Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
El planteamiento central de este trabajo es que la psiquiatría y la psicología clínica han entrado en
una etapa refundacional donde las diferentes y muchas veces divergentes perspectivas teóricas
que se desplegaron durante el siglo XX están llamadas a dialogar e integrarse en un nuevo marco
complejo y donde el Psicoanálisis, como la disciplina que conoce la salud y la enfermedad mental
desde la perspectiva de una mente motivada inconscientemente, es un punto de vista inevitable.
Correspondientemente, creo que el Psicoanálisis como ciencia y método del estudio de lo
inconsciente es inseparable de la Psicología clínica y de la Psiquiatría como ciencia, disciplina y
terapéutica de las enfermedades y de los padecimientos psíquicos.
Psiquiatría y psicoanálisis
Fue a fines del siglo XIX y a principios del XX cuando en el ámbito germano hablante se consolidó
el paradigma que predominó en psiquiatría durante el siglo pasado. El modelo biomédico surgió
de la neurología, siguiendo la idea formulada por el neuropsiquiatra Wilhelm Griesinger (1817-
1868). Su famosa frase de que “las enfermedades de la mente son enfermedades del cerebro”,
funda el paradigma anátomo-funcional, que sustenta el método lesional. El mayor éxito alcanzado
por este modelo fue probablemente el descubrimiento en el tejido cerebral –durante la autopsia
de pacientes que habían padecido de Parálisis General Progresiva–, del treponema pallidum,
agente infeccioso de la sífilis. Esta enfermedad, una forma de neurosífilis, combina síntomas
psiquiátricos y neurológicos.
A fines del siglo XIX la prevalencia de la sífilis era tal, que Krafft-Ebing, destacado psiquiatra y
sexólogo alemán, acuñó la equivalencia de “civilización=sifilización”. Sin embargo, los clínicos
discutían la etiopatogenia de la Parálisis General, no habiéndose probado su relación con la sífilis
debido a su gran pleomorfismo clínico. El 3 de marzo de 1905, en la Clínica La Charité de Berlín, el
médico Erich Hoffmann y el zoólogo Fritz
Schaudin, descubrieron el agente patógeno en el cerebro de pacientes muertos por diferentes
formas de lúes cerebral, uniéndose así un abanico diagnóstico a un solo agente patogenético. El
modelo biomédico evolucionó durante el siglo XX a partir de la anatomía patológica, llegando
recientemente a integrar la Genética y Neurociencia Moleculares y la Neurociencia de sistemas,
que alimentan la Psiquiatría biológica y farmacológica actual. 10 años después de la introducción
del Largactil (Clorpormazina) en 1952, había alrededor de 50 millones de pacientes psiquiátricos
que la consumían como prescripción habitual.
En esa misma época fundacional, el neuropatólogo austríaco, Sigmund Freud, creó un segundo
paradigma etiopatogénico en psiquiatría, el Psicoanálisis. Freud descubrió que cuadros clínicos
conocidos y prevalentes, como la neurastenia, la histeria, la melancolía (depresión), cuadros
angustiosos y obsesivos, no seguían el modelo anátomo-funcional, sino que se explicaban mejor a
partir de conflictos mentales inconscientes y de traumas biográficos. Si bien Freud siempre
sostuvo que había factores causales cerebrales que concurrían a la patogenia, las causas
principales debían buscarse en una mente motivada inconscientemente. Así, descubrió la
importancia de la realidad interna, como realidad mental, en la causación de las síntomas
psiquiátricos (Makari 2012). A partir de este descubrimiento diseñó un dispositivo terapéutico, el
psicoanálisis, o ‘cura por la palabra’. El psicoanálisis, como psiquiatría alternativa, no encontró
mayor acogida en la psiquiatría académica, dominada por el modelo biomédico lesional y, en
ausencia de un marco integrador, se mantuvo al margen, dando origen al movimiento
psicoanalítico, que hasta el día de hoy mantiene rivalidades con la psiquiatría biomédica y que
sustenta la que ha llegado a llamarse Psiquiatría Dinámica, que integra los factores causales de la
dinámica inconsciente a los hallazgos modernos de neurociencias (Gabbard 2002).
3. Genes alterados no explican por sí mismos las variaciones de una enfermedad mental grave.
Factores sociales y ambientales contribuyen de manera importante, los que a través de la
modificación de la expresión de los genes cambian el funcionamiento de las células nerviosas. El
aprendizaje, también el disfuncional, altera la expresión genética.
Con todo, ha sido Kenneth Kendler, psiquiatra y genetista norteamericano, quien ha ampliado y
formulado explícitamente el nuevo paradigma que debe guiar la investigación psiquiátrica durante
el siglo XXI. En una serie de artículos, Kendler (2001, 2005, 2008), formula un nuevo marco para la
investigación de la interacción mente/cerebro, paradigma que él llama del pluralismo explicativo.
Según éste, los postulados que deben orientar la investigación y la clínica en psiquiatría son:
7. Por el momento hay que aceptar reduccionismos parciales con la meta de alcanzar
integraciones graduales.
Dada la complejidad de los fenómenos mentales y la diversidad de aproximaciones en su estudio,
lo máximo que podemos esperar es una multitud de pequeñas explicaciones, desde una variedad
de perspectivas, cada una abocándose a una parte de los complejos procesos etiológicos que
conducen a tales fenómenos. Las explicaciones de fenómenos complejos no son lineales, sino que
se comportan como red. Todo fenómeno mental acepta diversos niveles y perspectivas
explicativas, desde el nivel molecular hasta el nivel del significado de la conducta, pasando por
distintos niveles funcionales anatómicos cerebrales. La gracia – y tarea del clínico y del
investigador–, consiste en descubrir el nivel explicativo adecuado y útil para el problema que se
quiere resolver (importancia del juicio clínico). Esto es especialmente pertinente en una
concepción adaptativa del tratamiento psiquiátrico.
Las últimas décadas han visto en psiquiatría un fuerte reduccionismo en la llamada “psiquiatría
biológica” que en su momento de máxima infatuación postuló que el único enfoque válido para
entender los trastornos psiquiátricos y el funcionamiento psicológico es el nivel de los procesos
neurobiológicos básicos, es decir, el nivel de la neurotrasmisión, donde las explicaciones
psicológicas o sociales son típicamente rechazadas por irrelevantes. Con todo, hay que conceder
que el reduccionismo biológico puede entenderse como una reacción al reduccionismo mentalista
de algunas formas de psiquiatría dinámica.
• Examen de factores genéticos latentes más medioambiente individual y/o familiar (N=18);
Con estos resultados, Kendler plantea que la Psiquiatría actual ya es inherentemente multinivel y
practica un pluralismo de base empírica. Estos estudios multinivel son especialmente importantes
para la investigación científica de la psicoterapia. Como bien lo plantea Kazdin (2009), si bien
tenemos muchas evidencias de la efectividad la psicoterapia, sabemos poco acerca de cuáles son
los mecanismos de acción de ésta. La investigación en psicoterapia como tratamiento biológico,
nos dará luces acerca de esta pregunta, y sus resultados podrá orientar la indicación adaptativa:
qué tipo de tratamiento (medicación o psicoterapia), qué tipo de psicoterapia, para cuál tipo de
paciente.
La teoría psicoanalítica es fundamentalmente una psicología del desarrollo. Todos los enfoques
psicoanalíticos comparten un énfasis distintivo en el rol formativo de las experiencias de vida
temprana en la conducta y las estructuras psíquicas posteriores. La mente y las capacidades
mentales se despliegan gradualmente en la vida, paralelamente a una manera de entender y
conocer el mundo propio de las diferentes etapas del desarrollo. Las diversas formas de
psicopatología se las entiende como constelaciones dinámicas de conflictos y defensas en contra
de ellos, que tienen sus raíces en experiencias tempranas adversas. Esta concepción de
psicopatología del desarrollo ha sido ampliamente confirmada por los desarrollos modernos en
neurobiología acerca del rol de las experiencias tempranas y de la importancia de ciertos períodos
críticos en el desarrollo. Igualmente, el exuberante desarrollo de la Teoría del Apego, inaugurado
por el psicoanalista británico John Bowlby, es inentendible sin este antecedente.
Con todo, las teorías psicoanalíticas del desarrollo han enfatizado excesivamente la
importancia de experiencias tempranas específicas, resultando en teorías sobre especificadas, que
descuidan el rol de la genética, la epigenética y de las experiencias más tardías en el desarrollo de
patología de la adultez, campos actualmente de gran interés en investigación. Especialmente
problemático es el énfasis en los períodos ultra tempranos pre-verbales, porque las hipótesis
psicoanalíticas que se basan en ellos son especialmente difíciles de corroboración empírica. Estas
teorías habitualmente presumen en los niños capacidades mentales que van mucho más allá de lo
posible a esas edades tempranas (adultomorfismo). La investigación empírica en relación
temprana madre-bebé ha develado diferencias críticas entre el llamado bebé observado y el bebé
clínico, es decir, el infante reconstruido a partir del tratamiento psicoanalítico de adultos.
Si bien las teorías psicoanalíticas más antiguas sobrestimaron el rol de las experiencias más
tempranas en desmedro del resto del ciclo vital, desarrollos posteriores han buscado equilibrar el
cuadro. Entre éstos destacan Anna Freud, quien enfatizó la importancia de considerar
simultáneamente diferentes líneas evolutivas y sus complejas interacciones; Erik Erikson, que
desarrolló una teoría epigenética del desarrollo humano a lo largo de todo el ciclo vital y George
Vaillant, uno de los primeros investigadores en conducir estudios longitudinales de seguimiento
del desarrollo del adulto focalizado en interacciones complejas entre los variados factores que
impactan el desarrollo psicológico. Las teorías psicoanalíticas contemporáneas han llegado así a
ser más integrativas y más a tono con la complejidad de los procesos evolutivos.
3. Ubiquidad de la transferencia
Un concepto clave del psicoanálisis plantea que las interacciones sociales en cualquier contexto,
pero especialmente en el encuadre terapéutico, son filtradas a través de esquemas internalizados
de relaciones pasadas, específicamente, relaciones de cuidado temprano. De manera básicamente
inconsciente, sentimientos, deseos y expectativas referidas a objetos tempranos son transferidos a
nuevas relaciones. Estas transferencias son especialmente importantes en el entendimiento de los
contenidos y los procesos en el contexto terapéutico. Existe una vasta literatura acerca de las
maneras como transferencias positivas y negativas pueden facilitar o impedir el proceso
terapéutico. En todo caso, el concepto de transferencia está estrechamente relacionado con las
nociones contemporáneas de la teoría del apego sobre los modelos de trabajo interno. Si bien el
concepto de transferencia es más amplio que el concepto de modelo de apego (por ejemplo,
incluye todo el campo de la sexualidad, tema que no es abarcado por la teoría del apego), ambos
son primariamente inconscientes; los esquemas de apego temprano impactan las reacciones
interpersonales del adolescente y del adulto y son claves en la regulación emocional. El concepto
de ‘apego seguro’ no sólo implica la capacidad para sostener relaciones positivas y de cuidado o
para desarrollar transferencias positivas, sino más precisamente apunta a la habilidad de ‘usar’ a
los demás de manera efectiva y adaptativa para regular las propias emociones y así enfrentar el
estrés. Estos modelos de trabajo son en realidad ‘modos-de-estar-con-los-otros’ inscritos en la
memoria procedural y que por lo tanto son primariamente ‘enactuados’ en la interacción con los
demás. Una concepción contemporánea de la transferencia plantea que la terapia cursa
básicamente a través de la toma de conciencia mutua de las ‘enactuaciones’
(enactments) que, por su naturaleza interactiva son ‘co-construidas’ en la relación terapéutica por
paciente y terapeuta. Esto significa que las transferencias son en primer
lugar ‘expectativas procedurales de interacción’, cuya actualización efectiva en una relación
particular también depende de la respuesta (inconsciente) del otro. Por ejemplo, según esta
manera de ver, el concepto de fantasía inconsciente, que teorías psicoanalíticas memorables
asumen existen como representaciones de interacciones inconscientes self- objeto –y donde el
objetivo terapéutico es descubrirlas y develarlas–, en realidad son
narrativas figurativas construidas a posteriori entre terapeuta y paciente, para dar significado a
enactments determinados mutuamente (Jiménez 2016). Sea como fuere, el concepto de
transferencia actualiza y da vida a la idea central psicoanalítica de que las relaciones pasadas
significativas dan forma a las relaciones presentes.
En los años noventa del siglo pasado, un grupo de psicoanalistas, psiquiatras y psicoterapeutas
alemanes desarrollaron el sistema OPD, Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (Grupo de
Trabajo OPD 2008), que pretende abarcar la máxima complejidad de la persona consultante,
precisamente en los aspectos que son relevantes para el cambio terapéutico. El grupo de trabajo
emprendió la gigantesca tarea de revisar el corpus de conocimiento clínico psicoanalítico
acumulado en un siglo de práctica y de operacionalizarlo, de modo que pueda ser usado por
clínicos e investigadores. Uno de sus mayores logros es haber limpiado el diagnóstico del lenguaje
metapsicológico, reemplazándolo por descripciones mucho más cercanas al lenguaje clínico
coloquial y, con ello, al alcance de cualquier clínico. El diagnóstico cursa por 5 ejes, donde sólo el
último (Eje V) lo constituye el diagnóstico categorial tipo DSM o CIE. Los otros cuatro ejes se
refieren a aspectos decisivos a considerar en la indicación de psicoterapia. El Eje I se refiere a la
vivencia de enfermedad y a los prerrequisitos para el tratamiento. Este eje está centrado en captar
la disposición de un paciente para entrar en tratamiento psicológico, su motivación, su grado de
sufrimiento psíquico, su teoría subjetiva de la enfermedad y de la curación, los obstáculos internos
(por ej., ganancia secundaria de enfermedad) y externos (falta de red de apoyo social), los
recursos personales y sociales, etc. El Eje II se enfoca en el diagnóstico de los patrones de
relaciones disfuncionales, que son parte central de la mayoría de los motivos de consulta. Además,
estos patrones conforman las eventuales transferencias e influyen en la relación terapéutica
emergente. Por lo tanto, se transforman en material y objeto de trabajo terapéutico. El Eje III se
dedica al diagnóstico de los conflictos inconscientes predominantes en el consultante. Los
conflictos intrapsíquicos internos son colisiones inconscientes entre grupos de motivaciones
distintas, por ejemplo, el deseo básico de ser cuidado versus el deseo de ser autosuficiente. El Eje
IV se refiere al diagnóstico de la estructura psíquica del consultante. Este eje se refiere al tejido de
disposiciones psíquicas, que abarca todo lo que en la vivencia y conducta del individuo se
desarrolla de manera regular y repetitiva; la estructura es relativamente estable a lo largo de la
vida. La relevancia de las dimensiones estructurales para la terapia es que la estructura determina
el estilo personal y permanente a través de la cual el individuo puede recuperar su equilibrio
intrapsíquico e interpersonal.
5. Reconocimiento de la complejidad
Estamos convencidos de que terapias psicodinámicas pueden validarse como terapias de valor
social en psiquiatría y psicología clínica sólo si es que están fuertemente apoyadas por
la investigación empírica de proceso y resultados y orientadas de acuerdo con la concepción de la
indicación adaptativa. Indicación adaptativa significa adoptar una postura flexible frente a la
indicación, tomando en cuenta todas las circunstancias que rodean e impregnan al paciente tanto
intrapersonales (diagnóstico psiquiátrico, estructura de personalidad, edad, nivel de educación,
motivación) como extrapersonales (situación social, lugar donde consulta, disponibilidad de
recursos del prestador de salud, etc.) (De la Parra, 2005)
El concepto de estructura surge a partir del punto de vista de la psicología psicoanalítica del
desarrollo, cuerpo teórico que incluye los conocimientos aportados por las neurociencias
del desarrollo, donde la estructura de personalidad del adulto es entendida como el resultado de
un proceso de maduración en el que se evidencia una progresiva diferenciación e integración,
caracterizada por la creciente capacidad para mentalizar. Se trata de la construcción progresiva de
la representación intrapsíquica del mundo objetal externo (representación de objeto), así como de
las experiencias y actitudes del sí mismo o self en el contacto con el mundo objetal
(representación del self, representación de la interacción). El equilibrio de la estructura significa
que el individuo puede disponer de ese espacio psíquico y que lo puede regular a fin de crear y
mantener relaciones interpersonales de satisfactorias. Ahora bien, el trastorno estructural se
puede entender en el sentido de un déficit del desarrollo, a causa del cual no se han logrado
ciertas diferenciaciones y fases del proceso de integración. El self, en consecuencia, no puede ser
autónomo, es incapaz de regularse suficientemente y no logra reflejarse a sí mismo, al no haber
podido desarrollar un vínculo seguro con otros significativos capaces de brindar soporte.
Clínicamente se distinguen casos de ‘vulnerabilidad estructural’, en los cuales sí hubo un
desarrollo de la estructura, pero donde el problema es que no se logró una suficiente estabilidad,
lo que en situaciones de estrés interno o externo hace que se pierdan funciones ancladas
estructuralmente y se activen estados de ansiedad y desintegración.
Estructura y conflicto describen así aspectos diferentes del sistema psíquico. El conflicto, como
patrón repetitivo, describe aspectos psicodinámicos del significado de los acontecimientos y, por
consiguiente, también de las condiciones para desencadenar los síntomas. La estructura se refiere
a la vulnerabilidad de la personalidad, a la predisposición a la enfermedad y a la capacidad para
elaborar los conflictos internos y las experiencias estresantes externas. Los mismos temas de
conflicto pueden expresar, en múltiples niveles de la estructura, diversas configuraciones (por
ejemplo, diferente cualidad de los afectos, distintas imágenes de los objetos, características e
intensidad de las necesidades y deseos, variados niveles de maduración de la defensa, etc.).
Cuando más bajo es el nivel de la estructura, más difícil es identificar patrones estables de
conflictos. Esta es la razón de porqué con pacientes de bajo nivel de integración estructural una
técnica que busque básicamente identificar conflictos en los contenidos inconscientes, e
interpretarlos, suele convertirse en una trampa. Cualquier clínico con experiencia sabe que
súbitamente, o en la sesión siguiente (si es que el paciente aparece), los contenidos conflictivos y,
con ello también la intensidad y calidad de los afectos, suelen cambiar como en un caleidoscopio
creando en el analista una impresión caótica.
La investigación en eficacia de la psicoterapia empezó realmente con el desafío que planteó Hans
Eysenk a principios de los años cincuenta del pasado siglo a la terapia psicodinámica.
Consistentemente, Eysenk sostuvo que sin la existencia de un grupo control en el diseño de las
investigaciones no se puede saber si lo que mejora al paciente es la intervención terapéutica o la
remisión espontánea. En los siguientes cincuenta años, los investigadores demostraron a través de
más de 1000 estudios, que el tamaño del efecto (ES, effect size) de la psicoterapia era de 0.8. El
tamaño del efecto se refiere a la probabilidad de que un sujeto tratado esté mejor que un sujeto
del grupo control, suponiendo que ambos fueron escogidos al azar. Un tamaño de efecto de 0.8 se
considera como medio-alto. Esto significa que alrededor de tres cuartos de los pacientes tratados
con psicoterapia están mejor que aquellos no tratados y librados a la remisión espontánea. Otra
manera de medir la eficacia es a través del número de pacientes que hay que tratar para que uno
mejore (en inglés NNT, number needed to treat). En psicoterapia el NNT es de 3. Como
comparación considérese que la aspirina como profilaxis para el infarto del miocardio tiene un
NNT de 129, ese el número de pacientes que deben ingerir diariamente aspirina para que uno,
inequívocamente, prevenga el infarto. El tamaño del efecto de la psicoterapia es mayor que la
mayoría de los tratamientos en medicina y casi igual al de la medicación psicoactiva. Con todo,
estos son promedios que varían de acuerdo a tipos de cuadros y a otras condiciones del
tratamiento. Por ejemplo, la tasa de mejoría se relaciona con la severidad y con la duración del
tratamiento. En promedio, los cuadros agudos mejoran en un 75% dentro de 25 sesiones.
Hay evidencia del efecto positivo de psicoterapia en seis tipos de trastornos: Trastorno depresivo
mayor, Trastorno de pánico, Trastorno de ansiedad generalizado, Trastorno obsesivo compulsivo,
Bulimia y Trastorno de estrés post traumático. Además, las buenas cifras sólo se aplican a los
pacientes que completan el tratamiento. Los cuadros crónicos sin embargo, necesitan
tratamientos de larga duración, menos de un 60% mejora después de 25 sesiones. La situación es
peor en el caso de patología compleja, esto es, cuando hay más de tres diagnósticos o diagnóstico
asociado de trastorno de personalidad. En este caso el promedio de mejoría baja a menos del 40%
después de 25 sesiones. Hay que agregar que en algunos cuadros como trastornos alimentarios,
Trastorno bipolar y ciertos trastornos de personalidad como Trastorno de personalidad evitativo,
hay muy poca investigación.
En relación con la efectividad de las terapias psicodinámicas, referimos al lector a una reciente
revisión de Peter Fonagy (2015), donde hace una puesta al día crítica de los resultados de
investigación. Este autor británico resume los resultados en cuatro puntos:
• Hay poca evidencia que sugiera que la PTD es superior a otros enfoques terapéuticos. En la
mayoría de las instancias su implementación depende de la disponibilidad de personal entrenado
apropiadamente y su voluntad de adquirir las técnicas específicas que han mostrado ser eficaces al
nivel de competencia que esté a la par con el personal que entregó los tratamientos en los
ensayos controlados al azar (ECA).
La revisión concluye que es necesaria más investigación en este campo y sugiere algunas
recomendaciones para orientar la investigación, por ejemplo, la necesidad de más estudios de
tratamiento combinado de psicoterapia y medicación.
2) habilidad para desarrollar y mantener una buena alianza terapéutica y para entender la
perspectiva y la visión de mundo del paciente; 3) habilidad para trabajar con contenidos
emocionales; 4) habilidad para manejar la terminación de la terapia; 5) capacidad para evaluar los
aspectos relevantes de la biografía del paciente y su idoneidad para recibir las intervenciones y 6)
habilidad para comprometerse con la supervisión y beneficiarse de ella.
A lo largo de su historia, han aparecido muchas teorías psicoanalíticas del cambio terapéutico. Sin
embargo, desde un punto de vista contemporáneo todas estas teorías se pueden subsumir en lo
que clásicamente se ha llamado la internalización de la función analítica, es decir, la capacidad
para un auto análisis continuado después de terminada la terapia que conduzca a una mayor
capacidad para lidiar adaptativamente con estresores vitales. En otras palabras, el tratamiento
psicoanalítico apunta estratégicamente a expandir la capacidad para pensar en los propios deseos,
sentimientos y pensamientos de los cuales el paciente no es consciente, en el contexto de una
relación segura.
Conclusión
Esperamos que a lo largo de este capítulo haya quedado claro que el psicoanálisis contemporáneo
forma parte inevitable de la construcción del nuevo marco paradigmático de la Psiquiatría y la
Psicología Clínica que se está llevando a cabo en este siglo XXI. Después de un período de mutuo
aislamiento y de “guerra de paradigmas”, estamos en una etapa de diálogo e integración. El
psicoanálisis tiene una robusta y creciente base empírica que le permite conversar con las otras
perspectivas. Por cierto, en este diálogo es inevitable que se borren las identidades rígidas
centradas más en la mantención de intereses corporativos y grupales que en el interés del
progreso de la disciplina al servicio de los pacientes.