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Señor Presidente:

El proyecto que se somete a examen propicia anticipar la

vigencia del Código Civil y Comercial de la Nación, de reciente

sanción por este cuerpo, argumentando que ha sido

suficientemente debatido por los círculos académicos y autorales

que participaron en su debate previo. Valora para esa aceleración

las bondades de los institutos que contiene y supuestos reclamos.

Verdaderamente el Proyecto me causa perplejidad luego de

haber escuchado una gran cantidad de discursos en este Congreso,

cuando se debatió el Digesto Jurídico.

Me he de explicar.

Las discusiones académicas previas a la sanción de un

cuerpo legal, en modo alguno suplen el estudio previo del texto

definitivo, por quienes habrán de intervenir en su aplicación. Son

dos actitudes de examen y también dos enfoques de estudio

diversos. Es necesaria una reflexión y una decantación para que la

nueva sistemática, las nuevas figuras positivizadas, armonicen con

el conocimiento general que los juristas poseen previamente.


Pero además de que no es lo mismo debatirlo previamente

que estudiarlo luego de sancionado, el proyecto merece un reparo

de otra índole: un argumento de carácter democrático. Los Códigos

de esta naturaleza no son para cenáculos académicos ni tampoco

para Jueces y Abogados. Son para el pueblo de la Nación que con

arreglo a ellos ejecutara todos los actos de su vida: nacer, obligarse,

desobligarse, transmitir, poseer, abandonar, establecer una familia,

desarrollarla, desvincularse, patrimonializarse o

despatrimonializarse y hasta morirse.

Como el Digesto, cuyo vigencia esta deferida en un largo

tiempo, no solo para mejorar la consolidación, sino también para

enmendar la crisis de la ley, como consecuencia de su inflación.

El ciudadano pedestre, el de todos los días, el que debe tener

la posibilidad de conocer los cuerpos legales, de ser debidamente

informado por ellos, de leerlos por si e incorporarlos a lo que va a

ser el aspecto jurídico de su vida.

Con cuanta mayor razón si esa ley es una Ley de Leyes,

como el Código Civil y Comercial, que tiene la pretensión de regular

los aspectos más minúsculos de la vida de las personas.


En consideración a esa amplitud de propósitos y a su

generalidad, el Código de Vélez no entro en vigencia de inmediato,

sino que la ley 340 dispuso que comenzara a ser aplicado el 1° de

enero de 1871. Y así lo ordenaba el día de promulgación de esa ley:

28 de septiembre de 1869. Se esperó un año y medio, en una

sociedad muy pequeña e infinitamente menos alfabetizada y cuyos

medios de acceso eran las publicaciones de las versiones oficiales

del Código (que para colmo padecieron errores, como se recuerda

respecto de la edición de Nueva York y los debates sobre cuál es el

texto pertinente).

Esa prudencia de los legisladores contemporáneos a Vélez

Sarsfield, no obedecía a que el Código había sido sancionado a

libro cerrado, ya que respecto de esta enorme carencia democrática

se había previsto a través de la misma ley un mecanismo de control

como el que establecía el artículo 2 de la citada ley 340:

Art. 2° La Suprema Corte de Justicia y Tribunales Federales de la

Nación darán cuenta al Ministro de Justicia, en un informe anual, de

las dudas y dificultades que ofreciere en la práctica, la aplicación

del código, así como de los vacíos que encontrasen en sus

disposiciones para presentarlas oportunamente al Congreso.


Art. 3° El Poder Ejecutivo recabará de los Tribunales de Provincia,

por conducto de los respectivos Gobiernos, iguales informes para

los fines del artículo anterior.

Cuanta mayor prudencia es necesaria en nuestra época, en la

que la Ciudadanía, en cualquier país del mundo, está sometida a

una inflación normativa, de distintos grados (nacional, provincial,

local, leyes, decretos, resoluciones, ordenanzas), que convierten al

necesario conocimiento del derecho en un arcano necesitado de

asesores. En definitiva se vive alejado del mundo jurídico que, por

lo demás, invade a cada persona.

Cuando se elaboran normas sistemáticas, que aclaran,

precisan, ordenan, derogan y sistematizan, en realidad les

facilitamos a nuestros conciudadanos su relación con el derecho.

Ese fue el propósito del Digesto y allí se proclamó con distintos

tonos la necesidad de la claridad y el conocimiento de las normas

por los hombres y mujeres de nuestra Nación.

Paradojalmente en este proyecto el supuesto conocimiento de

la ley por los “Curules” subroga a los ciudadanos. Es una de las

peores aristocracias (casi la de Platón, solo que en lugar de

filósofos, quienes conocen por la Republica son los Jueces y los


abogados). Desde ya este no es el procedimiento que debiera

garantizarse si vivimos en un Estado Social Democrático.

Sabemos que el gran temor que anida detrás del Proyecto es

que mayorías diversas en el futuro propicien su derogación. No

son temores que racionalmente justifiquen proyectos de esta

naturaleza, máxime si cuentan con las novedades que se enfatizan

en la fundamentación y si existen, como también en ella se dice,

reclamos de asociaciones para su vigencia.

Las leyes no dependen de humores y no es respetuoso con

este Congreso pensar que en el futuro obrara con irracionalidad

porque lo integran mayorías diversas. Si el Código de Vélez fue

sancionado sin leer su contenido y pervivió, con cuanta mayor razón

puede subsistir un Código que fue debatido, aunque haya disensos

en muchas normas.

Estos temores no confesados no debieran castigar al

ciudadano común que honestamente quiere leer detenidamente el

Código y aprender a convivir con el derecho sin un abogado en el

placard. Para eso hay diarios que están publicando en folletos el

Código.
Dejemos el tiempo establecido en el texto sancionado y no

nos apresuremos. Las mayorías son circunstanciales, pero el

ordenamiento jurídico y su debido conocimiento constituyen

obligaciones permanentes.

En consecuencia, votaremos negativamente al Proyecto en

aras al mayor conocimiento del Codigo sancionado por todos los

ciudadanos.

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