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L
autoafirmación, en su dimensión individual o en su vertiente colectiva.
Porque, en efecto, complican enormemente las cosas conceptos
os discursos xenófobos y racistas se confrontan a dos como el de fraternidad, tan vinculado a los elementos fundacionales
de los valores referenciales de las sociedades democrá- de nuestra cultura. No ha escapado a Derrida la importancia que esto
ticas modernas: el cosmopolitismo y la hospitalidad. tiene, pues nos plantea que “imaginemos una amistad que va más allá
Ni que decir tiene que tales valores funcionan hoy en de esta proximidad de doble congénere. Más allá de la paternidad, la
las aludidas sociedades como ideales regulativos, per- más natural, cuando deja su firma, desde el origen, sobre el nombre
maneciendo aún muy lejos de nosotros el horizonte de como el doble espejo de tal pareja. Preguntémonos qué sería en tal
su plena materialización. En este aspecto, como en tantos otros, ni caso la política como algo ‘más allá del principio de fraternidad’”2.
todo lo racional es real ni todo lo real racional. Una política “más allá de”; en esta expresión se manifiesta un empeño
Tales discursos aparecen de forma clara y explícita cada vez con de sobrepasar lo dado, lo realizado o lo materializado en la política
mayor frecuencia, aunque también es posible sacar a la luz, tras el concreta. Se trata, por lo demás, de una suerte de función no saturada,
necesario análisis, el soterrado contenido racista y xenófobo detectable que puede, de hecho, saturarse o cumplimentarse con los más diversos
latente en ciertos discursos políticos o en el pensamiento de algunos contenidos. Derrida lo hace apelando a la fraternidad y su superación.
autores tenidos por respetables. 1 Derrida, J., Points de suspension, Paris, Galilée, 1992, p. 250.
2 Derrida, J., Politiques de l’amitié, Paris, Galilée, 1994, p. 12.
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Las razones que da para ello tienen que ver con los aspectos negativos la extensión de la amistad y no del odio al otro, que evite la transmu-
que hay en ese concepto, aspectos que propenden a la utilización del tación del otro en enemigo irreconciliable. Mientras la política sólo
mismo como recurso para justificar la exclusión del otro, del no-her- pueda ser concebida a partir de la dialéctica amigos-enemigos, como
mano. Tal tipo de exclusión prolifera en la actualidad, por lo que quería Carl Schmitt, no habrá otro acontecer en lo político que el de
podemos agradecer a Derrida que nos pusiera en guardia frente a las la destrucción de los mecanismos de la solidaridad y la profundización
derivas que puede tener la política cuando se basa en la hermandad. de la brecha social.
Por otra parte, las reminiscencias freudianas más sugerentes están Por otro lado, la apuesta por la amistad civil nos pone a salvo de la
presentes de varias formas en este texto. Pero dejémoslas de lado y obsesión de pureza y la búsqueda de la inmunización colectiva que han
vayamos a la cuestión que más nos interesa ahora. caracterizado a los totalitarismos, a partir de las cenitales experiencias
Subrayemos, pues, que cuando hablamos de fraternidad pensamos que en este sentido se dieron a lo largo del siglo xx. Cada uno de esos
en una manera de aproximarnos responsablemente al otro, de hacernos regímenes de infausto recuerdo, pretendía llevar a la sociedad sobre la
cargo de él, de asumir nuestra responsabidad frente a él. Sin embargo, que establecía su dominación a entrar en “el tiempo de un mundo sin
a veces la apelación al hermano es reconocimiento de la llamada de amigo, el tiempo de un mundo sin enemigo. Inminecia de una autodes-
la sangre, establecimiento de los lazos sociales en función de la con- trucción por el desarrollo infinito de una locura de auto-inmunidad”5.
sanguineidad y, en contrapartida, exclusión del otro. El mundo de la política sería, para Derrida, el mundo en el que
Para Derrida, no puede haber democracia sin respeto a la diferen- ha de intentarse la extensión de la amistad, sobrepasando los lazos de
cia, sin atención a la singularidad, a la irreductible alteridad. Pero, al la fraternidad que, en última instancia, remiten a la sangre. La amis-
mismo tiempo, tampoco puede existir la democracia, dice Derrida tad, desde esta perspectiva, se enfrenta al problema de su hipotética
evocando a Aristóteles, sin la “comunidad de amigos”3. La democracia extensión y, de una u otra forma, ha de dar respuesta a la pregunta :
necesita del sustrato de la amistad y es el territorio político en el que ¿cuántos pueden ser amigos?
ésta puede extenderse de forma colectiva. En cualquier otro sistema Este es, como indica Derrida, un problema capital para la demo-
puede darse la relación de amistad entre ciertos individuos, pero la cracia ya que, como hemos dicho ya, el orden democrático es un
democracia es el único que no puede funcionar si la amistad, en sus sistema político en el que la amistad ha de ocupar un lugar central.
diversas formas y grados, no adquiere una dimensión colectiva. En Sin embargo, para que exista política ha de existir discrepancia
ella adquiere su sentido más profundo la afirmación siguiente: “El de intereses y pareceres. Para Carl Schmitt, eso sería tanto como una
otro es la condición de mi inmanencia”4. diferenciación entre amigos y enemigos, y por tanto una tensión dia-
Pero no olvidemos que el otro es también la posibilidad de la léctica entre grupos que se oponen en función de planteamientos e
trascendencia. El otro y lo Otro constituyen la sustancia del aconte- objetivos contrapuestos. Cabría preguntarse, en consecuencia, si es
cimiento y contienen las más obvias oportunidades de afrontar el reto posible compatibilizar amistad y rivalidad en el plano de la política.
del éxito o el fracaso. En cualquier caso, hemos de confrontarnos al La conclusión es que resulta inevitable intentar hacerlo, empeñarse
imperativo de concebir la política como una actividad que haga posible en la búsqueda del equilibrio necesario para evitar el caos absoluto.
Es éste el asunto primordial de la política.
3 Ibídem, p. 40.
4 Ibídem, p. 63. 5 Ibídem, p. 94.