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Fake news y el ocaso de los medios tradicionales

Mario Gensollen
El periodismo consiste en publicar lo que alguno
no quiere ver publicado: todo lo demás son relaciones públicas.
George Orwell
Las fake news no son sólo noticias falsas, son deliberadamente falsas. La traducción castellana del
concepto amenaza con confundirnos: la falsedad de nuestras creencias y su comunicación a otras
personas son parte de la historia humana y no deberían preocuparnos en demasía. Nos las hemos
arreglado bien en el proceso de corrección en el pasado. El panorama actual, no obstante, sí es
crítico y preocupante. Con el auge presente de las redes sociales se facilitan los “silos” de
información, espacios que han sido diseñados para potenciar el sesgo de la confirmación: nuestra
(natural) tendencia a dar más peso a la información que confirma nuestras creencias previas.
¿Cuáles eran nuestras fuentes de noticias en el pasado? En México la investigación sobre el ocaso
de los medios tradicionales de información está todavía lejos de entregar resultados confiables. Por
ende, resulta necesario mirar fuera por un momento y preguntarnos después si es posible
establecer una analogía estructural con el caso mexicano. En el caso de nuestro vecino del norte —
quizá uno de los lugares donde las fake news han encontrado el terreno más fértil— sabemos que
durante la década de los cincuenta se pagaban casi 59 millones de suscripciones a los diarios más
prestigiosos, lo que constituía casi el 124 por ciento de los hogares norteamericanos. Si lo pensamos
detenidamente, esto significaba que muchos hogares estaban suscritos a más de un diario. El caso
de los programas noticiosos de radio y televisión también vivía su apogeo: dado que las noticias no
eran un producto con el que se esperase obtener ganancias, los ejecutivos tomaban muy en serio la
Radio Act de 1927, que exigía a las cadenas actuar en favor del interés, conveniencia y necesidad
públicas, y cuya trasgresión podía llevar a la Comisión Federal de Comunicaciones a revocar sus
licencias. Tanto la NBC como la CBS y la ABC trataban de cumplir las exigencias legales a través de
mecanismos cuidadosos que garantizarán la veracidad de sus noticias. En las principales cadenas
televisivas, los programas noticiosos duraban a penas 30 minutos y sobrevivían con pérdidas
económicas. Esto cambió en 1968, cuando la CBS lanzó por primera vez un programa de noticias con
duración de una hora y mostró que las noticias podrían obtener ganancias.
Éste fue el punto de inflexión para el futuro de las noticias en Estados Unidos. En la década de los
setenta, debido a la crisis de rehenes en Irán, el público norteamericano empezó a sentir el hambre
noticiosa. En los ochenta, CNN apostó por un espacio noticioso de 24 horas. Las ganancias durante
esa década estuvieron potenciadas por distintos eventos: la explosión del trasbordador espacial
Challenger, los acontecimientos en la Plaza de Tiananmén, la caída del Muro de Berlín y la Guerra
del Golfo.
Aunque ciertamente hubo críticas diversas a los medios tradicionales durante aquellas décadas,
muchas de las cuales señalaban posibles sesgos en la manera en que se presentaban las noticias, la
calidad de los filtros mediante los cuales se cotejaba la veracidad de las noticias fue eficiente. Todo
cambió con el programa de radio de Rush Limbaugh, que se autoproclamó como la fuente de la
verdad ante el resto de los medios de comunicación norteamericanos. Limbaugh buscaba crear un
sentimiento comunitario entre aquellos —la mayoría conservadores y cercanos al Partido
Republicano— que se sentían alienados de lo que percibían como sesgos en la cobertura noticiosa
y cuyas creencias eran mutuamente compartidas. Esta carencia de los medios tradicionales fue
subsanada posteriormente con la creación de medios claramente partidistas: la MSNBC y Fox News.
La partidización de los medios de comunicación fue expuesta en 2013 con el estudio de Theel,
Greenberg y Robbins: 69 por ciento de los espectadores de Fox News eran escépticos acerca del
cambio climático, mientras sólo lo eran un 29 por ciento de los lectores de Los Angeles Times y 17
por ciento del Washington Post. Este panorama sólo se agrava con el resultado de otros estudios:
68 por ciento de las historias presentadas en Fox News reflejan opiniones personales, en contraste
con el 4 por ciento de las historias presentadas en CNN, y otro estudio encontró en 2011 que los
espectadores de Fox News están peor informados que aquellos que no ven ninguna cadena de
noticias. El resultado es claro: la partidización de los medios sólo puede repercutir de manera
negativa en el contenido de las noticias.
¿Cuál fue la respuesta de los medios progresistas y demócratas? El último clavo en el ataúd de las
noticias veraces. Los medios antagónicos a Fox News y MSNBC buscaron remediar la situación
balanceando la exposición de las noticias: presentando ambas caras de temas en apariencia
polémicos. Pero ¿es esto deseable en asuntos estrictamente fácticos? ¿Acaso no presentar como
polémico el caso del cambio climático, por ejemplo, confundiría a sus audiencias? Eso fue lo que
sucedió. Los medios tradicionales se eclipsaron bajo la luz del “todo vale”. Los espectadores
empezaron a considerar como controversiales y polémicos asuntos de hecho. El caldo de cultivo
para las fake news estaba preparado.
Con el nacimiento de las redes sociales la situación sólo ha empeorado. 2015 fue un año de recesión
para los medios tradicionales en Estados Unidos. La circulación de diarios durante la semana cayó
un 7 por ciento y un 4 por ciento los domingos. Una encuesta reciente muestra que el 62 por ciento
de los adultos en los Estados Unidos recibe sus noticias de las redes sociales, y un 71 por ciento de
estos las recibe de Facebook. ¿Cuál es el problema con estas cifras? En las redes sociales se difumina
aun más la distinción entre hechos y opiniones. Los filtros desaparecen casi por completo, al punto
de que Facebook puede considerarse una cámara de eco. Mujeres y hombres pueden descartar
aquella información que no encaja con sus creencias previas, lo que les hace más susceptibles de
sucumbir ante el sesgo de la confirmación.
Las fake news son noticias deliberadamente falsas. Una analogía con las mentiras surge
espontáneamente. Quien miente no sólo comunica creencias falsas: puede comunicar creencias
verdaderas si cree que son falsas, y no miente quien está simplemente equivocado y lo comunica.
Por ende, las fake news se fabrican deliberadamente con algún motivo. Muchas veces el motivo es
sólo económico: presentar información falsa o confusa de manera extravagante es útil si lo que se
quiere es que las personas den clic a un vínculo que te hará ganar dinero. No obstante, conocemos
casos muy recientes en los que parece que las fake news buscan algo más: manipulación política.
Así, parece que las fake news son la antesala natural de la propaganda.
Pero ¿qué podemos hacer para combatir el auge y la diseminación de las fake news. Coincido con
Lee McIntyre (cuyos capítulos cuarto y quinto de su libro Posverdad pueden ser de mucha utilidad
para quien quiera explorar más datos de los aquí presentados). Por un lado, suscribirnos a medios
de comunicación tradicionales cuyos filtros de veracidad sean óptimos. Sólo apuntalando los medios
tradicionales de comunicación, lo que permitirá a dichos medios tener mayor presupuesto para
contratar más personal, podremos dar batalla a los medios partidistas y a las redes sociales. En
segundo lugar, inundar con información verídica a tanto las redes sociales como a los medios de
comunicación tradicionales. Incluso las personas más susceptibles de caer en el razonamiento
motivado (nuestra tendencia a buscar información que confirme nuestras creencias previas) se ha
demostrado que llegan a un punto de inflexión cuando reciben información reiteradamente que
contradice sus creencias previas. En tercer lugar, debemos confiar en nuestras universidades: las
herramientas de pensamiento crítico (técnicas estadísticas, lógicas y de buena inferencia) han
demostrado ser muy útiles para prepararnos para distinguir entre una noticia verdadera y una falsa
producida deliberadamente.
Por último, no quisiera terminar sin citar algunos consejos que Scott Bedley, un profesor del quinto
año de primaria en California, enseña a sus estudiantes para detectar fake news: 1. Busca el
copyright, 2. Verifica múltiples fuentes, 3. Asigna una credibilidad a la fuente, 4, Busca la fecha de
publicación, 5. Asigna credibilidad a las credenciales del presunto experto, 6. Pregúntate si lo que
lees o escuchas es coherente con lo que sabías con anterioridad, 7. Pregúntate si lo que lees o
escuchas suena realista. Estoy de acuerdo con McIntyre: si pueden hacerlo las chicas y los chicos de
primaria, nosotras y nosotros no tenemos excusa.
mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen

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