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Atlántida
1966
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REVISTERO Carlos
DE ACÁ Enrique
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La tensión cambia de
escena
La tensión que ha
venido manteniéndose:
entre Ejército y Gobierno
se traslada de pronto a
la Fuerza Aérea. En
realidad, una nerviosa
situación se vivía en
Aeronáutica desde el 31
Alconada Aramburú cuenta cómo de marzo de este
pudo evitarse el golpe año. Ese día, el Estado
Mayor había entregado
al comandante del arma,
brigadier general
Armanini, un trabajo de
"asesoramiento", en el
cual se opinaba con
crudeza sobre la
situación nacional. Se
señalaba allí que "la
autoridad del gobierno y
la situación política,
económica y social
Ya todo terminó. ¿Por qué puerta
están seriamente
saldrá Illia, que ya no es presidente?
deterioradas" y que "no
Muchos más periodistas que se descarta la
curiosos. ¿Lo sacarán o saldrá solo? posibilidad que como
¿Por qué puerta abandonará consecuencia de un
la Casa rosada? los periodistas evidente empeoramiento
esperan. No había curiosos de la situación actual se
ni adeptos. haga necesaria la
intervención del
gobierno por las
Fuerzas Armadas". El
explosivo documento
fue casualmente
entregado al
comandante en jefe por
quien poco después
sería su sucesor del
entonces jefe del Estado
Mayor, brigadier mayor
Adolfo Teodoro Alvarez.
Paulatinamente, la casi
totalidad de los mandos
de la Aeronáutica
La misma noche se cerró el parecían perder las
congreso. El Poder esperanzas sobre una
agilitación de la política
Legislativo dejó de existir. El Judicial del gobierno radical y se
(la corte) fue destituido inclinaban a la tesis
después. revolucionaria.
Probablemente todo
esto, unido a ciertas
situaciones de orden
familiar, indujo al
brigadier Armanini a
alejarse de su cargo.
Las reuniones de los
altos mandos
aeronáuticos se
suceden. Sólo el
secretario y el
subsecretario de la
fuerza, brigadieres
Romanelli y San Juan,
se inclinan en favor de
mantener el gobierno
constitucional, y la
tensión se agudiza a
mediados de junio. Dos
Suárez sonríe. Ya no tiene dolor de de los jefes que más
estómago ni la cabeza pesada. han fustigado al
gobierno radical, los
¿Olvidó las cartas que dicen tenía
brigadieres Carlos
y no pudo jugar?
Alberto Benavídez y
Ricardo Favre —éste
muy vinculado a
Onganía—, son
sorpresivamente
sancionados con 25 días
de arresto y relevo de
sus funciones. En
ningún momento se
explica cabalmente el
Son las 11.15 del 30 de junio. a 48
motivo de las mismas.
horas de la revolución ya todo
Incluso, desde fuentes
terminó. el general Onganía se oficiales se hace
apresta a jurar como presidente. los trascender que estarían
tres comandantes en jefe lo determinadas por
ungen y observan: Benigno Varela, "irregularidades
Pascual Pistarini y Adolfo administrativas". En
Alvarez. informados círculos de
Aeronáutica se señala,
Nota: los pie de foto
en cambio, que otro es
pertenecen al original
el motivo. El jefe de la
guarnición de Morón,
brigadier Carlos A. Rey,
habría solicitado la
sanción como
consecuencia de una
reunión mantenida por
Favre y Benavídez con
oficiales de esa base
que, a su juicio,
producía un
quebrantamiento
disciplinario al pasar por
sobre su autoridad. La
sanción a estos oficiales
acentúa abruptamente
el clima revolucionario
en la Fuerza Aérea.
Pero desde Ejército se
indica: hay que esperar.
La estrategia de la
cara de goma
La crisis se ha
acentuado. El general
Pistarini cita a los
generales de división
para una reunión el
viernes 24 de junio. Se
había producido ya la
primera reunión formal
de gabinete de Arturo
Illia sin arribarse a
resultados concretos,
salvo una resolución
totalmente secundaria:
el temporario
alejamiento del titular de
Teléfonos del Estado,
López Zavaleta, lo que
no implica, por
supuesto, las
modificaciones de fondo
que se requieren de la
política del gobierno.
Ante la reunión citada
en el comando en jefe
del Ejército, el ministro
Suárez se apresura a
convocar una el mismo
día, pero en horas de la
tarde, para canalizar las
inquietudes que puedan
suscitarse en la primera.
En el gobierno —por lo
menos en lo que hace a
los ministros más
avisados, Suárez y
Alconada Aramburú—
se vislumbra que la
suerte del oficialismo
pende de un hilo. En el
lado revolucionario se
teme, en tanto, que
pueda producirse el
relevo del comandante
Pistarini y otros altos
oficiales. Se decide
adoptar entonces la
estrategia de la "cara de
goma". En suma: evitar
dar pie para que el
eventual relevo del
general Pistarini tenga
asidero. Una anécdota
trascendida en muy
altas y reservadas
esferas militares lo
ejemplifica: el general
Caro habría asumido
una postura agresiva
durante la reunión del
viernes 24, lanzando
interrogantes como éste:
—"A mí me han sugerido
que no venga a esta
reunión porque me iban
a meter preso. ¿Quién
me mete preso?" —No
hubo respuesta.
Tampoco una votación
como ciertas versiones
lo hicieron suponer.
Simplemente, sí, un
cotejo de opiniones. Los
generales Villegas,
Alsogaray y Iavícoli no
ocultaron su
pensamiento de que a
su juicio las Fuerzas
Armadas debían
hacerse cargo del
poder. Los restantes, en
cambio, en algún caso
no abren juicio; en otros,
no se muestran
convencidos de la
oportunidad de esa
toma del poder.
Y si no hubo votación o
se puso en práctica la
estrategia de la "cara de
goma", es porque en el
pensamiento de los
revolucionarios estaba
siempre no producir el
golpe de un sector sino
que las FF.AA. como
institución se hicieran
cargo del poder. El
relevo del comandante
en jefe, por ejemplo,
habría imposibilitado ese
proceso.
La reunión con el
ministro, por su parte, se
transforma en una mera
conversación sin
resultados positivos.
El Día D
Durante el fin de
semana se producen
febriles reuniones. Hay
un hecho que se ha
producido, en tanto. El
general Caro ha
mantenido en su
domicilio una reunión
con dirigentes
peronistas -Tecera del
Franco, Serú garcía y su
propio hermano,
Armando, legislador por
Salta- de la cual
participa a último
momento también el
secretario de guerra,
Castro Sánchez. Eso
transgrede normas
disciplinarias de la
fuerza, y Pistarini decide
que ha de proceder a su
relevo. La detención de
caro -que es convocado
a presentarse al
comando en jefe el día
lunes -sería en definitiva
el factor
desencadenante para la
revolución. El mismo
viernes, a última hora la
orden de operaciones es
distribuida por el
comando en jefe. Ha
sido redactada por la
Sub-jefatura III de
operaciones del estado
Mayor a cargo del
general Lanusse, y
participan también
activamente en su
elaboración el general
López Aufranc, y el jefe
de inteligencia, general
Fonseca. En principio, la
fecha fijada para la
revolución es entre el
miércoles y el viernes de
la semana que se inicia.
Pero súbitamente se
sabe durante el día
domingo que Illia se
dispone a producir un
golpe de efecto para
evitar la revolución.
Según se trasciende, se
trataría de un discurso
radiofónico "ofreciendo
su renuncia al pueblo,
pero no a los militares".
todo esto hace temer
que el proceso pueda
derivar en
enfrentamientos
armados. y ello induce a
anticipar la fecha,
fijándosela para el día
lunes. Es finalmente el
Día D.
Así fue
A partir de las 10 del
lunes 27 una intensa
actividad comienza a
desarrollarse en el
comando en jefe del
ejército. alas 17 llega el
general Caro y se
procede a su detención.
A un mismo tiempo, y
como si fuera esto una
señal, la orden de
operaciones comienza a
cumplirse como un
mecanismo de relojería.
Las radioemisoras son
tomadas al igual que
otros lugares
estratégicos, todo en
medio de una
preconcebida sobriedad.
Se pensó, incluso en no
hacer visibles tropas en
la calle, salvo si el
presidente no acepta el
ofrecimiento de partir en
avión a reunirse con su
esposa en EE.UU y
decide resistir, tal como
finalmente ocurrió. al
mismo tiempo se
anuncia el
desconocimiento de la
autoridad de la
Secretaría de Guerra
por medio de un
mensaje radiofónico.
Castro Sánchez se
comunica
telefónicamente con el
comando en jefe para
ratificar la veracidad de
esa decisión. cuando la
confirma, presenta en
seguida su renuncia al
ministro de Defensa.
Los acontecimientos se
suceden luego
vertiginosamente, como
son de público
conocimiento.
Para el gobierno radical
ya han comenzado a
deslizarse las últimas 24
horas de su mandato.
Fueron así:
Un vago dolor de
estómago
El lunes 27 de junio el
ministro de Defensa se
despertó temprano.
Sentía la cabeza pesada
y un vago dolor de
estómago. Pensó que
eran consecuencias del
asado del día anterior,
ese almuerzo en la
quinta del secretario de
Aeronáutica en Ezeiza,
que se había prolongado
hasta más allá de las
seis de la tarde. El
ministro de Defensa
recorrió mentalmente los
personajes y las
conversaciones
sostenidas en la quinta.
A ese almuerzo secreto
habían concurrido los
secretarios militares,
Nicolás romano, Perette,
Fassi, Gamond, Mor
Roig (que esa noche
tomó el avión para
Centroamérica) y el
propio Suárez. Se había
buscado nuclear un
grupo de personas que
fueran capaces de influir
en el ánimo del
presidente; por eso se
lamentó la ausencia de
Duhalde, que está
en Europa. El almuerzo
fue decisivo; se
presionaría fuertemente
sobre el presidente para
conseguir rectificaciones
substanciales que
frenaran el golpe.
Alguien preguntó
alarmado: -¿Pero es
inminente el golpe?- Los
secretarios militares,
sobre todo Castro
Sánchez sostuvieron
que no, que de ninguna
manera, pero que los
cambios en el estilo del
ejercicio del poder
robustecerían al
legalismo. con esa fe se
disolvió la reunión en la
quinta del brigadier
Romanelli. sin embargo,
no todos se fueron
tranquilos. Flotaba en el
ambiente una cierta
convicción de que algo
sucedía, y los ministros
más inteligentes y los
colaboradores de Illia no
podían evitar un
inconfeso resentimiento
contra la glauca
obcecación presidencial.
Estocada de humor
negro
Mientras tanto, el
presidente seguía
recibiendo pésima
información por parte de
su secretario de
Informaciones, brigadier
Gallardo Valdez, y de su
ministro del
Interior, doctor Palmero,
quien, con la mayor
buena fe, le infundían al
presidente una
confianza y un
optimismo con los que
acentuaban la natural
tendencia de Illia a
fugarse de la realidad.
De nada servía la
información contraria
que suministraban
Suárez, Oñativia o
Alconada: el presidente
era de esos hombres
que sólo creen lo que
les gusta creer. Eso
explica que en la
celebración del Día del
Ejército, minutos
después del discurso del
comandante en jefe,
cuando el ministro de
Defensa le propone al
presidente la destitución
inmediata del
general Pistarini, Illia se
niegue rotundamente
porque "no encuentra
justificaciones para esa
medida". El doctor
Suárez, al sentirse
impotente, trabado en
su acción por el
quietismo suicida de
Illia, se descarga en un
comunicado
congratulándose de que
Pistarini advierta que el
gobierno cumple tan
ajustadamente con los
ideales que sustenta el
ejército. Ese documento,
verdadera pieza de
humor negro político,
está destinado a excitar
al comandante en jefe y
provocarle alguna
reacción imprudente
ante la que Illia no
pueda dejar de
relevarlo, pero Pistarini
no acusa la estocada.
La entrevista decisiva
El auto del ministro de
Defensa entra por la
puerta de Rivadavia.
Los granaderos lo
saludan; será la última
vez: a las nueve menos
cuarto está en su
despacho y gestiona
una entrevista urgente
con el presidente.
Suárez tiene la
convicción de que la
revolución es inminente
pero cree que una
acción enérgica la
puede derrotar. A las
nueve y media entra a
hablar con Illia.
No hay testigos de esa
entrevista, que dura
treinta y cinco minutos;
sólo el presidente y
Suárez saben lo que se
habló allí, pero de vuelta
en sus oficinas, el
ministro de Defensa
ordena sus papeles,
limpia su escritorio, y
firma todos los
expedientes atrasados.
Al mediodía almuerza un
bife con ensalada y
agua mineral; poco
después comenzará a
precipitarse la acción.
Cuando, a las cuatro de
la tarde la Secretaría de
Guerra avisa la
detención del general
Caro, Suárez sube al
despacho presidencial,
del que no ha de salir ya
hasta la escena final de
este drama, la Casa de
Gobierno vivía un clima
muy tenso y empieza a
llenarse de ministros y
altos funcionarios que
llegan para saber qué
pasa. El ministro de
Defensa le propone al
presidente que dirija por
radio y televisión un
mensaje al país
denunciando que va a
ser quebrado el orden
constitucional y que los
generales Pistarini,
Alsogaray, López
Aufranc, Iavícoli y
Lanusse han sido
destituidos. Los equipos
transmisores llegan
velozmente, a la Casa
Rosada, así como el
camión de exteriores del
Canal oficial. Será inútil.
El presidente sostiene
qué es un problema que
se desarrolla
exclusivamente en el
ámbito castrense, que la
detención de Caro es un
conflicto "entre ellos'' y
que de ninguna manera
trascenderá esos
límites. Algunos
ministros comienzan a
perder la paciencia y
uno se pregunta en voz
tan alta como para que
lo alcance a oír un
ordenanza: —-¿Pero
éste está haciendo lo
posible para que lo
echen?
"Resistiremos en el
interior" "No sea tan
vehemente"
Aproximadamente a las
18 y 30 se le propone
seriamente a lllia
trasladar la sede del
gobierno a una ciudad
en donde "hay ejército
amigo" y desde allí
organizar la lucha.
Suárez sostiene que los
comprometidos en la
revolución tienen menos
fuerza que los que no
desean romper la
legalidad y que es muy
posible organizar una
resistencia exitosa.
Como toda respuesta el
presidente le dice a su
ministro de Defensa: —
¡No sea tan vehemente,
doctor!— y manifiesta su
deseo de que se calmen
los ánimos. El
comandante de
operaciones Navales y
el comandante en jefe
de la Fuerza Aérea,
almirante Varela y
brigadier Alvarez, pasan
a ver al presidente.
Recién esa
conversación persuadirá
a lllia de que su
gobierno ha terminado.
Ellos le piden que
renuncie.
"Nos defenderemos
con civiles radicales"
Cuando, salen de la
Casa de Gobierno y se
dirigen hacia el
comando en jefe del
Ejército, lllia expresa su
deseo de que sea
retirada la guardia militar
de la Casa Rosada (35
soldados del Regimiento
de Granaderos), y ante
las preguntas
asombradas de todos
responde: —Nos vamos
a defender del ejército
insurrecto con los civiles
radicales—. Y esta
patética decisión, este
grotesco remedo de la
CGT armada que hubo
de defender a Perón,
llena de estupor a los
miembros del gabinete.
Después de los
acontecimientos,
algunos ex
colaboradores del
gobierno expresaron
que la seguridad de lllia
de que no había motivo
para alarmarse provenía
de dos fuentes: una
conversación sostenida
por el presidente el
domingo 26 con el
gobernador Contín,
quien le dijo que el
general Cherettí le había
asegurado que no
habría golpe, y una
conversación de
Palmero con lllia a
primerísima hora del
lunes en la que le
trasmite unas palabras
de Caro acerca de que
"el golpe no es
inminente".
Posteriormente se
aclaró que Caro quiso
decir que no lo
consideraba probable
"en las próximas 48
horas".
"Pero va en serio la
cosa, che"
Cuando por la noche el
presidente se decide a
hablar por radio al país
para anunciar que ha
asumido la
comandancia en jefe del
Ejército y destituido, a
Pistarini, el presidente
no tiene por dónde
hacerlo.. Desde horas
antes reducidos y
discretos grupos dé
soldados y oficiales del
arma de
Comunicaciones han
copado el control de
todas las estaciones
radiotransmisoras y, los
canales de televisión. El
último decreto de Illia
que lleva el número
4777, con el relevo de
Pistarini, se sumerge en
el silencio; 20 días antes
quizás hubiera servido.
Ahora ya es tarde; Los
acontecimientos se
precipitan. Y hasta los
más incrédulos
comienzan a creer. Por
ejemplo, a las 12.5 el
entonces jefe de policía,
inspector general
Nicolás Rodríguez, llama
por teléfono al ministro
del Interior, Dr. Palmero.
—Señor ministro, debo,
comunicarle que los
efectivos del Regimiento
3 de Infantería, de La
Tablada, ya
abandonaron sus
cuarteles y se dirigen
hacia el centro.
—Pero entonces era en
serio la cosa, che...
La conversación fué
escuchada por quienes
estaban con el Sr.
Rodríguez en esos
momentos: el subjefe de
policía, inspector
general Fernando
Sobrado; el inspector
general Schurlein, de
investigaciones; los
ayudantes de los
nombrados y algunos
veedores militares que
estaban en el lugar.
Algunos de ellos
asistieron a la reacción
que se produjo poco
después en el mismo
despacho:
—Inspector —llamó
Palmero, excitado y
vehemente—. Las
tropas del Ejército están
rodeando la Casa de
Gobierno. Prepárese
para reprimir.
—Doctor, lo lamento.
Somos policías;
póngase en
circunstancias...
"El presidente se
suicida"
Aproximadamente a la
medianoche —nadie
sabe de dónde surgió—
un rumor empieza a
extenderse por la
Rosada. Es un rumor
dramático, es de esos
rumores que se repiten
ahuecando la voz y con
un cierto temblor en los
labios. —Sí, parece que
sí. — Pero, ¿quién se lo
dijo? —Viene de arriba.
—¡Ah!, ha de ser por
eso que los hijos están
asi... —¿Vio cómo
lloraba la chica? —Y,
pobre, no es para
menos. —Pero, ¿le
parece posible? —El
"viejo" no es Frondizi.—
Pero, ¿cómo sé supo? —
Hace media hora le ha
pedido un arma a
Suárez. —Qué bárbaro.
—Qué regalito para el
golpe, ¿eh?, el
presidente suicidado,
¿eh?, ¿qué le parece?
Y los diálogos con el
rumor se enroscaban en
las volutas doradas de
las arañas, atravesaban
las cortinas de humo de
los cigarrillos y ponían
gravedad en las caras.
El suicidio. Llegó hasta
la Sala de Edecanes,
creció por el Salón de
Invierno, y a la gravedad
del momento se sumó
en todos los que
estaban allí, la pesada
idea de la muerte. En un
grupo donde un
resentido arriesgaba
frases hirientes ("Este ni
para intendente de Cruz
del Eje servía"), el rumor
del suicidio del
presidente impuso un
silencio culpable. El
viejo radical de las
soluciones prácticas dijo
al enterarse: —Ahora
más que nunca Carlitos
debe esconderse. Era la
una menos cinco, hacía
diez minutos que el
doctor Perette,
acompañado por el
doctor Conde, había
salido subrepticiamente
de la Casa de Gobierno
por la puerta de Paseo
Colón sin ser visto por
nadie, después de bajar
rápidamente las
escaleras porque el
ascensor no andaba.
A, partir de entonces
casi nadie sabía en
dónde se encontraba, el
vice. El auto de Perette
tomó el bajo a velocidad
regular para no llamar la
atención y llegó a Tigre.
Allí, a escasos metros
de la estación del tren,
el vicepresidente de la
Nación se ocultó en
la casa dé un amigo
político ajeno al
radicalismo del pueblo.
Sólo su chofer y el
dueño de casa sabían
que Perette estaba allí.
Solo, con la única
compañía de una radio a
transistores que le
permitía oír los intensos
boletines de una
emisora uruguaya el
vicepresidente afrontó la
angustia de la noche
decisiva.
Autógrafos y
pensamientos
Y así se llega a las cinco
y veinte de la
madrugada. Está por
comenzar el tramo final
de esta larga noche. En
ese momento se
encuentran en el
despacho del presidente
las siguientes personas:
Leopoldo Suárez,
Alconada Aramburu,
Arturo Oñativía,
Fernando Sola, Zavala
Ortiz, Miguel Ferrando,
Miguel Ángel Martínez,
Walter Kugler, Carlos
García Tudero, Alfredo
Concepción, Eduardo
Castro Sánchez, Luis
Caeiro, Ricardo Illia,
Eugenio Conde, Juan
Carlos Calderón, Félix
Elizalde, Luis Vesco,
José Nogueral
Armengol, Francisco
Murano, Ricardo
Gutiérrez Arana, Hipólito
Solari Irigoyen, Emilio
Ariel Jibaja, Roque
Carranza, teniente
coronel Catuzzí, capitán
de fragata Woolf de la
Fuente, vicecomodoro
Leconte, Isidro
Fernández Núñez,
Emilio Ibarra (h), Miguel
Ángel López, Julio César
Saguier, Edelmiro Solari
Irigoyen, Alfredo Bustos
Morón, Juan Manuel
Pomar, Marcos Werníke,
Horacio Villola, Juan
Carlos del Conté, Emma
Illia de Soler, Gustavo
Soler, Leandro Illia,
Marcelo Canay,
Everardo Gianelli,
Marcelo Gianelli, Luis
Pico Estrada, Juan
Caporale, José A.
Vacareza, Horacio
Vachmaisier y
subcomisario Juan
Carlos Obon. El
presidente se encuentra
dedicando fotografías a
algunos funcionarios y
amigos. Se abren las
puertas del despacho y
entran el jefe de la Casa
Militar, brigadier Otero,
un general, un hombre
de civil y otros con
uniforme. Se acercan al
doctor Illia que no ha
levantado la vista. El
general que acaba de
entrar, al ver que el
presidente no reacciona,
le toma la fotografía y la
va a retirar mientras
dice:
"Deje eso,
¡permítame!"
—Deje eso,
¡permítame!..
El doctor Illia con
ademán casi violento le
arrebata la fotografía,
que se ha ajado en el
breve forcejeo.
—Traiga para acá. Esto
es mucho más
importante. Le estoy
firmando una fotografía
a un ciudadano.
Baja la cabeza y sigue
escribiendo"; sin alterar
la posición, dice:
—¿Cómo es su nombre?
Se refería al funcionario
que le había pedido el
autógrafo, y éste grita:
—López, Miguel Ángel.
López, López, López.
El general, creyendo
que pregunta a él su
nombre:
—General Julio
Alsogaray.
El presidente lo mira un
instante y sigue
escribiendo; después de
firmar lo vuelve a mirar y
le dice:
—¿Y usted qué quiere?
—Vengo cumpliendo
órdenes del comandante
en jefe.
—El comandante en jefe
soy yo y mi autoridad
emana de esa
Constitución.
Señala el ejemplar de la
Constitución que tenía
en su mesa de trabajo.
—En nombre de las
Fuerzas Armadas le
vengo a pedir que
abandone la Casa de
Gobierno.
—Usted no representa a
las Fuerzas Armadas.
Usted representa a un
grupo de insurrectos...
—La escolta de
Granaderos lo
acompañará.
—Ustedes son
salteadores nocturnos.
Usted ha entrado aquí
porque tiene los
cañones detrás.
—Y usted sale de aquí
por la suma de
desaciertos que tiene
detrás.
Varias voces gritan: —
Respete al Señor
presidente.
—Doctor Illia, con el fin
de evitar actos de
violencia lo invito
nuevamente a que
abandone este
despacho...
—¿Violencia? ¿Qué
violencia? La violencia
la han desatado
ustedes. Yo siempre
prediqué la paz y la
concordia. El país les
recriminará siempre esta
usurpación.
El último café
La persona vestida de
civil que se mantiene al
lado del general
Alsogaray y que ha
estado en silencio hasta
ahora dice:
—Hable por usted. No
hablé en nombre del
país.
—Y este señor, ¿quién
es? —pregunta el
presidente.
—Soy el coronel
Perlinger.
—Usted, general es un
cobarde que se escuda
en la fuerza de sus
cañones.
En ese momento se ve
al general Alsogaray
cerrar instintivamente el
puño de la mano
derecha mientras la cara
se le pone lívida. Parece
inminente, que
descargará una
trompada sobre Illia, que
se ha puesto de pie
unos minutos antes.
Después de un instante
de silencio, Alsogaray
da media vuelta y sale
del despacho
acompañado por los que
vinieron con él.
Minutos más tarde
vuelve a entrar el que se
identificó como coronel
Perlinger; se sitúa a tres
metros de Illia y le dice:
—En nombre de las
Fuerzas Armadas vengo
a decirle que ha sido
destituido.
—Ya le he dicho al
general que ustedes no
representan a las
Fuerzas Armadas.
—Me rectifico,
entonces... En nombre
de las fuerzas armadas
que poseo lo invito a
irse.
—Traiga esas fuerzas.
—No lleguemos a eso.
—Los que llegan a eso
son ustedes.
Perlinger se va, pero no
del todo. el Dr. Illia mira
a quienes lo rodean. Los
cuenta y llama a un
ordenanza: —Tráigame
22 cafés.
El ordenanza sale a
cumplir la orden y es
detenido por el coronel
Perlinger.
—¿Dónde va usted?
—Á buscar 22 cafés que
pidió el señor
presidente...
—Nada de cafés. Ya no
hay café para el ex
presidente.
Con o sin "café, Illia
permaneció en su
despacho con los suyos.
A las 7.25 vuelve
Perlinger con 16
soldados de la guardia
de Infantería de la
Policía Federal armados
con pistolas lanzagases.
—Doctor Illia, su
integridad física está
asegurada, no así la de
las personas que lo
acompañan.
Se produce un rumor en
el salón. Illia,
dirigiéndose a la tropa:
—Estoy seguro que
ustedes se
avergonzarán de esto.
—Doctor, usaremos la
fuerza.
—Es lo único que tienen.
—Atención, 2 oficiales a
custodiar al Dr. Illia, los
demás desalojen el
salón.
Los agentes avanzan y
los oficiales tratan de
acercarse a Illia; como
algunos de los ex
ministros tratan de
impedirlo, se producen
unos pocos empujones.
el ex presidente avanza
hacia la puerta con
gesto agrio. Los hijos
del docto Illia
pronuncian palabras
soeces contra los
militares. Ya en la
explanada, y después
de un
trayecto con algunos
incidentes (Illia aparta
con extrema
brusquedad a un
periodista que intenta
acercársele, Zavala
Ortiz golpea el suelo con
los pies y grita como
Mac Arthur:
¡Volveremos!), el
presidente depuesto
rechaza el auto y pide
un taxi. Luis Alberto
Cassachia, chofer del ex
ministro Alconada,
acerca el coche en
donde se ubican en el
asiento de atrás, el
doctor Illia, Alconada,
Ricardo Illia y Luis
Vesco; en el asiento de
adelante, el jefe de la
custodia y el doctor
Calderón, además del
chofer. El jefe de la
custodia le pregunta a
Cassachia si sabe
dónde queda la casa de
Ricardo Illia; como éste
contesta que no, le dice
que tome el bajo a gran
velocidad, que ya le
avisarán. La
preocupación del chofer
es no chocar con los
autos de la escolta y el
de los periodistas que
los siguen. Pasan sin
respetar las luces de los
semáforos. Viajan todos
en silencio. Al pasar por
Retiro algunas personas
lo reconocen a Illia y
miran con extrema
curiosidad. El ex
presidente hace un
breve comentario sobre
la gente que a esa hora
va hacia su trabajo. Al
llegar a destino el doctor
Illia saluda al chofer y le
agradece que lo haya
llevado; después, en la
vereda, le pide un café a
su cuñada, que ha
salido a recibirlo, y entra
rápidamente en la casa.
Mientras tanto, el doctor
Perette, consciente de
que su ocultamiento ha
perdido sentido, se
vuelve a Buenos Aires y
se instala en su
departamento de la calle
Jean Jaurés.
A las ocho de la mañana
el ex ministro Suárez
llega caminando a su
domicilio, casi
exactamente 24 horas
después de haber salido
de allí. Siente un poco
de hambre y pide de
comer. Todo ha
terminado.
¿Dónde está Onganía?
Mientras en la Casa de
Gobierno se desarrollan
los últimos pasajes de la
frustración radical, en la
Secretaría de Guerra
están reunidos los
comandantes en jefe de
las tres Fuerzas. Los de
Marina y Aeronáutica
han sido convocados
con urgencia al
precipitarse los
acontecimientos a partir
de la detención de Caro,
con el consiguiente
adelanto en la fecha
prevista. El comandante
en jefe de Aeronáutica,
incluso, se halla en viaje
hacia Mendoza y su
inmediato regreso ha
sido reclamado
mediante una
comunicación con el
aparato en vuelo.
Pasada la madrugada
se siguen discutiendo
los términos del estatuto
y la proclama
revolucionaria cuyo
texto básico ha sido
redactado por los
generales Lanusse y
López Aufranc, el
teniente coronel
Corbetta y el doctor
José Manuel Saravia
(h).
Hay acuerdo en
proceder a la redacción
definitiva de ambos
documentos al día
siguiente. Empero, la
reunión se alarga aún
durante bastante
tiempo. Según se
afirma, la Marina habría
manifestado cierta
inquietud, sosteniendo
que algunas de las
designaciones
propuestas por el
Ejército iban a recaer en
figuras de "acentuado
tinte nacionalista".
Ya es avanzada la
madrugada.
Teóricamente el general
Onganía ha
permanecido hasta ese
momento en su
domicilio particular. Una
versión autorizada
indica que vestido de
civil y acompañado del
general Lanusse
ingresó, empero, a esa
hora al edificio de la
calle Azopardo para
mantener una secreta
entrevista con el general
Pistarini.
Una serie de nuevas
entrevistas van a
realizarse luego durante
las siguientes 24 horas.
Y es que en realidad,
según el primitivo
proyecto revolucionario,
los tres comandantes en
jefe se harían cargo del
gobierno durante un
lapso prudencial —
alrededor de seis
meses—, durante los
cuales serían adoptadas
las medidas más
drásticas o
"impopulares" que los
planes revolucionarios
consideran
imprescindibles llevar a
cabo. El general
Onganía sería
mantenido durante ese
lapso como una figura
de reserva y al cabo de
ese interregno se le
ofrecería públicamente
encabezar los destinos
de la Nación.
Pero los planes varían
entre esa madrugada
del 28 y la del día
siguiente. En el curso de
esas entrevistas se
decide finalmente
saltear la primera etapa
del plan revolucionario
para que la figura
nucleante de Juan
Carlos Onganía se haga
cargo del poder.
Son las 11 del día 30.
cuando es proclamado
presidente de la Nación.
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