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Magali Sarfatti.

- dependencia y ruptura de la relación sociedad – medio ambiente

El medio ambiente natural desempeña un papel fundamental en la localización y


distribución de población en el mundo y en la forma como esa población se organiza. En
tal sentido, los factores clima, fertilidad de los suelos, temperatura, precipitaciones, etc.,
actúan como principios ecológicos que determinan la distribución de las especies
vegetales y animales en la superficie de la tierra. En la medida en que diferentes pueblos
pueden adaptarse o vivir en medios naturales con características comunes, pueden adoptar
actitudes socioculturales o patrones de vida muy similares.

Así, por ejemplo, el Sahel es caliente y seco, con muy escasas precipitaciones anuales, lo
que confiere a la agricultura un carácter claramente marginal, y --aunque ese clima
permite la manutención de rebaños de diferentes especies-- la escasez de las lluvias y la
sequedad obliga a los pueblos de la región a una trashumancia permanente, situación más
acentuada en el Sahara. Por lo tanto, los diferentes pueblos del área han tenido que
adaptarse a condiciones ambientales muy específicas, con el resultado de que sus sistemas
socioculturales tienen aparentemente gran similitud.

Siempre que un sistema entra en contacto con otro sufre un impacto. En la medida en que
un sistema social ve afectado su funcionamiento debido a esta acción externa, altera su
relación con su medio ambiente natural. Se rompe así una armonía que tradicional e
históricamente cada pueblo había buscado con su entorno.

El imperio romano imponía sobre las tierras dominadas un patrón de desarrollo que
definía la relación grupo-medio ambiente, no en función de la armonía entre el grupo que
habitaba un determinado sistema natural y este último, sino en función de la posibilidad
de beneficiar al sistema social dominante con la producción del sistema social dominado.

A través de la historia, el proceso de influencia mutua ha ido en aumento, hasta configurar


un sistema mundial caracterizado por un centro dominante y un subsistema periférico
dependiente, siendo el primero de ellos el que impone sus patrones sobre el segundo. Los
últimos, en parte forzados y en parte conscientemente, buscan la adaptación de un sistema
económico y la utilización de su medio ambiente natural a las exigencias del centro
dominante.

En el caso de los países en desarrollo el primer impacto se presenta bajo la forma de


dominio colonial, que alteraría violentamente la relación hombre-medio ambiente, en la
búsqueda de la satisfacción de las demandas del centro.
El dominio colonial impuso estructuras comerciales, políticas e institucionales, en
función de los intereses de la metrópoli y no de las colonias. Skurnik1 se refiere a la
creación de la Federación Africana del Oeste en los siguientes términos: «was created to
serve French interest and only indirectly those of separed colonies». En general, podemos
afirmar que el sistema colonial organiza la sociedad local para producir en las mejores
condiciones posibles, desde el punto de vista de la metrópoli, los bienes de exportación,
sobre la base de una explotación intensiva del medio ambiente natural y una baja
remuneración del trabajo. Así, lo que interesaba al dominio francés en África occidental
era producir granos para la metrópoli, y ello suponía una reestructuración institucional y
cultural, ya que el trigo no formaba parte del ciclo agrícola tradicional.

El neocolonialismo y la dominación se manifiestan en el siglo XX en forma diferente,


pero con efectos similares, llavando a extremos el proceso de homogeneización de
cultivos que se insinuaba ya en el periodo colonial: los subsistemas dependientes
producen para el centro y no para ellos. El centro exige granos y, si ellos cultivaban mijo,
tratarán de adaptar su economía a una explotación intensiva que permita satisfacer el
mercado mundial, prescindiendo, por un lado, de los efectos sobre la estructura del
suministro interno de alimentos y alterando eventualmente los patrones de consumo
interno, incluso la dieta alimentaria, e ignorando, por otro lado, el impacto que esta nueva
alternativa tecnológica, proveniente del exterior, tenga sobre el medio ambiente natural.

Un ejemplo interesante es el desarrollo de la producción y exportación de piña enlatada


y casabé (tapioca o yuca) desde paíese en vías de desarrollo hacia países desarrollados.
Para ilustrarlo se puede tomar el caso de Tailandia. La dieta tradicional teilandesa está
constituida por arroz, verduras, pequeñas cantidades de carne y pescado. El arroz
contribuye con dos tercios del total de calorías de la alimentación tailandesa y es además
la principal fuente de proteína. Ahora bien, el área cultivada con arroz muestra una
disminución relativa entre los años 1965 y 1978; en 1965-1966 representaba 70% del área
total cultivada en el país; en 1977-1978 dicho porcentaje se había reducido a 60.5%, y
esto a pesar de la apertura de nuevas tierras a la producción agrícola, en otras palabras, el
cultivo de otros productos destinados principalmente a la exportación había absorbido el
aumento de hectáreas de tierra cultivada y estos productos han sido principalmente casabé
y piña. El área cultivada con yuca aumentó de 64 000 en 1959-1960 a 1 042 000 hectáreas
en 1979-1980, y figuraba en segundo lugar --después del arroz-- en términos de hectáreas
cultivadas.
De la producción de yuca, 90% se exportaba a Europa en forma de pellets para
alimentación de ganado. Tailandia es el quinto productor mundial de yuca y el mayor
exportador del mundo. Desde el punto de vista ambiental, se pueden comentar los
siguientes aspectos: el cultivo de yuca tiende a agotar los suelos y ello se ha traducido en
un incremento en la utilización de fertilizantes, con las consiguientes alzas de costos y la
caída de la productividad en la mayoría de las áreas. La consecuencia inmediata ha sido
la habilitación de nuevas tierras mediante la deforestación del bosque tropical tailandés.
En 1964 el área forestal representaba 53% del país. En 1979 dicho porcentaje se había
reducido a 38%. Aproximadamente 500 000 hectáreas de bosque se quemaban en
Tailandia para habilitar tierras destinadas al cultivo de yuca.2 Lo anterior, a su vez, ha
traído como consecuencia cambios en el clima: los periodos de sequía se han alargado
junto con problemas de erosión de suelos en la mayoría de las áreas cultivadas con yuca.

En el caso de la piña las estadísticas indican que en 1967 la producción tailandesa


alcanzaba apenas unas mil toneladas, destinadas al mercado interno. En 1977 había
aumentado a 88 000 toneladas, de las cuales 95% estaban destinadas a la exportación.
Esta producción ocupaba un área aproximada de 80 000 hectáreas en 1979, contra 27 400
hectáreas en 1970.

La piña es una planta que tiende a agotar los suelos y requiere cantidades apreciables de
fertilizantes y pesticidas. La expansión del área cultivada ha sido principalmente a
expensas del bosque tropical. El uso intensivo de fertilizantes y pesticidas se ha traducido
en un acentuado proceso de contaminación química. Por ejemplo, se ha constatado en
algunas áreas 14 kilogramos de residuos químicos por 0.22 hectáreas en varias áreas
cultivadas con piña. Al mismo tiempo, se ha comprobado la contaminación del agua de
riego por los pesticidas y fertilizantes utilizados en los cultivos de piña. Esta
contaminación se acentúa por el elevado porcentaje de desechos de la piña no utilizados
(cáscara, jugos, etc.) que se descargan en los ríos y otros cuerpos de agua, y que
finalmente afectan cultivos como arroz, plátano y caña de azúcar, así como a la población
piscícola de esos ríos.

Las condiciones antes favorables de los mercados internacionales de ambos productos se


han visto seriamente deterioradas. Por un lado, el mercado de la piña enlatada sigue
estancado y, en el caso tailandés, incluso se ha reducido por la política de diversificación
de algunos países, fundamentalmente Estados Unidos. Por otro lado, los países de la
Comunidad Europea no sólo presentan una situación de estancamiento, sino que además
imponen elevadas tarifas aduaneras: de 15 a 22% y restricciones de cuotas en favor de los
productores signatarios de la convención de Lomé.

Las exportaciones de yuca, a su vez, se vieron afectadas por las medidas proteccionistas
de la Comunidad Europea, que era el principal mercado de este producto. El pellet de
yuca competía tan favorablemente con los cereales para la alimentación de ganado que
los productores cerealeros de la Comunidad pidieron medidas proteccionistas que se
concretaron, en noviembre de 1980, cuando ésta y el gobierno tailandés llegaron a un
acuerdo «voluntario» de limitación de exportación por un periodo de seis años. Tailandia
se comprometió a limitar su exportación a los países de la CEE a sólo cinco millones de
toneladas de pellets de yuca para los años 1981 y 1982 y reducir este volumen a 4.5
millones para los años 1983 y 1984, con reducciones adicionales en los años siguientes.4

Es evidente que la producción de ciertos cultivos como, por ejemplo, el mijo responde a
ciertas características propias del sistema natural a que se ha adaptado la dieta alimenticia
del grupo local. La producción de trigo significa, entonces, alterar el funcionamiento tanto
del sistema natural como del sistema social. Las posibilidades de sobrevivir al impacto
dependerán de la resiliencia interna y de la capacidad de adaptación de ambos sistemas.

La homogeneización de los cultivos afectará tarde o temprano el ciclo natural del


ecosistema, cuyas modificaciones y eventual colapso tendrán efectos importantes sobre
el sistema social local. Uno de los casos más dramáticos son quizá el cacahuate y, en
general, los cultivos para producir aceites vegetales, con alta demanda en los mercados
internacionales. Aquellos países que aparentemente tenían condiciones favorables de
producción los incorporaron y fueron especializándose cada vez más en su producción,
con la esperanza de que esta especialización en un producto exigido por el mercado
produciría los tan ansiados ingresos de divisas para financiar el proceso de desarrollo.
Una visión economicista a corto plazo, basada en situaciones coyunturales de mercado,
orientó decisiones de política económica con profunda incidencia en el medio ambiente
natural, cuyos efectos no fueron tomados en cuenta. Un caso similar es el de la palmera
de aceite. El resultado ha sido el progresivo empobrecimiento de los terrenos agrícolas,
al igual que en los casos de la yuca y la piña.

Por un lado, la concentración de cultivos ha deteriorado el medio ambiente natural,


disminuyendo la potencialidad del ecosistema para mantener la población, y, por otro, ha
hecho al sistema socioeconómico más dependiente política, económica y socialmente.
Una vez pasado el auge en los mercados mundiales, los beneficios económicos se
mostraron insuficientes, y sobre todo efímeros, para enfrentar los requerimientos del
desarrollo.

Los efectos sobre el ecosistema son más graves que los asociados a la simple disminución
de fertilidad, ya que el proceso de homogeneización redunda también en una progresiva
disminución de la diversidad del sistema natural, con lo cual su capacidad de adaptación
se va reduciendo, y el ecosistema se hace más frágil, inestable y, sobre todo, vulnerable
a los imprevistos.

Los efectos negativos se deben muchas veces a que los sistemas dominantes imponen su
racionalidad. Desarrollada ésta en función de las relaciones existentes entre hombre y
medio ambiente en condiciones específicas, no necesariamente es válida en otros
contextos sociales y/o naturales. Así, por ejemplo para el agricultor europeo o
norteamericano, la mecanización es un método racional y tiende a aplicarla sin considerar
las características de los diferentes ecosistemas. Las consecuencias son desastrosas en
algunos casos. Ejemplo de ello son algunos países de la región sudano-saheliana, de tipo
árido. La mecanización y la utilización del arado mecánico han destruido en el curso de
pocos años la muy delgada capa fértil de sus suelos, dando lugar a un proceso progresivo
de erosión y desertificación que se traduce en la pérdida --a veces irreversible-- de esas
tierras para la producción de alimentos. Es así como criterios racionales de eficiencia y
productividad, basados en experiencias de otros lugares y en función de objetivos de corto
plazo, pueden traducirse en la práctica en una acción irracional, predatoria del medio
ambiente y negativa desde el punto de vista del desarrollo del sistema social en el largo
plazo, al ser transferidos indiscriminadamente a otros ambientes sociales y naturales.

La expansión del capitalismo europeo, que llevó a la colonización de las regiones de


ultramar, situó al hombre europeo en tierras nuevas, ricas y fértiles, extensas y
despobladas, así como en otras pobladas por antiguas culturas, fruto de un largo proceso
histórico, que asimismo ofrecían un enorme campo de explotación abierto a todo tipo de
oportunidades.

El proceso de colonización obedeció a un mismo objetivo: la explotación de la colonia en


beneficio de la metrópoli, la cual implicó la ruptura de una tendencia a la armonización
entre sistema natural y sistema social y la alteración de la relación hombre-naturaleza.

Es un hecho incuestionable que la expansión comercial que acompaña al capitalismo


europeo propugna por doquier una nueva forma de relación del hombre con su medio.
Los desequilibrios resultantes en el sistema periférico son consecuencia de la actitud
etnocentrista y de dominación del medio orientada a la explotación y a la acumulación en
el corto plazo, sin consideración alguna con la dinámica del sistema natural ni de sus
características estructurales. Ese sistema natural era justamente el que --en una u otra
forma, y a veces quizá intuitivamente-- había orientado la acción y organización de las
comunidades autóctonas. éstas eran demasiado débiles y sucumbieron a la mayor fuerza
del sistema social externo con el que entraron en contacto y por el que pasaron a ser
dominadas.
En el presente, al igual que en el pasado, el ser humano toma decisiones y ejecuta su
comportamiento dentro de ecosistemas y ambientes. La conceptualización de la relación
entre las sociedades humanas y la naturaleza condiciona la manera en que estas ven el
ambiente y toman acciones con respecto a él. Sin embargo, las distinciones que hace el
ser humano entre la naturaleza y la cultura no son universales. Mientras muchas
comunidades industriales se perciben como desligadas de la naturaleza, otras sociedades
se definen como parte integral de esta, a lo largo de un espectro de integración –
separación. Por lo tanto, la manera en que las sociedades definen la naturaleza está
directamente ligada a la relación social, política y económica que construyen y la manera
en que deciden vivir. En este curso estudiaremos esa relación entre ecología y sociedad
desde un punto de vista antropológico y arqueológico. Es esperable que muchas
comunidades en el pasado hayan incorporado la naturaleza a su vida diaria sin cuestionar
o definirla, y tuvieran la posibilidad de percibir cambios y responder a ellos en maneras
que hoy en día no conocemos. El estudiar el pasado como parte del presente permite
comprender mejor dónde estamos y qué asumimos hoy como sociedad puertorriqueña
dentro de un mundo globalizado.

La subida del nivel del mar, el aumento de la radiación, la expansión de los desiertos, el
alocado clima, la disminución en la cantidad de oxigeno e incluso ataques de insectos, la
gripe aviar y la gripe porcina y otras epidemias fatales – son solamente una parte de los
fenómenos que rompen la serenidad del planeta últimamente.

Y si todo esto nos parece “internacional” y lejano, a continuación comprenderán cuan


cercanos a nosotros están estos fenómenos. Uno de los resultados del calentamiento del
planeta produce extremismo en las lluvias – fuertes lluvias en periodos cortos en vez de
periodos de lluvias prolongados y más moderados. ¿Esto qué significa? Que será más
dificultoso acumular agua, lo que puede resultar perjudicial para el consumo de agua
potable y en dañino para la agricultura.

Así como señaló el grupo de asesores de la Casa Blanca, si USA y otros países no obran
lo suficientemente rápido para frenar los cambios climáticos, sucederán cambios que los
científicos denominan “puntos cruciales” – el derretimiento y la desaparición del hielo
flotante en los meses de verano en el océano árctico.

Según los asesores, estamos a una distancia de seis años de ese “punto crucial”, y de llegar
a él, fuera de duras condiciones de sequía, nos esperan la falta de alimentos en ciertas
zonas del mundo, la subida del nivel del mar y fuertes tormentas en otras zonas.
La situación está tan mal, que John Haldern, el asesor científico de Barak Obama, el
presidente de USA, considera seriamente “disparar a las capas superiores de la atmosfera
partículas de azufre”, para enfriar el planeta artificialmente.

Resulta que a partir del momento en el que Don Picapiedras entendió que puede utilizar
el entorno para beneficio propio, comenzó un proceso extenso y lento de deterioro, que
fue acelerando potentemente a partir de la revolución industrial. ¿De qué estamos
hablando?

El precio del crecimiento

La revolución industrial trajo consigo muchos cambios: mejoró los métodos de trabajo y
producción, elevó el nivel de vida, provocó la transición masiva desde el campo a las
nuevas ciudades que fueron construidas y condujo a revoluciones sociales, culturales y
educativas. Todos estos procesos se conectaron más y más y garantizaron felicidad y
prosperidad, pero más que nada, marcaron nuestra llegada a un grado nuevo y sin
precedente en el desarrollo humano – la “globalización”.

Cuando la globalización recién comenzó a cobrar vida, los especialistas nos dijeron que
las conexiones ciñéndose entre nosotros nos conducirán a hablar en un mismo idioma,
nos permitirán pasear donde queramos y nos abrirán las puertas a contactos económicos,
políticos y sociales que no hemos conocido aun. Y efectivamente, así fue. Solo que, así
como hemos descubierto últimamente, y estamos aun sintiendo en carne propia, la
definición de la palabra “global” es, cómo decirlo, mucho más amplia.

En la última crisis económica y en la crisis ecológica, que está ya cobrando fuerza, hemos
descubierto que “global” no es solamente comunicarse con los amigos por el iPhone,
mientras comemos un McDonald’s en Tailandia sobre mesas plásticas fabricadas en
China, sino también depender de muchas personas. Sin darnos cuenta, han cambiado las
leyes del juego; una noche nos fuimos todos a dormir, y al otro día fue como si hubiéramos
despertado en la casa del “Gran Hermano”. De un estado en el que cada uno rema hacia
delante de forma personal, pasamos al estado en el que todos remamos en un solo bote
global, completamente pendientes el uno del otro. En una paráfrasis sobre lo que ha
escrito últimamente el prestigioso columnista del New York Times, Thomas Friedman,
se puede decir que en el mundo global en el que vivimos hoy, cuando alguien en el otro
lado del planeta se rasca una oreja o se da vuelta en la cama, aquí debemos buscar
refugio…
El hombre - de “lobo” a “garante”

Todo está muy bien, se puede decir, pero - ¿por qué no seguir beneficiándonos a cuenta
de los demás? ¿Cómo es que, de pronto, el comportamiento egoísta del hombre se
convirtió en un problema? Después de todo, el ego no es algo nuevo, hace muchos años
que está con nosotros…

Esto es cierto. Por ello es que el ego es sólo parte del problema. La novedad está en el
cambio que se formó en las relaciones entre nosotros. De momento que las personas se
conectaron unas a otras en conexiones que no se pueden disolver – la realidad cambió. Es
decir, el problema no está sólo en nuestro creciente ego sino en el hecho de que actuamos
egoístamente, mientras vivimos dentro de la naturaleza, que es un sistema cerrado – cada
acción que tú haces afecta a los demás, pero también regresa a ti como un boomerang y
te golpea.

Aunque a veces nos cueste justificar un lince que ataca una cebra, hay que comprender
que este lo hace solamente porque tiene hambre, y no por placer o deseo de sentirse
superior. El lince abandona el cadáver y se aleja al sentirse satisfecho. El hombre, sin
embargo, es la única criatura en la naturaleza que goza con su superioridad sobre los
demás; la única criatura que desea explotar su entorno para beneficio propio, que jamás
se contenta con lo que tiene, que toma del entorno mucho más de lo que realmente
necesita y goza cuando los demás sufren.

En la base del comportamiento humano que moviliza los sistemas económicos y sociales
se encuentra el ego, que siempre prefiere el estrecho interés propio en vez del bienestar
general. Y aquí es que entra a tallar el aspecto, que lamentablemente no reconocemos lo
suficiente – queramos o no, nosotros también somos partes del sistema de la naturaleza.
Y el hecho de que observamos la naturaleza desde “arriba”, como si no perteneciéramos
a ella, nos crea un problema.

Mientras que la ley que dirige toda la naturaleza aspira a mantener el equilibrio y la
armonía, el pensamiento que motiva al hombre es completamente contrario, y se resume
en “cómo explotar más la naturaleza y el prójimo”. Sin darnos cuenta, estamos cortando
la rama sobre la que estamos sentados.

En su libro “Introducción a la Ecología – la vida en su entorno”, escribió el profesor Dan


Cohen: “En la última década, es de muy común aceptación hablar de la ecología y la
actitud hacia el hombre, pero existe cierta imprecisión en los términos en este concepto.
El término “ecología” no significa agua limpia o aire limpio, sino la generalidad de
procesos que actúan en la naturaleza. El hombre, por supuesto, es parte del sistema
ecológico”. Es decir, el hombre también es parte del sistema de la naturaleza, y tal como
demuestran recientes investigaciones en ciencias naturales y ciencias del entorno, cuando
un individuo en la naturaleza sale de su equilibrio, saca a la vez a todo el sistema de su
equilibrio. En los últimos cientos de años desarrollamos medios de transporte
contaminantes, construimos industrias, creamos el plástico entre otras cosas, para
agrandar más y más las ganancias. Quisimos una vida más cómoda “a costillas del
planeta”. Nos olvidamos de considerar a los que nos rodean y al entorno en el que vivimos
– pero el planeta ¡no se queda “de brazos cruzados”! En su especial y dolorosa manera,
eligió decirnos: “amigos, calmen un poco, hay un límite de cuanto se puede explotarme.
¡Compónganse! Al fin de cuentas, somos socios”…

Por lo tanto, si realmente queremos ayudar a la naturaleza, debemos empezar de la causa


que provocó el desequilibrio – el hombre.

Aun estamos dormidos

Pero, a pesar de los guiones apocalípticos que nos presentan los científicos, y a pesar de
que hoy todos comprendemos que existe un problema con los recursos, y tenemos noción
de la crisis del agua, el ozono y el clima, seguimos produciendo plástico, expeliendo gases
de efecto invernadero, quemando materiales tóxicos y vertiendo aguas negras al mar.

Es cierto que la ambición y la explotación exagerada de los recursos no son las únicas
razones de la crisis ecológica, pero no hay duda que el “exprimir” sistemáticamente el
planeta mucho más de lo que este puede dar, sin considerar las implicaciones del hecho
sobre el planeta y otras personas, ha contribuido bastante al rudo deterioro en la salud del
planeta sobre el que debemos subsistir, queramos o no.

Así actuamos. Por un lado hemos avanzado muchísimo, desarrollamos nuevos


medicamentos, inventamos nuevos e interesantes artilugios, prolongamos la expectativa
de vida y estamos erradicando el analfabetismo, pero por otro lado, estamos arruinando
el mundo y excavando nuestra propia fosa – para nosotros, para nuestros hijos y para los
hijos de nuestros hijos.

El punto hebreo

Entonces, ¿se puede hacer algo? Sin duda, todavía se puede. Primeramente – es
conveniente empezar a considerar un poco al planeta. Segundo – debemos entender que
todos vivimos en el mismo planeta redondo y pequeño y que todos estamos conectados
unos a otros. Es tan simple. Piénselo: ¿quién volcaría basura dentro de su propia casa?,
¿quién se comería todo lo que hay en el refrigerador y no dejaría nada para sus familiares?,
¿quién tiraría basura dentro de la piscina particular, sabiendo que su hijo no podrá entrar
a ella porque el agua está contaminada? Y ¿quién, a sabiendas de que sus hijos jugarán
en el patio fuera de la casa, tiraría allí materiales tóxicos y cancerígenos?

No todo está perdido aun. El cambio puede llegar, pero debemos comprender que no hay
a donde escapar. Este planeta es de todos, y todos debemos vivir en él juntos, pendientes
unos de los otros. El hombre ya no es una isla asolada, sino una parte inseparable del resto
del mundo, una parte muy influyente que puede ser muy peligrosa, pero de la misma
manera también el individuo puede provocar un cambio. Y aquí entra el ángulo judío.

La polémica sobre las profundas conexiones que existen entre los hombres y entre ellos
y la naturaleza ocupó muchísimo a los sabios judíos mucho antes de que Dennis Meadows
y sus compañeros de la Universidad MIT escribieran el libro “Limites de Crecimiento”
(“The limits to Growth”), en un intento de parar la relación unilateral entre el sistema del
planeta y el sistema humano.

En diferentes escrituras estos sabios han discutido la naturaleza humana y la del mundo e
intentaron dar una solución al choque entre las dos. Se refirieron a la naturaleza como a
un sistema armónico y completo – no solo piedras, mares, arboles y animales, sino
también como una especie de legalidad responsable del apropiado funcionamiento de
todos los individuos en el sistema, que embarca toda la realidad, y aspira a llevar todo a
un equilibrio y armonía. De esto escribió el Rav Abraham Yitjak ha Cohen Kook
(HaRaAYaH): “El hombre se pregunta qué necesidad hay en toda la cantidad de actos y
criaturas extrañas y múltiples, y no entiende cómo todo esto es un solo conjunto… no
existe un solo punto que esté de más, todo es necesario y todo sirve para su propósito. Tú
estás en todo lo que está debajo de ti, y estás conectado y subes con todo lo que es superior
a ti y te supera… y así es que se forman todas las criaturas del mundo en una sola división,
y naciones y partidos, y los que sostienen una opinión y distintos caracteres, construyen
juntos un mundo entero, que está lleno de vigor y gloria en conjunto” (“Luces de la
santidad” –parte II, página 361-363), y a esto agrega Rav Yehudá Liev ha Leví Ashlag,
en un lenguaje que pareciera tomado de las palabras del filosofo Baruch Spinoza en
“Tratado para mejoramiento del intelecto”: “Y para que no tenga que traer estas dos
lenguas, de aquí en adelante, o sea, naturaleza y protector, que no hay ninguna división
en la existencia de las leyes tal como lo he demostrado, por lo tanto lo mejor es que
lleguemos a un común acuerdo y aceptemos las palabras de los cabalistas, que la
“naturaleza” equivale a “Dios”- en guimetria, del hebreo equivalente al número 86 – y
entonces podré nombrar las leyes de Dios con el nombre de preceptos de la naturaleza, o
viceversa, ya que son lo mismo, y no estaríamos prolongando el comentario basándonos
en la nada. Y a partir de ahora, es importante para nosotros, ver los preceptos de la
naturaleza para saber qué nos exige esta y evitar que nos castigue sin compasión, como
es sabido, y hemos dicho que la naturaleza obliga a la especie humana a vivir una vida
social y esto es simple, pero debemos observar los preceptos que nos exige la naturaleza
de obrar desde esta observación, o sea, desde el punto de vista social. Y cuando nos
observemos en forma general y procuremos de obrar en la sociedad únicamente por dos
mandatos que se pueden definir como “recibimiento” y “otorgamiento” (entrega al
prójimo, amor al prójimo)”.

En otras palabras, cada miembro está obligado por parte de la naturaleza a recibir sus
necesidades de manos de la sociedad, y también se le exige otorgar por medio de su
trabajo al bienestar de la sociedad. Al no cumplir con alguno de estos dos preceptos será
castigado sin piedad, como se ha escrito.

En el mandamiento de recibimiento, no se necesita demasiado miramiento, ya que el


castigo ocurre de inmediato si no es cumplido, ya que recibir no se considera trabajo
mayor. Sin embargo el segundo precepto, el “otorgamiento a la sociedad”, es menos
cumplido dado a que el castigo no nos llega de inmediato al no cumplirlo y de hecho, el
castigo nos llega de forma indirecta.

Por lo tanto, sigue la humanidad probando la espada y el hambre, y en toda su historia no


ha cesado de hacerlo. Y lo más increíble es que la naturaleza, como un juez de alta
profesión, nos castiga según su consideración por nuestro desarrollo, ya que podemos
comprobar con nuestros propios ojos que así como la humanidad va desarrollándose, así
van aumentando los tormentos y sufrimientos para conseguir nuestra economía y
sustento.

Está a nuestra vista la base científica experimental de que su Providencia nos ha mandado
cumplir con todas nuestras fuerzas el precepto de “otorgamiento al prójimo” de forma
precisa, de manera que ninguno de los miembros de nuestra sociedad pueda disminuir su
esfuerzo necesario para el éxito de la sociedad y su bienestar, y mientras seamos
perezosos para cumplirlo no dejará la naturaleza de castigarnos y tomar su revancha de
nosotros.

Parte de nuestros sabios atribuyeron a la naturaleza una meta superior. Algunos


identificaron la naturaleza con la Fuerza Superior (en oposición a la naturaleza del hombre
que se define como egoísta y por lo tanto es contraria a ella), y otros simplemente se han
maravillado por su gloria y trataron de aprender de esto sobre las relaciones que debemos
establecer entre nosotros para mantener esta naturaleza y a nosotros mismos.

El personal docente, del que formo parte en el colegio donde imparto clases, ha estado
diseñando un proyecto de “ecología medioambiental” con el deseo de investigar estas
relaciones junto con los alumnos, y medir la relevancia de esto en nuestros días, en los
que el mundo se ha convertido en una pequeña choza en la que sus habitantes deben
comenzar a levantar sus cabezas y mirar alrededor y reconocer que existen más personas
en el mundo.

Los autores del proyecto se han puesto como meta contactar entre los dos importantes
ejes que he mencionado y que gozan de muy poca atención de parte del público en general
y de la juventud en especial.

Primeramente – el elemento tradicional – no es secreto que muchos de los jóvenes de hoy


se han alejado de cualquier tipo de actividad basada en la cultura tradicional, la cual les
parece anticuada y poco relevante para sus vidas y el mundo moderno. Esta realidad
enfatiza muchísimo más el vacío moral que se ha abierto en los últimos años entre los
jóvenes, quedándose sin recibir respuestas de otro origen. A pesar de que en el mundo
entero se dedican recursos para investigaciones y para elevar el reconocimiento del
problema, mientras comités ecológicos se organizan con urgencia en distintas partes del
mundo, y muchos países sienten en carne propia el problema, aun hay muchos países
donde el tema se deja a un lado.

La meta del proyecto es resaltar estos dos aspectos, por medio de una combinación
especial y fascinante entre la relevancia del problema ecológico considerando el mundo
global, y la solución que nos aconsejan los filósofos judíos para este problema. Todos
tenemos esperanzas de que por medio del proyecto podamos exponer a los jóvenes a dos
mundos fascinantes, interesarlos en el tema y finalmente motivarlos a obrar – convertirlos
en embajadores de la cultura y el tema ecológico dentro de los colegios y fuera de estos.
Piensen en esto: la verdadera solución para el problema ecológico y moral que se revela
en nuestra generación realmente está dentro de la educación, y esto no es cliché. Es
suficiente con que eduquemos una generación a dirigirse de otra forma uno al otro y al
entorno para cambiar radicalmente la cara de la humanidad. Después de todo, esta es la
generación que educará a las generaciones venideras…

Por más sorprendente que suene, nosotros vemos en este proyecto uno de los mejores
caminos para permitirle al alumno conocer el mundo global en el que vive y diseñar su
identidad como un individuo que sale a la vida preparado para vivir en el siglo veintiuno
– un individuo educado consciente de los vientos de la época, pero especialmente
comprometido a la sociedad en la que vive y consciente de su importante rol en ella.

“Frente a nosotros hay un mundo entero, espacios, distancias, profundidades, vida, luz
que no es usada ni investigada – inmerso, hombre, dentro de la profundidad de este
inmenso mar, ¡abre todos los espacios de tu corazón y todos los cuartos de tu espíritu al
fluido de la vida y de la luz – vive! ¡Vive con todos tus átomos, vive el mundo! ¡Vive –
y verás que aun hay lugar para el amor, la fe, la ideología, la creatividad! Y, ¿quién sabe?
¡Quizás todavía existan mundos que ni siquiera tienes idea sobre ellos!

…y en ese día abrirás los ojos, hombre, y mirarás directamente a los ojos de la naturaleza
y verás en ellos tu imagen. Y sabrás, que has regresado a ti mismo, porque al ignorar la
naturaleza, te has ignorado a ti…

…entonces conseguirás la eternidad del momento. Entonces sabrás cuál es tu riqueza, que
grande es tu gobierno, que abundante es la bendición que te sostiene.

Y amarás aquel día todo lo que está, y amarás al hombre, y te amarás también a ti – porque
tu corazón estará colmado de amor. Y confiarás en ti mismo y en el hombre porque estarás
lleno de vida”. (A.D. Gordon, “El hombre y la naturaleza” - capitulo segundo,
“Extracción de las raíces del alma de la naturaleza”).

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