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La narración de los Reyes Magos

Comienza el acto de la presentación de los Reyes, con un villancico


(interpretado por el coro) y con el siguiente himno, recitado por un lector (tomado
de la Liturgia de las Horas):

Reyes que venís por ellas


no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Mirando sus luces bellas


no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Aquí parad, que aquí está


quien luz a los cielos da:
Dios es el puerto más cierto,
y si habéis hallado puerto
no busquéis estrellas ya.

No busquéis la estrella ahora:


que su luz ha oscurecido
este Sol recién nacido
en esta Virgen Aurora.

Ya no hallaréis luz en ellas,


el Niño os alumbra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Aunque eclipsarse pretende


no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto
como cuando el sol se enciende.

Aquellas lágrimas bellas


la estrella oscurecen ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Narración de los Reyes Magos (lector)

Desde los comienzos del mundo, Dios ha querido ofrecer a los pueblos su
salvación, hacer que todos los hombres y mujeres formen parte de su Reino de paz, de
justicia, de amor y de verdad, del que el pueblo de Israel fue su primicia y al cual dio
muestra de su llegada, desde tiempos inmemoriables. El pueblo elegido fue el
depositario de esas promesas de salvación, desde los tiempos de los patriarcas, en
especial, con la promesa de la llegada del Mesías, del Ungido del Señor.
Esta promesa la vemos dibujada desde el paraíso terrenal, donde Dios promete la
salvación, con el linaje de la mujer (Gén 3,15). Una descendencia que irá tomando
forma con la presencia del pueblo de la alianza, en el escenario del mundo.
Naturalmente, Dios quiere que, además de su pueblo, los demás pueblos de la tierra
también la disfruten. Desde esta convicción, el Señor promete a Israel y al mundo, la
llegada de este Salvador.

El patriarca Jacob lo vislumbra, al exclamar moribundo y al bendecir a sus doce


hijos, en especial, a Judá: “El cetro de Judá no se apartará de Judá, ni el bastón de
mando de entre sus piernas, hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los
pueblos deben obediencia” (Gén 49,10). Muchos siglos después, cuando el pueblo
hebreo camine hacia la tierra prometida, un pagano llamado Balaán, mago y adivino,
divisará en lontananza al Mesías, simbolizado en una estrella salida de Jacob, al
profetizar: “Lo veo, pero no ahora, lo contemplo, pero no de cerca: una estrella se alza
desde Jacob, un astro o cetro surge de Israel” (Gén 24,17).

Es esta estrella, la que guió a los Magos, que buscaban al Mesías, el Rey de los
judíos, cuando ya las promesas de los patriarcas y de los profetas llegaban a su
cumplimiento, con el nacimiento de Jesús, en la aldea de Belén, la pequeña patria del
rey David, el antecesor de Cristo. Hasta los pueblos paganos intuyeron la llegada del
Mesías. Es por eso que estos sabios y astrólogos se pusieron en camino, saliendo de
Oriente, siendo guiados por esa estrella, habiendo preguntado en la corte del rey
Herodes por el nacimiento de Jesús y luego marchando luego a Belén, bajo la luz del
cielo.

Diálogo de los Magos (basado en Mateo 2,1-12).

Mago 1 (Gaspar): -Compañeros. Hemos venido a Jerusalén, preguntando por el niño


Rey. Nadie nos ha dado la razón, ni el lugar de su nacimiento. Pero llama la atención,
la actitud del viejo Herodes, que, sabemos, es bien desconfiado.

Mago 2 (Melchor): Pues sí. Se asustó cuando le preguntamos dónde debía nacer este
Rey. Ni él ni los judíos lo sabían. Todos se conmovieron y se turbaron. Fuimos testigos
de la consulta que el rey hizo a los maestros de Israel y éstos le dijeron que, según las
Escrituras, el Mesías nacería en Judá. Se ve que Herodes es un ignorante.

Mago 3 (Baltasar): Y más cuando nos preguntó en secreto cuándo vimos la estrella,
cuánto tiempo hacía que la veíamos en el cielo por las noches y qué andábamos
haciendo por allá en Jerusalén. Herodes a mí no me las hace, me da cierta mala
espina, parece tener miedo de ese niño y no sé qué puede estar planeando…

Mago 1 (Gaspar): Y nos encargó que fuéramos rápidamente a Belén y que, si lo


encontrábamos, que le avisáramos, para ir él también a rendirle homenaje como
nosotros. Pero la verdad, no me gusta esto, pues sabemos que el viejo Herodes
desconfía hasta de su sombra. Ha mandado a matar a casi toda su familia, con tal de
asegurarse su trono. Nos han llegado noticias de su crueldad y de sus abusos ¿no será
que está tramando algo malo contra el Niño Rey? Pues no sería raro…

Mago 2 (Melchor): Que el Dios de Israel no lo permita. Pero lo mejor es que vayamos
a Belén, pues ya llevamos meses buscando al Niño Rey de los judíos. Para nuestra
fortuna, la estrella que hemos visto salir, después de haberse ocultado por varios días,
ha vuelto a brillar. Sigámosla. Estoy seguro que nos llevará a la cuna de este Rey que
ha nacido para el mundo entero. Pongámonos en camino…

Mago 3 (Baltasar): Sí. Pongámonos en camino y que Dios, con su luz nos guíe, para
que sin sobresaltos, adoremos al verdadero Rey de Israel y que le rindamos nuestro
sincero homenaje.

Continúa luego el lector la narración

Los Magos se pusieron en camino, cumpliendo los oráculos de los profetas, que
decían: “¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz y la gloria del Señor
brilla sobre ti!… Las naciones caminarán a tu luz y los reyes al esplendor de tu
aurora… Te cubrirá una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá.
Todos ellos vendrán desde Sabá, trayendo oro e incienso y pregonarán las alabanzas
del Señor”… (Is 60,1.3.6).

Aquellos ilustren peregrinos recorrieron alegres y confiados, los ocho kilómetros


que distaban entre Jerusalén, la ciudad de los profetas y Belén, la ciudad de David, cuna
del Rey Mesías. Y “la estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se
detuvo en la casa donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella, se llenaron de
alegría”.

(Se hace el recorrido de los Reyes, desde el lugar donde estén hasta el portal,
acompañados de villancicos o cantos, entonados por el coro. Al llegar al portal, se
detienen ante las imágenes de la Sagrada Familia. Y continúa el narrador:

“Al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre y postrándose, le


rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y
mirra” (Mt 2,9-11).

Los Reyes Magos se postran ante la imagen del Niño Dios, luego cada uno
de ellos, ofrece con las siguientes palabras, el regalo para Jesús:

Mago 1 (Gaspar): Rey de Israel, hemos venido de tierras lejanas hasta tu cuna, para
darte el homenaje que te mereces. Te ofrezco el oro de Sabá, en honor de tu dignidad
real, de tu Reino que no tendrá fin.

(luego, coloca el regalo correspondiente en el portal)

Mago 2 (Melchor): Recibe, Señor, este incienso aromático del Yemen, como verdadero
Dios que eres, digno de toda alabanza.

(luego, coloca el regalo correspondiente en el portal)

Mago 3 (Baltasar): Te ofrezco, Rey de los judíos, esta mirra de Arabia, la cual
probarás en tu amarga pasión por nosotros, como homenaje a tu humanidad.

(luego, coloca el regalo correspondiente en el portal)


Seguidamente, los Reyes salen, dirigiéndose hacia la sacristía u otro lugar,
continuando el lector la narración:

Los Magos, ajenos totalmente a las intenciones de Herodes, reciben un aviso del
cielo, para que no regresaran a él. De forma que se fueron a su tierra por otro camino
(Mt 2,12), tomando el camino de Belén hacia el desierto de Judá. Y atravesando el río
Jordán, se pusieron en camino de Oriente, sin pasar por Jerusalén. Y ya de ellos no
sabemos más nada.

San Mateo nos cuenta que, cuando Jesús vino al mundo, unos Magos del lejano
Oriente se enteraron de su nacimiento. No pertenecían al pueblo judío, ni conocían al
Dios verdadero, ni practicaban la auténtica religión; sólo observaban los astros y
estudiaban ciencias secretas. Pero mediante la aparición de una estrella, Dios les hizo
saber de la llegada del rey de los judíos a la tierra. También nos dice que los sumos
sacerdotes y maestros judíos pudieron enterarse del nacimiento del Mesías, pero por
otro camino: indagando las profecías del Antiguo Testamento. Finalmente, también el
rey Herodes se enteró del nacimiento de Jesús, por sus asesores políticos.

El evangelista enseña así, que Dios quiere comunicarse con todos los hombres y
mujeres, y que para ello emplea el lenguaje que cada quien puede entender. A Herodes
le habló a través de sus asesores. A los maestros judíos a través de la Biblia. Y a los
Magos, a través de sus estudios astronómicos. Dios no rechaza a nadie. No excluye a
nadie de la salvación. A nadie deja por fuera, ni siquiera a los Magos, que para la
mentalidad judía de aquel entonces, eran extranjeros despreciados y que vivían en
medio de su ignorancia y sus creencias supersticiosas. También a ellos les dirigió su
Palabra, y de una manera que la pudieran entender.

Hoy en día, en que algunas categorías de personas, como los divorciados,


matrimonios irregulares, alcohólicos, drogadictos, enfermos de SIDA, madres solteras,
desvalidos y otros que, por uno u otro motivo, no encuentran lugar en la comunidad
cristiana, y hasta son excluidas en nombre del mismo Dios, los Reyes Magos, lejos de
constituir un cuento bonito y entretenido para contar a los chiquillos, representan la
enseñanza de Dios de que el Sol de justicia que es Cristo, Luz del mundo, sale para
todos y todas. Que nadie debe quedar afuera de la salvación de Dios. Porque Jesús vino
a salvar a todo el género humano.

Termina la narración con este canto costarricense, que lo recitará un lector,


y luego con un villancico y las palabras del P. Javier Román, con la bendición.

Canto final

Por el camino los tres Reyes Magos,


Por el camino que lleva a Belén.

Buen peregrino, ¿dirás si ha nacido,


como lo anuncia la Estrella, tu Rey

El peregrino les dijo: “Viajeros,


No veo la Estrella, ni sé de tal Rey”
Por el camino los tres Reyes Magos,
Por el camino que lleva a Belén.

“Dinos, anciano de barba florida,


dónde los guardias que guardan al Rey

Aquí la Estrella se ha parado


Y este el palacio del Rey ha de ser”.

“Señores Reyes, nació en un pesebre,


entrad a verlo... Yo soy San José”.

Entran los Reyes, corona en la mano,


Y apenas pueden creer lo que ven.

En los regazos la Virgen le canta


Y al par lo mece con suave vaivén.

El Niño tiene en sus manos la Estrella


Y hay un pedacito de cielo con Él.

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