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LINEAMIENTOS PARA UNA TEORIA DEL HABITAR

ROBERTO DOBERTI

Consideraciones previas
La palabra “habitar” señala hacia algo que es ineludible para los seres humanos. No existe
ninguna persona que no habite y no hay momento alguno en que no lo haga: habitamos todos y
habitamos siempre.
También la palabra “habitar” indica algo que siendo inevitable se realiza, por otra parte, de muy
variadas maneras. Es necesario habitar pero, en cambio, no son necesarios sino variables los modos en
que se ejerce la habitación.
La presencia obligada y constante del habitar explica la dificultad en reconocer al habitar como
un campo u objeto que demande una explicación, una teoría.
En otras palabras, la cercanía, cotidianidad o familiaridad del habitar tiene como consecuencia
que no se reconozcan sus incógnitas, sus opacidades, su compleja y variada estructuración.
Habitar en sus interpretaciones o resonancias pre-teóricas, tiene una muy dilatada extensión y una
evidente ambigüedad. Se vincula etimológicamente con hábito –es decir, con costumbre, uso- y se
asocia a vivir o a residir, en expresiones tales como “yo habito –vivo o resido- en tal ciudad, barrio o
edificio”. Desde otro punto de vista, “habitar” a veces parece referir a un atributo y otras a determinadas
acciones o actividades.
Será precisamente la elaboración teórica la que se exigirá y posibilitará elucidar o establecer la
naturaleza del habitar.
En tal sentido y como obvia operación metodológica, deberá delimitarse estipulativamente el
sentido del concepto o, en otras palabras, recortar un cuerpo de categorías que especifiquen el
significado de “habitar” en la teoría que asume su explicación.
En el mismo sentido, pero ahora en el plano de las consideraciones previas más decisivas,
deberá atenderse al hecho de que los fundamentos de la teoría del habitar estarán directamente
anclados en las nociones de “realidad” y “conocimiento”. Si, en lo profundo, toda la actividad teórica
es interactuante con los sustentos ontológicos y epistemológicos, cuando la teoría trata acerca de un
campo tan amplio y obligado como el habitar esta ligazón está a flor de piel, se hace manifiesta e
inquietante. Es conveniente remarcar que lo que resulta decisiva es la interacción, porque si bien la
teoría se sustenta en ciertas nociones de “realidad” y “conocimiento”, también las pone a prueba y las
articula; se construye, en definitiva, una gestión de mutua determinación, contrastación y convalidación.
Podemos decir, en esta instancia preparatoria, que construir la teoría del habitar implica:
 Recono
cer un campo de ignorancia, en lo que habitualmente se presenta como transparente y familiar
observación. Exigir aclarar aquello que no se planteaba como oscuro. Construir una entidad –el habitar-
muchas veces atisbada pero, que en el orden conceptual, resultaba siempre disuelta en un adosamiento
de múltiples parcialidades sin estructuración propia.
 Poner
en relación la teoría del habitar con las teorías o conceptualizaciones esenciales, hacer aflorar los
supuestos básicos o reelaborarlos. Indagar para “comprender”, en una tarea que no es una
especialización ni tampoco una interdisciplina. En una tarea que conlleva, huelga decirlo, los riesgos del
error y el desvarío, pero también la esperanza de alcanzar una concepción estructural que nos permita
dar razón de las sinrazones que nos albergan y que albergamos.
 Estable
cer los límites que, en el marco de la teoría, se acuerden para el concepto “habitar”. Analizar, de esta
manera, los “componentes” de este concepto y, consecuentemente, las relaciones y rangos entre ellos.
Definir el contexto de este campo teórico o, en otros términos, pensar el orden social estructurante del
habitar para hacer surgir el concepto de “habitar” de un cuadro general de la socialidad.
Hablar y habitar
Solo habitan los seres humanos. Este drástico enunciado implica asignar –en el seno de la
teoría- un sentido específico a la palabra “habitar”.
Las otras especies anidan, se albergan, se aglomeran, deambulan en grupos, construyen y
ocupan colmenas o cuevas, etc., pero no habitan. Análogamente, las otras especies rugen, pían, ladran,
aúllan, etc., pero no hablan.
No es sólo que exclusivamente son los humanos quienes hablan y habitan, sino que es el
ejercicio de estos dos sistemas –hablar y habitar- lo que nos constituye como humanos, lo que establece
el escalón diferencial. Se trata del escalón que determina el acceso, sin retorno, a la cultura, a la historia.
La correspondencia convencional, es decir socialmente establecida, entre voces y conceptos es
la base del código o sistema del hablar.
Por su propia constitución como acuerdo o estipulación social el sistema o código es mudable,
cambiante. Su única constante es transformarse: Pertenecer a la historia, y a la vez, construir la historia.
Con el hablar se posibilita la narración y con ella se instaura la distinción entre lo verdadero y lo
falso, aunque no se certifica su elucidación.
Todo lo que el hombre diga será estructuración de lo real, será necesariamente interpretación de
sí mismo y de lo otro.
La correspondencia convencional, es decir socialmente establecida, entre conformaciones y
comportamientos define el código sistema del habitar.
Aquí también el cambio, la diversidad de modalidades, es la única constante; otra vez pertenecer
a la historia y, al mismo tiempo, construir la historia.
El carácter convencional de la correspondencia entre conformaciones y comportamientos, y la
necesaria y simultánea convalidación de ambas entidades son mucho menos reconocidos que en el caso
del hablar. La convencionalidad de dicha vinculación es habitualmente desplazada por una naturalización
o causalidad mecánica.
Debe entenderse que en este caso la vinculación no es arbitraria pero que, sin embargo, surge y
se instala como consecuencia de un acuerdo social. Se trata, en definitiva, de verificar que los
comportamientos de cualquier orden -comportamientos sexuales, laborales, pedagógicos, alimenticios,
etc.-están indicados, posibilitados y delimitados por las conformaciones que les corresponden.
Las conformaciones son las estructuras de formas -espacios y objetos- que realizan las
nociones de alcoba, fábrica, oficina, aula, comedor, etc. Estas conformaciones, compuestas por ámbitos,
artefactos, utensilios, indumentarias, establecen entre otras cosas, el grado de privacidad o publicidad
del comportamiento, la ubicación y la relación jerárquica de los participantes y los grados de rigidez
disciplinaria que se asigna a cada comportamiento en una determinada cultura.
Pero al mismo tiempo es necesario tener presente que las conformaciones son reconocidas
como tales, se les confiere entidad y sentido porque en el cuerpo social existen esos comportamientos
para los que están destinadas. La capacidad de las conformaciones para inducir y conducir los
comportamientos es simétrica de la capacidad que tiene la voluntad de ejercitar o imponer
comportamientos para modelar y especificar a los componentes de las conformaciones.
El habitar es así ineludiblemente ceremonial, se funda en la categoría de la ceremonialidad y
origina desde ahí sus múltiples manifestaciones. De esta manera, se constituyen, entre otras, las
alternativas de la solidaridad y el egoísmo o de la generosidad y la avaricia. Con el habitar, todo lo que el
hombre haga será, a la vez, creación e inhibición de actividades, ya no mera exigencia biológica ni
respuesta instintiva.

La contextura de la socialidad .
Sin necesidad de extenderse en todo lo que la propuesta posibilita, se verifica ya que, en el
marco teórico que establecimos, hablar y habitar se constituyen en base explicativa de la socialidad, y
también, en esta lógica, en las principales consecuencias o resultados de la socialidad.
(1)
En el modelo, o síntesis estructural que graficamos a continuación, se pueden visualizar las
relaciones y elementos fundamentales entre ambos sistemas y el ordenamiento social.
Cada práctica social se constituye por la selección y ejercicio de ciertas unidades del hablar y del
habitar que son realizadas por los participantes en esa práctica.
Esa selección y ejercicio organizado del habla instaura los discursos propios de una determinada
práctica social, así como la selección y ejercicio organizado del habitar instaura las actuaciones
apropiadas a esa práctica social.
Se tipifican así en nuestra cultura, discursos académicos, familiares, carcelarios, científicos,
parlamentarios, religiosos, comerciales, periodísticos, literarios y muchas otros más.
Las actividades, como modo de participación en una determinada práctica, integran discursos y
actuaciones, e implican una concertación de un grupo de personas –desde grupos mínimos a
enormemente extensos- que, en general, distinguen roles, funciones y jerarquías.
Por otra parte, el modelo señala relaciones entre los sistemas del hablar y del habitar que
configuran otros elementos contextuales y determinantes de las prácticas sociales: la legalidad y la
espacialidad. Como ya dijimos, se trata de relaciones de mutua determinación y no sería posible
constituir la “legalidad” y la “espacialidad” por fuera del ejercicio social de las prácticas.
Hemos dicho también que las unidades del sistema del hablar se realizan por asociación entre
voces –agrupaciones fónicas- y conceptos –asociaciones nocionales- y que las unidades del sistema del
habitar se realizan por la vinculación entre conformaciones –agrupaciones de formas- y comportamientos
–agrupaciones conductales-.

Ahora queremos marcar otras dos relaciones fundamentales.

Con la primera de ellas –relación entre voces y formas- se desarrolla la función reguladora del
estar de las cosas o, en otros términos, la espacialidad que instituye cada cultura.
Las formas requieren ser nominadas, adquirir un nombre, para ser cosas, para establecer
nítidamente su entidad, para delimitarse con precisión y recortarse del medio que las rodea.
Pero también aquello que presenta un contorno bien estructurado, aquello cuyo ordenamiento
interno propicia su reconocimiento perceptual, exige una voz diferenciadora, un nombre específico para
ostentarlo o evocarlo. Es en este sentido que la relación entre la palabra y la forma regula el estar de las
cosas, instituye y estabiliza su presencia. La “presencia” es lo que se vivencia de modo más inmediato y
directo, la respuesta primera y decisiva frente a la pregunta por el “qué hay”.
Con la otra relación –entre comportamientos y conceptos- se elabora la función reguladora del
accionar de las personas, o la construcción social básica de la legalidad. Los múltiples y potencialmente
dispersos comportamientos humanos necesitan ser categorizados, ordenados, clasificados, -en
definitiva, conceptualizados- a fin de convertirlos así en obligaciones, posibilidades o prohibiciones para
los distintos integrantes de una comunidad. Y también, a través del conjunto de comportamientos
efectivamente ejercidos en una sociedad se configuran los conceptos que ella convalida, se instituyen y
estabilizan las maneras aceptadas de comportarse. La clasificación de las “maneras” constituye la
respuesta primera y decisiva frente a la pregunta por el “cómo actuar”.

Habitar y diseñar.
La arquitectura y todas las demás ramas del diseño –gráfico, textil, utensiliar, vehicular, etc.-
tienen desde hace tiempo serios problemas de sustentación conceptual. Estos problemas hacen crisis
frente a una serie de factores concomitantes: la creciente complejidad de las temáticas que el diseño
debe abordar, el deterioro del medio natural, las injusticias y marginaciones sociales que afectan a
pueblos enteros y a sectores enormes aún dentro de las sociedades con mayor desarrollo tecnológico, el
crecimiento de los medios de comunicación masiva, y un conjunto de conflictos que se derivan de estos
factores.
La arquitectura, así como las diversas áreas proyectuales, delimitan una práctica social: está
constituida y regulada por actividades claramente institucionalizadas a través de títulos profesionales y
académicos, organismos de enseñanza, retribuciones económicas, estipulación de responsabilidades,
publicaciones, exposiciones, premios y otros medios de convalidación; y tiene en consecuencia,
discursos y actuaciones que le son pertinentes. Pero el rasgo más relevante del diseño es ser una
práctica con una relación directa sobre otras prácticas sociales: pre-figura, pre-escribe las
conformaciones y con ella los comportamientos.
El sistema del habitar no es sólo el marco de la requerida formulación teórica del diseño, sino
también el lugar de su incidencia concreta.
Las prácticas que hablan sobre el hablar, que analizan, amplían o cuestionan el sistema de
voces y conceptos participan, conjunta o paralelamente con el diseño, en las determinaciones de la
legalidad y la espacialidad.
El diseño por sus vinculaciones con las construcciones sociales básicas de la legalidad y de la
espacialidad, está ineludiblemente ligado con los significados y los valores que asume una comunidad,
con el pasado que recuerda y el futuro que anhela, en última instancia, con el reconocimiento y la
elaboración de su identidad.

ROBERTO DOBERTI

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