crecientes dificultades que se encuentran para transmitir la doctrina de la
Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la disminución del
número de jóvenes que se acercan al sacramento del matrimonio. Ciertamente,
debemos reconocer algunas deficiencias en la catequesis de los últimos
decenios, que a veces no ha logrado comunicar la rica herencia de la doctrina
católica sobre el matrimonio como institución natural elevada por Cristo a la
256

dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la sociedad y


en la Iglesia, y la práctica de la castidad conyugal. A esta doctrina, reafirmada
con creciente claridad por el magisterio posconciliar y presentada de modo
completo tanto en el Catecismo de la Iglesia católica como en el Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, se le debe restituir su lugar en la
predicación y en la enseñanza catequística.
En la práctica, es necesario revisar atentamente los programas de
preparación para el matrimonio a fin de garantizar que se concentren más en
su componente catequístico y en la presentación de las responsabilidades
sociales y eclesiales que implica el matrimonio cristiano. En este contexto no
podemos ignorar el grave problema pastoral constituido por la generalizada
práctica de la cohabitación, a menudo por parte de parejas que parecen
inconscientes de que es un pecado grave, por no decir que representa un daño
para la estabilidad de la sociedad. Animo vuestros esfuerzos para desarrollar
normas pastorales y litúrgicas claras con vistas a una celebración digna del
matrimonio, que constituyan un testimonio inequívoco de las exigencias
objetivas de la moralidad cristiana, mostrando al mismo tiempo sensibilidad y
solicitud por los matrimonios jóvenes.
Aquí deseo expresar también mi aprecio por los programas pastorales que
estáis impulsando en vuestras diócesis y, en especial, por la clara y autorizada
presentación de la doctrina de la Iglesia en vuestra Carta de 2009 «Marriage:
Love and Life in the Divine Plan» («Matrimonio: amor y vida en el plan
divino»). Aprecio también lo que vuestras parroquias, vuestras escuelas y
vuestras instituciones caritativas hacen cada día para sostener a las familias y
para ayudar a quienes se encuentran en situaciones matrimoniales difíciles,
especialmente a las personas divorciadas y separadas, a los padres solos, a las
madres adolescentes y a las mujeres que piensan en el aborto, así como a los
niños que sufren los efectos trágicos de la desintegración familiar.
En este gran compromiso pastoral es urgentemente necesario que toda la
comunidad cristiana vuelva a apreciar la virtud de la castidad. Es preciso
subrayar la función integradora y liberadora de esta virtud (cf. Catecismo de la
Iglesia católica, nn. 2338-2343) con una formación del corazón que presente
la comprensión cristiana de la sexualidad como una fuente de libertad
auténtica, de felicidad y de realización de nuestra vocación humana
fundamental e innata al amor. No se trata sólo de presentar argumentos, sino
también de apelar a una visión integral, coherente y edificante de la sexualidad
humana. La riqueza de esta visión es más sana y atractiva que las ideologías
permisivas que algunos ambientes exaltan; estas ideologías, de hecho,
constituyen una forma poderosa y destructiva de anti-catequesis para los
jóvenes.
Los jóvenes necesitan conocer la doctrina de la Iglesia en su integridad,
aunque pueda resultar ardua y vaya a contracorriente de la cultura. Y, lo que es
más importante aún, necesitan verla encarnada en matrimonios fieles que den
un testimonio convincente de su verdad. También es necesario sostenerlos
mientras se esfuerzan por tomar decisiones sabias en un tiempo difícil y
confuso de su vida. La castidad, como nos recuerda el Catecismo, implica «un
aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana» (n.
257

2339). En una sociedad que tiende cada vez más a malinterpretar e incluso a
ridiculizar esta dimensión esencial de la doctrina cristiana, es necesario
asegurar a los jóvenes que «quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada,
absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande» (Homilía en
la misa de inauguración del pontificado, 24 de abril de 2005: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 7).
Quiero concluir recordando que, en el fondo, todos nuestros esfuerzos en
este ámbito están orientados al bien de los niños, que tienen el derecho
fundamental de crecer con una sana comprensión de la sexualidad y del lugar
que le corresponde en las relaciones humanas. Los niños son el tesoro más
grande y el futuro de toda sociedad: preocuparse verdaderamente por ellos
significa reconocer nuestra responsabilidad de enseñar, defender y vivir las
virtudes morales que son la clave de la realización humana. Albergo la
esperanza de que la Iglesia en Estados Unidos, aunque se haya visto frenada
por los acontecimientos de la última década, persevere en su misión histórica
de educar a los jóvenes y así contribuir a la consolidación de la sana vida
familiar que es la garantía más segura de la solidaridad intergeneracional y de
la salud de la sociedad en su conjunto.

ALEGRAROS SIEMPRE EN EL SEÑOR


20120315. Mensaje. XXVII Jornada Mundial de la Juventud
Este año, el tema de la Jornada Mundial de la Juventud nos lo da la
exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: «¡Alegraos
siempre en el Señor!» (4,4). En efecto, la alegría es un elemento central de la
experiencia cristiana. También experimentamos en cada Jornada Mundial de la
Juventud una alegría intensa, la alegría de la comunión, la alegría de ser
cristianos, la alegría de la fe. Esta es una de las características de estos
encuentros. Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a
menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de
la belleza y fiabilidad de la fe cristiana.
La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría
auténtica y duradera, aquella que los ángeles anunciaron a los pastores de
Belén en la noche del nacimiento de Jesús (cf. Lc2,10). Dios no sólo ha
hablado, no sólo ha cumplido signos prodigiosos en la historia de la
humanidad, sino que se ha hecho tan cercano que ha llegado a hacerse uno de
nosotros, recorriendo las etapas de la vida entera del hombre. En el difícil
contexto actual, muchos jóvenes en vuestro entorno tienen una inmensa
necesidad de sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y
esperanza. Quisiera reflexionar ahora con vosotros sobre esta alegría, sobre los
caminos para encontrarla, para que podáis vivirla cada vez con mayor
profundidad y ser mensajeros de ella entre los que os rodean.
1. Nuestro corazón está hecho para la alegría
La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano.
Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la
alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y
esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un
258

continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo.


Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes
deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es
impulsado por ideales y se conciben proyectos.
Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la
alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la
alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con
atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la
vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias
capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que
otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la
sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos
conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas
dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos
para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la
experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de
escuchar e interpretar la música o ver una película.
Pero cada día hay tantas dificultades con las que nos encontramos en
nuestro corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro, que nos
podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es
quizá una ilusión y una huída de la realidad. Hay muchos jóvenes que se
preguntan: ¿es verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta
búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como
erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las
alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos?
¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y
no nos abandona ni en los momentos más difíciles?
2. Dios es la fuente de la verdadera alegría
En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día
o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a
primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que
no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que
le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre
nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere
hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos
que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados,
acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la
humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy
amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado
personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello,
entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de
modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el
Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se
caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen
María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!»
(Lc 1,28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores:
259

«Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo:
hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor»
(Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de
inmensa alegría» (Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la
cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo
quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el
Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El
Señor está cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la
cercanía del Señor, que me acoge y me ama.
En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior.
Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita
de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador
público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y
san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc 19,5-6). Es la
alegría del encuentro con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede
transformar toda la existencia y traer la salvación. Zaqueo decide cambiar de
vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su
fuerza. Él, en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus
amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced
en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y
vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9.11). Jesús quiere introducir a sus
discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con
el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros
(cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a
Él.
Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a
visitar el sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y
recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección.
Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa,
«llenas de miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los
discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos» (Mt 28,8-9). Es la
alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha
vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros
como el Resucitado, hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,21). El mal no
tiene la última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos
dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de
Dios, capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión
«Abba», Padre (cf. Rm 8,15). La alegría es signo de su presencia y su acción
en nosotros.
3. Conservar en el corazón la alegría cristiana
Aquí nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la
alegría profunda, de la alegría espiritual?
Un Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu
corazón» (Sal 37,4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y,
260

lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo» (Mt 13,44).
Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor,
que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda
nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar
vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la
paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la
verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su
imagen y semejanza.
Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada
día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca» (Flp 4,5); es volver a poner
nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año
de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará.
Queridos amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas,
descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed
que Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro
Bautismo. Sabed que jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada
hacia Él. En la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación de un
amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada
puede destruir. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a
Cristo, que ha dado la vida por él.
Buscar al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es
alegría para el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus
palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi
corazón» (Jr 15,16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí
encontraréis una respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que
anida en vuestro corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que
descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre y
que, llenos de alegría, proclamemos en alabanza y adoración: «Venid,
aclamemos al Señor… postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador
nuestro» (Sal 95,1.6).
La Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la
alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en
la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la
salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento
fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace
presente su sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo
Resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su
Sangre. Un Salmo afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría
y nuestro gozo» (Sal 118,24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta
el Exultet, expresión de alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y
la muerte: «¡Exulte el coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta
claridad… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La
alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre,
que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por
amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi
alegría es amarte a ti» (Poesía45/7).
4. La alegría del amor
261

Queridos amigos, la alegría está íntimamente unida al amor; ambos son


frutos inseparables del Espíritu Santo (cf. Ga 5,23). El amor produce alegría, y
la alegría es una forma del amor. La beata Madre Teresa de Calcuta,
recordando las palabras de Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir»
(Hch 20,35), decía: «La alegría es una red de amor para capturar las almas.
Dios ama al que da con alegría. Y quien da con alegría da más». El siervo de
Dios Pablo VI escribió: «En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un
don» (Ex. ap. Gaudete in Domino, 9 mayo 1975).
Pensando en los diferentes ámbitos de vuestra vida, quisiera deciros que
amar significa constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en
primer lugar, con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros,
leales, fieles, porque el verdadero amor es perseverante también y sobre todo
en las dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios
que desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría,
aunque ésta no sea siempre inmediata.
Para entrar en la alegría del amor, estamos llamados también a ser
generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a
fondo, con una atención especial por los más necesitados. El mundo necesita
hombres y mujeres competentes y generosos, que se pongan al servicio del
bien común. Esforzaos por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y
ponedlos desde ahora al servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir,
allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra
vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder,
del éxito material y del dinero.
A propósito de generosidad, tengo que mencionar una alegría especial; es
la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al
Señor. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida
religiosa, monástica, misionera o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma
de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su
invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al
servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al
hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio
para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su
Iglesia.
Quisiera mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor:
hacer que crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la
comunión fraterna. Hay vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. No en
vano san Pablo escribía su exhortación en plural; es decir, no se dirige a cada
uno en singular, sino que afirma: «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4).
Sólo juntos, viviendo en comunión fraterna, podemos experimentar esta
alegría. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe así la primera
comunidad cristiana: «Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón» (Hch 2,46). Empleaos también vosotros a
fondo para que las comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en
que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros.
5. La alegría de la conversión
262

Queridos amigos, para vivir la verdadera alegría también hay que


identificar las tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva a menudo a
buscar metas, realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la
inconstancia que la perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los
compromisos. Los mensajes que recibís empujar a entrar en la lógica del
consumo, prometiendo una felicidad artificial. La experiencia enseña que el
poseer no coincide con la alegría. Hay tantas personas que, a pesar de tener
bienes materiales en abundancia, a menudo están oprimidas por la
desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la vida. Para permanecer en la
alegría, estamos llamados a vivir en el amor y la verdad, a vivir en Dios.
La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos ha dado
las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos.
Cumpliéndolos encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a
primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a
la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo,
representan un conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a
una existencia feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en
cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a
la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado
como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro
corazón.
Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de
fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su
misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de
volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor
que perdona y vuelve a acoger.
Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la
Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu
Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir
perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y
confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de
su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte
(cf. Lc 15,7).
6. La alegría en las pruebas
Al final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible
vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida,
especialmente las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de
Él da siempre la felicidad.
La respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como
vosotros que han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar
fuerza y esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles. El beato
Pier Giorgio Frassati (1901-1925) experimentó tantas pruebas en su breve
existencia; una de ellas concernía su vida sentimental, que le había herido
profundamente. Precisamente en esta situación, escribió a su hermana: «Tú me
preguntas si soy alegre; y ¿cómo no podría serlo? Mientras la fe me de la
fuerza estaré siempre alegre. Un católico no puede por menos de ser alegre...
El fin para el cual hemos sido creados nos indica el camino que, aunque esté
263

sembrado de espinas, no es un camino triste, es alegre incluso también a través


del dolor» (Carta a la hermana Luciana, Turín, 14 febrero 1925). Y el beato
Juan Pablo II, al presentarlo como modelo, dijo de él: «Era un joven de una
alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de su
vida» (Discurso a los jóvenes, Turín, 13 abril 1980).
Más cercana a nosotros, la joven Chiara Badano (1971-1990),
recientemente beatificada, experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado
por el amor y estar habitado por la alegría. A la edad de 18 años, en un
momento en el que el cáncer le hacía sufrir de modo particular, rezó al Espíritu
Santo para que intercediera por los jóvenes de su Movimiento. Además de su
curación, pidió a Dios que iluminara con su Espíritu a todos aquellos jóvenes,
que les diera la sabiduría y la luz: «Fue un momento de Dios: sufría mucho
físicamente, pero el alma cantaba» (Carta a Chiara Lubich, Sassello, 20 de
diciembre de 1989). La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el
Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su
voluntad para su bien y el de los demás. A menudo repetía: «Jesús, si tú lo
quieres, yo también lo quiero».
Son dos sencillos testimonios, entre otros muchos, que muestran cómo el
cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las pruebas
más duras, y muestran que la alegría cristiana no es una huída de la realidad,
sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades
cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es
el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos
también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y
ahí se encuentra la alegría (cf. Col 1,24).
7. Testigos de la alegría
Queridos amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la
alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que
compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber
encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar
para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros,
tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo
anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto,
para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,3-4).
A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de
vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y
alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y
mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que
siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes
discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una
felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los
cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los
primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la
«buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es
importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así.
Por lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización.
Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere
264

regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a


vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís.
Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la
salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que
obra en los corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor,
Él podrá deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!»
(Mt 25,21).
Que la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor
dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi
salvador» (Lc 1,46-47). María respondió plenamente al amor de Dios
dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de
nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella os introduzca en aquella
alegría que nadie os podrá quitar.

ANUNCIAR A DIOS Y EDUCAR LAS CONCIENCIAS


20120323. Entrevista con periodistas durante el vuelo a México
Padre Lombardi: Santidad, gracias de estar con nosotros al comenzar este
viaje tan bello e importante. Comenzamos, pues, con una pregunta formulada
por la Señora María Collins, por la televisión "Univision", una de las
televisiones que sigue este viaje; es una señora mejicana que nos hará la
pregunta en español y yo la repetiré luego en italiano para todos.
1ª Pregunta: Santo Padre, México y Cuba han sido tierras en las cuales
los viajes de su predecesor Juan Pablo II han hecho historia. ¿Con cual
ánimo y con cuales esperanzas hoy Ud., Santo Padre, sigue sus huellas?
Santo Padre: Queridos amigos, en primer lugar quiero daros la bienvenida
y las gracias por acompañarme en este viaje, que esperamos que sea bendecido
por el Señor. Yo, en este viaje, me siento totalmente en continuidad con el
Papa Juan Pablo II. Recuerdo muy bien su primer viaje a México, que fue
realmente histórico. En una situación jurídica todavía muy confusa, abrió las
puertas, inició una nueva fase de la colaboración entre Iglesia, sociedad y
Estado. Igualmente, recuerdo bien su histórico viaje a Cuba. Por ello, intento
seguir sus huellas y continuar cuanto comenzó. Desde el principio, yo tenía el
deseo de visitar México. Siendo cardenal, estuve en México, con óptimos
recuerdos, y cada miércoles escucho los aplausos y constato la alegría de los
mexicanos. Estar ahora aquí como Papa es para mí una gran alegría y responde
a un deseo que albergaba desde hace mucho tiempo. Para expresar los
sentimientos que experimento, me vienen a la mente las palabras del Vaticano
II «gaudium et spes, luctus et angor», gozo y esperanza, pero también tristeza
y angustia. Comparto las alegrías y las esperanzas, pero comparto también el
luto y las dificultades de este gran país. Voy para alentar y para aprender, para
confortar en la fe, en la esperanza y en la caridad, para confortar en el
compromiso por el bien y en el compromiso por la lucha contra el mal.
¡Esperamos que el Señor nos ayude!
265

P. Lombardi: Gracias, Santidad. Y ahora damos la palabra al Dr. Javier


Alatorre Soria, que representa Tele Azteca, una de las grandes televisiones
mejicanas que nos seguirá en estos días.
2ª Pregunta: Santidad, México es un país con recursos y posibilidades
maravillosas, es un gran País, pero en estos años sabemos que también es
tierra de violencia por el problema del narcotráfico. Se habla de 50.000
muertos en los últimos cinco años. ¿Cómo afronta la Iglesia católica esta
situación? ¿Tendría, tendrá Ud. palabras para los responsables y para los
traficantes que a veces se profesan católicos o incluso benefactores de la
Iglesia?
Santo Padre: Nosotros conocemos bien todas las bellezas de México, pero
también este gran problema del narcotráfico y de la violencia. Supone
ciertamente una gran responsabilidad para la Iglesia católica en un país con un
80 por ciento de católicos. Debemos hacer lo posible contra este mal
destructivo de la humanidad y de nuestra juventud. Diría que el primer acto es
anunciar a Dios: Dios es el juez, Dios que nos ama, pero que nos ama para
atraernos hacia el bien, a la verdad contra el mal. En segundo lugar, la Iglesia
tiene la gran responsabilidad de educar las conciencias, educar en la
responsabilidad moral y desenmascarar el mal, desenmascarar esta idolatría
del dinero, que esclaviza a los hombres sólo por él; desenmascarar también las
falsas promesas, la mentira, la estafa, que está detrás de la droga. Debemos ver
que el hombre necesita del infinito. Si no existe Dios, el infinito se crea sus
propios paraísos, una apariencia de «infinitudes» que sólo puede ser una
mentira. Por eso es tan importante que Dios esté presente, accesible; es una
gran responsabilidad ante el Dios juez que nos guía, nos atrae a la verdad y al
bien, y en este sentido la Iglesia debe desenmascarar el mal, hacer presente la
bondad de Dios, hacer presente su verdad, el verdadero infinito del cual
tenemos sed. Es el gran deber de la Iglesia. Hagamos todos juntos lo posible,
cada vez más.

P. Lombardi: Santidad, la tercera pregunta se la plantea Valentina Alazraki


por Televisa, una de las veteranas de nuestros viajes, que usted bien conoce, y
que está tan encantada de que por fin también usted vaya a su país.
3ª Pregunta: Santidad, ante todo le damos la bienvenida a México.
Estamos todos contentos de que vaya a México. La pregunta es la siguiente:
Santo Padre, Ud. ha dicho que desde México quiere dirigirse a toda América
Latina en el bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos.
Sabemos que América Latina, a pesar del desarrollo, también es una región
de contrastes, donde están juntos los más ricos y los más pobres. A veces se
tiene la impresión de que la Iglesia no sea suficientemente animada a
comprometerse en este campo. ¿Cree Ud. que se puede hablar todavía en una
forma positiva de «teología de la liberación», después de los excesos,
considerados excesos, que han sido de alguna manera corregidos, como el
marxismo y la violencia?
Santo Padre: Naturalmente, la Iglesia debe preguntarse siempre si se hace
lo suficiente por la justicia social en este gran continente. Esta es una cuestión
de conciencia que debemos plantearnos siempre. Preguntar: ¿qué puede y debe
266

hacer la Iglesia?, ¿qué no puede y no debe hacer? La Iglesia no es un poder


político, no es un partido, sino una realidad moral, un poder moral. Dado que
la política debe ser fundamentalmente una realidad moral, la Iglesia, en este
aspecto, tiene que ver fundamentalmente con la política. Repito lo que acabo
de decir: el primer pensamiento de la Iglesia es educar las conciencias y así
crear la responsabilidad necesaria; educar las conciencias tanto en la ética
individual como en la ética pública. Y aquí quizás algo ha faltado. En América
Latina, y también en otros lugares, en no pocos católicos se percibe cierta
esquizofrenia entre moral individual y pública: personalmente, en la esfera
individual, son católicos, creyentes, pero en la vida pública siguen otros
caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio, que son
necesarios para la fundación de una sociedad justa. Por tanto, hay que educar
para superar esta esquizofrenia, educar no sólo en una moral individual, sino
en una moral pública, y esto intentamos hacerlo a través de la doctrina social
de la Iglesia, porque, naturalmente, esta moral pública debe ser una moral
razonable, compartida, que pueden compartir también los no creyentes, una
moral de la razón. Desde luego, nosotros, gracias a la luz de la fe, podemos ver
mejor muchas cosas que también la razón puede ver, pero precisamente la fe
sirve asimismo para liberar a la razón de los falsos intereses y de los
oscurecimientos de los intereses, y así crear en la doctrina social los modelos
sustanciales para una colaboración política, sobre todo para la superación de
esta división social, antisocial, que por desgracia existe. Queremos trabajar en
este sentido. No sé si la palabra «teología de la liberación», que también puede
interpretarse muy bien, nos ayudaría mucho. Es importante la racionalidad
común a la que la Iglesia ofrece una contribución fundamental y siempre debe
ayudar a la educación de las conciencias, tanto para la vida pública como para
la vida privada.

SI CRISTO NOS CAMBIA, PODREMOS CAMBIAR EL MUNDO


20120324. Discurso. Encuentro con los niños. Guanajuato
Dios quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si
dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros
podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la auténtica felicidad.
Este lugar en el que nos hallamos tiene un nombre que expresa el anhelo
presente en el corazón de todos los pueblos: «la paz», un don que proviene de
lo alto. «La paz esté con ustedes» (Jn 20,21). Son las palabras del Señor
resucitado. Las oímos en cada Misa, y hoy resuenan de nuevo aquí, con la
esperanza de que cada uno se transforme en sembrador y mensajero de esa paz
por la que Cristo entregó su vida.
El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre
instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la
unidad. Él quiere escribir en cada una de sus vidas una historia de amistad.
Ténganlo, pues, como el mejor de sus amigos. Él no se cansará de decirles que
amen siempre a todos y hagan el bien. Esto lo escucharán, si procuran en todo
momento un trato frecuente con él, que les ayudará aun en las situaciones más
difíciles.
267

He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un regalo de


Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes
tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes
puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones.
Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a los
niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar al
futuro con confianza.
Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la ayuda de
Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida cristiano. Participen en la
Misa del domingo, en la catequesis, en algún grupo de apostolado, buscando
lugares de oración, fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos
Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a
Jesús, en tiempos de la primera evangelización de México, descubrieron que
no había tesoro más grande que él. Eran niños como ustedes, y de ellos
podemos aprender que no hay edad para amar y servir.
Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme. En la
oración seguiremos juntos. Los invito, pues, a rezar continuamente, también en
casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en familia. Recen por
todos, también por mí. Yo rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en
el que todos sus hijos vivan con serenidad y armonía.

SANTA CLARA DE ASÍS: UNA CONVERSIÓN AL AMOR


20120401. Carta. VIII centenario conversión de Santa Clara
He sabido con alegría que, en esa diócesis, al igual que entre los
franciscanos y las clarisas de todo el mundo, se está recordando a santa Clara
con un «Año clariano», con ocasión del VIII centenario de su «conversión» y
consagración. Ese acontecimiento, cuya datación oscila entre 1211 y 1212,
completaba, por así decirlo, «en femenino» la gracia que había alcanzado
pocos años antes la comunidad de Asís con la conversión del hijo de Pietro
Bernardone. Y, tal como le había ocurrido a Francisco, también en la decisión
de Clara se escondía el germen de una nueva fraternidad, la Orden clarisa que,
convertida en árbol robusto, en el silencio fecundo de los claustros continúa
esparciendo la buena semilla del Evangelio y sirviendo a la causa del reino de
Dios.
Esta alegre circunstancia me impulsa a volver idealmente a Asís, para
reflexionar con usted, venerado hermano, y con la comunidad a usted
confiada, e, igualmente, con los hijos de san Francisco y las hijas de santa
Clara, sobre el sentido de aquel acontecimiento, que de hecho también interesa
a nuestra generación, y es atractivo sobre todo para los jóvenes, a los cuales se
dirige mi afectuoso pensamiento con ocasión de la Jornada mundial de la
juventud, que este año, según la costumbre, se celebra en las Iglesias
particulares precisamente en este día del domingo de Ramos.
La santa misma, en su Testamento, habla de su elección radical de Cristo
en términos de «conversión» (cf. FF 2825). De este aspecto quiero partir,
como retomando el hilo del discurso desarrollado en referencia a la conversión
de Francisco el 17 de junio de 2007, cuando tuve la alegría de visitar esa
268

diócesis. La historia de la conversión de Clara gira en torno a la fiesta litúrgica


del domingo de Ramos. En efecto, su biógrafo escribe: «Estaba cerca el día
solemne de Ramos, cuando la joven acudió al hombre de Dios para
preguntarle sobre su conversión, cuándo y de qué manera debía actuar. El
padre Francisco le ordenó que el día de la fiesta, elegante y adornada, fuera a
la misa de Ramos en medio de la multitud del pueblo y después, la noche
siguiente, saliendo fuera de la ciudad, convirtiera la alegría mundana en el luto
del domingo de Pasión. Así, cuando llegó el día de domingo, en medio de las
otras damas, la joven, resplandeciente de luz festiva, entró en la iglesia con las
demás. Allí, con digno presentimiento, ocurrió que, mientras los demás corrían
a recibir los ramos, Clara, por vergüenza, permaneció inmóvil y entonces el
obispo, bajando los escalones, llegó hasta ella y le puso el ramo en sus manos»
(Legenda Sanctae Clarae virginis, 7: FF 3168).
Habían pasado alrededor de seis años desde que el joven Francisco había
emprendido el camino de la santidad. En las palabras del Crucifijo de san
Damián —«Ve, Francisco, repara mi casa»—, y en el abrazo a los leprosos,
rostro doliente de Cristo, había encontrado su vocación. De allí había surgido
el gesto liberador del «despojo de sus vestidos» ante la presencia del obispo
Guido. Entre el ídolo del dinero que le propuso su padre terreno, y el amor de
Dios que prometía llenarle el corazón, no había tenido dudas, y con impulso
había exclamado: «De ahora en adelante podré decir libremente: Padre
nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pietro Bernardone» (Vida segunda,
12: FF 597). La decisión de Francisco había desconcertado a la ciudad. Los
primeros años de su nueva vida estuvieron marcados por dificultades,
amarguras e incomprensiones. Pero muchos comenzaron a reflexionar.
También la joven Clara, entonces adolescente, fue tocada por aquel testimonio.
Dotada de un notable sentido religioso, fue conquistada por el «cambio»
existencial de aquel que había sido el «rey de las fiestas». Halló el modo de
encontrarse con él y se dejó implicar por su celo por Cristo. El biógrafo
describe al joven convertido mientras instruye a la nueva discípula: «El padre
Francisco la exhortaba al desprecio del mundo, demostrándole, con palabras
vivas, que la esperanza en este mundo es árida y decepciona, y le infundía en
los oídos la dulce unión de Cristo» (Vita Sanctae Clarae Virginis, 5: FF 3164).
Según el Testamento de santa Clara, antes incluso de recibir a otros
compañeros, Francisco había profetizado el camino de su primera hija
espiritual y de sus hermanas. De hecho, mientras trabajaba para la restauración
de la iglesia de San Damián, donde el Crucifijo le había hablado, había
anunciado que aquel lugar sería habitado por mujeres que glorificarían a Dios
con su santo estilo de vida (cf. FF 2826; Tomás de Celano, Vida segunda, 13:
FF 599). El Crucifijo original se encuentra ahora en la basílica de Santa Clara.
Aquellos grandes ojos de Cristo que habían fascinado a Francisco, se
transformaron en el «espejo» de Clara. No por casualidad el tema del espejo le
resultará muy querido y, en la IV carta a Inés de Praga, escribirá: «Mira cada
día este espejo, oh reina esposa de Jesucristo, y escruta en él continuamente tu
rostro» (FF 2902). En los años en que se encontraba con Francisco para
aprender de él el camino de Dios, Clara era una chica atractiva.
El Poverello de Asís le mostró una belleza superior, que no se mide con el
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espejo de la vanidad, sino que se desarrolla en una vida de amor auténtico, tras
las huellas de Cristo crucificado. ¡Dios es la verdadera belleza! El corazón de
Clara se iluminó con este esplendor, y esto le dio la valentía para dejarse cortar
la cabellera y comenzar una vida penitente. Para ella, al igual que para
Francisco, esta decisión estuvo marcada por muchas dificultades. Aunque
algunos familiares no tardaron en comprenderla, e incluso su madre Ortolana y
dos hermanas la siguieron en su elección de vida, otros reaccionaron de
manera violenta. Su huida de casa, en la noche del domingo de Ramos al
Lunes Santo, fue una aventura. En los días siguientes la buscaron en los
lugares donde Francisco le había preparado un refugio y en vano intentaron,
incluso a la fuerza, hacerla desistir de su propósito.
Clara se había preparado para esta lucha. Y si Francisco era su guía, un
apoyo paterno le venía también del obispo Guido, como sugiere más de un
indicio. Así se explica el gesto del prelado que se acercó a ella para ofrecerle el
ramo, como para bendecir su valiente elección. Sin el apoyo del obispo,
difícilmente se habría podido realizar el proyecto ideado por Francisco y
realizado por Clara, tanto en la consagración que esta hizo de sí misma en la
iglesia de la Porciúncula en presencia de Francisco y de sus hermanos, como
en la hospitalidad que recibió en los días sucesivos en el monasterio de San
Pablo de las Abadesas y en la comunidad de San Ángel en Panzo, antes de la
llegada definitiva a San Damián. Así, la historia de Clara, como la de
Francisco, muestra un rasgo eclesial particular. En ella se encuentran un pastor
iluminado y dos hijos de la Iglesia que se confían a su discernimiento.
Institución y carisma interactúan estupendamente. El amor y la obediencia a la
Iglesia, tan remarcados en la espiritualidad franciscano-clarisa, hunden sus
raíces en esta bella experiencia de la comunidad cristiana de Asís, que no sólo
engendró en la fe a Francisco y a su «plantita», sino que también los
acompañó de la mano por el camino de la santidad.
Francisco había visto bien la razón para sugerir a Clara la huida de casa al
inicio de la Semana Santa. Toda la vida cristiana, y por tanto también la vida
de especial consagración, son un fruto del Misterio pascual y una participación
en la muerte y en la resurrección de Cristo. En la liturgia del domingo de
Ramos dolor y gloria se entrelazan, como un tema que se irá desarrollando
después en los días sucesivos a través de la oscuridad de la Pasión hasta la luz
de la Pascua. Clara, con su elección, revive este Misterio. El día de Ramos
recibe, por decirlo así, su programa. Después entra en el drama de la Pasión,
despojándose de su cabellera, y con ella renunciando por completo a sí misma
para ser esposa de Cristo en la humildad y en la pobreza. Francisco y sus
compañeros ya son su familia. Pronto llegarán hermanas también desde lejos,
pero los primeros brotes, como en el caso de Francisco, despuntarán
precisamente en Asís. Y la santa permanecerá siempre vinculada a su ciudad,
mostrándolo especialmente en algunas circunstancias difíciles, cuando su
oración ahorró a la ciudad de Asís violencia y devastación. Dijo entonces a las
hermanas: «De esta ciudad, queridísimas hijas, hemos recibido cada día
muchos bienes; sería muy injusto que no le prestáramos auxilio como
podemos en el tiempo oportuno» (Legenda Sanctae Clarae Virginis 23: FF
3203).
270

En su significado profundo, la «conversión» de Clara es una conversión al


amor. Ella ya no llevará nunca los vestidos refinados de la nobleza de Asís,
sino la elegancia de un alma que se entrega totalmente a la alabanza de Dios.
En el pequeño espacio del monasterio de San Damián, contemplado con afecto
conyugal en la escuela de Jesús Eucaristía, se irán desarrollando día tras día
los rasgos de una fraternidad regulada por el amor a Dios y por la oración, por
la solicitud y por el servicio. En este contexto de fe profunda y de gran
humanidad Clara se convierte en fiel intérprete del ideal franciscano,
implorando el «privilegio» de la pobreza, o sea, la renuncia a poseer bienes
incluso sólo comunitariamente, que desconcertó durante largo tiempo al
mismo Sumo Pontífice, el cual al final se rindió al heroísmo de su santidad.
¿Cómo no proponer a Clara, junto a Francisco, a la atención de los jóvenes
de hoy? El tiempo que nos separa de la época de estos dos santos no ha
disminuido su atractivo. Al contrario, se puede ver su actualidad si se compara
con las ilusiones y las desilusiones que a menudo marcan la actual condición
juvenil. Nunca un tiempo hizo soñar tanto a los jóvenes, con los miles de
atractivos de una vida en la que todo parece posible y lícito. Y, sin embargo,
¡cuánta insatisfacción existe!, ¡cuántas veces la búsqueda de felicidad, de
realización, termina por desembocar en caminos que llevan a paraísos
artificiales, como los de la droga y de la sensualidad desenfrenada! También la
situación actual con la dificultad para encontrar un trabajo digno y formar una
familia unida y feliz, añade nubes al horizonte. No faltan, sin embargo,
jóvenes que, incluso en nuestros días, recogen la invitación a fiarse de Cristo y
a afrontar con valentía, responsabilidad y esperanza el camino de la vida,
también realizando la elección de dejarlo todo para seguirlo en el servicio total
a él y a los hermanos. La historia de Clara, junto a la de Francisco, es una
invitación a reflexionar sobre el sentido de la existencia y a buscar en Dios el
secreto de la verdadera alegría. Es una prueba concreta de que quien cumple la
voluntad del Señor y confía en él no sólo no pierde nada, sino que encuentra el
verdadero tesoro capaz de dar sentido a todo.

EL NÚCLEO DE TODO: ¿QUIÉN ES PARA NOSOTROS JESÚS?


20120401. Homilía. Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa,
la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida
terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la
cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la
humanidad de todos los tiempos y ofrecer a todos el don de la redención.
Sabemos por los evangelios que Jesús se había encaminado hacia Jerusalén
con los doce, y que poco a poco se había ido sumando a ellos una multitud
creciente de peregrinos. San Marcos nos dice que ya al salir de Jericó había
una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (cf. 10,46).
En la última parte del trayecto se produce un acontecimiento particular, que
aumenta la expectativa sobre lo que está por suceder y hace que la atención se
centre todavía más en Jesús. A lo largo del camino, al salir de Jericó, está
sentado un mendigo ciego, llamado Bartimeo. Apenas oye decir que Jesús de
271

Nazaret está llegando, comienza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten


compasión de mí» (Mc 10,47). Tratan de acallarlo, pero en vano, hasta que
Jesús lo manda llamar y le invita a acercarse. «¿Qué quieres que te haga?», le
pregunta. Y él contesta: «Rabbuní, que vea» (v. 51). Jesús le dice: «Anda, tu fe
te ha salvado». Bartimeo recobró la vista y se puso a seguir a Jesús en el
camino (cf. v. 52). Y he aquí que, tras este signo prodigioso, acompañado por
aquella invocación: «Hijo de David», un estremecimiento de esperanza
atraviesa la multitud, suscitando en muchos una pregunta: ¿Este Jesús que
marchaba delante de ellos a Jerusalén, no sería quizás el Mesías, el nuevo
David? Y, con su ya inminente entrada en la ciudad santa, ¿no habría llegado
tal vez el momento en el que Dios restauraría finalmente el reino de David?
También la preparación del ingreso de Jesús con sus discípulos contribuye
a aumentar esta esperanza. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy
(cf. Mc 11,1-10), Jesús llegó a Jerusalén desde Betfagé y el monte de los
Olivos, es decir, la vía por la que había de venir el Mesías. Desde allí, envía
por delante a dos discípulos, mandándoles que le trajeran un pollino de asna
que encontrarían a lo largo del camino. Encuentran efectivamente el pollino, lo
desatan y lo llevan a Jesús. A este punto, el ánimo de los discípulos y los otros
peregrinos se deja ganar por el entusiasmo: toman sus mantos y los echan
encima del pollino; otros alfombran con ellos el camino de Jesús a medida que
avanza a grupas del asno. Después cortan ramas de los árboles y comienzan a
gritar las palabras del Salmo 118, las antiguas palabras de bendición de los
peregrinos que, en este contexto, se convierten en una proclamación
mesiánica: «¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Bendito
el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (vv. 9-
10). Esta alegría festiva, transmitida por los cuatro evangelistas, es un grito de
bendición, un himno de júbilo: expresa la convicción unánime de que, en
Jesús, Dios ha visitado su pueblo y ha llegado por fin el Mesías deseado. Y
todo el mundo está allí, con creciente expectación por lo que Cristo hará una
vez que entre en su ciudad.
Pero, ¿cuál es el contenido, la resonancia más profunda de este grito de
júbilo? La respuesta está en toda la Escritura, que nos recuerda cómo el Mesías
lleva a cumplimiento la promesa de la bendición de Dios, la promesa
originaria que Dios había hecho a Abraham, el padre de todos los creyentes:
«Haré de ti una gran nación, te bendeciré… y en ti serán benditas todas las
familias de la tierra» (Gn 12,2-3). Es la promesa que Israel siempre había
tenido presente en la oración, especialmente en la oración de los Salmos. Por
eso, el que es aclamado por la muchedumbre como bendito es al mismo
tiempo aquel en el cual será bendecida toda la humanidad. Así, a la luz de
Cristo, la humanidad se reconoce profundamente unida y cubierta por el manto
de la bendición divina, una bendición que todo lo penetra, todo lo sostiene, lo
redime, lo santifica.
Podemos descubrir aquí un primer gran mensaje que nos trae la festividad
de hoy: la invitación a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos
conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el
creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y
amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad.
272

En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que
él ama y sobre la creación, obra de sus manos. En el Libro de la Sabiduría,
leemos: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los
pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no
aborreces nada de lo que hiciste;… Tú eres indulgente con todas las cosas,
porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sb 11,23-24.26).
Volvamos al texto del Evangelio de hoy y preguntémonos: ¿Qué late
realmente en el corazón de los que aclaman a Cristo como Rey de Israel?
Ciertamente tenían su idea del Mesías, una idea de cómo debía actuar el Rey
prometido por los profetas y esperado por tanto tiempo. No es de extrañar que,
pocos días después, la muchedumbre de Jerusalén, en vez de aclamar a Jesús,
gritaran a Pilato: «¡Crucifícalo!». Y que los mismos discípulos, como también
otros que le habían visto y oído, permanecieran mudos y desconcertados. En
efecto, la mayor parte estaban desilusionados por el modo en que Jesús había
decidido presentarse como Mesías y Rey de Israel. Este es precisamente el
núcleo de la fiesta de hoy también para nosotros. ¿Quién es para nosotros
Jesús de Nazaret? ¿Qué idea tenemos del Mesías, qué idea tenemos de Dios?
Esta es una cuestión crucial que no podemos eludir, sobre todo en esta semana
en la que estamos llamados a seguir a nuestro Rey, que elige como trono la
cruz; estamos llamados a seguir a un Mesías que no nos asegura una felicidad
terrena fácil, sino la felicidad del cielo, la eterna bienaventuranza de Dios.
Ahora, hemos de preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas expectativas?
¿Cuáles son los deseos más profundos que nos han traído hoy aquí para
celebrar el Domingo de Ramos e iniciar la Semana Santa?
Queridos jóvenes que os habéis reunido aquí. Esta es de modo particular
vuestra Jornada en todo lugar del mundo donde la Iglesia está presente. Por
eso os saludo con gran afecto. Que el Domingo de Ramos sea para vosotros el
día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la
decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de
vuestra vida de cristianos. Como he querido recordar en el Mensaje a los
jóvenes para esta Jornada – «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4) –, esta es
la decisión que conduce a la verdadera alegría, como sucedió con santa Clara
de Asís que, hace ochocientos años, fascinada por el ejemplo de san Francisco
y de sus primeros compañeros, dejó la casa paterna precisamente el Domingo
de Ramos para consagrarse totalmente al Señor: tenía 18 años, y tuvo el valor
de la fe y del amor de optar por Cristo, encontrando en él la alegría y la paz.
Queridos hermanos y hermanas, que reinen particularmente en este día dos
sentimientos: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en
Jerusalén con su «hosanna»; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa
el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar, nos
entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. Pero a un don tan grande
debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros
mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión
profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros. Los
antiguos Padres de la Iglesia han visto un símbolo de todo esto en el gesto de
la gente que seguía a Jesús en su ingreso a Jerusalén, el gesto de tender los
mantos delante del Señor. Ante Cristo – decían los Padres –, debemos deponer
273

nuestra vida, nuestra persona, en actitud de gratitud y adoración. En


conclusión, escuchemos de nuevo la voz de uno de estos antiguos Padres, la de
san Andrés, obispo de Creta: «Así es como nosotros deberíamos prosternarnos
a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas
inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable,
sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo... Así debemos
ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas... Ofrezcamos ahora al
vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.
Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban,
mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene,
como rey, en nombre del Señor”» (PG 97, 994). Amén.

HABLAD DE CRISTO SIN COMPLEJOS NI TEMORES


20120402. Discurso. Encuentro con jóvenes de Madrid JMJ 2011
Aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia
del Espíritu Santo en la Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones,
y continuamente nos saca a la plaza pública de la historia, como en
Pentecostés, para dar testimonio de las maravillas de Dios. Vosotros estáis
llamados a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a
ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su Reino
de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo
confesáis llevando una vida según el evangelio, con valentía y fidelidad.
Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con él o que es una
empresa que supera sus capacidades y talentos. Pero no es así. En esta
aventura nadie sobra. Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el
Señor y cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que él ha
querido proponeros para vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve
conquistado por el fuego de su mirada, ningún sacrificio parece ya grande para
seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así hicieron siempre los santos
extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor, transformando el
mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios es
glorificado y sus hijos bendecidos.
Queridos jóvenes, como aquellos apóstoles de la primera hora, sed también
vosotros misioneros de Cristo entre vuestros familiares, amigos y conocidos,
en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los pobres y enfermos.
tHablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El
mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened
un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza vuestros anhelos y
aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas que veáis carentes
de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días, deseo
exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os
rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y
con su Iglesia.

LAS VOCACIONES, DON DE LA CARIDAD DE DIOS


20111018. Mensaje. Jornada Mundial Vocaciones 2012.Abril 29
274

La fuente de todo don perfecto es Dios Amor -Deus caritas


est-: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1
Jn 4,16). La Sagrada Escritura narra la historia de este vínculo originario entre
Dios y la humanidad, que precede a la misma creación. San Pablo, escribiendo
a los cristianos de la ciudad de Éfeso, eleva un himno de gratitud y alabanza al
Padre, el cual con infinita benevolencia dispone a lo largo de los siglos la
realización de su plan universal de salvación, que es un designio de amor. En
el Hijo Jesús –afirma el Apóstol– «nos eligió antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el
amor» (Ef 1,4). Somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la
existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, él nos “creó de
la nada” (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él.
Lleno de gran estupor ante la obra de la providencia de Dios, el Salmista
exclama: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas
que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano,
para que te cuides de él?» (Sal 8,4-5). La verdad profunda de nuestra
existencia está, pues, encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en
particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de
amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de
esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo.
En una célebre página de las Confesiones, san Agustín expresa con gran
intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había
estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para
ser transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te
amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y,
deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú
estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas
cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y
quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento
hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti» (X,
27,38). Con estas imágenes, el Santo de Hipona intentaba describir el misterio
inefable del encuentro con Dios, con su amor que transforma toda la
existencia.
Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama
durante el camino de la vida y tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios.
Refiriéndose en concreto al ministerio sacerdotal, mi predecesor, el beato Juan
Pablo II, afirmaba que «todo gesto ministerial, a la vez que lleva a amar y
servir a la Iglesia, ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a
Jesucristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia; en un amor que se configura
siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en
Cristo» (Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 25). En efecto, toda vocación
específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es
quien da el “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular
que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor
«derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5).
275

En todo momento, en el origen de la llamada divina está la iniciativa del


amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Como
escribí en mi primera encíclica Deus caritas est, «de hecho, Dios es visible de
muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a
nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el
Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las
grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el
caminar de la Iglesia naciente. El Señor tampoco ha estado ausente en la
historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a nuestro encuentro a través de
los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los Sacramentos,
especialmente la Eucaristía» (n. 17).
El amor de Dios permanece para siempre, es fiel a sí mismo, a la «palabra
dada por mil generaciones» (Sal 105,8). Es preciso por tanto volver a anunciar,
especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor
divino, que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que
nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles.
Queridos hermanos y hermanas, tenemos que abrir nuestra vida a este
amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre
(cf. Mt 5,48). La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar
“como” lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de
sí mismo fiel y fecundo. San Juan de la Cruz, respondiendo a la priora del
monasterio de Segovia, apenada por la dramática situación de suspensión en la
que se encontraba el santo en aquellos años, la invita a actuar de acuerdo con
Dios: «No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y donde no hay
amor, ponga amor, y sacará amor» (Epistolario, 26).
En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de
este amor, nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial
mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos,
especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se
aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor (cf. Mt 25,31-46). Para expresar
el vínculo indisoluble que media entre estos “dos amores” –el amor a Dios y
el amor al prójimo– que brotan de la misma fuente divina y a ella se orientan,
el Papa san Gregorio Magno se sirve del ejemplo de la planta pequeña: «En el
terreno de nuestro corazón, [Dios] ha plantado primero la raíz del amor a él y
luego se ha desarrollado, como copa, el amor fraterno» (Moralium Libri, sive
expositio in Librum B. Job, Lib. VII, cap. 24, 28; PL 75, 780 D).
Estas dos expresiones del único amor divino han de ser vividas con
especial intensidad y pureza de corazón por quienes se han decidido a
emprender un camino de discernimiento vocacional en el ministerio sacerdotal
y la vida consagrada; constituyen su elemento determinante. En efecto, el
amor a Dios, del que los presbíteros y los religiosos se convierten en imágenes
visibles –aunque siempre imperfectas– es la motivación de la respuesta a la
llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiteral
o la profesión de los consejos evangélicos. La fuerza de la respuesta de san
Pedro al divino Maestro: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15), es el secreto de
una existencia entregada y vivida en plenitud y, por esto, llena de profunda
alegría.
276

La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia
los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del
sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la
gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados,
especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser
parte fundamental de su horizonte afectivo. A este respecto, al Santo Cura de
Ars le gustaba repetir: «El sacerdote no es sacerdote para sí mismo; lo es para
vosotros» (Le curé d’Ars. Sa pensée – Son cœur, Foi Vivante, 1966, p. 100).
Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos,
consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os
dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva
solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales,
las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de
una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se
creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos
“sí”, en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios.
Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un
camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a
través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración
personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada
divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que
la Eucaristía sea el “centro vital” de todo camino vocacional: es aquí donde el
amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y
es aquí donde aprendemos una y otra vez a vivir la «gran medida» del amor de
Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la
belleza de una vida totalmente gastada por el Reino.
Deseo que las Iglesias locales, en todos sus estamentos, sean un “lugar” de
discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los
jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual. De esta manera, la
comunidad cristiana se convierte ella misma en manifestación de la caridad de
Dios que custodia en sí toda llamada. Esa dinámica, que responde a las
instancias del mandamiento nuevo de Jesús, se puede llevar a cabo de manera
elocuente y singular en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del
amor de Cristo que se entregó a sí mismo por su Iglesia (cf. Ef 5,32). En las
familias, «comunidad de vida y de amor» (Gaudium et spes, 48), las nuevas
generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo.
Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana
y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la
vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris
consortio,53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la
belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y
todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se
multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la
Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la
Santísima Trinidad.
Con estos deseos, imparto de corazón la Bendición Apostólica a vosotros,
Venerables Hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los diáconos, a los
277

religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos, en particular a los jóvenes
que con corazón dócil se ponen a la escucha de la voz de Dios, dispuestos a
acogerla con adhesión generosa y fiel.

LOS JÓVENES TIENEN DERECHO A CONOCER LA BELLEZA DE LA


FE
20120505. Discurso. Obispos USA en visita ad limina
No es exagerado afirmar que proporcionar a los jóvenes una sólida
educación en la fe representa el desafío interno más urgente que debe afrontar
la comunidad católica en vuestro país. El depósito de la fe es un tesoro
inestimable que cada generación debe transmitir a la sucesiva, conquistando
corazones para Jesucristo y formando las mentes en el conocimiento, en la
comprensión y en el amor a su Iglesia. Es gratificante constatar cómo también
en nuestros días la visión cristiana, presentada en su amplitud e integridad, se
demuestra inmensamente atractiva para la imaginación, el idealismo y las
aspiraciones de los jóvenes, que tienen derecho a conocer la fe en toda su
belleza, su riqueza intelectual y sus exigencias radicales.
Aquí quiero simplemente proponer algunos puntos que espero sean útiles
para vuestro discernimiento al afrontar este desafío.
Ante todo, como sabemos, la tarea fundamental de una educación auténtica
en todos los niveles no consiste meramente en transmitir conocimientos,
aunque eso sea esencial, sino también en formar los corazones. Existe la
necesidad constante de conjugar el rigor intelectual al comunicar de modo
eficaz, atractivo e integral la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de
los jóvenes en el amor a Dios, en la práctica de la moral cristiana y en la vida
sacramental y, además, en el cultivo de la oración personal y litúrgica.
De ahí se sigue que la cuestión de la identidad católica, también a nivel
universitario, implica mucho más que la enseñanza de la religión o la mera
presencia de una capellanía en el campus. Con demasiada frecuencia, al
parecer, las escuelas y las universidades católicas no han logrado impulsar a
los estudiantes a reapropiarse de su fe como parte de los estimulantes
descubrimientos intelectuales que caracterizan la experiencia de la educación
superior. El hecho de que muchos nuevos estudiantes se encuentran separados
de su familia, de su escuela y de los sistemas de apoyo comunitarios que antes
facilitaban la transmisión de la fe, debería impulsar constantemente a las
instituciones educativas católicas a crear redes de apoyo nuevas y eficaces. En
todos los aspectos de su educación, a los estudiantes se los debe alentar a
articular una visión de la armonía entre fe y razón capaz de guiar una búsqueda
del conocimiento y de la virtud que dure toda la vida. Como siempre, en este
proceso desempeñan un papel esencial los profesores que estimulan a otros
con su amor evidente a Cristo, su testimonio de sólida devoción y su
compromiso por la sapientia christiana que integra la fe y la vida, la pasión
intelectual y el aprecio por el esplendor de la verdad, tanto divina como
humana.
De hecho, la fe, por su misma naturaleza, exige una conversión constante e
integral a la plenitud de la verdad revelada en Cristo. Él es el Logos creador,
278

en el que todas las cosas han sido creadas y en el que todas las realidades
subsisten (cf. Col 1, 17); es el nuevo Adán, que revela la verdad última sobre
el hombre y sobre el mundo en el que vivimos. En un tiempo, semejante al
nuestro, de grandes cambios culturales y de transformaciones sociales, san
Agustín indicaba esta relación intrínseca entre fe y empresa intelectual humana
recurriendo a Platón, el cual afirmaba que, según él, «amar la sabiduría es
amar a Dios» (De Civitate Dei, VIII, 8). El compromiso cristiano en favor del
aprendizaje, que hizo nacer las universidades medievales, se fundaba en esta
convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad,
también es la fuente del deseo ardiente del intelecto de conocer y del deseo de
la voluntad de realizarse en el amor.
Sólo en esta luz podemos apreciar la contribución peculiar de la educación
católica, que realiza una «diakonía de la verdad» inspirada por una caridad
intelectual consciente de que guiar a los demás hacia la verdad es, en el fondo,
un acto de amor (cf. Discurso a los educadores católicos,Washington, 17 de
abril de 2008). El hecho de que la fe reconozca la unidad esencial de todo
conocimiento constituye un baluarte contra la alienación y la fragmentación
que se producen cuando el uso de la razón se separa de la búsqueda de la
verdad y de la virtud; en este sentido, las instituciones católicas desempeñan
un papel específico para ayudar a superar la crisis actual de las universidades.
Sólidamente arraigados en esta visión de la interrelación intrínseca entre fe,
razón y búsqueda de la excelencia humana, todo intelectual cristiano y todas
las instituciones educativas de la Iglesia deben estar convencidos, y deseosos
de convencer a otros, de que ningún aspecto de la realidad permanece ajeno o
no tocado por el misterio de la redención y por el dominio del Señor resucitado
sobre toda la creación.
Durante mi visita pastoral a Estados Unidos hablé de la necesidad que tiene
la Iglesia estadounidense de cultivar «un modo de pensar, una “cultura”
intelectual que sea auténticamente católica» (Homilía en el Nationals Stadium
de Washington, 17 de abril de 2008: L’Osservatore Romano, edición en lengua
española, 25 de abril de 2008, p. 5). Asumir esta tarea conlleva ciertamente
una renovación de la apologética y un énfasis en los rasgos distintivos
católicos; pero, en última instancia, debe orientarse a proclamar la verdad
liberadora de Cristo y a fomentar un diálogo y una cooperación más amplios
para construir una sociedad cada vez más sólidamente arraigada en un
humanismo auténtico, inspirado por el Evangelio y fiel a los valores más altos
de la herencia cívica y cultural estadounidense. En el momento actual de la
historia de vuestra nación, este es el desafío y la oportunidad que espera a toda
la comunidad católica y que las instituciones educativas de la Iglesia deberían
ser las primeras en reconocer y abrazar.

¿QUÉ SIGNIFICA SER ADULTOS EN LA FE?


20120526. Discurso. Reunión de la Renovación en el Espíritu
Me alegra encontrarme con vosotros en la víspera de Pentecostés, fiesta
fundamental para la Iglesia y tan significativa para vuestro movimiento, y os
exhorto a acoger el amor de Dios que se comunica a nosotros mediante el don
279

del Espíritu Santo, principio unificador de la Iglesia. En estas décadas —


cuarenta años— os habéis esforzado por dar vuestra aportación específica a la
extensión del reino de Dios y a la edificación de la comunidad cristiana,
alimentando la comunión con el Sucesor de Pedro, con los pastores y con toda
la Iglesia. De varias maneras habéis afirmado la primacía de Dios, a quien se
dirige siempre y sumamente nuestra adoración. Y habéis procurado proponer
esta experiencia a las nuevas generaciones, mostrando la alegría de la vida
nueva en el Espíritu a través de una amplia obra de formación y múltiples
actividades vinculadas a la nueva evangelización y a la missio ad gentes.
Vuestra obra apostólica ha contribuido así al crecimiento de la vida espiritual
en el tejido eclesial y social italiano mediante caminos de conversión que han
llevado a muchas personas a sanarse en profundidad por el amor de Dios, y a
muchas familias a superar momentos de crisis. En vuestros grupos no han
faltado jóvenes que generosamente han respondido a la vocación de especial
consagración a Dios en el sacerdocio o en la vida consagrada. Por todo ello os
doy gracias a vosotros y al Señor.
Queridos amigos, seguid testimoniando la alegría de la fe en Cristo, la
belleza de ser discípulos de Jesús, el poder del amor que su Evangelio difunde
en la historia, así como la incomparable gracia que cada creyente puede
experimentar en la Iglesia con la práctica santificante de los sacramentos y el
ejercicio humilde y desinteresado de los carismas, que, como dice san Pablo,
se han de utilizar siempre para el bien común. No cedáis a la tentación de la
mediocridad y de la rutina. Cultivad en el alma deseos elevados y generosos.
Haced vuestros los pensamientos, los sentimientos y las acciones de Jesús. Sí,
el Señor llama a cada uno de vosotros a ser colaborador infatigable de su
proyecto de salvación que cambia los corazones; os necesita también a
vosotros para hacer de vuestras familias, de vuestras comunidades y de
vuestras ciudades lugares de amor y de esperanza.
En la sociedad actual vivimos una situación en ciertos aspectos precaria,
caracterizada por la inseguridad y la fragmentación de las opciones. A menudo
faltan puntos de referencia válidos en los que inspirar la propia existencia. Por
lo tanto, se hace cada vez más importante construir el edificio de la vida y el
conjunto de las relaciones sociales sobre la roca firme de la Palabra de Dios,
dejándose guiar por el Magisterio de la Iglesia. Se comprende cada vez más el
valor determinante de la afirmación de Jesús, que dice: «El que escucha estas
palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que
edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los
vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba
cimentada sobre roca» (Mt 7, 24-25).
El Señor está con nosotros, actúa con la fuerza de su Espíritu. Nos invita a
crecer en la confianza y en el abandono a su voluntad, en la fidelidad a nuestra
vocación y en el compromiso de ser adultos en la fe, en la esperanza y en la
caridad. Adulto, según el Evangelio, no es quien no está sometido a nadie y no
necesita de nadie. Adulto, o sea, maduro y responsable, puede ser sólo quien se
hace pequeño, humilde y siervo ante Dios, y quien no sigue simplemente los
vientos del tiempo. Por ello, es necesario formar las conciencias a la luz de la
Palabra de Dios, y dar así firmeza y madurez verdadera; Palabra de Dios de la
280

que obtiene sentido e impulso todo proyecto eclesial y humano, también en lo


relativo a la edificación de la ciudad terrena (cf. Sal 127, 1). Es necesario
renovar el alma de las instituciones y fecundar la historia con semillas de vida
nueva.
Actualmente los creyentes están llamados a un testimonio de fe
convencido, sincero y creíble, íntimamente unido al compromiso de la caridad.
A través de la caridad, de hecho, incluso personas lejanas o indiferentes al
mensaje del Evangelio logran acercarse a la verdad y convertirse al amor
misericordioso del Padre celestial. Al respecto expreso satisfacción por cuanto
hacéis por difundir una «cultura de Pentecostés» en los ambientes sociales,
proponiendo una animación espiritual con iniciativas a favor de quienes sufren
situaciones de malestar y marginación.
Queridos amigos de la Renovación en el Espíritu Santo, no os canséis de
dirigiros al cielo: el mundo tiene necesidad de oración. Hacen falta hombres y
mujeres que sientan la atracción del cielo en su vida, que hagan de la alabanza
al Señor un estilo de vida nueva. Y sed cristianos alegres. Os encomiendo a
todos a María santísima, presente en el Cenáculo en el acontecimiento de
Pentecostés. Perseverad con ella en la oración, caminad guiados por la luz del
Espíritu Santo viviendo y proclamando el anuncio de Cristo.

EN LA FAMILIA SE APRENDE A NO PONERSE EN EL CENTRO


20120601. Discurso. Concierto. La Scala. Milán. EMF 2012
Es en la familia donde se experimenta por primera vez que la persona
humana no ha sido creada para vivir encerrada en sí misma, sino en relación
con los demás; es en la familia donde se comprende cómo la propia realización
no se logra poniéndose en el centro, guiados por el egoísmo, sino
entregándose; es en la familia donde se comienza a encender en el corazón la
luz de la paz para que ilumine nuestro mundo.

EL GRAN DON DE LA CONFIRMACIÓN


20120602. Discurso. Encuentro confirmandos. Milán. EMF 2012
Vosotros, queridos muchachos, os estáis preparando para recibir el
sacramento de la Confirmación, o lo habéis recibido recientemente. Sé que
habéis realizado un buen itinerario formativo, llamado este año «El
espectáculo del Espíritu». Ayudados por este itinerario, con varias etapas,
habéis aprendido a reconocer las cosas estupendas que el Espíritu Santo ha
hecho y hace en vuestra vida y en todos los que dicen «sí» al Evangelio de
Jesucristo. Habéis descubierto el gran valor del Bautismo, el primero de los
sacramentos, la puerta de entrada a la vida cristiana. Vosotros lo habéis
recibido gracias a vuestros padres, que juntamente con los padrinos, en vuestro
nombre, profesaron el Credo y se comprometieron a educaros en la fe. Esta fue
para vosotros —al igual que para mí, hace mucho tiempo— una gracia
inmensa. Desde aquel momento, renacidos por el agua y por el Espíritu Santo,
habéis entrado a formar parte de la familia de los hijos de Dios, habéis llegado
a ser cristianos, miembros de la Iglesia.
281

Ahora habéis crecido, y vosotros mismos podéis decir vuestro personal


«sí» a Dios, un «sí» libre y consciente. El sacramento de la Confirmación
refuerza el Bautismo y derrama el Espíritu Santo en abundancia sobre
vosotros. Ahora vosotros mismos, llenos de gratitud, tenéis la posibilidad de
acoger sus grandes dones, que os ayudan, en el camino de la vida, a ser
testigos fieles y valientes de Jesús. Los dones del Espíritu son realidades
estupendas, que os permiten formaros como cristianos, vivir el Evangelio y ser
miembros activos de la comunidad. Recuerdo brevemente estos dones, de los
que ya nos habla el profeta Isaías y luego Jesús:
El primer don es la sabiduría, que os hace descubrir cuán bueno y grande
es el Señor y, como lo dice la palabra, hace que vuestra vida esté llena de
sabor, para que, como decía Jesús, seáis «sal de la tierra».
Luego el don de entendimiento, para que comprendáis a fondo la Palabra
de Dios y la verdad de la fe.
Después viene el don de consejo, que os guiará a descubrir el proyecto de
Dios para vuestra vida, para la vida de cada uno de vosotros.
Sigue el don de fortaleza, para vencer las tentaciones del mal y hacer
siempre el bien, incluso cuando cuesta sacrificio.
Luego el don de ciencia, no ciencia en el sentido técnico, como se enseña
en la Universidad, sino ciencia en el sentido más profundo, que enseña a
encontrar en la creación los signos, las huellas de Dios, a comprender que Dios
habla en todo tiempo y me habla a mí, y a animar con el Evangelio el trabajo
de cada día; a comprender que hay una profundidad y comprender esta
profundidad, y así dar sentido al trabajo, también al que resulta difícil.
Otro don es el de piedad, que mantiene viva en el corazón la llama del
amor a nuestro Padre que está en el cielo, para que oremos a él cada día con
confianza y ternura de hijos amados; para no olvidar la realidad fundamental
del mundo y de mi vida: que Dios existe, y que Dios me conoce y espera mi
respuesta a su proyecto.
Y, por último, el séptimo don es el temor de Dios —antes hablamos del
miedo—; temor de Dios no indica miedo, sino sentir hacia él un profundo
respeto, el respeto de la voluntad de Dios que es el verdadero designio de mi
vida y es el camino a través del cual la vida personal y comunitaria puede ser
buena; y hoy, con todas las crisis que hay en el mundo, vemos la importancia
de que cada uno respete esta voluntad de Dios grabada en nuestro corazón y
según la cual debemos vivir; y así este temor de Dios es deseo de hacer el
bien, de vivir en la verdad, de cumplir la voluntad de Dios.
Queridos muchachos y muchachas, toda la vida cristiana es un camino, es
como recorrer una senda que sube a un monte —por tanto, no siempre es fácil,
pero subir a un monte es una experiencia bellísima— en compañía de Jesús.
Con estos dones preciosos vuestra amistad con él será aún más verdadera y
más íntima. Esa amistad se alimenta continuamente con el sacramento de la
Eucaristía, en el que recibimos su Cuerpo y su Sangre. Por eso os invito a
participar siempre con alegría y fidelidad en la misa dominical, cuando toda la
comunidad se reúne para orar juntamente, para escuchar la Palabra de Dios y
participar en el Sacrificio eucarístico. Y acudid también al sacramento de la
Penitencia, a la Confesión: es un encuentro con Jesús, que perdona nuestros
282

pecados y nos ayuda a hacer el bien. Recibir el don, recomenzar de nuevo es


un gran don en la vida, saber que soy libre, que puedo recomenzar, que todo
está perdonado. Que no falte, además, vuestra oración personal de cada día.
Aprended a dialogar con el Señor, habladle con confianza, contadle vuestras
alegrías y preocupaciones, y pedidle luz y apoyo para vuestro camino.
Queridos amigos, vosotros sois afortunados porque en vuestras parroquias
hay oratorios, un gran don de la diócesis de Milán. El oratorio, como lo dice la
palabra, es un lugar donde se ora, pero también donde se está en grupo con la
alegría de la fe, se recibe catequesis, se juega, se organizan actividades de
servicio y de otro tipo; yo diría: se aprende a vivir. Frecuentad asiduamente
vuestro oratorio, para madurar cada vez más en el conocimiento y en el
seguimiento del Señor. Estos siete dones del Espíritu Santo crecen
precisamente en esta comunidad donde se ejercita la vida en la verdad, con
Dios. En la familia obedeced a vuestros padres, escuchad las indicaciones que
os dan, para crecer como Jesús «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres» (Lc 2, 52). Por último, no seáis perezosos, sino
muchachos y jóvenes comprometidos, especialmente en el estudio, con vistas a
la vida futura: es vuestro deber diario y es una gran oportunidad que tenéis
para crecer y para preparar el futuro. Estad disponibles y sed generosos con los
demás, venciendo la tentación de poneros vosotros mismos en el centro,
porque el egoísmo es enemigo de la verdadera alegría. Si gustáis ahora la
belleza de formar parte de la comunidad de Jesús, podréis también vosotros
dar vuestra contribución para hacerla crecer y sabréis invitar a los demás a
formar parte de ella. Permitidme asimismo deciros que el Señor cada día,
también hoy, aquí, os llama a cosas grandes. Estad abiertos a lo que os sugiere
y, si os llama a seguirlo por la senda del sacerdocio o de la vida consagrada, no
le digáis no. Sería una pereza equivocada. Jesús os colmará el corazón durante
toda la vida.
Queridos muchachos, queridas muchachas, os digo con fuerza: tended a
altos ideales: todos, no sólo algunos, pueden llegar a una alta medida. Sed
santos. Pero, ¿es posible ser santos a vuestra edad? Os respondo: ¡ciertamente!
Lo dice también san Ambrosio, gran santo de vuestra ciudad, en una de sus
obras, donde escribe: «Toda edad es madura para Cristo» (De virginitate, 40).
Y sobre todo lo demuestra el testimonio de numerosos santos coetáneos
vuestros, como Domingo Savio o María Goretti. La santidad es la senda
normal del cristiano: no está reservada a unos pocos elegidos, sino que está
abierta a todos. Naturalmente, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, que no
nos faltará si extendemos nuestras manos y abrimos nuestro corazón; y con la
guía de nuestra Madre. ¿Quién es nuestra Madre? Es la Madre de Jesús, María.
A ella Jesús nos encomendó a todos, antes de morir en la cruz. Que la Virgen
María custodie siempre la belleza de vuestro «sí» a Jesús, su Hijo, el gran y
fiel Amigo de vuestra vida. Así sea.

CUALIDADES DEL GOBERNANTE SEGÚN SAN AMBROSIO


20120602. Discurso. Autoridades. Milán.
283

En su comentario al Evangelio de san Lucas, san Ambrosio recuerda que


«la institución del poder deriva tan bien de Dios, que quien lo ejerce es él
mismo ministro de Dios» (Expositio Evangelii secundum Lucam, IV, 29). Esas
palabras podrían parecer extrañas a los hombres del tercer milenio, pero
indican claramente una verdad central sobre la persona humana, que es
fundamento sólido de la convivencia social: ningún poder del hombre puede
considerarse divino; por tanto, ningún hombre es amo de otro hombre. San
Ambrosio lo recordará con valentía al emperador, escribiéndole: «También tú,
oh augusto emperador, eres un hombre» (Epistula 51, 11).
De la enseñanza de san Ambrosio podemos sacar otro elemento. La
primera cualidad de quien gobierna es la justicia, virtud pública por
excelencia, porque atañe al bien de toda la comunidad. Sin embargo, la justicia
no basta. San Ambrosio la acompaña con otra cualidad: el amor a la libertad,
que él considera elemento decisivo para distinguir a los buenos gobernantes de
los malos, pues, como se lee en otra de sus cartas, «los buenos aman la
libertad, y los malos aman la esclavitud» (Epistula 40, 2). La libertad no es un
privilegio para algunos, sino un derecho de todos, un valioso derecho que el
poder civil debe garantizar. Con todo, la libertad no significa arbitrio del
individuo; más bien, implica la responsabilidad de cada uno. Aquí se encuentra
uno de los principales elementos de la laicidad del Estado: asegurar la libertad
para que todos puedan proponer su visión de la vida común, pero siempre en el
respeto de los demás y en el contexto de las leyes que miran al bien de todos.
Por otra parte, en la medida en que se supera la concepción de un Estado
confesional, resulta claro, en cualquier caso, que sus leyes deben encontrar
justificación y fuerza en la ley natural, que es fundamento de un orden
adecuado a la dignidad de la persona humana, superando una concepción
meramente positivista, de la que no pueden derivar indicaciones que sean, de
algún modo, de carácter ético (cf. Discurso al Parlamento alemán, 22 de
septiembre de 2011). El Estado está al servicio y para la protección de la
persona y de su «bien estar» en sus múltiples aspectos, comenzando por el
derecho a la vida, cuya supresión deliberada nunca se puede permitir. Así pues,
cada uno puede ver cómo la legislación y la obra de las instituciones estatales
deben estar, en particular, al servicio de la familia, fundada en el matrimonio y
abierta a la vida; y además deben reconocer el derecho primario de los padres
a la libre educación y formación de los hijos, según el proyecto educativo que
ellos juzguen válido y pertinente. No se hace justicia a la familia si el Estado
no sostiene la libertad de educación para el bien común de toda la sociedad.
Teniendo en cuenta que el Estado existe para los ciudadanos resulta muy
valiosa una colaboración constructiva con la Iglesia, sin duda no por una
confusión de las finalidades y de las funciones diversas y distintas del poder
civil y de la Iglesia misma, sino por la aportación que ella ha dado y todavía
puede dar a la sociedad con su experiencia, su doctrina, su tradición, sus
instituciones y sus obras, con las que se ha puesto al servicio del pueblo. Basta
pensar en la espléndida legión de los santos de la caridad, de la escuela y de la
cultura, del cuidado de los enfermos y los marginados, a los que se sirve y se
ama como se sirve y se ama al Señor. Esta tradición sigue dando frutos: la
laboriosidad de los cristianos lombardos en esos ambientes es muy viva y tal
284

vez aún más significativa que en el pasado. Las comunidades cristianas


promueven estas actividades no tanto como suplencia, cuanto como
sobreabundancia gratuita de la caridad de Cristo y de la experiencia
totalizadora de su fe. El tiempo de crisis que estamos atravesando, además de
valientes decisiones técnico-políticas, necesita gratuidad, como recordé: «La
“ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y
deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y
de comunión» (Caritas in veritate, 6).
Podemos recoger una última y valiosa invitación de san Ambrosio, cuya
figura solemne y amonestadora está tejida en el estandarte de la ciudad de
Milán. A quienes quieren colaborar en el gobierno y en la administración
pública san Ambrosio les pide que se hagan amar. En la obra De
officiis afirma: «Lo que hace el amor, no podrá nunca hacerlo el miedo. Nada
es tan útil como hacerse amar» (II, 29). Por otra parte, la razón que a su vez
mueve y estimula vuestra activa y laboriosa presencia en los distintos ámbitos
de la vida pública no puede menos de ser la voluntad de dedicaros al bien de
los ciudadanos, y, por tanto, una expresión clara y un signo evidente de amor.
Así, la política se ennoblece profundamente, convirtiéndose en una forma
elevada de caridad.

INTERROGANTES DE LAS FAMILIAS SOBRE LA FAMILIA


20120602. Discurso. Fiesta de los testimonios. Milán. EMF 2012
1. CAT TIEN (niña de Vietnam): Hola, Papa. Soy Cat Tien, vengo de
Vietnam. Tengo siete años y te quiero presentar a mi familia. Él es mi papá,
Dan, y mi mamá se llama Tao, y este es mi hermanito Binh. Me gustaría
mucho saber algo de tu familia y de cuando eras pequeño como yo...
SANTO PADRE: Gracias a ti, querida, y a los padres: gracias de corazón.
Así que has preguntado cómo son los recuerdos de mi familia: ¡serían tantos!
Quisiera decir sólo alguna cosa. Para nosotros, el punto esencial para la familia
era siempre el domingo, pero el domingo comenzaba ya el sábado por la tarde.
El padre nos contaba las lecturas, las lecturas del domingo, tomadas de un
libro muy difundido en aquel tiempo en Alemania, en el que también se
explicaban los textos. Así comenzaba el domingo: entrábamos ya en la liturgia,
en una atmósfera de alegría. Al día siguiente íbamos a Misa. Mi casa está cerca
de Salzburgo y, por tanto, teníamos mucha música – Mozart, Schubert, Haydn
– y, cuando empezaba el Kyrie, era como si se abriera el cielo. Y,
naturalmente, luego, en casa, era muy importante una buena comida todos
juntos. Además, cantábamos mucho: mi hermano es un gran músico, ya de
chico hacía composiciones para todos nosotros y, así, toda la familia cantaba.
El papá tocaba la cítara y cantaba; son momentos inolvidables. Naturalmente,
luego hemos hecho viajes juntos, paseos; estábamos cerca de un bosque, así
que caminar por los bosques era algo muy bonito: aventuras, juegos, etc. En
una palabra, éramos un solo corazón y un alma sola, con tantas experiencias
comunes, incluso en tiempos muy difíciles, porque eran los años de la guerra,
antes de la dictadura, y después de la pobreza. Pero este amor recíproco que
había entre nosotros, esta alegría aun por cosas simples era grande y así se
285

podían superar y soportar también las dificultades. Me parece que esto es muy
importante: que también las pequeñas cosas hayan dado alegría, porque así se
expresaba el corazón del otro. De este modo, hemos crecido en la certeza de
que es bueno ser hombre, porque veíamos que la bondad de Dios se reflejaba
en los padres y en los hermanos. Y, a decir verdad, cuando trato de imaginar
un poco cómo será en el Paraíso, se me parece siempre al tiempo de mi
juventud, de mi infancia. Así, en este contexto de confianza, de alegría y de
amor, éramos felices, y pienso que en el Paraíso debería ser similar a como era
en mi juventud. En este sentido, espero ir «a casa», yendo hacia la «otra parte
del mundo».

2. SERGE RAZAFINBONY Y FARA ANDRIANOMBONANA, (Pareja


de novios de Madagascar):
SERGE: Santidad, somos Fara y Serge, y venimos de Madagascar. Nos
hemos conocido en Florencia, donde estamos estudiando, yo ingeniería y ella
economía. Somos novios desde hace cuatro años y soñamos volver a nuestro
país en cuanto terminemos los estudios para dar una mano a nuestra gente,
también mediante nuestra profesión.
FARA: Los modelos familiares que predominan en Occidente no nos
convencen, pero somos conscientes de que también muchos tradicionalismos
de nuestra África deban ser de algún modo superados. Nos sentimos hechos el
uno para el otro; por eso queremos casarnos y construir un futuro juntos.
También queremos que cada aspecto de nuestra vida esté orientado por los
valores del Evangelio. Pero hablando de matrimonio, Santidad, hay una
palabra que, más que ninguna otra, nos atrae y al mismo tiempo nos asusta:
el «para siempre»...
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio. Mi oración
os acompaña en este camino de noviazgo y espero que podáis crear, con los
valores del Evangelio, una familia «para siempre». Usted ha aludido a diversos
tipos de matrimonio: conocemos el «mariage coutumier» de África y el
matrimonio occidental. A decir verdad, también en Europa había otro modelo
de matrimonio dominante hasta el s. XIX, como ahora: a menudo, el
matrimonio era en realidad un contrato entre clanes, con el cual se traba de
conservar el clan, de abrir el futuro, de defender las propiedades, etc. Se
buscaba a uno para el otro por parte del clan, esperando que fueran idóneos
uno para otro. Así sucedía en parte también en nuestros países. Yo me acuerdo
que, en un pequeño pueblo en el que iba al colegio, en buena parte se hacía
todavía así. Pero luego, desde el s. XIX, viene la emancipación del individuo,
de la persona, y el matrimonio no se basa en la voluntad de otros, sino en la
propia elección; comienza con el enamoramiento, se convierte luego en
noviazgo y finalmente en matrimonio. En aquel tiempo, todos estábamos
convencidos de que ese era el único modelo justo y de que el amor garantizaba
de por sí el «siempre», puesto que el amor es absoluto y quiere todo, también
la totalidad del tiempo: es «para siempre». Desafortunadamente, la realidad no
era así: se ve que el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo,
como lo es también el sentimiento: no permanece por siempre. Por tanto, se ve
que el paso del enamoramiento al noviazgo y luego al matrimonio exige
286

diferentes decisiones, experiencias interiores. Como he dicho, es bello este


sentimiento de amor, pero debe ser purificado, ha de seguir un camino de
discernimiento, es decir, tiene que entrar también la razón y la voluntad; han
de unirse razón, sentimiento y voluntad. En el rito del matrimonio, la Iglesia
no dice: «¿Estás enamorado?», sino «¿quieres?», «¿estás decidido?». Es decir,
el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la
razón en un camino de purificación, de mayor hondura, que es el noviazgo, de
modo que todo el hombre, con todas sus capacidades, con el discernimiento de
la razón y la fuerza de voluntad, dice realmente: «Sí, esta es mi vida». Yo
pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer vino es muy bueno: es el
enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es
decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser
realmente «segundo vino» es más bueno, mejor que el primero. Y esto es lo
que hemos de buscar. Y aquí es importante también que el yo no esté aislado,
el yo y el tú, sino que se vea implicada también la comunidad de la parroquia,
la Iglesia, los amigos. Es muy importante esto, toda la personalización justa, la
comunión de vida con otros, con familias que se apoyan una a otra; y sólo así,
en esta implicación de la comunidad, de los amigos, de la Iglesia, de la fe, de
Dios mismo, crece un vino que vale para siempre. ¡Os felicito!

3. FAMILIA PALEOLOGOS (Familia griega)


NIKOS: ¡Kalispera! Somos la familia Paleologos. Venimos de Atenas. Me
llamo Nikos y ella es mi mujer Pania. Y estos son nuestros dos hijos, Pavlos y
Lydia. Hace años, con otros dos socios, invirtiendo todo lo que teníamos,
hemos creado una pequeña sociedad de informática. Al llegar la durísima crisis
económica actual, los clientes han disminuido drásticamente, y los que han
quedado aplazan cada vez más los pagos. A duras penas logramos pagar los
sueldos de los dos dependientes, y a nosotros, los socios, nos queda muy poco:
así que, cada día que pasa, nos queda cada vez menos para mantener a nuestras
familias. Nuestra situación es una como tantas, una entre millones de otras. En
la ciudad, la gente va agachando la cabeza; ya nadie confía en nadie, falta la
esperanza.
PANIA: También a nosotros, aunque seguimos creyendo en la providencia,
se nos hace difícil pensar en un futuro para nuestros hijos. Hay días y noches,
Santo Padre, en los cuáles nos surge la pregunta sobre cómo hacer para no
perder la esperanza. ¿Qué puede decir la Iglesia a toda esta gente, a estas
personas y familias a las que ya no queda perspectivas?
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por este testimonio que me ha
llegado al corazón y al corazón de todos nosotros. ¿Qué podemos responder?
Las palabras son insuficientes. Deberíamos hacer algo concreto y todos
sufrimos por el hecho de que somos incapaces de hacer algo concreto.
Hablemos primero de la política: me parece que debería crecer el sentido de
responsabilidad en todos los partidos, que no prometan cosas que no pueden
realizar, que no busquen sólo votos para ellos, sino que sean responsables del
bien de todos y que se entienda que la política es siempre también
responsabilidad humana, moral ante Dios y los hombres. Después, también las
personas sufren y tienen que aceptar, naturalmente, la situación tal como es, a
287

menudo sin posibilidad de defenderse. Sin embargo, también podemos aquí


decir: tratemos de que cada uno haga todo lo que esté en sus manos, que
piense en sí mismo, en la familia y en los otros con gran sentido de
responsabilidad, sabiendo que los sacrificios son necesarios para seguir
adelante. Tercer punto: ¿qué podemos hacer nosotros? Esta es mi pregunta en
este momento. Pienso que quizás podrían ayudar los hermanamientos entre
ciudades, entre familias, entre parroquias. Nosotros tenemos ahora en Europa
una red de hermanamientos, pero se trata de intercambios culturales,
ciertamente muy buenos y útiles, pero quizás se requieran hermanamientos en
otro sentido: que realmente una familia de Occidente, de Italia, Alemania o
Francia,... se tome la responsabilidad de ayudar a otra familia. Y también así
las parroquias, las ciudades: que asuman verdaderamente una responsabilidad,
que ayuden de forma concreta. Y estad seguros: yo y tantos otros rogamos por
vosotros, y esta plegaria no es sólo pronunciar palabras, sino que abre el
corazón a Dios, y así suscita también creatividad para encontrar soluciones.
Esperamos que el Señor nos ayude, que el Señor os ayude siempre. Gracias.

4. FAMILIA RERRIE (Familia estadounidense)


JAY: Vivimos cerca de Nueva York. Me llamo Jay, soy de origen
jamaicano y trabajo de contable. Ella es mi mujer, Anna, y es maestra de
apoyo. Y estos son nuestros seis hijos, que tienen de 2 a 12 años. Así que se
puede imaginar, Santidad, que nuestra vida está hecha de continuas carreras
contra el tiempo, de afanes, de ajustes muy complicados... También para
nosotros, en los Estados Unidos, una de las prioridades absolutas es conservar
el puesto de trabajo y, para ello, no hay que atenerse a los horarios y, con
frecuencia, lo que se resiente son precisamente las relaciones familiares.
ANNA: En verdad no siempre es fácil… La impresión, Santidad, es que las
instituciones y las empresas no facilitan compaginar el tiempo del trabajo con
el tiempo para la familia. Santidad, imaginamos que para usted tampoco es
fácil conciliar sus infinitos compromisos con el descanso. ¿Tiene algún
consejo para ayudarnos a reencontrar esta armonía necesaria? En el
torbellino de tantos estímulos impuestos por la sociedad contemporánea,
¿cómo ayudar a la familia a vivir la fiesta según el corazón de Dios?
SANTO PADRE: Es una gran cuestión, y creo entender este dilema entre
las dos prioridades: la prioridad del puesto de trabajo es fundamental, como lo
es la prioridad de la familia. Y cómo armonizar las dos prioridades. Puedo
tratar únicamente de dar algún consejo. El primer punto: hay empresas que
permiten un cierto extra para las familias – el día del cumpleaños, etc. – y
comprueban que conceder un poco de libertad, al final hace bien también a la
empresa, porque refuerza el amor por el trabajo, por el puesto de trabajo. Por
tanto, quisiera aquí invitar a quienes dan trabajo a pensar en la familia, a
pensar también en dar su aportación para que las dos prioridades puedan
conciliar. Segundo punto: me parece que naturalmente se deba buscar una
cierta creatividad, y esto no siempre es fácil. Pero llevar cada día a la familia
al menos algún motivo de alegría, de atención, alguna renuncia a la propia
voluntad para estar juntos en familia, y de aceptar y superar las noches, las
oscuridades de las que antes ya he hablado, pensando en este gran bien que es
288

la familia y encontrar así una conciliación de las dos prioridades, también en la


solicitud por llevar cada día algo bueno. Y finalmente, está el domingo, la
fiesta; espero que en América se observe el domingo. Y por tanto, este día, me
parece muy importante, porque el domingo, precisamente en cuanto día del
Señor es también «día del hombre», porque estamos libres. En el relato de la
creación, esta era la intención original del Creador: que todos seamos libres un
día. En esta libertad de uno para el otro, para sí mismos, se es libre para Dios.
Pienso que así defendemos la libertad del hombre, defendiendo el domingo y
las fiestas como días de Dios y así días del hombre. Os felicito. Gracias.

5. FAMILIA ARAUJO (familia brasileña de Porto Alegre)


MARIA MARTA: Santidad, como en el resto del mundo, también en Brasil
los fracasos matrimoniales van aumentando. Me llamo María Marta, él es
Manoel Angelo. Estamos casamos desde hace 34 años y somos ya abuelos. En
cuanto medico y psicoterapeuta familiar encontramos tantas familias,
observando en los conflictos de pareja una dificultad mayor de perdonar y de
aceptar el perdón, pero en diversos casos hemos visto el deseo y la voluntad de
construir una nueva unión algo de duradero, también para los hijos que nacen
de la nueva unión.
MANOEL ANGELO: Algunas de estas parejas que se vuelven a casar
desearían acercarse nuevamente a la Iglesia, pero cuando ven que se les niega
los sacramentos su desilusión es grande. Se sienten excluidos, marcados por
un juicio inapelable. Estos grandes sufrimientos hieren en lo profundo a quien
está implicado; heridas que se convierten también parte del mundo, y son
heridas también nuestras, de toda la humanidad. Santo Padre, sabemos que
esta situación y estas personas es una gran preocupación para la Iglesia:
¿Qué palabras y signos de esperanza podemos darles?
SANTO PADRE: Queridos amigos, gracias por vuestro trabajo tan
necesario de psicoterapeutas para la familia. Gracias por todo lo que hacéis por
ayudar a estas personas que sufren. En realidad, este problema de los
divorciados y vueltos a casar es una de las grandes penas de la Iglesia de hoy.
Y no tenemos recetas sencillas. El sufrimiento es grande y podemos sólo
animar a las parroquias, a cada uno individualmente, a que ayuden a estas
personas a soportar el dolor de este divorcio. Diría que, naturalmente, sería
muy importante la prevención, es decir, que se profundizara desde el inicio del
enamoramiento hasta llegar a una decisión profunda, madura; y también el
acompañamiento durante el matrimonio, para que las familias nunca estén
solas sino que estén realmente acompañadas en su camino. Y luego, por lo que
se refiere a estas personas, debemos decir – como usted ha hecho notar – que
la Iglesia les ama, y ellos deben ver y sentir este amor. Me parece una gran
tarea de una parroquia, de una comunidad católica, el hacer realmente lo
posible para que sientan que son amados, aceptados, que no están «fuera»
aunque no puedan recibir la absolución y la Eucaristía: deben ver que aun así
viven plenamente en la Iglesia. A lo mejor, si no es posible la absolución en la
Confesión, es muy importante sin embargo un contacto permanente con un
sacerdote, con un director espiritual, para que puedan ver que son
289

acompañados, guiados. Además, es muy valioso que sientan que la Eucaristía


es verdadera y participada si realmente entran en comunión con el Cuerpo de
Cristo. Aun sin la recepción «corporal» del sacramento, podemos estar
espiritualmente unidos a Cristo en su Cuerpo. Y hacer entender que esto es
importante. Que encuentren realmente la posibilidad de vivir una vida de fe,
con la Palabra de Dios, con la comunión de la Iglesia y puedan ver que su
sufrimiento es un don para la Iglesia, porque sirve así a todos para defender
también la estabilidad del amor, del matrimonio; y que este sufrimiento no es
sólo un tormento físico y psicológico, sino que también es un sufrir en la
comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe. Pienso que su
sufrimiento, si se acepta de verdad interiormente, es un don para la Iglesia.
Deben saber que precisamente de esa manera sirven a la Iglesia, están en el
corazón de la Iglesia. Gracias por vuestro compromiso.

LA FAMILIA, IMAGEN DE LA TRINIDAD


20120603. Homilía. Eucaristía con Familias. Milán. EMF 2012
En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ha recordado que en el
bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, que nos une a Cristo como
hermanos y como hijos nos relaciona con el Padre, de tal manera que podemos
gritar: «¡Abba, Padre!» (cf. Rm 8, 15.17). En aquel momento se nos dio un
germen de vida nueva, divina, que hay que desarrollar hasta su cumplimiento
definitivo en la gloria celestial; hemos sido hechos miembros de la Iglesia, la
familia de Dios, «sacrarium Trinitatis», según la define san Ambrosio, pueblo
que, como dice el Concilio Vaticano II, aparece «unido por la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Const. Lumen gentium, 4). La
solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy, nos invita
a contemplar ese misterio, pero nos impulsa también al compromiso de vivir la
comunión con Dios y entre nosotros según el modelo de la Trinidad. Estamos
llamados a acoger y transmitir de modo concorde las verdades de la fe; a vivir
el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos,
aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorando los diferentes carismas
bajo la guía de los pastores. En una palabra, se nos ha confiado la tarea de
edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más una familia, capaces de
reflejar la belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo con la palabra. Más
bien diría por «irradiación», con la fuerza del amor vivido.
La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está
también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres
Personas. Al principio, en efecto, «creó Dios al hombre a su imagen; a imagen
de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo:
“Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28). Dios creó el ser humano hombre y
mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y
complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se
valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida. El
amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad,
imagen de Dios. Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais
cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en
290

primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al
otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también en la
procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de
ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad,
porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes
sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la
responsabilidad, la solidaridad, la cooperación. Queridos esposos, cuidad a
vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con
serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles
metas altas y sosteniéndolos en la debilidad. Pero también vosotros, hijos,
procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado
diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y
hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor.
El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en
Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento. Queridos esposos, Cristo,
con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal,
haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la
fuerza que viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger este don,
renovando cada día, con fe, vuestro «sí», también vuestra familia vivirá del
amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Queridas
familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de
san José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo
acogieron. Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el
amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente
transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas
familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una
relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo,
respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con
los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con
inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones
educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres,
responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos construyen la familia.
Vividlos con valentía, con la seguridad de que en la medida en que viváis el
amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os convertiréis
en evangelio vivo, una verdadera Iglesia doméstica (cf. Exh. ap. Familiaris
consortio, 49). Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun
compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por
las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el Papa y la
Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a
vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en
marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía.
En el libro del Génesis, Dios confía su creación a la pareja humana, para
que la guarde, la cultive, la encamine según su proyecto (cf. 1,27-28; 2,15). En
esta indicación de la Sagrada Escritura podemos comprender la tarea del
hombre y la mujer como colaboradores de Dios para transformar el mundo, a
través del trabajo, la ciencia y la técnica. El hombre y la mujer son imagen de
Dios también en esta obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor del
291

Creador. Vemos que, en las modernas teorías económicas, prevalece con


frecuencia una concepción utilitarista del trabajo, la producción y el mercado.
El proyecto de Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es
la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que
contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una
sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes
desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza
en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a
las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples
convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del
tejido social.
Un último elemento. El hombre, en cuanto imagen de Dios, está también
llamado al descanso y a la fiesta. El relato de la creación concluye con estas
palabras: «Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho,
descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día
séptimo y lo consagró» (Gn 2,2-3). Para nosotros, cristianos, el día de fiesta es
el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea
convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio
eucarístico, como estamos haciendo hoy, para alimentarnos de él, entrar en su
amor y vivir de su amor. Es el día del hombre y de sus valores: convivialidad,
amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el
día de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro,
del compartir, también en la participación de la santa Misa. Queridas familias,
a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día del
Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del
encuentro y calmar nuestra sed de Dios.
Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra
existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo
del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la
maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de
rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a
la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario
aprender, antes de nada en familia, a creer en el amor auténtico, el que viene
de Dios y nos une a él y precisamente por eso «nos transforma en un Nosotros,
que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al
final Dios sea “todo para todos” (1 Co 15,28)» (Enc. Deus caritas est, 18).
Amén.

EL DEPORTE, ESCUELA QUE EDUCA AL HOMBRE


20120606. Mensaje. Eurocopa
Mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, dijo: «Las potencialidades
del fenómeno deportivo lo convierten en instrumento significativo para el
desarrollo global de la persona y en factor utilísimo para la construcción de
una sociedad más a la medida del hombre. El sentido de fraternidad, la
magnanimidad, la honradez y el respeto del cuerpo —virtudes indudablemente
indispensables para todo buen atleta—, contribuyen a la construcción de una
292

sociedad civil donde el antagonismo cede su lugar al agonismo, el


enfrentamiento al encuentro, y la contraposición rencorosa a la confrontación
leal. Entendido de este modo, el deporte no es un fin, sino un medio; puede
transformarse en vehículo de civilización y de genuina diversión, estimulando
a la persona a dar lo mejor de sí y a evitar lo que puede ser peligroso o
gravemente perjudicial para sí misma o para los demás» (Discurso a los
participantes en el Congreso internacional sobre el deporte, 28 de octubre de
2000: L'Osservatore Romano, edición en lengua española 3 de noviembre de
2000, p. 6).
Por lo demás, el deporte de equipo, como el fútbol, es una escuela
importante para educar en el sentido del respeto del otro, incluso del
adversario deportivo, en el espíritu de sacrificio personal con vistas al bien de
todo el grupo, en la valorización de las dotes de cada miembro del equipo; en
una palabra, a superar la lógica del individualismo y del egoísmo, que con
frecuencia caracteriza las relaciones humanas, para dejar espacio a la lógica de
la fraternidad y del amor, la única que puede permitir —en todos los niveles—
promover el auténtico bien común.

LA PROFUNDIDAD DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO


20120611. Discurso. Asamblea eclesial de la diócesis de Roma
Hemos escuchado que las últimas palabras del Señor a sus discípulos en
esta tierra fueron: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,
19). Haced discípulos y bautizad. ¿Por qué a los discípulos no les basta
conocer las doctrinas de Jesús, conocer los valores cristianos? ¿Por qué es
necesario estar bautizados? Este es el tema de nuestra reflexión, para
comprender la realidad, la profundidad del sacramento del Bautismo.
Una primera puerta se abre si leemos atentamente estas palabras del Señor.
La elección de la palabra «en el nombre del Padre» en el texto griego es muy
importante: el Señor dice «eis» y no «en», es decir, no «en nombre» de la
Trinidad, como nosotros decimos que un viceprefecto habla «en nombre» del
prefecto, o un embajador habla «en nombre» del Gobierno. No; dice: «eis to
onoma», o sea, una inmersión en el nombre de la Trinidad, ser insertados en el
nombre de la Trinidad, una inter-penetración del ser de Dios y de nuestro ser,
un ser inmerso en el Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como en el
matrimonio, por ejemplo, dos personas llegan a ser una carne, convirtiéndose
en una nueva y única realidad, con un nuevo y único nombre.
El Señor, en su conversación con los saduceos sobre la resurrección, nos ha
ayudado a comprender aún mejor esta realidad. Los saduceos, del canon del
Antiguo Testamento, reconocían sólo los cinco libros de Moisés, y en ellos no
aparece la resurrección; por eso la negaban. El Señor, partiendo precisamente
de estos cinco libros, demuestra la realidad de la resurrección y dice: ¿No
sabéis que Dios se llama Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob? (cf. Mt 22, 31-
32). Así pues, Dios toma a estos tres y precisamente en su nombre se
convierten en el nombre de Dios. Para comprender quién es este Dios se deben
ver estas personas que se han convertido en el nombre de Dios, en un nombre
293

de Dios: están inmersas en Dios. Así vemos que quien está en el nombre de
Dios, quien está inmerso en Dios, está vivo, porque Dios —dice el Señor— no
es un Dios de muertos, sino de vivos; y si es Dios de estos, es Dios de vivos;
los vivos están vivos porque están en la memoria, en la vida de Dios. Y
precisamente esto sucede con nuestro Bautismo: somos insertados en el
nombre de Dios, de forma que pertenecemos a este nombre y su nombre se
transforma en nuestro nombre, y también nosotros, con nuestro testimonio —
como los tres del Antiguo Testamento—, podremos ser testigos de Dios, signo
de quién es este Dios, nombre de este Dios.
Por tanto, estar bautizados quiere decir estar unidos a Dios; en una
existencia única y nueva pertenecemos a Dios, estamos inmersos en Dios
mismo. Pensando en esto, podemos ver inmediatamente algunas
consecuencias.
La primera es que para nosotros Dios ya no es un Dios muy lejano, no es
una realidad para discutir —si existe o no existe—, sino que nosotros estamos
en Dios y Dios está en nosotros. La prioridad, la centralidad de Dios en
nuestra vida es una primera consecuencia del Bautismo. A la pregunta:
«¿Existe Dios?», la respuesta es: «Existe y está con nosotros; es fundamental
en nuestra vida esta cercanía de Dios, este estar en Dios mismo, que no es una
estrella lejana, sino el ambiente de mi vida». Esta sería la primera
consecuencia y, por tanto, debería decirnos que nosotros mismos debemos
tener en cuenta esta presencia de Dios, vivir realmente en su presencia.
Una segunda consecuencia de lo que he dicho es que nosotros no nos
hacemos cristianos. Llegar a ser cristiano no es algo que deriva de una
decisión mía: «Yo ahora me hago cristiano». Ciertamente, también mi decisión
es necesaria, pero es sobre todo una acción de Dios conmigo: no soy yo quien
me hago cristiano, yo soy asumido por Dios, tomado de la mano por Dios y,
así, diciendo «sí» a esta acción de Dios, llego a ser cristiano. Llegar a ser
cristianos, en cierto sentido, es pasivo: yo no me hago cristiano, sino que Dios
me hace un hombre suyo, Dios me toma de la mano y realiza mi vida en una
nueva dimensión. Como yo no me doy la vida, sino que la vida me es dada;
nací no porque yo me hice hombre, sino que nací porque me fue dado el ser
humano. Así también el ser cristiano me es dado, es un pasivo para mí, que se
transforma en un activo en nuestra vida, en mi vida. Y este hecho del pasivo,
de no hacerse cristianos por sí mismos, sino de ser hechos cristianos por Dios,
implica ya un poco el misterio de la cruz: sólo puedo ser cristiano muriendo a
mi egoísmo, saliendo de mí mismo.
Un tercer elemento que destaca de inmediato en esta visión es que,
naturalmente, al estar inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos y a las
hermanas, porque todos los demás están en Dios, y si yo soy sacado de mi
aislamiento, si estoy inmerso en Dios, estoy inmerso en la comunión con los
demás. Ser bautizados nunca es un acto «mío» solitario, sino que siempre es
necesariamente un estar unido con todos los demás, un estar en unidad y
solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo, con toda la comunidad de sus
hermanos y hermanas. Este hecho de que el Bautismo me inserta en
comunidad rompe mi aislamiento. Debemos tenerlo presente en nuestro ser
cristianos.
294

Y, por último, volvamos a las palabras de Cristo a los saduceos: «Dios es el


Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob» (cf. Mt 22, 32); por consiguiente, estos
no están muertos; si son de Dios están vivos. Quiere decir que con el
Bautismo, con la inmersión en el nombre de Dios, también nosotros ya
estamos inmersos en la vida inmortal, estamos vivos para siempre. Con otras
palabras, el Bautismo es una primera etapa de la Resurrección: inmersos en
Dios, ya estamos inmersos en la vida indestructible, comienza la Resurrección.
Como Abrahán, Isaac y Jacob por ser «nombre de Dios» están vivos, así
también nosotros, insertados en el nombre de Dios, estamos vivos en la vida
inmortal. El Bautismo es el primer paso de la Resurrección, es entrar en la vida
indestructible de Dios.
Así, en un primer momento, con la fórmula bautismal de san Mateo, con
las últimas palabras de Cristo, ya hemos visto un poco lo esencial del
Bautismo. Ahora veamos el rito sacramental, para poder comprender aún más
precisamente qué es el Bautismo.
Este rito, como el rito de casi todos los sacramentos, se compone de dos
elementos: materia —agua— y palabra. Esto es muy importante. El
cristianismo no es algo puramente espiritual, algo solamente subjetivo, del
sentimiento, de la voluntad, de ideas, sino que es una realidad cósmica. Dios
es el Creador de toda la materia, la materia entra en el cristianismo, y sólo
somos cristianos en este gran contexto de materia y espíritu juntos. Por
consiguiente, es muy importante que la materia forme parte de nuestra fe, que
el cuerpo forme parte de nuestra fe; la fe no es puramente espiritual, sino que
Dios nos inserta así en toda la realidad del cosmos y transforma el cosmos, lo
atrae hacia sí. Y con este elemento material —el agua— no sólo entra un
elemento fundamental del cosmos, una materia fundamental creada por Dios,
sino también todo el simbolismo de las religiones, porque en todas las
religiones el agua tiene un significado. El camino de las religiones, esta
búsqueda de Dios de diversas maneras —también equivocadas, pero siempre
búsqueda de Dios— es asumida en el Sacramento. Las otras religiones, con su
camino hacia Dios, están presentes, son asumidas, y así se hace la síntesis del
mundo; toda la búsqueda de Dios que se expresa en los símbolos de las
religiones, y sobre todo —naturalmente— el simbolismo del Antiguo
Testamento, que así, con todas sus experiencias de salvación y de bondad de
Dios, se hace presente. Volveremos sobre este punto.
El otro elemento es la palabra, y esta palabra se presenta en tres elementos:
renuncias, promesas e invocaciones. Es importante, por tanto, que estas
palabras no sean sólo palabras, sino también camino de vida. En ellas se
realiza una decisión; en estas palabras está presente todo nuestro camino
bautismal, tanto el pre-bautismal como el post-bautismal; por consiguiente,
con estas palabras, y también con los símbolos, el Bautismo se extiende a toda
nuestra vida. Esta realidad de las promesas, de las renuncias y de las
invocaciones es una realidad que dura toda nuestra vida, porque siempre
estamos en camino bautismal, en camino catecumenal, a través de estas
palabras y de la realización de estas palabras. El sacramento del Bautismo no
es un acto de «ahora», sino una realidad de toda nuestra vida, es un camino de
toda nuestra vida. En realidad, detrás está también la doctrina de los dos
295

caminos, que era fundamental en el primer cristianismo: un camino al que


decimos «no» y un camino al que decimos «sí».
Comencemos por la primera parte, las renuncias. Son tres y tomo ante todo
la segunda: «¿Renunciáis a todas las seducciones del mal para que no domine
en vosotros el pecado?». ¿Qué son estas seducciones del mal? En la Iglesia
antigua, e incluso durante siglos, aquí se decía: «¿Renunciáis a la pompa del
diablo?», y hoy sabemos qué se entendía con esta expresión «pompa del
diablo». La pompa del diablo eran sobre todo los grandes espectáculos
sangrientos, en los que la crueldad se transforma en diversión, en los que
matar hombres se convierte en un espectáculo: la vida y la muerte de un
hombre transformadas en espectáculo. Estos espectáculos sangrientos, esta
diversión del mal es la «pompa del diablo», donde se presenta con aparente
belleza y, en realidad, se muestra con toda su crueldad. Pero más allá de este
significado inmediato de la expresión «pompa del diablo», se quería hablar de
un tipo de cultura, de una way of life, de un estilo de vida, en el que no cuenta
la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación,
y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere
destruir y considerarse sólo a sí mismos vencedores. Por lo tanto, esta renuncia
era muy real: era la renuncia a un tipo de cultura que es una anticultura, contra
Cristo y contra Dios. Se optaba contra una cultura que, en el Evangelio de san
Juan, se llama «kosmos houtos», «este mundo». Con «este mundo»,
naturalmente, Juan y Jesús no hablan de la creación de Dios, del hombre como
tal, sino que hablan de una cierta criatura que es dominante y se impone como
si fuera este el mundo, y como si fuera este el estilo de vida que se impone.
Dejo ahora a cada uno de vosotros reflexionar sobre esta «pompa del diablo»,
sobre esta cultura a la que decimos «no». Estar bautizados significa
sustancialmente emanciparse, liberarse de esta cultura. También hoy
conocemos un tipo di cultura en la que no cuenta la verdad; aunque
aparentemente se quiere hacer aparecer toda la verdad, cuenta sólo la
sensación y el espíritu de calumnia y de destrucción. Una cultura que no busca
el bien, cuyo moralismo es, en realidad, una máscara para confundir, para
crear confusión y destrucción. Contra esta cultura, en la que la mentira se
presenta con el disfraz de la verdad y de la información, contra esta cultura
que busca sólo el bienestar material y niega a Dios, decimos «no». También
por muchos Salmos conocemos bien este contraste de una cultura en la cual
uno parece intocable por todos los males del mundo, se pone sobre todos,
sobre Dios, mientras que, en realidad, es una cultura del mal, un dominio del
mal. Y así, la decisión del Bautismo, esta parte del camino catecumenal que
dura toda nuestra vida, es precisamente este «no», dicho y realizado de nuevo
cada día, incluso con los sacrificios que cuesta oponerse a la cultura que
domina en muchas partes, aunque se impusiera como si fuera el mundo, este
mundo: no es verdad. Y también hay muchos que desean realmente la verdad.
Así pasamos a la primera renuncia: «¿Renunciáis al pecado para vivir en la
libertad de los hijos de Dios?». Hoy libertad y vida cristiana, observancia de
los mandamientos de Dios, van en direcciones opuestas; ser cristianos sería
una especie de esclavitud; libertad es emanciparse de la fe cristiana,
emanciparse —en definitiva— de Dios. La palabra pecado a muchos les
296

parece casi ridícula, porque dicen: «¿Cómo? A Dios no podemos ofenderlo.


Dios es tan grande... ¿Qué le importa a Dios si cometo un pequeño error? No
podemos ofender a Dios; su interés es demasiado grande para que lo podamos
ofender nosotros». Parece verdad, pero no lo es. Dios se hizo vulnerable. En
Cristo crucificado vemos que Dios se hizo vulnerable, se hizo vulnerable hasta
la muerte. Dios se interesa por nosotros porque nos ama y el amor de Dios es
vulnerabilidad, el amor de Dios es interés por el hombre, el amor de Dios
quiere decir que nuestra primera preocupación debe ser no herir, no destruir su
amor, no hacer nada contra su amor, porque de lo contrario vivimos también
contra nosotros mismos y contra nuestra libertad. Y, en realidad, esta aparente
libertad en la emancipación de Dios se transforma inmediatamente en
esclavitud de tantas dictaduras de nuestro tiempo, que se deben acatar para ser
considerados a la altura de nuestro tiempo.
Y, por último: «¿Renunciáis a Satanás?». Esto nos dice que hay un «sí» a
Dios y un «no» al poder del Maligno, que coordina todas estas actividades y
quiere ser dios de este mundo, como dice también san Juan. Pero no es Dios,
es sólo el adversario, y nosotros no nos sometemos a su poder; nosotros
decimos «no» porque decimos «sí», un «sí» fundamental, el «sí» del amor y de
la verdad. Estas tres renuncias, en el rito del Bautismo, antiguamente iban
acompañadas de tres inmersiones: inmersión en el agua como símbolo de la
muerte, de un «no» que realmente es la muerte de un tipo de vida y
resurrección a otra vida. Volveremos sobre esto. Luego viene la profesión de fe
en tres preguntas: «¿Creéis en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y
de la tierra?; ¿Creéis en Jesucristo? y, por último, ¿Creéis en el Espíritu Santo
y en la santa Iglesia?». Esta fórmula, estas tres partes, se han desarrollado a
partir de las palabras del Señor: «bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo»; estas palabras se han concretado y profundizado: ¿qué
quiere decir Padre?, ¿qué quiere decir Hijo —toda la fe en Cristo, toda la
realidad del Dios que se hizo hombre— y qué quiere decir creer que hemos
sido bautizados en el Espíritu Santo, es decir, toda la acción de Dios en la
historia, en la Iglesia, en la comunión de los santos? Así, la fórmula positiva
del Bautismo también es un diálogo: no es simplemente una fórmula. Sobre
todo la profesión de la fe no es sólo algo para comprender, algo intelectual,
algo para memorizar —ciertamente, también es esto—; toca también el
intelecto, toca también nuestro vivir, sobre todo. Y esto me parece muy
importante. No es algo intelectual, una pura fórmula. Es un diálogo de Dios
con nosotros, una acción de Dios con nosotros, y una respuesta nuestra; es un
camino. La verdad de Cristo sólo se puede comprender si se ha comprendido
su camino. Sólo si aceptamos a Cristo como camino comenzamos realmente a
estar en el camino de Cristo y podemos también comprender la verdad de
Cristo. La verdad que no se vive no se abre; sólo la verdad vivida, la verdad
aceptada como estilo de vida, como camino, se abre también como verdad en
toda su riqueza y profundidad. Así pues, esta fórmula es un camino, es
expresión de nuestra conversión, de una acción de Dios. Y nosotros queremos
realmente tener presente también en toda nuestra vida que estamos en
comunión de camino con Dios, con Cristo. Y así estamos en comunión con la
297

verdad: viviendo la verdad, la verdad se transforma en vida, y viviendo esta


vida encontramos también la verdad.
Pasemos ahora al elemento material: el agua. Es muy importante ver dos
significados del agua. Por una parte, el agua hace pensar en el mar, sobre todo
en el mar Rojo, en la muerte en el mar Rojo. En el mar se representa la fuerza
de la muerte, la necesidad de morir para llegar a una nueva vida. Esto me
parece muy importante. El Bautismo no es sólo una ceremonia, un ritual
introducido hace tiempo; y tampoco es sólo un baño, una operación cosmética.
Es mucho más que un baño: es muerte y vida, es muerte de una cierta
existencia, y renacimiento, resurrección a nueva vida. Esta es la profundidad
del ser cristiano: no sólo es algo que se añade, sino un nuevo nacimiento.
Después de atravesar el mar Rojo, somos nuevos. Así, el mar, en todas las
experiencias del Antiguo Testamento, se ha convertido para los cristianos en
símbolo de la cruz. Porque sólo a través de la muerte, una renuncia radical en
la que se muere a cierto estilo de vida, puede realizarse el renacimiento y
puede haber realmente una vida nueva. Esta es una parte del simbolismo del
agua: simboliza —sobre todo con las inmersiones de la antigüedad— el mar
Rojo, la muerte, la cruz. Sólo por la cruz se llega a la nueva vida y esto se
realiza cada día. Sin esta muerte siempre renovada no podemos renovar la
verdadera vitalidad de la nueva vida de Cristo.
Pero el otro símbolo es el de la fuente. El agua es origen de toda la vida.
Además del simbolismo de la muerte, tiene también el simbolismo de la nueva
vida. Toda vida viene también del agua, del agua que brota de Cristo como la
verdadera vida nueva que nos acompaña a la eternidad.
Al final permanece la cuestión —la comento brevemente— del Bautismo
de los niños. ¿Es justo hacerlo, o sería más necesario hacer primero el camino
catecumenal para llegar a un Bautismo verdaderamente realizado? Y la otra
cuestión que se plantea siempre es: «¿Podemos nosotros imponer a un niño
qué religión quiere vivir, o no? ¿No debemos dejar a ese niño la decisión?».
Estas preguntas muestran que ya no vemos en la fe cristiana la vida nueva, la
verdadera vida, sino que vemos una opción entre otras, incluso un peso que no
se debería imponer sin haber obtenido el asentimiento del sujeto. La realidad
es diversa. La vida misma se nos da sin que podamos nosotros elegir si
queremos vivir o no; a nadie se le puede preguntar: «¿quieres nacer, o no?».
La vida misma se nos da necesariamente sin consentimiento previo; se nos da
así y no podemos decidir antes «sí o no, quiero vivir o no». Y, en realidad, la
verdadera pregunta es: «¿Es justo dar vida en este mundo sin haber obtenido el
consentimiento: quieres vivir o no? ¿Se puede realmente anticipar la vida, dar
la vida sin que el sujeto haya tenido la posibilidad de decidir?». Yo diría: sólo
es posible y es justo si, con la vida, podemos dar también la garantía de que la
vida, con todos los problemas del mundo, es buena, que es un bien vivir, que
hay una garantía de que esta vida es buena, que está protegida por Dios y que
es un verdadero don. Sólo la anticipación del sentido justifica la anticipación
de la vida. Por eso, el Bautismo como garantía del bien de Dios, como
anticipación del sentido, del «sí» de Dios que protege esta vida, justifica
también la anticipación de la vida. Por lo tanto, el Bautismo de los niños no va
contra la libertad; y es necesario darlo, para justificar también el don —de lo
298

contrario discutible— de la vida. Sólo la vida que está en las manos de Dios,
en las manos de Cristo, inmersa en el nombre del Dios trinitario, es
ciertamente un bien que se puede dar sin escrúpulos. Y así demos gracias a
Dios porque nos ha dado este don, que se nos ha dado a sí mismo. Y nuestro
desafío es vivir este don, vivir realmente, en un camino post-bautismal, tanto
las renuncias como el «sí», y vivir siempre en el gran «sí» de Dios, y así vivir
bien. Gracias.

FORMAR A LOS FORMADORES: EL PRIMER SERVICIO


20120715. Homilía. Visita a Frascati
Queridos hermanos y hermanas: doy gracias a Dios que me ha enviado hoy
a re-anunciaros esta Palabra de salvación. Una Palabra que está en la base de
la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati.
Vuestro obispo me ha informado del empeño pastoral que más le importa, que
en esencia es un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores:
formar a los formadores. Es precisamente lo que hizo Jesús con sus discípulos:
les instruyó, les preparó, les formó también mediante el «aprendizaje»
misionero, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en
la Iglesia. En la comunidad cristiana éste es siempre el primer servicio que
ofrecen los responsables: a partir de los padres, que en la familia cumplen la
misión educativa con los hijos; pensemos en los párrocos, que son
responsables de la formación en la comunidad; en todos los sacerdotes, en los
distintos ámbitos de trabajo: todos viven una dimensión educativa prioritaria; y
los fieles laicos, además del ya recordado papel de padres, están involucrados
en el servicio formativo con los jóvenes o los adultos, como responsables en
Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o comprometidos en
ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención en la formación
de las personas. El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para
diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y
llama al matrimonio y al compromiso como laicos en la Iglesia misma y en la
sociedad. Importante es que la riqueza de los dones encuentre plena acogida,
especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a
Dios con uno mismo por entero, donando esa alegría en el camino del
sacerdocio y de la vida consagrada o en el camino del matrimonio, dos
caminos complementarios que se iluminan entre sí, se enriquecen
recíprocamente y juntos enriquecen a la comunidad. La virginidad por el
Reino de Dios y el matrimonio son en ambos casos vocaciones, llamadas de
Dios a las que responder con y para toda la vida. Dios llama: es necesario
escuchar, acoger, responder. Como María: «Heme aquí, que se cumpla en mí
según tu palabra» (cf. Lc 1, 38).
Aquí también, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra
con largueza sus dones, llama a seguirle y a extender en el hoy su misión.
También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por ello os
propongo que viváis intensamente el Año de la fe que empezará en octubre, a
los 50 años de la apertura del concilio Vaticano II. Los documentos del
Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas
299

generaciones cristianas, para la formación de nuestra conciencia. Así que


leedlos, leed el Catecismo de la Iglesia católica y así redescubrid la belleza de
ser cristianos, de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formado
en torno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás
cerrado, sino siempre abierto y orientado al anuncio del Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas de Frascati: estad unidos entre vosotros y
al mismo tiempo abiertos, misioneros. Permaneced firmes en la fe, arraigados
en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sed gente que ora para estar
siempre unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, y al mismo tiempo id,
llevad su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los
que sufren. En cada comunidad quereos entre vosotros; no estéis divididos,
sino vivid como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su
Iglesia y el Reino de Dios está cerca.

TERESA DE JESÚS, ESTRELLA RESPLANDECIENTE DE DIOS


20120716. Mensaje. 450º Fundación Monasterio San José de Ávila
1. Resplendens stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro
de la Vida 32,11). Con estas palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús
para la fundación en Ávila del monasterio de San José, inicio de la reforma del
Carmelo, de la cual, el próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos
cincuenta años. Con ocasión de esa feliz circunstancia, quiero unirme a la
alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del
Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia
universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para
descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida.
Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En
efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la
excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que
Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero
protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y
sostenga cada silencio.
2. Dejarse conducir de este modo por Cristo solamente es posible para
quien tiene una intensa vida de oración. Ésta consiste, en palabras de la Santa
abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien
sabemos nos ama» (Libro de la Vida 8,5). La reforma del Carmelo, cuyo
aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la
oración. Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la
Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que
favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario
«ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen
huésped» (Camino de perfección 28,2). El monasterio de San José nace
precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones para
hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.
300

3. Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo


también nuevo. Aquellos fueron «tiempos recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en
ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son menester amigos fuertes de
Dios para sustentar a los flacos» (ibíd. 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse
ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su
Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios
asuntos de poca importancia» (Camino de perfección 1,5). ¿No nos resulta
familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e
interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?
El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos
monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era abrigar
con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica
que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la
convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por
reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No
fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus
hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las
virtudes» (Libro de la Vida 31,18). En este sentido, Teresa escribe: «Precia
más [nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos
mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer»
(Libro de las Fundaciones 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora
alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman
por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la
Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.
4. También hoy, como en el siglo XVI, y entre rápidas transformaciones, es
preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene
con meridiana claridad y pujante dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo.
Es apremiante que la Palabra de vida vibre en las almas de forma armoniosa,
con notas sonoras y atrayentes.
En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran
ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas,
con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones
nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que
siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la
oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística
abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como
único camino para hallar la gloria de Dios (cf. Libro de la Vida 22,1; Las
Moradas 6,7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el
Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas,
cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida
de servicio fraterno y generoso. También es de desear que la plegaria incesante
promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando
peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar
debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto
en su dimensión activa como contemplativa.
La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que
el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma posible: dando espacio en
301

nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en
toda circunstancia una vivencia radical de su Evangelio. Lo cual significa, ante
todo, consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos
configure con Él. También significa acoger en todo sus mandatos y adoptar en
nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la renuncia a lo
superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez y
mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que
nace de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor,
estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y
viviendo, como Teresa de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la
Iglesia.
5. A esa radicalidad y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la
Diócesis de Ávila. Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el
Papa convoca a todos los miembros de esa Iglesia particular, pero de manera
entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad.
Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen
el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo
de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella:
«Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le
pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia
divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya
en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo
por su gloria (cf.Camino de perfección 21,2; 1,2).
6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a
quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno
pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por
el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con
entusiasmo y valentía. Que María, Estrella de la evangelización, y su casto
esposo San José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió
en el universo de la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran
resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE ES RELACIÓN CON EL INFINITO


20120810. Mensaje. Al meeting de Rímini
El tema elegido este año —«La naturaleza del hombre es relación con el
infinito»— resulta especialmente significativo con vistas al ya inminente
inicio del «Año de la fe», que he querido convocar con ocasión del
quincuagésimo aniversario de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II.
Hablar del hombre y de su anhelo de infinito significa ante todo reconocer
su relación constitutiva con el Creador. El hombre es una criatura de Dios.
Hoy esta palabra —criatura— parece casi pasada de moda: se prefiere pensar
en el hombre como en un ser realizado en sí mismo y artífice absoluto de su
propio destino. La consideración del hombre como criatura resulta
«incómoda» porque implica una referencia esencial a algo diferente, o mejor, a
Otro —no gestionable por el hombre— que entra a definir de modo esencial su
identidad; una identidad relacional, cuyo primer dato es la dependencia
302

originaria y ontológica de Aquel que nos ha querido y nos ha creado. Sin


embargo esta dependencia, de la que el hombre moderno y contemporáneo
trata de liberarse, no sólo no esconde o disminuye, sino que revela de modo
luminoso la grandeza y la dignidad suprema del hombre, llamado a la vida
para entrar en relación con la Vida misma, con Dios.
Decir que «la naturaleza del hombre es relación con el infinito» significa
entonces decir que toda persona ha sido creada para que pueda entrar en
diálogo con Dios, con el Infinito. Al inicio de la historia del mundo, Adán y
Eva son fruto de un acto de amor de Dios, hechos a su imagen y semejanza, y
su vida y su relación con el Creador coincidían: «Creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 27). Y el
pecado original tiene su raíz última precisamente en el sustraerse de nuestros
progenitores a esta relación constitutiva, en querer ocupar el lugar de Dios, en
creer que podían prescindir de él. Sin embargo, también después del pecado
permanece en el hombre el deseo apremiante de este diálogo, casi una firma
grabada con fuego en su alma y en su carne por el Creador mismo.
El Salmo 63 nos ayuda a entrar en el corazón de este discurso: «Oh Dios, tú
eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia
de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (v. 2). No sólo mi alma, sino cada
fibra de mi carne está hecha para encontrar su paz, su realización en Dios. Y
esta tensión es imborrable en el corazón del hombre: incluso cuando se
rechaza o se niega a Dios, no desaparece la sed de infinito que habita en el
hombre. Al contrario, comienza una búsqueda afanosa y estéril de «falsos
infinitos» que puedan satisfacer al menos por un momento. La sed del alma y
el anhelo de la carne de los que habla el salmista no se pueden eliminar; así el
hombre, sin saberlo, va en busca del Infinito, pero en direcciones equivocadas:
en la droga, en una sexualidad vivida de modo desordenado, en las tecnologías
totalizadoras, en el éxito a cualquier precio, incluso en formas engañosas de
religiosidad. También a menudo se corre el riesgo de absolutizar las cosas
buenas, que Dios ha creado como caminos que conducen a él, convirtiéndolas
así en ídolos que sustituyen al Creador.
Reconocer que estamos hechos para el infinito significa recorrer un camino
de purificación de los que hemos llamado «falsos infinitos», un camino de
conversión del corazón y de la mente. Es necesario erradicar todas las falsas
promesas de infinito que seducen al hombre y lo hacen esclavo. Para
encontrarse verdaderamente a sí mismo y la propia identidad, para vivir a la
altura del propio ser, el hombre debe volver a reconocerse criatura,
dependiente de Dios. Al reconocimiento de esta dependencia —que en lo
profundo es el gozoso descubrimiento de ser hijos de Dios— está vinculada la
posibilidad de una vida verdaderamente libre y plena. Es interesante notar
cómo san Pablo, en la Carta a los Romanos, ve lo contrario de la esclavitud no
tanto en la libertad, cuanto en la filiación, en el hecho de haber recibido el
Espíritu Santo que nos hace hijos adoptivos y nos permite clamar a Dios
«¡Abba! ¡Padre!» (cf. 8, 15). El Apóstol de los gentiles habla de una esclavitud
«mala»: la del pecado, de la ley, de las pasiones de la carne. A esta, sin
embargo, no contrapone la autonomía, sino la «esclavitud de Cristo» (cf. 6, 16-
22); más aún, él mismo se define: «Pablo, siervo de Cristo Jesús» (1, 1). El
303

punto fundamental, por tanto, no es eliminar la dependencia, que es


constitutiva del hombre, sino dirigirla hacia el Único que puede hacer
verdaderamente libres.
Pero en este punto surge una pregunta: ¿No le es tal vez estructuralmente
imposible al hombre vivir a la altura de su propia naturaleza? Y ¿no es tal vez
una condena este anhelo hacia el infinito que él mismo advierte sin poderlo
satisfacer nunca totalmente? Este interrogante nos lleva directamente al
corazón del cristianismo. El Infinito mismo, en efecto, para hacerse respuesta
que el hombre pueda experimentar, asumió una forma finita. Desde la
Encarnación, desde el momento en que el Verbo se hizo carne, quedó
eliminada la insalvable distancia entre finito e infinito: el Dios eterno e infinito
dejó su Cielo y entró en el tiempo, se sumergió en la finitud humana. Ahora ya
nada es banal o insignificante en el camino de la vida y del mundo. El hombre
está hecho para un Dios infinito que se ha hecho carne, que ha asumido
nuestra humanidad para atraerla a las alturas de su ser divino.
Descubrimos así la dimensión más verdadera de la existencia humana, que
el siervo de Dios Luigi Giussani recordaba continuamente: la vida como
vocación. Cada cosa, cada relación, cada alegría, como también cada
dificultad, encuentra su razón última en el hecho de que es ocasión de relación
con el Infinito, voz de Dios que continuamente nos llama y nos invita a elevar
la mirada, a descubrir en la adhesión a él la realización plena de nuestra
humanidad. «Nos has hecho para ti —escribía san Agustín— y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones I, 1, 1). No
debemos tener miedo de aquello que Dios nos pide a través de las
circunstancias de la vida, aunque fuera nuestra entrega total en una forma
particular de seguir e imitar a Cristo en el sacerdocio o en la vida religiosa. El
Señor, al llamar a algunos a vivir totalmente de él, invita a todos a reconocer la
esencia de la propia naturaleza de seres humanos: estamos hechos para el
infinito. Y Dios quiere nuestra felicidad, nuestra plena realización humana.
Pidamos, entonces, entrar y permanecer en la mirada de la fe que ha
caracterizado a los santos, para poder descubrir las semillas de bien que el
Señor esparce a lo largo del camino de nuestra vida y adherirnos con gozo a
nuestra vocación.

PECULIAR VOCACIÓN DEL FIEL LAICO


20120810. Mensaje. Al Foro internacional de la Acción Católica
La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente
respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como
«colaboradores» del clero, sino como personas realmente «corresponsables»
del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un
laicado maduro y comprometido, capaz de dar su contribución específica a la
misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno
tiene en la vida de la Iglesia y siempre en comunión cordial con los obispos.
Al respecto, la constitución dogmática Lumen gentium define el estilo de
las relaciones entre laicos y pastores con el adjetivo «familiar»: «De este trato
familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la
304

Iglesia; actuando así, en los laicos se desarrolla el sentido de la propia


responsabilidad, se favorece el entusiasmo, y las fuerzas de los laicos se unen
más fácilmente a la tarea de los pastores. Estos, ayudados por laicos
competentes, pueden juzgar con mayor precisión y capacidad tanto las
realidades espirituales como las temporales, de manera que toda la Iglesia,
fortalecida por todos sus miembros, realice con mayor eficacia su misión para
la vida del mundo» (n. 37).
Queridos amigos, es importante ahondar y vivir este espíritu de comunión
profunda en la Iglesia, característica de los inicios de la comunidad cristiana,
como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: «El grupo de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (4, 32). Sentid como vuestro
el compromiso de trabajar para la misión de la Iglesia: con la oración, con el
estudio, con la participación en la vida eclesial, con una mirada atenta y
positiva al mundo, en la búsqueda continua de los signos de los tiempos. No os
canséis de afinar cada vez más, con un serio y diario esfuerzo formativo, los
aspectos de vuestra peculiar vocación de fieles laicos, llamados a ser testigos
valientes y creíbles en todos los ámbitos de la sociedad, para que el Evangelio
sea luz que lleve esperanza a las situaciones problemáticas, de dificultad, de
oscuridad, que los hombres de hoy encuentran a menudo en el camino de la
vida.
Guiar al encuentro con Cristo, anunciando su mensaje de salvación con
lenguajes y modos comprensibles a nuestro tiempo, caracterizado por procesos
sociales y culturales en rápida transformación, es el gran desafío de la nueva
evangelización.

BUSCAD BUENOS MAESTROS ESPIRITUALES


20120915. Discurso. Encuentro con los jóvenes del Líbano
Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana, debido a la falta
de estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al
sentimiento de soledad y marginación. En un mundo en continuo movimiento,
os enfrentáis a muchos y graves desafíos. Pero ni siquiera el desempleo y la
precariedad deben incitaros a probar la «miel amarga» de la emigración, con el
desarraigo y la separación en pos de un futuro incierto. Se trata de que
vosotros seáis los artífices del futuro de vuestro país, y cumpláis con vuestro
papel en la sociedad y en la Iglesia.
Tenéis un lugar privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la
Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros.
Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes con la Iglesia. La Iglesia necesita
vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en el que se
aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una
profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que
es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la
dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co6,13b). Tened la
delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II,
yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu
y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la
305

vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). En él
encontraréis la fuerza y el valor para avanzar en el camino de vuestra vida,
superando así las dificultades y aflicciones. En él encontraréis la fuente de la
alegría. Cristo os dice: ُ‫سككلَماي كأعُطيككككم‬
‫( س‬Mi paz os doy). Aquí está la
revolución que Cristo ha traído, la revolución del amor.
Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en
mundos paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de
la tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes,
pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real
y lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble.
Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando
contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación,
la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona
y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos
olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al
dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que
sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la
mentira.
Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios,
su Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la
Palabra de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La
oración, los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos
y vivir «arraigados y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El
Año de la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro
de la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido
estudiando el Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os
haréis testigos del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son
nuestros hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz
reviste de una luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos
unos a otros como yo os he amado» (Jn13,35). En esto reside el testamento de
Jesús y el signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor.
Por tanto, Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro,
aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser
bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del
Señor. Sé que muchos de vosotros participáis en diversas actividades
promovidas por las parroquias, las escuelas, los movimientos o las
asociaciones. Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos
momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que
constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del
cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como
dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9).
Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los valores de la vida.
Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo
y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro
entorno. ¿Acaso no son a los «artífices de la paz» a quienes en definitiva más
admiramos? ¿No es la paz ese bien precioso que toda la humanidad está
306

buscando? Y, ¿no es un mundo de paz para nosotros y para los demás lo que
deseamos en lo más profundo? ُ‫سلَماي كأعُطيككم‬ ‫( س‬Mi paz os doy), dice Jesús. Él
no ha vencido el mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en
la cruz mediante el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el
perdón y la misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida.
No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a
la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz,
y abren un futuro.
Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una
forma más o menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene
para mí? ¿Querrá que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del
sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? ¿Me llamará Cristo a seguirlo
más de cerca? Acoged confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo
para pensar en ello y buscar la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada
día a disposición de Aquel que os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir
de corazón y con generosidad a Cristo, que nos ha redimido por amor y
entregado su vida por todos nosotros. Descubriréis una alegría y una plenitud
inimaginable. Responder a la llamada que Cristo dirige a cada uno: éste es el
secreto de la verdadera paz.
Ayer firmé la Exhortación Apostólica Ecclesia in Medio Oriente. Esta
carta, queridos jóvenes, está destinada también a vosotros, como a todo el
Pueblo de Dios. Leedla con atención y meditadla para ponerla en práctica.
Para que os ayude, os recuerdo las palabras de san Pablo a los corintios:
«Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída
por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro
ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas
de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,2-3). También
vosotros, queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no
estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y de vuestra
fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro alrededor que
Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que los cristianos son sus
servidores y testigos fieles.

EL FUNDAMENTO ÉTICO DEL COMPROMISO POLÍTICO


20120922. Discurso. A la Internacional Demócrata Cristiana
Ha pasado un lustro de nuestro anterior encuentro y en este tiempo el
compromiso de los cristianos en la sociedad no ha dejado de ser fermento vital
para una mejora de las relaciones humanas y de las condiciones de vida. Este
compromiso no debe experimentar pausas o repliegues, sino, al contrario, debe
prodigarse con renovada vitalidad, en consideración a la persistencia y, en
algunos casos, al agravamiento de las problemáticas que tenemos ante
nosotros.
Una importancia creciente asume la actual situación económica, cuya
complejidad y gravedad preocupan justamente, pero ante la cual el cristiano
está llamado a actuar y a expresarse con espíritu profético, es decir, debe ser
307

capaz de captar en las transformaciones en acto la presencia incesante pero


misteriosa de Dios en la historia, asumiendo así con realismo, confianza y
esperanza las nuevas responsabilidades emergentes. «La crisis nos obliga a
revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de
compromiso... De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y
proyectar de un modo nuevo» (Caritas in veritate, 21).
En esta clave, confiada y no resignada, el compromiso civil y político
puede recibir un nuevo estímulo e impulso en la búsqueda de un sólido
fundamento ético, cuya ausencia en el campo económico ha contribuido a
crear la actual crisis financiera global (cf. Discurso a la Westminster Hall,
Londres, 17 de septiembre de 2010). Por tanto, la contribución política e
institucional que podéis dar no podrá limitarse a responder a las urgencias de
una lógica de mercado, sino que deberá seguir considerando central e
imprescindible la búsqueda del bien común, entendido rectamente, así como la
promoción y la tutela de la dignidad inalienable de la persona humana. Hoy
resuena más actual que nunca la enseñanza conciliar según la cual «el orden
real debe someterse al orden personal, y no al contrario» (Gaudium et spes,
26). Este orden de la persona «tiene por base la verdad, se edifica en la
justicia» y «es vivificado por el amor» (Catecismo de la Iglesia católica,
1912); y su discernimiento no puede proceder sin una constante atención a la
Palabra de Dios y al magisterio de la Iglesia, particularmente por parte de
quienes, como vosotros, inspiran su actividad en los principios y en los valores
cristianos.
Por desgracia, son muchos y rumorosos los ofrecimientos de respuestas
rápidas, superficiales y de poco alcance para las necesidades más
fundamentales y profundas de la persona. Esto hace que sea tristemente actual
la advertencia del Apóstol, cuando pone en guardia a su discípulo Timoteo
sobre el tiempo «en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que,
arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por
el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a
las fábulas» (2 Tm 4, 3).
Los ámbitos en los que se ejerce este discernimiento decisivo son
precisamente los que conciernen a los intereses más vitales y delicados de la
persona, allí donde tienen lugar las opciones fundamentales inherentes al
sentido de la vida y a la búsqueda de la felicidad. Por lo demás, tales ámbitos
no están separados, sino profundamente vinculados, subsistiendo entre ellos un
evidente «continuum» constituido por el respeto de la dignidad trascendente de
la persona humana (cf.Catecismo de la Iglesia católica, 1929), enraizada en su
ser imagen del Creador y fin último de toda justicia social auténticamente
humana. El respeto de la vida en todas sus fases, desde la concepción hasta su
ocaso natural —con el consiguiente rechazo del aborto procurado, de la
eutanasia y de toda práctica eugenésica—, es un compromiso que se relaciona
efectivamente con el del respeto del matrimonio, como unión indisoluble entre
un hombre y una mujer y como fundamento a su vez de la comunidad de vida
familiar. En la familia, «fundada en el matrimonio y abierta a la vida»
(Discurso a las autoridades, Milán, 2 de junio de 2012: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 2012, p. 7), la persona
308

experimenta la comunión, el respeto y el amor gratuito, recibiendo al mismo


tiempo —del niño, del enfermo, del anciano— la solidaridad que necesita. Y la
familia también constituye el principal y más decisivo ámbito educativo de la
persona, a través de los padres que se ponen al servicio de los hijos para
ayudarles a sacar («e-ducere») lo mejor de sí. De ahí que la familia, célula
originaria de la sociedad, es raíz que alimenta no sólo a cada persona sino
también las mismas bases de la convivencia social. Por eso el beato Juan Pablo
II había incluido correctamente entre los derechos humanos el «derecho a vivir
en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la
propia personalidad» (Centesimus annus, 44).
En consecuencia, un auténtico progreso de la sociedad humana no podrá
prescindir de políticas de tutela y promoción del matrimonio y de la
comunidad que deriva de él, políticas que no sólo los Estados sino también la
misma comunidad internacional deben adoptar para invertir la tendencia de un
creciente aislamiento del individuo, causa de sufrimiento y aridez tanto para el
individuo como para la misma comunidad.
Honorables señoras y señores, aunque es verdad que de la defensa y
promoción de la dignidad de la persona humana «son rigurosa y
responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la
historia» (Catecismo de la Iglesia católica, 1929), también es verdad que tal
responsabilidad concierne de modo particular a cuantos están llamados a
desempeñar un papel de representación. Ellos, especialmente si están
animados por la fe cristiana, deben «dar a las generaciones venideras razones
para vivir y razones para esperar» (Gaudium et spes, 31). En este sentido,
resuena con provecho la amonestación del libro de la Sabiduría, según la cual
«un juicio implacable espera a los que están en lo alto» (Sb 6, 5); pero no es
una advertencia dada para atemorizar, sino para impulsar y alentar a los
gobernantes, a cualquier nivel, para que realicen todas las posibilidades de
bien de que son capaces, según la medida y la misión que el Señor confía a
cada uno.

SAN JUAN DE ÁVILA, DOCTOR DE LA IGLESIA


20121007. Carta Apostólica. Proclamación como Doctor
BENEDICTO PP. XVI Ad perpetuam rei memoriam.
1. Caritas Christi urget nos (2 Co 5, 14). El amor de Dios, manifestado en
Cristo Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del Santo
Maestro Juan de Ávila, un «predicador evangélico», anclado siempre en la
Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y referente cualificado para la
«Nueva Evangelización».
La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar, la promoción de una
espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la santidad vivida como
respuesta al amor de Dios, son puntos centrales de la enseñanza de este
presbítero diocesano que dedicó su vida al ejercicio de su ministerio
sacerdotal.
El 4 de marzo de 1538, el Papa Pablo III expidió la Bula Altitudo Divinae
Providentiae, dirigida a Juan de Ávila, autorizándole la fundación de la
309

Universidad de Baeza (Jaén), en la que lo define como «praedicatorem


insignem Verbi Dei». El 14 de marzo de 1565 Pío iv expedía una Bula
confirmatoria de las facultades concedidas a dicha Universidad en 1538, en la
que le califica como«Magistrum in theologia et verbi Dei praedicatorem
insignem» (cf. Biatiensis Universitas,1968). Sus contemporáneos no dudaban
en llamarlo «Maestro», título con el que figura desde 1538, y el Papa Pablo
VI, en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970, resaltó su figura
y doctrina sacerdotal excelsa, lo propuso como modelo de predicación y de
dirección de almas, lo calificó de paladín de la reforma eclesiástica y destacó
su continuada influencia histórica hasta la actualidad.
2. Juan de Ávila vivió en la primera amplia mitad del siglo XVI. Nació el 6
de enero de 1499 ó 1500, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, diócesis de
Toledo), hijo único de Alonso Ávila y de Catalina Gijón, unos padres muy
cristianos y en elevada posición económica y social. A los 14 años lo llevaron
a estudiar Leyes a la prestigiosa Universidad de Salamanca; pero abandonó
estos estudios al concluir el cuarto curso porque, a causa de una experiencia
muy profunda de conversión, decidió regresar al domicilio familiar para
dedicarse a reflexionar y orar.
Con el propósito de hacerse sacerdote, en 1520 fue a estudiar Artes y
Teología a la Universidad de Alcalá de Henares, abierta a las grandes escuelas
teológicas del tiempo y a la corriente del humanismo renacentista. En 1526,
recibió la ordenación presbiteral y celebró la primera Misa solemne en la
parroquia de su pueblo y, con el propósito de marchar como misionero a las
Indias, decidió repartir su cuantiosa herencia entre los más necesitados.
Después, de acuerdo con el que había de ser primer Obispo de Tlaxcala, en
Nueva España (México), fue a Sevilla para esperar el momento de embarcar
hacia el Nuevo Mundo.
Mientras se preparaba el viaje, se dedicó a predicar en la ciudad y en las
localidades cercanas. Allí se encontró con el venerable Siervo de Dios
Fernando de Contreras, doctor en Alcalá y prestigioso catequista. Éste,
entusiasmado por el testimonio de vida y la oratoria del joven sacerdote San
Juan, consiguió que el arzobispo hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a
América para quedarse en Andalucía y permaneció en Sevilla, compartiendo
casa, pobreza y vida de oración con Contreras y, a la vez que se dedicaba a la
predicación y a la dirección espiritual, continuó estudios de Teología en el
Colegio de Santo Tomás, donde tal vez obtuvo el título de Maestro.
Sin embargo en 1531, a causa de una predicación suya mal entendida, fue
encarcelado. En la cárcel comenzó a escribir la primera versión del Audi,
filia. Durante estos años recibió la gracia de penetrar con singular profundidad
en el misterio del amor de Dios y el gran beneficio hecho a la humanidad por
Jesucristo nuestro Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y
el tema central de su predicación.
Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable
éxito ante el pueblo y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba,
incardinándose en esta diócesis. Poco después, en 1536, le llamó para su
consejo el arzobispo de Granada donde, además de continuar su obra de
evangelización, completó sus estudios en esa Universidad.
310

Buen conocedor de su tiempo y con óptima formación académica, Juan de


Ávila fue un destacado teólogo y un verdadero humanista. Propuso la creación
de un Tribunal Internacional de arbitraje para evitar las guerras y fue incluso
capaz de inventar y patentar algunas obras de ingeniería. Pero, viviendo muy
pobremente, centró su actividad en alentar la vida cristiana de cuantos
escuchaban complacidos sus sermones y le seguían por doquier. Especialmente
preocupado por la educación y la instrucción de los niños y los jóvenes, sobre
todo de los que se preparaban para el sacerdocio, fundó varios Colegios
menores y mayores que, después de Trento, habrían de convertirse en
Seminarios conciliares. Fundó asimismo la Universidad de Baeza (Jaén),
destacado referente durante siglos para la cualificada formación de clérigos y
seglares.
Después de recorrer Andalucía y otras regiones del centro y oeste de
España predicando y orando, ya enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a
una sencilla casa en Montilla (Córdoba), donde ejerció su apostolado
perfilando algunas de sus obras y a través de abundante correspondencia. El
arzobispo de Granada quiso llevarlo como asesor teólogo en las dos últimas
sesiones del concilio de Trento; al no poder viajar por falta de salud redactó
los Memoriales que influyeron en esa reunión eclesial.
Acompañado por sus discípulos y amigos y aquejado de fortísimos dolores,
con un Crucifijo entre las manos, entregó su alma al Señor en su humilde casa
de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569.
3. Juan de Ávila fue contemporáneo, amigo y consejero de grandes santos
y uno de los maestros espirituales más prestigiosos y consultados de su
tiempo.
San Ignacio de Loyola, que le tenía gran aprecio, deseó vivamente que
entrara en la naciente Compañía de Jesús; no sucedió así, pero el Maestro
orientó hacia ella una treintena de sus mejores discípulos. Juan Ciudad,
después San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria, se convirtió
escuchando al Santo Maestro y desde entonces se acogió a su guía espiritual.
El muy noble San Francisco de Borja, otro gran convertido por mediación del
Padre Ávila, que llegó a ser Prepósito general de la Compañía de Jesús. Santo
Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, difundió en sus diócesis y por
todo el Levante español su método catequístico. Otros conocidos suyos fueron
San Pedro de Alcántara, provincial de los Franciscanos y reformador de la
Orden; San Juan de Ribera, obispo de Badajoz, que le pidió predicadores para
renovar su diócesis y, arzobispo de Valencia después, tenía en su biblioteca un
manuscrito con 82 sermones suyos; Teresa de Jesús, hoy Doctora de la Iglesia,
que padeció grandes trabajos hasta que pudo hacer llegar al Maestro el
manuscrito de su Vida; San Juan de la Cruz, también Doctor de la Iglesia, que
conectó con sus discípulos de Baeza y le facilitaron la reforma del Carmelo
masculino; el Beato Bartolomé de los Mártires, que por amigos comunes
conoció su vida y santidad y algunos más que reconocieron la autoridad moral
y espiritual del Maestro.
4. Aunque el «Padre Maestro Ávila» fue, ante todo, un predicador, no dejó
de hacer magistral uso de su pluma para exponer sus enseñanzas. Es más, su
influjo y memoria posterior, hasta nuestros días, están estrechamente
311

vinculados no sólo con el testimonio de su persona y de su vida, sino con sus


escritos, tan distintos entre sí.
Su obra principal, el Audi, filia, un clásico de la espiritualidad, es el tratado
más sistemático, amplio y completo, cuya edición definitiva preparó su autor
en los últimos años de vida. El Catecismo oDoctrina cristiana, única obra que
hizo imprimir en vida (1554), es una síntesis pedagógica, para niños y
mayores, de los contenidos de la fe. El Tratado del amor de Dios, una joya
literaria y de contenido, refleja con qué profundidad le fue dado penetrar en el
misterio de Cristo, el Verbo encarnado y redentor. El Tratado sobre el
sacerdocio es un breve compendio que se completa con las pláticas, sermones
e incluso cartas. Cuenta también con otros escritos menores, que consisten en
orientaciones o Avisos para la vida espiritual. Los Tratados de Reforma están
relacionados con el concilio de Trento y con los sínodos provinciales que lo
aplicaron, y apuntan muy certeramente a la renovación personal y eclesial.
Los Sermones y Pláticas, igual que el Epistolario, son escritos que abarcan
todo el arco litúrgico y la amplia cronología de su ministerio sacerdotal. Los
comentarios bíblicos —de la Carta a los Gálatas a la Primera carta de Juan y
otros— son exposiciones sistemáticas de notable profundidad bíblica y de gran
valor pastoral.
Todas estas obras ofrecen contenidos muy profundos, presentan un
evidente enfoque pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos y dejan
entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales del momento. El tono es
de suma confianza en el amor de Dios, llamando a la persona a la perfección
de la caridad. Su lenguaje es el castellano clásico y sobrio de su tierra
manchega de origen, mezclado a veces con la imaginación y el calor
meridional, ambiente en que transcurrió la mayor parte de su vida apostólica.
Atento a captar lo que el Espíritu inspiraba a la Iglesia en una época
compleja y convulsa de cambios culturales, de variadas corrientes
humanísticas, de búsqueda de nuevas vías de espiritualidad, clarificó criterios
y conceptos.
5. En sus enseñanzas el Maestro Juan de Ávila aludía constantemente al
bautismo y a la redención para impulsar a la santidad, y explicaba que la vida
espiritual cristiana, que es participación en la vida trinitaria, parte de la fe en
Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia divina expresada en los
méritos de Cristo y está toda ella movida por el Espíritu; es decir, por el amor
a Dios y a los hermanos. «Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en
aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo, y con Él nos
dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas»(Carta 160), escribe. Y
también: «Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca» (Ib. 62), por esto,
«la prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del
prójimo» (Ib. 103). Manifiesta también gran aprecio a las cosas creadas,
ordenándolas en la perspectiva del amor.
Al ser templos de la Trinidad, alienta en nosotros la misma vida de Dios y
el corazón se va unificando, como proceso de unión con Dios y con los
hermanos. El camino del corazón es camino de sencillez, de bondad, de amor,
de actitud filial. Esta vida según el Espíritu es marcadamente eclesial, en el
sentido de expresar el desposorio de Cristo con su Iglesia, tema central
312

del Audi, filia. Y es también mariana: la configuración con Cristo, bajo la


acción del Espíritu Santo, es un proceso de virtudes y dones que mira a María
como modelo y como madre. La dimensión misionera de la espiritualidad,
como derivación de la dimensión eclesial y mariana, es evidente en los escritos
del Maestro Ávila, que invita al celo apostólico a partir de la contemplación y
de una mayor entrega a la santidad. Aconseja tener devoción a los santos,
porque nos manifiestan a todos «un grande Amigo, que es Dios, el cual nos
tiene presos los corazones en su amor [...] y Él nos manda que tengamos otros
muchos amigos, que son sus santos» (Carta 222).
6. Si el Maestro Ávila es pionero en afirmar la llamada universal a la
santidad, resulta también un eslabón imprescindible en el proceso histórico de
sistematización de la doctrina sobre el sacerdocio. A lo largo de los siglos sus
escritos han sido fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le
puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los
presbíteros seculares. Su influencia se detecta en muchos autores espirituales
posteriores.
La afirmación central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, «en la misa
nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo
Redentor» (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con
humildad, el amor paterno y materno de Dios. Todo ello requiere unas
condiciones de vida, como son frecuentar la Palabra y la Eucaristía, tener
espíritu de pobreza, ir al púlpito «templado», es decir, habiéndose preparado
con el estudio y con la oración, y amar a la Iglesia, porque es esposa de
Jesucristo.
La búsqueda y creación de medios para mejor formar a los aspirantes al
sacerdocio, la exigencia de mayor santidad del clero y la necesaria reforma en
la vida eclesial constituyen la preocupación más honda y continuada del Santo
Maestro. La santidad del clero es imprescindible para reformar a la Iglesia. Se
imponía, pues, la selección y la adecuada formación de los que aspiraban al
sacerdocio. Como solución propuso crear seminarios y llegó a insinuar la
conveniencia de un colegio especial para que se preparasen en el estudio de la
Sagrada Escritura. Estas propuestas alcanzaron a toda la Iglesia.
Por su parte, la fundación de la Universidad de Baeza, en la que puso todo
su interés y entusiasmo, constituyó una de sus aspiraciones más logradas,
porque llegó a proporcionar una óptima formación inicial y continuada a los
clérigos, teniendo muy en cuenta el estudio de la llamada «teología positiva»
con orientación pastoral, y dio origen a una escuela sacerdotal que prosperó
durante siglos.
7. Dada su indudable y creciente fama de santidad, la Causa de
beatificación y canonización del Maestro Juan de Ávila se inició en la
archidiócesis de Toledo, en 1623. Se interrogó pronto a los testigos en
Almodóvar del Campo y Montilla, lugares del nacimiento y muerte del Siervo
de Dios, y en Córdoba, Granada, Jaén, Baeza y Andújar. Pero por diversos
problemas la Causa quedó interrumpida hasta 1731, en que el arzobispo de
Toledo envió a Roma los procesos informativos ya realizados. Por decreto de 3
de abril de 1742 el Papa Benedicto XIV aprobó los escritos y elogió la
doctrina del Maestro Ávila, y el 8 de febrero de 1759 Clemente XIII declaró
313

que había ejercitado las virtudes en grado heroico. La beatificación tuvo lugar,
por el Papa León XIII, el 6 de abril de 1894 y la canonización, por el Papa
Pablo VI, el 31 de mayo de 1970. Dada la relevancia de su figura sacerdotal,
en 1946 Pío XII lo nombró Patrono del clero secular de España.
El título de «Maestro» con el que durante su vida, y a lo largo de los siglos,
ha sido conocido San Juan de Ávila motivó que a raíz de su canonización se
planteara la posibilidad del Doctorado. Así, a instancias del cardenal Don
Benjamín de Arriba y Castro, arzobispo de Tarragona, la XII Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (julio 1970) acordó solicitar a
la Santa Sede su declaración de Doctor de la Iglesia Universal. Siguieron
numerosas instancias, particularmente con motivo del XXV Aniversario de su
Canonización (1995) y del V Centenario de su nacimiento (1999).
La declaración de Doctor de la Iglesia Universal de un santo supone el
reconocimiento de un carisma de sabiduría conferido por el Espíritu Santo
para bien de la Iglesia y comprobado por la influencia benéfica de su
enseñanza en el pueblo de Dios, hechos bien evidentes en la persona y en la
obra de San Juan de Ávila. Éste fue solicitado muy frecuentemente por sus
contemporáneos como Maestro de teología, discernidor de espíritus y director
espiritual. A él acudieron en búsqueda de ayuda y orientación grandes santos y
reconocidos pecadores, sabios e ignorantes, pobres y ricos, y a su fama de
consejero se unió tanto su activa intervención en destacadas conversiones
como su cotidiana acción para mejorar la vida de fe y la comprensión del
mensaje cristiano de cuantos acudían solícitos a escuchar su enseñanza.
También los obispos y religiosos doctos y bien preparados se dirigieron a él
como consejero, predicador y teólogo, ejerciendo notable influencia en
quienes lo trataron y en los ambientes que frecuentó.
8. El Maestro Ávila no ejerció como profesor en las Universidades, aunque
sí fue organizador y primer Rector de la Universidad de Baeza. No explicó
teología en una cátedra, pero sí dio lecciones de Sagrada Escritura a seglares,
religiosos y clérigos.
No elaboró nunca una síntesis sistemática de su enseñanza teológica, pero
su teología es orante y sapiencial. En el Memorial II al concilio de Trento da
dos razones para vincular la teología y la oración: la santidad de la ciencia
teológica y el provecho y edificación de la Iglesia. Como verdadero humanista
y buen conocedor de la realidad, la suya es también una teología cercana a la
vida, que responde a las cuestiones planteadas en el momento y lo hace de
modo didáctico y comprensible.
La enseñanza de Juan de Ávila destaca por su excelencia y precisión y por
su extensión y profundidad, fruto de un estudio metódico, de contemplación y
por medio de una profunda experiencia de las realidades sobrenaturales.
Además su rico epistolario bien pronto contó con traducciones italianas,
francesas e inglesas.
Es muy de notar su profundo conocimiento de la Biblia, que él deseaba ver
en manos de todos, por lo que no dudó en explicarla tanto en su predicación
cotidiana como ofreciendo lecciones sobre determinados Libros sagrados.
Solía cotejar las versiones y analizar los sentidos literal y espiritual; conocía
los comentarios patrísticos más importantes y estaba convencido de que para
314

recibir adecuadamente la revelación era necesario el estudio y la oración, y


que se penetrara en su sentido con ayuda de la tradición y del magisterio. Del
Antiguo Testamento cita sobre todo los Salmos, Isaías y el Cantar de los
cantares. Del Nuevo, el apóstol Juan y San Pablo que es, sin duda, el más
recurrido. «Copia fiel de San Pablo», lo llamó el Papa Pablo VI en la bula de
su canonización.
9. La doctrina del Maestro Juan de Ávila posee, sin duda, un mensaje
seguro y duradero, y es capaz de contribuir a confirmar y profundizar el
depósito de la fe, iluminando incluso nuevas prospectivas doctrinales y de
vida. Atendiendo al magisterio pontificio, resulta evidente su actualidad, lo
cual prueba que su eminens doctrina constituye un verdadero carisma, don del
Espíritu Santo a la Iglesia de ayer y de hoy.
La primacía de Cristo y de la gracia que, en términos de amor de Dios,
atraviesa toda la enseñanza del Maestro Ávila, es una de las dimensiones
subrayadas tanto por la teología como por la espiritualidad actual, de lo cual se
derivan consecuencias también para la pastoral, tal como Nos hemos
subrayado en la encíclica Deus caritas est. La confianza, basada en la
afirmación y la experiencia del amor de Dios y de la bondad y misericordia
divinas, ha sido propuesta también en el reciente magisterio pontificio, como
en la encíclica Dives in misericordia y en la exhortación apostólica
postsinodal Ecclesia in Europa, que es una verdadera proclamación del
Evangelio de la esperanza, como también hemos pretendido en la
encíclica Spe salvi. Y cuando en la carta apostólica Ubicumque et semper, con
la que acabamos de instituir el Pontificio Consejo para promover la Nueva
Evangelización, decimos: «Para proclamar de modo fecundo la Palabra del
Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de
Dios», emerge la figura serena y humilde de este «predicador evangélico»
cuya eminente doctrina es de plena actualidad.
10. En 2002, la Conferencia Episcopal Española tuvo noticia de que
el Studio riassuntivo sull’eminente dottrina ravvisata nelle opere di San
Giovanni d’Avila, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, concluía de
modo netamente afirmativo, y en 2003 un buen número de Sres. Cardenales,
Arzobispos y Obispos, Presidentes de Conferencias Episcopales, Superiores
Generales de Institutos de vida consagrada, Responsables de Asociaciones y
Movimientos eclesiales, Universidades y otras instituciones, y personas
particulares significativas, se unieron a la súplica de la Conferencia Episcopal
Española por medio de Cartas Postulatorias que manifestaban al Papa Juan
Pablo II el interés y la oportunidad del Doctorado de San Juan de Ávila.
Retornado el expediente a la Congregación de las Causas de los Santos y
nombrado un Relator para esta Causa, fue necesario elaborar la
correspondiente Positio. Concluido este trabajo, el Presidente y el Secretario
de la Conferencia Episcopal Española junto con el Presidente de la Junta Pro
Doctorado y la Postuladora de la Causa firmaron, el 10 de diciembre de 2009,
la definitiva Súplica (Supplex libellus) del Doctorado para el Maestro Juan de
Ávila. El 18 de diciembre de 2010 tuvo lugar el Congreso Peculiar de
Consultores Teólogos de dicha Congregación, en orden al Doctorado del Santo
Maestro. Los votos fueron afirmativos. El 3 de mayo de 2011, la Sesión
315

Plenaria de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación decidió, con


voto también unánimemente afirmativo, proponernos la declaración de San
Juan de Ávila, si así lo deseábamos, como Doctor de la Iglesia universal. El
día 20 de agosto de 2011, en Madrid, durante la Jornada Mundial de la
Juventud, anunciamos al Pueblo de Dios que, «declararé próximamente a San
Juan de Ávila, presbítero, Doctor de la Iglesia universal». Y el día 27 de mayo
de 2012, domingo de Pentecostés, tuvimos el gozo de decir en la Plaza de San
Pedro del Vaticano a la multitud de peregrinos de todo el mundo allí reunidos:
«El Espíritu que ha hablado por medio de los profetas,con los dones de la
sabiduría y de la ciencia continúa inspirando mujeres y hombres que se
empeñan en la búsqueda de la verdad, proponiendo vías originales de
conocimiento y de profundización del misterio de Dios, del hombre y del
mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciarles que el próximo 7 de
octubre, en el inicio de la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
proclamaré a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen, doctores de la
Iglesia universal [...] La santidad de la vida y la profundidad de la doctrina los
vuelve perennemente actuales: la gracia del Espíritu Santo, de hecho los
proyectó en esa experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina
y diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte permanente
de la vida y de la acción de la Iglesia. Sobre todo, a la luz del proyecto de una
nueva evangelización a la cual será dedicada la mencionada Asamblea del
Sínodo de los Obispos, y en la vigilia del Año de la Fe, estas dos figuras de
santos y doctores serán de gran importancia y actualidad».
Por lo tanto hoy, con la ayuda de Dios y la aprobación de toda la Iglesia,
esto se ha realizado. En la plaza de San Pedro, en presencia de muchos
cardenales y prelados de la Curia Romana y de la Iglesia católica, confirmando
lo que se ha realizado y satisfaciendo con gran gusto los deseos de los
suplicantes, durante el sacrificio Eucarístico hemos pronunciado estas
palabras:
«Nosotros, acogiendo el deseo de muchos hermanos en el episcopado y de
muchos fieles del mundo entero, tras haber tenido el parecer de la
Congregación para las Causas de los Santos, tras haber reflexionado
largamente y habiendo llegado a un pleno y seguro convencimiento, con la
plenitud de la autoridad apostólica declaramos a san Juan de Ávila, sacerdote
diocesano, y santa Hildegarda de Bingen, monja profesa de la Orden de San
Benito, Doctores de la Iglesia universal, en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo».
Esto decretamos y ordenamos, estableciendo que esta carta sea y
permanezca siempre cierta, válida y eficaz, y que surta y obtenga sus efectos
plenos e íntegros; y así convenientemente se juzgue y se defina; y sea vano y
sin fundamento cuanto al respecto diversamente intente nadie con cualquier
autoridad, conscientemente o por ignorancia.
Dado en Roma, en San Pedro, con el sello del Pescador, el 7 de octubre de
2012, año octavo de Nuestro Pontificado. BENEDICTO PP. XVI

AÑO DE LA FE: VOLVER A LO QUE ES ESENCIAL


316

20121011. Homilía. Apertura del Año de la Fe


En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en
tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la
historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora
lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el
vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este
vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su
importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a
descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo
contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de
la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto
se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el
camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza.
La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy
más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva,
trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha
hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la
vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte
con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de
Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en
estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos
caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el
sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la
fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo,
llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni
dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la
misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el
Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es
también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.

TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD


20121012. Discurso. Padres conciliares y presidentes Conferencia
El Concilio fue un tiempo de gracia en que el Espíritu Santo nos enseñó
que la Iglesia, en su camino en la historia, debe siempre hablar al hombre
contemporáneo, pero esto sólo puede ocurrir por la fuerza de aquellos que
tienen raíces profundas en Dios, se dejan guiar por Él y viven con pureza la
propia fe; no viene de quien se adapta al momento que pasa, de quien escoge
el camino más cómodo. El Concilio lo tenía bien claro, cuando en la
constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, en el número 49,
afirmó que todos en la Iglesia están llamados a la santidad según las palabras
del Apóstol Pablo: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1
Tes 4, 3). La santidad muestra el verdadero rostro de la Iglesia, hace entrar el
«hoy» eterno de Dios en el «hoy» de nuestra vida, en el «hoy» del hombre de
nuestra época.
317

Queridos hermanos en el episcopado, la memoria del pasado es preciosa,


pero nunca es un fin en sí misma. El Año de la fe que hemos comenzado ayer
nos sugiere el modo mejor de recordar y conmemorar el Concilio:
concentrarnos en el corazón de su mensaje, que por lo demás no es otro que el
mensaje de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo, proclamado al
hombre de nuestro tiempo.
También hoy lo importante y esencial es llevar el rayo del amor de Dios al
corazón y a la vida de cada hombre y de cada mujer, y conducir a los hombres
y mujeres de toda época hacia Dios.
Deseo vivamente que todas las Iglesias particulares encuentren en la
celebración de este Año la ocasión para el siempre necesario retorno a la
fuente viva del Evangelio, al encuentro transformador con la persona de
Jesucristo. Gracias.

HAY UNA NUEVA PRIMAVERA DEL CRISTIANISMO


20121015. Entrevista. De la película Campanas de Europa
P. ― Santidad, en sus encíclicas propone una antropología fuerte, un
hombre habitado por el amor de Dios, un hombre de racionalidad ampliada
por la fe, un hombre que tiene una responsabilidad social gracias a la
dinámica de caridad recibida y dada en la verdad. Santidad, en este horizonte
antropológico en que el mensaje evangélico exalta todos los elementos dignos
de la persona humana, purificando las escorias que oscurecen el verdadero
rostro del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, usted ha reafirmado
en repetidas ocasiones que este redescubrimiento de rostro humano, de los
valores evangélicos, de las raíces profundas de Europa es una fuente de gran
esperanza para el continente europeo, y no sólo ... ¿Puede explicar las
razones de su esperanza?
Santo Padre ― La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo
de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma
humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios
puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios
nunca desaparece. Simplemente, es cierto, como dice san Agustín, que
nosotros, los hombres, estamos inquietos hasta que encontramos a Dios. Esta
preocupación también existe en la actualidad. Es la esperanza de que el
hombre, siempre de nuevo, también hoy, se encamine hacia este Dios.
La segunda razón de mi esperanza consiste en el hecho de que el Evangelio
de Jesucristo, la fe en Cristo, es simplemente verdad. Y la verdad no envejece.
También se puede olvidar durante algún tiempo, es posible encontrar otras
cosas, se puede dejar de lado; pero la verdad como tal no desaparece. Las
ideologías tienen un tiempo determinado. Parecen fuertes, irresistibles, pero
después de un determinado período se consumen; pierden su fuerza porque
carecen de una verdad profunda. Son partículas de verdad, pero al final se
consumen. En cambio, el evangelio es verdadero, y por lo tanto nunca se
consume. En todos los períodos de la historia aparecen sus nuevas
dimensiones, aparece en toda su novedad, para responder a las necesidades del
corazón y de la razón humana que puede caminar en esta verdad y encontrarse
318

en ella. Y así, por esta razón, estoy convencido de que también hay una nueva
primavera del cristianismo.
Un tercer motivo empírico lo vemos en que esta inquietud se manifiesta en
la juventud de hoy. Los jóvenes han visto tantas cosas ―las ofertas de las
ideologías y del consumismo― pero perciben el vacío de todo esto, su
insuficiencia. El hombre ha sido creado para el infinito. Todo lo finito es
demasiado poco. Y por eso vemos cómo, en las generaciones más jóvenes, esta
inquietud se despierta de nuevo y cómo se ponen en camino; así hay nuevos
descubrimientos de la belleza del cristianismo; un cristianismo que no es
barato, ni reducido, sino radical y profundo . Por lo tanto, me parece que la
antropología, como tal, nos indica que siempre habrá nuevos despertares del
cristianismo y los hechos lo confirman con una palabra: cimiento profundo. Es
el cristianismo. Es verdadero, y la verdad siempre tiene un futuro.
P.― Santidad, usted ha dicho muchas veces que Europa ha tenido y tiene
todavía una influencia cultural sobre toda la humanidad y tiene que sentirse
especialmente responsable, no sólo del propio futuro, sino también del de todo
el género humano. Mirando hacia adelante, ¿es posible trazar los límites del
testimonio visible de los católicos y de los cristianos pertenecientes a las
Iglesias ortodoxas y protestantes, en Europa del Atlántico a los Urales que,
viviendo los valores evangélicos en los que creen, contribuyan a la
construcción de una Europa más fiel a Cristo, más acogedora, solidaria, no
sólo custodiando la herencia cultural y espiritual que los caracteriza, sino
también en el compromiso de buscar nuevas vías para afrontar los grandes
desafíos comunes que marcan la época post-moderna y multicultural?
Santo Padre ― Se trata de la gran cuestión. Es evidente que Europa tiene
también hoy en el mundo un gran peso tanto económico como cultural e
intelectual. Y, de acuerdo con este peso, tiene una gran responsabilidad. Pero
como ha dicho usted, Europa tiene que encontrar todavía su plena identidad
para poder hablar y actuar según su responsabilidad. El problema hoy no son
ya, en mi opinión, las diferencias nacionales. Se trata de diversidades que,
gracias a Dios, ya no constituyen divisiones. Las naciones permanecen, y en
sus diversidades culturales, humanas, temperamentales, son una riqueza que se
completa y da lugar a una gran sinfonía de culturas. Son, fundamentalmente,
una cultura común. El problema de Europa para encontrar su identidad creo
que consiste en el hecho de que hoy en Europa tenemos dos almas: una de
ellas es una razón abstracta, anti-histórica, que pretende dominar todo porque
se siente por encima de todas las culturas. Una razón que al fin ha llegado a sí
misma, que pretende emanciparse de todas las tradiciones y valores culturales
en favor de una racionalidad abstracta. La primera sentencia de Estrasburgo
sobre el Crucifijo era un ejemplo de esta razón abstracta que quiere
emanciparse de todas las tradiciones, de la misma historia. Pero así no se
puede vivir. Además, también la "razón pura" está condicionada por una
determinada situación histórica, y solo en este sentido puede existir. La otra
alma es la que podemos llamar cristiana, que se abre a todo lo que es
razonable, que ha creado ella misma la audacia de la razón y la libertad de una
razón crítica, pero sigue anclada en las raíces que han dado origen a esta
Europa, que la han construido sobre los grandes valores, las grandes
319

intuiciones, la visión de la fe cristiana. Como decía usted, sobre todo en el


diálogo ecuménico entre Iglesia católica, ortodoxa, protestante, este alma tiene
que encontrar una común expresión y después tiene que confrontarse con esa
razón abstracta, es decir, aceptar y conservar la libertad crítica de la razón con
respecto a todo lo que puede hacer y ha hecho, pero practicarla, concretarla en
el fundamento, en la cohesión con los grandes valores que nos ha dado el
cristianismo. Sólo en esta síntesis Europa puede tener peso en el diálogo
intercultural de la humanidad de hoy y de mañana, porque una razón que se ha
emancipado de todas las culturas no puede entrar en un diálogo intercultural.
Sólo una razón que tiene una identidad histórica y moral puede también hablar
con los demás, buscar una interculturalidad en la que todos pueden entrar y
encontrar una unidad fundamental de los valores que pueden abrir las vías al
futuro, a un nuevo humanismo, que tiene que ser nuestro objetivo. Y para
nosotros este humanismo crece precisamente a partir de la gran idea del
hombre a imagen y semejanza de Dios.

ID Y HACED DISCÍPULOS A TODOS LOS PUEBLOS


20121018. Mensaje para la XXVIII JMJ de Río de Janeiro
Quiero haceros llegar a todos un saludo lleno de alegría y afecto. Estoy
seguro de que la mayoría de vosotros habéis regresado de la Jornada Mundial
de la Juventud de Madrid «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la
fe» (cf. Col 2,7). En este año hemos celebrado en las diferentes diócesis la
alegría de ser cristianos, inspirados por el tema: «Alegraos siempre en el
Señor» (Flp4,4). Y ahora nos estamos preparando para la próxima Jornada
Mundial, que se celebrará en Río de Janeiro, en Brasil, en el mes de julio de
2013.
Quisiera renovaros ante todo mi invitación a que participéis en esta
importante cita. La célebre estatua del Cristo Redentor, que domina aquella
hermosa ciudad brasileña, será su símbolo elocuente. Sus brazos abiertos son
el signo de la acogida que el Señor regala a cuantos acuden a él, y su corazón
representa el inmenso amor que tiene por cada uno de vosotros. ¡Dejaos atraer
por él! ¡Vivid esta experiencia del encuentro con Cristo, junto a tantos otros
jóvenes que se reunirán en Río para el próximo encuentro mundial! Dejaos
amar por él y seréis los testigos que el mundo tanto necesita.
Os invito a que os preparéis a la Jornada Mundial de Río de Janeiro
meditando desde ahora sobre el tema del encuentro: Id y haced discípulos a
todos los pueblos (cf. Mt 28,19). Se trata de la gran exhortación misionera que
Cristo dejó a toda la Iglesia y que sigue siendo actual también hoy, dos mil
años después. Esta llamada misionera tiene que resonar ahora con fuerza en
vuestros corazones. El año de preparación para el encuentro de Río coincide
con el Año de la Fe, al comienzo del cual el Sínodo de los Obispos ha
dedicado sus trabajos a «La nueva evangelización para la transmisión de la fe
cristiana». Por ello, queridos jóvenes, me alegro que también vosotros os
impliquéis en este impulso misionero de toda la Iglesia: dar a conocer a Cristo,
que es el don más precioso que podéis dar a los demás.
1. Una llamada apremiante
320

La historia nos ha mostrado cuántos jóvenes, por medio del generoso don
de sí mismos y anunciando el Evangelio, han contribuido enormemente al
Reino de Dios y al desarrollo de este mundo. Con gran entusiasmo, han
llevado la Buena Nueva del Amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo,
con medios y posibilidades muy inferiores con respecto a los que disponemos
hoy. Pienso, por ejemplo, en el beato José de Anchieta, joven jesuita español
del siglo XVI, que partió a las misiones en Brasil cuando tenía menos de
veinte años y se convirtió en un gran apóstol del Nuevo Mundo. Pero pienso
también en los que os dedicáis generosamente a la misión de la Iglesia. De ello
obtuve un sorprendente testimonio en la Jornada Mundial de Madrid, sobre
todo en el encuentro con los voluntarios.
Hay muchos jóvenes hoy que dudan profundamente de que la vida sea un
don y no ven con claridad su camino. Ante las dificultades del mundo
contemporáneo, muchos se preguntan con frecuencia: ¿Qué puedo hacer? La
luz de la fe ilumina esta oscuridad, nos hace comprender que cada existencia
tiene un valor inestimable, porque es fruto del amor de Dios. Él ama también a
quien se ha alejado de él; tiene paciencia y espera, es más, él ha entregado a su
Hijo, muerto y resucitado, para que nos libere radicalmente del mal. Y Cristo
ha enviado a sus discípulos para que lleven a todos los pueblos este gozoso
anuncio de salvación y de vida nueva.
En su misión de evangelización, la Iglesia cuenta con vosotros. Queridos
jóvenes: Vosotros sois los primeros misioneros entre los jóvenes. Al final
del Concilio Vaticano II, cuyo 50º aniversario estamos celebrando en este año,
el siervo de Dios Pablo VI entregó a los jóvenes del mundo un Mensaje que
empezaba con estas palabras: «A vosotros, los jóvenes de uno y otro sexo del
mundo entero, el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Pues sois vosotros
los que vais a recoger la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el
mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia.
Sois vosotros quienes, recogiendo lo mejor del ejemplo y las enseñanzas de
vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis
o pereceréis con ella». Concluía con una llamada: «¡Construid con entusiasmo
un mundo mejor que el de vuestros mayores!» (Mensaje a los Jóvenes, 8 de
diciembre de 1965).
Queridos jóvenes, esta invitación es de gran actualidad. Estamos
atravesando un período histórico muy particular. El progreso técnico nos ha
ofrecido posibilidades inauditas de interacción entre los hombres y la
población, mas la globalización de estas relaciones sólo será positiva y hará
crecer el mundo en humanidad si se basa no en el materialismo sino en el
amor, que es la única realidad capaz de colmar el corazón de cada uno y de
unir a las personas. Dios es amor. El hombre que se olvida de Dios se queda
sin esperanza y es incapaz de amar a su semejante. Por ello, es urgente
testimoniar la presencia de Dios, para que cada uno la pueda experimentar. La
salvación de la humanidad y la salvación de cada uno de nosotros están en
juego. Quien comprenda esta necesidad, sólo podrá exclamar con Pablo: «¡Ay
de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9,16).
2. Sed discípulos de Cristo
321

Esta llamada misionera se os dirige también por otra razón: Es necesaria


para vuestro camino de fe personal. El beato Juan Pablo II escribió: «La fe se
refuerza dándola» (Enc. Redemptoris Missio, 2). Al anunciar el Evangelio
vosotros mismos crecéis arraigándoos cada vez más profundamente en Cristo,
os convertís en cristianos maduros. El compromiso misionero es una
dimensión esencial de la fe; no se puede ser un verdadero creyente si no se
evangeliza. El anuncio del Evangelio no puede ser más que la consecuencia de
la alegría de haber encontrado en Cristo la roca sobre la que construir la propia
existencia. Esforzándoos en servir a los demás y en anunciarles el Evangelio,
vuestra vida, a menudo dispersa en diversas actividades, encontrará su unidad
en el Señor, os construiréis también vosotros mismos, creceréis y maduraréis
en humanidad.
¿Qué significa ser misioneros? Significa ante todo ser discípulos de Cristo,
escuchar una y otra vez la invitación a seguirle, la invitación a mirarle:
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Un
discípulo es, de hecho, una persona que se pone a la escucha de la palabra de
Jesús (cf. Lc 10,39), al que se reconoce como el buen Maestro que nos ha
amado hasta dar la vida. Por ello, se trata de que cada uno de vosotros se deje
plasmar cada día por la Palabra de Dios; ésta os hará amigos del Señor
Jesucristo, capaces de incorporar a otros jóvenes en esta amistad con él.
Os aconsejo que hagáis memoria de los dones recibidos de Dios para
transmitirlos a su vez. Aprended a leer vuestra historia personal, tomad
también conciencia de la maravillosa herencia de las generaciones que os han
precedido: Numerosos creyentes nos han transmitido la fe con valentía,
enfrentándose a pruebas e incomprensiones. No olvidemos nunca que
formamos parte de una enorme cadena de hombres y mujeres que nos han
transmitido la verdad de la fe y que cuentan con nosotros para que otros la
reciban. El ser misioneros presupone el conocimiento de este patrimonio
recibido, que es la fe de la Iglesia. Es necesario conocer aquello en lo que se
cree, para poder anunciarlo. Como escribí en la introducción de YouCat, el
catecismo para jóvenes que os regalé en el Encuentro Mundial de Madrid,
«tenéis que conocer vuestra fe de forma tan precisa como un especialista en
informática conoce el sistema operativo de su ordenador, como un buen
músico conoce su pieza musical. Sí, tenéis que estar más profundamente
enraizados en la fe que la generación de vuestros padres, para poder
enfrentaros a los retos y tentaciones de este tiempo con fuerza y decisión»
(Prólogo).
3. Id
Jesús envió a sus discípulos en misión con este encargo: «Id al mundo
entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará» (Mc 16,15-16). Evangelizar significa llevar a los demás
la Buena Nueva de la salvación y esta Buena Nueva es una persona:
Jesucristo. Cuando le encuentro, cuando descubro hasta qué punto soy amado
por Dios y salvado por él, nace en mí no sólo el deseo, sino la necesidad de
darlo a conocer a otros. Al principio del Evangelio de Juan vemos a Andrés
que, después de haber encontrado a Jesús, se da prisa para llevarle a su
hermano Simón (cf. Jn 1,40-42). La evangelización parte siempre del
322

encuentro con Cristo, el Señor. Quien se ha acercado a él y ha hecho la


experiencia de su amor, quiere compartir en seguida la belleza de este
encuentro que nace de esta amistad. Cuanto más conocemos a Cristo, más
deseamos anunciarlo. Cuanto más hablamos con él, más deseamos hablar de
él. Cuanto más nos hemos dejado conquistar, más deseamos llevar a otros
hacia él.
Por medio del bautismo, que nos hace nacer a una vida nueva, el Espíritu
Santo se establece en nosotros e inflama nuestra mente y nuestro corazón. Es
él quien nos guía a conocer a Dios y a entablar una amistad cada vez más
profunda con Cristo; es el Espíritu quien nos impulsa a hacer el bien, a servir a
los demás, a entregarnos. Mediante la confirmación somos fortalecidos por sus
dones para testimoniar el Evangelio con más madurez cada vez. El alma de la
misión es el Espíritu de amor, que nos empuja a salir de nosotros mismos, para
«ir» y evangelizar. Queridos jóvenes, dejaos conducir por la fuerza del amor
de Dios, dejad que este amor venza la tendencia a encerrarse en el propio
mundo, en los propios problemas, en las propias costumbres. Tened el valor de
«salir» de vosotros mismos hacia los demás y guiarlos hasta el encuentro con
Dios.
4. Llegad a todos los pueblos
Cristo resucitado envió a sus discípulos a testimoniar su presencia
salvadora a todos los pueblos, porque Dios, en su amor sobreabundante, quiere
que todos se salven y que nadie se pierda. Con el sacrificio de amor de la Cruz,
Jesús abrió el camino para que cada hombre y cada mujer puedan conocer a
Dios y entrar en comunión de amor con él. Él constituyó una comunidad de
discípulos para llevar el anuncio de salvación del Evangelio hasta los confines
de la tierra, para llegar a los hombres y mujeres de cada lugar y de todo
tiempo. ¡Hagamos nuestro este deseo de Jesús!
Queridos amigos, abrid los ojos y mirad en torno a vosotros. Hay muchos
jóvenes que han perdido el sentido de su existencia. ¡Id! Cristo también os
necesita. Dejaos llevar por su amor, sed instrumentos de este amor inmenso,
para que llegue a todos, especialmente a los que están «lejos». Algunos están
lejos geográficamente, mientras que otros están lejos porque su cultura no deja
espacio a Dios; algunos aún no han acogido personalmente el Evangelio, otros,
en cambio, a pesar de haberlo recibido, viven como si Dios no existiese.
Abramos a todos las puertas de nuestro corazón; intentemos entrar en diálogo
con ellos, con sencillez y respeto mutuo. Este diálogo, si es vivido con
verdadera amistad, dará fruto. Los «pueblos» a los que hemos sido enviados
no son sólo los demás países del mundo, sino también los diferentes ámbitos
de la vida: las familias, los barrios, los ambientes de estudio o trabajo, los
grupos de amigos y los lugares de ocio. El anuncio gozoso del Evangelio está
destinado a todos los ambientes de nuestra vida, sin exclusión.
Quisiera subrayar dos campos en los que debéis vivir con especial atención
vuestro compromiso misionero. El primero es el de las comunicaciones
sociales, en particular el mundo de Internet. Queridos jóvenes, como ya os dije
en otra ocasión, «sentíos comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo
ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya
vuestra vida. […] A vosotros, jóvenes, que casi espontáneamente os sentís en
323

sintonía con estos nuevos medios de comunicación, os corresponde de manera


particular la tarea de evangelizar este “continente digital”» (Mensaje para la
XLIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 mayo 2009). Por
ello, sabed usar con sabiduría este medio, considerando también las insidias
que contiene, en particular el riesgo de la dependencia, de confundir el mundo
real con el virtual, de sustituir el encuentro y el diálogo directo con las
personas con los contactos en la red.
El segundo ámbito es el de la movilidad. Hoy son cada vez más numerosos
los jóvenes que viajan, tanto por motivos de estudio, trabajo o diversión. Pero
pienso también en todos los movimientos migratorios, con los que millones de
personas, a menudo jóvenes, se trasladan y cambian de región o país por
motivos económicos o sociales. También estos fenómenos pueden convertirse
en ocasiones providenciales para la difusión del Evangelio. Queridos jóvenes,
no tengáis miedo en testimoniar vuestra fe también en estos contextos;
comunicar la alegría del encuentro con Cristo es un don precioso para aquellos
con los que os encontráis.
5. Haced discípulos
Pienso que a menudo habéis experimentado la dificultad de que vuestros
coetáneos participen en la experiencia de la fe. A menudo habréis constatado
cómo en muchos jóvenes, especialmente en ciertas fases del camino de la vida,
está el deseo de conocer a Cristo y vivir los valores del Evangelio, pero no se
sienten idóneos y capaces. ¿Qué se puede hacer? Sobre todo, con vuestra
cercanía y vuestro sencillo testimonio abrís una brecha a través de la cual Dios
puede tocar sus corazones. El anuncio de Cristo no consiste sólo en palabras,
sino que debe implicar toda la vida y traducirse en gestos de amor. Es el amor
que Cristo ha infundido en nosotros el que nos hace evangelizadores; nuestro
amor debe conformarse cada vez más con el suyo. Como el buen samaritano,
debemos tratar con atención a los que encontramos, debemos saber escuchar,
comprender y ayudar, para poder guiar a quien busca la verdad y el sentido de
la vida hacia la casa de Dios, que es la Iglesia, donde se encuentra la esperanza
y la salvación (cf. Lc 10,29-37). Queridos amigos, nunca olvidéis que el
primer acto de amor que podéis hacer hacia el prójimo es el de compartir la
fuente de nuestra esperanza: Quien no da a Dios, da muy poco. Jesús ordena a
sus apóstoles: «Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado» (Mt 28,19-20). Los medios que tenemos para «hacer
discípulos» son principalmente el bautismo y la catequesis. Esto significa que
debemos conducir a las personas que estamos evangelizando para que
encuentren a Cristo vivo, en modo particular en su Palabra y en los
sacramentos. De este modo podrán creer en él, conocerán a Dios y vivirán de
su gracia. Quisiera que cada uno se preguntase: ¿He tenido alguna vez el valor
de proponer el bautismo a los jóvenes que aún no lo han recibido? ¿He
invitado a alguien a seguir un camino para descubrir la fe cristiana? Queridos
amigos, no tengáis miedo de proponer a vuestros coetáneos el encuentro con
Cristo. Invocad al Espíritu Santo: Él os guiará para poder entrar cada vez más
en el conocimiento y el amor de Cristo y os hará creativos para transmitir el
Evangelio.
324

6. Firmes en la fe
Ante las dificultades de la misión de evangelizar, a veces tendréis la
tentación de decir como el profeta Jeremías: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que
no sé hablar, que sólo soy un niño». Pero Dios también os contesta: «No digas
que eres niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene»
(Jr 1,6-7). Cuando os sintáis ineptos, incapaces y débiles para anunciar y
testimoniar la fe, no temáis. La evangelización no es una iniciativa nuestra que
dependa sobre todo de nuestros talentos, sino que es una respuesta confiada y
obediente a la llamada de Dios, y por ello no se basa en nuestra fuerza, sino en
la suya. Esto lo experimentó el apóstol Pablo: «Llevamos este tesoro en vasijas
de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no
proviene de nosotros» (2Co 4,7).
Por ello os invito a que os arraiguéis en la oración y en los sacramentos. La
evangelización auténtica nace siempre de la oración y está sostenida por ella.
Primero tenemos que hablar con Dios para poder hablar de Dios. En la oración
le encomendamos al Señor las personas a las que hemos sido enviados y le
suplicamos que les toque el corazón; pedimos al Espíritu Santo que nos haga
sus instrumentos para la salvación de ellos; pedimos a Cristo que ponga las
palabras en nuestros labios y nos haga ser signos de su amor. En modo más
general, pedimos por la misión de toda la Iglesia, según la petición explícita de
Jesús: «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»
(Mt 9,38). Sabed encontrar en la eucaristía la fuente de vuestra vida de fe y de
vuestro testimonio cristiano, participando con fidelidad en la misa dominical y
cada vez que podáis durante la semana. Acudid frecuentemente al sacramento
de la reconciliación, que es un encuentro precioso con la misericordia de Dios
que nos acoge, nos perdona y renueva nuestros corazones en la caridad. No
dudéis en recibir el sacramento de la confirmación, si aún no lo habéis
recibido, preparándoos con esmero y solicitud. Es, junto con la eucaristía, el
sacramento de la misión por excelencia, que nos da la fuerza y el amor del
Espíritu Santo para profesar la fe sin miedo. Os aliento también a que hagáis
adoración eucarística; detenerse en la escucha y el diálogo con Jesús presente
en el sacramento es el punto de partida de un nuevo impulso misionero.
Si seguís por este camino, Cristo mismo os dará la capacidad de ser
plenamente fieles a su Palabra y de testimoniarlo con lealtad y valor. A veces
seréis llamados a demostrar vuestra perseverancia, en particular cuando la
Palabra de Dios suscite oposición o cerrazón. En ciertas regiones del mundo,
por la falta de libertad religiosa, algunos de vosotros sufrís por no poder dar
testimonio de la propia fe en Cristo. Hay quien ya ha pagado con la vida el
precio de su pertenencia a la Iglesia. Os animo a que permanezcáis firmes en
la fe, seguros de que Cristo está a vuestro lado en esta prueba. Él os repite:
«Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12).
7. Con toda la Iglesia
Queridos jóvenes, para permanecer firmes en la confesión de la fe cristiana
allí donde habéis sido enviados, necesitáis a la Iglesia. Nadie puede ser testigo
del Evangelio en solitario. Jesús envió a sus discípulos a la misión en grupos:
325

«Haced discípulos» está puesto en plural. Por tanto, nosotros siempre damos
testimonio en cuanto miembros de la comunidad cristiana; nuestra misión es
fecundada por la comunión que vivimos en la Iglesia, y gracias a esa unidad y
ese amor recíproco nos reconocerán como discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35).
Doy gracias a Dios por la preciosa obra de evangelización que realizan
nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias y nuestros movimientos
eclesiales. Los frutos de esta evangelización pertenecen a toda la Iglesia: «Uno
siembra y otro siega» (Jn 4,37).
En este sentido, quiero dar gracias por el gran don de los misioneros, que
dedican toda su vida a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra.
Asimismo, doy gracias al Señor por los sacerdotes y consagrados, que se
entregan totalmente para que Jesucristo sea anunciado y amado. Deseo alentar
aquí a los jóvenes que son llamados por Dios, a que se comprometan con
entusiasmo en estas vocaciones: «Hay más dicha en dar que en recibir»
(Hch 20,35). A los que dejan todo para seguirlo, Jesús ha prometido el ciento
por uno y la vida eterna (cf. Mt 19,29).
También doy gracias por todos los fieles laicos que allí donde se
encuentran, en familia o en el trabajo, se esmeran en vivir su vida cotidiana
como una misión, para que Cristo sea amado y servido y para que crezca el
Reino de Dios. Pienso, en particular, en todos los que trabajan en el campo de
la educación, la sanidad, la empresa, la política y la economía y en tantos
ambientes del apostolado seglar. Cristo necesita vuestro compromiso y vuestro
testimonio. Que nada –ni las dificultades, ni las incomprensiones– os hagan
renunciar a llevar el Evangelio de Cristo a los lugares donde os encontréis;
cada uno de vosotros es valioso en el gran mosaico de la evangelización.
8. «Aquí estoy, Señor»
Queridos jóvenes, al concluir quisiera invitaros a que escuchéis en lo
profundo de vosotros mismos la llamada de Jesús a anunciar su Evangelio.
Como muestra la gran estatua de Cristo Redentor en Río de Janeiro, su
corazón está abierto para amar a todos, sin distinción, y sus brazos están
extendidos para abrazar a todos. Sed vosotros el corazón y los brazos de Jesús.
Id a dar testimonio de su amor, sed los nuevos misioneros animados por el
amor y la acogida. Seguid el ejemplo de los grandes misioneros de la Iglesia,
como san Francisco Javier y tantos otros.
Al final de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, bendije a algunos
jóvenes de diversos continentes que partían en misión. Ellos representaban a
tantos jóvenes que, siguiendo al profeta Isaías, dicen al Señor: «Aquí estoy,
mándame» (Is 6,8). La Iglesia confía en vosotros y os agradece sinceramente
el dinamismo que le dais. Usad vuestros talentos con generosidad al servicio
del anuncio del Evangelio. Sabemos que el Espíritu Santo se regala a los que,
en pobreza de corazón, se ponen a disposición de tal anuncio. No tengáis
miedo. Jesús, Salvador del mundo, está con nosotros todos los días, hasta el fin
del mundo (cf. Mt 28,20).
Esta llamada, que dirijo a los jóvenes de todo el mundo, asume una
particular relevancia para vosotros, queridos jóvenes de América Latina. En la
V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en
Aparecida en 2007, los obispos lanzaron una «misión continental». Los
326

jóvenes, que en aquel continente constituyen la mayoría de la población,


representan un potencial importante y valioso para la Iglesia y la sociedad. Sed
vosotros los primeros misioneros. Ahora que la Jornada Mundial de la
Juventud regresa a América Latina, exhorto a todos los jóvenes del continente:
Transmitid a vuestros coetáneos del mundo entero el entusiasmo de vuestra fe.
Que la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, invocada
también con las advocaciones de Nuestra Señora de Aparecida y Nuestra
Señora de Guadalupe, os acompañe en vuestra misión de testigos del amor de
Dios. A todos imparto, con particular afecto, mi Bendición Apostólica.

NECESIDAD DE PERSONAS DE FE ILUMINADA Y VIVIDA


20121020. Discurso. Entrega del Premio Ratzinger
Es precisamente de personas que, a través de una fe iluminada y vivida,
hagan a Dios cercano y creíble para el hombre de hoy, de lo que tenemos
necesidad; hombres que mantengan la mirada fija en Dios sacando de esta
fuente la verdadera humanidad para ayudar a quien el Señor pone en nuestro
camino a fin de que comprenda que es Cristo el camino de la vida; hombres
cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios, para que puedan hablar
también a la mente y al corazón de los demás. Trabajar en al viña del Señor,
donde nos llama, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo
puedan descubrir y redescubrir el verdadero «arte de vivir»: esta fue también
una gran pasión del concilio Vaticano II, más actual que nunca en el
compromiso de la nueva evangelización.

FIELES A JESÚS, CON AMOR, VALOR Y ENTUSIASMO


20121021. Homilía. Canonización de siete beatos
Pedro Calungsod nació alrededor del año 1654, en la región de Bisayas en
Filipinas. Su amor a Cristo lo impulsó a prepararse como catequista con los
misioneros jesuitas. En el año 1668, junto con otros jóvenes catequistas,
acompañó al Padre Diego Luis de San Vítores a las Islas Marianas, para
evangelizar al pueblo Chamorro. La vida allí era dura y los misioneros
sufrieron la persecución a causa de la envidia y las calumnias. Pedro, sin
embargo, mostró una gran fe y caridad y continuó catequizando a sus
numerosos convertidos, dando testimonio de Cristo mediante una vida de
pureza y dedicación al Evangelio. Por encima de todo estaba su deseo de
salvar almas para Cristo, y esto le llevó a aceptar con resolución el martirio.
Murió el 2 de abril de 1672. Algunos testigos cuentan que Pedro pudo haber
escapado para ponerse a salvo, pero eligió permanecer al lado del Padre Diego.
El sacerdote le dio a Pedro la absolución antes de que él mismo fuera
asesinado. Que el ejemplo y el testimonio valeroso de Pedro Calungsod inspire
al querido pueblo filipino para anunciar con ardor el Reino y ganar almas para
Dios.
Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim,
Alemania. Con apenas un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y en
1862 entró en la Tercera Orden Regular de san Francisco, en Siracusa, Nueva
327

York. Más tarde, y como superiora general de su congregación, Madre


Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de Hawai,
después de que muchos se hubieran negado a ello. Con seis de sus hermanas
de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en Oahu, fundando
más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una casa para niñas de
padres leprosos. Cinco años después aceptó la invitación a abrir una casa para
mujeres y niñas en la isla de Molokai, encaminándose allí con valor y
poniendo fin de hecho a su contacto con el mundo exterior. Allí cuidó al Padre
Damián, entonces ya famoso por su heroico trabajo entre los leprosos,
atendiéndolo mientras moría y continuando su trabajo entre los leprosos. En un
tiempo en el que poco se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible
enfermedad, Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella
es un ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas
enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.
Kateri Tekakwitha nació en el actual Estado de Nueva York, en 1656, de
padre mohawk y madre algonquina cristiana, quien le trasmitió la experiencia
del Dios vivo. Fue bautizada a la edad de 20 años y, para escapar de la
persecución, se refugió en la misión de san Francisco Javier, cerca de
Montreal. Allí trabajó hasta que murió a los 24 años de edad, fiel a las
tradiciones de su pueblo, pero renunciando a las convicciones religiosas del
mismo. Llevando una vida sencilla, Kateri permaneció fiel a su amor a Jesús, a
su oración y a su Misa diaria. Su deseo más alto era conocer y hacer lo que
agradaba a Dios. Kateri impresiona por la acción de la gracia en su vida,
carente de apoyos externos, y por la firmeza de una vocación tan particular
para su cultura. En ella, fe y cultura se enriquecen recíprocamente. Que su
ejemplo nos ayude a vivir allá donde nos encontremos, sin renegar de lo que
somos, amando a Jesús. Santa Kateri, protectora de Canadá y primera santa
amerindia, te confiamos la renovación de la fe en los pueblos originarios y en
toda América del Norte. Que Dios bendiga a los pueblos originarios.
La joven Anna Schäffer, de Mindelstetten, quería entrar en una
congregación misionera. Nacida en una familia humilde, trabajó como criada
buscando ganar la dote necesaria y poder entrar así en el convento. En este
trabajo, tuvo un grave accidente, sufriendo quemaduras incurables en los pies
que la postraron en un lecho para el resto de sus días. Así, la habitación de la
enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio
misionero. Al principio se rebeló contra su destino, pero enseguida,
comprendió que su situación fue una llamada amorosa del Crucificado para
que le siguiera. Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una
intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para
muchas personas en búsqueda de consejo. Que su apostolado de oración y de
sufrimiento, de ofrenda y de expiación sea para los creyentes de su tierra un
ejemplo luminoso. Que su intercesión intensifique la pastoral de los enfermos
en cuidados paliativos, en su benéfico trabajo.

QUE DIOS VUELVA A SER VISIBLE Y DETERMINANTE


20121113. Mensaje. Atrio de los Gentiles en Portugal
328

Con profunda gratitud y afecto saludo a todos los participantes en el «Atrio


de los gentiles», que se inaugura en Portugal el 16 y el 17 de noviembre de
2012 y reúne a creyentes y no creyentes en torno a la aspiración común de
afirmar el valor de la vida humana contra el creciente embate de la cultura de
la muerte.
En realidad, la conciencia de la sacralidad de la vida que se nos ha
confiado, no como algo de lo que se puede disponer libremente, sino como un
don que hay que custodiar fielmente, pertenece a la herencia moral de la
humanidad. «Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun
entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo
secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su
corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio
hasta su término» (Encíclica Evangelium vitae, 2). No somos un producto
casual de la evolución, sino que cada uno de nosotros es fruto de un
pensamiento de Dios: Él nos ama.
Pero, si la razón puede captar este valor de la vida, ¿por qué interpelar a
Dios? Respondo citando una experiencia humana. La muerte de la persona
amada es, para quien ama, el acontecimiento más absurdo que se pueda
imaginar: ella es incondicionalmente digna de vivir, es bueno y bello que
exista (el ser, el bien y lo bello, como diría un metafísico, se equivalen
trascendentalmente). De igual modo, la muerte de esta misma persona aparece,
a los ojos de quien no ama, como un suceso natural, lógico (no absurdo).
¿Quién tiene razón? ¿Quién ama («la muerte de esta persona es absurda») o
quien no ama («la muerte de esta persona es lógica»)?
La primera posición sólo es defendible si toda persona es amada por un
Poder infinito; y éste es el motivo por el cual ha sido necesario recurrir a Dios.
De hecho, quien ama no quiere que la persona amada muera; y, si pudiera,
siempre lo impediría. Si pudiera… El amor finito es impotente; el Amor
infinito es omnipotente. Pues bien, esta es la certeza que la Iglesia anuncia:
«Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo
el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). ¡Sí! Dios
ama a cada persona que, por eso, es incondicionalmente digna de vivir. «La
sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta
qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de
su vida» (Encíclica Evangelium vitae, 25).
Pero en la época moderna el hombre ha querido evitar la mirada creadora y
redentora del Padre (cf. Jn 4, 14), basándose en sí mismo y no en el Poder
divino. Casi como sucede en los edificios de cemento armado sin ventanas,
donde es el hombre quien provee a la aireación y a la luz; de igual modo,
incluso en dicho mundo auto-construido, accede a los «recursos» de Dios, que
se transforman en nuestros productos. ¿Qué decir entonces? Es necesario
reabrir las ventanas, ver de nuevo la vastedad del mundo, el cielo y la tierra, y
aprender a usar todo ello de modo justo. De hecho, el valor de la vida resulta
evidente sólo si Dios existe. Por eso, sería hermoso si los no creyentes
quisieran vivir «como si Dios existiera». Aunque no tengan la fuerza para
creer, deberían vivir según esta hipótesis; en caso contrario, el mundo no
funciona. Hay muchos problemas por resolver, pero jamás se resolverán del
329

todo si no se pone a Dios en el centro, si Dios no vuelve a ser visible en el


mundo y determinante en nuestra vida. Quien se abre a Dios no se aleja del
mundo y de los hombres, sino que encuentra hermanos: en Dios caen nuestros
muros de separación, todos somos hermanos, formamos parte los unos de los
otros.
Amigos: desearía concluir con estas palabras del Concilio Vaticano II a los
hombres del pensamiento y de la ciencia: «Felices los que, poseyendo la
verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y
ofrecerla a los demás» (Mensaje, 8 de diciembre de 1965). Estos son el
espíritu y la razón de ser del «Atrio de los gentiles».

UNIVERSITARIOS: EL QUE OS LLAMA ES FIEL


20121201. Homilía. Vísperas Adviento.Universitarios romanos
«El que os llama es fiel» (1 Ts 5, 24). Queridos amigos universitarios:
Las palabras del apóstol Pablo nos guían para captar el verdadero
significado del Año litúrgico, que esta tarde comenzamos juntos con el rezo de
las primeras Vísperas de Adviento. Todo el camino del año de la Iglesia está
orientado a descubrir y a vivir la fidelidad del Dios de Jesucristo que en la
cueva de Belén se nos presentará, una vez más, con el rostro de un niño. Toda
la historia de la salvación es un itinerario de amor, de misericordia y de
benevolencia: desde la creación hasta la liberación del pueblo de Israel de la
esclavitud de Egipto, desde el don de la Ley en el Sinaí hasta el regreso a la
patria de la esclavitud babilónica. El Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob ha
sido siempre el Dios cercano, que jamás ha abandonado a su pueblo. Muchas
veces ha sufrido con tristeza su infidelidad y esperado con paciencia su
regreso, siempre en la libertad de un amor que precede y sostiene al amado,
atento a su dignidad y a sus expectativas más profundas.
Dios no se ha encerrado en su Cielo, sino que se ha inclinado sobre las
vicisitudes del hombre: un misterio grande que llega a superar toda espera
posible. Dios entra en el tiempo del hombre del modo más impensable:
haciéndose niño y recorriendo las etapas de la vida humana, para que toda
nuestra existencia, espíritu, alma y cuerpo —como nos ha recordado san Pablo
— pueda conservarse irreprensible y ser elevada a las alturas de Dios. Y todo
esto lo hace por su amor fiel a la humanidad. El amor, cuando es verdadero,
tiende por su naturaleza al bien del otro, al mayor bien posible, y no se limita a
respetar simplemente los compromisos de amistad asumidos, sino que va más
allá, sin cálculo ni medida. Es precisamente lo que ha realizado el Dios vivo y
verdadero, cuyo misterio profundo nos lo revelan las palabras de san Juan:
«Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16). Este Dios en Jesús de Nazaret asume en sí toda
la humanidad, toda la historia de la humanidad, y le da un viraje nuevo,
decisivo, hacia un nuevo ser persona humana, caracterizado por el ser
generado por Dios y por el tender hacia Él (cf. La infancia de Jesús, ed.
Planeta 2012, p. 19).
Estáis viviendo el tiempo de preparación para las grandes elecciones de
vuestra vida y para el servicio en la Iglesia y en la sociedad. Esta tarde podéis
experimentar que no estáis solos: están con vosotros los profesores, los
330

capellanes universitarios, los animadores de los colegios. ¡El Papa está con
vosotros! Y, sobre todo, estáis insertados en la gran comunidad académica
romana, en la que es posible caminar en la oración, en la investigación, en la
confrontación, en el testimonio del Evangelio. Es un don valioso para vuestra
vida; sabed verlo como un signo de la fidelidad de Dios, que os ofrece
ocasiones para conformar vuestra existencia a la de Cristo, para dejaros
santificar por Él hasta la perfección (cf. 1 Ts 5, 23). El año litúrgico que
iniciamos con estas Vísperas será también para vosotros el camino en el que
una vez más reviviréis el misterio de esta fidelidad de Dios, sobre la que estáis
llamados a fundar, como sobre una roca segura, vuestra vida. Celebrando y
viviendo con toda la Iglesia este itinerario de fe, experimentaréis que
Jesucristo es el único Señor del cosmos y de la historia, sin el cual toda
construcción humana corre el riesgo de frustrarse en la nada. La liturgia,
vivida en su verdadero espíritu, es siempre la escuela fundamental para vivir la
fe cristiana, una fe «teologal», que os implica en todo vuestro ser —espíritu,
alma y cuerpo— para convertiros en piedras vivas en la construcción de la
Iglesia y en colaboradores de la nueva evangelización. En la Eucaristía, de
modo particular, el Dios vivo se hace tan cercano que se convierte en alimento
que sostiene el camino, presencia que transforma con el fuego de su amor.
Queridos amigos, vivimos en un contexto en el que a menudo encontramos
la indiferencia hacia Dios. Pero pienso que en lo profundo de cuantos viven la
lejanía de Dios —también entre vuestros coetáneos— hay una nostalgia
interior de infinito, de trascendencia. Vosotros tenéis la misión de testimoniar
en las aulas universitarias al Dios cercano, que se manifiesta también en la
búsqueda de la verdad, alma de todo compromiso intelectual. A este propósito
expreso mi complacencia y mi aliento por el programa de pastoral
universitaria con el título: «El Padre lo vio de lejos. El hoy del hombre, el hoy
de Dios»… La fe es la puerta que Dios abre en nuestra vida para conducirnos
al encuentro con Cristo, en quien el hoy del hombre se encuentra con el hoy de
Dios. La fe cristiana no es adhesión a un dios genérico o indefinido, sino al
Dios vivo que en Jesucristo, Verbo hecho carne, ha entrado en nuestra historia
y se ha revelado como el Redentor del hombre. Creer significa confiar la
propia vida a Aquel que es el único que puede darle plenitud en el tiempo y
abrirla a una esperanza más allá del tiempo.
Reflexionar sobre la fe, en este Año de la fe, es la invitación que deseo
dirigir a toda la comunidad académica de Roma.
Queridos amigos, «el que os llama es fiel, y Él lo realizará» (1 Ts 5, 24);
hará de vosotros anunciadores de su presencia. En la oración de esta tarde
encaminémonos idealmente hacia la cueva de Belén para gustar la verdadera
alegría de la Navidad: la alegría de acoger en el centro de nuestra vida, a
ejemplo de la Virgen María y de san José, a ese Niño que nos recuerda que los
ojos de Dios están abiertos sobre el mundo y sobre todo hombre (cf. Zc 12, 4).
¡Los ojos de Dios están abiertos sobre nosotros porque Él es fiel a su amor!
Sólo esta certeza puede conducir a la humanidad hacia metas de paz y de
prosperidad, en este momento histórico delicado y complejo.
331

INMACULADA: SILENCIO, GRACIA, ALEGRÍA


20121208. Discurso. Inmaculada. Plaza de España
Ante todo nos impresiona siempre, y nos hace reflexionar, el hecho de que
ese momento decisivo para el destino de la humanidad, el momento en el que
Dios se hizo hombre, está envuelto de un gran silencio. El encuentro entre el
mensajero divino y la Virgen Inmaculada pasa completamente inadvertido:
ninguno lo sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento que, si sucediera en
nuestros tiempos, no dejaría rastro en periódicos ni revistas, porque es un
misterio que ocurre en el silencio. Lo que es verdaderamente grande a menudo
pasa desapercibido y el quieto silencio se revela más fecundo que la frenética
agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que —con las debidas
proporciones— se vivía ya en ciudades importantes como la Jerusalén de
entonces. Ese activismo que nos hace incapaces de detenernos, de estar
tranquilos, de escuchar el silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta.
María, el día en que recibió el anuncio del Ángel, estaba completamente
recogida y al mismo tiempo abierta a la escucha de Dios. En ella no hay
obstáculo, no hay pantalla, no hay nada que la separe de Dios. Este es el
significado de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la
más mínima fisura; no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una
perfecta sintonía: su pequeño corazón humano está perfectamente «centrado»
en el gran corazón de Dios. Así, queridos hermanos, venir aquí, a este
monumento a María en el centro de Roma, nos recuerda ante todo que la voz
de Dios no se reconoce en el estruendo y en la agitación; su proyecto sobre
nuestra vida personal y social no se percibe permaneciendo en la superficie,
sino bajando a un nivel más profundo, donde las fuerzas que actúan no son las
económicas y políticas, sino las morales y espirituales. Es allí donde María nos
invita a descender y a sintonizarnos con la acción de Dios.
Hay una segunda cosa, más importante aún, que la Inmaculada nos dice
cuando venimos aquí, y es que la salvación del mundo no es obra del hombre
—de la ciencia, de la técnica, de la ideología—, sino que viene de la Gracia.
¿Qué significa esta palabra? Gracia quiere decir el Amor en su pureza y
belleza; es Dios mismo así como se ha revelado en la historia salvífica narrada
en la Biblia y enteramente en Jesucristo. María es llamada la «llena de gracia»
(Lc 1, 28) y con esta identidad nos recuerda la primacía de Dios en nuestra
vida y en la historia del mundo; nos recuerda que el poder de amor de Dios es
más fuerte que el mal, puede colmar los vacíos que el egoísmo provoca en la
historia de las personas, de las familias, de las naciones y del mundo. Estos
vacíos pueden convertirse en infiernos donde es como si la vida humana fuera
arrastrada hacia abajo y hacia la nada, privada de sentido y de luz. Los falsos
remedios que el mundo propone para llenar estos vacíos —emblemática es la
droga— en realidad amplían la vorágine. Sólo el amor puede salvar de esta
caída, pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en sí la pureza de la
Gracia —de Dios, que transforma y renueva— y que pueda así introducir en
los pulmones intoxicados nuevo oxígeno, aire limpio, nueva energía de vida.
María nos dice que, por bajo que pueda caer el hombre, nunca es demasiado
bajo para Dios, que descendió a los infiernos; por desviado que esté nuestro
332

corazón, Dios siempre es «mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3, 20). El aliento


apacible de la Gracia puede desvanecer las nubes más sombrías, puede hacer
la vida bella y rica de significado hasta en las situaciones más inhumanas.
Y de aquí se deriva la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos
habla de la alegría, esa alegría auténtica que se difunde en el corazón liberado
del pecado. El pecado lleva consigo una tristeza negativa que induce a cerrarse
en uno mismo. La Gracia trae la verdadera alegría, que no depende de la
posesión de las cosas, sino que está enraizada en lo íntimo, en lo profundo de
la persona y que nadie ni nada pueden quitar. El cristianismo es esencialmente
un «evangelio», una «alegre noticia», aunque algunos piensan que es un
obstáculo a la alegría porque ven en él un conjunto de prohibiciones y de
reglas. En realidad el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia
sobre el pecado; de la vida sobre la muerte. Y si comporta renuncias y una
disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento es precisamente
porque en el hombre existe la raíz venenosa del egoísmo que le hace daño a él
mismo y a los demás. Así que es necesario aprender a decir no a la voz del
egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es plena, pues
en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia
de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el seno, después niño
confiado a sus cuidados maternos, luego adolescente y joven y hombre
maduro; Jesús a quien ve partir de casa, seguido a distancia con fe hasta la
Cruz y la Resurrección: Jesús es la alegría de María y es la alegría de la
Iglesia, de todos nosotros.
Que en este tiempo de Adviento María Inmaculada nos enseñe a escuchar
la voz de Dios que habla en el silencio; a acoger su Gracia, que nos libra del
pecado y de todo egoísmo; para gustar así la verdadera alegría. María, llena de
gracia, ¡ruega por nosotros!

LOS CRISTIANOS DEBEN COMPROMETERSE EN EL MUNDO


20121220. Artículo para el Financial Times
«Da a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios» fue la respuesta
de Jesús cuando se le preguntó lo que pensaba sobre el pago de impuestos.
Quienes le interrogaban obviamente querían tenderle una trampa. Querían
obligarle a tomar posición en el candente debate político sobre la dominación
romana en la tierra de Israel. Y en cambio estaba en juego mucho más: si Jesús
era realmente el Mesías esperado, entonces ciertamente se opondría a los
dominadores romanos. Por lo tanto la pregunta estaba calculada para
desenmascararlo como una amenaza para el régimen o como un impostor.
La respuesta de Jesús lleva hábilmente la cuestión a un nivel superior,
poniendo finamente en guardia frente a la politización de la religión y a la
deificación del poder temporal, junto a la incansable búsqueda de la riqueza.
Sus interlocutores debían entender que el Mesías no era César, y que César no
era Dios. El reino que Jesús venía a instaurar era de una dimensión
absolutamente superior. Como respondió a Poncio Pilato: «Mi reino no es de
este mundo».
333

Los relatos de Navidad del Nuevo Testamento tienen el objetivo de


expresar un mensaje similar. Jesús nació durante un «censo del mundo entero»
querido por César Augusto, el emperador famoso por haber llevado la Pax
Romana a todas las tierras sometidas al dominio romano. Sin embargo este
niño, nacido en un oscuro y lejano rincón del imperio, estaba a punto de
ofrecer al mundo una paz mucho mayor, verdaderamente universal en sus fines
y trascendiendo todos los límite de espacio y tiempo.
Se nos presenta a Jesús como heredero del rey David, pero la liberación
que llevó a su gente no se refería a tener vigilados a los ejércitos enemigos; se
trataba, en cambio, de vencer para siempre el pecado y la muerte. El Niño
Jesús, vulnerable e impotente en términos mundanos, tan distinto de los
dominadores terrenos, es el verdadero rey del cielo y de la tierra.
El nacimiento de Cristo nos desafía a pensar en nuestras prioridades, en
nuestros valores, en nuestro modo de vivir. Y aunque la Navidad es
indudablemente un tiempo de gran alegría, es también una ocasión de
profunda reflexión; es más, un examen de conciencia. Al final de un año que
ha significado privaciones económicas para muchos, ¿qué podemos aprender
de la humildad, de la pobreza, de la sencillez de la escena del pesebre?
El relato de Navidad puede introducirnos a Cristo, tan indefenso y tan
fácilmente cercano. La Navidad puede ser el tiempo en el que aprendamos a
leer el Evangelio, a conocer a Jesús no sólo como el Niño del pesebre, sino
como aquél en quien reconocemos al Dios hecho Hombre.
Es en el Evangelio donde los cristianos hallan inspiración para la vida
cotidiana y para su implicación en las cuestiones del mundo —ya suceda en el
Parlamento o en la Bolsa—. Los cristianos no deberían huir del mundo; al
contrario, deberían comprometerse en él. Pero su implicación en la política y
en la economía debería trascender toda forma de ideología.
Los cristianos combaten la pobreza porque reconocen la dignidad suprema
de cada ser humano, creado a imagen de Dios y destinado a la vida eterna. Los
cristianos obran por una participación equitativa de los recursos de la tierra
porque están convencidos de que, como administradores de la creación de
Dios, tenemos el deber de atender a los más débiles y vulnerables, ahora y en
el futuro. Los cristianos se oponen a la avidez y a la explotación con el
convencimiento de que la generosidad y un amor desprendido de sí, enseñados
y vividos por Jesús de Nazaret, son el camino que conduce a la plenitud de la
vida. La fe cristiana en el destino trascendente de cada ser humano implica la
urgencia de la tarea de promover la paz y la justicia para todos.
Dado que tales fines son compartidos por muchos, es posible una
colaboración mucho más fructífera entre cristianos y otros. Y sin embargo los
cristianos dan a César sólo lo que es de César, pero no lo que pertenece a Dios.
A veces, a lo largo de la historia, los cristianos no han podido condescender
con las peticiones llegadas de César. Desde el culto del emperador de la
antigua Roma hasta los regímenes totalitarios del siglo recién pasado, César ha
intentado ocupar el lugar de Dios. Cuando los cristianos rechazan inclinarse
ante los falsos dioses que se proponen en nuestros tiempos, no es porque
tengan una visión anticuada del mundo. Al contrario: ello ocurre porque son
libres de las ligaduras de la ideología y están animados por una visión tan
334

noble del destino humano que no pueden aceptar componendas con nada que
lo pueda insidiar.
En Italia muchas escenas de pesebres se adornan con ruinas de los antiguos
edificios romanos al fondo. Ello demuestra que el nacimiento del Niño Jesús
marca el final del antiguo orden, el mundo pagano, en el que las
reivindicaciones de César se presentaban como imposibles de desafiar. Ahora
hay un nuevo rey, que no confía en la fuerza de las armas, sino en el poder del
amor. Él trae esperanza a cuantos, como Él mismo, viven al margen de la
sociedad. Lleva esperanza a cuantos son vulnerables en los cambiantes
destinos de un mundo precario. Desde el pesebre Cristo nos llama a vivir
como ciudadanos de su reino celestial, un reino que cada persona de buena
voluntad puede ayudar a construir aquí, en la tierra

LA ENTREGA DE SÍ MISMO EN LA FAMILIA


20121221. Discurso. Curia Romana
La gran alegría con la que se han reunido en Milán familias de todo el
mundo ha puesto de manifiesto que, a pesar de las impresiones contrarias, la
familia es fuerte y viva también hoy. Sin embargo, es innegable la crisis que la
amenaza en sus fundamentos, especialmente en el mundo occidental. Me ha
llamado la atención que en el Sínodo se haya subrayado repetidamente la
importancia de la familia para la transmisión de la fe como lugar auténtico en
el que se transmiten las formas fundamentales del ser persona humana. Se
aprenden viviéndolas y también sufriéndolas juntos. Así se ha hecho patente
que en el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma
social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el
hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los
desafíos en este contexto son complejos. Tenemos en primer lugar la cuestión
sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de
compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida?
¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las
dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo
permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a
través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo
para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece
también que se sufra por él? El rechazo de la vinculación humana, que se
difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión de la libertad y la
autorrealización, y también por eludir el soportar pacientemente el
sufrimiento, significa que el hombre permanece encerrado en sí mismo y, en
última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo, no lo supera
verdaderamente. Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí
mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo
dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona
humana. Con el rechazo de estos lazos desaparecen también las figuras
fundamentales de la existencia humana: el padre, la madre, el hijo; decaen
dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona humana.
335

El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente


documentado y profundamente conmovedor, ha mostrado que el atentado, al
que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por
padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda. Si hasta ahora
habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la
esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la
visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. Cita una
afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se
nace, se hace» (“On ne naît pas femme, on le devient”). En estas palabras se
expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema «gender» como una
nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato
originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente
de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras
que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta
teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El
hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que
caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le
ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe
crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios
como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta
dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado.
Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no
es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó»
(Gn1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o
mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y
ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y
mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya
no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y
voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se
refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre
respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que
después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza
suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de
la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la
dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco
existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este
caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y
la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto
jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene
derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la
libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega
necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como
criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la
esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y
se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad
del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.
336

2013
SOY
SIMPLEMENTE UN
PEREGRINO QUE
EMPIEZA LA
ÚLTIMA ETAPA DE
SU
PEREGRINACIÓN
EN ESTA TIERRA.
PERO QUISIERA TRABAJAR TODAVÍA CON MI
CORAZÓN, CON MI AMOR, CON MI ORACIÓN, CON MI
REFLEXIÓN, CON TODAS MIS FUERZAS INTERIORES, POR
EL BIEN COMÚN Y EL BIEN DE LA IGLESIA Y DE LA
HUMANIDAD. Y ME SIENTO MUY APOYADO POR VUESTRA
SIMPATÍA. CAMINEMOS JUNTO AL SEÑOR POR EL BIEN
DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO. GRACIAS, Y AHORA OS
IMPARTO DE TODO CORAZÓN MI BENDICIÓN. QUE OS
BENDIGA DIOS TODOPODEROSO, PADRE, HIJO Y
ESPÍRITU SANTO. GRACIAS.
337

EL FUNDAMENTO DE LA PAZ
20130101. Homilía. Santa María, Madre de Dios
Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta
paz? ¿Cómo podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los problemas, las
oscuridades, las angustias? La respuesta la tenemos en las lecturas de la
liturgia de hoy. Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas que
se ha proclamado hace poco, nos proponen contemplar la paz interior de
María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que «dio a luz a su
hijo primogénito» (Lc 2,7), le sucedieron muchos acontecimientos
imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje
desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un
refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada de
los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se
inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente
considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su
corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior
que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y
confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con
frecuencia y nos desconciertan.
El texto evangélico termina con una mención a la circuncisión de Jesús.
Según la ley de Moisés, un niño tenía que ser circuncidado ocho días después
de su nacimiento, y en ese momento se le imponía el nombre. Dios mismo,
mediante su mensajero, había dicho a María –y también a José– que el nombre
del Niño era «Jesús» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31); y así sucedió. El nombre que Dios
había ya establecido aún antes de que el Niño fuera concebido se le impone
oficialmente en el momento de la circuncisión. Y esto marca también
definitivamente la identidad de María: ella es «la madre de Jesús», es decir la
madre del Salvador, del Cristo, del Señor. Jesús no es un hombre como
cualquier otro, sino el Verbo de Dios, una de las Personas divinas, el Hijo de
Dios: por eso la Iglesia ha dado a María el título de Theotokos, es decir
«Madre de Dios».
La primera lectura nos recuerda que la paz es un don de Dios y que está
unida al esplendor del rostro de Dios, según el texto del Libro de los Números,
que transmite la bendición utilizada por los sacerdotes del pueblo de Israel en
las asambleas litúrgicas. Una bendición que repite tres veces el santo nombre
338

de Dios, el nombre impronunciable, y uniéndolo cada vez a dos verbos que


indican una acción favorable al hombre: «El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine el Señor su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre
su rostro y te conceda la paz» (6,24-26). La paz es por tanto la culminación de
estas seis acciones de Dios en favor nuestro, en las que vuelve el esplendor de
su rostro sobre nosotros.
Para la sagrada Escritura, contemplar el rostro de Dios es la máxima
felicidad: «lo colmas de gozo delante de tu rostro», dice el salmista (Sal 21,7).
Alegría, seguridad y paz, nacen de la contemplación del rostro de Dios. Pero,
¿qué significa concretamente contemplar el rostro del Señor, tal y como lo
entiende el Nuevo Testamento? Quiere decir conocerlo directamente, en la
medida en que es posible en esta vida, mediante Jesucristo, en el que se ha
revelado. Gozar del esplendor del rostro de Dios quiere decir penetrar en el
misterio de su Nombre que Jesús nos ha manifestado, comprender algo de su
vida íntima y de su voluntad, para que vivamos de acuerdo con su designio de
amor sobre la humanidad. Lo expresa el apóstol Pablo en la segunda lectura,
tomada de la Carta a los Gálatas (4,4-7), al hablar del Espíritu que grita en lo
más profundo de nuestros corazones: «¡Abba Padre!». Es el grito que brota de
la contemplación del rostro verdadero de Dios, de la revelación del misterio de
su Nombre. Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres»
(Jn 17,6). El Hijo de Dios que se hizo carne nos ha dado a conocer al Padre,
nos ha hecho percibir en su rostro humano visible el rostro invisible del Padre;
a través del don del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, nos ha
hecho conocer que en él también nosotros somos hijos de Dios, como afirma
san Pablo en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba Padre!”»
(Ga4,6).
Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de
contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en
el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma seguridad que el
niño experimenta en los brazos de un padre bueno y omnipotente. El esplendor
del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz, es la manifestación de su
paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros, se manifiesta como Padre
y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz profunda –«paz con Dios»– que
está unida indisolublemente a la fe y a la gracia, como escribe san Pablo a los
cristianos de Roma (cf. Rm 5,2). No hay nada que pueda quitar a los creyentes
esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los
sufrimientos, las pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen
nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda porque «el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado» (Rm 5,5).

ES URGENTE LA FORMACIÓN DE LÍDERES


20130107. Discurso. Cuerpo diplomático
La construcción de la paz pasa siempre por la protección del hombre y de
sus derechos fundamentales. Esta tarea, incluso cuando se lleva a cabo con
339

diversa modalidad e intensidad, interpela a todos los países y debe estar


constantemente inspirada por la dignidad trascendente de la persona humana y
por los principios inscritos en su naturaleza. Entre estos figura en primer lugar
el respeto de la vida humana, en todas sus fases. (…) El aborto directo, es
decir, querido como fin o como medio, es gravemente contrario a la ley moral.
Cuando afirma esto, la Iglesia no deja de tener comprensión y benevolencia,
también hacia la madre. Se trata, más bien, de velar para que la ley no llegue a
alterar injustamente el equilibrio entre el derecho a la vida de la madre y el del
niño no nacido, que pertenece a ambos por igual.
Sobre todo en Occidente, se encuentran lamentablemente muchos
equívocos sobre el significado de los derechos del hombre y los deberes que le
están unidos. Los derechos se confunden con frecuencia con manifestaciones
exacerbadas de autonomía de la persona, que se convierte en autorreferencial,
ya no está abierta al encuentro con Dios y con los demás y se repliega sobre
ella misma buscando únicamente satisfacer sus propias necesidades. Por el
contrario, la defensa auténtica de los derechos ha de contemplar al hombre en
su integridad personal y comunitaria.
Siguiendo nuestra reflexión, vale la pena subrayar que la educación es otra
vía privilegiada para la construcción de la paz. Nos lo enseña, entre otras
cosas, la crisis económica y financiera actual. Ésta se ha desarrollado porque
se ha absolutizado con demasiada frecuencia el beneficio, en perjuicio del
trabajo, y porque se ha aventurado de modo desenfrenado por el camino de la
economía financiera en vez de la economía real. Conviene encontrar de nuevo
el sentido del trabajo y de un beneficio que sea proporcionado. A este respecto,
sería bueno educar para resistir la tentación del interés particular y a corto
plazo, para orientarse más bien hacia el bien común. Por otra parte, es urgente
la formación de líderes que guíen en el futuro las instituciones públicas
nacionales e internacionales (cf. Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de la
Paz, 8 diciembre 2012, n. 6).
Invertir en la educación en los países en vías de desarrollo de África, Asía
y América Latina, significa ayudarles a vencer la pobreza y las enfermedades,
así como a establecer sistemas de derechos equitativos y respetuosos de la
dignidad humana. Es cierto que, para establecer la justicia, no basta con
buenos modelos económicos, aunque sean necesarios. La justicia solamente se
realiza si hay personas justas. Construir la paz significa, por consiguiente,
educar a los individuos a combatir la corrupción, la criminalidad, la
producción y el tráfico de drogas, así como a evitar divisiones y tensiones, que
amenazan con debilitar la sociedad, obstaculizando el desarrollo y la
convivencia pacífica.
Continuando nuestra conversación, quisiera añadir que la paz social está
amenazada también por ciertos atentados contra la libertad religiosa: en
ocasiones se trata de la marginación de la religión en la vida social; en otros
casos, de intolerancia o incluso de violencia contra personas, símbolos de
identidad e instituciones religiosas. Se llega también al extremo de impedir a
los creyentes, especialmente a los cristianos, contribuir al bien común a través
de sus instituciones educativas y asistenciales. Para salvaguardar
efectivamente el ejercicio de la libertad religiosa es esencial además respetar el
340

derecho a la objeción de conciencia. Esta «frontera» de la libertad toca


principios de gran importancia, de carácter ético y religioso, enraizados en la
dignidad misma de la persona humana. Son como «los muros de carga» de
toda sociedad que desea ser verdaderamente libre y democrática. Por
consiguiente, prohibir, en nombre de la libertad y el pluralismo, la objeción de
conciencia individual e institucional, abriría por el contrario las puertas a la
intolerancia y a la nivelación forzada.
Por otra parte, en un mundo de fronteras cada vez más abiertas, construir la
paz a través del diálogo no es una opción sino una necesidad.
Al final de la Encíclica Pacem in terris, cuyo cincuentenario se celebra este
año, mi Predecesor, el beato Juan XXIII, recordó que la paz será solamente
«palabra vacía», si no está vivificada e integrada por la caridad (AAS 55
[1963], 303). Así, éste es el corazón de la acción diplomática de la Santa Sede
y, ante todo, de la solicitud del Sucesor de Pedro y de toda la Iglesia católica.
La caridad no sustituye a la justicia negada, ni por otra parte, la justicia suple a
la caridad rechazada. La Iglesia vive cotidianamente la caridad en sus obras de
asistencia, como los hospitales y dispensarios, en sus obras educativas, como
los orfanatos, escuelas, colegios, universidades, así como a través de la
asistencia a las poblaciones en dificultad, especialmente durante y después de
los conflictos.

LA DIMENSIÓN PROFÉTICA DE LA FE EN LA CARIDAD


20130119. Discurso. P. C. Cor Unum
A partir de esta relación dinámica entre fe y caridad, querría reflexionar
sobre un punto, que llamaría la dimensión profética que la fe infunde en la
caridad. La adhesión creyente al Evangelio imprime en efecto a la caridad su
forma típicamente cristiana y constituye su principio de discernimiento. El
cristiano, en particular, quien trabaja en los organismos de caridad, debe
dejarse orientar por los principios de la fe, mediante la cual nos adherimos al
«punto de vista de Dios», a su proyecto sobre nosotros (cf. Enc. Caritas in
veritate, 1). Esta nueva mirada sobre el mundo y sobre el hombre ofrecido por
la fe proporciona también el criterio correcto de valoración, en el contexto
actual, de las expresiones de caridad.
En todas las épocas, cuando el hombre no ha buscado dicho proyecto, ha
sido víctima de tentaciones culturales que han terminado por convertirlo en
esclavo. En los últimos siglos, las ideologías que ensalzaban el culto de la
nación, de la raza, de la clase social se han revelado verdaderas idolatrías; y lo
mismo se puede decir del capitalismo salvaje con su culto de la ganancia, del
cual han derivado crisis, desigualdades y miseria. Hoy se comparte cada vez
más un sentir común sobre la dignidad inalienable de todo ser humano y la
responsabilidad recíproca e interdependiente hacia él; y esto en beneficio de la
verdadera civilización, la civilización del amor. Por otra parte, por desgracia,
también nuestro tiempo conoce sombras que oscurecen el proyecto de Dios.
Me refiero sobre todo a una trágica reducción antropológica que vuelve a
proponer el antiguo materialismo hedonista, al cual se añade un «prometeísmo
tecnológico». De la unión entre una visión materialista del hombre y el gran
341

desarrollo de la tecnología emerge una antropología en su fondo atea.


Presupone que el hombre se reduce a funciones autónomas, la mente al
cerebro, la historia humana a un destino de autorrealización. Todo esto
prescindiendo de Dios, de la dimensión propiamente espiritual y del horizonte
ultraterreno. En la perspectiva de un hombre privado de su alma y por tanto de
una relación personal con el Creador, lo que es técnicamente posible se
convierte en moralmente lícito, todo experimento resulta aceptable, toda
política demográfica consentida, toda manipulación legitimada. La insidia más
temible de esta corriente de pensamiento es de hecho la absolutización del
hombre: el hombre quiere ser ab-solutus, libre de todo vínculo y de toda
constitución natural. Pretende ser independiente y piensa que sólo en la
afirmación de sí está su felicidad. «El hombre niega su propia naturaleza…
Existe sólo el hombre en abstracto, que después elige para sí mismo,
autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya» (Discurso a la Curia
romana, 21 de diciembre de 2012: L’Osservatore Romano, edición en lengua
española, 23-30 de diciembre de 2012, p. 3). Se trata de una negación radical
de la creaturalidad y la filialidad del hombre, que acaba en una soledad
dramática.
La fe y el sano discernimiento cristiano nos inducen por eso a prestar una
atención profética a esta problemática ética y a la mentalidad que subyace a
ella. La justa colaboración con instancias internacionales en el campo del
desarrollo y de la promoción humana no debe hacernos cerrar los ojos ante
estas graves ideologías, y los pastores de la Iglesia —la cual es «columna y
fundamento de la verdad» (1 Tm 3, 15)— tienen el deber de poner en guardia
contra estas corrientes tanto a los fieles católicos como a toda persona de
buena voluntad y de recta razón. Se trata en efecto de una corriente negativa
para el hombre, aunque se enmascare de buenos sentimientos con vistas a un
presunto progreso o a presuntos derechos, o a un presunto humanismo. Frente
a esta reducción antropológica, ¿qué tarea le corresponde a cada cristiano y, en
particular, a vosotros, comprometidos en actividades caritativas, y por tanto en
relación directa con muchos otros protagonistas sociales? Ciertamente
debemos ejercer una vigilancia crítica y, a veces, rechazar financiamientos y
colaboraciones que, directa o indirectamente, favorezcan acciones o proyectos
en contraste con la antropología cristiana. Pero positivamente la Iglesia
siempre está comprometida en promover al hombre según el designio de Dios,
en su dignidad integral, en el respeto de su doble dimensión vertical y
horizontal. A esto tiende también la acción de desarrollo de los organismos
eclesiales. La visión cristiana del hombre en efecto es un grande sí a la
dignidad de la persona llamada a la comunión íntima con Dios, una comunión
filial, humilde y confiada. El ser humano no es ni individuo independiente ni
elemento anónimo en la colectividad, sino más bien persona singular e
irrepetible, intrínsecamente ordenada a la relación y la socialización. Por eso la
Iglesia reafirma su gran sí a la dignidad y a la belleza del matrimonio como
expresión de alianza fiel y fecunda entre un hombre y una mujer, y el no a
filosofías como la del gender se motiva en que la reciprocidad entre lo
masculino y lo femenino es expresión de la belleza de la naturaleza querida
por el Creador.
342

Queridos amigos, os agradezco vuestro compromiso en favor del hombre,


en la fidelidad a su verdadera dignidad. Frente a estos desafíos históricos,
sabemos que la respuesta es el encuentro con Cristo. En Él el hombre puede
realizar plenamente su bien personal y el bien común.

QUÉ SIGNIFICA SEGUIR A JESÚS


20121006. Mensaje. Vocaciones. 21 abril 2013
Como sucedió en el curso de su existencia terrena, también hoy Jesús, el
Resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida, y nos ve inmersos en
nuestras actividades, con nuestros deseos y nuestras necesidades. Precisamente
en el devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar
nuestra vida con él, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. Él, que
vive en la comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a
seguirlo. Y esta llamada puede llegar en cualquier momento. También ahora
Jesús repite: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). Para responder a esta invitación es
necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Seguirlo significa
sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la
precedencia, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de
nuestra vida: la familia, el trabajo, los intereses personales, nosotros mismos.
Significa entregar la propia vida a él, vivir con él en profunda intimidad, entrar
a través de él en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo y, en
consecuencia, con los hermanos y hermanas. Esta comunión de vida con Jesús
es el «lugar» privilegiado donde se experimenta la esperanza y donde la vida
será libre y plena.
Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del
encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para
entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe,
entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz,
que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la
llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un
intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una
pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios,
alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía,
y por una fervorosa vida de oración. Esta última «debe ser, por una parte, muy
personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por
otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de
la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos
enseña constantemente a rezar correctamente» (Enc. Spe salvi, 34).
La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad
cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su
pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida
consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. En efecto, los
presbíteros y los religiosos están llamados a darse de modo incondicional al
Pueblo de Dios, en un servicio de amor al Evangelio y a la Iglesia, un servicio
a aquella firme esperanza que sólo la apertura al horizonte de Dios puede
dar. Por tanto, ellos, con el testimonio de su fe y con su fervor apostólico,
343

pueden transmitir, en particular a las nuevas generaciones, el vivo deseo de


responder generosamente y sin demora a Cristo que llama a seguirlo más de
cerca. La respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para
dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, se manifiesta como
uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar
con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de
evangelización. Esta tarea necesita siempre de nuevos obreros para la
predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el
sacramento de la reconciliación. Por eso, que no falten sacerdotes celosos, que
sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a
reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino,
verdad y vida (cf. Jn 14,6); para proponerles con valentía evangélica la belleza
del servicio a Dios, a la comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes que
muestren la fecundidad de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de
plenitud a la propia existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos
ha amado en primer lugar (cf. 1Jn 4,19). Igualmente, deseo que los jóvenes, en
medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, sepan cultivar la atracción
hacia los valores, las altas metas, las opciones radicales, para un servicio a los
demás siguiendo las huellas de Jesús. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de
seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del
compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo
que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno,
aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15).

COMUNICACIONES SOCIALES: REDES SOCIALES


20130124. Mensaje. Comunicaciones sociales 12 mayo 2013
«Redes Sociales: portales de verdad y de fe; nuevos espacios para la
evangelización»
Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
de 2013, deseo proponeros algunas reflexiones acerca de una realidad cada vez
más importante, y que tiene que ver con el modo en el que las personas se
comunican hoy entre sí. Quisiera detenerme a considerar el desarrollo de las
redes sociales digitales, que están contribuyendo a que surja una nueva
«ágora», una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas,
informaciones, opiniones, y donde, además, nacen nuevas relaciones y formas
de comunidad.
Estos espacios, cuando se valorizan bien y de manera equilibrada,
favorecen formas de diálogo y de debate que, llevadas a cabo con respeto,
salvaguarda de la intimidad, responsabilidad e interés por la verdad, pueden
reforzar los lazos de unidad entre las personas y promover eficazmente la
armonía de la familia humana. El intercambio de información puede
convertirse en verdadera comunicación, los contactos pueden transformarse en
amistad, las conexiones pueden facilitar la comunión. Si las redes sociales
están llamadas a actualizar esta gran potencialidad, las personas que participan
en ellas deben esforzarse por ser auténticas, porque en estos espacios no se
344

comparten tan solo ideas e informaciones, sino que, en última instancia, son
ellas mismas el objeto de la comunicación.
El desarrollo de las redes sociales requiere un compromiso: las personas se
sienten implicadas cuando han de construir relaciones y encontrar amistades,
cuando buscan respuestas a sus preguntas, o se divierten, pero también cuando
se sienten estimuladas intelectualmente y comparten competencias y
conocimientos. Las redes se convierten así, cada vez más, en parte del tejido
de la sociedad, en cuanto que unen a las personas en virtud de estas
necesidades fundamentales. Las redes sociales se alimentan, por tanto, de
aspiraciones radicadas en el corazón del hombre.
La cultura de las redes sociales y los cambios en las formas y los estilos de
la comunicación suponen todo un desafío para quienes desean hablar de
verdad y de valores. A menudo, como sucede también con otros medios de
comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas de
expresión parecen determinados más por su popularidad que por su
importancia y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo
más de la fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la
argumentación. A veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido
de tanta información y no consigue despertar la atención, que se reserva en
cambio a quienes se expresan de manera más persuasiva. Los medios de
comunicación social necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos
que son conscientes del valor del diálogo, del debate razonado, de la
argumentación lógica; de personas que tratan de cultivar formas de discurso y
de expresión que apelan a las más nobles aspiraciones de quien está implicado
en el proceso comunicativo. El diálogo y el debate pueden florecer y crecer
asimismo cuando se conversa y se toma en serio a quienes sostienen ideas
distintas de las nuestras. «Teniendo en cuenta la diversidad cultural, es preciso
lograr que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino
que aspiren también a enriquecerse con ella y a ofrecerle lo que se tiene de
bueno, de verdadero y de bello» (Discurso para el Encuentro con el mundo de
la cultura, Belém, Lisboa, 12 mayo 2010).
Las redes sociales deben afrontar el desafío de ser verdaderamente
inclusivas: de este modo, se beneficiarán de la plena participación de los
creyentes que desean compartir el Mensaje de Jesús y los valores de la
dignidad humana que promueven sus enseñanzas. En efecto, los creyentes
advierten de modo cada vez más claro que si la Buena Noticia no se da a
conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la
experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es
importante. El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual,
sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los
más jóvenes. Las redes sociales son el fruto de la interacción humana pero, a
su vez, dan nueva forma a las dinámicas de la comunicación que crea
relaciones; por tanto, una comprensión atenta de este ambiente es el
prerrequisito para una presencia significativa dentro del mismo.
La capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no tanto para
estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que la infinita
riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las
345

mentes y los corazones de todos. En el ambiente digital, la palabra escrita se


encuentra con frecuencia acompañada de imágenes y sonidos. Una
comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha de estimular la
imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes queremos invitar a
un encuentro con el misterio del amor de Dios. Por lo demás, sabemos que la
tradición cristiana ha sido siempre rica en signos y símbolos: pienso, por
ejemplo, en la cruz, los iconos, el belén, las imágenes de la Virgen María, los
vitrales y las pinturas de las iglesias. Una parte sustancial del patrimonio
artístico de la humanidad ha sido realizada por artistas y músicos que han
intentado expresar las verdades de la fe.
En las redes sociales se pone de manifiesto la autenticidad de los creyentes
cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su alegría: la fe en
el Dios rico de misericordia y de amor, revelado en Jesucristo. Este compartir
consiste no solo en la expresión explícita de la fe, sino también en el
testimonio, es decir, «en el modo de comunicar preferencias, opciones y
juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando
no se hable explícitamente de él» (Mensaje para la Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales 2011). Una forma especialmente significativa de dar
testimonio es la voluntad de donarse a los demás mediante la disponibilidad
para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el
camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana. La
presencia en las redes sociales del diálogo sobre la fe y el creer confirma la
relevancia de la religión en el debate público y social.
Para quienes han acogido con corazón abierto el don de la fe, la respuesta
radical a las preguntas del hombre sobre el amor, la verdad y el significado de
la vida ―que están presentes en las redes sociales― se encuentra en la
persona de Jesucristo. Es natural que quien tiene fe desee compartirla, con
respeto y sensibilidad, con las personas que encuentra en el ambiente digital.
Pero en definitiva los buenos frutos que el compartir el Evangelio puede dar,
se deben más a la capacidad de la Palabra de Dios de tocar los corazones, que
a cualquier esfuerzo nuestro. La confianza en el poder de la acción de Dios
debe ser superior a la seguridad que depositemos en el uso de los medios
humanos. También en el ambiente digital, en el que con facilidad se alzan
voces con tonos demasiado fuertes y conflictivos, y donde a veces se corre el
riesgo de que prevalezca el sensacionalismo, estamos llamados a un atento
discernimiento. Y recordemos, a este respecto, que Elías reconoció la voz de
Dios no en el viento fuerte e impetuoso, ni en el terremoto o en el fuego, sino
en el «susurro de una brisa suave» (1R 19,11-12). Confiemos en que los deseos
fundamentales del hombre de amar y ser amado, de encontrar significado y
verdad ―que Dios mismo ha colocado en el corazón del ser humano― hagan
que los hombres y mujeres de nuestro tiempo estén siempre abiertos a lo que el
beato cardenal Newman llamaba la «luz amable» de la fe.
Las redes sociales, además de instrumento de evangelización, pueden ser
un factor de desarrollo humano. Por ejemplo, en algunos contextos
geográficos y culturales en los que los cristianos se sienten aislados, las redes
sociales permiten fortalecer el sentido de su efectiva unidad con la comunidad
universal de los creyentes. Las redes ofrecen la posibilidad de compartir
346

fácilmente los recursos espirituales y litúrgicos, y hacen que las personas


puedan rezar con un renovado sentido de cercanía con quienes profesan su
misma fe. La implicación auténtica e interactiva con las cuestiones y las dudas
de quienes están lejos de la fe nos debe hacer sentir la necesidad de alimentar
con la oración y la reflexión nuestra fe en la presencia de Dios, y también
nuestra caridad activa: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los
ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe»
(1 Co 13,1).
Existen redes sociales que, en el ambiente digital, ofrecen al hombre de
hoy ocasiones para orar, meditar y compartir la Palabra de Dios. Pero estas
redes pueden asimismo abrir las puertas a otras dimensiones de la fe. De
hecho, muchas personas están descubriendo, precisamente gracias a un
contacto que comenzó en la red, la importancia del encuentro directo, de la
experiencia de comunidad o también de peregrinación, elementos que
son importantes en el camino de fe. Tratando de hacer presente el Evangelio en
el ambiente digital, podemos invitar a las personas a vivir encuentros de
oración o celebraciones litúrgicas en lugares concretos como iglesias o
capillas. Debe de haber coherencia y unidad en la expresión de nuestra fe y en
nuestro testimonio del Evangelio dentro de la realidad en la que estamos
llamados a vivir, tanto si se trata de la realidad física como de la digital. Ante
los demás, estamos llamados a dar a conocer el amor de Dios, hasta los más
remotos confines de la tierra.
Rezo para que el Espíritu de Dios os acompañe y os ilumine siempre, y al
mismo tiempo os bendigo de corazón para que podáis ser verdaderamente
mensajeros y testigos del Evangelio. «Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

LAS CULTURAS JUVENILES EMERGENTES


20130207. Discurso. Consejo Pontificio para la Cultura
Me alegra verdaderamente encontrarme con vosotros en la apertura de los
trabajos de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, en la
que estaréis dedicados a comprender y profundizar —como ha dicho el
presidente—, desde diversas perspectivas, las «culturas juveniles emergentes».
Saludo a los miembros, a los consultores y a todos los colaboradores del
dicasterio, deseando un proficuo trabajo que ofrecerá una contribución útil a la
acción que la Iglesia realiza respecto a la realidad juvenil; una realidad, como
se ha dicho, compleja y articulada, que ya no puede comprenderse dentro de
un universo cultural homogéneo, sino más bien en un horizonte que puede
definirse «multiverso», es decir, determinado por una pluralidad de visiones,
de perspectivas, de estrategias. Por eso es oportuno hablar de «culturas
juveniles», considerado que los elementos que distinguen y diferencian los
fenómenos y los ámbitos culturales prevalecen sobre aquellos que, aun
presentes, por el contrario los asocian. Numerosos factores concurren, en
efecto, a diseñar un panorama cultural cada vez más fragmentado y en
continua y velocísima evolución, al que por cierto no son extraños los medios
de comunicación social, los nuevos instrumentos de comunicación que
347

favorecen y, a veces, provocan ellos mismos continuos y rápidos cambios de


mentalidad, de costumbre, de comportamiento.
Se constata de este modo un clima difundido de inestabilidad que toca el
ámbito cultural, así como el político y económico —este último marcado
también por las dificultades de los jóvenes de encontrar un trabajo—, para
incidir sobre todo a nivel psicológico y relacional. La incertidumbre y la
fragilidad que caracterizan a muchos jóvenes, a menudo los impulsan a la
marginación, los hacen casi invisibles y ausentes de los procesos históricos y
culturales de las sociedades. Y cada vez más frecuentemente fragilidad y
marginalidad desembocan en fenómenos de dependencia de las drogas, de
desviación, de violencia. La esfera afectiva y emotiva, el ámbito de los
sentimientos, como el de la corporeidad, están fuertemente afectados por este
clima y por la situación cultural que deriva de él, manifestada, por ejemplo,
por fenómenos aparentemente contradictorios, como la espectacularización de
la vida íntima y personal y la cerrazón individualista y narcisista respecto a las
propias necesidades e intereses. También la dimensión religiosa, la experiencia
de fe y la pertenencia a la Iglesia son vividas a menudo en una perspectiva
privada y emotiva.
No faltan, sin embargo, fenómenos decididamente positivos. Los impulsos
generosos y valientes de numerosos jóvenes que dedican a sus hermanos más
necesitados sus mejores energías; las experiencias de fe sincera y profunda de
muchos muchachos y muchachas que, con alegría, testimonian su pertenencia
a la Iglesia; los esfuerzos realizados para construir, en muchas partes del
mundo, sociedades capaces de respetar la libertad y la dignidad de todos,
comenzando por los más pequeños y débiles. Todo esto nos conforta y nos
ayuda a bosquejar un cuadro más preciso y objetivo de las culturas juveniles.
Por tanto, no nos podemos contentar con leer los fenómenos culturales
juveniles según paradigmas consolidados, pero que ahora se han convertido en
lugares comunes, o analizarlos con métodos que ya no son útiles, partiendo de
categorías culturales superadas y no adecuadas.
Nos hallamos, en definitiva, frente a una realidad muy compleja, pero
también fascinante, que hay que comprender de manera profunda y amar con
gran espíritu de empatía, una realidad cuyas líneas de fondo y desarrollos es
necesario saber captar con atención. Mirando, por ejemplo, a los jóvenes de
muchos países del así llamado «tercer mundo», nos damos cuenta de que
representan, con sus culturas y con sus necesidades, un desafío para la
sociedad del consumismo globalizado, para la cultura de los privilegios
consolidados, de la que se beneficia un reducido grupo de la población del
mundo occidental. Las culturas juveniles, en consecuencia, se transforman en
«emergentes» también en el sentido de que manifiestan una necesidad
profunda, un pedido de ayuda o incluso una «provocación», que no puede ser
ignorada o descuidada ya sea por la sociedad civil, ya sea por la comunidad
eclesial. Muchas veces he manifestado, por ejemplo, mi preocupación y la de
toda la Iglesia por la así llamada «emergencia educativa», a la que se suman
seguramente otras «emergencias», que tocan las diversas dimensiones de la
persona y sus relaciones fundamentales, y a las cuales no se puede responder
de modo evasivo y banal. Pienso, por ejemplo, en la creciente dificultad en el
348

campo laboral o en la fatiga de ser fieles en el tiempo a las responsabilidades


asumidas. De ahí derivaría, para el futuro del mundo y de toda la humanidad,
un empobrecimiento no sólo económico y social sino sobre todo humano y
espiritual: si los jóvenes ya no esperaran y no progresaran, si no introdujeran
en las dinámicas históricas su energía, su vitalidad, su capacidad de anticipar
el futuro, nos encontraríamos con una humanidad replegada en sí misma,
privada de confianza y de una mirada positiva hacia el futuro.
Aunque somos conscientes de las numerosas situaciones problemáticas que
tocan también el ámbito de la fe y de la pertenencia a la Iglesia, queremos
renovar nuestra confianza en los jóvenes, reafirmar que la Iglesia mira su
condición, sus culturas, como un punto de referencia esencial e ineludible para
su acción pastoral. Por eso querría retomar nuevamente algunos pasajes
significativos del Mensaje que el Concilio Vaticano II dirigió a los jóvenes, a
fin de que sea motivo de reflexión y de estímulo para las nuevas generaciones.
Ante todo, en este Mensaje se afirmaba: «La Iglesia os mira con confianza y
amor… Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de
alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de
partir de nuevo para nuevas conquistas». Por tanto, el venerable Pablo VI
dirigía este llamamiento a los jóvenes del mundo: «En el nombre de este Dios
y de su hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las
dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner
ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo.
Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran
las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros.
Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores».
También yo quiero reafirmarlo con fuerza: la Iglesia tiene confianza en los
jóvenes, espera en ellos y en sus energías, tiene necesidad de ellos y de su
vitalidad, para seguir viviendo con renovado impulso la misión que le confió
Cristo. Deseo vivamente, pues, que el Año de la fe sea, también para las
jóvenes generaciones, una ocasión valiosa para reencontrar y reforzar la
amistad con Cristo, de la cual hacer brotar la alegría y el entusiasmo para
transformar profundamente las culturas y las sociedades.

INVITACIÓN A LA CONFIANZA: DIOS GUÍA A SU IGLESIA


20130227. Última audiencia general
Os doy las gracias por haber venido, y tan numerosos, a ésta que es mi
última audiencia general.
Gracias de corazón. Estoy verdaderamente conmovido y veo que la Iglesia
está viva. Y pienso que debemos también dar gracias al Creador por el buen
tiempo que nos regala ahora, todavía en invierno.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también
yo siento en mi corazón que debo dar gracias sobre todo a Dios, que guía y
hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y alimenta así la fe en su
Pueblo. En este momento, mi alma se ensancha y abraza a toda la Iglesia
esparcida por el mundo; y doy gracias a Dios por las “noticias” que en estos
años de ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y
349

sobre la caridad que circula realmente en el Cuerpo de la Iglesia, y que lo hace


vivir en el amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida
en plenitud, hacia la patria celestial.
Siento que llevo a todos en la oración, en un presente que es el de Dios,
donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Recojo todo y a
todos en la oración para encomendarlos al Señor, para que tengamos pleno
conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y
para que podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor,
fructificando en toda obra buena (cf. Col 1, 9-10).
En este momento, tengo una gran confianza, porque sé, sabemos todos, que
la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El
Evangelio purifica y renueva, da fruto, dondequiera que la comunidad de los
creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y en la caridad.
Ésta es mi confianza, ésta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años acepté asumir el ministerio
petrino, tuve esta firme certeza que siempre me ha acompañado: la certeza de
la vida de la Iglesia por la Palabra de Dios. En aquel momento, como ya he
expresado varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron:
Señor, ¿por qué me pides esto y qué me pides? Es un peso grande el que pones
en mis hombros, pero si Tú me lo pides, por tu palabra echaré las redes, seguro
de que Tú me guiarás, también con todas mis debilidades. Y ocho años
después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de
mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trecho del
camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también
momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la
barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa
suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también
momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en
toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que
en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no
es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él
quien la conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido,
pues así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza que nada puede empañar.
Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios, porque jamás ha
dejado que falte a toda la Iglesia y tampoco a mí su consuelo, su luz, su amor.
Estamos en el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer
precisamente nuestra fe en Dios en un contexto que parece rebajarlo cada vez
más a un segundo plano. Desearía invitaros a todos a renovar la firme
confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros
de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar
cada día, también en la dificultad. Me gustaría que cada uno se sintiera amado
por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su
amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser
cristiano. En una bella oración para recitar a diario por la mañana se dice: “Te
adoro, Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te doy gracias porque me has
creado, hecho cristiano...”. Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el bien más
precioso, que nadie nos puede arrebatar. Por ello demos gracias al Señor cada
350

día, con la oración y con una vida cristiana coherente. Dios nos ama, pero
espera que también nosotros lo amemos.
Pero no es sólo a Dios a quien quiero dar las gracias en este momento. Un
Papa no guía él solo la barca de Pedro, aunque sea ésta su principal
responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del
ministerio petrino; el Señor me ha puesto cerca a muchas personas que, con
generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cerca
de mí. Ante todo vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría y
vuestros consejos, vuestra amistad han sido valiosos para mí; mis
colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado que me ha
acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia
Romana, así como todos aquellos que, en distintos ámbitos, prestan su servicio
a la Santa Sede. Se trata de muchos rostros que no aparecen, permanecen en la
sombra, pero precisamente en el silencio, en la entrega cotidiana, con espíritu
de fe y humildad, han sido para mí un apoyo seguro y fiable. Un recuerdo
especial a la Iglesia de Roma, mi diócesis. No puedo olvidar a los hermanos en
el episcopado y en el presbiterado, a las personas consagradas y a todo el
Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias,
en los viajes, siempre he percibido gran interés y profundo afecto. Pero
también yo os he querido a todos y cada uno, sin distinciones, con esa caridad
pastoral que es el corazón de todo Pastor, sobre todo del Obispo de Roma, del
Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he llevado a cada uno de vosotros en la
oración, con el corazón de padre.
Desearía que mi saludo y mi agradecimiento llegara además a todos: el
corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y querría expresar mi
gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran
familia de las Naciones. Aquí pienso también en cuantos trabajan por una
buena comunicación, y a quienes agradezco su importante servicio.
En este momento, desearía dar las gracias de todo corazón a las numerosas
personas de todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos
conmovedores de delicadeza, amistad y oración. Sí, el Papa nunca está solo;
ahora lo experimento una vez más de un modo tan grande que toca el corazón.
El Papa pertenece a todos y muchísimas personas se sienten muy cerca de él.
Es verdad que recibo cartas de los grandes del mundo –de los Jefes de Estado,
de los líderes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura,
etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas humildes que me
escriben con sencillez desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir
su cariño, que nace de estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas
personas no me escriben como se escribe, por ejemplo, a un príncipe o a un
personaje a quien no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o
como hijos e hijas, sintiendo un vínculo familiar muy afectuoso. Aquí se puede
tocar con la mano qué es la Iglesia –no una organización, una asociación con
fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de
hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos.
Experimentar la Iglesia de este modo, y poder casi llegar a tocar con la mano
la fuerza de su verdad y de su amor, es motivo de alegría, en un tiempo en que
tantos hablan de su declive. Pero vemos cómo la Iglesia hoy está viva.
351

En estos últimos meses, he notado que mis fuerzas han disminuido, y he


pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para
tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la
Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también
de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia
significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas,
teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.
Permitidme aquí volver de nuevo al 19 de abril de 2005. La seriedad de la
decisión reside precisamente también en el hecho de que a partir de aquel
momento me comprometía siempre y para siempre con el Señor. Siempre –
quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad. Pertenece
siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida, por así decirlo, viene
despojada de la dimensión privada. He podido experimentar, y lo experimento
precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la da. Antes he
dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de
San Pedro y le tienen un gran cariño; que el Papa tiene verdaderamente
hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro
en el abrazo de vuestra comunión; porque ya no se pertenece a sí mismo,
pertenece a todos y todos le pertenecen.
El “siempre” es también un “para siempre” –ya no existe una vuelta a lo
privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca
esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros,
recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco
de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio
para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco,
por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo
como Papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino hacia
una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Doy las gracias a todos y cada uno también por el respeto y la comprensión
con la que habéis acogido esta decisión tan importante. Continuaré
acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la
entrega al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir hasta ahora cada día y
quisiera vivir siempre. Os pido que me recordéis ante Dios, y sobre todo que
recéis por los Cardenales, llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo
Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor le acompañe con la luz y la fuerza de
su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y
de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la
comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos, con profunda confianza.
Queridos amigos, Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, también y
sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe,
que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. Que en
nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la gozosa
certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de
nosotros y nos cubre con su amor. Gracias.
352

SIMPLEMENTE UN PEREGRINO
20130228. Discurso. Saludo a los fieles de Albano.Castelgandolfo

Gracias. Gracias a vosotros.


Queridos amigos, me alegra estar con vosotros, rodeado por la belleza de la
creación y por vuestra simpatía, que me hace mucho bien. Gracias por vuestra
amistad, por vuestro afecto. Sabéis que para mí este es un día distinto de otros
anteriores. Ya no soy Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Todavía lo seré
hasta las ocho de esta tarde, después ya no. Soy simplemente un peregrino que
empieza la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quisiera
trabajar todavía con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi
reflexión, con todas mis fuerzas interiores, por el bien común y el bien de la
Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía.
Caminemos junto al Señor por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias, y
ahora os imparto de todo corazón mi Bendición. Que os bendiga Dios
Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Gracias, buenas noches. Gracias a
todos.
353

ÍNDICE

2005 3
Cristo no quita nada y lo da todo 4
050424. Homilía en imposición del Palio y entrega anillo del pescador
Fiesta de acogida con los jóvenes (XX JMJ) 4
050818. Discurso en embarcadero del Poller Rheinwiesen, Colonia
Vigilia con los JÓVENES (XX JMJ) 7
050820. Discurso del Santo Padre en la Explanada de Marienfeld
Santa Misa (XX JMJ) 11
050424. Homilía en imposición del Palio y entrega anillo del pescador

2006 15
Sólo en Jesús encontraréis la felicidad 16
051121. Mensaje.Jóvenes Holanda. OR 23.12.2005, 10
Adquirir intimidad con la Biblia 17
060222. Mensaje. Jóvenes XXI JMJ 2006
La Palabra de Dios ilumina los pasos del hombre 20
060406. Encuentro con los jóvenes de Roma y el Lacio. XXI JMJ
Significado del Domingo de Ramos 28
060409. Homilía. Domingo de Ramos. XXI JMJ
La felicidad depende de la amistad con Jesús32
060410. Discurso. Congreso Univ 2006
Construir la vida sobre roca: Jesucristo 33
060527. Discurso. Jóvenes. Blonie, Cracovia
Navidad, verdad y belleza 36
061221. Discurso. A jóvenes de Acción Católica
354

2007 38
JMJ 2007: Amaos unos a otros como Yo os he amado 39
061127. Mensaje.
Experimentar y comunicar el amor de Dios 42
070329. Homilía.
El anuncio que renueva la vida 44
070421. Discurso. Pavía. Jóvenes
El joven rico 45
070510. Discurso. Jóvenes, Brasil. Estadio de Pacaembu.
Colmar la notable ausencia de líderes católicos 50
070513. Discurso. Aparecida. Inauguración V Conferencia general
del episcopado latinoamericano
Francisco: Jesús es su todo, y le basta 50
070617. Discurso. Jóvenes. Asís
Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos. 55
070720. Mensaje. XXIII Jornada Mundial de la Juventud
Cristo es el centro del mundo 61
070901. Diálogo y discurso. Ágora de los jóvenes italianos. Loreto
Dios, María y Jesús: encuentro de humildades 68
070902. Homilía. Ágora de los jóvenes italianos. Loreto
Universitarios: creer en el estudio 72
071109. Discurso. A la FUCI

2008 74
La tarea urgente de la educación 75
20080121. Carta. A la diócesis de Roma
En la confesión experimentamos la alegría77
20080313. Homilía. Celebración penitencial para jóvenes
Ser discípulo de Jesucristo 80
20080419. Discurso. Jóvenes y seminaristas. Nueva York
Tomar en serio el ideal de la santidad 86
20080517. Homilía. Savona
Elegid bien, no arruinéis el futuro86
20080518. Discurso. Jóvenes. Génova
Cristo es la respuesta a vuestros interrogantes 88
20080614. Discurso. Jóvenes. Brindisi
La Eucaristía, encuentro de amor con el Señor 89
20080621. Mensaje. Vigilia jóvenes Congreso Eucarístico Quebec
JMJ: La obra del Espíritu Santo es la esperanza 90
20080717. Discurso. Acogida de los jóvenes. Barangaroo, Australia
JMJ ¿Qué quiere decir vivir la vida en plenitud? 95
20080718. Discurso. Jóvenes en recuperación. Sydney, Australia
JMJ: Cuando el Espíritu descienda, recibiréis fuerza 97
20080720. Homilía. XXIII JMJ. Hipódromo Randwick, Australia
Familia, formación y fe profunda 101
20080907. Discurso. Jóvenes. Cágliari.
Dos tesoros: el Espíritu Santo y la cruz 103
20080912. Discurso. Vigilia con los jóvenes. París
355

Que María sea vuestra confidente 105


20080914. Homilía. 150 aniversario de apariciones. Lourdes
La carta a los Romanos 106
20081211. Discurso. A los universitarios de Roma

2009 108
La gran esperanza está en Cristo 109
20090222. Mensaje. XXIV JMJ
El futuro es Dios112
20090321. Discurso. Jóvenes. Luanda, Angola
Creced en vuestra amistad con Cristo 115
20090322. Homilía. Luanda, Angola
Queremos ver a Jesús 116
20090329. Homilía. Parroquia Santo Rostro de Jesús. Roma
La conversión es el único camino a la paz 116
20090328. Discurso. Jóvenes voluntarios
Cristo os ama de modo único y personal 118
20090406. Discurso. Jóvenes que recogen la cruz de la JMJ
Juan Pablo II: Audaz defensor de Cristo 119
20090402. Homilía. Cuarto aniversario de fallecimiento

La ciencia necesita de la sabiduría 120


20090509. Discurso. Bendición Universidad de Madaba
Nuevas tecnologías, nuevas relaciones 123
20090524. Mensaje. Jornada mundial comunicaciones sociales
Capaces de entrega total por amor a Jesús 129
20090704. Discurso. Congreso europeo de pastoral vocacional.
Cristianos en la universidad 130
20090711. Discurso. Encuentro europeo estudiantes universitarios.
Educación, Testimonio, Signos de Dios 131
20090906. Homilía. Visita pastoral a Viterbo y Bagnoregio.
Retomar la idea de una formación integral 132
20090927. Discurso. Encuentro con el mundo académico en Praga.
La fe cristiana es encuentro con Cristo. 134
20090928. Discurso. Mensaje a los jóvenes República Checa.
Deporte, educación y fe 136
20091103. Mensaje. Al cardenal Rylko
Capacidad educativa de Pablo VI, “Amigo de los jóvenes” 137
20091108. Discurso.Inauguración nueva sede Inst. Pablo VI. Brescia
Sabiduría: estudiar con espíritu humilde y sencillo 142
20091217. Homilía. Vísperas con los universitarios romanos

2010 144
¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? 145
20100222. Mensaje. XXV Jornada mundial de la juventud. 28.03.2010
Aprender a amar es la clave 149
20100320. Carta. Al Cardenal Rylko. Foro de jóvenes
Vida eterna, amor, mandamientos y renuncias 150
20100325. Discurso. Encuentro con los jóvenes de Roma
356

No tengáis miedo de ser amigos íntimos de Cristo 154


20100418. Discurso. Jóvenes de Malta
La riqueza más grande de la vida: amar 156
20100502. Discurso. A los Jóvenes. Turín
La Iglesia, granos de trigo que se trituran 158
20100606. Homilía. Nicosia. Chipre
Eucaristía dominical y testimonio de la caridad 158
20100615. Discurso. Asamblea eclesial de la diócesis de Roma
Escuchar a Dios 160
20100704. Discurso. Jóvenes. Sulmona
San Tarcisio y amor a la Eucaristía 163
20100804. Audiencia general. Encuentro europeo de monaguillos
Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe 165
20100806. Mensaje para XXVI JMJ, Madrid 2011
San Agustín. No tener miedo a la Verdad 171
20100825. Audiencia general

El corazón del mensaje a los jóvenes JMJ 2011 172


20100905. Ángelus. Castelgandolfo
Jesús: buscadlo, conocedlo y amadlo 173
20100916. Homilía. Glasgow, Escocia.
Lo que Dios desea más es que seáis santos 173
20100917. Discurso. Colegio universitario de Twickenham, Londres
Hemos sido creados para amar 175
20100917.Discurso. Saludo a los jóvenes. Westminster, Londres
Las cosas pequeñas manifiestan nuestro amor 176
20100917.Discurso. Saludo a los fieles de Gales. Westminster.
Algunas lecciones de la vida de J. H. Newman 176
20100918. Discurso. Vigilia. Hyde Park. Londres
Chiara Badano: sólo el Amor da la felicidad 178
20100926. Ángelus
La relación entre padres e hijos es fundamental 179
20101003. Discurso. Palermo. Encuentro jóvenes y familia
Hay algo más: amar como Jesús 181
20101030. Discurso. Encuentro con jóvenes de Acción Católica
¿Qué significa ser educadores hoy? 183
20101030. Discurso. Encuentro con jóvenes de Acción Católica
Urgencia de formar al laicado en la doctrina social 184
20101103. Mensaje. Consejo Justicia y Paz
Sólo el amor es digno de fe y creíble 186
20101113. Discurso. Consejo Pontificio para la Cultura

2011 188
Verdad, anuncio y autenticidad en la era digital 189
20110124. Mensaje. Jornada mundial Comunicaciones sociales
El Catecismo de la Iglesia para los jóvenes 191
20110202. Carta. Prólogo a Youcat
Primacía de Dios y evangelización de la juventud 194
20110218. Discurso. A Obispos de Filipinas. Grupo 2
357

“Atrio de los gentiles”: Buscad al Absoluto, buscad a Dios. 20110325.


Videomensaje. Atrio de los Gentiles. París 194
20110325. Videomensaje. Atrio de los Gentiles. París
¿Qué buscáis? Siempre alegres en Jesús 196
20110604. Discurso. Vigilia Jóvenes. Zagreb, Croacia
La misión de la universidad católica hoy y siempre 198
20110521. Discurso. A Universidad Católica del Sagrado Corazón
La formación de la conciencia, clave del desarrollo 201
20110604. Discurso. Líderes sociales. Zagreb, Croacia
¿Qué buscáis? Siempre alegres en Jesús 202
20110604. Discurso. Vigilia Jóvenes. Zagreb, Croacia
Familias cristianas, ¡sed valientes! 204
20110605. Homilía. Familias Católicas. Zagreb, Croacia
¿Cómo vivir? ¿Por qué vivir? 206
20110619. Discurso. Jóvenes San Marino
Viaje a Madrid JMJ: Entrevista con los periodistas 208
20110818. Entrevista durante el vuelo a España
Experiencias y anhelos de los jóvenes 211
20110818. Discurso. Bienvenida a la JMJ Madrid
Edificad vuestras vidas sobre Cristo 212
20110818. Discurso. Fiesta de acogida de los jóvenes
Misión del profesor en la universidad 214
20110819. Discurso. Profesores universitarios jóvenes. El Escorial
Via Crucis con los jóvenes 216
20110819. Discurso. JMJ Madrid
El misterio del dolor en una vida joven 217
20110820. Discurso. Visita al Instituto San José. JMJ Madrid
¿Cómo ser fiel a Cristo hoy? 218
20110820. Discurso. Vigilia de oración. Cuatro Vientos. JMJ Madrid
La fe es relación personal con Jesús 220
20110821. Homilía. JMJ Madrid. Santa Misa. Cuatro Vientos
¿Qué quiere Dios de mí? 222
20110821. Discurso. Encuentro con los voluntarios JMJ Madrid
Orientaciones a los novios 223
20110911. Discurso. Encuentro con los novios. Ancona
Yo soy, vosotros sois, la luz del mundo 225
20110924. Discurso. Vigilia de oración con los jóvenes. Friburgo
Niños: Recibir, escuchar, amar, hablar a Jesús 228
20111119. Discurso. Niños. Cotonú. Benín
La cuestión de Dios es la cuestión de las cuestiones 229
20111125. Discurso. Asamblea plenaria del C.P. para los Laicos
Universidad: Campo privilegiado para evangelizar 230
20111202. Discurso. Congreso para Estudiantes Internacionales
Educar a los jóvenes en la justicia y la paz 230
20111208. Mensaje. Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2012
Universitarios: Acoger la cuestión de Dios 233
20111215. Homilía. Vísperas con los universitarios de Roma
Levántate, te llama 235
20111219. Discurso. A muchachos de Acción Católica
358

Las JMJ: Un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano 236


20111222. Discurso. A la Curia Romana
Jesús vino a una familia. Dios está a vuestro lado 238
20111227. Mensaje. Fiesta de la Sagrada Familia en Madrid

2012 240
La responsabilidad educativa del bautismo 241
20120108. Homilía. Bautismo del Señor
Bautismo: Somos hijos de Dios 243
20120108. Ángelus. Bautismo del Señor
Madurar un renovado humanismo 244
20120112. Discurso. Administradores de Roma y del Lacio
El papel decisivo de un guía espiritual 245
20120115. Ángelus
Silencio y Palabra: camino de evangelización 246
20120124. Mensaje. Jornada Comunicaciones sociales. 20 mayo
¿Cómo reaccionar ante la enermedad? 248
20120205. Ángelus
No la Iglesia, sino Cristo transformará todo 249
20120210. Discurso. A la Fundación Juan Pablo II para el Sahel

La familia y la visión cristiana de la sexualidad 250


20120309. Discurso. Obispos de EEUU en visita ad limina
Alegraros siempre en el Señor 252
20120315. Mensaje. XXVII Jornada Mundial de la Juventud
Anunciar a Dios y educar las conciencias 259
20120323. Entrevista con periodistas durante el vuelo a México
Si Cristo nos cambia, podremos cambiar el mundo 261
20120324. Discurso. Encuentro con los niños. Guanajuato
Santa Clara de Asís: una conversión al amor 262
20120401. Carta. VIII centenario conversión de Santa Clara
El núcleo de todo: ¿Quién es para nosotros Jesús? 265
20120401. Homilía. Domingo de Ramos
Hablad de Cristo sin complejos ni temores 268
20120402. Discurso. Encuentro con jóvenes de Madrid JMJ 2011
Las vocaciones, don de la caridad de Dios 268
20111018. Mensaje. Jornada Mundial Vocaciones 2012.Abril 29
Los jóvenes tienen derecho a conocer la belleza de la fe 271
20120505. Discurso. Obispos USA en visita ad limina
¿Qué significa ser adultos en la fe? 273
20120526. Discurso. Reunión de la Renovación en el Espíritu
En la familia se aprende a no ponerse en el centro 275
20120601. Discurso. Concierto. La Scala. Milán. EMF 2012
El gran don de la confirmación 275
20120602. Discurso. Encuentro confirmandos. Milán. EMF 2012
Cualidades del gobernante según san Ambrosio 277
20120602. Discurso. Autoridades. Milán.
Interrogantes de las familias sobre la familia 279
20120602. Discurso. Fiesta de los testimonios. Milán. EMF 2012
359

La familia, imagen de la Trinidad 284


20120603. Homilía. Eucaristía con Familias. Milán. EMF 2012
El deporte, escuela que educa al hombre 286
20120606. Mensaje. Eurocopa
La profundidad del sacramento del bautismo 287
20120611. Discurso. Asamblea eclesial de la diócesis de Roma
Formar a los formadores: el primer servicio 292
20120715. Homilía. Visita a Frascati
Teresa de Jesús, estrella resplandeciente de Dios 294
20120716. Mensaje. 450º Fundación Monasterio San José de Ávila
La naturaleza del hombre es relación con el infinito 296
20120810. Mensaje. Al meeting de Rímini
Peculiar vocación del Fiel Laico 298
20120810. Mensaje. Al Foro internacional de la Acción Católica
Buscad buenos maestros espirituales 299
20120915. Discurso. Encuentro con los jóvenes del Líbano
El fundamento ético del compromiso político 301
20120922. Discurso. A la Internacional Demócrata Cristiana
San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia 303
20121007. Carta Apostólica. Proclamación como Doctor

Año de la Fe: Volver a lo que es esencial 310


20121011. Homilía. Apertura del Año de la Fe
Todos llamados a la santidad 311
20121012. Discurso. Padres conciliares y presidentes Conferencia
Hay una nueva primavera del cristianismo 311
20121015. Entrevista. De la película Campanas de Europa
Id y haced discípulos a todos los pueblos 313
20121018. Mensaje para la XXVIII JMJ de Río de Janeiro
Necesidad de personas de fe iluminada y vivida 320
20121020. Discurso. Entrega del Premio Ratzinger
Fieles a Jesús, con amor, valor y entusiasmo 320
20121021. Homilía. Canonización de siete beatos
Que Dios vuelva a ser visible y determinante 322
20121113. Mensaje. Atrio de los Gentiles en Portugal
Universitarios: El que os llama es fiel 323
20121201. Homilía. Vísperas Adviento.Universitarios romanos
Inmaculada: Silencio, gracia, alegría 325
20121208. Discurso. Inmaculada. Plaza de España
Los cristianos deben comprometerse en el mundo 326
20121220. Artículo para el Financial Times
La entrega de sí mismo en la Familia 328
20121221. Discurso. Curia Romana

2013 330
El fundamento de la paz 331
20130101. Homilía. Santa María, Madre de Dios
Es urgente la formación de líderes 332
20130107. Discurso. Cuerpo diplomático
360

La dimensión profética de la fe en la caridad 334


20130119. Discurso. P. C. Cor Unum
Qué significa seguir a Jesús 335
20121006. Mensaje. Vocaciones. 21 abril 2013
Comunicaciones sociales: Redes sociales 337
20130124. Mensaje. Comunicaciones sociales 12 mayo 2013
Las culturas juveniles emergentes 340
20130207. Discurso. Consejo Pontificio para la Cultura
Invitación a la confianza: Dios guía a su Iglesia 342
20130227. Última audiencia general
Simplemente un peregrino 345
20130228. Discurso. Saludo a los fieles de Albano.Castelgandolfo

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