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PRÓLOGO 9
INTRODUCCIÓN 13
1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR
El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO
Evolución histórica 33
La participación como manifestación
parlamentaria 37
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA
Equilibrio legislativo 57
3
Características de este nuevo sistema bicameral 60
Cuadro esquemático 63
El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El gobierno como gestión administrativa 73
La limitación del poder 75
El sistema electoral 77
6. LA LUCHA POR EL PODER
El poder como autoridad 81
El poder como fuerza 84
La concordia en el ejercicio del poder 88
Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder 90
8. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!
Planteamiento 95
Transición 98
Gobierno provisional 101
9. REQUISITO FUNDAMENTAL 105
BIBLIOGRAFÍA 111
1
Reconocimiento
G.E. Martínez-Solanas
PRÓLOGO Y PERSPECTIVA
L
a obra de Gerardo Martínez Solanas presenta una agenda
para el siglo XXI. Constituye un aporte para varias
generaciones futuras. Anticipo que será material de
lectura para los jóvenes durante muchos años. Es un
aporte universal a la tensión existente entre la delegación
del poder por los ciudadanos y el ejercicio directo de ese
poder dentro de la teoría de la democracia.
Salvar la brecha entre gobernantes y gobernados
requiere imaginación. Existe insatisfacción respecto a las
formas en que las estructuras políticas se conforman
respecto a las características y proyecciones de los
ciudadanos, llamados a canalizar sus intereses y
aspiraciones a través de ellas.
La propuesta de cómo lograr una democracia
participativa, elaborada por Gerardo Martínez Solanas, se
orienta en esa dirección. La participación directa
ciudadana es complementaria de la representativa. Esta
obra se sitúa en las coordenadas conceptuales que
permitirían, más allá de los partidos políticos e ideologías,
2
reclamar un espacio natural para el ejercicio de los
derechos y deberes ciudadanos. Para los científicos
sociales constituirá una fuente de conocimientos respecto
al ajuste de afiliaciones ciudadanas que necesariamente
deben ceder su paso a metas comunes sin renunciar a
objetivos particulares.
La sociedad siempre es perfectible, pero ello sería
imposible sin una participación democrática. Esta a su vez
entraría en un proceso que permitiría su mejoramiento
continuo. En este libro se hace honor a la dignidad
humana. Aquella cuyo cumplimiento debe constituir “la
primera ley de la república”, como expresó José Martí.
Para las reflexiones eternas, las que velan por
nuestra naturaleza humana y nuestro fin último, esta obra
evocará el problema del orden social a la luz de los valores
permanentes que deben orientar las instituciones
culturales, políticas, económicas y sociales. Estos valores
pueden resumirse en la consecución de la paz, la libertad,
la justicia y la solidaridad. Tales orientaciones éticas deben
encarnarse en la naturaleza humana.
Aquí hay un llamado a la práctica, al hombre
concreto y real. No se trata de crear “hombres nuevos”,
idealizando quimeras y oponiendo esquemas abstractos
que al final le ponen al hombre concreto camisas de fuerza
y fomentan exterminaciones masivas. Regímenes como el
de Pol Pot en Cambodia; la eliminación de los kulaks en la
ex Unión Soviética; y la Rumania de finales de los 80,
además de la represión y el “paredón” para ahogar la
disidencia en Cuba, ofrecen trágicos ejemplos ilustrativos.
¡Cómo cuesta poner la dignidad humana en el centro de la
acción ciudadana, tanto desde el punto de vista de los
gobernantes como de los gobernados!
Por supuesto que la mayor responsabilidad recae
sobre aquellos que han recibido el mandato delegado a
través de la democracia representativa. Frecuentemente,
el resultado es el ejercicio del poder sin nexos con quienes
hicieron la elección. Son los políticos que aparecen frente
a sus conciudadanos cada 4 años. Son las políticas que
carecen de una autoridad para su implementación y se
3
quedan en declaraciones líricas, frente a las cuales el
ciudadano común apenas tiene la capacidad de votar con
arrepentimiento en la próxima elección o, sencillamente,
la de abstenerse para hacer patente su protesta o
decepción.
Sin embargo, la responsabilidad va más allá de los
gobernantes. Los gobernados son también llamados a
coparticipar en esa gestión ciudadana, desde las etapas
de identificación de problemas hasta la priorización,
formulación de políticas, medidas y acciones, la asignación
de recursos, el seguimiento y la evaluación
retroalimentadora de este proceso.
Existen fuerzas para “privatizar” al ciudadano,
vedando su dimensión pública, cerrando sus canales de
participación u obligando a su protesta fuera de los
canales establecidos. La forma externa de esta conducta
es la violencia frente al orden social. La corrupción
generalizada; las protestas callejeras con manifestaciones
vandálicas; el narcotráfico; la delincuencia común
organizada en secuestros y linchamientos; son
expresiones de rebeldía de los gobernados que hacen
difícil la labor pública.
Estos temas están en el corazón de los problemas
que enfrentan hoy los países de América Latina. La
transición por la que Cuba está pasando trae también
estas preocupaciones a los interesados y a quienes toman
decisiones en ese sentido. Se trata del fortalecimiento de
la sociedad civil y el aumento de la capacidad de
gobernabilidad de nuestros ciudadanos.
Desde esta perspectiva, tanto para científicos
sociales como para pensadores políticos o para políticos
prácticos, la obra de Gerardo Martínez Solanas representa
un aporte o un punto de partida para tomar el rumbo
correcto o para enmendar los cursos de acción. La pieza
fundamental para lograr este resultado es basar las
formas políticas en la dignidad humana. Esta obra coloca
los cimientos para hacerlo posible.
Esta es la senda para nuestra redención ciudadana.
4
Dr. Nelson Amaro
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad del Valle de Guatemala
5
Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo
INTRODUCCIÓN
Esta obra tiene el propósito de desencadenar una profunda transformación en las perspectivas del individuo y del
ciudadano como entidad política en el proceso de gobernar una nación. Digo transformación y evito a propósito la
palabra revolución por dos motivos fundamentales. Primero, porque este último término implica una transición
violenta; segundo, porque la revolución destruye para construir. Podríamos, sin embargo, hablar de una transformación
revolucionaria en el sentido de que sería profunda y amplia, con repercusiones definidas en todos los aspectos de la vida
nacional. Pero es básicamente una transformación porque se basa en un proceso evolutivo por cauces estrictamente
democráticos.
Lo que propongo es un movimiento popular y cívico en el que se involucren partidos políticos, organizaciones
sectoriales, sindicatos, asociaciones culturales, colegios profesionales, instituciones educacionales y entidades
empresariales, pero en el que se dé primacía a la participación del ciudadano en las decisiones que se tomen y los
programas políticos que se realicen a todos los niveles de la vida nacional. Por supuesto que no es una idea
enteramente original, pero su aplicación en un contexto contemporáneo y la propuesta que esta obra contiene sobre una
posible forma de estructurarla y un mecanismo para desarrollarla sí considero que abre una nueva perspectiva práctica
que la separa de las utopías y le da un carácter de proyecto sociopolítico realizable.
Una parte de esta obra enfoca expresamente el caso cubano y ofrece soluciones concretas para una
transformación a partir del experimento comunista en Cuba, porque allí se dan condiciones propicias para partir
prácticamente de un punto cero y hacerlo sin condiciones previas ni intereses creados. Si algo ha logrado
magistralmente el régimen de Castro, como corolario de su revolución, es la movilización extensa y continua de las
masas. Ha eliminado todos los partidos políticos y todas las estructuras de la democracia representativa. Ha
organizado al pueblo en estructuras a nivel local, provincial y nacional.
No obstante, esta obra plantea una transformación porque falta en todo eso algo fundamental. Falta
reconocerle al pueblo el pleno derecho a tomar sus propias decisiones y a organizarse de la manera que mejor le parezca
para crear un mecanismo propio que mueva las instituciones y los organismos de la vida nacional. No hacen falta
caudillos para esto; sólo dirigentes que encaucen la energía popular con pleno respeto a sus manifestaciones y una clara
voluntad de acatamiento de las decisiones democráticas, para propiciar así una nueva era de colaboración, tolerancia y
paz.
Me refiero aquí a un sistema de participación democrática. Este no es un proyecto que sólo pueda aplicarse en
países que hayan atravesado un proceso revolucionario radical, como sucede en Cuba. Por el contrario. Debiera ser más
fácil de aplicar en los países donde la democracia representativa permite el debate político nacional y el desarrollo de
ideas que pueden someterse a la voluntad del pueblo a través de las urnas.
Pero no es así en muchos casos porque en la mayoría de estos países se plantea uno de los dos problemas
básicos que son el mayor obstáculo para poner en práctica este sistema. Uno, el más importante, es la
seudodemocracia. Se trata de sistemas políticos viciados, dominados por los intereses creados y las oligarquías. Estas
élites seudodemocráticas controlan ampliamente los medios de comunicación y tienen tal poder financiero que sus
fuerzas combinadas ahogan todo intento de desarrollar la justicia social y de darle acceso al pueblo a las decisiones
públicas. El otro, es la superdemocracia. La llamo así porque se ha manifestado en determinados países que cuentan
con un grado superior de desarrollo económico. Se trata de sistemas políticos representativos que han logrado un
equilibrio de poderes adecuado en esos países ricos, donde se goza de un alto nivel de vida con oportunidades para la
mayoría de los ciudadanos, un grado razonable de estabilidad y un acceso muy limitado –aunque tangible– a los
procesos y mecanismos de la democracia. Por lo tanto, es difícil que en esos países quieran arriesgar lo que han
conseguido para experimentar una teoría que aún no ha sido probada.
La realidad que nos enseña la historia, sin embargo, nos demuestra que quienes intentamos sembrar los
gérmenes de una idea frecuentemente nos equivocamos al escoger aquel terreno que creemos fértil. Marx y los
precursores socialistas de lo que después se denominó “comunismo”, estaban convencidos de que sus ideas debían
germinar en Alemania y otros países altamente industrializados donde el obrero se veía sometido a los excesos del
capitalismo, pero, en ningún caso, en países de base agrícola y feudal como eran Rusia y China. No obstante, mi
elección de Cuba como terreno fértil para experimentar un planteamiento nuevo y más extenso de la democracia se
apoya en que ese país está abocado ya a un proceso de transformación profunda. Lo que le falta es el medio idóneo
para ponerla en marcha. Me propongo proporcionárselo con esta obra. Y hacer esta alternativa viable para otros países
que deseen librarse de las limitaciones y deficiencias de la democracia representativa y de la seudodemocracia.
Quiero hacer hincapié en que no he usado tampoco la palabra ideología. Esta obra intenta ser neutral en el
campo ideológico. Pretende ser un tratado en defensa de la democracia pura. Estimo que para defender la democracia
no puedo optar por una posición de favoritismo hacia ideología alguna. La democracia no es una ideología. Es un
proyecto, un mecanismo, una estructura política que es vehículo y no fin en sí misma.
La democracia que se concibe en este libro es un medio dinámico de desarrollar las ideologías, exponerlas y
someterlas al debate nacional, para que en un auténtico entorno de libertades públicas y justicia social sean los
ciudadanos mismos quienes escojan la ideología sociopolítica que ha de gobernarlos o el arcoiris de ideas e iniciativas
que recoja los intereses de todos en una síntesis parlamentaria y ejecutiva.
1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
1 Este pensamiento del Presidente Roosevelt figura prominentemente en el monumento inaugurado en abril
de 1997 en el FDR Memorial Park, de Washington, D.C. Dice así: “They who seek to establish systems of
government based on the regimentation of all human beings by a handful of individual rulers, call this a new
order. It is not new and it is not order.”
La Democracia Directa
T
ampoco es nueva la democracia ni pretende representar un sistema de orden regimentado. Es un concepto muy antiguo y
también muy incomprendido. Y su principal aspiración al orden descansa en el respeto recíproco de las opiniones de los
demás.
La historia nos habla por primera vez de democracia al estudiar la sociedad ateniense de la Grecia clásica. Por
eso esta palabra descansa en dos raíces griegas (dmoH y krVtoH) que quieren decir literalmente "gobierno del pueblo".
En Atenas se practicó por primera vez en forma institucionalizada la "democracia participativa". Los historiadores la
han llamado "democracia directa". Sin ahondar en sus aspectos filosóficos y jurídicos podemos describirla como un
sistema de gobierno con la participación directa de todos los ciudadanos.
El ciudadano gozaba de plenas libertades y de igualdad ante la ley, que no distinguía entre nobles y plebeyos, y
que concedía a todos el derecho de tomar la palabra en la Asamblea, ejercer de jueces y ser candidatos a las
magistraturas, entre otras cosas. Fue un ejemplo luminoso para la posteridad, pero no una panacea. Había esclavos y
muchos otros2 que no eran ciudadanos en la Grecia clásica. Tampoco la mujer gozaba de los derechos ciudadanos de
los hombres. En el caso de Atenas, ciudad de unos 480,000 habitantes, apenas uno entre cada catorce habitantes contaba
con plenos derechos ciudadanos. Por ende, quienes gobernaban formaban parte de una élite masculina de la ciudad.
La historia nos vuelve a hablar de democracia en el siglo XVII, cuando nos describe los intentos precursores
británicos y suizos. El partido de los Whigs vio en la revolución de 1688 y su Declaración de Derechos la
reivindicación de su ideología política, que se concebía dentro de un contrato social entre la Corona británica y el
pueblo. También en las crónicas de las colonias de Nueva Inglaterra vemos que las poblaciones desarrollaron un curioso
sistema de democracia directa, donde la gente se reunía ocasionalmente en Asamblea para resolver por consenso los
problemas de la comunidad. Pero los intentos modernos de democracia no cristalizaron hasta el siglo XVIII, con el
triunfo de la Revolución Norteamericana en 1776 y de la Revolución Francesa en 1789.
Estos fueron los cimientos de un nuevo concepto de democracia: la democracia representativa. Quienes
concibieron este sistema de gobierno lo hicieron guiados por dos premisas básicas. Una, pragmática: la democracia
directa era impracticable en vastos países salpicados por decenas o cientos de ciudades; y otra, elitista: el pueblo
ordinario no tenía preparación política o ideológica que justificara poner en sus manos las riendas de la nación.
Se trataba, pues, más de un concepto republicano que demócrata, y en esto los revolucionarios de entonces
tomaron más de los romanos que de los griegos. Así se viene a definir la República como un gobierno representativo
que deriva su poder del pueblo mediante un mandato ejercido por sus representantes debidamente electos. El problema
estructural básico desde entonces consiste en cómo puede el pueblo manifestar este poder. Surgen múltiples
constituciones en todo el mundo tratando de concretar este poder o, al menos, de hacerlo más justo y equitativo
2 Los metecos o residentes, quienes gozaban de protección y ciertos privilegios de posesión de bienes y
participación en la industria y el comercio, pero no del derecho de desempeñar funciones oficiales o de
tomar parte de los destinos de la República. Sin embargo, debían contribuir con sus impuestos y su sangre
a la defensa de la ciudad que los acogía. El lector puede acudir a dos libros sumamente esclarecedores
sobre la sociedad y la democracia griegas: Atenas, una democracia (Robert Cohen), Aymá SA Editora,
Barcelona, 1961; y Los Griegos (H.D.F. Kitto), Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1962.
mediante un sistema de equilibrio de poderes que garantice los derechos del individuo y de la comunidad
respectivamente.
Para complicar aún más las cosas, las dos revoluciones trascendentales del siglo XVIII parten de premisas muy
distintas. La norteamericana hace mucho énfasis en las libertades, en cuya defensa justifica resultados deplorables en
términos de justicia social, porque si bien apunta a un sistema que fomente las oportunidades individuales para
alcanzar una calidad de vida que le proporcione felicidad y bienestar al individuo, no reconoce la responsabilidad del
Estado de intervenir con el propósito de mantener un mayor equilibrio social y económico. Por su parte, la francesa
enfoca primordialmente el concepto de equidad, aun a costa de la libertad personal. De este concepto, proclamado por
la Revolución Francesa, deriva la ideología socialista en sus diversas manifestaciones, incluido el comunismo. Pero
también la democracia cristiana, que enfoca en todas sus facetas la cuestión básica de la justicia social.
La Revolución Norteamericana abre el paso a dos amplias corrientes de opinión, liberal y conservadora, para
las cuales la preocupación principal reside en cómo calibrar las libertades del pueblo para promover el ambiente de
oportunidades que propugna y hasta qué grado es permisible la intervención del Estado en cuestiones que afecten la
iniciativa individual.
La representatividad democrática
Las soluciones han sido múltiples también, pero han descansado invariablemente en el grado de
representatividad que tuviera el pueblo en determinado sistema de gobierno y en las garantías constitucionales que se
idearan para proteger al individuo, a las minorías y a las instituciones representativas.
En términos generales tales soluciones pueden clasificarse en tres sistemas ampliamente reconocidos:
presidencialista, semi-parlamentario y parlamentario. La Constitución de 1940 implantó en Cuba un sistema de cariz
semi-parlamentario donde coexistían un Presidente y un Primer Ministro (Premier) y donde el Congreso podía interpelar
a los ministros y provocar crisis totales o parciales del Gabinete. Pero el poder presidencial seguía siendo el factor
determinante y ejecutor en la conducción política de la nación. Los Estados Unidos tienen un sistema presidencialista
típico, que cuenta con un Poder Ejecutivo independiente del Legislativo, aunque la mayoría de las decisiones
ejecutivas están sujetas a una revisión por parte del Congreso. Gran Bretaña, Canadá y la India mantienen sistemas
parlamentarios bien definidos en los cuales la acción ejecutiva emana directamente de la actividad legislativa.
Entre todos estos ensayos de democracia ha quedado demostrado que la república parlamentaria es la que
permite un mayor grado de participación a sus ciudadanos. Estos medios de participación son muy variados, pero casi
siempre indirectos en cualquier sistema democrático actualmente en práctica. Empero, su análisis corresponde a un
tratado de ciencias políticas y no a este estudio.3 El hecho concreto es que en todos ellos el poder se distribuye en forma
desproporcionada. La debilidad de los ciudadanos que tratan de ejercer el poder democrático que supuestamente les
corresponde deja abiertas muchas avenidas a la dictadura y a la corrupción. El recurso de las urnas es un ejercicio muy
dilatado en el tiempo que confunde a los ciudadanos con la promoción frecuente de falsas esperanzas y promesas y con
el enfoque simplista de los problemas nacionales, provinciales o locales en campañas electorales demagógicas. Sufren
estas democracias del mal endémico de la mala representación.
Las estructuras representativas de Gobierno se forjaron bajo las premisas de que el pueblo elegiría a sus
representantes para que éstos ejecutaran el mandato popular de gobierno y de que los partidos políticos canalizarían sus
programas por los medios legislativos del sistema y en consulta con el pueblo, utilizando a los representantes electos
para darles ejecución.
Como ya he señalado, el problema consiste en el grado de representatividad que tiene el pueblo con estos
3 Dos obras relativamente breves pueden satisfacer a cualquier lector sobre este tema: Democracies:
Patterns of Majoritarian and Consensus Government in Twenty-One Countries (Arend Lijphart), Yale
University Press, 1984; y, Democracy (Jack Lively), St. Martin’s Press, 1975. He consultado también la
excelente obra de David Held para esta y otras partes de mi trabajo (véase en la Bibliografía).
sistemas de gobierno y en el grado de participación que cada uno de esos sistemas le permite. El profundo desencanto
con estos sistemas de gobierno provocó en su oportunidad el nacimiento y el auge del Comunismo internacional como
una alternativa participativa. Es bien sabido que ese desencanto consiste en que los pueblos se han visto relegados en
esas democracias al papel de espectadores, en el mejor de los casos, o de simples peones de la maquinaria política en
gobiernos dictatoriales, autocráticos u oligárquicos, en el peor de los casos.
2. LA DEMOCRACIA POPULAR
“Las Asambleas del Poder Popular, constituidas en las demarcaciones político
administrativas en que se divide el territorio nacional, son los órganos
superiores locales del poder del Estado y, en consecuencia, están investidas de la
más alta autoridad para el ejercicio de las funciones estatales en sus
demarcaciones respectivas...”.4
El experimento cubano
L
a culminación del pensamiento político contemporáneo en Cuba se produce con el proceso constitucional de 1940 y sus
orígenes pueden buscarse en las ideas precursoras de sus próceres y en una historia constitucional que se abre con
conciencia clara de cubanía cuando Joaquín Infante redactó su Proyecto de Constitución para la Isla de Cuba, en 1812.
Siguieron esbozos de Varela y Zequeira, que apuntaban a la autonomía, y otros textos constitucionales redactados en
medio del fragor de las luchas por la independencia, en los que priman, sin embargo, el concepto civilista y los derechos
políticos individuales. En nuestro siglo, una Asamblea Constituyente redacta la Constitución de 1901, con la que se
establece la República, que sirve de base durante los primeros 38 años de república a una incipiente democracia
representativa y a varios otros textos constitucionales y reformas.
Todo este conjunto de ideas de los Siglos XIX y XX dio lugar en 1940 a una avanzadísima Constitución5 en la
que se plasmaron conquistas laborales, sociales y políticas que apuntaban a un elaborado sistema de justicia social y a
un equilibrado proceso democrático. Esta Constitución fue la cristalización de un amplio proceso de participación
pluripartidista y largas negociaciones entre todos los sectores del país, que se prolongaron desde 1938 hasta 1940. Todo
ello desembocó en una Asamblea Constituyente que sesionó durante dos meses y medio con la participación de 81
delegados procedentes de 9 partidos políticos. Sólo quedaron excluidos 2 partidos políticos que no alcanzaron el factor
electoral. En el ambiente constitucional heredado de este proceso se desarrolló en Cuba el experimento democrático del
6 Uso comillas aquí porque en el léxico del régimen que impera actualmente en Cuba se utiliza esta palabra
como un eufemismo del gobierno totalitario o de la supuesta dictadura del proletariado. La Revolución
cubana es un proceso comprendido entre 1959 y 1962, un período de cuatro años en que se desarrolló y
finalmente se consolidó un cambio radical en las estructuras sociales, políticas y económicas. Seguir
llamando “Revolución” al régimen institucionalizado como producto de ella parece ser más bien un recurso
propagandístico. No utilizaré las comillas cuando me refiera a ese período en particular.
sendas constituciones que han intentado institucionalizar la “revolución” y darle legitimidad al régimen
actual.
Juan Bautista Alberdi, el preclaro prócer argentino que vivió en una época de caudillismo y
revoluciones, ya vio en éstas, y en la guerra en particular, una antítesis de la sociedad civilizada. Era un
hombre del orden y de la paz que aborrecía la violencia como medio para hacer prevalecer la razón. Hizo
notar que la libertad no brota de un sablazo sino que es el parto lento de la civilización. Argentina recién se
libraba de la férrea dictadura de Rosas, con capa de populista, y necesitaba restaurar un clima de concordia,
orden y paz. Durante su largo exilio, Alberdi escribió en Chile, en 1852, las “Bases y puntos de partida
para la organización política argentina”, que inspiraron la carta Constitucional de 1853, modelada a su vez
en la Constitución de los Estados Unidos, pero con una matizada influencia de las doctrinas de la Revolución
Francesa.
En esa oportunidad en la Argentina, como hoy en Cuba bajo la égida de Castro, Rosas se perpetuó en
el poder con un considerable apoyo popular, al tiempo que huía del país casi la mitad de la población que no
le era afecta y a la que no le era permitido oponérsele. Fue un dictador que logró tan apasionado seguimiento
en amplios sectores de la población que aún hoy, pese al juicio de la historia, se manifiestan a diario muchas
opiniones en su defensa.
Terminada la dictadura, Alberdi vio la oportunidad de fomentar en la Argentina un compromiso
político de concordia entre todas las facciones para proceder a una reestructuración institucional que diese a
la nación un orden social estable. A este orden, evidentemente, no podía ni puede llegarse a través del caos
revolucionario o el cisma que produce una contienda armada, sino mediante un compromiso forjado en la
transacción, la reconciliación y, en definitiva, la democracia.
Utopía y realidad
El proyecto fundamental de la democracia participativa es un mecanismo
mediante el cual el pueblo, con su propia participación, pueda manifestarse por
igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se hace
hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus
opiniones y su amplia manifestación a través de un mecanismo participativo
institucionalizado.
Evolución histórica
C
omo ya señalé anteriormente al referirme al ideal democrático, el concepto moderno de democracia representativa toma
más de la república romana que de la democracia griega. Incluso la idea de un parlamento, es decir de un foro de
debates, cristaliza por primera vez en la historia con la creación del Senado romano. Del Senado surgen los pretores y
los cónsules que gobiernan el país con el imperium o mandato otorgado por esa institución legislativa.
En su expansión, la república romana se convierte en imperio y los cónsules en procónsules y, finalmente, en
emperadores o césares. El poder del Emperador surge, pues, del Senado, que es quien lo otorga, y con aquel
gestion;
Articulo 97.- El Presidente, el Primer Vicepresidente, los Vicepresidentes y otros miembros del
Consejo de Ministros que determine el Presidente, integran su Comite Ejecutivo.
El Comite Ejecutivo puede decidir sobre las cuestiones atribuidas al Consejo de Ministros,
durante los periodos que median entre una y otra de sus reuniones.
Articulo 98.- Son atribuciones del Consejo de Ministros:
l) revocar las decisiones de las Administraciones subordinadas a las Asambleas Provinciales o
Municipales del Poder Popular, adoptadas en funcion de las facultades delegadas por los
organismos de la Administracion Central del Estado, cuando contravengan las normas superiores
que les sean de obligatorio cumplimiento;
m) revocar las disposiciones de los Jefes de organismos de la Administracion Central del
Estado, cuando contravengan las normas superiores que les sean de obligatorio cumplimiento;
9 El Dr. Nelson Amaro, decano de la Universidad del Valle de Guatemala (UVG), de origen cubano, presentó
en la Sexta Reunión Anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana (Miami, agosto 8-10 de
1996), un ensayo titulado “Decentralization, local government and citizen participation in Cuba”, publicado
por la facultad de Ciencias Sociales de la UVG, que analiza a profundidad estas estructuras de gobierno en
Cuba en relación con el Poder Popular y las Asambleas.
mecanismo político de la antigüedad se instituye entonces un precario equilibrio de poderes entre la rama legislativa y la
ejecutiva que ha sido el mayor dolor de cabeza de la democracia representativa a través de toda su historia. No
podemos perder de vista tampoco que así como la democracia directa de la Grecia clásica no iba mucho más allá de un
mecanismo de gobierno en manos de una reducida élite masculina, el concepto de la república romana, asentado en la
gestión legislativa del Senado, tampoco pasaba de ser un sistema oligárquico y elitista.
Lamentablemente, lejos de evolucionar estos sistemas a un medio más amplio de participación popular, el
predominio gradual del poder ejecutivo de los procónsules, y ulteriormente del Emperador, derivó en el absolutismo de
las postrimerías del Imperio Romano y en la aristocracia absolutista en toda la época posterior de la Edad Media. Sin
embargo, hay intentos precursores en el siglo X en Islandia (con la efímera creación del Althing o “Asamblea de
Hombres Libres”), en el siglo XI en Cataluña (con la promulgación de los primeros Usatges),10 y en los siglos XII y
XIII en Inglaterra.11 El republicanismo tuvo también su renacimiento a fines del siglo XI en la península italiana
con la elección de cónsules o administradores encargados de intervenir en cuestiones judiciales independientemente del
poder pontificio o imperial. A finales del siglo XII este sistema consular había sido reemplazado ya por una forma de
gobierno compuesto por consejos dirigidos por funcionarios conocidos como podestá. La ciudadanía de Florencia,
Padua, Pisa, Milán y Siena estaba fragmentada en contradas, o distritos electorales, donde se elegía entre la élite
masculina de la ciudad a los electores del Gran Consejo quienes, a su vez, elegían mediante un elaborado sistema al Jefe
de gobierno o podestá.
Empero, un parlamento como tal, en su concepción moderna de poder legislativo autónomo, y con él, el
resurgimiento de la democracia con su nueva faz representativa, no hace su aparición hasta el siglo XVII como
resultado de las revoluciones liberal-burguesas en Inglaterra (1641-1688) y en los Países Bajos (1654). En esos
primeros parlamentos, los debates sobre leyes o peticiones se realizaban en ausencia del monarca: los nobles y la alta
jerarquía eclesiástica se reunían en una cámara del palacio y los caballeros y burgueses se reunían en otra. Esta
separación de recintos fue el origen de las dos cámaras del Parlamento que en la época contemporánea es identificado
como sistema bicameral.
Sin embargo, todo esto no cristaliza en un sistema claro de separación de poderes hasta que se redacta en los
Estados Unidos la primera carta constitucional escrita que regula la forma de gobierno de un país. La Constitución de
los Estados Unidos de América, firmada el 17 de septiembre de 1787, y ampliada con sus primeras 12 enmiendas, más
conocidas como La Carta de Derechos (“The Bill of Rights”)12, entró en vigor el 4 de marzo de 1789. En ella se
proclama el principio de la soberanía nacional, expresado directamente en la Cámara de Representantes, elegidos por
sufragio universal, e indirectamente en el Senado, que originalmente se concibió como un cuerpo de representantes
elegidos por los parlamentos de cada Estado y que, por lo tanto, habrían de representar a los Estados de la federación y
no al pueblo.
Todo esto precede al estallido de la Revolución Francesa, que si bien arrastra consigo una clara influencia de
los acontecimientos que la precedieron en América, adquiere un carácter singular al anteponer el concepto de equidad a
10 Los Usatges de Barcelona fueron promulgados como resultado de la labor legislativa y judicial
auspiciada por Ramón Berenguer I. Cristalizaron en lo que parece ser el primer código jurídico–
constitucional de la historia, en la época de Ramón Berenguer IV, en el primer tercio del siglo XII.
11Esos “parlamentos” fueron creados durante el reinado Eduardo I y sus primeros estatutos fueron
redactados en 1278. La separación de poderes comenzó a tomar forma con las reuniones por separado de
los “lords”, es decir, de los nobles y el clero, y de los “commons”, es decir, de los caballeros y los jefes de las
localidades. Ricardo II creó posteriormente el Consejo del Rey, que corresponde al actual gabinete, pero la
separación de poderes no quedaría bien definida hasta 1422, durante el reinado de Enrique V, cuando se
estableció la costumbre de referir al Parlamento los proyectos de ley. La palabra parliament en Inglaterra no
fue usada, sin embargo, hasta el siglo XV. Tiene un origen franco-catalán, del francés parlement y del
catalán parlament, ambos vocablos de semejante pronunciación.
12 La Carta de Derechos norteamericana, insertada en la Constitución de los Estados Unidos, fue el
documento precursor de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano –el legado más excelso
de la Revolución Francesa–, la cual sienta a su vez las bases para los instrumentos modernos de derechos
humanos proclamados por las Naciones Unidas.
toda su ideología. Este concepto de equidad da primacía al contrato social, una tesis tomada de las ideas elaboradas por
J.J. Rousseau en los años que precedieron a tan trascendental acontecimiento histórico.
Al estudiar a Rousseau nos percatamos de que podemos encontrar el origen de sus ideas –otra vez– en la
Grecia clásica y en el Derecho Romano. En su Política, Aristóteles considera al hombre como “un animal político”,
quien en su manifestación a través del Estado puede obtener el bien supremo para la sociedad, y reconoce el derecho de
las masas a elegir sus propios dirigentes y a pedirles cuentas por sus actos. El Derecho Romano, por su parte, ya
reconoce que el pueblo confiere el poder al dirigente y pone en sus manos toda autoridad.
Rousseau, como Hobbes antes que él, interpreta la existencia del Estado como la consecuencia natural de un
contrato social entre los individuos que componen la comunidad y la nación. En tanto que aquél consideraba el
contrato social como un fruto racional del propio egoísmo humano, Rousseau lo juzga como una garantía de los
derechos naturales de los individuos. Aquí ya se habla de derechos individuales y no de derechos del ciudadano. Por
eso, el Estado democrático es la manifestación de la voluntad de todos en un ambiente de “equidad, libertad y
fraternidad”, tres valores fundamentales que, como objetivos del Estado democrático, fueron tomados como divisa de la
Revolución Francesa.
Rousseau se propuso esbozar un sistema político que eliminara las desigualdades y la subordinación de unos
hombres a otros. Estaba convencido de que se podía lograr ésto si los seres humanos participaban todos en la
elaboración y el desarrollo de las normas sociales y políticas que, a su vez, debían acatar en el contexto de la
comunidad o de la nación. Deja de resolver, sin embargo, el problema del gobierno de las mayorías –como ya señalé
anteriormente–, donde una consulta electoral resulta en la imposición de los elegidos de la mayoría y de sus opiniones, y
no da cabida alguna a manifestaciones minoritarias.
Este es el proyecto fundamental de la democracia participativa, un mecanismo mediante el cual el pueblo, con
su propia participación, se manifiesta por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se realiza así
el summum de la equidad como sistema aplicado. ¿De qué otra manera podría el individuo luchar con mayor eficiencia
y efectividad que con la gestión individual en pro de la realización de sus anhelos de equidad, en un ambiente público
de Asamblea donde la comunidad se esfuerce en llegar a decisiones y resoluciones mediante la avenencia, la transacción
y el compromiso o, en última instancia, el voto? Sin negar que todo sistema democrático eventualmente ha de
descansar en decisiones mayoritarias, se hace hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus
opiniones y su amplia manifestación a través de un mecanismo participativo institucionalizado.
En gran medida, ese es precisamente el propósito del régimen parlamentario en su función de representatividad
idónea de todos los sectores, tendencias e ideologías de la nación. El sistema parlamentario puro asume las funciones
del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, como sucede en Gran Bretaña y en muchos países de la Mancomunidad
Británica y de la Unión Europea, entre otros. También hay sistemas parlamentarios, como el de Suiza, en los que el
Poder Ejecutivo surge de elecciones dentro de la legislatura pero actúa después independientemente de ésta durante el
período presidencial (colegiado) que determina la Constitución.
Empero, todos los sistemas políticos existentes o que han existido desde comienzos de la Edad Moderna con la
etiqueta de democracia, se apartan de la ideología original de participación al estructurar una estricta representatividad,
en el mejor de los casos, o limitar al ciudadano a una simple consulta electoral esporádica en la que apenas pueden
señalar su mera preferencia política o ideológica.
Por todas las razones expuestas hasta aquí, cualquier proyecto participativo tiene que contar con una
manifestación parlamentaria. No obstante, si me aparto del concepto estricto de gobierno parlamentario en el esbozo
del diagrama13 es sencillamente porque tal sistema no es un mecanismo participativo. Se trata, eso sí, de un mecanismo
13 Véase el Capítulo 5.
altamente representativo y eficiente con cabida a una manifestación limitada de los partidos políticos minoritarios y con
un accionar que permite también la manifestación de diversas tendencias políticas, sociales o económicas, pero no la
intervención ni mucho menos la participación del individuo o de las instituciones de la comunidad.
Al asumir ambos poderes –legislativo y ejecutivo–, el sistema parlamentario no puede abrirse a la
participación y pretender al mismo tiempo funcionar con eficiencia para desarrollar programas políticos, proyectos
económicos y obra social de forma estructurada y coherente. Para eso se requiere un Poder Ejecutivo autónomo con la
dinámica y la filosofía política necesarias que sirvan de motor en la vía del desarrollo y el progreso del país.
Huelga decir que un sistema presidencialista se aparta aún más de la idea participativa y se acerca
peligrosamente al caudillismo o, incluso, a la dictadura. Es a su vez más propenso a la corrupción. En los Estados
Unidos funciona –hasta ahora– haciendo malabarismos con frecuencia frustrantes e ineficaces en un elaborado sistema
de separación de poderes. Pero este es otro tema muy extenso que no corresponde a esta obra.
Los sistemas semi-parlamentarios se prestan mucho más para estructurar la democracia participativa tal y
como la concebimos en esta obra. La Constitución de 1940 instituyó en Cuba un gobierno semi-parlamentario y la
Constitución de 1961 en el Uruguay dio un paso más hacia la participación popular con un sistema que denominaron
“parlamentarismo racionalizado”, que incluía un Poder Ejecutivo colegiado. Ambos tuvieron corta vida. Con mayor
éxito de permanencia existe un sistema semi-parlamentario en Suiza de tipo colegiado y cantonal.14 Todos ellos se han
acercado bastante más al ideal participativo que los sistemas parlamentarios tradicionales, pero no lo suficiente.
Por eso, si bien en el diagrama13 voy a esbozar la estructura participativa básica que propongo dentro de un
concepto semi-parlamentario, la propuesta incluye dos diferencias esenciales que llevan este proyecto a dar un paso de
avance decisivo en la senda de la participación.
Abundaré más sobre esto al final del Capítulo 4.
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
La democracia participativa es un medio político que exige una
capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar
decisiones.
Antecedentes y enfoques
E
l concepto moderno de democracia participativa no es una idea nueva. Ya puede estudiarse su esbozo en obras de
Maritain, quien señalaba con mucho tino que la verdadera democracia no ha cristalizado aún en la sociedad moderna.
14 El sistema colegiado permite participación tanto a las minorías como a las mayorías en el Poder
Ejecutivo.
Su posición ideológica hace una distinción entre el individualismo –al estilo de Rousseau– y la dignidad de la
persona humana. Como individuo, el ser humano no es más que un fragmento de la sociedad, pero como persona
investida de su dignidad y derechos es depositario de sus intereses y aspiraciones de la sociedad en pleno.
Esta idea fue recogida formalmente por la Democracia Cristiana internacional y, con Maritain como inspirador,
se ha ido desarrollando en los movimientos demócrata cristianos del mundo un nuevo enfoque de la democracia.
Ya en 1972 Rafael Caldera publicó en Dimensiones un célebre esbozo de este concepto de democracia. Lo
resumió así:
"No puede haber verdadera democracia si la persona humana no es respetada, porque ella
es el ingrediente indispensable del pueblo, considerado, no como simple masa, cantidad a
la cual se atribuyen determinadas prerrogativas, sino como sujeto consciente y
responsable de sus actos y decisiones."
En ese mismo ensayo concluye diciendo:
"La idea misma de la dignidad de la persona humana conduce a la necesidad del
diálogo y consideración permanente entre gobierno y pueblo; si el gobierno es la
representación del pueblo, debe interpretar su voluntad ... sin ese diálogo constante el
funcionamiento de la entidad democrática en realidad no existe."
Poco después, en 1977, el COPEI organizó en Caracas un interesante Seminario bajo el tema “Hacia
una Democracia Participativa”, y el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) publicó ese
mismo año su Cuaderno Nº2, titulado “La Democracia Participativa”, en el que figura la ponencia
presentada por el Dr. Enrique Pérez Olivares a ese Seminario. En su ponencia, el Dr. Pérez Olivares resume
magistralmente su posición como sigue:
“El proceso tiene de común ... un esfuerzo para que el poder no se gestione sólo en
nombre del pueblo o aun para el pueblo, sino que se actúe con el pueblo, insertándolo tan
profundamente en el sistema, que el gobernante más que representante del pueblo sea su
exponente”.
De aquí se deriva que uno de los principios básicos que sustentan los conceptos democráticos de la
Democracia Cristiana internacional, en general, y del Partido Demócrata Cristiano de Cuba, en particular, es
el derecho a la participación directa del ciudadano en las decisiones y los procesos políticos del país. En sus
documentos se habla siempre de un sistema pluralista y participativo.
El "Manifiesto Político Internacional", suscrito por la Internacional Demócrata Cristiana (IDC) y
publicado por la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) en su Separata de Informe ODCA
Nº44, es explícito al señalar que se trata de:
"la participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las
organizaciones populares y otras asociaciones a todos los niveles de decisión política,
económica y social".
El "Manifiesto político de los demócratacristianos a los países de América Latina" es otro hito
destacado en esta senda. Fue dado a la publicidad en la Separata de Informe ODCA Nº93. En este
Manifiesto se proclama lo siguiente:
"Estamos convencidos de que una auténtica sociedad comunitaria no se realiza sin
democracia y que una verdadera democracia no se realiza si no se orienta hacia una
sociedad comunitaria. En efecto, sólo la experiencia de la vida democrática crea las
mejores condiciones para alcanzar un consenso en el respeto del pluralismo y promover
los derechos políticos, culturales y socioeconómicos del hombre.
El funcionamiento eficaz de la democracia exige: participación de todos, en
particular a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones populares
y otras asociaciones intermedias, a todos los niveles de decisión política, económica y
social; sufragio universal, libre y secreto; pluralismo político; parlamento; separación y
colaboración de los poderes del Estado; libertad de información y libre acceso a ella;
superación de las discriminaciones políticas y las injusticias sociales."
En otra importante corriente de opinión, aunque sin referirse concretamente a la democracia
participativa, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, auspiciada por las Naciones Unidas, le da
sin embargo un espaldarazo internacional cuando señala que:
“La democracia se basa en la voluntad del pueblo, libremente expresada, para
determinar su propio régimen político, económico, social y cultural, y en su plena
participación en todos los aspectos de la vida. En este contexto, la promoción y
protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en los planos
nacional e internacional deben ser universales y llevarse a cabo de modo
incondicional.”15
El problema básico del concepto de democracia participativa es la disyuntiva de cómo
reconciliarlo con el gobierno de la mayoría. Sir Arthur Lewis, laureado con el Premio Nobel, señaló en un
libro publicado en Londres en 196516 que todos aquellos afectados por una decisión deben tener la
oportunidad de participar en el proceso de tomar esa decisión, ya sea en forma directa o mediante
representantes electos.
Diversos países han tratado de corregir mediante el uso frecuente del plebiscito esa desviación
nociva del proyecto democrático que puede propiciar la democracia representativa, es decir, la "dictadura de
las mayorías". Suiza es el ejemplo extremo de utilización de este instrumento, donde se realizaron 102
consultas populares mediante plebiscito en sólo 17 años (1963-1980), y se han seguido realizando con
extraordinaria frecuencia desde entonces. Pero también ha sido y es utilizado ampliamente en Australia,
Nueva Zelandia, Bélgica, Dinamarca, Gran Bretaña y otros países, incluidos los Estados Unidos. Fue
utilizado por cada uno de los países que forman hoy la Unión Europea para decidir si ingresaban o no en el
Mercado Común de entonces. Los suizos lo ejercieron en 1995 con un no rotundo en contra de los intereses
de su propio gobierno, que había anunciado pocos meses antes ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas su inminente ingreso en la Unión Europea.17
El plebiscito es un mecanismo que permite al pueblo opinar sobre un tema, una política, un programa
o un proyecto de ley determinados. Esto permite a las minorías movilizar al pueblo en respaldo de una idea
o un proyecto que las beneficie o que responda a sus aspiraciones y le da una oportunidad a los sectores de
convencer al pueblo y obtener su aprobación respecto a un proyecto de ley que impulse sus intereses.
Pero dista en realidad de ser un medio idóneo o siquiera práctico de participación democrática en las
decisiones nacionales, provinciales o locales. Además, tiende a ser poco popular, porque la concurrencia a
estos medios de consulta es más baja que a los comicios para elegir candidatos para el gobierno. En el caso
suizo en particular, la participación popular en esos plebiscitos ha promediado apenas un 45% desde 1960.
En los Estados Unidos, donde se utiliza extensamente a nivel local o municipal, y pese a que coincide casi
siempre con los comicios, la participación es todavía menor.
Cabe notar que un conjunto de organizaciones de la disidencia interna de Cuba, solicitaron en julio
de 1997 –ajustándose a la Constitución vigente– que el régimen convoque a un plebiscito que consulte al
pueblo cubano sobre el sistema de gobierno de su preferencia. Insisto en que es un medio deficiente de
consulta popular porque sólo puede opinarse con un sí o con un no, y porque la consulta puede estar
formulada en forma ambigua, equívoca o incompleta. Sin embargo, dentro de un sistema democrático con
La democracia cibernética
Otra solución, que atraviesa en la actualidad por un período experimental bastante indefinido, es la
que aprovecha los adelantos modernos de la informática y las comunicaciones. Se ensaya el televoting, es
decir, el voto por teléfono o por computadora, así como también una suerte de electronic town meetings, que
permite a los usuarios a través del Internet discutir en vivo temas políticos con sus representantes o quienes
aspiran a representarlos, y también con otros ciudadanos igualmente interesados, en un intento de interacción
democrática. Ambos sistemas se utilizan en los Estados Unidos cada vez con mayor frecuencia, pero su
utilidad actual se circunscribe al sondeo de opinión.
Sin embargo, su notable potencial como elemento de democracia directa ya ha comenzado a dejarse
sentir. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la fallida campaña de reelección nada menos que del Speaker de la
Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Tom Foley, quien perdió su intento en noviembre de 1994
por una diferencia de apenas 4,000 votos. Los analistas estiman que la campaña desarrollada en su contra por
Richard Hartman, un ingeniero de computadoras de Spokane, Washington, quien utilizó extensamente el
Internet para recabar fondos y plantear su posición, fue el factor determinante en una derrota donde unos
pocos votos contaban.
Durante su campaña presidencial en 1992, Ross Perot se refirió a menudo a su idea de un “electronic
town hall” –es decir, a una Asamblea municipal electrónica– donde cada ciudadano pudiese votar desde sus
computadoras sobre cuestiones planteadas en la palestra política. Llevó más lejos su idea a la campaña de
1996 cuando el recién creado Partido Reformista promovió la idea abriendo canales cibernéticos a sus
partidarios para que escogieran por ese medio electrónico al candidato presidencial del partido.
En Norteamérica temen que esta tendencia produzca una indeseable fragmentación de la opinión
pública y, por ende, el caos político potencial a que me referiré en el Capítulo 5.
Robert J. Samuelson, columnista de la revista Newsweek, enfocó este peligro, señalando que debido
a que el Internet facilita más que nunca a la gente con intereses semejantes el establecimiento de vínculos,
independientemente del lugar donde se encuentren, puede acelerarse la tendencia descentralizadora. Teme
que los Estados Unidos se conviertan en una nación compuesta por grupos de influencia que promuevan
estrechos objetivos políticos y sociales, provocando así una peligrosa desintegración del país. 18
Es evidente que este medio puede ser un gran factor de desorganización. Pero tampoco hay que
perder de vista que el acceso al Internet y la posesión de computadoras están limitados a los segmentos más
acomodados de la población. Los países más pobres apenas contarían con una elite capaz de manifestarse e
interactuar por este medio. Aun en los países más ricos, como en los EE.UU., el acceso a estos medios
seguirá limitado a una minoría de la población durante muchos años más.
No por eso vamos a volver las espaldas al progreso ni dejar de comprender que muchas de las
funciones que proponemos en este estudio se verían altamente facilitadas con la utilización de este medio de
comunicaciones tan propicio.
No dudo que el avance tecnológico tan extraordinario que experimentamos hoy día resolverá tarde o
temprano sus problema inherentes para integrar el Internet a las funciones e instituciones de la democracia
participativa.
18 Para mayor información sobre este tema puede consultarse The Good Life and Its Discontents
(Robert J. Samuelson), Times Books, 1996.
Participación consensual
Volviendo al tema central de este capítulo, vemos que el comunismo, por su parte, se proponía un
sistema de participación dentro de “organizaciones de masas”, en una especie de democracia consensual o
por aclamación. Mao Tsetung resumió claramente esta idea, señalando que consiste en:
“Unir a todas las clases y capas sociales oprimidas –obreros, campesinos,
soldados, intelectuales y hombres de negocios–, todas las organizaciones populares,
partidos democráticos, minorías nacionales, chinos de ultramar y demás patriotas;
formar un frente único nacional ...” 19
Por otra parte, para Ortega y Gasset, que evidentemente nada tenía de comunista, “es evidente que
una sociedad existe gracias al consenso, a la coincidencia de sus miembros en ciertas opiniones últimas”. 20
Es en esta otra vertiente –que también proclama en boca del propio Ortega y Gasset la necesidad del
“consenso o unanimidad”– que la Falange española esbozó un sistema "vertical" de participación a través de
los sindicatos, una idea que probablemente busque sus orígenes a finales de la Edad Media en el experimento
de participación gremial en el gobierno que tuvo lugar en las ciudades italianas. En la Argentina, dentro de
parámetros semejantes, Juan Domingo Perón expresó en su Doctrina que:
“Podrían multiplicarse los argumentos para demostrar que cada día es más
indispensable la cooperación de la comunidad para mantener el equilibrio de los
intereses individuales y sociales y para obtener el reconocimiento y respeto de los
derechos inherentes a la personalidad humana.”21
Puede observarse así que tanto el fascismo como el comunismo tenían en su ideología bases loables
que incluían la participación popular. Empero, derivaron en la práctica en férreos sistemas dictatoriales. La
manifestación popular en ambos casos quedaba ahogada por el poder de un Estado centralizado que toma
todas las decisiones. Esos sistemas han funcionado con un propósito claro de eliminar la oposición
organizada y no de proporcionarle al pueblo un vehículo para considerar sus propuestas.
Resumiendo: el concepto de democracia participativa no tiene nada que ver con el mecanismo que
permite gobernar mediante decisiones mayoritarias, ni con los mecanismos que agrupan al pueblo en sectores
con capacidad de manifestarse dentro de su contexto limitado, ni con procesos de votación como es el
plebiscito donde se permite a los electores de un país, una provincia o un municipio contestar con un sí o un
no a determinada propuesta, ni, mucho menos, con la movilización masiva de ciudadanos que respondan al
líder carismático con estruendosa aclamación. La democracia participativa es un medio político
radicalmente distinto que exige una capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar
decisiones.
El actual régimen cubano siguió los lineamientos del comunismo internacional durante más de 30
años (hasta el derrumbe del sistema soviético) con la creación de estructuras centralizadas bajo el poder
omnímodo del Partido Comunista. Pero el problema que allí se plantea es más grave por cuanto Fidel Castro
no es sólo el Presidente de Cuba sino también el Máximo Líder de la Revolución y su Comandante en Jefe, y
es calificado por quienes lo sustentan en el poder como el fundador de la nueva sociedad y su brazo armado,
el pensador, el guerrero, el jefe de la economía, la cultura y la sociedad cubanas, y el padre y árbitro político,
entre muchos otros atributos. En ese país, como ha sucedido en otros a ambos extremos del espectro
político, toda autoridad procede del líder y no puede ser ejercida por otros sino por delegación expresa de él.
Prueba fehaciente de ello es que durante el proceso gestor del IV Congreso del Partido Comunista en
Cuba, en el que se elaboró la Constitución Socialista de 1992, dos de las tres condiciones previas al debate se
19 Manifiesto Político del Ejército Popular de Liberación de China (Mao Tsetung), Octubre 1947.
20 Del Imperio Romano: “Los Estratos de la Discordia” (José Ortega y Gasset), La Nación, Buenos Aires,
1940.
21 Doctrina Peronista (Juan Domingo Perón), pág.56; Buenos Aires, 1948.
referían a esto precisamente. Es decir, que no entraban en tela de juicio:
a) el liderazgo y la permanencia de Fidel Castro en su carácter de líder máximo de la
“revolución”, con todos sus poderes habituales;
b) la condición del Partido Comunista de Cuba como partido único de la “revolución” marxista-
leninista; y
c) que había que mantener la economía de planificación centralizada y la propiedad estatal de
los recursos como sistema de desarrollo económico, producción y distribución de bienes.
Así se produjo, ni más ni menos, la imposición forzosa y recalcitrante de un sistema que se encontraba ya
sumido en el descrédito mundial y contemplaba el derrumbe de todas sus instituciones internacionales.
En Cuba el pueblo había participado en forma directa a un nivel local –presuntamente gestor– en los
debates iniciales sobre los temas que, según estimaban, debieran considerarse en el Congreso y sobre el
enfoque que habría que dar a la nueva Constitución. Pero este experimento gestor, que había despertado
tanto interés, incluso en el exterior, y tantas esperanzas de apertura política y evolución democrática, fue
quebrantado por tales condiciones, causando un enorme desencanto entre la ciudadanía que aspiraba a ser
parte activa en el proceso.22de Miami, 1992.
El V Congreso del PCC, que en el momento de escribir estas líneas planea realizarse entre el 8 y el
10 de octubre de 1997, va por derroteros semejantes y, en algunos aspectos, más estrictos e inflexibles.
Aprendida la lección del IV Congreso, el PCC no tiene empacho en señalar que:
“Hubo militantes que perdieron la perspectiva y cuadros que mantuvieron una actitud
rutinaria y de subestimación de las realidades”.23
Pero esa disensión nunca salió a la luz pública y no fue tolerada en las reuniones, sino que se impuso un
forzoso consenso. Es evidente que tampoco será tolerada ahora. Al contrario, son terminantes cuando
reafirman “... el papel insustituible del Partido único de la nación cubana y del sistema político que hemos
forjado”24, y cuando insisten sin ambages en que:
“Hoy está más claro que nunca que Revolución, Patria y Socialismo son una y la
misma cosa” y que “Sólo la unidad de los revolucionarios puede conducir a la unidad
del pueblo. Ella requiere un solo Partido ...”, porque “el pluripartidismo perseguía
dividir a los explotados y oprimidos, y sembrar la ilusiòn de que había democracia”. 25
Participación popular
22 Para una equilibrada, detallada y sagaz descripción de este proceso, véase: Cuba: Crisis y
Transición (Pedro Ramón López-Oliver), Capítulo II; Research Institute for Cuban Studies,
Universidad
No existe oposición entre el fortalecimiento municipal y el comunitario. Ambas
son dimensiones del fortalecimiento del gobierno local. Esta es una tarea a
cumplir entre los técnicos, la comunidad de vecinos local y los políticos. El papel
del primero es la definición de las necesidades objetivas. El papel de la
comunidad es expresar sus necesidades objetivas y el del político compatibilizar
ambas dimensiones y coordinar estos esfuerzos y recursos hacia objetivos
comunes.30
Equilibrio legislativo
D
esde el concepto participativo y pluripartidista puede ofrecérsele ahora al pueblo una síntesis política que abarque el
concepto de la soberanía popular dentro de un sistema de democracia representativa pluralista. Aprovechando las
instituciones políticas ya establecidas en Cuba por el régimen actual y reconociendo su realidad se puede elaborar por
etapas un sistema democrático popular y representativo.
En concreto: la propuesta básica consiste en que continúen funcionando las Asambleas del Poder Popular,
incorporándoles reglamentos que les permitan una amplia iniciativa y autonomía, y que, en un proceso paralelo, se
proceda a reconocer y respetar ampliamente el pluralismo ideológico y político, la libre asociación en partidos políticos
y el equilibrio de los poderes gubernamentales. Así se constituiría de hecho un gobierno de transición cuyo propósito
prioritario fuera crear las condiciones necesarias para la convocación de una Asamblea Constituyente.
29 Sería un error identificarlas en la estructura que proponemos y la gestión que realizarían con las
Asambleas del mismo nombre en la Cuba actual. Las diferencias fundamentales las apreciará el lector a
medida que desarrolle mi tesis en los capítulos siguientes. Si bien están modeladas con el mismo tipo de
estratificación política, esta tesis propone invertir la pirámide del poder y coloca al Poder Ejecutivo al servicio
de los intereses del pueblo.
30 La descentralización en los países unitarios de América Latina y el Caribe en la actualidad: cuatro
dilemas gerenciales (Dr. Nelson Amaro), Universidad del Valle de Guatemala, Facultad de Ciencias
Sociales, Guatemala, 1996). Ponencia presentada a la Conferencia Regional sobre Cooperación Política en
materia de Descentralización en América Latina (Caracas, Venezuela, 1 y 2 de agosto de 1996), bajo los
auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La Asamblea Constituyente, a su vez, orientaría sus debates a la creación de un sistema de democracia
participativa por el cual el poder de las Asambleas surgiría de la base -la Asamblea de Distrito- y desde ellas se irían
eligiendo escalonadamente delegados a las Asambleas Municipales, las Asambleas Provinciales y la Asamblea
Nacional. Los delegados de las Asambleas serían electos en su propio seno, independientemente de su filiación política.
Los partidos políticos no estarían formalmente representados en ellas.
No obstante, hay que reconocer que, si funcionaran por sí solas, su gestión llevaría al caos ideológico y el
estancamiento político. Cada persona tiene un esquema de valores, aspiraciones, proyectos e intereses distinto, y sin el
aporte de programas estructurados, proyectos definidos o lineamientos ideológicos, las Asambleas podrían convertir
todo el ejercicio del gobierno participativo en la clásica «olla de grillos».
Se necesita por esa razón una estructura partidista paralela que, a través del Senado, encauce los programas de
los partidos mayoritarios y recoja y considere las opiniones de los minoritarios. Para que esta gestión del Senado se
refleje a su vez en las deliberaciones y debates de las Asambleas, podrían estar también representados en ellas con voz,
pero sin voto, observadores de los partidos políticos. Del mismo modo, los sindicatos, las asociaciones cívicas y
culturales, y otros grupos de intereses, contribuirían con sus observadores a presentar ponencias para estructurar los
temas de los debates y apoyar candidaturas a la Asamblea de nivel superior. Un saludable cabildeo público
podría desarrollarse como un medio positivo para ventilar los intereses sectoriales y promover iniciativas
legislativas.
El Senado estaría constituido por candidatos presentados por los partidos políticos y electos
periódicamente en voto universal y secreto. Podrían presentarse también, por supuesto, candidatos
independientes. Los proyectos de ley aprobados por el Senado serían sometidos a la Asamblea para su
estudio, y este órgano tendría facultades para proceder a su enmienda, aprobación o rechazo. Para hacer del
Senado una cámara más representativa de la nación, se podría idear un sistema por el cual cada Provincia
enviara al Senado a tres o cinco senadores electos entre los tres o cinco candidatos que recibieran más votos
en la Provincia respectiva.
Se podría evitar el monopolio de un solo Partido en el Senado, permitiendole a cada uno presentar
sólo dos candidatos (si se selecciona el sistema de tres senadores por provincia) o tres candidatos (si se
selecciona el sistema de cinco). Con un sistema de cinco Senadores por provincia sería posible también,
como alternativa, establecer un sistema electoral proporcional que propicie la representación en ese órgano
legislativo de uno o varios partidos minoritarios.
El sistema bicameral ha tenido tanto éxito porque, tradicionalmente, la cámara alta ejerce un poder
restrictivo de moderación sobre las decisiones de la cámara baja, limitando así los efectos posibles de las
fluctuaciones impulsivas o excesivas de la opinión pública. Asimismo, intenta evitar la centralización del
interés parlamentario en las zonas más populosas del país. Se acostumbra identificar a los senadores con la
cámara alta y a los diputados o representantes (en este caso asambleístas) con la baja.
Además, con el esquema bicameral que propongo funcionaría la democracia participativa a través
de las Asambleas, con la intervención paralela de los organismos sectoriales en ellas representados, pero sin
abandonar por ello totalmente el concepto representativo, afianzado en el Senado, donde se manifestarían en
forma estructurada las ideologías y aspiraciones de los partidos políticos.
Lo que se intenta aquí es que los partidos políticos no participen directamente en el poder, porque
numerosos ejemplos de la historia moderna nos demuestran que cuando un partido político determinado es
identificable con el poder se produce una tendencia irresistible a la corrupción administrativa, el gobierno
dictatorial y la hiperburocracia. Pero también es justo reconocer que esas agrupaciones ideológicas –que
legítimamente pueden llamarse partidos políticos– son las que proporcionan a quienes lleven la
responsabilidad del poder una base intelectual e ideológica que les permita orientar su gestión administrativa
o legislativa por una senda coherente.31
El equilibrio entre ambas cámaras puede tener diversas manifestaciones a las que me referiré
brevemente más adelante, pero puedo adelantar que el concepto básico aquí planteado implica que los
partidos e ideologías políticas se manifiesten como proponentes (función del Senado) y que el pueblo retenga
una facultad inalienable de decisión (función de las Asambleas).
Este planteamiento también contempla órganos legislativos paralelos a nivel provincial y municipal.
El Municipio contaría con un Concejo Municipal, electo periódicamente entre los candidatos postulados por
los partidos políticos, y la Provincia con un Senado Provincial que seguiría también el mismo curso electoral.
Los Concejos y los Senados Provinciales interactuarían con las Asambleas Municipales y las Asambleas
Provinciales en cuestiones que atañan en particular al Municipio o a la Provincia, respectivamente.
La principal diferencia entre ambos sectores del Poder Legislativo consistiría en que las Asambleas
elegirían en su propio seno a sus delegados en un sistema escalonado que parta desde la base –las Asambleas
de Distrito–, mientras que los Concejos Municipales, los Senados Provinciales y el Senado Nacional serían
elegidos por separado en comicios directos que abarcarían las comarcas correspondientes. En el sistema
escalonado, las Asambleas de Distrito elegirían a un delegado por cada Distrito para formar parte de la
Asamblea Municipal. En su momento, lo mismo harían las Asambleas Municipales y las Provinciales; las
unas, para elegir de su propio seno a los delegados Provinciales, y las otras, a los delegados Nacionales.
Por otra parte, habría elecciones periódicas en los Municipios para elegir a los Concejales de ese
Municipio y al Senador o Senadores del Municipio respectivo que deba representarlo en la instancia
Provincial. A su vez, en cada Provincia se convocarían comicios para elegir a los Senadores postulados en la
Provincia respectiva que han de representarla en el Senado Nacional.
Otra diferencia importante consiste en que el mandato de los miembros de la Asamblea Nacional
parte de las Asambleas de Distrito, aunque, por supuesto, ajustándose a los intereses Municipales y
Provinciales intermedios. Luego hay democracia directa porque en las Asambleas de Distrito pueden
discutirse problemas nacionales o provinciales, y hay democracia participativa porque los delegados
elegidos a las Asambleas Provinciales y a la Asamblea Nacional tienen un mandato directo de sus electores
en las Asambleas de nivel inferior y responden a ellos directamente. En el sector representativo –los
Concejos y los Senados–, los candidatos son elegidos por el pueblo en comicios por comarca y en respuesta a
su plataforma e ideología política, según las simpatías que su Partido y el programa que plantea despierte
entre los electores.
Pese a sus aparentes semejanzas, esta estructura política es radicalmente distinta a la que impera
actualmente en Cuba, porque en ese país las Asambleas de nivel inferior deben responder –según lo
determina la propia “Constitución Socialista”– a las de nivel superior y rendirles cuenta de su gestión local.
No sólo carecen los órganos locales de poder alguno sobre las Asambleas de nivel superior sino que están
totalmente subordinados a ellas. Además, el sistema no sólo es unicameral sino que excluye totalmente el
pluripartidismo con la imposición del “Partido único de la Revolución”.
Para una mayor claridad de estos planteamientos, véase a continuación un esquema simple de cómo
quedaría organizada la estructura política del país, con un eje legislativo y poderes ejecutivo y judicial bien
definidos y autónomos.
momentos en que se comenzaba a vislumbrar el derrumbe inminente del sistema soviético y del comunismo
internacional.
“Nada es tan conforme con las doctrinas populares como el consultar a la nación
en masa sobre los puntos capitales en que se fundan los Estados, las leyes
fundamentales y el Magistrado Supremo.” 32
El esquema gestor
P
rocedamos a enfocar esta propuesta desde una perspectiva esquemática que facilite a todos visualizar y evaluar el
proyecto de democracia participativa.
La gestión de gobierno tendría tres Poderes soberanos, con un funcionamiento autónomo, pero articulado,
dentro de parámetros constitucionales que deben acordarse mediante una Asamblea Constituyente en su oportunidad.
Estos tres Poderes podrían esbozarse como sigue:
1. Poder Legislativo nacional
ii) Composición
C Presidente de la Asamblea Nacional: Elegido por la Asamblea entre sus propios
Delegados por un período que convenga a este órgano legislativo o según las normas
estipuladas por la Constitución. Preside las sesiones de la Asamblea Nacional y
supervisa la labor del Premier
C Premier (Primer Ministro): Elegido por la Asamblea entre sus propios Delegados por
un período determinado por la Constitución. Representa a la Asamblea Nacional en
las reuniones del Gabinete, donde puede ejercer el poder del veto. Recibe
32 Comunicación Oficial enviada por Simón Bolívar al Consejo de Gobierno de la República del Perú y
fechada en Magdalena el 27 de abril de 1826. Tomado de Doctrina del Libertador, p. 224, Fundación
Biblioteca Ayacucho, 3ª edición, Caracas, 1985.
instrucciones del Presidente de la Asamblea Nacional sobre las decisiones legislativas
de ésta y le rinde cuentas de su labor de intermediario ante el Poder Ejecutivo.
C Delegados: Elegidos por las Asambleas Provinciales, a las que deben rendir cuentas de
su gestión legislativa nacional
C Observadores: Designados por los partidos políticos, los sindicatos, los grupos
sectoriales y las instituciones cívicas, cuyas credenciales sean reconocidas por la
Asamblea. Tienen función de asesoramiento y de cabildeo, con voz pero sin voto en la
Asamblea. Pueden proponer temas a considerar en la Agenda de la Asamblea
ii) Composición
C Vice-Presidente de la República y Presidente del Senado: Preside las sesiones del
Senado y emite su voto en caso de empate. Presenta y defiende las sugerencias
legislativas procedentes del Poder Ejecutivo. Representa al Poder Ejecutivo ante el
Senado, al que rinde cuentas de la gestión administrativa
C Presidente de la Mayoría: Elegido por el Partido mayoritario en el Senado
C Presidente de la Minoría: Elegido por los Senadores de todos los Partidos de oposición
C Senadores: Elegidos en sus respectivas Provincias por voto universal y secreto entre los
candidatos postulados por los partidos políticos. Representan los intereses de su
Provincia respectiva y la ideología y los programas de sus respectivos Partidos
políticos
2. Poder Ejecutivo
a) Administración Nacional
i) Funciones
C Administra el país en virtud de los mandatos de la Asamblea Nacional, presentados por
el Premier en las reuniones del Gabinete, y en cumplimiento de las leyes, resoluciones
y decisiones aprobadas por la Asamblea. Elabora un programa de gobierno tratando
de ajustar esos parámetros a la filosofía política de su Partido
C Recaba del Poder Judicial decisiones acerca de leyes, resoluciones o decisiones
aprobadas por la Asamblea que estime inconstitucionales (Recurso de
inconstitucionalidad)
C Toma decisiones de emergencia nacional en consulta con el Gabinete
C Selecciona a los miembros del Gabinete y presenta su nombramiento al Senado
C Rechaza o acepta los votos de censura presentados por la Asamblea o el Senado contra
un miembro o miembros del Gabinete
C Destituye a los miembros del Gabinete por propia iniciativa o por mandato de la
Asamblea
C Elabora el Presupuesto Nacional y lo somete al Senado para su aprobación
C Toma decisiones provisionales sobre defensa y relaciones exteriores que pueden ser
avaladas o no por la Asamblea dentro de un plazo establecido
ii) Miembros
C Primer Mandatario de la República en funciones de Presidente del Poder Ejecutivo:
Elegido por voto universal y secreto entre los candidatos postulados por los Partidos
políticos. Nombra al candidato a la Vice-Presidencia del Poder Ejecutivo. Nombra o
destituye a los miembros del Gabinete y preside sus sesiones en la función de
administración pública
C Vice-Presidente del Poder Ejecutivo. Elegido junto con el Primer Mandatario por voto
universal y secreto. Reemplaza al Primer Mandatario en los casos que prevea la
Constitución. Realiza la función que se le haya asignado ante el Poder Legislativo
C Administradores (Ministros). Nombrados por el Primer Mandatario para formar parte
del Gabinete. Administran el sector del gobierno que se les haya asignado, en consulta
constante con el Primer Mandatario. Proponen al Primer Mandatario los elementos
del Presupuesto Nacional y del Programa de Gobierno que les atañan en virtud del
sector que administran. Comparecen ante el Poder Legislativo para responder a
interpelaciones de cualquiera de las cámaras
b) Administraciones Provinciales y Municipales
i) Funciones
C Administran sus respectivas localidades siguiendo las directrices de la Administración
Nacional y coordinando sus funciones con los mandatos de orden provincial o local
que emanen de la Asamblea Provincial o Municipal respectiva en su interacción
legislativa con el Senado Provincial o el Concejo Municipal correspondiente
C Elaboran el proyecto de presupuesto de la Provincia o el Municipio respectivos y
establecen regímenes impositivos para sufragarlo
ii) Miembros
C Gobernadores de las Provincias respectivas elegidos por voto universal y secreto de los
electores de esa Provincia entre los candidatos postulados por los partidos políticos.
C Alcaldes de los Municipios respectivos, elegidos por voto universal y secreto de los
electores de ese Municipio entre los candidatos postulados por los partidos políticos.
3. Poder Judicial
a) Tribunal Supremo
i) Funciones
C Interpretación de la constitucionalidad de las leyes.
C Consideración de las causas jurídicas que acepte entre las referidas por los Tribunales
de Apelaciones y codificación de los precedentes jurídicos que emanen de estas
causas.
C Organo supremo de Administración de justicia.
C Supervisa las actividades del Organismo Nacional de Investigaciones y de la Policía
Judicial Nacional y se sirve de ellos para la aplicación de la justicia.
ii) Miembros
C Presidente del Tribunal Supremo: Elegido por sus pares con carácter vitalicio o por el
término que establezca la Constitución.
C Magistrados del Tribunal Supremo: Un número de magistrados nombrados por el
Primer Mandatario de la República con la aprobación posterior del Senado nacional y
otro número igual nombrados y aprobados por la Asamblea Nacional. El mandato de
todos estos Magistrados puede tener carácter vitalicio33 –como se hace en algunos
países– o limitarse al término que establezca la Constitución.
C Director del Organismo Nacional de Investigaciones: Nombrado por el Primer
Mandatario de la República con la aprobación posterior del Asamblea Nacional por
33 Los defensores del carácter vitalicio de los Magistrados se basan en que se evita así que el proceso
electoral influya en el Poder Judicial. La periodicidad de los Magistrados coincidiría peligrosamente con los
vaivenes de la política nacional, pero el carácter vitalicio fomentaría una firme independencia judicial y
afianzaría la experiencia del funcionario. Sus detractores temen que el funcionario judicial al que se le haya
garantizado un puesto de por vida no se vea tan obligado a justificar sus acciones, se sienta más tentado a
ceder a la corrupción o a opiniones subjetivas, o deje de ser útil para el Poder Judicial por motivos de edad
y salud.
un período que establezca la Constitución. Está al servicio del Tribunal Supremo y
de los demás Tribunales a nivel Provincial (de Apelaciones) y Municipal (de Primera
Instancia).
C Jefe de la Policía Judicial Nacional: Nombrado por el Presidente del Tribunal Supremo
con la aprobación posterior por mayoría simple de los demás Magistrados. Asiste al
Tribunal Supremo y a los demás Tribunales en la aplicación de la justicia.
b) Tribunales de Apelaciones
i) Funciones
C Consideración de las apelaciones elevadas por los Tribunales de Primera Instancia
C Asistencia a nivel provincial en las actividades de administración de justicia.
ii) Miembros
C Una estructura semejante a nivel provincial a la del Tribunal Supremo.
C Los nombramientos decididos y aprobados por el Tribunal Supremo.
c) Tribunales de Primera Instancia
i) Funciones
C Consideración de las causas civiles y criminales a nivel municipal.
ii) Miembros
C Jueces nombrados por las Asambleas Municipales y aprobados por los Concejos
Municipales.
Equilibrio de poderes
En todo este esquema vemos un énfasis muy acentuado en establecer un equilibrio de poderes clásico
entre los sectores Ejecutivo, Legislativo y Judicial del Gobierno, pero con una proyección revolucionaria
que promueve la participación directa del ciudadano en cada uno de esos poderes, en particular en los
Poderes Ejecutivo y Legislativo. No tanto así en el Poder Judicial por el alto grado de autonomía que
requiere la administración de justicia sin la interferencia desestabilizadora de la opinión pública. De todos
modos, al más alto nivel, la orientación del Tribunal Supremo estaría directamente influida mediante el
proceso de nombramientos, en el que confluyen el Poder Ejecutivo y el Legislativo por partes iguales y
donde se equipara la orientación ideológica representativa con las preferencias populares participativas. En
el nivel inferior de primera instancia hay también influencia popular mediante el proceso de nombramientos.
Como se ve, aun en este sector del Gobierno trato de establecer un equilibrio de poder, sin temor a
que la dignidad y firmeza del Poder Judicial pueda verse permeada por la veleidad popular. Lo propongo
así con un convencimiento que mostró el propio Simón Bolívar:
“Nada es tan conforme con las doctrinas populares como el consultar a la nación en
masa sobre los puntos capitales en que se fundan los Estados, las leyes fundamentales y
el Magistrado Supremo. Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción;
pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la conciencia de su propio bien y la
medida de su independencia ....”34
Bolívar va más allá, quizás peligrosamente, al despojar al Poder Ejecutivo de toda autoridad en el
nombramiento de los Magistrados. Así lo decide en el mensaje que envía el 25 de mayo de 1826 al Congreso
de Bolivia, analizando el Proyecto de Constitución Boliviana redactado por él. Para darle “una
34 Doctrina del Libertador, Ibid., p. 224.
independencia absoluta”, propone que el pueblo presente los candidatos del Poder Judicial y el Poder
Legislativo los escoja, y afirma que:
“Si el Poder Judicial no emana de este origen, es imposible que conserve en toda su
pureza la salvaguardia de los derechos individuales”.35
En este proyecto de democracia participativa se trata de establecer un equilibrio entre las ideologías
partidistas y la voluntad popular, y para ello se plantea que la mitad de los nombramientos responda a la
opinión expresada por los partidos políticos a través del Poder Ejecutivo y el Senado.
Por otra parte, en el proceso de gobernar se hace énfasis en administrar como función real del
Poder Ejecutivo. Es decir, si bien es cierto que el Primer Mandatario es elegido por el pueblo por voto
universal y secreto según la decisión mayoritaria, en base a una preferencia ideológica que descansa en la
plataforma y el programa político presentado por el candidato, este mandato electoral está supeditado a las
decisiones legislativas y a la interpretación que de éstas haga el Poder Judicial cuando le corresponda
intervenir por una cuestión constitucional. El Ejecutivo tiene una función administrativa dentro de este
concepto, pero con una amplia capacidad de iniciativa, como puede verse, para impulsar a través del Poder
Legislativo la orientación original de su plataforma y programa. Lo mismo puede decirse a nivel provincial y
municipal. Tiene también la responsabilidad de la iniciativa en casos de emergencia nacional, provincial o
municipal, así como en la gestión de las relaciones exteriores..
Es en el Poder Legislativo donde se pone en juego el carácter representativo y participativo, en
igualdad de jerarquía, de este sistema de gobierno. La participación, como ya dije, se manifiesta a través de
las Asambleas, y la representación se produce en los Senados y Concejos. ¿Por qué no prescindir de éstos y
dejar a las Asambleas toda la responsabilidad legislativa? Ya esbocé el peligro de hacerlo así en la
introducción de este Capítulo, pero, más allá de lo dicho, el concepto básico o subyacente consiste en
permitir una manifestación ideológica estructurada, al mismo tiempo que se le da poder de participación y de
decisión al individuo.
Dentro de este mismo concepto, el ala senatorial del Poder Legislativo es la que cuenta con el
conjunto de tesis, proyectos, propuestas, programas y aspiraciones que son los elementos que aglutinan las
fuerzas vivas de los sectores ideológicos o partidos. Les corresponde, por lo tanto, el papel de proponentes
y, en última instancia, de asesores legislativos de las Asambleas. Pero el propósito de todo este sistema es el
concepto de que las Asambleas –es decir, los ciudadanos en ellas manifestados– son soberanas en el devenir
de la República. Les corresponde, por lo tanto, el papel de ejecutores. Y de aquí se deriva todo el concepto
del Poder Ejecutivo como administrador de la voluntad del pueblo.
La consecuencia natural sería que en un país gobernado de esta forma no habría ciudadano que no
cuente con más poder que el propio Primer Mandatario, aunque, como es lógico, dentro de los parámetros de
su función en la sociedad o en la comunidad así estructurada. La lógica estriba en que el ciudadano activo
tiene la potestad de participar directamente en las Asambleas de Distrito y de iniciar en ellas una actividad
de carácter legislativo. Si tal iniciativa cuenta con los elementos necesarios para convencer a sus
conciudadanos, puede avanzar por todo el camino deliberativo hasta la Asamblea Nacional. Este mismo
ciudadano, si cuenta con las cualidades de liderazgo, dinamismo y persuasión necesarias, puede ser elevado
por sus propios conciudadanos por la escalera de responsabilidades que conduce a la posición de Premier. El
Premier cuenta con el mandato soberano de las Asambleas y con el respaldo de la Constitución para dictarle
al Primer Mandatario y, a través de él, al Poder Ejecutivo lineamientos o directrices –en forma de leyes o
resoluciones– de orden político, económico y social.
35 Ibid., p.236.
Pero la posición de Premier tampoco es omnímoda porque su actuación política es la de un
intermediario entre los dos Poderes y no cuenta con iniciativa propia sino que manifiesta las iniciativas
aprobadas por sus conciudadanos. Es en realidad un subalterno del Presidente de la Asamblea Nacional y, a
través de él, de la propia Asamblea.
La idea aquí desarrollada de la limitación de los poderes del Ejecutivo no es tampoco enteramente
original en su concepto.
El sofista Antifon, de la Grecia clásica, redactó todo un tratado Sobre la concordia. Se trata del
consenso o unanimidad en el modo de pensar que posteriormente el mismo Cicerón identifica como
concordia y que define en su obra Sobre la República como “el mejor y más apretado vínculo de todo
Estado”. Esta teoría del consenso queda plasmada en Heraclea, durante el siglo IV AC, con una magistratura
llamada ªn@D@H JH Òµ`L@4"H, es decir, “inspector de la unanimidad”.
En la República Romana posterior se prescinde del poder omnímodo de los reyes 36, primero
mediante la creación de un sistema compuesto por un Consejo de ancianos, por los jefes de las parentelas o
gentes y por un magistrado, designado por elección, a quien se encarga de la función ejecutiva, esto es, de
hacer cumplir las leyes y capitanear el ejército. Estos fueron los primeros pretores. Quedaba la plebe37, ese
sector de la población sin mando efectivo en las cuestiones públicas. Pero la plebe creció en número y con el
número aumentó de hecho su poder. Bajo la presión popular, el pretor abandonó el mando supremo y lo
delegó en dos nuevos magistrados, denominados cónsules, con el propósito de que su actuación gemela o
colegiada impidiera la posible tiranía de un hombre solo. El pretor quedó entonces limitado a regentar el
derecho privado.
Esta situación se ve forzada a evolucionar aún más debido a que la plebe metropolitana romana se
convierte en un contingente multitudinario que cobra preponderancia como elemento auxiliar imprescindible
de las campañas militares. Hay que hacer una disgresión para aclarar que la palabra plebe no tenía en la
Roma clásica el contenido peyorativo que se le otorga en la sociedad moderna. La plebe romana concordaba
fundamentalmente con la visión que de Roma tenían los patricios y contribuía a fomentarla. Cree en Roma y
en su destino y participa con absoluta solidaridad en los esfuerzos en pro de su engrandecimiento. Pero le
falta algo fundamental. La plebe adquiere conciencia de la responsabilidad del mando, quiere ejercer poder.
Para lograrlo toman un curso decisivo: la plebe entera, con su meneur al frente, se retira al monte Aventino y
allí acampa. Deciden que si no pueden ejercer el poder en Roma, lo ejercerán fuera de ella.
Contrasta esta acción de raíz pacífica, pero con un alto grado de coraje, con la acción revolucionaria
típica que intenta realizar reformas mediante la aniquilación del Estado y la construcción sobre sus ruinas de
otro radicalmente distinto. La historia nos ofrece este ejemplo de una amenaza separatista, una resistencia
pasiva, una decisión de no cooperar, un vacío creado en una ciudad que depende de ese amplio sector para su
subsistencia.38 Los nobles y patricios ceden. Se crea entonces el título de tribuno de la plebe, un magistrado
que representa al pueblo y depende de él para su actuación. Este tribuno, no tiene mando pero sí tiene poder.
36 Dijo Cicerón: “El déspota del pueblo es lo que llaman los griegos tirano... los griegos quisieron designar
con este nombre al rey injusto; nosotros llamamos reyes indistintamente a todos los que ejercen por sí solos
una autoridad perpetua”. Sobre la República, Libro Segundo, XXVI y XXVII.
37 Según J. Corominas, en su Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, esta palabra está
tomada del latín “plebs, plebis” y, en sentido general, significa “pueblo”. Pero no se refiere a todo el pueblo
en su concepto moderno sino a ese sector de la población que no incluía a los patricios, magistrados,
pretores y militares de alto rango.
38 Un ejemplo señero de la eficacia de este tipo de resistencia pasiva, lo encontramos en este siglo en la
actuación pública de Mahatma Ghandi, primero en Sudáfrica y, finalmente, al frente de su pueblo en la India.
Tiene el poder más decisivo que pueda dársele a alguien en la función de gobernar: el poder del veto. Es el
poder de decir no. El poder de congelar el aparato del Estado cuando éste deja de servir los intereses del
pueblo; el poder de evitar el desmán del mando. Su gestión fue tan eficaz que logró mantener la solidaridad
entre el Senado y la plebe durante más de 350 años.
La función del Premier en la futura Democracia Participativa, como la he esbozado en esta obra,
puede encontrar así sus raíces en aquel tribuno de la plebe, con una función estabilizadora semejante que
también podría durar siglos.
El sistema electoral
“Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la
dignidad plena del hombre”. 39
D
ijo Alberdi: “El poder ... es la piedra fundamental del edificio político”. Puede definirse como la suprema potestad
rectora y coactiva del Estado. Es decir, su facultad y jurisdicción para ejercer el mando y ejecutar las decisiones
39 Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 270, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
públicas. Como un concepto sustantivo, puede equipararse poder con autoridad. Como término relativo puede
definirse como el proceso de gobernar. En todas las acciones de gobierno, desde la interpretación de la Constitución y
las leyes hasta el simple acto de imponer una multa de tránsito, esas decisiones están influidas por el equilibrio del
poder y la forma de ejercerlo. Las decisiones de gobierno están apoyadas por sanciones que dependen en última
instancia en el elemento de fuerza que pueda ejercer el Estado. Esta es la preocupación principal cuando se busca
limitar la capacidad coactiva del Estado mediante un mecanismo de equilibrio de poderes.
El derecho de participar en el gobierno y de oponerse a él es el sello distintivo de la poliarquía, que puede
definirse como cualquier sistema político que propicie una amplia tolerancia por la autonomía individual y de
organización en su actuar público y que requiere del Estado la protección de los grupos y los ciudadanos en sus
manifestaciones públicas y privadas. He aquí el escenario de la lucha por el poder.
La consecuencia directa de ello es que convivan en cualquier poliarquía multitud de organizaciones variadas,
como los clubes privados, las organizaciones culturales, los grupos de presión o cabildeo, los partidos políticos, los
sindicatos, las organizaciones religiosas, etc., que no dependen del Estado ni tienen que contar con él para existir como
tales. Todas estas manifestaciones de opinión o preferencia en la sociedad forman parte también del edificio político
como estructuras de poder, dentro de los parámetros de su capacidad de manifestarse, de influir en las decisiones y de
existir con el grado de autonomía que estipulen las leyes o la Constitución.
El concepto de plataforma política puede definirse rigurosamente como un proyecto o programa para una
deliberada distribución de valores, recursos y prerrogativas por parte del cuerpo social que compone la nación. Cada
acción de gobierno que resulte en la distribución de ciertas cosas (valores, recursos, prerrogativas, etc.), sean deseables
o no, o que determine que así habrá de hacerse dentro de un período determinado, constituye la aplicación de una
plataforma política específica. El aspecto formal de una plataforma es que contiene una declaración de intención
explícita o implícita, ya tome la forma de una orden ejecutiva, una resolución legislativa, un decreto, una norma
administrativa o la simple declaración de intención que forma parte de las campañas políticas. La ejecución de las
directivas o programas que emanen de la plataforma corresponde al ejercicio del poder. Sus resultados bien pueden dar
lugar –y a menudo lo hacen– a la modificación, la subversión o incluso la destrucción de la declaración original de
intención como fuera formalmente enunciada en su oportunidad. Esta es una realidad pragmática porque los aspectos
formales de cualquier política tienen que enfrentarse a la compleja red de intereses que forma parte de una
sociedad y acomodarse a sus características siempre en constante transformación.
El poder es la autoridad –y la capacidad administrativa de ejecutarla– que deposita la sociedad en el
Estado. Su limitación o, más bien, su institucionalización, depende sencillamente del control que puedan
ejercer los ciudadanos sobre el comportamiento del Estado y sus actividades ejecutivas, legislativas y
judiciales. Puesto que este poder político implica que siempre habrá ciudadanos con la investidura que les
permite ejercer control –por medio del aparato del Estado– sobre otros ciudadanos, la conclusión lógica es
que el poder político tiene siempre un carácter recíproco. Esto quiere decir que quienes ejercen
efectivamente el poder no tienen otra alternativa que la de crear expectativas emocionales y reacciones
racionales de los gobernados en apoyo mayoritario de su gestión de gobierno. De este modo se ejerce el
poder al inducir a los gobernados a aceptar, implícita o explícitamente, las órdenes y decisiones de los
gobernantes. Cuando este mecanismo falla, por supuesto, unos pocos pueden conservar el poder mediante el
recurso de la violencia. El poder ejercido por una minoría mediante la violencia toma las características
dictatoriales de la tiranía, y a menudo desemboca en ella.
Max Weber distinguía dos categorías de poder. Según Weber, existe el poder carismático, encarnado
en un líder, con carácter excéntrico, centralista, arbitrario y, en términos generales, mesiánico. El poder
carismático representa siempre una amenaza al orden y la estabilidad política, y conduce también con harta
frecuencia a la dictadura y la tiranía. Y existe también el poder burocrático. Para Weber, este poder
garantizaba el equilibrio social y político frente a los excesos de líderes y caudillos. Veía a la burocracia
como una forma de organización social que restringía eficazmente las cualidades excéntricas del poder
carismático.40 Y la burocracia, por supuesto, vendría a ser la consecuencia natural de las instituciones
democráticas.
En Cuba se ejerce un poder carismático bajo la égida de Fidel Castro y en los Estados Unidos se
ejerce un poder burocrático bajo el presidente de turno. Gústele o no la idea al lector, el pueblo cubano hizo
entrega del poder al líder carismático y dinámico sin preocuparse mucho de que mediaran instituciones
fuertes (burocráticas) para frenar ese poder. Así fue también con Juan Domingo Perón, en la Argentina,
Hitler y Mussolini, en Europa, Lenin y Stalin, en la Unión Soviética, y Mao TseTung, en China, entre
muchos otros.
El poder burocrático, sin embargo, puede ser vigoroso bajo un líder carismático sin someterse a él,
provocando un beneficioso y dinámico equilibrio institucional. Como ejemplo de ello dejaron su huella en la
historia dirigentes de la estatura de Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, Jawaharlal Nehru, José
Figueres, Conrad Adenauer y muchos otros, que supieron guiar a sus respectivos países por la vía del
progreso en democracia. La eficacia de este poder burocrático sólo es posible con la consolidación de
instituciones fuertes en todos los niveles de la sociedad democrática. Las instituciones, de hecho, son centros
de poder cuando pueden desenvolverse de forma autónoma.
Carlos Marx ve las cosas de otro modo. En el Manifiesto Comunista, redactado por él y Federico
Engels en 1848, estima que se accede al poder mediante una lucha de clases. Y que el elemento fundamental
de poder en la sociedad es el control de los medios de producción, que, eventualmente, en la síntesis
comunista del triunfo total del proletariado sobre la burguesía, serían controlados exclusivamente por los
trabajadores. Pero antes de alcanzar esa síntesis ideal o utópica, la interpretación leninista del marxismo
derivó en un proyecto por el cual el Estado, es decir, la élite gobernante, debe intervenir en la lucha por el
poder para acaparar en forma absoluta todos sus mecanismos.
La justificación a tal régimen totalitario –con el eufemismo de dictadura del proletariado– se daba
por la necesidad de ejercer un poder absoluto a fin de aplastar las fuerzas de la burguesía y el capitalismo
hasta que no quedase traza alguna de ellas. El resultado pragmático es que la dictadura la ejerce de hecho la
élite gobernante con la promesa de que tiene un carácter provisional en virtud del concepto dialéctico. No
sería hasta el momento de alcanzar la sociedad utópica que esa élite gobernante cedería buenamente el poder
absoluto que detentaba en favor de las fuerzas proletarias.
La realidad histórica fue bien distinta, como lo atestigua el propio Mikhail Gorbachev, citado en otra
parte de esta obra. Esa promesa no habría de cristalizar nunca sino que se transformaría en una pugna
constante por el poder. Y el poder en un sistema totalitario es con frecuencia sinónimo de supervivencia. Una
testigo presencial de esta realidad, Agnes Heller 41, resume así esta pugna:
“La necesidad de poder se convierte en la necesidad número uno, porque el resto
de las necesidades se satisfacen en proporción directa a la posición de poder ejercida
dentro de un universo político enteramente monolítico. Los pocos objetos de satisfacción
restantes son asignados, exclusivamente, por los detentadores del poder central; más aún,
son ellos quienes determinan las necesidades de la gente (los grupos sociales); el único
40 Para un análisis penetrante de las ideas de Weber concernientes al carisma y la democracia, el lector
debe leerse: Max Weber: An Intellectual Portrait (Reinhard Bendix), Doubleday Anchor Books, 1962.
41 Nació en Hungría en 1929 y fue alumna destacada de György Lukács. Su creciente actitud crítica al
sistema soviético –implantado en su país al concluir la II Guerra Mundial– la lleva al exilio cuando llega a la
conclusión de que las sociedades de tipo soviético no son reformables y que sus características
estructurales son “monumentales callejones sin salida”. Expresó también que “las sociedades soviéticas
representan, junto con la Alemania nazi, el peor desarrollo posible del mundo moderno”.
criterio para tal determinación (cuantitativa) es la cantidad de objetos de satisfacción
que están dispuestos a distribuir entre los distintos grupos. He denominado a ese sistema
de asignación de necesidades “dictadura sobre las necesidades”. Ciertamente, la
determinación de necesidades y la distribución de su satisfacción por una autoridad
monolítica es una dictadura en su grado sumo; y lo es, en particular, si la necesidad de
preservar la integridad corporal y la simple libertad personal 42 también son distribuidas
de forma centralizada ...
No hay que olvidar que en este caso las necesidades ... son distribuidas ... de
acuerdo con la posición adquirida por la persona en la jerarquía social (en este caso la
del Partido), esto es, que la distribución de las necesidades es controlada 43 por el
Partido”44.
Un grupo de disidentes cubanos logró burlar la represión de su régimen para publicar el 27 de junio
de 1997 un documento titulado “La Patria es de Todos” en el que se recoge la queja por la falta de libertades
y se plantea una apertura a la concordia y la democracia. Refiriéndose a la Convocatoria hecha pública por
el régimen al V Congreso del Partido Comunista, a realizarse en octubre de ese mismo año, señalan:
“Dice ese documento que el Partido demanda de cada uno de sus integrantes
pensar con su propia cabeza y expresarse libremente en el seno de las organizaciones
partidistas. Entonces son sólo 770,000 personas las que cuentan con licencia para pensar
y hablar, pero el resto del pueblo, de los sin partido, de los que constituyen la mayoría de
la población, no tienen posibilidad de expresarse libremente ... También dice que el
Partido no postula, ni reelige, ni revoca. Está claro que no tiene necesidad de hacerlo.
Para eso están las organizaciones de masa, cuya dirigencia en pleno milita en el
Partido ... Lo novedoso sería que permitieran a la oposición que formara parte del propio
proceso electoral, contando con sus propios partidos y con la posibilidad de postular a
sus candidatos y hacer campañas políticas ...”
Y más adelante, entre otras cosas, llegan a la conclusión de que:
“El Estado no está al servicio del ciudadano. Ni siquiera existe entre aquel y este
una relación igualitaria de derechos y obligaciones recíprocas, sino que, por el contrario,
el ciudadano está al servicio del Estado”.
En todo esto se pone de manifiesto que, para quienes lo han vivido y han sufrido la experiencia
aplastante del abuso del poder, la lucha por la supervivencia como ciudadanos de un país oprimido se
concreta a satisfacer necesidades básicas y a enfrentarse a una realidad en la que su gestión individual en la
vida cotidiana de la nación es nula.
José Martí previó los graves peligros del totalitarismo en esa lucha que ya se planteaba en el siglo
XIX para su futuro inmediato, cuando afirma que:
“Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas
extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y la rabia disimulada de los
ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener
hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados.” 45
Y con su proverbial aversión a las dictaduras y la tiranía, insiste en esta advertencia en otras partes de su
obra. Aclara también para la posteridad su concepto de libertad cuando nos dice que no es “...aquella
libertad que es entendida por el predominio violento de la clase pobre vencida sobre la clase rica un tiempo
La concordia como elemento de política antecede a Martí por muchos siglos. Como elemento
humano tiene sus raíces en el cristianismo. Como necesidad social ya forma parte del pensamiento de
Aristóteles. Es asombrosa la claridad con que lo plantea este filósofo en los albores de la historia, cuando en
su Etica a Nicómano nos dice que la concordia política no consiste en que los ciudadanos opinen lo mismo
sobre alguna cosa, y añade que “de concordia política sólo puede hablarse cuando los ciudadanos coinciden
en lo que atañe al Estado, cuando persiguen respecto a él los mismos fines”. Es sumamente claro también
cuando llega a la conclusión de que “la concordia implica, pues, una creencia firme y común sobre quién
debe mandar”.
Ortega y Gasset interpreta en nuestro siglo la posición de Aristóteles con este profundo
razonamiento:
“La concordia sustantiva, cimiento último de toda sociedad estable, presupone que en la
colectividad hay una creencia firme y común, incuestionable y prácticamente
incuestionada, sobre quien debe mandar ... Porque, si no la hay, es ilusorio esperar que
la sociedad se estabilice.”49
En otras palabras, que no puede haber estabilidad bajo un régimen dictatorial o totalitario donde
predomina la violencia y no la concordia. Cuando hablábamos de Cicerón y Antifon en el capítulo anterior
no abundamos en el aspecto de la discordia que fue tan importante para los filósofos de la antigüedad.
Vamos a hacerlo ahora.
Las divergencias de opinión son tan numerosas como individuos hay en una sociedad. Las luchas
que provocan estas divergencias pueden ser muy cruentas cuando la discordia afecta íntimamente la
solidaridad del edificio social. Es esa solidaridad de que hablábamos cuando tanto un ciudadano de la plebe
como un patricio se sentían igualmente orgullosos de ser ciudadanos de Roma y aportaban su consenso al
engrandecimiento de ésta. En un ambiente de discordia la sociedad deja de serlo, sencillamente se disocia, se
fragmenta, se polariza, hasta convertirse en dos sociedades superpuestas dentro del ámbito de la nación.
50 “Approaches to the Study of Political Power” (Franz Neumann), Political Science Quarterly, Vol. LXV,
Nº2 (Junio de 1950), p.161-171.
51 Del alemán “putsch”.
mejor al poder judicial que es el que interpreta las leyes y, por lo tanto, el que debe aplicarlas. Por qué la
ciudadanía en pleno ha de ver que las fuerzas armadas, destinadas a protegerla de la agresión y el pillaje, se
convierten en instrumento de tiranía en manos del gobernante de turno. En otras palabras, que el equilibrio
de poderes tiene que empezar por aquí, por donde está la fuerza.
Con todo esto no hago más que justificar la posición tomada en el capítulo anterior de tener una
policía judicial nacional al servicio de los tribunales del país y un organismo nacional de investigaciones
que complemente la función policial y responda también al poder judicial.
En cuanto a las fuerzas armadas, todo país debe contemplar el ejemplo de Costa Rica. También
podrían citarse países como Andorra, Liechtenstein o Mónaco. Pequeños y más ricos que sus vecinos,
subsisten en la comunidad internacional moderna sin necesidad de fuerzas armadas. Confían en el derecho
internacional y dependen de él. Pero esto no es posible en todas las situaciones. Aun los países más pacíficos
han visto que se les impone el recurso de la guerra por circunstancias foráneas. Ejemplos fehacientes de ello
fueron los de Noruega y Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial, y los de Cambodia y el Tíbet en el
período posterior. Sufrieron las consecuencias trágicas de su incapacidad de defenderse.
Suiza nos enseña lo que significa una paz armada. Suiza cuenta con un ejército de ciudadanos que
fue respetado hasta por el mismo Hitler. Es una milicia moderna, muy bien adiestrada y aguerrida que asume
la tremenda responsabilidad de guardar sus armas ligeras en casa sin que por ello aumenten el crimen y la
delincuencia. Pero este es un caso único de civilidad extrema que no creo que sea aplicable en cualquier
parte.
Podría concebirse que un país que adoptase un sistema de democracia participativa como el
propuesto, considerara también la necesidad del equilibrio de fuerzas como parangón del equilibrio de
poderes. Voy a referirme a esto dentro del contexto del capítulo siguiente.
Como conclusión, sólo quiero recalcar ahora que la lucha por el poder toma un aspecto más
dignificado, decoroso y civilista en un ambiente como el esbozado aquí, donde las decisiones públicas de
gobierno se toman con la participación activa del ciudadano y son, por lo tanto, responsabilidad de todos en
el esfuerzo de llegar al consenso o a la decisión mayoritaria en un clima de concordia. Que la lucha por el
poder no cesa sino que se convierte en el enfrentamiento de las ideas y la síntesis de la razón en la acción
comunitaria. Y que el ejercicio del poder adquiere así un carácter de servicio y de función administrativa.
La lucha por el poder en la democracia participativa rechaza la violencia y se libra en el plano
institucional. Los enfrentamientos se resuelven con el debate, la aplicación de la ley, la transacción, la
tolerancia y la razón. La sociedad resultante es así la obra de todos.
7. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!
Al iniciarse cualquier proceso de transición
democrática, el primer paso consiste en
invertir la pirámide del poder que permita al
pueblo participar con absoluta libertad en las
decisiones pùblicas con los fines propuestos y
con cualesquiera otros que decidiera en su
capacidad legislativa soberana.
Planteamiento
C
onfío en que pese a la brevedad con que he enfocado un tema tan amplio
en este estudio, el lector haya podido formarse una idea clara de cómo
podría funcionar la democracia participativa en la sociedad moderna.
Hemos visto que no se plantea aquí una utopía ni una panacea.
Se plantea un medio práctico de participación activa en el decursar
político de una nación y, de ese modo, un instrumento para tomar también
decisiones mayoritarias o de consenso en prácticamente todos los
aspectos culturales, sociales, económicos, jurídicos y funcionales de la
política resultante.
Como decía en la Introducción, la solución no se circunscribe a
país alguno sino que es universal. El derecho del pueblo a participar es
universal. Lo que se plantean son problemas de transición. Cada país
tiene un contexto político distinto y características propias que pueden
complicar o facilitar la transición de un sistema representativo, dictatorial
o totalitario a uno participativo.
Desde el punto de vista de sus características geográficas, demográficas
y económicas, cuanto mayor es un país, más poblado y más rico, más difícil es
lograr un proyecto de transición que desemboque armoniosamente en un sistema
tan radicalmente distinto. Las distancias geográficas pueden plantear un grave
peligro capaz de disgregar las opiniones y escindir las etnias. Ejemplo de ello lo
vemos en el paso del comunismo a la democracia en la Unión Soviética, que
causó una desintegración total que pone en peligro a sus propios componentes,
como es el caso de Rusia, también amenazada por la desintegración. Cuando la
población es enorme, como en China, la India e incluso en los Estados Unidos,
sería difícil manejar una estructura escalonada, que contaría en la base a cientos
de miles de Asambleas. Y cuando el país es rico, como sucede en los grandes
Estados industriales de occidente, Japón y Australia, es difícil despertar la
conciencia política del ciudadano para que asuma la responsabilidad de participar
activamente en las cuestiones de gobierno.
Desde el punto de vista político, es más difícil realizar un cambio
institucional y constitucional de esta índole partiendo de un sistema
representativo que de uno dictatorial o totalitario. En estos últimos las
instituciones son débiles o inexistentes y la Constitución es poco respetada o
ignorada. Esas circunstancias tan negativas facilitan la creación y estructuración
de un nuevo sistema. Por otra parte, cuando se trata del totalitarismo, sobre todo
el que siguió la opción leninista, se establecieron estructuras de masas y se
organizaron soviets o, en el caso de Cuba, Asambleas, que dieron un sentido
embrionario al concepto popular de la democracia. Y estas estructuras, ya lo
hemos visto, podrían servir de base para el proyecto participativo.
Luego la idea de la democracia participativa, como fue en su
oportunidad la de la democracia representativa, no puede plantearse como una
revolución mundial, espontánea y fulminante. Así lo he señalado desde el
principio. Es decir, se trata de seguir un proceso de transformación que se
extendería gradualmente a otros países después de que fueran patentes sus
resultados entre los pioneros. A mi entender, pueden ser pioneros, países como la
Argentina, donde la densidad de población es baja, no hay notables diferencias
étnicas ni culturales entre sus habitantes y la democracia representativa atraviesa
un período de crisis y desconfianza popular; el Uruguay, Costa Rica y Filipinas,
países chicos, poco poblados y ávidos de democracia; y Cuba, también chico y de
poca población, donde ya existen Asambleas a nivel nacional, provincial y
municipal52. Podría citar a muchos otros, incluidos países de Europa oriental,
pero por todas las razones citadas en esta obra parecen ser estos cinco países los
que asimilarían con mayor facilidad esa transformación en calidad de pioneros.
Desde el comienzo de la obra advertí que enfocaríamos con mayor
énfasis esta transformación al caso cubano. La razón es muy sencilla. En Cuba
hay un régimen totalitario que se ha perpetuado durante casi 40 años y que ha
descansado en una filosofía y una teoría política que se han derrumbado
aparatosamente en la mayoría de los países donde se intentó. En sus esfuerzos de
supervivencia, el régimen cubano se ha salido radicalmente de su ortodoxia para
aplicar medidas capitalistas que estan reñidas con su propia Constitución,
contradicen los postulados básicos del marxismo-leninismo y perjudican
abiertamente los intereses de sus ciudadanos, quienes están observando inermes
cómo poderosos intereses extranjeros toman posesión de las riquezas del país,
mientras que se les impide a ellos mismos desarrollar intereses económicos
independientes.
Al mismo tiempo, esa misma Constitución creó estructuras que ya están
en funcionamiento, que permiten al ciudadano cubano una participación activa en
las cuestiones públicas. Esta es una dicotomía explosiva que al observador
externo le parece insostenible. No obstante, el experimento seudocapitalista del
castrismo ya se extiende por más de cinco años sin que se vislumbre grado
alguno de transformación hacia una democracia participativa.
Aunque los elementos de fuerza y, por lo tanto, de violencia –que, como
señalábamos en el capítulo anterior, se dan en situaciones de esta índole– no
estén presentes en Cuba en la magnitud que pueden observarse hoy día en lugares
Gobierno provisional
9. REQUISITO FUNDAMENTAL
La libertad en sus diversas formas –
individual, de pensamiento, de prensa y de
credo– es un derecho del hombre y del
ciudadano sólo limitado por el ejercicio de
derechos análogos por los demás miembros de
la sociedad, y la igualdad es un derecho
natural que el Estado debe asegurar al
hombre en el triple plano legislativo, judicial y
fiscal.53
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ALFABÉTICO
INTRODUCCIÓN 13
1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO
La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR
El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO
Evolución histórica 33
La participación como manifestación parlamentaria
37
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA
Equilibrio legislativo 57
Características de este nuevo sistema
bicameral 60
Cuadro esquemático 63
El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El gobierno como gestión administrativa 73
La limitación del poder 75
El sistema electoral 77
Planteamiento 95
Transición 98
BIBLIOGRAFÍA 111