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Desde los comienzos del mundo, Dios ha querido ofrecer a los pueblos su
salvación, hacer que todos los hombres y mujeres formen parte de su Reino de paz, de
justicia, de amor y de verdad, del que el pueblo de Israel fue su primicia y al cual dio
muestra de su llegada, desde tiempos inmemoriables. El pueblo elegido fue el
depositario de esas promesas de salvación, desde los tiempos de los patriarcas, en
especial, con la promesa de la llegada del Mesías, del Ungido del Señor.
Esta promesa la vemos dibujada desde el paraíso terrenal, donde Dios promete la
salvación, con el linaje de la mujer (Gén 3,15). Una descendencia que irá tomando
forma con la presencia del pueblo de la alianza, en el escenario del mundo.
Naturalmente, Dios quiere que, además de su pueblo, los demás pueblos de la tierra
también la disfruten. Desde esta convicción, el Señor promete a Israel y al mundo, la
llegada de este Salvador.
Es esta estrella, la que guió a los Magos, que buscaban al Mesías, el Rey de los
judíos, cuando ya las promesas de los patriarcas y de los profetas llegaban a su
cumplimiento, con el nacimiento de Jesús, en la aldea de Belén, la pequeña patria del
rey David, el antecesor de Cristo. Hasta los pueblos paganos intuyeron la llegada del
Mesías. Es por eso que estos sabios y astrólogos se pusieron en camino, saliendo de
Oriente, siendo guiados por esa estrella, habiendo preguntado en la corte del rey
Herodes por el nacimiento de Jesús y luego marchando luego a Belén, bajo la luz del
cielo.
Mago 2 (Melchor): Pues sí. Se asustó cuando le preguntamos dónde debía nacer este
Rey. Ni él ni los judíos lo sabían. Todos se conmovieron y se turbaron. Fuimos testigos
de la consulta que el rey hizo a los maestros de Israel y éstos le dijeron que, según las
Escrituras, el Mesías nacería en Judá. Se ve que Herodes es un ignorante.
Mago 3 (Baltasar): Y más cuando nos preguntó en secreto cuándo vimos la estrella,
cuánto tiempo hacía que la veíamos en el cielo por las noches y qué andábamos
haciendo por allá en Jerusalén. Herodes a mí no me las hace, me da cierta mala
espina, parece tener miedo de ese niño y no sé qué puede estar planeando…
Mago 2 (Melchor): Que el Dios de Israel no lo permita. Pero lo mejor es que vayamos
a Belén, pues ya llevamos meses buscando al Niño Rey de los judíos. Para nuestra
fortuna, la estrella que hemos visto salir, después de haberse ocultado por varios días,
ha vuelto a brillar. Sigámosla. Estoy seguro que nos llevará a la cuna de este Rey que
ha nacido para el mundo entero. Pongámonos en camino…
Mago 3 (Baltasar): Sí. Pongámonos en camino y que Dios, con su luz nos guíe, para
que sin sobresaltos, adoremos al verdadero Rey de Israel y que le rindamos nuestro
sincero homenaje.
Los Magos se pusieron en camino, cumpliendo los oráculos de los profetas, que
decían: “¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz y la gloria del Señor
brilla sobre ti!… Las naciones caminarán a tu luz y los reyes al esplendor de tu
aurora… Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá.
Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso y pregonarán las alabanzas
del Señor”… (Is 60,1.3.6).
(Se hace el recorrido de los Reyes, desde el lugar donde estén hasta el portal,
acompañados de villancicos o cantos, entonados por el coro. Al llegar al portal, se
detienen ante las imágenes de la Sagrada Familia. Y continúa el narrador:
Los Reyes Magos se postran ante la imagen del Niño Dios, luego cada uno
de ellos, ofrece con las siguientes palabras, el regalo para Jesús:
Mago 1 (Gaspar): Rey de Israel, hemos venido de tierras lejanas hasta tu cuna, para
darte el homenaje que te mereces. Te ofrezco el oro de Sabá, en honor de tu dignidad
real, de tu Reino que no tendrá fin.
Mago 2 (Melchor): Recibe, Señor, este incienso aromático del Yemen, como verdadero
Dios que eres, digno de toda alabanza.
Mago 3 (Baltasar): Te ofrezco, Rey de los judíos, esta mirra de Arabia, la cual
probarás en tu amarga pasión por nosotros, como homenaje a tu humanidad.
Los Magos, ajenos totalmente a las intenciones de Herodes, reciben un aviso del
cielo, para que no regresaran a él. De forma que se fueron a su tierra por otro camino
(Mt 2,12), tomando el camino de Belén hacia el desierto de Judá. Y atravesando el río
Jordán, se pusieron en camino de Oriente, sin pasar por Jerusalén. Y ya de ellos no
sabemos más nada.
San Mateo nos cuenta que, cuando Jesús vino al mundo, unos Magos del lejano
Oriente se enteraron de su nacimiento. No pertenecían al pueblo judío, ni conocían al
Dios verdadero, ni practicaban la auténtica religión; sólo observaban los astros y
estudiaban ciencias secretas. Pero mediante la aparición de una estrella, Dios les hizo
saber de la llegada del rey de los judíos a la tierra. También nos dice que los sumos
sacerdotes y maestros judíos pudieron enterarse del nacimiento del Mesías, pero por
otro camino: indagando las profecías del Antiguo Testamento. Finalmente, también el
rey Herodes se enteró del nacimiento de Jesús, por sus asesores políticos.
El evangelista enseña así, que Dios quiere comunicarse con todos los hombres y
mujeres, y que para ello emplea el lenguaje que cada quien puede entender. A Herodes
le habló a través de sus asesores. A los maestros judíos a través de la Biblia. Y a los
Magos, a través de sus estudios astronómicos. Dios no rechaza a nadie. No excluye a
nadie de la salvación. A nadie deja por fuera, ni siquiera a los Magos, que para la
mentalidad judía de aquel entonces, eran extranjeros despreciados y que vivían en
medio de su ignorancia y sus creencias supersticiosas. También a ellos les dirigió su
Palabra, y de una manera que la pudieran entender.
Canto final