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APRENDER, SIEMPRE APRENDER

Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XX1

La educación no es el "Ábrete Sésamo" para el desarrollo continuo de la sociedad y de


la persona, pero sí una vía, ciertamente entre otras, pero más que otras.

Nuestros niños y adolescentes heredan la tensión entre lo mundial y local; lo universal


y lo singular; la tradición y la modernidad; el largo y el corto plazo; la competencia y la
igualdad de oportunidades; el extraordinario desarrollo de los conocimientos y la
capacidad humana para asimilarlos; lo espiritual y lo material. Esas tensiones suponen
que sean capaces de ser ciudadanos del mundo sin perder sus raíces; de adaptarse
sin negarse a sí mismos; de sobrevivir a lo efímero; de competir sin negarles
oportunidades a otros; de conocer disciplinas para conocerse a sí mismos, mantener la
salud física y psicológica, y conocer mejor el medio ambiente natural para preservarIo.

La educación debe responder al nacimiento doloroso de una sociedad mundial, ante la


cual millones de seres humanos experimentan una sensación de vértigo. La
interdependencia planetaria y la globalización son fenómenos esenciales de nuestra
época, que marcarán su impronta en el siglo XXI. El gran riesgo está en que se
produzca una ruptura entre una minoría capaz de moverse en ese mundo en formación
y una mayoría que se sienta arrastrada por los acontecimientos e impotente para influir
en el destino colectivo. Una ruptura semejante provocaría un retroceso democrático y
rebeliones múltiples.

Para evitarlo, se imponen el concepto de educación durante toda la vida y la necesidad


de avanzar hacia una "sociedad educativa", donde los medios de comunicación, la vida
profesional y las actividades culturales o de esparcimiento gocen de un enorme
potencial educativo; claro que para aprovecharlo y perfeccionarlo la persona debe
poseer todos los elementos de una educación básica de calidad. Más aún, es deseable
que la escuela le inculque más el gusto y el placer de aprender, la capacidad de
aprender a aprender, la curiosidad del intelecto.

Ante el reto de un mundo que cambia rápidamente, se impone ir más allá de la


distinción tradicional entre educación básica y permanente. Anteriores informes sobre
educación habían planteado la necesidad de volver a la escuela para afrontar las
novedades que surgen en la vida privada y en la vida profesional. Esa necesidad se ha
acentuado y la única forma de satisfacerla es aprender a aprender.

Esa aspiración está acompañada de una exigencia: comprender mejor al otro,


comprender mejor el mundo. Exigencia de entendimiento mutuo, de diálogo pacífico y,
por qué no, de armonía, de la que tanto carecen nuestras sociedades. Se trata de
aprender a vivir juntos conociendo mejor a los demás, su historia, sus tradiciones y su

1
Adaptado de Unesco (1996): la educación encierra un tesoro, Unesco, París.
espiritualidad y, a partir de ahí crear un espíritu nuevo que impulse la realización de
metas comunes o la solución inteligente y pacífica de los inevitables conflictos.

Una educación que genere y sea base de ese espíritu nuevo no significa que deje de
lado otros tres pilares que proporcionan los elementos básicos para aprender a vivir
juntos.

 Aprender a conocer, combinando una cultura general suficientemente amplia con la


posibilidad de estudiar a fondo un número reducido de materias. Esa cultura general
sirve de pasaporte para una educación permanente, en la medida en que supone un
aliciente y sienta las bases para aprender durante toda la vida.

 Aprender a hacer. Conviene no limitarse al aprendizaje de un oficio. Vale la pena


adquirir una competencia que permita el trabajo en equipo -dimensión demasiado
olvidada en los métodos actuales de enseñanza- y hacer frente a numerosas
situaciones, algunas imprevisibles. Es mejor si los estudiantes cuentan con la
posibilidad de evaluarse y de enriquecerse participando en actividades profesionales
o sociales en forma paralela a sus estudios. Así, la alternancia entre la escuela y el
trabajo es una metodología muy saludable.

 Aprender a ser. Éste fue el tema central del informe Edgar Farreé (1972) auspiciado
por la Unesco. Sigue siendo actual, puesto que el siglo XXI nos exigirá mayor
autonomía y capacidad de juicio, además de una mayor responsabilidad personal en
la construcción del destino colectivo. Aprender a explorar todos los talentos que,
como tesoros, están enterrados en cada persona, como la memoria, el raciocinio, la
imaginación, las aptitudes físicas, el sentido de la estética, la facilidad para
comunicarse con los demás, el carisma personal, etcétera.

Con esos cuatro aprendizajes sería posible la construcción de una sociedad educativa
basada sobre la adquisición, la actualización y el uso de los conocimientos. Mientras la
sociedad de la información se desarrolla y se multiplican las posibilidades de acceso a
los datos y a los hechos, la educación debe permitir que todos puedan aprovechada,
recabada, seleccionada, ordenada, manejada y utilizarla. Por consiguiente, la
educación tiene que adaptarse en todo momento a los cambios de la sociedad, sin
dejar de transmitir por ello el saber adquirido, los principios y los frutos de la
experiencia.
EDUCAR, UN ACTO DE CORAJE

Por Fernando Savater


Universidad Complutense de Madrid

Tomado de: GÓMEZ BUENDÍA, Hernando. Educación la agenda del siglo XXI. Hacia
un desarrollo humano. Santa fe de Bogotá : Tercer Mundo S.A., 1999.

La educación es sin duda el más humano y humanizador de todos los empeños. La


tarea de educar tiene obvios límites y siempre cumple sólo parte de sus mejores -¡o
peores!- propósitos. ¿Debe preparar competidores aptos en el mercado laboral o
formar hombres completos? ¿Ha de potenciar la autonomía de cada individuo, a
menudo crítica y disidente, o la cohesión social? ¿Debe desarrollar la originalidad
innovadora o mantener la identidad tradicional del grupo? ¿Atenderá a la eficacia
práctica o apostará por el riesgo creador? ¿Reproducirá el orden existente o instruirá a
los rebeldes que pueden derrocarlo? ¿Mantendrá una escrupulosa neutralidad ante la
pluralidad de opciones ideológicas, religiosas, sexuales y otras diferentes formas de
vida... o se decantará por razonar lo preferible y proponer modelos de excelencia?
¿Pueden lograrse simultáneamente todos estos objetivos, o algunos de ellos resultan
incompatibles? ¿Cómo y quién debe decidir por cuáles optar? ¿Hay obligación de
educar a todo el mundo de igual modo, o debe haber diferentes tipos de educación,
según la clientela a la que se dirijan? ¿Por qué ha de ser obligatorio educar?

En alguna parte dice Graham Green que "ser humano es también un deber". Nacemos
humanos pero eso no basta: tenemos también que llegar a serio. Los demás seres
vivos nacen ya siendo lo que definitivamente son, mientras que de los humanos lo más
que parece prudente decir es que nacemos para la humanidad. Hay que nacer para
humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su
humanidad, a propósito y con nuestra complicidad. La posibilidad de ser humano sólo
se realiza efectivamente por medio de los demás, de los semejantes, es decir, de aque-
llos a los que el niño hará todo lo posible por parecerse. Los adultos humanos reclaman
la atención de sus crías y escenifican ante ellos las maneras de la humanidad, para
que las aprendan.

Si la cultura es, como dice lean Rostand, "lo que el hombre añade al hombre", la
educación es el acuñamiento efectivo de lo humano allí donde sólo existe como
posibilidad. Lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de
otros hombres, ser enseñado por ellos. De las cosas podemos aprender efectos o
modos de funcionamiento, pero del comercio intersubjetivo con los semejantes
aprendemos significados. La vida humana consiste en habitar un mundo en donde las
cosas no sólo son lo que son, sino que también significan. Y por significado no hay que
entender una cualidad misteriosa de las cosas, sino la forma mental que les damos los
humanos para relacionamos por medio de ellas. De ahí que no es lo mismo procesar
información que comprender significados, ni mucho menos participar en su
transformación o en la creación de nuevos.

La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en


aprender a pensar sobre lo que se piensa. Ese momento reflexivo exige verificar
nuestra pertenencia a una comunidad de criaturas pensantes. La principal asignatura
que se enseñan los hombres unos a otros es en qué consiste ser hombre. Cualquier
pedagogía que proviniese de una fuente distinta nos privaría de la lección esencial, la
de ver la vida y las cosas con ojos humanos.

Resulta obligado admitir que cualquiera puede enseñar. Parecería innecesario que se
instituya la enseñanza como dedicación profesional de unos cuantos. Sin embargo, el
hecho de que cualquiera sea capaz de enseñar algo a alguien no quiere decir que
cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa. La institución educativa aparece
cuando lo que ha de enseñarse es un saber científico, no meramente empírico o
tradicional, como las matemáticas superiores, la astronomía o la gramática. No todo
puede aprenderse en casa o en la calle, como creen algunos. Hoy resulta obsoleta la
contraposición entre educación e instrucción, es decir, entre pedagogo y maestro,
heredada de los griegos. El pedagogo pertenecía al ámbito interno del hogar y convivía
con los adolescentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, formando su carácter
y velando por el desarrollo de su integridad moral. El maestro era un colaborador
externo que enseñaba conocimientos instrumentales como la lectura, la escritura y la
aritmética.

Nadie se atrevería hoy a sostener seriamente que la autonomía cívica y ética de un


ciudadano puede fraguarse en la ignorancia de todo aquello necesario para valerse por
sí mismo profesionalmente. La mejor preparación técnica, carente del básico desarrollo
de las capacidades morales o de una mínima disposición de independencia política,
nunca potenciará personas hechas y derechas, sino simples robots asalariados.
¿Cómo van a transmitirse valores morales o ciudadanos sin recurrir a informaciones
históricas, sin dar cuenta de las leyes vigentes y del sistema de gobierno establecido,
sin hablar de otras culturas y países, sin hacer reflexiones tan elementales como se
quieran sobre la psicología y la fisiología humanas, o sin emplear algunas nociones de
información filosófica? ¿y cómo se puede instruir a alguien en conocimientos científicos
sin inculcarle respeto por .valores tan humanos como la verdad, la exactitud o la
curiosidad? ¿Puede alguien aprender las técnicas y las artes sin formarse a la vez en lo
que la convivencia social supone y en lo que los hombres anhelan o temen?

John Passmore habló de una dicotomía sugestiva al distinguir entre capacidades


abiertas y cerradas. La enseñanza nos adiestra en las cerradas, algunas estrictamente
funcionales como andar, vestirse o lavarse; e incluso más sofisticadas, como leer,
escribir, realizar cálculos matemáticos o manejar un computador; estas capacidades
cerradas puede llegar a dominarse de modo perfecto. Las capacidades abiertas, en
cambio, son de dominio gradual y en cierto modo infinito. Algunas son elementales y
universales, como hablar o razonar; y otras sin duda optativas, como escribir poesía,
pintar o componer música.
La habilidad de aprender es una muy distinguida capacidad abierta, quizá la más
necesaria y humana de todas ellas. Y cualquier plan de enseñanza bien diseñado ha
de considerar prioritario este saber que nunca acaba y que hace posible todos los
demás. Como tantas veces se ha dicho, lo importante es enseñar a aprender. Bien
entendidas la educación y la instrucción, la primera equivaldría a las actividades
abiertas y la segunda a las capacidades cerradas, básicas e imprescindibles pero no
suficientes. Los espíritus poseídos por una lógica estrictamente utilitaria (que suele
resultar la más inútil de todas) suelen suponer que hoy sólo cuenta la segunda para
asegurarse una posición rentable en la sociedad, mientras que la primera corresponde
a ociosas preocupaciones ideológicas, muy bonitas pero que no sirven para nada.

Las asignaturas que la escuela actual ha de transmitir se multiplican y subdividen hasta


el punto mismo de 10 abrumador. Se habla de un currículum oculto, es decir, de
objetivos más o menos vergonzantes que subyacen a las prácticas educativas y que se
transmiten sin hacerse explícitos por la propia estructura jerárquica de la institución.
Hay una asignatura especial de ese currículum que ganaría haciéndose explícita y que
desde luego no puede ser abolida siguiendo un criterio falsamente libertario. Me refiero
a la propuesta de modelos de autoestima a los educandos como resultado englobador
de todo su aprendizaje. Una de las principales tareas de la enseñanza siempre ha sido
promover modelos de excelencia y pautas de reconocimiento que sirvan de apoyo a la
autoestima de los individuos. Tales modelos pueden estar basados en criterios
detestables como los apuntados por Bertrand Russell (la riqueza, el sexo, la raza, la
nacionalidad, la confesión religiosa) o por otros dirigidos a reforzar la autonomía
personal, el conocimiento veraz o el coraje. Lo único seguro es que si, por una timorata
dimisión de sus funciones, la escuela renuncia a este designio -justificándose con
autoengaños como la supuesta necesidad de neutralidad o el relativismo axiológico- los
niños y adolescentes negociarán su autoestima en otros mercados, porque nadie
humanamente puede pasarse sin ella. Por todo esto, la educación es un acto de coraje.

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