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Recuerdos Dormidos

Rebecca Daniels

Recuerdos Dormidos (29.12.1997)


Título Original: Mind Over Marriage (1997)
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Súper Jazmín 325
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Cooper Reed y Kelsey Reed

Argumento:

Cuando Kelsey Reed despertó del coma, sólo deseaba estar con su marido, Cooper.
Pero todo el mundo parecía sorprenderse de su petición y la miraba como si se
hubiera vuelto loca. Incluso el mismo Cooper la trataba como a una perfecta
desconocida. La joven intentaba tranquilizarse pensando que todo volvería a la
normalidad cuando estuviera en casa, pero tenía la impresión de que estaba
pasando algo por alto... Amnesia. Kelsey no sólo había olvidado que ella y Cooper
se habían divorciado dos años atrás, también había olvidado que había sido ella
quien lo había abandonado. Pero los médicos habían advertido a Cooper de que
Kelsey aún no estaba preparada para enfrentarse a la realidad, y que debía fingir
que seguía viviendo con una mujer que había dejado de ser su esposa, pero a la
que todavía amaba...
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Prólogo
JUEVES, diez de la mañana.
—«Hola, señor Reed, soy Barbara Reynolds, de Continental Casual. Vaya
tormenta, ¿verdad? Espero que haya podido guarecerse. Sólo llamaba para
recordarle que su póliza expira la semana que viene; me gustaría que nos viéramos
para poder hablar sobre su renovación. Llámeme cuando pueda al 805 555 8100.
Adiós.»

Viernes, dos y media de la tarde.


—«Hola, Coop. Soy Dale McCannon. Ha llegado la hora de renegociar el
alquiler. Espero que el sitio siga en pie. Llámame cuando puedas. Ya sabes mi
número.»

Martes, siete menos cinco de la tarde.


—«Hola, Cooper, soy Morris Chandler. Ha pasado mucho tiempo desde la
última vez que hablamos. He intentado llamarte a casa, pero no estabas. De todas
formas, he dejado un mensaje en el contestador. Esperaba encontrarte en el trabajo,
pero supongo que te habrá pillado la tormenta. Coop, yo... tengo que hablar contigo.
No sé cómo decírtelo. Algo le ha pasado a Kelsey. Está en el hospital y... bueno, te
necesita. Por favor, llámame tan pronto como puedas, en cuanto llegues. Si no hay
nadie en la casa, podrás localizarme en el hospital General de Santa Inés. Por favor,
Coop, es muy importante.»

Miércoles, ocho menos cinco de la mañana.


—«Soy Mo Chandler, Coop. No puedo encontrarte en ninguna parte. Sigo en el
hospital de Santa Inés, y necesito que vengas tan pronto como te sea posible. Sé que
es mucho pedir, pero estoy desesperado.»

Miércoles, once y media de la mañana.


—«Soy Mo otra vez. Coop, las cosas están bastante mal. Kelsey te necesita. Por
favor, ven. Por favor.»

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Capítulo 1
LA ESTABAN llamando la «tormenta del siglo», pero Cooper Reed pensaba que
sólo era un típico cliché de los medios de comunicación. A sus treinta y nueve años
había vivido muchas tormentas; tormentas de la madre naturaleza y otras tormentas
de cosecha propia. Hacía ocho días que vientos huracanados e intensas lluvias
azotaban las localidades costeras de California, pero no era la peor racha de mal
tiempo que había visto.
Sin embargo, la tormenta había alterado su vida. Su servicio de helicópteros no
podía funcionar, y apenas había dormido desde que empezara a participar, como
voluntario, en las patrullas de rescate que habían empezado a trabajar setenta y dos
horas antes. El helicóptero que pilotaba había estado en el aire tres días seguidos, y
estaba agotado.
Coop entró en su pequeño despacho y se dejó caer en la butaca que había detrás
del escritorio. No era un despacho muy lujoso, pero tampoco estaba mal. De todas
formas, no pasaba mucho tiempo allí. Se pasaba la vida pilotando el helicóptero entre
el aeropuerto y las enormes plataformas petrolíferas de Santa Bárbara. Hacía cuatro
vuelos al día y transportaba lo que fuera, desde suministros a personas, sobre las
turbulentas aguas del Pacífico.
Apoyó la cabeza en el asiento y miró por la ventana. La pista principal del
pequeño aeropuerto de Santa Bárbara estaba desierta, pero no lo había estado
durante los últimos días. La actividad había sido muy intensa; no habían dejado de
aterrizar y despegar todo tipo de aviones, ni de sonar las sirenas de ambulancias,
coches patrulla y vehículos de bomberos. Una verdadera locura. Como todo, desde
que empezara aquella maldita tormenta.
La tormenta había comenzado una semana atrás, con lluvias bastante ligeras.
Pero a poco a poco se había intensificado. Durante cuatro días, las aguas del Pacífico
llevaron la destrucción a las zonas costeras. Las enormes olas, de varios metros de
altura, destrozaron todo lo que encontraban a su paso.
Los efectos habían resultado catastróficos; toda una prueba de la furia de la
naturaleza. Algunas zonas habían sufrido una devastación casi absoluta. Y todos los
pilotos, conductores, policías, médicos, bomberos y en general cualquiera que
pudiera prestar ayuda, se había unido a las tareas de rescate organizadas por la
Guardia Costera y la Cruz Roja.
Coop se frotó los ojos. Había perdido la cuenta de los viajes que había hecho a
las plataformas petrolíferas. La terrible galerna había dañado varios pozos y tenían
que rescatar a los trabajadores. Había pasado tres días llevando gente a los
hospitales, cargando suministros y materiales para reparar los daños y participando
en misiones de búsqueda y rescate a lo largo de la costa.
En aquel instante se levantó un poco de viento y la suave lluvia golpeó el cristal
de la ventana. Coop recordó la intensa fuerza de los vientos huracanados que
habían azotado la zona. Volvió a frotarse los ojos, contuvo un bostezo y echó un
vistazo al correo que Doris había dejado sobre el escritorio una semana atrás.

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Doris De Angelo decía ser su recepcionista, tal vez porque se sentaba en el


pequeño mostrador que había en la parte delantera de la oficina; sin embargo, todo el
que conociera la aversión de Coop a cualquier tipo de trabajo administrativo sabía
que en realidad era el alma del servicio Reed de helicópteros. Coop era el dueño y el
piloto de la empresa, pero la empresa funcionaba gracias a Doris.
Pero la oficina estaba vacía en aquel momento. Como todos los días durante la
última semana. De todas formas, Doris no habría estado allí. Ya eran las seis de la
tarde, y Doris siempre se marchaba a las dos. Decía que no necesitaba estar ocho
horas allí para hacer ocho horas de trabajo, y era cierto. Además, nunca se perdía las
partidas de bridge que jugaban en el centro para jubilados de San Marcos, y que
empezaban siempre a las tres. Además de trabajar, no había ninguna otra cosa que le
gustara tanto a la mujer de sesenta y dos años.
Coop sonrió. Entre el correo no había nada importante. De hecho, Doris nunca
dejaba nada importante en sus manos. Lo resolvía ella misma.
Miró al teléfono y pensó que al menos el mensaje del contestador era suyo.
Doris no quería saber nada de aquel aparato. Todo lo que no fuera su bolígrafo y su
libreta, o su anticuada máquina de escribir, le parecía alta tecnología; y no le
agradaba la tecnología.
Pulsó la tecla del contestador y la cinta empezó a rebobinar. Se preguntó qué
habría pasado durante los últimos días.
La primera voz que oyó fue la de Bárbara Reynolds, la agente de seguros; no le
agradó oír que el seguro de su helicóptero vencía tan pronto. Y tampoco le agradó el
mensaje de Dale McCannon; conocía bien a los caseros y supuso que tendría
intención de subirle el alquiler.
Mientras escuchaba los mensajes, tomó un lapicero y empezó a pintar, sin darse
cuenta, en el calendario. Oscureció los dientes de la chica que aparecía en la
fotografía, en biquini, y estaba dibujándole un bigote cuando oyó el siguiente
mensaje.
Tardó un instante en reconocer la voz y comprender lo que decía. Cuando lo
hizo, dejó caer el lapicero.
Habían pasado dos años, pero no había tardado mucho en reconocer la voz de
su cuñado. Morris Chandler había criado, solo, a cinco hijos, y no era hombre que se
asustara con facilidad. Pero parecía aterrorizado.
Kelsey estaba en el hospital. Mo no decía por qué, ni qué había sucedido. Sólo
que estaba en el hospital y que lo necesitaba, por inconcebible que pareciera.
Miró el calendario, sin verlo. Sólo podía ver el rostro de la mujer que le había
jurado amor eterno, el rostro de la mujer que lo había abandonado dos años atrás.
Habían pasado una mala época; Coop siempre había pensado que era el
momento adecuado para estar juntos, para apoyarse el uno al otro y salvar su
matrimonio. Pero Kelsey no quiso nada de él. No quiso su apoyo, ni su cariño, y
mucho menos su amor.

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Cerró los ojos, nervioso. Chandler había dejado dos mensajes más, y cada vez
parecía más inquieto. Pero sólo decía que Kelsey lo necesitaba.
Cuando terminó de escuchar la cinta, volvió a rebobinarla para asegurarse de
que no había pasado por alto ningún dato. Después, se levantó y permaneció unos
segundos sin moverse, sin saber muy bien qué hacer. Por fin, se decidió a marcar el
número de teléfono de Mo Chandler. Lo recordaba perfectamente, como todo lo
relacionado con Kelsey.
Mientras esperaba a que contestara, tuvo miedo. No había sentido miedo desde
sus días en la marina. Pero ahora no se trataba de sobrevivir a una misión peligrosa,
sino de sobrevivir al pasado. Sin embargo, nadie contestó.
Finalmente, aceptó lo inevitable y colgó el teléfono. No había nadie en la casa.
Suspiró, sin saber muy bien si debía sentirse aliviado o decepcionado. No sabía si
esperar, intentar llamar de nuevo o marcharse a casa.
Caminó hacia la ventana y miró al exterior. El cielo estaba oscuro y la luz de las
farolas hacía que brillaran las mojadas calles. Pero el pensamiento de Coop se
encontraba muy lejos, en Kelsey.
Sabía que debía hacer algo, en lugar de quedarse allí, mirando por la ventana.
Tenía que ponerse en contacto con Mo, o llamar al hospital.
Pero durante unos segundos no fue capaz de hacer nada, salvo seguir en la
ventana y mirar. Había tardado dos años en recobrarse de lo sucedido, dos años en
recuperarse del dolor. Y no podía permitirse el lujo de volver a caer en aquel pozo.
Sin embargo, Mo había insistido en que Kelsey lo necesitaba. Y no lo
comprendía.
Durante dos años habían mantenido vidas separadas, sin contacto de ninguna
clase. Carecía de sentido que de repente quisiera verlo.
Cerró los ojos, pensando en su ex esposa, e imaginó sus brillantes ojos azules y
su pelo de color miel. Inmediatamente se emocionó tanto que apenas podía respirar.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido pensar en
ella. Se había visto obligado a enterrar su recuerdo en lo más profundo de su ser; de
lo contrario, no habría sobrevivido. Y ahora, de súbito, el pasado volvía a asaltarlo.
Recordó el día que despertó en aquella sala del hospital. El rostro de Kelsey fue
lo primero que vio, y probablemente se enamoró de ella en aquel instante. De algún
modo, supo que era la mujer de su vida. Kelsey era enfermera y se encargó de curar
sus heridas hasta que se recuperó del disparo que había recibido. Cuando salió del
hospital, se casó con ella.
Siempre había sido una mujer independiente, de carácter fuerte. En aquella
época, Coop trabajaba en la marina y pasaba meses fuera de casa. Kelsey se
preocupaba mucho, pero lo soportaba. Sabía superar las preocupaciones y los largos
periodos de separación con la misma paciencia y fortaleza que había demostrado en
todos los aspectos de su vida.
Coop abrió los ojos y contempló la luna, que acababa de aparecer entre las
nubes. Aún recordaba la maravillosa sensación de abrazarla cuando volvía a casa. No

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le importaba su trabajo, ni el ascenso que tanto le había costado. Sólo le importaba


ella. De hecho, antes de que Kelsey lo mencionara, ya había empezado a pensar en
abandonar el servicio en la marina. Quería sentar cabeza y llevar una vida normal,
con niños, con un hogar. Cuando por fin dejó el ejército y estableció su empresa, dos
años antes de que Kelsey lo abandonara, pensó que tenía todo lo que pudiera desear.
Se frotó los ojos. Todo aquello había sucedido antes de que las cosas
empeoraran, antes de que el rencor y el dolor erosionaran su amor. Antes de que
Kelsey pidiera el divorcio.
Se apartó de la ventana, caminó hacia el escritorio y volvió a descolgar el
teléfono. Esta vez consiguió el número del Hospital General de Santa Inés y llamó.
—Buenas tardes. ¿Qué desea?
Coop dudó, nervioso.
—Estoy intentando localizar a Morris Chandler.
—¿Es un paciente?
—No, bueno... no lo creo.
—Lo siento, señor, no comprendo lo que dice —dijo la voz, con paciencia—.
¿Necesita un médico?
—No, de hecho me dejó un mensaje en el contestador y... en fin, el señor
Chandler está con un paciente de su hospital.
—Ya veo. ¿Cómo se llama el paciente?
—Kelsey. Kelsey Reed.
Coop esperó mientras la enfermera intentaba encontrar la información en el
ordenador.
—Lo siento, pero la señorita Reed no puede recibir visitas —dijo al fin.
—¿No podría ponerme con su habitación? —preguntó.
—Lo lamento mucho, pero tampoco puede recibir llamadas.
—Maldita sea...
Coop dejó caer el auricular, que cayó sobre la chica de la fotografía del
calendario. Pudo oír la voz de la enfermera y se dijo que Doris habría recriminado su
actitud por dejar el teléfono así, sin colgar ni despedirse. Pero en aquel instante no le
importaba nada. Se limitó a caminar hacia la salida.
Si llenaba el depósito del helicóptero y despegaba de inmediato podría estar en
Santa Inés en media hora. Ya no dudaba; sabía muy bien lo que tenía que hacer.
Kelsey estaba en el hospital y lo necesitaba. Era lo único importante.

—¡Kelsey, vamos, tenemos que salir de aquí ahora mismo!

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Kelsey trabajaba tan deprisa como podía. Casi había detenido la hemorragia y, si podía
apretar la venda unos segundos, lo conseguiría.
—Kelsey, no hay tiempo. Vamos.
Podía oír su voz, y casi podía ver su rostro. Pero no sabía quién era él, ni por qué razón
había permanecido a su lado. Tenía prisa, pero no podía marcharse sin terminar el trabajo.
Aún quedaba un niño.
—Kelsey, date prisa...
Esta vez pudo ver su rostro, pudo ver la mano que se extendía hacia ella. Era un rostro
amable, que le resultaba vagamente familiar aunque no pudiera recordarlo. No sabía por qué
insistía en llamarla. No sabía por qué parecía tan asustado.
—Kelsey...
El desconocido dijo algo más que no pudo entender; palabras apresuradas, urgentes. Le
dolía mucho la cabeza y podía oír un tremendo ruido de fondo.
Cerró los ojos al ver los pálidos rostros de los niños. Había muchos, y todos estaban
heridos, llorando. Tenía que sacarlos de allí, a toda costa.
El dolor que sentía se incrementaba poco a poco, como el ruido. Sabía que iba a morir.
Sentía que la vida se escapaba de su cuerpo. Iba a morir y no podía hacer nada por evitarlo.
—Coop —gritó.
Le pareció adecuado nombrar a su marido antes de morir, nombrar al hombre que había
abandonado, al esposo que había perdido. Se había alejado de él intentando negar el amor que
sentía, pero había llegado la hora de la verdad.
—Cooper, te amo. Te amo, Coop.

—Kelsey...
De repente todas las imágenes desaparecieron, como si alguien hubiera apagado
la televisión. Y con ellas, también desapareció el ruido. Ya no gritaba nadie. Ya no
lloraban los niños. Sólo sentía un intenso dolor en la cabeza, mientras alguien la
llamaba con suavidad.
—Kelsey, despierta, cariño.
—¿Coop?
—No, cariño, soy yo. Papá.
—Papá... —repitió, casi sin energías—. ¿Dónde está Coop? ¿Por qué no ha
venido?
—No te preocupes, vendrá. No te entristezcas. Han traído tu cena. Tienes que
comer un poco para recuperarte.
Kelsey entreabrió los ojos, pero la luz molestaba tanto que volvió a cerrarlos en
seguida.

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El dolor de cabeza se incrementó. Se frotó los ojos mientras olvidaba los últimos
retazos de la pesadilla que acababa de soñar.
—Papá —susurró—. ¿Has hablado con él? ¿Sabe lo que ha pasado? ¿Se lo has
contado a Coop?
—Aún no —contestó—, pero lo haré. Todo saldrá bien, pequeña. ¿Te encuentras
bien?
—Me duele la cabeza —declaró, mirando a su padre—. Pero al menos eso evita
que piense en lo mucho que me duele la pierna.
Su padre parecía bastante preocupado, y tenía ojeras. Mo Chandler miró la
escayola de su pierna y tomó la mano de su hija.
—Ojalá pudiera hacer algo. Me siento tan impotente...
Kelsey sonrió.
—No te preocupes, papá. Estoy bien.
—Tal vez pueda hablar con el médico. Ver si hay algo que pueda darte para el
dolor, no sé. Una aspirina, o...
—No, por favor, no pasa nada —dijo, intentando hablar en voz baja para evitar
el dolor—. Estoy bien, de verdad. Además, el médico me recetará algo cuando pueda
tomarlo.
—Supongo que tú sabes más que yo sobre estas cosas —suspiró.
Mo Chandler tomó la bandeja con la cena y la puso a su lado. Kelsey lo miró y
dijo:
—Me preocupas. Pareces muy cansado.
—Porque lo estoy —rió con suavidad—. Por si no lo sabías, me has pegado un
gran susto.
Kelsey notó que estaba a punto de llorar y apartó la mirada.
—¿Por qué no te vas a casa y descansas un rato? Estaré bien.
—No pienso ir a ninguna parte —espetó, en un tono que no admitía discusión—
. Y ahora, vas a tomarte tu cena.
Kelsey sabía que no debía discutir con él. Además, estaba demasiado cansada
para hacerlo.
Miró la bandeja. Era la típica comida de hospital: un filete que ya estaría frío y
puré de patatas. Probablemente, le habría parecido más apetitoso si hubiera tenido
hambre, pero no era así. Sin embargo, sabía que debía comer. Estaba demasiado
débil.
—¿Has hablado con Doris? —preguntó.
Mo levantó la mirada e intentó recordar a la mujer que Kelsey le había
presentado años atrás.
—No. No estaba en el despacho.

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—¿Que no estaba en el despacho? —preguntó, asombrada—. No lo entiendo.


—Te olvidas de la tormenta. Ha afectado a todo el mundo.
—Es cierto, la tormenta... —murmuró—. Supongo que lo había olvidado. Pero él
está bien, ¿verdad? Me refiero a Coop. ¿Está bien?
—Sí, claro que sí —contestó, intentando aparentar optimismo—. Pero no es fácil
de localizar. Ya sabes que los pilotos tienen mucho trabajo cuando surgen
emergencias.
—Sí, claro, y Coop habrá sido el primero en presentarse como voluntario para
las tareas de rescate. Estoy segura de que debió decírmelo. Seguro que... bueno, lo
habré olvidado.
Mo se inclinó sobre ella y volvió a tomar su mano.
—Cariño, recuerda lo que han dicho los médicos. Tienes que recobrarte. Poco a
poco, irás recobrando la memoria.
—Sí —murmuró Kelsey.
Se sentía tan confusa que de buena gana habría salido corriendo de allí o habría
empezado a llorar. Pero no podía hacer ninguna de las dos cosas. Tenía una pierna
escayolada y no quería ceder a las lágrimas. Tras la muerte de su madre, cuando
Kelsey sólo tenía ocho años, se había convertido en la «pequeña mamá» de la familia
para sus hermanos y hermanas; siempre había sido la más fuerte y todos acudían a
ella en busca de consejo y de apoyo. Siempre podía solucionar cualquier problema.
Pero ahora todo era distinto. Estaba asustada. Esta vez no estaba segura de que
pudiera conseguirlo sola.
—Y recuerda —dijo su padre—, los médicos han dicho que no debes
preocuparte por nada. Tienes que descansar y relajarte.
—También necesito a Coop.
Mo frunció el ceño.
—Sí, por supuesto.
—Me gustaría que estuviera aquí —murmuró.
A pesar de lo independiente que era y de su fuerte carácter, siempre lo había
necesitado. Coop siempre conseguía que se sintiera mejor. Sabía que volvería a
encontrarse bien cuando apareciera; sabía que las lagunas de su memoria no la
asustarían tanto.
—Coop —murmuró, mientras contemplaba el cielo nocturno que se veía a
través de la ventana—. Sé que puedo contar con él. Siempre he podido.

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Capítulo 2
COOPER. Por Dios, no puedo creer que estés aquí.
Coop levantó la mirada al oír su nombre y vio que Morris Chandler salía del
ascensor y avanzaba hacia él por el pequeño vestíbulo del hospital, tan deprisa como
pudo.
—Estás aquí —continuó, mientras lo abrazaba—. No puedo creerlo. No sé qué
decir. Gracias. Muchas gracias por venir.
—He venido tan pronto como he podido —dijo Cooper, algo avergonzado por
la demostración de afecto.
Dio un paso atrás y observó al hombre que había llegado a ser como un padre
para él. Mo no había sido nunca un hombre musculoso, pero era alto y de rasgos
duros; siempre había parecido muy fuerte, lo que incrementó su incomodidad. Sólo
habían pasado dos años desde el divorcio, y parecía un anciano. Caminaba con los
hombros caídos y tenía unas profundas ojeras.
—Intenté llamar, pero...
—No importa. Lo único que importa es que estás aquí —dijo Mo, emocionado,
casi a punto de llorar.
—¿Qué ocurre, Mo? ¿Dónde está Kelsey? ¿Qué ha pasado?
—Oh, Coop... Ha sido terrible, Coop. Kelsey... pensamos que no sobreviviría.
Yo...
—Tranquilízate —dijo, tomándolo por el brazo—. Dime, ¿qué ha pasado?
—Ahora está bien. Bueno, está... mejor —explicó, mientras respiraba
profundamente—. Perdóname. Es que cuando te he visto, al salir del ascensor, no he
podido evitar emocionarme. Ya sabes, los recuerdos...
—Lo sé —murmuró Coop, bajando la mi—rada—. Pero cuéntame lo que ha
pasado.
—Fue la tormenta. Ya sabes lo terrible que ha sido. Las primeras lluvias llegaron
aquí hace una semana, pillando a todo el mundo por sorpresa y causando muchos
daños. La peor tragedia sucedió en un colegio cerca de Solvang. El techo se hundió y
el viento derribó el edificio. Fue algo terrible. Estaba lleno de niños. Kelsey se
encontraba con uno de los equipos médicos que fueron a ayudar a las víctimas y
resultó gravemente herida. Ha estado a punto de morir.
Coop se sintió desfallecer al oír las palabras de Chandler.
—Estaba trabajando en el interior del edificio, o más bien de lo que quedaba de
él —continuó el hombre—. Un chico se había quedado atrapado. Estaba sangrando
y... bueno, ya sabes lo mucho que le gustan los niños.
Cooper lo sabía muy bien. Kelsey adoraba a los niños; descubrir que no podía
quedarse embarazada no sólo había destrozado su matrimonio sino que había estado
a punto de matarla.

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Mo suspiró antes de continuar con la explicación:


—El viento soplaba con tanta fuerza que tuvieron que detener las tareas de
rescate.
Pero Kelsey se negó a dejar solo al pequeño y se las arregló para sacarlo de allí.
No sé cómo lo hizo. Estaba atrapado, y dijeron que había tenido que romper dos
gruesas cuerdas de nailon con las manos para salvarlo. ¿Puedes creerlo?
Cooper no lo dudó. Kelsey siempre había sido una de esas personas que no
permitía que nada se interpusiera en su camino. Tenía una voluntad de hierro. Sólo
había visto que cediera a la desesperación y a la impotencia en una ocasión. Coop
siempre había creído que su matrimonio podía resistir cualquier embate, salvo la
certidumbre de saber que no podrían tener hijos. Tener niños siempre había sido el
gran sueño de Kelsey. Por encima del propio Coop.
Aunque viviera cien años, nunca olvidaría su rostro el día que la vio en la cama
de aquel hospital, la mañana que recibieron la noticia. Los médicos intentaron ser
optimistas y hablaron sobre las posibles alternativas, como la adopción, pero Kelsey
no escuchaba a nadie. Sólo sabía que no podría quedarse embarazada, y aquel había
sido el principio del fin de su matrimonio. Nada fue igual a partir de entonces.
—Consiguió sacar al chico —continuó Mo, emocionado—. Pero parte de la
estructura del edificio se derrumbó sobre ella.
—Oh, no...
—Tardaron dos días en poder rescatarla. Estaba inconsciente, y ha permanecido
en coma durante cuatro días más. Te aseguro que han sido los seis días más largos de
toda mi vida, Coop. No sé qué fue peor, si saber que se encontraba enterrada bajo los
escombros de aquel edificio o verla inconsciente. Pero, por suerte, todo ha pasado.
Ha salido del coma y los médicos dicen que se pondrá bien.
—¿Puedo verla?
—Sí, por supuesto que sí, pero... primero tenemos que hablar. Hay algo más que
deberías saber.
—¡Coop!
Coop y Mo se volvieron a tiempo de ver a los hermanos y hermanas de Kelsey,
que se dirigían hacia ellos. Coop los saludó con sincero afecto. Era hijo único, y
siempre había envidiado a Kelsey por contar con una familia tan magnífica. En
realidad, los había echado mucho de menos desde el divorcio.
Sin embargo, la alegría de verlos no impidió que dejara de pensar en Kelsey.
Quería verla. Necesitaba comprobar personalmente que se encontraba bien.
En cuanto pudo, llevó a Mo a un aparte.
—Quiero verla, Mo. Necesito verla ahora mismo.
—Primero tenemos que hablar.
—Ya hablaremos más tarde.

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—No —declaró con firmeza—. Tenemos que hablar ahora. Hay algo que debes
saber antes.
—¿De qué se trata? —preguntó, inquieto—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
Mo respiró profundamente antes de contestar.
—Tiene amnesia.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —preguntó, pálido.
—Los médicos dicen que puede deberse al golpe que recibió en la cabeza, pero
no están seguros. Podría ser un efecto del coma. Hay muchas cosas que no recuerda.
—¿No sabe quién es?
—No exactamente.
—¿Entonces?
—Sólo ha olvidado algunas cosas. Me recuerda a mí y recuerda a la familia.
Hasta recuerda que es enfermera y que trabaja en un hospital.
—Entonces, sólo es una amnesia parcial.
—En efecto. Sólo ha olvidado algunas cosas.
Coop tuvo miedo al pensar en la posibilidad de que hubiera olvidado las cosas
que habían compartido.
—¿A qué te refieres?
Mo clavó la mirada en los ojos azules de Cooper y dijo:
—Ha olvidado el divorcio. Cree que aún estáis casados.

Kelsey respiró profundamente y volvió a intentar incorporarse, pero sin éxito.


Estaba tan débil que la escayola de la pierna le parecía un bloque de cemento, y sus
esfuerzos sólo servían para agotarla más.
Suspiró. Odiaba encontrarse allí, tumbada, a expensas de los demás. Quería
sentarse, incorporarse un poco sin la ayuda del mecanismo de la cama. Se sentía
como si fuera una simple muñeca sin voluntad.
Pero no podía hacer nada, salvo mirar el techo, tan débil que ni siquiera tenía
fuerzas para sentirse frustrada. Se sentía como si un vampiro le hubiera chupado
toda la sangre, y sus párpados se cerraban continuamente, invitándola al sueño.
Sin embargo, no quería dormir. Aún no. No quería volver a experimentar las
pesadillas que la asaltaban, llenas de imágenes y sonidos que la confundían y la
asustaban.
Se frotó los ojos. Pensó que si podía descansar durante unos segundos tal vez
encontrara las fuerzas para sentarse y actuar como una persona normal. No quería
que Coop la viera en aquel estado.

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Coop. Deseó que se encontrara allí. Sabía que los doctores habían sido sinceros
al decir que iba a recuperarse del coma. Como enfermera había visto muchos casos
como el suyo. Sabía que el descanso y el tiempo bastarían para curar sus heridas,
devolverle la memoria y continuar con una existencia normal. Pero necesitaba que
Coop se lo dijese.
Cerró los ojos y suspiró. Imaginó el atractivo rostro de Coop y sus profundos
ojos azules. Pero sabía que no entraría sonriendo en la habitación. Su rostro estaría
lleno de preocupación. Nunca había estado enferma hasta entonces, y era consciente
de que debía estar muy preocupado.
Sin embargo, lo conocía muy bien. Tanto como para saber que haría cualquier
cosa para que no notara su preocupación. Bromearía y le tomaría el pelo, para que no
lo notara. Y encontraría algún modo de hacer que riera.
En aquel momento, y sin saber por qué, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Aquello la confundió. Se preguntó si tendría algo que ver con sus heridas. Ella nunca
lloraba, nunca, pero había estado a punto de llorar muchas veces desde que despertó
del coma.
No quería que Coop la viera llorando, porque pensaría que algo andaba muy
mal.
—¿Dónde estás, Coop? —se preguntó en un murmullo—. ¿Por qué no estás
aquí?
Su propia voz le parecía débil, aunque sabía que se sentiría mucho mejor
cuando apareciera Coop. No tendría que explicar lo que sentía, no sería necesario
que lo expresara con palabras. Él comprendería inmediatamente lo asustada que
estaba.
Giró la cabeza y miró el pequeño reloj que había sobre la mesita de noche. Eran
las ocho y cuarto. La hora de visita terminaría muy pronto, pero sabía que eso no
detendría a Coop. Cuando llegara al hospital, conseguiría encontrarla de uno u otro
modo. Siempre había amado su tenacidad y su determinación. Cuando deseaba algo
no se detenía hasta obtenerlo, y pensó que tenía mucha suerte de que siempre la
hubiera deseado.
Odiaba las lagunas de su memoria. Odiaba que hubiera cosas que no podía
recordar. Pero al menos recordaba a Coop, recordaba el amor que compartían. Y eso
era lo único importante. Era todo lo que necesitaba.

Coop miró al médico que estaba sentado al otro lado del escritorio y dijo:
—No lo entiendo. No tiene sentido.
El doctor Mannie Cohen cerró el informe que había sacado y lo guardó en uno
de los cajones.
—Cierto, no tiene sentido. Los traumas cerebrales no son fáciles de comprender.

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—Pensaba que las personas que sufrían amnesia lo olvidaban todo.


—A veces sí y a veces no. Estas cosas no siguen una pauta fija.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó, irritado—. Pensé que era un
especialista. Pensé que sabía cómo tratarla.
—Me encantaría poder responder a todas sus preguntas, señor Reed, pero no
puedo. Nadie puede hacerlo. Sólo intento ser sincera con usted —declaró, con
calma—. Puedo informarle sobre los avances en este campo. Puedo citarle multitud
de estadísticas y datos sobre la recuperación de pacientes con problemas similares.
Pero, en realidad, no sabemos gran cosa. Cada paciente es un mundo. Es imposible
saber qué es lo normal y qué es lo anormal.
Coop se levantó y caminó hacia la ventana. Miró hacia el aparcamiento,
intentando asumir lo que acababa de escuchar.
—En otras palabras, ¿está diciendo que Kelsey lo recuerda todo, excepto lo
relativo a nuestro divorcio?
—Bueno, no es tan sencillo.
El doctor Cohen se levantó, se quitó la bata blanca y se puso una chaqueta de
vestir antes de continuar hablando.
—He hablado con Mo y con el resto de sus familiares, y parece que no es la
única cosa que su esposa...
—Mi ex esposa —corrigió.
—Cierto, su ex esposa. Como decía, parece que no es lo único que ha olvidado.
Aunque lo más importante es lo relativo a su divorcio. No recuerda nada en
absoluto. Sin embargo, hay cosas que sucedieron después que tampoco recuerda con
exactitud. Por ejemplo, no recuerda cuándo vino a vivir a Santa Inés, ni cuándo
empezó a trabajar en este hospital. No me reconoció, aunque conocía mi nombre y
sabía quién era, como sabía quiénes eran el resto de los médicos y enfermeras.
Recuerda que es enfermera, pero no recuerda haber trabajado. No recuerda el piso en
el que ha estado viviendo los dos últimos años y, sin embargo, recuerda muchas de
las cosas que han sucedido en el país. Tiene una ligera noción de lo que sucedió
cuando sufrió el accidente, pero no sabe dónde estaba, ni qué estaba haciendo allí.
Sólo fragmentos.
—Ya veo.
—Y estoy seguro de que ha olvidado más cosas. Cosas que aún no conocemos
—dijo, observando la reacción de Cooper—. Como decía, éste tipo de traumas no
siguen una pauta fija. No hay forma de saber lo que cabe esperar.
Coop se frotó los ojos. No le sorprendía que Kelsey quisiera olvidar aquel
periodo de su vida. Él mismo lo habría olvidado de haber podido.
—Básicamente está diciendo que Kelsey cree que aún estamos casados, que
seguimos viviendo juntos de Santa Bárbara.
—Sí.

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—¿Se recuperará? ¿Recobrará la memoria, o seguirá así permanentemente?


—No lo sabemos —confesó—. Pero al menos hay buenas noticias. No ha sufrido
ningún daño cerebral, nada físico que imposibilite su recuperación. Podría despertar
mañana y recordarlo todo de repente.
—¿Y las malas noticias?
El doctor se encogió de hombros.
—Que podría tardar veinte años en recordarlo.
Coop se sentó. De repente, sintió la enorme fatiga que había acumulado en los
últimos días.
—¿Y qué hacemos? ¿Qué piensa hacer para tratarla?
—No podemos hacer nada. Sólo podemos encargarnos de sus heridas y de su
pierna rota. Necesita descansar para recobrar fuerzas. Hay una posibilidad bastante
elevada de que lo recuerde todo en algún momento. La mayor parte de las personas
que sufren amnesia terminan recobrando la memoria. Es lo único que tienen en
común.
—¿Y qué hacemos mientras tanto?
El médico suspiró.
—Ésa es la razón por la que le pedí a Mo que me dejara a hablar con usted antes
de que la viera. Kelsey es algo más que una paciente en el hospital. Puede que no nos
recuerde bien, pero nosotros la recordábamos perfectamente. Es una gran enfermera,
y una magnífica persona. Aunque supongo que ya lo sabe.
—En efecto —dijo con frialdad.
Mannie Cohen sólo era un médico de me—diana edad y aspecto bastante
respetable, pero no le agradó que un hombre se lo recordara.
—He hablado con los médicos que se encargan del tratamiento. Hablé con Vince
Hamliton, el cirujano que operó su pierna; con Brian Anderson, nuestro asesor, y con
Gloria Crowell, la psiquiatra especializada en casos de amnesia. Estamos de acuerdo
en que Kelsey puede recuperarse del todo bajo las circunstancias adecuadas.
—¿Las circunstancias adecuadas?
—El tipo de amnesia que padece no es muy común. Casi todas las cosas que ha
olvidado tienen algo que ver, directa o indirectamente, con su divorcio —respondió,
mientras se recostaba en su asiento—. No cabe duda que ha olvidado otros aspectos
de su vida. Sin embargo, puede tratarse de una simple estrategia para explicar las
cosas que no puede entender, y...
—¿Qué quiere decir con eso?
El doctor Cohen suspiró de nuevo.
—Pongamos el ejemplo de su trabajo aquí, en el hospital. No es el trabajo que
tenía cuando se casó con usted. Como ha olvidado lo referente al divorcio, no sabe

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por qué tiene un empleo distinto en un lugar distinto. Cree que sigue viviendo en
Santa Bárbara, y no comprende por qué trabaja en Santa Inés.
—Comprendo.
—Cuando la vea, observará que se siente muy frustrada, y es comprensible. El
problema mayor, sin embargo, es que sigue muy débil. Necesita tiempo para
recuperarse. Y tanto mis colegas como yo mismo tememos el efecto que tendría en
ella descubrir la verdad.
—¿Cree que podría impedir su recuperación?
—Es difícil de decir, pero no creo que sea bueno para ella. Por lo menos, ahora.
Necesita recobrar sus fuerzas para afrontar la realidad. Si le contamos ahora lo
sucedido, es posible que intente negar los recuerdos que ha olvidado temporalmente
y que nunca logre recobrar la memoria.
—¿Qué está sugiriendo entonces?
—Que debemos darle la oportunidad de que recuerde por sí misma.
—¿No quiere que la vea?
—Al contrario.
—Entonces... ¿pretende que mienta? ¿Pretende que deje que crea que seguimos
casados?
—Bueno, yo no lo llamaría una «mentira».
—¿Ah, no? Me está pidiendo que no le diga la verdad, que la engañe.
—Se trata de darle una oportunidad. Sé que es mucho pedir y que no es algo
muy usual. Pero si sirve para ayudarla, ¿no cree que merece la pena?
Coop se echó hacia atrás en su asiento, confundido. Todo aquello le parecía
irreal.
—¿Me están pidiendo que finja? —preguntó, lentamente—. ¿Quiere que entre
en su habitación y que actúe como si aún fuera su marido?
—Fue su marido, ¿no es cierto? No creo que le cueste demasiado.
—¿Ah, no?
—No —contestó—. Tendrá que quedarse en el hospital hasta la semana que
viene, o tal vez más. Podremos vigilarla con atención, y la doctora Crowell empezará
a tratar su amnesia. Nunca se sabe. En una semana puedan pasar muchas cosas. Si
ustedes dos pasan cierto tiempo juntos y la ayuda a recordar pequeños detalles, es
posible que tenga un efecto dominó. Hasta cabe la posibilidad de que lo recuerde
todo cuando lo vea.
—Una teoría muy interesante. Pero, ¿qué sucederá si no recobra la memoria?
¿Qué ocurrirá si no se produce ese «efecto dominó»?
—Entonces, buscaremos otra estrategia.

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Coop volvió a levantarse, caminó hacia la ventana y contempló el cielo nocturno


antes de volverse de nuevo hacia el médico.
—¿Ha hablado de esto con Mo?
El médico arqueó una ceja.
—Sí, y pensó que no le importaría. Es posible que haya bloqueado los recuerdos
de cierta época de su vida por alguna razón. ¿No siente curiosidad? ¿No le gustaría
descubrir por qué?
Coop volvió a mirar por la ventana. Sabía muy bien qué era lo que se negaba a
recordar y sabía que sería mejor para ella que no lo recordara.
Cerró los ojos. Hasta aquel día ni siquiera sabía si iba a volver a ver a Kelsey; y
no se le había ocurrido pensar que pudiera ser, de nuevo, su marido. Pero esta vez no
sería real. Sólo sería una farsa. Y no estaba seguro de poder hacerlo.
Estar con Kelsey significaba volver a involucrarse. Había pasado los dos últimos
años intentando rehacer su vida, pero aún así no lo había conseguido y dudaba que
tuviera fuerzas para soportar una nueva separación.
Lentamente, se alejó de la ventana y caminó hacia la puerta.
—¿Qué ha decidido? —preguntó el médico.
—¿Decidido? Lo pregunta como si tuviera elección.
—Por supuesto que la tiene.
—¿Es que nunca ha estado enamorado, doctor?
—Bueno, ha habido varias mujeres en mi vida... mi ex esposa, por ejemplo, si se
refiere a eso.
Coop rió con tristeza.
—Puede ser, pero está bien claro que nunca las amó de verdad, que nunca las
tuvo metidas en lo más profundo de su ser.
—¿Por qué dice eso?
Coop abrió la puerta.
—Porque si las hubiera amado, no me habría pedido que hiciera algo así.

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Capítulo 3
COOP, cariño, casi no puedo creerlo...
Coop apoyó la cabeza en el teléfono e imaginó a Doris De Angelo al otro lado de
la línea.
—Lo sé. Yo tampoco puedo.
—Pero está fuera de peligro, ¿verdad? ¿Va a ponerse bien?
—Sí, los médicos confían en que se recuperará —le aseguró—. Pero puede que
tarde cierto tiempo. De todas formas, tendré que quedarme aquí durante una
temporada. Encárgate del negocio, ¿quieres?
Coop no le había explicado el asunto de la amnesia. Era algo demasiado
complicado para explicarlo por teléfono.
—Por supuesto. Buscaré a alguien para que se encargue de pilotar. ¿Quieres que
vaya al hospital?
Coop cerró los ojos. Le habría gustado que Doris estuviera a su lado. A pesar de
sus disputas, siempre se habían apreciado mucho.
—No, no es necesario. Pero gracias de todas formas. Alguien tiene que
encargarse de la empresa.
—No te preocupes por eso. No permitiría que se hundiera. ¿Dónde iba a
encontrar, si no, un trabajo tan estúpido y un jefe tan fácil de intimidar?
Las palabras de Doris estaban llenas de humor, pero Coop notó que lo decía con
afecto.
—Gracias, Doris.
—Cuida de ella, Coop. Kelsey es especial.
—Ya hablaremos más tarde.
Coop colgó el teléfono y se volvió hacia Mo, que se encontraba a su lado.
—Estaba hablando con Doris. No sé si la recuerdas.
—Claro que la recuerdo —asintió—. Trabaja para ti, ¿verdad?
—Sí.
—El doctor Cohen ha dicho que ha hablado contigo y que te has mostrado de
acuerdo en... bueno, en ayudar.
—Sabías que lo haría, ¿no es cierto?
—No estaba seguro —confesó, bajando la mirada—. Sé que es mucho pedir,
especialmente después de...
Coop lo interrumpió.
—Se trata de Kelsey. Y sabes que haría cualquier cosa por ella.
Mo parpadeó.

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—No sé si alguna vez te he dicho lo mucho que sentí que os divorciarais. Fue
algo terrible para Kelsey. Y supongo que también para ti.
Coop se encogió de hombros. No quería pensar en lo sucedido. Emocionado,
dio un golpecito en el hombro a Mo y dijo:
—Es agua pasada. Vamos, llévame a su habitación.
Mo dudó.
—Es tarde, Coop. Es posible que se haya dormido. Si quieres, puedes esperar
hasta mañana. Así podrás descansar un poco.
Coop miró al padre de Kelsey y sonrió. Apreciaba su oferta, pero sabía que sólo
serviría para aplazar lo inevitable. Quería ver a Kelsey, y verla de inmediato.
Acababa de decir que su relación era agua pasada, pero no era cierto.
—Me gustaría estar con ella un rato, aunque esté dormida —declaró—. Estoy
seguro de que lo comprenderás.
—Sí, claro.
Mo entró en el ascensor y pulsó el botón del octavo piso.
Subieron en silencio, mirando el panel de los botones. Cuando por fin se
abrieron las puertas, Mo hizo un gesto hacia la izquierda.
—Es por ese pasillo, en la sala de aislamiento.
—¿De aislamiento?
—Los médicos pensaron que sería mejor para ella. Dicen que no es bueno que
reciba muchas visitas en su estado.
—Comprendo.
Cuando llegaron a su habitación, se detuvieron. Coop miró la puerta y dudó,
por un momento, de que tuviera las fuerzas necesarias para entrar. Se había
enfrentado a muchos retos difíciles, pero nunca tan duros.
—Estaré en la sala de espera del vestíbulo —dijo Mo—. He estado pasando las
noches allí, así que, si me necesitas para algo...
Coop asintió y cerró la mano sobre el pomo de la puerta. Se sentía como si
fueran a fusilarlo.
Sabía que podía marcharse y volver a la mañana siguiente, pero no tenía sentido
que pospusiera lo inevitable. Además, nunca había huido de nada cuando se trataba
de Kelsey. Había prometido que fingiría ser su esposo por su bien y estaba dispuesto
a nacerlo. Aunque volviera a abandonarlo cuando recobrara la memoria.

La puerta se cerró suavemente a sus espaldas. La habitación estaba oscura,


demasiado oscura en contraste con el iluminado pasillo, y tardó unos segundos en

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acostumbrarse. Se detuvo un momento, mientras oía los sonidos de los diversos


equipos electrónicos, con un nudo en la garganta.
Los objetos de la habitación empezaron a tomar forma, saliendo de la oscuridad
como una imagen en un laboratorio fotográfico. Pudo ver dos camas, una de ellas
vacía y la otra parcialmente oscurecida por una cortina. Una pequeña luz brillaba
detrás de la cortina, creando un ambiente algo irreal.
Mientras contemplaba la débil luz, su aprensión se incrementó. Sabía que
Kelsey se encontraba al otro lado. Había pasado dos años intentando olvidarla,
intentando olvidar que había sido su esposa. Y sin embargo, todo iba a cambiar de
repente. Tendría que comportarse como si no se hubieran separado, al menos hasta
que recobrara la memoria.
Avanzó en silencio, aunque sus piernas apenas le obedecían. Se preguntó por lo
que pasaría cuando lo viera. Hasta consideró la posibilidad de que lo recordara todo.
Pensó en la vida que habían compartido, en los pequeños detalles y en las
costumbres de sus cuatro años de matrimonio. Tal vez hasta recordara lo que había
sentido cuando aún era su marido.
Intentó mantener la compostura. Iba a verla otra vez y debía estar preparado.
Sin embargo, cuando por fin apartó la cortina se dio cuenta de que no lo estaba.
Kelsey estaba durmiendo tranquilamente entre varias máquinas a las que estaba
conectada. Su largo y rubio pelo descansaba sobre la almohada, rodeando su rostro
con un halo dorado. Parecía un ángel. Estaba tal y como la recordaba, como Kelsey,
su Kelsey, hermosa y familiar.
Como su esposa.
La observó, de pie, mientras sentía cómo cobraban vida las partes de él que
habían permanecido enterradas durante dos largos años. Le asaltaron multitud de
recuerdos, tristes y alegres, y de imágenes de un amor y de una existencia que creía
perdidos para siempre. Kelsey era como un oasis en un desierto, como el sol tras un
invierno oscuro; por primera vez en dos años supo que estaba donde debía estar.
Dio la vuelta a la cama, con cuidado de no golpear ninguna de las máquinas y
se sentó en una silla, al otro lado.
Aún podía notarse la cicatriz que tenía en la frente, y desde luego veía la
escayola de la pierna. Sus mejillas y sus brazos estaban llenos de pequeños cortes. Al
pensar en lo que había sucedido sintió una terrible angustia; no podía imaginarla
enterrada bajo toneladas de escombros.
Mo había dicho que la estructura del edificio se había derrumbado cuando
intentaba salvar a unos niños. Y no dudaba que habría dado su vida por ellos.
—Kelsey —susurró, mientras tomaba su mano—. Cariño, lo siento tanto...
Coop no estaba acostumbrado a llorar, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Coop? ¿Cooper?
Al oír su voz, el corazón de Coop empezó a latir más deprisa.

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—Estoy aquí —murmuró, apretando su mano con más fuerza—. Estoy aquí.
Sin embargo, Kelsey no respondió. Seguía dormida, murmurando en sueños,
sin saber que se encontraba con ella.
Coop siguió acariciando su mano con suavidad. Ya tendrían tiempo para
hablar. De momento se contentaba con estar allí y observarla, sabiendo que se
encontraba bien.
Pero Kelsey se movió de repente. Antes de que se diera cuenta, su ex esposa lo
miraba con sus preciosos ojos azules.
—¿Coop? —preguntó en un murmullo.
—Hola, cariño.
—Oh, Coop... —dijo, emocionada—. Dime que eres tú, de verdad. Dime que no
es otro sueño.
—Soy yo —susurró.
—Me alegro tanto de que hayas venido...
Kelsey lo agarró por la manga y tiró de él, de tal forma que tuvo que inclinarse
sobre la cama.
—Yo también me alegro. Me has dado un susto terrible.
—Oh, Coop, te amo tanto...
La súbita declaración de amor lo estremeció. Los médicos se habían equivocado
al pensar que podía recobrar la memoria al verlo. Se comportaba como si aún
estuvieran casados.
—Kelsey...
Coop se sentía muy mal. Kelsey parecía muy vulnerable, y él estaba obligado a
engañarla por su bien.
—Abrázame, Coop. Abrázame con fuerza.
—Kelsey...
Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en la mejilla. Se sintió
catapultado hacia el pasado, hacia su matrimonio, cuando abrazarla era lo más
natural del mundo.
—Te he echado tanto de menos... Te amo.
De forma instintiva, Coop la besó. Fue un beso cálido y dulce, pero bastó para
que su cuerpo reaccionara al instante. Se había mostrado de acuerdo en comportarse
como si nunca se hubieran separado, pero no estaba preparado para aquello. Una
parte de él no había sido capaz de olvidarla ni de olvidar el amor que habían
compartido.
—Yo también te amo.

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Volvió a besarla. Sabía que aquella farsa iba a resultar muy difícil, como sabía
que no la estaba siguiendo por las razones que creía. Hacerse pasar por su esposo era
muy fácil. Lo difícil era recordar que sólo estaba actuando.
—Deja que te mire —declaró ella.
Coop se apartó y se puso tenso al sentir sus manos en las mejillas. Se preguntó
si, de algún modo, notaría que algo había cambiado. A fin de cuentas no tenía el
mismo aspecto.
—Pareces cansado... seguro que no has dormido en varios días.
—Sí, tienes razón —confesó con un suspiro—. Pero eres tú la que tienes que
descansar. Duérmete otra vez, cariño.
—No quiero dormir. Me paso el día durmiendo. Además, no quiero que vuelvas
a desaparecer.
—Te prometo que no iré a ninguna parte. Lo siento, pero estás atrapada
conmigo.
Kelsey sonrió.
—Ya me siento mejor...
Coop cerró los ojos durante uno segundos.
—Me alegro mucho. Pero ahora dime cómo te sientes, realmente.
Kelsey no quería confesar que le dolía mucho la cabeza, y la pierna, así que
mintió.
—Bien. De verdad. Sobre todo ahora que estás conmigo. Pero... ¿cómo han
conseguido encontrarte?
—¿Encontrarme?
—Sí. Le dije a papá que si Doris no sabía dónde estabas, nadie lo sabría.
—Ah, eso… estuve participando en las tareas de rescate. La tormenta me
mantuvo ocupado y no pude oír los mensajes del contestador hasta hoy.
—Ah, sí, la tormenta...
Coop vio que fruncía el ceño al recordarlo. Siempre lo fruncía cuando algo la
preocupaba.
—Cortó todas las comunicaciones —explicó, intentando aparentar
normalidad—. He venido en cuanto lo supe.
—Sabías que estaría esperándote —sonrió con tristeza.
—Sí —asintió—, lo sabía.
—¿Has hablado con el médico?
—Sí, hablé con el doctor Cohen antes de entrar.
—Entonces, ya lo sabes. Sabes lo de la pérdida de memoria.

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Kelsey no tuvo que confesarle lo asustada que estaba; se notaba en sus ojos, y en
su voz. Coop se inclinó y tomó sus manos.
—Sí, hemos hablado sobre ello.
—No es nada preocupante —declaró la mujer, intentando parecer
convincente—. Me pondré bien. El doctor Cohen ha dicho que me recuperaré, así que
no tienes que preocuparte. Dentro de poco, lo recordaré todo.
Coop notó el pánico en su voz, de modo que intentó tranquilizarla.
—No pienses ahora en eso. El médico ha dicho que, ante todo, necesitas
descansar. Ya hablaremos de ello por la mañana. Ahora, quiero que cierres los ojos y
que duermas. Pareces muy cansada.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas. Estaba exhausta y se sentía muy
débil.
—Odio todo este asunto —confesó—. Odio sentirme tan inútil.
—No eres inútil, y te sientes débil porque necesitas descansar. Concédete un
poco de tiempo y recobra tus energías.
Kelsey pareció tranquilizarse, aunque Coop notaba su tensión. Estaba
aterrorizada y hacía verdaderos esfuerzos para contener su miedo.
—Conseguiremos salir de esto —declaró, para animarla—. Todo saldrá bien.
—Pero es tan horrible... Me asusta. Algunas cosas no tienen sentido. Hay
muchos detalles que no puedo recordar, y me siento sola. ¿De qué tengo tanto
miedo?
Coop la abrazó. En aquel momento le pareció lo más natural del mundo.
Acarició su cabello y murmuró palabras de ánimo. Necesitaba apoyo, necesitaba
cariño. En aquel momento carecía de importancia lo que fuera o no fuera real. Debía
apoyarla.
—Sólo estás asustada porque estás cansada —susurró—. Tienes que dormir. Te
prometo que te sentirás mejor mañana por la mañana. Ya verás, todo saldrá bien.
Estaré aquí, contigo, y a partir de ahora todo irá bien.
Kelsey había empezado a temblar, pero el temblor desapareció poco a poco.
Coop notó que se relajaba.
—No me dejes, Coop. No me dejes sola.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
Coop dudó antes de contestar.
—Lo prometo.
—No se lo digas a nadie, ¿quieres? No le digas ni a mi padre ni a mis hermanos
que estoy asustada, que he estado llorando.
Coop sonrió y acarició su cabello. Aquella petición era muy típica de ella.

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—Será nuestro secreto —murmuró, emocionado.


Kelsey se quedó dormida en sus brazos. Coop prefirió no pensar en lo bien que
se sentía allí, abrazándola. No podía arriesgarse a analizarlo; no quería pensar por
qué no había estado con ninguna otra mujer desde el divorcio, por qué no había
iniciado una nueva vida, tal vez con otra persona. Aquél no era el momento más
adecuado para especular sobre ello.
Había dado su palabra; había prometido que haría lo que fuera necesario para
que se recobrara. Ya tendría tiempo más tarde para considerar el acierto o desacierto
de la decisión que había tomado. De momento, le alegraba estar a su lado,
abrazándola, apoyándola.
Permaneció sentado en la oscuridad, escuchando la tranquila respiración de su
ex esposa y los diversos sonidos de los aparatos médicos. Kelsey sufría de amnesia
parcial, pero él mismo tenía serias lagunas en su memoria, Había olvidado lo que se
sentía al saber que Kelsey lo necesitaba. Había olvidado que podía animarla
simplemente con su presencia.
Kelsey se apretó contra él y murmuró su nombre en sueños. Coop dejó de
acariciar su cabello. Ya no estaban casados, y tenía que recordarlo. Debía limitarse a
mantener la farsa para no poner en peligro su recuperación.
Se apoyó en el respaldo metálico de la cama. De repente, se sentía bastante
inquieto. No quería pensar en lo que sucedería cuando recobrara la memoria; no
quería pensar en su posible reacción. Cuando pasara la amnesia, tal vez se
preguntara por aquella noche; tal vez recordara cómo la había besado, y abrazado, a
pesar de que ya no estaban casados.
Kelsey volvió a murmurar su nombre.
Coop besó su cabello y susurró palabras de ánimo. No sabía cuál sería la
reacción de Kelsey cuando llegara el momento. Cabía la posibilidad de que apreciara
lo que había hecho por ella. Pero también que quisiera alejarse de él, y para siempre.

—No es tan importante.


—¿Que no es tan importante? —preguntó Kelsey, cruzándose de brazos—. Me
estás diciendo que vendí mi coche, y yo no lo recuerdo. ¿Te parece que es poco
importante?
Coop dejó su taza de café en la mesita, deseando poder empezar de nuevo la
mañana. Se había quedado en la habitación de Kelsey un buen rato, hasta que
finalmente fue a buscar a Mo a la sala de espera, donde habían pasado la noche. Justo
antes del amanecer, cuando Mo se marchó a casa para afeitarse y tomar una ducha,
Coop regresó al dormitorio de Kelsey, que despertó poco después.
Resultaba evidente que se sentía mejor. Había recobrado el color y parecía
mucho más tranquila. Todo iba bien hasta que salió el tema del viejo coche.

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Aún recordaba el día que se lo llevaron. Kelsey había estado protestando toda la
mañana. Había comprado el vehículo cuando estaba en la universidad y se negaba a
que lo remplazaran por otro. Cuando por fin se estropeó, seis meses antes de que se
divorciaran, Cooper casi se alegró. Esperaba que el nuevo coche que le había
regalado la animara un poco; incluso que mejorara su relación. Pero se equivocó.
—No quería decir eso.
—Entonces, ¿qué querías decir?
—Sólo pretendía decir que no deberías preocuparte por eso.
—Pues me preocupa. Me encantaba ese coche. ¿Cómo es posible que lo haya
vendido y que no lo recuerde?
—No lo vendiste. Estaba viejo y sencillamente dejó de funcionar. Teníamos que
comprar otro.
Kelsey sabía que se estaba excediendo, que se había puesto histérica, pero no lo
podía evitar.
—Tal vez podrían haberlo arreglado.
—Kelsey, estaba muy mal. Tendrían que haber cambiado todo el motor. Sólo
servía para chatarra.
Coop se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho.
—¿Para chatarra? ¿Quieres decir que lo vendí para que lo convirtieran en
chatarra?
Coop se acercó. Estaba tan inquieta, tan agitada, que se sentía muy impotente.
Había pasado tanto tiempo desde el asunto del coche que todo aquello le parecía
irreal. Tuvo que recordarse que para Kelsey no habían pasado dos años.
—Si te sirve de consuelo, fue idea mía —confesó—. Tú no querías desprenderte
de él.
—No lo recuerdo. ¿Cómo es posible que no recuerde algo así? —preguntó,
nuevamente asustada.
Coop se emocionó. Aún tenía que recordar muchas cosas, y no muy buenas.
—El médico dice que es normal que no recuerdes algunos detalles. Lo del coche
sólo es uno más.
—¿Uno más? —preguntó, enojada—. Haces que parezca como si sólo hubiera
olvidado apuntar algo en la lista de la compra. He olvidado casi todo lo referente a
un largo periodo de mi vida, maldita sea. Y quiero recordarlo.
—Lo sé. Ya también quiero. Pero enfadarte y entristecerte no te ayudará a
recobrar la memoria.
—Entonces, ¿qué me hará recordar? Dímelo y lo haré. Sea lo que sea.
Kelsey tenía grandes problemas para recordar, pero a Coop no le sucedía lo
mismo. Recordó sus enfados, la manera que tenía de luchar cuando se sentía

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acorralada. Siempre había sido una mujer muy apasionada, en contraposición a su


natural equilibrio.
—Digamos que sólo tienes que «llenar» unos cuantos huecos.
—Es fácil decirlo —suspiró.
El enfado de Kelsey había desaparecido con rapidez, y una vez más notaba el
miedo en sus ojos.
—No es tan complicado. Yo te ayudaré a recordar poco a poco, hasta que lo
recuerdes todo.
Kelsey se tranquilizó al oír sus palabras. Coop pensó que no tenía razones para
sentirse alegre, teniendo en cuenta lo que pasaría cuando recobrara la memoria, pero
a pesar de todo se alegró. Deseaba ayudarla.
—¿Eso crees?
—Por supuesto que sí —declaró, con confianza.
—Sé que estoy resultando una terrible molestia. Lo siento.
La idea de que se disculpara lo incomodó.
—No insistas con eso. No hay razón para que te sientas culpable.
—Pero debo disculparme por comportarme como una niña malcriada.
—Bueno —bromeó—, es cierto que a veces te excedes un poco.
—Lo digo en serio —insistió ella—. Estás cansado y has pasado unos días muy
malos. Y sin embargo, te ves obligado a estar aquí, conmigo. Mientras tanto, yo no
soy capaz de hacer otra cosa que llorar sobre tu hombro y enfadarme.
Coop sabía muy bien lo mucho que la avergonzaba llorar. A los ocho años se
había convencido de que debía ser fuerte para ayudar a su familia, y cometía el error
de creer que llorar era una debilidad.
—Ahora que lo pienso, es cierto. Estás insoportable —bromeó de nuevo—.
Deberías disculparte. Cualquiera diría que estás en un hospital, padeciendo de
amnesia, o algo así.
Kelsey rió.
—Se supone que tienes que llevarme la contraria.
—Ah, ¿sí?
—Sí. Se supone que debes decir que me equivoco, que soy encantadora y que
estar conmigo es muy agradable.
—En otras palabras, quieres que mienta.
A pesar de su debilidad, Kelsey lo tomó por la camisa y tiró de ella para atraerlo
hacia sí.
—En realidad, sólo quiero una cosa: te quiero a ti.

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Coop la miró a los ojos. De repente, todo había cambiado. Las bromas habían
dejado paso a algo más, y la frontera entre el pasado y el presente empezaba a
difuminarse.
—¿En serio?
—En serio —respondió, antes de besarlo—. Comparado con lo que siento, la
amnesia no tiene importancia. Te recuerdo a ti, y eso es lo único que importa. Coop...
quiero que hagamos el amor.

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Capítulo 4
LAS PALABRAS de Kelsey lo emocionaron tanto que, durante unos segundos,
Coop experimentó un intenso miedo.
Aquello no formaba parte del trato que había hecho con Mo y con el doctor
Cohen. Era algo muy distinto a ayudar a una amiga. Se trataba de un asunto muy
serio, demasiado personal e íntimo para incluirlo en la farsa.
Sin embargo, lo miraba con verdadero amor. Tuvo que apartar la vista, porque
sabía que un día recobraría la memoria y comprendería que aquel amor había
muerto años atrás. Abrazarla en la oscuridad era una cosa; hacer el amor, y a plena
luz del día, era otra.
—¿Aquí? —preguntó, inseguro—. ¿En la cama de un hospital?
Kelsey rió y arqueó una ceja.
—Lo hemos hecho en lugares mucho más extraños.
—Sí, pero no cuando estabas recuperándote de un grave accidente.
—¿Te preocupa que no sea capaz de hacerlo? —preguntó, sonriendo.
Coop intentó encontrar una excusa, a toda velocidad.
—No deberías tentarme con algo así. Sobre todo porque no puedo aceptar —
declaró al fin, muy nervioso—. Tendrás que seguir con tu vida sedentaria durante
una temporada. Son órdenes del médico.
—¿El doctor Cohen ha dicho eso?
—Sí, anoche —mintió.
Kelsey entrecerró los ojos.
—¿Y qué más dijo que no me hayas dicho?
—Nada más —contestó, sorprendido por la pregunta.
—Cooper... ¿me estás ocultando algo?
Había montones de cosas que le estaba ocultando, pero obviamente no podía
decírselas, así que intentó distraerla ofreciéndole un bocado de la bandeja en la que
habían servido el desayuno.
—¿Por qué dices eso?
—Porque tu expresión es muy extraña.
—¿Mi expresión? —preguntó él, rígido—. ¿Qué expresión?
—Esa expresión. ¿Qué me estás ocultando, Coop? ¿Te han dicho algo que deba
saber? ¿Algo que no sepa? Si es así, exijo que me lo cuentes todo. Quiero saberlo,
ahora mismo.
Coop dejó la comida en la bandeja y respiró profundamente. En los cuatro años
que había estado casado con ella no había mentido nunca, ni siquiera una vez. Y en
menos de doce horas se veía obligado a mentir y a engañarla casi de forma constante.

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Intentaba convencerse de que estaba haciendo lo correcto, pero se sentía culpable.


Una mentira era una mentira, bajo cualquier punto de vista.
La miró y notó la tensión en sus hombros y el enfado en su gesto. Por mucho
que le disgustaran las mentiras, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que se
recuperara. La amnesia la asustaba y sabía que no volvería a tener un momento de
paz hasta que recobrara, totalmente, la memoria. Así que se inclinó sobre ella, puso
un dedo bajo su barbilla y dijo:
—Si hubiera algo más, te lo diría. Si me comporto de forma extraña o
sospechosa sólo es porque... porque he estado a punto de perderte. No quiero hacer
nada que ponga en peligro tu recuperación. Y si eso significa que no podremos hacer
el amor durante una temporada, esperaremos.
Kelsey lo miró y suspiró, aliviada.
—Lo siento —gimió, moviendo la cabeza—. No sé qué me ocurre. Desde que
desperté del coma tengo la impresión de que las cosas son... diferentes. Sospecho de
todo. Lo siento de verdad.
En aquel momento le habría gustado inclinarse sobre ella para besarla, pero su
disculpa hizo que se sintiera tan culpable que prefirió seguir bromeando para pasar
el mal trago.
Si no dejas de disculparte, seré yo el que empiece a sospechar de todo. Y ahora,
termina de desayunar o subiré en mi helicóptero y me marcharé a casa.
Kelsey sonrió.
—Marcharse a casa... qué maravilla. Ardo, en deseos de volver. ¿He dicho ya
que odio estar aquí?
—Una o dos veces —contestó con ironía.
Coop tomó un poco de café y la observó mientras charlaba y comía. Aún no
eran las nueve de la mañana y ya estaba exhausto. Había sido una mañana bastante
intensa.
Tendría que andar con mucho más cuidado en el futuro, si quería evitar
situaciones tan problemáticas. Ni siquiera recordaba por qué había salido el tema del
coche. Kelsey había mencionado algo sobre el helicóptero y él había mencionado algo
sobre el coche; antes de que se diera cuenta, estaban sumidos en una discusión que
ya habían mantenido años antes.
Cuando terminó el café, tomó la cafetera para rellenar las dos tazas. Necesitaba
más cafeína para animarse. Aunque lo que en realidad quería era la cabeza del doctor
Cohen, y en un bandeja.
El buen doctor había olvidado mencionar que ayudar a Kelsey no iba a resultar
tan sencillo. Kelsey se había intranquilizado tanto con el asunto del coche que no
quería pensar en lo que sucedería cuando supiera otras cosas.
Sin embargo, la mañana no había resultado un desastre absoluto. Había
aprendido algo importante. Tendría que ser mucho más cuidadoso a partir de
entonces, si quería que aquel plan funcionara.

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—Cooper ha dicho que te enfadaste un poco esta mañana.


Kelsey miró a la mujer que estaba sentada en la silla, junto a la cama. No estaba
de humor para charlar y tampoco le apetecía mentir, pero no tenía otra opción.
—No me enfadé.
La psiquiatra, Gloria Crowell, dejó su libreta en su regazo y miró a Kelsey por
encima de las gafas que llevaba.
—¿De verdad?
Kelsey respiró profundamente al notar el escepticismo de su tono de voz.
—Bueno, es posible que me enfadara un poco. ¿Tan importante es?
—¿Te apetece contármelo?
—No.
—¿Por qué no?
—Malditos psicólogos... os odio —gimió.
—Si tuvieras que estar con una paciente difícil no dirías lo mismo.
—De acuerdo, de acuerdo, supongo que tiene razón.
—Bien. Entonces... ¿qué te parece si hablamos sobre lo que ha ocurrido esta
mañana? ¿Qué te molestó tanto?
—¿Que al parecer vendí mi coche como chatarra, y ni siquiera lo recuerdo?
—¿Crees que fue eso lo que te molestó?
—¿Tú no?
La doctora Crowell sonrió.
—Te recuerdo que yo soy la «maldita psicóloga». Soy yo la que contesta con
preguntas.
Kelsey no pudo evitar sonreír, a pesar de sí misma.
—Y lo haces muy bien.
—¿De verdad?
Kelsey alzó los ojos, desesperada.
—Si no me hubieras molestado antes empezarías a hacerlo ahora, con tantas
preguntas.
—Ah, ¿sí? ¿Por eso evitas contestarlas?
—No evito nada —respondió, irritada.
—¿No?

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—¡No! —contestó—. Mira, sé que has venido desde Santa Bárbara, pero ¿no
podríamos dejar esto para otro momento? Te dije ayer que no estaba preparada. No
me apetece hablar. No me apetece que analicen mi mente.
—Lo comprendo —dijo la doctora, sin moverse del sitio—. Podemos hacerlo
cuando prefieras. Sólo tienes que llamar a la enfermera. Pero pensé que ya que estaba
aquí, y que...
—¿Y que estaba tan enfadada? —preguntó Kelsey, con sarcasmo.
La doctora Crowell se inclinó hacia delante.
—No sé cómo estabas antes. Pero ahora sí pareces enfadada.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas, a su pesar.
—Bueno, puede que lo esté. Pero, ¿por qué le parece tan importante a todo el
mundo? ¿Por qué no podéis dejarme en paz? —preguntó, mientras empezaba a
llorar—. Me siento impotente. No dejo de molestar a todo el mundo, y me paso el día
llorando. ¿Por qué no puedo dejar de llorar? Desde que desperté del coma, no he
dejado de hacerlo.
—¿Eso te parece un problema?
—No lo comprendes. Yo no lloro. No lloro nunca. Nunca.
—Puede que ahora lo necesites —observó—. Tal vez deberías dejar de
controlarte tanto.
Kelsey levantó un poco la cabeza y la miró.
—No quiero hacerlo. Yo no lloro. Pero ahora todo parece tan... distinto...
—¿Distinto? ¿A qué te refieres?
—No sé. Todo parece diferente. Tengo la impresión de que las cosas no eran así
antes del accidente, antes de que despertara y descubriera que había perdido parte
de mi memoria, una enorme parte de mi vida.
—¿Y qué es lo que quieres? ¿Te gustaría que las cosas fueran como antes?
Kelsey miró a la psicóloga y empezó a temblar. Deseó gritar y pedirle que se
marchara de allí, pero también deseaba arrojarse a sus brazos y dejarse llevar por las
lágrimas.
—No sé lo que quiero —confesó—. No sé lo que me está pasando. Nada parece
normal. Nada tiene sentido... nada, excepto Coop. Estar con él es lo único real. Nadie
comprende lo que estoy pasando. Nadie más entiende que tengo una especie de
agujero negro en mi vida, un agujero profundo y terrible que...
La doctora Crowell esperó, mientras la observaba. Sabía muy bien que le
costaba hablar, y mucho más expresar sus sentimientos.
—Te asusta, ¿verdad?
—Me aterra.
La psicóloga se inclinó hacia delante, tomó su mano y dijo:

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—Te aseguro que intentaré comprenderlo. Y si me lo permites, creo que puedo


ayudarte.
—¿Cómo?
—Habla conmigo. Cuéntame cómo era tu vida antes del accidente.
Kelsey miró a la doctora que le habían recomendado, a la especialista que le
ayudaría a recobrar la memoria. Era una mujer atractiva, con carácter, no
precisamente el tipo de persona adorable en cuyo hombro apetecía llorar. Sin
embargo, había algo amistoso en ella. Algo que hacía que deseara abrirse y confesar
sus frustraciones.
Antes de que se diera cuenta, estaba hablando por los codos. Durante hora y
media repasó su infancia, habló de sus hermanos y de sus hermanas y de la pérdida
de su madre. Le explicó que siempre había querido ser enfermera, para ayudar a la
gente, y le contó todo lo relativo a las pesadillas que tenía. Pero sobre todo, habló de
Coop.
No sabía si sería una experta en casos de amnesia, pero sabía escuchar. Cuando
por fin terminó de hablar, se sentía exhausta.
—Bueno, para ser alguien que no quería hablar lo he hecho bastante bien —dijo,
con una sonrisa irónica—. Siento haberme portado tan mal antes. Estaba de mal
humor.
—No es necesario que te justifiques —dijo, mientras guardaba sus notas en el
maletín—. Además, los retos me encantan. ¡Ni siquiera me has dejado hablar!
Kelsey rió, pero su risa desapareció de inmediato, sustituida por el nerviosismo.
—¿Y bien? ¿Qué te parece?
—¿A qué te refieres?
—A lo que te he contado. ¿Sirve de algo? ¿Estoy loca? ¿Crees que recobraré la
memoria?
—¿Quieres recobrarla?
—Oh, más preguntas no, por favor. Por una vez, limítate a contestar.
La doctora cerró el maletín y se levantó.
—Con estas cosas nunca se sabe. Pero he aprendido algo en veinte años como
psicóloga. En muchos casos, una persona puede conseguir todo lo que desee si lo
desea con suficiente fuerza. Si deseas recordar, recobrarás la memoria cuando estés
preparada.
Kelsey sonrió.
—Gracias.
Observó a la psicóloga hasta que salió de la habitación. Después, pulsó el botón
de la cama para que volviera a colocarse en posición horizontal. Miró al techo y
pensó en la conversación que habían mantenido.

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En realidad, la psicóloga no había dicho gran cosa. Se había limitado a guiarla


hacia la dirección que deseaba. No estaba segura de que la sesión hubiera servido
para mejorar su amnesia, pero se sentía mucho mejor.
Cerró los ojos, cansada, y pensó en Coop. Estar con él la animaba más que
ninguna sesión. Cuando se encontraban juntos tenía la impresión de que nada malo
podía ocurrir; no había nada que no pudieran lograr estando unidos.
Sin embargo, la dominaba un extraño sentimiento de pérdida. Sospechaba que
había olvidado algo muy importante, y deseaba recordar.
Pero estaba demasiado cansada para esforzarse en aquel momento. Se rindió a
la calidez y a la seguridad del sueño mientras intentaba convencerse de que la
tristeza y el sentimiento de pérdida desaparecerían cuando recobrara la memoria.
Mientras tanto tenía una vida y estaba con el hombre que amaba. Era lo único
importante.

—Sólo han pasado cuatro días —dijo Cooper, enfadado—. Dijo que tendría que
quedarse al menos una semana en el hospital.
—Sé muy bien lo que dije, y créame, nos gustaría que siguiera aquí —insistió
Cohen, haciendo un gesto hacia los dos médicos que lo acompañaban—. Pero usted
mismo ha hablado con ella y sabe lo que siente. Está decidida a volver a casa.
—Ustedes son los médicos. ¿No pueden convencerla? Díganle que tienen que
hacer pruebas, o algo así. No sé, cualquier cosa.
Vince Hamilton, el traumatólogo, se inclinó sobre la mesa y dijo:
—No podemos impedir que se marche, señor Reed. Además, es enfermera y
sabe muy bien cuál es el procedimiento en estos casos. Sabe que en su casa
descansará mejor que aquí. La doctora Crowell puede seguir con sus sesiones en
cualquier parte, y como traumatólogo le recuerdo que no tendrá que empezar con la
rehabilitación de la pierna hasta que le quitemos la escayola, dentro de un mes.
Coop se volvió hacia Mo, desesperado.
—¿No puedes convencerla de lo contrario?
Mo negó con la cabeza.
—Ya sabes lo que pasa cuando se le mete algo en la cabeza. Y te aseguro que
está decidida a volver a casa.
Coop se pasó una mano por el pelo. Acababa de volver a Santa Inés aquella
mañana y no estaba preparado para la noticia. Había tenido que ir a Santa Bárbara el
día anterior para charlar con Doris, encargarse de la contratación del nuevo piloto y
comprobar que todo estaba bien en la casa. El cambio de aires le había sentado
bastante bien. De hecho, había regresado mucho más animado. Pero su tranquilidad
sólo duro hasta que supo que iban a dar el alta a Kelsey.

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Miró a los médicos. Estaba furioso con ellos y detestaba que lo hubieran
convencido para participar en aquella farsa.
—¿Y ha pensado alguno de ustedes en lo que vamos a hacer ahora? ¿No les
parece que ha llegado el momento de «cambiar» de tratamiento?
—Ojalá pudiéramos hacerlo ahora —dijo el doctor Cohen—. Y no creo que
empezar con insinuaciones irónicas sirva de nada.
—Oh, claro... insinuaciones irónicas. Ya veo que no le agrada que cuestionen su
buen juicio.
—Tenemos que evitar nuestras diferencias. Por el bien de Kelsey.
—Ah, sí, por el bien de Kelsey —se burló, mientras se levantaba de la silla—.
Resulta muy sencillo preocuparse tanto por el bien de Kelsey, sobre todo cuando no
es usted el que se ve obligado a engañarla.
—Señor Reed —dijo el doctor Cohen, en tono razonable—, todo este asunto no
ha sido fácil para ninguno de nosotros. Pero no puede negar que ha evolucionado
muy positivamente. Mejor de lo que esperábamos. Cada día se encuentra más fuerte.
Su evolución física es extraordinaria.
—Pero no estamos hablando de su evolución física, sino de su mente.
Mannie Cohen se frotó los ojos.
—Tranquilícese, Cooper, y siéntese. Será mejor que hablemos sobre lo que
vamos a hacer ahora.
Coop se sentó. Podía sentir las miradas de los tres médicos, que observaban
cada uno de sus movimientos. Sabía que estaba excediéndose, pero no podía evitarlo.
No había resultado nada fácil hacerse pasar por su marido, recordar todo lo que
habían tenido y perdido, hacerle creer que los dos años pasados no habían existido
nunca. Tres días con ella lo habían agotado. Y no sabía qué iba a hacer si permitían
que se marchara del hospital.
El doctor Cohen abrió el historial médico de Kelsey.
—Doctora Crowell... Ha tenido la ocasión de hablar con Kelsey durante los
últimos días. Me gustaría que nos informara un poco sobre sus progresos.
La psicóloga abrió su libreta, echó un vistazo a las notas y dijo:
—Estoy de acuerdo en que la evolución de Kelsey ha sido fantástica. Es fuerte, y
mucho menos frágil, emocionalmente, de lo que me pareció en nuestra primera
sesión. Pero aún tiene un largo camino que andar.
—¿Física, o emocionalmente? —preguntó Mo.
—Físicamente está muy bien. Pero emocionalmente aún tiene que enfrentarse a
muchos obstáculos.
—Hace que parezca que es mentalmente inestable —intervino Cooper, cansado
de los médicos y de sus teorías—. He estado con ella, casi todo el tiempo, durante los
últimos tres días. Y creo que Kelsey es una de las personas más equilibradas que
conozco.

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—Desde luego que sí. Créame, yo también pienso que Kelsey es muy
equilibrada —declaró la doctora—. Pero emocionalmente no se encuentra bien.
—¿Cómo cree que reaccionaría si le dijéramos la verdad? —preguntó Mannie
Cohen—. ¿Podría soportarlo?
Gloria Crowell se echó hacia atrás y contestó:
—Si entráramos en su habitación y le explicáramos todo lo que ha olvidado, no
afectaría a su recuperación física. Pero, en lo relativo a su estado emocional, tengo
mis dudas.
—Si admite que está mucho mejor, y más fuerte, ¿no cree que merece saber la
verdad? —preguntó Coop.
—Depende. ¿Queremos que Kelsey sepa lo que ocurrió en su pasado, o
queremos que lo recuerde? Hay una gran diferencia.
—Por lo que dice, parece que contarle la verdad sería tanto como dificultar que
pudiera recordar su pasado —comentó Coop.
—A largo plazo, creo que sería mejor que Kelsey lo recordara todo por su
cuenta. Si le contáramos todo lo que ha olvidado no la ayudaríamos a recordar, sólo
conseguiríamos incrementar su ansiedad ante hechos que no recuerda. De hecho, nos
arriesgamos que interiorice aún más la amnesia y no se recupere.
—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Mo—. ¿Seguir fingiendo para
siempre?
—No, desde luego que no. Sólo durante una temporada. De esa manera, le
daremos la oportunidad de que lo recuerde por sí misma. Tenemos que convencerla
de que es mejor que recuerde.
—¿Qué le hace pensar que no quiere hacerlo? —preguntó Coop.
Gloria Crowell sonrió.
—Es una amnesia parcial. Selectiva. Los pacientes suelen elegir
inconscientemente los aspectos de su vida que prefieren olvidar. Casi todos se
aferran a lo bueno y olvidan lo malo. Kelsey ha preferido seguir viviendo en un
tiempo de su pasado, cuando las cosas iban bien y se sentía a salvo. Todos
conocemos su vida y sabemos por qué lo ha hecho. Y no recobrará la memoria hasta
que no se convenza de que es mejor para ella.
A Coop le habría gustado poder estallar, de nuevo, y liberar la frustración que
sentía. Por desgracia, la psicóloga podía tener razón. Y Kelsey merecía tener la
oportunidad de recobrarse.
—¿Y qué hago ahora? —preguntó Coop—. ¿Llevarla a su casa? ¿Seguir
actuando como si aún estuviéramos casados? Es absurdo. No creo que sea necesario
que recuerde que Kelsey tiene amnesia, pero yo no.
Mannie Cohen decidió intervenir.
—Tal vez no sea tan complicado como piensas... aún tiene que recuperarse,
física—mente. Tiene que descansar y su actividad está considerablemente limitada.

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—Por no mencionar que aún lleva una escayola —dijo Víctor Hamilton—. Una
buena excusa para que tenga que dormir en la habitación de invitados.
Coop no podía creer que las cosas se le hubieran escapado, hasta tal punto, de
las manos. No comprendía que le pidieran algo tan absurdo e inhumano como fingir
que seguía siendo su marido y vivir con ella. Lo estaban obligando a regresar a una
época que no existía, a revivir un tiempo muy doloroso para él. En los tres días
pasados se había difuminado la barrera entre la realidad y la fantasía, entre el
matrimonio y el divorcio. Y podía desaparecer definitivamente si seguían con aquel
plan.
—Quiero ayudar a Kelsey —declaró—. Pero no sé si podré seguir con esta farsa.
—Tienes razón —intervino Mo—. No es justo, ni para ti ni para mi hija. Cuando
te pedí que la ayudaras, no pensaba que las cosas llegarían tan lejos. Creo que sería
mejor que le contáramos toda la verdad.
—Son ustedes los que deben decidirlo —dijo la psicóloga—. Si creen que es lo
más adecuado para ella, será mejor que se lo contemos tan pronto como sea posible.
—No, supongo que no —dijo Coop—. Gracias por tu intervención, Mo, pero no
podemos hacer algo así.
—Pero Cooper, no puedo pedirte que...
—Lo hago por decisión propia —respiró profundamente—. La psicóloga tiene
razón. Sólo será durante una temporada.
—No estoy seguro de que sepas realmente lo que implica ese plan. Después de
todo lo que pasó, no creo que sepas...
—Tengo una idea bastante aproximada —rió con tristeza—. Pero se trata de
Kelsey y no me queda otra opción. Y ahora, será mejor que discutamos sobre cómo
vamos a hacerlo.

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Capítulo 5
QUÉ TAL?
Kelsey probó el cinturón de seguridad y el arnés que la anclaba al asiento del
helicóptero.
—Bien.
—¿Seguro que no está demasiado apretado? Puedo aflojarlo un poco.
Kelsey lo observó mientras ajustaba el cinturón, movía el asiento y cambiaba la
posición del pesado arnés.
—Estoy bien, de verdad. No te preocupes.
Coop sabía que se estaba preocupando en exceso, pero no le extrañaba; se
encontraba muy inquieto. Preparar las cosas para su regreso a «casa» había resultado
un pequeño milagro, sólo posible gracias a la ayuda de Mo y de las hermanas de su
ex esposa. La ropa de Kelsey colgaba ahora en el armario, junto a la suya, y su cepillo
de dientes estaba en el cuarto de baño. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, la casa
no se parecía demasiado a la que había conocido cuando se divorció de él. Sabía que
preguntaría muchas cosas, y que tendría que enfrentarse a sus preguntas cuando
llegara el momento.
—Sólo quería que estuvieras cómoda.
—Será un vuelo de veinticinco o treinta minutos, nada más. Estaré bien. Pero no
entiendo por qué no dejaste que fuera contigo a Santa Bárbara ayer, cuando te fuiste.
—Porque prefería llevarte en el helicóptero. En el coche no habrías estado muy
cómoda.
—Deseaba tanto salir del hospital que me habría marchado a pie si hubiera sido
necesario.
—Tú no vas a ir andando a ninguna parte durante una larga temporada. Tienes
que descansar. Si no lo haces, te llevaré de nuevo al hospital.
Kelsey rió.
—Para eso tendrías que capturarme antes.
Coop notó el alegre brillo de sus ojos y se emocionó tanto que quiso besarla.
—Ya veo que estás muy contenta esta mañana, ¿eh?
Kelsey empezó a reír de nuevo. Pero su risa desapareció en seguida, sustituida
por un gesto más bien pensativo.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Tu pelo.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Tienes canas. Con la luz de la habitación no lo había notado. Pero a la luz del
sol se ven perfectamente.

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—Gracias por notarlo —sonrió, aunque preocupado.


—No me había dado cuenta hasta ahora...
—Pues deberías agradecer que no lo tuviera totalmente blanco después del
susto que me diste.
El tono de Coop fue bastante irónico, para rebajar la tensión. Pero no consiguió
engañarla. Kelsey tocó su cabello, lo examinó y preguntó:
—¿Tienes algún espejo por ahí?
Coop sabía perfectamente para qué lo quería.
—Oh, vamos, tú no tienes ni una cana.
—Quiero mirarme de todos modos.
—Kelsey, déjalo ya. ¿Qué importancia tiene? Te estás entristeciendo y no
entiendo por qué.
Kelsey lo miró con emoción.
—No me había dado cuenta hasta ahora. Me miré en el espejo esta mañana. Me
peiné y me lavé los dientes, pero no presté atención. Y hay tantas cosas a las que no
prestaba atención que...
Kelsey no terminó la frase. Estaba empezando a preocuparse y no quería
hacerlo. Tenía que concederse un poco de tiempo. Sabía que algún día recobraría la
memoria; hasta entonces debía encontrar una forma de vivir con la ausencia de
recuerdos. No debía deprimirse por cualquier cosa. No debía permitir que la
dominara el miedo. Sobre todo aquel día, un día maravilloso, cuando por fin
regresaba a casa.
—¿A qué viene ese gesto de tristeza?
—A nada —contestó en un murmullo—. Me inquieta enfrentarme a las cosas
que he olvidado. Ha pasado una semana desde que desperté del coma y cualquiera
diría que ya debería estar acostumbrada, pero no es así. He olvidado muchísimos
detalles, como lo de tus canas, y me siento muy insegura cuando me encuentro con
uno.
—Sólo será algo temporal —recordó—. Más tarde o más temprano recobrarás
totalmente la memoria.
—Lo sé, de verdad. Pero eso no evita que me inquiete. A veces no sé qué puedo
esperar.
Las palabras de Kelsey lo entristecieron profundamente. Creía que aún estaban
casados, y algún día recordaría que no era cierto. Cuando lo recordara, haría algo
más que inquietarse. Sólo esperaba que le concediera la oportunidad de explicar lo
sucedido.
—Creo que sería más lógico que te enfrentaras a las cosas según vayan
surgiendo, una a una. Sin preocuparte por cuestiones globales.
—¿Como el asunto de las canas?

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—Oh, vamos, te aseguro que no tienes canas —bromeó—. Soy yo el que se está
haciendo viejo.
—Qué alivio —rió Kelsey—. De todas formas, cuando lleguemos a casa me
miraré un buen rato en el espejo para ver si tengo el aspecto que creo tener.
—Si sirve para algo, te diré que estás más bella que nunca.
El apasionado tono de voz de Cooper sorprendió a Kelsey.
—Coop... te amo.
En aquel momento apareció el doctor Mannie Cohen. Se dirigió hacia el
helicóptero y preguntó:
—¿Están preparados?
—Casi —contestó Coop—. En cuanto arranque el motor, despegaremos.
El médico asintió y se volvió hacia Kelsey.
—¿Qué tal se encuentra?
—Muy bien —sonrió.
Kelsey se volvió hacia él, y al hacerlo sintió un intenso dolor en la pierna.
—Bueno, tal vez no tan bien —añadió.
—Supongo que no será necesario que recuerde que debe tomarse las cosas con
calma...
—No, no es necesario —dijo Kelsey.
El médico le dio el sobre que llevaba en la mano.
—Lo necesitará. Son los papeles del alta. Oficialmente, acabamos de echarla del
hospital —bromeó.
Kelsey miró los documentos y miró al médico.
—Muchas gracias. Se han portado muy bien conmigo.
—De nada. Gracias por permitir que lo hiciéramos. Pero recuerde que debe
descansar durante una semana y mantener cualquier tipo de actividad al mínimo.
—De acuerdo.
—Seguiré los progresos que haga con la doctora Crowell. Y si me entero de que
no está haciendo lo que debe, tendrá que enfrentarse conmigo.
—Oh, no —dijo con ironía.
—Coma bien y duerma bastante. Y venga al hospital cada tres semanas.
—De acuerdo, de acuerdo... Sabe de sobra que sé lo que tengo que hacer.
—Sí, y ambos sabemos que los pacientes tienden a olvidar las recomendaciones
de los médicos.
—No se preocupe. Yo no lo olvidaré. Además, ya se encargarán varias personas
de recordármelo —dijo, mirando a Coop.

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—Sí, ya lo imagino. Es un gran hombre.


—Lo sé —bromeó, aprovechando que Coop había salido del helicóptero para
hacer las últimas comprobaciones—. A veces pienso que soy la mujer más afortunada
del universo.
—¿Y las otras veces?
—Las otras veces estoy completamente segura de ello.
El doctor Cohen se acercó a ella, apretó su mano y dijo:
—Buena suerte. Prométame que me llamará si me necesita.
—Desde luego. Y muchas gracias de nuevo.
El médico se alejó de Kelsey y se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba
Coop.
—Tiene buen aspecto —comentó—. Su influencia está resultando muy benéfica.
Coop respiró profundamente y negó con la cabeza.
—Esperemos a ver si dice lo mismo cuando la vea dentro de tres semanas. No
estoy seguro de que sea capaz de hacerlo.
—Mire, yo no sé lo que ocurrió entre ustedes. No sé lo que pasó con su divorcio,
pero los he observado y creo que...
—Tiene razón, doctor —lo interrumpió—. No sabe lo que pasó.
—De todas formas, Kelsey lo miró con amor. Y el amor no es algo que varíe una
simple amnesia.
Coop apretó los puños.
—Maldita sea, doctor, no insista —declaró en voz baja—. Tengo que alejarme de
todo esto. Kelsey recobrará la memoria y las cosas volverán a ser como eran antes del
accidente. No cambiará nada.
—Tal vez sí y tal vez no. Hasta es posible que... bueno, nunca es tarde para una
segunda oportunidad.
Coop miró al médico. No quería escuchar suposiciones. Había pasado dos años
pensando sobre lo ocurrido, pensando sobre las decisiones que se había visto
obligado a tomar.
El médico tenía buenas intenciones, pero no sabía lo que había pasado. Cohen
no había contemplado personalmente cómo moría, poco a poco, el amor que sentía
por él. Recobraría la memoria y más tarde o más temprano tendrían que enfrentarse
con una dolorosa verdad: que ya no lo amaba.
—Sé que su intención es buena, pero no quiero volver a pasar por lo que ya
pasamos. De todas formas, debo darle las gracias por lo que ha hecho, a pesar de que
en alguna ocasión no me haya comportado muy bien.
El médico asintió y estrechó su mano.

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—Si le sirve de algo mi opinión, está haciendo lo mejor para Kelsey. Hace falta
mucho valor para actuar de ese modo.
—¿Valor? No lo creo. En lo relativo a Kelsey siempre me dejé llevar.
El médico se alejó entonces. Coop lo observó durante unos segundos antes de
regresar al helicóptero. Pensó en lo que sucedería durante las siguientes semanas.
Debía recordar, en todo momento, que se trataba de una simple farsa para ayudar a
Kelsey. No podía engañarse a sí mismo.
Cuando entró en la cabina del aparato, la mujer comentó:
—Es un buen médico. Tengo mucha suerte.
—Sí, bueno, supongo que todos tenemos suerte de vez en cuando —murmuró.
—Sé que hemos trabajado juntos en alguna ocasión, aunque no recuerdo
cuándo, ni dónde. Pero, como tú mismo has dicho, será mejor que no me preocupe
por esas cosas ahora.
—¿Lo ves? ¿A que no ha resultado tan difícil? —sonrió—. En fin, ¿estás
preparada?
—¿Tú qué crees? —rió—. Y ahora que lo pienso, recuerdo que estábamos
intentando hacer todo lo posible para tener una familia cuando tuve el accidente.
Recuerdo que queríamos tener hijos, y supongo que eso no ha cambiado, ¿verdad?
El corazón de Cooper empezó a latir más deprisa. Algunas mentiras resultaban
mucho más difíciles que otras. Y aquella era terrible.
—No —contestó—. No ha cambiado.
Kelsey se inclinó para besarlo y Coop se lo permitió. Pero no hubo ninguna
alegría en el suave beso. Estaba demasiado triste, y se sentía demasiado culpable.
Intentó convencerse de que, en realidad, no había mentido; de que el deseo de tener
descendencia no había cambiado. Algún día recordaría la verdad y sabría que no
podía tener hijos.
—Venga, llévame a casa —murmuró ella.
Coop asintió y empezó a pulsar todo tipo de botones en la cabina. Al cabo de
unos segundos se dirigían a casa, al lugar que habían soñado llenar con niños. Pero
las habitaciones estaban vacías, oscuras, sin vida, como el futuro.
El gesto de Kelsey era tan alegre y tan esperanzado que a Coop le habría
gustado poder olvidar, también, parte de sus recuerdos. Los ojos de su ex esposa
brillaban con la promesa de lo que podría ser. Él, en cambio, se sentía viejo y cansado
porque ya sabía que aquellos sueños no valían nada.

—¿Lo hemos redecorado?


—Sí —contestó Coop—. Empezamos a cambiar la decoración hace tiempo.
—¿Hace tiempo? —preguntó, incrédula—. ¿Hace cuánto tiempo?

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—No lo sé —respondió, mientras empujaba la silla de ruedas de Kelsey—. Hace


tiempo, no recuerdo cuánto.
Kelsey miró el comedor. Aquélla no era la casa que recordaba, el hogar que
habían levantado juntos.
—No recuerdo que lo mencionaras antes. ¿Por qué no dijiste nada?
—No lo sé —respondió, algo irritado—. Sencillamente, no lo pensé. Tenía otras
cosas en la cabeza.
—¿Pensaste que lo recordaría? —preguntó con sarcasmo.
Coop cerró los ojos. Odiaba aquella situación. No habían cambiado la
decoración, juntos. Era otra mentira para que encajaran las piezas de la farsa. Pero no
tenía más opción. No podía decirle la verdad y debía encontrar una excusa para
explicar la relativa ausencia de muebles y objetos.
—Tienes razón —suspiró, cansado—. Debí comentártelo.
—Lo siento.
—No te preocupes —dijo, tomando su mano—. No es culpa tuya. Me ha
sorprendido, eso es todo. No lo esperaba.
Coop se apartó y se dirigió hacia la puerta. No quería ver la emoción en sus
ojos; no quería ver el remordimiento, ni el arrepentimiento. Odiaba la situación,
especialmente cuando Kelsey se sentía culpable, cuando se disculpaba como si fuera
ella la que estuviera mintiendo todo el tiempo.
—Iré a buscar el resto de las cosas —murmuró él.
Kelsey miró a su alrededor. Cuando Coop regresó a la casa, con una maleta y
varias bolsas, su ex esposa dijo:
—Está tan vacía... ¿Qué ha pasado con nuestras cosas?
—No está vacía —dijo—. Aún tenemos muchas cosas.
—¿De verdad? —preguntó con escepticismo.
—Claro que sí. En el dormitorio y en el salón. Pensábamos cambiar toda la
decoración, pero estamos tardando más de lo que esperábamos. Ya sabes, hay que
pintar y empapelar.
—¿Y dónde está el resto de los muebles? —preguntó con curiosidad—. ¿Dónde
está el sofá? Oh, Dios mío... ¿dónde está el armario de mi madre? No me digas que lo
tiré. Era todo lo que me quedaba de ella.
—No, no, no lo tiraste... —corrió a contestar, mientras intentaba encontrar una
excusa—. Es que están arreglándolo.
—¿Arreglándolo?
—Sí.
Coop no estaba seguro de que la excusa hubiera resultado creíble, pero al
parecer funcionó.

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—Menos mal —suspiró ella—. Lo del coche ya era bastante malo, pero si le
hubiera ocurrido algo al armario de mi madre... me habría vuelto loca.
Cooper se sintió realmente aliviado por su reacción.
—Deberías saber que nunca te librarías de un mueble así. Y desde luego, no
estás loca.
—¿No? —preguntó con ironía—. Bueno, me alegra que una de los dos opine
eso. ¿Qué ha pasado con el resto de nuestras cosas?
—¿El resto? Bueno, veamos... está guardado. Lo que no vendimos, claro está.
Coop empujó la silla hacia el salón.
—¿Y de quién fue la idea de cambiar la decoración? ¿Tuya, o mía?
—No lo sé —contestó, mientras se detenía junto al mostrador que separaba el
salón y la espaciosa cocina—. Fue una especie de acuerdo mutuo. ¿Tienes hambre?
—No. De hecho estoy algo cansada, aun—que me cueste admitirlo.
Coop pensó que era la mejor noticia que había oído en toda la mañana. Estaba
agotado de jugar aquel juego y necesitaba estar a solas un rato para recobrar fuerzas.
Empujó la silla de ruedas hacia el dormitorio principal.
—No hay problema. Descansarás un rato y te llevaré la comida más tarde.
Kelsey se volvió y sonrió.
—Mmmm... creo que podría acostumbrarme a esto.
Coop pasó ante los dormitorios vacíos tan deprisa como pudo. Por suerte, había
cerrado las puertas. Kelsey no necesitaba saber, por el momento, que aquellas
habitaciones no serían ocupadas nunca por sus hijos. Y él, por otra parte, tampoco
quería recordarlo.
—Ya estamos aquí —dijo, cuando entraron en el dormitorio principal—. Y todo
está preparado para ti.
—¿Qué es eso? —preguntó Kelsey, asombrada.
—¿A qué te refieres? —preguntó Coop, con inocencia.
El hombre cerró las puertas dobles de la entrada y apartó las cortinas para que
pudiera ver la impresionante vista de Santa Bárbara y del océano Pacífico.
—Me refiero a eso —dijo, señalando la cama de hospital.
—¿A la cama? ¿Qué le pasa a la cama?
—Que es una cama de hospital.
—El doctor Hamilton lo recomendó. Pensé que te gustaría...
—¿Dónde está nuestra cama?
Coop pensó en la enorme y preciosa cama de hierro forjado que habían
compartido durante sus cuatro años de matrimonio. Kelsey la había dejado allí

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cuando se marchó y él se había librado de ella poco tiempo después. Obviamente no


podía ofrecerle, para que durmiera, el futón que había utilizado a partir de entonces.
—Yo... bueno, me la llevé —contestó.
—Pues tráela otra vez. Quiero dormir en mi propia cama. Contigo.
Por fin había llegado el momento que tanto temía. Se había pasado todo la
noche sin dormir, pensando en una excusa que resultara creíble. Avanzó hacia la
cama, tomó el control remoto que cambiaba las posiciones y dio paso al discurso que
había estado ensayando.
—Esta cama será mejor para ti. ¿Lo ves? Es magnífica. Puedes dar a un simple
botón y dormirte mientras contemplas la vista del mar. Además, la escayola no te
molestará tanto —dijo, mientras elevaba los pies de la cama—. Descansarás mucho
mejor aquí.
—Pero es muy fea.
—Claro que lo es. Es una cama de hospital. ¿Qué esperabas?
—Esperaba dormir en mi propia cama.
—Yo creo que ahora no deberíamos preocuparnos mucho por la estética. Quiero
que descanses y que te recuperes.
—Entonces, ¿dónde dormirás fu?
Coop se quedó helado, mientras manipulaba los botones del mando. Podía
sentir la mirada de Kelsey, clavada en su espalda, pero no se atrevió a darse la vuelta.
Su ex esposa siempre había sido capaz de saber lo que estaba pensando con un
simple vistazo.
—En una de las otras habitaciones.
—¿Qué?
Coop hizo un esfuerzo para recobrar la compostura y se giró, para verla.
—Sólo será durante una temporada. ¿Por qué te preocupa tanto?
—Porque, si hubiera querido dormir sola en una cama de hospital, me habría
quedado en el hospital.
Su ex esposo caminó hacia la silla de ruedas, se arrodilló ante ella y dijo:
—Estás muy cansada. Creo que sería mejor que habláramos sobre ello más
tarde.
Kelsey cerró los ojos. Estaba muy cansada, tan cansada como confusa,
decepcionada y disgustada. Y por si fuera poco, tenía ganas de empezar a llorar otra
vez.
—Quiero volver a llevar una vida normal... —declaró, casi entre lágrimas.
—Lo sé. Y lo conseguirás. Pero no puedes lograrlo en un solo día.
—Tienes razón —dijo, mirándolo—. ¿Siempre fui tan molesta, o es algo nuevo?
Coop sonrió, se levantó y la llevó hacia la cama. Una vez allí, la tomó en brazos.

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—Para ser tan molesta hacen falta años de práctica —bromeó.


—Vaya, hombre, muchas gracias... —sonrió.
La sonrisa de Coop se heló ligeramente. Estaba engañándola, y no podía
soportarlo.
La dejó en la cama y ajustó la posición del colchón.
—¿Cómo te encuentras?
Kelsey se encontraba muy bien en la cama. Le habría gustado dormir durante
varias semanas, pero a pesar de todo sólo lo admitió a regañadientes.
—Supongo que bien. Pero no veo por qué tenemos que dormir en habitaciones
separadas.
—Es más fácil así —observó, deseando cambiar de conversación—. Los dos
descansaremos mejor, y si necesitas algo, cualquier cosa, sólo tienes que llamar con la
campanilla que hay en la mesita de noche.
Kelsey rió.
—¿Vas a ser mi mayordomo?
—¿Por qué no? —rió, mientras hacía sonar la campanilla—. Ya soy tu esclavo.
Kelsey extendió un brazo y lo acarició.
—Siento mucho todo esto. Supongo que esperaba demasiado. Pensé que una
vez en casa las cosas volverían a la normalidad.
—Sé que te disgusta mucho, pero...
—Lo sé, lo sé, y lo comprendo. Es que me impaciento demasiado. Y me siento
frustrada.
—Bueno —dijo, con voz suave—. Si te sirve de algo, yo también me impaciento.
—Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Estoy confusa.
—Ten en cuenta que es normal que lo estés —declaró, mientras tomaba su
mano—. Ha sido una larga mañana para los dos. ¿Por qué no intentas descansar un
rato? Iré a ver qué hay en el frigorífico y prepararé la comida.
Cuando estaba a punto de marcharse, Kelsey preguntó:
—¿Coop?
—¿Sí?
—Me alegra estar en casa.
Coop la observó, emocionado, mientras su ex esposa se dormía. Envidiaba la
paz de su rostro, la tranquilidad de no recordar el dolor y la tristeza de los años
pasados.
Gloria Crowell había dicho que Kelsey sólo intentaba sentirse a salvo, encontrar
un lugar donde esconderse del dolor y del miedo.

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Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. Había regresado a él, aunque sólo
fuera temporalmente, porque se sentía a salvo a su lado. Y por mucho que deseara su
recuperación, le habría gustado que aquella situación durara para siempre.

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Capítulo 6
VENGA, termínalo.
Kelsey miró su plato de raviolis y negó con la cabeza.
—No puedo.
—Prometiste que te lo comerías todo.
—Estoy llena.
—¿Es que no te gusta mi comida? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Oh, vamos, ese truco no te servirá de nada. Lo han traído del restaurante.
Coop rió. Debió imaginar que no lograría engañarla. El pequeño restaurante al
que se había referido siempre había sido uno de los preferidos de Kelsey; y por si
fuera poco, adoraba los raviolis.
—Los calenté en el microondas y luego los puse en platos para que pensaras
que lo había hecho yo —admitió.
—Pues te has pasado un poco con la cantidad. He comido tanto que estoy a
punto de reventar.
Coop sonrió y se levantó de la silla en la que estaba sentado para retirar la
bandeja. Le había dado un buen plato de pasta, y Kelsey había comido más de lo que
esperaba.
—El doctor Cohen dice que tienes que ganar peso.
—Diga lo que diga, no pienso ganarlo en una sola noche —insistió, mientras
ajustaba la posición de la cama con el mando—. Además, si gano demasiados kilos el
doctor Cohen insistirá después en que los pierda. Es un viejo truco de los médicos.
Intentan que te sientas inseguro y nunca te dicen que vas a ponerte bien. Temen que
no sigas sus recomendaciones si demuestran demasiado optimismo.
—¿Quieres más vino?
—Bueno, creo que un poquito más no me vendría mal.
Coop rellenó su copa.
—Te ayudará a dormir.
—Como si necesitara ayuda... no hago otra cosa que dormir. Me paso el día
durmiendo.
—Necesitas descansar. ¿Quieres alguna otra cosa antes de que me marche? —
preguntó, haciendo un gesto hacia el balcón—. Puedo cerrarlo, si quieres. Tal vez
tengas frío.
—No, estoy bien.
—¿Seguro? ¿No quieres otra manta?
—Estoy bien —insistió—. Además, el vino impedirá que tenga frío.
—Hay tarta de queso en el frigorífico...

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—¿Del restaurante?
—Sí. ¿Quieres un pedazo?
Kelsey lo pensó durante unos segundos antes de contestar.
—Es muy tentador, pero ahora no puedo. Tal vez más tarde.
—Bueno, voy a limpiar los platos. Llámame si necesitas algo.
—De acuerdo.
Kelsey se acomodó en la cama y contempló la vista panorámica. Se estaba
haciendo de noche, y las luces de la ciudad brillaban como joyas. El océano había
adquirido un color grisáceo, oscuro, parcialmente cubierto por la niebla.
Tomó un poco de vino y observó la niebla, que avanzaba hacia la orilla. En poco
tiempo cubriría la ciudad y daría un aspecto algo lúgubre a la escena.
Pensó en las noches que había pasado con Coop en aquella habitación,
contemplando la niebla mientras se tragaba el mundo que los rodeaba. Entonces no
le había parecido lúgubre. Se sentía a salvo con su esposo, lejos de todo lo demás.
Oyó el grifo de la cocina e imaginó a Coop mientras fregaba los platos. No
estaba en su cama, ni se encontraba con Cooper, pero se sentía a salvo. Estaba en su
hogar, en el lugar al que pertenecía.
Coop se había comportado muy bien con ella aquella mañana, siempre atento a
cualquiera de sus necesidades. Le habría gustado ser un poco más atenta con él,
pensar más en sus sentimientos.
Primero había hecho un comentario bastante tonto sobre sus canas y luego
había reaccionado mal ante la decoración de la casa. No comprendía a qué se debía
tanta irritación.
Cerró los ojos, intentando no pensar en ello, intentando alejar un miedo para el
que no encontraba explicación. Tal vez fuera cierto que esperaba demasiado en poco
tiempo. Había creído que estaba realmente preparada, que podría enfrentarse sin
dificultad a todo lo que había olvidado; pero saber las cosas no era lo mismo que
asumirlas, que enfrentarse a ellas en la realidad.
Abrió los ojos, tomó un poco más de vino y siguió contemplando el paisaje.
No quería pensar en el pasado. Había demasiadas lagunas en él, demasiados
espacios vacíos e inconsistencias que no comprendía. Tal vez no se hubiera
comportado muy bien, pero estaba dispuesta a hacerlo mejor.
Terminó la copa de vino. Gracias al alcohol, a la abundante comida y a la
oscuridad se sentía mucho más relajada. Desde que despertara del coma, nunca
había estado tan alegre, tan tranquila.
—Tómate las cosas como vengan —se dijo—, y mira hacia delante.
—¿Cómo dices?
Kelsey levantó la mirada y vio que Coop había entrado en la habitación.
—Nada.

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—Está muy oscuro aquí. ¿Quieres que encienda la luz?


—No, estaba disfrutando de la vista.
Coop miró por el balcón.
—Debes haber estado soñando. La vista no es particularmente bonita esta
noche. Hay niebla.
Kelsey rió. La niebla había avanzado tanto que ya no se veían ni la ciudad ni el
océano.
—Es que disfrutaba de la visión de la niebla.
—Bueno, como quieras —dijo con incredulidad—. Pero pareces cansada. Tal
vez debe—ría cerrar para que pudieras dormir.
—No, por favor, no lo hagas. No estoy tan cansada. ¿Por qué no te sientas
conmigo un rato? Vamos, hay sitio para los dos.
Coop se sentó en la cama. Esperaba que Kelsey se hubiera dormido. Las cosas
habrían resultado mucho más fáciles.
—Venga, acércate un poco más —insistió ella.
Coop deseó levantarse y salir corriendo de allí, a cualquier sitio. Lejos de la
cama, lejos de aquella situación y, sobre todo, lejos de ella. Todo aquello era una
verdadera tortura.
Se apoyó en la cabecera de la cama, en una posición extraña. Estaba medio
sentado, medio tumbado.
—No creo que sea muy cómodo para ti —murmuró él.
—Al contrario. Acércate un poco más.
Cooper la miró, dominado por sensaciones contradictorias. Aquel asunto lo
inquietaba demasiado, pero no podía evitarlo. Habían compartido el dormitorio
durante muchos años, y Kelsey había sido su esposa. Si siguieran casados, si la farsa
no fuera tal, habría sido perfectamente natural que compartieran la intimidad del
momento.
Pero todo era una gigantesca mentira. Tal vez por una buena causa, pero
mentira al cabo. Y precisamente porque lo sabía, la intimidad le parecía algo terrible.
—Vamos —insistió de nuevo—. Puedes tocarme, no soy de cristal.
—Es que no quiero hacerte daño —mintió.
No temía herir a Kelsey; en realidad, sólo temía salir herido. Pero no había
forma alguna de protegerse. Kelsey tomó uno de sus brazos y lo pasó por encima de
sus hombros.
—Así. Ya te dije que cabríamos.
Coop la atrajo hacia sí, suspiró y se relajó. Siempre se habían llevado muy bien.
Encajaban como las piezas de un rompecabezas, de manera natural.

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Pensó en las quejas de otros matrimonios, que protestaban porque eran


demasiado felices, porque su situación era demasiado cómoda. Pero mientras la
abrazaba en la habitación que habían compartido, pensó que la felicidad y la
comodidad eran maravillosas. Se sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo,
como si no se hubieran divorciado.
—¿Estás cómodo?
Coop la miró.
—Sí, ¿y tú?
—Muchísimo —sonrió.
—¿Tienes suficiente espacio? ¿Te duele la pierna?
—Me encuentro muy bien —contestó, mientras se incorporaba un poco—. ¿Lo
ves? Ya puedo moverme sin sentir dolor en el costado. Aunque estoy deseando que
me quiten la escayola para empezar a llevar una vida normal. Es como llevar un
ancla en la pierna.
La cercanía de Kelsey hizo que Coop comenzara a excitarse.
—Pero bueno —continuó ella—, ya que no quieres que hagamos nada divertido,
toma el mando a distancia de la televisión para ver si hay algo interesante.
Cooper tomó el mando y encendió la televisión. Acto seguido intentó
concentrarse en las imágenes de la pantalla; sin embargo, estaba demasiado alterado.
Estar allí, viendo la televisión, resultaba demasiado natural; era algo que habían
hecho en infinidad de ocasiones cuando estaban casados. Entonces no le parecía nada
importante, pero ahora lo afectaba profundamente.
Mientras cambiaba de canal, buscando algo más interesante, no dejaba de sentir
la cercanía de su cuerpo. Era consciente de su lenta respiración, que se sincronizaba
con la suya, y de lo bien que se amoldaban sus cuerpos. Como si hubieran creado
una especie de crisálida privada, sólo para los dos, inmune al paso del tiempo.
—Eh, mira, es como mi coche —dijo Kelsey, al ver unos anuncios—. Recuerdo la
primera vez que te vi conduciéndolo. Me sorprendió muchísimo verte detrás del
volante. No sabía que...
Kelsey se incorporó de repente y dejó la frase sin terminar.
—¿Qué pasa, Kelsey? ¿Qué ocurre?
—Dios mío —dijo ella, cubriéndose la boca con ambas manos—. Dios mío...
Coop se levantó y la miró, preocupado.
—¿Qué ocurre?
Kelsey lo miró con los ojos muy abiertos.
—Es mi coche. Mi coche, Coop. No el coche que tenía antes, sino el nuevo.
Coop notó el pánico de su voz.
—Lo sé. ¿Qué tiene de extraño?

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—Que lo he recordado —contestó en un susurro—. Dios mío, Coop, ¿no te das


cuenta? Lo he recordado.

Kelsey se inclinó, empujó la rueda de la silla y se alejó de la ventana que daba al


pequeño jardín. Después miró a Gloria Crowell, que estaba sentada en una
mecedora, e hizo un gesto de impotencia con las manos.
—Ocurrió de repente. Ni siquiera me di cuenta de que estaba hablando sobre
algo que acababa de recordar. No sé, tal vez esperaba que sucediera algo extraño
previamente, que se moviera la tierra o que escuchara sirenas, algo así. Pero no fue
así. Fue repentino, como si siempre hubiera estado ahí, en mi memoria.
—¿Y cómo te sientes?
Kelsey frunció el ceño y suspiró.
—¿No podrías dejar de hacer preguntas de psicóloga y dejar que disfrute un
poco de mi alegría?
La psicóloga levantó la mirada de sus notas y tiró el bolígrafo que tenía en la
mano.
El buen humor de Kelsey se había convertido en parte habitual de sus sesiones;
como doctora, le parecía un buen barómetro para juzgar las cuestiones que Kelsey
encontraba más inquietantes.
—Buena idea —dijo, sonriendo—. Cuéntamelo otra vez.
Kelsey rió y volvió a repetir todo lo que había recordado, detalladamente.
Gloria Crowell le gustaba a pesar de que a veces encontraba bastante irritantes sus
preguntas, o incluso difíciles de contestar. Esperaba con impaciencia las sesiones,
aunque resultara inquietante que otra persona hurgara en su inconsciente.
Sin embargo, sabía que aquello formaba parte del tratamiento, parte de su
camino a la recuperación. Por razones que no podía comprender, se protegía a sí
misma contra los recuerdos que había olvidado. Pero la doctora Crowell parecía
comprender su actitud. La presionaba, pero nunca demasiado.
—Supongo que serás consciente de que has abierto una fisura.
—¿Cómo?
—Has abierto una fisura en tu amnesia —explicó la psicóloga—. Has empezado
a recordar. Ahora sólo tenemos que agrandarla un poco. Al parecer, la vuelta a casa
te ha sentado bien.
—Desde luego —dijo Kelsey, mientras miraba de nuevo hacia el jardín—. Sé
que todo el mundo me había dicho que empezaría a recordar más tarde o más
temprano. Tú, el doctor Cohen, Coop... todos decíais que sólo necesitaba un poco de
tiempo, que debía ser paciente, que mejoraría. Pero hasta ahora nunca había estado
segura de que tuvierais razón.

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—La tenemos, Kelsey —aseguró—. Recobrarás la memoria si realmente lo


deseas.

—Sorpresa...
Coop se sobresaltó al ver a Kelsey en la entrada de la cocina. Estaba de pie,
apoyada en las muletas. Cooper se levantó inmediatamente, dejó caer el periódico
que estaba leyendo y corrió hacia ella.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—He decidido desayunar contigo —contestó, sonriendo—. Quería sorprenderte.
—Pues lo has hecho —observó con ironía, mientras la ayudaba a sentarse—. Y
de paso has estado a punto de provocarme un infarto. ¿Qué haces levantada?
—Intento no volverme loca. Un día más en ese dormitorio y acabaría recluida en
alguna institución mental.
—¿No te parece que vas demasiado deprisa? El doctor no te ha dado permiso.
Dijo que tenías que descansar.
—Dijo que descansara, no que viviera en una cárcel. Y el dormitorio empezaba a
parecerlo. No he hecho otra cosa que descansar desde que llegué. Creo que puedo
concederme un cambio de aires.
—Debiste llamarme. Te habría ayudado. Podría haber preparado una cama en
el sofá del salón.
—No quería tumbarme en el sofá. Quiero sentarme a la mesa, como cualquier
persona. Además, si te hubiera llamado habría arruinado la sorpresa.
—Vaya sorpresa. ¿Qué habría ocurrido si te hubieras caído? Podrías haberte
hecho daño. Podrías haber acabado otra vez en el hospital.
—No seas aguafiestas. No me he caído. Estoy bien. De hecho, me siento
maravillosamente bien —sonrió—. Anda, dame unas cuantas páginas del periódico.
Y no me importaría tomar un café, si no es demasiado pedir.
Coop recogió el periódico y se lo dio.
—Mmm, aún no estoy muy convencido. ¿Lo quieres con leche y azúcar?
—Sabes muy bien cómo lo quiero.
Coop sacó otra taza del armario y la llenó.
—Tal vez deberías llamar al doctor Cohen —observó él, mientras le echaba el
azúcar.
—¿Para qué? De todos modos lo veré la semana que viene.
—Lo sé, pero deberías consultar la conveniencia de levantarte de la cama y
andar por la casa con esas muletas. O al menos, habla con el doctor Hamilton.
—No veo qué tiene de malo que utilice las muletas. Me las dieron para eso.

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Coop se sentó frente a ella.


—Te las dieron para que las utilizaras cuando recuperaras las fuerzas. Y no
estoy seguro de que estés completamente bien. Me prometiste que no intentarías ir
demasiado deprisa.
—Estoy bien —insistió—. Hace dos semanas que me dieron el alta en el hospital
y en todo ese tiempo sólo he salido dos veces del dormitorio, las dos para hablar con
la doctora Crowell.
—Sí, pero siempre te llevo yo, en la silla de ruedas.
—Eso no cuenta. Además, quiero acostumbrarme a usar las muletas. De ese
modo no tendré que depender de ti todo el tiempo.
—Quiero que dependas de mí.
Coop lo dijo sin pensarlo. Y era verdad. En las dos semanas transcurridas desde
que Kelsey saliera del hospital había empezado a recordar lo que significaba que
alguien lo necesitara, el valor de ser importante para otra persona.
Kelsey sonrió.
—Eres encantador, pero sé que todo esto resulta bastante aburrido. Y sé muy
bien lo que diría Mannie. Diría que me tomara las cosas con calma, precisamente lo
que voy a hacer. Créeme, no haré nada que ponga en peligro mi recuperación.
Coop suspiró. Era como un pájaro que estuviera aprendiendo a volar, y no
podía hacer nada para detenerla.
—¿Seguro que te encuentras bien?
—Bueno, ahora me siento algo débil. Pero me encontraré bien cuando haya
comido.
—Si te hubieras quedado en la cama, te habría llevado el desayuno.
—Ya veo que te encanta esa campanilla —bromeó.
Coop rió y se levantó de la mesa.
—Sí, hace que me sienta como si fuera un juguete tuyo. ¿Quieres tortilla y
tostadas?
—¿Con chile?
Coop negó con la cabeza. Nunca había comprendido que le gustara tanto el
picante. Incluso para desayunar.
—Mientras no tenga que observarte mientras comes... No comprendo cómo eres
capaz de arruinar unos huevos con esa cosa.
Coop empezó a cocinar. Intentó no pensar en lo mucho que echaba de menos las
mañanas de los domingos, con ella, dedicadas a la lectura del periódico y a la
conversación. En las dos semanas anteriores se había visto obligado a recordar
muchas cosas que no quería recordar. Cosas que echaba de menos. Cosas que había
perdido.

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En realidad, no podía creer que hubiera pasado tanto tiempo desde que saliera
del hospital. Los días volaban, entre emociones y tensiones diversas. Se pasaba la
vida contestando llamadas telefónicas o buscando respuestas para las múltiples
preguntas de su ex esposa. Y aunque se había tomado unas cortas vacaciones en el
trabajo, siempre surgía algún problema que debía atender. Pero, a pesar de todo, se
las había arreglado para sobrevivir. Algo que al principio no habría creído posible.
La miró durante un momento. Kelsey estaba leyendo el periódico. Pensó que no
debería haberse sorprendido tanto al verla de pie. Su progreso estaba resultando casi
milagroso. Cada día mejoraba un poco más; cada día estaba más fuerte. Las heridas
habían desaparecido de su preciosa piel y ya no se quejaba de la pierna. Las soleadas
tardes en el jardín le habían dado un tono moreno y nadie habría pensado que había
sufrido un terrible accidente.
Pero aún resultaba más asombrosa su recuperación emocional. Cada día
resultaba más evidente que estaba recordando, que el plan de los médicos
funcionaba. Estaba recobrando la memoria.
Coop pensó en la primera noche que había pasado en la casa, después de salir
del hospital. Que hubiera recordado el coche nuevo no parecía gran cosa; pero lo era,
en la medida que suponía el primer paso.
Desde entonces, había recordado otros muchos detalles. Pequeños e incluso
insignificantes incidentes que no tenían ningún valor uno a uno; pero que, juntos,
demostraban que estaba recobrando la memoria.
Sacó dos huevos del frigorífico, los rompió en un plato y empezó a batirlos.
Sabía que ahora sólo era cuestión de tiempo. Más tarde o más temprano recordaría.
Echó los huevos a la sartén y la miró. Kelsey levantó la cabeza en aquel instante,
sonrió al verlo y le lanzó un beso. De inmediato, Coop sintió una presión en su
pecho; una tensión que impedía que respirara con normalidad. Se preguntó si aún
sonreiría al verlo cuando lo recordara todo, cuando supiera toda la verdad. Sólo
esperaba que comprendiera y aceptara lo sucedido antes de volver a echarlo, otra
vez, de su vida.

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Capítulo 7
MANNIE Cohen miró el cuadro clínico. Después levantó la mirada, se quitó las
gafas y se volvió hacia Coop.
—Impresionante, sin duda. Aunque no sé por qué me sorprende. Kelsey es una
mujer notable.
Coop asintió mientras contemplaba el atestado aparcamiento del hospital. En
realidad, no estaba prestando demasiada atención al médico, ni a sus reflexiones
sobre los progresos de Kelsey. Sus pensamientos estaban muy lejos, un mes atrás, en
la primera noche que había pasado allí. Entonces, el aparcamiento estaba vacío, no
lleno de coches y de gente, pero ésa no era la única cosa que había cambiado en
cuatro semanas. Su vida había sufrido un vuelco.
—Y los informes de la doctora Crowell son muy positivos —continuó el
médico—. No cabe duda. Poco a poco, está recobrando la memoria.
—Sí —murmuró Coop—. Poco a poco.
Coop observó a una mujer que llevaba a un bebé en brazos, seguida por dos
niños, mientras avanzaba por el aparcamiento. Admiró el cuidado que demostraba
hacia los dos pequeños que la seguían, a pesar de tener que cargar con el bebé.
Kelsey habría sido una madre como aquélla. Habría protegido a sus hijos en
cualquier situación.
Se apartó de la ventana. Kelsey no podía tener hijos, y cualquier día lo
recordaría.
—¿Qué tal van las cosas entre vosotros?
—Bien, teniendo en cuenta las circunstancias —respondió, mientras caminaba
hacia el escritorio—. Pero resultaba más fácil cuando estaba en la cama. Quién sabe lo
que puede ocurrir ahora, que ya se levanta y tiene cierta movilidad. Hasta está
pensando en librarse de la cama de hospital.
El médico tomó un bolígrafo y jugueteó, inconscientemente, con él.
—Si te sirve de algo, le aconsejé que no hiciera el amor durante una buena
temporada.
Coop rió.
—¿Y qué me aconsejas a mí?
El médico dejó el bolígrafo y se echó hacia atrás en su asiento.
—¿Quieres hablar conmigo de algo en particular, Coop?
—Pensaba que eras médico, no un sacerdote.
—Resulta evidente que algo te inquieta.
—¿Te extraña? Estoy viviendo con mi ex esposa, fingiendo que los dos últimos
años no han existido.
—¿Es eso lo que te inquieta? ¿Sólo eso?

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—¿No te parece suficiente?


Mannie Cohen sonrió.
—Yo diría que te preocupa mucho más que recobre la memoria que el pequeño
engaño que planeamos.
—¿Pequeño engaño? —rió con ironía—. Vaya, eso es bueno. ¿Serías "capaz de
decir que la segunda guerra mundial fue un pequeño altercado?
—No, desde luego que no. Pero no has contestado a mi pregunta.
La sonrisa de Coop desapareció.
—Si crees que no quiero que Kelsey mejore, te equivocas.
—No dudo que quieres lo mejor para ella. Pero sospecho que te preocupa que
recobre la memoria.
—¿Y te parece extraño? ¿Qué crees que pensará cuando recuerde, cuando sepa
que he estado mintiendo todo este tiempo?
—Imagino que no le gustará. Pero piénsalo de otro modo. Cuando eso suceda,
ya no tendrás que seguir con este juego.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, irritado.
—Que podrás seguir con tu vida, y empezar a ser sincero contigo mismo.
Coop lo miró. En aquel momento, odiaba a Mannie Cohen. Quiso agarrarlo por
el cuello y negarlo todo. Pero no habría servido de nada. El médico tenía razón; no
podía negar la realidad.
—Si hubiera dependido de mí, no habría sido necesario que la engañara.
Seguiría siendo mi esposa. ¿Te parece que soy suficientemente sincero ahora?
—Ya lo sospechaba. Sigues enamorado de ella.
Coop rió. Se sentía muy cansado.
—¿Tan evidente es?
El doctor Cohen se encogió de hombros.
—Sólo si alguien te observa con atención. Y hace tiempo que te observo. ¿Sabes
una cosa? No eres el único hombre que desea a una mujer que no puede tener. Eso
nos ha pasado a todos. Incluso a tipos como yo.
Coop miró al hombre que estaba detrás del escritorio. Tenía la impresión de que
lo veía, realmente, por primera vez. Unos segundos antes había deseado pegarle un
buen puñetazo. Ahora, en cambio, lo comprendía.
—Pero yo estoy viviendo con ella. Tengo que estar con ella día y noche. Sé que
todo esto es una farsa, que no es real, pero no cambia nada. Que no sigamos casados,
que no haya recobrado la memoria, no significa que no la desee. Y no quiero
aprovecharme de ella. Pero no soy de piedra.

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—Si te sirve de algo, creo que no tardará mucho tiempo en recordar. Todo
apunta a que se recuperará, totalmente, a corto plazo. Estoy seguro de que lo
recordará todo.
—Sí, claro. Y cuando recuerde, querrá sacarme otra vez de su vida.
—De eso no puedes estar seguro.
—Olvidas que ya he pasado antes por esto —dijo, frunciendo el ceño—. Sólo es
cuestión de tiempo. Lo sé, y lo acepto.
—¿De verdad?
Coop rió.
—¿Es que tengo otra elección?
—Puede que no, pero nada es lo mismo. Han pasado muchas cosas en los dos
últimos años. Los dos habéis tenido tiempo para pensar, para estar a solas. Y los
sentimientos pueden cambiar.
—Exacto. Los sentimientos de Kelsey cambiaron. Eso fue lo que rompió nuestro
matrimonio, hace dos años, y lo que volverá a provocar otra separación. Mira,
Mannie... aprecio que intentes ayudarme, de verdad, pero lo nuestro terminó hace
tiempo.

—¿Qué es eso?
—Una especie de bota.
Coop frunció el ceño y miró la cinta azul que cubría uno de los pies de Kelsey.
—Ya lo veo.
—Es para poder caminar —dijo, mientras avanzaba con sus muletas—. ¿Lo ves?
El vendaje es mucho más ligero que la escayola que llevaba antes.
—Sí, claro —murmuró—. Ya lo veo.
Coop la observó mientras avanzaba por la sala de espera que había junto al
despacho de Vince Hamilton.
—Tengo la impresión de que podría correr...
—¡Kelsey!
—Tranquilízate, sólo estaba bromeando. No correré, lo prometo. Aún no.
Cooper la miró. Incluso allí, bajo la blanca luz del hospital, parecía irradiar
vitalidad. Sus ojos azules brillaban con alegría y su largo cabello dorado tenía
destellos de color platino.
Extendió un brazo y acarició su mejilla. Estaba caliente. En aquel momento
recordó las palabras que había dicho el doctor Cohen; recordó que recobraría la
memoria en cualquier instante.

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La tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Quería que aquel momento durara
para siempre.
—Kelsey...
—¿Qué ocurre, Coop?
—Dímelo —susurró, contra sus labios—. Dime que eres mía. Permite que
vuelva a oír esas palabras. Dime que eres mía.
—Lo soy —declaró ella, casi sin aliento—. Siempre lo he sido y siempre lo seré.
Coop cerró los ojos. Antes de besarla, susurró:
—Mía... Recuérdalo.
Fue un beso apasionado. Coop quería que recordara, que grabara aquel
momento en su corazón de tal manera que no pudiera olvidarlo cuando recobrara la
memoria. Quería que fuera consciente de lo que había sentido por él, de lo que
compartían antes de que rompiera su matrimonio.
—Te amo, Coop —murmuró, mirándolo.
En aquel momento, Coop vio el amor en sus ojos. En el pasado lo había amado
con tanta fuerza como él a ella. Antes de que su amor se deteriorara y desapareciera.
Sintió una intensa angustia. Había pasado dos años pensando en lo sucedido,
dos largos años intentando encontrar una razón que justificara el fin de su
matrimonio. En lugar de apoyarse en él en los malos tiempos, Kelsey había preferido
destrozar su amor, destrozar todo lo que compartían.
Se apartó de ella y cerró los ojos durante un instante. Mirarla era como
asomarse a una ventana que diera al pasado. Lo había amado, y no entendía muy
bien cómo era posible que aquel sentimiento hubiera desaparecido. Su dolor y su
decepción debían haber sido terribles para destruir el amor que sentían. Durante dos
años no había dejado de preguntarse lo mismo. No entendía a dónde iba el amor
cuando moría.
—¿Coop?
—¿Sí?
—¿Qué te ocurre? ¿Qué sucede?
—Nada —respondió él, al notar su preocupación—. Todo está bien.
—Pareces triste...
—¿Yo? No, en absoluto.
—¿Seguro? —preguntó, mientras acariciaba su mejilla—. Si es por esa broma
que acabo de hacer, sobre correr por ahí, te aseguro que...
Coop la miró y deseó poder contarle toda la verdad; poder explicar el dolor, el
arrepentimiento y la tristeza por lo que habían perdido. Pero no podía. No había
modo de tratar aquel tema sin contarle toda la verdad. Y era demasiado pronto.
—No, no es eso. Es que... estoy muy contento de estar contigo ahora.

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—Yo también —murmuró ella.


Coop notó su preocupación y respiró profundamente. Debía olvidar el pasado
cuando estuviera a su lado. No podía permitirse el lujo de que empezara a sospechar.
—¿Qué te parece si nos vamos de aquí? —preguntó él, con una sonrisa.
—No, espera un momento. Quiero hablar contigo.
—¿Hablar?
—Estoy preocupada por ti.
—¿Por mí? No soy yo el que ha sufrido un terrible accidente.
—¿A qué ha venido todo eso, Coop?
Coop la llevó hacia el ascensor. Una vez allí, pulsó el botón de llamada.
—¿A qué te refieres?
—Maldita sea, Coop —dijo—. No juegues conmigo. ¿Qué te ha pasado antes?
—Nada. Te besé, eso es todo —dijo, en tono defensivo—. ¿Qué tiene de extraño?
¿Es que no puedo besar a mi esposa?
—No ha sido sólo un beso.
—¿No?
—No.
Coop deseó poder hacer una broma, pero no habría servido de nada. Kelsey era
una mujer muy perceptiva.
—No sé. Es posible que tenga un poco de miedo. Me preocupo cuando pienso
que puedo perderte.
—Pero no me has perdido —susurró—. Y nunca me perderás.
Coop intentó no pensar mucho en lo que acababa de decir. El simple hecho de
que hubiera pronunciado aquellas palabras, en aquel instante, le bastaba.
—Vamos —sonrió ella—. Vayámonos a casa.
—Sí, vamos a casa.
Coop intentó ayudarla a entrar en el ascensor, pero Kelsey se lo impidió.
—No. Puedo hacerlo yo sola.
Coop sonrió con tristeza, pero se apartó.
—Muy bien. Adelante.
Kelsey entró en el ascensor, apoyándose en las muletas.
—¿Sabes una cosa? He estado pensando.
Había varias personas en el interior del ascensor, que se apartaron para dejarle
paso.
—¿En qué?

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—En que has estado haciendo muchas cosas durante las últimas semanas...
cuidando de mí.
—No me he quejado de ello.
—Lo sé —dijo, en voz más baja—. Pero he decidido que ahora te cuidaré yo a ti.
—Tienes que concentrarte en tu recuperación.
—Ya estoy mejor. Puedo moverme. Andar con las muletas es muy fácil.
En aquel momento el ascensor se detuvo. El movimiento fue muy leve, pero
suficiente para que Kelsey perdiera el equilibrio. Rápidamente intentó apoyarse en
una de sus muletas, con tan mala suerte que la clavó en el pie de una persona.
—Lo siento muchísimo —se disculpó a toda prisa.
Apartó la muleta con rapidez, pero el súbito giro sólo sirvió para
desestabilizarla más. Un segundo después había golpeado a un anciano con la otra
muleta.
—Oh, Dios mío —dijo, terriblemente avergonzada—. Lo siento. Por favor,
perdónenme. Lo siento.
Coop la observó y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no reír. Cuando
por fin la ayudó a salir del ascensor, comentó:
—Así que era fácil...
Kelsey lo miró con cara de pocos amigos.
—Antes de que digas algo más al respecto, será mejor que recuerdes que tengo
las muletas a mano. Y que sé cómo manejarlas.

Kelsey se asomó a la ventana del comedor y miró el vehículo que acababa de


aparcar al otro lado de la calle. Era de noche. Segundos más tarde vio que una pareja,
con dos niños, salía del interior de la pequeña furgoneta. Sabía que eran sus vecinos.
Lo sabía porque Coop se lo había dicho, no porque lo recordara.
Observó a la familia mientras caminaban hacia la casa; el pequeño corría
mientras su hermanita descansaba la cabeza en el hombro de su padre.
Kelsey intentó encontrar algo familiar en aquella escena, pero no lo consiguió.
Por mucho que lo intentara, los recuerdos se resistían a aflorar. Le gustara o no, las
personas que desaparecieron en la casa del otro lado de la calle siguieron siendo
perfectos desconocidos para ella.
—Será mejor que te acostumbres —murmuró.
Cerró los ojos y se los frotó. Sin embargo, sabía que no llegaría a acostumbrarse
a aquella situación. No podía acostumbrarse a la falta de recuerdos, al vacío de su
pasado.

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Volvió a abrir los ojos y contempló el salón. Tampoco comprendía muy bien la
sensación que la embargaba en la casa; era el hogar que había amado, pero por
alguna razón todo parecía diferente. Se preguntó por los motivos que la habrían
empujado a librarse de gran parte de los muebles.
Pero estaba segura de que algún día recobraría la memoria. Confiaba en ello. Su
memoria empezaba a regresar, poco a poco, y no dudaba que pronto encontraría
respuestas a todas sus preguntas. No volvería a sentir el miedo al vacío.
Una vez más miró por la ventana. Las luces de la casa de enfrente estaban
encendidas, así que podía ver a sus vecinos mientras deambulaban por el interior del
edificio. Pensó en la casa que compartía con Coop; las habitaciones vacías le
molestaban tanto como las lagunas de su memoria. Quería llenarlas con vida, con
esperanza, con amor, con alegría.
En aquel momento oyó el sonido de la ducha y sonrió.
Era Coop. Lo amaba por multitud de razones; de no haber sido por él no habría
podido recobrarse tan pronto del accidente. Su amor la había mantenido a salvo,
había evitado que se hundiera en sus miedos. La había ayudado a mirar hacia
delante, a pensar en el futuro en lugar de concentrarse en un pasado que aún debía
descubrir.
Pensó que Coop podría ser un magnífico padre. De hecho, habían soñado mil
veces en tener una familia.
Mientras contemplaba a sus vecinos, su sonrisa desapareció. Tener
descendencia había sido una de sus prioridades antes de que sufriera el accidente.
Pensó que, de no haber sido por el accidente, cabía la posibilidad de que ya se
hubiera quedado embarazada. Era lo que más deseaba en el mundo, y no estaba
dispuesta a permitir que nada se interpusiera en su camino. Sin embargo, ni siquiera
recordaba cuándo había tomado la píldora por última vez.
Miró el vendaje de su pierna. Por desgracia, el doctor Cohen había sido bastante
explícito sobre el tema. No podía mantener relaciones sexuales durante una buena
temporada. No podía poner en peligro su recuperación con tensiones de ninguna
clase.
Kelsey sabía muy bien que hacer el amor con su esposo no incrementaba sus
tensiones, sino más bien todo lo contrario; pero también sabía que el médico sólo
quería ser cauto. Como enfermera comprendía que ciertos asuntos no debían tomarse
a la ligera. Estaba mejorando, y el doctor Hamilton había dicho que existía la
posibilidad de que pudieran quitarle el vendaje de la pierna en un par de semanas.
Pensó en Coop y en la cama de hospital. El accidente lo había sufrido ella, pero
él había sufrido gran parte de las consecuencias.
Sabía muy bien lo que significaba tener que permanecer al margen cuando la
persona amada se encontraba en peligro. Las misiones de Coop en su antiguo trabajo
eran peligrosas en ocasiones, y más de una vez había pasado la noche en vela
preguntándose si volvería a su lado, con vida. Comprendía muy bien su actitud.
Comprendía el deseo de que siguiera las instrucciones del médico, por su seguridad.

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Mientras oía el ruido de la ducha imaginó a su esposo bajo el agua caliente. Los
cuidados que le había profesado durante las últimas semanas habían sido un
verdadero acto de amor. Pero suponía que debía estar cansado de dormir en un
futón, lejos de ella.
Recordó el brillo que había visto en sus ojos en el hospital, aquel mismo día, y
supo que mantener las distancias también resultaba difícil para él. Sabía que, a pesar
de la necesidad de seguir las instrucciones de los médicos, se sentía frustrado; la
deseaba. Podía verlo en sus ojos, en su rostro, en sus movimientos.
Se levantó y caminó hacia el pasillo, apoyando las muletas en la ancha alfombra,
avanzando como si tuviera una importante misión.
Y en realidad, la tenía. Estaba decidida a volver a llevar una existencia normal;
estaba decidida a recobrar la memoria, a recuperarse físicamente, a aferrar con fuerza
el futuro. Tal vez tuviera que caminar con muletas; tal vez tuviera que soportar un
vendaje en la pierna; pero seguía siendo una mujer y podía demostrar a su marido lo
mucho que lo amaba.

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Capítulo 8
COOP dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo. Había sido un día muy
largo; agotador desde todos los puntos de vista. Había comprendido, por fin, que
aún seguía enamorado de su ex esposa. Y no sólo lo había admitido ante sí mismo,
sino ante el propio Mannie Cohen.
Ahora se sentía más impotente que nunca. Su amor no tenía ningún futuro.
Puso la cara bajo la ducha y deseó que el agua pudiera borrar, también, su
tristeza. Pero nada podría borrarla, ni siquiera el tiempo. Habían pasado dos años
desde el divorcio y no había conseguido recuperarse; sólo había conseguido
engañarse a sí mismo, lograr convencerse de que aquello ya no le importaba. Pero los
hechos eran los hechos. Seguía enamorado de Kelsey; y eso no iba a cambiar ni en
dos años, ni en veinte.
Tomó el jabón y se frotó las manos. Se sentía muy débil.
La predicción del doctor Cohen, en el sentido de que Kelsey recuperaría la
memoria en cualquier momento, no lo animaba demasiado. En poco tiempo, tendría
que volver a enfrentarse a la soledad. Sabía que debía terminar el trabajo que había
iniciado, continuar hasta que Kelsey estuviera totalmente recuperada. Pero no estaba
seguro de poder hacerlo.
Kelsey creía que seguían juntos, que estaban enamorados y que tenían toda una
vida por delante. Y en ocasiones, él también lo creía. Le habría gustado poder borrar
los dos años pasados y comenzar de nuevo, desde el principio. Pero sabía que no
podía construir castillos en el aire.
Respiró profundamente, mientras disfrutaba de la ducha. No quería pensar en
la escena que había provocado en el hospital, en la incómoda situación que había
creado.
Había cometido una estupidez al declararle su amor. Se había dejado llevar por
su inseguridad, como un niño; y no era extraño, porque en aquel momento se sentía
tan débil como un niño. Pero sabía que las palabras de Kelsey no valían nada.
Desaparecerían en cuanto recobrara la memoria.
Y sin embargo, por alguna razón, necesitaba oír aquellas palabras, en aquel
momento. Aunque más tarde se descubrieran falsas.
Cerró los ojos. Le habría gustado poder dejar de pensar, marcharse a la cama y
dormir sin obsesionarse con lo vacía que estaría su vida cuando Kelsey volviera a
abandonarlo. Ni siquiera quería pensar en ella, durmiendo sola en la ridícula cama
del hospital, porque el pensamiento lo excitaba.
Desesperado, cerró un poco el grifo del agua caliente. Necesitaba un buen
chorro de agua fría. El doctor Cohen había pedido a Kelsey que no mantuviera
relaciones sexuales, para evitar que hiciera algo de lo que más tarde pudiera
arrepentirse. Pero Cooper pensó que el médico debería habérselo recomendado a él.
Cada vez le resultaba más difícil mantenerse alejado de su ex esposa.

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Era la mujer que amaba y, de momento, también ella lo amaba. Había vivido
muchos años con Kelsey. Lo había mirado miles de veces con los ojos de una amante,
con amor y con apasionamiento, y recordaba perfectamente la intimidad de su
contacto. En la mente de Kelsey, él seguía siendo su marido, pero la verdad pesaba
como una losa sobre los hombros de Cooper.
El agua helada no consiguió eliminar su angustia. Sólo consiguió desanimarlo.
Estaba tan preocupado, tan sumido en sus pensamientos, que no oyó el sonido
que hizo la puerta al abrirse, ni los pasos. No notó la presencia de Kelsey hasta que
su ex esposa corrió la cortinilla de la ducha y sintió una pequeña ráfaga de aire.
—Kelsey... ¿Qué estás haciendo aquí?
—He traído una toalla, para ayudarte a que te seques —respondió, mientras
cerraba los grifos del agua.
Kelsey no sonreía. No había coquetería alguna en su comportamiento. Sus ojos
lo observaban con intensidad, con deseo. En aquel momento, Cooper no pensó en lo
que debía hacer. No le preocupó su desnudez, ni la necesidad de disuadirla de aquel
empeño. No pudo hacer otra cosa que dejarse llevar.
En seguida sintió las manos de Kelsey, secando sus brazos, su pecho, sus
hombros. A pesar de la ducha de agua fría, su temperatura subió varios grados y su
cuerpo cobró vida de inmediato. Se suponía que aquello no debía pasar; no formaba
parte del plan. Aquélla era la vida real. Una esposa con su marido, que hacía algo
espontáneo y hermoso, pero Coop no sabía cómo debía actuar. Conocía la verdad y
no podía actuar como si aún fuera su marido.
—Te he echado mucho de menos —murmuró ella.
Kelsey dejó caer la toalla, lo abrazó por la cintura y lo atrajo hacia sí,
obligándolo a salir de la ducha.
—Kelsey —murmuró él.
La fina tela del camisón de su ex esposa no ocultaba nada; podía ver
perfectamente su cuerpo mientras Kelsey lo acariciaba. Estaba muy confuso. Ya no
podía distinguir la realidad de la fantasía. Pero, a pesar de todo, había algo que no
olvidaba nunca. Aquélla era la mujer que había amado, la mujer que amaría hasta el
día de su muerte. A pesar del divorcio, Kelsey Chandler Reed seguía siendo, para él,
su esposa.
—Kelsey, por favor —susurró, en tono de súplica—. No podemos hacerlo. No
debemos hacerlo.
Kelsey besó su pene con delicadeza, casi sin entrar en contacto con él.
—No haremos el amor. Pero eso no significa que no podamos tocarnos —
declaró, mientras acariciaba su sexo—. Eso no significa que no podamos estar cerca.
Coop cerró los ojos al sentir la ola de placer que provocaba el contacto de sus
manos. Sintió que sus piernas empezaban a temblar; le faltaba el aire y apenas podía
hablar. De algún modo, de forma inconsciente, llevó ambas manos a la cintura de su
esposa y poco después se encontró acariciando sus senos.

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—Kelsey, yo...
La pasión que ardía en su interior estalló como una bomba. La abrazó y la besó
apasionadamente, dejándose llevar por la intensa necesidad que lo consumía.
La había besado muchas veces desde que sufriera el accidente. Eran besos que
sólo servían para dañar su perspectiva de las cosas, para angustiarlo aún más. Pero
aquel beso fue diferente. Fue el besó de un amante, de un esposo; la prueba de una
necesidad que escapaba a cualquier tipo de control.
Kelsey se rindió a sus besos. Coop la acarició y la abrazó hasta que el deseo fue
tan intenso que sintió que sus fuerzas la abandonaban. Desde el accidente la había
tratado con mucho cuidado, como si fuera de cristal y pudiera romperse. Kelsey
apreciaba su actitud y comprendía sus reservas, pero ahora deseaba sentir de nuevo
su fuego y su pasión. Deseaba volver a sentir con plenitud.
—Coop —susurró—. Oh, Coop, te deseo tanto...
Cooper la tomó en brazos, sin pensar en el vendaje de su pierna, guiado por el
deseo.
Ni siquiera era consciente de lo que hacía. Se dirigió hacia el dormitorio. No le
importó que la cama fuera demasiado pequeña; sólo importaba el instante.
—Kelsey —susurró—. Si no nos detenemos ahora, no creo que sea capaz de
hacerlo.
—Coop —murmuró ella, con debilidad—. Te deseo. No quiero que te detengas.
Coop tiró de su camisón. No quería que nada se interpusiera entre ellos. Ni
siquiera la fina capa de seda.
—Kelsey. Mi Kelsey —gimió—, mi esposa...
En aquel momento empezó a sonar el teléfono. Cooper regresó a la realidad con
tanta rapidez que su corazón estuvo a punto de detenerse.
Durante unos segundos, no fue capaz de hacer nada. Estaba confuso, como si
acabara de despertar de un sueño.
Miró a Kelsey y vio el deseo en sus ojos. No había sido un sueño. Había estado a
punto de cometer un terrible error. Y no encontraba excusa, ni justificación posible.
Automáticamente, hizo ademán de levantarse para contestar.
—No —gimió ella—, no contestes. Déjalo.
Cooper deseaba olvidar el teléfono y saciar su deseo. A fin de cuentas, ni
siquiera estaba seguro de que hacer el amor con la mujer que amaba fuera un error.
Especialmente porque ella también lo deseaba.
Pero ya no era su esposa. Se habían separado y no tenía derecho a tocarla. Así
que, extendió un brazo y contestó la llamada.
Al oír la voz de Mo Chandler, se estremeció.
—Es tu padre —dijo Coop.

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Se levantó. No quería mirarla; no quería contemplar la decepción en su rostro.


Mientras escuchaba su suave voz, se dirigió hacia la puerta. De repente se sentía
desnudo, expuesto al fraude que estaban viviendo. No eran amantes, y no tenía
derecho a acostarse con ella.
Un buen rato más tarde, Kelsey lo descubrió en el salón. Cooper se había puesto
un pijama y estaba viendo la televisión.
—¿Está bien tu padre? —preguntó él.
—Sí, está bien —contestó—. ¿No vas a volver... a la cama?
Cooper apagó la televisión con el mando a distancia. Caminó hacia ella y dijo:
—Ve tú delante.
—Puedo esperarte...
Coop tocó ligeramente sus brazos. Habría preferido no hacerlo; un simple
contacto bastaba para que perdiera el control. Pero parecía tan insegura, tan confusa,
que se estremeció.
—No, estás cansada. Tienes que dormir. ¿Quieres que te ayude?
—No, no necesito ayuda. Quiero que vengas conmigo.
—Yo... no creo que sea buena idea.
—Antes no opinabas lo mismo.
—Fue un error, y lo sabes.
—¿Un error? ¿Es un error que desee estar con mi marido?
La tristeza de Kelsey se había convertido, parcialmente, en irritación. Coop se
sintió aliviado. Hacía que pareciera mucho menos vulnerable.
—Ya sabes lo que dijo el médico. Estás recuperándote.
—Creo que Mannie Cohen no conoce tan bien como yo mi propio cuerpo.
—Puede ser, pero conoce su trabajo.
—¿Esa es la única razón, Coop?
—¿Qué estás insinuando?
—He olvidado muchas cosas. ¿Es que hay algo, relativo a nosotros, que haya
olvidado?
Cooper se estremeció.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, sin aliento.
—Es evidente que no quieres acostarte conmigo.
—¿De verdad? ¿Crees que estaba disimulando antes?
—No lo sé. Sólo sé que no te habrías acercado a mí si yo no hubiera actuado
antes.

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La expresión de Kelsey denotaba tal desesperación que no pudo evitarlo. La


verdad no le haría más daño que todo aquello.
—Kelsey, hay algo de lo que tenemos que hablar. Algo que debo decirte...
—¿Qué quieres decir? ¿Que ya no me deseas?
Coop la atrajo hacia sí y la besó con apasionamiento.
—Maldita estúpida —gruñó—, ¿es que no lo comprendes? Te deseo demasiado.
Ése es el problema.
Coop no supo cuándo encontró las fuerzas suficientes para dejar que se
marchara, pero lo hizo. Tenía que hacerlo. Era lo único que podía hacer.
Minutos más tarde se dirigió a su dormitorio y cerró la puerta. Iba a pasar otra
interminable e incómoda noche en aquel futón. Pero su insomnio no se debería al
lecho, sino al intenso deseo que lo dominaba.

Kelsey hizo un agujero en el suelo e introdujo la planta. Después, cubrió el


agujero con tierra.
Se secó el sudor de la frente y observó lo que había hecho. Había estado
trabajando toda la tarde, desde que Coop se marchara para atender algunos asuntos
en el aeropuerto, y el trabajo había resultado bastante gratificador.
Trabajar en el jardín no estaba resultando particularmente fácil con una pierna
inmovilizada. Los días pasados en cama la habían dejado sin fuerzas y le dolía todo
el cuerpo. Pero no estaba dispuesta a darse por vencida, aún. No le gustaba dejar los
trabajos a medias. Quería haberlo terminado todo para cuando Coop regresara.
Coop. Las cosas se habían enfriado un poco entre ellos desde aquella noche.
Desde que habían estado a punto de hacer el amor de su dormitorio. Desde que se
alejó de ella.
Cerró los ojos. No le agradaba pensar en ello, porque todo había cambiado
desde entonces. Vivían una especie de armisticio, y habría preferido cualquier otra
cosa. Incluso discutir con él. Lo que fuera.
Miró la casa. Por alguna razón, no quería entrar en ella. Cuando la miraba,
sentía que se ponía muy tensa.
Se dio la vuelta y siguió trabajando con las plantas. Algo raro estaba pasando.
De repente le desagradaba mucho la sensación de estar sola en casa. Nunca había
tenido miedo, o al menos no lo recordaba. Todo aquello carecía de sentido.
Observó el edificio blanco, de tejas rojas.
Siempre había amado aquel lugar. Siempre había sido feliz en él, y no
comprendía que de repente se sintiera incómoda al estar sola. Tal vez tenía algo que
ver con la extraña situación que vivía con Coop. No podía negar que la negativa a
hacer el amor de su esposo le había dolido; pero, en principio, eso no tenía nada que
ver con la casa.

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Siguió trabajando. No entendía nada, y pensó que tal vez por ello necesitaba la
ayuda de una psicóloga. Pero no estaba segura de que la sesión matinal con Gloria
Crowell hubiera servido para mejorar las cosas.
Las preguntas de la psicóloga habían resultado particularmente molestas.
Kelsey deseaba que Gloria le proporcionara alguna pista sobre cómo tratar sus
problemas con Coop, pero la doctora no preguntó nada al respecto. Se concentró en
la inseguridad que sentía cuando estaba sola en casa.
Aquel asunto la incomodaba tanto que perdió la concentración y se torció la
muñeca mientras hacía otro hoyo. Desanimada, dejó la pequeña pala a un lado y se
sentó en el suelo. Cabía la posibilidad de que la psicóloga tuviera razón. Tal vez
mereciera la pena investigar por qué se sentía sola en la casa. Podía deberse a algo de
su pasado, algo que había olvidado.
Había recordado muchos detalles durante las últimas semanas, pero estaba lejos
de recobrar totalmente la memoria. Aún había algo en el vacío de su pasado que la
asustaba.
Se frotó los ojos y pensó en las preguntas de la doctora. Gloria la había
presionado, intentando encontrar las razones de aquel miedo. Pero Kelsey no había
comprendido, hasta entonces, que tal vez fuera una estrategia adecuada. Debía
enfrentarse a su miedo y descubrir sus raíces. Pero en aquel momento no se
encontraba con fuerzas para hacerlo.
Volvió a tomar la pala e hizo unos cuantos agujeros más. Después, puso las
plantas y cubrió los hoyos con rapidez, como si trabajando con rapidez pudiera dejar
atrás sus miedos. No quería pensar. No quería especular sobre el pasado. Sólo quería
volver a llevar una existencia normal.
—Muy bonito.
Kelsey se sobresaltó al oír la voz a su espalda. Se dio la vuelta y vio al hijo de los
vecinos.
—¿De verdad?
—Sí —asintió el chico—. Son como los colores de tu camisa.
Kelsey se quitó las gafas de sol; miró su camisa, morada y blanca, y la comparó
con las flores.
—Vaya, tienes razón...
El niño se acercó un poco más. Al ver el vendaje que llevaba en la pierna,
preguntó:
—¿Qué es eso?
—Me hice daño y tuvieron que ponerme una venda.
—Vaya... yo también me hice daño una vez.
—¿Sí?
—Sí —dijo, señalando un punto en su muslo—. Aquí. Mi madre me puso una
venda. Y ella también planta flores en el jardín.

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Kelsey miró al otro lado de la calle y reparó en la abundancia de flores del


jardín de los vecinos.
—Son muy bonitas...
—Yo la ayudo siempre —declaró con orgullo.
Kelsey sonrió.
—Estoy segura de ello.
—¿Sabes cuántos años tengo?
—No, ¿cuántos tienes?
—Cuatro.
—¿Cuatro? ¿De verdad? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Y estás seguro de
que tu madre te deja que cruces la calle sin permiso?
El niño asintió.
—Sí, porque la calle está cortada y no pasan coches. Pero no puedo cruzar por
abajo. Dice que allí hay mucho tráfico —declaró, mientras jugueteaba en la acera—.
Jimmy Donaldson y yo somos los chicos más altos del colegio.
—¿En serio? Seguro que a tus padres les encanta tener un chico tan grande
como tú.
—Claro —asintió—. Papá dice que nuestra casa parece una floristería ahora.
—Oh, bueno, yo creo que tenéis un jardín muy bonito. ¿A ti qué te parece?
El niño se dio la vuelta y contempló su hogar.
—Sí, es bonito. Pero a papá no le gustan las flores. Tiene alergia.
—Ya veo —dijo Kelsey, a punto de reír—. Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Jonathan.
—Hola, Jonathan —dijo, extendiendo una mano—. Yo me llamo Kelsey.
El chico estrechó su mano y dijo:
—Encantado. Mamá dice que eres la nueva vecina.
Kelsey rió.
—¿La nueva vecina?
—Sí —contestó el chico—. Mamá dice que debes ser la nueva novia de Coop.
La sonrisa de Kelsey estuvo a punto de desaparecer.
—Bueno... de hecho soy su esposa.

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Capítulo 9
KELSEY miró por la ventana de la cocina y vio que un coche aparcaba al otro
lado de la calle. Mientras se secaba las manos con un paño, observó que Jonathan
corría hacia el vehículo.
Su padre salió del interior. El niño se abrazó a él y Kelsey no pudo evitar
emocionarse. Se apartó de la ventana, tomó las muletas y se dirigió al salón.
—¿Cuánto tiempo llevan los vecinos en la casa de enfrente?
Coop se encogió de hombros, sin dejar de mirar la televisión.
—Un año. Tal vez año y medio —respondió, mientras tomaba la cerveza que
había dejado sobre la mesa—. No estoy seguro.
—¿Los conozco?
Cooper estuvo a punto de atragantarse con la cerveza. Lentamente, se volvió
hacia ella y la miró.
—No estoy seguro —mintió—. ¿Por qué lo preguntas?
Coop sabía muy bien que Kelsey no los conocía. No podía conocerlos. Holly y
Christian Harding habían llegado al vecindario seis meses después de que Kelsey se
marchara.
—Por nada —se encogió de hombros—. Jonathan estuvo aquí esta tarde.
—¿El pequeño?
—Sí —sonrió, al recordarlo—. Me ayudó con las flores del jardín y me
preguntaba si me habría ayudado alguna vez en el pasado.
Coop dejó definitivamente de prestar atención a las noticias. Los últimos días no
habían resultado muy fáciles. Deseaba poder regresar a la noche en que lo
sorprendió, en la ducha. Le habría gustado poder manejar la situación con más tacto.
Pero en lugar de eso le había hecho daño, y el ambiente se había enrarecido hasta el
extremo de que no se atrevían a hablar sobre lo sucedido. Se comportaban con
educación y mantenían las distancias, fingiendo que no había ocurrido nada.
—¿Te dijo algo Jonathan? —preguntó.
—No. Sólo me dijo su nombre y su edad. Así que supuse que no me conocía. Sin
embargo, te conoce a ti.
—¿De verdad?
—Sí. Y al parecer, también te conoce su madre. Es más, creo que su madre
piensa que soy tu novia.
—¿Mi novia? —preguntó, estremecido.
No le extrañaba que los vecinos sintieran curiosidad. No estaban
acostumbrados a ver una mujer en la casa. Desde el divorcio, no había estado con
ninguna mujer en aquel lugar. Aquel siempre había sido el hogar de Kelsey y no
había sido capaz de profanarlo con otra persona.

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—La otra noche mencionaste que tenías que hablar conmigo. Tal vez haya
llegado el momento de hablar, Coop.
Kelsey lo miró con expresión tranquila, pero Cooper notó su tensión y su
preocupación. Le estaba dando una oportunidad, en bandeja de plata, para que
confesara la verdad. Sólo tenía que aceptarla y confesarlo todo. Pero no estaba
preparado. Debía encontrar una forma de explicar lo sucedido. Un medio para
separar la verdad de las mentiras, para separar la farsa de lo que realmente sentía.
Tenía miedo de perderla otra vez.
—Kelsey... No creo que sea el momento más adecuado.
—No me mientas, Coop —espetó—. Sé sincero conmigo. ¿Hay otra mujer en tu
vida?
Cooper se quedó helado. No esperaba en modo alguno que preguntara algo así.
—¿Otra mujer? ¿Crees que estoy saliendo con otra mujer?
—Si estás esperando a que me recupere para contármelo, te aseguro que puedo
soportar la verdad.
—¿Qué te hace pensar que hay otra mujer? ¿Es por lo que dijo el niño?
—Es por eso, y porque... porque las cosas han sido diferentes entre nosotros
desde mi accidente.
Coop sintió una punzada en el estómago. Las cosas habían sido diferentes
porque estaban divorciados. Hacía dos años que no vivían juntos. Kelsey notaba que
algo andaba mal, pero no podía llegar tan lejos.
No sabía cómo tranquilizarla sin contar toda la verdad. Necesitaba tiempo.
Necesitaba hablar con los médicos para contemplar la posibilidad de dar por
finalizada la farsa.
—Claro que las cosas han sido diferentes. ¿Te has olvidado ya de lo que ha
pasado?
—Al parecer, he olvidado más cosas de las que creía —declaró, mirándolo con
desconfianza.
—Estuviste a punto de morir. Estuviste inconsciente durante cuatro días y has
tardado mucho tiempo en recobrarte físicamente. No es extraño que las cosas sean
«diferentes» durante una temporada.
—¿Durante una temporada? ¿O para siempre?
—¿Es eso lo que piensas?
—No lo sé. No sé qué pensar. Sólo sé que intentas alejarte de mí.
—Si lo dices por lo de la otra noche...
—Por supuesto que lo digo por eso.
—Kelsey, das demasiada importancia a algo insignificante.
—¿De verdad?

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—Sí. Lo de la otra noche no significa nada.


—No recuerdo que te alejaras de mí de ese modo antes del accidente.
—¿Y crees que se debe a que salgo con otra mujer?
—Eso explicaría las cosas.
—Pues no. No explicaría nada porque no es cierto. Mira, sé que la otra noche no
me porté muy bien. Te herí, aunque no tenía intención de hacerlo —declaró, mientras
besaba sus manos—. Es que te toqué y perdí el control.
—Pero no seguiste... —murmuró.
—Porque no era el momento más adecuado.
—¿Esa era la única razón?
—¿Cómo pudiste pensar que estaba saliendo con otra persona?
—He olvidado tantas cosas...
Coop acarició sus labios y pensó que Kelsey era muy frágil. Parecía fuerte, pero
emocionalmente no se había recuperado.
—Te amo —murmuró él—. Te amo y nunca podría amar a otra persona.
Besó su mano y miró sus claros ojos azules. Kelsey necesitaba tiempo para
recobrar la confianza. Los dos lo necesitaban. Aún estaba enamorado de ella y no
estaba seguro de que fuera capaz de soportar otra separación. No estaba seguro de
poder afrontar el futuro, sin ella.
—Olvida lo de la otra noche. Te amo y siempre te amaré —insistió.
Acto seguido, la abrazó y la besó. Kelsey estaba caliente, y era tan suave que
decidió poder abrazarla hasta el final de sus días.
—Oh, Cooper, me siento tan estúpida...
—¿Estúpida? ¿Por qué? Soy yo el que actué como un niño de dos años.
—Es que después de lo que sucedió la otra noche... No sé, tuve una extraña
sensación que no puedo explicar y empecé a pensar en las cosas que podía haber
olvidado sobre nosotros. ¿Éramos tan felices como recuerdo? ¿Éramos los mismos? Y
cuando Jonathan dijo que su madre creía que era tu novia, pensé que...
—¿Que salía con otra mujer? —la interrumpió.
—Sí. Pero ahora me siento muy avergonzada.
Coop no tenía ni fuerza ni ganas para seguir mintiendo.
—Kelsey, nunca ha habido nadie más. Te amo, y nada de lo que pueda pasar
entre nosotros cambiará el amor que siento.

—¿Piensas que debemos decírselo?

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Coop apretó con fuerza el auricular del teléfono y esperó unos segundos para
tranquilizarse. Había pasado una noche bastante mal y su paciencia estaba al límite.
No estaba de humor para enfrentarse a un montón de preguntas.
—No sé qué debo hacer, Gloria. Quiero ayudar, no quedarme aquí y hablar
sobre mis sentimientos. Mannie dijo que tú eres la más adecuada para decidirlo,
puesto que ves a Kelsey con frecuencia y sigues su progreso. Así qué dintelo tú. ¿Se
lo digo, o no?
—Bueno... yo diría que Kelsey está empezando a «sentir» ciertas cosas, pero no
se trata de recuerdos, exactamente.
—¿Eso es normal? ¿Quiere decir que recobrará la memoria?
—Puede ser. Es como si recordara los sentimientos antes que los hechos que los
causaron. Eso explicaría la sensación de pérdida, de tristeza. Puede ser una estrategia
preparatoria para recordar. Una forma de enfrentarse a la realidad, poco a poco.
Coop suspiró.
—Entonces, ¿qué hago?
—No estoy segura de que tengas que hacer nada. Ambos sabemos que los
recuerdos serán muy dolorosos para ella.
—¿Estás diciendo que siga como hasta ahora? ¿Que siga con este fraude? Hasta
Kelsey empieza a estar cansada de mis excusas.
La psicóloga tardó unos segundos en contestar.
—Lo creas o no, comprendo que te encuentras en una situación muy delicada.
—Lo dudo —comentó con ironía.
—Hasta ahora, Kelsey no ha puesto en duda ciertas cosas. Cree que estaba
enamorada, que estaba casada contigo. Pero ahora empieza a sentir algo extraño.
Empieza a pensar que las cosas podían ser distintas. Es todo un avance, pero no voy
a mentirte, Cooper. No será fácil, y no puedo decir nada que sirva para ayudarte.
—¿No te parece que sería más adecuado que se lo contáramos? ¿No sería mejor
para ella?
—Puede que sí y puede que no.
Coop cerró los ojos y respiró profundamente, harto de médicos que insistían en
lavarse las manos.
—En resumidas cuentas, estás diciendo que no puedo hacer nada.
—Estoy diciendo que Kelsey recordará a su debido tiempo. Llevas a su lado
varias semanas, haciendo lo posible por ayudarla, y no debes renunciar ahora que
está a punto de recordar. ¿Quieres arriesgarlo todo?
—¿De verdad crees que recobrará la memoria? ¿De verdad crees que lo
recordará todo, no sólo una parte?
—Yo diría que sí.

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—Claro.
—Dime una cosa, Cooper... tengo la impresión de que no te alegra demasiado la
posibilidad de que Kelsey recupere la memoria. ¿Ha pasado algo que deba saber?
¿Ha cambiado algo?
Cooper pensó que no había cambiado nada. Seguía enamorado de la misma
persona.
—Quiero que se recupere, Gloria. Eso no ha cambiado.
—¿No quieres hablar sobre ninguna otra cosa? ¿Seguro?
—Seguro. Yo no tengo ningún problema con mi memoria. Recuerdo que nos
divorciamos y no me hago ilusiones sobre el futuro.
—Pareces muy seguro de eso.
—Ya me separé una vez de ella.
—Pero la historia no tiene por qué repetirse.
—¿Se puede saber qué os pasa? ¿Es que Mannie y tú sois unos románticos
empedernidos o algo así?
La psicóloga rió.
—¿No crees en las segundas oportunidades?
—Creo que no se puede vivir en el pasado. Nada puede cambiar lo que sucedió.
Tú sabes lo que pasó; sabes lo que significa para ella tener una familia. Cuando
descubrió que no podía tener hijos, cayó en una profunda depresión y mató el amor
que sentía por mí.
—Y a pesar de todo, has sido capaz de ayudarla ahora. Eso dice mucho en tu
favor.
—Sí, claro. Significa que soy un gran tipo que se dedica a engañarla todos los
días.
—Está resultando muy difícil para ti, ¿verdad?
—No, es que estoy cansado. Nada más —suspiró—. Estoy cansado de las
mentiras.
—Cuando recobre la memoria... será consciente del sacrificio que has hecho.
Coop pensó en la noche de la ducha. Lamentablemente también recordaría que
la había tocado, y besado.
—Cuando recobre la memoria se marchará —declaró en un susurró.

Coop cerró la puerta del coche y miró a Kelsey, que estaba en el jardín
delantero.
—¡Sorpresa! —exclamó ella.

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—¿Sorpresa? Eh, no llevas tus muletas... y te has quitado el vendaje...


—¿Estás sorprendido? —preguntó.
Coop corrió hacia ella.
—¿Tú qué crees? Pero... ¿cuándo ha pasado?
—Esta tarde —respondió Kelsey—. El doctor Hamilton vino a verme. Me miró y
dijo que me ahorraría el viaje a Santa Inés.
—¿Y te quitó el vendaje sin más?
—Sin más —sonrió.
Coop hizo un esfuerzo por sonreír a su vez, para simular un entusiasmo que no
sentía. Con su imposibilidad para andar tenía una magnífica excusa para mantener
las distancias. Ahora, en cambio, la situación se había complicado.
—¿Estás segura de que puedes caminar? Tal vez fuera mejor que te sentaras un
rato...
—Estoy bien. De hecho, el médico ha dicho que tengo que caminar para
fortalecer los músculos. Aún la tengo un poco débil, pero empezaré la terapia de
recuperación el lunes. Antes de que te des cuenta, podré correr una maratón.
—¿Quieres correr una maratón?
Kelsey rió.
—¿Crees que me he vuelto loca? Claro que no —dijo, mientras tiraba de él hacia
la casa—. Pero después de lo que he pasado me alegra saber que podría hacerlo, si
quisiera.
Coop la siguió al interior de la casa. Se movía con tal agilidad que no parecía
que hubiera sufrido un accidente, pero no le sorprendió demasiado. Su recuperación
había sido bastante rápida desde el principio; al verla, nadie habría dicho que seis
semanas antes había estado a punto de morir.
No había servido de nada que intentara convencerla de que se tomara las cosas
con más calma. Durante la semana anterior, su evidente recuperación había
cambiado totalmente las circunstancias. Ya no tenía que cuidarla. De repente volvía a
ser, únicamente, su marido; y empezaban a comportarse como una pareja normal.
Coop había regresado al trabajo; con la ayuda de Doris, había arreglado el
papeleo acumulado durante mes y medio. Casi se sentía aliviado al poder estar lejos
de Kelsey, pero la perspectiva de su recuperación física lo aterraba.
Los días se parecían mucho a los que habían vivido durante su matrimonio.
Aunque Kelsey, por razones evidentes, no se alejaba de casa. No había recobrado la
memoria, así que se mantenía ocupada en el jardín y desayunaba con él todas las
mañanas, aunque seguían durmiendo en habitaciones separadas. Por la noche,
cuando Coop regresaba, se sentaban en el salón, cenaban y charlaban sobre sus cosas.
Coop sabía que no había nada excepcional en ello; nada que no hicieran
multitud de parejas similares. Pero después de dos años de separación, después del
dolor del divorcio, suponía una verdadera tortura para él.

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Empezaba a sentirse como si realmente fuera su esposo.


—Vamos —dijo ella—. He preparado algo de cenar.
—¿Has estado cocinando? —preguntó, mientras cerraba la puerta a sus
espaldas.
—No sé por qué te sorprende tanto. Por si lo has olvidado, sé cocinar.
Coop sonrió.
—Pensé que no habrías tenido tiempo, con la visita del doctor.
—Y acertaste —confesó—. Llamé al restaurante. Pensé que podíamos celebrarlo.
Kelsey caminó hacia el patio, donde había preparado la mesa. Coop se inclinó
sobre la cacerola que había en el centro.
—Mmmm... Raviolis.
—Tu plato favorito —dijo ella.
—¿Mi plato favorito? —preguntó.
—Bueno, tuyo o mío, ¿cuál es la diferencia? Anda, siéntate. ¿Quieres discutir
sobre los detalles, o prefieres cenar?
—Prefiero cenar.
—Me alegro, porque estamos celebrando mi recuperación. Ah, y tengo otra
sorpresa para ti.
—¿Otra sorpresa? No estoy seguro de que pueda soportar más sorpresas.
—Ésta es una sorpresa pequeña —dijo con suavidad—. Hay tarta de chocolate
como postre.
Coop la observó mientras servía la pasta. Habían cenado juntos en infinidad de
ocasiones, durante su matrimonio. Una vez más le asaltó una terrible sensación.
Como si los dos años pasados sólo hubieran sido un mal sueño.
—El doctor Hamilton dijo que debía hacer ejercicio para fortalecer la pierna.
—De modo que has decidido empezar la terapia por tu cuenta —rió él—. Sólo
tú eres capaz de permanecer en cama seis semanas y estar mejor que antes.
—Bueno, yo no diría que tenga mejor aspecto que antes —bromeó.
—Puede que tú no, pero desde mi punto de vista estás mejor que nunca —
murmuró.
—¿De verdad? —preguntó, parpadeando.
—Por supuesto que sí —contestó, mientras descorchaba una botella de vino—.
Y lo sabes.
—Puede ser —sonrió—. Pero me alegra que lo pienses.
Coop sirvió el vino.
—Siempre lo he pensado.

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—Bueno, una vieja esposa necesita oír ciertas cosas.


—Tú no eres vieja —dijo.
Coop tomó un poco de vino. Ni era vieja, ni estaba casada con él; pero no quería
pensar en ello. No quería pensar en nada. La deseaba y no podía satisfacer su deseo.
Terminó su copa de vino y volvió a llenarla; esperaba que el alcohol
adormeciera un poco sus sentidos, pero desafortunadamente tuvo el efecto contrario.
Se bebió la copa de golpe y la llenó de nuevo. Se sentía relajado, sin
inhibiciones. Cada movimiento de Kelsey lo excitaba.
—No estás comiendo...
—Lo sé —dijo—. Estoy bebiendo.
—Ya lo veo. ¿No tienes hambre?
Coop la miró por encima de la copa.
—No tienes idea de cuánta tengo —susurró.
—¿Qué estás haciendo, Coop?
—¿Es que no puedo tomar unas copas?
Kelsey frunció el ceño.
—¿Te encuentras bien?
—Maravillosamente bien.
Para tranquilizarla, tomó un poco de pasta. Pero sólo quería beber para olvidar
el dolor que sentía.
—Coop, no bebas más, por favor.
—Sólo una copa más —prometió.
Coop terminó la copa de un trago. Al ver su gesto de desaprobación
comprendió lo que tenía que hacer. Debía emborracharse y comportarse de la peor
manera posible. Debía hacer cualquier cosa para irritarla. Ahora que se había
recobrado físicamente, no quedaban excusas para que no mantuvieran una relación
normal de marido y mujer. Pero no tenía derecho a desearla.
Se sirvió el vino que quedaba y dejó la botella vacía sobre la mesa. Al hacerlo
golpeó el tenedor, que salió despedido. Coop sonrió, pero Kelsey no parecía nada
contenta. Ni siquiera se movió. Se limitó a mirarlo.
Coop se bebió la copa y miró hacia el mar. El alcohol empezaba a afectarlo y
tenía la impresión de que el plan iba a funcionar. Quería que se enfadara tanto con él
que no deseara que la tocara. De ese modo, tal vez evitara cometer un error.
—Creo que deberías comer algo ahora —dijo ella.
Coop la miró, lleno de deseo, y se levantó.
—No —negó con la cabeza—. Sólo quiero más vino.

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Capítulo 10
KELSEY estaba mirando hacia el balcón, contemplando las luces de Santa
Bárbara. Deseó poder llorar, pero no podía. Estaba demasiado enfadada, o
demasiado asustada.
Apretó los puños y se preguntó por lo que había sucedido. No entendía que
Coop hubiera empezado a beber de aquel modo. Tenía la impresión de que se había
portado mal deliberadamente, como si quisiera arruinar la velada.
Cerró los ojos, dominada por una extraña angustia que procedía del pasado que
había olvidado. No sabía qué la asustaba tanto. Una y otra vez se preguntaba por lo
que había sucedido antes del accidente.
Abrió los ojos y miró la cama de hospital. Aquella cama la había molestado
desde el principio. No pertenecía a su hogar. No tenía sentido que siguiera allí.
Habían pasado seis semanas y ya se había recobrado físicamente; sin embargo,
seguían durmiendo en dormitorios separados.
Coop había prometido que no había ninguna otra mujer en su vida, pero estaba
ocurriendo algo. Se preguntó si su matrimonio tenía problemas, si Coop había
empezado a beber. Después, recordó lo sucedido durante las semanas anteriores.
Cooper había sido maravilloso con ella. Los sentimientos que había notado en él eran
reales.
Al mirar la camiseta que le había prestado para que durmiera, se dijo que aún
conocía a su marido, aunque hubiera olvidado gran parte del pasado. Cuando le
había dicho que la amaba, no había mentido. Lo había sentido en su corazón. Pero en
tal caso, su actitud carecía de sentido. Era como si intentara ocultar algo. Como si
intentara protegerla de algo que no quisiera que recordara.
Cada vez se sentía más frustrada. Debía dejar de llevarse por su miedos; debía
resistirse a la ansiedad. Cabía la posibilidad de que el comportamiento de Coop no
tuviera nada que ver con su amnesia. Podía tratarse de una simple disputa como la
que tenían infinidad de matrimonios.
Avanzó en la oscuridad y encendió la luz del cuarto de baño. Le dolía la cabeza
y no podía pensar con claridad.
Abrió el armario para buscar una aspirina. Si conseguía calmar su dolor de
cabeza, tal vez podría conciliar el sueño. A la mañana siguiente vería las cosas de
otro modo.
Pero la caja de aspirinas estaba vacía. Había otra en la cocina; sin embargo, salir
de allí significaba volver a encontrarse con Coop. Y no estaba segura de querer
hacerlo en aquel momento. Estaba demasiado enfadada, demasiado vulnerable.
Cuando Coop regresó al patio con una segunda botella de vino, Kelsey decidió
marcharse. Se levantó y se dirigió hacia el dormitorio; cuando entró, cerró la puerta
de golpe.

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Había sido una salida brillante, dramática y bastante teatral, para dejar bien
claro el disgusto que sentía por su comportamiento. Desgraciadamente, una salida
así implicaba que tendría que conformarse con la caja vacía de aspirinas.
Habría sido muy distinto si Coop la hubiera seguido y se hubiera disculpado.
Pero no lo había hecho. Se había quedado a solas con sus miedos.
Se miró en el espejo, apagó la luz del cuarto de baño y caminó hacia la cama,
dispuesta a tumbarse un rato e intentar dormir a pesar del dolor. A fin de cuentas,
sólo era un dolor de cabeza. Podía intentar relajarse haciendo respiraciones lentas y
profundas, como las embarazadas.
En aquel momento, algo estalló en su cabeza. Tuvo la impresión de que estaba a
punto de recordar algo importante, algo que tenía que ver con el embarazo. Era como
si lo tuviera en la punta de la lengua.
Pero la sensación desapareció en seguida. Frustrada, intentó volver a pensar en
ello. Miró el techo de la habitación y comenzó a respirar lenta y profundamente; algo
relacionado con las embarazadas había estado a punto de hacer que recordara. Tal
vez algo relativo a su trabajo como enfermera.
Apretó los puños contra el colchón. Deseaba recordar, pero no lo conseguía. No
lograba nada.
—No puedo soportarlo —murmuró.
Hastiada, se quitó la sábana de encima y se sentó. Pero el movimiento fue tan
brusco que su dolor de cabeza se incrementó aún más.
Se levantó muy despacio. Miró el reloj que había en la mesita de noche y
comprobó la hora. Eran las doce menos cuarto. Supuso que Coop se habría marchado
a la cama, aunque ya no le importaba mucho. Necesitaba tomar una aspirina, y la
necesitaba de inmediato.
Abrió la puerta del dormitorio. El pasillo estaba oscuro y vacío. Toda la casa
estaba oscura y vacía. Dio unos pasos y se detuvo. La puerta del dormitorio de
Cooper estaba cerrada. Obviamente, se había ido a la cama.
Más tranquila, se dirigió a la cocina. No hacía falta que encendiera la luz.
Conocía muy bien el camino. La caja de aspirinas estaba donde siempre. Sacó una y
se la tomó; sabía amarga, pero no le importó demasiado. Sólo quería librarse de aquel
dolor de cabeza.
—Mucho mejor —susurró, mientras tomaba un poco de agua—. Sí, mucho
mejor.
Caminó hacia la pila y miró por la ventana, hacia la casa de Jonathan. A pesar
de la hora, las luces estaban encendidas. Parecía una casa llena de vida, de felicidad,
de niños. En aquel momento, se preguntó qué le parecería su casa a un extraño. Tal
vez le pareciera tan oscura y vacía como le parecía a ella misma. Pero ella deseaba
que fuera como la casa de los vecinos. Una casa feliz, con niños.
Pensó en Coop y en los planes que habían hecho para tener una familia. No
comprendía que durmieran separados. Tal vez lo hacía para que no se quedara

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embarazada hasta que no se hubiera recuperado totalmente. O tal vez había


cambiado de opinión y ya no deseaba tener descendencia.
En aquel momento, oyó su voz.
—¿Kelsey?

Kelsey había pasado a su lado. Al principio, Coop pensó que no quería hablar
con él porque estaba enfadada. Y no le sorprendió demasiado. Se había comportado
como un perfecto cretino.
Pero segundos después comprendió que no lo había visto. Estaba sentado en la
oscuridad, junto a la mesa de la cocina. No es que no quisiera hablar con él. Es que no
sabía que estaba allí.
Coop la observó mientras tomaba una aspirina y un poco de agua. Había
cometido una estupidez bebiendo de aquel modo. El alcohol sólo había servido para
incrementar el deseo que sentía, aunque ciertamente había conseguido que Kelsey se
enfadara con él.

Habían pasado varias horas desde entonces y ya estaba completamente sobrio.


Pero de todas formas, bastó que la viera para que volviera a excitarse. La luz de la
luna entraba por la ventana e iluminaba su precioso cabello. Parecía un ángel, no una
mujer de carne y hueso; parecía salida de un cuento de hadas.
Pero era real, muy real. La silueta de sus senos desnudos, bajo la camiseta que
llevaba, lo dejaba bien claro. No era una ilusión. Era la mujer que amaba, la mujer
que deseaba.
—Mucho mejor, sí. Mucho mejor —dijo en aquel momento.
Sus suaves palabras lo sorprendieron bastante. Por un momento pensó que lo
había visto y que estaba hablando con él. Pero seguía sin verlo. La oscuridad de la
esquina lo ocultaba.
Pensó en la posibilidad de seguir allí, sin hacer nada, y permitir que se
marchara. Habría sido lo más inteligente. Pero aquella noche no se estaba
comportando de manera muy inteligente. Se sentía solo y perdido, y no podía dejar
que se marchara de aquel modo.
—¿Kelsey?

La voz de Coop la asustó tanto que dejó caer la botella de agua.


—¿Coop? —preguntó, mientras se daba la vuelta—. Me has dado un susto de
muerte.
—Lo siento —dijo, aún en la silla.

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—¿Cuánto tiempo llevas ahí?


—Una hora. Tal vez dos, no sé.
—Pensé que te habías ido a la cama.
—No podía dormir.
Kelsey entrecerró los ojos y olvidó su enfado por un momento.
—¿Te encuentras bien?
—Ya no estoy borracho, si es eso lo que quieres decir.
—Ya. Yo... había bajado a por una aspirina.
—¿Te duele la cabeza?
—Sí. ¿Y a ti?
—Desde luego.
—¿Quieres una?
—No, gracias, tome una hace un buen rato.
Estaba tan oscuro que Kelsey no sabía si la estaba mirando a ella o si estaba
mirando hacia otra parte, y resultaba bastante incómodo.
—Bebiste demasiado...
—Lo sé.
—¿Va todo bien? No es normal en ti. Al menos, por lo que recuerdo.
—No te preocupes. Te aseguro que no tengo un problema con la bebida.
—Pues debo admitir que lo pensé —confesó—. A fin de cuentas, he olvidado
muchas cosas.
—Sí —murmuró él—. Muchas cosas.
—Tal vez deberíamos hablar sobre las cosas que he olvidado.
—O tal vez sería mejor que te fueras a la cama.
Kelsey negó con la cabeza.
—No, no pienso ir a ninguna parte.
—Vete a la cama, Kelsey.
—¿Eso es lo que quieres?
—Lo que yo quiera no importa.
Kelsey se había acercado a él y ahora podía verlo con más claridad. Iba descalzo
y estaba pálido. Y la miraba con tal intensidad que sintió renacer el deseo en su
interior.
—A mí sí me importa.
—Por favor, Kelsey...

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—¿Qué te molesta tanto? ¿Que te ame? Pues es demasiado tarde, Coop, porque
te amo. Eres mi marido y te amo.
—Tu marido —repitió él, pasándose una mano por el pelo—. Sí, algo así como
un marido.
—¿Qué ocurre, Coop? ¿Qué estás intentando decirme? ¿Qué está pasando aquí?
—Nada —insistió él—. No está pasando nada. Y no va a pasar nada.
Coop pegó un puñetazo sobre la mesa. Su violenta reacción la sorprendió.
—No entiendo nada —murmuró ella—. No entiendo nada en absoluto. Durante
semanas no has hecho otra cosa que mantener las distancias conmigo. Si ocurre algo
malo, dímelo, por favor. No conseguirá que me sienta peor de lo que me siento
ahora.
Coop no podía explicar lo que sentía. Deseaba hacer lo correcto, pero ya no
sabía qué era lo correcto.
—Kelsey, por favor, vete a la cama.
—¿Qué ocurre? Hay algo que no me has dicho. ¿Estás intentando protegerme?
—¿Quieres saberlo de verdad? —preguntó él, angustiado—. Estoy intentando
protegerte de mí.
Entonces, la tomó por el brazo y la atrajo hacia sí. Acto seguido la besó
apasionadamente, con todo el deseo que había acumulado durante varias semanas.
Su sabor lo invadió, entró en su sangre y finalmente hizo que perdiera el control.
Aquello era real, no era un fraude. Kelsey deseaba lo mismo que él, y él sólo quería
amarla. No podía haber nada malo en ello.
—Kelsey... espero que me perdones, pero te deseo. No puedo evitarlo.
Kelsey notó el deseo en su voz, sintió su fuerte y duro cuerpo y se excitó.
Aquello era lo que necesitaba, lo que quería; deseaba sentirlo entre sus brazos, sentir
su necesidad y saber que la deseaba. Ahora no le importaban los problemas que
hubiera olvidado. Aún tenía a Coop. Aún tenía su pasión, su fuego, su corazón.
—Yo también te deseo —murmuró.
Al sentir las manos de Kelsey, toda la racionalidad desapareció de Coop. Se dejó
llevar por su parte más primitiva, la que sólo quería saciar sus apetitos. La trajo hacia
sí y la acarició. Después, le quitó la camiseta y las braguitas.
—Eres preciosa —dijo en un susurro—. Preciosa.
Su visión lo dejó sin aliento. La contempló durante unos segundos, pero no
podía contenerse por más tiempo. El deseo era demasiado intenso. No había tiempo
para juegos cuidadosos, para exploraciones. El fuego que sentía estaba fuera de
control. Besó su cuello y descendió hacia sus senos. Kelsey cerró los ojos y se
abandonó a la pasión que compartían. Habían estado casados muchos años; habían
hecho el amor en incontables ocasiones; y sin embargo se sentía como si no lo
hubieran hecho en muchos años.
—Coop —gimió ella.

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Cooper estaba lamiendo sus senos, y la sensación la volvía loca. La tensión


comenzó a incrementarse en su interior; sus piernas apenas podían sostenerla. Sentía
los poderosos brazos que la abrazaban y sólo deseaba dejarse llevar por la pasión.
Bajó las manos hacia la cremallera de sus pantalones y empezó a desabrochárselos.
—Te amo, Coop. Te amo —susurró.
Coop gimió y la llevó hacia el dormitorio que una vez habían compartido. Pero
al llegar a la puerta pensó en la cama del hospital. No quería hacer el amor con ella
allí, en una cama aséptica que además le recordaba la mentira en la que habían
estado viviendo.
Se detuvo de repente y la tomó en brazos. Después, abrió la puerta del
dormitorio donde dormía él. Le pareció que hacer el amor en el futón era una especie
de justicia poética por todas las noches que había pasado solo, sabiendo que estaba
cerca, sin poder hacer nada para demostrar lo mucho que la quería.
La posó sobre el lecho, consciente del precio que iba a pagar. Pero, en aquel
instante, no importaba nada. Deseaban estar juntos. En aquel instante eran marido y
mujer.
Kelsey no tampoco podía esperar. Necesitaba tenerlo; necesitaba que fuera parte
de ella. Había sobrevivido a un terrible accidente, había sobrevivido a la fuerza de la
naturaleza, pero no sobreviviría si no hacían el amor.
Entonces, Coop se puso sobre ella y la penetró. Durante un momento, Kelsey no
pudo hacer otra cosa que permanecer allí, inmóvil; pero el momento pasó
rápidamente. Se preguntó si sus experiencias amorosas siempre habían sido tan
apasionadas. No le importaba nada, salvo tenerlo a su lado. Se aferraba a él como si
fuera su salvavidas. Kelsey sabía que había olvidado muchas cosas, pero no podía
creer que hubiera olvidado algo así, que hubiera olvidado lo que significaba el amor,
la desesperación del placer.
De repente, alcanzó el orgasmo. Una gran convulsión la dominó y la llevó más
allá de las cimas del placer, más allá de la satisfacción. Se abrazó a él, con fuerza,
como si su vida dependiera de ello, y dejó que sus poderosas acometidas le
devolvieran la paz.

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Capítulo 11
COOP podía sentir las uñas de Kelsey en su espalda; podía sentir que sus
músculos se contraían. Los gemidos de su ex esposa llenaban sus sentidos. Su
respiración entrecortada le daba fuerzas. Se sentía poderoso, invencible. Pero su
control no duró demasiado tiempo. Al fin y al cabo, sólo era un hombre.
El placer era tan intenso que olvidó todo lo demás. No había tierra, ni cielo, ni
mundo exterior. Estaba a solas con Kelsey y sentía que su cuerpo lo llevaba hacia el
lugar secreto donde la cordura se confundía con la locura, la razón con la
inconsciencia.
—Te amo...
Coop oyó las palabras, pero no supo quién las había pronunciado. En todo caso,
no importaba. Sólo importaba el amor que compartían.
Finalmente, la agonía se hizo tan dulce que se rindió en cuerpo y alma. Kelsey
se abrazó a él con fuerza y fue escalando por el camino del placer; creía que iba a
volverse loca. Segundos más tarde, notó que Coop también había alcanzado el
orgasmo.
—Te amo —dijo él, en un susurro.
Kelsey quiso decir que también lo amaba, pero no tuvo fuerzas.
Coop no supo cuánto tiempo permanecieron así, juntos, sin hacer nada más.
Pudo haber sido una hora, o un día. El tiempo tampoco tenía importancia. Pero en
determinado momento notó que Kelsey se estremecía; había refrescado, así que tiró
de la sábana para cubrir sus cuerpos.
—¿Mejor? —preguntó él.
La luna iluminaba la habitación y podía ver el rostro de su amante en la
oscuridad.
—Nada podría ser mejor que esto.
Coop acarició su mejilla. Kelsey estaba preciosa. No dudaba que lo deseara,
pero aún creía que seguía siendo su marido. Si hubiera recobrado la memoria, tal vez
no hubieran hecho el amor. Al pensarlo se sintió culpable; sin embargo, no quería
arrepentirse de lo que habían hecho.
—Sólo puedo pensar en una cosa —dijo él.
—¿En cuál?
—En esto.
Entonces empezó a cubrir de besos su cuello, sus senos, su estómago.
Kelsey sintió que su cuerpo revivía. Sus caricias empezaron a excitarla de
nuevo; al cabo de un rato, volvió a penetrarla, y ella no pudo hacer otra cosa que
aferrarse a él mientras hacían el amor por segunda vez en la noche.

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Finalmente, se dejó llevar por el cansancio, sintiendo su pesado cuerpo sobre


ella. Fue un sueño profundo y tranquilo; y por primera vez desde el coma, no tuvo
pesadillas.

Kelsey se estremeció. La niebla había hecho que la temperatura bajara bastante,


y la sábana que la cubría apenas ofrecía protección. Por si fuera poco, el suelo estaba
helado bajo sus pies desnudos. Mientras contaba los días del calendario, sintió otro
escalofrío.
—Ocho, nueve, diez, once...
Pero estaba tan concentrada contando los días que apenas notó el frío en los
pies. Además, Coop estaba en el dormitorio, dormido. Cuando volviera a su lado, le
ofrecería su calor.
Al llegar al día catorce, se detuvo. No se oía nada, salvo el reloj de la cocina y su
propia respiración. Había contado tres veces y no cabía ningún error, pero tenía que
asegurarse. Aquello era demasiado importante. Debía estar completamente segura.
Así que empezó a contar de nuevo.
Estaba tan contenta que no podía guardar el secreto por más tiempo. Tenía que
compartirlo con Coop.
Se dio la vuelta y regresó al dormitorio. Al llegar a la puerta, se detuvo. Coop
aún dormía; su cuerpo parecía muy grande bajo la manta del futón. El cuerpo de
Kelsey reaccionó al verlo y pensó en la noche de amor que habían vivido. Ahora no
podía creer que hubiera dudado de sus sentimientos. Cooper había aliviado todas
sus dudas. Era, otra vez, su esposa.
Mientras lo miraba, se excitó tanto que se sintió como si en lugar de llevar
varios años casada, aún fuera una novia. Dejó caer la sábana, se metió bajo la manta y
se acurrucó contra él. Su piel estaba caliente. Lo besó en la espalda.
Coop la atrajo hacia sí.
—Estás helada... ¿por qué estás tan fría?
—He estado levantada —contestó en un susurro.
—¿Qué hora es?
—Aún no son las seis.
—¿Te encuentras bien?
—Oh, Coop... me encuentro mejor que bien. Es maravilloso.
Cooper la miró, más despierto.
—¿Has vuelto a tomar raviolis?
—No, es mejor aún.
—¿Mejor que raviolis fríos?

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—Mejor aún. He estado contando.


—¿Qué?
—He estado contando los días del calendario, para saber cuánto tiempo ha
pasado desde mi último periodo.
—¿Desde tu periodo?
—Sí, desde mi regla. ¿Y sabes lo que hemos hecho esta noche?
—No.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas.
—Hay posibilidades de que me pueda haber quedado embarazada.
Cooper casi no podía creerlo. Pero su sonrisa y su mirada hablaban por sí solas.
—¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué te hace pensar algo así?
—No recuerdo lo que pasó antes del accidente. Pero no he estado tomando nada
desde que desperté en el hospital.
La posibilidad de que Kelsey se quedara embarazada lo dejó sin aliento. No
podía decírselo. No podía arruinar su felicidad. Recordaba perfectamente lo que
había sucedido dos años antes, cuando descubrió la verdad. Había estado a punto de
destruirla, y había destruido su matrimonio.
—Kelsey... has sufrido mucho estas semanas. No creo que... No creo que debas
alimentar demasiadas esperanzas.
—Lo sé, lo sé, pero sólo es un sueño. Siempre hemos deseado tener hijos. Bueno,
a menos que hayas cambiado de opinión...
—No, no he cambiado de opinión.
—Entonces, ¿qué tiene de malo que alimentemos esperanzas?
—Kelsey, hay algo que debería...
Kelsey lo miró y Coop dejó sin terminar la frase.
—¿Qué ibas a decir?
Cooper besó sus manos. Deseaba compartir su alegría. Deseaba olvidarlo todo y
dejarse llevar por aquel sueño. Sin embargo, no podía llevar tan lejos aquella
mentira.
—Tenemos que hablar.
—Coop, estás tan serio... ¿qué sucede?
—Se trata de algo importante. Es sobre nosotros, y sobre nuestra descendencia.
La expresión de Cooper hizo que algo estallara en su cabeza. Algo similar a lo
que había experimentado la noche anterior, pero mucho más intenso. Entonces,
recordó. Recordó los sueños que habían compartido. Recordó la maternidad, la
habitación del hospital. Pero era tan terrible que no quería saberlo. Cerró los ojos con
fuerza. No quería recordar.

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—Un niño —susurró Kelsey al fin—. Oh, Dios mío... tuvimos un niño...
Coop observó su reacción. Odiaba todo aquello. Odiaba que tuviera que revivir
el dolor que había sentido. Quiso abrazarla para aliviar su angustia, pero no podía
protegerla de la verdad. Nada podía cambiar el pasado.
—Sí, tuvimos un niño —dijo él—. Pero sólo vivió unas horas. No pudieron
hacer nada para salvarlo.
—Oh, Dios mío, Coop... ahora lo recuerdo —declaró entre lágrimas—. Nuestro
niño. Nuestro pequeño... ahora lo recuerdo.
Pasó un buen rato antes de que volvieran a hablar. No era momento para
palabras, sino para estar abrazados, para animarse, juntos. Y así estuvieron hasta
mucho tiempo después de que desaparecieran las lágrimas.
—Ha debido ser terrible para ti. Lo sabías, pero no podías decir nada...
Coop cerró los ojos. No quería pensar en las cosas que no le había contado.
—Hablar sobre ello no era fácil.
—Lo comprendo. Y era importante que lo recordara yo sola.
—Todo el mundo pensaba que era lo más conveniente. Pero ahora ya no estoy
tan seguro.
—No, no, era lo más acertado.
—Pero me habría gustado que la verdad no fuera tan dolorosa...
Kelsey lo miró.
—Al menos nos tenemos el uno al otro. Me siento agradecida por ello.
Coop asintió, emocionado. Dos años antes no había reaccionado del mismo
modo. Se había alejado de él.
—Eso explica muchas cosas —continuó ella—. Muchas de las cosas que no
podía comprender.
—¿A qué te refieres?
—Al miedo, y a esas horribles pesadillas. Era como si hubiera olvidado algo que
no quería recordar. Pero ahora lo comprendo.
—Fue una época terrible —dijo él—. A veces yo también he deseado poder
olvidar.
—No, es mejor así. Duele muchísimo, pero no quiero volver a olvidarlo.
Nuestro pequeño, nuestro hijo... Lo tuvimos muy poco tiempo, y no quiero olvidar.
Cooper asintió y la abrazó con fuerza. Quería estar así tanto tiempo como
pudiera. Los médicos habían dicho a Kelsey que era casi imposible que pudiera
volver a dar a luz. Y la noticia había resultado tan dolorosa para ella que Kelsey se
había alejado de todos; se había alejado de su familia, de sus amigos, y especialmente
de él.

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Casi se sintió agradecido por la segunda oportunidad. La pérdida de su


memoria le había dado la oportunidad de poder animarla, algo que no había podido
hacer dos años atrás. Pero no sabía cuánto tiempo pasaría antes de que lo recordara
todo.
—También explica muchas cosas sobre nosotros —continuó ella.
—¿Qué quieres decir?
—Tenía una extraña impresión. Ya sé que dijiste que no salías con ninguna otra
mujer, pero notaba que algo andaba mal. Ahora entiendo que sólo querías evitarme
el dolor.
Coop sintió que empezaba a ponerse enfermo. Sus palabras hacían que
pareciera todo un caballero, pero no sabía cómo iba a reaccionar cuando conociera
toda la verdad.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó él.
—Triste —contestó—. Pero también esperanzada y... muy feliz.
Cooper quiso advertirle que no debía sentirse tan feliz ni tan segura. Aún debía
recordar demasiadas cosas. Pero no podía contárselo en aquel momento. Ya había
sufrido bastante.
Tras la muerte de su bebé no habían tenido ocasión de poder enfrentarse a la
tragedia. Esta vez sería diferente. Esta vez se aseguraría de que Kelsey tuviera
tiempo para recuperarse, para asumir la pérdida. Y él estaría a su lado.
No pasaría mucho tiempo antes de que recordara toda la verdad. Cooper sabía
que el fin se acercaba y quería disfrutar de cada instante.

—¿Dónde estabas?
Coop se sentó en el futón y apartó un mechón de cabello de su rostro.
—Llamando por teléfono a Doris.
—¿Vas a ir a trabajar?
—No, pensé que podía tomarme un día libre —respondió, acariciando su brazo
des—nudo—. Si te parece bien, claro.
—¿A ti qué te parece? —murmuró, pasando los brazos alrededor de su cuello.
Coop se tumbó a su lado. Después de la emocionada escena que habían
compartido, los dos se quedaron dormidos. Estaban agotados. Cooper había
despertado hacia las ocho, y apenas tuvo tiempo de ponerse en contacto de Doris
antes de que saliera de casa.
Dosis le aseguró que podría arreglárselas sin él, pero no antes de darle un
informe exhaustivo sobre la empresa. Coop soportó en silencio todos sus
comentarios. A fin de cuentas, sabía que podía confiar en ella.

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—Gracias —murmuró Kelsey.


—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por quedarte en casa a cuidar de mí.
—¿Crees que me he quedado para ser tu niñera?
—¿Cómo lo llamarías entonces?
—Como más te guste, siempre y cuando podamos estar juntos todo el día.
Kelsey rió. Se sentía más feliz que en mucho tiempo. Ahora recordaba con tanta
claridad todo lo relativo a su parto y a la muerte de su hijo que no podía creer que lo
hubiera olvidado. Y por doloroso que fuera, la dominaba una intensa paz. Aún no
había recobrado totalmente la memoria, pero sus lagunas ya no la asustaban tanto.
El sol empezaba a entrar por la ventana del dormitorio, y la niebla había
desaparecido. Kelsey podía oír los sonidos del vecindario; coches que arrancaban y
voces de niños. Pero a pesar de todo, se sentía muy lejos del mundo real. Se sentía a
salvo con Coop en aquella habitación.
Kelsey desabrochó los vaqueros de Coop.
—Bueno, si vamos a pasar todo el día en casa, será mejor que te pongas
cómodo.
Cooper se quitó los pantalones y los tiró al suelo. Después la abrazó y la penetró
con suavidad. Hicieron el amor apasionadamente, hasta alcanzar de nuevo las cimas
del éxtasis. Un buen rato después, cuando ya se habían tranquilizado, Kelsey
murmuró:
—No sé cómo lo haces.
—¿A qué te refieres?
—No sé cómo puedes dormir en esta cosa.
—¿En el futón?
—Sí. No sé cómo has podido soportarlo durante ocho semanas.
Coop estuvo a punto de reír. En realidad, llevaba dos años durmiendo en él.
—¿No te gusta?
—¿Y a ti?
Cooper pensó en los meses que había pasado durmiendo en él. Después de que
Kelsey lo abandonara, no le importaba gran cosa el lugar donde dormía. Sin ella,
ninguna cama podía resultar cómoda. Ninguna cama, ni su casa, ni su vida, ni desde
luego aquel futón.
—Vamos —dijo él, de repente.
—¿Qué? —preguntó, sorprendida—. ¿A dónde? ¿Por qué?
—Nos vamos de compras —dijo, mientras recogía sus vaqueros—. Quiero una
cama nueva.

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Capítulo 12
BASTA ya, por favor. Mannie Cohen señaló una silla, delante de su mesa, e
indicó a Kelsey que se sentara.
—¿A qué te refieres?
Kelsey cerró la puerta y atravesó el suelo enmoquetado.
—Deja de mirarme así, ¿quieres?
—¿Cómo te estoy mirando, exactamente? —preguntó el doctor Cohen,
bajándose las gafas para mirarla por encima de la montura.
—Así —dijo Kelsey, señalándolo con un dedo acusador—. Como si fuera una
niña desobediente.
Se sentó y se arregló la falda.
—Bueno —dijo el médico, contemplándola detenidamente—. Ya hemos hablado
de esto.
—¡Por favor, Mannie! —protestó—. Mírame. Estoy mejor que nunca. Ya se me
han curado las heridas y las magulladuras, y cada vez tengo la pierna más fuerte —
sonrió, apretando las manos—. Y ahora voy a tener un hijo —se inclinó sobre la
mesa—. Deja de mirarme así y felicítame, ¿no te parece? Me siento feliz.
El doctor Cohen se quedó mirando el informe del laboratorio, sin dar crédito a
sus ojos. La primera vez había pensado que los resultados eran incorrectos, de modo
que solicitó otro examen. Pero no cabía duda. En efecto, Kelsey iba a tener un hijo, y
nadie estaba más sorprendido que él. Conocía su historial médico; estaba informado
sobre el primer embarazo de Kelsey y los problemas que había experimentado
durante el alumbramiento, así como lo escasas que eran las posibilidades de que
volviera a quedarse embarazada.
La miró. Estaba radiante de alegría. Era la viva imagen de la salud, la felicidad y
la feminidad. Si había aprendido algo durante los años que había pasado ejerciendo
la medicina, era que no existían los axiomas. Sobre todo, cuando se trataba del
espíritu humano, o de la determinación de una mujer.
Se había recuperado de forma asombrosa física y mentalmente, y había dado un
gran paso al recordar la muerte de su hijo. Estaba más convencido que nunca de que
recuperaría la memoria por completo. Pero no sabía muy bien cómo reaccionaría
cuando lo hiciera.
No iba a juzgar a nadie por el desarrollo de los acontecimientos. No podía
culpar a Cooper por haberse involucrado tanto en la farsa, por comportarse como un
marido cuando Kelsey creía ser su mujer. Pero había un niño de camino, y como
médico, no podía evitar estar preocupado sobre la forma en que la verdad sobre su
divorcio influiría sobre el embarazo de Kelsey y la salud del feto.
—Sé que estás feliz, y me alegro por ti. De verdad. Pero también soy tu médico,
así que no me culpes por estar preocupado por la forma en que esto podría afectar tu
recuperación.

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—Creía que estábamos de acuerdo en que ya me he recuperado por completo.


—Y yo creía que estábamos de acuerdo en que sería mejor esperar.
—No —Kelsey negó con la cabeza—. Tú estabas de acuerdo en que sería mejor
esperar. Yo he decidido vivir mi vida e ir en busca de lo que deseo.
—¿Qué hay de la pérdida de memoria?
Kelsey no podía negar que había lagunas que no sabía cómo llenar, pero estaba
segura de que se había enfrentado a lo peor. Nada podía dolerle más que el recuerdo
de la muerte de su hijo.
Pero ahora se formaba una nueva vida en su interior, otra vez. Se sentía como
un ave Fénix que resurgiera de sus cenizas, y ya no tenía miedo.
—Has hablado con la doctora Crowell. Sabes que ya empiezo a recordar. El
embarazo no va a detener el proceso.
—¿Qué hay de Coop? ¿Le has dicho que estás embarazada?
Kelsey recordó aquella mañana en la cama, cuando lo despertó con la noticia.
—Le he dicho que había posibilidades.
Mannie podía imaginar cómo reaccionaría Cooper Reed cuando recibiera el
resultado del análisis. La situación entre el hombre y su ex mujer ya era
suficientemente complicada. Sin duda, lo último que esperaba era que se complicase
más aún con un embarazo.
—Bueno —dijo el doctor Cohen, abriendo un cajón de su escritorio para sacar
un talonario de recetas—. Sharon te dará cita con Gary Marks antes de que te
marches. Está en Santa Bárbara, y es el mejor ginecólogo que conozco. Mientras
tanto... —rellenó una receta y la arrancó— compra esto y empieza a tomarlo cuanto
antes. Quiero que empieces a tomar vitaminas prenatales lo antes posible.
—De acuerdo —dijo Kelsey, guardándose la receta en el bolso—. Como quieras.
—Sí, seguro —dijo Mannie, mirándola por encima de las gafas.
Su sarcasmo sólo hizo que la sonrisa de Kelsey creciera. Se sentía tan bien en
aquel momento que nada podría empeorar su humor. Se levantó, se inclinó sobre el
escritorio y lo besó en la mejilla.
—Deberías alegrarte por mí. Estoy bien, y aunque no recuerde lo que me falta,
no tiene importancia. Tengo todo lo que necesito por ahora.

—Hola, Coop.
Coop miró al otro lado de la calle mientras cerraba la puerta.
—Hola, Jonathan.
Vio de reojo a Holly Harding en el umbral, con su hija en brazos, y la saludó con
la mano.

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—Llegas pronto a casa, ¿eh? —gritó Jonathan, dejando caer al suelo el bate de
béisbol.
—Sí, es verdad.
Coop sabía que llegaba antes de lo acostumbrado, pero se estaba volviendo loco
a base de recorrer su pequeño despacho.
Quería comportarse con naturalidad; quería demostrar a Kelsey que era un día
como otro cualquiera, que no pasaba nada desacostumbrado. Iba a ver a Mannie
Cohen, y el médico iba a destrozar su sueño, diciéndole que no estaba embarazada.
Coop estaba muy nervioso en espera de su reacción.
Kelsey había insistido en acudir sola a la cita, aunque le había prometido
llamarlo después al trabajo. Pero no había llamado, y no había contestado al teléfono
cuando él había intentado ponerse en contacto con ella. Aquello lo ponía más
nervioso aún.
—¿Hoy no has pilotado tu helicóptero? —preguntó Jonathan, acercándose.
—Sí, he estado pilotando —contestó Coop, mientras se dirigía al porche.
—Vuelas muy alto, ¿verdad? —preguntó Jonathan, poniéndose de puntillas y
señalando el cielo—. Por ahí arriba.
—Sí, por ahí arriba.
—Porque eres el piloto, ¿no?
—Sí, soy el piloto.
—Yo también —dijo el niño.
Se puso a imitar el sonido de un motor con la boca, mientras sujetaba con las
m—nos un volante imaginario y cruzaba el jardín hacia su madre y su hermana.
Coop rió e introdujo la llave en la cerradura. Aquello se había convertido casi en
un ritual diario para los dos, que siempre se saludaban e intercambiaban unas
cuantas palabras. Era sólo uno de tantos detalles que hacían que su vida le pareciera
normal.
Abrió la puerta, oyó a Kelsey en la cocina y sintió que se le encogía el corazón.
No era capaz de arrepentirse por las cuatro semanas anteriores. Habían sido las
mejores de su vida. Se había sentido de nuevo vivo, con la impresión de que su vida
merecía ser vivida. Se levantaba todas las mañanas lleno de ánimos, y volvía a casa
todos los días para encontrarse a Kelsey.
Había ocurrido un milagro. Kelsey le había devuelto la vida, rejuveneciéndolo y
revitalizándolo. No era la única que tenía recuerdos; él también. Recordaba otra vez
lo que era sentir, tener esperanzas y sueños, amar. Recordaba lo que era estar casado.
Se sentía casado, y actuaba como si lo estuviera. No era posible que dos personas
estuvieran más unidas. Hablaban juntos, reían juntos, comían juntos, dormían juntos.
Pensó en la cama de bronce que ocupaba un espacio considerable en el
dormitorio principal. Sabía que no debía haber propuesto que hicieran aquel gasto, y
que no debería haberlo permitido. Pero le había parecido lo más adecuado. Después

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de lo que había ocurrido entre ellos, después de compartir una noche de amor y
pasión, no le parecía bien que siguieran durmiendo en camas separadas.
Pensó en su alocada expedición de compras. Habían estado sentándose y dando
saltos en los colchones, para probarlos. Después del trauma emocional de recordar la
pérdida de su hijo, Kelsey estaba muy rara, y él prefería no devolverla a la realidad.
No había cuestionado su débil excusa para querer una cama nueva y no la cama que
habían compartido durante cuatro años de matrimonio, la cama de la que se había
deshecho después de que Kelsey se marchara. Estaba demasiado nerviosa para darse
cuenta de que la excusa no se sostenía. Y no tenía importancia. Se comportaban más
como unos jóvenes recién casados que como una pareja de adultos que ya había
estado casada y ya se había divorciado.
Coop sabía que debía ir preparando a Kelsey para el futuro; sabía que debía ir
allanando el terreno para cuando llegara la verdad, en vez de perpetuar la fantasía.
Pero la amaba. Se amaban, y aquello también era verdad. Si las cosas hubieran salido
como deberían, si la vida fuera justa y el destino se atuviera a las reglas, seguirían
juntos y casados, y tendrían una familia.
—¿Eres tú, Coop?
El sonido de la voz de Kelsey hizo que el calor se extendiera por su cuerpo
como el amanecer después de una larga noche oscura.
—Sí, soy yo.
—Llegas pronto.
En su voz había una nota distinta. Coop frunció el ceño.
—Sí, un poco.
—No, mucho —corrigió ella, asomando la cabeza por la esquina—. Aún no
estoy preparada.
—¿Para qué? —preguntó Coop, caminando hacia la cocina.
—No, no entres —insistió Kelsey—. No puedes pasar aún. Ve a ducharte, o algo
así.
Coop abrió la boca para protestar, pero antes de que encontrara las palabras,
Kelsey volvió a desaparecer.
—No me apetece ducharme ahora —si ocurría algo malo quería enterarse
cuanto antes—. ¿Kelsey? —esperó un momento, cada vez más impaciente—. ¿Qué
haces?
—Espera un momento.
Coop frunció el ceño. Tenía una sensación extraña. Algo no marchaba como
debería marchar.
Se volvió y dejó las llaves en la mesita del recibidor. No habían hablado de tener
una familia desde aquella mañana, en el futón, pero sabía que Kelsey no había
renunciado a la esperanza de haber concebido aquella noche, o cualquiera de las

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noches transcurridas desde entonces. Sabía que esperaba que Mannie Cohen
confirmase sus esperanzas, y no le gustaba pensar lo desilusionada que estaría.
Se volvió y caminó hacia la cocina, golpeándose una pierna con la mano,
impaciente. No sabía si los resultados habrían desencadenado algo; si Kelsey sabía
que no podía quedarse embarazada, que nunca habría otro hijo. Si sabría que estaban
divorciados.
—¿Kelsey? —llamó, cada vez más incómodo—. ¿Marcha todo bien, cariño?
—Espera un momento.
La voz de Kelsey sonaba distinta. Coop dio un paso al frente, inseguro.
—Me estás poniendo nervioso, Kelsey. ¿Qué pasa aquí?
—Espera un momento, por favor.
Había puesto la voz de enfermera, que empleaba cuando esperaba que se
cumplieran sus órdenes. Pero Coop no estaba de humor para comportarse como un
paciente sumiso. Quería saber qué pasaba, y quería enterarse de inmediato.
Dobló la esquina para llegar a la barra y se encontró a Kelsey en la cocina, con
las manos hundidas en un gran cacharro de cerámica, trabajando con ahínco.
—¿Qué haces?
Kelsey se volvió, sobresaltada.
—Oh, Coop —gimió, intentando tapar el cacharro con las manos—. Vas a
estropearlo todo. Te he dicho que esperes.
—No quiero esperar.
Entró en la cocina y vio el tarro de harina abierto. En la encimera había un par
de paquetes vacíos de levadura. No sabía muy bien qué esperaba, pero desde luego
no era encontrarse a Kelsey llena de masa de pan hasta los codos.
—¿Qué haces? —preguntó extrañado.
Kelsey se enderezó y suspiró.
—Intentaba darte una sorpresa.
—¿Preparando pan?
—Te encantaba el pan casero.
—Me sigue encantando —dijo recordando los perfectos panecillos redondos que
Kelsey preparaba en ocasiones especiales—, pero ¿por qué lo preparas ahora?
—No lo sé —dejó un paño húmedo sobre el cacharro y lo apartó—. Hoy me
sentía muy doméstica.
—¿Sí? ¿Qué es lo que hace que te sientas tan doméstica?
Rodeó la barra y la tomó entres sus brazos, sin preocuparse por el delantal lleno
de harina. Kelsey lo miró, apoyándole las manos en la camisa.
—Tengo una cosa que decirte.

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Coop la besó en los labios. Quería estar abrazándola cuando le dijera que el
médico había frustrado sus esperanzas. Quería que supiera que a él no le importaba
que no pudiera tener hijos.
—¿De qué se trata?
Antes de que Kelsey tuviera oportunidad de abrir la boca, sonó un fuerte pitido.
—¿Qué es eso?
—Mi busca —murmuró Coop, llevándose la mano al aparato que colgaba de su
cinturón.
Apretó un botón y reconoció el número de la pantalla. Mannie Cohen quería
hablar con él, y sospechaba que sabía el motivo. El médico no habría tenido más
remedio que decir a Kelsey que no estaba embarazada, y si lo había presionado, tal
vez hubiera tenido que explicarle que nunca más podría tener hijos. Sin duda lo
llamaba para advertírselo.
Pero ya no había nada que hacer. Resignado, apagó el aparato. Ya tendría
tiempo para hablar con los médicos y decidir qué hacer. En aquel momento, Kelsey
necesitaba su ayuda.
—¿Algo importante? —preguntó Kelsey.
—No —sacudió la cabeza—. Nada que no pueda esperar. Bueno, ¿qué es lo que
querías decirme?
Kelsey miró el rostro de Coop, deseosa de saborear el momento. Aquello era
algo que no quería olvidar nunca.
Coop tenía miedo de que albergara esperanzas, por si se sentía muy
desilusionada al ver que eran vanas. Pero tal vez también tuviera miedo de
decepcionarse él. Había visto su cara cuando hablaron del hijo que perdieron. Había
visto el dolor reflejado en su rostro. Pero también recordaba lo ilusionado que estaba
ante la perspectiva de ser padre, cuánto deseaba al bebé que había llevado en su seno
durante siete meses.
La muerte del niño también lo había afectado a él. Kelsey entendía por qué no
quería esperar que fuera a ocurrir, por qué no quería siquiera considerar la
posibilidad de que estuviera embarazada.
Aquello haría que la noticia fuera más feliz aún. Coop no tenía ni idea, a pesar
de que ella había mencionado la posibilidad, a pesar de que sabía que iba a ver al
médico. No podía sospechar lo que estaba a punto de decirle.
—Sabes que hoy he ido a ver a Mannie.
—Sí, ya lo sé —su voz le sonaba tensa y artificial incluso a él—. Te dije que me
llamaras en cuanto salieras de la consulta.
Kelsey lo miró insegura. No había querido llamarlo. Le daba miedo soltarlo
todo en cuanto oyera la voz de Coop por teléfono, y no era eso lo que quería.
—Sí, ya lo sé, pero he llegado bastante tarde, me he puesto a hacer el pan y...

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—De acuerdo —Coop aceptó la explicación y llevó las manos a la cintura de su


esposa—. Pero el pan está creciendo, así que el trabajo ya está hecho. ¿Qué te ha
dicho Mannie?
—Bueno —se dio cuenta de que se sonrojaba—. Todo parece haberse arreglado.
He recuperado la fuerza de la pierna, y se me han curado las heridas. Se podría decir
que soy la salud personificada.
—Ya lo veo.
Soltó la cintura de Kelsey, se acercó a la nevera y abrió la puerta. Intentaba
comportarse con toda la naturalidad posible, pero todos los músculos de su cuerpo
estaban en tensión.
—¿Algo más?
Kelsey negó con la cabeza, contemplándolo mientras sacaba una botella de
zumo y abría un armario para tomar un vaso.
—No, nada más. Sólo que quiere que siga viendo a la doctora Crowell y...
Coop llenó el vaso de zumo, dejó otra vez la botella en la nevera y miró a
Kelsey.
—¿Y?
—Y quiere que vaya también a ver a otro médico.
—¿A otro médico?
—Sí.
—¿En Santa Inés?
—No, aquí en Santa Bárbara.
Coop pensó en el aviso de Mannie Cohen y se preguntó qué querría decirle el
médico.
—¿Otro psiquiatra?
Kelsey negó con la cabeza, se quitó el delantal y lo colgó de un gancho.
—No, no es psiquiatra.
—Entonces, ¿qué es?
Kelsey respiró profundamente y se enderezó.
—Ginecólogo.
Coop daba vueltas a la cabeza, frenético. Se preguntaba por qué Mannie la
enviaría a un ginecólogo, si a Kelsey le costaría tanto creer que no podía quedarse
embarazada. A lo mejor había pedido la opinión de un experto.
—¿Para qué tienes que ir al ginecólogo?
Kelsey no sabía muy bien de dónde habían salido las lágrimas, pero de repente
se encontró con que corrían por sus mejillas. Aunque en aquella ocasión no le
importaba llorar.

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—¿No te lo imaginas?
—Estás llorando. ¿Qué te pasa?
—Nada. No me pasa nada —insistió Kelsey, sonriendo entre las lágrimas—.
Todo es maravilloso. Todo marcha a la perfección.
—Entonces, ¿por qué lloras?
—Lloro de felicidad. Lloro porque...
Se detuvo para respirar profundamente.
—¿Por qué? —preguntó Coop con impaciencia.
Kelsey lo miró y se encogió de hombros.
—Porque vamos a tener un hijo.
—¿Qué?
Coop estaba seguro de que la había oído mal.
—Vamos a tener un hijo —repitió ella, acercándose—. Estoy embarazada.
Coop olvidó el vaso que tenía en la mano y sus esfuerzos para comportarse con
naturalidad. Ya le costaba bastante respirar. Sintió que el vaso se resbalaba,
deslizándose entre sus dedos, pero le pitaban tanto los oídos que no lo oyó estrellarse
contra el suelo, derramando el zumo en todas direcciones.
—¿Que estás embarazada?
—Mannie lo ha confirmado hoy.
Coop sacudió la cabeza, se apartó de la encimera y cruzó la cocina, caminando
sobre los cristales.
—No es posible —se volvió para mirarla—. ¿Estás segura de que no lo has
entendido mal?
Kelsey sacudió la cabeza.
—Te aseguro que no he cometido ningún error. Vamos a tener un hijo.
—¿Quieres decir que te lo ha dicho Mannie? ¿Te ha dicho que estás
embarazada?
Kelsey asintió.
—¿Te ha hecho todas las pruebas posibles?
Se sentía sin aliento y un poco mareado. Kelsey volvió a asentir.
—¿Y el resultado es que estás embarazada?
Kelsey caminó hacia él, evitando cuidadosamente pisar el zumo derramado.
—Me ha repetido las pruebas para asegurarse.
—¿Y?
—Y no hay error posible —rodeó su cintura con las manos—. Vamos a tener un
hijo.

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—No... no sé qué decir —balbuceó, abrazándola—. No me lo puedo creer.


—Créetelo —susurró Kelsey, apretándolo con fuerza—. Créetelo y sé feliz.

—¿Estás seguro?
—Yo mismo he examinado los análisis.
Coop se inclinó hacia delante, apoyando el codo en la rodilla y sujetando el
auricular con el hombro. El dormitorio estaba en silencio; sólo se oía el grifo del
cuarto de baño. Aunque sabía que Kelsey no podía oírlo desde la ducha, hablaba en
voz baja.
—¿Así que no es un error?
—No, no es ningún error. Está embarazada, de algo más de cuatro semanas.
Coop dejó escapar el aliento. Sentía que la tensión empezaba a formarse en su
cuerpo.
—No lo entiendo. ¿Cómo ha ocurrido?
—¿De verdad necesitas que te lo explique? Eso sí, el motivo por el que ha
ocurrido es algo más complicado.
—¿Por qué ha ocurrido? —preguntó.
—He estado revisando el historial de Kelsey. He leído los informes de los dos
últimos años, después del primer embarazo. También he pasado una copia por fax a
Gary Marks, el ginecólogo que la va a atender. Teniendo en cuenta todas las
circunstancias, debo decir que el diagnóstico que se hizo era correcto. Quedó
bastante dañada durante el parto, y no parecía posible que pudiera quedarse
embarazada otra vez. Los informes del reconocimiento que se hizo seis meses
después del parto lo ratifican. Tiene demasiado tejido cicatrizado en las trompas de
Falopio. Por supuesto, no hasta el punto de imposibilitar un embarazo, pero sí hasta
el de hacerlo muy improbable.
Coop apretó los ojos con fuerza.
—Entonces, ¿qué ha pasado?
—¿Quién sabe? Tal vez no sufriera tantas heridas como parecía. Tal vez se le
hayan renovado los tejidos. No pasa con frecuencia, pero tampoco se puede
descartar. Te aseguro que nunca desestimo la determinación de una mujer a la hora
de conseguir lo que quiere; mucho menos en una mujer como Kelsey. Quería tener
un hijo y lo ha conseguido.
—Pero ¿qué hay de su recuperación?
—Físicamente está en excelentes condiciones. La pérdida de memoria... —se
detuvo, recordando la conversación que había mantenido con ella—. Me ha dicho
que empieza a recordar, y la creo. Quién sabe, tal vez ahora que tiene la atención
concentrada en el embarazo liberará el subconsciente y conseguirá recordar más.

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—¿Crees que hay posibilidades de que vuelva a tener un parto prematuro,


como la última vez?
—Sabiendo que tiene tendencia a los embarazos problemáticos, tomaremos las
precauciones necesarias para que no le ocurra lo mismo. Aunque no hay motivos
para pensar que esta vez no pueda llevar el embarazo a buen término, ni
impedimentos físicos que se lo obstaculicen. Si hay una cosa que he aprendido en mi
profesión es que la vida siempre consigue encontrar la manera de seguir, a pesar de
todo lo que digamos los expertos. A veces sólo nos queda aceptarlo.
—Bueno, ¿adónde podemos llegar desde aquí? —preguntó Coop con voz
cansada.
Estaba demasiado cansado para sentirse furioso o frustrado. Sólo necesitaba
ayuda, necesitaba que alguien le dijera qué hacer.
—¿Puedo contárselo todo? —prosiguió—. ¿Hay posibilidades de que la
conmoción haga que se le desestabilice el embarazo? ¿Estaría en peligro si se lo
dijera? ¿Debo esperar?
—Por supuesto, el riesgo de aborto espontáneo disminuye a medida que avanza
el embarazo, de modo que sería preferible esperar.
—¿Y si lo recuerda todo ella sola?
—Entonces, yo diría que la naturaleza ha seguido su curso.
Coop suspiró.
—Eso no me sirve de gran cosa.
—Ya lo sé —el médico suspiró—. Pero déjame preguntarte algo. ¿Qué es lo que
quieres?
—¿Qué quieres decir? —no estaba de humor para juegos de palabras—. ¿Qué
tiene eso que ver?
—Tal vez nada, tal vez mucho. Dame gusto por una vez, ¿vale? ¿Qué es lo que
quieres?
Coop se pasó una mano por el pelo, frustrado.
—Quiero tener a mi mujer. Y a mi hijo.
—Pues entonces intenta conseguirla. La amas, y ella te ama. El resto no tiene
importancia. Felicidades, vas a ser padre.
—Mi ex mujer —murmuró Coop mientras colgaba el teléfono.
Oyó que cesaba el sonido del agua, y poco después se abrió la puerta del
dormitorio.
No estaban casados. Mannie Cohen lo olvidaba continuamente. A Coop le
gustaría poder olvidarlo también. Porque, independientemente de cómo se sintiera, a
pesar de que vivían juntos y de que la amaba con todas sus fuerzas, no eran marido y
mujer. Sin embargo, ahora que iban a tener un hijo, formarían una familia.

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Capítulo 13
KELSEY se acurrucó contra el brazo de Coop y subió las mantas. El dormitorio
estaba a oscuras, por lo que las luces de la ciudad parecían más brillantes aún.
—He pensado que será mejor esperar antes de decírselo a nadie —comentó
Kelsey—. Mi padre, la familia...
Coop pensó en Mo Chandler y suspiró pesadamente. No sabía cómo iba a
explicar lo ocurrido a su antiguo suegro.
—Sí, puede que sea mejor.
—Sólo durante unos días, hasta que estemos seguros de que todo marcha bien.
—De acuerdo.
—Pero no va a resultar fácil mantenerlo en secreto —rió—. Me siento como si
estuviera a punto de estallar de alegría. Me gustaría proclamarlo a gritos por las
calles.
—Sí.
Se volvió hacia él para mirarlo, extrañada.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, claro, ¿por qué?
—No lo sé. Estás muy callado.
—¿Tú crees? —se llevó la mano a la tripa, intentando distraerla—. Debe ser todo
ese pan. Estoy lleno.
—No, no es eso —dijo Kelsey, examinando la silueta de su cara contra la
almohada—. ¿Estás preocupado por algo?
Coop tuvo que sonreír por la ironía de la situación. Una sonrisa triste y solemne
que casi le dolió. Estaba preocupado por tantas cosas que ni siquiera sabría por
dónde empezar. No le gustaba vivir una mentira, y no sabía cómo iba a conseguir
sostener su versión durante el tiempo necesario, hasta que el embarazo de Kelsey
estuviera fuera de peligro.
—No, no es nada —mintió, jugueteando con una mecha del pelo de Kelsey—.
Estoy un poco cansado, nada más.
—¿Cansado? —se acercó más aún, escudriñando su expresión—. ¿Estás seguro
de que eso es todo?
Coop le acarició el pelo. A pesar de la oscuridad vio que fruncía el ceño.
—Claro que sí —le llevó un dedo a la frente—. No te preocupes.
—¿Cómo no me voy a preocupar? Quiero que estés contento por lo del niño.
—Oh, cariño —la apretó contra sí—. Claro que estoy contento. Muy contento.
No lo dudes. No lo dudes nunca.
—Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan callado? Habla conmigo.

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Coop deseaba poder hablar con ella, poder sacarlo todo a la luz de una vez por
todas. Si pudiera explicárselo todo de forma racional, hacérselo comprender sin que
se enfadara, lo haría. Pero estaba demasiado aturdido para decir nada, demasiado
conmocionado por la revelación, demasiado asustado de decir mucho y perderlo
todo si abría la boca.
—No hay nada de qué hablar —insistió—. De verdad.
—¿No? —preguntó Kelsey con escepticismo.
—No —ni siquiera sonó convincente a sus propios oídos—. Mira, la verdad es
que estoy un poco inquieto, eso es todo.
—¿Inquieto? —se apartó—. ¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Estás embarazada.
—¿Y eso te inquieta? —se incorporó—. Ahora soy yo la que está preocupada.
¿Es que no quieres que tengamos un hijo?
—No digas tonterías —se sentó junto a ella—. Kelsey, estuve a punto de
perderte hace unos meses. Y ahora esto —le puso la mano en el abdomen—. Estás
embarazada. Podría haber complicaciones. Para ti, para el feto, para... para nosotros.
Te amo demasiado. Si lo supieras... Te amo a ti y a nuestro hijo. No quiero perderte
nunca. No quiero perderte otra vez.
—Oh, Coop —se acercó a él y rodeó su cuello con los brazos—. No va a pasar
nada esta vez. El embarazo transcurrirá sin problemas, ya lo verás. Te lo prometo —
lo besó en los labios—. Tendrás una mujer y un hijo sanos.
Coop sucumbió a su abrazo y a sus besos.
Dejó que colocara su largo y sedoso cuerpo encima del suyo, haciendo los
movimientos y gestos amorosos que precedían la intimidad. Dejó que sus tensos
músculos se relajaran. Quería perderse en el momento. Sólo quería sentir y actuar, no
pensar.
Kelsey estaba muy segura y esperanzada. Le gustaría tener tantas esperanzas
como ella. Pero no podía escapar a la verdad y creer que todo sería muy sencillo, que
tendrían mucho cuidado, que los médicos tomarían precauciones y que tendrían un
hijo fuerte y sano. Era lo que quería, con lo que soñaba. Su esposa, su hijo, su familia.
Pero el camino que conducía a su ideal era un campo minado, en el que
acechaba un desastre después de otro. Cualquiera de ellos podía estallarle en la cara
y destrozar su sueño para siempre.
Kelsey tenía que saber la verdad. Ya no se trataba sólo de que se recuperase, ni
de esperar a que recordara lo que la amnesia le había arrebatado. Estaba esperando
un hijo, una nueva vida que compartirían durante el resto de su vida. Tenía que
encontrar la manera de decírselo sin ponerlos en peligro, ni a ella ni al feto.
Las mentiras lo torturaban, destrozándole el alma. Pero las suaves y delicadas
caricias de Kelsey, los movimientos de su cuerpo, eran como un oasis en el desierto.
La necesidad se apoderó de él, eclipsando lo demás. La deseaba. Quería hundirse en
la pasión y dejar que se llevara el dolor y el miedo, aunque sólo fuera de manera

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provisional. Durante el tiempo necesario para recuperar el aliento. Sólo para volver a
soñar una vez más.
—Te amo —susurró cuando sus cuerpos se unieron—. Me encanta estar contigo,
así.
—Coop —murmuró Kelsey, con la voz empañada por el deseo—. No tengas
miedo, Coop. Te amo, y eso es lo único que importa. No tienes nada que temer.
Pero él no podía imaginar una vida sin miedo, sin dolor y sin arrepentimientos.
Se había convertido en algo habitual para él durante los dos meses y medio pasados.
Excepto en aquel momento. En aquel momento Kelsey estaba entre sus brazos, le
pertenecía. Era como un puerto seguro, un refugio en el que podía encontrar la paz.
Lo era todo para él. Su amor, su vida, el centro de su universo.
Pero la tranquilidad y la paz no podían durar mucho. Pronto, el deseo hizo que
su cuerpo estallara, deshaciendo el mundo.
Tardó mucho en volver a la realidad. Desgraciadamente, a medida que su
respiración recuperaba el ritmo normal, las mentiras, la culpa y el miedo fueron
regresando.
—Todo saldrá bien —susurró Kelsey soñolienta, acurrucándose contra él—. Ya
lo verás. Estoy segura. Los tres seremos felices. El niño, tú y yo. Lo sé. Confía en mí.
Coop la abrazó con fuerza. Confiaba en ella. Siempre lo había hecho. El
problema era que, cuando le dijera toda la verdad, ella no volvería a confiar nunca en
él.

—Déjame ayudarte.
Kelsey miró por encima de las bolsas de comida con las que estaba peleándose y
se sorprendió al ver a su vecina de enfrente.
Dejó que la madre de Jonathan tomara una de las bolsas.
—Gracias —dijo con una sonrisa de agradecimiento—. Intentaba meterlo todo
con un solo viaje.
—No me extraña —comentó la otra mujer mientras caminaban hacia la puerta—
. A veces tengo la impresión de que camino cien—tos de kilómetros cada día, por
toda la casa, al llevar a los niños al colegio, al sacar al perro, al ir de compras... Con
tanto ejercicio me entra hambre, y cada vez estoy más gorda.
Kelsey se detuvo al llegar a la puerta y abrió la cerradura.
—Si hubiera justicia en este mundo, los hombres conocerían las alegrías del
síndrome premenstrual y el chocolate adelgazaría.
La vecina rió y siguió a Kelsey al interior de la casa. Dejó la bolsa en la encimera
de la cocina y se volvió.

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—Desde, luego. Tenía intención de venir a presentarme, pero nunca encontraba


un momento —le tendió la mano—. Me llamo Holly Harding.
—Encantada de conocerte. Yo me llamo Kelsey.
—Creo que ya conoces a Jonathan.
—Sí, desde luego. Es encantador.
Holly sonrió orgullosa.
—Es todo un personaje.
—También tienes una hija, ¿no?
—Sí, se llama Sarah. Tiene dos años.
—A esa edad dan mucha guerra, ¿no?
—Y que lo digas. Si lo sabré yo.
Kelsey dudó. Después del accidente no le apetecía tratar demasiado con la
gente. Con sus lagunas de memoria, le daba miedo decir o hacer algo que la pusiera
en un compromiso. Afortunadamente, Holly Harding no la conocía. Coop se lo había
dicho.
—¿Quieres quedarte a tomar una infusión? Iba a prepararme una taza.
Holly miró su casa por la ventana.
—Bueno, parece que todo está en calma. Por lo menos, Christian, mi marido,
aún no ha salido al jardín gritando, ni nada así. Es lo que suele hacer cuando lo dejo
solo con los niños. Me encantaría tomar algo contigo.
Kelsey llenó la tetera y la puso en el hornillo. No sabía cuánto tiempo hacía que
no se ponía a charlar con una vecina en la cocina. Estaba segura de que había estado
charlando con amigas antes del accidente, aunque no se acordaba.
Abrió la puerta de la despensa y guardó en los estantes la comida que había
estado comprando. Le gustaba la sensación agradable, la charla animada y la
atmósfera tranquila. Se sentía de nuevo como una persona, como una esposa y
madre.
—Vaya, recuerdo muy bien esto —comentó Holly, sacando un paquete de la
bolsa.
—¿Las galletas?
Kelsey tomó la caja y la dejó en un estante, pensando en las náuseas que
empezaban alrededor del mediodía y duraban hasta la noche. Normalmente, se
comía una galleta salada o dos para estabilizar su estómago, y funcionaban muy
bien.
—Sí, creo que me habré comido un millón —dijo Holly—. Prácticamente
sobreviví gracias a ellas cuando estaba esperando a Jonathan.
La tetera empezó a pitar, y Kelsey apagó el fuego.
—¿Tenías náuseas matinales?

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—Tenía náuseas durante todo el día. Estaba mareada desde que me levantaba
hasta que me acostaba.
—Vaya —gruñó Kelsey—. No debió ser muy agradable.
—No lo era, te lo aseguro.
—¿Te pasó lo mismo con tu hija?
—La verdad es que no. En el segundo embarazo no lo pasé tan mal. El médico
me dijo que probablemente se me había acostumbrado el cuerpo y ya no se revelaba
tanto.
—¿Cuánto te duró la segunda vez? —preguntó Kelsey, mientras abría un
armario para sacar dos tazas.
—Creo que empecé a sentirme humana alrededor del cuarto mes. Ya sé que
ahora no parece mucho tiempo, pero en su momento tenía la impresión de que nunca
me sentiría bien otra vez.
Coop echó una bolsa de manzanilla en cada taza y las llenó de agua.
—Espero que te guste la manzanilla. Es la única infusión que tengo.
—Me encanta —contestó Holly, tomando su taza—. También me acostumbré a
tomar manzanilla durante el embarazo. Junto con las galletas saladas, me quitaba un
poco las náuseas.
—¿Manzanilla y galletas?
Kelsey se extrañó. Era prácticamente su misma dieta.
—Manzanilla y galletas —repitió Holly, riendo—. Con todo lo que ha avanzado
la medicina, aquí estamos, tomando manzanilla y harina, como hacían nuestras
madres.
Kelsey rió con ella. Le caía bien Holly. Le gustaba su trato desenfadado y su
sentido del humor. No entendía por qué no se habían hecho amigas antes. Tal vez se
debía a que antes del accidente estaba trabajando y no pasaba en casa el tiempo
suficiente para conocer a su vecina.
Bebió un trago de manzanilla y escuchó a Holly, que hablaba de Sarah, de
Jonathan y de los otros vecinos.
—¿Sabes? Cada vez que Jonathan ve un helicóptero cree que es Coop —
comentó Holly—. Da igual dónde estemos. En el supermercado, en la biblioteca, o
hasta en Oaji, visitando a mi madre. Tenemos que pararnos a saludar —imitó a su
hijo, saludando frenética con la mano—. ¡Hola, Coop! ¡Hola!
Kelsey rió, imaginándose la escena.
—Bueno, supongo que a los cuatro años los helicópteros parecen muy
interesantes.
—Sí, ya lo sé. El pobre Christian no deja de hablar a Jonathan de lo que hace él
en el trabajo, pero me temo que no consigue interesarlo mucho por los impuestos y
las cuentas hipotecarias.

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—Bueno, tal vez cuando crezca un poco más... O tal vez cuando...
De repente se le revolvió el estómago. Tenía la boca seca, y le daba vueltas la
cabeza. Holly se levantó de un salto y corrió junto a ella.
—¿Kelsey? ¿Te encuentras bien? Te has puesto muy pálida.
—No es nada —insistió Kelsey, intentando tomar su taza—. Sólo estoy un
poco...
—¡Oh, no!
Holly abrió la despensa y sacó un paquete de galletas saladas. Lo abrió y
entregó una a Kelsey.
—Reconozco esa mirada —continuó—. Tómate un par de galletas. Te ayudarán.
Kelsey se comió unas cuantas galletas, obediente.
—Respira profundamente —dijo Holly—. Por la nariz. Despacio y a fondo.
—Me siento estúpida —gimió Kelsey—. Lo siento mucho.
—No tienes por qué disculparte —le aseguró Holly—. Sé que esas cosas pasan
cuando menos te lo esperas. Voy a prepararte otra manzanilla. Te vendrá bien. Sigue
respirando despacio.
Después de comerse unas cuantas galletas más y tomarse otra taza de
manzanilla, Kelsey empezó a sentirse mejor.
—Lo siento mucho —insistió.
—¿Quieres dejar de disculparte? —protestó Holly.
Se sentó delante de Kelsey y bebió un trago de manzanilla.
—A lo mejor ha sido culpa de mis charlas sobre los mareos —prosiguió—, pero
tengo la impresión de que el tono verdoso de tu piel no se debe sólo a que me tenías
envidia y tú también querías marearte.
Kelsey dudó. No le parecía adecuado comunicarle la noticia a su vecina antes de
que lo supiera su familia. Sin embargo, le parecía una tontería buscar una excusa
después de lo que había ocurrido.
—Estoy en la quinta semana —confesó, respirando profundamente—. No
queríamos decírselo a nadie aún. Preferíamos esperar un poco más.
Holly dejó la taza en la mesa y se inclinó hacia delante, con una gran sonrisa.
—No te lo vas a creer.
—¿Qué?
—Nosotros tampoco queríamos decírselo a nadie por el momento.
—¿Quieres decir que estás...?
Holly se apoyó en la silla y rió como su hija de dos años.
—Cinco semanas.

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—Oh, Dios mío —gritó Kelsey, dejando caer la galleta para taparse la boca con
las manos—. Tienes razón, es increíble.
Se pusieron a charlar sobre síntomas y molestias, aumento de peso, dolores del
pecho, calambres y médicos.
—¡Qué casualidad! —dijo Holly—. ¿Crees que tendrá algo que ver con el agua
corriente? ¿O con las fases de la luna? No sé si Coop y tú lo estarías esperando, pero
a Christian y a mí nos ha tomado por sorpresa. Estamos encantados, pero muy
sorprendidos.
—Coop también se ha sorprendido bastante —dijo Kelsey, recordando su
expresión—. Hasta yo sé que parece una locura, pero te aseguro que me di cuenta en
el momento en que ocurrió.
—No me parece ninguna locura. A fin de cuentas, cada uno conoce su propio
cuerpo mejor que nadie.
—Sí, supongo que tienes razón. Pero ni siquiera el médico se lo podía creer.
—¿Qué tal se ha tomado Coop la noticia? Si no se lo esperaba debe haber sido
todo un golpe.
Kelsey pensó en la tarde en que se lo dijo, tres días atrás.
—Desde luego. Estábamos tan distraídos con...
Holly levantó la mirada cuando Kelsey se detuvo.
—¿Distraídos?
Kelsey respiró profundamente. No le gustaba mucho hablar del accidente, pero
tampoco era algo que tuviera que ocultar.
—Tuve un accidente hace unos meses, cuando la tormenta. Fue bastante grave.
—Oh, Dios mío —exclamó Holly, perdiendo la sonrisa—. Recuerdo que te vi
escayolada, pero no tenía ni idea.
—Ya me he recuperado —le aseguró Kelsey—, pero durante unos días estuve
debatiéndome entre la vida y la muerte. Di un buen susto a toda mi familia, y sobre
todo a Coop.
—Lo entiendo perfectamente.
—Coop se ha portado tan bien conmigo desde que salí del hospital... Ha estado
cuidándome y haciéndolo todo. Creo que lo último que tenía en la cabeza era ser
padre ahora.
—Seguro que está encantado.
Kelsey sonrió.
—Creo que sí.
—Pues aprovéchate —le aconsejó—. La primera vez, Christian no me dejaba
hacer nada. Cocinaba, limpiaba, iba de compras... Era maravilloso. Ahora, si me deja

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dormir una hora más los domingos está convencido de que ya ha cumplido su
misión.
Kelsey se detuvo, pensativa.
—En realidad, ésta no es la primera vez para nosotros.
Holly la miró extrañada.
—¿Oh?
—Tuvimos un hijo hace tiempo —explicó Kelsey, emocionada—. Fue prematuro
y sólo vivió unas horas.
—Oh, Kelsey, debió ser horrible. Lo siento mucho.
—Lo pasamos bastante mal durante una temporada,
De repente, tuvo una sensación de opresión, pero no tenía nada que ver con su
embarazo. Una imagen apareció en su mente. Vio a los médicos alrededor de su
cama de hospital y los oyó hablar con ella y con Coop. Recordó una profunda
depresión.
—Eso debe hacer que este niño sea más especial aún, para Coop y para ti.
—Sí —susurró Kelsey—. Desde luego.
—¿Pasó hace mucho tiempo?
Kelsey respiró profundamente, alejándose del pasado.
—Hace un par de años. Justo antes del divor...
Holly alzó la vista cuando Kelsey se detuvo en seco.
—¿Antes de qué? —preguntó con inocencia.
La memoria volvió como un torrente, golpeándola en la cara.
—Del divorcio. ¡Oh, Dios mío!

—He decidido que se lo voy a confesar todo —dijo Coop, reclinándose en el


sillón de cuero negro.
Gloria Crowell sacó un cuaderno de un cajón de su mesa.
—De acuerdo, hablemos de ello.
Coop sacudió la cabeza. No quería que la psiquiatra, ni nadie más, lo
convenciera para que no llevara a cabo su plan.
—No. No hay nada de qué hablar. Voy a decir la verdad a Kelsey. Estoy
convencido de que es lo mejor.
—Sí, ya veo que estás convencido —la médico dejó otra vez la libreta en el
cajón—. Supongo que lo tienes muy bien pensado.
—No he pensado en otra cosa durante los últimos cuatro días.

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—De acuerdo —concedió la doctora Crowell—. Pero, ¿crees que es el momento


adecuado, ahora que está embarazada?
—Creo que es el momento adecuado precisamente porque está embarazada.
Gloria se volvió hacia Mannie Cohen, que estaba sentado junto a Coop,
examinando el abultado informe.
—¿Qué te parece a ti? ¿Crees que será capaz de soportarlo, físicamente?
El doctor Cohen cerró la carpeta y la dejó en la mesa.
—Físicamente se ha repuesto por completo. Está más sana que nunca.
—¿Crees que la conmoción de la verdad no pondrá en peligro su embarazo?
Mannie apoyó los codos en los brazos de la silla y miró a Coop.
—Si esperas que te diga que cuando Kelsey se entere de todo, sea cual sea su
reacción, eso no va a interrumpir su embarazo, no puedo asegurártelo, pero estoy de
acuerdo contigo en que ya va siendo hora de que lo sepa.
—¿A pesar del riesgo? —preguntó la doctora Crowell.
Mannie tomó el historial y se lo tendió.
—Tus propias notas registran su mejoría. Se siente mucho más fuerte, está
menos asustada.
—Eso es cierto —convino Gloria—. Ya no le dan miedo sus lagunas mentales.
—No —confirmó Coop—. Quiere recuperar su vida, aunque le resulte doloroso.
Gloria se volvió hacia él.
—¿Y qué hay de ti, Coop? ¿Qué es lo que quieres tú?
—Yo también quiero recuperar mi vida. Quiero estar con mi mujer y mi hijo.
Quiero que estemos casados y que eduquemos al niño juntos.
—¿No crees que contarle lo del divorcio sería un poco contraproducente?
—Tal vez —dijo Coop, levantándose—, pero ¿qué quieres que haga? ¿Dejar que
continúe todo, seguir con nuestra vida como si todo marchara bien? ¿Dejar que nazca
el niño y mentir a los dos? ¿Cuándo quieres que se lo diga? ¿Cuando el niño termine
los estudios universitarios?
—Mira, Coop —dijo Gloria con calma—. Siéntate, por favor. No estoy en contra
tuya, de verdad. Sólo hago de abogado del diablo. Tenemos que examinar esto desde
todos los puntos de vista e intentar tomar una decisión objetiva.
—Ya he tomado una decisión —insistió Coop, sin sentarse—. No hay nada que
examinar. Voy a decírselo.
—¿Aunque eso suponga perderla? —preguntó Mannie con precaución.
Coop se volvió para mirarlo y se dejó caer en la silla lentamente.
—No voy a permitir que eso ocurra.

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—Hace unas semanas, cuando viniste a mi consulta, no estabas tan seguro —le
recordó.
—Hace unas semanas, Kelsey no estaba embarazada. Hace unas semanas, no
estábamos viviendo como marido y mujer.
—¿Crees que eso va a cambiar algo esta vez? —se volvió para mirarlo—. No me
malinterpretes. Estoy de acuerdo contigo. Ya no se trata sólo de la recuperación de
Kelsey. La cosa llega mucho más allá. Hay que pensar en una nueva vida. Pero tú
mismo dijiste que, cuando lo recordara todo, cuando supiera la verdad, volvería a
marcharse. ¿Estás preparado para eso?
Coop dejó escapar la respiración. Ya no estaba enfadado, sólo cansado.
—No. Pero no voy a dejar que las cosas salgan así esta vez. He meditado esto
muy a fondo. He estado pensando mucho en lo que pasó hace dos años, y empiezo a
pensar que me di por vencido con demasiada rapidez, que si hubiera luchado lo
suficiente para hacer que Kelsey cambiara de idea lo habría conseguido. Estaba muy
deprimida después de perder el bebé, y no sabía qué quería.
—¿Y crees que ahora lo sabe? —preguntó Gloria.
Coop la miró.
—Sé lo que hay ahora entre nosotros. Sé que es verdadero. Y voy a luchar con
uñas y dientes antes de volver a rendirme.

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Capítulo 14
KELSEY tiró del cordón furiosa. Estuvo a punto de arrancar las cortinas, en su
afán por huir de la luz de la tarde. Quería estar a oscuras, tan a oscuras como
pudiera, para no poder ver lo que había delante de ella. Para no tener que ver la
verdad.
Ahora lo recordaba todo. El bebé, las complicaciones y lo escasas que eran sus
probabilidades de volver a quedarse embarazada.
Y el divorcio.
Apretó los ojos fuertemente, pero las lágrimas resbalaron por su cara. Aún le
costaba trabajo creerlo, aún no podía aceptar que lo que sabía era verdad. Era como si
la tierra se hubiera inclinado derrumbándolo todo, como si todo en lo que creía se
hubiera desmoronado de repente. Aquella misma mañana creía tenerlo todo. Creía
tener una casa, un marido y un hijo de camino. Ahora no tenía nada.
Se apartó de la ventana y vio la cama nueva, a unos pocos metros. Coop y ella
habían ido a comprarla juntos. Habían probado los colchones, comparándolos, y
habían elegido el adecuado. Era su cama, la cama en la que dormían y en la que
hacían el amor. La cama que compartían como marido y mujer.
Pero no eran marido y mujer. Estaban divorciados. Se habían divorciado más de
dos años atrás. Aquélla no era su casa, y Coop no era su marido. Había estado
engañándola todo el tiempo, fingiendo, dejando que creyera que seguían casados.
Todos debían estar involucrados. Gloria, Mannie, su padre y su familia. Era como
una pesadilla.
Cerró los ojos, maldiciendo sus recuerdos. Ahora que era tan feliz, cuando
pensaba que por fin tendría lo que siempre había tenido, había recordado todo. Casi
prefería que los recuerdos hubieran permanecido ocultos durante más tiempo.
Parecía destinada a perder siempre lo que más deseaba.
Cerró los ojos con más fuerza aún, apretando los puños. Quería salir corriendo,
esconderse en la oscuridad, bloquear todos los pensamientos y volver a olvidar.
Creía que al recordar la pérdida de su hijo se había preparado para enfrentarse a
todo lo demás, que nada podría volver a hacerle daño. Pero estaba muy equivocada.
Cooper Reed ya no era su marido.
Coop. Su amigo, su amante. Había sido maravilloso desde el accidente, siempre
atento y amable. Se preguntó qué habría pensado al enterarse de que ella creía que
seguían casados. Probablemente, se había sentido sorprendido y atónito, tal vez
incluso asustado. La esposa que lo había expulsado de su vida lo llamaba ahora, y
necesitaba su ayuda.
Casi podía imaginar cómo se habían sucedido los acontecimientos, cómo Gloria
y los demás habían hablado con él, convenciéndolo de la importancia de no minar su
seguridad abriéndole los ojos. No entendía cómo era posible que Coop hubiera
accedido a participar en la farsa. Se preguntaba si lo habría hecho llevado por el
sentido del deber o por la compasión.

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Como los fragmentos de su memoria rota, las piezas del rompecabezas


encajaban por fin. La casa vacía, la prolongada estancia en el hospital, las
habitaciones separadas y el maldito futón. Ahora lo entendía todo. Coop no lo hacía
por cumplir las órdenes del médico. No tenía nada que ver con la preocupación por
su salud. Lo hacía porque ya no eran marido y mujer.
Recordó aquella noche en la ducha, sus actos y sus intentos de seducción.
Quería morirse. Debía haber sido horrible para Coop. Se sentía humillada. Una y otra
vez la había rechazado con tanta amabilidad como podía. Las débiles excusas, las
preocupaciones exageradas cobraban forma ahora.
Se volvió y salió del dormitorio. Se sentía humillada. Pasó junto a las
habitaciones vacías, recordando los planes que tenían, los hijos que habían
anticipado. Pero las esperanzas y los sueños murieron con su bebé.
Después de aquello, sus vidas habían tomado rumbos distintos.
El pasado había vuelto a encontrarla. Ahora lo recordaba todo con pelos y
señales. Recordaba el golpe de la muerte del bebé y la terrible depresión que se
apoderó de ella cuando los médicos le comunicaron que lo más probable era que
nunca volviera a quedarse embarazada. Había sido más de lo que pudo soportar.
Coop quería tener descendencia. Sabía lo mucho que se había decepcionado.
Por en—cima de todo, por encima del dolor y la culpa, se sentía una fracasada. Coop
quería tener hijos, montones de hijos, y nunca podría tenerlos porque su mujer era
estéril. Merecía algo mejor. Merecía una esposa que pudiera darle lo que quería, una
esposa que pudiera tener todos los hijos necesarios.
—Oh, Dios mío —gimió.
Se llevó la mano al abdomen. Parecía víctima de una broma grotesca. Ahora que
tenía el hijo descubría que ya no tenía al hombre.
Observó el salón vacío, recordando los muebles que antes estaban allí, los
muebles que ahora se encontraban amontonados en su pequeño piso de Santa Inés.
Aquella casa no era su casa, y no lo había sido durante mucho tiempo. No podía
seguir allí ni un minuto más. Le parecía fría y vacía. Tan fría y vacía como ella se
sentía por dentro.
Corrió al dormitorio, abrió las puertas del armario y tiró su ropa al suelo. Allí
estaba su ropa, sus pertenencias. Recordaba haber comprado y haberse puesto
aquellos vestidos. Su sitio estaba en el abarrotado armario de su dormitorio de Santa
Inés, no en la casa que se había apiadado de ella y le había permitido vivir una
mentira durante dos meses.
Sacó una gran maleta de la parte trasera del armario y la abrió sobre la cama.
Lentamente, empezó a llenarla con su ropa, doblando cada prenda. Recordó la
primera vez que había hecho el equipaje para marcharse de aquella casa. Recordaba
lo perdida y enfadada que se sentía. Su bebé acababa de morir. Había decepcionado a
su marido y sus esperanzas se habían hecho añicos.
Prácticamente había obligado a Coop a divorciarse de ella. Quería que
desapareciera de su vida. No porque no lo amara, sino porque lo amaba demasiado.

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Lo amaba tanto que no quería obligarlo a cargar una mujer que nunca podría darle lo
que quería.
Se sentó en el borde de la cama. Su embarazo era demasiado reciente para que
se notara. El embrión que Coop y ella habían formado, contra todas las previsiones
de los médicos. Aunque el matrimonio no existiera y la farsa hubiera terminado, su
embarazo era real, y el embrión se transformaría en un niño.
Recordó la reacción que había tenido Coop al enterarse. Recordó su atónito
silencio y su sorpresa. No le extrañaba que se mostrara taciturno y confundido. No se
le habría pasado por la cabeza la posibilidad de dejarla embarazada cuando se la
había llevado a la cama. Tal vez estuviera dispuesto a fingir que era su marido, pero
la paternidad no formaba parte del trato.
Coop. Tal vez sólo intentaba ayudar. Tal vez estaba preocupado por ella, pero
no podía evitar sentirse traicionada. No entendía cómo había sido capaz de ocultarle
la verdad durante tanto tiempo, cómo podía haberle dicho que la amaba, haberle
hecho el amor, haberle hecho creer que era su mujer. No entendía cómo había sido
capaz de fingir tanto.
Coop sacó la llave de la cerradura y cerró la puerta a su paso.

—¿Kelsey? ¿Dónde estás, cariño?


Había ido directamente a casa después de la reunión en la consulta de Gloria. Se
sentía mejor que en mucho tiempo. Sabía lo que quería, sabía lo que tenía que hacer
para conseguirlo, y después de tantas semanas de incertidumbre, la certidumbre
resultaba liberadora.
Dejó las llaves en la mesita del vestíbulo y se dirigió a la cocina.
—¿Kelsey?
Aún no eran las cinco de la tarde, pero la densa niebla había bloqueado la poca
luz diurna que quedaba. La casa estaba oscura, llena de sombras. Vio en la mesa dos
tazas vacías y un paquete de galletas.
—¿Kelsey? —volvió a llamar, mirando a su alrededor—. ¿Estás en casa, cariño?
Volvió a mirar las dos tazas y sintió que se le erizaba la piel de la nuca. Había
estado merendando con alguien. No sabía con quién, ni dónde estaría ahora.
Se volvió, caminó hacia el recibidor y examinó el salón desierto. Pensó en lo que
le había contado al sacarla del hospital sobre los planes para cambiar la decoración.
Era una de las mentiras de las que quería librarse, una de las distorsiones de la
realidad en las que se había estado ahogando.
Se dirigió al pasillo y lo recorrió con pasos largos y rápidos. No podía sacudirse
la sensación de incomodidad al pasar frente a los dormitorios vacíos. La casa estaba
demasiado silenciosa. Parecía demasiado vacía. Tal vez llevara dos años sin
amueblar, pero había otro vacío al que no estaba acostumbrado.

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Se detuvo en la puerta de su dormitorio. No había ni rastro de luz, ni se veía


ningún movimiento. Su alarma creció considerablemente.
—¿Kelsey?
Abrió la puerta de par en par y atravesó el umbral.
Estaba a oscuras, pero podía sentir su presencia como si el sol brillara en la
ventana. Buscó a tientas el interruptor.
—No.
Detuvo la mano al oír la voz de Kelsey.
—Estás a oscuras.
—Quiero estar a oscuras.
Podía distinguir su perfil, recortado contra la pared. Estaba en la esquina,
cruzada de brazos. Su aprensión crecía por momentos.
—¿Qué pasa? —preguntó sin preámbulos—. ¿Es el niño?
—El niño —murmuró Kelsey con sarcasmo, llevándose las manos a la tripa—.
El niño está bien.
Coop se sintió aliviado, pero su miedo no disminuyó. Había ocurrido algo. Tal
vez no tuviera que ver con el embarazo, pero era algo grave.
—He visto las tazas en la cocina —comentó, intentando, averiguar qué la había
alterado—. ¿Ha venido alguien a verte?
Kelsey asintió.
—Holly, la vecina de enfrente.
—¿Sí?
Empezó a cruzar la habitación hacia ella, lentamente.
—Sí.
La postura de Kelsey y el tono de su voz lo hicieron parar en seco.
—¿Qué te pasa? ¿Es que Holly te ha dicho algo que te haya molestado?
—No. Es encantadora. Por cierto, ella también está embarazada.
—Entonces, dime qué te pasa, por favor —rogó—. Me estás asustando, Kelsey.
¿Qué ha pasado?
—¿Que te estoy asustando? —rió—. ¿De qué tendrías que tener miedo?
Coop empezó a caminar hacia ella de nuevo, pero chocó con algo. Encendió la
lamparilla.
—¿Una maleta?
—Mi maleta —corrigió Kelsey—. Pesa mucho. ¿Me harías el favor de
acercármela al coche?
Coop se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

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—Una maleta —repitió aturdido—. ¿Por qué? ¿A dónde vas?


—A mi casa —contestó Kelsey en tono neutro.
Coop tragó saliva. Sentía la boca seca como el desierto.
—¿A tu casa? ¿Qué quieres decir?
—Mira, Coop, no es necesario que sigas haciendo esto —dijo dirigiéndose a la
puerta—. Ya ha terminado todo. Sé lo que ha pasado. He recuperado la memoria.
Sus palabras cruzaron la habitación como una bala y le atravesaron el corazón.
—¿Has recuperado la memoria?
—Sí —confirmó Kelsey con voz inexpresiva—. Ya lo recuerdo todo.
—Kelsey —murmuró, corriendo hacia ella—. No sé qué decir, Kelsey.
—No es necesario que digas nada. Ya recuerdo lo ocurrido. No es necesario que
sigas fingiendo.
—No entiendes...
—Sí que lo entiendo —interrumpió—. Olvidas que soy enfermera. He visto
casos como éste, y sé cómo funcionan las cosas. No hay que agobiar al paciente con
muchas complicaciones. No hay que forzarlos. Hay que dejar que recuerden por sí
solos —se encogió de hombros, aparentando indiferencia—. Y mira, ha funcionado.
Estoy curada. Habéis hecho un buen trabajo, todos vosotros. Gloria, Mannie, toda mi
familia y tú. Os agradezco mucho el esfuerzo, pero ya no es necesario.
Coop no podía creerse sus palabras desenfadadas ni sus gestos despreocupados.
Sabía que estaba dolida y conmocionada. Podía verlo en sus ojos y oírlo en su voz.
Todo el mundo de Kelsey se había destruido, el mundo que compartía con él.
Deseaba con todas sus fuerzas tomarla entre sus brazos, pero sabía que en aquel
momento Kelsey no quería saber nada de él.
—Tenemos que hablar —insistió, esforzándose para hablar con calma—. Quiero
explicártelo.
—No tienes nada que explicarme.
—Claro que sí —dijo desesperado—. Quiero que lo entiendas. Todo el mundo
estaba muy preocupado por ti y, cuando te despertaste, no recordabas nada. Los
médicos, tu padre y todos nosotros sólo pretendíamos hacer lo mejor para ti. Yo sólo
pretendía hacer lo mejor para ti.
—Lo mejor para mí —repitió Kelsey, asintiendo—. Sí, bueno, lo entiendo.
Querías ayudarme. Te lo agradezco.
—Por favor, Kelsey —suplicó, acercándose a ella—. Cariño...
—No —espetó, abandonando la aparente tranquilidad—. No me toques, por
favor.
Coop vio que perdía la compostura, vio que le temblaban los labios y se le
llenaban los ojos de lágrimas.

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—Lo siento mucho, Kelsey —dijo intentando volver a abrazarla.


—Te he dicho que no me toques —repitió Kelsey con voz amenazante,
apartándose—. No quiero que vuelvas a tocarme nunca más.
El corazón de Coop se encogió dentro de su pecho. Había llegado a casa
dispuesto a contársele todo. Estaba preparado para enfrentarse a su conmoción, a su
cólera y a su indignación, pero no estaba preparado para aquello. Aquello parecía
salido de sus peores pesadillas, y no sabía muy bien qué hacer.
—Kelsey, oh, por favor, Kelsey, no hagas esto.
—¿Qué es lo que no quieres que haga? ¿No quieres que sea sincera? ¿No quieres
que me enfrente a la realidad? ¿Quieres que siga fingiendo? —dio un paso al frente—
. Por si se te ha olvidado, ya no estamos casados. Ahora lo sé. Lo he recordado. No es
necesario seguir con la actuación. Ya va siendo hora de que me marche.
—Sé que estás molesta, pero, por favor, quédate un momento. Tengo que hablar
contigo.
—¿Hablar? ¿De qué? Sé que piensas que tienes que darme una explicación, que
tienes que ayudarme a comprenderlo, pero no es necesario. Lo entiendo, de verdad.
Pero ahora quiero marcharme. Quiero estar sola, volver a mi vida real. Olvidemos lo
ocurrido, ¿de acuerdo?
—¿Quieres olvidarme? ¿Olvidar lo nuestro?
Kelsey se detuvo.
—Lo nuestro acabó hace mucho.
Coop la persiguió por el pasillo, desesperado.
—¿Vas a marcharte de aquí así, por las buenas, a pesar de lo que ha pasado
estos últimos dos meses?
Kelsey se volvió hacia él y lo miró fijamente.
—Lo que ha pasado estos últimos dos meses no era real. Era una farsa, parte de
mi recuperación. Como tomar una pastilla o hacer ejercicios de rehabilitación.
—No puedes creer eso.
—Claro que lo creo. Lo creo porque es la verdad.
—Kelsey —gimió Coop, controlándose a duras penas—. Estás muy disgustada
y no piensas de forma razonable. Cuando empezó esto tú estabas en el hospital.
Quería ayudar, quería hacer todo lo que estuviera en mi mano con tal de que te
recuperases. Pero no puedes pensar que todo lo que hice después fue...
—¿Una actuación? —preguntó.
No lloraba. No le temblaban los labios ni le oscilaba la voz.
—Deberías saber que no soy capaz de hacer algo así.
Kelsey se detuvo y respiró profundamente.

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—Debiste contármelo. Entiendo que no lo hicieras al principio, pero has dejado


que creyera todo este tiempo... —sacudió la cabeza—. Cuando empecé a recordar
debiste contármelo todo.
—Quise hacerlo cientos de veces, pero tenía mucho miedo.
—¿Miedo? ¿De qué?
—De perderte —se acercó a ella y la tomó por los brazos—. Te amo, Kelsey.
Tienes que saberlo.
—No —sacudió la cabeza, apartándose—. No, no, no. No me digas eso.
—Te lo digo porque es verdad.
—No quiero oír eso —gritó, dándose la vuelta y corriendo hacia la puerta—.
Mandaré a mi padre a recoger mis cosas. Tengo que irme.
Coop la capturó en la puerta y se apoyó en la madera, impidiéndole abrir.
—Te amo, Kelsey. Siempre te he amado y siempre te amaré.
—Déjame que me marche —le rogó, mirándolo.
—No puedo. Eres mi mujer, en todos los aspectos que importan, y estás
esperando un hijo mío —le llevó la mano al abdomen—. Este bebé es un milagro.
—Mi embarazo ha sido una complicación imprevista.
La dureza de su tono hizo que Coop se apartara.
—¿De qué hablas?
—Mira, Coop, no te culpo por haberte... acostado conmigo —balbuceó—.
Asumo mi parte de la responsabilidad. Quiero decir que quería... pensaba que
estábamos... —sacudió la cabeza y respiró profundamente—. No podías saber que
me quedaría embarazada.
Coop se echó hacia atrás.
—¿Crees que es eso? ¿Crees que quiero estar contigo sólo porque estás
embarazada? —entrecerró los ojos—. ¿Te has olvidado de quién dejó a quién?
—No me he olvidado de nada —dijo Kelsey abriendo la puerta—. Ni siquiera
de que no protestaste demasiado cuando me marché.

—Hace dos semanas. ¿No crees que ya va siendo hora de hablar de ello?
Kelsey apartó la vista del trozo de moqueta que había estado examinando
durante gran parte de la hora.
—¿De qué crees que serviría eso?
Gloria dispersó un montón de clips con la punta del bolígrafo, distraída.
—Aunque no sirva de nada más, por lo menos no tendré la sensación de que no
me estoy ganando mi minuta.

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—Creía que teníamos que hablar de lo que siento yo.


—De acuerdo —convino Gloria, reclinándose en el respaldo—. Pues
cuéntamelo.
Kelsey no pudo evitar reír, aunque no había tenido muchas ocasiones para la
risa durante las dos últimas semanas. Se había marchado de la casa de Coop y había
vuelto a su piso de Santa Inés. El edificio tenía un aspecto impecable, tal y como lo
recordaba, con su pintura fresca y su césped recién segado. Dejó el coche delante y
llegó a ver su puerta, pero por algún motivo no fue capaz de entrar.
Sabía lo que le esperaba allí dentro. Recordaba las cenas a solas frente al
televisor, las guardias extra en el hospital, su solitaria existencia antes del accidente.
Vivía su vida a través de los demás, pidiéndoles prestadas sus alegrías, sin nada
propio. Ahora le parecía vacío y desolado después de los meses que había pasado
con Coop, después de todo lo que había tenido y lo que había perdido.
La vida con Coop había sido una ilusión. Tal vez, él tuviera buena intención,
pero el hecho era que lo que ella creía tener era irreal, no existía.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó a Gloria, respirando profundamente—.
¿Que estoy decepcionada? ¿Que estoy dolida? Muy bien, te lo diré. Estoy
decepcionada. Estoy dolida. ¿Satisfecha?
Se incorporó en la silla y ladeó la cabeza, desafiante.
—¿Por qué no me hablas del dolor?
Kelsey alzó la vista, exasperada, y tomó su bolso.
—Olvídalo, Gloria. No quiero hacer esto ahora.
—De acuerdo —dijo la psiquiatra, asintiendo e inclinándose hacia delante—.
¿Cuándo, entonces?
—A lo mejor la próxima vez —contestó mientras se levantaba.
—Creo que estás cometiendo un error, Kelsey.
—¿Al enfrentarme a mis problemas?
—Si es eso lo que estás haciendo, me alegro mucho. Pero no estoy tan segura.
—Mira, sé que todo el mundo intentaba simplemente ayudarme en la
recuperación. Lo entiendo, y no culpo a nadie. Ni a ti, ni a Mannie, ni a mi padre, ni a
Coop... De verdad que no. Pero eso no significa que no me haya dolido. ¿Cómo te
sentirías tú si te despertaras mañana y te encontrases con que durante todo este
tiempo no eras psiquiatra de verdad?
—Sería un golpe bastante duro —reconoció, dejando el lápiz en el escritorio—.
¿Qué es lo que más te ha dolido? ¿Enterarte de que estabas divorciada o darte cuenta
de que tal vez no querías estarlo?
Kelsey sacudió la cabeza, riendo, mientras se dirigía a la puerta.
—Gloria, Gloria, Gloria. Te aseguro que eres una psiquiatra de verdad. Haces
demasiadas preguntas.

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La médico se encogió de hombros.


—Mis preguntas no te molestarían tanto si no te molestaran las posibles
respuestas.
—No me importa nada contestar preguntas —afirmó Kelsey—. Dispara.
La doctora Crowell apartó la silla de la mesa y se levantó lentamente.
—¿Estás enamorada de tu marido?
La sonrisa de Kelsey desapareció en el acto.
—Pregunta incorrecta. No tengo marido.
—Tienes a Coop. Y vas a tener un hijo suyo.
—Te equivocas otra vez —dijo Kelsey, llevándose una mano al estómago de
forma inconsciente. No tengo a Coop. Lo he perdido por segunda vez.
—¿Estás segura?
—No quiero hablar de eso.
—Creía que decías que no te daban miedo las respuestas.
Kelsey respiró profundamente.
—No quiero hablar de Coop.
—Está muy enamorado de ti.
—No —Kelsey sacudió la cabeza, volviéndose hacia la puerta—. No quiero oír
eso.
—No, supongo que no quieres —suspiró Gloria.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¡Vamos, Kelsey! —exclamó Gloria, cruzándose de brazos—. En estos meses
nos hemos llegado a conocer bastante bien. Hemos hablado mucho de lo que sentías
por Coop.
—Creía que era mi marido.
—¿Y ahora que has recuperado la memoria has recordado que no lo amas?
Kelsey bajó la vista y caminó lentamente hacia la silla.
—Nunca he dejado de querer a Coop, Nunca.
—¿Y el divorcio?
—Coop quería tener hijos. Estaba convencida de que nunca podría dárselos —
miró a Gloria con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Cómo podía retenerlo a mi lado,
alejándolo de lo que quería?
La doctora Crowell sacó una caja de pañuelos de papel de un cajón y se la
tendió a Kelsey.
—A lo mejor le importaba más estar contigo que tener descendencia.
Kelsey negó con la cabeza, sacando varios pañuelos de la caja.

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—No. No quería que se quedara conmigo por lástima.


—Así que crees que sólo sentía pena por ti.
—Algo así.
—¿Y ahora? No para de decir a todo el que quiera escucharlo que está
enamorado de ti. ¿Crees que eso es lástima?
Kelsey frunció el ceño. Todo sonaba muy distinto cuando lo decía Gloria.
—Quiere tener un hijo. Por eso quiere estar conmigo.
—Vamos a ver si entiendo esto —dijo Gloria, asintiendo y fingiendo que lo
meditaba—. Coop no te ama. Sólo dice que te ama, pero tú lo amas lo suficiente para
dejarlo libre, pero él no quiere estar contigo, lo que quiere es tu hijo —sacudió la
cabeza, exagerando la confusión—. ¿Es eso?
—Sí. Quiero decir... No, no es eso.
Suspiró impaciente. De la forma en que lo planteaba Gloria parecía ridículo.
—Dime una cosa, Kelsey. Siento curiosidad. ¿Qué habría pasado hace dos años
si te hubieras encontrado con que Coop era estéril?
—¿Qué?
—Para ti es muy importante tener hijos, ¿verdad? Siempre quisiste tener una
familia.
—Sí, claro.
—Así que, si hubieras descubierto que Coop no te podía dejar embarazada,
¿habrías querido seguir casada con él?
—Déjalo —protestó Kelsey, sacudiendo la cabeza—. Te veo venir. Sé lo que
pretendes. Estás dando la vuelta a todo lo que digo, haciendo que suene ridículo,
pero no va a funcionar.
—¿Tú crees que no? —preguntó Gloria con escepticismo.
—¡No! —se enderezó y volvió a tomar el bolso—. Me separé de Coop porque lo
amaba. Y te olvidas de una cosa. Él dejó que me fuera. No puso trabas al divorcio. No
se hace eso con alguien a quien se ama.
—Ahora sí que estoy hecha un lío —Gloria sacudió la cabeza y volvió a
sentarse—. ¿No es eso precisamente lo que estás haciendo tú ahora?

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Capítulo 15
HOLA, COOP! Coop levantó una mano para saludar.
—¡Hola, Jonathan!
—¿Has estado pilotando helicópteros hoy? —gritó el pequeño desde el otro lado
de la calle.
—Desde luego.
Cerró la puerta del coche. Vio que Holly estaba en la puerta de su casa y aceleró
el paso. Había tenido suerte y había conseguido evitarla durante las dos últimas
semanas, y prefería seguir así. No estaba de humor para preguntas, ni para
conversaciones sobre Kelsey y su embarazo.
—¡Hola, Coop! ¿Qué tal está el futuro padre?
Coop apretó los dientes antes de volverse hacia su vecina.
—Bien. ¿Y tú?
—Cansada —se llevó la mano al abdomen—. Y redonda. Dile a Kelsey que he
encontrado el papel pintado del que le hablé. Mañana me pasaré a enseñárselo.
—Vale, se lo diré —murmuró.
Avanzó lentamente por el camino, mirando la casa vacía y temiendo la larga
tarde que tenía por delante. Aquel lugar se había convertido de nuevo en una tumba,
en un espacio vacío interminable. Un recordatorio silencioso de lo que había tenido y
había perdido.
Había pensado en mudarse, en alquilar una habitación de hotel o en irse a un
piso en el que no viera a Kelsey por todas partes. Pero daba igual dónde estuviera o
qué hiciera. La echaba de menos constantemente, de todas formas.
La había llamado muchas veces, dejándole mensajes en el piso, con su padre e
incluso en el hospital en el que trabajaba antes del accidente, pero ella no le había
devuelto las llamadas. Mo le había asegurado que estaba bien y que su embarazo
avanzaba perfectamente, y lo había animado a no darse por vencido. Estaba seguro
de que se pondría en contacto con él cuando tuviera la impresión de que había
llegado el momento. Pero Coop estaba convencido de que Kelsey nunca pensaría que
había llegado el momento.
Introdujo la llave en la cerradura y la giró, recordando lo que era encontrársela
en casa al llegar. El hecho de saber que estaba allí hacía que se alegrara de volver a
casa después del trabajo.
Ahora todo era muy distinto, pensó mientras abría la puerta.
Entró en el vestíbulo y dejó las llaves en la mesita. Empezaba a caminar por el
pasillo cuando olió algo. Se quedó paralizado.
El olor del pan en el horno llenaba el aire.

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Sacudió la cabeza, intentando volver a la realidad. Recordó el día que Kelsey le


había dicho que estaba embarazada. Recordó el pan que había preparado y el
maravilloso aroma que llenaba la casa.
Respiró profundamente. No podía ser. Era imposible. La mente le estaba
jugando una mala pasada. El recuerdo provocaba una especie de cortocircuito en su
cerebro, confundiendo sus sentidos.
Volvió a sacudir la cabeza y siguió andando por el pasillo. Pero, cuando sólo
había dado dos pasos, volvió a detenerse.
Volvió a la entrada. Se puso las manos en las caderas y respiró a fondo. No
estaba loco. Olía a pan recién hecho.
Corrió a la cocina, con la cabeza hecha un torbellino, buscando una explicación.
A lo mejor se había dejado algo en el horno o en la tostadora. También era posible
que tuviera abierta una ventana y se hubiera colado un olor de otra casa. Se preguntó
si sería cosa de fantasmas, si la casa estaría encantada. Si habrían aterrizado unos
extraterrestres.
Pero cuando rodeó la esquina de la barra y miró la cocina volvió a quedarse
paralizado. Kelsey estaba delante del horno abierto, dando la vuelta a unos
panecillos.
Parpadeó, con la sensación de haberse transportado a otro tiempo. En aquel
momento, le habría extrañado menos encontrarse un extraterrestre en su casa que ver
a Kelsey preparando pan.
—¿Kelsey?
Ella dio un respingo al oír su voz y se dio la vuelta.
—¡Coop! Ya estás en casa. No te había oído llegar.
—¿Qué...? —dio unos pasos al frente, inseguro, señalando los panecillos—.
¿Qué es eso?
Aún no acababa de creerse que Kelsey estuviera allí. No había descartado la
posibilidad de que la añoranza y la soledad le hubieran provocado alucinaciones.
Kelsey cerró lentamente la puerta del horno y se frotó las manos en el delantal.
—¿La pipa de la paz?
Coop seguía pensando que debía ser un sueño. Kelsey estaba demasiado bella
para ser real, demasiado perfecta para ser de carne y hueso.
—No lo entiendo. ¿Es que estábamos en guerra?
Kelsey se desató el delantal.
—Creo que la declaré yo cuando me marché de aquí. No es muy original lo de
ponerme a hacer pan, pero quería disculparme.
—¿Disculparte? —balbuceó—. ¿Conmigo?

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No sabía muy bien qué decir. No podía creer que Kelsey estuviera allí, en la
cocina, como si nunca se hubiera marchado, como si la terrible soledad de las dos
semanas anteriores no hubiera tenido lugar.
—Claro que contigo —contestó, rodeando la barra—. Desde luego, te mereces
una disculpa.
Se sujetó al respaldo de una silla, esperando que Coop no se diera cuenta de que
estaba temblando. Se había arriesgado mucho al presentarse allí, pero ya lo había
hecho, y no había marcha atrás. Lo miró con timidez.
—¿Qué puedo decir? —continuó—. Estaba enfadada y lo pagué contigo. Parece
que es una mala costumbre que tengo.
—No eres tú la que debe disculparse.
—Claro que sí —dijo con vehemencia—. Por muchas cosas. Me marché de tu
lado, tal y como hice hace dos años, después de lo del bebé.
Coop se acercó a ella.
—Kelsey...
—No —insistió—. Déjame hablar. Ya he esperado demasiado tiempo. Me
equivoqué en muchas cosas. Por fin me he dado cuenta, gracias a Gloria y a sus
incesantes preguntas. Odio esas malditas preguntas, pero por fin me han hecho ver
las cosas claras, me han ayudado a entenderlo todo —dio un paso hacia Coop—. Me
equivoqué al dejarte, al pedirte el divorcio. Sabía lo que teníamos, sabía lo que
sentíamos el uno por el otro. Lo que pasa es que cuando pensé que no podía tener
hijos, cuando vi lo decepcionado que estabas, no pude pensar con claridad. Me
odiaba por haberte desilusionado, y me odiaba por no poder darte lo que querías.
Pensé que si te dejaba libre podrías encontrar a otra persona...
—Oh, Dios mío —gimió Coop—. Lo único que quise siempre era estar contigo.
Los ojos de Kelsey se llenaron de lágrimas, difuminando los rasgos de Coop.
—Ahora lo sé. Supongo que olvidé los dos últimos años a propósito, porque
quería enmendar mi error. Quería recuperarte. Dime que no es muy tarde, Coop. He
cometido muchos errores, he pasado mucho tiempo confundida, pero nunca he
dejado de amarte. Nunca. Y ahora, tengo la impresión de que se me ha concedido
otra oportunidad de tener una familia. Por favor, dame una segunda oportunidad de
estar contigo.
Si aquello era un sueño, Coop esperaba no despertarse nunca. Si era real, estaría
agradecido durante el resto de su vida. Se acercó para abrazarla.
—Kelsey... te amo, Kelsey.
—Yo también te amo —murmuró ella contra sus labios—. Dime que puedo
quedarme, dime que me perdonas y que te casarás conmigo otra vez.
Coop se apartó, con la impresión de que el sol volvía a brillar en su vida.
—¿Entra el pan en el trato?
Kelsey lo miró, sonriendo a través de las lágrimas. Todo iba a marchar bien.

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—Podemos negociarlo.
Coop rió, la abrazó con fuerza y la besó.
—Entonces, trato hecho. ¿Sabes? Me gustan estos tratados de paz.

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Epílogo
ES la hora de desayunar! Kelsey se enderezó, apoyándose en la almohada, y se
desabrochó los botones del camisón.
—Parece que aquí hay alguien que tiene hambre.
—Sé amable con este muchacho —dijo Coop, con su hijo en brazos—. Ha
dormido seis horas seguidas. Por supuesto, se ha levantado empapado y dispuesto a
comerse mi dedo, pero no está mal para tener sólo cuatro semanas y media.
—Buenos días, precioso —dijo Kelsey mientras tomaba al bebé—. ¿Cuánto
tiempo has tenido que esperar? —añadió mirando a Coop con una sonrisa.
Coop la miró con inocencia.
—No sé a qué te refieres.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —protestó mientras el niño empezaba a
mamar—. Te he oído golpearte con la mesilla al levantarte.
—Sólo he ido a echar un vistazo —explicó, frotándose el dedo dolorido.
—¿Un vistazo? —repitió con escepticismo.
—Para asegurarme de que estaba bien —explicó—. Es la primera noche que
pasa en su habitación, y hay una pared en medio.
Kelsey lo miró con severidad.
—Tienes que dejar de pasar toda la noche en vela junto a la cuna. Necesitas
dormir.
—Siempre puedo dormir —dijo inclinándose para besarla—, pero él sólo será
así muy poco tiempo. Me gusta mirarlo.
Se acercó más y dio un beso al niño en la cabeza.
Kelsey sonrió y miró al bebé. Chandler Cooper Reed era un verdadero placer
para los ojos, pon sus enormes ojos marrones y su pelo castaño. Había llegado al
mundo llorando y pataleando, muy sano y con seis días de retraso.
—Sí, te entiendo perfectamente.
Coop la besó en los labios antes de hablar.
—También me gusta bastante mirarte a ti. ¿Cómo he tenido tanta suerte?
—No te dabas por vencido —contestó ella, emocionada—. A pesar de que yo sí
lo hice.
—Bueno. Supongo que eso demuestra que si se intenta una cosa las veces
suficientes acaba por salir bien. El matrimonio, los hijos... Sólo hace falta un poco de
práctica.
Kelsey se apoyó al niño en el nombro y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Y tal vez algún que otro batacazo.

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El bebé dejó escapar los gases con un fuerte ruido. Kelsey y Coop lo miraron, se
miraron entre ellos y rieron.
—Oh, no —le aseguró Coop, tomando a su hijo en brazos—. Ya he aprendido
mi lección. No es necesario que me atropelle un camión para que sepa cuánta suerte
tengo. Este matrimonio durará toda la vida. No voy a dejar que te vuelvas a ir nunca
más.
—Eso me alegra —murmuró, acurrucándose en el hueco de su hombro mientras
se abrochaba el camisón—. Porque me temo que no vais a conseguir libraros de mí.
—Ni tú de nosotros —añadió Coop, abrazando a cada uno con un brazo—. No
lo olvides.

Fin.

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