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Rebecca Daniels
Argumento:
Cuando Kelsey Reed despertó del coma, sólo deseaba estar con su marido, Cooper.
Pero todo el mundo parecía sorprenderse de su petición y la miraba como si se
hubiera vuelto loca. Incluso el mismo Cooper la trataba como a una perfecta
desconocida. La joven intentaba tranquilizarse pensando que todo volvería a la
normalidad cuando estuviera en casa, pero tenía la impresión de que estaba
pasando algo por alto... Amnesia. Kelsey no sólo había olvidado que ella y Cooper
se habían divorciado dos años atrás, también había olvidado que había sido ella
quien lo había abandonado. Pero los médicos habían advertido a Cooper de que
Kelsey aún no estaba preparada para enfrentarse a la realidad, y que debía fingir
que seguía viviendo con una mujer que había dejado de ser su esposa, pero a la
que todavía amaba...
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Prólogo
JUEVES, diez de la mañana.
—«Hola, señor Reed, soy Barbara Reynolds, de Continental Casual. Vaya
tormenta, ¿verdad? Espero que haya podido guarecerse. Sólo llamaba para
recordarle que su póliza expira la semana que viene; me gustaría que nos viéramos
para poder hablar sobre su renovación. Llámeme cuando pueda al 805 555 8100.
Adiós.»
Capítulo 1
LA ESTABAN llamando la «tormenta del siglo», pero Cooper Reed pensaba que
sólo era un típico cliché de los medios de comunicación. A sus treinta y nueve años
había vivido muchas tormentas; tormentas de la madre naturaleza y otras tormentas
de cosecha propia. Hacía ocho días que vientos huracanados e intensas lluvias
azotaban las localidades costeras de California, pero no era la peor racha de mal
tiempo que había visto.
Sin embargo, la tormenta había alterado su vida. Su servicio de helicópteros no
podía funcionar, y apenas había dormido desde que empezara a participar, como
voluntario, en las patrullas de rescate que habían empezado a trabajar setenta y dos
horas antes. El helicóptero que pilotaba había estado en el aire tres días seguidos, y
estaba agotado.
Coop entró en su pequeño despacho y se dejó caer en la butaca que había detrás
del escritorio. No era un despacho muy lujoso, pero tampoco estaba mal. De todas
formas, no pasaba mucho tiempo allí. Se pasaba la vida pilotando el helicóptero entre
el aeropuerto y las enormes plataformas petrolíferas de Santa Bárbara. Hacía cuatro
vuelos al día y transportaba lo que fuera, desde suministros a personas, sobre las
turbulentas aguas del Pacífico.
Apoyó la cabeza en el asiento y miró por la ventana. La pista principal del
pequeño aeropuerto de Santa Bárbara estaba desierta, pero no lo había estado
durante los últimos días. La actividad había sido muy intensa; no habían dejado de
aterrizar y despegar todo tipo de aviones, ni de sonar las sirenas de ambulancias,
coches patrulla y vehículos de bomberos. Una verdadera locura. Como todo, desde
que empezara aquella maldita tormenta.
La tormenta había comenzado una semana atrás, con lluvias bastante ligeras.
Pero a poco a poco se había intensificado. Durante cuatro días, las aguas del Pacífico
llevaron la destrucción a las zonas costeras. Las enormes olas, de varios metros de
altura, destrozaron todo lo que encontraban a su paso.
Los efectos habían resultado catastróficos; toda una prueba de la furia de la
naturaleza. Algunas zonas habían sufrido una devastación casi absoluta. Y todos los
pilotos, conductores, policías, médicos, bomberos y en general cualquiera que
pudiera prestar ayuda, se había unido a las tareas de rescate organizadas por la
Guardia Costera y la Cruz Roja.
Coop se frotó los ojos. Había perdido la cuenta de los viajes que había hecho a
las plataformas petrolíferas. La terrible galerna había dañado varios pozos y tenían
que rescatar a los trabajadores. Había pasado tres días llevando gente a los
hospitales, cargando suministros y materiales para reparar los daños y participando
en misiones de búsqueda y rescate a lo largo de la costa.
En aquel instante se levantó un poco de viento y la suave lluvia golpeó el cristal
de la ventana. Coop recordó la intensa fuerza de los vientos huracanados que
habían azotado la zona. Volvió a frotarse los ojos, contuvo un bostezo y echó un
vistazo al correo que Doris había dejado sobre el escritorio una semana atrás.
Cerró los ojos, nervioso. Chandler había dejado dos mensajes más, y cada vez
parecía más inquieto. Pero sólo decía que Kelsey lo necesitaba.
Cuando terminó de escuchar la cinta, volvió a rebobinarla para asegurarse de
que no había pasado por alto ningún dato. Después, se levantó y permaneció unos
segundos sin moverse, sin saber muy bien qué hacer. Por fin, se decidió a marcar el
número de teléfono de Mo Chandler. Lo recordaba perfectamente, como todo lo
relacionado con Kelsey.
Mientras esperaba a que contestara, tuvo miedo. No había sentido miedo desde
sus días en la marina. Pero ahora no se trataba de sobrevivir a una misión peligrosa,
sino de sobrevivir al pasado. Sin embargo, nadie contestó.
Finalmente, aceptó lo inevitable y colgó el teléfono. No había nadie en la casa.
Suspiró, sin saber muy bien si debía sentirse aliviado o decepcionado. No sabía si
esperar, intentar llamar de nuevo o marcharse a casa.
Caminó hacia la ventana y miró al exterior. El cielo estaba oscuro y la luz de las
farolas hacía que brillaran las mojadas calles. Pero el pensamiento de Coop se
encontraba muy lejos, en Kelsey.
Sabía que debía hacer algo, en lugar de quedarse allí, mirando por la ventana.
Tenía que ponerse en contacto con Mo, o llamar al hospital.
Pero durante unos segundos no fue capaz de hacer nada, salvo seguir en la
ventana y mirar. Había tardado dos años en recobrarse de lo sucedido, dos años en
recuperarse del dolor. Y no podía permitirse el lujo de volver a caer en aquel pozo.
Sin embargo, Mo había insistido en que Kelsey lo necesitaba. Y no lo
comprendía.
Durante dos años habían mantenido vidas separadas, sin contacto de ninguna
clase. Carecía de sentido que de repente quisiera verlo.
Cerró los ojos, pensando en su ex esposa, e imaginó sus brillantes ojos azules y
su pelo de color miel. Inmediatamente se emocionó tanto que apenas podía respirar.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido pensar en
ella. Se había visto obligado a enterrar su recuerdo en lo más profundo de su ser; de
lo contrario, no habría sobrevivido. Y ahora, de súbito, el pasado volvía a asaltarlo.
Recordó el día que despertó en aquella sala del hospital. El rostro de Kelsey fue
lo primero que vio, y probablemente se enamoró de ella en aquel instante. De algún
modo, supo que era la mujer de su vida. Kelsey era enfermera y se encargó de curar
sus heridas hasta que se recuperó del disparo que había recibido. Cuando salió del
hospital, se casó con ella.
Siempre había sido una mujer independiente, de carácter fuerte. En aquella
época, Coop trabajaba en la marina y pasaba meses fuera de casa. Kelsey se
preocupaba mucho, pero lo soportaba. Sabía superar las preocupaciones y los largos
periodos de separación con la misma paciencia y fortaleza que había demostrado en
todos los aspectos de su vida.
Coop abrió los ojos y contempló la luna, que acababa de aparecer entre las
nubes. Aún recordaba la maravillosa sensación de abrazarla cuando volvía a casa. No
Kelsey trabajaba tan deprisa como podía. Casi había detenido la hemorragia y, si podía
apretar la venda unos segundos, lo conseguiría.
—Kelsey, no hay tiempo. Vamos.
Podía oír su voz, y casi podía ver su rostro. Pero no sabía quién era él, ni por qué razón
había permanecido a su lado. Tenía prisa, pero no podía marcharse sin terminar el trabajo.
Aún quedaba un niño.
—Kelsey, date prisa...
Esta vez pudo ver su rostro, pudo ver la mano que se extendía hacia ella. Era un rostro
amable, que le resultaba vagamente familiar aunque no pudiera recordarlo. No sabía por qué
insistía en llamarla. No sabía por qué parecía tan asustado.
—Kelsey...
El desconocido dijo algo más que no pudo entender; palabras apresuradas, urgentes. Le
dolía mucho la cabeza y podía oír un tremendo ruido de fondo.
Cerró los ojos al ver los pálidos rostros de los niños. Había muchos, y todos estaban
heridos, llorando. Tenía que sacarlos de allí, a toda costa.
El dolor que sentía se incrementaba poco a poco, como el ruido. Sabía que iba a morir.
Sentía que la vida se escapaba de su cuerpo. Iba a morir y no podía hacer nada por evitarlo.
—Coop —gritó.
Le pareció adecuado nombrar a su marido antes de morir, nombrar al hombre que había
abandonado, al esposo que había perdido. Se había alejado de él intentando negar el amor que
sentía, pero había llegado la hora de la verdad.
—Cooper, te amo. Te amo, Coop.
—Kelsey...
De repente todas las imágenes desaparecieron, como si alguien hubiera apagado
la televisión. Y con ellas, también desapareció el ruido. Ya no gritaba nadie. Ya no
lloraban los niños. Sólo sentía un intenso dolor en la cabeza, mientras alguien la
llamaba con suavidad.
—Kelsey, despierta, cariño.
—¿Coop?
—No, cariño, soy yo. Papá.
—Papá... —repitió, casi sin energías—. ¿Dónde está Coop? ¿Por qué no ha
venido?
—No te preocupes, vendrá. No te entristezcas. Han traído tu cena. Tienes que
comer un poco para recuperarte.
Kelsey entreabrió los ojos, pero la luz molestaba tanto que volvió a cerrarlos en
seguida.
El dolor de cabeza se incrementó. Se frotó los ojos mientras olvidaba los últimos
retazos de la pesadilla que acababa de soñar.
—Papá —susurró—. ¿Has hablado con él? ¿Sabe lo que ha pasado? ¿Se lo has
contado a Coop?
—Aún no —contestó—, pero lo haré. Todo saldrá bien, pequeña. ¿Te encuentras
bien?
—Me duele la cabeza —declaró, mirando a su padre—. Pero al menos eso evita
que piense en lo mucho que me duele la pierna.
Su padre parecía bastante preocupado, y tenía ojeras. Mo Chandler miró la
escayola de su pierna y tomó la mano de su hija.
—Ojalá pudiera hacer algo. Me siento tan impotente...
Kelsey sonrió.
—No te preocupes, papá. Estoy bien.
—Tal vez pueda hablar con el médico. Ver si hay algo que pueda darte para el
dolor, no sé. Una aspirina, o...
—No, por favor, no pasa nada —dijo, intentando hablar en voz baja para evitar
el dolor—. Estoy bien, de verdad. Además, el médico me recetará algo cuando pueda
tomarlo.
—Supongo que tú sabes más que yo sobre estas cosas —suspiró.
Mo Chandler tomó la bandeja con la cena y la puso a su lado. Kelsey lo miró y
dijo:
—Me preocupas. Pareces muy cansado.
—Porque lo estoy —rió con suavidad—. Por si no lo sabías, me has pegado un
gran susto.
Kelsey notó que estaba a punto de llorar y apartó la mirada.
—¿Por qué no te vas a casa y descansas un rato? Estaré bien.
—No pienso ir a ninguna parte —espetó, en un tono que no admitía discusión—
. Y ahora, vas a tomarte tu cena.
Kelsey sabía que no debía discutir con él. Además, estaba demasiado cansada
para hacerlo.
Miró la bandeja. Era la típica comida de hospital: un filete que ya estaría frío y
puré de patatas. Probablemente, le habría parecido más apetitoso si hubiera tenido
hambre, pero no era así. Sin embargo, sabía que debía comer. Estaba demasiado
débil.
—¿Has hablado con Doris? —preguntó.
Mo levantó la mirada e intentó recordar a la mujer que Kelsey le había
presentado años atrás.
—No. No estaba en el despacho.
Capítulo 2
COOPER. Por Dios, no puedo creer que estés aquí.
Coop levantó la mirada al oír su nombre y vio que Morris Chandler salía del
ascensor y avanzaba hacia él por el pequeño vestíbulo del hospital, tan deprisa como
pudo.
—Estás aquí —continuó, mientras lo abrazaba—. No puedo creerlo. No sé qué
decir. Gracias. Muchas gracias por venir.
—He venido tan pronto como he podido —dijo Cooper, algo avergonzado por
la demostración de afecto.
Dio un paso atrás y observó al hombre que había llegado a ser como un padre
para él. Mo no había sido nunca un hombre musculoso, pero era alto y de rasgos
duros; siempre había parecido muy fuerte, lo que incrementó su incomodidad. Sólo
habían pasado dos años desde el divorcio, y parecía un anciano. Caminaba con los
hombros caídos y tenía unas profundas ojeras.
—Intenté llamar, pero...
—No importa. Lo único que importa es que estás aquí —dijo Mo, emocionado,
casi a punto de llorar.
—¿Qué ocurre, Mo? ¿Dónde está Kelsey? ¿Qué ha pasado?
—Oh, Coop... Ha sido terrible, Coop. Kelsey... pensamos que no sobreviviría.
Yo...
—Tranquilízate —dijo, tomándolo por el brazo—. Dime, ¿qué ha pasado?
—Ahora está bien. Bueno, está... mejor —explicó, mientras respiraba
profundamente—. Perdóname. Es que cuando te he visto, al salir del ascensor, no he
podido evitar emocionarme. Ya sabes, los recuerdos...
—Lo sé —murmuró Coop, bajando la mi—rada—. Pero cuéntame lo que ha
pasado.
—Fue la tormenta. Ya sabes lo terrible que ha sido. Las primeras lluvias llegaron
aquí hace una semana, pillando a todo el mundo por sorpresa y causando muchos
daños. La peor tragedia sucedió en un colegio cerca de Solvang. El techo se hundió y
el viento derribó el edificio. Fue algo terrible. Estaba lleno de niños. Kelsey se
encontraba con uno de los equipos médicos que fueron a ayudar a las víctimas y
resultó gravemente herida. Ha estado a punto de morir.
Coop se sintió desfallecer al oír las palabras de Chandler.
—Estaba trabajando en el interior del edificio, o más bien de lo que quedaba de
él —continuó el hombre—. Un chico se había quedado atrapado. Estaba sangrando
y... bueno, ya sabes lo mucho que le gustan los niños.
Cooper lo sabía muy bien. Kelsey adoraba a los niños; descubrir que no podía
quedarse embarazada no sólo había destrozado su matrimonio sino que había estado
a punto de matarla.
—No —declaró con firmeza—. Tenemos que hablar ahora. Hay algo que debes
saber antes.
—¿De qué se trata? —preguntó, inquieto—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
Mo respiró profundamente antes de contestar.
—Tiene amnesia.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —preguntó, pálido.
—Los médicos dicen que puede deberse al golpe que recibió en la cabeza, pero
no están seguros. Podría ser un efecto del coma. Hay muchas cosas que no recuerda.
—¿No sabe quién es?
—No exactamente.
—¿Entonces?
—Sólo ha olvidado algunas cosas. Me recuerda a mí y recuerda a la familia.
Hasta recuerda que es enfermera y que trabaja en un hospital.
—Entonces, sólo es una amnesia parcial.
—En efecto. Sólo ha olvidado algunas cosas.
Coop tuvo miedo al pensar en la posibilidad de que hubiera olvidado las cosas
que habían compartido.
—¿A qué te refieres?
Mo clavó la mirada en los ojos azules de Cooper y dijo:
—Ha olvidado el divorcio. Cree que aún estáis casados.
Coop. Deseó que se encontrara allí. Sabía que los doctores habían sido sinceros
al decir que iba a recuperarse del coma. Como enfermera había visto muchos casos
como el suyo. Sabía que el descanso y el tiempo bastarían para curar sus heridas,
devolverle la memoria y continuar con una existencia normal. Pero necesitaba que
Coop se lo dijese.
Cerró los ojos y suspiró. Imaginó el atractivo rostro de Coop y sus profundos
ojos azules. Pero sabía que no entraría sonriendo en la habitación. Su rostro estaría
lleno de preocupación. Nunca había estado enferma hasta entonces, y era consciente
de que debía estar muy preocupado.
Sin embargo, lo conocía muy bien. Tanto como para saber que haría cualquier
cosa para que no notara su preocupación. Bromearía y le tomaría el pelo, para que no
lo notara. Y encontraría algún modo de hacer que riera.
En aquel momento, y sin saber por qué, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Aquello la confundió. Se preguntó si tendría algo que ver con sus heridas. Ella nunca
lloraba, nunca, pero había estado a punto de llorar muchas veces desde que despertó
del coma.
No quería que Coop la viera llorando, porque pensaría que algo andaba muy
mal.
—¿Dónde estás, Coop? —se preguntó en un murmullo—. ¿Por qué no estás
aquí?
Su propia voz le parecía débil, aunque sabía que se sentiría mucho mejor
cuando apareciera Coop. No tendría que explicar lo que sentía, no sería necesario
que lo expresara con palabras. Él comprendería inmediatamente lo asustada que
estaba.
Giró la cabeza y miró el pequeño reloj que había sobre la mesita de noche. Eran
las ocho y cuarto. La hora de visita terminaría muy pronto, pero sabía que eso no
detendría a Coop. Cuando llegara al hospital, conseguiría encontrarla de uno u otro
modo. Siempre había amado su tenacidad y su determinación. Cuando deseaba algo
no se detenía hasta obtenerlo, y pensó que tenía mucha suerte de que siempre la
hubiera deseado.
Odiaba las lagunas de su memoria. Odiaba que hubiera cosas que no podía
recordar. Pero al menos recordaba a Coop, recordaba el amor que compartían. Y eso
era lo único importante. Era todo lo que necesitaba.
Coop miró al médico que estaba sentado al otro lado del escritorio y dijo:
—No lo entiendo. No tiene sentido.
El doctor Mannie Cohen cerró el informe que había sacado y lo guardó en uno
de los cajones.
—Cierto, no tiene sentido. Los traumas cerebrales no son fáciles de comprender.
por qué tiene un empleo distinto en un lugar distinto. Cree que sigue viviendo en
Santa Bárbara, y no comprende por qué trabaja en Santa Inés.
—Comprendo.
—Cuando la vea, observará que se siente muy frustrada, y es comprensible. El
problema mayor, sin embargo, es que sigue muy débil. Necesita tiempo para
recuperarse. Y tanto mis colegas como yo mismo tememos el efecto que tendría en
ella descubrir la verdad.
—¿Cree que podría impedir su recuperación?
—Es difícil de decir, pero no creo que sea bueno para ella. Por lo menos, ahora.
Necesita recobrar sus fuerzas para afrontar la realidad. Si le contamos ahora lo
sucedido, es posible que intente negar los recuerdos que ha olvidado temporalmente
y que nunca logre recobrar la memoria.
—¿Qué está sugiriendo entonces?
—Que debemos darle la oportunidad de que recuerde por sí misma.
—¿No quiere que la vea?
—Al contrario.
—Entonces... ¿pretende que mienta? ¿Pretende que deje que crea que seguimos
casados?
—Bueno, yo no lo llamaría una «mentira».
—¿Ah, no? Me está pidiendo que no le diga la verdad, que la engañe.
—Se trata de darle una oportunidad. Sé que es mucho pedir y que no es algo
muy usual. Pero si sirve para ayudarla, ¿no cree que merece la pena?
Coop se echó hacia atrás en su asiento, confundido. Todo aquello le parecía
irreal.
—¿Me están pidiendo que finja? —preguntó, lentamente—. ¿Quiere que entre
en su habitación y que actúe como si aún fuera su marido?
—Fue su marido, ¿no es cierto? No creo que le cueste demasiado.
—¿Ah, no?
—No —contestó—. Tendrá que quedarse en el hospital hasta la semana que
viene, o tal vez más. Podremos vigilarla con atención, y la doctora Crowell empezará
a tratar su amnesia. Nunca se sabe. En una semana puedan pasar muchas cosas. Si
ustedes dos pasan cierto tiempo juntos y la ayuda a recordar pequeños detalles, es
posible que tenga un efecto dominó. Hasta cabe la posibilidad de que lo recuerde
todo cuando lo vea.
—Una teoría muy interesante. Pero, ¿qué sucederá si no recobra la memoria?
¿Qué ocurrirá si no se produce ese «efecto dominó»?
—Entonces, buscaremos otra estrategia.
Capítulo 3
COOP, cariño, casi no puedo creerlo...
Coop apoyó la cabeza en el teléfono e imaginó a Doris De Angelo al otro lado de
la línea.
—Lo sé. Yo tampoco puedo.
—Pero está fuera de peligro, ¿verdad? ¿Va a ponerse bien?
—Sí, los médicos confían en que se recuperará —le aseguró—. Pero puede que
tarde cierto tiempo. De todas formas, tendré que quedarme aquí durante una
temporada. Encárgate del negocio, ¿quieres?
Coop no le había explicado el asunto de la amnesia. Era algo demasiado
complicado para explicarlo por teléfono.
—Por supuesto. Buscaré a alguien para que se encargue de pilotar. ¿Quieres que
vaya al hospital?
Coop cerró los ojos. Le habría gustado que Doris estuviera a su lado. A pesar de
sus disputas, siempre se habían apreciado mucho.
—No, no es necesario. Pero gracias de todas formas. Alguien tiene que
encargarse de la empresa.
—No te preocupes por eso. No permitiría que se hundiera. ¿Dónde iba a
encontrar, si no, un trabajo tan estúpido y un jefe tan fácil de intimidar?
Las palabras de Doris estaban llenas de humor, pero Coop notó que lo decía con
afecto.
—Gracias, Doris.
—Cuida de ella, Coop. Kelsey es especial.
—Ya hablaremos más tarde.
Coop colgó el teléfono y se volvió hacia Mo, que se encontraba a su lado.
—Estaba hablando con Doris. No sé si la recuerdas.
—Claro que la recuerdo —asintió—. Trabaja para ti, ¿verdad?
—Sí.
—El doctor Cohen ha dicho que ha hablado contigo y que te has mostrado de
acuerdo en... bueno, en ayudar.
—Sabías que lo haría, ¿no es cierto?
—No estaba seguro —confesó, bajando la mirada—. Sé que es mucho pedir,
especialmente después de...
Coop lo interrumpió.
—Se trata de Kelsey. Y sabes que haría cualquier cosa por ella.
Mo parpadeó.
—No sé si alguna vez te he dicho lo mucho que sentí que os divorciarais. Fue
algo terrible para Kelsey. Y supongo que también para ti.
Coop se encogió de hombros. No quería pensar en lo sucedido. Emocionado,
dio un golpecito en el hombro a Mo y dijo:
—Es agua pasada. Vamos, llévame a su habitación.
Mo dudó.
—Es tarde, Coop. Es posible que se haya dormido. Si quieres, puedes esperar
hasta mañana. Así podrás descansar un poco.
Coop miró al padre de Kelsey y sonrió. Apreciaba su oferta, pero sabía que sólo
serviría para aplazar lo inevitable. Quería ver a Kelsey, y verla de inmediato.
Acababa de decir que su relación era agua pasada, pero no era cierto.
—Me gustaría estar con ella un rato, aunque esté dormida —declaró—. Estoy
seguro de que lo comprenderás.
—Sí, claro.
Mo entró en el ascensor y pulsó el botón del octavo piso.
Subieron en silencio, mirando el panel de los botones. Cuando por fin se
abrieron las puertas, Mo hizo un gesto hacia la izquierda.
—Es por ese pasillo, en la sala de aislamiento.
—¿De aislamiento?
—Los médicos pensaron que sería mejor para ella. Dicen que no es bueno que
reciba muchas visitas en su estado.
—Comprendo.
Cuando llegaron a su habitación, se detuvieron. Coop miró la puerta y dudó,
por un momento, de que tuviera las fuerzas necesarias para entrar. Se había
enfrentado a muchos retos difíciles, pero nunca tan duros.
—Estaré en la sala de espera del vestíbulo —dijo Mo—. He estado pasando las
noches allí, así que, si me necesitas para algo...
Coop asintió y cerró la mano sobre el pomo de la puerta. Se sentía como si
fueran a fusilarlo.
Sabía que podía marcharse y volver a la mañana siguiente, pero no tenía sentido
que pospusiera lo inevitable. Además, nunca había huido de nada cuando se trataba
de Kelsey. Había prometido que fingiría ser su esposo por su bien y estaba dispuesto
a nacerlo. Aunque volviera a abandonarlo cuando recobrara la memoria.
—Estoy aquí —murmuró, apretando su mano con más fuerza—. Estoy aquí.
Sin embargo, Kelsey no respondió. Seguía dormida, murmurando en sueños,
sin saber que se encontraba con ella.
Coop siguió acariciando su mano con suavidad. Ya tendrían tiempo para
hablar. De momento se contentaba con estar allí y observarla, sabiendo que se
encontraba bien.
Pero Kelsey se movió de repente. Antes de que se diera cuenta, su ex esposa lo
miraba con sus preciosos ojos azules.
—¿Coop? —preguntó en un murmullo.
—Hola, cariño.
—Oh, Coop... —dijo, emocionada—. Dime que eres tú, de verdad. Dime que no
es otro sueño.
—Soy yo —susurró.
—Me alegro tanto de que hayas venido...
Kelsey lo agarró por la manga y tiró de él, de tal forma que tuvo que inclinarse
sobre la cama.
—Yo también me alegro. Me has dado un susto terrible.
—Oh, Coop, te amo tanto...
La súbita declaración de amor lo estremeció. Los médicos se habían equivocado
al pensar que podía recobrar la memoria al verlo. Se comportaba como si aún
estuvieran casados.
—Kelsey...
Coop se sentía muy mal. Kelsey parecía muy vulnerable, y él estaba obligado a
engañarla por su bien.
—Abrázame, Coop. Abrázame con fuerza.
—Kelsey...
Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en la mejilla. Se sintió
catapultado hacia el pasado, hacia su matrimonio, cuando abrazarla era lo más
natural del mundo.
—Te he echado tanto de menos... Te amo.
De forma instintiva, Coop la besó. Fue un beso cálido y dulce, pero bastó para
que su cuerpo reaccionara al instante. Se había mostrado de acuerdo en comportarse
como si nunca se hubieran separado, pero no estaba preparado para aquello. Una
parte de él no había sido capaz de olvidarla ni de olvidar el amor que habían
compartido.
—Yo también te amo.
Volvió a besarla. Sabía que aquella farsa iba a resultar muy difícil, como sabía
que no la estaba siguiendo por las razones que creía. Hacerse pasar por su esposo era
muy fácil. Lo difícil era recordar que sólo estaba actuando.
—Deja que te mire —declaró ella.
Coop se apartó y se puso tenso al sentir sus manos en las mejillas. Se preguntó
si, de algún modo, notaría que algo había cambiado. A fin de cuentas no tenía el
mismo aspecto.
—Pareces cansado... seguro que no has dormido en varios días.
—Sí, tienes razón —confesó con un suspiro—. Pero eres tú la que tienes que
descansar. Duérmete otra vez, cariño.
—No quiero dormir. Me paso el día durmiendo. Además, no quiero que vuelvas
a desaparecer.
—Te prometo que no iré a ninguna parte. Lo siento, pero estás atrapada
conmigo.
Kelsey sonrió.
—Ya me siento mejor...
Coop cerró los ojos durante uno segundos.
—Me alegro mucho. Pero ahora dime cómo te sientes, realmente.
Kelsey no quería confesar que le dolía mucho la cabeza, y la pierna, así que
mintió.
—Bien. De verdad. Sobre todo ahora que estás conmigo. Pero... ¿cómo han
conseguido encontrarte?
—¿Encontrarme?
—Sí. Le dije a papá que si Doris no sabía dónde estabas, nadie lo sabría.
—Ah, eso… estuve participando en las tareas de rescate. La tormenta me
mantuvo ocupado y no pude oír los mensajes del contestador hasta hoy.
—Ah, sí, la tormenta...
Coop vio que fruncía el ceño al recordarlo. Siempre lo fruncía cuando algo la
preocupaba.
—Cortó todas las comunicaciones —explicó, intentando aparentar
normalidad—. He venido en cuanto lo supe.
—Sabías que estaría esperándote —sonrió con tristeza.
—Sí —asintió—, lo sabía.
—¿Has hablado con el médico?
—Sí, hablé con el doctor Cohen antes de entrar.
—Entonces, ya lo sabes. Sabes lo de la pérdida de memoria.
Kelsey no tuvo que confesarle lo asustada que estaba; se notaba en sus ojos, y en
su voz. Coop se inclinó y tomó sus manos.
—Sí, hemos hablado sobre ello.
—No es nada preocupante —declaró la mujer, intentando parecer
convincente—. Me pondré bien. El doctor Cohen ha dicho que me recuperaré, así que
no tienes que preocuparte. Dentro de poco, lo recordaré todo.
Coop notó el pánico en su voz, de modo que intentó tranquilizarla.
—No pienses ahora en eso. El médico ha dicho que, ante todo, necesitas
descansar. Ya hablaremos de ello por la mañana. Ahora, quiero que cierres los ojos y
que duermas. Pareces muy cansada.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas. Estaba exhausta y se sentía muy
débil.
—Odio todo este asunto —confesó—. Odio sentirme tan inútil.
—No eres inútil, y te sientes débil porque necesitas descansar. Concédete un
poco de tiempo y recobra tus energías.
Kelsey pareció tranquilizarse, aunque Coop notaba su tensión. Estaba
aterrorizada y hacía verdaderos esfuerzos para contener su miedo.
—Conseguiremos salir de esto —declaró, para animarla—. Todo saldrá bien.
—Pero es tan horrible... Me asusta. Algunas cosas no tienen sentido. Hay
muchos detalles que no puedo recordar, y me siento sola. ¿De qué tengo tanto
miedo?
Coop la abrazó. En aquel momento le pareció lo más natural del mundo.
Acarició su cabello y murmuró palabras de ánimo. Necesitaba apoyo, necesitaba
cariño. En aquel momento carecía de importancia lo que fuera o no fuera real. Debía
apoyarla.
—Sólo estás asustada porque estás cansada —susurró—. Tienes que dormir. Te
prometo que te sentirás mejor mañana por la mañana. Ya verás, todo saldrá bien.
Estaré aquí, contigo, y a partir de ahora todo irá bien.
Kelsey había empezado a temblar, pero el temblor desapareció poco a poco.
Coop notó que se relajaba.
—No me dejes, Coop. No me dejes sola.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
Coop dudó antes de contestar.
—Lo prometo.
—No se lo digas a nadie, ¿quieres? No le digas ni a mi padre ni a mis hermanos
que estoy asustada, que he estado llorando.
Coop sonrió y acarició su cabello. Aquella petición era muy típica de ella.
Aún recordaba el día que se lo llevaron. Kelsey había estado protestando toda la
mañana. Había comprado el vehículo cuando estaba en la universidad y se negaba a
que lo remplazaran por otro. Cuando por fin se estropeó, seis meses antes de que se
divorciaran, Cooper casi se alegró. Esperaba que el nuevo coche que le había
regalado la animara un poco; incluso que mejorara su relación. Pero se equivocó.
—No quería decir eso.
—Entonces, ¿qué querías decir?
—Sólo pretendía decir que no deberías preocuparte por eso.
—Pues me preocupa. Me encantaba ese coche. ¿Cómo es posible que lo haya
vendido y que no lo recuerde?
—No lo vendiste. Estaba viejo y sencillamente dejó de funcionar. Teníamos que
comprar otro.
Kelsey sabía que se estaba excediendo, que se había puesto histérica, pero no lo
podía evitar.
—Tal vez podrían haberlo arreglado.
—Kelsey, estaba muy mal. Tendrían que haber cambiado todo el motor. Sólo
servía para chatarra.
Coop se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho.
—¿Para chatarra? ¿Quieres decir que lo vendí para que lo convirtieran en
chatarra?
Coop se acercó. Estaba tan inquieta, tan agitada, que se sentía muy impotente.
Había pasado tanto tiempo desde el asunto del coche que todo aquello le parecía
irreal. Tuvo que recordarse que para Kelsey no habían pasado dos años.
—Si te sirve de consuelo, fue idea mía —confesó—. Tú no querías desprenderte
de él.
—No lo recuerdo. ¿Cómo es posible que no recuerde algo así? —preguntó,
nuevamente asustada.
Coop se emocionó. Aún tenía que recordar muchas cosas, y no muy buenas.
—El médico dice que es normal que no recuerdes algunos detalles. Lo del coche
sólo es uno más.
—¿Uno más? —preguntó, enojada—. Haces que parezca como si sólo hubiera
olvidado apuntar algo en la lista de la compra. He olvidado casi todo lo referente a
un largo periodo de mi vida, maldita sea. Y quiero recordarlo.
—Lo sé. Ya también quiero. Pero enfadarte y entristecerte no te ayudará a
recobrar la memoria.
—Entonces, ¿qué me hará recordar? Dímelo y lo haré. Sea lo que sea.
Kelsey tenía grandes problemas para recordar, pero a Coop no le sucedía lo
mismo. Recordó sus enfados, la manera que tenía de luchar cuando se sentía
Coop la miró a los ojos. De repente, todo había cambiado. Las bromas habían
dejado paso a algo más, y la frontera entre el pasado y el presente empezaba a
difuminarse.
—¿En serio?
—En serio —respondió, antes de besarlo—. Comparado con lo que siento, la
amnesia no tiene importancia. Te recuerdo a ti, y eso es lo único que importa. Coop...
quiero que hagamos el amor.
Capítulo 4
LAS PALABRAS de Kelsey lo emocionaron tanto que, durante unos segundos,
Coop experimentó un intenso miedo.
Aquello no formaba parte del trato que había hecho con Mo y con el doctor
Cohen. Era algo muy distinto a ayudar a una amiga. Se trataba de un asunto muy
serio, demasiado personal e íntimo para incluirlo en la farsa.
Sin embargo, lo miraba con verdadero amor. Tuvo que apartar la vista, porque
sabía que un día recobraría la memoria y comprendería que aquel amor había
muerto años atrás. Abrazarla en la oscuridad era una cosa; hacer el amor, y a plena
luz del día, era otra.
—¿Aquí? —preguntó, inseguro—. ¿En la cama de un hospital?
Kelsey rió y arqueó una ceja.
—Lo hemos hecho en lugares mucho más extraños.
—Sí, pero no cuando estabas recuperándote de un grave accidente.
—¿Te preocupa que no sea capaz de hacerlo? —preguntó, sonriendo.
Coop intentó encontrar una excusa, a toda velocidad.
—No deberías tentarme con algo así. Sobre todo porque no puedo aceptar —
declaró al fin, muy nervioso—. Tendrás que seguir con tu vida sedentaria durante
una temporada. Son órdenes del médico.
—¿El doctor Cohen ha dicho eso?
—Sí, anoche —mintió.
Kelsey entrecerró los ojos.
—¿Y qué más dijo que no me hayas dicho?
—Nada más —contestó, sorprendido por la pregunta.
—Cooper... ¿me estás ocultando algo?
Había montones de cosas que le estaba ocultando, pero obviamente no podía
decírselas, así que intentó distraerla ofreciéndole un bocado de la bandeja en la que
habían servido el desayuno.
—¿Por qué dices eso?
—Porque tu expresión es muy extraña.
—¿Mi expresión? —preguntó él, rígido—. ¿Qué expresión?
—Esa expresión. ¿Qué me estás ocultando, Coop? ¿Te han dicho algo que deba
saber? ¿Algo que no sepa? Si es así, exijo que me lo cuentes todo. Quiero saberlo,
ahora mismo.
Coop dejó la comida en la bandeja y respiró profundamente. En los cuatro años
que había estado casado con ella no había mentido nunca, ni siquiera una vez. Y en
menos de doce horas se veía obligado a mentir y a engañarla casi de forma constante.
—¡No! —contestó—. Mira, sé que has venido desde Santa Bárbara, pero ¿no
podríamos dejar esto para otro momento? Te dije ayer que no estaba preparada. No
me apetece hablar. No me apetece que analicen mi mente.
—Lo comprendo —dijo la doctora, sin moverse del sitio—. Podemos hacerlo
cuando prefieras. Sólo tienes que llamar a la enfermera. Pero pensé que ya que estaba
aquí, y que...
—¿Y que estaba tan enfadada? —preguntó Kelsey, con sarcasmo.
La doctora Crowell se inclinó hacia delante.
—No sé cómo estabas antes. Pero ahora sí pareces enfadada.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas, a su pesar.
—Bueno, puede que lo esté. Pero, ¿por qué le parece tan importante a todo el
mundo? ¿Por qué no podéis dejarme en paz? —preguntó, mientras empezaba a
llorar—. Me siento impotente. No dejo de molestar a todo el mundo, y me paso el día
llorando. ¿Por qué no puedo dejar de llorar? Desde que desperté del coma, no he
dejado de hacerlo.
—¿Eso te parece un problema?
—No lo comprendes. Yo no lloro. No lloro nunca. Nunca.
—Puede que ahora lo necesites —observó—. Tal vez deberías dejar de
controlarte tanto.
Kelsey levantó un poco la cabeza y la miró.
—No quiero hacerlo. Yo no lloro. Pero ahora todo parece tan... distinto...
—¿Distinto? ¿A qué te refieres?
—No sé. Todo parece diferente. Tengo la impresión de que las cosas no eran así
antes del accidente, antes de que despertara y descubriera que había perdido parte
de mi memoria, una enorme parte de mi vida.
—¿Y qué es lo que quieres? ¿Te gustaría que las cosas fueran como antes?
Kelsey miró a la psicóloga y empezó a temblar. Deseó gritar y pedirle que se
marchara de allí, pero también deseaba arrojarse a sus brazos y dejarse llevar por las
lágrimas.
—No sé lo que quiero —confesó—. No sé lo que me está pasando. Nada parece
normal. Nada tiene sentido... nada, excepto Coop. Estar con él es lo único real. Nadie
comprende lo que estoy pasando. Nadie más entiende que tengo una especie de
agujero negro en mi vida, un agujero profundo y terrible que...
La doctora Crowell esperó, mientras la observaba. Sabía muy bien que le
costaba hablar, y mucho más expresar sus sentimientos.
—Te asusta, ¿verdad?
—Me aterra.
La psicóloga se inclinó hacia delante, tomó su mano y dijo:
—Sólo han pasado cuatro días —dijo Cooper, enfadado—. Dijo que tendría que
quedarse al menos una semana en el hospital.
—Sé muy bien lo que dije, y créame, nos gustaría que siguiera aquí —insistió
Cohen, haciendo un gesto hacia los dos médicos que lo acompañaban—. Pero usted
mismo ha hablado con ella y sabe lo que siente. Está decidida a volver a casa.
—Ustedes son los médicos. ¿No pueden convencerla? Díganle que tienen que
hacer pruebas, o algo así. No sé, cualquier cosa.
Vince Hamilton, el traumatólogo, se inclinó sobre la mesa y dijo:
—No podemos impedir que se marche, señor Reed. Además, es enfermera y
sabe muy bien cuál es el procedimiento en estos casos. Sabe que en su casa
descansará mejor que aquí. La doctora Crowell puede seguir con sus sesiones en
cualquier parte, y como traumatólogo le recuerdo que no tendrá que empezar con la
rehabilitación de la pierna hasta que le quitemos la escayola, dentro de un mes.
Coop se volvió hacia Mo, desesperado.
—¿No puedes convencerla de lo contrario?
Mo negó con la cabeza.
—Ya sabes lo que pasa cuando se le mete algo en la cabeza. Y te aseguro que
está decidida a volver a casa.
Coop se pasó una mano por el pelo. Acababa de volver a Santa Inés aquella
mañana y no estaba preparado para la noticia. Había tenido que ir a Santa Bárbara el
día anterior para charlar con Doris, encargarse de la contratación del nuevo piloto y
comprobar que todo estaba bien en la casa. El cambio de aires le había sentado
bastante bien. De hecho, había regresado mucho más animado. Pero su tranquilidad
sólo duro hasta que supo que iban a dar el alta a Kelsey.
Miró a los médicos. Estaba furioso con ellos y detestaba que lo hubieran
convencido para participar en aquella farsa.
—¿Y ha pensado alguno de ustedes en lo que vamos a hacer ahora? ¿No les
parece que ha llegado el momento de «cambiar» de tratamiento?
—Ojalá pudiéramos hacerlo ahora —dijo el doctor Cohen—. Y no creo que
empezar con insinuaciones irónicas sirva de nada.
—Oh, claro... insinuaciones irónicas. Ya veo que no le agrada que cuestionen su
buen juicio.
—Tenemos que evitar nuestras diferencias. Por el bien de Kelsey.
—Ah, sí, por el bien de Kelsey —se burló, mientras se levantaba de la silla—.
Resulta muy sencillo preocuparse tanto por el bien de Kelsey, sobre todo cuando no
es usted el que se ve obligado a engañarla.
—Señor Reed —dijo el doctor Cohen, en tono razonable—, todo este asunto no
ha sido fácil para ninguno de nosotros. Pero no puede negar que ha evolucionado
muy positivamente. Mejor de lo que esperábamos. Cada día se encuentra más fuerte.
Su evolución física es extraordinaria.
—Pero no estamos hablando de su evolución física, sino de su mente.
Mannie Cohen se frotó los ojos.
—Tranquilícese, Cooper, y siéntese. Será mejor que hablemos sobre lo que
vamos a hacer ahora.
Coop se sentó. Podía sentir las miradas de los tres médicos, que observaban
cada uno de sus movimientos. Sabía que estaba excediéndose, pero no podía evitarlo.
No había resultado nada fácil hacerse pasar por su marido, recordar todo lo que
habían tenido y perdido, hacerle creer que los dos años pasados no habían existido
nunca. Tres días con ella lo habían agotado. Y no sabía qué iba a hacer si permitían
que se marchara del hospital.
El doctor Cohen abrió el historial médico de Kelsey.
—Doctora Crowell... Ha tenido la ocasión de hablar con Kelsey durante los
últimos días. Me gustaría que nos informara un poco sobre sus progresos.
La psicóloga abrió su libreta, echó un vistazo a las notas y dijo:
—Estoy de acuerdo en que la evolución de Kelsey ha sido fantástica. Es fuerte, y
mucho menos frágil, emocionalmente, de lo que me pareció en nuestra primera
sesión. Pero aún tiene un largo camino que andar.
—¿Física, o emocionalmente? —preguntó Mo.
—Físicamente está muy bien. Pero emocionalmente aún tiene que enfrentarse a
muchos obstáculos.
—Hace que parezca que es mentalmente inestable —intervino Cooper, cansado
de los médicos y de sus teorías—. He estado con ella, casi todo el tiempo, durante los
últimos tres días. Y creo que Kelsey es una de las personas más equilibradas que
conozco.
—Desde luego que sí. Créame, yo también pienso que Kelsey es muy
equilibrada —declaró la doctora—. Pero emocionalmente no se encuentra bien.
—¿Cómo cree que reaccionaría si le dijéramos la verdad? —preguntó Mannie
Cohen—. ¿Podría soportarlo?
Gloria Crowell se echó hacia atrás y contestó:
—Si entráramos en su habitación y le explicáramos todo lo que ha olvidado, no
afectaría a su recuperación física. Pero, en lo relativo a su estado emocional, tengo
mis dudas.
—Si admite que está mucho mejor, y más fuerte, ¿no cree que merece saber la
verdad? —preguntó Coop.
—Depende. ¿Queremos que Kelsey sepa lo que ocurrió en su pasado, o
queremos que lo recuerde? Hay una gran diferencia.
—Por lo que dice, parece que contarle la verdad sería tanto como dificultar que
pudiera recordar su pasado —comentó Coop.
—A largo plazo, creo que sería mejor que Kelsey lo recordara todo por su
cuenta. Si le contáramos todo lo que ha olvidado no la ayudaríamos a recordar, sólo
conseguiríamos incrementar su ansiedad ante hechos que no recuerda. De hecho, nos
arriesgamos que interiorice aún más la amnesia y no se recupere.
—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Mo—. ¿Seguir fingiendo para
siempre?
—No, desde luego que no. Sólo durante una temporada. De esa manera, le
daremos la oportunidad de que lo recuerde por sí misma. Tenemos que convencerla
de que es mejor que recuerde.
—¿Qué le hace pensar que no quiere hacerlo? —preguntó Coop.
Gloria Crowell sonrió.
—Es una amnesia parcial. Selectiva. Los pacientes suelen elegir
inconscientemente los aspectos de su vida que prefieren olvidar. Casi todos se
aferran a lo bueno y olvidan lo malo. Kelsey ha preferido seguir viviendo en un
tiempo de su pasado, cuando las cosas iban bien y se sentía a salvo. Todos
conocemos su vida y sabemos por qué lo ha hecho. Y no recobrará la memoria hasta
que no se convenza de que es mejor para ella.
A Coop le habría gustado poder estallar, de nuevo, y liberar la frustración que
sentía. Por desgracia, la psicóloga podía tener razón. Y Kelsey merecía tener la
oportunidad de recobrarse.
—¿Y qué hago ahora? —preguntó Coop—. ¿Llevarla a su casa? ¿Seguir
actuando como si aún estuviéramos casados? Es absurdo. No creo que sea necesario
que recuerde que Kelsey tiene amnesia, pero yo no.
Mannie Cohen decidió intervenir.
—Tal vez no sea tan complicado como piensas... aún tiene que recuperarse,
física—mente. Tiene que descansar y su actividad está considerablemente limitada.
—Por no mencionar que aún lleva una escayola —dijo Víctor Hamilton—. Una
buena excusa para que tenga que dormir en la habitación de invitados.
Coop no podía creer que las cosas se le hubieran escapado, hasta tal punto, de
las manos. No comprendía que le pidieran algo tan absurdo e inhumano como fingir
que seguía siendo su marido y vivir con ella. Lo estaban obligando a regresar a una
época que no existía, a revivir un tiempo muy doloroso para él. En los tres días
pasados se había difuminado la barrera entre la realidad y la fantasía, entre el
matrimonio y el divorcio. Y podía desaparecer definitivamente si seguían con aquel
plan.
—Quiero ayudar a Kelsey —declaró—. Pero no sé si podré seguir con esta farsa.
—Tienes razón —intervino Mo—. No es justo, ni para ti ni para mi hija. Cuando
te pedí que la ayudaras, no pensaba que las cosas llegarían tan lejos. Creo que sería
mejor que le contáramos toda la verdad.
—Son ustedes los que deben decidirlo —dijo la psicóloga—. Si creen que es lo
más adecuado para ella, será mejor que se lo contemos tan pronto como sea posible.
—No, supongo que no —dijo Coop—. Gracias por tu intervención, Mo, pero no
podemos hacer algo así.
—Pero Cooper, no puedo pedirte que...
—Lo hago por decisión propia —respiró profundamente—. La psicóloga tiene
razón. Sólo será durante una temporada.
—No estoy seguro de que sepas realmente lo que implica ese plan. Después de
todo lo que pasó, no creo que sepas...
—Tengo una idea bastante aproximada —rió con tristeza—. Pero se trata de
Kelsey y no me queda otra opción. Y ahora, será mejor que discutamos sobre cómo
vamos a hacerlo.
Capítulo 5
QUÉ TAL?
Kelsey probó el cinturón de seguridad y el arnés que la anclaba al asiento del
helicóptero.
—Bien.
—¿Seguro que no está demasiado apretado? Puedo aflojarlo un poco.
Kelsey lo observó mientras ajustaba el cinturón, movía el asiento y cambiaba la
posición del pesado arnés.
—Estoy bien, de verdad. No te preocupes.
Coop sabía que se estaba preocupando en exceso, pero no le extrañaba; se
encontraba muy inquieto. Preparar las cosas para su regreso a «casa» había resultado
un pequeño milagro, sólo posible gracias a la ayuda de Mo y de las hermanas de su
ex esposa. La ropa de Kelsey colgaba ahora en el armario, junto a la suya, y su cepillo
de dientes estaba en el cuarto de baño. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, la casa
no se parecía demasiado a la que había conocido cuando se divorció de él. Sabía que
preguntaría muchas cosas, y que tendría que enfrentarse a sus preguntas cuando
llegara el momento.
—Sólo quería que estuvieras cómoda.
—Será un vuelo de veinticinco o treinta minutos, nada más. Estaré bien. Pero no
entiendo por qué no dejaste que fuera contigo a Santa Bárbara ayer, cuando te fuiste.
—Porque prefería llevarte en el helicóptero. En el coche no habrías estado muy
cómoda.
—Deseaba tanto salir del hospital que me habría marchado a pie si hubiera sido
necesario.
—Tú no vas a ir andando a ninguna parte durante una larga temporada. Tienes
que descansar. Si no lo haces, te llevaré de nuevo al hospital.
Kelsey rió.
—Para eso tendrías que capturarme antes.
Coop notó el alegre brillo de sus ojos y se emocionó tanto que quiso besarla.
—Ya veo que estás muy contenta esta mañana, ¿eh?
Kelsey empezó a reír de nuevo. Pero su risa desapareció en seguida, sustituida
por un gesto más bien pensativo.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Tu pelo.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Tienes canas. Con la luz de la habitación no lo había notado. Pero a la luz del
sol se ven perfectamente.
—Oh, vamos, te aseguro que no tienes canas —bromeó—. Soy yo el que se está
haciendo viejo.
—Qué alivio —rió Kelsey—. De todas formas, cuando lleguemos a casa me
miraré un buen rato en el espejo para ver si tengo el aspecto que creo tener.
—Si sirve para algo, te diré que estás más bella que nunca.
El apasionado tono de voz de Cooper sorprendió a Kelsey.
—Coop... te amo.
En aquel momento apareció el doctor Mannie Cohen. Se dirigió hacia el
helicóptero y preguntó:
—¿Están preparados?
—Casi —contestó Coop—. En cuanto arranque el motor, despegaremos.
El médico asintió y se volvió hacia Kelsey.
—¿Qué tal se encuentra?
—Muy bien —sonrió.
Kelsey se volvió hacia él, y al hacerlo sintió un intenso dolor en la pierna.
—Bueno, tal vez no tan bien —añadió.
—Supongo que no será necesario que recuerde que debe tomarse las cosas con
calma...
—No, no es necesario —dijo Kelsey.
El médico le dio el sobre que llevaba en la mano.
—Lo necesitará. Son los papeles del alta. Oficialmente, acabamos de echarla del
hospital —bromeó.
Kelsey miró los documentos y miró al médico.
—Muchas gracias. Se han portado muy bien conmigo.
—De nada. Gracias por permitir que lo hiciéramos. Pero recuerde que debe
descansar durante una semana y mantener cualquier tipo de actividad al mínimo.
—De acuerdo.
—Seguiré los progresos que haga con la doctora Crowell. Y si me entero de que
no está haciendo lo que debe, tendrá que enfrentarse conmigo.
—Oh, no —dijo con ironía.
—Coma bien y duerma bastante. Y venga al hospital cada tres semanas.
—De acuerdo, de acuerdo... Sabe de sobra que sé lo que tengo que hacer.
—Sí, y ambos sabemos que los pacientes tienden a olvidar las recomendaciones
de los médicos.
—No se preocupe. Yo no lo olvidaré. Además, ya se encargarán varias personas
de recordármelo —dijo, mirando a Coop.
—Si le sirve de algo mi opinión, está haciendo lo mejor para Kelsey. Hace falta
mucho valor para actuar de ese modo.
—¿Valor? No lo creo. En lo relativo a Kelsey siempre me dejé llevar.
El médico se alejó entonces. Coop lo observó durante unos segundos antes de
regresar al helicóptero. Pensó en lo que sucedería durante las siguientes semanas.
Debía recordar, en todo momento, que se trataba de una simple farsa para ayudar a
Kelsey. No podía engañarse a sí mismo.
Cuando entró en la cabina del aparato, la mujer comentó:
—Es un buen médico. Tengo mucha suerte.
—Sí, bueno, supongo que todos tenemos suerte de vez en cuando —murmuró.
—Sé que hemos trabajado juntos en alguna ocasión, aunque no recuerdo
cuándo, ni dónde. Pero, como tú mismo has dicho, será mejor que no me preocupe
por esas cosas ahora.
—¿Lo ves? ¿A que no ha resultado tan difícil? —sonrió—. En fin, ¿estás
preparada?
—¿Tú qué crees? —rió—. Y ahora que lo pienso, recuerdo que estábamos
intentando hacer todo lo posible para tener una familia cuando tuve el accidente.
Recuerdo que queríamos tener hijos, y supongo que eso no ha cambiado, ¿verdad?
El corazón de Cooper empezó a latir más deprisa. Algunas mentiras resultaban
mucho más difíciles que otras. Y aquella era terrible.
—No —contestó—. No ha cambiado.
Kelsey se inclinó para besarlo y Coop se lo permitió. Pero no hubo ninguna
alegría en el suave beso. Estaba demasiado triste, y se sentía demasiado culpable.
Intentó convencerse de que, en realidad, no había mentido; de que el deseo de tener
descendencia no había cambiado. Algún día recordaría la verdad y sabría que no
podía tener hijos.
—Venga, llévame a casa —murmuró ella.
Coop asintió y empezó a pulsar todo tipo de botones en la cabina. Al cabo de
unos segundos se dirigían a casa, al lugar que habían soñado llenar con niños. Pero
las habitaciones estaban vacías, oscuras, sin vida, como el futuro.
El gesto de Kelsey era tan alegre y tan esperanzado que a Coop le habría
gustado poder olvidar, también, parte de sus recuerdos. Los ojos de su ex esposa
brillaban con la promesa de lo que podría ser. Él, en cambio, se sentía viejo y cansado
porque ya sabía que aquellos sueños no valían nada.
—Menos mal —suspiró ella—. Lo del coche ya era bastante malo, pero si le
hubiera ocurrido algo al armario de mi madre... me habría vuelto loca.
Cooper se sintió realmente aliviado por su reacción.
—Deberías saber que nunca te librarías de un mueble así. Y desde luego, no
estás loca.
—¿No? —preguntó con ironía—. Bueno, me alegra que una de los dos opine
eso. ¿Qué ha pasado con el resto de nuestras cosas?
—¿El resto? Bueno, veamos... está guardado. Lo que no vendimos, claro está.
Coop empujó la silla hacia el salón.
—¿Y de quién fue la idea de cambiar la decoración? ¿Tuya, o mía?
—No lo sé —contestó, mientras se detenía junto al mostrador que separaba el
salón y la espaciosa cocina—. Fue una especie de acuerdo mutuo. ¿Tienes hambre?
—No. De hecho estoy algo cansada, aun—que me cueste admitirlo.
Coop pensó que era la mejor noticia que había oído en toda la mañana. Estaba
agotado de jugar aquel juego y necesitaba estar a solas un rato para recobrar fuerzas.
Empujó la silla de ruedas hacia el dormitorio principal.
—No hay problema. Descansarás un rato y te llevaré la comida más tarde.
Kelsey se volvió y sonrió.
—Mmmm... creo que podría acostumbrarme a esto.
Coop pasó ante los dormitorios vacíos tan deprisa como pudo. Por suerte, había
cerrado las puertas. Kelsey no necesitaba saber, por el momento, que aquellas
habitaciones no serían ocupadas nunca por sus hijos. Y él, por otra parte, tampoco
quería recordarlo.
—Ya estamos aquí —dijo, cuando entraron en el dormitorio principal—. Y todo
está preparado para ti.
—¿Qué es eso? —preguntó Kelsey, asombrada.
—¿A qué te refieres? —preguntó Coop, con inocencia.
El hombre cerró las puertas dobles de la entrada y apartó las cortinas para que
pudiera ver la impresionante vista de Santa Bárbara y del océano Pacífico.
—Me refiero a eso —dijo, señalando la cama de hospital.
—¿A la cama? ¿Qué le pasa a la cama?
—Que es una cama de hospital.
—El doctor Hamilton lo recomendó. Pensé que te gustaría...
—¿Dónde está nuestra cama?
Coop pensó en la enorme y preciosa cama de hierro forjado que habían
compartido durante sus cuatro años de matrimonio. Kelsey la había dejado allí
Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. Había regresado a él, aunque sólo
fuera temporalmente, porque se sentía a salvo a su lado. Y por mucho que deseara su
recuperación, le habría gustado que aquella situación durara para siempre.
Capítulo 6
VENGA, termínalo.
Kelsey miró su plato de raviolis y negó con la cabeza.
—No puedo.
—Prometiste que te lo comerías todo.
—Estoy llena.
—¿Es que no te gusta mi comida? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Oh, vamos, ese truco no te servirá de nada. Lo han traído del restaurante.
Coop rió. Debió imaginar que no lograría engañarla. El pequeño restaurante al
que se había referido siempre había sido uno de los preferidos de Kelsey; y por si
fuera poco, adoraba los raviolis.
—Los calenté en el microondas y luego los puse en platos para que pensaras
que lo había hecho yo —admitió.
—Pues te has pasado un poco con la cantidad. He comido tanto que estoy a
punto de reventar.
Coop sonrió y se levantó de la silla en la que estaba sentado para retirar la
bandeja. Le había dado un buen plato de pasta, y Kelsey había comido más de lo que
esperaba.
—El doctor Cohen dice que tienes que ganar peso.
—Diga lo que diga, no pienso ganarlo en una sola noche —insistió, mientras
ajustaba la posición de la cama con el mando—. Además, si gano demasiados kilos el
doctor Cohen insistirá después en que los pierda. Es un viejo truco de los médicos.
Intentan que te sientas inseguro y nunca te dicen que vas a ponerte bien. Temen que
no sigas sus recomendaciones si demuestran demasiado optimismo.
—¿Quieres más vino?
—Bueno, creo que un poquito más no me vendría mal.
Coop rellenó su copa.
—Te ayudará a dormir.
—Como si necesitara ayuda... no hago otra cosa que dormir. Me paso el día
durmiendo.
—Necesitas descansar. ¿Quieres alguna otra cosa antes de que me marche? —
preguntó, haciendo un gesto hacia el balcón—. Puedo cerrarlo, si quieres. Tal vez
tengas frío.
—No, estoy bien.
—¿Seguro? ¿No quieres otra manta?
—Estoy bien —insistió—. Además, el vino impedirá que tenga frío.
—Hay tarta de queso en el frigorífico...
—¿Del restaurante?
—Sí. ¿Quieres un pedazo?
Kelsey lo pensó durante unos segundos antes de contestar.
—Es muy tentador, pero ahora no puedo. Tal vez más tarde.
—Bueno, voy a limpiar los platos. Llámame si necesitas algo.
—De acuerdo.
Kelsey se acomodó en la cama y contempló la vista panorámica. Se estaba
haciendo de noche, y las luces de la ciudad brillaban como joyas. El océano había
adquirido un color grisáceo, oscuro, parcialmente cubierto por la niebla.
Tomó un poco de vino y observó la niebla, que avanzaba hacia la orilla. En poco
tiempo cubriría la ciudad y daría un aspecto algo lúgubre a la escena.
Pensó en las noches que había pasado con Coop en aquella habitación,
contemplando la niebla mientras se tragaba el mundo que los rodeaba. Entonces no
le había parecido lúgubre. Se sentía a salvo con su esposo, lejos de todo lo demás.
Oyó el grifo de la cocina e imaginó a Coop mientras fregaba los platos. No
estaba en su cama, ni se encontraba con Cooper, pero se sentía a salvo. Estaba en su
hogar, en el lugar al que pertenecía.
Coop se había comportado muy bien con ella aquella mañana, siempre atento a
cualquiera de sus necesidades. Le habría gustado ser un poco más atenta con él,
pensar más en sus sentimientos.
Primero había hecho un comentario bastante tonto sobre sus canas y luego
había reaccionado mal ante la decoración de la casa. No comprendía a qué se debía
tanta irritación.
Cerró los ojos, intentando no pensar en ello, intentando alejar un miedo para el
que no encontraba explicación. Tal vez fuera cierto que esperaba demasiado en poco
tiempo. Había creído que estaba realmente preparada, que podría enfrentarse sin
dificultad a todo lo que había olvidado; pero saber las cosas no era lo mismo que
asumirlas, que enfrentarse a ellas en la realidad.
Abrió los ojos, tomó un poco más de vino y siguió contemplando el paisaje.
No quería pensar en el pasado. Había demasiadas lagunas en él, demasiados
espacios vacíos e inconsistencias que no comprendía. Tal vez no se hubiera
comportado muy bien, pero estaba dispuesta a hacerlo mejor.
Terminó la copa de vino. Gracias al alcohol, a la abundante comida y a la
oscuridad se sentía mucho más relajada. Desde que despertara del coma, nunca
había estado tan alegre, tan tranquila.
—Tómate las cosas como vengan —se dijo—, y mira hacia delante.
—¿Cómo dices?
Kelsey levantó la mirada y vio que Coop había entrado en la habitación.
—Nada.
—Sorpresa...
Coop se sobresaltó al ver a Kelsey en la entrada de la cocina. Estaba de pie,
apoyada en las muletas. Cooper se levantó inmediatamente, dejó caer el periódico
que estaba leyendo y corrió hacia ella.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—He decidido desayunar contigo —contestó, sonriendo—. Quería sorprenderte.
—Pues lo has hecho —observó con ironía, mientras la ayudaba a sentarse—. Y
de paso has estado a punto de provocarme un infarto. ¿Qué haces levantada?
—Intento no volverme loca. Un día más en ese dormitorio y acabaría recluida en
alguna institución mental.
—¿No te parece que vas demasiado deprisa? El doctor no te ha dado permiso.
Dijo que tenías que descansar.
—Dijo que descansara, no que viviera en una cárcel. Y el dormitorio empezaba a
parecerlo. No he hecho otra cosa que descansar desde que llegué. Creo que puedo
concederme un cambio de aires.
—Debiste llamarme. Te habría ayudado. Podría haber preparado una cama en
el sofá del salón.
—No quería tumbarme en el sofá. Quiero sentarme a la mesa, como cualquier
persona. Además, si te hubiera llamado habría arruinado la sorpresa.
—Vaya sorpresa. ¿Qué habría ocurrido si te hubieras caído? Podrías haberte
hecho daño. Podrías haber acabado otra vez en el hospital.
—No seas aguafiestas. No me he caído. Estoy bien. De hecho, me siento
maravillosamente bien —sonrió—. Anda, dame unas cuantas páginas del periódico.
Y no me importaría tomar un café, si no es demasiado pedir.
Coop recogió el periódico y se lo dio.
—Mmm, aún no estoy muy convencido. ¿Lo quieres con leche y azúcar?
—Sabes muy bien cómo lo quiero.
Coop sacó otra taza del armario y la llenó.
—Tal vez deberías llamar al doctor Cohen —observó él, mientras le echaba el
azúcar.
—¿Para qué? De todos modos lo veré la semana que viene.
—Lo sé, pero deberías consultar la conveniencia de levantarte de la cama y
andar por la casa con esas muletas. O al menos, habla con el doctor Hamilton.
—No veo qué tiene de malo que utilice las muletas. Me las dieron para eso.
En realidad, no podía creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que saliera
del hospital. Los días volaban, entre emociones y tensiones diversas. Se pasaba la
vida contestando llamadas telefónicas o buscando respuestas para las múltiples
preguntas de su ex esposa. Y aunque se había tomado unas cortas vacaciones en el
trabajo, siempre surgía algún problema que debía atender. Pero, a pesar de todo, se
las había arreglado para sobrevivir. Algo que al principio no habría creído posible.
La miró durante un momento. Kelsey estaba leyendo el periódico. Pensó que no
debería haberse sorprendido tanto al verla de pie. Su progreso estaba resultando casi
milagroso. Cada día mejoraba un poco más; cada día estaba más fuerte. Las heridas
habían desaparecido de su preciosa piel y ya no se quejaba de la pierna. Las soleadas
tardes en el jardín le habían dado un tono moreno y nadie habría pensado que había
sufrido un terrible accidente.
Pero aún resultaba más asombrosa su recuperación emocional. Cada día
resultaba más evidente que estaba recordando, que el plan de los médicos
funcionaba. Estaba recobrando la memoria.
Coop pensó en la primera noche que había pasado en la casa, después de salir
del hospital. Que hubiera recordado el coche nuevo no parecía gran cosa; pero lo era,
en la medida que suponía el primer paso.
Desde entonces, había recordado otros muchos detalles. Pequeños e incluso
insignificantes incidentes que no tenían ningún valor uno a uno; pero que, juntos,
demostraban que estaba recobrando la memoria.
Sacó dos huevos del frigorífico, los rompió en un plato y empezó a batirlos.
Sabía que ahora sólo era cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano recordaría.
Echó los huevos a la sartén y la miró. Kelsey levantó la cabeza en aquel instante,
sonrió al verlo y le lanzó un beso. De inmediato, Coop sintió una presión en su
pecho; una tensión que impedía que respirara con normalidad. Se preguntó si aún
sonreiría al verlo cuando lo recordara todo, cuando supiera toda la verdad. Sólo
esperaba que comprendiera y aceptara lo sucedido antes de volver a echarlo, otra
vez, de su vida.
Capítulo 7
MANNIE Cohen miró el cuadro clínico. Después levantó la mirada, se quitó las
gafas y se volvió hacia Coop.
—Impresionante, sin duda. Aunque no sé por qué me sorprende. Kelsey es una
mujer notable.
Coop asintió mientras contemplaba el atestado aparcamiento del hospital. En
realidad, no estaba prestando demasiada atención al médico, ni a sus reflexiones
sobre los progresos de Kelsey. Sus pensamientos estaban muy lejos, un mes atrás, en
la primera noche que había pasado allí. Entonces, el aparcamiento estaba vacío, no
lleno de coches y de gente, pero ésa no era la única cosa que había cambiado en
cuatro semanas. Su vida había sufrido un vuelco.
—Y los informes de la doctora Crowell son muy positivos —continuó el
médico—. No cabe duda. Poco a poco, está recobrando la memoria.
—Sí —murmuró Coop—. Poco a poco.
Coop observó a una mujer que llevaba a un bebé en brazos, seguida por dos
niños, mientras avanzaba por el aparcamiento. Admiró el cuidado que demostraba
hacia los dos pequeños que la seguían, a pesar de tener que cargar con el bebé.
Kelsey habría sido una madre como aquélla. Habría protegido a sus hijos en
cualquier situación.
Se apartó de la ventana. Kelsey no podía tener hijos, y cualquier día lo
recordaría.
—¿Qué tal van las cosas entre vosotros?
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —respondió, mientras caminaba
hacia el escritorio—. Pero resultaba más fácil cuando estaba en la cama. Quién sabe lo
que puede ocurrir ahora, que ya se levanta y tiene cierta movilidad. Hasta está
pensando en librarse de la cama de hospital.
El médico tomó un bolígrafo y jugueteó, inconscientemente, con él.
—Si te sirve de algo, le aconsejé que no hiciera el amor durante una buena
temporada.
Coop rió.
—¿Y qué me aconsejas a mí?
El médico dejó el bolígrafo y se echó hacia atrás en su asiento.
—¿Quieres hablar conmigo de algo en particular, Coop?
—Pensaba que eras médico, no un sacerdote.
—Resulta evidente que algo te inquieta.
—¿Te extraña? Estoy viviendo con mi ex esposa, fingiendo que los dos últimos
años no han existido.
—¿Es eso lo que te inquieta? ¿Sólo eso?
—Si te sirve de algo, creo que no tardará mucho tiempo en recordar. Todo
apunta a que se recuperará, totalmente, a corto plazo. Estoy seguro de que lo
recordará todo.
—Sí, claro. Y cuando recuerde, querrá sacarme otra vez de su vida.
—De eso no puedes estar seguro.
—Olvidas que ya he pasado antes por esto —dijo, frunciendo el ceño—. Sólo es
cuestión de tiempo. Lo sé, y lo acepto.
—¿De verdad?
Coop rió.
—¿Es que tengo otra elección?
—Puede que no, pero nada es lo mismo. Han pasado muchas cosas en los dos
últimos años. Los dos habéis tenido tiempo para pensar, para estar a solas. Y los
sentimientos pueden cambiar.
—Exacto. Los sentimientos de Kelsey cambiaron. Eso fue lo que rompió nuestro
matrimonio, hace dos años, y lo que volverá a provocar otra separación. Mira,
Mannie... aprecio que intentes ayudarme, de verdad, pero lo nuestro terminó hace
tiempo.
—¿Qué es eso?
—Una especie de bota.
Coop frunció el ceño y miró la cinta azul que cubría uno de los pies de Kelsey.
—Ya lo veo.
—Es para poder caminar —dijo, mientras avanzaba con sus muletas—. ¿Lo ves?
El vendaje es mucho más ligero que la escayola que llevaba antes.
—Sí, claro —murmuró—. Ya lo veo.
Coop la observó mientras avanzaba por la sala de espera que había junto al
despacho de Vince Hamilton.
—Tengo la impresión de que podría correr...
—¡Kelsey!
—Tranquilízate, sólo estaba bromeando. No correré, lo prometo. Aún no.
Cooper la miró. Incluso allí, bajo la blanca luz del hospital, parecía irradiar
vitalidad. Sus ojos azules brillaban con alegría y su largo cabello dorado tenía
destellos de color platino.
Extendió un brazo y acarició su mejilla. Estaba caliente. En aquel momento
recordó las palabras que había dicho el doctor Cohen; recordó que recobraría la
memoria en cualquier instante.
La tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Quería que aquel momento durara
para siempre.
—Kelsey...
—¿Qué ocurre, Coop?
—Dímelo —susurró, contra sus labios—. Dime que eres mía. Permite que
vuelva a oír esas palabras. Dime que eres mía.
—Lo soy —declaró ella, casi sin aliento—. Siempre lo he sido y siempre lo seré.
Coop cerró los ojos. Antes de besarla, susurró:
—Mía... Recuérdalo.
Fue un beso apasionado. Coop quería que recordara, que grabara aquel
momento en su corazón de tal manera que no pudiera olvidarlo cuando recobrara la
memoria. Quería que fuera consciente de lo que había sentido por él, de lo que
compartían antes de que rompiera su matrimonio.
—Te amo, Coop —murmuró, mirándolo.
En aquel momento, Coop vio el amor en sus ojos. En el pasado lo había amado
con tanta fuerza como él a ella. Antes de que su amor se deteriorara y desapareciera.
Sintió una intensa angustia. Había pasado dos años pensando en lo sucedido,
dos largos años intentando encontrar una razón que justificara el fin de su
matrimonio. En lugar de apoyarse en él en los malos tiempos, Kelsey había preferido
destrozar su amor, destrozar todo lo que compartían.
Se apartó de ella y cerró los ojos durante un instante. Mirarla era como
asomarse a una ventana que diera al pasado. Lo había amado, y no entendía muy
bien cómo era posible que aquel sentimiento hubiera desaparecido. Su dolor y su
decepción debían haber sido terribles para destruir el amor que sentían. Durante dos
años no había dejado de preguntarse lo mismo. No entendía a dónde iba el amor
cuando moría.
—¿Coop?
—¿Sí?
—¿Qué te ocurre? ¿Qué sucede?
—Nada —respondió él, al notar su preocupación—. Todo está bien.
—Pareces triste...
—¿Yo? No, en absoluto.
—¿Seguro? —preguntó, mientras acariciaba su mejilla—. Si es por esa broma
que acabo de hacer, sobre correr por ahí, te aseguro que...
Coop la miró y deseó poder contarle toda la verdad; poder explicar el dolor, el
arrepentimiento y la tristeza por lo que habían perdido. Pero no podía. No había
modo de tratar aquel tema sin contarle toda la verdad. Y era demasiado pronto.
—No, no es eso. Es que... estoy muy contento de estar contigo ahora.
—En que has estado haciendo muchas cosas durante las últimas semanas...
cuidando de mí.
—No me he quejado de ello.
—Lo sé —dijo, en voz más baja—. Pero he decidido que ahora te cuidaré yo a ti.
—Tienes que concentrarte en tu recuperación.
—Ya estoy mejor. Puedo moverme. Andar con las muletas es muy fácil.
En aquel momento el ascensor se detuvo. El movimiento fue muy leve, pero
suficiente para que Kelsey perdiera el equilibrio. Rápidamente intentó apoyarse en
una de sus muletas, con tan mala suerte que la clavó en el pie de una persona.
—Lo siento muchísimo —se disculpó a toda prisa.
Apartó la muleta con rapidez, pero el súbito giro sólo sirvió para
desestabilizarla más. Un segundo después había golpeado a un anciano con la otra
muleta.
—Oh, Dios mío —dijo, terriblemente avergonzada—. Lo siento. Por favor,
perdónenme. Lo siento.
Coop la observó y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no reír. Cuando
por fin la ayudó a salir del ascensor, comentó:
—Así que era fácil...
Kelsey lo miró con cara de pocos amigos.
—Antes de que digas algo más al respecto, será mejor que recuerdes que tengo
las muletas a mano. Y que sé cómo manejarlas.
Volvió a abrir los ojos y contempló el salón. Tampoco comprendía muy bien la
sensación que la embargaba en la casa; era el hogar que había amado, pero por
alguna razón todo parecía diferente. Se preguntó por los motivos que la habrían
empujado a librarse de gran parte de los muebles.
Pero estaba segura de que algún día recobraría la memoria. Confiaba en ello. Su
memoria empezaba a regresar, poco a poco, y no dudaba que pronto encontraría
respuestas a todas sus preguntas. No volvería a sentir el miedo al vacío.
Una vez más miró por la ventana. Las luces de la casa de enfrente estaban
encendidas, así que podía ver a sus vecinos mientras deambulaban por el interior del
edificio. Pensó en la casa que compartía con Coop; las habitaciones vacías le
molestaban tanto como las lagunas de su memoria. Quería llenarlas con vida, con
esperanza, con amor, con alegría.
En aquel momento oyó el sonido de la ducha y sonrió.
Era Coop. Lo amaba por multitud de razones; de no haber sido por él no habría
podido recobrarse tan pronto del accidente. Su amor la había mantenido a salvo,
había evitado que se hundiera en sus miedos. La había ayudado a mirar hacia
delante, a pensar en el futuro en lugar de concentrarse en un pasado que aún debía
descubrir.
Pensó que Coop podría ser un magnífico padre. De hecho, habían soñado mil
veces en tener una familia.
Mientras contemplaba a sus vecinos, su sonrisa desapareció. Tener
descendencia había sido una de sus prioridades antes de que sufriera el accidente.
Pensó que, de no haber sido por el accidente, cabía la posibilidad de que ya se
hubiera quedado embarazada. Era lo que más deseaba en el mundo, y no estaba
dispuesta a permitir que nada se interpusiera en su camino. Sin embargo, ni siquiera
recordaba cuándo había tomado la píldora por última vez.
Miró el vendaje de su pierna. Por desgracia, el doctor Cohen había sido bastante
explícito sobre el tema. No podía mantener relaciones sexuales durante una buena
temporada. No podía poner en peligro su recuperación con tensiones de ninguna
clase.
Kelsey sabía muy bien que hacer el amor con su esposo no incrementaba sus
tensiones, sino más bien todo lo contrario; pero también sabía que el médico sólo
quería ser cauto. Como enfermera comprendía que ciertos asuntos no debían tomarse
a la ligera. Estaba mejorando, y el doctor Hamilton había dicho que existía la
posibilidad de que pudieran quitarle el vendaje de la pierna en un par de semanas.
Pensó en Coop y en la cama de hospital. El accidente lo había sufrido ella, pero
él había sufrido gran parte de las consecuencias.
Sabía muy bien lo que significaba tener que permanecer al margen cuando la
persona amada se encontraba en peligro. Las misiones de Coop en su antiguo trabajo
eran peligrosas en ocasiones, y más de una vez había pasado la noche en vela
preguntándose si volvería a su lado, con vida. Comprendía muy bien su actitud.
Comprendía el deseo de que siguiera las instrucciones del médico, por su seguridad.
Mientras oía el ruido de la ducha imaginó a su esposo bajo el agua caliente. Los
cuidados que le había profesado durante las últimas semanas habían sido un
verdadero acto de amor. Pero suponía que debía estar cansado de dormir en un
futón, lejos de ella.
Recordó el brillo que había visto en sus ojos en el hospital, aquel mismo día, y
supo que mantener las distancias también resultaba difícil para él. Sabía que, a pesar
de la necesidad de seguir las instrucciones de los médicos, se sentía frustrado; la
deseaba. Podía verlo en sus ojos, en su rostro, en sus movimientos.
Se levantó y caminó hacia el pasillo, apoyando las muletas en la ancha alfombra,
avanzando como si tuviera una importante misión.
Y en realidad, la tenía. Estaba decidida a volver a llevar una existencia normal;
estaba decidida a recobrar la memoria, a recuperarse físicamente, a aferrar con fuerza
el futuro. Tal vez tuviera que caminar con muletas; tal vez tuviera que soportar un
vendaje en la pierna; pero seguía siendo una mujer y podía demostrar a su marido lo
mucho que lo amaba.
Capítulo 8
COOP dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo. Había sido un día muy
largo; agotador desde todos los puntos de vista. Había comprendido, por fin, que
aún seguía enamorado de su ex esposa. Y no sólo lo había admitido ante sí mismo,
sino ante el propio Mannie Cohen.
Ahora se sentía más impotente que nunca. Su amor no tenía ningún futuro.
Puso la cara bajo la ducha y deseó que el agua pudiera borrar, también, su
tristeza. Pero nada podría borrarla, ni siquiera el tiempo. Habían pasado dos años
desde el divorcio y no había conseguido recuperarse; sólo había conseguido
engañarse a sí mismo, lograr convencerse de que aquello ya no le importaba. Pero los
hechos eran los hechos. Seguía enamorado de Kelsey; y eso no iba a cambiar ni en
dos años, ni en veinte.
Tomó el jabón y se frotó las manos. Se sentía muy débil.
La predicción del doctor Cohen, en el sentido de que Kelsey recuperaría la
memoria en cualquier momento, no lo animaba demasiado. En poco tiempo, tendría
que volver a enfrentarse a la soledad. Sabía que debía terminar el trabajo que había
iniciado, continuar hasta que Kelsey estuviera totalmente recuperada. Pero no estaba
seguro de poder hacerlo.
Kelsey creía que seguían juntos, que estaban enamorados y que tenían toda una
vida por delante. Y en ocasiones, él también lo creía. Le habría gustado poder borrar
los dos años pasados y comenzar de nuevo, desde el principio. Pero sabía que no
podía construir castillos en el aire.
Respiró profundamente, mientras disfrutaba de la ducha. No quería pensar en
la escena que había provocado en el hospital, en la incómoda situación que había
creado.
Había cometido una estupidez al declararle su amor. Se había dejado llevar por
su inseguridad, como un niño; y no era extraño, porque en aquel momento se sentía
tan débil como un niño. Pero sabía que las palabras de Kelsey no valían nada.
Desaparecerían en cuanto recobrara la memoria.
Y sin embargo, por alguna razón, necesitaba oír aquellas palabras, en aquel
momento. Aunque más tarde se descubrieran falsas.
Cerró los ojos. Le habría gustado poder dejar de pensar, marcharse a la cama y
dormir sin obsesionarse con lo vacía que estaría su vida cuando Kelsey volviera a
abandonarlo. Ni siquiera quería pensar en ella, durmiendo sola en la ridícula cama
del hospital, porque el pensamiento lo excitaba.
Desesperado, cerró un poco el grifo del agua caliente. Necesitaba un buen
chorro de agua fría. El doctor Cohen había pedido a Kelsey que no mantuviera
relaciones sexuales, para evitar que hiciera algo de lo que más tarde pudiera
arrepentirse. Pero Cooper pensó que el médico debería habérselo recomendado a él.
Cada vez le resultaba más difícil mantenerse alejado de su ex esposa.
Era la mujer que amaba y, de momento, también ella lo amaba. Había vivido
muchos años con Kelsey. Lo había mirado miles de veces con los ojos de una amante,
con amor y con apasionamiento, y recordaba perfectamente la intimidad de su
contacto. En la mente de Kelsey, él seguía siendo su marido, pero la verdad pesaba
como una losa sobre los hombros de Cooper.
El agua helada no consiguió eliminar su angustia. Sólo consiguió desanimarlo.
Estaba tan preocupado, tan sumido en sus pensamientos, que no oyó el sonido
que hizo la puerta al abrirse, ni los pasos. No notó la presencia de Kelsey hasta que
su ex esposa corrió la cortinilla de la ducha y sintió una pequeña ráfaga de aire.
—Kelsey... ¿Qué estás haciendo aquí?
—He traído una toalla, para ayudarte a que te seques —respondió, mientras
cerraba los grifos del agua.
Kelsey no sonreía. No había coquetería alguna en su comportamiento. Sus ojos
lo observaban con intensidad, con deseo. En aquel momento, Cooper no pensó en lo
que debía hacer. No le preocupó su desnudez, ni la necesidad de disuadirla de aquel
empeño. No pudo hacer otra cosa que dejarse llevar.
En seguida sintió las manos de Kelsey, secando sus brazos, su pecho, sus
hombros. A pesar de la ducha de agua fría, su temperatura subió varios grados y su
cuerpo cobró vida de inmediato. Se suponía que aquello no debía pasar; no formaba
parte del plan. Aquélla era la vida real. Una esposa con su marido, que hacía algo
espontáneo y hermoso, pero Coop no sabía cómo debía actuar. Conocía la verdad y
no podía actuar como si aún fuera su marido.
—Te he echado mucho de menos —murmuró ella.
Kelsey dejó caer la toalla, lo abrazó por la cintura y lo atrajo hacia sí,
obligándolo a salir de la ducha.
—Kelsey —murmuró él.
La fina tela del camisón de su ex esposa no ocultaba nada; podía ver
perfectamente su cuerpo mientras Kelsey lo acariciaba. Estaba muy confuso. Ya no
podía distinguir la realidad de la fantasía. Pero, a pesar de todo, había algo que no
olvidaba nunca. Aquélla era la mujer que había amado, la mujer que amaría hasta el
día de su muerte. A pesar del divorcio, Kelsey Chandler Reed seguía siendo, para él,
su esposa.
—Kelsey, por favor —susurró, en tono de súplica—. No podemos hacerlo. No
debemos hacerlo.
Kelsey besó su pene con delicadeza, casi sin entrar en contacto con él.
—No haremos el amor. Pero eso no significa que no podamos tocarnos —
declaró, mientras acariciaba su sexo—. Eso no significa que no podamos estar cerca.
Coop cerró los ojos al sentir la ola de placer que provocaba el contacto de sus
manos. Sintió que sus piernas empezaban a temblar; le faltaba el aire y apenas podía
hablar. De algún modo, de forma inconsciente, llevó ambas manos a la cintura de su
esposa y poco después se encontró acariciando sus senos.
—Kelsey, yo...
La pasión que ardía en su interior estalló como una bomba. La abrazó y la besó
apasionadamente, dejándose llevar por la intensa necesidad que lo consumía.
La había besado muchas veces desde que sufriera el accidente. Eran besos que
sólo servían para dañar su perspectiva de las cosas, para angustiarlo aún más. Pero
aquel beso fue diferente. Fue el besó de un amante, de un esposo; la prueba de una
necesidad que escapaba a cualquier tipo de control.
Kelsey se rindió a sus besos. Coop la acarició y la abrazó hasta que el deseo fue
tan intenso que sintió que sus fuerzas la abandonaban. Desde el accidente la había
tratado con mucho cuidado, como si fuera de cristal y pudiera romperse. Kelsey
apreciaba su actitud y comprendía sus reservas, pero ahora deseaba sentir de nuevo
su fuego y su pasión. Deseaba volver a sentir con plenitud.
—Coop —susurró—. Oh, Coop, te deseo tanto...
Cooper la tomó en brazos, sin pensar en el vendaje de su pierna, guiado por el
deseo.
Ni siquiera era consciente de lo que hacía. Se dirigió hacia el dormitorio. No le
importó que la cama fuera demasiado pequeña; sólo importaba el instante.
—Kelsey —susurró—. Si no nos detenemos ahora, no creo que sea capaz de
hacerlo.
—Coop —murmuró ella, con debilidad—. Te deseo. No quiero que te detengas.
Coop tiró de su camisón. No quería que nada se interpusiera entre ellos. Ni
siquiera la fina capa de seda.
—Kelsey. Mi Kelsey —gimió—, mi esposa...
En aquel momento empezó a sonar el teléfono. Cooper regresó a la realidad con
tanta rapidez que su corazón estuvo a punto de detenerse.
Durante unos segundos, no fue capaz de hacer nada. Estaba confuso, como si
acabara de despertar de un sueño.
Miró a Kelsey y vio el deseo en sus ojos. No había sido un sueño. Había estado a
punto de cometer un terrible error. Y no encontraba excusa, ni justificación posible.
Automáticamente, hizo ademán de levantarse para contestar.
—No —gimió ella—, no contestes. Déjalo.
Cooper deseaba olvidar el teléfono y saciar su deseo. A fin de cuentas, ni
siquiera estaba seguro de que hacer el amor con la mujer que amaba fuera un error.
Especialmente porque ella también lo deseaba.
Pero ya no era su esposa. Se habían separado y no tenía derecho a tocarla. Así
que, extendió un brazo y contestó la llamada.
Al oír la voz de Mo Chandler, se estremeció.
—Es tu padre —dijo Coop.
Siguió trabajando. No entendía nada, y pensó que tal vez por ello necesitaba la
ayuda de una psicóloga. Pero no estaba segura de que la sesión matinal con Gloria
Crowell hubiera servido para mejorar las cosas.
Las preguntas de la psicóloga habían resultado particularmente molestas.
Kelsey deseaba que Gloria le proporcionara alguna pista sobre cómo tratar sus
problemas con Coop, pero la doctora no preguntó nada al respecto. Se concentró en
la inseguridad que sentía cuando estaba sola en casa.
Aquel asunto la incomodaba tanto que perdió la concentración y se torció la
muñeca mientras hacía otro hoyo. Desanimada, dejó la pequeña pala a un lado y se
sentó en el suelo. Cabía la posibilidad de que la psicóloga tuviera razón. Tal vez
mereciera la pena investigar por qué se sentía sola en la casa. Podía deberse a algo de
su pasado, algo que había olvidado.
Había recordado muchos detalles durante las últimas semanas, pero estaba lejos
de recobrar totalmente la memoria. Aún había algo en el vacío de su pasado que la
asustaba.
Se frotó los ojos y pensó en las preguntas de la doctora. Gloria la había
presionado, intentando encontrar las razones de aquel miedo. Pero Kelsey no había
comprendido, hasta entonces, que tal vez fuera una estrategia adecuada. Debía
enfrentarse a su miedo y descubrir sus raíces. Pero en aquel momento no se
encontraba con fuerzas para hacerlo.
Volvió a tomar la pala e hizo unos cuantos agujeros más. Después, puso las
plantas y cubrió los hoyos con rapidez, como si trabajando con rapidez pudiera dejar
atrás sus miedos. No quería pensar. No quería especular sobre el pasado. Sólo quería
volver a llevar una existencia normal.
—Muy bonito.
Kelsey se sobresaltó al oír la voz a su espalda. Se dio la vuelta y vio al hijo de los
vecinos.
—¿De verdad?
—Sí —asintió el chico—. Son como los colores de tu camisa.
Kelsey se quitó las gafas de sol; miró su camisa, morada y blanca, y la comparó
con las flores.
—Vaya, tienes razón...
El niño se acercó un poco más. Al ver el vendaje que llevaba en la pierna,
preguntó:
—¿Qué es eso?
—Me hice daño y tuvieron que ponerme una venda.
—Vaya... yo también me hice daño una vez.
—¿Sí?
—Sí —dijo, señalando un punto en su muslo—. Aquí. Mi madre me puso una
venda. Y ella también planta flores en el jardín.
Capítulo 9
KELSEY miró por la ventana de la cocina y vio que un coche aparcaba al otro
lado de la calle. Mientras se secaba las manos con un paño, observó que Jonathan
corría hacia el vehículo.
Su padre salió del interior. El niño se abrazó a él y Kelsey no pudo evitar
emocionarse. Se apartó de la ventana, tomó las muletas y se dirigió al salón.
—¿Cuánto tiempo llevan los vecinos en la casa de enfrente?
Coop se encogió de hombros, sin dejar de mirar la televisión.
—Un año. Tal vez año y medio —respondió, mientras tomaba la cerveza que
había dejado sobre la mesa—. No estoy seguro.
—¿Los conozco?
Cooper estuvo a punto de atragantarse con la cerveza. Lentamente, se volvió
hacia ella y la miró.
—No estoy seguro —mintió—. ¿Por qué lo preguntas?
Coop sabía muy bien que Kelsey no los conocía. No podía conocerlos. Holly y
Christian Harding habían llegado al vecindario seis meses después de que Kelsey se
marchara.
—Por nada —se encogió de hombros—. Jonathan estuvo aquí esta tarde.
—¿El pequeño?
—Sí —sonrió, al recordarlo—. Me ayudó con las flores del jardín y me
preguntaba si me habría ayudado alguna vez en el pasado.
Coop dejó definitivamente de prestar atención a las noticias. Los últimos días no
habían resultado muy fáciles. Deseaba poder regresar a la noche en que lo
sorprendió, en la ducha. Le habría gustado poder manejar la situación con más tacto.
Pero en lugar de eso le había hecho daño, y el ambiente se había enrarecido hasta el
extremo de que no se atrevían a hablar sobre lo sucedido. Se comportaban con
educación y mantenían las distancias, fingiendo que no había ocurrido nada.
—¿Te dijo algo Jonathan? —preguntó.
—No. Sólo me dijo su nombre y su edad. Así que supuse que no me conocía. Sin
embargo, te conoce a ti.
—¿De verdad?
—Sí. Y al parecer, también te conoce su madre. Es más, creo que su madre
piensa que soy tu novia.
—¿Mi novia? —preguntó, estremecido.
No le extrañaba que los vecinos sintieran curiosidad. No estaban
acostumbrados a ver una mujer en la casa. Desde el divorcio, no había estado con
ninguna mujer en aquel lugar. Aquel siempre había sido el hogar de Kelsey y no
había sido capaz de profanarlo con otra persona.
—La otra noche mencionaste que tenías que hablar conmigo. Tal vez haya
llegado el momento de hablar, Coop.
Kelsey lo miró con expresión tranquila, pero Cooper notó su tensión y su
preocupación. Le estaba dando una oportunidad, en bandeja de plata, para que
confesara la verdad. Sólo tenía que aceptarla y confesarlo todo. Pero no estaba
preparado. Debía encontrar una forma de explicar lo sucedido. Un medio para
separar la verdad de las mentiras, para separar la farsa de lo que realmente sentía.
Tenía miedo de perderla otra vez.
—Kelsey... No creo que sea el momento más adecuado.
—No me mientas, Coop —espetó—. Sé sincero conmigo. ¿Hay otra mujer en tu
vida?
Cooper se quedó helado. No esperaba en modo alguno que preguntara algo así.
—¿Otra mujer? ¿Crees que estoy saliendo con otra mujer?
—Si estás esperando a que me recupere para contármelo, te aseguro que puedo
soportar la verdad.
—¿Qué te hace pensar que hay otra mujer? ¿Es por lo que dijo el niño?
—Es por eso, y porque... porque las cosas han sido diferentes entre nosotros
desde mi accidente.
Coop sintió una punzada en el estómago. Las cosas habían sido diferentes
porque estaban divorciados. Hacía dos años que no vivían juntos. Kelsey notaba que
algo andaba mal, pero no podía llegar tan lejos.
No sabía cómo tranquilizarla sin contar toda la verdad. Necesitaba tiempo.
Necesitaba hablar con los médicos para contemplar la posibilidad de dar por
finalizada la farsa.
—Claro que las cosas han sido diferentes. ¿Te has olvidado ya de lo que ha
pasado?
—Al parecer, he olvidado más cosas de las que creía —declaró, mirándolo con
desconfianza.
—Estuviste a punto de morir. Estuviste inconsciente durante cuatro días y has
tardado mucho tiempo en recobrarte físicamente. No es extraño que las cosas sean
«diferentes» durante una temporada.
—¿Durante una temporada? ¿O para siempre?
—¿Es eso lo que piensas?
—No lo sé. No sé qué pensar. Sólo sé que intentas alejarte de mí.
—Si lo dices por lo de la otra noche...
—Por supuesto que lo digo por eso.
—Kelsey, das demasiada importancia a algo insignificante.
—¿De verdad?
Coop apretó con fuerza el auricular del teléfono y esperó unos segundos para
tranquilizarse. Había pasado una noche bastante mal y su paciencia estaba al límite.
No estaba de humor para enfrentarse a un montón de preguntas.
—No sé qué debo hacer, Gloria. Quiero ayudar, no quedarme aquí y hablar
sobre mis sentimientos. Mannie dijo que tú eres la más adecuada para decidirlo,
puesto que ves a Kelsey con frecuencia y sigues su progreso. Así qué dintelo tú. ¿Se
lo digo, o no?
—Bueno... yo diría que Kelsey está empezando a «sentir» ciertas cosas, pero no
se trata de recuerdos, exactamente.
—¿Eso es normal? ¿Quiere decir que recobrará la memoria?
—Puede ser. Es como si recordara los sentimientos antes que los hechos que los
causaron. Eso explicaría la sensación de pérdida, de tristeza. Puede ser una estrategia
preparatoria para recordar. Una forma de enfrentarse a la realidad, poco a poco.
Coop suspiró.
—Entonces, ¿qué hago?
—No estoy segura de que tengas que hacer nada. Ambos sabemos que los
recuerdos serán muy dolorosos para ella.
—¿Estás diciendo que siga como hasta ahora? ¿Que siga con este fraude? Hasta
Kelsey empieza a estar cansada de mis excusas.
La psicóloga tardó unos segundos en contestar.
—Lo creas o no, comprendo que te encuentras en una situación muy delicada.
—Lo dudo —comentó con ironía.
—Hasta ahora, Kelsey no ha puesto en duda ciertas cosas. Cree que estaba
enamorada, que estaba casada contigo. Pero ahora empieza a sentir algo extraño.
Empieza a pensar que las cosas podían ser distintas. Es todo un avance, pero no voy
a mentirte, Cooper. No será fácil, y no puedo decir nada que sirva para ayudarte.
—¿No te parece que sería más adecuado que se lo contáramos? ¿No sería mejor
para ella?
—Puede que sí y puede que no.
Coop cerró los ojos y respiró profundamente, harto de médicos que insistían en
lavarse las manos.
—En resumidas cuentas, estás diciendo que no puedo hacer nada.
—Estoy diciendo que Kelsey recordará a su debido tiempo. Llevas a su lado
varias semanas, haciendo lo posible por ayudarla, y no debes renunciar ahora que
está a punto de recordar. ¿Quieres arriesgarlo todo?
—¿De verdad crees que recobrará la memoria? ¿De verdad crees que lo
recordará todo, no sólo una parte?
—Yo diría que sí.
—Claro.
—Dime una cosa, Cooper... tengo la impresión de que no te alegra demasiado la
posibilidad de que Kelsey recupere la memoria. ¿Ha pasado algo que deba saber?
¿Ha cambiado algo?
Cooper pensó que no había cambiado nada. Seguía enamorado de la misma
persona.
—Quiero que se recupere, Gloria. Eso no ha cambiado.
—¿No quieres hablar sobre ninguna otra cosa? ¿Seguro?
—Seguro. Yo no tengo ningún problema con mi memoria. Recuerdo que nos
divorciamos y no me hago ilusiones sobre el futuro.
—Pareces muy seguro de eso.
—Ya me separé una vez de ella.
—Pero la historia no tiene por qué repetirse.
—¿Se puede saber qué os pasa? ¿Es que Mannie y tú sois unos románticos
empedernidos o algo así?
La psicóloga rió.
—¿No crees en las segundas oportunidades?
—Creo que no se puede vivir en el pasado. Nada puede cambiar lo que sucedió.
Tú sabes lo que pasó; sabes lo que significa para ella tener una familia. Cuando
descubrió que no podía tener hijos, cayó en una profunda depresión y mató el amor
que sentía por mí.
—Y a pesar de todo, has sido capaz de ayudarla ahora. Eso dice mucho en tu
favor.
—Sí, claro. Significa que soy un gran tipo que se dedica a engañarla todos los
días.
—Está resultando muy difícil para ti, ¿verdad?
—No, es que estoy cansado. Nada más —suspiró—. Estoy cansado de las
mentiras.
—Cuando recobre la memoria... será consciente del sacrificio que has hecho.
Coop pensó en la noche de la ducha. Lamentablemente también recordaría que
la había tocado, y besado.
—Cuando recobre la memoria se marchará —declaró en un susurró.
Coop cerró la puerta del coche y miró a Kelsey, que estaba en el jardín
delantero.
—¡Sorpresa! —exclamó ella.
Capítulo 10
KELSEY estaba mirando hacia el balcón, contemplando las luces de Santa
Bárbara. Deseó poder llorar, pero no podía. Estaba demasiado enfadada, o
demasiado asustada.
Apretó los puños y se preguntó por lo que había sucedido. No entendía que
Coop hubiera empezado a beber de aquel modo. Tenía la impresión de que se había
portado mal deliberadamente, como si quisiera arruinar la velada.
Cerró los ojos, dominada por una extraña angustia que procedía del pasado que
había olvidado. No sabía qué la asustaba tanto. Una y otra vez se preguntaba por lo
que había sucedido antes del accidente.
Abrió los ojos y miró la cama de hospital. Aquella cama la había molestado
desde el principio. No pertenecía a su hogar. No tenía sentido que siguiera allí.
Habían pasado seis semanas y ya se había recobrado físicamente; sin embargo,
seguían durmiendo en dormitorios separados.
Coop había prometido que no había ninguna otra mujer en su vida, pero estaba
ocurriendo algo. Se preguntó si su matrimonio tenía problemas, si Coop había
empezado a beber. Después, recordó lo sucedido durante las semanas anteriores.
Cooper había sido maravilloso con ella. Los sentimientos que había notado en él eran
reales.
Al mirar la camiseta que le había prestado para que durmiera, se dijo que aún
conocía a su marido, aunque hubiera olvidado gran parte del pasado. Cuando le
había dicho que la amaba, no había mentido. Lo había sentido en su corazón. Pero en
tal caso, su actitud carecía de sentido. Era como si intentara ocultar algo. Como si
intentara protegerla de algo que no quisiera que recordara.
Cada vez se sentía más frustrada. Debía dejar de llevarse por su miedos; debía
resistirse a la ansiedad. Cabía la posibilidad de que el comportamiento de Coop no
tuviera nada que ver con su amnesia. Podía tratarse de una simple disputa como la
que tenían infinidad de matrimonios.
Avanzó en la oscuridad y encendió la luz del cuarto de baño. Le dolía la cabeza
y no podía pensar con claridad.
Abrió el armario para buscar una aspirina. Si conseguía calmar su dolor de
cabeza, tal vez podría conciliar el sueño. A la mañana siguiente vería las cosas de
otro modo.
Pero la caja de aspirinas estaba vacía. Había otra en la cocina; sin embargo, salir
de allí significaba volver a encontrarse con Coop. Y no estaba segura de querer
hacerlo en aquel momento. Estaba demasiado enfadada, demasiado vulnerable.
Cuando Coop regresó al patio con una segunda botella de vino, Kelsey decidió
marcharse. Se levantó y se dirigió hacia el dormitorio; cuando entró, cerró la puerta
de golpe.
Había sido una salida brillante, dramática y bastante teatral, para dejar bien
claro el disgusto que sentía por su comportamiento. Desgraciadamente, una salida
así implicaba que tendría que conformarse con la caja vacía de aspirinas.
Habría sido muy distinto si Coop la hubiera seguido y se hubiera disculpado.
Pero no lo había hecho. Se había quedado a solas con sus miedos.
Se miró en el espejo, apagó la luz del cuarto de baño y caminó hacia la cama,
dispuesta a tumbarse un rato e intentar dormir a pesar del dolor. A fin de cuentas,
sólo era un dolor de cabeza. Podía intentar relajarse haciendo respiraciones lentas y
profundas, como las embarazadas.
En aquel momento, algo estalló en su cabeza. Tuvo la impresión de que estaba a
punto de recordar algo importante, algo que tenía que ver con el embarazo. Era como
si lo tuviera en la punta de la lengua.
Pero la sensación desapareció en seguida. Frustrada, intentó volver a pensar en
ello. Miró el techo de la habitación y comenzó a respirar lenta y profundamente; algo
relacionado con las embarazadas había estado a punto de hacer que recordara. Tal
vez algo relativo a su trabajo como enfermera.
Apretó los puños contra el colchón. Deseaba recordar, pero no lo conseguía. No
lograba nada.
—No puedo soportarlo —murmuró.
Hastiada, se quitó la sábana de encima y se sentó. Pero el movimiento fue tan
brusco que su dolor de cabeza se incrementó aún más.
Se levantó muy despacio. Miró el reloj que había en la mesita de noche y
comprobó la hora. Eran las doce menos cuarto. Supuso que Coop se habría marchado
a la cama, aunque ya no le importaba mucho. Necesitaba tomar una aspirina, y la
necesitaba de inmediato.
Abrió la puerta del dormitorio. El pasillo estaba oscuro y vacío. Toda la casa
estaba oscura y vacía. Dio unos pasos y se detuvo. La puerta del dormitorio de
Cooper estaba cerrada. Obviamente, se había ido a la cama.
Más tranquila, se dirigió a la cocina. No hacía falta que encendiera la luz.
Conocía muy bien el camino. La caja de aspirinas estaba donde siempre. Sacó una y
se la tomó; sabía amarga, pero no le importó demasiado. Sólo quería librarse de aquel
dolor de cabeza.
—Mucho mejor —susurró, mientras tomaba un poco de agua—. Sí, mucho
mejor.
Caminó hacia la pila y miró por la ventana, hacia la casa de Jonathan. A pesar
de la hora, las luces estaban encendidas. Parecía una casa llena de vida, de felicidad,
de niños. En aquel momento, se preguntó qué le parecería su casa a un extraño. Tal
vez le pareciera tan oscura y vacía como le parecía a ella misma. Pero ella deseaba
que fuera como la casa de los vecinos. Una casa feliz, con niños.
Pensó en Coop y en los planes que habían hecho para tener una familia. No
comprendía que durmieran separados. Tal vez lo hacía para que no se quedara
Kelsey había pasado a su lado. Al principio, Coop pensó que no quería hablar
con él porque estaba enfadada. Y no le sorprendió demasiado. Se había comportado
como un perfecto cretino.
Pero segundos después comprendió que no lo había visto. Estaba sentado en la
oscuridad, junto a la mesa de la cocina. No es que no quisiera hablar con él. Es que no
sabía que estaba allí.
Coop la observó mientras tomaba una aspirina y un poco de agua. Había
cometido una estupidez bebiendo de aquel modo. El alcohol sólo había servido para
incrementar el deseo que sentía, aunque ciertamente había conseguido que Kelsey se
enfadara con él.
—¿Qué te molesta tanto? ¿Que te ame? Pues es demasiado tarde, Coop, porque
te amo. Eres mi marido y te amo.
—Tu marido —repitió él, pasándose una mano por el pelo—. Sí, algo así como
un marido.
—¿Qué ocurre, Coop? ¿Qué estás intentando decirme? ¿Qué está pasando aquí?
—Nada —insistió él—. No está pasando nada. Y no va a pasar nada.
Coop pegó un puñetazo sobre la mesa. Su violenta reacción la sorprendió.
—No entiendo nada —murmuró ella—. No entiendo nada en absoluto. Durante
semanas no has hecho otra cosa que mantener las distancias conmigo. Si ocurre algo
malo, dímelo, por favor. No conseguirá que me sienta peor de lo que me siento
ahora.
Coop no podía explicar lo que sentía. Deseaba hacer lo correcto, pero ya no
sabía qué era lo correcto.
—Kelsey, por favor, vete a la cama.
—¿Qué ocurre? Hay algo que no me has dicho. ¿Estás intentando protegerme?
—¿Quieres saberlo de verdad? —preguntó él, angustiado—. Estoy intentando
protegerte de mí.
Entonces, la tomó por el brazo y la atrajo hacia sí. Acto seguido la besó
apasionadamente, con todo el deseo que había acumulado durante varias semanas.
Su sabor lo invadió, entró en su sangre y finalmente hizo que perdiera el control.
Aquello era real, no era un fraude. Kelsey deseaba lo mismo que él, y él sólo quería
amarla. No podía haber nada malo en ello.
—Kelsey... espero que me perdones, pero te deseo. No puedo evitarlo.
Kelsey notó el deseo en su voz, sintió su fuerte y duro cuerpo y se excitó.
Aquello era lo que necesitaba, lo que quería; deseaba sentirlo entre sus brazos, sentir
su necesidad y saber que la deseaba. Ahora no le importaban los problemas que
hubiera olvidado. Aún tenía a Coop. Aún tenía su pasión, su fuego, su corazón.
—Yo también te deseo —murmuró.
Al sentir las manos de Kelsey, toda la racionalidad desapareció de Coop. Se dejó
llevar por su parte más primitiva, la que sólo quería saciar sus apetitos. La trajo hacia
sí y la acarició. Después, le quitó la camiseta y las braguitas.
—Eres preciosa —dijo en un susurro—. Preciosa.
Su visión lo dejó sin aliento. La contempló durante unos segundos, pero no
podía contenerse por más tiempo. El deseo era demasiado intenso. No había tiempo
para juegos cuidadosos, para exploraciones. El fuego que sentía estaba fuera de
control. Besó su cuello y descendió hacia sus senos. Kelsey cerró los ojos y se
abandonó a la pasión que compartían. Habían estado casados muchos años; habían
hecho el amor en incontables ocasiones; y sin embargo se sentía como si no lo
hubieran hecho en muchos años.
—Coop —gimió ella.
Capítulo 11
COOP podía sentir las uñas de Kelsey en su espalda; podía sentir que sus
músculos se contraían. Los gemidos de su ex esposa llenaban sus sentidos. Su
respiración entrecortada le daba fuerzas. Se sentía poderoso, invencible. Pero su
control no duró demasiado tiempo. Al fin y al cabo, sólo era un hombre.
El placer era tan intenso que olvidó todo lo demás. No había tierra, ni cielo, ni
mundo exterior. Estaba a solas con Kelsey y sentía que su cuerpo lo llevaba hacia el
lugar secreto donde la cordura se confundía con la locura, la razón con la
inconsciencia.
—Te amo...
Coop oyó las palabras, pero no supo quién las había pronunciado. En todo caso,
no importaba. Sólo importaba el amor que compartían.
Finalmente, la agonía se hizo tan dulce que se rindió en cuerpo y alma. Kelsey
se abrazó a él con fuerza y fue escalando por el camino del placer; creía que iba a
volverse loca. Segundos más tarde, notó que Coop también había alcanzado el
orgasmo.
—Te amo —dijo él, en un susurro.
Kelsey quiso decir que también lo amaba, pero no tuvo fuerzas.
Coop no supo cuánto tiempo permanecieron así, juntos, sin hacer nada más.
Pudo haber sido una hora, o un día. El tiempo tampoco tenía importancia. Pero en
determinado momento notó que Kelsey se estremecía; había refrescado, así que tiró
de la sábana para cubrir sus cuerpos.
—¿Mejor? —preguntó él.
La luna iluminaba la habitación y podía ver el rostro de su amante en la
oscuridad.
—Nada podría ser mejor que esto.
Coop acarició su mejilla. Kelsey estaba preciosa. No dudaba que lo deseara,
pero aún creía que seguía siendo su marido. Si hubiera recobrado la memoria, tal vez
no hubieran hecho el amor. Al pensarlo se sintió culpable; sin embargo, no quería
arrepentirse de lo que habían hecho.
—Sólo puedo pensar en una cosa —dijo él.
—¿En cuál?
—En esto.
Entonces empezó a cubrir de besos su cuello, sus senos, su estómago.
Kelsey sintió que su cuerpo revivía. Sus caricias empezaron a excitarla de
nuevo; al cabo de un rato, volvió a penetrarla, y ella no pudo hacer otra cosa que
aferrarse a él mientras hacían el amor por segunda vez en la noche.
—Un niño —susurró Kelsey al fin—. Oh, Dios mío... tuvimos un niño...
Coop observó su reacción. Odiaba todo aquello. Odiaba que tuviera que revivir
el dolor que había sentido. Quiso abrazarla para aliviar su angustia, pero no podía
protegerla de la verdad. Nada podía cambiar el pasado.
—Sí, tuvimos un niño —dijo él—. Pero sólo vivió unas horas. No pudieron
hacer nada para salvarlo.
—Oh, Dios mío, Coop... ahora lo recuerdo —declaró entre lágrimas—. Nuestro
niño. Nuestro pequeño... ahora lo recuerdo.
Pasó un buen rato antes de que volvieran a hablar. No era momento para
palabras, sino para estar abrazados, para animarse, juntos. Y así estuvieron hasta
mucho tiempo después de que desaparecieran las lágrimas.
—Ha debido ser terrible para ti. Lo sabías, pero no podías decir nada...
Coop cerró los ojos. No quería pensar en las cosas que no le había contado.
—Hablar sobre ello no era fácil.
—Lo comprendo. Y era importante que lo recordara yo sola.
—Todo el mundo pensaba que era lo más conveniente. Pero ahora ya no estoy
tan seguro.
—No, no, era lo más acertado.
—Pero me habría gustado que la verdad no fuera tan dolorosa...
Kelsey lo miró.
—Al menos nos tenemos el uno al otro. Me siento agradecida por ello.
Coop asintió, emocionado. Dos años antes no había reaccionado del mismo
modo. Se había alejado de él.
—Eso explica muchas cosas —continuó ella—. Muchas de las cosas que no
podía comprender.
—¿A qué te refieres?
—Al miedo, y a esas horribles pesadillas. Era como si hubiera olvidado algo que
no quería recordar. Pero ahora lo comprendo.
—Fue una época terrible —dijo él—. A veces yo también he deseado poder
olvidar.
—No, es mejor así. Duele muchísimo, pero no quiero volver a olvidarlo.
Nuestro pequeño, nuestro hijo... Lo tuvimos muy poco tiempo, y no quiero olvidar.
Cooper asintió y la abrazó con fuerza. Quería estar así tanto tiempo como
pudiera. Los médicos habían dicho a Kelsey que era casi imposible que pudiera
volver a dar a luz. Y la noticia había resultado tan dolorosa para ella que Kelsey se
había alejado de todos; se había alejado de su familia, de sus amigos, y especialmente
de él.
—¿Dónde estabas?
Coop se sentó en el futón y apartó un mechón de cabello de su rostro.
—Llamando por teléfono a Doris.
—¿Vas a ir a trabajar?
—No, pensé que podía tomarme un día libre —respondió, acariciando su brazo
des—nudo—. Si te parece bien, claro.
—¿A ti qué te parece? —murmuró, pasando los brazos alrededor de su cuello.
Coop se tumbó a su lado. Después de la emocionada escena que habían
compartido, los dos se quedaron dormidos. Estaban agotados. Cooper había
despertado hacia las ocho, y apenas tuvo tiempo de ponerse en contacto de Doris
antes de que saliera de casa.
Dosis le aseguró que podría arreglárselas sin él, pero no antes de darle un
informe exhaustivo sobre la empresa. Coop soportó en silencio todos sus
comentarios. A fin de cuentas, sabía que podía confiar en ella.
Capítulo 12
BASTA ya, por favor. Mannie Cohen señaló una silla, delante de su mesa, e
indicó a Kelsey que se sentara.
—¿A qué te refieres?
Kelsey cerró la puerta y atravesó el suelo enmoquetado.
—Deja de mirarme así, ¿quieres?
—¿Cómo te estoy mirando, exactamente? —preguntó el doctor Cohen,
bajándose las gafas para mirarla por encima de la montura.
—Así —dijo Kelsey, señalándolo con un dedo acusador—. Como si fuera una
niña desobediente.
Se sentó y se arregló la falda.
—Bueno —dijo el médico, contemplándola detenidamente—. Ya hemos hablado
de esto.
—¡Por favor, Mannie! —protestó—. Mírame. Estoy mejor que nunca. Ya se me
han curado las heridas y las magulladuras, y cada vez tengo la pierna más fuerte —
sonrió, apretando las manos—. Y ahora voy a tener un hijo —se inclinó sobre la
mesa—. Deja de mirarme así y felicítame, ¿no te parece? Me siento feliz.
El doctor Cohen se quedó mirando el informe del laboratorio, sin dar crédito a
sus ojos. La primera vez había pensado que los resultados eran incorrectos, de modo
que solicitó otro examen. Pero no cabía duda. En efecto, Kelsey iba a tener un hijo, y
nadie estaba más sorprendido que él. Conocía su historial médico; estaba informado
sobre el primer embarazo de Kelsey y los problemas que había experimentado
durante el alumbramiento, así como lo escasas que eran las posibilidades de que
volviera a quedarse embarazada.
La miró. Estaba radiante de alegría. Era la viva imagen de la salud, la felicidad y
la feminidad. Si había aprendido algo durante los años que había pasado ejerciendo
la medicina, era que no existían los axiomas. Sobre todo, cuando se trataba del
espíritu humano, o de la determinación de una mujer.
Se había recuperado de forma asombrosa física y mentalmente, y había dado un
gran paso al recordar la muerte de su hijo. Estaba más convencido que nunca de que
recuperaría la memoria por completo. Pero no sabía muy bien cómo reaccionaría
cuando lo hiciera.
No iba a juzgar a nadie por el desarrollo de los acontecimientos. No podía
culpar a Cooper por haberse involucrado tanto en la farsa, por comportarse como un
marido cuando Kelsey creía ser su mujer. Pero había un niño de camino, y como
médico, no podía evitar estar preocupado sobre la forma en que la verdad sobre su
divorcio influiría sobre el embarazo de Kelsey y la salud del feto.
—Sé que estás feliz, y me alegro por ti. De verdad. Pero también soy tu médico,
así que no me culpes por estar preocupado por la forma en que esto podría afectar tu
recuperación.
—Hola, Coop.
Coop miró al otro lado de la calle mientras cerraba la puerta.
—Hola, Jonathan.
Vio de reojo a Holly Harding en el umbral, con su hija en brazos, y la saludó con
la mano.
—Llegas pronto a casa, ¿eh? —gritó Jonathan, dejando caer al suelo el bate de
béisbol.
—Sí, es verdad.
Coop sabía que llegaba antes de lo acostumbrado, pero se estaba volviendo loco
a base de recorrer su pequeño despacho.
Quería comportarse con naturalidad; quería demostrar a Kelsey que era un día
como otro cualquiera, que no pasaba nada desacostumbrado. Iba a ver a Mannie
Cohen, y el médico iba a destrozar su sueño, diciéndole que no estaba embarazada.
Coop estaba muy nervioso en espera de su reacción.
Kelsey había insistido en acudir sola a la cita, aunque le había prometido
llamarlo después al trabajo. Pero no había llamado, y no había contestado al teléfono
cuando él había intentado ponerse en contacto con ella. Aquello lo ponía más
nervioso aún.
—¿Hoy no has pilotado tu helicóptero? —preguntó Jonathan, acercándose.
—Sí, he estado pilotando —contestó Coop, mientras se dirigía al porche.
—Vuelas muy alto, ¿verdad? —preguntó Jonathan, poniéndose de puntillas y
señalando el cielo—. Por ahí arriba.
—Sí, por ahí arriba.
—Porque eres el piloto, ¿no?
—Sí, soy el piloto.
—Yo también —dijo el niño.
Se puso a imitar el sonido de un motor con la boca, mientras sujetaba con las
m—nos un volante imaginario y cruzaba el jardín hacia su madre y su hermana.
Coop rió e introdujo la llave en la cerradura. Aquello se había convertido casi en
un ritual diario para los dos, que siempre se saludaban e intercambiaban unas
cuantas palabras. Era sólo uno de tantos detalles que hacían que su vida le pareciera
normal.
Abrió la puerta, oyó a Kelsey en la cocina y sintió que se le encogía el corazón.
No era capaz de arrepentirse por las cuatro semanas anteriores. Habían sido las
mejores de su vida. Se había sentido de nuevo vivo, con la impresión de que su vida
merecía ser vivida. Se levantaba todas las mañanas lleno de ánimos, y volvía a casa
todos los días para encontrarse a Kelsey.
Había ocurrido un milagro. Kelsey le había devuelto la vida, rejuveneciéndolo y
revitalizándolo. No era la única que tenía recuerdos; él también. Recordaba otra vez
lo que era sentir, tener esperanzas y sueños, amar. Recordaba lo que era estar casado.
Se sentía casado, y actuaba como si lo estuviera. No era posible que dos personas
estuvieran más unidas. Hablaban juntos, reían juntos, comían juntos, dormían juntos.
Pensó en la cama de bronce que ocupaba un espacio considerable en el
dormitorio principal. Sabía que no debía haber propuesto que hicieran aquel gasto, y
que no debería haberlo permitido. Pero le había parecido lo más adecuado. Después
de lo que había ocurrido entre ellos, después de compartir una noche de amor y
pasión, no le parecía bien que siguieran durmiendo en camas separadas.
Pensó en su alocada expedición de compras. Habían estado sentándose y dando
saltos en los colchones, para probarlos. Después del trauma emocional de recordar la
pérdida de su hijo, Kelsey estaba muy rara, y él prefería no devolverla a la realidad.
No había cuestionado su débil excusa para querer una cama nueva y no la cama que
habían compartido durante cuatro años de matrimonio, la cama de la que se había
deshecho después de que Kelsey se marchara. Estaba demasiado nerviosa para darse
cuenta de que la excusa no se sostenía. Y no tenía importancia. Se comportaban más
como unos jóvenes recién casados que como una pareja de adultos que ya había
estado casada y ya se había divorciado.
Coop sabía que debía ir preparando a Kelsey para el futuro; sabía que debía ir
allanando el terreno para cuando llegara la verdad, en vez de perpetuar la fantasía.
Pero la amaba. Se amaban, y aquello también era verdad. Si las cosas hubieran salido
como deberían, si la vida fuera justa y el destino se atuviera a las reglas, seguirían
juntos y casados, y tendrían una familia.
—¿Eres tú, Coop?
El sonido de la voz de Kelsey hizo que el calor se extendiera por su cuerpo
como el amanecer después de una larga noche oscura.
—Sí, soy yo.
—Llegas pronto.
En su voz había una nota distinta. Coop frunció el ceño.
—Sí, un poco.
—No, mucho —corrigió ella, asomando la cabeza por la esquina—. Aún no
estoy preparada.
—¿Para qué? —preguntó Coop, caminando hacia la cocina.
—No, no entres —insistió Kelsey—. No puedes pasar aún. Ve a ducharte, o algo
así.
Coop abrió la boca para protestar, pero antes de que encontrara las palabras,
Kelsey volvió a desaparecer.
—No me apetece ducharme ahora —si ocurría algo malo quería enterarse
cuanto antes—. ¿Kelsey? —esperó un momento, cada vez más impaciente—. ¿Qué
haces?
—Espera un momento.
Coop frunció el ceño. Tenía una sensación extraña. Algo no marchaba como
debería marchar.
Se volvió y dejó las llaves en la mesita del recibidor. No habían hablado de tener
una familia desde aquella mañana, en el futón, pero sabía que Kelsey no había
renunciado a la esperanza de haber concebido aquella noche, o cualquiera de las
noches transcurridas desde entonces. Sabía que esperaba que Mannie Cohen
confirmase sus esperanzas, y no le gustaba pensar lo desilusionada que estaría.
Se volvió y caminó hacia la cocina, golpeándose una pierna con la mano,
impaciente. No sabía si los resultados habrían desencadenado algo; si Kelsey sabía
que no podía quedarse embarazada, que nunca habría otro hijo. Si sabría que estaban
divorciados.
—¿Kelsey? —llamó, cada vez más incómodo—. ¿Marcha todo bien, cariño?
—Espera un momento.
La voz de Kelsey sonaba distinta. Coop dio un paso al frente, inseguro.
—Me estás poniendo nervioso, Kelsey. ¿Qué pasa aquí?
—Espera un momento, por favor.
Había puesto la voz de enfermera, que empleaba cuando esperaba que se
cumplieran sus órdenes. Pero Coop no estaba de humor para comportarse como un
paciente sumiso. Quería saber qué pasaba, y quería enterarse de inmediato.
Dobló la esquina para llegar a la barra y se encontró a Kelsey en la cocina, con
las manos hundidas en un gran cacharro de cerámica, trabajando con ahínco.
—¿Qué haces?
Kelsey se volvió, sobresaltada.
—Oh, Coop —gimió, intentando tapar el cacharro con las manos—. Vas a
estropearlo todo. Te he dicho que esperes.
—No quiero esperar.
Entró en la cocina y vio el tarro de harina abierto. En la encimera había un par
de paquetes vacíos de levadura. No sabía muy bien qué esperaba, pero desde luego
no era encontrarse a Kelsey llena de masa de pan hasta los codos.
—¿Qué haces? —preguntó extrañado.
Kelsey se enderezó y suspiró.
—Intentaba darte una sorpresa.
—¿Preparando pan?
—Te encantaba el pan casero.
—Me sigue encantando —dijo recordando los perfectos panecillos redondos que
Kelsey preparaba en ocasiones especiales—, pero ¿por qué lo preparas ahora?
—No lo sé —dejó un paño húmedo sobre el cacharro y lo apartó—. Hoy me
sentía muy doméstica.
—¿Sí? ¿Qué es lo que hace que te sientas tan doméstica?
Rodeó la barra y la tomó entres sus brazos, sin preocuparse por el delantal lleno
de harina. Kelsey lo miró, apoyándole las manos en la camisa.
—Tengo una cosa que decirte.
Coop la besó en los labios. Quería estar abrazándola cuando le dijera que el
médico había frustrado sus esperanzas. Quería que supiera que a él no le importaba
que no pudiera tener hijos.
—¿De qué se trata?
Antes de que Kelsey tuviera oportunidad de abrir la boca, sonó un fuerte pitido.
—¿Qué es eso?
—Mi busca —murmuró Coop, llevándose la mano al aparato que colgaba de su
cinturón.
Apretó un botón y reconoció el número de la pantalla. Mannie Cohen quería
hablar con él, y sospechaba que sabía el motivo. El médico no habría tenido más
remedio que decir a Kelsey que no estaba embarazada, y si lo había presionado, tal
vez hubiera tenido que explicarle que nunca más podría tener hijos. Sin duda lo
llamaba para advertírselo.
Pero ya no había nada que hacer. Resignado, apagó el aparato. Ya tendría
tiempo para hablar con los médicos y decidir qué hacer. En aquel momento, Kelsey
necesitaba su ayuda.
—¿Algo importante? —preguntó Kelsey.
—No —sacudió la cabeza—. Nada que no pueda esperar. Bueno, ¿qué es lo que
querías decirme?
Kelsey miró el rostro de Coop, deseosa de saborear el momento. Aquello era
algo que no quería olvidar nunca.
Coop tenía miedo de que albergara esperanzas, por si se sentía muy
desilusionada al ver que eran vanas. Pero tal vez también tuviera miedo de
decepcionarse él. Había visto su cara cuando hablaron del hijo que perdieron. Había
visto el dolor reflejado en su rostro. Pero también recordaba lo ilusionado que estaba
ante la perspectiva de ser padre, cuánto deseaba al bebé que había llevado en su seno
durante siete meses.
La muerte del niño también lo había afectado a él. Kelsey entendía por qué no
quería esperar que fuera a ocurrir, por qué no quería siquiera considerar la
posibilidad de que estuviera embarazada.
Aquello haría que la noticia fuera más feliz aún. Coop no tenía ni idea, a pesar
de que ella había mencionado la posibilidad, a pesar de que sabía que iba a ver al
médico. No podía sospechar lo que estaba a punto de decirle.
—Sabes que hoy he ido a ver a Mannie.
—Sí, ya lo sé —su voz le sonaba tensa y artificial incluso a él—. Te dije que me
llamaras en cuanto salieras de la consulta.
Kelsey lo miró insegura. No había querido llamarlo. Le daba miedo soltarlo
todo en cuanto oyera la voz de Coop por teléfono, y no era eso lo que quería.
—Sí, ya lo sé, pero he llegado bastante tarde, me he puesto a hacer el pan y...
—¿No te lo imaginas?
—Estás llorando. ¿Qué te pasa?
—Nada. No me pasa nada —insistió Kelsey, sonriendo entre las lágrimas—.
Todo es maravilloso. Todo marcha a la perfección.
—Entonces, ¿por qué lloras?
—Lloro de felicidad. Lloro porque...
Se detuvo para respirar profundamente.
—¿Por qué? —preguntó Coop con impaciencia.
Kelsey lo miró y se encogió de hombros.
—Porque vamos a tener un hijo.
—¿Qué?
Coop estaba seguro de que la había oído mal.
—Vamos a tener un hijo —repitió ella, acercándose—. Estoy embarazada.
Coop olvidó el vaso que tenía en la mano y sus esfuerzos para comportarse con
naturalidad. Ya le costaba bastante respirar. Sintió que el vaso se resbalaba,
deslizándose entre sus dedos, pero le pitaban tanto los oídos que no lo oyó estrellarse
contra el suelo, derramando el zumo en todas direcciones.
—¿Que estás embarazada?
—Mannie lo ha confirmado hoy.
Coop sacudió la cabeza, se apartó de la encimera y cruzó la cocina, caminando
sobre los cristales.
—No es posible —se volvió para mirarla—. ¿Estás segura de que no lo has
entendido mal?
Kelsey sacudió la cabeza.
—Te aseguro que no he cometido ningún error. Vamos a tener un hijo.
—¿Quieres decir que te lo ha dicho Mannie? ¿Te ha dicho que estás
embarazada?
Kelsey asintió.
—¿Te ha hecho todas las pruebas posibles?
Se sentía sin aliento y un poco mareado. Kelsey volvió a asentir.
—¿Y el resultado es que estás embarazada?
Kelsey caminó hacia él, evitando cuidadosamente pisar el zumo derramado.
—Me ha repetido las pruebas para asegurarse.
—¿Y?
—Y no hay error posible —rodeó su cintura con las manos—. Vamos a tener un
hijo.
—¿Estás seguro?
—Yo mismo he examinado los análisis.
Coop se inclinó hacia delante, apoyando el codo en la rodilla y sujetando el
auricular con el hombro. El dormitorio estaba en silencio; sólo se oía el grifo del
cuarto de baño. Aunque sabía que Kelsey no podía oírlo desde la ducha, hablaba en
voz baja.
—¿Así que no es un error?
—No, no es ningún error. Está embarazada, de algo más de cuatro semanas.
Coop dejó escapar el aliento. Sentía que la tensión empezaba a formarse en su
cuerpo.
—No lo entiendo. ¿Cómo ha ocurrido?
—¿De verdad necesitas que te lo explique? Eso sí, el motivo por el que ha
ocurrido es algo más complicado.
—¿Por qué ha ocurrido? —preguntó.
—He estado revisando el historial de Kelsey. He leído los informes de los dos
últimos años, después del primer embarazo. También he pasado una copia por fax a
Gary Marks, el ginecólogo que la va a atender. Teniendo en cuenta todas las
circunstancias, debo decir que el diagnóstico que se hizo era correcto. Quedó
bastante dañada durante el parto, y no parecía posible que pudiera quedarse
embarazada otra vez. Los informes del reconocimiento que se hizo seis meses
después del parto lo ratifican. Tiene demasiado tejido cicatrizado en las trompas de
Falopio. Por supuesto, no hasta el punto de imposibilitar un embarazo, pero sí hasta
el de hacerlo muy improbable.
Coop apretó los ojos con fuerza.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
—¿Quién sabe? Tal vez no sufriera tantas heridas como parecía. Tal vez se le
hayan renovado los tejidos. No pasa con frecuencia, pero tampoco se puede
descartar. Te aseguro que nunca desestimo la determinación de una mujer a la hora
de conseguir lo que quiere; mucho menos en una mujer como Kelsey. Quería tener
un hijo y lo ha conseguido.
—Pero ¿qué hay de su recuperación?
—Físicamente está en excelentes condiciones. La pérdida de memoria... —se
detuvo, recordando la conversación que había mantenido con ella—. Me ha dicho
que empieza a recordar, y la creo. Quién sabe, tal vez ahora que tiene la atención
concentrada en el embarazo liberará el subconsciente y conseguirá recordar más.
Capítulo 13
KELSEY se acurrucó contra el brazo de Coop y subió las mantas. El dormitorio
estaba a oscuras, por lo que las luces de la ciudad parecían más brillantes aún.
—He pensado que será mejor esperar antes de decírselo a nadie —comentó
Kelsey—. Mi padre, la familia...
Coop pensó en Mo Chandler y suspiró pesadamente. No sabía cómo iba a
explicar lo ocurrido a su antiguo suegro.
—Sí, puede que sea mejor.
—Sólo durante unos días, hasta que estemos seguros de que todo marcha bien.
—De acuerdo.
—Pero no va a resultar fácil mantenerlo en secreto —rió—. Me siento como si
estuviera a punto de estallar de alegría. Me gustaría proclamarlo a gritos por las
calles.
—Sí.
Se volvió hacia él para mirarlo, extrañada.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, claro, ¿por qué?
—No lo sé. Estás muy callado.
—¿Tú crees? —se llevó la mano a la tripa, intentando distraerla—. Debe ser todo
ese pan. Estoy lleno.
—No, no es eso —dijo Kelsey, examinando la silueta de su cara contra la
almohada—. ¿Estás preocupado por algo?
Coop tuvo que sonreír por la ironía de la situación. Una sonrisa triste y solemne
que casi le dolió. Estaba preocupado por tantas cosas que ni siquiera sabría por
dónde empezar. No le gustaba vivir una mentira, y no sabía cómo iba a conseguir
sostener su versión durante el tiempo necesario, hasta que el embarazo de Kelsey
estuviera fuera de peligro.
—No, no es nada —mintió, jugueteando con una mecha del pelo de Kelsey—.
Estoy un poco cansado, nada más.
—¿Cansado? —se acercó más aún, escudriñando su expresión—. ¿Estás seguro
de que eso es todo?
Coop le acarició el pelo. A pesar de la oscuridad vio que fruncía el ceño.
—Claro que sí —le llevó un dedo a la frente—. No te preocupes.
—¿Cómo no me voy a preocupar? Quiero que estés contento por lo del niño.
—Oh, cariño —la apretó contra sí—. Claro que estoy contento. Muy contento.
No lo dudes. No lo dudes nunca.
—Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan callado? Habla conmigo.
Coop deseaba poder hablar con ella, poder sacarlo todo a la luz de una vez por
todas. Si pudiera explicárselo todo de forma racional, hacérselo comprender sin que
se enfadara, lo haría. Pero estaba demasiado aturdido para decir nada, demasiado
conmocionado por la revelación, demasiado asustado de decir mucho y perderlo
todo si abría la boca.
—No hay nada de qué hablar —insistió—. De verdad.
—¿No? —preguntó Kelsey con escepticismo.
—No —ni siquiera sonó convincente a sus propios oídos—. Mira, la verdad es
que estoy un poco inquieto, eso es todo.
—¿Inquieto? —se apartó—. ¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Estás embarazada.
—¿Y eso te inquieta? —se incorporó—. Ahora soy yo la que está preocupada.
¿Es que no quieres que tengamos un hijo?
—No digas tonterías —se sentó junto a ella—. Kelsey, estuve a punto de
perderte hace unos meses. Y ahora esto —le puso la mano en el abdomen—. Estás
embarazada. Podría haber complicaciones. Para ti, para el feto, para... para nosotros.
Te amo demasiado. Si lo supieras... Te amo a ti y a nuestro hijo. No quiero perderte
nunca. No quiero perderte otra vez.
—Oh, Coop —se acercó a él y rodeó su cuello con los brazos—. No va a pasar
nada esta vez. El embarazo transcurrirá sin problemas, ya lo verás. Te lo prometo —
lo besó en los labios—. Tendrás una mujer y un hijo sanos.
Coop sucumbió a su abrazo y a sus besos.
Dejó que colocara su largo y sedoso cuerpo encima del suyo, haciendo los
movimientos y gestos amorosos que precedían la intimidad. Dejó que sus tensos
músculos se relajaran. Quería perderse en el momento. Sólo quería sentir y actuar, no
pensar.
Kelsey estaba muy segura y esperanzada. Le gustaría tener tantas esperanzas
como ella. Pero no podía escapar a la verdad y creer que todo sería muy sencillo, que
tendrían mucho cuidado, que los médicos tomarían precauciones y que tendrían un
hijo fuerte y sano. Era lo que quería, con lo que soñaba. Su esposa, su hijo, su familia.
Pero el camino que conducía a su ideal era un campo minado, en el que
acechaba un desastre después de otro. Cualquiera de ellos podía estallarle en la cara
y destrozar su sueño para siempre.
Kelsey tenía que saber la verdad. Ya no se trataba sólo de que se recuperase, ni
de esperar a que recordara lo que la amnesia le había arrebatado. Estaba esperando
un hijo, una nueva vida que compartirían durante el resto de su vida. Tenía que
encontrar la manera de decírselo sin ponerlos en peligro, ni a ella ni al feto.
Las mentiras lo torturaban, destrozándole el alma. Pero las suaves y delicadas
caricias de Kelsey, los movimientos de su cuerpo, eran como un oasis en el desierto.
La necesidad se apoderó de él, eclipsando lo demás. La deseaba. Quería hundirse en
la pasión y dejar que se llevara el dolor y el miedo, aunque sólo fuera de manera
provisional. Durante el tiempo necesario para recuperar el aliento. Sólo para volver a
soñar una vez más.
—Te amo —susurró cuando sus cuerpos se unieron—. Me encanta estar contigo,
así.
—Coop —murmuró Kelsey, con la voz empañada por el deseo—. No tengas
miedo, Coop. Te amo, y eso es lo único que importa. No tienes nada que temer.
Pero él no podía imaginar una vida sin miedo, sin dolor y sin arrepentimientos.
Se había convertido en algo habitual para él durante los dos meses y medio pasados.
Excepto en aquel momento. En aquel momento Kelsey estaba entre sus brazos, le
pertenecía. Era como un puerto seguro, un refugio en el que podía encontrar la paz.
Lo era todo para él. Su amor, su vida, el centro de su universo.
Pero la tranquilidad y la paz no podían durar mucho. Pronto, el deseo hizo que
su cuerpo estallara, deshaciendo el mundo.
Tardó mucho en volver a la realidad. Desgraciadamente, a medida que su
respiración recuperaba el ritmo normal, las mentiras, la culpa y el miedo fueron
regresando.
—Todo saldrá bien —susurró Kelsey soñolienta, acurrucándose contra él—. Ya
lo verás. Estoy segura. Los tres seremos felices. El niño, tú y yo. Lo sé. Confía en mí.
Coop la abrazó con fuerza. Confiaba en ella. Siempre lo había hecho. El
problema era que, cuando le dijera toda la verdad, ella no volvería a confiar nunca en
él.
—Déjame ayudarte.
Kelsey miró por encima de las bolsas de comida con las que estaba peleándose y
se sorprendió al ver a su vecina de enfrente.
Dejó que la madre de Jonathan tomara una de las bolsas.
—Gracias —dijo con una sonrisa de agradecimiento—. Intentaba meterlo todo
con un solo viaje.
—No me extraña —comentó la otra mujer mientras caminaban hacia la puerta—
. A veces tengo la impresión de que camino cien—tos de kilómetros cada día, por
toda la casa, al llevar a los niños al colegio, al sacar al perro, al ir de compras... Con
tanto ejercicio me entra hambre, y cada vez estoy más gorda.
Kelsey se detuvo al llegar a la puerta y abrió la cerradura.
—Si hubiera justicia en este mundo, los hombres conocerían las alegrías del
síndrome premenstrual y el chocolate adelgazaría.
La vecina rió y siguió a Kelsey al interior de la casa. Dejó la bolsa en la encimera
de la cocina y se volvió.
—Tenía náuseas durante todo el día. Estaba mareada desde que me levantaba
hasta que me acostaba.
—Vaya —gruñó Kelsey—. No debió ser muy agradable.
—No lo era, te lo aseguro.
—¿Te pasó lo mismo con tu hija?
—La verdad es que no. En el segundo embarazo no lo pasé tan mal. El médico
me dijo que probablemente se me había acostumbrado el cuerpo y ya no se revelaba
tanto.
—¿Cuánto te duró la segunda vez? —preguntó Kelsey, mientras abría un
armario para sacar dos tazas.
—Creo que empecé a sentirme humana alrededor del cuarto mes. Ya sé que
ahora no parece mucho tiempo, pero en su momento tenía la impresión de que nunca
me sentiría bien otra vez.
Coop echó una bolsa de manzanilla en cada taza y las llenó de agua.
—Espero que te guste la manzanilla. Es la única infusión que tengo.
—Me encanta —contestó Holly, tomando su taza—. También me acostumbré a
tomar manzanilla durante el embarazo. Junto con las galletas saladas, me quitaba un
poco las náuseas.
—¿Manzanilla y galletas?
Kelsey se extrañó. Era prácticamente su misma dieta.
—Manzanilla y galletas —repitió Holly, riendo—. Con todo lo que ha avanzado
la medicina, aquí estamos, tomando manzanilla y harina, como hacían nuestras
madres.
Kelsey rió con ella. Le caía bien Holly. Le gustaba su trato desenfadado y su
sentido del humor. No entendía por qué no se habían hecho amigas antes. Tal vez se
debía a que antes del accidente estaba trabajando y no pasaba en casa el tiempo
suficiente para conocer a su vecina.
Bebió un trago de manzanilla y escuchó a Holly, que hablaba de Sarah, de
Jonathan y de los otros vecinos.
—¿Sabes? Cada vez que Jonathan ve un helicóptero cree que es Coop —
comentó Holly—. Da igual dónde estemos. En el supermercado, en la biblioteca, o
hasta en Oaji, visitando a mi madre. Tenemos que pararnos a saludar —imitó a su
hijo, saludando frenética con la mano—. ¡Hola, Coop! ¡Hola!
Kelsey rió, imaginándose la escena.
—Bueno, supongo que a los cuatro años los helicópteros parecen muy
interesantes.
—Sí, ya lo sé. El pobre Christian no deja de hablar a Jonathan de lo que hace él
en el trabajo, pero me temo que no consigue interesarlo mucho por los impuestos y
las cuentas hipotecarias.
—Bueno, tal vez cuando crezca un poco más... O tal vez cuando...
De repente se le revolvió el estómago. Tenía la boca seca, y le daba vueltas la
cabeza. Holly se levantó de un salto y corrió junto a ella.
—¿Kelsey? ¿Te encuentras bien? Te has puesto muy pálida.
—No es nada —insistió Kelsey, intentando tomar su taza—. Sólo estoy un
poco...
—¡Oh, no!
Holly abrió la despensa y sacó un paquete de galletas saladas. Lo abrió y
entregó una a Kelsey.
—Reconozco esa mirada —continuó—. Tómate un par de galletas. Te ayudarán.
Kelsey se comió unas cuantas galletas, obediente.
—Respira profundamente —dijo Holly—. Por la nariz. Despacio y a fondo.
—Me siento estúpida —gimió Kelsey—. Lo siento mucho.
—No tienes por qué disculparte —le aseguró Holly—. Sé que esas cosas pasan
cuando menos te lo esperas. Voy a prepararte otra manzanilla. Te vendrá bien. Sigue
respirando despacio.
Después de comerse unas cuantas galletas más y tomarse otra taza de
manzanilla, Kelsey empezó a sentirse mejor.
—Lo siento mucho —insistió.
—¿Quieres dejar de disculparte? —protestó Holly.
Se sentó delante de Kelsey y bebió un trago de manzanilla.
—A lo mejor ha sido culpa de mis charlas sobre los mareos —prosiguió—, pero
tengo la impresión de que el tono verdoso de tu piel no se debe sólo a que me tenías
envidia y tú también querías marearte.
Kelsey dudó. No le parecía adecuado comunicarle la noticia a su vecina antes de
que lo supiera su familia. Sin embargo, le parecía una tontería buscar una excusa
después de lo que había ocurrido.
—Estoy en la quinta semana —confesó, respirando profundamente—. No
queríamos decírselo a nadie aún. Preferíamos esperar un poco más.
Holly dejó la taza en la mesa y se inclinó hacia delante, con una gran sonrisa.
—No te lo vas a creer.
—¿Qué?
—Nosotros tampoco queríamos decírselo a nadie por el momento.
—¿Quieres decir que estás...?
Holly se apoyó en la silla y rió como su hija de dos años.
—Cinco semanas.
—Oh, Dios mío —gritó Kelsey, dejando caer la galleta para taparse la boca con
las manos—. Tienes razón, es increíble.
Se pusieron a charlar sobre síntomas y molestias, aumento de peso, dolores del
pecho, calambres y médicos.
—¡Qué casualidad! —dijo Holly—. ¿Crees que tendrá algo que ver con el agua
corriente? ¿O con las fases de la luna? No sé si Coop y tú lo estarías esperando, pero
a Christian y a mí nos ha tomado por sorpresa. Estamos encantados, pero muy
sorprendidos.
—Coop también se ha sorprendido bastante —dijo Kelsey, recordando su
expresión—. Hasta yo sé que parece una locura, pero te aseguro que me di cuenta en
el momento en que ocurrió.
—No me parece ninguna locura. A fin de cuentas, cada uno conoce su propio
cuerpo mejor que nadie.
—Sí, supongo que tienes razón. Pero ni siquiera el médico se lo podía creer.
—¿Qué tal se ha tomado Coop la noticia? Si no se lo esperaba debe haber sido
todo un golpe.
Kelsey pensó en la tarde en que se lo dijo, tres días atrás.
—Desde luego. Estábamos tan distraídos con...
Holly levantó la mirada cuando Kelsey se detuvo.
—¿Distraídos?
Kelsey respiró profundamente. No le gustaba mucho hablar del accidente, pero
tampoco era algo que tuviera que ocultar.
—Tuve un accidente hace unos meses, cuando la tormenta. Fue bastante grave.
—Oh, Dios mío —exclamó Holly, perdiendo la sonrisa—. Recuerdo que te vi
escayolada, pero no tenía ni idea.
—Ya me he recuperado —le aseguró Kelsey—, pero durante unos días estuve
debatiéndome entre la vida y la muerte. Di un buen susto a toda mi familia, y sobre
todo a Coop.
—Lo entiendo perfectamente.
—Coop se ha portado tan bien conmigo desde que salí del hospital... Ha estado
cuidándome y haciéndolo todo. Creo que lo último que tenía en la cabeza era ser
padre ahora.
—Seguro que está encantado.
Kelsey sonrió.
—Creo que sí.
—Pues aprovéchate —le aconsejó—. La primera vez, Christian no me dejaba
hacer nada. Cocinaba, limpiaba, iba de compras... Era maravilloso. Ahora, si me deja
dormir una hora más los domingos está convencido de que ya ha cumplido su
misión.
Kelsey se detuvo, pensativa.
—En realidad, ésta no es la primera vez para nosotros.
Holly la miró extrañada.
—¿Oh?
—Tuvimos un hijo hace tiempo —explicó Kelsey, emocionada—. Fue prematuro
y sólo vivió unas horas.
—Oh, Kelsey, debió ser horrible. Lo siento mucho.
—Lo pasamos bastante mal durante una temporada,
De repente, tuvo una sensación de opresión, pero no tenía nada que ver con su
embarazo. Una imagen apareció en su mente. Vio a los médicos alrededor de su
cama de hospital y los oyó hablar con ella y con Coop. Recordó una profunda
depresión.
—Eso debe hacer que este niño sea más especial aún, para Coop y para ti.
—Sí —susurró Kelsey—. Desde luego.
—¿Pasó hace mucho tiempo?
Kelsey respiró profundamente, alejándose del pasado.
—Hace un par de años. Justo antes del divor...
Holly alzó la vista cuando Kelsey se detuvo en seco.
—¿Antes de qué? —preguntó con inocencia.
La memoria volvió como un torrente, golpeándola en la cara.
—Del divorcio. ¡Oh, Dios mío!
—Hace unas semanas, cuando viniste a mi consulta, no estabas tan seguro —le
recordó.
—Hace unas semanas, Kelsey no estaba embarazada. Hace unas semanas, no
estábamos viviendo como marido y mujer.
—¿Crees que eso va a cambiar algo esta vez? —se volvió para mirarlo—. No me
malinterpretes. Estoy de acuerdo contigo. Ya no se trata sólo de la recuperación de
Kelsey. La cosa llega mucho más allá. Hay que pensar en una nueva vida. Pero tú
mismo dijiste que, cuando lo recordara todo, cuando supiera la verdad, volvería a
marcharse. ¿Estás preparado para eso?
Coop dejó escapar la respiración. Ya no estaba enfadado, sólo cansado.
—No. Pero no voy a dejar que las cosas salgan así esta vez. He meditado esto
muy a fondo. He estado pensando mucho en lo que pasó hace dos años, y empiezo a
pensar que me di por vencido con demasiada rapidez, que si hubiera luchado lo
suficiente para hacer que Kelsey cambiara de idea lo habría conseguido. Estaba muy
deprimida después de perder el bebé, y no sabía qué quería.
—¿Y crees que ahora lo sabe? —preguntó Gloria.
Coop la miró.
—Sé lo que hay ahora entre nosotros. Sé que es verdadero. Y voy a luchar con
uñas y dientes antes de volver a rendirme.
Capítulo 14
KELSEY tiró del cordón furiosa. Estuvo a punto de arrancar las cortinas, en su
afán por huir de la luz de la tarde. Quería estar a oscuras, tan a oscuras como
pudiera, para no poder ver lo que había delante de ella. Para no tener que ver la
verdad.
Ahora lo recordaba todo. El bebé, las complicaciones y lo escasas que eran sus
probabilidades de volver a quedarse embarazada.
Y el divorcio.
Apretó los ojos fuertemente, pero las lágrimas resbalaron por su cara. Aún le
costaba trabajo creerlo, aún no podía aceptar que lo que sabía era verdad. Era como si
la tierra se hubiera inclinado derrumbándolo todo, como si todo en lo que creía se
hubiera desmoronado de repente. Aquella misma mañana creía tenerlo todo. Creía
tener una casa, un marido y un hijo de camino. Ahora no tenía nada.
Se apartó de la ventana y vio la cama nueva, a unos pocos metros. Coop y ella
habían ido a comprarla juntos. Habían probado los colchones, comparándolos, y
habían elegido el adecuado. Era su cama, la cama en la que dormían y en la que
hacían el amor. La cama que compartían como marido y mujer.
Pero no eran marido y mujer. Estaban divorciados. Se habían divorciado más de
dos años atrás. Aquélla no era su casa, y Coop no era su marido. Había estado
engañándola todo el tiempo, fingiendo, dejando que creyera que seguían casados.
Todos debían estar involucrados. Gloria, Mannie, su padre y su familia. Era como
una pesadilla.
Cerró los ojos, maldiciendo sus recuerdos. Ahora que era tan feliz, cuando
pensaba que por fin tendría lo que siempre había tenido, había recordado todo. Casi
prefería que los recuerdos hubieran permanecido ocultos durante más tiempo.
Parecía destinada a perder siempre lo que más deseaba.
Cerró los ojos con más fuerza aún, apretando los puños. Quería salir corriendo,
esconderse en la oscuridad, bloquear todos los pensamientos y volver a olvidar.
Creía que al recordar la pérdida de su hijo se había preparado para enfrentarse a
todo lo demás, que nada podría volver a hacerle daño. Pero estaba muy equivocada.
Cooper Reed ya no era su marido.
Coop. Su amigo, su amante. Había sido maravilloso desde el accidente, siempre
atento y amable. Se preguntó qué habría pensado al enterarse de que ella creía que
seguían casados. Probablemente, se había sentido sorprendido y atónito, tal vez
incluso asustado. La esposa que lo había expulsado de su vida lo llamaba ahora, y
necesitaba su ayuda.
Casi podía imaginar cómo se habían sucedido los acontecimientos, cómo Gloria
y los demás habían hablado con él, convenciéndolo de la importancia de no minar su
seguridad abriéndole los ojos. No entendía cómo era posible que Coop hubiera
accedido a participar en la farsa. Se preguntaba si lo habría hecho llevado por el
sentido del deber o por la compasión.
Lo amaba tanto que no quería obligarlo a cargar una mujer que nunca podría darle lo
que quería.
Se sentó en el borde de la cama. Su embarazo era demasiado reciente para que
se notara. El embrión que Coop y ella habían formado, contra todas las previsiones
de los médicos. Aunque el matrimonio no existiera y la farsa hubiera terminado, su
embarazo era real, y el embrión se transformaría en un niño.
Recordó la reacción que había tenido Coop al enterarse. Recordó su atónito
silencio y su sorpresa. No le extrañaba que se mostrara taciturno y confundido. No se
le habría pasado por la cabeza la posibilidad de dejarla embarazada cuando se la
había llevado a la cama. Tal vez estuviera dispuesto a fingir que era su marido, pero
la paternidad no formaba parte del trato.
Coop. Tal vez sólo intentaba ayudar. Tal vez estaba preocupado por ella, pero
no podía evitar sentirse traicionada. No entendía cómo había sido capaz de ocultarle
la verdad durante tanto tiempo, cómo podía haberle dicho que la amaba, haberle
hecho el amor, haberle hecho creer que era su mujer. No entendía cómo había sido
capaz de fingir tanto.
Coop sacó la llave de la cerradura y cerró la puerta a su paso.
—Hace dos semanas. ¿No crees que ya va siendo hora de hablar de ello?
Kelsey apartó la vista del trozo de moqueta que había estado examinando
durante gran parte de la hora.
—¿De qué crees que serviría eso?
Gloria dispersó un montón de clips con la punta del bolígrafo, distraída.
—Aunque no sirva de nada más, por lo menos no tendré la sensación de que no
me estoy ganando mi minuta.
Capítulo 15
HOLA, COOP! Coop levantó una mano para saludar.
—¡Hola, Jonathan!
—¿Has estado pilotando helicópteros hoy? —gritó el pequeño desde el otro lado
de la calle.
—Desde luego.
Cerró la puerta del coche. Vio que Holly estaba en la puerta de su casa y aceleró
el paso. Había tenido suerte y había conseguido evitarla durante las dos últimas
semanas, y prefería seguir así. No estaba de humor para preguntas, ni para
conversaciones sobre Kelsey y su embarazo.
—¡Hola, Coop! ¿Qué tal está el futuro padre?
Coop apretó los dientes antes de volverse hacia su vecina.
—Bien. ¿Y tú?
—Cansada —se llevó la mano al abdomen—. Y redonda. Dile a Kelsey que he
encontrado el papel pintado del que le hablé. Mañana me pasaré a enseñárselo.
—Vale, se lo diré —murmuró.
Avanzó lentamente por el camino, mirando la casa vacía y temiendo la larga
tarde que tenía por delante. Aquel lugar se había convertido de nuevo en una tumba,
en un espacio vacío interminable. Un recordatorio silencioso de lo que había tenido y
había perdido.
Había pensado en mudarse, en alquilar una habitación de hotel o en irse a un
piso en el que no viera a Kelsey por todas partes. Pero daba igual dónde estuviera o
qué hiciera. La echaba de menos constantemente, de todas formas.
La había llamado muchas veces, dejándole mensajes en el piso, con su padre e
incluso en el hospital en el que trabajaba antes del accidente, pero ella no le había
devuelto las llamadas. Mo le había asegurado que estaba bien y que su embarazo
avanzaba perfectamente, y lo había animado a no darse por vencido. Estaba seguro
de que se pondría en contacto con él cuando tuviera la impresión de que había
llegado el momento. Pero Coop estaba convencido de que Kelsey nunca pensaría que
había llegado el momento.
Introdujo la llave en la cerradura y la giró, recordando lo que era encontrársela
en casa al llegar. El hecho de saber que estaba allí hacía que se alegrara de volver a
casa después del trabajo.
Ahora todo era muy distinto, pensó mientras abría la puerta.
Entró en el vestíbulo y dejó las llaves en la mesita. Empezaba a caminar por el
pasillo cuando olió algo. Se quedó paralizado.
El olor del pan en el horno llenaba el aire.
No sabía muy bien qué decir. No podía creer que Kelsey estuviera allí, en la
cocina, como si nunca se hubiera marchado, como si la terrible soledad de las dos
semanas anteriores no hubiera tenido lugar.
—Claro que contigo —contestó, rodeando la barra—. Desde luego, te mereces
una disculpa.
Se sujetó al respaldo de una silla, esperando que Coop no se diera cuenta de que
estaba temblando. Se había arriesgado mucho al presentarse allí, pero ya lo había
hecho, y no había marcha atrás. Lo miró con timidez.
—¿Qué puedo decir? —continuó—. Estaba enfadada y lo pagué contigo. Parece
que es una mala costumbre que tengo.
—No eres tú la que debe disculparse.
—Claro que sí —dijo con vehemencia—. Por muchas cosas. Me marché de tu
lado, tal y como hice hace dos años, después de lo del bebé.
Coop se acercó a ella.
—Kelsey...
—No —insistió—. Déjame hablar. Ya he esperado demasiado tiempo. Me
equivoqué en muchas cosas. Por fin me he dado cuenta, gracias a Gloria y a sus
incesantes preguntas. Odio esas malditas preguntas, pero por fin me han hecho ver
las cosas claras, me han ayudado a entenderlo todo —dio un paso hacia Coop—. Me
equivoqué al dejarte, al pedirte el divorcio. Sabía lo que teníamos, sabía lo que
sentíamos el uno por el otro. Lo que pasa es que cuando pensé que no podía tener
hijos, cuando vi lo decepcionado que estabas, no pude pensar con claridad. Me
odiaba por haberte desilusionado, y me odiaba por no poder darte lo que querías.
Pensé que si te dejaba libre podrías encontrar a otra persona...
—Oh, Dios mío —gimió Coop—. Lo único que quise siempre era estar contigo.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas, difuminando los rasgos de Coop.
—Ahora lo sé. Supongo que olvidé los dos últimos años a propósito, porque
quería enmendar mi error. Quería recuperarte. Dime que no es muy tarde, Coop. He
cometido muchos errores, he pasado mucho tiempo confundida, pero nunca he
dejado de amarte. Nunca. Y ahora, tengo la impresión de que se me ha concedido
otra oportunidad de tener una familia. Por favor, dame una segunda oportunidad de
estar contigo.
Si aquello era un sueño, Coop esperaba no despertarse nunca. Si era real, estaría
agradecido durante el resto de su vida. Se acercó para abrazarla.
—Kelsey... te amo, Kelsey.
—Yo también te amo —murmuró ella contra sus labios—. Dime que puedo
quedarme, dime que me perdonas y que te casarás conmigo otra vez.
Coop se apartó, con la impresión de que el sol volvía a brillar en su vida.
—¿Entra el pan en el trato?
Kelsey lo miró, sonriendo a través de las lágrimas. Todo iba a marchar bien.
—Podemos negociarlo.
Coop rió, la abrazó con fuerza y la besó.
—Entonces, trato hecho. ¿Sabes? Me gustan estos tratados de paz.
Epílogo
ES la hora de desayunar! Kelsey se enderezó, apoyándose en la almohada, y se
desabrochó los botones del camisón.
—Parece que aquí hay alguien que tiene hambre.
—Sé amable con este muchacho —dijo Coop, con su hijo en brazos—. Ha
dormido seis horas seguidas. Por supuesto, se ha levantado empapado y dispuesto a
comerse mi dedo, pero no está mal para tener sólo cuatro semanas y media.
—Buenos días, precioso —dijo Kelsey mientras tomaba al bebé—. ¿Cuánto
tiempo has tenido que esperar? —añadió mirando a Coop con una sonrisa.
Coop la miró con inocencia.
—No sé a qué te refieres.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —protestó mientras el niño empezaba a
mamar—. Te he oído golpearte con la mesilla al levantarte.
—Sólo he ido a echar un vistazo —explicó, frotándose el dedo dolorido.
—¿Un vistazo? —repitió con escepticismo.
—Para asegurarme de que estaba bien —explicó—. Es la primera noche que
pasa en su habitación, y hay una pared en medio.
Kelsey lo miró con severidad.
—Tienes que dejar de pasar toda la noche en vela junto a la cuna. Necesitas
dormir.
—Siempre puedo dormir —dijo inclinándose para besarla—, pero él sólo será
así muy poco tiempo. Me gusta mirarlo.
Se acercó más y dio un beso al niño en la cabeza.
Kelsey sonrió y miró al bebé. Chandler Cooper Reed era un verdadero placer
para los ojos, pon sus enormes ojos marrones y su pelo castaño. Había llegado al
mundo llorando y pataleando, muy sano y con seis días de retraso.
—Sí, te entiendo perfectamente.
Coop la besó en los labios antes de hablar.
—También me gusta bastante mirarte a ti. ¿Cómo he tenido tanta suerte?
—No te dabas por vencido —contestó ella, emocionada—. A pesar de que yo sí
lo hice.
—Bueno. Supongo que eso demuestra que si se intenta una cosa las veces
suficientes acaba por salir bien. El matrimonio, los hijos... Sólo hace falta un poco de
práctica.
Kelsey se apoyó al niño en el nombro y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Y tal vez algún que otro batacazo.
El bebé dejó escapar los gases con un fuerte ruido. Kelsey y Coop lo miraron, se
miraron entre ellos y rieron.
—Oh, no —le aseguró Coop, tomando a su hijo en brazos—. Ya he aprendido
mi lección. No es necesario que me atropelle un camión para que sepa cuánta suerte
tengo. Este matrimonio durará toda la vida. No voy a dejar que te vuelvas a ir nunca
más.
—Eso me alegra —murmuró, acurrucándose en el hueco de su hombro mientras
se abrochaba el camisón—. Porque me temo que no vais a conseguir libraros de mí.
—Ni tú de nosotros —añadió Coop, abrazando a cada uno con un brazo—. No
lo olvides.
Fin.