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Gobierno del Pueblo: Opción para un


Nuevo Siglo

PRÓLOGO 9

INTRODUCCIÓN 13

1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

La Democracia Directa 17

La representatividad democrática 20

2. LA DEMOCRACIA POPULAR

El experimento cubano 23

Utopía y realidad 27

3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

Evolución histórica 33

La participación como manifestación 
parlamentaria 37

4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Antecedentes y enfoques 41

La democracia cibernética 45

Participación consensual 47

Participación popular 51

5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

Equilibrio legislativo   57
3

Características de este nuevo sistema bicameral  60
 Cuadro esquemático   63

El esquema gestor 64

Equilibrio de poderes 72

El gobierno como gestión administrativa 73

La limitación del poder 75

El sistema electoral 77

6. LA LUCHA POR EL PODER

El poder como autoridad 81

El poder como fuerza 84

La concordia en el ejercicio del poder 88

Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder 90

8. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Planteamiento 95

Transición 98

Gobierno provisional 101

9. REQUISITO FUNDAMENTAL 105

BIBLIOGRAFÍA 111
1

Reconocimiento

Mi padre Gerardo, con su ejemplo, fue la


brújula que me
señaló la senda de la tolerancia, la
concordia y la paz.
Mi esposa Raquel es el estímulo
imprescindible
que me impulsa a empresas difíciles
y su crítica objetiva y certera
es el acicate que me obliga a superarme
en todos
mis esfuerzos.
Ambos han dejado su huella en esta obra.
Mis amigos entrañables,
Nelson Amaro, Carlos Galán y Alberto
Müller,
con sus observaciones y sugerencias
han tendido puentes
hacia la meta que esta obra propone.

G.E. Martínez-Solanas
PRÓLOGO Y PERSPECTIVA

L
a obra de Gerardo Martínez Solanas presenta una agenda
para el siglo XXI. Constituye un aporte para varias
generaciones futuras. Anticipo que será material de
lectura para los jóvenes durante muchos años. Es un
aporte universal a la tensión existente entre la delegación
del poder por los ciudadanos y el ejercicio directo de ese
poder dentro de la teoría de la democracia.
Salvar la brecha entre gobernantes y gobernados
requiere imaginación. Existe insatisfacción respecto a las
formas en que las estructuras políticas se conforman
respecto a las características y proyecciones de los
ciudadanos, llamados a canalizar sus intereses y
aspiraciones a través de ellas.
La propuesta de cómo lograr una democracia
participativa, elaborada por Gerardo Martínez Solanas, se
orienta en esa dirección. La participación directa
ciudadana es complementaria de la representativa. Esta
obra se sitúa en las coordenadas conceptuales que
permitirían, más allá de los partidos políticos e ideologías,

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reclamar un espacio natural para el ejercicio de los
derechos y deberes ciudadanos. Para los científicos
sociales constituirá una fuente de conocimientos respecto
al ajuste de afiliaciones ciudadanas que necesariamente
deben ceder su paso a metas comunes sin renunciar a
objetivos particulares.
La sociedad siempre es perfectible, pero ello sería
imposible sin una participación democrática. Esta a su vez
entraría en un proceso que permitiría su mejoramiento
continuo. En este libro se hace honor a la dignidad
humana. Aquella cuyo cumplimiento debe constituir “la
primera ley de la república”, como expresó José Martí.
Para las reflexiones eternas, las que velan por
nuestra naturaleza humana y nuestro fin último, esta obra
evocará el problema del orden social a la luz de los valores
permanentes que deben orientar las instituciones
culturales, políticas, económicas y sociales. Estos valores
pueden resumirse en la consecución de la paz, la libertad,
la justicia y la solidaridad. Tales orientaciones éticas deben
encarnarse en la naturaleza humana.
Aquí hay un llamado a la práctica, al hombre
concreto y real. No se trata de crear “hombres nuevos”,
idealizando quimeras y oponiendo esquemas abstractos
que al final le ponen al hombre concreto camisas de fuerza
y fomentan exterminaciones masivas. Regímenes como el
de Pol Pot en Cambodia; la eliminación de los kulaks en la
ex Unión Soviética; y la Rumania de finales de los 80,
además de la represión y el “paredón” para ahogar la
disidencia en Cuba, ofrecen trágicos ejemplos ilustrativos.
¡Cómo cuesta poner la dignidad humana en el centro de la
acción ciudadana, tanto desde el punto de vista de los
gobernantes como de los gobernados!
Por supuesto que la mayor responsabilidad recae
sobre aquellos que han recibido el mandato delegado a
través de la democracia representativa. Frecuentemente,
el resultado es el ejercicio del poder sin nexos con quienes
hicieron la elección. Son los políticos que aparecen frente
a sus conciudadanos cada 4 años. Son las políticas que
carecen de una autoridad para su implementación y se

3
quedan en declaraciones líricas, frente a las cuales el
ciudadano común apenas tiene la capacidad de votar con
arrepentimiento en la próxima elección o, sencillamente,
la de abstenerse para hacer patente su protesta o
decepción.
Sin embargo, la responsabilidad va más allá de los
gobernantes. Los gobernados son también llamados a
coparticipar en esa gestión ciudadana, desde las etapas
de identificación de problemas hasta la priorización,
formulación de políticas, medidas y acciones, la asignación
de recursos, el seguimiento y la evaluación
retroalimentadora de este proceso.
Existen fuerzas para “privatizar” al ciudadano,
vedando su dimensión pública, cerrando sus canales de
participación u obligando a su protesta fuera de los
canales establecidos. La forma externa de esta conducta
es la violencia frente al orden social. La corrupción
generalizada; las protestas callejeras con manifestaciones
vandálicas; el narcotráfico; la delincuencia común
organizada en secuestros y linchamientos; son
expresiones de rebeldía de los gobernados que hacen
difícil la labor pública.
Estos temas están en el corazón de los problemas
que enfrentan hoy los países de América Latina. La
transición por la que Cuba está pasando trae también
estas preocupaciones a los interesados y a quienes toman
decisiones en ese sentido. Se trata del fortalecimiento de
la sociedad civil y el aumento de la capacidad de
gobernabilidad de nuestros ciudadanos.
Desde esta perspectiva, tanto para científicos
sociales como para pensadores políticos o para políticos
prácticos, la obra de Gerardo Martínez Solanas representa
un aporte o un punto de partida para tomar el rumbo
correcto o para enmendar los cursos de acción. La pieza
fundamental para lograr este resultado es basar las
formas políticas en la dignidad humana. Esta obra coloca
los cimientos para hacerlo posible.
Esta es la senda para nuestra redención ciudadana.

4
Dr. Nelson Amaro
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad del Valle de Guatemala

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Gobierno del Pueblo: Opción para un Nuevo Siglo

INTRODUCCIÓN

Esta obra tiene el propósito de desencadenar una profunda transformación en las perspectivas del individuo y del
ciudadano como entidad política en el proceso de gobernar una nación. Digo transformación y evito a propósito la
palabra revolución por dos motivos fundamentales. Primero, porque este último término implica una transición
violenta; segundo, porque la revolución destruye para construir. Podríamos, sin embargo, hablar de una transformación
revolucionaria en el sentido de que sería profunda y amplia, con repercusiones definidas en todos los aspectos de la vida
nacional. Pero es básicamente una transformación porque se basa en un proceso evolutivo por cauces estrictamente
democráticos.
Lo que propongo es un movimiento popular y cívico en el que se involucren partidos políticos, organizaciones
sectoriales, sindicatos, asociaciones culturales, colegios profesionales, instituciones educacionales y entidades
empresariales, pero en el que se dé primacía a la participación del ciudadano en las decisiones que se tomen y los
programas políticos que se realicen a todos los niveles de la vida nacional. Por supuesto que no es una idea
enteramente original, pero su aplicación en un contexto contemporáneo y la propuesta que esta obra contiene sobre una
posible forma de estructurarla y un mecanismo para desarrollarla sí considero que abre una nueva perspectiva práctica
que la separa de las utopías y le da un carácter de proyecto sociopolítico realizable.
Una parte de esta obra enfoca expresamente el caso cubano y ofrece soluciones concretas para una
transformación a partir del experimento comunista en Cuba, porque allí se dan condiciones propicias para partir
prácticamente de un punto cero y hacerlo sin condiciones previas ni intereses creados. Si algo ha logrado
magistralmente el régimen de Castro, como corolario de su revolución, es la movilización extensa y continua de las
masas. Ha eliminado todos los partidos políticos y todas las estructuras de la democracia representativa. Ha
organizado al pueblo en estructuras a nivel local, provincial y nacional.
No obstante, esta obra plantea una transformación porque falta en todo eso algo fundamental. Falta
reconocerle al pueblo el pleno derecho a tomar sus propias decisiones y a organizarse de la manera que mejor le parezca
para crear un mecanismo propio que mueva las instituciones y los organismos de la vida nacional. No hacen falta
caudillos para esto; sólo dirigentes que encaucen la energía popular con pleno respeto a sus manifestaciones y una clara
voluntad de acatamiento de las decisiones democráticas, para propiciar así una nueva era de colaboración, tolerancia y
paz.
Me refiero aquí a un sistema de participación democrática. Este no es un proyecto que sólo pueda aplicarse en
países que hayan atravesado un proceso revolucionario radical, como sucede en Cuba. Por el contrario. Debiera ser más
fácil de aplicar en los países donde la democracia representativa permite el debate político nacional y el desarrollo de
ideas que pueden someterse a la voluntad del pueblo a través de las urnas.
Pero no es así en muchos casos porque en la mayoría de estos países se plantea uno de los dos problemas
básicos que son el mayor obstáculo para poner en práctica este sistema. Uno, el más importante, es la
seudodemocracia. Se trata de sistemas políticos viciados, dominados por los intereses creados y las oligarquías. Estas
élites seudodemocráticas controlan ampliamente los medios de comunicación y tienen tal poder financiero que sus
fuerzas combinadas ahogan todo intento de desarrollar la justicia social y de darle acceso al pueblo a las decisiones
públicas. El otro, es la superdemocracia. La llamo así porque se ha manifestado en determinados países que cuentan
con un grado superior de desarrollo económico. Se trata de sistemas políticos representativos que han logrado un
equilibrio de poderes adecuado en esos países ricos, donde se goza de un alto nivel de vida con oportunidades para la
mayoría de los ciudadanos, un grado razonable de estabilidad y un acceso muy limitado –aunque tangible– a los
procesos y mecanismos de la democracia. Por lo tanto, es difícil que en esos países quieran arriesgar lo que han
conseguido para experimentar una teoría que aún no ha sido probada.
La realidad que nos enseña la historia, sin embargo, nos demuestra que quienes intentamos sembrar los
gérmenes de una idea frecuentemente nos equivocamos al escoger aquel terreno que creemos fértil. Marx y los
precursores socialistas de lo que después se denominó “comunismo”, estaban convencidos de que sus ideas debían
germinar en Alemania y otros países altamente industrializados donde el obrero se veía sometido a los excesos del
capitalismo, pero, en ningún caso, en países de base agrícola y feudal como eran Rusia y China. No obstante, mi
elección de Cuba como terreno fértil para experimentar un planteamiento nuevo y más extenso de la democracia se
apoya en que ese país está abocado ya a un proceso de transformación profunda. Lo que le falta es el medio idóneo
para ponerla en marcha. Me propongo proporcionárselo con esta obra. Y hacer esta alternativa viable para otros países
que deseen librarse de las limitaciones y deficiencias de la democracia representativa y de la seudodemocracia.
Quiero hacer hincapié en que no he usado tampoco la palabra ideología. Esta obra intenta ser neutral en el
campo ideológico. Pretende ser un tratado en defensa de la democracia pura. Estimo que para defender la democracia
no puedo optar por una posición de favoritismo hacia ideología alguna. La democracia no es una ideología. Es un
proyecto, un mecanismo, una estructura política que es vehículo y no fin en sí misma.
La democracia que se concibe en este libro es un medio dinámico de desarrollar las ideologías, exponerlas y
someterlas al debate nacional, para que en un auténtico entorno de libertades públicas y justicia social sean los
ciudadanos mismos quienes escojan la ideología sociopolítica que ha de gobernarlos o el arcoiris de ideas e iniciativas
que recoja los intereses de todos en una síntesis parlamentaria y ejecutiva.

1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

Quienes buscan establecer sistemas de gobierno basados en la


regimentación de todos sus componentes humanos por un puñado de
dirigentes, los llaman un nuevo orden. Pero esto ni es nuevo ni es
orden.1
Franklyn D. Roosevelt

1 Este pensamiento del Presidente Roosevelt figura prominentemente en el monumento inaugurado en abril
de 1997 en el FDR Memorial Park, de Washington, D.C. Dice así: “They who seek to establish systems of
government based on the regimentation of all human beings by a handful of individual rulers, call this a new
order. It is not new and it is not order.”
La Democracia Directa

T
ampoco es nueva la democracia ni pretende representar un sistema de orden regimentado. Es un concepto muy antiguo y
también muy incomprendido. Y su principal aspiración al orden descansa en el respeto recíproco de las opiniones de los
demás.
La historia nos habla por primera vez de democracia al estudiar la sociedad ateniense de la Grecia clásica. Por
eso esta palabra descansa en dos raíces griegas (dmoH y krVtoH) que quieren decir literalmente "gobierno del pueblo".
En Atenas se practicó por primera vez en forma institucionalizada la "democracia participativa". Los historiadores la
han llamado "democracia directa". Sin ahondar en sus aspectos filosóficos y jurídicos podemos describirla como un
sistema de gobierno con la participación directa de todos los ciudadanos.
El ciudadano gozaba de plenas libertades y de igualdad ante la ley, que no distinguía entre nobles y plebeyos, y
que concedía a todos el derecho de tomar la palabra en la Asamblea, ejercer de jueces y ser candidatos a las
magistraturas, entre otras cosas. Fue un ejemplo luminoso para la posteridad, pero no una panacea. Había esclavos y
muchos otros2 que no eran ciudadanos en la Grecia clásica. Tampoco la mujer gozaba de los derechos ciudadanos de
los hombres. En el caso de Atenas, ciudad de unos 480,000 habitantes, apenas uno entre cada catorce habitantes contaba
con plenos derechos ciudadanos. Por ende, quienes gobernaban formaban parte de una élite masculina de la ciudad.
La historia nos vuelve a hablar de democracia en el siglo XVII, cuando nos describe los intentos precursores
británicos y suizos. El partido de los Whigs vio en la revolución de 1688 y su Declaración de Derechos la
reivindicación de su ideología política, que se concebía dentro de un contrato social entre la Corona británica y el
pueblo. También en las crónicas de las colonias de Nueva Inglaterra vemos que las poblaciones desarrollaron un curioso
sistema de democracia directa, donde la gente se reunía ocasionalmente en Asamblea para resolver por consenso los
problemas de la comunidad. Pero los intentos modernos de democracia no cristalizaron hasta el siglo XVIII, con el
triunfo de la Revolución Norteamericana en 1776 y de la Revolución Francesa en 1789.

Estos fueron los cimientos de un nuevo concepto de democracia: la democracia representativa. Quienes
concibieron este sistema de gobierno lo hicieron guiados por dos premisas básicas. Una, pragmática: la democracia
directa era impracticable en vastos países salpicados por decenas o cientos de ciudades; y otra, elitista: el pueblo
ordinario no tenía preparación política o ideológica que justificara poner en sus manos las riendas de la nación.
Se trataba, pues, más de un concepto republicano que demócrata, y en esto los revolucionarios de entonces
tomaron más de los romanos que de los griegos. Así se viene a definir la República como un gobierno representativo
que deriva su poder del pueblo mediante un mandato ejercido por sus representantes debidamente electos. El problema
estructural básico desde entonces consiste en cómo puede el pueblo manifestar este poder. Surgen múltiples
constituciones en todo el mundo tratando de concretar este poder o, al menos, de hacerlo más justo y equitativo

2 Los metecos o residentes, quienes gozaban de protección y ciertos privilegios de posesión de bienes y
participación en la industria y el comercio, pero no del derecho de desempeñar funciones oficiales o de
tomar parte de los destinos de la República. Sin embargo, debían contribuir con sus impuestos y su sangre
a la defensa de la ciudad que los acogía. El lector puede acudir a dos libros sumamente esclarecedores
sobre la sociedad y la democracia griegas: Atenas, una democracia (Robert Cohen), Aymá SA Editora,
Barcelona, 1961; y Los Griegos (H.D.F. Kitto), Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1962.
mediante un sistema de equilibrio de poderes que garantice los derechos del individuo y de la comunidad
respectivamente.
Para complicar aún más las cosas, las dos revoluciones trascendentales del siglo XVIII parten de premisas muy
distintas. La norteamericana hace mucho énfasis en las libertades, en cuya defensa justifica resultados deplorables en
términos de justicia social, porque si bien apunta a un sistema que fomente las oportunidades individuales para
alcanzar una calidad de vida que le proporcione felicidad y bienestar al individuo, no reconoce la responsabilidad del
Estado de intervenir con el propósito de mantener un mayor equilibrio social y económico. Por su parte, la francesa
enfoca primordialmente el concepto de equidad, aun a costa de la libertad personal. De este concepto, proclamado por
la Revolución Francesa, deriva la ideología socialista en sus diversas manifestaciones, incluido el comunismo. Pero
también la democracia cristiana, que enfoca en todas sus facetas la cuestión básica de la justicia social.
La Revolución Norteamericana abre el paso a dos amplias corrientes de opinión, liberal y conservadora, para
las cuales la preocupación principal reside en cómo calibrar las libertades del pueblo para promover el ambiente de
oportunidades que propugna y hasta qué grado es permisible la intervención del Estado en cuestiones que afecten la
iniciativa individual.

La representatividad democrática

Las soluciones han sido múltiples también, pero han descansado invariablemente en el grado de
representatividad que tuviera el pueblo en determinado sistema de gobierno y en las garantías constitucionales que se
idearan para proteger al individuo, a las minorías y a las instituciones representativas.
En términos generales tales soluciones pueden clasificarse en tres sistemas ampliamente reconocidos:
presidencialista, semi-parlamentario y parlamentario. La Constitución de 1940 implantó en Cuba un sistema de cariz
semi-parlamentario donde coexistían un Presidente y un Primer Ministro (Premier) y donde el Congreso podía interpelar
a los ministros y provocar crisis totales o parciales del Gabinete. Pero el poder presidencial seguía siendo el factor
determinante y ejecutor en la conducción política de la nación. Los Estados Unidos tienen un sistema presidencialista
típico, que cuenta con un Poder Ejecutivo independiente del Legislativo, aunque la mayoría de las decisiones
ejecutivas están sujetas a una revisión por parte del Congreso. Gran Bretaña, Canadá y la India mantienen sistemas
parlamentarios bien definidos en los cuales la acción ejecutiva emana directamente de la actividad legislativa.
Entre todos estos ensayos de democracia ha quedado demostrado que la república parlamentaria es la que
permite un mayor grado de participación a sus ciudadanos. Estos medios de participación son muy variados, pero casi
siempre indirectos en cualquier sistema democrático actualmente en práctica. Empero, su análisis corresponde a un
tratado de ciencias políticas y no a este estudio.3 El hecho concreto es que en todos ellos el poder se distribuye en forma
desproporcionada. La debilidad de los ciudadanos que tratan de ejercer el poder democrático que supuestamente les
corresponde deja abiertas muchas avenidas a la dictadura y a la corrupción. El recurso de las urnas es un ejercicio muy
dilatado en el tiempo que confunde a los ciudadanos con la promoción frecuente de falsas esperanzas y promesas y con
el enfoque simplista de los problemas nacionales, provinciales o locales en campañas electorales demagógicas. Sufren
estas democracias del mal endémico de la mala representación.
Las estructuras representativas de Gobierno se forjaron bajo las premisas de que el pueblo elegiría a sus
representantes para que éstos ejecutaran el mandato popular de gobierno y de que los partidos políticos canalizarían sus
programas por los medios legislativos del sistema y en consulta con el pueblo, utilizando a los representantes electos
para darles ejecución.
Como ya he señalado, el problema consiste en el grado de representatividad que tiene el pueblo con estos

3 Dos obras relativamente breves pueden satisfacer a cualquier lector sobre este tema: Democracies:
Patterns of Majoritarian and Consensus Government in Twenty-One Countries (Arend Lijphart), Yale
University Press, 1984; y, Democracy (Jack Lively), St. Martin’s Press, 1975. He consultado también la
excelente obra de David Held para esta y otras partes de mi trabajo (véase en la Bibliografía).
sistemas de gobierno y en el grado de participación que cada uno de esos sistemas le permite. El profundo desencanto
con estos sistemas de gobierno provocó en su oportunidad el nacimiento y el auge del Comunismo internacional como
una alternativa participativa. Es bien sabido que ese desencanto consiste en que los pueblos se han visto relegados en
esas democracias al papel de espectadores, en el mejor de los casos, o de simples peones de la maquinaria política en
gobiernos dictatoriales, autocráticos u oligárquicos, en el peor de los casos.

2. LA DEMOCRACIA POPULAR

“Las Asambleas del Poder Popular, constituidas en las demarcaciones político­
administrativas en que se divide el territorio nacional, son los órganos 
superiores locales del poder del Estado y, en consecuencia, están investidas de la
más alta autoridad para el ejercicio de las funciones estatales en sus 
demarcaciones respectivas...”.4

El experimento cubano

L
a culminación del pensamiento político contemporáneo en Cuba se produce con el proceso constitucional de 1940 y sus
orígenes pueden buscarse en las ideas precursoras de sus próceres y en una historia constitucional que se abre con
conciencia clara de cubanía cuando Joaquín Infante redactó su Proyecto de Constitución para la Isla de Cuba, en 1812.
Siguieron esbozos de Varela y Zequeira, que apuntaban a la autonomía, y otros textos constitucionales redactados en
medio del fragor de las luchas por la independencia, en los que priman, sin embargo, el concepto civilista y los derechos
políticos individuales. En nuestro siglo, una Asamblea Constituyente redacta la Constitución de 1901, con la que se
establece la República, que sirve de base durante los primeros 38 años de república a una incipiente democracia
representativa y a varios otros textos constitucionales y reformas.
Todo este conjunto de ideas de los Siglos XIX y XX dio lugar en 1940 a una avanzadísima Constitución5 en la
que se plasmaron conquistas laborales, sociales y políticas que apuntaban a un elaborado sistema de justicia social y a
un equilibrado proceso democrático. Esta Constitución fue la cristalización de un amplio proceso de participación
pluripartidista y largas negociaciones entre todos los sectores del país, que se prolongaron desde 1938 hasta 1940. Todo
ello desembocó en una Asamblea Constituyente que sesionó durante dos meses y medio con la participación de 81
delegados procedentes de 9 partidos políticos. Sólo quedaron excluidos 2 partidos políticos que no alcanzaron el factor
electoral. En el ambiente constitucional heredado de este proceso se desarrolló en Cuba el experimento democrático del

4 Constitución de la República de Cuba, Artículo 103; Editora Política, La Habana, 1992.


55 Debe reconocerse la influencia del socialismo en esa época. Todavía existía una idea romántica respecto
a los movimientos surgidos de la Tercera Internacional Socialista, es decir, del Comunismo Internacional.
Estos movimientos fueron muy influyentes en sindicatos y organizaciones obreras y eran vistos como
promotores de los derechos de los trabajadores. En la Constitución de 1940 se dejó sentir esta influencia,
pese a que el partido comunista de entonces –la Unión Revolucionaria Comunista– sólo logro 6 escaños en
la Asamblea.
período comprendido entre 1940 y 1952.
No corresponde a este trabajo hacer loas a las conquistas realizadas durante ese período ni tampoco criticar las
deficiencias y errores del proceso democrático que comprendió. Pero es pertinente señalar algunos hechos.
Un hecho concreto es que el proceso evolutivo de la democracia cubana y sus instituciones fue interrumpido
por el golpe de Estado de 1952.
Otro hecho concreto es que el proceso revolucionario surgido en oposición a este acto de fuerza tenía una
amplia base ideológica que se sustentaba en la propia Constitución de 1940. Las fuerzas revolucionarias en la segunda
mitad del decenio de 1950 en Cuba abrigaban muchas tendencias, pero su premisa básica y unitaria era el
restablecimiento de esa Constitución y la reconstrucción democrática de la República dentro del sistema de justicia
social que en ella se planteaba. Por supuesto que la Constitución de 1940 no era una simple bandera en la
lucha para restaurar la democracia sino que era identificada por los idealistas revolucionarios como el
instrumento jurídico idóneo para impulsar una transformación socioeconómica profunda en la nueva
República por la cual luchaban.
Un tercer hecho concreto es que muchas de las premisas ideológicas elaboradas en esa Constitución
no habían encontrado eco legislativo en leyes que promovieran la transformación prevista por sus redactores.
Muchos soñaban con el derrocamiento del dictador Batista para instaurar una República depurada de la
corrupción y las deficiencias del proceso democrático truncado en 1952, en la cual se pudieran sembrar las
ideas constitucionales que habían quedado ahogadas por 12 años previos de politiquería y siete años más de
dictadura.
El cuarto hecho concreto es que el proceso revolucionario derivó hacia una dictadura totalitaria,
desvirtuando en la ejecución de las premisas políticas impulsadas por Castro los conceptos básicos de
democracia participativa que emanaban de la Constitución de 1940 y de su proyección socialista -o más
exactamente, socialdemócrata- enmarcados en un sistema bien definido de libre empresa. La revolución
entronizada por Fidel Castro, en un proceso que concentró en sus manos todo el poder político y militar,
justificó sus excesos en contra de la democracia y de los derechos individuales con la promesa de conquistas
sociales que requerían la imposición férrea de medidas en defensa de "los intereses del pueblo".
El problema básico de semejante concepto es que los intereses de todos dependían enteramente de
las decisiones tomadas por un puñado de dirigentes con poderes omnímodos. El régimen actual se ha
mantenido así durante casi 40 años sin permitir grado alguno de oposición, enarbolando los banderines de las
"conquistas" y del "pueblo soberano" que aduce defender como pretexto de su inamovilidad. Eso estaría
muy bien si no fuera un pretexto para perpetuar la dictadura o si los derroteros seguidos por la “revolución” 6
fuesen producto de decisiones emanadas del pueblo mediante un proceso participativo o, al menos,
representativo. Pero ni el pueblo cubano puede manifestarse independientemente en actitud opositora ni
tiene defensa institucional alguna frente a las decisiones dictatoriales, porque le falta un Poder Legislativo y
un Poder Judicial fuertes y organizaciones sectoriales sólidas e independientes.
El planteamiento de estas cuestiones se ha realizado a profundidad durante muchos años y la
alternativa política que se ofrece como salida a la dictadura y como renuncia al totalitarismo ha ido
evolucionando hacia una estructura jurídica seria en la que se reconoce la necesidad de un nuevo
planteamiento constitucional y de un proceso de transición previo que conduzca a él. En Cuba, pese a que
las iniciativas de todo tipo sólo parten de centros muy limitados de poder, se reconoció también esta
necesidad y, en consecuencia, se desarrolló un proceso constitucional que ha derivado ya en la redacción de

6 Uso comillas aquí porque en el léxico del régimen que impera actualmente en Cuba se utiliza esta palabra
como un eufemismo del gobierno totalitario o de la supuesta dictadura del proletariado. La Revolución
cubana es un proceso comprendido entre 1959 y 1962, un período de cuatro años en que se desarrolló y
finalmente se consolidó un cambio radical en las estructuras sociales, políticas y económicas. Seguir
llamando “Revolución” al régimen institucionalizado como producto de ella parece ser más bien un recurso
propagandístico. No utilizaré las comillas cuando me refiera a ese período en particular.
sendas constituciones que han intentado institucionalizar la “revolución” y darle legitimidad al régimen
actual.
Juan Bautista Alberdi, el preclaro prócer argentino que vivió en una época de caudillismo y
revoluciones, ya vio en éstas, y en la guerra en particular, una antítesis de la sociedad civilizada. Era un
hombre del orden y de la paz que aborrecía la violencia como medio para hacer prevalecer la razón. Hizo
notar que la libertad no brota de un sablazo sino que es el parto lento de la civilización. Argentina recién se
libraba de la férrea dictadura de Rosas, con capa de populista, y necesitaba restaurar un clima de concordia,
orden y paz. Durante su largo exilio, Alberdi escribió en Chile, en 1852, las “Bases y puntos de partida
para la organización política argentina”, que inspiraron la carta Constitucional de 1853, modelada a su vez
en la Constitución de los Estados Unidos, pero con una matizada influencia de las doctrinas de la Revolución
Francesa.
En esa oportunidad en la Argentina, como hoy en Cuba bajo la égida de Castro, Rosas se perpetuó en
el poder con un considerable apoyo popular, al tiempo que huía del país casi la mitad de la población que no
le era afecta y a la que no le era permitido oponérsele. Fue un dictador que logró tan apasionado seguimiento
en amplios sectores de la población que aún hoy, pese al juicio de la historia, se manifiestan a diario muchas
opiniones en su defensa.
Terminada la dictadura, Alberdi vio la oportunidad de fomentar en la Argentina un compromiso
político de concordia entre todas las facciones para proceder a una reestructuración institucional que diese a
la nación un orden social estable. A este orden, evidentemente, no podía ni puede llegarse a través del caos
revolucionario o el cisma que produce una contienda armada, sino mediante un compromiso forjado en la
transacción, la reconciliación y, en definitiva, la democracia.

Utopía y realidad

El Comunismo marxista le prometió al pueblo un poder de decisión política por medios


económicos: el poder a través del control de los medios de producción. La versión leninista posterior que
se enseñoreó del llamado “bloque socialista” durante la mayor parte del siglo XX radicalizó ese concepto con
la tesis de la “dictadura del proletariado”, y para llegar a las utopías que planteaba insistió en que se requería
un período de centralismo férreo que llevara a todo el pueblo de la nación a condiciones óptimas de igualdad
y productividad y diera por terminada la lucha de clases. El sacrificio transitorio de las libertades y los
derechos humanos quedaba justificado por la meta del poder popular que se iría estructurando durante el
proceso hasta cristalizar con características soberanas. Esta tesis popularizó la trágica frase: “el fin justifica
a los medios”.
El objetivo final de semejante perspectiva histórica es llegar a una situación política y social en la
que el pueblo sea soberano. Pero este es también, ni más ni menos, el objetivo primordial de toda
democracia. Sin embargo, la historia trágica del Comunismo y su desenlace actual han demostrado que el
sistema representativo, con todos sus defectos, ha resultado hasta ahora más eficaz para promover las
libertades, la equidad y el bien común. El Comunismo, el Fascismo y los totalitarismos de todas clases son
sistemas que embocan a los pueblos en el callejón sin salida de la opresión y el autoritarismo. El propio
representante ante las Naciones Unidas de la antigua Unión Soviética, Sr. Akaev, reconoció el 22 de octubre
de 1991, durante el debate general que se celebraba en la Asamblea General, que:
“No me corresponde a mí, al viajar fuera de mi patria, anatematizar el comunismo con
rostro soviético. Todos nosotros fuimos rehenes de esa ideología inhumana y su sistema
antihumano. Todos nosotros, de una u otra manera, debemos compartir la culpa por
nuestro pasado.”
Mikhail Gorbachev, el antiguo líder máximo de la Unión Soviética no se queda atrás en el análisis
que hace en sus Memorias. Refiriéndose al derrumbe de un sistema con el cual colaboró durante toda su
vida, señala que:
“La crisis del movimiento comunista y su derrumbe eran fundamentalmente inevitables,
debido a que la crisis fue provocada por la propia debilidad interna de la ideología
comunista, que, al ponerse en práctica, derivó en el establecimiento de una sociedad
totalitaria. Semejante modelo tenía que derrumbarse tarde o temprano.” 7
Sin embargo, cabe reconocer que, en teoría, el sistema Comunista nos dio una respuesta que apenas
se habían atrevido a esbozar los sistemas representativos: el Poder Popular. Se habló de Asambleas
Populares. Se dijo que estas Asambleas Populares serían el asiento del gobierno en esas democracias
populares. En Cuba, ese concepto fue institucionalizado por la Constitución Socialista que entró en vigor en
1976. Posteriormente, la Constitución de 1992 reafirma el Poder Popular y establece claramente en el
Artículo 3 que:
“... la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado. Ese
poder es ejercido directamente o por medio de las Asambleas del Poder Popular y demás
órganos del Estado que de ellas se derivan”,
lo que es corroborado en el Artículo 69, que reitera:
“La Asamblea Nacional del Poder Popular es el órgano supremo del poder del
Estado. Representa y expresa la voluntad soberana de todo el pueblo.”
Y este poder, por supuesto, dimana de los Organos Locales del Poder Popular. La propia Constitución de
1992 abunda en artículos que codifican dicho poder y sus atribuciones. El Artículo 103, un fragmento del
cual encabeza este Capítulo, le atribuye potestades de la “más alta autoridad”.
El panorama constitucional actual, así esbozado, representa una verdadera innovación que apunta
hacia la democracia participativa. Pero en Cuba conocen bien lo que es ese Poder Popular. Lejos de tomar
decisiones y elaborar programas, sus Asambleas –que se reúnen brevemente un par de veces al año– bien
pronto se han convertido en organismos de ejecución de las órdenes que parten de la jerarquía del Partido
único y de los programas que elabora en su seno la cúpula del poder.

Su magra autoridad se ha reducido a la tímida discusión de cuestiones administrativas y burocráticas,


y de problemas locales como el abastecimiento o los medios de cumplir metas de producción. Sus debates
no se apartan de las directrices y los lineamientos oficiales. A nivel nacional votan de consenso en línea con
las directivas del Partido único. La Constitución de 1992 sirve de base para echar por tierra la capacidad
efectiva de decisión de ese Poder Popular en sus Artículos 14, 68 d) y e), 97 y 98.8

7 Erinnerungen (Mikhail Gorbachev); Siedler, Berlin, 1995. Se le achaca al ex Premier soviético el


derrumbe de ese sistema por haber tratado de desmantelar el sistema comunista. Empero, la realidad es
muy otra. Gorbachev nunca renunció a la ideología básica del marxismo-leninismo. Intentó sencillamente
realizar con un proceso de apertura el proyecto básico de tal ideología, es decir, alcanzar el objetivo
primordial de la intervención popular en las decisiones públicas. Intentó renunciar al totalitarismo para
implantar una verdadera “dictadura del proletariado”.
8 Constitución de la República de Cuba; Editora Política, La Habana, 1992:
Articulo 14.- En la Republica de Cuba rige el sistema de economia basado en la propiedad
socialista
Articulo 68.-
d) las disposiciones de los organos estatales superiores son obligatorias para los inferiores;
e) los organos estatales inferiores responden ante los superiores y les rinden cuenta de su
La “economía socialista” que señala la Constitución de 1992 implica un sistema de planificación
centralizada, y el Consejo Ejecutivo, dirigido por el Presidente del Estado (Fidel Castro), puede tomar
decisiones que resulten obligatorias para los órganos del Poder Popular y tiene atribuciones para abrogar y
revocar los intentos de legislación que se produzcan en éstos, que de hecho se convierten así en órganos
subordinados.9 En otras palabras, en el caso de Cuba el Poder Popular, a través de esas Asambleas
Populares, no ha pasado de ser un instrumento dúctil en manos de Fidel Castro, máximo líder de la
“Revolución”.
Pero no podemos ignorar que esas estructuras han sido creadas y que existen. Surgieron las
Asambleas a nivel local, provincial y nacional; se institucionalizó, en una palabra, el hermoso concepto de la
soberanía del pueblo en estas Asambleas del Poder Popular. El concepto ha cobrado forma, aunque le falte
poder. Se le ha dado así una esperanza al pueblo de autogobernarse, de decidir su destino, enseñándole las
estrellas de la democracia verdadera desde ese oscuro callejón del régimen totalitario.
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

El proyecto fundamental de la democracia participativa es un mecanismo 
mediante el cual el pueblo, con su propia participación, pueda manifestarse por 
igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se hace 
hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus 
opiniones y su amplia manifestación a través de un mecanismo participativo 
institucionalizado.

Evolución histórica

C
omo ya señalé anteriormente al referirme al ideal democrático, el concepto moderno de democracia representativa toma
más de la república romana que de la democracia griega. Incluso la idea de un parlamento, es decir de un foro de
debates, cristaliza por primera vez en la historia con la creación del Senado romano. Del Senado surgen los pretores y
los cónsules que gobiernan el país con el imperium o mandato otorgado por esa institución legislativa.
En su expansión, la república romana se convierte en imperio y los cónsules en procónsules y, finalmente, en
emperadores o césares. El poder del Emperador surge, pues, del Senado, que es quien lo otorga, y con aquel

gestion;
Articulo 97.- El Presidente, el Primer Vicepresidente, los Vicepresidentes y otros miembros del
Consejo de Ministros que determine el Presidente, integran su Comite Ejecutivo.
El Comite Ejecutivo puede decidir sobre las cuestiones atribuidas al Consejo de Ministros,
durante los periodos que median entre una y otra de sus reuniones.
Articulo 98.- Son atribuciones del Consejo de Ministros:
l) revocar las decisiones de las Administraciones subordinadas a las Asambleas Provinciales o
Municipales del Poder Popular, adoptadas en funcion de las facultades delegadas por los
organismos de la Administracion Central del Estado, cuando contravengan las normas superiores
que les sean de obligatorio cumplimiento;
m) revocar las disposiciones de los Jefes de organismos de la Administracion Central del
Estado, cuando contravengan las normas superiores que les sean de obligatorio cumplimiento;
9 El Dr. Nelson Amaro, decano de la Universidad del Valle de Guatemala (UVG), de origen cubano, presentó
en la Sexta Reunión Anual de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana (Miami, agosto 8-10 de
1996), un ensayo titulado “Decentralization, local government and citizen participation in Cuba”, publicado
por la facultad de Ciencias Sociales de la UVG, que analiza a profundidad estas estructuras de gobierno en
Cuba en relación con el Poder Popular y las Asambleas.
mecanismo político de la antigüedad se instituye entonces un precario equilibrio de poderes entre la rama legislativa y la
ejecutiva que ha sido el mayor dolor de cabeza de la democracia representativa a través de toda su historia. No
podemos perder de vista tampoco que así como la democracia directa de la Grecia clásica no iba mucho más allá de un
mecanismo de gobierno en manos de una reducida élite masculina, el concepto de la república romana, asentado en la
gestión legislativa del Senado, tampoco pasaba de ser un sistema oligárquico y elitista.
Lamentablemente, lejos de evolucionar estos sistemas a un medio más amplio de participación popular, el
predominio gradual del poder ejecutivo de los procónsules, y ulteriormente del Emperador, derivó en el absolutismo de
las postrimerías del Imperio Romano y en la aristocracia absolutista en toda la época posterior de la Edad Media. Sin
embargo, hay intentos precursores en el siglo X en Islandia (con la efímera creación del Althing o “Asamblea de
Hombres Libres”), en el siglo XI en Cataluña (con la promulgación de los primeros Usatges),10 y en los siglos XII y
XIII en Inglaterra.11 El republicanismo tuvo también su renacimiento a fines del siglo XI en la península italiana
con la elección de cónsules o administradores encargados de intervenir en cuestiones judiciales independientemente del
poder pontificio o imperial. A finales del siglo XII este sistema consular había sido reemplazado ya por una forma de
gobierno compuesto por consejos dirigidos por funcionarios conocidos como podestá. La ciudadanía de Florencia,
Padua, Pisa, Milán y Siena estaba fragmentada en contradas, o distritos electorales, donde se elegía entre la élite
masculina de la ciudad a los electores del Gran Consejo quienes, a su vez, elegían mediante un elaborado sistema al Jefe
de gobierno o podestá.
Empero, un parlamento como tal, en su concepción moderna de poder legislativo autónomo, y con él, el
resurgimiento de la democracia con su nueva faz representativa, no hace su aparición hasta el siglo XVII como
resultado de las revoluciones liberal-burguesas en Inglaterra (1641-1688) y en los Países Bajos (1654). En esos
primeros parlamentos, los debates sobre leyes o peticiones se realizaban en ausencia del monarca: los nobles y la alta
jerarquía eclesiástica se reunían en una cámara del palacio y los caballeros y burgueses se reunían en otra. Esta
separación de recintos fue el origen de las dos cámaras del Parlamento que en la época contemporánea es identificado
como sistema bicameral.
Sin embargo, todo esto no cristaliza en un sistema claro de separación de poderes hasta que se redacta en los
Estados Unidos la primera carta constitucional escrita que regula la forma de gobierno de un país. La Constitución de
los Estados Unidos de América, firmada el 17 de septiembre de 1787, y ampliada con sus primeras 12 enmiendas, más
conocidas como La Carta de Derechos (“The Bill of Rights”)12, entró en vigor el 4 de marzo de 1789. En ella se
proclama el principio de la soberanía nacional, expresado directamente en la Cámara de Representantes, elegidos por
sufragio universal, e indirectamente en el Senado, que originalmente se concibió como un cuerpo de representantes
elegidos por los parlamentos de cada Estado y que, por lo tanto, habrían de representar a los Estados de la federación y
no al pueblo.
Todo esto precede al estallido de la Revolución Francesa, que si bien arrastra consigo una clara influencia de
los acontecimientos que la precedieron en América, adquiere un carácter singular al anteponer el concepto de equidad a

10 Los Usatges de Barcelona fueron promulgados como resultado de la labor legislativa y judicial
auspiciada por Ramón Berenguer I. Cristalizaron en lo que parece ser el primer código jurídico–
constitucional de la historia, en la época de Ramón Berenguer IV, en el primer tercio del siglo XII.
11Esos “parlamentos” fueron creados durante el reinado Eduardo I y sus primeros estatutos fueron
redactados en 1278. La separación de poderes comenzó a tomar forma con las reuniones por separado de
los “lords”, es decir, de los nobles y el clero, y de los “commons”, es decir, de los caballeros y los jefes de las
localidades. Ricardo II creó posteriormente el Consejo del Rey, que corresponde al actual gabinete, pero la
separación de poderes no quedaría bien definida hasta 1422, durante el reinado de Enrique V, cuando se
estableció la costumbre de referir al Parlamento los proyectos de ley. La palabra parliament en Inglaterra no
fue usada, sin embargo, hasta el siglo XV. Tiene un origen franco-catalán, del francés parlement y del
catalán parlament, ambos vocablos de semejante pronunciación.
12 La Carta de Derechos norteamericana, insertada en la Constitución de los Estados Unidos, fue el
documento precursor de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano –el legado más excelso
de la Revolución Francesa–, la cual sienta a su vez las bases para los instrumentos modernos de derechos
humanos proclamados por las Naciones Unidas.
toda su ideología. Este concepto de equidad da primacía al contrato social, una tesis tomada de las ideas elaboradas por
J.J. Rousseau en los años que precedieron a tan trascendental acontecimiento histórico.
Al estudiar a Rousseau nos percatamos de que podemos encontrar el origen de sus ideas –otra vez– en la
Grecia clásica y en el Derecho Romano. En su Política, Aristóteles considera al hombre como “un animal político”,
quien en su manifestación a través del Estado puede obtener el bien supremo para la sociedad, y reconoce el derecho de
las masas a elegir sus propios dirigentes y a pedirles cuentas por sus actos. El Derecho Romano, por su parte, ya
reconoce que el pueblo confiere el poder al dirigente y pone en sus manos toda autoridad.
Rousseau, como Hobbes antes que él, interpreta la existencia del Estado como la consecuencia natural de un
contrato social entre los individuos que componen la comunidad y la nación. En tanto que aquél consideraba el
contrato social como un fruto racional del propio egoísmo humano, Rousseau lo juzga como una garantía de los
derechos naturales de los individuos. Aquí ya se habla de derechos individuales y no de derechos del ciudadano. Por
eso, el Estado democrático es la manifestación de la voluntad de todos en un ambiente de “equidad, libertad y
fraternidad”, tres valores fundamentales que, como objetivos del Estado democrático, fueron tomados como divisa de la
Revolución Francesa.
Rousseau se propuso esbozar un sistema político que eliminara las desigualdades y la subordinación de unos
hombres a otros. Estaba convencido de que se podía lograr ésto si los seres humanos participaban todos en la
elaboración y el desarrollo de las normas sociales y políticas que, a su vez, debían acatar en el contexto de la
comunidad o de la nación. Deja de resolver, sin embargo, el problema del gobierno de las mayorías –como ya señalé
anteriormente–, donde una consulta electoral resulta en la imposición de los elegidos de la mayoría y de sus opiniones, y
no da cabida alguna a manifestaciones minoritarias.

La participación como manifestación parlamentaria

Este es el proyecto fundamental de la democracia participativa, un mecanismo mediante el cual el pueblo, con
su propia participación, se manifiesta por igual con puntos de vista tanto mayoritarios como minoritarios. Se realiza así
el summum de la equidad como sistema aplicado. ¿De qué otra manera podría el individuo luchar con mayor eficiencia
y efectividad que con la gestión individual en pro de la realización de sus anhelos de equidad, en un ambiente público
de Asamblea donde la comunidad se esfuerce en llegar a decisiones y resoluciones mediante la avenencia, la transacción
y el compromiso o, en última instancia, el voto? Sin negar que todo sistema democrático eventualmente ha de
descansar en decisiones mayoritarias, se hace hincapié de este modo en la premisa del pleno respeto a las minorías, sus
opiniones y su amplia manifestación a través de un mecanismo participativo institucionalizado.
En gran medida, ese es precisamente el propósito del régimen parlamentario en su función de representatividad
idónea de todos los sectores, tendencias e ideologías de la nación. El sistema parlamentario puro asume las funciones
del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, como sucede en Gran Bretaña y en muchos países de la Mancomunidad
Británica y de la Unión Europea, entre otros. También hay sistemas parlamentarios, como el de Suiza, en los que el
Poder Ejecutivo surge de elecciones dentro de la legislatura pero actúa después independientemente de ésta durante el
período presidencial (colegiado) que determina la Constitución.
Empero, todos los sistemas políticos existentes o que han existido desde comienzos de la Edad Moderna con la
etiqueta de democracia, se apartan de la ideología original de participación al estructurar una estricta representatividad,
en el mejor de los casos, o limitar al ciudadano a una simple consulta electoral esporádica en la que apenas pueden
señalar su mera preferencia política o ideológica.
Por todas las razones expuestas hasta aquí, cualquier proyecto participativo tiene que contar con una
manifestación parlamentaria. No obstante, si me aparto del concepto estricto de gobierno parlamentario en el esbozo
del diagrama13 es sencillamente porque tal sistema no es un mecanismo participativo. Se trata, eso sí, de un mecanismo

13 Véase el Capítulo 5.
altamente representativo y eficiente con cabida a una manifestación limitada de los partidos políticos minoritarios y con
un accionar que permite también la manifestación de diversas tendencias políticas, sociales o económicas, pero no la
intervención ni mucho menos la participación del individuo o de las instituciones de la comunidad.
Al asumir ambos poderes –legislativo y ejecutivo–, el sistema parlamentario no puede abrirse a la
participación y pretender al mismo tiempo funcionar con eficiencia para desarrollar programas políticos, proyectos
económicos y obra social de forma estructurada y coherente. Para eso se requiere un Poder Ejecutivo autónomo con la
dinámica y la filosofía política necesarias que sirvan de motor en la vía del desarrollo y el progreso del país.
Huelga decir que un sistema presidencialista se aparta aún más de la idea participativa y se acerca
peligrosamente al caudillismo o, incluso, a la dictadura. Es a su vez más propenso a la corrupción. En los Estados
Unidos funciona –hasta ahora– haciendo malabarismos con frecuencia frustrantes e ineficaces en un elaborado sistema
de separación de poderes. Pero este es otro tema muy extenso que no corresponde a esta obra.
Los sistemas semi-parlamentarios se prestan mucho más para estructurar la democracia participativa tal y
como la concebimos en esta obra. La Constitución de 1940 instituyó en Cuba un gobierno semi-parlamentario y la
Constitución de 1961 en el Uruguay dio un paso más hacia la participación popular con un sistema que denominaron
“parlamentarismo racionalizado”, que incluía un Poder Ejecutivo colegiado. Ambos tuvieron corta vida. Con mayor
éxito de permanencia existe un sistema semi-parlamentario en Suiza de tipo colegiado y cantonal.14 Todos ellos se han
acercado bastante más al ideal participativo que los sistemas parlamentarios tradicionales, pero no lo suficiente.
Por eso, si bien en el diagrama13 voy a esbozar la estructura participativa básica que propongo dentro de un
concepto semi-parlamentario, la propuesta incluye dos diferencias esenciales que llevan este proyecto a dar un paso de
avance decisivo en la senda de la participación.
Abundaré más sobre esto al final del Capítulo 4.

4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

La democracia participativa es un medio político que exige una 
capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar 
decisiones.

Antecedentes y enfoques

E
l concepto moderno de democracia participativa no es una idea nueva. Ya puede estudiarse su esbozo en obras de
Maritain, quien señalaba con mucho tino que la verdadera democracia no ha cristalizado aún en la sociedad moderna.

14 El sistema colegiado permite participación tanto a las minorías como a las mayorías en el Poder
Ejecutivo.
Su posición ideológica hace una distinción entre el individualismo –al estilo de Rousseau– y la dignidad de la
persona humana. Como individuo, el ser humano no es más que un fragmento de la sociedad, pero como persona
investida de su dignidad y derechos es depositario de sus intereses y aspiraciones de la sociedad en pleno.
Esta idea fue recogida formalmente por la Democracia Cristiana internacional y, con Maritain como inspirador,
se ha ido desarrollando en los movimientos demócrata cristianos del mundo un nuevo enfoque de la democracia.
Ya en 1972 Rafael Caldera publicó en Dimensiones un célebre esbozo de este concepto de democracia. Lo
resumió así:
"No puede haber verdadera democracia si la persona humana no es respetada, porque ella
es el ingrediente indispensable del pueblo, considerado, no como simple masa, cantidad a
la cual se atribuyen determinadas prerrogativas, sino como sujeto consciente y
responsable de sus actos y decisiones."
En ese mismo ensayo concluye diciendo:
"La idea misma de la dignidad de la persona humana conduce a la necesidad del
diálogo y consideración permanente entre gobierno y pueblo; si el gobierno es la
representación del pueblo, debe interpretar su voluntad ... sin ese diálogo constante el
funcionamiento de la entidad democrática en realidad no existe."
Poco después, en 1977, el COPEI organizó en Caracas un interesante Seminario bajo el tema “Hacia
una Democracia Participativa”, y el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) publicó ese
mismo año su Cuaderno Nº2, titulado “La Democracia Participativa”, en el que figura la ponencia
presentada por el Dr. Enrique Pérez Olivares a ese Seminario. En su ponencia, el Dr. Pérez Olivares resume
magistralmente su posición como sigue:
“El proceso tiene de común ... un esfuerzo para que el poder no se gestione sólo en
nombre del pueblo o aun para el pueblo, sino que se actúe con el pueblo, insertándolo tan
profundamente en el sistema, que el gobernante más que representante del pueblo sea su
exponente”.
De aquí se deriva que uno de los principios básicos que sustentan los conceptos democráticos de la
Democracia Cristiana internacional, en general, y del Partido Demócrata Cristiano de Cuba, en particular, es
el derecho a la participación directa del ciudadano en las decisiones y los procesos políticos del país. En sus
documentos se habla siempre de un sistema pluralista y participativo.
El "Manifiesto Político Internacional", suscrito por la Internacional Demócrata Cristiana (IDC) y
publicado por la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) en su Separata de Informe ODCA
Nº44, es explícito al señalar que se trata de:
"la participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las
organizaciones populares y otras asociaciones a todos los niveles de decisión política,
económica y social".
El "Manifiesto político de los demócratacristianos a los países de América Latina" es otro hito
destacado en esta senda. Fue dado a la publicidad en la Separata de Informe ODCA Nº93. En este
Manifiesto se proclama lo siguiente:
"Estamos convencidos de que una auténtica sociedad comunitaria no se realiza sin
democracia y que una verdadera democracia no se realiza si no se orienta hacia una
sociedad comunitaria. En efecto, sólo la experiencia de la vida democrática crea las
mejores condiciones para alcanzar un consenso en el respeto del pluralismo y promover
los derechos políticos, culturales y socioeconómicos del hombre.
El funcionamiento eficaz de la democracia exige: participación de todos, en
particular a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones populares
y otras asociaciones intermedias, a todos los niveles de decisión política, económica y
social; sufragio universal, libre y secreto; pluralismo político; parlamento; separación y
colaboración de los poderes del Estado; libertad de información y libre acceso a ella;
superación de las discriminaciones políticas y las injusticias sociales."
En otra importante corriente de opinión, aunque sin referirse concretamente a la democracia
participativa, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, auspiciada por las Naciones Unidas, le da
sin embargo un espaldarazo internacional cuando señala que:
“La democracia se basa en la voluntad del pueblo, libremente expresada, para
determinar su propio régimen político, económico, social y cultural, y en su plena
participación en todos los aspectos de la vida. En este contexto, la promoción y
protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en los planos
nacional e internacional deben ser universales y llevarse a cabo de modo
incondicional.”15
El problema básico del concepto de democracia participativa es la disyuntiva de cómo
reconciliarlo con el gobierno de la mayoría. Sir Arthur Lewis, laureado con el Premio Nobel, señaló en un
libro publicado en Londres en 196516 que todos aquellos afectados por una decisión deben tener la
oportunidad de participar en el proceso de tomar esa decisión, ya sea en forma directa o mediante
representantes electos.
Diversos países han tratado de corregir mediante el uso frecuente del plebiscito esa desviación
nociva del proyecto democrático que puede propiciar la democracia representativa, es decir, la "dictadura de
las mayorías". Suiza es el ejemplo extremo de utilización de este instrumento, donde se realizaron 102
consultas populares mediante plebiscito en sólo 17 años (1963-1980), y se han seguido realizando con
extraordinaria frecuencia desde entonces. Pero también ha sido y es utilizado ampliamente en Australia,
Nueva Zelandia, Bélgica, Dinamarca, Gran Bretaña y otros países, incluidos los Estados Unidos. Fue
utilizado por cada uno de los países que forman hoy la Unión Europea para decidir si ingresaban o no en el
Mercado Común de entonces. Los suizos lo ejercieron en 1995 con un no rotundo en contra de los intereses
de su propio gobierno, que había anunciado pocos meses antes ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas su inminente ingreso en la Unión Europea.17
El plebiscito es un mecanismo que permite al pueblo opinar sobre un tema, una política, un programa
o un proyecto de ley determinados. Esto permite a las minorías movilizar al pueblo en respaldo de una idea
o un proyecto que las beneficie o que responda a sus aspiraciones y le da una oportunidad a los sectores de
convencer al pueblo y obtener su aprobación respecto a un proyecto de ley que impulse sus intereses.
Pero dista en realidad de ser un medio idóneo o siquiera práctico de participación democrática en las
decisiones nacionales, provinciales o locales. Además, tiende a ser poco popular, porque la concurrencia a
estos medios de consulta es más baja que a los comicios para elegir candidatos para el gobierno. En el caso
suizo en particular, la participación popular en esos plebiscitos ha promediado apenas un 45% desde 1960.
En los Estados Unidos, donde se utiliza extensamente a nivel local o municipal, y pese a que coincide casi
siempre con los comicios, la participación es todavía menor.
Cabe notar que un conjunto de organizaciones de la disidencia interna de Cuba, solicitaron en julio
de 1997 –ajustándose a la Constitución vigente– que el régimen convoque a un plebiscito que consulte al
pueblo cubano sobre el sistema de gobierno de su preferencia. Insisto en que es un medio deficiente de
consulta popular porque sólo puede opinarse con un sí o con un no, y porque la consulta puede estar
formulada en forma ambigua, equívoca o incompleta. Sin embargo, dentro de un sistema democrático con

15 Declaración y Programa de Acción de Viena, párr. 8. Conferencia Mundial de Derechos Humanos,


celebrada en Viena, Austria, en junio de 1993. Documento DPI/1394/Rev.1/HR, pág. 33. Naciones Unidas,
New York, NY, 1995.
16 Politics in West Africa (W. Arthur Lewis), págs.64-65; George Allen & Unwin, Londres, 1965.
17 En Suiza se han realizado alrededor de la mitad de los plebiscitos nacionales del mundo moderno.
instituciones fuertes el plebiscito puede ser un instrumento muy útil en casos de pugnas políticas entre los
poderes del Estado y cuando un sector determinado quiera someter a la decisión del pueblo cualquier
instrumento o ley que esté bloqueado por los poderes del Estado.

La democracia cibernética

Otra solución, que atraviesa en la actualidad por un período experimental bastante indefinido, es la
que aprovecha los adelantos modernos de la informática y las comunicaciones. Se ensaya el televoting, es
decir, el voto por teléfono o por computadora, así como también una suerte de electronic town meetings, que
permite a los usuarios a través del Internet discutir en vivo temas políticos con sus representantes o quienes
aspiran a representarlos, y también con otros ciudadanos igualmente interesados, en un intento de interacción
democrática. Ambos sistemas se utilizan en los Estados Unidos cada vez con mayor frecuencia, pero su
utilidad actual se circunscribe al sondeo de opinión.
Sin embargo, su notable potencial como elemento de democracia directa ya ha comenzado a dejarse
sentir. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la fallida campaña de reelección nada menos que del Speaker de la
Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Tom Foley, quien perdió su intento en noviembre de 1994
por una diferencia de apenas 4,000 votos. Los analistas estiman que la campaña desarrollada en su contra por
Richard Hartman, un ingeniero de computadoras de Spokane, Washington, quien utilizó extensamente el
Internet para recabar fondos y plantear su posición, fue el factor determinante en una derrota donde unos
pocos votos contaban.
Durante su campaña presidencial en 1992, Ross Perot se refirió a menudo a su idea de un “electronic
town hall” –es decir, a una Asamblea municipal electrónica– donde cada ciudadano pudiese votar desde sus
computadoras sobre cuestiones planteadas en la palestra política. Llevó más lejos su idea a la campaña de
1996 cuando el recién creado Partido Reformista promovió la idea abriendo canales cibernéticos a sus
partidarios para que escogieran por ese medio electrónico al candidato presidencial del partido.
En Norteamérica temen que esta tendencia produzca una indeseable fragmentación de la opinión
pública y, por ende, el caos político potencial a que me referiré en el Capítulo 5.
Robert J. Samuelson, columnista de la revista Newsweek, enfocó este peligro, señalando que debido
a que el Internet facilita más que nunca a la gente con intereses semejantes el establecimiento de vínculos,
independientemente del lugar donde se encuentren, puede acelerarse la tendencia descentralizadora. Teme
que los Estados Unidos se conviertan en una nación compuesta por grupos de influencia que promuevan
estrechos objetivos políticos y sociales, provocando así una peligrosa desintegración del país. 18
Es evidente que este medio puede ser un gran factor de desorganización. Pero tampoco hay que
perder de vista que el acceso al Internet y la posesión de computadoras están limitados a los segmentos más
acomodados de la población. Los países más pobres apenas contarían con una elite capaz de manifestarse e
interactuar por este medio. Aun en los países más ricos, como en los EE.UU., el acceso a estos medios
seguirá limitado a una minoría de la población durante muchos años más.
No por eso vamos a volver las espaldas al progreso ni dejar de comprender que muchas de las
funciones que proponemos en este estudio se verían altamente facilitadas con la utilización de este medio de
comunicaciones tan propicio.
No dudo que el avance tecnológico tan extraordinario que experimentamos hoy día resolverá tarde o
temprano sus problema inherentes para integrar el Internet a las funciones e instituciones de la democracia
participativa.

18 Para mayor información sobre este tema puede consultarse The Good Life and Its Discontents
(Robert J. Samuelson), Times Books, 1996.
Participación consensual

Volviendo al tema central de este capítulo, vemos que el comunismo, por su parte, se proponía un
sistema de participación dentro de “organizaciones de masas”, en una especie de democracia consensual o
por aclamación. Mao Tsetung resumió claramente esta idea, señalando que consiste en:
“Unir a todas las clases y capas sociales oprimidas –obreros, campesinos,
soldados, intelectuales y hombres de negocios–, todas las organizaciones populares,
partidos democráticos, minorías nacionales, chinos de ultramar y demás patriotas;
formar un frente único nacional ...” 19
Por otra parte, para Ortega y Gasset, que evidentemente nada tenía de comunista, “es evidente que
una sociedad existe gracias al consenso, a la coincidencia de sus miembros en ciertas opiniones últimas”. 20
Es en esta otra vertiente –que también proclama en boca del propio Ortega y Gasset la necesidad del
“consenso o unanimidad”– que la Falange española esbozó un sistema "vertical" de participación a través de
los sindicatos, una idea que probablemente busque sus orígenes a finales de la Edad Media en el experimento
de participación gremial en el gobierno que tuvo lugar en las ciudades italianas. En la Argentina, dentro de
parámetros semejantes, Juan Domingo Perón expresó en su Doctrina que:
“Podrían multiplicarse los argumentos para demostrar que cada día es más
indispensable la cooperación de la comunidad para mantener el equilibrio de los
intereses individuales y sociales y para obtener el reconocimiento y respeto de los
derechos inherentes a la personalidad humana.”21
Puede observarse así que tanto el fascismo como el comunismo tenían en su ideología bases loables
que incluían la participación popular. Empero, derivaron en la práctica en férreos sistemas dictatoriales. La
manifestación popular en ambos casos quedaba ahogada por el poder de un Estado centralizado que toma
todas las decisiones. Esos sistemas han funcionado con un propósito claro de eliminar la oposición
organizada y no de proporcionarle al pueblo un vehículo para considerar sus propuestas.
Resumiendo: el concepto de democracia participativa no tiene nada que ver con el mecanismo que
permite gobernar mediante decisiones mayoritarias, ni con los mecanismos que agrupan al pueblo en sectores
con capacidad de manifestarse dentro de su contexto limitado, ni con procesos de votación como es el
plebiscito donde se permite a los electores de un país, una provincia o un municipio contestar con un sí o un
no a determinada propuesta, ni, mucho menos, con la movilización masiva de ciudadanos que respondan al
líder carismático con estruendosa aclamación. La democracia participativa es un medio político
radicalmente distinto que exige una capacidad de intervención directa y eficaz en el proceso de tomar
decisiones.
El actual régimen cubano siguió los lineamientos del comunismo internacional durante más de 30
años (hasta el derrumbe del sistema soviético) con la creación de estructuras centralizadas bajo el poder
omnímodo del Partido Comunista. Pero el problema que allí se plantea es más grave por cuanto Fidel Castro
no es sólo el Presidente de Cuba sino también el Máximo Líder de la Revolución y su Comandante en Jefe, y
es calificado por quienes lo sustentan en el poder como el fundador de la nueva sociedad y su brazo armado,
el pensador, el guerrero, el jefe de la economía, la cultura y la sociedad cubanas, y el padre y árbitro político,
entre muchos otros atributos. En ese país, como ha sucedido en otros a ambos extremos del espectro
político, toda autoridad procede del líder y no puede ser ejercida por otros sino por delegación expresa de él.
Prueba fehaciente de ello es que durante el proceso gestor del IV Congreso del Partido Comunista en
Cuba, en el que se elaboró la Constitución Socialista de 1992, dos de las tres condiciones previas al debate se
19 Manifiesto Político del Ejército Popular de Liberación de China (Mao Tsetung), Octubre 1947.
20 Del Imperio Romano: “Los Estratos de la Discordia” (José Ortega y Gasset), La Nación, Buenos Aires,
1940.
21 Doctrina Peronista (Juan Domingo Perón), pág.56; Buenos Aires, 1948.
referían a esto precisamente. Es decir, que no entraban en tela de juicio:
a) el liderazgo y la permanencia de Fidel Castro en su carácter de líder máximo de la
“revolución”, con todos sus poderes habituales;
b) la condición del Partido Comunista de Cuba como partido único de la “revolución” marxista-
leninista; y
c) que había que mantener la economía de planificación centralizada y la propiedad estatal de
los recursos como sistema de desarrollo económico, producción y distribución de bienes.
Así se produjo, ni más ni menos, la imposición forzosa y recalcitrante de un sistema que se encontraba ya
sumido en el descrédito mundial y contemplaba el derrumbe de todas sus instituciones internacionales.
En Cuba el pueblo había participado en forma directa a un nivel local –presuntamente gestor– en los
debates iniciales sobre los temas que, según estimaban, debieran considerarse en el Congreso y sobre el
enfoque que habría que dar a la nueva Constitución. Pero este experimento gestor, que había despertado
tanto interés, incluso en el exterior, y tantas esperanzas de apertura política y evolución democrática, fue
quebrantado por tales condiciones, causando un enorme desencanto entre la ciudadanía que aspiraba a ser
parte activa en el proceso.22de Miami, 1992.
El V Congreso del PCC, que en el momento de escribir estas líneas planea realizarse entre el 8 y el
10 de octubre de 1997, va por derroteros semejantes y, en algunos aspectos, más estrictos e inflexibles.
Aprendida la lección del IV Congreso, el PCC no tiene empacho en señalar que:
“Hubo militantes que perdieron la perspectiva y cuadros que mantuvieron una actitud
rutinaria y de subestimación de las realidades”.23
Pero esa disensión nunca salió a la luz pública y no fue tolerada en las reuniones, sino que se impuso un
forzoso consenso. Es evidente que tampoco será tolerada ahora. Al contrario, son terminantes cuando
reafirman “... el papel insustituible del Partido único de la nación cubana y del sistema político que hemos
forjado”24, y cuando insisten sin ambages en que:
“Hoy está más claro que nunca que Revolución, Patria y Socialismo son una y la
misma cosa” y que “Sólo la unidad de los revolucionarios puede conducir a la unidad
del pueblo. Ella requiere un solo Partido ...”, porque “el pluripartidismo perseguía
dividir a los explotados y oprimidos, y sembrar la ilusiòn de que había democracia”. 25

Participación popular

No obstante, en Cuba se habla ahora también de democracia participativa como un eco de


iniciativas desarrolladas por Amalio Fiallo y Nicolás Ríos a través de sus "Seminarios de Democracia
Participativa", algunos de los cuales se han realizado dentro del país. Estos Seminarios tienen de positivo
que sirven de vehículo para impulsar un debate sobre ese tema en un entorno que hasta ahora había sido
hermético. El concepto queda tergiversado, sin embargo, al encasillar la supuesta participación democrática
dentro de parámetros unipartidistas, sometida a una estructura fundamentada en la dominación del caudillo
sobre el Partido, del Partido sobre el Estado y del Estado sobre la sociedad.

22 Para una equilibrada, detallada y sagaz descripción de este proceso, véase: Cuba: Crisis y
Transición (Pedro Ramón López-Oliver), Capítulo II; Research Institute for Cuban Studies,
Universidad

23 Convocatoria al V Congreso del Partido Comunista de Cuba.


24 Ibid.
25 Proyecto: el Partido de la unidad, la democracia y los derechos humanos que defendemos. Tesis
preparada por la alta dirigencia del PCC para presentar al V Congreso.
Además, un partido -cualquier partido- representa una corriente de opinión de un sector de la
población. El Diccionario de la Academia describe a un partido político como el “Conjunto o agregado de
personas que siguen y defienden una misma facción, opinión o causa”. Es decir, ningún partido puede
abarcar, ni siquiera en un concepto utópico, la opinión consensual de todos los sectores de un país. Todo
individuo tiene opiniones originales y propias, y busca a otros individuos con opiniones semejantes para
organizarse con un propósito común. De ese proceso aglutinador surgen los partidos políticos legítimos.
Luego la democracia no puede circunscribirse a un solo partido sin marginar y excluir a amplios sectores de
la población y coartar su libertad.
Mi esposa me hizo una observación que es merecedora de profunda reflexión y fue de los elementos
que inspiraron esta obra. Encaja precisamente en este capítulo. Me dijo: “Ningún gobierno puede
vanagloriarse de dar mucha libertad, porque la libertad, las libertades, son patrimonio del pueblo y no de
los gobiernos. El ejercicio de la libertad no es una dádiva de los funcionarios de turno”. Esto quiere decir
que la libertad, en su debida expresión, a través del ejercicio de los derechos humanos, es un patrimonio
inherente que no responde a la interpretación de sector o partido alguno ni puede estar sometida a un
esquema de prioridades por gobierno alguno.
Por otra parte, la propia “Constitución Socialista” que tiene vigencia actualmente en Cuba ha creado
estructuras e instituciones que son aprovechables para este objetivo de promover la democracia
participativa y propiciar por su intermedio las libertades públicas. Casi desde el comienzo, en el Art.4,
proclama que “En la República de Cuba todo el poder pertenece al pueblo”. El inciso b) del Art.8 “como
Poder del pueblo, en servicio del propio pueblo, garantiza” toda una serie de objetivos que pueden asumirse
sin reparos en el desarrollo político del país como conquistas que hay que lograr y preservar para el pueblo
cubano. El inciso c) hace otro planteamiento de igual pertinencia. Dudo que haya demócrata alguno que
pueda discrepar de los incisos b) y c) del Art...8 de la Constitución actual. Sobre esto se pronunció
oportunamente el obispo cubano Eduardo Boza Masvidal cuando escribió lo siguiente en el Boletín de la
UCE:
“Hacer realidad estas cosas positivas ha de ser compromiso de nosotros, los
cristianos, y por eso no podemos dejarnos encerrar en la disyuntiva: comunismo o
capitalismo liberal, sino abrir otro camino en el cual sepamos juntar la libertad y el
respeto a los derechos dados por Dios, con el sentido de solidaridad que supere el
egoísmo individualista, para construir así un mundo verdaderamente fraterno y justo.”
Como contraste al segmento anterior sobre participación consensual podemos traer a colación un hecho
ilustrativo que es pertinente al caso de Cuba.
El Partido Demócrata Cristiano de Cuba (PDC) fue fundado en 1991 en la ciudad de Miami mediante un
Congreso en el que participaron centenares de delegados cubanos procedentes de todas partes del mundo. Estos, a su
vez, habían sido escogidos por los comités gestores reunidos en todos esos lugares, quienes los enviaron al Congreso
con el mandato de representarlos y defender allí sus puntos de vista. El propósito del PDC desde entonces ha sido
desarrollar su actividad política dentro de Cuba para exponer su plataforma al pueblo cubano e impulsar dentro de la isla
el ideal participativo.
En ningún momento se hicieron en ese Congreso planteamientos que excluyeran a partido político alguno de la
vida de la nación. Pero la incapacidad del régimen actual de abrir las puertas a un diálogo y propiciar una
transformación democrática ha impedido que se realice aquel propósito. Desde entonces, el PDC ha venido
desarrollando una tesis sobre la democracia participativa que se basa en la siguiente premisa: La participación de
todos los electores en el proceso de tomar decisiones, por medio de organismos que estén en la práctica involucrados en
los mecanismos legislativos, puedan manifestarse con capacidad de veto en cuestiones de política en general y tengan la
facultad de supervisar la aplicación de las leyes y la administración del Estado.
En este sentido, su Manifiesto firmado en la ciudad de Miami, el 5 de mayo de 1991, proclama:
"Luchamos por un estado de derecho, por un proyecto político democrático-pluralista con
participación de todos a través de los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones
populares y otras asociaciones intermedias en todos los niveles de decisión política, económica y
social".
Esta orientación, con algunas variantes, se está manifestando también entre otros sectores del espectro político
cubano, cuya posición es clara en favor de la democracia participativa en un sistema que no excluya la diversidad de
corrientes ideológicas. Pueden destacarse entre ellos a los Socialdemócratas. Pedro Ramón López-Oliver dedica casi
tres páginas en una de sus obras recientes a este tema.26 Dentro de ese contexto, nos dice:
"Otro de los objetivos de la socialdemocracia es la democratización y realización de la
democracia mediante la participación cotidiana del ciudadano común en los asuntos de la
sociedad."
Y añade más adelante:
"Un alto grado de democracia participativa puede humanizar y personalizar el proceso
democrático sustancialmente, haciéndolo más accesible, efectivo y confiable."
Dentro de Cuba, grupos socialdemócratas han elaborado un proyecto de programa que se orienta hacia la
democracia participativa y la enfoca también dentro de parámetros económicos al defender los conceptos de
cogestión y autogestión de empresas.27
Sentadas estas bases, para lograr todo esto se precisa dar otro paso al frente. En el caso de Cuba, consiste en ir
más allá de la actual proyección sociopolítica del Gobierno de Castro y hacer realidad precisamente lo que ese régimen
ha estado prometiendo durante más de 35 años al pueblo cubano y nunca le ha dado, es decir, el Poder Popular.
El desafío consiste en ofrecer una solución que permita la manifestación ideológica a través de diversos
partidos políticos de todos los matices y tendencias, y que permita también la participación popular directa, mediante
Asamblea, en las decisiones políticas.
Este planteamiento desemboca en la idea de un sistema bicameral que recoja ambas corrientes de opinión y de
gestión: la del pueblo (en su manifestación directa o participativa) y la de los partidos políticos (en su manifestación
representativa).
En el capítulo anterior me refería a que este planteamiento tiene dos diferencias esenciales respecto a los
sistemas semi-parlamentarios actualmente en funcionamiento.
La primera –y más importante– consiste en que una de las cámaras legislativas es de naturaleza estrictamente
participativa28 y no representativa. La otra diferencia, que es consecuencia directa de ésta, resalta al proponer que el
Poder Ejecutivo, si bien debe ser autónomo y dinámico, tenga un papel de administrador y no de liderazgo. De este
modo el Ejecutivo no encarna el gobierno sino su administración. En cierto modo puede verse una similitud con las
grandes empresas corporativas o sociedades anónimas, donde el Presidente de la compañía administra y toma decisiones
sobre la marcha de la empresa pero la Junta de accionistas puede vetarlo, desautorizarlo y hasta destituirlo.
El Poder Ejecutivo estaría encabezado por un Primer Mandatario –llámesele Presidente si se quiere– que tiene
precisamente un mandato popular que cumplir mediante su gestión administrativa y la aplicación y ejecución de
políticas aprobadas por el Poder Legislativo. Este mandato sería supervisado por un Primer Ministro o Premier, elegido
por la Asamblea Nacional, con la tarea de vigilar su cumplimiento.
Bajo estas premisas sí puede abrirse una de las Cámaras a la participación popular sin comprometer por ello la
eficiencia ni la dinámica de gobierno ni provocar el caos o la parálisis. En este trabajo las identificamos como

26 Cuba: Crisis y Transición, Op. cit., Capítulo IV.


27 Para un amplio análisis de estos conceptos, véase: En pos de la democracia económica (Manuel
Barba Cudilleiro); Ediciones Universal, Miami, 1987.
28 Porque los Delegados (o diputados, si se quiere) a las Asambleas de todos los niveles han sido
previamente seleccionados por el pueblo directamente en Asamblea. Véase esta estructura en más detalle
en el Capítulo 5.
Asambleas del Poder Popular.29 El Poder Popular tendría entonces capacidad de decisión parlamentaria y serviría de
vehículo a la manifestación tanto popular como individual de las inquietudes, anhelos, aspiraciones, proyectos y críticas
de todos para el bien de todos.

5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

No existe oposición entre el fortalecimiento municipal y el comunitario. Ambas 
son dimensiones del fortalecimiento del gobierno local. Esta es una tarea a 
cumplir entre los técnicos, la comunidad de vecinos local y los políticos. El papel
del primero es la definición de las necesidades objetivas. El papel de la 
comunidad es expresar sus necesidades objetivas y el del político compatibilizar 
ambas dimensiones y coordinar estos esfuerzos y recursos hacia objetivos 
comunes.30

Equilibrio legislativo

D
esde el concepto participativo y pluripartidista puede ofrecérsele ahora al pueblo una síntesis política que abarque el
concepto de la soberanía popular dentro de un sistema de democracia representativa pluralista. Aprovechando las
instituciones políticas ya establecidas en Cuba por el régimen actual y reconociendo su realidad se puede elaborar por
etapas un sistema democrático popular y representativo.
En concreto: la propuesta básica consiste en que continúen funcionando las Asambleas del Poder Popular,
incorporándoles reglamentos que les permitan una amplia iniciativa y autonomía, y que, en un proceso paralelo, se
proceda a reconocer y respetar ampliamente el pluralismo ideológico y político, la libre asociación en partidos políticos
y el equilibrio de los poderes gubernamentales. Así se constituiría de hecho un gobierno de transición cuyo propósito
prioritario fuera crear las condiciones necesarias para la convocación de una Asamblea Constituyente.

29 Sería un error identificarlas en la estructura que proponemos y la gestión que realizarían con las
Asambleas del mismo nombre en la Cuba actual. Las diferencias fundamentales las apreciará el lector a
medida que desarrolle mi tesis en los capítulos siguientes. Si bien están modeladas con el mismo tipo de
estratificación política, esta tesis propone invertir la pirámide del poder y coloca al Poder Ejecutivo al servicio
de los intereses del pueblo.
30 La descentralización en los países unitarios de América Latina y el Caribe en la actualidad: cuatro
dilemas gerenciales (Dr. Nelson Amaro), Universidad del Valle de Guatemala, Facultad de Ciencias
Sociales, Guatemala, 1996). Ponencia presentada a la Conferencia Regional sobre Cooperación Política en
materia de Descentralización en América Latina (Caracas, Venezuela, 1 y 2 de agosto de 1996), bajo los
auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
La Asamblea Constituyente, a su vez, orientaría sus debates a la creación de un sistema de democracia
participativa por el cual el poder de las Asambleas surgiría de la base -la Asamblea de Distrito- y desde ellas se irían
eligiendo escalonadamente delegados a las Asambleas Municipales, las Asambleas Provinciales y la Asamblea
Nacional. Los delegados de las Asambleas serían electos en su propio seno, independientemente de su filiación política.
Los partidos políticos no estarían formalmente representados en ellas.
No obstante, hay que reconocer que, si funcionaran por sí solas, su gestión llevaría al caos ideológico y el
estancamiento político. Cada persona tiene un esquema de valores, aspiraciones, proyectos e intereses distinto, y sin el
aporte de programas estructurados, proyectos definidos o lineamientos ideológicos, las Asambleas podrían convertir
todo el ejercicio del gobierno participativo en la clásica «olla de grillos».
Se necesita por esa razón una estructura partidista paralela que, a través del Senado, encauce los programas de
los partidos mayoritarios y recoja y considere las opiniones de los minoritarios. Para que esta gestión del Senado se
refleje a su vez en las deliberaciones y debates de las Asambleas, podrían estar también representados en ellas con voz,
pero sin voto, observadores de los partidos políticos. Del mismo modo, los sindicatos, las asociaciones cívicas y
culturales, y otros grupos de intereses, contribuirían con sus observadores a presentar ponencias para estructurar los
temas de los debates y apoyar candidaturas a la Asamblea de nivel superior. Un saludable cabildeo público
podría desarrollarse como un medio positivo para ventilar los intereses sectoriales y promover iniciativas
legislativas.
El Senado estaría constituido por candidatos presentados por los partidos políticos y electos
periódicamente en voto universal y secreto. Podrían presentarse también, por supuesto, candidatos
independientes. Los proyectos de ley aprobados por el Senado serían sometidos a la Asamblea para su
estudio, y este órgano tendría facultades para proceder a su enmienda, aprobación o rechazo. Para hacer del
Senado una cámara más representativa de la nación, se podría idear un sistema por el cual cada Provincia
enviara al Senado a tres o cinco senadores electos entre los tres o cinco candidatos que recibieran más votos
en la Provincia respectiva.
Se podría evitar el monopolio de un solo Partido en el Senado, permitiendole a cada uno presentar
sólo dos candidatos (si se selecciona el sistema de tres senadores por provincia) o tres candidatos (si se
selecciona el sistema de cinco). Con un sistema de cinco Senadores por provincia sería posible también,
como alternativa, establecer un sistema electoral proporcional que propicie la representación en ese órgano
legislativo de uno o varios partidos minoritarios.
El sistema bicameral ha tenido tanto éxito porque, tradicionalmente, la cámara alta ejerce un poder
restrictivo de moderación sobre las decisiones de la cámara baja, limitando así los efectos posibles de las
fluctuaciones impulsivas o excesivas de la opinión pública. Asimismo, intenta evitar la centralización del
interés parlamentario en las zonas más populosas del país. Se acostumbra identificar a los senadores con la
cámara alta y a los diputados o representantes (en este caso asambleístas) con la baja.
Además, con el esquema bicameral que propongo funcionaría la democracia participativa a través
de las Asambleas, con la intervención paralela de los organismos sectoriales en ellas representados, pero sin
abandonar por ello totalmente el concepto representativo, afianzado en el Senado, donde se manifestarían en
forma estructurada las ideologías y aspiraciones de los partidos políticos.
Lo que se intenta aquí es que los partidos políticos no participen directamente en el poder, porque
numerosos ejemplos de la historia moderna nos demuestran que cuando un partido político determinado es
identificable con el poder se produce una tendencia irresistible a la corrupción administrativa, el gobierno
dictatorial y la hiperburocracia. Pero también es justo reconocer que esas agrupaciones ideológicas –que
legítimamente pueden llamarse partidos políticos– son las que proporcionan a quienes lleven la
responsabilidad del poder una base intelectual e ideológica que les permita orientar su gestión administrativa
o legislativa por una senda coherente.31

31 Václav Havel, ex Presidente de Checoslovaquia –y posteriormente de la República Checa– llega a


conclusiones semejantes en su libro titulado Disturbing the Peace, publicado en alemán justo en los
Características de este nuevo sistema bicameral

El equilibrio entre ambas cámaras puede tener diversas manifestaciones a las que me referiré
brevemente más adelante, pero puedo adelantar que el concepto básico aquí planteado implica que los
partidos e ideologías políticas se manifiesten como proponentes (función del Senado) y que el pueblo retenga
una facultad inalienable de decisión (función de las Asambleas).
Este planteamiento también contempla órganos legislativos paralelos a nivel provincial y municipal.
El Municipio contaría con un Concejo Municipal, electo periódicamente entre los candidatos postulados por
los partidos políticos, y la Provincia con un Senado Provincial que seguiría también el mismo curso electoral.
Los Concejos y los Senados Provinciales interactuarían con las Asambleas Municipales y las Asambleas
Provinciales en cuestiones que atañan en particular al Municipio o a la Provincia, respectivamente.
La principal diferencia entre ambos sectores del Poder Legislativo consistiría en que las Asambleas
elegirían en su propio seno a sus delegados en un sistema escalonado que parta desde la base –las Asambleas
de Distrito–, mientras que los Concejos Municipales, los Senados Provinciales y el Senado Nacional serían
elegidos por separado en comicios directos que abarcarían las comarcas correspondientes. En el sistema
escalonado, las Asambleas de Distrito elegirían a un delegado por cada Distrito para formar parte de la
Asamblea Municipal. En su momento, lo mismo harían las Asambleas Municipales y las Provinciales; las
unas, para elegir de su propio seno a los delegados Provinciales, y las otras, a los delegados Nacionales.
Por otra parte, habría elecciones periódicas en los Municipios para elegir a los Concejales de ese
Municipio y al Senador o Senadores del Municipio respectivo que deba representarlo en la instancia
Provincial. A su vez, en cada Provincia se convocarían comicios para elegir a los Senadores postulados en la
Provincia respectiva que han de representarla en el Senado Nacional.
Otra diferencia importante consiste en que el mandato de los miembros de la Asamblea Nacional
parte de las Asambleas de Distrito, aunque, por supuesto, ajustándose a los intereses Municipales y
Provinciales intermedios. Luego hay democracia directa porque en las Asambleas de Distrito pueden
discutirse problemas nacionales o provinciales, y hay democracia participativa porque los delegados
elegidos a las Asambleas Provinciales y a la Asamblea Nacional tienen un mandato directo de sus electores
en las Asambleas de nivel inferior y responden a ellos directamente. En el sector representativo –los
Concejos y los Senados–, los candidatos son elegidos por el pueblo en comicios por comarca y en respuesta a
su plataforma e ideología política, según las simpatías que su Partido y el programa que plantea despierte
entre los electores.
Pese a sus aparentes semejanzas, esta estructura política es radicalmente distinta a la que impera
actualmente en Cuba, porque en ese país las Asambleas de nivel inferior deben responder –según lo
determina la propia “Constitución Socialista”– a las de nivel superior y rendirles cuenta de su gestión local.
No sólo carecen los órganos locales de poder alguno sobre las Asambleas de nivel superior sino que están
totalmente subordinados a ellas. Además, el sistema no sólo es unicameral sino que excluye totalmente el
pluripartidismo con la imposición del “Partido único de la Revolución”.
Para una mayor claridad de estos planteamientos, véase a continuación un esquema simple de cómo
quedaría organizada la estructura política del país, con un eje legislativo y poderes ejecutivo y judicial bien
definidos y autónomos.

momentos en que se comenzaba a vislumbrar el derrumbe inminente del sistema soviético y del comunismo
internacional.
“Nada es tan conforme con las doctrinas populares como el consultar a la nación 
en masa sobre los puntos capitales en que se fundan los Estados, las leyes 
fundamentales y el Magistrado Supremo.” 32

El esquema gestor

P
rocedamos a enfocar esta propuesta desde una perspectiva esquemática que facilite a todos visualizar y evaluar el
proyecto de democracia participativa.
La gestión de gobierno tendría tres Poderes soberanos, con un funcionamiento autónomo, pero articulado,
dentro de parámetros constitucionales que deben acordarse mediante una Asamblea Constituyente en su oportunidad.
Estos tres Poderes podrían esbozarse como sigue:
1. Poder Legislativo nacional

a) Asamblea Nacional (participación popular)


i) Funciones
C Envía al Senado sugerencias legislativas
C Envía al Senado enmiendas legislativas
C Aprueba proyectos de ley, resoluciones y decisiones legislativas propuestas o enmendadas por el
Senado
C Emite votos de censura a los miembros del Gabinete
C Emite resoluciones de destitución por mayoría de  contra miembros del Gabinete
C Tiene autoridad para iniciarle juicio político al Presidente o al Vice-Presidente de la
nación o para participar en una iniciativa del Senado con este fin
C Aprueba o veta el Presupuesto Nacional presentado por el Senado. La Constitución
estipulará si la Asamblea tiene potestad para ejercer el veto por capítulos. Si el
Presupuesto (o parte de él) fuera vetado se devolvería al Senado con recomendaciones
de enmienda
C Convoca a plebiscitos

ii) Composición
C Presidente de la Asamblea Nacional: Elegido por la Asamblea entre sus propios
Delegados por un período que convenga a este órgano legislativo o según las normas
estipuladas por la Constitución. Preside las sesiones de la Asamblea Nacional y
supervisa la labor del Premier
C Premier (Primer Ministro): Elegido por la Asamblea entre sus propios Delegados por
un período determinado por la Constitución. Representa a la Asamblea Nacional en
las reuniones del Gabinete, donde puede ejercer el poder del veto. Recibe

32 Comunicación Oficial enviada por Simón Bolívar al Consejo de Gobierno de la República del Perú y
fechada en Magdalena el 27 de abril de 1826. Tomado de Doctrina del Libertador, p. 224, Fundación
Biblioteca Ayacucho, 3ª edición, Caracas, 1985.
instrucciones del Presidente de la Asamblea Nacional sobre las decisiones legislativas
de ésta y le rinde cuentas de su labor de intermediario ante el Poder Ejecutivo.
C Delegados: Elegidos por las Asambleas Provinciales, a las que deben rendir cuentas de
su gestión legislativa nacional
C Observadores: Designados por los partidos políticos, los sindicatos, los grupos
sectoriales y las instituciones cívicas, cuyas credenciales sean reconocidas por la
Asamblea. Tienen función de asesoramiento y de cabildeo, con voz pero sin voto en la
Asamblea. Pueden proponer temas a considerar en la Agenda de la Asamblea

b) Senado Nacional (representación partidista)


i) Funciones
C Estudia las sugerencias legislativas presentadas por el Gabinete o por la Asamblea y
toma decisiones sobre ellas dentro de un límite de tiempo establecido
C Redacta proyectos de ley, resoluciones y decisiones legislativas en base a las propias
iniciativas del Senado, a las sugerencias recibidas de otros cuerpos o a las enmiendas
introducidas por la Asamblea a los instrumentos legislativos previamente sometidos a
consideración de ésta. Todos los instrumentos legislativos del Senado tienen que ser
aprobados ulteriormente por la Asamblea
C Aprueba los nombramientos de los miembros del Gabinete
C Emite votos de censura a los miembros del Gabinete
C Presenta a la Asamblea propuestas de destitución contra miembros del Gabinete
C Tiene autoridad para iniciarle juicio político al Presidente o al Vice-Presidente de la
nación o para participar en una iniciativa de la Asamblea con este fin
C Enmienda y avala el Presupuesto nacional presentado por el Poder Ejecutivo para
someterlo a la aprobación de la Asamblea
C Convoca a plebiscitos en casos de prolongado impasse con la Asamblea

ii) Composición
C Vice-Presidente de la República y Presidente del Senado: Preside las sesiones del
Senado y emite su voto en caso de empate. Presenta y defiende las sugerencias
legislativas procedentes del Poder Ejecutivo. Representa al Poder Ejecutivo ante el
Senado, al que rinde cuentas de la gestión administrativa
C Presidente de la Mayoría: Elegido por el Partido mayoritario en el Senado
C Presidente de la Minoría: Elegido por los Senadores de todos los Partidos de oposición
C Senadores: Elegidos en sus respectivas Provincias por voto universal y secreto entre los
candidatos postulados por los partidos políticos. Representan los intereses de su
Provincia respectiva y la ideología y los programas de sus respectivos Partidos
políticos

c) Organos legislativos provinciales y municipales (Asambleas, Senados y Concejos)


Contarían con la misma estructura a nivel regional o local de los órganos legislativos
nacionales respectivos. Enfocarían problemas y proyectos a esos niveles que no sean
de orden nacional, de conformidad con la gestión y poderes que les asigne la
Constitución. Pasarían ordenanzas locales a nivel provincial o municipal. Las
Asambleas provinciales o municipales instruirían a sus delegados elegidos al nivel
superior de los intereses regionales o locales que están obligados por mandato a
representar y defender. La interacción entre las Asambleas y los Senados y Concejos
correspondientes seguiría el modelo, al nivel provincial o local, del sistema utilizado
en la legislación nacional.

2. Poder Ejecutivo

a) Administración Nacional
i) Funciones
C Administra el país en virtud de los mandatos de la Asamblea Nacional, presentados por
el Premier en las reuniones del Gabinete, y en cumplimiento de las leyes, resoluciones
y decisiones aprobadas por la Asamblea. Elabora un programa de gobierno tratando
de ajustar esos parámetros a la filosofía política de su Partido
C Recaba del Poder Judicial decisiones acerca de leyes, resoluciones o decisiones
aprobadas por la Asamblea que estime inconstitucionales (Recurso de
inconstitucionalidad)
C Toma decisiones de emergencia nacional en consulta con el Gabinete
C Selecciona a los miembros del Gabinete y presenta su nombramiento al Senado
C Rechaza o acepta los votos de censura presentados por la Asamblea o el Senado contra
un miembro o miembros del Gabinete
C Destituye a los miembros del Gabinete por propia iniciativa o por mandato de la
Asamblea
C Elabora el Presupuesto Nacional y lo somete al Senado para su aprobación
C Toma decisiones provisionales sobre defensa y relaciones exteriores que pueden ser
avaladas o no por la Asamblea dentro de un plazo establecido

ii) Miembros
C Primer Mandatario de la República en funciones de Presidente del Poder Ejecutivo:
Elegido por voto universal y secreto entre los candidatos postulados por los Partidos
políticos. Nombra al candidato a la Vice-Presidencia del Poder Ejecutivo. Nombra o
destituye a los miembros del Gabinete y preside sus sesiones en la función de
administración pública
C Vice-Presidente del Poder Ejecutivo. Elegido junto con el Primer Mandatario por voto
universal y secreto. Reemplaza al Primer Mandatario en los casos que prevea la
Constitución. Realiza la función que se le haya asignado ante el Poder Legislativo
C Administradores (Ministros). Nombrados por el Primer Mandatario para formar parte
del Gabinete. Administran el sector del gobierno que se les haya asignado, en consulta
constante con el Primer Mandatario. Proponen al Primer Mandatario los elementos
del Presupuesto Nacional y del Programa de Gobierno que les atañan en virtud del
sector que administran. Comparecen ante el Poder Legislativo para responder a
interpelaciones de cualquiera de las cámaras
b) Administraciones Provinciales y Municipales
i) Funciones
C Administran sus respectivas localidades siguiendo las directrices de la Administración
Nacional y coordinando sus funciones con los mandatos de orden provincial o local
que emanen de la Asamblea Provincial o Municipal respectiva en su interacción
legislativa con el Senado Provincial o el Concejo Municipal correspondiente
C Elaboran el proyecto de presupuesto de la Provincia o el Municipio respectivos y
establecen regímenes impositivos para sufragarlo

ii) Miembros
C Gobernadores de las Provincias respectivas elegidos por voto universal y secreto de los
electores de esa Provincia entre los candidatos postulados por los partidos políticos.
C Alcaldes de los Municipios respectivos, elegidos por voto universal y secreto de los
electores de ese Municipio entre los candidatos postulados por los partidos políticos.

3. Poder Judicial

a) Tribunal Supremo
i) Funciones
C Interpretación de la constitucionalidad de las leyes.
C Consideración de las causas jurídicas que acepte entre las referidas por los Tribunales
de Apelaciones y codificación de los precedentes jurídicos que emanen de estas
causas.
C Organo supremo de Administración de justicia.
C Supervisa las actividades del Organismo Nacional de Investigaciones y de la Policía
Judicial Nacional y se sirve de ellos para la aplicación de la justicia.

ii) Miembros
C Presidente del Tribunal Supremo: Elegido por sus pares con carácter vitalicio o por el
término que establezca la Constitución.
C Magistrados del Tribunal Supremo: Un número de magistrados nombrados por el
Primer Mandatario de la República con la aprobación posterior del Senado nacional y
otro número igual nombrados y aprobados por la Asamblea Nacional. El mandato de
todos estos Magistrados puede tener carácter vitalicio33 –como se hace en algunos
países– o limitarse al término que establezca la Constitución.
C Director del Organismo Nacional de Investigaciones: Nombrado por el Primer
Mandatario de la República con la aprobación posterior del Asamblea Nacional por

33 Los defensores del carácter vitalicio de los Magistrados se basan en que se evita así que el proceso
electoral influya en el Poder Judicial. La periodicidad de los Magistrados coincidiría peligrosamente con los
vaivenes de la política nacional, pero el carácter vitalicio fomentaría una firme independencia judicial y
afianzaría la experiencia del funcionario. Sus detractores temen que el funcionario judicial al que se le haya
garantizado un puesto de por vida no se vea tan obligado a justificar sus acciones, se sienta más tentado a
ceder a la corrupción o a opiniones subjetivas, o deje de ser útil para el Poder Judicial por motivos de edad
y salud.
un período que establezca la Constitución. Está al servicio del Tribunal Supremo y
de los demás Tribunales a nivel Provincial (de Apelaciones) y Municipal (de Primera
Instancia).
C Jefe de la Policía Judicial Nacional: Nombrado por el Presidente del Tribunal Supremo
con la aprobación posterior por mayoría simple de los demás Magistrados. Asiste al
Tribunal Supremo y a los demás Tribunales en la aplicación de la justicia.

b) Tribunales de Apelaciones
i) Funciones
C Consideración de las apelaciones elevadas por los Tribunales de Primera Instancia
C Asistencia a nivel provincial en las actividades de administración de justicia.
ii) Miembros
C Una estructura semejante a nivel provincial a la del Tribunal Supremo.
C Los nombramientos decididos y aprobados por el Tribunal Supremo.
c) Tribunales de Primera Instancia
i) Funciones
C Consideración de las causas civiles y criminales a nivel municipal.
ii) Miembros
C Jueces nombrados por las Asambleas Municipales y aprobados por los Concejos
Municipales.

Equilibrio de poderes

En todo este esquema vemos un énfasis muy acentuado en establecer un equilibrio de poderes clásico
entre los sectores Ejecutivo, Legislativo y Judicial del Gobierno, pero con una proyección revolucionaria
que promueve la participación directa del ciudadano en cada uno de esos poderes, en particular en los
Poderes Ejecutivo y Legislativo. No tanto así en el Poder Judicial por el alto grado de autonomía que
requiere la administración de justicia sin la interferencia desestabilizadora de la opinión pública. De todos
modos, al más alto nivel, la orientación del Tribunal Supremo estaría directamente influida mediante el
proceso de nombramientos, en el que confluyen el Poder Ejecutivo y el Legislativo por partes iguales y
donde se equipara la orientación ideológica representativa con las preferencias populares participativas. En
el nivel inferior de primera instancia hay también influencia popular mediante el proceso de nombramientos.
Como se ve, aun en este sector del Gobierno trato de establecer un equilibrio de poder, sin temor a
que la dignidad y firmeza del Poder Judicial pueda verse permeada por la veleidad popular. Lo propongo
así con un convencimiento que mostró el propio Simón Bolívar:
“Nada es tan conforme con las doctrinas populares como el consultar a la nación en
masa sobre los puntos capitales en que se fundan los Estados, las leyes fundamentales y
el Magistrado Supremo. Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción;
pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la conciencia de su propio bien y la
medida de su independencia ....”34
Bolívar va más allá, quizás peligrosamente, al despojar al Poder Ejecutivo de toda autoridad en el
nombramiento de los Magistrados. Así lo decide en el mensaje que envía el 25 de mayo de 1826 al Congreso
de Bolivia, analizando el Proyecto de Constitución Boliviana redactado por él. Para darle “una
34 Doctrina del Libertador, Ibid., p. 224.
independencia absoluta”, propone que el pueblo presente los candidatos del Poder Judicial y el Poder
Legislativo los escoja, y afirma que:
“Si el Poder Judicial no emana de este origen, es imposible que conserve en toda su
pureza la salvaguardia de los derechos individuales”.35
En este proyecto de democracia participativa se trata de establecer un equilibrio entre las ideologías
partidistas y la voluntad popular, y para ello se plantea que la mitad de los nombramientos responda a la
opinión expresada por los partidos políticos a través del Poder Ejecutivo y el Senado.

El gobierno como gestión administrativa

Por otra parte, en el proceso de gobernar se hace énfasis en administrar como función real del
Poder Ejecutivo. Es decir, si bien es cierto que el Primer Mandatario es elegido por el pueblo por voto
universal y secreto según la decisión mayoritaria, en base a una preferencia ideológica que descansa en la
plataforma y el programa político presentado por el candidato, este mandato electoral está supeditado a las
decisiones legislativas y a la interpretación que de éstas haga el Poder Judicial cuando le corresponda
intervenir por una cuestión constitucional. El Ejecutivo tiene una función administrativa dentro de este
concepto, pero con una amplia capacidad de iniciativa, como puede verse, para impulsar a través del Poder
Legislativo la orientación original de su plataforma y programa. Lo mismo puede decirse a nivel provincial y
municipal. Tiene también la responsabilidad de la iniciativa en casos de emergencia nacional, provincial o
municipal, así como en la gestión de las relaciones exteriores..
Es en el Poder Legislativo donde se pone en juego el carácter representativo y participativo, en
igualdad de jerarquía, de este sistema de gobierno. La participación, como ya dije, se manifiesta a través de
las Asambleas, y la representación se produce en los Senados y Concejos. ¿Por qué no prescindir de éstos y
dejar a las Asambleas toda la responsabilidad legislativa? Ya esbocé el peligro de hacerlo así en la
introducción de este Capítulo, pero, más allá de lo dicho, el concepto básico o subyacente consiste en
permitir una manifestación ideológica estructurada, al mismo tiempo que se le da poder de participación y de
decisión al individuo.
Dentro de este mismo concepto, el ala senatorial del Poder Legislativo es la que cuenta con el
conjunto de tesis, proyectos, propuestas, programas y aspiraciones que son los elementos que aglutinan las
fuerzas vivas de los sectores ideológicos o partidos. Les corresponde, por lo tanto, el papel de proponentes
y, en última instancia, de asesores legislativos de las Asambleas. Pero el propósito de todo este sistema es el
concepto de que las Asambleas –es decir, los ciudadanos en ellas manifestados– son soberanas en el devenir
de la República. Les corresponde, por lo tanto, el papel de ejecutores. Y de aquí se deriva todo el concepto
del Poder Ejecutivo como administrador de la voluntad del pueblo.
La consecuencia natural sería que en un país gobernado de esta forma no habría ciudadano que no
cuente con más poder que el propio Primer Mandatario, aunque, como es lógico, dentro de los parámetros de
su función en la sociedad o en la comunidad así estructurada. La lógica estriba en que el ciudadano activo
tiene la potestad de participar directamente en las Asambleas de Distrito y de iniciar en ellas una actividad
de carácter legislativo. Si tal iniciativa cuenta con los elementos necesarios para convencer a sus
conciudadanos, puede avanzar por todo el camino deliberativo hasta la Asamblea Nacional. Este mismo
ciudadano, si cuenta con las cualidades de liderazgo, dinamismo y persuasión necesarias, puede ser elevado
por sus propios conciudadanos por la escalera de responsabilidades que conduce a la posición de Premier. El
Premier cuenta con el mandato soberano de las Asambleas y con el respaldo de la Constitución para dictarle
al Primer Mandatario y, a través de él, al Poder Ejecutivo lineamientos o directrices –en forma de leyes o
resoluciones– de orden político, económico y social.

35 Ibid., p.236.
Pero la posición de Premier tampoco es omnímoda porque su actuación política es la de un
intermediario entre los dos Poderes y no cuenta con iniciativa propia sino que manifiesta las iniciativas
aprobadas por sus conciudadanos. Es en realidad un subalterno del Presidente de la Asamblea Nacional y, a
través de él, de la propia Asamblea.

La limitación del poder

La idea aquí desarrollada de la limitación de los poderes del Ejecutivo no es tampoco enteramente
original en su concepto.
El sofista Antifon, de la Grecia clásica, redactó todo un tratado Sobre la concordia. Se trata del
consenso o unanimidad en el modo de pensar que posteriormente el mismo Cicerón identifica como
concordia y que define en su obra Sobre la República como “el mejor y más apretado vínculo de todo
Estado”. Esta teoría del consenso queda plasmada en Heraclea, durante el siglo IV AC, con una magistratura
llamada ªn@D@H JH Òµ`L@4"H, es decir, “inspector de la unanimidad”.
En la República Romana posterior se prescinde del poder omnímodo de los reyes 36, primero
mediante la creación de un sistema compuesto por un Consejo de ancianos, por los jefes de las parentelas o
gentes y por un magistrado, designado por elección, a quien se encarga de la función ejecutiva, esto es, de
hacer cumplir las leyes y capitanear el ejército. Estos fueron los primeros pretores. Quedaba la plebe37, ese
sector de la población sin mando efectivo en las cuestiones públicas. Pero la plebe creció en número y con el
número aumentó de hecho su poder. Bajo la presión popular, el pretor abandonó el mando supremo y lo
delegó en dos nuevos magistrados, denominados cónsules, con el propósito de que su actuación gemela o
colegiada impidiera la posible tiranía de un hombre solo. El pretor quedó entonces limitado a regentar el
derecho privado.
Esta situación se ve forzada a evolucionar aún más debido a que la plebe metropolitana romana se
convierte en un contingente multitudinario que cobra preponderancia como elemento auxiliar imprescindible
de las campañas militares. Hay que hacer una disgresión para aclarar que la palabra plebe no tenía en la
Roma clásica el contenido peyorativo que se le otorga en la sociedad moderna. La plebe romana concordaba
fundamentalmente con la visión que de Roma tenían los patricios y contribuía a fomentarla. Cree en Roma y
en su destino y participa con absoluta solidaridad en los esfuerzos en pro de su engrandecimiento. Pero le
falta algo fundamental. La plebe adquiere conciencia de la responsabilidad del mando, quiere ejercer poder.
Para lograrlo toman un curso decisivo: la plebe entera, con su meneur al frente, se retira al monte Aventino y
allí acampa. Deciden que si no pueden ejercer el poder en Roma, lo ejercerán fuera de ella.
Contrasta esta acción de raíz pacífica, pero con un alto grado de coraje, con la acción revolucionaria
típica que intenta realizar reformas mediante la aniquilación del Estado y la construcción sobre sus ruinas de
otro radicalmente distinto. La historia nos ofrece este ejemplo de una amenaza separatista, una resistencia
pasiva, una decisión de no cooperar, un vacío creado en una ciudad que depende de ese amplio sector para su
subsistencia.38 Los nobles y patricios ceden. Se crea entonces el título de tribuno de la plebe, un magistrado
que representa al pueblo y depende de él para su actuación. Este tribuno, no tiene mando pero sí tiene poder.

36 Dijo Cicerón: “El déspota del pueblo es lo que llaman los griegos tirano... los griegos quisieron designar
con este nombre al rey injusto; nosotros llamamos reyes indistintamente a todos los que ejercen por sí solos
una autoridad perpetua”. Sobre la República, Libro Segundo, XXVI y XXVII.
37 Según J. Corominas, en su Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, esta palabra está
tomada del latín “plebs, plebis” y, en sentido general, significa “pueblo”. Pero no se refiere a todo el pueblo
en su concepto moderno sino a ese sector de la población que no incluía a los patricios, magistrados,
pretores y militares de alto rango.
38 Un ejemplo señero de la eficacia de este tipo de resistencia pasiva, lo encontramos en este siglo en la
actuación pública de Mahatma Ghandi, primero en Sudáfrica y, finalmente, al frente de su pueblo en la India.
Tiene el poder más decisivo que pueda dársele a alguien en la función de gobernar: el poder del veto. Es el
poder de decir no. El poder de congelar el aparato del Estado cuando éste deja de servir los intereses del
pueblo; el poder de evitar el desmán del mando. Su gestión fue tan eficaz que logró mantener la solidaridad
entre el Senado y la plebe durante más de 350 años.
La función del Premier en la futura Democracia Participativa, como la he esbozado en esta obra,
puede encontrar así sus raíces en aquel tribuno de la plebe, con una función estabilizadora semejante que
también podría durar siglos.

El sistema electoral

No es la intención de este trabajo entrar en detalles que deben plasmar en la Constitución y


resolverse por medios democráticos. La propuesta contenida en esta obra sería contradictoria si pretendiera
dictar también elementos de una legislación electoral y de mecanismos que no afecten directamente la
aplicación efectiva de la democracia participativa.
Por ende, al margen de las preferencias del autor, sean éstas pertinentes o no, corresponde al propio
pueblo en Asamblea Constituyente –y a través de sus órganos legislativos en una etapa posterior– determinar
si el término del mandato presidencial ha de ser de 4, 5 ó 6 años, si los Senadores han de ser elegidos con
determinada frecuencia y en forma escalonada o no; si la representación en el Senado ha de ser proporcional
o directa; si la reelección estará permitida y, en caso de estarlo, cuántas veces; si una crisis grave de gabinete
provocada por la acción de la Asamblea o la del Senado ha de dar lugar a la convocación de nuevas
elecciones presidenciales; si el veto en los órganos legislativos debe contar en unos casos con la mayoría
simple y en otros con la mayoría de ; si se produce un juicio político cuáles serían sus parámetros jurídicos;
en fin, todo lo que sería parte de la maquinaria pero cuyas variantes no alterarían esencialmente el sistema
directo-participativo de gobierno en Asamblea.
Puedo decir, eso sí, que para que sea congruente el sistema directo-participativo de gobierno los
partidos políticos no tendrán potestad de presentar candidaturas a las Asambleas. Las candidaturas podrían
presentarse mediante la manifestación del presunto candidato de su disposición de postularse y con el
respaldo manifiesto de la Asamblea –o un sector de ella– a su candidatura. También mediante la postulación
presentada por cualquier asambleísta o grupo de ellos en favor de cualquier otro asambleísta. La elección se
produciría posteriormente en el pleno de la propia Asamblea.
Estas elecciones se realizarían a nivel de Distrito, donde es posible la participación popular en una
interacción de democracia directa. No quiere esto decir que el candidato sea o deba ser apolítico, puesto que
todos tenemos preferencias políticas y simpatías partidistas de uno u otro tipo, sino que su elección no
responda a partido político alguno y, por tanto, su gestión legislativa no esté comprometida con los dictados
de ninguna disciplina partidista.
Los Asambleístas así electos en la base formarían a su vez la Asamblea Municipal correspondiente
y eligirían, como ya señalé en otra parte, a quien(es) habría(n) de representarlos en la Asamblea Provincial.
El mismo proceso se seguiría para elegir a los asambleístas que formarían la cúpula legislativa en la
Asamblea Nacional. Lo que se pretende con esto es lograr una verdadera representación a todos los niveles,
porque todos y cada uno de los asambleístas nacionales habrían sido elegidos necesariamente en primera
instancia y directamente por el pueblo a nivel de Distrito.
Aunque he dicho en otra parte que, teóricamente, el pueblo en la Asamblea de Distrito podría
iniciar la destitución de cualquier asambleísta nacional y hasta del propio Premier, si vamos a ser
pragmáticos, la influencia popular mediatizada por tantos escalones legislativos sería muy difícil que
alcanzara a ser un factor determinante a nivel nacional. Por lo tanto, habría que considerar dos soluciones
contrapuestas. Una, la de limitar el término máximo de los asambleístas nacionales, incluyendo al Premier, en
una rotación que podría producirse cada dos o tres años, pero que no excluyera la reelección en un proceso
que partiera de la base, como corresponde a esta propuesta. Otra, la de concederles un término mínimo. Es
decir, un período razonable durante el cual le sea posible desarrollar una política coherente en su función
legislativa sin estar sometido a mociones de censura o destitución desde el inicio mismo de su gestión.
Pasando a las preferencias del autor, el Senado debiera contar en el proceso electoral con una amplia
flexibilidad de reelección. El motivo es que este órgano legislativo sí responde a los planteamientos
ideológicos y políticos de los partidos que hayan tenido éxito en lograr la elección de sus candidatos. Estos
serían postulados por un partido político determinado y los electores procederían a seleccionarlos en la boleta
electoral guiados en gran medida por la simpatía que les mereciera su plataforma política. Estimo que si se
permitiera a los senadores la reelección hasta por cuatro términos, la periodicidad electoral podría ser de 4 ó
5 años; si fuera por tres términos, de 6 años. Esto permitiría desarrollar un Senado con considerable
experiencia legislativa.
Siguiendo con las preferencias del autor, el Primer Mandatario no debiera prolongar su mandato por
más de dos términos de 4, 5 ó 6 años. Favorezco el mandato de 4 años y la reelección porque el país se puede
sacar de encima a un mal administrador sin producir una crisis de poder en un tiempo razonable y, a su vez,
puede aprovechar a un buen administrador por un segundo término. Por otra parte, no olvidemos que en este
sistema se plantea un mecanismo que permite la destitución por parte del Poder Legislativo y que, por lo
tanto, un administrador desastroso no llegaría a sobrevivir siquiera su primer mandato.
La destitución del Primer Mandatario implicaría la convocación de elecciones presidenciales para
llenar el término inconcluso. El VicePrimer Mandatario se haría cargo de esas funciones de manera interina
hasta que tomara posesión el nuevo candidato electo por el pueblo, que podría ser, por supuesto, el propio
Vice.
No me adentraré en otros pormenores electorales por las razones que ya he señalado.

6. LA LUCHA POR EL PODER

“Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la
dignidad plena del hombre”. 39

El poder como autoridad

D
ijo Alberdi: “El poder ... es la piedra fundamental del edificio político”. Puede definirse como la suprema potestad
rectora y coactiva del Estado. Es decir, su facultad y jurisdicción para ejercer el mando y ejecutar las decisiones

39 Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 270, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
públicas. Como un concepto sustantivo, puede equipararse poder con autoridad. Como término relativo puede
definirse como el proceso de gobernar. En todas las acciones de gobierno, desde la interpretación de la Constitución y
las leyes hasta el simple acto de imponer una multa de tránsito, esas decisiones están influidas por el equilibrio del
poder y la forma de ejercerlo. Las decisiones de gobierno están apoyadas por sanciones que dependen en última
instancia en el elemento de fuerza que pueda ejercer el Estado. Esta es la preocupación principal cuando se busca
limitar la capacidad coactiva del Estado mediante un mecanismo de equilibrio de poderes.
El derecho de participar en el gobierno y de oponerse a él es el sello distintivo de la poliarquía, que puede
definirse como cualquier sistema político que propicie una amplia tolerancia por la autonomía individual y de
organización en su actuar público y que requiere del Estado la protección de los grupos y los ciudadanos en sus
manifestaciones públicas y privadas. He aquí el escenario de la lucha por el poder.
La consecuencia directa de ello es que convivan en cualquier poliarquía multitud de organizaciones variadas,
como los clubes privados, las organizaciones culturales, los grupos de presión o cabildeo, los partidos políticos, los
sindicatos, las organizaciones religiosas, etc., que no dependen del Estado ni tienen que contar con él para existir como
tales. Todas estas manifestaciones de opinión o preferencia en la sociedad forman parte también del edificio político
como estructuras de poder, dentro de los parámetros de su capacidad de manifestarse, de influir en las decisiones y de
existir con el grado de autonomía que estipulen las leyes o la Constitución.
El concepto de plataforma política puede definirse rigurosamente como un proyecto o programa para una
deliberada distribución de valores, recursos y prerrogativas por parte del cuerpo social que compone la nación. Cada
acción de gobierno que resulte en la distribución de ciertas cosas (valores, recursos, prerrogativas, etc.), sean deseables
o no, o que determine que así habrá de hacerse dentro de un período determinado, constituye la aplicación de una
plataforma política específica. El aspecto formal de una plataforma es que contiene una declaración de intención
explícita o implícita, ya tome la forma de una orden ejecutiva, una resolución legislativa, un decreto, una norma
administrativa o la simple declaración de intención que forma parte de las campañas políticas. La ejecución de las
directivas o programas que emanen de la plataforma corresponde al ejercicio del poder. Sus resultados bien pueden dar
lugar –y a menudo lo hacen– a la modificación, la subversión o incluso la destrucción de la declaración original de
intención como fuera formalmente enunciada en su oportunidad. Esta es una realidad pragmática porque los aspectos
formales de cualquier política tienen que enfrentarse a la compleja red de intereses que forma parte de una
sociedad y acomodarse a sus características siempre en constante transformación.
El poder es la autoridad –y la capacidad administrativa de ejecutarla– que deposita la sociedad en el
Estado. Su limitación o, más bien, su institucionalización, depende sencillamente del control que puedan
ejercer los ciudadanos sobre el comportamiento del Estado y sus actividades ejecutivas, legislativas y
judiciales. Puesto que este poder político implica que siempre habrá ciudadanos con la investidura que les
permite ejercer control –por medio del aparato del Estado– sobre otros ciudadanos, la conclusión lógica es
que el poder político tiene siempre un carácter recíproco. Esto quiere decir que quienes ejercen
efectivamente el poder no tienen otra alternativa que la de crear expectativas emocionales y reacciones
racionales de los gobernados en apoyo mayoritario de su gestión de gobierno. De este modo se ejerce el
poder al inducir a los gobernados a aceptar, implícita o explícitamente, las órdenes y decisiones de los
gobernantes. Cuando este mecanismo falla, por supuesto, unos pocos pueden conservar el poder mediante el
recurso de la violencia. El poder ejercido por una minoría mediante la violencia toma las características
dictatoriales de la tiranía, y a menudo desemboca en ella.
Max Weber distinguía dos categorías de poder. Según Weber, existe el poder carismático, encarnado
en un líder, con carácter excéntrico, centralista, arbitrario y, en términos generales, mesiánico. El poder
carismático representa siempre una amenaza al orden y la estabilidad política, y conduce también con harta
frecuencia a la dictadura y la tiranía. Y existe también el poder burocrático. Para Weber, este poder
garantizaba el equilibrio social y político frente a los excesos de líderes y caudillos. Veía a la burocracia
como una forma de organización social que restringía eficazmente las cualidades excéntricas del poder
carismático.40 Y la burocracia, por supuesto, vendría a ser la consecuencia natural de las instituciones
democráticas.

El poder como fuerza

En Cuba se ejerce un poder carismático bajo la égida de Fidel Castro y en los Estados Unidos se
ejerce un poder burocrático bajo el presidente de turno. Gústele o no la idea al lector, el pueblo cubano hizo
entrega del poder al líder carismático y dinámico sin preocuparse mucho de que mediaran instituciones
fuertes (burocráticas) para frenar ese poder. Así fue también con Juan Domingo Perón, en la Argentina,
Hitler y Mussolini, en Europa, Lenin y Stalin, en la Unión Soviética, y Mao TseTung, en China, entre
muchos otros.
El poder burocrático, sin embargo, puede ser vigoroso bajo un líder carismático sin someterse a él,
provocando un beneficioso y dinámico equilibrio institucional. Como ejemplo de ello dejaron su huella en la
historia dirigentes de la estatura de Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, Jawaharlal Nehru, José
Figueres, Conrad Adenauer y muchos otros, que supieron guiar a sus respectivos países por la vía del
progreso en democracia. La eficacia de este poder burocrático sólo es posible con la consolidación de
instituciones fuertes en todos los niveles de la sociedad democrática. Las instituciones, de hecho, son centros
de poder cuando pueden desenvolverse de forma autónoma.
Carlos Marx ve las cosas de otro modo. En el Manifiesto Comunista, redactado por él y Federico
Engels en 1848, estima que se accede al poder mediante una lucha de clases. Y que el elemento fundamental
de poder en la sociedad es el control de los medios de producción, que, eventualmente, en la síntesis
comunista del triunfo total del proletariado sobre la burguesía, serían controlados exclusivamente por los
trabajadores. Pero antes de alcanzar esa síntesis ideal o utópica, la interpretación leninista del marxismo
derivó en un proyecto por el cual el Estado, es decir, la élite gobernante, debe intervenir en la lucha por el
poder para acaparar en forma absoluta todos sus mecanismos.
La justificación a tal régimen totalitario –con el eufemismo de dictadura del proletariado– se daba
por la necesidad de ejercer un poder absoluto a fin de aplastar las fuerzas de la burguesía y el capitalismo
hasta que no quedase traza alguna de ellas. El resultado pragmático es que la dictadura la ejerce de hecho la
élite gobernante con la promesa de que tiene un carácter provisional en virtud del concepto dialéctico. No
sería hasta el momento de alcanzar la sociedad utópica que esa élite gobernante cedería buenamente el poder
absoluto que detentaba en favor de las fuerzas proletarias.
La realidad histórica fue bien distinta, como lo atestigua el propio Mikhail Gorbachev, citado en otra
parte de esta obra. Esa promesa no habría de cristalizar nunca sino que se transformaría en una pugna
constante por el poder. Y el poder en un sistema totalitario es con frecuencia sinónimo de supervivencia. Una
testigo presencial de esta realidad, Agnes Heller 41, resume así esta pugna:
“La necesidad de poder se convierte en la necesidad número uno, porque el resto
de las necesidades se satisfacen en proporción directa a la posición de poder ejercida
dentro de un universo político enteramente monolítico. Los pocos objetos de satisfacción
restantes son asignados, exclusivamente, por los detentadores del poder central; más aún,
son ellos quienes determinan las necesidades de la gente (los grupos sociales); el único

40 Para un análisis penetrante de las ideas de Weber concernientes al carisma y la democracia, el lector
debe leerse: Max Weber: An Intellectual Portrait (Reinhard Bendix), Doubleday Anchor Books, 1962.
41 Nació en Hungría en 1929 y fue alumna destacada de György Lukács. Su creciente actitud crítica al
sistema soviético –implantado en su país al concluir la II Guerra Mundial– la lleva al exilio cuando llega a la
conclusión de que las sociedades de tipo soviético no son reformables y que sus características
estructurales son “monumentales callejones sin salida”. Expresó también que “las sociedades soviéticas
representan, junto con la Alemania nazi, el peor desarrollo posible del mundo moderno”.
criterio para tal determinación (cuantitativa) es la cantidad de objetos de satisfacción
que están dispuestos a distribuir entre los distintos grupos. He denominado a ese sistema
de asignación de necesidades “dictadura sobre las necesidades”. Ciertamente, la
determinación de necesidades y la distribución de su satisfacción por una autoridad
monolítica es una dictadura en su grado sumo; y lo es, en particular, si la necesidad de
preservar la integridad corporal y la simple libertad personal 42 también son distribuidas
de forma centralizada ...
No hay que olvidar que en este caso las necesidades ... son distribuidas ... de
acuerdo con la posición adquirida por la persona en la jerarquía social (en este caso la
del Partido), esto es, que la distribución de las necesidades es controlada 43 por el
Partido”44.
Un grupo de disidentes cubanos logró burlar la represión de su régimen para publicar el 27 de junio
de 1997 un documento titulado “La Patria es de Todos” en el que se recoge la queja por la falta de libertades
y se plantea una apertura a la concordia y la democracia. Refiriéndose a la Convocatoria hecha pública por
el régimen al V Congreso del Partido Comunista, a realizarse en octubre de ese mismo año, señalan:
“Dice ese documento que el Partido demanda de cada uno de sus integrantes
pensar con su propia cabeza y expresarse libremente en el seno de las organizaciones
partidistas. Entonces son sólo 770,000 personas las que cuentan con licencia para pensar
y hablar, pero el resto del pueblo, de los sin partido, de los que constituyen la mayoría de
la población, no tienen posibilidad de expresarse libremente ... También dice que el
Partido no postula, ni reelige, ni revoca. Está claro que no tiene necesidad de hacerlo.
Para eso están las organizaciones de masa, cuya dirigencia en pleno milita en el
Partido ... Lo novedoso sería que permitieran a la oposición que formara parte del propio
proceso electoral, contando con sus propios partidos y con la posibilidad de postular a
sus candidatos y hacer campañas políticas ...”
Y más adelante, entre otras cosas, llegan a la conclusión de que:
“El Estado no está al servicio del ciudadano. Ni siquiera existe entre aquel y este
una relación igualitaria de derechos y obligaciones recíprocas, sino que, por el contrario,
el ciudadano está al servicio del Estado”.
En todo esto se pone de manifiesto que, para quienes lo han vivido y han sufrido la experiencia
aplastante del abuso del poder, la lucha por la supervivencia como ciudadanos de un país oprimido se
concreta a satisfacer necesidades básicas y a enfrentarse a una realidad en la que su gestión individual en la
vida cotidiana de la nación es nula.
José Martí previó los graves peligros del totalitarismo en esa lucha que ya se planteaba en el siglo
XIX para su futuro inmediato, cuando afirma que:
“Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas
extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y la rabia disimulada de los
ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener
hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados.” 45
Y con su proverbial aversión a las dictaduras y la tiranía, insiste en esta advertencia en otras partes de su
obra. Aclara también para la posteridad su concepto de libertad cuando nos dice que no es “...aquella
libertad que es entendida por el predominio violento de la clase pobre vencida sobre la clase rica un tiempo

42 Su preservación depende del acatamiento incondicional de las decisiones de la autoridad suprema.


43 Inapelablemente.
44 Una revisión de la teoría de las necesidades (Agnes Heller), Editorial Paidós, Buenos Aires, 1997.
45 Obras Completas (José Martí), Vol. III, p. 168, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973.
vencedora –que ya se sabe ésa es nueva y temible tiranía– ... sino aquella libertad en las costumbres y las
leyes, que de la competencia y equilibrio de derechos vive, que trae de suyo el respeto general como
garantía mutua”.46 No por ello es ajeno Martí a las realidades de la lucha por el poder en la república y la
democracia, y la concibe como una pugna donde:
“Un pueblo está hecho de hombres que resisten y hombres que empujan: del
acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela; de la soberbia, que sujeta y
deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo; de los
derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y
opiniones de una clase sola de sus hijos.”47
Concepto éste que plasma magistralmente cuando establece su precepto de “que la ley primera de nuestra
república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”, e insiste en afirmar que “si la
república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”. 48
José Martí no sólo fue apóstol de la independencia de Cuba sino que nos legó a todos un amplio
concepto de la “concordia”, cuyo mensaje no se limita a un país sino que es universal.

La concordia en el ejercicio del poder

La concordia como elemento de política antecede a Martí por muchos siglos. Como elemento
humano tiene sus raíces en el cristianismo. Como necesidad social ya forma parte del pensamiento de
Aristóteles. Es asombrosa la claridad con que lo plantea este filósofo en los albores de la historia, cuando en
su Etica a Nicómano nos dice que la concordia política no consiste en que los ciudadanos opinen lo mismo
sobre alguna cosa, y añade que “de concordia política sólo puede hablarse cuando los ciudadanos coinciden
en lo que atañe al Estado, cuando persiguen respecto a él los mismos fines”. Es sumamente claro también
cuando llega a la conclusión de que “la concordia implica, pues, una creencia firme y común sobre quién
debe mandar”.
Ortega y Gasset interpreta en nuestro siglo la posición de Aristóteles con este profundo
razonamiento:
“La concordia sustantiva, cimiento último de toda sociedad estable, presupone que en la
colectividad hay una creencia firme y común, incuestionable y prácticamente
incuestionada, sobre quien debe mandar ... Porque, si no la hay, es ilusorio esperar que
la sociedad se estabilice.”49
En otras palabras, que no puede haber estabilidad bajo un régimen dictatorial o totalitario donde
predomina la violencia y no la concordia. Cuando hablábamos de Cicerón y Antifon en el capítulo anterior
no abundamos en el aspecto de la discordia que fue tan importante para los filósofos de la antigüedad.
Vamos a hacerlo ahora.
Las divergencias de opinión son tan numerosas como individuos hay en una sociedad. Las luchas
que provocan estas divergencias pueden ser muy cruentas cuando la discordia afecta íntimamente la
solidaridad del edificio social. Es esa solidaridad de que hablábamos cuando tanto un ciudadano de la plebe
como un patricio se sentían igualmente orgullosos de ser ciudadanos de Roma y aportaban su consenso al
engrandecimiento de ésta. En un ambiente de discordia la sociedad deja de serlo, sencillamente se disocia, se
fragmenta, se polariza, hasta convertirse en dos sociedades superpuestas dentro del ámbito de la nación.

46 Ibid., Vol. VIII, p.381.


47 Ibid., Vol. III, p.304.
48 Ibid., Vol. IV, p. 270; y, Vol. VI, p. 20.
49 Obras Completas (José Ortega y Gasset), Revista de Occidente, Madrid, 1964, Vol. VI, p.61 (Artículos
publicados en La Nación, Buenos Aires, verano de 1940).
Empero, es imposible la existencia de dos sociedades en un mismo espacio social, son simples conatos que
no pueden estructurarse plenamente y que conducen a su mutua aniquilación.
En consecuencia, la concordia se alcanza en un ámbito democrático y la discordia es el producto de
la violencia y la tiranía. En un régimen democrático donde impere la concordia la sociedad protege a todos
los ciudadanos y cada uno de ellos acata con su obediencia la voluntad del grupo social. La comunidad procede
así a custodiar los derechos de cada miembro individual; y cada ciudadano, a cambio de esa misma protección, se
somete a las leyes de la comunidad, ya que sin el acatamiento de todos sería imposible que la protección pudiera
extenderse a cada uno.
Muchos pensadores –incluyendo a Ortega y Gasset– critican el énfasis, que ellos califican de “excesivo”, que
ponen estos argumentos en un estricto equilibrio de poderes y lo clasifican como una preocupación exagerada del
liberalismo. Para Franz Neumann el liberalismo conduce a una actitud de desconfianza que promueve la creación de
verdaderas barreras de contención en torno al poder político. Esto, naturalmente, emplaza obstáculos a la gestión de
gobierno. No obstante, su propósito es para él muy loable porque apunta a la disolución del poder en un mecanismo de
interrelaciones jurídicas, a la erradicación del gobierno unipersonal, monopartidista o carismático, y al imperio del
derecho, por medio del cual las relaciones humanas son racionales y, por ende, predecibles y estables. 50

Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder


Dentro de todas estas consideraciones, no podemos perder de vista que el elemento principal del poder es la
autoridad, y que esta no puede ejercerse sin una capacidad coactiva o de fuerza. La cuestión consiste en no confundir la
fuerza con la violencia y en reconocer que la concordia convierte a la fuerza que requiere el poder en un elemento
simbólico, aunque necesario. Necesario, porque ninguna sociedad se convierte en panacea ni desemboca en la utopía.
Habrá siempre crimen, corrupción, abuso, irresponsabilidad y desgobierno.
Por lo tanto, si al mecanismo tradicional de separación de poderes se le aplica un elemento de participación
activa del ciudadano común, se establece un aparato en el cual toda gestión de gobierno ha de rendir cuentas a alguien y
ha de responder en forma responsable a los requerimientos de la sociedad en que se desenvuelve. La lucha por el poder
continúa dentro de estos parámetros; eso es inevitable. Ningún mecanismo es suficiente para cercenar las ambiciones
desmedidas; pero sí para controlarlas en un ambiente cívico que las encauce a resultados positivos y edificantes. Pero,
por lo mismo que continúa, es preciso que los sectores de poder en el gobierno establecido y la base de la ciudadanía
que le da razón de ser a ese mismo poder, actúen de consuno en pos del engrandecimiento de la nación en un ambiente
de concordia. Y la concordia no es posible sin la ley, el orden, la equidad, la justicia y la autoridad. Es el respeto a
todos estos elementos lo que alimenta la concordia en cualquier sociedad.
En este estudio no se contempla, como lo hace el pensamiento liberal, un sistema que ponga obstáculos al
poder ejecutivo para impedir la dictadura o la tiranía. Se trata de ver las cosas de otro modo. Se trata de establecer el
poder al nivel del ciudadano y de proyectarlo dentro del aparato del Estado para que su gobierno cumpla una función
administrativa y no de mando. Una función de responsabilidad burocrática y no de fuerza.
Dentro de ese concepto entran en juego los elementos físicos de fuerza en una sociedad: las fuerzas armadas y
las fuerzas de mantenimiento del orden. Todas las demás manifestaciones de la sociedad, a nivel político y social, no
pasan de ser grupos de presión con una influencia mayor o menor según sea su número. Estos grupos, según estén
organizados, sólo pueden ejercer autoridad y mantenerla frente a los elementos delictivos, antisociales o putschistas 51, si
cuentan con el respaldo de esas instituciones armadas que tienen la fuerza para defender a la sociedad a cuyo servicio
están.
Siendo así, cabe preguntarse por qué ambas instituciones –las fuerzas armadas y la policía– han de
estar bajo la égida del poder ejecutivo. Por qué las fuerzas de mantenimiento del orden no han de responder

50 “Approaches to the Study of Political Power” (Franz Neumann), Political Science Quarterly, Vol. LXV,
Nº2 (Junio de 1950), p.161-171.
51 Del alemán “putsch”.
mejor al poder judicial que es el que interpreta las leyes y, por lo tanto, el que debe aplicarlas. Por qué la
ciudadanía en pleno ha de ver que las fuerzas armadas, destinadas a protegerla de la agresión y el pillaje, se
convierten en instrumento de tiranía en manos del gobernante de turno. En otras palabras, que el equilibrio
de poderes tiene que empezar por aquí, por donde está la fuerza.
Con todo esto no hago más que justificar la posición tomada en el capítulo anterior de tener una
policía judicial nacional al servicio de los tribunales del país y un organismo nacional de investigaciones
que complemente la función policial y responda también al poder judicial.
En cuanto a las fuerzas armadas, todo país debe contemplar el ejemplo de Costa Rica. También
podrían citarse países como Andorra, Liechtenstein o Mónaco. Pequeños y más ricos que sus vecinos,
subsisten en la comunidad internacional moderna sin necesidad de fuerzas armadas. Confían en el derecho
internacional y dependen de él. Pero esto no es posible en todas las situaciones. Aun los países más pacíficos
han visto que se les impone el recurso de la guerra por circunstancias foráneas. Ejemplos fehacientes de ello
fueron los de Noruega y Finlandia durante la Segunda Guerra Mundial, y los de Cambodia y el Tíbet en el
período posterior. Sufrieron las consecuencias trágicas de su incapacidad de defenderse.
Suiza nos enseña lo que significa una paz armada. Suiza cuenta con un ejército de ciudadanos que
fue respetado hasta por el mismo Hitler. Es una milicia moderna, muy bien adiestrada y aguerrida que asume
la tremenda responsabilidad de guardar sus armas ligeras en casa sin que por ello aumenten el crimen y la
delincuencia. Pero este es un caso único de civilidad extrema que no creo que sea aplicable en cualquier
parte.
Podría concebirse que un país que adoptase un sistema de democracia participativa como el
propuesto, considerara también la necesidad del equilibrio de fuerzas como parangón del equilibrio de
poderes. Voy a referirme a esto dentro del contexto del capítulo siguiente.
Como conclusión, sólo quiero recalcar ahora que la lucha por el poder toma un aspecto más
dignificado, decoroso y civilista en un ambiente como el esbozado aquí, donde las decisiones públicas de
gobierno se toman con la participación activa del ciudadano y son, por lo tanto, responsabilidad de todos en
el esfuerzo de llegar al consenso o a la decisión mayoritaria en un clima de concordia. Que la lucha por el
poder no cesa sino que se convierte en el enfrentamiento de las ideas y la síntesis de la razón en la acción
comunitaria. Y que el ejercicio del poder adquiere así un carácter de servicio y de función administrativa.
La lucha por el poder en la democracia participativa rechaza la violencia y se libra en el plano
institucional. Los enfrentamientos se resuelven con el debate, la aplicación de la ley, la transacción, la
tolerancia y la razón. La sociedad resultante es así la obra de todos.
7. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Al iniciarse cualquier proceso de transición 
democrática, el primer paso consiste en 
invertir la pirámide del poder que permita al 
pueblo participar con absoluta libertad en las 
decisiones pùblicas con los fines propuestos y 
con cualesquiera otros que decidiera en su 
capacidad legislativa soberana.

Planteamiento

C
onfío en que pese a la brevedad con que he enfocado un tema tan amplio
en este estudio, el lector haya podido formarse una idea clara de cómo
podría funcionar la democracia participativa en la sociedad moderna.
Hemos visto que no se plantea aquí una utopía ni una panacea.
Se plantea un medio práctico de participación activa en el decursar
político de una nación y, de ese modo, un instrumento para tomar también
decisiones mayoritarias o de consenso en prácticamente todos los
aspectos culturales, sociales, económicos, jurídicos y funcionales de la
política resultante.
Como decía en la Introducción, la solución no se circunscribe a
país alguno sino que es universal. El derecho del pueblo a participar es
universal. Lo que se plantean son problemas de transición. Cada país
tiene un contexto político distinto y características propias que pueden
complicar o facilitar la transición de un sistema representativo, dictatorial
o totalitario a uno participativo.
Desde el punto de vista de sus características geográficas, demográficas
y económicas, cuanto mayor es un país, más poblado y más rico, más difícil es
lograr un proyecto de transición que desemboque armoniosamente en un sistema
tan radicalmente distinto. Las distancias geográficas pueden plantear un grave
peligro capaz de disgregar las opiniones y escindir las etnias. Ejemplo de ello lo
vemos en el paso del comunismo a la democracia en la Unión Soviética, que
causó una desintegración total que pone en peligro a sus propios componentes,
como es el caso de Rusia, también amenazada por la desintegración. Cuando la
población es enorme, como en China, la India e incluso en los Estados Unidos,
sería difícil manejar una estructura escalonada, que contaría en la base a cientos
de miles de Asambleas. Y cuando el país es rico, como sucede en los grandes
Estados industriales de occidente, Japón y Australia, es difícil despertar la
conciencia política del ciudadano para que asuma la responsabilidad de participar
activamente en las cuestiones de gobierno.
Desde el punto de vista político, es más difícil realizar un cambio
institucional y constitucional de esta índole partiendo de un sistema
representativo que de uno dictatorial o totalitario. En estos últimos las
instituciones son débiles o inexistentes y la Constitución es poco respetada o
ignorada. Esas circunstancias tan negativas facilitan la creación y estructuración
de un nuevo sistema. Por otra parte, cuando se trata del totalitarismo, sobre todo
el que siguió la opción leninista, se establecieron estructuras de masas y se
organizaron soviets o, en el caso de Cuba, Asambleas, que dieron un sentido
embrionario al concepto popular de la democracia. Y estas estructuras, ya lo
hemos visto, podrían servir de base para el proyecto participativo.
Luego la idea de la democracia participativa, como fue en su
oportunidad la de la democracia representativa, no puede plantearse como una
revolución mundial, espontánea y fulminante. Así lo he señalado desde el
principio. Es decir, se trata de seguir un proceso de transformación que se
extendería gradualmente a otros países después de que fueran patentes sus
resultados entre los pioneros. A mi entender, pueden ser pioneros, países como la
Argentina, donde la densidad de población es baja, no hay notables diferencias
étnicas ni culturales entre sus habitantes y la democracia representativa atraviesa
un período de crisis y desconfianza popular; el Uruguay, Costa Rica y Filipinas,
países chicos, poco poblados y ávidos de democracia; y Cuba, también chico y de
poca población, donde ya existen Asambleas a nivel nacional, provincial y
municipal52. Podría citar a muchos otros, incluidos países de Europa oriental,
pero por todas las razones citadas en esta obra parecen ser estos cinco países los
que asimilarían con mayor facilidad esa transformación en calidad de pioneros.
Desde el comienzo de la obra advertí que enfocaríamos con mayor
énfasis esta transformación al caso cubano. La razón es muy sencilla. En Cuba
hay un régimen totalitario que se ha perpetuado durante casi 40 años y que ha
descansado en una filosofía y una teoría política que se han derrumbado
aparatosamente en la mayoría de los países donde se intentó. En sus esfuerzos de
supervivencia, el régimen cubano se ha salido radicalmente de su ortodoxia para
aplicar medidas capitalistas que estan reñidas con su propia Constitución,
contradicen los postulados básicos del marxismo-leninismo y perjudican
abiertamente los intereses de sus ciudadanos, quienes están observando inermes
cómo poderosos intereses extranjeros toman posesión de las riquezas del país,
mientras que se les impide a ellos mismos desarrollar intereses económicos
independientes.
Al mismo tiempo, esa misma Constitución creó estructuras que ya están
en funcionamiento, que permiten al ciudadano cubano una participación activa en
las cuestiones públicas. Esta es una dicotomía explosiva que al observador
externo le parece insostenible. No obstante, el experimento seudocapitalista del
castrismo ya se extiende por más de cinco años sin que se vislumbre grado
alguno de transformación hacia una democracia participativa.
Aunque los elementos de fuerza y, por lo tanto, de violencia –que, como
señalábamos en el capítulo anterior, se dan en situaciones de esta índole– no
estén presentes en Cuba en la magnitud que pueden observarse hoy día en lugares

52 En Cuba existen 1,551 Concejos Populares (o Asambleas


Municipales) distribuidos en las 14 provincias, con unos 14,000
delegados en todos los Concejos, entre un total de 169 municipios. Hay
una tasa de población aproximada de 65,000 habitantes por
municipalidad. Las Asambleas de Distrito contempladas en este trabajo
funcionarían en las demarcaciones de los distritos electorales dentro de
cada Municipio, y si continuara la estructura de los Concejos Populares,
cada delegado estaría representando a unos 7,800 habitantes o a poco
más de 5,000 ciudadanos en edad electoral, cifra que sería
marginalmente manejable para la participación popular en las Asambleas
correspondientes. Una fragmentación mayor de los distritos electorales
facilitaría el proceso participativo.
como el Irán o el Iraq y antaño en el bloque soviético o en los países del eje
fascista, la realidad es que el régimen cubano sostiene el dominio unipartidista y
unipersonal de la gestión política mediante un intrincado sistema de coacción.
Esta realidad sólo nos sirve para demostrar los peligros de establecer
cualquier sistema participativo o popular sin un equilibrio adecuado de poderes y
sin la firme consolidación de instituciones sólidas. La cruda realidad es que
gobierna quien tiene la fuerza.
No creo que en Cuba, ni en cualquier otro país, la solución se produzca
por medio de una insurrección, guerra civil o cualquier otro método de terrorismo
o violencia. La utilización de tales medios, en el caso de que triunfen, resultan
en la concentración de la fuerza para detentar el poder político en el nuevo grupo
dirigente. Las soluciones así planteadas responden a los intereses, la filosofía y
la visión de ese grupo que, a su vez, las impone a la sociedad en pleno.
Transición

El recurso idóneo de acceder a la democracia es por medios


democráticos. La transición sólo puede ser el resultado de un consenso
alcanzado en un ambiente de concordia. Quienes planteen tal transformación
tienen que convencer y persuadir a los ciudadanos que han de apoyarlos en ese
proceso y razonar y transar con ellos en respeto de sus intereses.
El problema en Cuba consiste en que las fuerzas armadas y las fuerzas
de orden público responden al gobierno y no a los ciudadanos, responden a los
intereses de un partido político único y no a las leyes o la Constitución.
Por eso planteaba en el capítulo anterior que también en las fuerzas
armadas y las fuerzas del orden público se plantea la necesidad de un
equilibrio de poderes. En ese capítulo, y en el capítulo donde hago el
Análisis Esquemático ofrezco la solución adecuada respecto a la policía.
Dejé para este la cuestión de las fuerzas armadas porque encaja en el
problema de transición que ahora se nos plantea.
Es fácil decir aquí que las fuerzas armadas respondan a los
intereses del pueblo y se dediquen a su defensa, colocando sus mandos en
manos de las Asambleas. Pero tenemos que ser cuidadosos para evitar dos
gravísimas consecuencias. Una, que un ejército fragmentado que
responda más a los intereses regionales que a los nacionales no reaccione
adecuadamente a una amenaza o agresión extranjera. Otra, que dentro de
su propia fragmentación dé lugar a mafias que respondan a intereses
regionales o locales y los defiendan, o que incluso se dediquen a
lucrativas actividades delictivas, como de hecho está sucediendo en
muchos lugares de la antigua Unión Soviética.
Tengo también la solución adecuada para esto. Se trata
sencillamente de llevar el concepto de la división de poderes, desde un
punto de vista político y no regional, al ámbito de las fuerzas armadas.
Como la función fundamental de las fuerzas armadas es la protección del
país a cuyo servicio están, éstas deben ser un grupo profesional altamente
adiestrado, sumamente móvil y con los elementos más modernos
disponibles para hacer frente a peligros foráneos. También, para ser
efectivas, tienen que estar al mando del poder ejecutivo y, más
concretamente, del propio Primer Mandatario de la República. Es obvio
que la capacidad de rápida respuesta sólo puede partir del Primer
Mandatario y su Gabinete en una decisión ad hoc de carácter inmediato y
urgente.
Para contrarrestar el poder que tendría entonces el Presidente de
utilizar las fuerzas armadas para imponer su política, así como también
para impedir que éstas emplearan su poder en un golpe de Estado o en
una situación de violenta imposición de los intereses castrenses, estas
fuerzas de reacción rápida tienen que ser pequeñas en número, de modo
que no puedan convertirse en fuerzas represivas de ocupación interna al
servicio de cualquier régimen dictatorial. Como contrapartida existiría
una Guardia Nacional organizada por Provincias, con servicio militar
obligatorio, que respondiera en primera instancia a las Asambleas
Provinciales y en última instancia a la Asamblea Nacional. Esta Guardia
Nacional, en tiempos de paz, serviría en funciones de asistencia en casos
de desastres o de emergencia, y de respaldo a los organismos del orden
público cuando estos no pudiesen dominar una situación de violencia
interna.
De producirse una agresión o amenaza extranjeras, la Asamblea
Nacional delegaría la autoridad sobre estas fuerzas en el Presidente y
estas se integrarían, como lo hacen los reservistas en todas partes del
mundo, al núcleo de respuesta rápida de las fuerzas armadas.
En Cuba se puede acceder al proceso de transición de una manera
muy sencilla: con una resolución de la Asamblea Nacional que cuente con
el respaldo de las fuerzas armadas. En otras palabras, puesto que la
“Constitución Socialista” cuenta con las disposiciones pertinentes que
otorgan un mandato al Poder Popular, al iniciarse cualquier proceso de
transición democrática, el primer paso consiste en invertir la pirámide del
poder que permita al pueblo participar con absoluta libertad en las
decisiones públicas con los fines propuestos y con cualesquiera otros que
decidiera en su capacidad legislativa soberana. El poder de decisión
partiría así de la base, mediante las Asambleas de Distrito, que tendrían
la tarea de plantear sus puntos de vista sobre el proceso y elegir a quienes
han de representarlos con el mandato popular. La institución ya en
funcionamiento del Poder Popular podría entonces aprovecharse, ahora
sí con un verdadero mandato legislativo surgido del propio pueblo, para
que el proceso de transición se realice ordenadamente.
En esa actividad legislativa sería imprescindible contar con un proyecto
–o varios– de Ley Constitucional de transición. Dentro de sus parámetros, y
una vez impulsado el proceso que aquí propongo, el Poder Popular podría
reemplazar al actual Consejo de Estado con una Junta Provisional de Gobierno
que incluya de manera equitativa y racional a personalidades de todas las
vertientes ideológicas de la nación cubana. Esta Junta serviría para dar las
garantías jurídicas

adecuadas, en base a esa Ley Constitucional de transición, que facilitaran la


convocatoria y organización de una Asamblea Constituyente.
Mientras tanto, la Asamblea Nacional asumiría dentro del período de
transición los poderes legislativos que le corresponden para la democratización
de las leyes actuales. Esta gestión legislativa debe orientarse a facilitar el proceso
electoral que ha de seguirse para convocar a la Asamblea Constituyente y a
garantizar a su vez el debate público en pleno uso de las libertades fundamentales
hasta la aprobación y promulgación de la nueva Constitución. Para ello se
requiere fomentar con ahínco un ambiente de avenencia, concordia y moderación
para evitar que las apetencias políticas del momento y las emociones revanchistas
tengan incidencia en la redacción de la ley suprema de la nación.
Tal sería el primer paso para una verdadera Revolución sin
precedentes dirigida por un pueblo soberano.

Gobierno provisional

Bajo estas premisas, el propósito fundamental de promulgar una Ley


Constitucional por la que se rija el Gobierno provisional consiste en crear un
ambiente propicio a la transformación del régimen anterior en un sistema de
democracia participativa. Pero una posición genuinamente democrática nos
hace abstenernos de una propuesta que no cuente con la sanción popular. La
realidad política de la Cuba actual consiste en que hay una Constitución vigente y
que la Constitución anterior, promulgada en 1940, carece en la actualidad cubana
de la estructura jurídica que permita su repentina entrada en vigor (aun a modo
provisional) por el dictado de un Gobierno provisional omnímodo. Hay que
reconocer también, como lo señalo someramente en los Capítulos 2 y 3, que la
actual Constitución Socialista contiene numerosos artículos que son un obstáculo
claramente definido para el desarrollo de la democracia participativa en Cuba.
Ante la disyuntiva de respetar la soberanía del pueblo y, al mismo
tiempo, orientar los cauces políticos que le permitan la libre y plena
expresión sin tomar medidas arbitrarias en su nombre, planteo una
propuesta para la redacción de una Ley Constitucional de transición que:
1. Quede estructurada como la actual Constitución socialista
para que sea congruente con el sistema jurídico actual;
2. Acate aquellos párrafos de su Preámbulo y aquellos
Artículos de su parte dispositiva que no sean obstáculo
para los propósitos mencionados en este estudio; y,
3. Reemplace aquellos otros párrafos y Artículos que sí lo
son, utilizando para ello los artículos correspondientes
de otra Constitución cubana que sí fue sancionada por el
pueblo –la Constitución de 1940–, cuya redacción
pueda aplicarse en las circunstancias de un Gobierno
provisional y con los propósitos establecidos.
Si se acatan tales consideraciones, la Junta Provisional de
Gobierno no actuaría sobre bases arbitrarias sino sobre bases jurídicas y
constitucionales debidamente sancionadas y con el respaldo popular
otorgado por la propia Asamblea Nacional.
Como tema de reflexión, estas palabras de Rafael Caldera son un
brillante resumen de estos propósitos:
“No se trata de sumar la mitad más uno para
ponerla a decidir todo lo relativo al cuerpo social y
privar de todo derecho a la mitad menos uno. No se
trata sólo de mantener la posibilidad de que existan
partidos políticos y de que sus representantes se
reúnan a deliberar en un cuerpo denominado
parlamento, cuya eficacia con frecuencia no ha estado
a la altura de su responsabilidad histórica.
No se trata simplemente de eso ... Se trata de
algo más fundamental ... Lo primero es el pueblo. La
democracia es gobierno del pueblo y, por tanto, para
que exista verdaderamente tenemos que darle su
propio sentido y fortalecer la conciencia de su sujeto,
que es el pueblo.”

9. REQUISITO FUNDAMENTAL

La libertad en sus diversas formas –
individual, de pensamiento, de prensa y de 
credo– es un derecho del hombre y del 
ciudadano sólo limitado por el ejercicio de 
derechos análogos por los demás miembros de 
la sociedad, y la igualdad es un derecho 
natural que el Estado debe asegurar al 
hombre en el triple plano legislativo, judicial y
fiscal.53

53 Texto condensado de los derechos y libertades contemplados en la


Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, proclamada por
la Asamblea Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789. Esta
Declaración original de 17 artículos fue ampliada a 35 y adoptada
definitivamente el 2 de junio de 1793. En su segunda versión se incluía el
derecho a sublevarse contra la tiranía como uno de los deberes
principales del hombre (Artìculos 28 y 35).
L
os derechos humanos son una cuestión fundamental irreductible de la que
depende la supervivencia misma de la humanidad y el progreso de su
gestión civilizadora. Su aplicación sólo puede ser el resultado de un
proceso de superación y el producto del esfuerzo consciente de todos para
reconocer esa esencia común de humanidad que va mucho más allá de las
apariencias que nos separan del resto de nuestros semejantes y que
trasciende a todas nuestras diferencias del momento o a las barreras
ideológicas, culturales y económicas que constantemente tratan de
compartamentalizar la civilización. El reconocimiento de la existencia de
tales derechos fundamentales es la quintaesencia de los valores en virtud
de los cuales afirmamos que somos una comunidad humana. Y su
carácter universal implica que constituyen la norma definitiva de
cualquier política.
“Toda persona tiene derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión ...
Todo individuo tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser
molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y
recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión
y de asociación pacíficas...
Toda persona tiene derecho a participar en el
gobierno de su país, directamente o por medio de
representantes libremente escogidos.
Toda persona tiene el derecho de acceso, en
condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su
país.
La voluntad del pueblo es la base de la autoridad
del poder público ...” 54
Basta con que se respeten estos derechos fundamentales y se los

54 Declaración Universal de Derechos Humanos, Artículos 18 a 21.


defienda por todos los medios jurídicos disponibles para que la sociedad
resultante pueda ser cuna de una democracia verdadera. Por eso es que esta
Declaración Universal de Derechos Humanos y los otros instrumentos que
componen la Carta Internacional de Derechos Humanos55 debieran ser parte
integral de cualquier Constitución. Prácticamente todos los países del mundo,
grandes y chicos, débiles y poderosos, la han firmado y ratificado y le rinden
homenaje. Esa es la Ley Fundamental que preveía José Martí en su proyecto de
República donde se respetara “la dignidad plena del hombre”.
Todo lo demás son fórmulas y opiniones que pueden tener múltiples
matices y que cobran validez según las circunstancias nacionales y el grado de
consenso obtenido en las decisiones particulares de cada país. Por eso, si el
lector se ha sentido francamente incómodo o incluso indignado con el
planteamiento del capítulo anterior, habré logrado plenamente el propósito de
esta obra.
He sido muy deliberado al proclamar en el Capítulo anterior que “yo
tengo la solución”. He tenido la osadía de ofrecer al lector mi solución. Pero lo
cierto es que todos tenemos una solución. En el capítulo titulado La
Democracia Participativa me referí claramente a la contradicción inherente en
el concepto unipartidista, simplemente porque todo individuo tiene opiniones
originales y propias y busca a otros de opiniones semejantes para organizarse en
una estructura que canalice tales opiniones en un esfuerzo hacia un propósito
común. De ese proceso surgen los partidos políticos legítimos.
Mi solución, como todas, se enfrenta en el decursar del debate de las
ideas a dos corrientes básicas de opinión: una que la acoge y otra que la rechaza.
Empero, no se reduce a una cuestión de blanco o negro sino de innumerables
tonos de gris. Quienes acojan esta idea tendrán más o menos objeciones que
plantear y dudas que dilucidar, y quienes la rechacen, lo harán al tiempo que den
cabida a determinados elementos de la propuesta. Por eso es que cuando se
siembra una semilla ideológica siempre deja algún fruto. Toda idea tiene algo de
aprovechable.
55 La Carta Internacional de Derechos Humanos, incluye tanto la
famosa Declaración que cito en este capítulo, como también el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Protocolo Facultavivo
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Todos ellos
pueden encontrarse en la Recopilación de instrumentos
internacionales de derechos humanos que se cita en la bibliografía al
final de este libro.
Mientras redactaba este estudio, empezaron a llegar a mis manos
ejemplares de la Revista Contrapunto que anunciaban la próxima publicación de
una obra de Amalio Fiallo, titulada La Democracia Participativa. El primer
impulso, muy humano, fue el de apresurar este esfuerzo con el fin de lograr las
primicias. Se impuso el buen sentido y no lo hice. En los momentos en que
redacto el borrador de este último capítulo se me informa que ese libro acaba de
ser publicado. Por lo que he leído en la revista no me cabe duda de que hayan
muchos elementos de coincidencia entre ambas obras, pero también es evidente
que hay muchas divergencias y que el enfoque es diametralmente distinto.
Esto sirve de ilustración al planteamiento que estoy haciendo.
Demuestra también que las ideas no surjen de la nada ni vienen solas. Son el
producto de la sociedad y sus problemas, y cristalizan con todos sus matices en el
pensamiento de muchos seres humanos. Ojalá que sigan redactándose tesis
semejantes en los que otros describan de forma estructurada y racional sus
respectivas soluciones. Al producirse diversas vertientes de opinión se enriquece
el patrimonio ideológico de todos. De los planteamientos surjen los debates
públicos y de éstos las soluciones de consenso.
Esta es la palabra clave: el consenso. Es una meta donde prima la
tolerancia y el respeto y a la que se llega por la transacción, el diálogo y la razón.
Su vehículo idóneo podría ser la democracia participativa. Mi solución debe
conformarse con ser un factor en la búsqueda de ese consenso y en la
cristalización democrática a la que conduzca. Nunca debe ser un dictamen
inflexible o irrevocable. Es una opción, es un vehículo, es una iniciativa. La
defenderé a brazo partido porque creo en ella. Si no fuera así no hubiera escrito
esta obra. Pero estoy convencido de que otros defenderán la suya con igual
determinación. Se propicia así un proceso de confrontación, pero no de
enfrentamiento, donde todos quienes tengan verdadera conciencia democrática
aportarán a la obra común en sus respectivos países.
Se opondrán quienes no tengan ideales democráticos. Pero aún a éstos,
si son sinceros, hay que respetarles la libertad de expresión para plantear sus
utopías. Sólo la democracia es fuerte cuando actúa democráticamente, aún en la
necesidad de controlar a sus enemigos cuando estos recurren a la violencia. La
violencia destruye, y los enemigos de los ideales democráticos lo saben. Por eso
los dictadores y los tiranos erigen sus pedestales sobre el lodo de las bajas
pasiones y la represión. “Es más difícil –dijo Montesquieu– sacar a un pueblo de
la servidumbre, que subyugar uno libre”. Y los tiranos que lo saben se regodean
en su aparente invulnerabilidad.
No obstante, Bolivar confía en el pueblo y lo expresa más de una vez
con absoluta convicción. Léase de nuevo el lector la cita que figura en el
capítulo referente al Análisis Esquemático y refiérase a su edificante obra
democrática. Pero Bolívar no era incauto:
“He recogido todas mis fuerzas para exponeros mis
opiniones sobre el modo de manejar hombres libres, por los
principios adoptados entre los pueblos cultos ...
Vuestro deber os llama a resistir el choque de dos
monstruosos enemigos que recíprocamente se combaten, y
ambos os atacarán a la vez: la tiranía y la anarquía, que
forman un inmenso océano de opresión ...”56
Para el que quiera entender, está claro. El demócrata desprecia la
violencia y ensalza la razón. Pero no puede hacerle caso omiso a aquélla ni debe
promover una política permisiva. La democracia tiene que ser firme en la
aplicación de las leyes y fuerte en la toma de decisiones. Tiene también que ser
implacable con quienes atenten contra los derechos humanos, el decoro público,
la probidad administrativa y el respeto de las leyes.
Bolívar la concibió así, como precursor genial, al reconocer que el
pueblo es incorruptible y no se deja intimidar. La corrupción medra a nivel
individual o de grupo, pero no resiste el embate del interés comunitario. Porque
en democracia el pueblo es la suma de sus individuos en la gestión económica,
social y política que da características de nacionalidad. Y en la democracia
participativa esta es una suma exponencial que supera todo lo que pretenda restar
del bien común. En la participación está el medio para defender los intereses
individuales en un contexto de comunidad y en su elemento dinámico está la
fuerza que disipe la amenaza de los tiranos siempre en acecho.
Nunca sería más real el axioma de que “en la unión está la fuerza”. Es
esta la unión de voluntades para el progreso y el bienestar. La unión de
propósitos. La unión fraternal de quienes respetan los derechos de los demás. Y
esta unión gestada a nivel nacional podría extenderse como epidemia de paz a
todas las naciones. La paz internacional sería posible porque nunca los pueblos
quieren la guerra sino que son sus caudillos quienes los conducen a ella. La
democracia participativa tenderá puentes de tolerancia entre pueblos y etnias y

56 Mensaje enviado por Simón Bolívar al Congreso de Bolivia y fechado


en Lima el 25 de mayo de 1826. Tomado de Doctrina del Libertador,
p.231, op.cit.
estrechará lazos de comprensión entre culturas e ideologías.
Al asumir como pueblos nuestras responsabilidades soberanas
abriremos para la humanidad el camino anchuroso de la concordia.

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Havel, Václav: Disturbing the Peace (Vintage Books, New York, 1991)
Held, David: Models of Democracy (Stanford University Press, Stanford,
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Heller, Agnes: Una revisión de la teoría de las necesidades (Editorial
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Kitto, H.D.F.: Los Griegos (Editorial Universitaria de Buenos Aires,
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Cultura Hispánica, Madrid, 1952)
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Maritain, Jacques: Cristianismo y Democracia (Ed. Dédalo, 1961).
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ST/HR/1/Rev.3, Naciones Unidas, 1988.

ÍNDICE ALFABÉTICO

Alberdi, Juan Bautista 26-27, 81


Althing 34
Amaro, Nelson 11, 31, 57, 111
Antifon 75, 89
Aristóteles 36, 88-89
Asamblea Constituyente 23-24, 58, 64, 78, 101
Asamblea de Distrito 58, 79
Asamblea Nacional 29, 55, 58, 61, 64-65, 68, 70-71, 75, 79,
100-102
autoridad 10, 23, 29-30, 36, 49, 73, 81, 83, 85-86,
90-91, 100, 104
Barba Cudilleiro, Manuel 54, 111
Bolívar, Simón 64, 72-73, 107, 111
Boza Masvidal, Mons. Eduardo 52
cabildeo 59, 66, 82
Caldera, Rafael 41, 102
Carta de Derechos [Bill of Rights]35
Castro, Fidel 14, 25, 27, 30-31, 49, 54, 84
Cicerón 75, 89, 111
Comunismo 19, 21, 24, 27, 28, 47-52, 60, 96
concordia 26-27, 75, 86, 88-91, 93, 98, 101, 108
Conferencia Mundial de Derechos Humanos 43, 44, 112
Constitución de la República de Cuba [1940] 20, 23-25, 38
Constitución de los Estados Unidos de América 27, 35
Constitución Socialista 23, 29-30, 45, 49, 52, 97, 100-101
contrato social 18, 36
democracia cibernética 45-47
democracia cristiana 19, 41-43
democracia directa 17-19, 33, 46, 61, 78
democracia participativa 9, 17, 25, 29, 33, 37, 38, 41-47, 49,
51-55, 58, 59, 61, 64, 73, 77, 92-93,
95-96, 98, 101, 105-108
democracia popular 23, 51-52
democracia representativa 10, 14, 15, 19, 23, 33, 44, 57, 96-97
Derecho Romano 36
derechos humanos 27, 35, 43, 44, 52, 103-104
dictadura del proletariado 26
dictadura sobre las necesidades 85
Engels, Federico 84
equidad 19, 28, 36-37, 91
equilibrio de poderes 15, 19, 33, 72, 81, 90, 92, 99
fascismo 28, 48
Foley, Tom 46
fuerzas armadas 91, 92, 98-100
Ghandi, Mahatma 77
Gorbachev, Mikhail 28, 85, 111
Havel, Václav 60, 111
Held, David 21, 111
Heller, Agnes 85, 86, 111
Hitler, Adolf 84, 92
Hobbes. Thomas 36
justicia social 14, 16, 19, 24
Lenin [Vladimir Ilyich Ulyanov] 84
libertades fundamentales43, 101
López-Oliver, Pedro Ramón 50, 54, 112
Mao Tsetung 47-48, 84, 112
Martí, José 9, 81, 87-88, 105, 112
Marx, Karl 15, 84
Montesquieu 106
Naciones Unidas 28, 35, 43-44, 57, 113
Ortega y Gasset, José48, 89, 113
participación 9-10, 13-14, 18, 20-21, 24, 33-34, 37-39,
42-43, 45, 47-48, 51, 53-55, 64, 72, 74,
78, 91, 93, 95, 97-98, 107
Partido Comunista 24, 49-51, 86
partido único 29, 30, 49, 50, 61
Pérez Olivares, Enrique 42
Perón, Juan Domingo 48, 84, 112
Perot, Ross 46
plataforma política 53, 61, 73-74, 79, 82
plebe 76, 77, 89
plebiscito 44-45
pluralismo 43, 58
pluripartidismo 51, 61
Poder Ejecutivo 20, 34, 37-39, 55-56, 65-69, 72-75, 91-92, 99
Poder Judicial 26, 63, 68, 70-73, 92
Poder Legislativo 26, 35, 37, 55, 60, 63-64, 69, 73-74, 80
Poder Popular 23, 27, 29-31, 33, 54, 56, 58, 100
poliarquía 82
policía [fuerzas del orden público]70, 71, 92, 99
representatividad 20, 21, 37
republicanismo 34
Revolución Francesa 18, 19, 27, 35, 36
Revolución Norteamericana 18-19
Roosevelt, Franklyn D. 17, 84
Rosas, Juan Manuel de 26-27
Rousseau 36, 112
Samuelson, Robert J. 46, 47, 112
senado 33-35, 58-61, 64-70, 73, 77-79
separación de poderes 34-35, 38, 91
sistema bicameral35, 55, 59-60
sistema colegiado39
sistema parlamentario [parlamento] 33-35, 37-38, 43, 102
sistema presidencialista 20, 38
sistema semi-parlamentario 38
Socialismo 23, 51
Socialdemocracia54
Stalin, Josef 84
transición 11, 13, 26, 50, 54, 58, 95, 96, 98-102
UCE 52
usatges34
Weber, Max 83

FE DE ERRATAS: Este libro consta de ocho (8)


capítulos como sigue. Contiene errores de numeración
tanto en el índice como en el texto para los Capítulos 7 y
8.

Gobierno del Pueblo: Opción para un


Nuevo Siglo
PRÓLOGO 9

INTRODUCCIÓN 13

1. EL CONCEPTO DEMOCRÁTICO

La Democracia Directa 17
La representatividad democrática 20
2. LA DEMOCRACIA POPULAR

El experimento cubano 23
Utopía y realidad 27
3. PODER POPULAR Y PARLAMENTO

Evolución histórica 33
La participación como manifestación parlamentaria
37
4. LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Antecedentes y enfoques 41
La democracia cibernética 45
Participación consensual 47
Participación popular 51
5. ESTRUCTURA POLÍTICA PARTICIPATIVA

Equilibrio legislativo 57
Características de este nuevo sistema
bicameral 60
Cuadro esquemático 63
El esquema gestor 64
Equilibrio de poderes 72
El gobierno como gestión administrativa 73
La limitación del poder 75
El sistema electoral 77

6. LA LUCHA POR EL PODER

El poder como autoridad 81


El poder como fuerza 84
La concordia en el ejercicio del poder 88
Autoridad y fuerza en el ejercicio del poder 90
7. ¡YO TENGO LA SOLUCIÓN!

Planteamiento 95

Transición 98

Gobierno provisional 101

8. REQUISITO FUNDAMENTAL 103

BIBLIOGRAFÍA 111

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