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EL APEGO Y EL DESARROLLO POSTERIOR: SOCIAL, EMOCIONAL Y

COGNITIVO

1. Introducción

La familia es el ámbito natural donde se configura el desarrollo de la persona, tanto


afectivo, como cognitivo y social. Por consiguiente, los padres deben ser conscientes del
papel primordial que desempeñan en la educación de sus hijos. Como dice Santo Tomás:
“al referirse a la prole no sólo ha de tomarse en cuenta su procreación, sino también su
educación” (Millán Puelles, 1987).

El apego proporciona las bases para todas las relaciones, además de una saludable
vinculación afectiva que promueve el desarrollo positivo del niño (Sroufe, 1979;
Anastasiow, 1986). En consecuencia, un niño que se ha apegado o vinculado de forma
segura a sus padres tiene una gran facilidad para hacer y mantener amigos (desarrollo
social); su rendimiento académico suele ser adecuado (desarrollo cognitivo); y, por lo
general, desarrolla un buen autoconcepto y autoestima (desarrollo emocional). En las
líneas que siguen ofrecemos una detallada exposición de las consecuencias del apego
afectivo padres-hijos.

1.1.El apego y el desarrollo emocional del niño

La familia ejerce una significativa influencia en el desarrollo de la propia identidad


y en la idea que la persona tiene de sí misma (autoconcepto) (Díaz-Aguado, 1990). Si este
vínculo o apego afectivo es el adecuado, el niño alcanzará seguridad en sí mismo y, por
tanto, formará una identidad personal y un autoconcepto positivo.

1.1.1. La identidad personal

Y esto es así porque el niño cuando nace no tiene una idea de su ser como algo
diferente a su madre. Al principio de la vida humana, el niño no comprende que un objeto
pueda existir incluso cuando no se ve (Piaget, 1967). Durante el primer mes de vida, el niño
experimenta un “objeto-acción”, que resulta inseparable del contexto (primer período

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sensoriomotor de Piaget). Así, por ejemplo, la madre que sonríe no es para el niño la misma
madre que le canta. La adquisición de la propia identidad es una tarea ardua que comienza
en los primeros días de vida y necesita construirse mediante las interacciones con otras
personas. Por consiguiente, la experiencia con las figuras de apego es una excelente fuente
de información para conocerse mejor a uno mismo.

A partir del segundo mes de vida, el bebé distingue entre los objetos animados e
inanimados (segundo período sensoriomotor de Piaget), pero todavía no es capaz de
diferenciar a la madre del resto de las personas.

Poco a poco en las interacciones con la madre, el niño aprende a distinguir entre las
figuras familiares y las no familiares (tres-seis meses). Esta distinción se aprecia cuando el
niño llora ante la partida de su madre y cesa el llanto cuando ésta aparece.

Desde el sexto mes hasta los tres años el niño comienza a darse cuenta de que su madre es
una persona distinta a él y, como consecuencia, empieza a conocer que él también es una
persona separada. Esto sucede porque el niño ha adquirido la noción de permanencia de
objeto y permanencia de la persona (cuarta fase del período sensoriomotor de Piaget). Este
concepto se puede definir como la habilidad para experimentar un objeto o persona como
una entidad distinta, concreta, permanente e independiente de las acciones del sujeto. Esto
es, el niño aprende que los objetos y las personas existen con independencia de que las
veamos o no.

Un hito importante en la adquisición de la propia identidad es el


autorreconocimiento en el espejo (hacia los quince meses de edad). El niño que sabe que es
un ser diferente a los demás es capaz de reconocerse al mirarse al espejo. Por contra, un
niño que no es consciente de su existencia autónoma, sonreirá al verse reflejado en el espejo
pero no sabrá que es él.

Entre los tres y los cinco años de edad, el desarrollo del yo posibilita el logro del
autocontrol, la confianza en sí mismo, la iniciativa, la identificación sexual, las relaciones
efectivas con los pares y la adquisición del autoconcepto.

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Como ya hemos señalado, la emergencia del sentido del yo está relacionada con las
tempranas interacciones sociales. Por consiguiente, es de suponer que un niño que no tiene
relaciones adecuadas con sus padres formará un apego inseguro a éstos y, en consecuencia,
la adquisición de la propia identidad se verá perjudicada.

En efecto, se ha constatado que los niños inseguramente apegados exhiben un


modelo prematuro de autorreconocimiento. Esto es una paradoja porque se supone que el
conocimiento del yo tendría que aparecer antes en los niños seguros que en los inseguros.
Sin embargo, sucede lo contrario. Los niños apegados de forma insegura se encuentran
estresados y necesitan actuar por su propia cuenta. Es decir, los niños inseguros confían
menos en sus padres que en sí mismos, lo que les hace ser más vigilantes, precisando de un
prematuro desarrollo del autoconocimiento personal.

Por contra, los niños seguramente apegados muestran un mayor equilibrio entre la
confianza en sus padres y en sí mismos. En definitiva, el desarrollo de la propia identidad es
potenciado por el apego positivo y distorsionado por el apego pobre o ansioso, ya que el
niño que confía en sus padres, aprende también a aceptar mejor su yo, a aceptarse a sí
mismo (Anastasiow, 1986).

1.1.2. El autoconcepto

El autoconcepto es un barómetro de cómo nos sentimos con nosotros mismos, es


decir, la instancia a la que apelamos para verificar lo que logramos a través de nuestras
propias experiencias (Vargas Aldecoa y Polaino-Lorente, 1996).
Las primeras interacciones sociales del niño las realiza con sus familiares, por lo que
se deduce que los niños apegados a sus padres de forma segura deberían desarrollar un
concepto de sí mismos más saludable que los niños inseguros. En efecto, los niños
seguramente apegados tienen un autoconcepto superior al de los niños inseguros.
Los niños clasificados como seguros (en el procedimiento de la “situación extraña”
que evalúa los distintos tipos de apego) se describen de forma positiva y tienen la capacidad
de admitir las propias imperfecciones, revelando sus puntos fuertes y los débiles. Esto es así

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porque la relación con sus padres les ha hecho experimentar la sensación de que son
aceptados a pesar de sus defectos.
Por contra, los niños clasificados como inseguros-ambivalentes, se muestran muy
negativos al hablar de su propia falta de valía. Los niños clasificados como inseguro-
evitativos, presentan una idealización defensiva del yo o de la figura de apego.
En definitiva, el niño desarrolla la confianza en sí mismo (autoconcepto positivo),
mediante las interacciones con sus padres. Cuando las interacciones han sido positivas, el
niño es capaz de desarrollar sentimientos de autonomía (“puedo hacerlo solo”) y de
competencia (“puedo hacerlo bien”).

1.2.El apego y el desarrollo cognitivo del niño

La calidad del apego padres-hijo afecta al desarrollo de la inteligencia. Los niños


apegados de forma segura a sus padres exhiben una mejor actuación cognitiva que los niños
inseguros.
Ya hemos señalado que la adquisición del concepto de permanencia de objeto es un logro
cognitivo y que depende de la calidad de las interacciones del niño con sus padres. Por
consiguiente, cuanto mejor sea la relación afectiva, mejor será la adquisición de ese
concepto.
Esta relación entre el apego seguro y la competencia cognitiva se debe a la
seguridad del niño. Éste explora el ambiente de forma confiada y, en consecuencia,
encuentra una gran variedad de estímulos que desarrollan su inteligencia. Ya sabemos que
la manera de conocer y de desarrollarse de un niño pequeño es mediante la exploración y
manipulación de su ambiente (período sensoriomotor de Piaget). Así las cosas, el juego es
en estas edades el principal mediador del aprendizaje. La madre (o el padre) que toma la
iniciativa en la interacción lúdica con su hijo, le facilita amplias posibilidades de
exploración.
Como consecuencia de esa interacción lúdica la madre estimula la adquisición del
lenguaje porque el niño siente deseos de imitar y comunicarse con su figura de apego. Así,
los niños a los que de bebés se les habló con frecuencia tienen un amplio vocabulario y

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manifiestan un mayor grado de inteligencia. Por contra, las madres que establecen poca
interacción con sus hijos tienen niños con retraso en el lenguaje.
En definitiva, la competencia cognitiva aumenta cuando el ambiente familiar es el
adecuado.

1.2.1. El ajuste escolar

La mayoría de los padres se sienten estresados cuando sus hijos tienen que acudir al
colegio por primera vez. Surgen innumerables dudas sobre el posible ajuste o adaptación
del niño al ambiente escolar. Por lo general después de un breve período de ajuste, los
problemas de la mayoría de los niños desaparecen.
No obstante, hay un número significativo de niños que no superan esa transición.
Esos niños son los niños inseguramente apegados a sus padres. Es muy corriente ver a estos
niños tratando de atraer la atención del profesor. Son niños que se sienten inseguros para
explorar su ambiente por la falta de seguridad en los padres y en ellos mismos. Al tratar de
encontrar en la guardería la seguridad no encontrada en el hogar pierden importantes
oportunidades de aprendizaje.
Por contra, los niños seguramente apegados se sienten lo suficientemente seguros
como para aceptar la transición al colegio sin excesiva ansiedad. Como confían en la
disponibilidad materna, perciben a su profesor no como una figura amenazante sino como
otra persona disponible y en quien poder confiar.

1.2.2. Problemas de aprendizaje

La experiencia del niño con su figura de apego puede facilitar o inhibir su


aprendizaje escolar (Barrett y Trevitt, 1991; Wartner, Grossmann, Fremmer-Bombik y
Suess, 1994; Clegg y Landssdall-Welfare, 1995). Existe una clara relación entre los
problemas escolares y los problemas emocionales, como se muestra en la tabla 1.

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Problemas emocionales Problemas escolares

Grupo A: Ansioso-evitativo Fallos en la adquisición de habilidades


escolares

Grupo C: Ansioso-ambivalente Pérdida de habilidades escolares en el


futuro

GrupoD:Ansioso-desorientado- Resistencia al uso de habilidades escolares


desorganizado

Tabla 1. Posibles relaciones entre los problemas escolares y emocionales (Barret y Trevitt,
1991)
Los niños apegados de forma segura (Grupo B) también pueden tener algún
problema escolar o emocional, pero al ser algo transitorio no se considera patológico. Por lo
general, estos niños se caracterizan por:

- tener iniciativa para conocer nuevos contenidos


- formar expectativas de acuerdo con sus capacidades
- ser responsables en sus estudios
- tener una adecuada tolerancia a la frustración frente a los fracasos (Meca y Polaino-
Lorente, 1997).

No obstante, los niños que han formado un apego ansioso-evitativo pueden


presentar problemas en la adquisición de las habilidades escolares básicas, tales como la
lectura, la escritura y/o el cálculo. Estas habilidades requieren la comprensión simbólica de
los signos, lo que se relaciona con la adquisición del concepto de permanencia de objeto,
como ya hemos señalado en líneas anteriores. Si el niño, por falta de disponibilidad

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materna, tiene dificultades para representar mentalmente a su madre, también las tendrá
para comprender los símbolos.
En consecuencia, estos niños pueden leer o contar mecánicamente, pero parecen
incapaces de dar significado a lo que hacen. En síntesis y siguiendo a Meca y Polaino-
Lorente (1997), este grupo de niños se caracteriza por:

- mostrar un comportamiento disruptivo que repercute en el grado de atención y de


concentración ante las tareas escolares (Deklyen, 1996).
- tener una distorsión cognitiva frente a las expectativas formadas por los padres.
- presentar dificultad en la adquisición del pensamiento simbólico.
- no encontrar significado a muchos aprendizajes, porque los aprende más por imposición
que de forma voluntaria.

Los niños con un apego ansioso-ambivalente también suelen tener problemas


escolares. En un principio parecen ir bien en el colegio, pero a medida que pasa el tiempo es
posible que de repente o de forma gradual disminuyan su rendimiento. Estos niños se
caracterizan por (Meca y Polaino-Lorente, 1997):

- carecer de motivación
- tener poca constancia en sus propósitos
- cambiar constantemente de tarea, lo que repercute en su capacidad de atención y
concentración en las actividades escolares.

Los niños con apego ansioso-desorientado-desorganizado pueden aprender pero


no lo hacen. Se trata de niños con problemas familiares. Por lo general, son niños con
padres indecisos. Éstos no tienen claro lo que quieren para sus hijos, por lo que les
transmiten mensajes confusos. En consecuencia, los niños tampoco saben lo que se espera
de ellos. Así aprenden que la manera de llamar la atención es mediante un comportamiento
caótico en la familia y en el aula. En general, estos niños:

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- No buscan de forma decidida objetivos concretos.
- pueden tener inhibida su capacidad de aprendizaje por la relación inadecuada con sus
figuras de apego.
- son inconstantes en la ejecución de las tareas escolares y a menudo se resisten a ellas
(Meca y Polaino-Lorente, 1997).

En definitiva, que las relaciones familiares potencian o disminuyen la capacidad de


aprendizaje de los niños. Como señala Polaino-Lorente (1993): “así como no hay
motivación sin emoción, tampoco hay aprendizaje sin afectividad”.

1.3.El apego y el desarrollo social del niño

Las relaciones positivas con los pares contribuyen, en gran medida, al desarrollo
armónico de su personalidad (Hartup, 1970; Turner, 1991). Como veremos en el capítulo
12, las relaciones de reciprocidad, esto es, las interacciones entre iguales, son igual de
importantes que las relaciones de complementariedad (padres-hijos) en lo que al desarrollo
infantil se refiere.
En efecto, el niño que acude por primera vez a la escuela tiene que adaptarse socio-
comportamentalmente con el adulto o profesor y con los compañeros. Las adaptaciones con
el profesor suponen hacer frente a las exigencias comportamentales y a las expectativas de
los profesores dentro del contexto del marco educativo. Las adaptaciones con los
compañeros suponen gestionar de manera satisfactoria la compleja dinámica del grupo de
iguales y las relaciones con éstos, que se dan predominantemente en situaciones de juego
libre, tales como el recreo (Walker, Irvin, Noell y Singer, 1995).
El fracaso para manejar estas complejas exigencias y tareas sociales de manera
adecuada lleva con frecuencia al rechazo o, en el peor de los casos, al olvido y a la falta de
aceptación de los compañeros (Asher y Hymel, 1981). Además, hay una fuerte evidencia
empírica de que los niños que sufren el rechazo de los compañeros y del profesor en los
primeros cursos escolares, probablemente serán rechazados de modo similar en cursos
posteriores (Coie y Dodge, 1983; Gerber y Semmel, 1984).

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Pero si tan importantes son las relaciones del niño con sus compañeros, tenemos que
conocer los factores que contribuyen a la configuración de relaciones saludables. Uno de los
aspectos más importantes es la vinculación o apego tanto a la madre como al padre. En
efecto, la vinculación temprana es el principal precursor de las posteriores relaciones
sociales.
Esto se explica porque la madre y el padre que se muestran sensibles a las señales
comunicativas emitidas por sus hijos, facilitan el desarrollo de estilos de comunicación
claros y variados y, por tanto, el desarrollo de su competencia social (Ainsworth y Bell,
1974). Es decir, este tipo de padres fomenta la adquisición de las habilidades sociales
necesarias para relacionarse con los iguales (para un análisis más detallado sobre el
desarrollo de las habilidades sociales véase el capítulo 12).
Además, la disponibilidad y sensibilidad paternas proporciona seguridad al niño
para enfrentarse a las relaciones sociales. De este modo, el niño que cree que su madre o
padre está disponible y responde a sus necesidades, se siente seguro y confiado cuando se
encuentra ante una situación novedosa. El sentimiento de seguridad le anima a explorar de
forma activa su ambiente social. Esta exploración le conducirá a mejorar sus experiencias
del juego con los pares o grupo de iguales.
En definitiva, la teoría del apego predice la calidad del vínculo madre-hijo, padre-
hijo, lo que influye en el estilo de comunicarse con los pares, y estas relaciones niño-niño,
son, a su vez, muy importantes para la socialización y el desarrollo armónico de su
personalidad.

Tipos de apego y relaciones con los iguales

Partiendo de la hipótesis de que los niños adquieren las habilidades sociales como
consecuencia de las repetidas interacciones familiares con sus padres, suponemos que los
niños que han establecido un apego seguro con sus padres adquirirán un mayor número de
habilidades sociales. Waters, Wippman y Sroufe (1979) han encontrado que la seguridad en
el apego, a los quince meses de edad, predice las diferencias individuales que
encontraremos en la competencia social con los iguales, a los tres años.

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Los niños apegados de forma segura muestran una gran participación y cooperación
en las interacciones sociales con los compañeros de clase. Por tanto, son más competentes,
sociables, cooperativos y muestran un mayor interés en la interacción con sus compañeros
que los niños apegados ansiosamente. Esta información la proporcionan las evaluaciones
realizadas por los profesores en el aula (Turner, 1991).
Por contra, los preescolares apegados de forma insegura con sus padres tienen
problemas de adaptación con los compañeros. En concreto, los niños con apego inseguro-
evitativo están acostumbrados a tener padres que les evitan por lo que piensan que los
compañeros se comportarán de la misma manera. En consecuencia, estos niños suelen
anticipar el rechazo, adoptando estilos de de interacción agresivos y hostiles. Estos niños
han aprendido que la única forma eficaz de llamar la atención es mediante ese
comportamiento disruptivo.
Los niños inseguro-resistentes, en cambio, suelen tener una idea de los compañeros como
impredecibles, lo que les conduce a conductas impulsivas e indecisas con los pares (Rutter,
1979).

Tipos de apego y relaciones con los hermanos

Se ha encontrado una cierta relación entre la seguridad del apego y el modo en que
los hermanos mayores cuidan de los pequeños. En efecto, los niños apegados de forma
segura, a diferencia de los inseguros, se muestran menos celosos ante la llegada de un
hermano nuevo y, en consecuencia, en lugar de verle como un rival cuidan de él. Esto se
debe a que los niños seguros no se sienten amenazados cuando las madres dirigen su
atención hacia los otros hermanos, porque estos niños confían en la disponibilidad
emocional de la madre (Teti y Ablard, 1989; Volling y Belsky, 1992).

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Cita de Santo Tomás (del libro de Millán Puelles, pág 23). In prole non solum intelligitur
procreatio prolis, sed etiam educatio ipsius (In IV Sent., dist. 31, Q. 1, a. 2, ad 1.
Sum. Theol., Suppl. III, q. 68, a. 1).

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